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El pensamiento de José Martí Estudio introductorio: Vida y líneas generales de su pensamiento Con el triunfo de la Revolución Cubana, que no ha negado nunca su deuda con el ideario político de José Martí, se inicia, y no solamente en Cuba, un verdadero renacimiento de Martí. El rasgo más notorio, más significativo y revelador de este renacimiento es quizás la preocupación que lo anima por corregir la imagen de Martí que durante décadas enteras ha prevalecido en el mundo de la cultura, a saber, la imagen del Martí romántico e idealista, del Martí apolítico, ajeno a su tiempo y mundo, del Martí místico, del Martí "santo de la libertad y del deber". Por ello se pone ahora el acento sobre las ideas sociales y políticas de Martí, para mostrar que la obra martiana, con sus proféticas advertencias sobre las nefastas consecuencias de un dominio imperialista de los Estados Unidos de Norteamérica sobre Cuba y la América hispana en general, con sus repetidas condenaciones de toda suerte de sistema dictatorial y militarista, con su negación incondicional del racismo y de las desmedidas desigualdades sociales, con su rigor y purismo moral y con su constante afirmación de los valores autóctonos de esa América que él entrañablemente llamaba "Nuestra América", contiene todo un programa de liberación política y cultural de sorprendente actualidad para los pueblos oprimidos del subcontinente americano y del tercer mundo en general. Las reflexiones siguientes se sitúan en esta nueva perspectiva de interpretación abierta por el renacimiento martiano al que hemos aludido anteriormente, y deben, por consiguiente, ser entendidas en el sentido de una

El Pensamiento de José Martí

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La obra del gran pensador y revolucionario cubano también conocido por sus trabajos poéticos

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El pensamiento de Jos Mart

El pensamiento de Jos MartEstudio introductorio: Vida y lneas generales de su pensamientoCon el triunfo de la Revolucin Cubana, que no ha negado nunca su deuda con el ideario poltico de Jos Mart, se inicia, y no solamente en Cuba, un verdadero renacimiento de Mart. El rasgo ms notorio, ms significativo y revelador de este renacimiento es quizs la preocupacin que lo anima por corregir la imagen de Mart que durante dcadas enteras ha prevalecido en el mundo de la cultura, a saber, la imagen del Mart romntico e idealista, del Mart apoltico, ajeno a su tiempo y mundo, del Mart mstico, del Mart "santo de la libertad y del deber". Por ello se pone ahora el acento sobre las ideas sociales y polticas de Mart, para mostrar que la obra martiana, con sus profticas advertencias sobre las nefastas consecuencias de un dominio imperialista de los Estados Unidos de Norteamrica sobre Cuba y la Amrica hispana en general, con sus repetidas condenaciones de toda suerte de sistema dictatorial y militarista, con su negacin incondicional del racismo y de las desmedidas desigualdades sociales, con su rigor y purismo moral y con su constante afirmacin de los valores autctonos de esa Amrica que l entraablemente llamaba "Nuestra Amrica", contiene todo un programa de liberacin poltica y cultural de sorprendente actualidad para los pueblos oprimidos del subcontinente americano y del tercer mundo en general.

Las reflexiones siguientes se sitan en esta nueva perspectiva de interpretacin abierta por el renacimiento martiano al que hemos aludido anteriormente, y deben, por consiguiente, ser entendidas en el sentido de una contribucin, si bien limitada, a la comprensin de la obra de Jos Mart como la primera manifestacin sistemtica de la conciencia latinoamericana que se levanta, para denunciar las deformaciones enajenantes del colonialismo en los pueblos que conforman "Nuestra Amrica", y anunciar, a un mismo tiempo, posibles caminos de liberacin.

Jos Mart y Prez naci en La Habana el 28 de enero de 1853, de padres espaoles. Luego de cursar sus primeros estudios en el colegio San Anacleto, donde conoci a su fiel amigo Fermn Valds, fue matriculado en la Escuela Superior Municipal de Varones cuyo director era el educador y poeta cubano Rafael Mara Mendive. El talento de Pepe despert la admiracin de Mendive, establecindose entre ambos una franca comunicacin que muy pronto sobrepas los estrechos lmites de las materias escolares. Mendive, generoso maestro y forjador de conciencia patritica, inculc en su joven discpulo las ideas separatistas.

El 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Cspedes se alz en armas en su ingenio La Demajagua, en la provincia de Oriente. Liber a sus esclavos, y proclam la independencia de Cuba. La noticia de los acontecimientos de Oriente se extendi rpidamente por toda la isla, originndose una ola de simpata hacia la causa independentista. En La Habana, el joven Mart no permaneci ajeno a los sucesos. Impulsado por el amor patrio, se comprometi con la idea mambisa y se dedic integramente a la actividad conspiradora que, meses ms tarde, habra de costarle una acusacin por "sospechas de infidencias". Mart fue condenado a seis aos de prisin. Por la experiencia del presidio, descubri Mart la miseria colonial en toda su bochornosa crueldad. All sufri en carne propia el desatino represivo del decadente poder colonial lanzado con rabia contra lo ms humano de aquellos hombres, cuyo nico "delito" era el no haberse sometido.

