76
1 EL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN LA VIVENCIA Y MENSAJE DE CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA Juan Esquerda Bifet Presentación Concepción Cabrera de Armida ("Conchita") es un alma centrad en el misterio de la Encarnación del Verbo y, a partir de él, en el misterio de la Trinidad, del Espíritu Santo, de la Eucaristía, de María, de la Iglesia y del sacerdocio . Su "Vida" y su "Cuenta de conciencia" reflejan una experiencia de fe sobre la persona de Jesús y, especialmente, sobre su interioridad o su Corazón. 1 En cada una de las páginas autobiográficas aparecen los amores del Corazón de Jesucristo. Conchita vivía de estos amores con la actitud de quien agradece un don inestimable de lo alto, para su propio bien espiritual y para el bien de innumerables almas. 2 Las inspiraciones y "confidencias" recibidas se centraron durante algunos años (de septiembre de 1927, a enero de 1931) en el tema sacerdotal, subrayando la interioridad o los amores de 1 ? CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Vida , t. I-X, México, Religiosas de la Cruz 1990. De la "Cuenta de conciencia" (65 volúmenes) citaremos principalmente los volúmenes 49-56, que se refieren de modo especial a los sacerdotes. Ver otros datos en: SACRA CONGRETATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida . Ver otras publicaciones en notas posteriores. 2 ? Los biógrafos hacen notar esta vivencia de la interioridad de Cristo: M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre familia, Concepción Cabrera de Armida , Bilbao, Desclée 1987 (Texto original: Journal d'une mère de famille , Desclée de Brouwer 1974.

EL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL SACERDOCIO ... · Web viewConcepción Cabrera de Armida ("Conchita") es un alma centrad en el misterio de la Encarnación del Verbo y, a partir de él,

  • Upload
    others

  • View
    6

  • Download
    1

Embed Size (px)

Citation preview

EL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN LA VIVENCIA Y MENSAJE DE CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA

EL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN LA VIVENCIA Y MENSAJE DE CONCEPCION CABRERA DE ARMIDAPRIVATE

Juan Esquerda Bifet

Presentación

Concepción Cabrera de Armida ("Conchita") es un alma centrad en el misterio de la Encarnación del Verbo y, a partir de él, en el misterio de la Trinidad, del Espíritu Santo, de la Eucaristía, de María, de la Iglesia y del sacerdocio.

Su "Vida" y su "Cuenta de conciencia" reflejan una experiencia de fe sobre la persona de Jesús y, especialmente, sobre su interioridad o su Corazón.

En cada una de las páginas autobiográficas aparecen los amores del Corazón de Jesucristo. Conchita vivía de estos amores con la actitud de quien agradece un don inestimable de lo alto, para su propio bien espiritual y para el bien de innumerables almas.

Las inspiraciones y "confidencias" recibidas se centraron durante algunos años (de septiembre de 1927, a enero de 1931) en el tema sacerdotal, subrayando la interioridad o los amores de Cristo Sacerdote y la urgencia de santificación sacerdotal.

Es interesante recordar que las principales "confidencias" sobre el sacerdocio las recibió Conchita a partir de los Ejercicios Espirituales (Morelia), dirigidos por Mons. Luis M. Martínez y que tuvieron como tema: "El interior del Corazón de Jesús". El arzobispo de México le había indicado también el objetivo concreto de estos Ejercicios: "Entrega total a la divina voluntad, dispuesta a todo".

Gran parte de estas confidencias sobre el sacerdocio se publicaron (edición privada) en Morelia (1928-1931), con el permiso del arzobispo de Michoacán, Mons. Leopoldo Ruiz. De hecho, esta publicación (con el título de "A mis sacerdotes") viene a ser un amplio resumen sistemático de la "Cuenta de conciencia" de Conchita durante esos mismos años.

Trataré de presentar el tema sacerdotal en dos momentos: Cristo Sacerdote, los sacerdotes ministros. En el primer momento, veremos el sacerdocio a partir de la interioridad o amores del Corazón de Jesucristo y también de la vivencia de Conchita; el segundo momento viene a ser el mensaje de Conchita sobre el sacerdote ministro.

Nos encontramos ante el carisma específico de Conchita y, por ello, lo presentamos como vivencia suya y como mensaje recibido del Señor en bien de toda la Iglesia.

1ª ponencia: LA VIVENCIA PERSONAL DE CONCHITA EN TORNO AL SACERDOCIO DE CRISTO

1.Vivencia en torno al misterio de la Encarnación

El misterio de la Encarnación no aparece en términos abstractos ni en una ordenada sistematización de conceptos teológicos, sino concretamente en la realidad del sacerdocio de Cristo: El Verbo, engendrado eternamente por el Padre en el amor del Espíritu santo, se hace hombre (Mediador y Víctima) en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo es Sacerdote por esta realidad de Mediador y Víctima: Hijo de dios, hombre, Salvador. Estamos dentro de la perspectiva neotestamentaria y patrística más auténtica: es Salvador porque es perfecto Dios y perfecto hombre.

Esta mediación salvífica de Jesús se realiza principalmente por el sacrificio de la cruz. Jesús es Sacerdote y Víctima, desde el día de la Encarnación. Esta realidad sacrificial se hace presente en la eucaristía por medio del ministerio de los sacerdotes ordenados.

Los escritos de Conchita no son exposiciones teóricas, sino fogonazos del Corazón de Cristo y vivencias personales y comprometidas de la misma Conchita. Todo es a la luz de los amores del Corazón del Señor. El sacerdocio de Cristo aparece como amor profundo al Padre, en el Espíritu Santo, y amor de plena donación a toda la humanidad ("las almas"), hasta dar la vida en sacrificio (como Sacerdote y Víctima).

Este amor de Cristo Sacerdote tiene dimensión mariana y eclesial. De este amor brota el deseo íntimo y la exigencia de que los sacerdotes ministros vivan en sintonía con los amores de Cristo. El Señor quiere, por medio de Conchita, contagiar a muchas personas de estos sus amores sacerdotales. Veámoslo ya a partir de los mismos escritos de Conchita.

La realidad humana y divina de Jesús se resuelve en inmolación o donación sacrificial (ya desde la Encarnación) para la salvación del mundo. Jesús se describe a sí mismo con estas vivencias sacerdotales:

"Yo comprendí desde el primer instante de la Encarnación mi papel de Víctima, y lo abracé, y acepté gozoso; especialmente, ¿por qué? Primero por honrar al Verbo, y después, por saciar mi amor por el hombre; nació esto en mi corazón comunicado por el Verbo; por esto es inmenso, y he aquí el secreto de la grandeza de mi amor, humano, sí, pero divinizado por el Verbo eternamente... Y mi Corazón de hombre, amaba a los hombres y comprendía sus debilidades y miserias, sus crímenes y pecados, y un nuevo martirio me oprimía, de rubor y vergüenza, porque si Yo no estaba manchado, mi familia, mi sangre misma, en los hombres, mis hermanos, lo estaba" (Vida 5, 361-373; CC. 23, 246-259; cfr. CC. 51, 30).

Desde el primer momento de la Encarnación, la Virgen María sintoniza con las mismas vivencias sacerdotales de Cristo. Esta será la pauta para Conchita y para muchas almas sacerdotales:

"Desde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen... no ha cesado de ofrecerme a El (al Padre) como Víctima que venía del cielo a salvar el mundo... Siempre María me ofreció al Padre"... (A mis sacerdotes, 96)

A la luz de los amores de Cristo, se comprende mejor el objetivo de la Encarnación:

"Uno de los fines principales que persiguió el Verbo al hacerse hombre fue el de formar, en El y con El, al sacerdote, haciéndole semejante a El... Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes"... (A mis sacerdotes, 112).

El amor de Cristo a los sacerdotes (cfr. 2, F) se desprende del objetivo de la Encarnación, que es la salvación de las almas (cfr. A mis sacerdotes, 134). El sacerdocio ministerial (dentro del misterio de la Iglesia Esposa) aparece entonces en toda su luz: "El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia,su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote"... (CC. 51, 32; cfr. A mis sacerdotes, 147).

