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1 21. Congreso Mundial de Ciencia Polνtica Session type: CS Session name. CS03. Political Theory Panel 604 Dr. Oscar Godoy El problema del reconocimiento de la diferencia en la relaci σn Estado, democracia y ciudadanνa Mercedes Kerz 1. Introducciσn Cuando los griegos reflexionaban sobre el tiempo, lo hacνan sobre la base de la distinciσn entre Kronos y Kairos. Mientras que Kronos expresa al dios del tiempo real, secuencial e inexorable en el que se insertan nuestras vidas; Kairos representa al dios del tiempo interior de los hombres que persistentemente nos devuelve a la vida; una especie de entre tiempo donde algo especial sucede para que algo nuevo surja. Kairos, es en definitiva el tiempo en que vivimos lleno de significado simbσlico. ΏPor quι aludir a esta ya clαsica distinciσn para el inicio de este trabajo? Quizαs porque acudiendo al uso de la fuerza que la metαfora posee, nos indique que el tiempo en que vivimos estα tan atiborrado de conflictivos encuentros de interpretaciones, de cuantiosos problemas y de innumerables puntos de vista que, en sus plurales y a veces contradictorias manifestaciones, terminan por restituirle a Kairos un papel Versiσn corregida y ampliada del trabajo Estado, democracia y ciudadanνa: La diferencia como paradoja de la democracia presentado en las XIII Jornadas Internacionales Interdisciplinarias de la Fundaciσn ICALA sobre Justicia Global e Identidad Latinoamericana. Intercambio Cultural Alemαn-Latinoamericano. Cσrdoba. Noviembre de 2008. Mi reconocimiento para Osvaldo Iazzeta y Leandro Rodrνguez Medina por los pertinentes comentarios realizados durante el desarrollo del trabajo. Todos los comentarios contribuyeron al replanteo de ideas, a la bϊsqueda de una mayor claridad expositiva como a la ampliaci σn de los primigenios planteos. Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Cientνficas y Tι cnicas de la Repϊblica Argentina (CONICET). Prof. Titular de Historia del Pensamiento Polνtico II y de Teorνa Polνtica I y II de la Universidad de Belgrano. Directora del αrea de Ciencia Polνtica del Departamento de Investigaciones de la Universidad de Belgrano. [email protected]

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21. Congreso Mundial de Ciencia Polνtica Session type: CS Session name. CS03. Political Theory Panel 604 Dr. Oscar Godoy

El problema del reconocimiento de la diferencia en la relaciσn Estado, democracia y ciudadanνa♦

Mercedes Kerz♦

1. Introducciσn Cuando los griegos reflexionaban sobre el tiempo, lo hacνan sobre la base de la distinciσn entre Kronos y Kairos. Mientras que Kronos expresa al dios del tiempo real, secuencial e inexorable en el que se insertan nuestras vidas; Kairos representa al dios del tiempo interior de los hombres que persistentemente nos devuelve a la vida; una especie de entre tiempo donde algo especial sucede para que algo nuevo surja. Kairos, es en definitiva el tiempo en que vivimos lleno de significado simbσlico. ΏPor quι aludir a esta ya clαsica distinciσn para el inicio de este trabajo? Quizαs porque acudiendo al uso de la fuerza que la metαfora posee, nos indique que el tiempo en que vivimos estα tan atiborrado de conflictivos encuentros de interpretaciones, de cuantiosos problemas y de innumerables puntos de vista que, en sus plurales y a veces contradictorias manifestaciones, terminan por restituirle a Kairos un papel

♦ Versiσn corregida y ampliada del trabajo �Estado, democracia y ciudadanνa: La diferencia como paradoja de

la democracia� presentado en las XIII Jornadas Internacionales Interdisciplinarias de la Fundaciσn ICALA sobre �Justicia Global e Identidad Latinoamericana�. Intercambio Cultural Alemαn-Latinoamericano. Cσrdoba. Noviembre de 2008. Mi reconocimiento para Osvaldo Iazzeta y Leandro Rodrνguez Medina por los pertinentes comentarios realizados durante el desarrollo del trabajo. Todos los comentarios contribuyeron al replanteo de ideas, a la bϊsqueda de una mayor claridad expositiva como a la ampliaciσn de los primigenios planteos. ♦ Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Cientνficas y Tιcnicas de la Repϊblica Argentina

(CONICET). Prof. Titular de Historia del Pensamiento Polνtico II y de Teorνa Polνtica I y II de la Universidad de Belgrano. Directora del αrea de Ciencia Polνtica del Departamento de Investigaciones de la Universidad de Belgrano. [email protected]

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protagσnico en los subjetivos mundos de vida que se despliegan en el kronos del tiempo que, por nuestra propia historicidad, nos sitϊa. Ubicαndonos en el plano de la reflexiσn teσrica, la permanente utilizaciσn del prefijo pos para designar tanto tradicionales pero diferentes planteos como a nuevas corrientes, no son mαs que un ejemplo minϊsculo de lo que acabamos de sostener. Posfordismo, posestructuralismo, poshumanismo, posmodernidad, poskeynesianismo, posmarxismo, entre otros, se constituyeron en los convulsionados campos de interpretaciones que cruzaron cronolσgicamente el siglo XX y que simbσlicamente se erigieron en teorνas sociales que interpretaban en sν y para si el conjunto de la experiencia histσrica de los tiempos vividos. Anαlogas observaciones pueden hacerse cuando la mirada se deposita en la indagaciσn y constataciσn de las profundas y variadas transformaciones ocurridas en las ϊltimas dιcadas del siglo XX , y que dieron origen a una conjunciσn de problemas, conflictos y cambios que, en sus emergencias y desarrollos, fueron modelizados, explicados e internalizados bajo el concepto-instrumento de globalizaciσn. Prevalece un tipo de percepciσn ampliamente compartida de que muchas formas de ser de nuestro mundo social, simbσlico y polνtico han sido tan profundamente transformados que casi es una certeza su condiciσn de no retorno. Ahora bien si la globalizaciσn se transformσ, - como otrora fue la guerra frνa-, en el hegemσnico paradigma teσrico-prαctico para explicar la dinαmica de los procesos econσmicos, sociales y polνticos del espacio y tiempo mundial; el liberalismo en su prefijo neo, fue el sustratus filosσfico, polνtico y social de ese mundo que virtualmente se organizaba y normativamente parecνa suturarse a escala planetaria. En un anαlisis dialιctico, del tipo propuesto por Hegel, podemos pensar que si toda acciσn tiene inherentemente su condiciσn de destrucciσn; por ende, el proceso globalizador no escapa a esta condiciσn. Para el filσsofo idealista, no hay acciσn que no tenga en sν misma los gιrmenes de su propia negatividad. En su filosofνa, esto significa afirmar que toda idea tiene en sν la condiciσn de su propia destrucciσn. En su triαdica dialιctica, el momento de la sνntesis es posible cuando se supera la condiciσn de negatividad que estα contenida en el interior de toda afirmaciσn. De esta manera, la globalizaciσn como proceso histσrico si bien crea su propia realidad contiene en su mismo interior la negaciσn de su misma afirmaciσn. La emergencia de demandas de reconocimiento de mundos simbσlicos fragmentarios que se produce siempre en un determinado estado de fuerza como negatividad del proceso global estα dando forma, sostendrα Castells �a nuestro mundo y a nuestras vidas� (1998:23). Es el proceso globalizador el que, en definitiva, ha vuelto mαs visible los territorios, los espacios de representaciσn, las fronteras, las demandas de reconocimiento de las diferencias, las pretensiones de igualdad de los desiguales, los problemas de exclusiσn-inclusiσn; las nacionalidades, los derivados de lealtades locales y regionales y los de identidades ιtnicas, religiosas y culturales. La entrada en escena de estos problemas dentro de formas democrαticas de organizaciσn polνtica designan un lugar de enfrentamiento y un tiempo de acontecimiento que, al no ser cerrados sino mαs bien mera distancia, ponen en evidencia la

