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EL PENSAMIENTO CIENTÍFICO ES CADA VEZ
MENOS PENSAMIENTO Y MENOS CIENTÍFICO
Dr. César Benavides
Dr. Hugo Jara
Prof. Gustavo Pazmiño1
RESUMEN
Este artículo presenta el resultado de la investigación respecto a la incidencia
del discurso motivacional —literatura de autoayuda y superación— en el pro-
ceso de construcción del pensamiento científico de los jóvenes que ingresaron
a la Universidad Central del Ecuador en el primer semestre del 2016. La in-
formación y los datos se recabaron primero de una encuesta y, tras ésta, de un
diseño cuasiexperimental en el que con dos grupos —uno de control y el otro
experimental— se trabajó bajo escenarios controlados; a través del proceso de
investigación se ha hallado que el discurso motivacional y de autoayuda es
sobre todo un producto y, como tal, entra en la dinámica de una sociedad mer-
cantilizada en donde todo tiene un precio.
PALABRAS CLAVE Discurso, autoayuda, motivacional, superación, pensa-
miento científico, pensamiento crítico.
ABSTRACT
This paper seeks to measure the incidence of motivational discourse —self-
help literature and self-improvement— in the process of constructing the sci-
entific thinking of young people who entered the Central University of Ecua-
dor in the first half of 2016. Information and data were collected first of a
survey and, after this, a quasi-experimental design in which two groups —one
control and the other experimental— worked with controlled scenarios;
through the research process it has been found that motivational and self-help
discourse is mainly a product and, as such, enters into the dynamics of a com-
modified society where everything has a price
KEYWORDS Discourse, self-help, motivational, overcoming, scientific think-
ing, critical thinking
INTRODUCCIÓN
1 Docentes Universidad Central del Ecuador, Facultad de Ciencias Económicas. Dirección postal
Av. Colón E3-12 y Nueve de Octubre. Cód. postal 170517. Correo electrónico: tavus-
2
Todo discurso es un hecho cultural y, por tanto, una construcción social: este enun-
ciado bien podría ser una parafraseo de alguno de los textos del análisis crítico del
discurso (ACD) de Teun van Dijk, o del construccionismo de Jonathan Potter, o
quizá de la lógica argumentativa de Noam Chomsky —del Chomsky militante que
nos habla de la manufactura del consentimiento más que del lingüista, valga de-
cirlo—. Es desde estas tres interpretaciones —del acto lingüístico como hecho cul-
tural, esto es, construcción social—, que se desarrolla este trabajo; por lo que si se
da validez a esta premisa, puede colegirse que nada es aislado ni casual en la forma
de ser, sentir y pensar la realidad de una persona. Y si ello es válido para la sociedad
—pues, por más individual que sea un acto lingüístico, se inscribe dentro de un
marco social creador y condicionador—, lo es aún más para jóvenes contemporá-
neos, en particular para aquellos que ingresan a la Universidad Central del Ecuador
(UCE), que es la población sujeto de estudio de este trabajo.
En la última década se evidencia que los ecuatorianos leemos menos de medio
libro al año (Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el
Caribe [Cerlalc-Unesco], 2012), que lo que leemos lo hacemos por obligación, pues
según El libro en el Ecuador (Cámara Ecuatoriana del Libro, 2016) la bibliografía
más producida es de interés general y, de ella, la más leída en el Ecuador es aquella
que tiene que ver con la motivación, la autoayuda y la superación, cuyo impacto e
incidencia se expresan en las ediciones piratas —copias clandestinas—que se en-
cuentran en kioscos y esquinas. En esencia, esto no debería suponer ninguna parti-
cularidad, pero el hecho es que este tipo de literatura se ha convertido en un fenó-
meno de masas; es decir, en algo que se consume y se digiere como producto, den-
tro, claro, de la lógica de una sociedad en donde todo se compra y todo se vende.
Es en ese contexto que, por ejemplo, en los centros de enseñanza secundaria es la
literatura más consumida y la que prevalece promoviendo fórmulas prediseñadas
para alcanzar el éxito y ser felices; esto es, como marcos conceptuales, modelos
comportamentales para la determinación de estados de ánimo, así lo promueve esta
literatura, formas nuevas de ver la vida. Es una tarea, entonces, para la academia,
establecer cómo ese discurso motivacional y de autoayuda ha influido en el pensa-
miento científico en construcción de los jóvenes que llegan a la UCE.
3
DISCURSO Y SOCIEDAD: LA AUTOAYUDA COMO FILOSOFÍA
El saber convencional tiene formada una imagen mental cuando se habla de dis-
curso; en general se lo relaciona con alocuciones orales que alguien dice en cere-
monias solemnes. Así que cuando se habla de discurso, lo que viene a la mente es
una persona dirigiéndose a un público; sin embargo, y más allá de ese lugar común,
en los estudios modernos de pensamiento y lenguaje —tales como Discurso y poder
(2008), Sociedad y discurso (2011) de Teun van Dijk; La representación de la reali-
dad: discurso, retórica y construcción social (1998) de Jonathan Potter; o La
(des)educación (2007) de Noam Chomsky—, discurso es toda práctica social en la
que se intercambian mensajes sígnicos —esto es, a través de signos portadores de
significados—, pero sobre todo simbólicos. De manera que discurso es una palabra
que supera la solemnidad oral de su campo semántico tradicional y se extiende a
todo aquello que reproduce procesos de significación; en este contexto, discurso
puede ser desde lo que dice un libro de ciencias hasta la letra de una canción o una
moda en el vestir. Entonces, si a ese discurso lo estudiamos con un enfoque crítico,
veremos que lo que está en juego no son palabras vacías, sino construcciones so-
ciales, relaciones de poder, como lo menciona Íñiguez Rueda (2006, p. 93), «el
análisis crítico del discurso se ha centrado en el estudio de aquellas acciones socia-
les que se ponen en práctica a través del discurso, como el abuso del poder, el con-
trol social, la dominación, las desigualdades sociales o la marginación y la exclu-
sión sociales».
A raíz de las investigaciones en las dos últimas décadas sobre comportamiento
humano a través de la producción de sus lenguajes, i. e., de símbolos, —sobre todo
los trabajos de Steven Pinker— y de los procesos de significación, se ha podido
entender cómo se fabrican significados y cómo éstos llevan a construir nuevas sig-
nificaciones —interpretaciones— de la realidad. Por esta razón, este trabajo toma
como base los postulados teóricos del análisis del discurso que suponen, entre otras
cosas, identificar al discurso como constructor de sistema de significaciones; es
decir, de formas de pensar y de entender el mundo.
Siguiendo esta lógica, se puede advertir que el discurso motivacional ha sido un
constructor de símbolos y significados que en la sociedad contemporánea han su-
plantado a clásicas formas de pensamiento transmitido, generalmente y por siglos,
4
a través de los libros. Esas nuevas significaciones se han sistematizado —un nuevo
sistema de significación— en constructos mentales muy atractivos y llamativos por
su simple y fácil digestión. Incluso, por citar algunos casos, hay propuestas del dis-
curso motivacional que ofrecen salud y dicha de la nada, solo con desearlo, como
lo hacen Godefroy y Steevens (2001, p. 8) al decir que «las personas que están
regularmente enfermas descubrirán cómo rechazar el concepto de enfermedad a tra-
vés del poder del pensamiento positivo: pronto tendrán a su disposición un estilo de
vida saludable, vigoroso, agradable. Y en muchísimos otros campos —perder peso,
dejar de fumar, desarrollar una memoria excelente, poseer el poder de influir en los
demás, mejorar sus relaciones personales y su vida sexual, por nombrar sólo unos
pocos—». Mas como toda idea tiene su némesis, el pensamiento positivo «se ade-
lanta» a su enemigo conceptual, a su antónimo natural para contrarrestar aquellos
pensamientos negativos que pudieran generarse —y que se van a generar; la natu-
raleza humana es múltiple y contradictoria—. Lo negativo es visto, sin ninguna
consideración alternativa por esta nueva filosofía, como una especie de enfermedad
que hay que evitar o, si es que ya se contagió, de lo que hay que curarse; por ello,
por la misma razón que se asume la negatividad como un hecho cotidiano y «nor-
mal» en una persona y que ha sido tomado como hábito, el discurso motivacional
habla hasta de reprogramación, como si de un hardware reprogramable se tratase
la conducta humana.
