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EL POSITIVISMO EN AMERICA A mediados del siglo XIX la sociedad y la educación en América Latina seguían presentando esquemas coloniales, a pesar de la dura critica surgida a partir de la ilustración. Por tanto, sé hacia necesario un pensamiento que atacara esas viejas formas coloniales y que propusiera un nuevo camino para llegar a la verdad, distinto del método escolástico. Una novedosa corriente filosófica, el positivismo, proporciono entonces a los pensadores latinoamericanos los fundamentos teóricos para hallar la verdad de las cosas en los hechos y en los fenómenos. Los pensadores latinoamericanos asimilaron la doctrina positivista, creada por Comte, y la aplicaron a nuestra realidad. Con el positivismo se lograron superar los rezagos coloniales y se creo una conciencia empírica. El país que recibió más influencia del positivismo fue México. Allí marcó la vida política, educativa y social, al punto que Gabino Barreda, discípulo de Comte, organizo la educación del país por encargo del gobierno. La fuerza que el positivismo tiene en Argentina -y también en Latinoamérica- a fines del siglo XIX, remite al proceso de formación del Estado nacional. El liberalismo del período independentista, a partir de los 80 se ve reforzado por el positivismo comteano y spenceriano a los efectos de pensar un país ordenado e integrado. Es en esta instancia donde la ideología positivista cumple “un papel hegemónico, tanto por su capacidad para plantear una interpretación verosímil de estas realidades nacionales cuanto por articularse con instituciones que -como las educativas, jurídicas, sanitarias o militares-tramaron un sólido tejido de prácticas sociales en el momento de consolidación del Estado y de la nación. De hecho, la incorporación más plena al mercado mundial y las tareas de homogeneizar las estructuras sociales para tornar gobernables a países gobernantes a países provenientes del período de enfrentamientos civiles pos-independentistas coincidieron con una etapa de centralización estatal y con la penetración y difusión de la filosofía positivista.”(véase Terán.Positivsmo y nación) Es un momento también en el que la incorporación de las economías del subcontinente al mercado capitalista mundial, tanto en la Argentina como otros países latinoamericanos, generan conflictos y tensiones donde confluyen distintas ideologías que dan su propia versión de la realidad. Si bien, es la ideología positivista la que constituye la matriz mental dominante en el período 1880-1910, surge también en el terreno político cultural una crítica a la expansión del orden industrial burgués con el modernismo espiritualista. Luego nos detendremos a hablar de este movimiento cuando desarrollemos el pensamiento de Ingenieros.

El Positivismo en America

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EL POSITIVISMO EN AMERICAA mediados del siglo XIX la sociedad y la educación en América Latina seguían presentando esquemas coloniales, a pesar de la dura critica surgida a partir de la ilustración. Por tanto, sé hacia necesario un pensamiento que atacara esas viejas formas coloniales y que propusiera un nuevo camino para llegar a la verdad, distinto del método escolástico.

Una novedosa corriente filosófica, el positivismo, proporciono entonces a los pensadores latinoamericanos los fundamentos teóricos para hallar la verdad de las cosas en los hechos y en los fenómenos.

Los pensadores latinoamericanos asimilaron la doctrina positivista, creada por Comte, y la aplicaron a nuestra realidad. Con el positivismo se lograron superar los rezagos coloniales y se creo una conciencia empírica.

El país que recibió más influencia del positivismo fue México. Allí marcó la vida política, educativa y social, al punto que Gabino Barreda, discípulo de Comte, organizo la educación del país por encargo del gobierno.

La fuerza que el positivismo tiene en Argentina -y también en Latinoamérica- a fines del siglo XIX, remite al proceso de formación del Estado nacional. El liberalismo del período independentista, a partir de los 80 se ve reforzado por el positivismo comteano y spenceriano a los efectos de pensar un país ordenado e integrado.