La vivencia de Conchita (cuyas características analizaremos más abajo, en el n. 3) no son más que una prolongación o contagio de estos sentimientos de Cristo Sacerdote. La "Encarnación mística", de la que le habla el Señor, viene a concretarse en esta sintonía comprometida y sacrificial con estos amores sacerdotales de Cristo.

2.Los amores o interioridad de Cristo

El sacerdocio de Cristo, en los escritos de Conchita, se presenta desde la interioridad, vivencia y amor del mismo Cristo. Su amor al Padre y a los hombres llega hasta dar la vida en inmolación total. Estos amores engloban a María, a la Iglesia y a los sacerdotes ministros.

A) Su amor al Padre en el Espíritu

La interioridad de Jesús, en los escritos de Conchita, es la misma que trasluce en los textos evangélicos: amor entrañable al Padre en el Espíritu Santo y amor a los hombres ("las almas") hasta dar la vida en sacrificio.

"El Padre era su vida y en El se recreaba el Verbo hecho carne; era su pensamiento constante, y en servirlo y en complacerlo encontraba Jesús todas sus delicias... Jesús, bajo el impulso del Espíritu Santo, ordenaba todo al Padre en su vida mortal; por eso la consumación de los misterios de Jesús fue su Ascensión al Padre. El se ofreció por el Espíritu Santo en medio de inmensos dolores a su Padre celestial...

Muchas almas no amarán al Padre, pero Jesús amará por ellas...

Y ese amor de Jesús al Padre es un amor sacerdotal, esto es, un amor que glorifica, un amor que se inmola, un amor que redime y salva; un amor que tuvo su coronamiento en el Calvario y que se perpetúa en las Misas y en las almas...

A ejemplo de Jesús, amaremos al Padre por todas las almas que no lo aman... Debemos sufrir siempre, porque debemos amar siempre. Debemos sufrir por todos, porque debemos amar por todos" (Como es Jesús, Su amor al Padre).

A partir del amor al Padre, se comprenden armónicamente todos los amores de Cristo:

"Pues mi primer amor, después de mi Padre, es María, y después mis Sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas. Esos son mis amores, y en estos inmensos amores, están también mis dolores" (CC. 49,92).

El amor al Padre va siempre unido al amor del Espíritu Santo:

"El Espíritu Santo era la vida de Jesús, y no se movía sino bajo su moción divina" (Cómo es Jesús, Su amor al Espíritu Santo; cfr. Vida 6, 258; CC 25, 175-178). La generación eterna del Verbo se ha realizado en este amor:

"Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes" (CC. 49,348).

La vida trinitaria es vida de amor, que se difunde en el mundo por medio de los sacerdotes. La interioridad de Jesús refleja este amor:

"Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama" (CC. 49,339).

Este amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, debe reflejarse en los sacerdotes: "Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (A mis sacerdotes, 106).

B) Su amor a toda la humanidad ("las almas")

La expresión más usada sobre el amor de Cristo Sacerdote a la humanidad, es "amor a las almas" (o en su equivalente "amor al hombre"). El contexto es siempre de amor al Padre según sus designios salvíficos. En este sentido se puede hablar de sus "dos amores":

"¡Su Padre y las almas! fueron la preocupación constante de Jesús, su pasión dominante, por decirlo así, sus amores sublimes. Como olvidado siempre de Sí mismo, cumplía primero que nada con la voluntad santísima de su Padre amado y corría también tras la oveja descarriada hasta ponerla sobre sus hombros divinos para devolverla a su Padre" (Cómo es Jesús, Sus dos Amores).

Es un solo amor expresado en dos vertientes: "Lo obligaron dos amores, en un mismo amor: el amor a Él mismo, como Dios, que es infinito, para reparar la ofensa hecha a la Divinidad, y el amor al hombre, que es inmenso, que es también infinito, en cuanto llevan en sí las almas el destello de la Trinidad, una parte del Ser divino, la inmortalidad" (Vida 5, 255-257; CC. 23, 136).

Este amor de Cristo a las almas (a la humanidad entera) tiene su principio en la vida trinitaria: "Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a ella y glorificarla eternamente" (A mis sacerdotes, 34).

La donación de Cristo al Padre para la salvación de las almas, tiene que reflejarse en el sacerdote: "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes, 54; cfr. 2ª ponencia, n.7).

La dinámica de este amor es siempre circular, de la Trinidad, a la Trinidad: "El Padre... eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50,88).

C) Su amor hasta dar la vida en inmolación

El amor sacerdotal de Cristo es de totalidad. Es una donación incondicional al Padre, en el Espíritu Santo, por medio de una plena inmolación de sí mismo ("holocausto"). Las palabras "víctima", "inmolación", "cruz", equivalen a un amor de plenitud:

"El amor que no crucifica no es amor... ¿Cómo amé Yo?, con amor universal de caridad, como sabe amar el Verbo, todo caridad. Con amor de sacrificio, inmolándome... perdonando, olvidando y alcanzándoles gracias con mi dolor. Con una purísima intención divina... Con un fin sublime de caridad para con el hombre y para con la Divinidad, procurándole gloria. Mi amor expiatorio es incomprensible a toda inteligencia humana" (Vida 5, 239-249; CC. 23, 119-129).

El tema del Corazón de Jesús tiene este mismo significado de oblación amorosa: "Mi Corazón y mi cruz son inseparables" (Vida 2,322; CC. 1, 146). El Verbo hecho hombre es ya la víctima de la cruz desde el seno de María: "Yo, el Verbo, víctima siempre en favor del mundo" (A mis sacerdotes, 4). La victimación de Cristo es "el precio" de las almas: "Las almas me costaron el precio de mi Sangre y sólo con ese precio se las puede redimir, porque es la moneda con que se compran las gracias" (A mis sacerdotes, 120).

Dolor y amor se identifican en la vida de Cristo Sacerdote: "El Padre, por el Espíritu Santo, fecundó a María, y en ella Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, para el dolor. Esa fue mi vida: inmolación constante en la cual glorificaba a mi Padre y adoraba su fecundidad en Mí, dolorosa en favor del mundo. Por eso el dolor santifica, el dolor salva, por la virtud de la fecundidad divina en Mí... En el mundo de las almas el amor es dolor, y el dolor es amor" (A mis sacerdotes, 133).

Toda la vida de Cristo es una inmolación, por el hecho de ser Sacerdote y Víctima:

"Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola" (CC. 50, 141). "Pasé por todo, con tal de que el hombre tuviera un Jesús-hostia, sacrificado por su amor" (CC. 49, 216).

D) Su amor a María

El amor de Cristo al Padre y a los hombres se concreta en amor a María, como Madre suya, de la Iglesia, de las almas y, de modo especial, Madre de los sacerdotes:

"En Ella deposité mis confidencias más íntimas y, absorta en mis desahogos filiales, seguía una a una las palpitaciones de mi Corazón, mártir de amor por los hombres, de mis dolores internos, de mi celo por la gloria de mi Padre, de mis ansias de morir para dar la vida y con ella la eterna dicha de los hombres" (Como es Jesús, Su amor a María).

Precisamente Conchita es invitada a imitar a María en el modo de vivir su relación con Cristo Víctima:

"Yo me gozo en el amor también de María... Imita a mi Padre, en sacrificarme a Él por amor. Imita a María, en ofrecerme por amor al Padre, con una única voluntad, con la de Él, y déjame hacer de tu corazón mi descanso, del descanso de Jesús" (Vida 6, 258-259 = CC 25, 178-179; cfr. Vida 6, 71-73 y CC. 24, 40-42).

María forma parte de las vivencias sacerdotales de Cristo: "Acabó la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia, es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas" (A mis sacerdotes, 96).

Por eso María es el don de Cristo a sus sacerdotes:

"¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes - después de dejarme a Mí mismo en ellos - a los que más amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?... vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos" (A mis sacerdotes, 98).

