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32. Las bases sociales de los nuevos racismos Lorenzo Cachón Universidad Complutense de Madrid El racismo, un desafío contemporáneo en nuestras sociedades Contra lo que a veces se da por sobreentendido o en ocasiones se for- mula, ni el racismo es un fenómeno del pasado ni lo es en la actuali- dad sólo de otras latitudes siempre «diferentes» a la nuestra. El racis- mo está entre nosotros, en nuestras sociedades. Y constituye una de los grandes desafíos del presente y del futuro de Europa y de España. Como señala (Wieviorka 1998), «debemos saber que, cualquiera que sea la evolución futura, es muy probable que nuestras sociedades sean cada vez más tentadas por el racismo. El racismo constituirá cada vez más, si no una realidad perceptible, al menos un desafío, una amena- za siempre susceptible de surgir y extenderse (…) El racismo es un desafío que no hay que tratar ni por exceso, haciendo de él una plaga masiva o dramatizando los acontecimientos que lo traducen, ni por defecto, banalizándolo o minimizándolo». No es de extrañar que hace unos años Balibar y Wallerstein afir- maran que, «con formas tradicionales o renovadas, (…) el racismo no está en regresión, sino en progresión en el mundo contemporáneo. Este fenómeno conlleva desigualdades, fases críticas (…) pero en de- finitiva, sólo se puede explicar por causas estructurales. En la medi- da en que lo que está en juego (…) es la categorización de la humani- dad en especies artificiales aisladas, tiene que haber escisión violentamente conflictiva en las relaciones sociales. No se trata de simple ‘prejuicio’» (Balibar 1991). Pero es complejo abordar la cuestión del racismo. En países como España esta dificultad tiene razones políticas, porque no está en INMIGRACION ESPAÑOLA(1GL) 7/1/08 15:00 Página 943

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32.Las bases sociales de los nuevos racismos

Lorenzo Cachón

Universidad Complutense de Madrid

El racismo, un desafío contemporáneo en nuestras sociedades

Contra lo que a veces se da por sobreentendido o en ocasiones se for-mula, ni el racismo es un fenómeno del pasado ni lo es en la actuali-dad sólo de otras latitudes siempre «diferentes» a la nuestra. El racis-mo está entre nosotros, en nuestras sociedades. Y constituye una delos grandes desafíos del presente y del futuro de Europa y de España.Como señala (Wieviorka 1998), «debemos saber que, cualquiera quesea la evolución futura, es muy probable que nuestras sociedades seancada vez más tentadas por el racismo. El racismo constituirá cada vezmás, si no una realidad perceptible, al menos un desafío, una amena-za siempre susceptible de surgir y extenderse (…) El racismo es undesafío que no hay que tratar ni por exceso, haciendo de él una plagamasiva o dramatizando los acontecimientos que lo traducen, ni pordefecto, banalizándolo o minimizándolo».

No es de extrañar que hace unos años Balibar y Wallerstein afir-maran que, «con formas tradicionales o renovadas, (…) el racismo noestá en regresión, sino en progresión en el mundo contemporáneo.Este fenómeno conlleva desigualdades, fases críticas (…) pero en de-finitiva, sólo se puede explicar por causas estructurales. En la medi-da en que lo que está en juego (…) es la categorización de la humani-dad en especies artificiales aisladas, tiene que haber escisiónviolentamente conflictiva en las relaciones sociales. No se trata desimple ‘prejuicio’» (Balibar 1991).

Pero es complejo abordar la cuestión del racismo. En paísescomo España esta dificultad tiene razones políticas, porque no está en

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la agenda que se quiere dominante, y sociales, porque excepto en losgrupos de extrema derecha no es aceptable que alguien pueda ver ca-lificados sus actos como racistas. Pero más allá de estos hechos, haydificultades ligadas al concepto mismo de «racismo». Miles (1989)comienza su clásico Racism señalando que «como otros conceptossociológicos, el de racismo tiene un uso cotidiano y muchos signifi-cados cotidianos (…) Como todos los otros componentes de lo queGramsci llamó ‘sentido común’, la gran parte de este uso cotidiano esacrítico. Pero el concepto tiene una particularidad por el hecho de queestá de un modo muy fuerte cargado negativamente (…) Todo estohace que el científico social que intenta utilizar el concepto se en-cuentre con una especial dificultad».

Del viejo al nuevo racismo

El racismo es un atributo de las sociedades modernas, de las socieda-des individualistas, igualitarias, universalistas. El llamado racismo«científico» surge en el contexto de los procesos de colonización eimperialismo del XIX y de la expansión de los nacionalismos europeosdel siglo XIX con aportaciones «científicas» de las ciencias sociales.Este racismo se basaba en las diferencias biológicas que se establecí-an entre las distintas «razas». Pero este concepto ha perdido todo suvalor científico después de los trabajos UNESCO (de 1952 y 1960) yha sido desacreditado por la ciencia y la moderna genética.

Sin embargo, el concepto «raza» es recurrente porque tiene unautilidad funcional en el marco del discurso y de las prácticas racistas.Por eso puede ser contraproducente hablar de que las razas no existenporque, sin embargo, se ven y se oyen en los medios.