En 1871, habindose conmutado la pena de presidio por la de destierro, sali Mart para Espaa. En dicho ao public su primera obra importante: El Presidio Poltico en Cuba. Durante su estancia en Espaa, Mart continu sus estudios, primero, en la Universidad Central de Madrid, donde estudi derecho, y luego en Zaragoza en cuya universidad obtuvo el grado de licenciado en Filosofa y Letras. Pero la metrpoli ofreci a Mart mucho ms que la posibilidad de estudiar. En ella madur profundamente su pensamiento poltico, como lo prueba el folleto publicado en 1873 bajo el ttulo de La Repblica Espaola ante la Revolucin Cubana, en el que sostena el derecho a la independencia de Cuba por las mismas razones que fundaban el nacimiento de la Repblica en Espaa. Mart exiga a la Repblica consecuencia poltica: "Y si Cuba proclama su independencia por el mismo derecho que se proclama la Repblica, Cmo ha de negar la Repblica a Cuba su derecho de ser libre, que es el mismo que ella us para serlo? Cmo ha de negarse a s misma la Repblica?" (1)

La indiferencia que encontr este escrito entre los crculos oficiales republicanos no extra a Mart. En realidad, no haba abrigado nunca muchas esperanzas sobre la eficacia de dicho artculo, pues de la observacin penetrante de la vida poltica metropolitana haba aprendido que no bastaba con apelar a la esfera de los derechos y a la generosidad de las estructuras de poder, para solucionar las cuestiones conflictivas de la historia. La inconsecuencia de la Repblica convenci a Mart de que el problema cubano slo podra ser resuelto fuera de los marcos polticos del poder espaol. Desde este momento empieza a comprender que la lucha armada es el nico camino capaz de conducir a la independencia y, por consiguiente, de separar el destino econmico-poltico de Cuba del espaol. Esta fue la verdad fundamental que deriv Mart de las contradicciones imperialistas en el seno de la Metrpoli, culminando con ella su etapa de preparacin profesional y poltica.

En 1874 abandon Mart Espaa. Se iniciaba una poca peregrina cuyas principales etapas fueron: Mxico, Guatemala y Cuba, en la que su pensamiento se abri a las mltiples necesidades de su patria Amrica.

De la abundante produccin literaria de esta poca, dos trabajos merecen especial mencin: Guatemala y La riqueza de Guatemala. En ellos aparecen ya claramente definidos los lineamientos fundamentales por los que habr de discurrir el pensamiento futuro del Apstol.

En su obra Guatemala sostiene Mart que la conquista de Amrica fue posible bsicamente por la desunin reinante entre los nativos a la llegada de los espaoles quienes, con gran sentido prctico, supieron usarla para sus propsitos conquistadores. De la constatacin de este hecho histrico extrae Mart el tema, capital en toda su obra, de la unidad americana. Para l los pueblos de Amrica podrn salvarse slo mediante la unin. "Puesto que la desunin fue nuestra muerte, qu vulgar entendimiento ni corazn mezquino ha menester que se le diga que de la unin depende nuestra vida?" (OC 7, 118).

En esta obra se hayan expuestas otras dos tesis esenciales del pensamiento martiano. La primera de ellas, referente al problema de la riqueza nacional, declara que la riqueza exclusiva es injusta, y aboga por la distribucin de la misma (OC 7, 134). La segunda plantea la cuestin indgena que afrontan las jvenes naciones americanas como uno de los ms tristes resultados de la dominacin colonial sufrida, en la cual los indios fueron aplastados y reducidos a la condicin de bestias. Resucitarles el hombre que llevan dentro, debe ser la tarea primera de todos aquellos que aspiren a una patria libre (OC 7, 157).

Esta ltima idea es profundizada por Mart en su ensayo sobre La riqueza de Guatemala, donde vincula el futuro de la revolucin americana a la raza indgena. He aqu sus palabras: "La mejor revolucin ser aquella que se haga con el nimo terco y tradicionalista de los indios" (OC 7, 163). Mart est, pues, muy lejos del concepto de revolucin caudillista que tan funestas consecuencias ha tenido para nuestros pueblos americanos. Tampoco entiende Mart por revolucin el conjunto de reformas que se realizan segn los intereses y ambiciones poltico-econmicos de determinados sectores progresistas de la burguesa. Mart identifica la revolucin con los profundos cambios anhelados por esa masa irredenta que refleja en su msera situacin los horrores todos de la larga explotacin colonial. La verdadera revolucin ha de nacer de la masa indgena porque es en ella donde la dignidad americana ha sido ms vilmente ultrajada y donde se contienen, por tanto, las exigencias ms radicales para la reivindicacin de una nueva vida.

Por las experiencias de Mxico y Guatemala, el Mart romntico cedi definitivamente el puesto al Mart analista. Su pensamiento no ser un grito desesperado ni la expresin melanclica de una Amrica mutilada, sino un canto de esperanza real y cierta que tiene su fuente en el indestructible espritu rebelde de las masas populares. Al Mart romntico, la dolorosa situacin del indio le hubiese llevado quizs a convertirse en la expresin terica de una conciencia desdichada. Pero al Mart para el que "la mejor manera de decir es hacer", los clamores de una Amrica saqueada en su riqueza material y frustrada en sus manifestaciones culturales autctonas, le llevaron al compromiso poltico militante.

A principios de 1878 las noticias sobre la evolucin de la guerra independentista en Cuba inquietaron profundamente a Mart. Las noticias que tanto cartas como peridicos le traan a Guatemala eran confusas, pero todo pareca indicar que la accin insurreccional comenzada diez aos antes tocaba a su fin sin haber conseguido su objetivo.

Poco tiempo despus leera en los peridicos la triste noticia del Pacto del Zanjn por el que espaoles e insurrectos se avenan a terminar las hostilidades guerreras, en base a las promesas de rpidas reformas concedidas a Cuba por la Metrpoli. Oficialmente la lucha haba terminado. La coyuntura poltica creada por el Pacto del Zanjn permiti a Mart regresar a La Habana a mediados de ese ao de 1878.