El amor de Cristo a María tiene sentido eclesial y sacerdotal. Es ella quien, siendo Madre de la Iglesia, ayuda a cada sacerdote a ser otro Jesús. Su maternidad es siempre activa hacia cada alma y, de modo especial, hacia cada sacerdote. El amor de Cristo a su Iglesia, a las almas y a los sacerdotes se expresa en su amor a María:

"Y por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes... Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar... Y así, formando los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que presten a ello, le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí... María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor... Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de Madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que está en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote. No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso... prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las almas de los sacerdotes" (A mis sacerdotes, 98).

E) Su amor a la Iglesia

La expresión "mi Iglesia" se repite frecuentemente en las confidencias del Señor a Conchita, siempre con un tono de ternura y cariño, así como de invitación a vivir en esa misma vivencia. El Señor no deja de manifestar la exigencia de un amor de retorno por parte de todos los que componen su Iglesia amada: "Mi Iglesia es lo que más amo y lo que más me ha hecho sufrir" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196).

El amor de Cristo a la Iglesia tiene su punto de partida en el amor del Padre: "Todo lo divino que encierra la Iglesia se debe a la santa fecundidad del Padre, fecundidad asombrosa que él ama y que, comunicándola a los sacerdotes, no quiere verla inactiva y olvidada" (A mis sacerdotes, 130).

Un dato que sobresale en este amor a la Iglesia es su título de esposa de Cristo. Las confidencias parecen una glosa del texto paulino de Efesios 5, 25-27:

"Yo vine al mundo para salvarlo por el divino medio de la Iglesia, Esposa muy amada del Cordero" (CC. 49, 307). "Yo, a tu modo de hablar, puse mis cinco sentidos en formar esa Iglesia amada... En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios humanado... Nada existe para Mí en la tierra más bello, que mi Iglesia" (CC. 49, 308-310).

Este amor de Cristo a su Iglesia, el Señor lo quiere ver reflejado en sus sacerdotes (cfr. 2ª ponencia, n.10). Conchita será la portadora de este mensaje, como "víctima por la Iglesia" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196; cfr. el n. 3 de esta misma ponencia).

F) Su amor especial a los sacerdotes

Del amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, y del amor a las almas, a María y a la Iglesia, nace el amor especial para con los sacerdotes. "Yo amo a los ministros de mi Iglesia, como a las niñas de mis ojos, y por lo mismo, más me duelen las ofensas hechas por ellos a lo que más amo y ellos debieran amar" (Vida 9, 359; CC. 35, 102-108):

"El Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque yo, el Hijo, los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia... Nunca está sólo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial" (A mis sacerdotes, 65).

"Mis sacerdotes en la tierra, después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los sacerdotes simplificados en Mí (ibídem, 72).

"El Espíritu Santo tuvo parte activa en la creación del mundo. Al Espíritu Santo, que personifica al Amor, le fue dada la fecundidad realizada en María... Con el soplo del Espíritu Santo, fundé a mi Iglesia en mis sacerdotes amados; por eso la Iglesia también es fruto de amor, fecundación de amor en sus sacerdotes" (ibídem, 134).

Los sacerdotes son como una página de la biografía de Jesús. Este amor ha comenzado en la eternidad, cuando el Padre engendró al Verbo. Desde el día de la Encarnación, ocupan un lugar en el Corazón de Cristo sacerdote:

"Desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María... viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazaret, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité... Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre, mis sacerdotes... En mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. El posó en mí su mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado en la Encarnación, los amé y los amo como Dios hombre" (A mis sacerdotes, 77; CC. 51. 30).

"El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia, su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote... Mira, hija: Yo no puedo estar separado de lo que es Mío" (CC. 51, 32).

A partir de este amor de Cristo a sus sacerdotes, se comprenden las descripciones sobre su razón de ser, su "transformación", su exigencia de santidad y de apostolado (cfr. 2ª ponencia). "Los dolores íntimos de mi Corazón... son el origen y la cuna del sacerdocio, y serán siempre la fuente de las vocaciones... Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes" (A mis sacerdotes, 120).

3.La vida de Conchita como trasunto de estos amores de Cristo

Hasta aquí hemos expuesto el sacerdocio de Cristo a partir de sus amores o de su interioridad y de su Corazón, tal como aparece en las comunicaciones que Conchita recibió del Señor. En realidad, se trata también de las mismas vivencias de Conchita en sintonía con el Verbo Encarnado. Pero ella no está centrada en sí misma ni en sus propias experiencias y sentimientos, sino en los amores de Cristo Sacerdote.

La gran preocupación de Conchita es la de dar a conocer los amores de Cristo Sacerdote, para hacerle amar especialmente de los sacerdotes y de otras "almas sacerdotales". Ella queda contagiada del amor de Cristo al Padre:

"Jesús no es conocido, por eso no es amado... ¡Oh Padre Santo! Jesús Te amó sacrificándose ansioso de darte gloria, y mi alma necesita, Padre mío, dártela también. ¡Oh María!... Que estas meditaciones de "Cómo es Jesús", escritas al calor de tu Corazón de Madre, sirvan para darlo a conocer en su amor y en su dolor" (Cómo es Jesús, Retrato de Jesús).

Conchita vive inmersa en el misterio de la Encarnación del Verbo, participando en él según la gracia especial recibida del Señor y calificada por él como "encarnación mística". Vive este misterio desde los amores de Cristo: "Al obrarse la encarnación mística en tu corazón, el Espíritu Santo, por la fecundidad del Padre, puso en tu alma el Verbo, y con El, hija, también a sus sacerdotes" (CC. 50, 175-176).

Todos los amores de Cristo encuentran eco en el corazón y en la vida de Conchita. Su vida se hace, desde las primeras comunicaciones del Señor, vida nueva en el Espíritu Santo, como reflejo del Padre y del Hijo (Vida 6, 237), lazo de unión entre el Padre y el Hijo (Vida 3, 337; 6, 224-258), fuente de amor (Vida 7, 352), foco de verdadera caridad (Vida 5, 106). La propiedad del Espíritu Santo es darse, comunicarse (Vida 9, 346). El Espíritu Santo necesita almas que se le consagren, almas crucificadas, para descender a ellas (Vida 1, 271-273). El hace fecunda la Obra de la Cruz (Vida 6, 230. Es él quien guía e impregna toda la vida de Jesús (Vida 4, 135; 7, 185). Se vive de él por medio de María (Vida 9, 332). Ahí se inspira la vida de Conchita, guiada por el Espíritu Santo, para vivir de los amores de Cristo y para contagiar a otras almas sacerdotales.

Su amor a las almas nace de la sintonía con el mismo amor universalista de Cristo. Conchita no está centrada en sí misma, sino en el bien de los demás, a imitación del amor de Cristo. Esta apertura se hace donación total y crucificada:

"Naciste para otros... Yo me encargaré de ti" (Vida 2,139; CC. 10, 218).

"Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente, a la de los sacerdotes" (Vida 4, 257; CC.18, 220-223).

"Date a las almas como Yo me di" (Vida 5, 86; CC. 22, 203-206).

"Si quieres salvar almas, transfórmate en la cruz" (Vida 4, 143; CC. 4, 197-199).

Este amor a las almas se convierte en donación inmolada, en víctima, también a imitación de Jesús y en unión con él:

"Ofrécete como víctima en unión Mía" (Vida 3, 8; CC. 6, 157-158).

"Te he escogido como víctima especial" (Vida 6, 125; CC. 24, 193-196).

"En mi unión debes ser víctima, porque éste es el grado más perfecto del amor" (Vida 6, 241-242; CC. 25, 161-161).

Su amor a María se expresa en identificación con ella: "Porque eres madre (le dice Jesús) con un reflejo de María, místicamente mía y de mis sacerdotes" (CC. 50, 175-176). Por esto, en el corazón de Conchita deberá reflejarse la ternura materna que Cristo encontró en María: "Pues esa ternura materna, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos" (CC. 49, 95). De ahí derivará la necesidad de imitar a María en su fidelidad generosa a su inmolación con Cristo, como así lo pide Conchita: "Madre mía, Virgen santa, dame tu Corazón y tus latidos para saber amar a Jesús" (CC. 49, 218). La escuela de este amor e imitación es el mismo Jesús:

"Imítala... es la mejor Maestro de la vida espiritual" (Vida 4,7; CC. 6, 188-193).