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necesidad de volver a pensar algunos de los ya clαsicos problemas de la teorνa polνtica como son los correspondientes al Estado, democracia y ciudadanνa. En palabras de Habermas �se mire como se mire la globalizaciσn de la economνa destruye la constelaciσn histσrica que el compromiso social del Estado transitoriamente hizo posible� (2000:74). El que el Estado, -el Estado liberal democrαtico de derecho para el autor-, vaya perdiendo sus potencialidades en tanto Estado social genera como consecuencia la reapariciσn de viejos conflictos que, en su evaluaciσn, se encontraban superados. Analizar los viejos problemas para entender los nuevos es la fσrmula del filσsofo para la comprensiσn y explicaciσn de los retos que cercan la contemporaneidad. (Kerz 2004). Es en definitiva, lograr la conflictiva y hasta antagσnica coexistencia entre kronos y cairos. Siguiendo este planteo, pensamos que si se quiere entender quι tipos de procesos se aϊnan a la globalizaciσn es preciso repasar las particularidades y las presunciones sobre las que se estableciσ el Estado moderno, la democracia y la ciudadanνa. Particularmente cuando existe un cierto consenso en torno a los problemas que en este tiempo global emergieron con caracterνsticas renovadas. Los del reconocimiento de las diferencias; los referidos a cσmo lograr condiciones de igualdad que iguale a los desiguales, diversos y diferentes; cσmo pensar la organizaciσn polνtica de la convivencia social cuando todas estas cuestiones, entre otras, desdibujaron los formatos que tenνan gracias a que la globalizaciσn tecnolσgica al interconectar simultαneamente todo el planeta creo nuevas diferencias, desigualdades y problemas de organizaciσn polνtica. (Garcνa Canclini 2004:14) Este argumento debe leerse bajo la consideraciσn de que los planteos sociales se enfrentan cada vez mαs con nuevos problemas porque sus objetos de estudios van mαs allα de la capacidad interpretativa de los conceptos conocidos. Ahora bien, por mαs que las reflexiones sobre el individuo, la sociedad y la cultura ya no se ubican tan solo en el αmbito del Estado y de su historia no por ello dejan de estarlo. De ahν la importancia de volver la reflexiσn a los problemas que siguen componiendo la agenda polνtica global. Poner claramente de relieve las principales lνneas de conexiσn entre Estado, democracia y ciudadanνa siguen siendo motivos de preocupaciσn y objetos de anαlisis de las contemporαneas reflexiones polνticas. 1.2 Estado-Democracia y Ciudadanνa Las investigaciones en ciencias sociales concuerdan en considerar al Estado, democracia y ciudadanνa como fenσmenos polνticos de la modernidad. Es decir, fenσmenos ligados al universalismo moral y polνtico comprometido con los ideales universales hacia cada persona en virtud del derecho natural; a la racionalidad abstracta del derecho, a la autonomνa moral de los individuos, la justicia e igualdad, la participaciσn democrαtica y el ejercicio de los derechos civiles y polνticos compatibles con la autonomνa racional del hombre y a la formaciσn de asociaciones polνticas solidarias. (Benhabid Seyla 2006:14)

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Los teσricos sociales, compartiendo en su gran mayorνa esta aseveraciσn fijan, en consecuencia, el inicio del estudio de estos procesos en torno de los siglos XVII y XVIII en el espacio correspondiente al cuadrante (nor) occidental europeo-americano. Para ser mαs precisos, es a durante estos siglos que en el pensamiento europeo el concepto Estado, la naturaleza de la organizaciσn y de sus poderes, como el derecho a exigir obediencia se constituyen en temas prioritarios de anαlisis. De igual manera, concuerdan estos teσricos, en considerar al siglo XIX como el tiempo de universalizaciσn del Estado, la democracia y la ciudadanνa, de modo que ya a fines del siglo XX se los estudia y evalϊa como fenσmenos extendidos a escala planetaria.

Por su importancia, estos problemas han sido reiteradamente analizados desde αngulos muy variados. Existe toda una prolνfica bibliografνa histσrica, polνtica, sociolσgica, antropolσgica, entre otras, que segϊn los procesos prioritariamente seleccionados permiten sistematizar los anαlisis de estos fenσmenos polνticos modernos en torno a ciertos enfoques predominantes. Uno de ellos podemos reconocerlo en los centrales planteos de Marx y sus heterodoxas tradiciones. Para Marx (1959) y, en consecuencia para el marxismo, el problema del Estado y de la democracia hay que analizarlo sobre la base del origen y desarrollo de los modos de producciσn y sus correspondientes relaciones de producciσn. Sus problemas coinciden en pensar al Estado y a la democracia como instrumento de dominaciσn y de organizaciσn polνtica de una clase dentro de un modo capitalista de producciσn. El Estado era analizado por Marx como una forma distintiva que reproduce las relaciones sociales capitalistas y la democracia como el resultado del triunfo de la burguesνa en la organizaciσn de las relaciones de poder. Por su parte, Weber (1969) y sus continuadores, reconstruyeron retrospectivamente la constituciσn de un tipo de organizaciσn polνtica cuya caracterνstica organizativa y su principio de legitimaciσn solo se encuentra en el mundo occidental. La gιnesis del Estado es estudiada de la mano de los procesos de racionalizaciσn de un modo de dominaciσn de una sociedad que se industrializa Por ϊltimo otra de las perspectivas dominante es la que se desarrolla a partir de los planteos de Barrington Moore (1991).Su foco se ubica en identificar los motivos por los cuales ciertos Estados adoptan formas democrαticas de organizaciσn polνtica mientras que otros lo hacen por formas autoritarias.

Preguntarse, por el nacimiento y derrotero de estos problemas no es entonces una cuestiσn menor. Se inscriben, por solo citar, en la tradiciσn de Locke, Tocqueville, Montesquieu, Marx y Weber continuando en la actualidad en las reflexiones de autores como Sartori (1988); Dahrendorf (1990) Bourdieu y Coleman (1990); Mann (1991); Tilly (1992); Dahl (1992); Giddens (1986,1993); Ramos (1993); K, Held (1997a, 1997b); Kymilicka (1996); Habermas (1989; 2000), Barrington Moore (1991) y Skinner (2003), entre otros. Aun desde tradiciones teσricas no solo diferentes sino hasta opuestas, la mayorνa de ellos fundaron el estudio de estos fenσmenos sobre la caracterizaciσn de procesos de cambio

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social entendidos como derivaciones no intencionales de acciones intencionales y, por lo tanto, como una especie de procesos ciegos que, sin distinguir propσsito alguno, terminaron finalmente siendo resultado de los conflictos desarrollados entre actores (individuales y colectivos) y formas de organizaciσn polνtica y econσmica temporalmente imperantes (Ramos 1995:35-37)

Mαs allα de sus divergencias epistemolσgicas o de sus diferentes perspectivas con las que se los aborde, siguen ocupando un destacable lugar en la agenda acadιmica temas como el estudio de los lνmites y alcances del poder del Estado; las formas de racionalizaciσn del poder polνtico; las consecuencias que los procesos burocrαticos ocasionan para el ejercicio eficiente y eficaz de la acciσn de gobierno; los modos en que se ejerce y se desarrolla la polνtica democrαtica; las dificultades que existen entre afirmaciσn de la organizaciσn democrαtica, principios constituyentes y aumento de la exclusiσn social; las polνticas implementadas por las organizaciones polνticas para ordenar la coexistencia de grupos acotados, diversos y diferentes; la distancia existente entre el ideal de la igualdad polνtica y su logro en la realidad o, entre ciudadanνa democracia, pluralidad y reconocimiento de la diferencia en el marco del Estado y, mαs allα del mismo. Consideramos que la permanencia de estos intereses va de la mano del aumento de complejos problemas que no solo resultan de las mismas dinαmicas sociales, polνticas, econσmicas y culturales que atraviesan al Estado, a la democracia y a la ciudadanνa, sino tambiιn de la misma existencia de un mundo que se ha vuelto cada vez mαs global. Resumiendo, todas estas cuestiones estαn presentes cuando nos preguntamos Ώquι consecuencias tiene el proceso de globalizaciσn para la soberanνa del Estado territorial, la identidad ciudadana y la legitimidad democrαtica? El fin de nuestro trabajo es presentar algunos lineamientos sobre las cuestiones que en una democracia surgen como resultados de las tensiones entre las demandas de aceptaciσn de las diversidades como pluralidades y la de reconocimiento de las diferencias como diferencias. La proposiciσn que defendemos en este escrito es que las exigencias de aceptaciσn de las diversidades como pluralidades son para una democracia menos problemαticas que las derivadas de la exigencia de reconocimiento de las diferencias. Mientras que en una democracia la aceptaciσn de las pluralidades o, en otras palabras, de las diversidades, no altera los principios constitutivos de que toda construcciσn de organizaciσn y pertenencia social es realizada entre hombres libres, iguales y racionales a los que les corresponden en virtud del derecho natural positivizado los mismos derechos y deberes, las de reconocimiento de las diferencias conmueven esa misma condiciσn de pertenencia plural porque acentϊa las singularidades que dan identidad y criterios de inclusiσn a un grupo que reivindica, para compartir universales criterios de ciudadanνa, ser reconocidos como diferentes. Para ser mαs claros, las demandas de reconocimiento de las diversidades son menos conflictivas en una democracia porque su traducciσn polνtica termina siendo sinσnimo de coexistencia de limitadas reivindicaciones de grupos con caracterνsticas identificatorias no-