Las «razas» no tienen un fundamento biológico sino que son re-laciones de grupo naturalizadas. En ese sentido no sólo existen sinoque son continuamente (re)construidas socialmente.

Se puede plantear si hay dos racismos (uno clásico, «científico»y biológico y otro nuevo «cultural») que se habrían sucedido en losaños cincuenta y sesenta al salir de la experiencia del nazismo y en-trar en la de la descolonización (como defiende Taguieff 1988) o sihay un solo racismo pero con «dos lógicas distintas, de jerarquización

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y de diferenciación, contradictorias y sin embargo necesariamente co-presentes en toda experiencia significativa de racismo» como defien-de Wieviorka (1998).

El concepto The new racism fue incorporado por Martin Bakeren su trabajo de 1981. Este «nuevo racismo» cambia la argumenta-ción «legitimadora» del discurso racista desde la inferioridad bioló-gica del racismo clásico a la diferencia cultural y se produce como unracismo «cultural», «diferencialista» (Taguieff), «simbólico». Si la«lógica» del racismo clásico era la «pura jerarquización, universalis-ta si se prefiere, (que) disuelve la raza en las relaciones sociales, hacedel grupo caracterizado por la raza una clase social, una modalidadextrema del grupo explotado, y de la cuestión de la raza en realidaduna cuestión social» (Wieviorka 1998), la «lógica» que incorpora elnuevo racismo es «una lógica de pura diferenciación, que tiende a re-chazar los contactos y las relaciones sociales, reenvía a la imagen dela exterioridad radical de los grupos humanos considerados, que en ellímite no tienen ningún espacio común donde desplegar la menor re-lación, sea racista o no» (ibid.). De tal manera que el nuevo discursoracista «se legitimaría menos por la invocación de una desigualdad de‘razas’ como por la idea de la irreductibilidad y la incompatibilidadde ciertas especificidades culturales, nacionales, religiosas, étnicas uotras. El Otro, en esta perspectiva, es sentido como alguien que notiene lugar en la sociedad de los racistas, es percibido como la nega-ción de sus valores y de su ser cultural» (ibid., 33).

El «nuevo racismo» ha sustituido el referente biológico (las «ra-zas») de los planteamientos racistas tradicionales por un referente so-ciológico como es la cultura. Como señala Balibar (1991), «el racis-mo actual (…) se inscribe en el marco de un ‘racismo sin razas’ (…):un racismo cuyo tema dominante no es la herencia biológica, sino lairreductibilidad de las diferencias culturales; un racismo que, a pri-mera vista, no postula la superioridad de determinados grupos o pue-blos respecto a otros, sino ‘simplemente’ la nocividad de la desapari-ción de las fronteras, la incompatibilidad de las formas de vida y delas tradiciones: lo que se ha podido llamar con razón un racismo dife-rencialista (Taguieff)». En este nuevo racismo «la cultura puede fun-cionar también como una naturaleza, especialmente como una formade encerrar a priori a los individuos y los grupos en una genealogía,una determinación de origen inmutable e intangible» (ibid.). Además,

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aunque formalmente en este planteamiento desaparece la cuestión dela jerarquía, esto es más aparente que real, porque «de hecho, la ideade jerarquía (…) se reconstruye en el uso práctico de la doctrina (porlo que no necesita que se enuncie explícitamente) y en el tipo de cri-terios que se aplica para concebir la diferencias de culturas» (ibid.)

De la digresión sobre «el extraño» de Simmel a la dicotomía«established /outsider» de Elias

Frente a la consideración del «extraño» como alguien ajeno o el«otro» excluido, Simmel va a abordar plantear la relación de extrañosy autóctonos como una relación dominada por la «ambivalencia».Ambivalencia simmeliana que puede ser definida siguiendo a Giner(2001) como «aquella capacidad que poseen ciertas relaciones dedesdoblarse simultáneamente en efectos y repercusiones duales yopuestos». Si en una relación ambivalente «coexisten contrarios», laexistencia del «extraño» la convierte Simmel en un caso clásico derelación ambivalente. Porque el extraño de que habla Simmel (tradu-cido con frecuencia por «el extranjero»), es «el que viene hoy y sequeda mañana; es, por decirlo así, el emigrante en potencia, que, aun-que se haya detenido, no se ha asentado completamente. Se ha fijadodentro de un círculo espacial (…) pero su posición dentro de él de-pende esencialmente de no pertenece a él desde siempre, de que traeal círculo cualidades que no proceden ni pueden proceder del círcu-lo» (Simmel 1977a). «El extranjero no se haya solamente de paso,sino que se instala y trata de encontrar una ocupación duradera den-tro del grupo» (Simmel 1977b). Y señala que la proximidad y el ale-jamiento que contienen todas las relaciones humanas adopta aquí lasiguiente forma: «la distancia, dentro de la relación, significa que elpróximo está lejano, pero el ser extranjero significa que el lejano estápróximo» (Simmel 1977a). Por eso los moradores de Sirio no son ex-tranjeros, «porque son como si no existieran para nosotros, están másallá de la proximidad y la lejanía». Podría decirse que los «otros» loson, precisamente, porque están (en relación) con «nosotros». Sinesta proximidad no sería posible aquella lejanía. Sin contacto no po-demos establecer distancias.