"Imita a María en ofrecerme por amor al Padre" (Vida 6, 259; CC. 25, 259).

(María le dijo) "Éste es el mayor favor que te ha hecho mi Hijo" (Vida 3, 200; CC. 4, 167-170).

Su amor a la Iglesia forma parte de su vocación y carisma específico. Es amor que se traduce por fidelidad. Se trata de sintonizar con el mismo amor de Cristo (cfr. n. 2, E). La vida de Conchita será una continua inmolación por el bien de la Iglesia:

"Sacrifícate por la Iglesia... Yo quiero que sean víctima por la Iglesia" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196).

"Ya no te perteneces, eres de la Iglesia y el verbo te utiliza en su favor" (Vida 9, 305; CC. 35, 27-29).

"Yo quiero que hagas con voluntad el ser toda tú para siempre de la Iglesia" (Vida 9, 316; CC. 35, 57-61).

"La doctrina que te he dado es de la Iglesia" (Vida 4, 258; CC. 18, 220-223).

Su amor a los sacerdotes es una consecuencia de los demás amores. El amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, así como su amor a las almas, a la Iglesia y a María, se concreta en un mensaje de amor a los sacerdotes. No se ocultan sus defectos, pero, sobre todo, se indican los grandes ideales. La vida de Conchita está consagrada a la santificación de los sacerdotes, como consecuencia de compartir las vivencias y amores de Cristo Sacerdote. Este fue el encargo que recibió del Señor:

"Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente a la de los sacerdotes" (Vida 4,257-258; CC. 18, 220-223)

Te he pedido muchas veces que te sacrifiques por ellos, que los recibas como tuyos, por el reflejo de María en ti" (CC 50, 156). "Porque eres madre con un reflejo de María, místicamente Mía y de mis sacerdotes" (CC. 50, 175-176).

"Por éstos caí... y tú por éstos tienes mucho que sufrir... pero lloverán gracias" (Vida 4, 152).

Es interesante observar en estas vivencias de Conchita dos notas características: su amor fiel y apasionado por Cristo Sacerdote (el Verbo Encarnado) y la repugnancia natural a publicar las confidencias del Señor sobre los sacerdotes. Se nota, en el diálogo con el Señor, ciertos reparos que ella misma manifiesta, como si le costara creer en los defectos sacerdotales.

Hay un hecho en la vida de Conchita que, a mi entender, es un signo claro de su fidelidad y de su verdadera inmolación en aras de los amores de Cristo. Me refiero a la "noche oscura" de sus últimos días y a la actitud de "abandono" total en unión con el "abandono" de Cristo en la cruz. Es una nota de autenticidad, como consecuencia madura de todas las confidencias recibidas.

2ª ponencia:EL MENSAJE QUE CONCHITA TRAE A LA IGLESIA CON SU VIDA Y SU PALABRA EN TORNO A LOS SACERDOTES

La vida de Conchita es toda ella sacerdotal. Como hemos visto en la primera ponencia, ella vive de los amores de Cristo Sacerdote o de su Corazón. Es el mismo Señor quien le contagia del amor a los sacerdotes, explicándole, al mismo tiempo, la razón de ser del sacerdote ministro, su proceso de transformación en Cristo y sus exigencias de santidad.

Su "destino" es, pues, convertirse en víctima por la santificación de los sacerdotes (cfr. Vida 4, 257-258; CC. 18, 220.223). Es una especia de maternidad espiritual, a imitación de la maternidad de María (CC. 50, 175-176). Por esto siente deseos de que todos los sacerdotes ardan en celo apostólico (Vida 5, 200), quiere cargar como propios sus pecados (Vida 4, 146), siguiendo las indicaciones de Jesús (Vida 4, 152). Conchita ofrece su vida para que haya sacerdotes santos (Vida 4, 151.161) y su más ardiente deseo es el de dar a Cristo muchos sacerdotes santos para consolarlo (Vida 4, 153).

En este contexto vivencial y comprometido, Conchita nos transmite el mensaje recibido del Señor para anunciarlo a toda la Iglesia. Al sacerdote lo ve siempre en relación con Cristo, como transformado en él para ejercer santamente los ministerios y salvar muchas almas. Es un sacerdocio participado ontológicamente del de Cristo, profundamente relacionado con él, para amarle y seguirle, imitarle y ser su transparencia en la Iglesia y en el mundo.

1.Identidad sacerdotal: ser, obrar y vivencia

La realidad sacerdotal se presenta, en los escritos de Conchita, en sentido dinámico: "Pudiera en cierto modo definirse así el sacerdote: El glorificador del Padre por el sacrificio de Jesús bajo el impulso del Espíritu Santo" (Cómo es Jesús, Sus sacerdotes). El ser del sacerdote es participación en el ser de Jesús y en su misterio de Encarnación:

"Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes" (CC. 49, 348).

"Al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno; le comunicó una fibra divina de la fecundación de los Sacerdotes futuros, engendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad" (CC. 50, 170-173).

"Cada sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo" (A mis sacerdotes, 33).

El poder hacer presente a Cristo en la Eucaristía es una consecuencia del hecho de participar en el misterio de la Encarnación:

"Por la encarnación mística, la cual todo Sacerdote debe tener muy honda, muy íntima, muy familiar aunque respetuosa, puesto que en el altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa. Ahí místicamente encarna el Verbo en cada hostia consagrada que transforma por la transubstanciación de las especies en Jesús. Pero como entonces, él es Jesús, queda la estela en su alma, la de esa encarnación que el Sacerdote debiera guardar en su corazón... Encarna el Sacerdote a Jesús en la hostia, mas como él se vuelve Jesús, se vuelve hostia, y al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima" (CC. 50, 190).

"En razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte" (CC. 50, 235).

"En el altar efectúa el sacerdote un facsímil de la Encarnación del Verbo" (Vida 5, 334; CC. 23, 217-227).

El ser y el obrar sacerdotal exige una vivencia consecuente. La participación en el misterio de la Encarnación debe pasar a ser vivencial por una vida coherente de santidad: "El reflejo de este misterio de la Encarnación, lo recibe diariamente en la Misa el Sacerdote en su alma... Pero el alma del Sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y a ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mística en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes" (CC. 50, 192-193). Así se da una explicación del carácter sacerdotal: "Ante las miradas de mi Padre existe en ellos el carácter imborrable, el sello santo que los consagró Míos" (CC. 49, 74).

Este tema es como el punto de partida para comprender la doctrina sacerdotal que Conchita recibe del Señor. Ella misma lo manifiesta con cierto estupor y miedo, como queriendo escapar de esas confidencias: "Y me fui, de miedo a que me fuera a hablar de la encarnación mística... aquellas inmensidades divinas me aplastan. El me perdone" (CC. 50, 221). Jesús mismo le aclara las dudas:

"Señor: Pero si todos los Obispos y Sacerdotes tiene, por el hecho de ser Sacerdotes, la encarnación mística, entonces por qué me has dicho que es una gracia escogida y especial para ciertos Sacerdotes? Mira, hija: el germen de esta gracia insigne la tienen todos... al recibir en su ordenación el Soplo fecundo del Espíritu Santo... Pero este germen, se desarrollará más y más por las gracias especiales y gratuitas del Espíritu Santo" (CC. 50, 238-239).

En el altar, hija, se producen las dos cosas: que el Sacerdote encarna al Verbo hecho hombre; es decir, que reproduce, en cierto sentido, el misterio de la Encarnación, que atrae al Verbo hacia la tierra para hacerse hombre; y con el Dios-Hombre, se opera o produce el misterio de la transubstanciación. Mas, como el reflejo de Dios es Dios mismo, el Verbo hecho carne, en el reflejo que produce en el alma del Sacerdote, pasa a su corazón, obrando en cierto grado, la encarnación mística en él" (CC. 50, 298-299).