La situacin en Cuba era confusa y tensa. Las reformas prometidas no se concretaban y el malestar que ello produca iba perfilando las posiciones polticas. Se haca sentir, adems, la influencia de la actividad revolucionaria de algunos jefes mambises que, como Calixto Garca, no haban aceptado el Pacto del Zanjn.

La presencia de Mart se not rpidamente. Su temperamento fogoso no desperdiciaba oportunidad alguna, ya fuese pblica o privada, para defender la causa de la independencia. Luego de estos primeros lances, entr de lleno en la conspiracin, ajustando su lucha a las normas que el Comit Revolucionario de Nueva York haba dado con el fin de coordinar y fortalecer las fuerzas separatistas.

Las actividades clandestinas de Mart fueron descubiertas; y en septiembre de 1879 era deportado para la Metrpoli. Una vez ms, la represin colonial frustraba la realizacin de sus ideales. Pero esta vez Espaa fue slo una estacin de paso para aquel hombre que, atormentado por el imperioso deber que imponan las cosas de la patria, conceba la misin revolucionaria como la tarea suprema de su vida.

A comienzos de 1880 llegaba Mart a Nueva York. Era el principio de su etapa definitiva. Desde su llegada se haba incorporado al Comit Revolucionario de Nueva York cuyas actividades, por entonces, respondan a los planes revolucionarios del general Calixto Garca.

El estrecho contacto con los revolucionarios cubanos de la emigracin manifest a Mart las glorias y miserias del movimiento independentista. Junto al pasado glorioso de hombres heroicos, junto a los ms nobles ideales, comprob el Apstol rencillas, resentimientos y prejuicios que amenazaban la unin indispensable. Mart se aplic a extirpar estos males, poniendo especial atencin en erradicar del movimiento el excesivo militarismo que le haban impregnado ciertos generales mambises.

En esta poca uno de los principales problemas para la revolucin en Cuba era el representado por la escasa coordinacin entre civiles y militares, nacida del cierto desprecio que stos ltimos mostraban hacia los primeros en los que vean, por la experiencia de la Guerra de los Diez Aos, el peligro de una injerencia contraproducente. Esto explica la preocupacin de los generales mambises por estructurar el movimiento insurreccional militarmente. Frente al peligro del militarismo, Mart expuso la necesidad de una revolucin nacida del pueblo y conquistada por las fuerzas del pueblo. Haba, pues, que infundir ese espritu nuevo en el movimiento. Y ciertamente nadie mejor que Mart para realizar tan importante y delicada misin. A partir de entonces su vida qued definitivamente ligada al movimiento revolucionario cubano.

Con el fracaso de la intentona revolucionaria de 1880, conocida por el nombre de La Guerra Chiquita, Mart confirm sus aprensiones sobre los fallos estructurales del movimiento patritico. No se poda continuar comprometiendo la causa de la patria con brotes aislados de rebelin que, condenados al fracaso, no conseguan otra cosa sino desmoralizar a la ya cansada poblacin cubana. La lucha tena que continuarse, s; pero sobre una base slida que permitiese desplegar la guerra en forma coherente y contundente.

El punto de partida para semejante empresa, pensaba Mart, no poda ser otro que la unidad de los cubanos todos, puesto que la unidad del movimiento revolucionario haba de surgir como consecuencia de la unidad del pueblo. Sin un pueblo unido no habra garanta alguna de triunfo para la revolucin. Precisamente por esta concepcin de una revolucin popular, critic Mart, como decamos anteriormente, el autoritarismo militar que se haba intentado imponer al movimiento revolucionario. Y ahora, esta concepcin revolucionaria le llevaba a desacuerdos con algunos jefes veteranos que entendan la guerra de la independencia casi como el desahogo de una pasin privada.

En efecto, a mediados de 1884, Mart tuvo la oportunidad de convivir con Mximo Gmez y Antonio Maceo. Los dos legendarios jefes mambises haban venido a Nueva York para ultimar los preparativos de una nueva empresa blica. Mart, que al principio haba secundado los planes de ambos jefes, descubra ahora el peligro que la mentalidad autoritaria-militarista, de Gmez en especial, representaba para el desarrollo de la revolucin en Cuba. Mart se encuentra as ante un doloroso dilema. De una parte, su amor patritico le urga el inicio de la lucha y, de otra, su conciencia poltica condenaba la forma que se quera imponer a la revolucin. Por verdadero amor patritico Mart fall a favor de los dictmenes de su conciencia poltica. Sin intrigas ni espavientos, declar su inconformidad con la lnea poltica dada al movimiento y calladamente, para no perjudicar a la patria contribuyendo a divisiones estriles, se separ de l.

Esta actitud principista asumida por Mart no debe entenderse como una actitud nacida de la terquedad del intelectual que desea mantener su pureza a toda costa. No. Mart, lo ha probado su vida entera, no era de ese tipo de intelectuales. La decisin martiana refleja al revolucionario ntegro y lcido; al revolucionario consciente que no admite componendas en las cuestiones fundamentales. Y para Mart, la forma de plantear e iniciar la revolucin era una cuestin esencial en la que no se poda transigir. Porque si la repblica ser tal como la engendre la revolucin, a sta corresponde entonces realizarse mediante formas que anuncien o adelanten ya, de manera palpable para las masas, los contenidos polticos a cuya conquista se orienta la accin independentista. La revolucin debe as estar configurada por los ideales que persigue; sus estructuras deben ser un anuncio del nuevo orden que se postula. La fidelidad a estas ideas fue lo que impidi a Mart dar su apoyo a los planes de Gmez, quien pretenda iniciar un movimiento revolucionario marcadamente autoritario y caudillista.