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De esta singular «síntesis de lo próximo y lo lejano, que consti-tuye el carácter formal de la posición del extranjero» nace, segúnSimmel (1977a) «el carácter abstracto de la relación que se mantienecon él» porque «con el extranjero sólo se tienen en común ciertascualidades de orden general». La sociedad (Gesellschaft) de que for-man parte «funciona (…) pero no los une por ser precisamente estosy no otros, sino que, por virtud de aquella igualdad podría unir (…) acualquiera otros». Y así, «a medida que los elementos comunes tie-nen un carácter más general, el calor de la relación creada por ellos seconvierte en frialdad y deja paso al sentimiento de que esta relaciónes casual; las fuerzas fusionantes han perdido su carácter específico,centripetal». Y lo pierden porque «el extranjero nos es próximo encuanto sentimos que entre él y nosotros se dan igualdades sociales,profesionales o simplemente humanas; en cambio nos es lejano encuanto que esas igualdades están por encima de ambos, y sólo nos li-gan porque ligan asimismo a muchos otros».

El extranjero es y «está al mismo tiempo próximo y lejano».Próximo porque está «adherido al grupo (sociedad) de un modo inor-gánico»; lejano porque «constituye un miembro orgánico del grupo,cuya vida unitaria encierra la condición particular de este elemento».Como la relación se basa en la «igualdad general humana», «la con-ciencia de no tener en común más que lo general, hace que se acentúeespecialmente lo no común». De aquí que, resume Simmel (1977a),«en el caso de los extranjeros por nacionalidad, ciudad o raza, lo quese ve en ellos no es lo individual, sino la procedencia extranjera, quees lo que podría ser común a muchos extranjeros. Por eso a los ex-tranjeros no se los siente propiamente como individuos, sino comoextranjeros de un tipo determinado». Por esto, como señala Santama-ría (2002), al extranjero se le ve como «la encarnación, la corporali-zación, de una categoría social que lo engloba y define más allá de símismo»: un «inmigrante», un «chino», un «judío».

El estudio de Norbert Elias sobre la comunidad que llamó«Winston Parva», realizado en colaboración don Scotson y tituladooriginalmente The Established and the Outsiders, puede situarse en laestela de la ambivalencia planteada por Simmel. Elias aborda la rela-ción entre los habitantes de dos barrios obreros, de características si-milares si se exceptúa el hecho de que unos ya estaban en la localidady los otros son recién llegados. No se trata de un «conflicto de clase»

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con un tercer barrio burgués de la localidad sino de un conflicto «in-tra-obrero». La ambivalencia es el motor de la relación (y el conflic-to) entre los habitantes de ambos barrios: «bien instalados en todoslos puestos claves y gozando de la intimidad de su vida asociativa, losantiguos intentaban excluir a los extranjeros (es decir, a los recién lle-gados) que no subscribían el credo de su comunidad y, en muchos as-pectos, chocaban con su sentido de los valores» (Elias y Scotson1997).

Elias muestra como «el racismo no tiene necesidad de una dife-rencia física objetiva, previa, para desplegarse, simplemente porquetiene la posibilidad de crearla, de construirla» (Wieviorka 1997). Losinsiders proceden a una naturalización descualificante de los outsi-ders. «Incluso cuando existen diferencias de apariencia física y otrosaspectos biológicos que se califican de ‘raciales’, la sociodinámica dela relación de los grupos estableciendo una relación de instalados amarginales está determinada por la misma naturaleza de esta relación,mas que por las características de los grupos considerados indepen-dientemente» (Elias y Scotson 1997).

El planteamiento de Elias recoge, avant la lettre, las posicionesdel «nuevo racismo»: los habitantes «establecidos» de Winston Parva«estaban atrincherados y eran poderosos en comparación con los nue-vos habitantes de la parcela pero tenían el sentimiento de que los re-cién llegados amenazaban su modo de vida (…) y manifestaban unaviva intolerancia respecto a sus vecinos no-conformes» (Elias y Scot-son 1997).

Estos conflictos no son inusuales en los procesos de industriali-zación, de tal manera que podemos encontrar «estas diferencias entresgrupos sociológicamente ‘viejos’ y ‘nuevos’ en muchas partes delmundo». Y por todas partes «se pueden descubrir variantes de la mis-ma configuración de base: encuentros entre grupos de recién llegados,de inmigrantes, de extranjeros y de grupos de viejos residentes» (ibid.,292). Los problemas sociales que planean estos aspectos migratoriosde la movilidad social tienen un «aire de familia» a pesar de que susdetalles concretos difieran: «Si los (in)migrantes no tienen el mismocolor de la piel y poseen otros rasgos físicos hereditarios que les dife-rencian de los habitantes más antiguos, es generalmente bajo la rúbri-ca de ‘problemas raciales’ como se trata desde sus propias formacio-nes de barrio y en sus relaciones con los habitantes de los barrios más

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antiguos. Si los recién llegados son de la misma ‘raza’, pero tienen unalengua y tradiciones nacionales diferentes, los problemas que han deafrontar, ellos y los más antiguos, son clasificados como ‘problemasétnicos’. Y si no son ni de una ‘raza’ diferente ni de un ‘grupo étnico’diferente, sino que simplemente de otra ‘clase social’, se abordan losproblemas de movilidad social como ‘problemas de clase’ y a menudocomo problemas de ‘movilidad social’» (ibid.).