Sin embargo, si usted es más negativo que positivo, tiene que dar un paso deci-
sivo: darse cuenta de ello y admitirlo (aunque sea sólo para usted). Pero no se
preocupe; no es tan grave. Cualquier programa puede modificarse o borrarse, por
más profundamente enraizado que esté. Más adelante le mostraré cómo despro-
gramarse y luego reprogramarse con el objeto de transformar su personalidad. Y
el paso que usted ya ha dado —el autoanálisis— es el primero y decisivo en el
proceso de reprogramación. Usted ya ha identificado sus debilidades y sus deseos
insatisfechos. No obstante, debe entender lo que quiere decir la palabra «identifi-
car». (Godefroy y Steevens, 2001, p. 21)
Para concluir con estos dos autores, se podrá apreciar que no solamente hablan de
salud y reprogramación; sino que ven al lenguaje como al generador de negatividad,
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por lo que, haciendo malabares mentales y verbales, el lenguaje debe ser el portador
de esta nueva cosmovisión, de esta nueva filosofía. Recomiendan no solo formas,
sino recetas gramaticales: la reprogramación en un nivel hasta lingüístico.
Algunos especialistas recomiendan el tiempo presente. En vez de decir algo
como: «Encontraré un buen trabajo...», sugieren que es mejor decir: «Ahora tengo
un buen trabajo». El problema es que esta clase de formulación en tiempo pre-
sente a menudo conduce a un conflicto mental que desalienta al individuo. Si
usted afirma que es rico cuando en realidad es pobre como un ratón de iglesia, o
que: «Ahora estoy delgado...» cuando decididamente está excedido de peso, su
mente consciente se enfrentará con una contradicción inevitable. En consecuen-
cia, el subconsciente tenderá a rechazar la sugestión o a aceptarla sólo parcial-
mente, haciéndola mucho menos efectiva. Por lo tanto, la utilización del tiempo
presente plantea ciertos problemas. Éste es el modo en que sugiero superar esta
dificultad. (Godefroy y Steevens, 2001, p. 31)
El discurso motivacional ha diseñado toda una ingeniería de estrategias que se
deben conocer y realizar —como si de un curso o taller de cualquier disciplina o
habilidad se tratase— para alcanzar el anhelado progreso y éxito (Duque y Sierra,
2007, p. 45). Es en estos momentos que cabría preguntarse si es alguna novedad
este tipo de pensamiento o solo es el reflejo —y a la vez espejo—de una sociedad
consumista y banal en donde las ideas, el pensamiento y hasta el ser de una persona,
es un producto y, por tanto, algo mejorable, vendible, usable. Al menos estos auto-
res estarían en contra de esta afirmación, pues ellos ven que desde los albores de la
humanidad (sic) el ser humano ha ido del desarrollo al progreso y de la creatividad
al objetivo implícito en todas esas fases previas: el éxito —no hay concepto ni pa-
labra más repetida, más recurrida, más comodín dentro del discurso motivacional
que «éxito»—; de hecho, afirman que es el éxito lo que al ser humano lo ayuda a
ubicarse y tomar conciencia de su ser en el mundo (sic) (Duque y Sierra, 2007, p.
60).
Sin embargo, no deja de ser inquietante que cuando se habla de pensamiento —
en este caso del denominado positivo, pero en realidad de cualquier forma de pen-
samiento— sea visto el nuevo, el último, como algo revolucionario; es decir, no es
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cualquier pensamiento, cualquier idea, es una idea que ha venido para revolucionar
nuestra cosmovisión, por tanto, nuestra vida. A este respecto, el psicólogo maltés
Edward de Bono (1997) —célebre por ser el inventor del pensamiento lateral—
afirma de su libro La revolución positiva. 5 principios básicos, que «ésta es una
guía revolucionaria sumamente seria. El mayor poder de esta revolución seria reside
en que no se la tome en serio. No hay mayor poder que ser efectivo y no ser tomado
en serio. De ese modo, uno puede proseguir sin verse entorpecido por el alboroto,
los roces o la resistencia de aquellos que se sienten amenazados» (p. 15). Para sos-
tener sus ideas, cita casos históricos para diferenciar las revoluciones positivas de
las negativas. Y, claro, desde su lógica ideológica, las negativas son aquellas revo-
luciones proletarias del siglo XX cuando afirma que «en la revolución positiva no
existen los enemigos. Las revoluciones tradicionales son negativas, y su energía
reside en estar en contra de determinadas cosas. La única energía de la revolución
marxista provenía de su lucha contra el capitalismo. En cuanto dicha lucha tuvo
éxito, el nuevo sistema fracasó por inercia, puesto que la lucha se convierte única-
mente en un recuerdo ancestral» (De Bono, 1997, p. 23).
Uno de los gurús del pensamiento y discurso motivacional, el hawaiano Robert
Kiyosaki, entiende que todo se reduce a fórmulas de vida, capsulas para resolver
problemas complejos, una especie de guía de navegante vital, al darnos en su lec-
ción uno la fórmula para entender la diferencia entre un rico y un pobre: «La gente
pobre y la de la clase media trabajan para obtener dinero. Los ricos, en cambio,
hacen que el dinero trabaje para ellos» (Kiyosaki, [1997] 2004, p. 49). Por esta
razón es que es fácil que se establezcan extrañas relaciones; pues al ser el discurso
motivacional y el pensamiento positivo una cuestión de creer, casi un acto de fe,
los elementos místicos y religiosos empiezan a entremezclarse.
La paciencia es la raíz del éxito, como alcanzar y ganar la mejor batalla de su
vida. Es ser paciente y saber esperar, saber esperar es triunfar y alcanzar las me-
jores oportunidades que la vida le da, ROMANOS 8-24-25; pero recuerde que la
esperanza es la que no se ve, porque es algo que se espera, no es esperanza; lo
que uno ve, a que esperarlo, pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo
aguardamos. Porque en Cristo esperanza segura hay, muy motivador. Porque du-
dar si él, es el dueño de todo. Pero para ello necesita, mantener un espíritu vivo
7
que le permite y le ayuda mantener viva su espera en CRISTO, déjese llevar por él
y por su voz interior, y esa respuesta, vendrá siempre y cuando sea paciente, y
actúe con calma y no haga las cosas arrebatadas ni con furia, porque eso le llevara
a la derrota de su viva […]. (Santizo Pérez, 2011, p. 33)
Si lo irracional tuviera cierta lógica de comportamiento, ir del éxito a lo religioso y
de ahí desembarcar en la ciencia, no debería parecernos ya tan avezado ni bizarro.
Pues al parecer de eso se trata cuando se utiliza un discurso motivacional que usa
lenguaje científico para pasar por conocimiento serio, comprobado, «científico». Es
así que el discurso motivacional y de autoayuda habla de principios, leyes y para-
digmas. Nótese que, de esta manera, se están mezclando no solo ideas, sino ideas
que de por sí son opuestas; no se trata, como desprevenidamente alguien podría
afirmar, de ejes transversales del conocimiento, de elementos multidisciplinarios
porque «las ciencias no son aisladas», no; se trata del uso sistemático de lenguaje
científico para arropar ideas muy subjetivas y antojadizas que nada tienen de cien-
tíficas, con ciencia. Covey (1989) habla de paradigmas y principios —de hecho,
así intitula la primera parte de su libro—; es decir, nos habla con vocabulario y usa
categorías del discurso de la ciencia para explicar su discurso de autoayuda.