Aunque esta ruptura llev al Apstol a unos aos de silencio, ello no signific un aislamiento de los asuntos de la patria. Mart, adems de revisar y profundizar su pensamiento, se dedic con ahnco a la concientizacin poltica de las capas ms humildes de los emigrantes cubanos de Nueva York. El "Maestro" se preparaba para su gran tarea.

En 1887, con motivo de la conmemoracin del 10 de octubre, Mart rompi su silencio con un discurso en el que subrayaba el ideal democrtico que tena que animar al movimiento independentista cubano. Sus posiciones de 1884 se haban consolidado, y el momento de extenderlas haba llegado.

Pero las preocupaciones de Mart no nacan slo de los problemas de su sufriente Cuba, sino que tenan su fuente central en el destino confuso e incierto que las manifestaciones imperialistas de los Estados Unidos de Amrica amenazaban imponer a las jvenes repblicas hispanoamericanas. Por eso, sin descuidar sus deberes para con Cuba, consagr especial atencin a los rumbos que tomaba la poltica norteamericana. Tema los afanes de extensin de la pujante nacin del Norte, porque vea en ellos el peligro mayor para el futuro desarrollo poltico, econmico y cultural de nuestros pueblos latinos.

En los aos de 1889 y 1891, los afanes expansivos de los USA se convirtieron en voluntad expresa de dominacin, tal como lo mostraron las mociones y estrategias de sus representaciones en la Conferencia Internacional Americana y en la Comisin Monetaria Internacional Americana. En ambos acontecimientos particip Mart denunciando abiertamente el peligro imperialista que se cerna sobre Hispanoamrica. A partir de entonces el guila de Washington fue siempre para l "el guila temible" (OC 16, 61).

De capital importancia para la comprensin del pensamiento antiimperialista de Mart es el estudio que dedic a la Comisin Monetaria, publicado en mayo de 1891 por La Revista Ilustrada de Nueva York, en el cual, con una clarividencia poltica extraordinaria, advirti a los pueblos hispanos de Amrica sobre las "razones ocultas" de la invitacin a la unidad formulada por el gobierno de los USA. Por su contenido, este texto puede ser considerado como la primera denuncia seria del imperialismo norteamericano, y como un genial avance de la moderna teora de la dependencia. Recordamos aqu tan slo aquel pasaje en el que Mart afirma: "Quien dice unin econmica, dice unin poltica. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse, vende a ms de uno. El influjo excesivo de un pas en el comercio de otro, se convierte en influjo poltico" (OB 6, 160).

Meses antes, en enero de 1891, haba aparecido en El Partido Liberal de Mxico el ensayo titulado: Nuestra Amrica que es, sin duda, el ms importante para conocer el pensamiento americanista del Apstol. Nuestra Amrica no es un manifiesto americanista en el que se predique un fatuo nacionalismo o en el que se cante la superioridad de los valores autctonos de nuestros pueblos, sino que es, fundamentalmente, un programa poltico-cultural establecido en base a las necesidades ms urgentes del continente. No hay romanticismo en la afirmacin del hombre natural, de la Naturaleza americana. La afirmacin de estos elementos cumple una determinada funcin poltica porque nicamente a partir de ellos podr realizarse una liberacin total. Nuestra Amrica no es un canto a un pasado glorioso ni una invitacin de retorno a l. Mart, que est mucho ms cerca de Marx que de Rousseau, afirma lo natural, lo nuestro, para poder mostrar mejor el proceso de inversin de valores producido por el dominio colonial. Con la colonizacin se impuso a Amrica una serie de costumbres y tradiciones que impidieron el desenvolvimiento de sus culturas nativas. De esta manera se produjo la tpica sustitucin de valores que toda potencia imperial realiza, y por la que se engendran esas criaturas deformes, sietemesinas, que son las colonias. Este deplorable cuadro lo describi Mart con plasticidad asombrosa al escribir: "Eramos una visin, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de nio. Eramos una mscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetn de Norte Amrica y la montera de Espaa" (OC 6, 20).

En la perspectiva martiana, la afirmacin de lo nativo encierra una carga poltica innegable, ya que implica un llamado a la conciencia nacional-continental frustrada por la dominacin colonialista. Nuestra Amrica es, pues, el grito de un colonizado liberado a sus hermanos que, ofuscados por las mistificaciones colonialistas, no han roto an con las viejas formas adquiridas durante el perodo de esclavitud, perpetuando en formas polticas aparentemente nuevas el espritu de servilismo extranjero por el que se menosprecia lo ms autntico de sus naciones.

Mart alerta contra esa actitud ingenua, tan comn en los pueblos recin independizados, de creer que la dependencia colonial se suprime con la derrota de los ejrcitos imperiales y con la consiguiente proclamacin de una repblica. Para l, tal suceso, si no va acompaado de un profundo proyecto libertario orientado a erradicar todas las deformaciones creadas por la dominacin extranjera, tanto econmicas como polticas, no ser ms que un simple cambio de formas. Por ello adverta profticamente: "El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espritu" (OC 6, 19).

