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EL PECADO DE LA HISTORIA Sin dudas es pecaminoso hablar de historia cuando solo se toman fragmentos de ella para ser contada. Dependiendo de quien sustraiga un determinado suceso pasado para manifestarlo en el presente, la historia será una u otra e inevitablemente quien la cuente se convertirá en víctima de su genio y en consecuencia aportara una cuota de subjetividad sobre aquello que esta trasmitiendo. Por ello es que es válido hacer mención, en primera instancia, que el historicismo trae consigo infinidad de flaquezas al momento de mostrarse como una herramienta útil que nos permita aprender en un término amplio los sucesos pasados. Así es como el profesor Ludwig Von Mises hace una distinción entre dos métodos completamente antagónicos. Por un lado aparece su afamada Praxeología, que estudia de manera formal, abstracta, analítica y general los procesos de interacción humana que constituyen la sociedad. En la vereda opuesta se encuentra la doctrina historicista, cuyas conclusiones son holísticas y rechazan el individualismo metodológico y al apriorismo miseano. Vale decir, en pocas y sencillas palabras, que la Praxeología nace, queriendo o sin quererlo, como un método (si es que vale el término) que contrarrestó la naturaleza subjetiva de aquellos resultados que propiciaran los análisis históricos y estadísticos. La premisa de la que parte es que el hombre es un ser de acción capaz de pensar lógicamente, porque de valerse por la reacción de estímulos harían de él otra cosa que no es. Habida cuenta de la complejidad que compone la esencia humana es que éste capacitado economista rechazara sobremanera el uso de la observación de meros hechos, alegando que no podría reducirse al hombre a sus componentes debido a su sistema complejo como así tampoco se podría evitar alterar su reacción al sentirse observado

EL PECADO DE LA HISTORIA

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Vale decir, en pocas y sencillas palabras, que la Praxeología nace, queriendo o sin quererlo, como un método (si es que vale el término) que contrarrestó la naturaleza subjetiva de aquellos resultados que propiciaran los análisis históricos y estadísticos. La premisa de la que parte es que el hombre es un ser de acción capaz de pensar lógicamente, porque de valerse por la reacción de estímulos harían de él otra cosa que no es.

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EL PECADO DE LA HISTORIA

  Sin dudas es pecaminoso hablar de historia cuando solo se toman fragmentos de ella para ser contada. Dependiendo de quien sustraiga un determinado suceso pasado para manifestarlo en el presente, la historia será una u otra e inevitablemente quien la cuente se convertirá en víctima de su genio y en consecuencia aportara una cuota de subjetividad sobre aquello que esta trasmitiendo.

Por ello es que es válido hacer mención, en primera instancia, que el historicismo trae consigo infinidad de flaquezas al momento de mostrarse como una herramienta útil que nos permita aprender en un término amplio los sucesos pasados.

Así es como el profesor Ludwig Von Mises hace una distinción entre dos métodos completamente antagónicos. Por un lado aparece su afamada Praxeología, que estudia de manera formal, abstracta, analítica y general los procesos de interacción humana que constituyen la sociedad. En la vereda opuesta se encuentra la doctrina historicista, cuyas conclusiones son holísticas y rechazan el individualismo metodológico y al apriorismo miseano.

Vale decir, en pocas y sencillas palabras, que la Praxeología nace, queriendo o sin quererlo, como un método (si es que vale el término) que contrarrestó la naturaleza subjetiva de aquellos resultados que propiciaran los análisis históricos y estadísticos. La premisa de la que parte es que el hombre es un ser de acción capaz de pensar lógicamente, porque de valerse por la reacción de estímulos harían de él otra cosa que no es.

Habida cuenta de la complejidad que compone la esencia humana es que éste capacitado economista rechazara sobremanera el uso de la observación de meros hechos, alegando que no podría reducirse al hombre a sus componentes debido a su sistema complejo como así tampoco se podría evitar alterar su reacción al sentirse observado debido a su capacidad consciente. Por ello es que la observación y los estudios del ser humano a través del tiempo van a verse contaminados por factores que van a ser inevitablemente desatendidos.

Para entender un poco el fin de este ensayo, es menester hacer una pequeña parada en la metodología de Von Mises: el dualismo metodológico. Es mediante esta idea que se afirma la existencia de dos “especies” distintas, la de los objetos y la de la acción. Se hace sustancial decir que hay una diferencia de clase entre el estudio que se hace de los fenómenos naturales y biológicos con respecto del que se encarga de la acción humana. El dualismo metodológico, parte de la idea de que no pueden explicarse las valoraciones y/o deseos e intenciones de los seres humanos a partir de los hechos físicos o químicos. El fundamento estriba en que un mismo hecho físico, por ejemplo, puede tener diferentes impactos en los hombres dependiendo de cada individuo.