Es en esta instancia donde la ideología positivista cumple “un papel hegemónico, tanto por su capacidad para plantear una interpretación verosímil de estas realidades nacionales cuanto por articularse con instituciones que -como las educativas, jurídicas, sanitarias o militares-tramaron un sólido tejido de prácticas sociales en el momento de consolidación del Estado y de la nación. De hecho, la incorporación más plena al mercado mundial y las tareas de homogeneizar las estructuras sociales para tornar gobernables a países gobernantes a países provenientes del período de enfrentamientos civiles pos-independentistas coincidieron con una etapa de centralización estatal y con la penetración y difusión de la filosofía positivista.”(véase Terán.Positivsmo y nación)

Es un momento también en el que la incorporación de las economías del subcontinente al mercado capitalista mundial, tanto en la Argentina como otros países latinoamericanos, generan conflictos y tensiones donde confluyen distintas ideologías que dan su propia versión de la realidad. Si bien, es la ideología positivista la que constituye la matriz mental dominante en el período 1880-1910, surge también en el terreno político cultural una crítica a la expansión del orden industrial burgués con el modernismo espiritualista.

Luego nos detendremos a hablar de este movimiento cuando desarrollemos el pensamiento de Ingenieros.

De cualquier manera, es el discurso positivista quien mejor interviene en la tarea de hacerse cargo de la invención de un modelo de país, como de explicar los efectos no deseados del proceso de modernización en curso. En la diagramación del modelo bajo la matriz positivista, las instituciones tienen un rol fundamental en el proceso de centralidad del Estado; las mismas “trazan el límite en cuyo interior se asimilarían los sectores integrables a la modernidad, en tanto que la variable coercitiva operaría también institucionalizadamente expulsando de él las fracciones pre o extra capitalistas renuentes a incorporarse a la estructura nacional”.

La izquierda en América latina

Es innegable el avance de la izquierda en América Latina. Dos terceras partes del subcontinente son gobernadas por diversas expresiones de izquierda que han emergido de diferentes procesos políticos. Y si bien cada uno presenta especificidades en su conformación, es posible encontrar algunos signos de identidad.

La mayor parte de los partidos políticos y frentes de izquierda que hoy se encuentran en el poder provienen de movimientos que a lo largo de más de tres décadas, además de enfrentar las expresiones más duras del autoritarismo gubernamental -en especial las dictaduras militares-, hicieron un replanteamiento de su posición ideológica y de su discurso. El distanciamiento con el bloque soviético años antes de la caída del muro de Berlín trajo consigo dos posiciones fundamentales: asumir la democracia como la vía para

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lograr las transformaciones necesarias y un discurso que retomó los valores distintivos del nacionalismo en cada país.

El ejemplo más sensible de estos cambios lo representó el triunfo de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile, que marcó en definitiva el vuelco de la izquierda a la legalidad pese al feroz golpe militar que hundió a Chile en una de las más violentas dictaduras del continente.

En este contexto, las izquierdas iniciaron un proceso unitario que abrió paso a la conformación de nuevos partidos o frentes políticos, con lo que se empezaba a superar un espíritu de sectarismo fuertemente arraigado. Así surgen, entre otros, el Frente Amplio de Uruguay y nuevos partidos; en el caso mexicano, la disolución del Partido Comunista da paso al PSUM, al PMS y más adelante al PRD.

A la par de estos cambios, la emergencia de diversos movimientos cívicos y sociales frente al agotamiento de los modelos económicos impuestos por las políticas de ajuste y el neoliberalismo rebasaron la demanda reivindicativa para sumarse a la lucha por la democracia, el reconocimiento de los derechos sociales, la defensa del patrimonio nacional, el respeto a la naturaleza y a los derechos humanos.

La convergencia de estos elementos, sumada a la dinámica de los procesos locales, permitió a las izquierdas, además de alcanzar los primeros triunfos electorales y generar una cultura de gobierno, madurar un discurso al que se incorporó la adopción de valores democráticos en la gestión de los asuntos públicos: austeridad, eficiencia, rendición de cuentas, ética en el servicio público.

Hoy, la acción de la izquierda está indisolublemente ligada a la dinámica electoral, lo que la mantiene en una disputa permanente por el liderazgo político; ello la conduce, en la lógica de toda competencia, a encontrar un equilibrio para ganar a los sectores sociales que no simpatizan con esta corriente y a la disyuntiva de colocarse en el centro político para garantizar estabilidad y gobernabilidad.