La independencia, en cuanto resultado de ese espritu nuevo fraguado a lo largo de la guerra anticolonial, no es la culminacin del proceso de liberacin, sino su verdadero punto de partida. Esto fue lo que "olvidaron" las jvenes repblicas de Hispanoamrica, en las que el poder fue estrenado por una burguesa "criolla" que vea la independencia como el camino obligado para la consolidacin de sus intereses de clase, dado el agobio asfixiante de las medidas econmicas impuestas por la Metrpoli. La independencia es as instrumentalizada por los intereses de una clase no representativa de las necesidades populares. Y esta clase, al vincularse a los grupos dominantes de otros pases imperialistas, neutraliza las fuerzas libertarias que haban animado la contienda de la emanzipacin. Pero estas burguesas, aunque mucho presumen de dirigir pases independientes y de autocalificarse como burguesas "nacionales", no son ms que un producto hbrido y extico. Ellas son la imagen perfecta del buen colonizado, y piensan, por tanto, en los mismos trminos que sus colonizadores. La independencia es para ellas la oportunidad esperada de poner en prctica su "narcisismo voluntarista", como dira Frantz Fanon. Las repblicas que controlan surgen a imagen y semejanza de la odiosa, pero envidiada, Metrpoli. Tal es la triste realidad que denuncia Mart en su ensayo Nuestra Amrica.

Vemos, pues, que no escap al penetrante sentido poltico de Mart que el grave problema con el que tenan que enfrentarse las naciones hispanoamericanas estaba en esa herencia colonialista de siglos, cuya anulacin requera una ardua tarea de reeducacin global que despertase en las masas populares nuevos valores sacados de la realidad de nuestros pases. Por ello, al mismo tiempo que fustigaba duramente a aquellos "hombres de siete meses" que, por falta de amor a su tierra, se avergenzan de su origen y rinden homenaje a los valores del invasor extranjero, estableca la primaca de lo americano como defensa de lo ms sufriente de nuestros pueblos: la masa indgena, el campesino pobre, el mestizo, el negro. Su fe en Amrica, es la fe en los desheredados de Amrica, en aquellos que el conquistador pisote con ms fuerza y que estaban siendo completamente marginados en las nuevas repblicas dominadas por esas burguesas exticas.

Por la burguesa, los vicios de la colonia corroen la repblica: la soberbia de las ciudades capitales, el desprecio a los campesinos y a la raza aborigen, etc. (OC 6, 19). Contra estas repblicas de imitacin, en las que la colonia pervive, se levanta Mart para recordar que es en el pueblo donde estn las verdaderas reservas de Amrica, y que esa gigantesca empresa de rescatar a Amrica de las deformaciones colonialistas, slo es realizable por el pueblo.

En noviembre de 1891 viaj Mart a Tampa donde pronunci uno de los discursos ms famosos de cuantos pronunciara en su vida, conocido por el ttulo de Con todos y para el bien de todos. En este discurso expona las caractersticas esenciales que habran de definir a la revolucin cubana. Mart invitaba a deponer las rencillas y los recelos que tanto haban perjudicado a la causa de la patria y a unirse bajo "esta frmula del amor triunfante: con todos y para el bien de todos" (OC 4, 279).

Otro punto muy revelador de este discurso es aquel en que Mart criticaba el racismo de ciertos grupos cubanos de la inmigracin que miraban al elemento negro de Cuba con desdn. El racismo es algo que repugna a la mente martiana cuya preocupacin mxima era la integracin de los cubanos todos bajo una nica bandera de amor y respeto al hombre, que, a su juicio, deba ser la norma suprema de la futura repblica. "Yo quiero que la ley primera de nuestra repblica sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre" (OC 4, 270).

El humanismo inclusivista que revelan estas palabras es la constante ms profunda del quehacer poltico martiano, y la piedra angular de la reconstruccin del movimiento revolucionario cubano. Mart hace poltica porque ama. La fuerza fecunda de su palabra radica en el mensaje de amor que predica. Su frmula de "con todos y para el bien de todos" es la sntesis del estado poltico al que aspiran los pueblos unidos, los pueblos que combaten sin odios ni rencores. La revolucin, por consiguiente, debe realizarse de tal forma que encuentren cabida en ella todos los sectores del pueblo cubano. La revolucin de Mart no excluye. Ella es, por el contrario, un gran proceso envolvente en el que se aniquilan las diferencias mediante el triunfo del amor sobre el odio.

El nacimiento del Partido Revolucionario Cubano, a principios de 1892, fue el primer resultado prctico de la "frmula del amor triunfante". El Partido surgi como un frente amplio de lucha en el que, por el espritu integrador del "Maestro", la revolucin de ayer" y la revolucin de hoy" se fundieron bajo un programa comn. Mart era el alma del Partido, y trabajaba infatigablemente para consolidarlo. A travs de las pginas de Patria", el peridico del Partido, extendi Mart sus ideales de unidad y conciliacin. Esta tarea era insoslayable, puesto que las discrepancias e intentonas divisionistas se seguan presentando; y ello a pesar de que con la fundacin del Partido se haba resuelto el viejo problema suscitado entre militaristas y civilistas, mediante la creacin de dos jefaturas, una civil y otra militar, cuyos jefes eran Mart y Gmez respectivamente. Durante estos aos de preparacin de la lucha armada, Mart vivi atormentado por la idea de que cualquier malentendido o frase poco meditada pudiese abrir las viejas heridas del 78 y el 84. En esta tensin permanente procuraba Mart conjugar la labor de agitacin poltica con la de esclarecimiento ideolgico sobre los fines del movimiento revolucionario.