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irreductibles que aceptan pertenecer a un espacio polνtico comϊn. El reconocimiento de la diferencia por su parte, significa para quien escribe, pertenencia a un grupo de caracterνsticas irreductibles. Es una categorνa de des-semejanza, de un otro como no-otro que expone todas las marcas de la diferencia. Alude a la construcciσn de identidades-otras y de formas de resistencias colectivas que exigen ser reconocidas sobre su misma condiciσn de irreductibilidad para su incorporaciσn al campo polνtico-social que siempre es espacio de conflicto, de pura distancia, construido sobre grupales e individuales percepciones de enajenaciσn. Sobre la base de este argumento, presentamos como tesis derivada la referida a que la condiciσn de igualdad ciudadana y su construcciσn significativa, en tιrminos arendtianos, del derecho a tener derechos sigue performativamente siendo el requisito bαsico sobre la cual se solo se puede sostener el reconocimiento de las diferencias y dirimir los conflictos sociales sino instrumentar acciones polνticas concretas. Este trabajo, ademαs de reconocer su deuda intelectual con los planteos que Wolin hace en �Democracia, Diferencia y Reconocimiento�1 con respecto a los contradictorios problemas que el reconocimiento de las diferencia ocasiona2, y con los realizados por Ricoeur en �Caminos del Reconocimiento� en torno a su reflexiσn sobre las posibilidades del hombre como horizonte del otro y de su necesaria reciprocidad, se escribe sobre la base de los siguientes principios epistemolσgicos: 1) El campo de anαlisis polνtico es producto de la creaciσn humana (Wolin 1973:44). Las formas que tenemos de pensar los problemas, las actividades que identificamos como polνticas o incluso los conceptos que utilizamos para describirlas no forman parte del mundo de los fenσmenos fνsicos o naturales. Son, por el contrario, producto de la reflexiσn teσrica a partir de la cual se constituye el campo de la polνtica como un camino de construcciσn y (re)construcciσn de fenσmenos ponderados como polνticos; 2) Es el estudioso de lo social el que traza sus definiciones de la polνtica. Al hacerlo construye vastos, pero diferentes territorios de anαlisis, que pueden ser tan opuestos que hasta parecieran no pertenecer, segϊn Latour, al mismo universo polνtico (2008:13-35); 3) por ende, son los cientistas sociales los que significan y re-significan los hechos sociales. Sus mιtodos enlazan realidades y establecen diferencias. Son en consecuencia, performativos. (Law-Urry 2004:390-393) En otras palabras, la construcciσn significativa de ciertos hechos no solo se realiza para describir al mundo en lo que es, sino para actuar sobre el. De esta manera ingresan al αmbito de lo polνtico para constituir universos de significaciones posibles.

1 Wolin, Sheldon. (1996): �Democracia, Diferencia y Reconocimiento�, en Agora, Cuadernos de Estudios Polνticos. No.4. Verano 1996:133-152. Ricoeur, Paul (20059. Caminos del Reconocimiento. Madrid. Trotta 2 Mientras por un lado, los grupos que exigen ser reconocidos sobre la base de sus diferencias defienden una concepciσn descentrada de la polνtica, por el otro recurren al centro de autoridad como momento mediador e instancia externa de reconocimiento. (Wolin 1996:133)

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Las nociones de soberanνa y ciudadanνa son ϊtiles para ejemplificar lo dicho. El siglo XVI puede genιricamente calificarse como el siglo de las guerras civiles religiosas y de las divisiones polνticas. Francia no fue ajena a estos conflictos y menos aϊn a las tνpicas situaciones de anarquνa producidas por las sucesiones dinαsticas. En este contexto, Bodino (1530-1596) al elegir el problema de la soberanνa como base de su estudio, no sσlo construyσ el hecho polνtico sino que sobre esta misma construcciσn explicσ las razones por las cuales Francia estaba sujeta a la posibilidad de su desintegraciσn como Repϊblica3. Lejos estaba Francia de considerarse un Estado absolutista, sin embargo, al haber definido a la soberanνa como �poder absoluto y perpetuo de una repϊblica� puso en marcha un exitoso y fructνfero camino para, posteriormente, legitimar el ejercicio absolutista del poder del Estado y, luego diferenciar el poder del Estado del poder del rey. Para este pensador francιs, toda crisis era superable en la medida en que se encontrara primero y, se afianzara despuιs, una instancia inapelable capaz de instaurar y asegurar la concordia y paz. La soberanνa se convirtiσ, en definitiva, en el constituyente concepto jurνdico-polνtico vαlido y capaz de ponerle punto final a toda situaciσn de crisis que, en el caso particular de Francia, estaba �castigada por tormenta tan impetuosa que hasta el propio capitαn y los pilotos estαn cansados� (Bodino1986: LXII). Anαlogas observaciones pueden hacerse con respecto a la construcciσn del fenσmeno ciudadano. La historia conceptual y polνtica de la ciudadanνa muestra tambiιn su carαcter performativo. El ιxito de la edificaciσn de este concepto estα en que este lenguaje es usado no solo para decir algo sobre algo, sino para hacer algo (Austin 1982). De esta manera, el proceso de construcciσn de ciudadanνa contempla no sσlo a la condiciσn legal de igualdad sino a una forma de identidad universal aunque particular que expresa una pertenencia, una especie de identidad (inter)subjetivamente construida por actores sociales de una comunidad polνtica. El juicio moral por el que todos los seres humanos tienen el mismo valor esencial y que ninguna persona es esencialmente superior a otra, y que se le debe dar igual consideraciσn para el desarrollo de sus propios mundos de vida sirviσ de soporte para la construcciσn fαctica de la demanda de igualdad ciudadana. La ciudadanνa permite entonces que el vigor, la estabilidad y el parαmetro de funcionamiento de una democracia moderna no dependa solo de la valνa de las instituciones de la libertad constitucional sino tambiιn de lo que los/as ciudadanos/as hagan con ellas. (Habermas 1992:7) Por lo tanto, el carαcter performativo de estos fenσmenos construidos termina constituyendo tanto una realidad que es resaltada como realidad colectiva, de carαcter especνfico como un indicador fαctico de la distancia existente entre el ideal proclamado y las condiciones materiales social y polνticamente existentes. El propσsito de la primera parte de este trabajo es presentar, en tιrminos muy generales, algunos lineamientos teσricos correspondientes al proceso de formaciσn del Estado moderno. En la segunda secciσn, se plantean esbozos sobre las cuestiones relativas al

3 Bodino define a la �repϊblica como el recto gobierno de varias familias y de lo que les es comϊn, con poder soberano� (1986:LV)

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problema de la democracia en su vinculaciσn con la ciudadanνa y, en la tercera y ϊltima parte introducir ciertas ideas referidas a la relaciσn entre democracia, ciudadanνa, y reconocimiento.

2. Algunos lineamientos sobre el proceso de formaciσn del Estado moderno

El proceso de formaciσn del Estado moderno fue posible tras el derrumbamiento del mundo medieval y el surgimiento de nuevas divisiones polνticas y conflictos religiosos. Ya a fines del siglo XVI, pero fundamentalmente durante el siglo XVII, las nuevas polιmicas en torno a la naturaleza, el alcance y los lνmites de la autoridad polνtica comenzaron a desarrollarse dentro de una perspectiva que exigνa consolidar una estructura de dominio polνtico-territorial legνtima. Para Giddens, por ejemplo, una de las notas cardinales para entender el proceso de estatidad, serα la identificaciσn del habitante con el territorio en el que habitan (1986:32-33)

Asimismo, fue el concepto de soberanνa el que se constituyσ en emergente de la organizaciσn del Estado moderno y el que posibilito la posterior ubicaciσn y desarrollo de la democracia y los procesos que la consolidaron. El objetivo de esta secciσn es presentar, a grandes rasgos, algunas ideas sobre este proceso histσrico de formaciσn estatal.