[…] Los «7 hábitos» de las personas altamente efectivas materializan muchos de
los principios fundamentales de la efectividad humana. Esos hábitos son básicos
y primarios. Representan la internalización de principios correctos que cimientan
la felicidad y el éxito duraderos. Pero antes de que podamos comprenderlos real-
mente, tenemos que entender nuestros propios «paradigmas» y saber cómo reali-
zar un «cambio de paradigma». (p. 39)
Dentro de la misma línea, se puede ver cómo al sistema de ideas que componen el
discurso de autoayuda lo han convertido en leyes —manejando, nuevamente, voca-
bulario científico—. Tal es el caso de otro gurú de la autoayuda, el hindú Deepak
Chopra, quien afirma en su libro superventas:
Este libro se titula Las siete leyes espirituales del éxito, pero también podría lla-
marse Las siete leyes espirituales de la vida, porque son los mismos principios
8
que la naturaleza usa para convertir en existencia material todo aquello que po-
demos ver, oír, oler, degustar o tocar. Cuando este conocimiento es incorporado
en nuestra conciencia, nos proporciona la habilidad de crear riqueza ilimitada sin
esfuerzo y experimentar el éxito en todos nuestros cometidos. (Chopra, [1994]
2008, p. 17)
Pero como se sabe que el hábito no hace al monje, usar lenguaje científico para
revestir ideas metafísicas llevará a contradicciones y paradojas que podrían rayar
con lo inverosímil y hasta con lo absurdo. Chopra ([1994] 2008) puede hacerlo:
mezcla sin ningún problema categorías como ley con constructos amorfos como no-
juicio; cuestiona el juicio racional como negativo y promueve el no-juicio en su
primera ley.
Practicar el no-juicio es otra manera de experimentar la Ley de la potencialidad
pura. Cuando usted está constantemente juzgando las cosas como buenas o ma-
las, crea gran turbulencia en su diálogo interno. Esta turbulencia restringe el flujo
de energía entre usted y el campo de la potencialidad pura. En el espacio del
silencio entre sus pensamientos hay un estado de percepción pura, una quietud
interna que lo conecta con su verdadero poder. A través de la práctica del no-
juicio, acalla su mente y tiene acceso a su quietud interior. (p. 23)
Esta especie de anestesia mental, sin embargo y como podrá preverse, sería la an-
tesala de otra ley que ha sido vendida como secreto en un libro intitulado El secreto
(2006) y que hizo millonaria y célebre a la australiana Rhonda Byrne: la «ley de la
atracción universal». La idea central de esa ley es «solo deséalo y lo conseguirás»;
o sea —y siguiendo sus explicaciones—, algo así como que el Universo se alinea
para que tus deseos se cumplan (sic). Las ventas del libro hizo que apareciera el
video con similar éxito: no se olvide que es un producto y como tal una mercancía
que tiene precio, que se vende, que se compra. Procedimientos no tan exóticos si se
considera que estos libros se convierten en superventas hasta agotarse en sí mismos
reinventándose ad infinitum; un autoplagio sin censura, pues lo que se busca es
vender y vender. Ejemplo de esto es el caso del libro El monje que vendió su Fe-
rrari: Una fábula espiritual (1997) del canadiense Robin Sharma. Luego de la «ma-
siva acogida con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo», apareció una
9
especie de saga que continuó explotando la idea central —y que estaba, debía estar,
en el título; pues sus palabras y títulos se manejan como marcas registradas— para
asegurar ventas basadas en el «prestigio» de la «marca»; a saber, sus libros subsi-
guientes son: Las 8 claves del éxito del monje que vendió su Ferrari, Sabiduría
cotidiana del monje que vendió su Ferrari, Lecciones sobre la vida del monje que
vendió su Ferrari, Descubre tu destino con el monje que vendió su Ferrari, Una
inspiración para cada día del monje que vendió su Ferrari, Las cartas secretas del
monje que vendió su Ferrari. Etcétera.
Se podría seguir mencionando nombres y títulos de libros que son devorados por
jóvenes y adultos; pero sobre todo por jóvenes colegiales que los leen incluso por
recomendación o pedido como trabajo para control de lectura por profesores. Son
pocos los libreros de las familias ecuatorianas —asumiendo el hecho no compro-
bado de que la familia ecuatoriana tiene algo parecido a un librero entre sus ense-
res— que, aparte de los gurús mencionados anteriormente, no tengan entre sus li-
bros a, por ejemplo, Dale Carnegie y su Como ganar amigos e influir en las perso-
nas, o a ¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson, al libro de Wayne
Dyer que nos habla de Tus zonas erróneas, o —y en un campo más cercano a no-
sotros porque los libros citados hasta ahora han sido de una u otra manera del mundo
anglosajón— La culpa es de la vaca de los compiladores Jaime Lopera Gutiérrez y
Marta Bernal, o, finalmente, toda la «inmensa» producción bibliográfica de los me-
xicanos Carlos Cuauthémoc Sánchez y Miguel Ángel Cornejo.
Desde esa perspectiva, puede asumirse hipotéticamente que el discurso motiva-
cional y de autoayuda fundamenta su accionar y su aparataje conceptual en tres
generalidades cognitivas y emocionales: i) los problemas son más mentales que
reales, ii) la felicidad idílica como objetivo, y iii) búsqueda constante del éxito. Esos
criterios —al parecer tan inocentes e inocuos— han configurado el discurso de mi-
llones de personas; es decir, han construido su visión del mundo —cosmovisión,
imago mundi— a partir de la cual entienden la realidad y actúan en sociedad. ¿Pero
no siempre ha sido la banalidad y el pensamiento fácil parte de las debilidades hu-
manas? La respuesta es sí. Pero llevar esa actitud, esa visión a la categoría de filo-
sofía con ropaje muchas veces científico ha determinado que el sentido común, la
razón, la crítica y hasta la lógica sean las extrañas, las raras. Es con este background
10
con el que llega buena parte de los jóvenes que ingresan a la educación superior.
CRÍTICA Y PENSAMIENTO CRÍTICO
Para explicar las poderosas y a la vez invisibles fuerzas que subyacen en el mundo
material de lo concreto, el sabio inglés I. Newton demostró que a una acción co-
rresponde una reacción. Podría tomarse ese principio físico para explicar —con
pinzas para el plano social, desde luego— la manera cómo el pensamiento crítico
ha actuado ante la abrumadora omnipresencia del discurso motivacional en la so-
ciedad actual. Entiéndase —para intentar manejar cierto consenso semántico— a
pensamiento crítico como aquel conjunto de ideas y procedimientos racionales que
es, de acuerdo a la cita que de P. A. Facioni hace Campos Arenas (2007),
[…] el juicio deliberado y autorregulado que resulta del análisis, evaluación e
inferencia y explicación de consideraciones conceptuales, metodológicas, con-
textuales, de evidencias y criterio sobre las cuales se basa el juicio emitido. Pen-
samiento crítico es una herramienta esencial para la indagación. Como tal, el pen-
samiento crítico es una fuerza liberadora en educación y un recurso poderoso en
la vida personal y cívica de las personas. Aunque no es sinónimo de buen pensa-
miento, el pensamiento crítico es un fenómeno humano penetrante y autocorrec-
tivo. El pensador crítico ideal es habitualmente inquisitivo, bien informado, con-
fiado en la razón, de mente abierta, flexible, intelectualmente justo en la evalua-
ción, honesto al enfrentar sus sesgos personales, prudente al emitir juicios, dis-
puesto a reconsiderar, claro acerca de los asuntos en discusión, ordenado en asun-
tos complejos, diligente al buscar información relevante, razonable en la selec-
ción de criterios, centrado en la indagación, y persistente en la búsqueda de re-
sultados, lo que son tan precisos como el contenido y las circunstancias de la
indagación lo permitan. Por lo tanto, educar al buen ciudadano significa trabajar
hacia ese ideal […]. (p. 36)
Este pensamiento crítico, que no tiene el sentido corporativo y militante que sí po-
see el discurso motivacional, ha tenido una reacción como era de suponer: crítica,
pero mesurada —hasta pasiva—. El pensamiento crítico es producto, como se dijo,
de procesos racionales y exigentes que promueven y desarrollan el análisis y la ac-
titud razonada y razonable, de manera que su campo de acción —¿reacción?— está
11
más enmarcado en medios institucionales —escuela, colegio, academia— y, por
eso, formales, tradicionales. Este mínimo estado de la situación nos lleva a plan-
tearnos algunas inquietudes. ¿Y escuelas, colegios y academia promueven el pen-
samiento crítico, el espíritu científico para, al menos, contrarrestar el pensamiento
débil? ¿El discurso de la ciencia es tan poco atractivo o es demasiado abstracto,
oscuro o «aburrido»? ¿Cómo dar batalla al mainstream cuando un libro de Carl
Sagan no lo hallas ni caro, y uno de autoayuda lo venden en kisocos, tiendas y hasta
en cajeros de supermercados?