La labor del Partido Revolucionario Cubano culmin en 1895 con el estallido de la guerra independentista. Mart viaj a Santo Domingo para unirse a las tropas que desde esa nacin habran de dirigirse a Cuba bajo el mando del general Mximo Gmez. El 25 de marzo de ese ao redact, en Montecristi, el Manifiesto de la Revolucin. Documento ste que refleja la madurez de su pensamiento poltico, recogiendo en un todo programtico sus ideas sobre la concepcin de la revolucin y sobre las vas por las que deba realizarse, para que con el triunfo se garantizase el establecimiento de una repblica democrtica en la lnea de la "frmula del amor triunfante: con todos y para el bien de todos".

Pero Mart no lleg a ver la proclamacin de Cuba como estado independizado formalmente, pues a poco del inicio de la lucha, el 19 de marzo de 1895, mora en Dos Ros en accin de guerra contra el ejrcito espaol. El da anterior a su muerte haba comenzado una carta a su querido amigo mexicano Manuel Mercado en la que plasmaba la honda preocupacin que le produca el destino de Cuba, pas pequeo, frente al coloso del Norte.

Por esto, para Mart, independizar a Cuba es, primero, arrancar de Amrica los ltimos restos del colonialismo espaol y, segundo, afianzar la unin de las jvenes repblicas hispanoamericanas para contener as los impulsos imperialistas de los Estados Unidos. Tal era el propsito martiano que se explicitaba ntidamente en esa carta, su ltimo documento, al escribir: "Ya estoy todos los das en peligro de dar mi vida por mi pas y por mi deber puesto que lo entiendo y tengo nimos con que realizarlo de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza ms, sobre nuestras tierras de Amrica. Cuanto hice hasta hoy, y har, es para eso" (OC 20, 161).

No queremos terminar esta sucinta exposicin del ideario martiano sin aludir a una de sus contradicciones ms saltantes. La visin antiimperialista de Mart, consciente y coherentemente elaborada, se compagina difcilmente con su pensamiento sobre la realidad social hispanoamericana, que excluye sistemticamente el conflicto de las clases sociales. Restringiendo el tema a la problemtica cubana, comprobamos que los anlisis martianos no contienen, ni siquiera como factores auxiliares, criterios de diferenciacin clasista. El por qu de esta ausencia es de difcil explicacin, mxime cuando se tiene presente que sus obras y experiencias demuestran que conoci las doctrinas socialistas y que como veremos en el captulo segundo durante su prolongada estancia en Norteamrica fue testigo de encarnizadas luchas sociales, animadas sobre todo por el espritu combativo de los obreros europeos emigrados.

La explicacin ms sistemtica de esta contradiccin del pensamiento martiano la ha dado Roberto Fernndez Retamar en su estudio: Mart en su (tercer) mundo (2), cuyas conclusiones son aceptadas con bastante unanimidad por otros estudiosos cubanos de la obra del apstol. La interpretacin de Fernndez Retamar parece surgir que Mart margina el problema de la lucha de clases en el mbito nacional cubano por razones estratgicas obvias. Mart habra visto que la tarea inmediata era la de lograr la independencia de Cuba y que dicha tarea no podra ser cumplida sin el concurso armonioso de todo el pueblo cubano. Frente a semejante coyuntura poltica, sabiendo que un planteamiento del conflicto de clases hubiese quebrado la unidad popular requerida por la guerra de liberacin nacional, Mart habra entendido que lo que exiga aquel momento histrico determinado no era otra cosa que la urgente consolidacin de un amplio movimiento revolucionario de carcter nacionalista, que, uniendo los esfuerzos de todos, fuese la expresin disciplinada de la voluntad de un pueblo entero dispuesto a oponerse, en bloque, al opresor extranjero. A este espritu respondi el Partido Revolucionario Cubano, organizacin de estructuras integradoras que reuni en s "a los hombres de todas condiciones y grados de fortuna", como dijera Mart.

Que la actividad poltica de Mart se centra en la consecucin de la unidad nacional, es un hecho indiscutible. Sin embargo, lo que ya es menos indiscutible es el uso que se hace de este hecho en la interpretacin de Fernndez Retamar, donde se le utiliza como resorte de ajuste. La unidad nacional es, ciertamente, una obsesin para Mart, pero no es la causa por la que su pensamiento margina la problemtica de la lucha de clases. A nuestro juicio, el silencio de Mart sobre este problema obedece a razones que no son slo de estrategia. Decir que "deja de lado temporalmente este problema en aras de la unidad revolucionaria" (3), es forzar una verdad del pensamiento del Apstol para hacer entrar en ella un elemento otro que no expresa, pero que quizs a nosotros nos convenga ponerlo dentro. El problema, a nuestro modo de ver, no es de estrategia sino de principios.

Creemos, en efecto, que es mucho ms conforme al espritu de Mart decir, simple y llanamente, que su silencio significa el rechazo abierto de su sensibilidad intelectual a la temtica de la lucha de clases. Mart est profundamente convencido de la viabilidad de una sociedad fundada sobre sentimientos de amor, donde las diferencias sociales pierdan su carcter antagnico. La fe ciega en la fuerza del amor es algo que no se puede olvidar en Mart. Segn l, frente al odio que hiere y separa, hay que colocar el amor que cura y une. Y es precisamente esa fe en el amor la que le impide analizar la sociedad en trminos clasistas. Lo primario es el hombre, y a la capacidad humana de amar rinde culto Mart. Nada de extrao tiene, pues, que considere la lucha de clases como una fuerza histrica basada en el odio que conviene neutralizar en nuestras repblicas mediante la creacin de sociedades hermanadas en las que se asegure el bienestar de todos.