2.Transformación en Cristo

Es una consecuencia del hecho de participar ontológicamente en el sacerdocio de Cristo. La transformación del propio ser debe hacerse moral y vivencial, consciente y responsable, con todas las consecuencias de santificación personal. La "encarnación mística", aplicada al sacerdote, tiene dos aspectos: 1º) La gracia sacerdotal recibida en la ordenación como "soplo fecundo del Espíritu Santo"; 2º) el desarrollo de esta gracia ("germen") a través de una fidelidad consecuente (cfr. CC. 50, 238-239).

Muchas veces, en las confidencias de Jesús a Conchita, el Señor se identifica con el sacerdote como su "otro yo": "El sacerdote que cumpla con su misión, será otro Yo" (Vida 6, 345-346; CC. 25, 259-265). "Identificado Conmigo es otro Yo! es decir, es entonces Yo mismo al consagrar, en ese misterio de amor que se efectúa en la transubstanciación" (CC. 49, 181).

Esta transformación moral o espiritual se realiza bajo la acción y los dones del Espíritu Santo:

"Y si los Sacerdotes deben ser otros Jesús, los Obispos con más deber, y con más razón deben estar transformados e identificados Conmigo, pero con una transformación tan íntima, tan real y tan profunda, que desaparecen en Mí, viviendo y obrando y amando Yo en ellos, con el Espíritu Santo" (CC. 49 122).

"Porque no es el Sacerdote el que vive, sino Yo en él, con todas mis virtudes, carismas y dones, y aún, esplendores eternos de la Trinidad, comunicados" (CC. 50, 204).

De esta transformación espiritual dependerá el fruto del trabajo apostólico:

"Sólo un Sacerdote, transformado en Mí, puede transformar a las almas; y a la medida de su transformación en Mí, será la que reciban las almas" (CC. 50, 182).

"Yo en ellos quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas... transformar el mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único Sacerdote de donde todos proceden" (A mis sacerdotes 51).

"Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes 55).

"Si mis sacerdotes son otros Yo, podrán también tomar la valiosa moneda de la comunión de los santos... y así me ayudarán poderosamente a salvar a las almas" (A mis sacerdotes 109).

Es transformación que abarca todos los momentos de la vida, como testimonio de autenticidad, a modo de signo o transparencia de Jesús:

"Deben no sólo parecer Jesús, sino ser Jesús, solos o acompañados, en la calle y en el Templo, en su ministerio o fuera de él" (CC. 49, 185).

"Sólo un Pastor Yo, puede crear en su Iglesia hijos Yo, porque sólo el transformado, tiene virtud para transformar" (CC. 50, 244).

Las confidencias sobre los sacerdotes tienen como objetivo principal ayudarles a vivir el misterio trinitario como transformación de vida. La unidad del corazón, como reflejo de la Trinidad, será el fundamento de la unidad entre todos los sacerdotes: "Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo" (CC. 50, 292).

La eucaristía es siempre el momento culminante de esta transformación: "Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo" (CC. 49, 32). "Al consagrar, somos uno; él desaparece en Mí, y quedo Yo en él, como dos en uno" (CC. 49, 59). "Lo absorbo en mi Divinidad, y sin que lo sienta, lo transformo en Mí... no tan sólo para ofrecerme a mi Padre, en el sacrificio del altar, sino también para darme a las almas" (CC. 49, 60). "Baja el Verbo al altar transformando al Sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su Sombra" (CC. 50, 62).

El amor del Padre a los sacerdotes es la fuente de la transformación:

"Ya se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por eso mismo los amaba" (A mis sacerdotes 34).

Entonces Cristo comunica sus amores a sus sacerdotes:

"Por eso amo tanto la gracia de la encarnación mística... quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de El. Quiero con esa gracia infundirles - transformarles en Mí - mi amor a mi Padre, el amor de mi Padre a Mí" (A mis sacerdotes, 98). "Sentirán los pecados ajenos con la delicadeza con que Yo los siento... transformación en mí... porque ese dolor de las ofensas que recibo y que sentirán como propias, tiene una especial virtud para alcanzar las gracias del cielo... Concluye el buscarse a sí mismos... No le importan entonces al alma sus penas, sino las mías... Otros Yo, todos en Mí, que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que Yo quiero, que amen lo que Yo amo... Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (A mis sacerdotes 106).

3.Prolongar la acción de Cristo

La acción del sacerdote se presenta siempre como identificación y prolongación de la acción de Cristo Sacerdote, especialmente en la celebración eucarística (cfr. n. 6). Es allí donde aparece más clara la identidad sacerdotal (n. 1) y la necesidad de transformación en Cristo (n. 2). Toda la acción sacerdotal tiende a la salvación de las almas (cfr. n. 7), como trasunto de la acción redentora de Cristo: "Otros Yo, que continuaran la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de El salió; almas que lo glorificaran eternamente" (CC. 50, 200).

La predicación debe estar centrada en Cristo: "Que me prediquen a mí, el Verbo hecho carne, crucificado" (CC 49, 224; cfr. 1Cor 1,23; 2,2). "La misión de los Sacerdotes es sembrar mi doctrina; mover a arrepentimiento, ilustrar los espíritus, convertir las almas, hacer reaccionar los corazones y no echar el anzuelo para sacar alabanzas... Debe buscar no brillar, sino convertir; y sólo el que es santo, santifica. Para este ministerio (de la predicación), necesita el sacerdote ser hombre de oración; porque para dar a las almas, es preciso recibir de lo alto; y no se recibe, si no se ora, si no se es mortificado" (CC. 49, 221).

El servicio de los sacramentos requiere santidad de vida. El sacerdote es ministro del perdón en nombre de Jesús (Vida 9, 363-364). "Todos mis Sacramentos purifican, porque llevan algo divino; llevan mi Sangre... Los Sacerdotes que apliquen estos sacramentos, deben estar sin mancha, porque... ponen mi sello divino en los corazones; lavan con mi Sangre" (CC. 49, 171).

Esta acción pastoral debe ser trasunto del modo de actual del Señor, especialmente en su cercanía a los pobres": "Yo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, u mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres, y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo... Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo... Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida" (A mis sacerdotes, 27).

4.Amistad con Cristo

El amor profundo de Cristo a sus sacerdotes es un llamado a la unión con él, traducida en amistad, en transformación y sintonía con sus amores (cfr. 1ª ponencia, 2, F). Cuando se señalan defectos de los sacerdotes, siempre destaca la misericordia y el ofrecimiento de un amor incondicional, personal y único. Muchas veces este tema se expresa con la terminología del "Corazón" de Jesucristo: "Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (A mis sacerdotes 33). "En ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia" (ibídem 34). "Nada hay tan íntimo a mi Corazón como los sacerdotes" (ibídem 120).

La expresión "mis sacerdotes" tiene un tono cariñoso y se repite con frecuencia: "Mis sacerdotes... esos pedazos de mi mismo Corazón" (CC. 49, 151; cfr. A mis sacerdotes 72 y 98). Los sacerdotes son invitados a volver constantemente al amor de Cristo.

La vida sacerdotal recobra su sentido a partir de la declaración de amor por parte de Cristo (cfr. Jn 15, 9). El amor que Cristo ofrece tiene sus raíces en el amor eterno de Dios: "El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor" (CC. 49, 384).

Jesús continúa ofreciendo a sus sacerdotes un amor de amistad profunda. La respuesta debe ser de confianza e intimidad: "Es preciso a toda costa, que los Sacerdotes se acerquen a Mí en la intimidad de sus corazones. Díles que no teman, que... en Mí tienen un hermano... una madre, un Padre, un Dios-hombre, que los ama con las entrañas más tiernas... que quiere estrecharlos contra un Corazón que se dejó romper par que en él cupieran todos los Sacerdotes, para transformarlos en Mí, su Jesús, todo misericordia y bondad" (CC. 50, 315).