El mainstream —término anglosajón casi intraducible— es precisamente eso:
una mercancía producida en masa para el consumo de las masas promocionado a
través de los medios de comunicación de masas. Y ahí el espíritu científico y el
pensamiento crítico tienen las de perder, pues ni su naturaleza ni su contenido es,
como se ha dicho, de fácil digestión y, por tanto, de uso y consumo masivo. Nada
hay más atrayente, se sabe, y sobre todo para un joven, que lo novedoso, que lo que
tienen y hacen todos, que ser parte de algo, que, en definitiva, la moda. Eso le
otorga, al parecer, el sentido de pertenencia a la persona, donde su individualidad
se manifiesta: pareciéndose al otro.
De ahí que el espíritu científico no sea lo evidente y «natural» en las aulas de
clase, sino que éstas sean el eco de lo que sucede en la sociedad, en la calle; y en la
sociedad sucede que lo que hay, lo que se ve, se oye y se lee es «éxito», «barreras
mentales», «lucha contra el pensamiento negativo», «superación», «progreso»,
«más éxito», etcétera. Quizá sea porque el modelo a seguir ya no es el de aquellos
personajes que antes tenían prestigio intelectual —el filósofo, el pensador, el cien-
tífico—, sino aquel personaje que ha llegado a tener dinero rápido, que sale en los
mass media, que alcanzó el éxito o que es famoso; es decir, el modelo a seguir de
los tiempos modernos y, por tanto, el que tiene la autoridad de decir qué consumir,
qué comer, qué vestir, qué ver o qué leer, basa su prestigio en la fama, en el dinero,
en su visibilización digital en redes. ¿Un personaje de esas características es ahora
el modelo a seguir, «la autoridad» en el campo de los prototipos sociales por emu-
lar? Hoy la autoridad es la novedad y la frivolidad. Y eso entra en contradicción
con el espíritu científico que —es uno de sus axiomas y pilares filosóficos— enseña
que no se da por válida una aseveración por la autoridad que represente alguien o
12
algo —muchísimo menos si es producto de la novedad y frivolidad—, sino por su
valor o verdad intrínsecos. Así lo señala Gutiérrez Aranzeta (2005) al citarnos qué
es el espíritu científico y traernos un caso de la historia del pensamiento humano.
El espíritu científico es, antes que nada, una actitud o disposición del individuo
que busca soluciones serias con métodos adecuados para el problema que en-
frenta. Esta actitud no es innata en el individuo: es algo que se obtiene a base de
esfuerzos y ejercicios a lo largo de la vida. En la práctica, el espíritu científico
hace que el investigador, el ingeniero, o cualquier otro individuo tenga una con-
ciencia crítica que lo lleva a perfeccionar su capacidad de juicio; a distinguir y
separar lo esencial de lo accidental, lo importante de lo secundario. El espíritu
científico implica tener a una conciencia objetiva, es decir, estar dispuesto al rom-
pimiento de todas las posiciones subjetivas personales y mal fundamentadas, de-
bidas a la influencia del medio o la visión que surge por nuestra propia organiza-
ción biológica y psicológica. Si un científico cree que cierta hipótesis, ley o prin-
cipio es verdadero, pero encuentra una prueba experimental contradictoria, en-
tonces con espíritu científico se cambia o abandona dicha hipótesis, ley o princi-
pio, sin considerar la reputación o autoridad de quienes la formularon o la defien-
den. Por ejemplo: el filósofo griego Aristóteles afirmaba que un objeto cae a una
velocidad proporcional al peso. Esta falsa idea se conservó verdadera durante más
de 2000 años, debido a la importante autoridad de Aristóteles. Sin embargo, para
el espíritu científico de Galileo, bastó un solo experimento con un resultado
opuesto para rechazar dicha afirmación, sin considerar la reputación o del número
de seguidores de la idea refutada. En la ciencia como en la tecnología tiene poco
valor un argumento que apele al sentido de autoridad. (p. 31)
No es desatinado —se podrá comprobar más adelante— asumir que para muchos
jóvenes sus modelos son deportistas o cantantes, pero, sobre todo, hombres y mu-
jeres de éxito. Y no solo para jóvenes, pues si un político está en campaña, sus
asesores de imagen buscarán que se tome fotos con cantantes, con futbolistas, con
celebridades de farándula o con gente de éxito. Pues si ellos lograron llegar a «tener
éxito» —con éxito entiéndase «dinero», aunque no faltan casos en que el discurso
motivacional habla de que éxito es «salud», «paz», «familia»— habrá que ver —
será su pregunta— cómo lo hicieron y cómo lo lograron. Es ahí que las fórmulas
13
fáciles, las recetas prefabricadas entran en acción; el discurso motivacional recrea
a partir de estas fórmulas y recetas una serie de artilugios mentales que van desde
la autoconvicción hasta las «psicoterapias». Evidentemente, como ya se afirmó,
mientras más «científico» sea el vocabulario usado, mejor será el producto «en
venta» —por ejemplo, el libro—. Y es por ello que la Psicología haya terminado
convirtiéndose en la ciencia más recurrida, más amañada, más abusada y más fri-
volizada; aunque será en una primera instancia, pues luego el discurso motivacional
usará no el procedimiento científico ni la investigación de casos como método de
lograr conocimiento, sino que usará solo aquello que le sirva para poder hacer mer-
chandising, i. e., terapias, cursos, talleres individuales o grupales, pero que den so-
luciones «concretas» y «rápidas» al problema personal de alguien —y cobrar por
ello, claro—, según Pearsall ([2005] 2006, p. 3). Y todos estos «sutiles» mecanis-
mos del discurso motivacional pueden ser descubiertos a través no se diga de un
poderoso pensamiento cartesiano, sino tan solo de una mente despierta, de una ob-
servación crítica.