Si bien el ejercicio gubernamental exige moderación -lo que no significa renuncia a principios e ideales-, así como atención al conjunto de intereses del conglomerado social, también exige certeza en la conducción y en la identificación de los cambios que permitieron el arribo de la izquierda al gobierno.

Si se reconoce que estos cambios derivaron del agotamiento de gobiernos autoritarios, de políticas que propiciaron mayor marginación y de un movimiento social que busca una mejor calidad de vida, la izquierda no tiene por qué abandonar esa ruta.

Ello no significa poner en riesgo la estabilidad macroeconómica, hacer un manejo irresponsable de los recursos públicos o frenar el desarrollo de la inversión privada; se trata más bien de mantener líneas puntuales que hacen diferente un proyecto de esta naturaleza.

Así, identifico al menos cuatro ejes que articulan una nueva identidad en la izquierda: la reforma y transformación democrática del Estado que le permita cumplir con sus responsabilidades sociales y la conducción de una política económica que, inmersa en la globalidad, favorezca el mercado interno y el desarrollo de la región; el impulso de una política de justicia social que abata la inequidad; la construcción de una ciudadanía más participativa y corresponsable; y el establecimiento de mecanismos que garanticen la gobernabilidad y el reconocimiento a la diversidad.

Democracia en América Latina

¿Qué pasa con la democracia en América Latina?

Oficialmente todas las naciones siguen las normas de la democracia liberal según el modelo de Estados Unidos.

Practican los ritos de las elecciones, de las asambleas legislativas, de la Constitución y de las leyes.

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Es el triunfo de la democracia después de la era de las dictaduras militares. Sin embargo, la insatisfacción está creciendo.

En todas las elecciones recientes el pueblo ha votado por partidos que ofrecían un programa de transformación

profunda. Una vez el nuevo presidente elegido y el nuevo Congreso instalado, no pasa nada, todo continúa como

siempre. Todo sucede como si el mismo sistema opusiera un obstáculo radical. Los nuevos gobernantes no pueden

cumplir sus promesas. Son prisioneros del sistema, o sea de las grandes fuerzas económicas.

Sin embargo, algunas señales están apareciendo que bien podrían ser el comienzo de un cambio. La primera señal ha

sido el MERCOSUR, a pesar de todas las dificultades encontradas. El MERCOSUR sobrevive y puede crecer. Es un

comienzo de formación de un cojunto de naciones que se defienden juntas contra las grandes fuerzas multinacionales.

Desde entonces otro hecho más significativo apareció: el carismático Hugo Chávez en Venezuela. En muchas ocasiones

las masas populares le renovaron un firme apoyo. Sin cambiar el sistema establecido, H. Chávez logró construir como un

Estado paralelo al servicio del pueblo. Gracias al petróleo pudo establecer un nuevo sistema de salud y de educación

para los pobres. Inició una reforma agraria. Estableció una estrecha relación con Cuba, y muestra que tiene capacidad

para promover una unión de las naciones de América del Sur, que sería como una extensión y ampliación del

MERCASUR. Venezuela ya entró en el MERCOSUR.

H. Chávez fue elegido según las normas convencionales e independientes de los partidos. En Venezuela todos los

partidos estaban en un estado de corrupción avanzado. El pueblo lo eligió y eligió una asamblea favorable fuera de los

partidos. Consiguió organizar de alguna manera el pueblo de los pobres sin formar partido. Entre él y el pueblo hay una

identidad que recuerda la identidad que en América Latina ya se manifestó algunas veces. La acción de un líder

carismático despertó las energías de un pueblo que se encontraba humillado e imposibilitado de actuar.

El desprestigio de los partidos políticos y del sistema que representan es un fenómeno que está creciendo en América

Latina. Si aparece un líder popular carismático, el pueblo abandonará los partidos para adherirse al jefe con el que se

identificará.

El caso de Evo Morales en Bolivia es sorprendente. Ganó las elecciones en el primer turno porque no solamente los

pueblos indígenas, sino también sectores de clase media o de mestizos le votaron. Todavía es pronto para saber qué va a

poder hacer, pero el echo parece también significativo. La gente espera ahora cuál será el país que va a pasar por un

proceso semejante.

En estos dos casos, estaba claro que el pueblo esperaba un líder fuerte, capaz de dar autoridad a un Estado más fuerte.