5.Seguimiento e imitación de Cristo

La transformación en Jesús equivale a vivir en sintonía con su amor. Este amor es exigente, pero hace posible la entrega: "¿Cómo se opera esta transformación prácticamente? AMANDO: que del amor se deriva la generosidad, la abnegación, el olvido propio, el sacrificio, el ardoroso celo por mi gloria, la fe, la esperanza, y el tener una sola voluntad con la de mi Padre, por una entrega absoluta y total a todas sus disposiciones... Que estudien, hija, a mi Corazón incomprensible, en donde caben todas las ingratitudes, todas las lágrimas y dolores ajenos" (CC. 50, 339).

La existencia sacerdotal consiste en compartir la vida con Cristo, asumiendo todas sus exigencias: "No me ofrezco en las Misas Yo solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los Sacerdotes del mundo, porque todos están en Mí, único Sacerdote, en razón de mi Unidad. Desde que me encarné en María,desde que me puse a la disposición amorosa de mi padre diciéndole: "Aquí estoy", no me puso a su disposición solo para cualquier sacrificio, sino con todos los Sacerdotes en Mí" (CC. 51, 30). El seguimiento de Cristo comporta inmolar a Cristo dejándose inmolar por él y con él (cfr. Vida 5, 221).

Este seguimiento evangélico del sacerdote equivale a unificar la propia voluntad con la suya: "una entrega total y absoluta de la voluntad de los sacerdotes con la Mía" (CC. 50, 295). El seguimiento generoso y desprendido sólo se explica a partir del amor: "Su vocación debe ser todo amor..., amor de generosidad para los sacrificios..., amor de unión.. y de estrechamiento conmigo" (CC. 51, 5-7). Imitar a Cristo equivale a vivir en obediencia continua a la voluntad del Padre (cfr. CC. 50, 200) y en pobreza (cfr. CC. 49, 281).

Nota característica del seguimiento evangélico sacerdotal es la imitación de Cristo en su amor esponsal, es decir, en la castidad o celibato. En las confidencias a Conchita esta virtud aparece como desposorio y fecundidad paterna:

"Es tan cándida mi Iglesia, que sólo la doy por Esposa a los que juran ser puros... Esta es una de las razones principales por la que los sacerdotes no deben ser casados, porque deben ser el reflejo del Padre virgen y cuya Paternidad representan. Su fecundidad en las almas debe ser la misma del Padre con la que engendró a su Verbo, con la santa y virgen fecundidad del Espíritu Santo, que produjo en María al Verbo hecho hombre... Los sacerdotes son el lazo de unión que une a los cristianos con Cristo; y son padres porque representan al Padre, par producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí" (A mis sacerdotes 147).

La castidad sacerdotal es, pues, fecundidad apostólica, a imitación de la fecundidad del Padre, para "formar a Jesús en las almas" (A mis sacerdotes 130). "Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas" CC. 50, 33). Es también participación en los "desposorios" de Cristo con su Iglesia (A mis sacerdotes 84).

La virginidad o castidad evangélica, que debe adornar la vida del sacerdote, se transforma en fecundidad a imitación de María Virgen y como prolongación de la fecundidad del Padre al engendrar al Verbo en el amor del Espíritu Santo: "María recibió directamente del Padre, por el Espíritu Santo, esta sublime y santísima fecundidad, nada menos que dándole a su verbo, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, para hacerlo hombre en su purísimo seno... Por eso la virginidad encanta al Padre, porque en ella se retrata; y no hay en la tierra fecundidad más grande que l de las almas vírgenes, que reflejan en sí mismas al Padre, y que copian... Ahora bien, si el Padre comunica a los sacerdotes su fecundidad divina, deben ser luz, deben ser luz, porque han recibido, en el germen divino de la fecundidad del Padre, su ser de luz, de virginidad, de limpidez, de pureza que los hará verdaderos padres que tienen que engendrar en la Iglesia almas de luz, de claridad, de pureza... Por eso, si los sacerdotes son padres, deben ser puros... deben ser el reflejo del Hijo hecho hombre, puro con la fecundidad del Padre al engendrarlo, y puro al hacerse hombre tomando la vida virgen en María Virgen" (A mis sacerdotes 132). La celebración eucarística hace al sacerdote semejante a María Virgen (cfr. CC. 50, 152).

El seguimiento e imitación de Cristo tiene dimensión trinitaria y conlleva frutos de fecundidad apostólica: "Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, transfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor" (CC. 49, 377).

Esta vida evangélica hace del sacerdote una "hostia viviente":

"El Sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí. Y todos los Sacerdotes del mundo, formando un solo Jesús" (CC. 50, 202).

"Pide, hija, porque los Sacerdotes sean Sacerdotes; víctimas con la Víctima, Yo, y con las mismas cualidades de la Víctima" (CC. 49, 62).

6.Una vida centrada en la Eucaristía

La identificación del sacerdote con Cristo se realiza de modo especial en la celebración eucarística. Pero esta celebración debe hacerse consciente y coherente. La "mirada" de gratitud y de amor de Cristo al Padre es la pauta de la vivencia eucarística del sacerdote: "Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo" (CC. 19, 32).

La celebración eucarística es fuente de vida espiritual y apostólica, como momento culminante de identificación con Cristo. "En la Santa Misa... reciben destellos de mi mismo Ser, que los purifica y fortifica" (Vida 7,53; CC. 25, 358-364).

El sacerdote, por el ministerio eucarístico, se hace instrumento de la Trinidad para realizar la transubstanciación y para que Cristo se prolongue en las almas. Todo ello es obra del Espíritu Santo. "Es la Persona del Amor, la que inspiró al Verbo hecho carne el estupendo milagro eucarístico, para perpetuar de esta manera, con la fecundidad del Padre, la encarnación en las almas... La Trinidad misma, por decirlo así, se pone a las órdenes del sacerdote para realizar la transubstanciación eucarística" (A mis sacerdotes 140).

El misterio de la Encarnación se prolonga de algún modo por el ministerio eucarístico del sacerdote. Este es como "otra eucaristía ambulante" o "eucaristía viviente". Pero esto exige una vida de coherencia con la eucaristía que se ha celebrado y una vida de unión progresiva con Cristo. El sacerdote se hace entonces "todo para todos" (1Cor 9,22):

"Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas" (A mis sacerdotes 112).

En la eucaristía aparece la relación del sacerdote con María. Es relación de semejanza, por el hecho de hacer presente a Cristo por obra el Espíritu Santo: "María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes" (CC. 50, 152). Es también relación filial, por la identificación con Cristo a modo de "encarnación mística":

"En razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte" (CC. 50, 235).

"Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí" (CC. 49,90).

A partir de la eucaristía, el sacerdote encuentra continuamente a Cristo presente en toda su vida ministerial: "Vivo (dice el Señor en las confidencias) en constante roce con ellos, no tan sólo en la Eucaristía, en unión más que íntima en los deberes de mi ministerio" (CC. 50, 269).

7.Al servicio de las almas

Como hemos ido viendo en los apartados anteriores, el amor de Cristo a su Padre, a María, a la Iglesia y a los sacerdotes, se traduce en amor ardiente a la humanidad entera (a "las almas"). La crucifixión de Cristo fue querida por el Padre por amor a las almas (cfr. Vida 8, 7).

El objetivo del ministerio sacerdotal es el de "formar a Jesús en las almas, rasgo a rasgo, en transformarlas en Mí" (A mis sacerdotes 130). Ahí radica la paternidad sacerdotal: "Son padres porque representan al Padre, para producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí" (ibídem, 147).

El cuidado de las almas supone guiarlas por el camino de la perfección, como "vuelo de espíritu": "No quiero almas paralizadas por el temor, sino confiadas por el amor. Ese vuelo de espíritu quiero que mis Sacerdotes infiltren en las almas... mi yugo es suave" (CC. 50, 328). Para ello se requiere que el mismo sacerdote se transforme en Cristo: "A medida de su transformación en Mí, será la mies que recojan, y no serán estériles, sino fecundos, en gracia y en virtudes, dándole almas a mi Padre Celestial" (CC. 50, 396).