Pero en «Winston Parva» no había diferencias de ninguno de es-tos tres tipos. Los grupos «antiguos» y «nuevos» eran de la misma«raza», del mismo «grupo étnico» e incluso de la misma «clase so-cial» y, sin embargo, se pone en marcha una dinámica deexclusión/inclusión entre establecidos y outsiders, porque en todoslos casos «los recién llegados intentan mejorar su posición y los gru-pos establecidos mantener la suya. Los primeros se molestan con laplaza subalterna que les otorgan y a menudo se esfuerzan por elevar-se, mientras que los segundos se esfuerzan por preservar su superio-ridad que sienten amenazada por los recién llegados» (ibid.)

Contextos del racismo contemporáneo

Wieviorka (1998) contextualiza la producción contemporánea del ra-cismo en torno a tres grandes registros social, institucional y cultural:el fin de la sociedad industrial, la crisis de las instituciones y elaumento de las identidades culturales.

El primero y más importantes de estos registros nos lleva a ladesestructuración de las relaciones sociales características de la eraindustrial. En los años setenta del pasado siglo el crecimiento econó-mico se ralentiza y se agudizan los fenómenos de dualización socialcon el incremento del paro, de la precarización y de la exclusión so-cial. El movimiento obrero pierde la centralidad que había tenido has-ta entonces en el conflicto social. Los referentes sociales y políticos,hasta entonces relativamente claros, entran en un período de incerti-dumbre. «Actualmente, el sentir dominante está instituido por unnuevo tipo de incertidumbre, que no se limita a la propia suerte o ta-lento, sino que atañe a la futura configuración del mundo, a la formaadecuada de vivir en él y a los criterios en función de los cuales juz-

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gar los aciertos y errores de cada forma de vida (…) (esta incerti-dumbre) ya no se percibe como una mera molestia temporal (…). Elmundo posmoderno se prepara para soportar una vida bajo un estadode incertidumbre que es permanente e irreductible» (Bauman 2001).

Todo racismo parte del hecho del desconcierto y la incertidum-bre que produce el encuentro con personas que tienen rasgos, lenguaso costumbres diferentes a las nuestras (heterofobia) y a partir de esedesconcierto comenzamos a construir representaciones de los «otros»en contraste y con relación a «nosotros»; esas representaciones pue-den llevar al miedo y al rechazo y en situaciones de incertidumbre so-cial, como son los tiempos actuales está situaciones pueden tender aagudizarse. Pero hay que recordar que el racismo se puede desplegartambién en un contexto de crecimiento y pleno empleo.

Que la crisis de la relación salarial que se vive en la actualidadsea un humus más favorable para la aparición de fenómenos racistasno debe hacernos caer, como ha señalado Balibar (1991) en «Racis-mo y crisis», en explicaciones mecanicistas del tipo: crisis → paro →precariedad → aumento de la competencia en el mercado de trabajo→ exclusión social → hostilidad, xenofobia → violencia racista. Sinembargo hay que poner de relieve correlaciones indiscutibles entreambos fenómenos, pero una correlación que va en las dos direccio-nes: la crisis como factor del racismo y el racismo como factor (mul-tiplicador) de la crisis. Porque «es indiscutible que la existencia delracismo, los actos de violencia que le dan cuerpo, se convierten en uncomponente activo de la crisis social, pesando por ello en su evolu-ción» (Balibar 1991). Por eso «más que de causa y efecto, habría quehablar de acción recíproca de la crisis y del racismo en la coyuntura:es decir, hay que calificar, especificar la crisis social como crisis ra-cista, investigar sobre las características del ‘racismo de crisis’ queaparece en un momento dado en una formación social determinada».Pero en el «paso al acto» ligado a la crisis, «cuando se superan deter-minados umbrales de intolerancia», el racismo (antes latente) «cam-bia de portadores y de objetivos. Y son estos desplazamientos los queimportan sobre todo al análisis de coyuntura»: Entran en escena «ca-pas y clases sociales nuevas (o individuos cada vez más numerososde capas sociales nuevas), que adoptan una postura de ‘racificación’de situaciones cada vez más variadas» (ibid.).