El centro de la idea del Estado moderno se encuentra en ser una forma historizada de organizaciσn espacio temporal del dominio polνtico.4 Sus notas tνpicas residen en su condiciσn de territorialidad y en la edificaciσn de un orden impersonal, legal o constitucional, que delimita una estructura de autoridad y que define la naturaleza, la forma del control y la administraciσn de una comunidad determinada. En este sentido lo que distingue al Estado, sostendrα Giddens, son no son fundamentalmente las relaciones entre gobernantes y gobernados, entre autoridad y todos aquellos que estαn sujetos a ella, sino que es de cardinal importancia la territorialidad. (1986:32-33).

Este orden fue anunciado por Bodino pero, especialmente por Hobbes, cuando concibiσ al Estado como un aparato fabricado por los hombres para aplazar la muerte violenta. Este aparato estα hecho sobre la idea y la realidad de la �soberanνa� y sobre la artificialidad de las reglas de convivencia. El Estado paso asν a edificar una nueva forma de poder polνtico separada tanto del gobernante como del gobernado, la cual constituirνa el punto de referencia polνtico absoluto dentro de una comunidad y de un territorio especνfico.

4 Cfr. Kerz, Mercedes (comp.) (2008) Dominio polνtico. Permanencias y cambios. Aportes para una reflexiσn teσrica, en particular el capνtulo 3 correspondiente a Maurich, Mario-Rosa Soledad. �El Estado: Algunas notas de investigaciσn�. Bs.As. Teseo.

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En un anαlisis histσrico-polνtico podemos sostener que el foco del poder polνtico estatal se fue constituyendo, en primer lugar, a partir de la identificaciσn entre dominio domιstico del rey y dominio paternal del reino. El Estado se va edificando como una forma de organizaciσn patrimonial cuando el soberano comienza a organizar su poder polνtico en forma anαloga al poder familiar. Si hacia fines del siglo XV coexistνan todavνa en Europa, imperios, ciudades estados y estados dinαsticos, fue despuιs de la Revoluciσn Francesa que comienza a constituirse como Estado nacional para definirse plenamente como tal a lo largo del siglo XIX y universalizarse durante el XX.

Fue tarea de historiadores, juristas y funcionarios franceses, entre los que se encontraba Bodino, hacerse cargo de las funciones que requerνa afrontar la reconstrucciσn de un mundo en crisis5. Para ellos, la superaciσn de la crisis iba a ser posible en la medida en que se encontrara una instancia inapelable capaz de instituir y mantener la concordia y la paz. A travιs del concepto de soberanνa, acuρado en tιrminos de poder permanente y perpetuo de una repϊblica, se va paulatinamente incorporando en las creencias de las personas tanto la necesidad de un ejercicio absoluto del poder polνtico como la de recomponer las bases de la obligaciσn polνtica. Lo principal de esta nueva semαntica polνtica es su potencial para proporcionarnos una narraciσn contra fαctica de la situaciσn en que se encontraba el poder dinαstico durante los siglos XVI y XVII. Los hechos histσricos seρalan que las monarquνas patrimoniales de la ιpoca eran fuertemente inestables y, por ende, la soberanνa, como poder absoluto e irrefutable del prνncipe era mαs una peticiσn de principios que una realidad evidente en sν misma. En definitiva, la pretensiσn de articulaciσn de un nuevo Estado con una nueva soberanνa eran mαs pretensiones performativas que realidades polνticas en si. Hobbes, por su parte, considera al estado de naturaleza como estado lσgicamente anterior a la formaciσn de la sociedad polνtica. En ese estado, el individuo carente de toda percepciσn de alteridad (Ricoeur 2005:179) lucha en una guerra de todos contra todos por su propia conservaciσn y por el logro del poder para alcanzar el mejor fin. Para evitar seguir viviendo en este estado, donde el otro, podrνamos sostener, solo es expresiσn de potencial pretensiσn de aniquilamiento, Hobbes plantea la necesidad de crear artificialmente un Leviatαn. Esta creaciσn es consecuencia de la razσn de los hombres que los hace conscientes de que para asegurar su propia conservaciσn, hay que sustituir la anarquνa y el miedo del estado de naturaleza. Serα el Leviatαn, como el dios mortal,6 el encargado de dar seguridad a la convivencia social y al trαfico comercial.

5 Francia es escenario en el siglo XVI de complejos fenσmenos de νntima imbricaciσn entre religiσn y polνtica. 6 Hobbes se refiere a los monstruos bνblicos que en los Libros de Job y de Isaνas aparece como Leviathan. Es un monstruo marνtimo representante del caos original del mundo.

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Como se ve el planteo hobbesiano significa el paso del no-reconocimiento7 al reconocimiento artificial que es construido por individuos que no se reconocen entre sν. El desconocimiento originario, o sea las naturales pasiones de competencia, desconfianza y gloria conjuntamente con el deseo y la necesidad de evitar la muerte violenta lleva a los hombres a travιs del cαlculo racional a pactar entre sν la construcciσn de un orden polνtico y social correcto. En un mismo tiempo cada hombre conviene con otros hombres, en otorgar a un soberano su derecho a gobernarse siempre y cuando, todos los miembros de la futura sociedad polνtica hagan lo mismo. La instituciσn del Estado y la concreciσn de la soberanνa indivisible hacen que los hombres puedan seguir en un contexto de seguridad y tranquilidad sus diversos fines.

El problema del Estado para Hobbes se resuelve entonces en el consciente y necesario abandono de cada uno con respecto a cada cual a gobernarse, para conferir al soberano la capacidad de representaciσn de una multitud. A las palabras y actos que posee la persona natural se le yuxtapone la persona ficticia que �representa� las palabras y los actos de otro. Es representante entonces el que confiere unanimidad al representado y no viceversa. En consecuencia, la teorνa de la soberanνa territorialmente ubicada y materializada en la uniσn del cuerpo polνtico territorial con el cuerpo �mνstico� del rey (Kantarowicz 1985), se fue construyendo a travιs de las reflexiones de los teσricos polνticos como una teorνa de las posibilidades y de las condiciones del ejercicio legνtimo del poder polνtico. En definitiva tanto en Bodino como en Hobbes, las preocupaciones especνficas de sus planteos se refieren tanto al lugar adecuado de residencia de la soberanνa como al alcance legνtimo de su poder constituyente. Sobre la base de estas reflexiones, el Estado pacificador comienza a articularse en tιrminos de soberanνa polνtica, su funciσn es pacificar hacia el interior y diferenciar hacia afuera. Se trata entonces tanto del problema del �cierre del espacio como principio de estructuraciσn� (Maravall 1972:44) como del de las implicancias que ocasionσ esta clausura territorial del espacio. La delimitaciσn del espacio que asegura la soberanνa del Estado es pues liberaciσn y autonomνa frente al poder de otros y unificaciσn interna del propio poder. En un sentido mαs amplio, el cierre soberano del espacio territorial consiste en la conjunciσn de un doble proceso: Con respecto al interior del espacio, favoreciσ procesos de inclusiσn mientras que, en lo que compete a su exterior produjo, a travιs de la fijaciσn de fronteras procesos de exclusiσn. Este argumento presume tambiιn sostener que es concomitante al proceso de fijaciσn de las fronteras que se introduce, en la figura del extranjero, el problema de exclusiσn del Otro. Ahora bien, este doble proceso tambiιn puede leerse sobre la base de la enunciaciσn de la funciσn que cumple la lσgica comunicativa de la guerra. (Ramos 1995:42-44) Los Estados

7 Con la expresiσn de no-reconocimiento queremos sostener la idea de que en el estado de naturaleza hobbesiano la condiciσn originaria de igualdad entre individuos es la de no-igualdad o, en todo caso, una igualdad de todos contra todos.