Mart no aplaz tcticamente el problema de la lucha de clases, sino que quiso conjugarlo con una doctrina de convivencia social edificada sobre la base slida del amor humano. Por consiguiente, si consumi su vida por lograr la creacin de un frente amplio que fuese capaz de obtener la independencia no fue como tctica para realizar, primero, una revolucin democrtica-burguesa de tipo nacionalista que expulsase al extranjero y pasar, luego, a desencadenar la lucha de clases que posibilitase el trnsito a una revolucin socialista. No. Para Mart el socialismo no constituye nunca una alternativa poltica para nuestros pueblos. Sus crticas al sistema capitalista no le llevan a romper con dicho sistema, ni a plantear tampoco una alternativa distinta. En realidad, ms que en clases y sistemas, Mart se fija en los hombres. Las posibilidades de mejoramiento humano son la raz de su esperanza futura en una revolucin purificadora que engendre una sociedad sin odios, donde las desaveniencias se arreglan por va pacfica y democrtica.

Muy ilustrativos para este punto resultan los estudios martianos sobre los conflictos sociales en los Estados Unidos. Mart se identifica con la causa de los trabajadores aceptando incluso sus mtodos violentos para oponerse a las injusticias de los patronos. Denuncia la tirana comercial implantada por los crecientes monopolios y las nefastas consecuencias socio-econmicas que origina. "El monopolio, dice, est sentado, como un gigante implacable, a la puerta de todos los pobres" (OC 10, 84). Comprende, en fin, la enseanza medular de la violencia proletaria frente a los capitalistas: "Este mundo es horrible; crese otro mundo!" (OC 11, 338).

Sin embargo, a pesar de estas posiciones radicales, Mart no ve en el socialismo ese otro mundo nuevo. Para l, ese mundo otro ha sido ya conquistado al menos tericamente por la repblica democrtica. La lucha de clases le coloca ante una alternativa que no es la de capitalismo o socialismo sino la de monarqua o repblica, ya que el choque violento entre las clases le parece ser un producto tpico de los estados monrquicos, por el que se expresa el grado de descomposicin poltica alcanzado por dichos estados, y, asimismo, la necesidad de superarlas. Y segn Mart, la repblica democrtica es la ms perfecta superacin del estado monrquico. En consecuencia, los problemas del estado monrquico no deben de sobrevivir en la repblica. Frente a la libertad, la igualdad y la fraternidad republicanas deben desvanecerse todos los antagonismos sociales creados por el viejo orden. "Como gotas de sangre que se lleva la mar eran en los Estados Unidos las teoras revolucionarias del obrero europeo, mientras con ancha tierra y vida republicana ganaba aqu el recin llegado el pan, y en su casa propia pona de lado una parte para la vejez" (OC 11, 335).

Justamente con esa fraternal vida republicana contaba Mart para curar la tradicin clasista de los obreros emigrados de Europa que, acostumbrados a regmenes despticos, seguan prefiriendo sus antiguas formas de lucha a la del sufragio universal. "A barcadas viene el odio de Europa; a barcadas hay que echar sobre l el amor balsmico" (OC 11, 80).

Por todo lo anterior, cuando se desata la lucha social en los Estados Unidos, Mart no la interpreta como una ley histrica inherente al sistema republicano, sino ms bien como el sntoma evidente de la descomposicin de la vida democrtica. La repblica se degrada, y los males propios de la monarqua amenazan con destruirla. La lucha de clases no pone en crisis el deber ser de la vida republicana, puesto que, para decirlo con palabras martianas, su aparicin se produce en una repblica traicionada, donde el antagonismo entre los intereses de las clases sociales ms que postular la liquidacin del orden democrtico republicano, demuestra que tal orden ha sido invalidado por la avaricia de los ricos que, en su apetito insaciable de riquezas, han resucitado un orden social injusto que se crea superado para siempre.

La pureza del orden republicano en su deber ser queda inmaculada, pues la lucha de clases que lo estremece aparece como un efecto ajeno a los principios de su sistema. La reaparicin del conflicto social en la repblica indica que sta "por el culto desmedido a la riqueza, ha cado, sin ninguna de las trabas de la tradicin, en la desigualdad, injusticia y violencia de los pases monrquicos" (OC 11, 335).

No hace falta, por tanto, un orden distinto. Basta con reforzar las fuerzas del bien y de la libertad para evitar que la repblica "caiga", retrocediendo, en las situaciones del estado poltico sobre el que se haba erguido como su negacin superadora.

La experiencia de la lucha de clases en los Estados Unidos conmina a Mrti a reforzar, frente a esa repblica que se haba convertido "en una monarqua disimulada", los ideales justicieros del verdadero espritu republicano, viendo en ello la mejor forma de impedir el resurgimiento de los antagonismos sociales propios de los estados tirnicos. De aqu que el ideal de una repblica democrtica propuesto para Cuba, no sea en la mente del Apstol una simple meta estratgica, sino el definitivo estado poltico que deseaba ver imperando en su patria.

Esta limitacin del pensamiento martiano, unida a otras que no tenemos tiempo de cuestionar en este captulo, muestra que, a pesar de sus muchos puntos de coincidencia con el marxismo, Mart no fue un marxista. Tampoco puede ser considerado como un pensador inscrito dentro de los moldes de una mentalidad burguesa ms o menos avanzada. Porque si es cierto que su pensamiento no llega, en conjunto, a posiciones rigurosamente marxistas, tambin es cierto que el horizonte de las doctrinas burguesas, incluso el de las ms liberales, le resulta sumamente estrecho. Sus crticas a las condiciones sociales creadas por el capitalismo, an cuando no le llevan a romper abiertamente con el sistema burgus, le sitan muy por encima de los simples ideales reformistas expuestos por otros pensadores americanos de su poca.