Un segundo registro para comprender el racismo contemporá-

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neo es la crisis de las instituciones que deberían garantizar la sociali-zación de los individuos como son la escuela pública y los serviciospúblicos. La primera «por todas partes, en Europa (…) parece penarpor cumplir su misión y, a menudo, sus dificultades son imputadas,una vez más, a la inmigración. El racismo, aquí, consiste en acusar alas principales víctimas de esta crisis de ser responsables de la mis-ma, a hacer a los inmigrantes la causa del mal funcionamiento de laescuela» (Wieviorka 1998). Pero la crisis también afecta a las institu-ciones responsables de la seguridad social y de la solidaridad que tie-nen que abordar realidades nuevas y diversas en medio de escasez depersonal y de recursos financieros y sin la preparación adecuada loque lleva a la pérdida de la noción de «servicio público» y la posibledesmotivación de los empleados de estos servicios.

El tercer registro sería el aumento de las identidades culturales.Una de sus manifestaciones es el incremento de los nacionalismos quees «indisociable del incremento de las corrientes xenófobas, racistas yantisemitas» (ibid.). Las identidades culturales se multiplican en todoslos órdenes: religiosos, étnicos, etc. Estas identidades se pueden ma-nifestar como reproducción pero pueden ser también «importadas»por ejemplo a través de los inmigrantes. Pueden tener una larga tradi-ción detrás o pueden ser invenciones recientes pero que en poco tiem-po se nos presentan como algo «de toda la vida». Esto procesos «con-tribuyen al reforzamiento o a la renovación del racismo. A larenovación en la medida en que las identidades culturales son suscep-tibles de provocar en todas partes tensiones culturales o intercomuni-tarias que derivan fácilmente en racismo de tipo diferencialista. A sureforzamiento en la medida en que cada una de estas identidades pue-de ser tentada de naturalizarse y de naturalizar a otros actores, contri-buyendo así a una etnización de la vida colectiva que puede abrir lavía a la racialización de las relaciones sociales y políticas» (ibid.).

Los espacios del racismo

«El racismo es una cuestión verdaderamente moderna a partir del mo-mento en que afecta (…) a grupos humanos llamados a vivir en la mis-ma unidad económica, política o social, en particular en el mismos es-

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pacio jurídico-político — el que constituye, sobre todo, un Estado»(Wieviorka 1998). Tomando como referencia esta relación entre racis-mo y modernidad Wieviorka propone construir un cuadro conceptuala partir de cuatro polos que corresponden cada uno a una fuente virtualde racismo y que enfrenta dos lógicas distintas: la primer opone la par-ticipación individual en la vida económica y política moderna a la per-tenencia a una identidad colectiva en la cual la persona sólo es conce-bida como subordinada a una comunidad y su cultura, sus leyes y sustradiciones. El segundo eje va desde el universalismo al diferencialis-mo. Modificando parcialmente los planteamientos de Wieviorka po-demos (re)construir su marco conceptual de los espacios del racismoen el cuadro siguiente con cuatro espacios «típicos» del racismo como«construcciones analíticas», como «tipos sociológicos puros».

Los espacios del racismo

El racismo universalista «acompaña a la modernidad triunfante cuan-do se quiere referencia del progreso, de la nación universal o de unproyecto de evangelización religiosa» de tal manera que «todo obs-táculo que se levante en el camino de la inclusión en la modernidadpor parte de aquellos que se supone que se van a beneficiar es sus-

Racismouniversalista

Universalismo

Racismode la identidad

contra la modernidad

Identidad comunitariaModernidad individualista

Racismo de la caíday de la exclusión social

Racismo de lasidentidades en conflicto

Diferencialismo

Los espacios del racismo

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ceptible de ser combatido con categorías raciales que permitirán a lavez denunciar el oscurantismo, destruir las resistencias más sistemá-ticas de unos, y justificar la explotación de otros, precio a pagar porestos últimos para una entrada por abajo en el mundo moderno»(Wieviorka 1998). El colonialismo ha ejercitado este tipo de racismosea desde una lógica de diferenciación (lo que «justificaba» temiblesviolencias), sea desde una lógica de inferiorización (lo que permitíala explotación económica de los grupos racializados). Pero para quesea «universalista» ha de pretender «integrar en la modernidad a lospueblos a los que afecta, y disolverles allí por asimilación aseguran-do a cada persona un trato individual igualitario, el de los derechosdel hombre y del ciudadano» (ibid.).

En el racismo de la caída y de la exclusión social, «grupos o in-dividuos viven una fuerte caída social, están marcados por la exclu-sión o por su amenaza. Estos fenómenos desembocan en un racismoparticularmente agudo en períodos de mutaciones sociales o de crisiseconómica. El racista, aquí, es el que pierde su estatuto o su posiciónsocial, o teme perderlos, o quiere protegerse de los riegos de la caída(…) Su racismo aquí se parece a un reflejo de los ‘pobres blancos’ yapunta prioritariamente a aquellos que están más próximos social-mente (…) Este racismo es normalmente un componente de un dis-curso y de una acción populistas, que denuncian a la clase política, alEstado, a los intelectuales o a los ‘fuertes’. El racista se alimenta deuna representación inversa del grupo apuntado: para él, el Otro estáganando puntos mientras él se ve a sí mismo en plena caída o se sien-te singularmente amenazado (…) Este racismo no es un rechazo de lamodernidad, sino un rechazo a ser expulsado de ella, que se revuelvecontra los grupos acusados de penetrar en ella. Es una llamada a laparticipación en la vida moderna, en el dinero, en el empleo, en elconsumo, en la educación, permanece arrimado a la modernidad, loque no le impide que pueda prolongarse o convertirse en actitudes an-timodernas» (ibid.).