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soberanos se hicieron comunicαndose violentamente tanto hacia el exterior como hacia el interior. El sistema europeo de Estados reconocidos formalmente en la Paz de Westfalia (1648) inaugura el tiempo de reconocimiento y consolidaciσn del Estado moderno. En definitiva, la construcciσn de la soberanνa, como el establecimiento de una frontera que separa lo interior de lo exterior, llevσ una lσgica comunicativa particular, la de la violencia que mientras pacificaba, no sin violencia, en el interior y guerreaba en el exterior. El resultado fueron los Estados y su sistema. Desde la perspectiva que ofrece Held, la formaciσn del Estado moderno comprende dos periodos: uno de orden transitorio, donde se configura polνticamente como Estado absolutista, (1997a:59); y otro iniciado simbσlicamente, salvo para el caso inglιs, a partir de la Revoluciσn Francesa de 1789. Este ϊltimo perνodo, puede, a su vez, ser caracterizado a travιs de dos pilares fundamentales y abstractos: 1) por un lado, Estado liberal de derecho y 2) por el otro, como Estado- naciσn. La �Declaraciσn de los Derechos del Hombres y del Ciudadano�, genuino acto de muerte del Antiguo rιgimen, y la ulterior constituciσn de 1791, son el punto de inflexiσn a partir del cual se generalizσ el Estado como forma casi universal de organizaciσn polνtica de la sociedad moderna. Sin negar estas consideraciones, los planteos de Habermas ponen el acento en la necesidad de diferenciar el tiempo de formaciσn del Estado del de la naciσn aunque, se ocupa bien de indicar que no hay que considerarlos procesos paralelos sino convergentes. Es el Estado el que para este pensador se nacionaliza y no la naciσn la que se estataliza. Si por una parte, el Estado se construye como forma historizada del dominio polνtico, con poder soberano, monopolizador de la violencia para mantener la paz interior y proteger las fronteras sobre un territorio especνfico, con una administraciσn diferenciada y financiada por impuestos y dentro del cual se desarrolla el proceso de modernizaciσn que resulta de su separaciσn con respecto a la sociedad y a la economνa, por la otra, su proceso de nacionalizaciσn se verifica �con mayor o menor ιxito- despuιs de las revoluciones liberales del siglo XVIII

La naciσn pasa a ser entendida o bien como un plebiscito cotidiano de sus habitantes a travιs del cual manifiestan libremente su voluntad de pertenecer a ese dominio polνtico o, como una comunidad de origen, integrada geogrαficamente por la vecindad y culturalmente por la lengua, con historia comϊn e identidad colectiva. La construcciσn simbσlica de un pueblo identificado con naciσn, produce una unidad imaginaria que da a los habitantes de un mismo territorio estatal un sentido equipolentemente compartido de pertenencia a algo comϊn. Ιsta proporciona al Estado una forma de identidad social sobre la cual se construye un nuevo modo de legitimaciσn una vez que el poder se ha secularizado (Habermas, 2000:84-87). En sνntesis, es la conciencia nacional la que hace posible conectar una forma abstracta de identidad social con estructuras polνticas cambiantes. Provee un sustratum cultura a partir del cual se forma la ciudadanνa. Siendo asν, la pertenencia al Estado pasa a ser no solo una forma de subordinaciσn, sino una forma de participaciσn en el poder polνtico y aquν, donde se cuela el problema de la organizaciσn democrαtica del Estado moderno.

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Despuιs de considerar a grandes rasgos algunos de los elementos que explican la gιnesis del Estado moderno, podemos concluir que estos se formaron en Europa como αmbito y ejercicio de un dominio soberano sobre un territorio delimitado. Como estado administrador y fiscal (Habermas 2000:74), el Estado moderno se fue, no sσlo institucionalizando jurνdicamente cada vez mαs, sino haciιndose progresivamente mαs dependiente del desarrollo de la economνa capitalista8 y, en consecuencia, del trαfico comercial burguιs. Es finalmente durante el siglo XIX que el Estado nacional abriσ su espacio territorial interno para el establecimiento de formas democrαticas de legitimaciσn del ejercicio del poder polνtico. Aunque tambiιn en este periodo extendiσ a travιs de su polνtica imperial-colonial, su dominaciσn econσmica y polνtica a otras regiones del planeta. Mαs allα de las resistencias que esta polνtica generaba en las regiones colonizadas, lo hizo con elevados grados de despotismo y utilizaciσn de fuerza hasta alcanzar el nivel de la muerte violenta. La cuestiσn del Estado presenta, pues, aspectos vinculados entre sν. Cσmo admitir la intervenciσn del Estado, el incremento de su poder en la sociedad y tambiιn cσmo mantener una autoridad en el seno de la sociedad que fuera obedecida por su misma limitaciσn son las cuestiones que nos introducen al problema de la democracia en el αmbito del Estado constituido. 3. Democracia y ciudadanνa Es de la mano de la consolidaciσn del Estado moderno que la democracia, con su estructural componente ciudadano, comienza a pensarse como una de las formas mαs convenientes y adecuadas para legitimar los modos en que se ejerce el poder soberano y diseρar asν la convivencia polνtico-social. Como ya se ha expuesto, fue con la Revoluciσn Francesa de 1789 que la idea de democracia, como forma legνtima de organizaciσn polνtica, comienza a ocupar un lugar en el vocabulario polνtico de la ιpoca. Las disputas en torno a las nuevas instituciones que debνan reemplazar a las del Antiguo Rιgimen ubicaron a la democracia en el centro del debate. Las visiones encontradas en torno a la soberanνa popular y a la representaciσn de igual tenor, no hicieron mαs que exteriorizar los problemas que de ahν en mαs enfrentarνa la democracia. Aunque Spinoza defendiσ en su �Tratado Teσrico Polνtico� (�) la democracia como la forma de gobierno, entre todas las existentes, mαs natural y acorde con la libertad individual porque en ella nadie transfiere su derecho natural de modo tan absoluto que deje de tener voz en los asuntos, sino que solamente los cede a la mayorνa de una sociedad de lo que ιl es la unidad continuando, asν, todos los hombres siendo iguales como lo eran en el estado de naturaleza, fue, como se ha dicho, con la revoluciσn francesa cuando la democracia comenzσ a ocupar un lugar central en la agenda teσrica y en su dimensiσn prαctica.

8 Es el problema abordado por Marx y sus seguidores. Marx estudia el problema de la formaciσn del Estado en el marco de la gιnesis y estructura de los procesos econσmicos del capital.

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El principio del sufragio universal ya se habνa proclamado en 1789 y 1793. Sin embargo, el periodo jacobino (1793-1794) nos deja la figura de la primera democracia asociada a la del terror. La democracia como forma de organizaciσn polνtica de la convivencia social fue mαs denotada que apoyada. La discusiσn entre Siιyes y Petσn con respecto al entendimiento e instrumentaciσn de la rosseauniana voluntad general, expuesta en la Asamblea General en 1789 pone en evidencia esta situaciσn. Mientras que para el primero es el gobierno representativo el contrapunto de una democracia, donde solo la funciσn del �tercer estado� es elegir a sus autoridades, para el segundo, la democracia como forma de gobierno es siempre instancia de radicalidad; de gobierno del pueblo, sin ningϊn tipo de mediaciones. Desde este postulado defiende la necesidad de asegurar el mecanismo de revocabilidad, de manera permanente y discrecional por las Asambleas de bases, de las autoridades electas. Aunque ninguna de las constituciones polνticas (1789,1793 y 1795) fijσ jurνdicamente esas prαcticas polνticas, de ahν en mαs, la crνtica a esta ϊltima manera de entender la democracia se constituyσ en la piedra angular durante la primera mitad del siglo XIX de explicaciσn polνtica de los partidarios de las formas monαrquicas constitucionales y de los defensores de la representaciσn con la paralela la negaciσn del sufragio a todos aquellos ciudadanos carentes de propiedad o renta. Pensadores como Luis Guizot o Bejamin Constant defendieron esta posiciσn cuando se impugnaron todo reconocimiento de las capacidades polνticas a las clases necesitadas porque sostenνan que la asignaciσn de reconocimiento de esas capacidad a quienes no tenνan propiedad alguna que defender ni oportunidad alguna para lograrla, no podνa, como lo demostrσ el ejemplo del Terror, mαs que producir demagogia y poder ilimitado del Estado. No solo fue esta la idea que tuvo que combatir la democracia para comenzar a ser aceptada sino tambiιn admitir que el mecanismo de la representaciσn es el freno que ocluye la radicalidad y la inestabilidad que encierra la democracia directa. La idea de democracia deriva su poder e importancia de la idea de autodeterminaciσn, o sea, de la nociσn referida a que los miembros de una comunidad polνtica �los ciudadanos-deben poder elegir libremente las condiciones de su propia asociaciσn, y que sus elecciones deben constituir la legitimaciσn bαsica de la forma y direcciσn de la colectividad polνtica. De este modo, es dentro del αmbito del Estado, donde comienza a originarse el proceso a travιs del cual se va a ir construyendo la democracia y el sujeto-ciudadano. La soberanνa de todos mαs la representaciσn como mecanismo que efectiviza esta se constituyeron entonces en los mecanismos efectivos de la moderna nociσn de democracia. Libertad e igualdad, principios constitutivos de los estados modernos de aquel cuadrante noroccidental europeo-americano, pasan tambiιn a ser prescriptivos principios fundacionales de la democracia. Tocqueville, por ejemplo, los identificσ puntualmente cuando expuso la irresistible preferencia que los hombres modernos tienen hacia la democracia en la erosiσn de todas las barreras que separan al Estado y a los estamentos entre sν.