Se trata de tácticas, técnicas, métodos y estrategias para que el ego logre los cua-
tro elementos que son considerados por el sistema cultural dominante como fac-
tores de triunfo en la existencia: éxito, fama, riqueza y alabanza. También con-
tiene ideas para conservarlos o para resolver cuanto antes su carencia, para salir
del fracaso, el anonimato, la pobreza o la crítica. […] Como lo expresa Paul Pear-
sall, los libros de superación personal ofrecen recetas para que sus lectores logren
una buena vida, pues se supone que ahora no la tienen. Para ello, se manejan
monótonamente seis temas: 1) elevar la autoestima —cosa que nos encanta a to-
dos—; 2) tener más esperanzas; 3) convencer de que dentro de cada persona están
todas las soluciones; 4) mostrar diversas técnicas para liberar las emociones re-
primidas y explorar los recuerdos escondidos; 5) redimirse de la culpa y el pecado
y; 6) crear modelos de gratificación psicológica y socioeconómica. (García Mon-
taño, 2008, p. 21)
Tampoco hay que dejar pasar por alto que el discurso motivacional y de autoayuda
no es algo nuevo ni tan novedoso; se puede advertir que sus planteamientos básicos
actuales ya fueron planteados y expuestos hace más de medio siglo. Su contenido
14
esencial se basaba en la fe y en el individualismo —características del protestan-
tismo y de la sociedad mercantil, bases filosóficas muy propias de la sociedad esta-
dunidense—. García Montaño señala que el primer libro de «pensamiento» moti-
vacional es de 1959 —Self-Help, de Samuel Smith— y que ya desde éste se puede
apreciar en su planteamiento básico la vinculación de la fe con la superación perso-
nal al citarnos uno de los enunciados de S. Smith: «El cielo ayuda a quienes se
ayudan a sí mismos» (García Montaño, 2008, p. 22). Con todo, no es extraña la
relación entre la fe y la superación personal; pues es evidente que para enfrentar
realidades concretas —y, por tanto, soluciones concretas— se vuelve necesaria
cierta dosis de fe cuando la solución real y concreta no llega. ¿Cómo se explicaría,
cómo se justificaría el «error» de haber deseado algo con fe y que no «suceda»?
Pues con más fe: algo parecido al milagro; y en ello radica esencialmente el misti-
cismo del discurso motivacional: alimentar siempre una esperanza que puede rayar
con lo irracional. Por ello, una de las lógicas más perversas —por su autocensura y
automutilación de la razón— es aquella que maneja el discurso cristiano para ex-
plicar milagro y fe. A saber:
Si uno pide algo —a la vida, a una divinidad, a un ser etéreo o a algún espíritu;
al final da lo mismo—, debe pedirlo con fe. Si luego de haber cumplido esa condi-
ción lo pedido llega, significa la prueba de que la fe puede lograrlo todo —aparte
de que demostraría existencias metafísicas—. Mas puede darse un segundo escena-
rio en el que aun pidiendo con mucha fe, no llegue la respuesta al pedido. ¿Qué
significaría esa negativa? No significaría, arguyen, que no es que se te ha negado
lo pedido, no es que la respuesta sea «no»; la respuesta, dicen, es «No… todavía»
(¿?). Generalmente, en este caso suele argumentarse que no se ha pedido con sufi-
ciente fe —se pone en duda la convicción y fe del solicitante—, y que hay que
seguir pidiendo con fe y esperar. Tercer escenario: ¿Y si se ha pedido con mucha
fe y ha pasado mucho tiempo y el resultado no llega, eso significaría que la fe ha
fallado? Pues no. Lo que sucede, explican, es que «No se te ha dicho “no”, te ha
dicho —se supone que alguna divinidad— que tiene otra cosa preparada para ti».
Amén: neutralizada la capacidad racional de respuesta.
O sea: si se te concede lo pedido, prueba de los resultados de la fe; si no se te
concede, más fe; si ya no se te concede a pesar de la fe y de la paciencia, «hay otra
15
cosa preparada para ti». ¿Se puede hallar mejor correlación de esta actitud de los
promotores del discurso motivacional con aquel comodín místico-lingüístico que
usan sacerdotes y pastores cuando nos citan aquello de «los insondables designios
del Señor»? Así funciona la lógica de la fe, así funciona la lógica del discurso mo-
tivacional.
Para concluir, vale retomar las palabras del astrofísico norteamericano Carl Sa-
gan cuando afirma I don't want to believe, I want to know. No se trata de creer, se
trata de saber. No es una cuestión de fe, es una cuestión de conocer cómo funcionan
las cosas —y entre esas cosas, esa poderosísima máquina biológica denominada
Homo sapiens sapiens—. Es imprescindible no olvidar que el discurso de la ciencia,
el pensamiento científico, el espíritu científico, son constructos mentales que re-
quieren de altas dosis de objetividad, de análisis, de racionalidad, de crítica; ele-
mentos estos que son, sin ninguna duda, la orilla opuesta, la negación, la némesis
del discurso motivacional y de autoayuda.
EL DISCURSO MOTIVACIONAL NO SOLO MOTIVA: LOS DATOS
EMPÍRICOS DICEN QUE TENEMOS PROBLEMAS
Precisamente y dado que el lenguaje es un producto social, esta investigación toma
como referencias los postulados, las herramientas procedimentales y ciertas estra-
tegias del análisis del discurso para investigar los mensajes y los contenidos semán-
ticos y sígnicos de los sujetos que intervienen en los procesos de significación y
construcción de valores —significados—. A partir de esta guía teórica, esta inves-
tigación buscó hallar la incidencia del discurso motivacional de autoayuda y su-
peración personal en el proceso de construcción del pensamiento científico de los
jóvenes que llegan a la Universidad Central del Ecuador (UCE).
El problema de investigación se abordó, en una primera instancia, a partir de los
hábitos lectores de los ecuatorianos —i. e., qué se lee, sin importar mucho el so-
porte, aunque el más medible es el libro—Los datos están ahí: tres de cada diez
ecuatorianos no destinan parte de su tiempo para leer de acuerdo al Instituto Nacio-
nal de Estadística y Censos ([INEC], 2012); además, esa cifra debe matizarse, pues
de aquellos que leen, el 31% lee periódicos y solo el 28% lee libros. En ese entorno,
el INEC menciona que dos tercios de quienes leen lo hacen por obligación académica
16
o por conocer sobre algún tema en particular. En general, los ecuatorianos leen me-
dio libro por año; y no exactamente por placer a la lectura o sed de conocimiento;
sin embargo, más allá del elemento cuantitativo —que explica mucho—, cabe ha-
cerse cuestionamientos cualitativos, por ejemplo, preguntarse qué se lee cuando se
opta por esa actividad. Según Libri Mundi y Mr. Books, los libros que más leen los
ecuatorianos son relatos —novela, cuento—; y aunque ése sea el dato de los libre-
ros, hay que considerar el hecho de que los ecuatorianos, como gran parte de lati-
noamericanos, consumen, por su precio, más libros piratas que originales de libre-
ría; y en este caso, como se sabe, los libreros clandestinos no hacen copias de lo
que no se compra; ergo, solo venden lo que se consume, de manera que el dato de
librerías formales hay que tomarlo con cuidado. Según el Instituto Ecuatoriano de
Propiedad Intelectual ([IEPI], 2009) se venden alrededor de diez millones de libros
piratas cada año en el Ecuador; y de éstos —como se puede evidenciar en las calles
o en los planes de lectura de los colegios— los libros de autosuperación personal
son los más solicitados. Podría interpretarse de esto que los ecuatorianos no leemos;
y los que leemos, muchas de nuestras lecturas tienen como tema el discurso moti-
vacional y de autoayuda.
Ahora, si ése es el escenario, ¿qué consecuencias se derivan de ello? Según la
UNICEF, «los niveles de lectura en Ecuador, en relación con otros países de Latinoa-
mérica, según diversas pruebas realizadas por la UNESCO, están entre los más bajos
y no responden a las necesidades de aprendizaje que tienen los niños, niñas y ado-
lescentes del país» (UNICEF, s. f.)., lo cual, alguna manera se ve replicado en las
aulas universitarias, sobre todo cuando los estudiantes inician su proceso de forma-
ción, lo que nos lleva a la pregunta ¿Incide el discurso motivacional de autoayuda
y superación personal en la construcción del pensamiento científico de los jóvenes
que ingresaron a la Universidad Central del Ecuador en 2016?, y a plantearnos una
posible respuesta a través de la hipótesis es que el discurso motivacional incide de
manera negativa en la construcción del pensamiento científico de los estudiantes
centralinos.