La referencia a una identidad nacional, étnica, religiosa u otra,cuando se plantea para oponerse a la modernidad puede dar lugar a untipo de racismo identitario antimodernidad. Entre estas identidades,que son construcciones sociales y alguna desde hace relativamentepoco tiempo contra lo que a veces se pretende, Balibar ha destacadoel papel de los nacionalismos donde hay un tipo de racismo que en-

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cuentra su lugar bastante fácilmente: «El racismo no es una ‘expre-sión’ del nacionalismo, sino un suplemento del nacionalismo, mejoraún, un suplemento interior del nacionalismo, siempre excediéndoseen relación a él, pero siempre indispensable para su creación» (Bali-bar 1991).

El racismo de las identidades en conflicto puede resultar de con-ductas desplegadas en nombre de una identidad cultural frente a otrosgrupos definidos como culturalmente distintos. El racismo surge en elmarco de tensiones interculturales o interétnicas, donde puede jugar-se una dialéctica de identidades: la afirmación de un grupo lleva a la(re)afirmación de otros grupos. Estos procesos están favorecidos porla visibilidad de los grupos y comunidades que participan en ellos.

Pero en la realidad concreta será difícil encontrar estos tipos (deespacios sociales) del racismo en su estado puro porque, como seña-la el mismo Wieviorka (1998) hay que reconocer que «el carácter sin-crético del racismo es hasta tal punto la regla, que el racismo no seturba por sus contradicciones internas (…) (porque) el racismo fusio-na o amalgama las significaciones, incluso las más opuestas». Ade-más, «el racismo es un fenómeno a la vez moderno y asociado al re-basamiento o a la crisis de la modernidad» (ibid.).

Los inmigrantes como «raza»

Si Simmel piensa en el judío (berlinés) como «la» figura del «extra-ño», hoy «nuestros extraños» (expresión ambivalente: los «extraños»forman parte de «nosotros» porque en caso contrario no serían «ex-traños»), «nuestros otros» son distintos: además de mantener a los«otros» tradicionales como han sido y siguen siendo los gitanos (Ca-chón 1999), los «otros nuevos» son sobre todo los inmigrantes de paí-ses menos desarrollados.

Se despliega aquí un dispositivo de construcción social del ra-cismo que reproduce la lógica de inclusión/exclusión más general quehemos visto en Elias y que, en el caso del racismo, busca sustitutosfuncionales de la «raza» como objetos sobre los que construir repre-sentaciones racializantes. Los «otros» van cambiando a lo largo deltiempo. Y, como ha señalado Miles (1989), el racismo adopta formas

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«específicas históricamente». Se podría decir, extremando el argu-mento puesto que — por ejemplo — en España y otros lugares deEuropa seguimos teniendo un grupo social muy «racializado» comoson los gitanos, que es la Europa la «raza» se llama inmigración.

Un primer indicio del cambio que se produce en el neoracismolo ofrece la categoría inmigración que funciona como sustituto de lanoción de raza. No es que los inmigrantes no hayan sufrido antes pro-cesos de discriminación y de violencias xenófobas. Para Balibar(1991), la inmigración aparece como elemento funcional sustitutoriode «raza» en el modus operandi racista tras los procesos de descolo-nización y los flujos inmigratorios en norte y centro de Europa tras lasegunda guerra mundial. Entonces se cambia de la «exteriorizaciónde lo interior» a la «interiorización de los exterior» que produce estaespecie de «tercer mundo a domicilio» resultado de las inmigraciónprocedente de las antiguas colonias hacia los centro capitalistas. Sepodría hacer otra consideración y señalar que antes de la crisis eco-nómica de los años setenta la inmigración aparece, sobre todo, comoun fenómeno de clase: los inmigrantes aparecen como trabajadoresextranjeros, son definidos sobre todo en términos sociales, por su po-sición en la estructura social. Tras la crisis comienzan a ser extranje-ros (vagamente definidos como en términos étnicos/culturales) traba-jadores o no. Y así comienza a producirse un proceso de racializaciónde la «clase inmigrante».

Este cambio en la construcción del objeto por parte del racismoy su planteamiento en términos «étnicos» tiene, como ha señaladoChebel d’Appollonia (1998) ventajas evidentes: «apelar el ‘sentidocomún’ para constatar que hay diferencias entre grupos humanos; uti-lizar el término ‘étnia’ en vez de ‘raza’ pero sin dejar de insistir en sucarácter innato; e introducir de nuevo el principio de desigualdad (…)para establecer una jerarquía no ya de razas (…) sino de ‘produccio-nes culturales’». Con ello se explicaría el título, sólo aparentementecontradictorio, de un capítulo del libro de esta autora: «Las razas noexisten, pero la raza explica muchas cosas».