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Una naciσn que alberga comparativamente menos pobres y menos ricos, menos poderosos y menos dιbiles, que ninguna otra de las entonces existentes en el mundo; un pueblo en el que, a pesar del rιgimen polνtico, la teorνa de la igualdad se ha adueρado de las mentes y el gusto por la igualdad de los corazones, un paνs mejor unido ya en todas sus partes que ningϊn otro, sometido a un poder mαs centralizado capaz y mαs fuerte, y en el que, no obstante, el espνritu de libertad siempre vivo, ha tomado desde ιpocas recientes un carαcter mαs general, mαs sistemαtico, mαs democrαtico e inquieto, tales son los principales rasgos que marcan la fisonomνa de Francia a fines del siglo XVIII. (Tocqueville, 1980:9)

La democracia vinculada a la teorνa de la igualdad y performativamente al gusto por la igualdad se dirige por consiguiente a esa forma de organizar el gobierno polνtico o, mαs modernamente, al rιgimen polνtico, en el cual todos los miembros de una determinada asociaciσn polνtica �todos los ciudadanos- tienen el derecho y el vinculante poder para participar en las decisiones colectivas. La democracia es, por lo tanto, expresiσn de participaciσn ciudadana en el proceso de la decisiσn polνtica a partir de una facultad igualitaria que se demuestra en el axioma segϊn el que todos los juicios, opiniones y orientaciones polνticas poseen igual reconocimiento. Este axioma asume la conjetura a partir de la cual toda diferencia entre clases sociales y/o grupos que reconocen alguna fuente de lealtades menos fuertes no influye en la capacidad de juicio o en la deliberaciσn, es decir, en la condiciσn de dignidad polνtica que reviste al individuo (Bovero 2002: 26-52). Al mismo tiempo, la libertad polνtica es otro de los pilares de la democracia y se vincula con la cuestiσn de la libertad del ciudadano como sujeto polνtico. Si nos retrotraemos al planteo de Rousseau, vemos que la libertad polνtica es su respuesta a la posibilidad que el individuo sea a la vez soberano y sϊbdito, es decir, estar sometido a un ordenamiento social y seguir siendo libre. La sociedad polνtica descansa, para Rousseau, en un acuerdo voluntario por el cual los hombres deciden renunciar a la libertad del estado de naturaleza, para obtener un provecho comϊn y disponer de una libertad para vivir segϊn leyes. Cuando los hombres se reϊnen para formar la sociedad, la soberanνa que originariamente les pertenecνa como individuos atomizados pasa a pertenecerles corporativamente. Y esa soberanνa es inalienable Esta elaboraciσn teσrica de la soberanνa popular es la que representa, entonces, el lado democrαtico de la teorνa polνtica de Rousseau por mαs que en el Libro III �Del Contrato Social� haya escrito que un gobierno democrαtico por su grado de perfecciσn no conviene a los hombres: �Tomando el tιrmino en su acepciσn mαs rigurosa -sostendrα el filσsofo ginebrino- jamαs ha existido verdadera democracia, y no existirα jamαs. Va contra el orden natural que el mayor nϊmero gobierne y el menor sea gobernado� (Rousseau 1998:94). No hay democracia sin ciudadano. Este apotegma nos sirve para detenernos en algunas de las cuestiones que en su desarrollo van dando forma al concepto de ciudadanνa y a la praxis ciudadana. El (re)lanzamiento y la difusiσn de este concepto en el debate teσrico polνtico es deudor, en primer lugar, del ya clαsico estudio de Alfred Marshall (1949) �Ciudadanνa y Clase Social�, en segundo lugar de las interpretaciones de la teorνa de la democracia y de los

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procesos de democratizaciσn y, por ϊltimo de la integraciσn al αmbito del estudio de los cientistas polνticos de los problemas del reconocimiento mutuo y de la asignaciσn de capacidades y responsabilidades relacionadas con la reivindicaciσn de derechos culturales y, por lo tanto, al reconocimiento de la diferencia La ciudadanνa como resultado de las luchas que emprendieron clases, grupos y movimientos, termina siendo un status de pertenencia a una comunidad polνtica sobre la base del reconocimiento de agentes con iguales derechos y deberes, libertades y restricciones, poderes y responsabilidades (Marshall, 2005)9. En este sentido, la teorνa contemporαnea de la ciudadanνa coincide con el problema de la definiciσn del estatus de ciudadanνa que es reivindicado por el individuo moderno para ser algo mαs que un sujeto de deberes, o sea, algo mαs que un destinatario pasivo de las σrdenes de obediencia polνtica. Es decir, es reivindicado por el hombre moderno para traspasar su condiciσn de sϊbdito.

Desde el punto de vista teσrico, la ciudadanνa constituye el centro polνtico de la democracia. La nociσn de ciudadano fue principalmente construida por Siιyes en su ya clαsica obra �Quι es el Estado llano�. Allν expone su idea de ciudadanνa cuando reclama que para la afirmaciσn de la igualdad de todos y entre todos, los votos en la Asamblea de los Estados Generales, convocadas por Luis XVI en 1789, debνan ser por cabezas y no por clases. �La verdadera intenciσn del tercer estado es tener en los Estados generales una influencia igual a la de los privilegiados. ΏPuede, repito, pedirse menos?� (1994:52). Esta nueva nociσn se construye sobre la base de la participaciσn pϊblica de los hombres, de modo que aϊn viviendo en condiciones desiguales, se reconocen iguales El avance del capitalismo, por ejemplo, produjo desigualdad de y entre las clases sociales. Sin embargo, para Marshall, esta desigualdad no afecta la condiciσn de igualdad que el ser ciudadano otorga. La ciudadanνa se establece como fuente de legνtima igualdad sobre criterios de membresνa y justicia por encima de las desigualdades sociales y econσmicas existentes. (Kerz 2000:41) El desarrollo del sujeto ciudadano coincide con el paso de la situaciσn de status social a la del contrato social. Esto significa sostener que de lealtades personales que legitimaban la estructura de dominaciσn tradicional estamental se arribσ, a travιs de numerosos conflictos, a la formaciσn de una estructura estatal donde el Estado pasσ a ser el ϊnico origen de la ley positiva y de la fuerza legνtima dentro de su propio territorio y, ademαs, el componente

9 Los derechos que para Marshall componen la ciudadanνa son los siguientes: los derechos civiles, polνticos y sociales. Entiende por los primeros a aquellos derechos que competen a la libertad individual de las personas. Las instituciones que los amparan son las provenientes de la igualdad ante la ley y el derecho al contrato. Los �derechos polνticos� son los que crean la posibilidad de participaciσn en el ejercicio del poder polνtico como integrante de un cuerpo investido de autoridad o como elector de ese cuerpo. El sufragio universal es la instituciσn que efectiviza que lo que se profesa como principio pueda cumplirse en la prαctica . Los �derechos sociales� son aquellos que efectivamente materializan la posibilidad de compartir en comϊn la vida de la civilidad e incluyen una amplia gama de derechos desde el derecho a la mνnima seguridad y bienestar econσmico, aunque mαs no sea,. Son los otorgados por el Estado y por lo tanto los que pueden entrar en contradicciσn con la lσgica del capitalismo, que es lσgica de la desigualdad social. (2005:71-72)