El sistema neoliberal hizo lo posible para destruir los Estados en todos los países dependientes y lo logró en gran

parte. Ahora se ha dsspertado la revuelta de los pueblos. Quieren un Estado fuerte.

Con esta doble experiencia los pueblos han dejado de creer que Estados Unidos tiene una fuerza ilimitada y puede

imponerse siempre. Han descubierto que es posible resistir y pensar en una alternativa. Tienen la impresión que la lucha

pacífica por la independencia ha empezado. Durante más 40 años Estados Unidos impuso la "pax americana" a todo el

continente. Hay señales de que esta situación camina hacia su solución final.

La democracia como valor compartido y como objetivo irrenunciable se ha afianzado con renovada fuerza en nuestro continente. Durante la Guerra Fría, no pocas veces estuvo subordinada a los intereses de seguridad de las potencias contendientes. La Carta Democrática Interamericana, aprobada por la OEA, constituye un documento–doctrina de la mayor importancia para su defensa. En la década de los 80, dictaduras militares fueron enfrentadas por movimientos populares que lograron conquistar sistemas políticos que otorgan especial importancia al respeto de las libertades fundamentales. Momentos auspiciosos se inauguraban en el hemisferio. Nuevas ilusiones alimentaban utopías

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redentoras. Efímero el tiempo de la esperanza. La degeneración de la partidocracia; el fracaso de los modelos neoliberales; la creciente insatisfacción de las necesidades populares; la recurrente secuela de desigualdades e injusticias, frustraron aspiraciones colectivas. Algunos gobiernos que habían nacido del voto popular fueron perdiendo legitimidad a causa del fracaso económico y político, así como de la degradación ética.

El Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres en reciente informe señala que, con notables excepciones, la democracia en la mayor parte de América Latina no ha respondido a las demandas populares y se ha visto asociada con la corrupción y la violencia.

Mientras tanto, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), constata la apatía de los ciudadanos con respecto a la política. Expertos como O´Donnel expresan que América Latina se orienta hacia una suerte de “democracia delegativa”, en la cual los ciudadanos eligen a sus dirigentes pero renuncian a controlarlos políticamente. Con base en encuestas realizadas, el BID sostiene que en este continente hay un apoyo predominante al ideario democrático, pero observa un respaldo marcadamente menor a la democracia, en la forma como ella se practica en la realidad.

Es por esto que Venezuela ha planteado en el seno de la OEA un sincero debate sobre la democracia que tenemos y la democracia que aspiramos. ¿Cuál democracia es la que necesitan nuestros pueblos? Cierto es que las elecciones otorgan fisonomías democráticas, pero no pocas veces los gobiernos se han dedicado a legitimar intereses de élites que usufructúan de manera obscena los privilegios del poder. Elecciones sí. Alternabilidad sí. Pluralismo sí. Pero ello no es suficiente. La democracia debe ir más allá del acto comicial, de lo episódico y crear mecanismos para fomentar la participación permanente de todos los actores sociales y políticos. Asimismo, debe satisfacer las demandas de las mayorías sociales; especialmente de los más pobres, que han sido condenados a la exclusión y a la miseria. Superar la pobreza es, entonces, no sólo una responsabilidad de la democracia, sino que es, también, una demanda ética. La preferencia hacia los pobres constituye una obligación insoslayable de cualquier gobierno que se proclame democrático. Un proyecto democrático también incluye a los sectores medios de la población y al empresariado progresista.

El respeto a los derechos humanos es una condición esencial del sistema democrático. Libertades fundamentales como la libertad de expresión y manifestación, su ejercicio pleno, son categoría de esos derechos; igualmente la protección que merece el ciudadano contra cualquier tipo de atropello: no se puede privar de la libertad a persona alguna en forma arbitraria, o someterla a torturas o maltratos que socaven la dignidad humana. Un tercer tipo de derechos –tal vez los más importantes en América Latina– se refieren a la satisfacción de necesidades vitales que proveen a los ciudadanos un nivel de vida justo y digno. Pero, cuando observamos los elevados niveles de pobreza y exclusión que existen en nuestro continente, debe reconocerse que aquí la democracia tiene muy poco contenido social. El gran reto para la democracia es, si duda, alcanzar la justicia.