Las categorías inmigrante e inmigración son «categorías unifi-cadoras y diferenciadoras al mismo tiempo». «Inmigrante suele seruna categoría de amalgama, que combina criterios étnicos y criteriosde clase, en la cual se colocan mezclados a los extranjeros, pero no atodos los extranjeros y no sólo a los extranjeros» (Balibar 1991). Pero

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la diferenciación externa se completa con una diferenciación internaporque son categorías que también sirven para producir una jerarqui-zación entre los inmigrantes. Y así la categoría inmigración «estruc-tura discursos y comportamientos pero también, lo que no es menosimportante, suministra al racista, al individuo y al grupo en tanto queracistas, la ilusión de un pensamiento, de un ‘objeto’ que hay que re-conocer y que explorar (…) el pensamiento efectivo de un objeto ilu-sorio» (ibid.). De este modo «el termino ‘inmigración’ se ha conver-tido en el nombre de la raza por excelencia, nombre nuevo perofuncionalmente equivalente a la apelación antigua, al igual que ‘in-migrantes» es la principal característica que permite clasificar a losindividuos dentro de una tipología racista» (ibid.). Típicamente,nuestras «razas», que es el eco que llega cuando hablamos de étnias,se llaman inmigrantes. No se quiere decir que otros colectivos comolos gitanos o los que nacionales (de origen o por nacionalización) quetienen rasgos fenotípicos diferentes de los mayoritarios en nuestra so-ciedad, o los judíos u otros colectivos con religiones o culturas dis-tintas no puedan ser y sean sometidos a procesos de «racialización»,pero sí que estos procesos racializantes se producen sobre todo conalgunos colectivos de inmigrantes.

Portes (2006) ha puesto recientemente de manifiesto la «raciali-zación» de los hispanos en Estados Unidos. Varios factores han con-tribuido a convertir a los hispanos en una minoría étnica «real», entreellos el Estado que puede producir etnicidades e incluso razas con elsimple acto de catalogar y tratar a las personas «como si» pertenecie-ran al mismo grupo (Nagel 1986). Es lo está ocurriendo en EstadosUnidos con los inmigrantes latinoamericanos y sus descendientes: in-dependientemente de que sea de su agrado, son clasificados por lasinstituciones estatales como miembros de una misma minoría étnicay con frecuencia son etiquetados como «hispanos». El inmenso poderde los medios de comunicación rige también este proceso de produc-ción de etnicidad: hablan de música «hispana», de películas «hispa-nas»o de literatura «hispana» aunque tengan su origen en países dife-rentes y culturas nacionales distintas. Y «esta confusión entre laetnicidad y la raza refleja claramente la aculturación con respecto alos estereotipos americanos, y su impacto en las percepciones de unomismo (a que se ven sometidos sobre todos los inmigrantes latinoa-mericanos de segunda generación). Al ser constantemente definidos

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y tratados como ‘hispanos’, los jóvenes llegan a considerar la etique-ta, no sólo en términos de cultura, lenguaje o religión, sino como unfenotipo genéticamente trasmitido. En lo concerniente a los america-nos-mejicanos, la situación se vuelve aún más chocante ya que equi-paran incluso su nacionalidad con su raza biológica. El hecho de quela mayoría de la segunda generación de latinos se vea a sí mismacomo miembros de una minoría racial es una consecuencia de su ex-periencia cotidiana en una sociedad en la que son comunes el prejui-cio y la discriminación y donde las características raciales son claves.En el proceso, la etiqueta ‘hispano’ ha recorrido todo el camino, des-de haber nacido por conveniencia con la finalidad de clasificar, aconstituirse en un rasgo trasmitido biológicamente».

La construcción (negativa) del «otro» desde la construcción(positiva) del «europeo»

En un reciente artículo sobre «La europeización de la política migra-toria y la transformación de la otredad», Andrea Rea (2006) ha pues-to de manifiesto como en el proceso de formulación de la ciudadaníaeuropea estamos construyendo, a la vez, al «otro no europeo» y comoesa construcción negativa no se lleva a cabo sólo desde la definiciónlegal de nacionalidad sino que se están incorporando criterios de ca-rácter étnico/cultural y/o religioso. De esta manera, podríamos decir,se actualizan las dos formas históricas de racismo en Europa, un ra-cismo interno dirigido a «otros» históricos de dentro como fueron losjudios (en forma de antisemitismo) y un racismo externo dirigido alas gentes de las antiguas colonias europeas (racismo colonial). Comoseñala Rea, «al escoger a los inmigrantes como su principal preocu-pación, el racismo europeo se dirige al mismo tipo de población, yasea fuera o dentro de sus fronteras», porque los inmigrantes «estándentro» pero «son (de) fuera». Y así la construcción europea, y el de-bate sobre la identidad europea, es un campo de producción de cate-gorías y de significados que dividen, produciendo, a la vez, inclusióny exclusión, europeos y «no-europeos», «nosotros» y «ellos».