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mαs fuerte del sistema de lealtades identitarias de sus ciudadanos. El discurso polνtico incorporσ al concepto de ciudadanνa las exigencias de justicia y de pertenencia. Fundamentσ esta exigencia sobre la base de una concepciσn νntimamente vinculada al reconocimiento y posesiσn de conjunto de derechos universales legalmente reconocidos por el Estado. La condiciσn legal de la ciudadanνa es indiscutible; sin embargo, no es simplemente un estatus legal explicado por un agregado de derechos y responsabilidades, sino que es tambiιn y fundamentalmente una condiciσn de igualdad de reconocimiento sobre una identidad de membresνa compartida, por encima de un heterogιneo conjunto de desigualdades sociales e identidades personales y grupales como se evidencian en las filiaciones ιtnicas, religiosas, de gιnero o de clases, entre otras. Esta igualdad de reconocimiento supone afirmar que la ciudadanνa es una malla hecha entre la exigencia de un sujeto de ser reconocido-como-igual-a y la de (auto) asignaciσn de agente que reconoce- a -otros. En tιrminos de Ricoeur es pensar en el juego semαntico que se entabla entre el uso del verbo en voz activa �reconocer- al uso de la voz pasiva �ser reconocido- como peticiσn y pretensiσn. (2005:27-32) La ciudadanνa como condiciσn de igualdad de reconocimiento proporciona entonces, un punto de referencia por el cual los ciudadanos se reconocen como miembros de una asociaciσn polνtica por encima de sus vidas y mϊltiples compromisos personales y grupales. Mientras para Marshall la ciudadanνa es un estatus de pleno derecho que implica participaciσn de los individuos en la determinaciσn de las condiciones de su propia asociaciσn (2005:24), para Dahrendorf ,desde una perspectiva similar, es no sσlo un conjunto de derechos y obligaciones sino, fundamentalmente, pertenencia a una unidad social y, en especial, a una nacionalidad (1990:39); y para Held es el conjunto de los dominios en que los ciudadanos han desarrollado sus propias actividades dentro de, y para vencer, ciertas restricciones de la organizaciσn polνtica imperante en el estadio de esas luchas sociales (1997: 54-56). La ciudadanνa implica, de esta manera, la condiciσn de reconocimiento de igualdad jurνdica y de pertenencia edificada sobre los cimientos de la existencia de grupos humanos diferentes. Es a los juegos entre diferencia, diversidad y ciudadanνa a lo que dedicarι atenciσn en los pasos siguientes de este ensayo. 4. Ciudadanνa, diferencia y diversidad En la actualidad, uno de los grandes problemas que enfrentan los Estados con regνmenes democrαticos es el referido a la creciente distancia que se produce entre inclusiσn-exclusiσn. Esta realidad social contradice el principio toquevilliano que define a la democracia en tιrminos de igualdad de condiciones como pilar de la configuraciσn del hombre democrαtico, y pone incluso en tela de juicio aquella parte de la teorνa ciudadana que ve en la pertenencia y en la participaciσn activa en el espacio de la res-publica y no solamente en el derecho a tener derechos, la efectiva condiciσn de ser de la ciudadanνa. Es la asociaciσn polνtica la que reconoce las pretensiones individuales como legνtimas y es solamente la fuerza colectiva la que confiere a estas pretensiones el carαcter de derechos

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efectivos. Ahora bien, Ώquι grado de compatibilidad puede haber entre estos planteos cuando la brecha entre los unos y los otros, entre los que estαn adentro y los que estαn afuera, se hace cada vez mαs ancha y profunda? Ante esta situaciσn, la pregunta que surge entonces estα referida a cσmo puede la democracia sobrellevar eficazmente su condiciσn plural y reconocer las diferencias cuando un gran nϊmero de agentes sociales se encuentran en posiciones rebajadas o estigmatizadas con respecto a la misma lσgica democrαtica de igualdad ciudadana e inclusiσn social. El formular estos interrogantes no es solo cuestiσn de un ejercicio acadιmico sino que tiene toda una dimensiσn ιtica en la medida en que existe un elevado consenso en torno a que estos problemas son contratara de las exigencias prescriptivas y prαcticas de una democracia. Aun asν, estas preguntas se enuncian con el propσsito de poner en discusiσn algunos de los complejos problemas surgidos en torno a las yuxtapuestas relaciones entre democracia, diferencia y diversidad. Podemos decir que, a medida que las demandas de inclusiσn social son mαs complejas, la tνpica nociσn de igualdad democrαtica, o sea, de igualdad-entre-individuos-iguales, va cediendo su lugar a la formulaciσn que pone el acento no ya en la condiciσn de igualdad entre iguales, sino en la de igualdad entre diferentes. En este sentido, la demanda de inclusiσn social no sσlo favorece todo tipo de diferencia sino que fundamentalmente hace posible el ingreso del �otro� a travιs de fronteras permeables. Pero si la igualdad ciudadana se apoya en un nivel de equivalencia suficiente para, al menos, soportar una nociσn de membresνa correspondiente con el reconocimiento de la igualdad de derechos, responsabilidades y relaciones-entre-iguales Ώcσmo pueden admitir las democracias representativas requerimientos de derechos diferenciados? Una primera respuesta se hace eco de los planteos de Honnet. Es posible el reconocimiento de derechos diferenciados porque este tipo de reconocimiento es un plus al reconocimiento de la igualdad de los derechos entre sujetos libres. Ademαs, esto es posible, en la medida en que exista un horizonte de valores comunes a los sujetos concernidos (1997:119-126). Sin embargo, en tιrminos de reflexiσn histσrica, la respuesta es diferente y, esta posible convivencia es mαs una peticiσn de principio que factibilidad. Es necesario entonces volver a poner la mirada en la aporνa que la tolerancia posee como uno de los principios constituyentes de la democracia. Podemos decir que su fundamento oscila entre la exigencia de aceptaciσn de que ningϊn conjunto de personas puede atribuirse la posiciσn de poseedor de �el� fundamento de la sociedad y por ende la de considerarse �el� representante de su totalidad con la simultαnea negaciσn de su aceptaciσn ilimitada. La aporνa de la tolerancia se fija, entonces, a travιs de la pregunta Ώhasta cuαnto estα dispuesta una sociedad en su mayor nϊmero a aceptar la diferencia mαxime cuando esa diferencia se opone a las formas polνticas que adopta la prevaleciente convivencia social? La tolerancia se resiste a amparar la diferencia porque esta implica, segϊn la clαsica interpretaciσn lockeana, ir mαs allα de la aceptaciσn de plurales relaciones entre seres diversos. Segϊn Locke

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�no deben ser tolerados quienes niegan la existencia de Dios� (Carta), y tampoco los catσlicos. Estos �deben ser considerados como enemigos irreconciliables de cuya fidelidad nadie puede estar seguro mientras sigan prestando obediencia ciega a un Papa infalible [�] Como se hace con las serpientes, no se puede ser tolerante con ellos[�]� (1999:11)

La diferencia alude y, esta es nuestra hipσtesis, a una permanente lucha que determinados grupos siendo otros por su condiciσn llevan a cabo para ser reconocidos. El espacio polνtico que se crea en y a travιs de esa lucha reproduce una de las desigualdades mαs graves por sus consecuencias y por su necesidad de justificaciσn. Nos referimos a aquel tipo de desigualdad que el poder polνtico establece. El espacio que esa misma confrontaciσn forma parece no pertenecer al mismo espacio en el que se desenvuelven la tolerancia y por lo tanto, la diversidad. Mαs allα de que los planteos sobre la democracia no distinguen entre diversidad y diferencia y que la semαntica castellana no reconoce la distinciσn, el pαrrafo precedente nos lleva a plantear la idea referida a que una democracia se lleva mejor con la diversidad porque ella no implica criterios particulares de identidad grupal que con la diferencia. Pluralidad y diferencia, aunque pueden considerarse como sinσnimos, no lo son cuando se los construye como conceptos teσricos. Sσlo a partir de esa construcciσn, se puede explicar por quι la democracia es menos afνn a la diferencia que a la diversidad que tiene la pluralidad. Vayamos de a poco. Las preguntas mαs importantes con las que se enfrentaron los teσricos ingleses del siglo del XVII fueron las siguientes: ΏCuαl es la actitud polνtica a adoptar para aquellas personas que se negaban a atender los oficios religiosos de la Iglesia Anglicana?10; ΏQuι sanciones tomar con aquellos que desobedecen la ley?; ΏTiene el magistrado la autoridad de juzgar sobre los comportamientos privados? ΏDe dσnde procede la autoridad? Estas preguntas circularon, entre otros, de Hobbes a Locke, pero fue este ϊltimo filσsofo el que con sus respuestas contribuyσ a que toda una tradiciσn de discurso basado en la articulaciσn entre democracia, ciudadanνa y tolerancia se afirmara y expandiera. Fue entonces John Locke(1685) el que tras haber moderado su posiciσn11 despuιs de conocer en 1667 a Anthony Ashley Cooper12, afirmσ el principio de no-interferencia de los magistrados en las decisiones privadas de aquellos que eligen su propio camino. Las creencias religiosas y sus prαcticas tienen �absoluto y universal derecho a la tolerancia�. El

10 En 1670 la Iglesia Anglicana lanza una feroz represiσn contra los disidentes religiosos, desatando una verdadera caza de brujas que culminarα con una quema y censura de libros, cientos de prisioneros y muchos rebeldes enjuiciados, torturados y asesinados. Esta persecuciσn fue contra catσlicos y ateos. 11 En la vida de Locke (1632-1704) hay una evoluciσn desde sus simpatνas juveniles por la monarquνa de Carlos II Estuardo hasta la militancia liberal y el apoyo activo al rιgimen parlamentario coronado por Guillermo de Orange. 12 Posteriormente nombrado Conde de Shaftesbury. Fue opositor al derecho divino de los reyes y defensor del parlamento como instituciσn constituyente de la organizaciσn polνtica monαrquica. Se lo considera fundador del partido whig. La revoluciσn inglesa de 1688 aboliσ el derecho divino del rey y estableciσ el predominio del parlamento en su sistema polνtico.