Dadas las características del tema de estudio, en primera instancia, se aplicó una
encuesta a 600 sujetos de estudio que son una muestra en la relación 1:10 del uni-
verso de alrededor de ±6000 jóvenes que ingresaron a primer nivel en el primer
17
semestre del 2016 a la UCE, y cuya selección fue aleatoria, pero repartida en por-
centajes de acuerdo al área de conocimiento: 25% ciencias sociales, 25% ciencias
exactas, 25% ciencias de la vida, 25% ciencias de la salud. Una vez recolectados
los datos se procedió al análisis cuantitativo y cualitativo respectivo, cuyo resultado
se exponen a continuación.
Como se sabe, una visión del mundo está construida a partir de experiencias in-
dividuales en contextos sociales, no solamente es el medio, no solo es una cuestión
«personal», son ambos factores los que determinan la visión del mundo de un indi-
viduo. Eso se manifiesta en su práctica social, en su ser en el mundo.
Intente figurarse el siguiente escenario: a unos jóvenes se les pregunta si han sa-
ben algo de, por un lado, Sócrates, Maquiavelo, Einstein, Leonardo da Vinci, Buda,
Gandhi, Newton, Galileo, Charles Darwin —la lista puede parecer un caso de pa-
triarcado intelectual, pero la idea era mostrar a los sabios más presentes en el ima-
ginario colectivo—; mientras que, por otro lado, se les pregunta si también saben
algo de Dale Carnegie, Carlos Cuauthémoc Sánchez, Paulo Coelho, Rhonda Byrne,
Miguel Ángel Cornejo, Deepak Chopra. Ahora, ¿qué asumiría usted si los encues-
tados responden haber oído algo de todos los personajes del primer grupo y menos
de la mitad del segundo grupo? ¿Los clásicos sabios son más conocidos por los
jóvenes que los representantes modernos del discurso motivacional? No se entu-
siasme. Porque la siguiente cuestión que se les preguntó fue si habían leído algo de
los personajes citados —de ambos grupos—, y su respuesta viró la balanza: habían
leído algo de casi todos los nombrados del segundo grupo y a casi nadie del primer
grupo. Es decir, conocían algo de los sabios clásicos del pensamiento humanos,
pero no los habían leído; mientras que no conocían mucho de los divulgadores del
discurso motivacional y de autoayuda, ¡pero habían leído y visto mucho de sus
obras! El dato es un poco más revelador, pues cuando se les ofreció enunciados que
incluyeran palabras como monjes y ventas de Ferraris, sopas de pollo para el alma,
culpas y vacas, ratones ladrones de quesos, caballeros y armaduras oxidadas, ca-
yeron en cuenta —y los encuestadores también— de que conocían y sabían más del
segundo grupo de lo que pensaban. El escenario que se pidió imaginar es real, pues
fue el caso de 82% de jóvenes que identificaron más a sabios clásicos, pero que
leían y sabían más de los gurús del pensamiento motivacional.
18
Podría decirse que eso suele pasar más por la propia juventud e inmadurez de los
encuestados que por razones volitivas. Por eso, en otra pregunta se pidió que se
describieran las ideas fundamentales del pensamiento revolucionario independen-
tista del Ecuador de las dos primeras décadas del siglo XIX; y a la vez se les pidió
describir las ideas fundamentales de los libros superación personal y autoayuda. En
el primer caso, la única idea que fue común en el 74% de las respuestas fue «bús-
queda de la libertad»; mientras que para el discurso motivacional y de autoayuda
las ideas fueron varias —«éxito», «superación personal», «conseguir objetivos»,
«ganador», «negocios», «optimismo», «positivismo»— en el 91% de los encuesta-
dos. Un joven, al parecer por estos datos, tiene más presente en su imaginario la
esencia del discurso motivacional que algún aspecto por fundamental que fuera de
su cultura e historia. Es verdad que pudo haberse preguntado sobre fútbol o cual-
quier otra banalidad y el resultado habría sido el mismo dada la juventud de los
sujetos de estudio; pero, al final, es el mismo fenómeno: podemos analizar un as-
pecto —el más presente o banal si se quiere— de la realidad, pero no otros más
importantes y serios. ¿Por qué? Las respuestas serán diferentes si se le preguntara
a un profesor de ciencias y a un motivador.
Establecer una relación entre «éxito» y «fracaso» por un lado y «ganador» y «per-
dedor» —o winner y loser, anglicismos crudos, pero usuales en nuestro medio—
por el otro, supone un ejercicio fácil, pues todos suponemos que el par que haría la
mayoría sería «éxito-ganador» y «fracaso-perdedor». De hecho, eso se hizo en la
encuesta y, como se supondrá, el resultado no fue novedoso; sin embargo, cuando
se les presentó una lista de palabras para que relacionaran con «ganador» y «perde-
dor», se evidenció que el campo significativo de una idea acarrea conceptos que no
parecerían tan obvios. Por ejemplo, dentro del campo semántico de «ganador» po-
nían conceptos como riqueza, éxito, progreso, atractivo, optimismo, luchador,
fuerza; mientras que para el campo semántico de «perdedor» ubicaban palabras
como normal, flojo, mediocre, pesimista, del montón, pobre, feo. Llama la atención
que incluso al «perdedor» se le identifica como vago o feo y al «ganador» como
atractivo y luchador. No es gratuito, eso demostraría que estamos hablando de que
si no tienes cierta riqueza, cierta apariencia y cierto atractivo, eres un perdedor.
Difícilmente podría encontrarse casos tan explícitos de pensamiento light.
19
Con esa denominación —pensamiento light— se conoce al pensamiento débil, a
aquella forma de ver las cosas desde la superficialidad del fenómeno y no meterse
en tareas de análisis y crítica; al pensamiento que se lo digiere tan fácil que no
requiere ningún tipo de esfuerzo intelectual. En vista de esa percepción es que tam-
bién se preguntó sobre si las ideas del discurso motivacional les parecía un caso de
pensamiento complejo o pensamiento light; el 92% de los jóvenes respondió que el
discurso motivacional es complejo. «¿Qué entiende por complejo?» se preguntó y
la respuesta mayoritaria fue que es complejo un pensamiento cuando «te ayuda a
vivir la complejidad de la vida» (sic). El problema no es que no haya cierta claridad
en expresar la semántica de un concepto; el problema es el tipo de relaciones con-
ceptuales que se establecen entre dos ideas opuestas. En el mismo sentido se les
preguntó si sería preferible ser perdedor-honesto que ganador-deshonesto, que en
qué equipo se ubicarían; la respuesta de 6 de 10 chicos fue que preferirían ser ga-
nadores aunque en ello se sacrificara cierta honestidad.
No hay duda de que el optimismo es una actitud aceptada socialmente y que si
bien podrían hacerse algunas críticas contra esa idea —como lo hace Barbara Eh-
renreich en su libro Sonríe o muere (2012)—, la sociedad lo ve con buenos ojos y
los mass media lo reproducen desde la publicidad hasta la propaganda política. El
punto es que al ser preguntados sobre con quién establecerían una relación más
franca y sincera, que si con una persona optimista o con una pesimista, la respuesta
la ganó la opción A —con el optimista—, dejando al pesimista no solo con su ca-
rácter sino, además, con el membrete de alguien poco sincero y, por tanto, de poca
confianza. El 74% por ciento de los jóvenes creyó así.