El proyecto de construcción europea tiene por objetivo «la in-clusión de los nacionales europeos es un proyecto económico, cultu-

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ral y político común. Pero esta inclusión está, en la práctica, al mis-mo tiempo acompañada por la exclusión interna de los residentes ex-tranjeros de origen no europeo. En los discursos sobre derechos(europeos) no solamente se han establecido vínculos entre la territo-rialidad, la persona o los derechos humanos sino también con losvínculos culturales e históricos y con el proyecto político común»(Rea 2006).

Como argumenta este autor, el proceso de europeización de lainmigración está llevando a redefiniciones de los grupos en términosétnicos y a distinciones entre los grupos mayoritarios y los minorita-rios en base al origen. Pero es interesante observar que la dicotomíano hace referencia necesariamente al extranjero como categoría so-cial. De hecho, hijos de inmigrantes y nuevos inmigrantes puedencompartir las mismas identidades minoritarias. Europa ha sido uncontinente en el que la etnicidad y la construcción de categorías y cla-sificaciones étnicas se ha expresado de forma particular en las inte-racciones cotidianas. Es útil distinguir la diferenciación identitaria dela estigmatización. En la primera, la atribución de la identidad enbase a clasificaciones étnicas no produce, en principio, jerarquía en-tre grupos. En la segunda, por el contrario, la categorización étnica seacompaña de la «inferiorización» de ciertas identidades. Estas formasde ‘minorización’ (estigmatización, segregación, exclusión) puedenllevar a discursos y prácticas discriminatorias y racistas.

Para Rea (ibid.), «a pesar del resurgir del nacionalismo en Euro-pa, la identidad europea no parece expresarse directamente como talsino que sólo aparece en contraste con la noción de ‘no-europeo’. En-tre los ‘no-europeos’, las categorías de los ‘musulmanes’ y de los‘africanos’ (negros) son las que más llaman la atención. Parece quedonde uno acostumbraba a hablar del ‘extranjero’ es ahora el ‘musul-mán’ quien aparece, a menudo acompañado por discursos y argu-mentos esencialistas. Mientras que el extranjero aún deriva su extra-ñeza de su nacionalidad y/o su posición social (trabajador extranjero),la figura del ‘musulmán’ como otro ‘no-europeo’ es el resultado deuna clasificación exclusivamente religiosa y cultural. Otra forma deminorización, de la que son víctimas ciertos grupos procedentes delÁfrica subsahariana, está a menudo vinculada con las viejas clasifi-caciones coloniales. Parece que la diferencia fenotípica (el color de lapiel) y la religión se han convertido en los principales criterios en la

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construcción de categorías étnicas estigmatizadas. El origen étnico hasido con frecuencia movilizado para arrojar luz en problemas socia-les determinados (paro, delincuencia, etc.) y ha ayudado así a cons-truir a los inmigrantes como genuinas ‘clases peligrosas’. Las nuevasdefiniciones étnicas en Europa parecen ahora construir y mantener laimagen de ‘culturas peligrosas’»

De esta manera «el racismo europeo reproduce una jerarquía enla que algunos son considerados inferiores», «crea una categoría de‘sub-blancos’ personas que no son ni blancos ni cristianos, una mez-cla de características culturales, religiosas y fenotípicas», donde uninmigrante de origen turco que vive en Alemania y un inmigrante deorigen turco que vive en Bélgica son primero y sobre todo considera-dos turcos, incluso si el primero tiene la ciudadanía alemana y el se-gundo ha obtenido la nacionalidad belga. Más aún, «con la integra-ción europea, los ‘ciudadanos autóctonos’ parecen ser consideradoslos herederos de la propiedad nacional y la identidad europea mien-tras que los descendientes de inmigrantes son etiquetados como ‘out-siders’. Los herederos de los ‘establecidos’ (Elias & Scotson, 1965)en Europa son todos aquellos que pueden remontarse a una época an-terior en el tiempo, una historia compartida con uno de los Estados dela Unión. Lo que algunos descendientes de inmigrantes pueden haberadquirido en el estado donde viven, ser ciudadanos y nacionales, lopierden al viajar por Europa, al cruzar la frontera. Una persona fran-cesa que vive en Estrasburgo se convertirá en turco cuando llegue aStuttgart». Por eso señala el autor que «el racismo en Europa no essimplemente la suma del racismo en cada país de la UE. Hay una di-námica que es particular a la integración europea», que lleva a estare-producción del excluyente del «nosotros/ellos».

Esta «otredad» asignada (y no elegida) del «no europeo», «sub-blanco» que ni es blanco ni es cristiano, lleva a la negación del reco-nocimiento. Negación que se puede producir en diversos órdenes: ne-gación de derechos (derechos de ciudadanía, derechos sociales,libertad de movimientos, etc.); negación de estima social a través lasopiniones negativas sobre la cultura y/o la religión del otro; o nega-ción de la «voz», lo que deslegitima las demandas y las aspiracionesde estos grupos, especialmente en una esfera pública percibida comosecular y con necesidad de protegerse a si misma de la influencia dela religión.

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