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Estado, para Locke, tenνa como ϊnica finalidad proteger los intereses civiles de los ciudadanos y no interferir en sus creencias religiosas. De esta manera, frente a la diversidad, adopta como tαctica la reducciσn del poder de la religiσn organizada para dejarla confinada al αmbito de lo privado, de las creencias individuales y no de representaciσn colectiva. Sin embargo, la tolerancia tiene como lνmite todas aquellas �opiniones contrarias a la sociedad humana o a las reglas morales necesarias para la preservaciσn de la sociedad civil� (Locke 2002:89). Catσlicos y ateos representaban, en esos momentos, los grupos que se ubicaban mαs allα de la frontera que la tolerancia establecνa. Eran percibidos como diferentes y no como diversos dentro de una sociedad plural:

�Los hombres tienden a compadecerse de los que sufren, y estiman que una religiσn es pura y que quienes la profesan son sinceros si tienen que padecer la prueba de la persecuciσn. Pero [�] es muy diferente en el caso de los catσlicos, los cuales suscitan menos compasiσn que otros porque no reciben otro trato que el que por la crueldad de sus principios se sabe que merecen� (1999:12)

Locke limita el αmbito de competencia del Estado a la decisiσn sobre las controversias entre los individuos en un marco de pluralidad y tolerancia. La observaciσn de las experiencias le muestra una diversidad de opiniones e intereses entre los hombres que se manifiestan en la elecciσn de distintos caminos individuales en la bϊsqueda de la felicidad, que hacen inevitable el desacuerdo y el conflicto. De ahν se desprende que la necesidad y la organizaciσn de un Estado son consecuencias de las formas especνficas que adoptan las relaciones sociales que, a su vez, son producto de las dispares elecciones individuales. En este sentido, la tolerancia como semblante de la diversidad de y entre opiniones, creencias y acciones de individuos y grupos forma parte, aunque endeblemente, de las forma de organizaciσn polνtica democrαtica que adquiere la coexistencia social (Wolin 137-140). Podemos, por lo tanto, entender al pluralismo como la diversidad de formas que adoptan las opiniones, usos y prαcticas polνticas dentro de un orden establecido y libremente aceptado. Lleva en sν la posibilidad de la tolerancia de opiniones y acciones contrarias en las relaciones interindividuales, siempre y cuando no pongan en peligro las reglas de juego acordadas, en tιrminos mayoritarios, por la sociedad en cuestiσn. Esta especie de legitimidad de las posiciones diversas dentro de un sistema de conflictos expresa, en definitiva, una concepciσn pluralista de la democracia. La democracia supone entonces una pluralidad de diversidades a las que los ciudadanos, perciben como no-contradictorias, con respecto a las formas de organizaciσn polνtica de su convivencia social. Pasando al problema de la diferencia, sostenemos que se encuentra estrechamente vinculado a la identidad y por lo tanto a exigencia de reconocimiento: cσmo ser portador de derechos sin enfrentarse a la lσgica de una radical confrontaciσn desarrollada sobre la lσgica de

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identidades excluyentes. La identidad es un tιrmino polisιmico que puede referirse a la acciσn de conocimiento de uno mismo; a la igualdad de propσsito que dos o mαs grupos comparten, o a la distintiva y excluyente forma de igualdad que construye una comunidad agraviada sobre la base de sus cualidades especνficas (gιnero, etnia, preferencia sexual). Esta demanda de identidad siempre va acompaρada por la exigencia del reconocimiento por parte de algϊn otro/s de esa diferencia. Ello significa que la constituciσn de una identidad sσlo es posible a partir de su relaciσn diferencial con los otros (Wolin 1996:137) y, en consecuencia, hay identidad porque hay diferencia. Siguiendo a Wolin (1996), este planteo significa aceptar la indispensable existencia de un reconocedor cuya aprobaciσn es evaluada como fundamental. Es detrαs de aquel que reconoce donde descansa la existencia de identidades de grupos que se manifiesta, expresa y articula alrededor de ciertos atributos percibidos como equipolentemente compartidos, grupos que a la vez que exigen ser reconocidos porque se sienten, ente muchas razones posibles, amenazados, oprimidos y hasta excluidos (Wolin 1996:139-148; Castells 1997:28, Ricoeur 2005:227-230). Este argumento presupone el desarrollo del reconocimiento de la diferencia en un contexto marcado por relaciones de poder. El proceso de construcciσn de sentido sobre el reconocimiento de atributos culturales comunes, al que el grupo o los grupos le dan prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido, va de la mano de las tensiones que surgen al ser reconocidos por ese uno pero plural reconocedor. En un sentido banal, una primera lectura de los argumentos expuestos alude al necesario proceso existente entre un reconocedor y un reconocido. Ahora bien, esta banalidad se esfuma cuando estos tιrminos son tomados como puntos de partida para una concepciσn dialιctica del reconocimiento como, por ejemplo, la que presenta Hegel cuando aborda la relaciσn entre el amo y el esclavo. La lucha por el reconocimiento pasa a ser entendida como una lucha entablada a muerte en la que no puede morir ninguno de los contendientes. La autoafirmaciσn abstracta de las partes, que se menosprecian unas a otras, queda disuelta por el hecho que los combatientes arriesgan su vida cancelando de este modo la particularidad. Este reconocimiento recνproco se basa en la idea de que la identidad de uno es posible solo a travιs del reconocimiento de la identidad del otro y que, a su vez, ese otro reconoce que su identidad es tal siempre y cuando sea reconocida por aquel. Para ser mαs claros, es el esclavo el que se reconoce como esclavo del amo. Esta dialιctica hegeliana se vincula con el problema de la diferencia en la democracia porque siempre nos recuerda que la contradicciσn es la condiciσn interna de toda identidad. En definitiva, el reconocimiento se ubica formando parte de un proceso de realizaciσn y reviste las formas de lucha por el reconocimiento. El problema de la diferencia que tambiιn habνa sido expuesto por Hobbes como un estado de natural enemistad-entre individuos que se reconocen-entre-si-en-la enemistad. El gran problema hobbesiano es, por lo tanto, cσmo pasar del reconocimiento de los otros como

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enemigos; como opuestos a un Leviatαn que les exige poner bajo su poder esa natural condiciσn de enemistad para convertirla en atributos plurales y negociables. La diversidad supone la negociaciσn mientras que la diferencia es reticente: mαs que un negociador, reclama un �reconocedor�. Retomando el planteo sobre ciudadanνa, podemos decir que a su universalismo abstracto lo que se le reprocha es haber permanecido ciego a la diferencia en nombre de la diversidad; de la pluralidad. Poner de relieve estas lνneas de conexiσn y desarrollo, aunque mαs no sea a tνtulo de ejemplo, fue para introducir el planteo referido a que las diferencias pueden permanecer gracias a la habilidad con que se lleva a cabo la polνtica de la ciudadanνa. En una democracia, la ciudadanνa, segϊn hemos dicho, se construye sobre la base del reconocimiento de que la condiciσn de membresνa de y entre sus ciudadanos/as; se alcanza cuando se reconoce que es la ciudadanνa no sσlo la piedra angular constituyente sino el medio y fin de la organizaciσn polνtica democrαtica. La democracia y sσlo la democracia puede denominarse como una organizaciσn paradσjica. Porque no queda muy claro en quι sentido los sectores vulnerables, por ejemplo, llevan una vida democrαtica es que planteamos que no es a pesar de ello, sino precisamente por ello, que el vνnculo entre democracia y ciudadanνa, con sus tensiones entre diversidad y diferencia, no es una relaciσn ingenua o pacνfica sino que es precisamente la genealogνa de su tensiσn y de su reestablecimiento. Es asimismo un problema sobre su extensiσn, alcance y calidad en correspondencia con la participaciσn y los reclamos de reconocimiento de la diferencia en la democracia.

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