Finalmente, para concluir la encuesta, se hizo una pregunta relacionada con el
ser y el parecer. La cuestión era cuál consideraban el valor más esencial, el ser o el
parecer; desde luego, no solo se iba a preguntar si el entrevistado consideraba más
importante uno u otro, pues la respuesta habría sido en la mayoría de los casos —y
como sucedió en 9 de 10 casos—, que el ser. Hubo una segunda parte de la pre-
gunta, la más importante: se preguntó cómo consideraba el entrevistado a los de-
más, al otro, que diga si en ellos veía que prevalecía el ser o el parecer; y ahí los
datos se volcaron, pues el 96% de los encuestados consideró que 9 de 10 personas
son más parecer que ser. O sea, cuando yo me describo, me siento que soy más
20
esencial, más ser; mientras que los otros siempre me parecen más superficiales,
más parecer. Lo mismo que sucede cuando se pregunta sobre el racismo: si se hace
la pregunta individualmente sobre si «usted es racista», la mayoría, casi todos, res-
ponde que no; pero, a la vez, si se le pregunta a la misma persona luego de su pri-
mera respuesta si considera que la gente —la sociedad en general— es racista, to-
dos, o casi todos, responden que sí, que la gente es racista. ¡Cómo! Hay algo en
estos datos que no cuadran en una lógica interpretativa.
La encuesta permitió apreciar de manera cuantitativa, pero interpretada cualitati-
vamente, que el discurso motivacional no solo motiva, sino que crea, otorga ciertos
patrones de interpretación de la realidad y, por tanto, comportamentales. Pero si el
discurso motivacional logra ello en la actitud diaria de un joven, la pregunta se
sigue manteniendo en el sentido de ver si es que ese discurso incide en el proceso
de construcción del pensamiento científico de los jóvenes centralinos que han in-
gresado a primer nivel de la UCE.
Desde otra perspectiva, se aplicó también, la investigación cuasiexperimental,
para lo cual se trabajó con dos paralelos, de 57 estudiantes del primer semestre, de
la Facultad de Ciencias Económica de la UCE, con los cuales se establecieron los
grupos de trabajo, que si bien no fueron estructurados por los investigadores, con-
taron con similares características respecto a los promedios más allá de la media en
la cátedra de Métodos de Investigación Científica; al primer grupo de 31 estudian-
tes, se lo denominó como control (GC) y el otro grupo de 27 estudiantes, el experi-
mental (GE), la idea fue determinar si en el grupo experimental incidía de alguna
manera el discurso motivacional en el proceso de construcción del pensamiento
científico de los alumnos, para lo cual, se procedió de la siguiente manera:
En la semana del 16 al 20 de mayo de 2016 las dos aulas fueron objeto de expe-
rimentación. Al GC no se le dijo nada respecto con el objeto de estudio, este grupo
no sabía que estaba siendo parte de la investigación. Al GE, al igual que al GC, tam-
poco se le dijo nada sobre la naturaleza de la investigación; pero con este grupo se
actuó de manera diferente: en lugar de darle la clase normal, se leyó textos, se vio
videos, se escuchó audios y se trajo a un motivador «profesional» para que diera
una charla por treinta minutos; es decir, se le expuso a un entorno dominado —
tratando de que no sea saturado— por el discurso motivacional y de autoayuda. Es
21
importante señalar que ninguno de los grupos recibió el syllabus al principio del
semestre, de manera que no podrían saber si lo que estaban recibiendo en la semana
formaba o no parte del temario; además de que el profesor de ambos grupos en la
materia de Métodos de Investigación Científica es parte de este equipo de trabajo.
La siguiente semana, del 23 al 27 de mayo, se hizo pequeños trabajos propios de
la clase estándar, pero entre ellos se introdujo material para poder medir la inciden-
cia o no del discurso motivacional en los alumnos. Un primer material tenía que ver
con la relación semántica y asociación; el segundo material tenía que ver con el
manejo de categorías en un nivel descriptivo; y el tercero con situaciones recreadas.
En el primer caso, que tiene que ver con relaciones semánticas de continuación,
se les presentó frases del tipo «¿Con qué frase terminaría el enunciado?» y se les
propuso que escogieran el consecuente. Un ejemplo de esto fue cuando ante el enun-
ciado «ERA DIFÍCIL, PERO AL FINAL SE HA HECHO UN BUEN TRABAJO. YA VES,
AMIGO,…» tenían que elegir alguna de las tres opciones consecutivas: i) «… si tú
lo quieres, tú lo puedes»; ii) «… trabajamos organizada y sistemáticamente»; y iii)
«…nada es difícil en la vida cuando se tiene fe». En el GC se manifestó una prefe-
rencia por la opción (ii) en un 90% del aula; mientras que en el GE la preferencia
fue marcada la opción (iii) en un 45%, luego la opción (i) en un 38% y, finalmente,
la opción (ii) en el restante 17%. Lo que refleja que siendo grupos de las mismas
características en cuanto a nivel de conocimientos del discurso de la ciencia, no
tuvieron la misma visión de las cosas cuando el GE tuvo interferencia del discurso
motivacional y de autoayuda.
Similar situación pasó cuando se les puso a asociar un enunciado con una carac-
terística personal. Se le presentó, en un primer caso, el enunciado «SOY INÚTIL PARA
JUGAR FÚTBOL» y se les pidió que asociaran ese enunciado con tres tipos de perso-
nas: una pesimista, una realista, una negativa. El GE escogió en un 78% asociar
persona pesimista y negativa con «Soy inútil para jugar fútbol»; a diferencia del GC,
que en un 94% prefirió relacionar con ese enunciado a la persona realista. En otro
ejemplo de este mismo tipo, tenían que relacionar a tres tipos de personas —opti-
mistas, idiotas, no realistas— con el enunciado «SIEMPRE SONRÍE, NUNCA DEJES DE
SONREÍR». Las respuestas fueron variadas en el GC, pues si bien con el enunciado
relacionaron a las personas idiotas y no realistas, casi ninguno, apenas el 3% del
22
aula, halló relación con las personas optimistas. Porcentajes muy diferentes al GE,
que prefirió en un 81% a la persona optimista como aquella que siempre sonríe.
Valdría en este momento plantearse una pregunta —o muchas— al respecto. ¿Es
accidental ese cambio de visión en los jóvenes apenas una semana después de haber
sido «bombardeados» con discurso motivacional? ¿Son —somos— tan vulnerables
no a ese tipo de discurso, sino a todo tipo de discurso si es repetido suficientemente?
¿Se puede hacer algo al respecto? Las respuestas a esas interrogantes se las intentará
dar en las conclusiones de este trabajo.
Dentro de esta misma lógica se les presentó —aunque era conocido por todos—
el cuento medieval del folclor europeo «Caperucita roja» y se les pidió que catego-
rizaran en orden de importancia los valores humanos —positivos o negativos— que
hallaran en ese relato. Se trataba, como se podrá adivinar, de observar qué tan ob-
jetivos o subjetivos eran los grupos al momento de categorizar valores por orden de
jerarquía de algo tan conocido como un cuento infantil. El GC manejó tres valores,
del último al primero: desconfianza, ingenuidad, astucia. El 68% de los estudiantes
señaló como el valor central del relato a la astucia del zorro y luego a la ingenuidad
de la niña —en un 23%—; el resto le dio importancia a la desconfianza y a otros
valores en menor número. Por otro lado, el GE manejó siete categorías, del último
al primero: fuerza, valor, soledad, ingenuidad, confianza, bondad, maldad. Las dos
últimas categorías fueron las más escogidas con el 52%, y los demás valores se
repartieron porcentajes entre 7% y 10%. ¿Qué se puede colegir de esto? Algunas
cosas; que, por ejemplo, el manejo de categorías del GE es de una semanticidad
idealizada —subjetiva— en contraste con lo parco y más objetivizado del GC; tam-
bién hay que notar la cantidad de valores, los del GE son más de doble del GC, lo
que podría interpretarse como cierta dificultad para sintetizar un ejercicio de cate-
gorización cuando uno maneja ciertas ideas del discurso motivacional. Pero tal vez
lo que más llama la atención es que el GE no consideró dos valores que son esen-
ciales para traducir el relato y que el GC lo vio: astucia e ingenuidad.