Mart no cuadra, en fin, dentro del pensamiento burgus porque el punto de partida de su reflexin terica no se inserta en la racionalidad de los grupos dominantes. La reflexin martiana parte de las aspiraciones de los oprimidos puesto que con ellos "haba que hacer causa comn, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hbitos de mando de los opresores" (OC 11, 19).

La causa de los explotados ofrece a Mart una racionalidad distinta que le permite desarrollar un pensamiento de protesta y de negacin de la realidad impuesta por las castas dominantes. Dispone, pues, el elemento esencial para romper con el sistema capitalista en general; sin embargo, no rompe sino con una parte del mismo: el colonialismo. Porqu? Aunque el esclarecimiento de este por qu supone una revisin total del pensamiento del Apstol, bstenos aqu indicar la verdad fundamental sobre la que se debe fundar, y que en forma resumida nos parece que se puede enunciar as: cuando Mart habla de opresores y oprimidos se refiere, substancialmente, a la contradiccin producida entre colonizadores y colonizados; no a la de burgueses y proletarios. Por consiguiente, si en el mbito de la colonia tan oprimidos son los indios y mestizos como las castas burguesas criollas, la anulacin de la contradiccin colonialista es la tarea de un pueblo que, superando los distingos clasistas, se lanza unido a la guerra de liberacin nacional. Conquistada la libertad e implantada una repblica basada en el espritu unitario y fraternal consolidado por la guerra, no hay razn alguna para esperar el resurgimiento del conflicto de clases; pues el rompimiento del yugo imperialista implica la disolucin de la contradiccin primaria. No hay, por tanto, razn alguna para introducir en el orden republicano, bajo la forma de burgueses y proletarios, la contradiccin insalvable del viejo sistema imperial, puesto que si en ste el antagonismo entre colonizadores y colonizados es absoluto y exige la destruccin del sistema, en la repblica, por el contrario, el arreglo pacfico de los intereses de las diversas capas sociales est asegurado por sus estructuras democrticas. La dialctica de lucha, expresin de la violencia antiimperialista de los colonizados, es integrada, en tanto que fuerza purificadora, en esa dialctica del amor triunfante que deben describir las relaciones sociales dentro de la vida republicana.

El rechazo martiano a la realidad histrica de la lucha de clases en el orden republicano verdadero se hace ms incomprensible todava si se tiene en cuenta que, a pesar del carcter interclasista concedido al bloque de los oprimidos para oponerlo as como un todo al conjunto de los colonizadores, su pensamiento no se desarrolla en base a una ideologa interclasista sino que se nutre de las experiencias sufrimientos, y aspiraciones de aquellos que, por representar ms autnticamente lo original nuestro, ms brutalmente sienten sobre ellos el peso del explotador sistema colonial. En este sentido, su pensamiento, en cuanto sistematizacin terica de las esperanzas indgenas, de los intereses del campesinado pobre y de los anhelos de igualdad del mestizo y del negro despreciado, presenta una carga clasista innegable que es el verdadero eje de sus formulaciones anticolonialistas.

Aqu se descubre un desequilibrio, quizs el mayor, en el pensamiento de Mart: reconoce que la situacin de las masas americanas es un problema poltico motivado por la dependencia colonial, que se resolver no por llamadas a la conciencia moral de los colonizadores sino por una guerra abierta contra el sistema imperante que han impuesto. Sin embargo, al abordar el problema social dentro de un contexto nacional, no aplica el mismo principio de demarcacin radical de los intereses. Inconsecuentemente, a este nivel, Mart hace gala de una fe extraordinaria en la bondad de la naturaleza humana, por la cual el conflicto social adquiere una significacin distinta. Los conflictos sociales son ahora problemas eminentemente morales. La solucin de los mismos habr de buscarse, pues, no en el cambio del sistema poltico, sino en la creacin de una conciencia moral, generosa y justiciera que armonice, sin parcialidades, los intereses de todos (4).

La constatacin de este desequilibrio no empequeece absolutamente en nada el impacto del mensaje del pensamiento martiano. La obra de Mart, en su conjunto, es, tanto terica como prcticamente, la obra de un hombre comprometido que se ha impuesto como deber insoslayable el desenmascarar en forma coherente y rigurosa la realidad enajenante creada por el colonialismo. Esta es la dimensin fundamental del pensamiento del Apstol, y la que lo convierte, como dice acertadamente Fernndez Retamar en el estudio citado, en la primera voz de eso que hoy se ha dado en llamar "Tercer Mundo".

Notas(1) Jos Mart, La Repblica Espaola ante la Repblica Cubana, en Obras Completas, tomo 1, La Habana 1975, p. 92. Las citas de Jos Mart provienen todas de esta edicin de las obras completas y se anotar en el texto el tomo y pgina.

(2) Cfr. Roberto Fernndez Retamar, "Mart en su (tercer) mundo", en Ensayo de otro mundo, La Habana 1967, pgs. 19-60

(3) Roberto Fernndez Retamar, Ibid., pg. 40

(4) Sobre este aspecto sera interesante analizar la influencia cristiana (o de concepciones religiosas en general) en el pensamiento de Mart.