La figura del sembrador se aplica a la acción sacerdotal en bien de las almas, con su aspectos de paciencia y acompañamiento. Esta acción pastoral consiste en dar la propia vida para transmitir una vida nueva en el Espíritu:

"El Sacerdote es sembrador, y su misión es arrojar la semilla en las almas, preparadas con su trabajo y oración; regar esas almas, cultivarlas y presentarlas a mi Padre como maduros frutos que a El toca cosechar. Por eso los Sacerdotes, que tienen la misión en la Iglesia de dar vida a las almas, y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino..., más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo" (CC. 50, 160-161).

El equilibrio entre acción y contemplación se encuentra en una entrega verdadera y completa al bien de las almas: "Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios" (CC. 49, 183). "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes 54).

El cuidado de las almas consiste en una actitud de respeto y fidelidad al agente principal que es el Espíritu Santo: "Y tocando este punto, hija, del Espíritu Santo, te diré que lo contristan mis Sacerdotes muy frecuentemente en muchas cosas. En adelantarse en su acción en las almas, abrogándose derechos que no tienen; en querer ser más que El, en cierto sentido, no esperando que obre en los corazones; atropellando su acción... disponiendo de los corazones" (CC. 49, 196).

El celo apostólico lleva a un sentido de totalidad: todas las almas, "muchas almas", como el celo de Buen Pastor que no desmaya hasta encontrar a todas las ovejas: "Un Sacerdote a quien anime el ardor amoroso del Espíritu Santo, no debe conformarse con un puñado de almas, que lo rodean, sino lanzarse con santo pero discreto celo a salvar muchas almas" (CC. 49, 245).

El no buscarse a sí mismo en el secreto de la acción pastoral, como la del Bautista: "Que no aparezcan ellos, sino Yo en ellos, encantando a mi Padre y atrayendo las almas hacia El para glorificarlo" (CC. 50, 287). La fecundidad apostólica es fruto de la virginidad: "Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas" (CC. 50, 33). "Yo al mirar eternamente a un Sacerdote, vi en él a un escuadrón de almas, por él engendradas por la fecundación del Padre, por él redimidas en unión de mis méritos" (CC 49, 338).

El servicio a las almas es una prolongación y comunicación de la vida trinitaria: "Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, transfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor" (CC. 49, 377). Ello dependerá de la propia sintonía y participación en la vida trinitaria: "Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo" (CC. 50, 4).

8.El amor de María al sacerdote y de éste a María

El aspecto mariano de la espiritualidad sacerdotal es también una característica clara del mensaje que Conchita trae a la Iglesia en torno a los sacerdotes. La doctrina sobre la "encarnación mística" fundamenta el amor de maría al sacerdote y de éste a María. Por una parte, los sacerdotes fueron "engendrados en el seno del Padre, (desde)de toda la eternidad", cuando el Padre engendró al Verbo en el amor del Espíritu Santo (CC. 50, 170-173; cfr. CC. 49, 339). Por otra parte, los sacerdotes fueron también engendrados en el seno de María por su unión con el Verbo, hecho hombre, Cristo Sacerdote: "al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno" (CC. 50, 170-173).

El amor materno de María a los sacerdotes procede de esta unión e identificación con Cristo como "otros Jesús":

"Por eso María es más Madre de los Sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada. Y por eso María tiene mucho de sacerdote, y por eso María busca por justicia a su Jesús, en cada Sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnarse el Verbo en sus entrañas purísimas" (CC. 50, 170-173).

"Tienen los Sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María, y los latidos más amorosos y maternales en Ella, después de consagarlos a Mí, son para los Sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma, en el mundo" (CC. 50, 153).

"María es feliz cuando comunica a su Verbo hecho carne; y si, conjuntamente concibió en su casto seno, al concebir a Jesús, en El, el germen sacerdotal, los Sacerdotes son para Ella, otros Jesús, y más que nadie, quiere transformarlos en Jesús, místicamente en sus almas" (CC. 50, 195).

"Como el Padre ama en mí, su Verbo humanado a todas las cosas..., así María; en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los Sacerdotes; y más ama a los que se asimilan a su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de su fisonomía más marcados, a la medida de su transformación en Mí" (CC. 50, 149).

El amor del sacerdote a María consistirá en vivir la transformación en Cristo con su ayuda y ejemplo: "María anhela verme a Mí en cada Sacerdote (como debiera ser) y no tan sólo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los Sacerdotes la aman, deben darle gusto reproduciendo ellos a los que más ama esa Madre incomparable: a Mí en todos los actos de mi vida y de su vida" (CC. 50, 170). De este modo sabrán imitar el amor de Jesús a su Madre y se fieles al encargo de Jesús de recibirla como Madre: "Los sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la amé... A María deben recurrir los sacerdotes, y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo, conforme a su Hijo Jesús... Al dejar Yo el mundo... le dejé a María, que me representaba en sus virtudes, en sus ternuras, en su Corazón, eco fiel del Mío... En María se apoyaba la naciente Iglesia... la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto por donde pasar toda la gracia del Divino Espíritu para las almas... al pie de la Cruz. Ahí pronunció María el segundo 'fíat' y aceptó como hijos a la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan" (A mis sacerdotes 96).

Se recalca el paralelismo entre le Encarnación del Verbo en el seno virginal de María y el ministerio eucarístico del sacerdote: "María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes" (CC. 50, 152).

La consecuencia de esta semejanza y relación con María será, por parte de los sacerdotes, un sentido de maternidad y una exigencia de transformación en Cristo: "Cómo los Sacerdotes deben pagar a María su ser de hijos, que los engendró a la vez que a Mí me engendró... Si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente, que con su transformación en Mí" (CC. 50, 175). "Cada Obispo, cada Sacerdote, goza en cierto grado y sentido, de la maternidad de María, de la Paternidad del Padre, del asombroso prodigio, obrado por el amor, solo por el amor, del Espíritu Santo.

Así es que, todo Sacerdote reproduce a Cristo, lleva el reflejo de María más marcado que nadie" (CC. 50, 236).

María se hace íntimamente presente y activa como Madre amorosa en la vida del sacerdote:

"María debe ser la luz que los conduzca al Padre, a Mí, y al Espíritu Santo; María la que los lleva a las almas, María su vida y la atmósfera que respiran; María su consuelo, su descanso, su aliento, su Madre, en la que depositan, después de Mí, sus dificultades, sus penas y sus lágrimas" (CC. 49, 155-156).

"Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí" (CC. 49, 90).

Es interesante atraer la atención sobre una faceta importante de esta dimensión mariana del sacerdocio. Se trata de la asociación de María al sacrificio de Cristo (cfr. LG 58):

"María me ofreció al eterno Padre para ser crucificado y éste era su mayor tormento" (Vida 6, 206; CC. 24, 124-129).

"Éste fue el papel de María, crucificarme" (Vida 6, 218; CC. 25, 138-141).

"María fue altar y víctima en mi unión y siempre me sacrificó" (Vida 6, 255; CC. 25, 175).

9.Marcado con la cruz

La transformación en Cristo comporta correr su suerte de crucificado. Aunque la cruz parezca que está ola, de hecho está siempre con Jesús (Vida 1, 218; 2, 76; 3, 70). Se trata propiamente de la actitud inmolativa o victimal de Jesús, que ya comenzó en la Encarnación (vida 4, 210; 6, 106; cfr. Heb 10, 5-7). Es el fuego que vino a traer el Señor a la tierra (Vida 3, 177-178.345). La cruz se identifica con el amor (Vida 6, 240). Jesús quiere compartir su cruz con los sacerdotes y almas consagradas (Vida 1, 260; 4, 120). No se entiende el tema de la cruz, si no es a partir del Corazón o de los amores de Cristo: "Mi Corazón y mi cruz son inseparables" (Vida 2, 322; CC. 1, 446). Los sacerdotes "tuvieron su cuna" en el costado de Cristo muerto en cruz (A mis sacerdotes 34).

El valor espiritual y apostólico de una vida sacerdotal dependerá de los quilates de su crucifixión con Cristo (cfr. Gal 2,19). "Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes..., en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí mismo y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va" (A mis sacerdotes 34).