En un tercer material se trabajó con el manejo de situaciones. Puestos a tomar
posición ante un escenario recreado se les pidió que escogieran una respuesta de
entre tres. El primer escenario era: ¿QUÉ RESPUESTA LE DARÍA USTED A ALGUIEN QUE
23
LE DIJERA: «QUIERO SER LA PRIMERA PERSONA EN LLEGAR A SATURNO»?; y las op-
ciones: i) Todo es posible; ii) Es posible con ciertas consideraciones; y iii) No todo
es posible. El 63% del GC eligió la opción (ii), el 29% la opción (iii) y el resto la (i).
En contraste, el GE eligió mayoritariamente (70%) la opción (i). Podrá advertirse
que el GE, nuevamente, ha tenido incidencia en sus respuestas luego de la semana
de motivación y autoayuda. En el mismo sentido, se planteó una segunda situación
en la que la pregunta era: ¿QUÉ LE ACONSEJARÍA USTED A UN AMIGO QUE LE CON-
TARA QUE ESTÁ INTERESADO EN UNA CHICA Y QUE LE HA PROPUESTO SALIR DOS VE-
CES, PERO ELLA SE HA NEGADO?; y las opciones de respuesta: Si ella no te acepta
como novio: i) insiste, porque la constancia vence lo que la virtud no alcanza; ii)
insiste, al final lo conseguirás, los dos harían linda pareja; y iii) deberías compren-
der que quizá ella no es para ti.
Como colofón de esta sección, podemos decir que al segundo escenario el GE
respondió en el mayor de los casos (65%), como era de prever, que el chico «debe
insistir porque la constancia vence lo que la virtud no alcanza». Subjetividad expre-
sada en jóvenes que normalmente antes de verse expuestos al discurso motivacional
y de autoayuda, hubieran tenido otras respuestas, otras opciones más de acuerdo a
sus características originales —i. e., con tendencia a desarrollar criterios objetivos,
concretos dentro de la lógica del espíritu científico—.
CONCLUSIONES
El discurso motivacional, no solamente motiva, sino que modela y construye cos-
movisiones, y éstas casi siempre desde la subjetividad, la metafísica de la cotidia-
neidad, el idealismo banal, la superficialidad de lo light. Desde luego —porque al-
guien podría ver a esto como un sesgo de los autores y del trabajo—, que en este
estudio se enfocó al discurso motivacional y de autoayuda como algo que si bien
no es negativo per se, sí lo es cuando su influencia llega a las aulas de la academia;
por eso la razón de este estudio. Que haya lectores en su absoluta libertad de elegir
qué leer sin ningún tipo de censura no fue preocupación de los autores de este tra-
bajo; pues no se busca dar normas de lectura o recetario de ideas —se caería en la
misma lógica de lo que se supone es un «error»—, sino, más bien, el objetivo fue
estudiar fenómenos sociológicos y pedagógicos dentro de la comunidad educativa
24
de nivel superior.
El discurso motivacional y de autoayuda es un conjunto de normas que, por la
simpleza de su lenguaje y sus ideas, tiene un alto impacto en la sociedad que, sin
una fuerte tradición cultural en cuanto tiene que ver con hábitos e inclinaciones
culturales librescas, es presa de ideas que son mercancía, productos elaborados para
ser consumidos por el gran público, del discurso de la superación personal y la au-
toayuda. Parte de ese gran público son los jóvenes que ingresan a la UCE y que,
como se ha señalado, manejarán un discurso ajeno a la naturaleza de la academia
—el discurso de la ciencia, el pensamiento crítico, el espíritu científico—, y ello se
verá reflejado en su rendimiento académico y, sobre todo, en su formación como
profesional. No será lo mismo, por poner un ejemplo, un economista que tenga vi-
sión objetiva y formación científica a otro que considere que un ser humano no
necesita de nada ni de nadie para dejar de ser pobre y convertirse en rico «solo
deseándolo».
Es urgente hallar algún tipo de respuesta ante este escenario. No se puede impe-
dir, obviamente, a un joven que lea de acuerdo a su libre elección; porque tampoco
se trata de ello. Mas sí se debe tener claro que el discurso motivacional y de auto-
ayuda no debería ser parte del discurso de la academia —a no ser que sea objeto de
estudio, como en este trabajo— cuando ya el joven en la sociedad está siendo bom-
bardeado a diario con ese discurso banal, con ese pensamiento débil; por tanto, la
bibliografía universitaria podría —debería— obviar ese tipo lecturas como suge-
rencia para los jóvenes; eso requiere, desde luego, un proyecto editorial universita-
rio de divulgación y promoción de libros relacionados con el pensamiento científico
dentro y fuera de la institución; pero, claro, ese tipo de sugerencias sale de los lími-
tes de este trabajo.
El discurso científico no está —no puede estar— en contra de otros tipos de pen-
samiento; no es su objetivo militar por la ciencia ni tampoco «guerrear»; sin em-
bargo, la academia debe ofrecer un escenario estimulante para el desarrollo del pen-
samiento crítico y del espíritu científico, cuyos postulados son totalmente opuestos
al del discurso motivacional y de autoayuda. El motivador soluciona los problemas
con voluntad —buena o mala—, pero siempre espera que sea la voluntad del indi-
25
viduo y su «lucha» individual lo que vaya dando las pautas de comportamiento so-
cial lleno, desde luego, de optimismo. ¿Qué podría tener eso de malo se podría
cuestionar? Pues lo malo es que se desconoce el contexto, la influencia social, las
relaciones externas, los factores que inciden en que alguien tenga éxito o no; todo
se reduce, como se ha dicho, al individuo; y se promueve, así, un individualismo
pernicioso porque aleja y porque le hace entender al individuo como que la sociedad
no importa, solo él: tal es la reingeniería del pensamiento que el discurso motiva-
cional y de autoayuda promueve. Es el caso, por ejemplo, de las palabras loser o
winner; al usar loser la referencia es un sujeto que es lo que es porque es un «per-
dedor», no importa si lo es porque sea pobre, negro, segregado, inmigrante ilegal o
no tuvo oportunidades, no; loser neutraliza todo y define a alguien que no se ha
hecho a sí mismo. De la misma manera, un winner lo es porque lo define el «éxito»
y, por tanto, no importa cómo llegó a conseguirlo, es un ganador, y eso basta. Pero
al ver las cosas así, ya no se puede hablar de ricos y pobres —que suponen e inclu-
yen categorías políticas, sociológicas, económicas—, sino solamente de individuos
que no han podido «triunfar».
Este estudio ha explorado apenas algunas aristas de este fenómeno de masas, ha
tratado de comprender el fenómeno y su incidencia —que no solo es neutralizadora,
sino, en muchos casos, negativa y hasta nociva—, ha hallado que el discurso moti-
vacional y de autoayuda es sobre todo un producto y, como tal, entra en la dinámica
de una sociedad mercantilizada en donde todo tiene un precio. Un producto que
mientras más se consuma, más se vende y la única razón de su existencia es la
rentabilidad. Una lógica que nada tiene que ver con la academia y, menos, con una
universidad pública. No hacemos los autores de este estudio recomendaciones; pero
si algo hubiera de decirse es que la educación superior no puede aceptar recetas,
fórmulas de acción, «teorías científicas metafísicas» que lo que hacen es banalizar
y frivolizar el pensamiento. Sería abrir la puerta de la decadencia del pensamiento.
REFERENCIAS
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26
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