En el campo de las ciencias naturales esto es distinto, puesto que es experimental y lo que busca es entender ciertos fenómenos a través de la experiencia. Por medio de la reiteración de sucesos puede llegarse a conclusiones generalizadas, cosa que se hace imposible al estudiar la conducta de los hombres a través del tiempo por la simple razón

de que en este caso no se puede generalizar. Y no se puede generalizar, a su vez, porque se muestra por demás evidente que el mismo método experimental que se emplea para las ciencias naturales no puede ejecutarse con los hombres. Sería hasta ingenuo, por ejemplo, creer que haciendo un riguroso ejercicio mental podríamos dilucidar que hubiera sucedido en el pasado si en vez de actuar de tal manera se hubiera actuado de otra. Mismo pasa con la futurología, en donde los historiadores sacan humo de sus cabezas tratando, cual profetas, advertir que es lo que sucederá en un futuro si se hace tal o cual cosa.

Las acciones humanas son fenómenos complejos y como tales nos imposibilitan la concatenación de cada una de las variables que hicieron posible que algo sucediera. Un claro ejemplo de esto es la crisis del 30 en los Estados Unidos. Hay quienes dicen que se salió del pozo gracias a las medidas implementadas por el gobierno del presidente Roosvelt y hay quienes sostienen lo contrario, aduciendo que se salió a pesar de dichas medidas. Pues la verdad es que es un tema que debemos dejarlo más a la teoría que a la comprobación empírica, dado que si quisiéramos ver que hubiese pasado, entonces deberíamos hacer un viaje en el tiempo, dirigirnos al salón Oval de los años 30, interceptar al presidente Roosvelt y decirle: “señor presidente, olvídese del New Deal, déjenos probar que sin su intervención la economía se recompondrá más rápidamente”; ceteris paribus todas las demás variables.

Como se ve, los hechos y conexiones de las acciones humanas no son constantes ni fijos a diferencia de los que se estudian en las ciencias naturales.

Asimismo, es válido que vuelva a los primeros párrafos de este escrito para recordar que también existe, por parte de quien estudia la historia, una interpretación que dependerá de su educación y vivencias, lo que hará mermar, en mayor o menor medida, la objetividad.

Así es como llegamos a nuestros días con una historia tuerta producto de aquellos pensamientos presuntamente incuestionables que marginan ciertos aportes sumamente trascendentales, tal es el caso de muchos pensadores que han dedicado su vida para dejarnos un legado que negligentemente desechamos.

No es de extrañar, ya que quienes tienen voz y voto en las distintas sociedades y más aún en las menos desarrolladas, proponen estudios históricos que indudablemente estarán viciados por su conveniencia y su codicia. Así es como se llega a pensamientos compactados en un consciente colectivo que cada vez se interesa menos por las buenas lecturas y prefiere escuchar a los iluminados que supuestamente los representan. De esta asociación implícita entre el gobernante y el pueblo es que se desprenden ciertos axiomas que conforman lo políticamente “correcto” de lo “incorrecto” y es así como llegamos a dejar de replantearnos cosas que no debiéramos. Es un aparato prácticamente sin fisuras, porque cuando una voz aislada hace un llamado de atención a aquello que ya fue aceptado por la convención de la ignorancia, entonces es ahí cuando se antepone el dictamen de las masas para juzgar al disidente.

Hoy, por ejemplo, la gente puede darse el lujo de ser marxista sin siquiera haber leído a Marx. La premisa es serlo por el simple hecho que así me lo enseñaron, ya sea en mi casa o en la universidad. La inquietud del educando pereció porque no hubo quien motive en su juventud ese interés masivo por aprender. No hay incentivos porque la

dádiva entro en escena. Así es como los políticos apelan a la desinformación, que es la mejor herramienta a la hora de querer forjar un poder omnímodo como el que han forjado algunos gobiernos a lo largo de la historia de la humanidad.

De esta manera se llega a ciertas conclusiones que son falaces por el mero hecho de partir de hipótesis equivocadas. La visión ilustradora de la historia se transforma en una frase hecha, cuando no hay nada más alejado de ello. De allí para abajo podemos dar cuenta que infinidad de temas han sido víctimas de esta idea, entre ellos los pensadores de la Escuela Austríaca.

Bawerk refuta a Marx

Muy fácilmente los individuos se autoproclaman de tal o cual manera: algunos keynesianos, otros marxistas y los más aventurados liberales. La realidad es que un acotado porcentaje se ha tomado el trabajo de leer en profundo las muchas ideas propuestas a lo largo de la historia como así también las respectivas críticas. Por esto es que hay visiones interesantes sobre la conducta de los hombres que han perecido en el tiempo, porque una infinidad de factores han convergido en la eliminación de los mismos; como ser: poca difusión de la idea; desinterés de los historiadores; interés político por eliminar lo políticamente “incorrecto”; cuestiones idiomáticas, etc. Un caso puntual que denota esto es la omisión que ha hecho el mundo académico acerca de la corrección que hizo el insigne economista austrohúngaro y fundador de la escuela austríaca Eugen von Böhm-Bawerk a la obra de Karl Marx.

Sin dudas Marx fue uno de los más reconocidos pensadores del siglo XIX debido a su postura combativa y ambiciosa. Es innegable que tamaña concepción en cuanto a su mirada de la cosas no podía ser desoída. Su opulenta oposición sobre aquellos señores feudales que se nutrían del trabajo de la gleba era y es acogido con cariño por quienes menos tienen. Su teoría acerca del beneficio empresarial, que según él era obtenido del excedente que se le sustraía al trabajador y que denominó plusvalía, llenaba los ojos de cualquiera. Así es como Marx aterriza sobre conclusiones que indudablemente le traerán varios dolores de cabeza, como la idea de tasa de beneficio decreciente que fuera objetada por Bawerk, pero que el tiempo se encargo de ocultar.

Es de suma importancia recabar en la concepción de valor de Marx para luego ver como aborda el tema de la explotación. De esta manera podremos desmitificar ciertos “asertos” que nos brindase una historia cegada y que nos llevo a convivir bajo un manto dogmático que tanto odio ha diseminado por las distintas generaciones. El autor aborda dicho tema aduciendo que “valor” es la cantidad de trabajo contenida en una mercancía y “precio” es su expresión monetaria. Con esta concepción es que pretende llegar a la idea plusvalía, en donde hay trabajo no pagado producto del beneficio capitalista.

Era indispensable en la cabeza de este pensador alemán la no confusión de la palabra valor para no perder su significación cuando quisiese traducirse a precio, porque de lo contrario no podría demostrarse que el beneficio capitalista y la tan afamada plusvalía dejarían de ser sinónimos y en consecuencia la idea de explotación derraparía irremediablemente.

Es justamente en el criterio de valor de Marx que Böhm-Bawerk detecta la primera

inconsistencia. Se devela, así, que el valor no es intrínseco a las cosas, sino que parte de las valoraciones subjetivas de quienes demandan dichas cosas. En efecto, todo intercambio se llevará a cabo en tanto y en cuanto quienes son parte de ese acto valoran menos aquello que ceden que lo que obtienen, de lo contrario no habría voluntad de intercambiar ni necesidad.

Asimismo, tampoco es cierto que solo aquellos bienes que nacen producto del trabajo sean los que llevaran consigo valor alguno, sino que hay bienes que son naturales y que aún así tienen valor.

Ya habiendo desglosado algunas de las ideas de Marx respecto al valor gracias a las intervenciones de Bawerk, es que podemos abordar de lleno la idea de plusvalía que esta tan vigente en nuestros días y que el solo hecho contrariarla pareciera ser sinónimo de delinquir.

Visto que Marx parte de una premisa errónea para formular su idea global, es que llega a otro puerto inseguro: la plusvalía. Este es su punto de partida para sostener que el coste de producción no es ni más ni menos que el coste de supervivencia del trabajador. Con esto quería dejar constancia de que si por ejemplo un obrero trabajaba ocho horas, tan solo se le retribuirían solo dos y la diferencia se la apoderaría el capitalista.

Así es como Karl Marx incurre en gruesos errores de concepto que luego terminarían por derribar su teoría. Bawerk lo evidencia arguyendo que el empresario no puede explotar al trabajador por la sencilla razón que los bienes o mercaderías no se valoraban por su costo de producción sino por lo que la gente esta dispuesta a pagar por ellas. Prosigue su refutación, entonces, denotando el problema temporal que no concibió el alemán a la hora de formular su desafortunada teoría. El empresario restringe sus gastos a bienes de consumo y ahorra e invierte sus fondos para la obtención de factores de producción en aras de vender los productos que vaya a fabricar, con lo cual el pago a los trabajadores se da por adelantado incluso antes que lleguen los bienes producidos al mercado. De esa diferencia de tiempo en la que se ve envuelto el empresario es que nace el interés del que gozará éste y que se denominará “beneficio capitalista”. Nada ilógico si tomamos en cuenta que no es lo mismo el valor de un bien hoy que mañana. De modo que se hace inconsistente el teorema de la explotación habida cuenta que el capitalista incurre en un gasto, como puede ser el salario de los trabajadores, sin saber si podrá vender los productos que tendrá estoqueados. En sencillas palabras, exime al empleado del riesgo que si asumirá él.

Ya habiendo notado las contradicciones que tuvo en su primer volumen de Das Kapital (1867), Marx confiesa sobre la plusvalía: “Esta ley se halla; manifiestamente, en contradicción con toda la experiencia basada en la observación vulgar”. Así es como el autor daba por concluido que la plusvalía no se originaba a partir del capital en giro tal como creía.

No obstante esto, promete una solución a su error pero fallece sin poder cumplirlo. Por supuesto que los arquitectos de la historia en contubernio con las sucesivas dirigencias políticas han hecho caso omiso de esto, en gran parte, sospecho, porque son las “lindas” palabras de Karl Marx, decoradas también por sus seguidores marxistas, las que consiguen apaciguar a las masas. Les dan su razón de ser y su sentido: la confrontación.

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La Historia como mercancía.

Es más que notorio que la lucha de “clases” ha sido una de las herramientas más utilizadas por los gobiernos. No caben dudas que la historia se ha vendido desde siempre como una mercancía más y de ahí que carezca de rigor su estudio sobre el hombre. Así como ha obviado uno de los más grandes cambios de paradigma económico bien pudo y puede hacerlo con un sin fin de temas más; semejantes o no. Es por esto que nada tiene que ver el historicismo con la perspectiva evolucionista con la que se la quiso mostrar.

La diferencia entre las distintas miradas de la historia estriba, sin dudas, es un debate metodológico (Methodenstreit) que se ha dado por años.

Con el historicismo desechando la idea que pueda existir una teoría económica abstracta y universal se hace difícil salir del relativismo y del empirismo que dificultan una mirada más eficaz a la hora de querer ampliar el conocimiento. Por ello, bajo la metodología positivista en donde todo es susceptible a ser experimentado, vamos a seguir siendo víctimas de daños sociales graves por medio de omisiones como las que se plantean aquí o, mismo, falsificaciones históricas como las que pueden encontrar en cualquier librería. Así es que seguiremos creyendo algo que no somos: un objeto experimentable.

Es justamente contrariando esta visión que la Praxeología de Mises encuentra su éxito, dado que es una ciencia a priori que no se construye a través de la experiencia sino a través del razonamiento discursivo.

Sin embargo, actualmente nos encontramos con dilemas “morales” debido a la fuerte injerencia que ha tenido el relativismo epistemológico en la vida social, que desea imponer su ética y detracta las leyes universales que propone la Praxeología. Juzgan a la historia en base a preceptos que ellos mismos han decretado por inobjetables y así es como la idea de propiedad privada o de generación de riqueza se vuelven ideas demoníacas.

Siendo estos los pilares y axiomas de aquellos que sobreestiman la capacidad de la historia es que hoy nos encontramos con la supremacía de ideas que apelan a la igualdad por sobre la libertad. Por ello sostuvo alguna vez Lord Acton: “La mas sublime oportunidad que alguna vez tuvo el mundo se malogró porque la pasión por la igualdad hizo vana la esperanza de libertad”.

Se hace imposible evaluar dos sistemas como el capitalista y el socialista si se anteponen insinuaciones presuntamente éticas a favor del segundo continuamente. La historia trae consigo un mal innato, que es el de prejuzgar permanentemente a ciertos conceptos que no son malos en absoluto y en base a eso dictaminar que es lo virtuoso. Lo que no entienden, sin embargo, es que tratar de modificar la conducta humana y volcarla a ciertos “valores” aprendidos es imposible, porque implica cambiar su sustancia y convertirlo en algo que no es.

Es evidente que los individuos al ocuparse de sus semejantes apelan al a priori

praxeológico, porque como tales entienden las vivencias de cada hombre y pueden socavar en el porque de su conducta y de sus fines. No intentan, en cambio, modificar su esencia.

Por otra parte, suena un tanto antinómica la postura historicista, porque por un lado aceptan las imposibilidades de ciertos hechos por ser opuestos a las leyes de la naturaleza y por otro lado se resisten a creer que hayan otros factores que excedan las capacidades de los gobernantes, que, según ellos, todo lo pueden.

No es la intención de este pequeño ensayo decir que la historia no deba estudiarse (siempre y cuando se abra todo el abanico, claro está), sino que no es una útil herramienta a la hora de predecir sucesos futuros. Lo que sí puede afirmarse, es que hay ciertos hechos que se repetirán inevitablemente en tanto haya una regularidad de los mismos y sean válidos para cualquier acción, sin distinción de tiempos ni lugares. De no entender esto, seguiremos siendo víctimas del contubernio que han montado la historia y su moral aparentemente inmutable.

Federico Perazzo