El sentido del dolor solamente se manifiesta compartiendo realmente la cruz de Cristo (cfr. Salvifici Doloris 19-24). El mensaje cristiano de la cruz necesita sacerdotes testigos de la cruz: "Si el Sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús Crucificado, debe primero él crucificarse, porque sólo crucificándose puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias" (CC. 50, 144). La predicación tiene esta orientación hacia la cruz (cfr. 1Cor 2,2): "Que se predique a Mí, el Verbo hecho carne, crucificado" (CC. 49, 224).

La formación sacerdotal, ya desde el Seminario y Noviciado, debe estar marcada por la cruz, sin ocultar los sacrificios de la vida ministerial: "Hay que hacerles ver claramente los calvarios a los que van a subir por mi amor" (CC. 49, 226). "Y cómo anhelo, hija, Sacerdotes según el ideal de mi Padre... Sacerdotes puros, dulces, santos y crucificados. Obispos yo; seminaristas iniciados a ser Jesús. Todos enamorados como Yo del Padre y de las almas; todos crucificados por el Padre y por las almas" (CC. 49, 272).

Sólo el apostolado sellado con la cruz no fracasa, a pesar de las apariencias: "Pueden fracasar muchos apostolados, menos del de la Cruz que fue el Mío" (CC. 49, 335).

La "cruz" significa el amor de donación total, de Cristo y de sus sacerdotes. Por esto toda la formación sacerdotal está orientada por el amor y por la cruz. El sacerdote ha nacido del amor del Corazón de Cristo, muerto en cruz. "El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor" (CC. 49, 364).

Al sacerdote se le puede definir por su relación con la cruz. Esta sería su identidad: "Mis sacerdotes..., es decir, el grupo de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor" (CC. 49, 336). Entonces el sacerdote prolonga y complementa los sufrimientos de Cristo (cfr. Col 1,24): "Los dolores y los sufrimientos de un Sacerdote transformado en Mí, son dolores y sufrimientos salvadores, porque están unidos con los míos" (CC. 51, 13). Esta es la definición del sacerdote: "Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola" (CC. 50, 141). Así es "víctima con la Víctima" (CC. 49, 62).

Si el sacerdote vive crucificado, deja de lado sus intereses personales, ambiciones y envidias: "Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz?" (CC. 50, 85).

10.Amor a la Iglesia

El amor entrañable de Cristo a su Iglesia (cfr. 1ª ponencia, 2,E) debe ser también vivencia profunda del sacerdote. Es un amor esponsal, de dar la vida por ella (cfr. Ef 5,25-27) y, por tanto, de servirla sin servirse de ella para los propios intereses personalistas. "Al darles mi Padre por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre... Un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación" (A mis sacerdotes 84).

La unión del sacerdote con Cristo, el Verbo Encarnado, hace partícipe de su desposorio con la Iglesia (Vida 6, 344 y 346). La Iglesia, juntamente con sus sacerdote, "fueron concebidos eternamente", cuando el Padre engendró al Verbo en el amor del Espíritu Santo (cfr. CC. 49, 348). Por esto, los "amores" de Cristo son el Padre, María, los sacerdotes, la Iglesia, las almas (cfr. CC. 49, 92). La Iglesia es la "Esposa muy amada del Cordero" (CC. 49, 307).

La unidad entre los sacerdotes edifica la unidad de la Iglesia: "formando un solo Yo en la Iglesia..., formando un solo Cuerpo Místico" (CC. 50, 102). Esta unidad es reflejo de la unidad trinitaria (cfr. Jn 17, 21-23). "Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Padre en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad" (CC. 50, 253; cfr. 50, 4).

La misión del sacerdote en la Iglesia es la de "dar la vida a las almas..., de infundirles lo divino" (CC. 49, 161). Precisamente por esto, los sacerdotes "más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo" (ibídem). La unión sacerdotal hace entrar a la humanidad en la unidad de Dios Amor: "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50, 88; cfr. encíclica Sollicitudo rei socialis 40).

La realidad materna de la Iglesia urge a los sacerdotes a tener "entrañas de madre" para con todos y, de modo especial, "para con los pobres" (CC. 49, 281). El Verbo ha venido al mundo para salvarlo por medio de la Iglesia (cfr. CC. 49, 307).

11.Santidad y medios de santificación

El deseo más ardiente del Corazón de Cristo y el más frecuentemente manifestado en las confidencias, es el de que sus sacerdotes sean santos: "Mi corazón desea con ardor sacerdotes" (Vida 4, 115), santos en cuerpo y alma (Vida 5, 336 y 342); "mis sacerdotes... esos pedazos de mi Corazón, que los quiero santos por el Espíritu Santo y María" (CC. 49, 151; cfr. CC. 49, 272); "¡Oh hija! ¡Cuánto ansío el perfecto reinado del Espíritu Santo en el corazón de los míos" (CC. 50, 212). Y éste es también el deseo del Espíritu Santo para poder actuar expeditamente en el mundo y en la Iglesia: "Necesito sacerdotes santos" (Vida 1, 271-272; CC. 6,110).

La santidad sacerdotal es una exigencia del amor y se debe expresar en una transformación en Cristo para unirse a la Trinidad y para entregarse al celo de las almas: "Ya verán si es mucho lo que a los sacerdotes les pido en la tierra. Apenas un deber de gratitud y de amor. Celo ardiente por las almas... y la unificación con la Trinidad por su perfecta transformación en Mí" (A mis sacerdotes 140). "Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama" (CC. 49, 349).

Medios imprescindibles de santidad sacerdotal son la fidelidad al Espíritu Santo y la devoción mariana: "Para esto los poderosos e inefables medios son el Espíritu Santo y María" (A mis sacerdotes 140). "Solo el Espíritu Santo hace santos a los sacerdotes... Sólo El es capaz, con su soplo de impulsar a las almas sacerdotes a los heroico, a lo sublime de su vocación" (CC. 50, 210).

La transformación del sacerdote con Cristo acontece principalmente en la eucaristía celebrada con amor y en una acción apostólica que nazca del amor:

"Este es el gran secreto de las transformaciones en Mí; amar, ser amor para con Dios y para con las almas por Dios" (A mis sacerdotes 146).

"No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas" (A mis sacerdotes 112).

La vida de oración es imprescindible y debe armonizarse con una entrega generosa a la acción apostólica: "Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios" (CC. 49, 183).

La santidad sacerdotal es necesaria para que en la Iglesia se realice una gran renovación, a modo de "nuevo Pentecostés": "Pide esta reacción, este nuevo Pentecostés, que mis Iglesia necesita sacerdotes santos por el Espíritu Santo" (CC. 49, 250). Los males de la humanidad son debidos, en gran parte, a la falta de santidad sacerdotal:

"Mira que el mundo se hunde porque faltan Sacerdotes santos que lo detengan; mira que las almas se pierden por falta de Sacerdotes transformados en Mí" (CC. 50, 256).

"El mundo se desmorona... y sólo el Sacerdote santo, el Sacerdote Yo, el sacerdote Salvador, el Sacerdote divinizado y transformado en Mí, puede salvarlo" (CC. 51, 26).

El fruto de esta santidad será la santificación y perfección de las almas para glorificar al Padre: "Quiero Sacerdotes que me vean a Mí, y no se busquen a sí mismos... Quiero reinar, hija, por mis Sacerdotes santos; quiero millones de almas que me amen, pero atraídas por sus corazones puros, sin más interés que el de consolarme glorificando al Padre y al Espíritu Santo. La gloria del Padre es mi mayor consuelo" (CC. 49, 273).

Encontramos una descripción detallada de la santidad sacerdotal: "El sacerdote que corresponde a su vocación debe ser todo amor, y todo pureza... el amor divino por medio del Espíritu Santo, y la pureza, por medio de María... Amor de celo, con las almas todas; amor de generosidad para los sacrificios; amor de humildad para con Dios y para con las almas; amor de unión, caridad universal, y olvido propio, y de estrechamiento Conmigo. Amor al Padre, hasta llegar a amarlo con el mismo amor con que El se ama, con el Espíritu Santo" (CC. 51, 5-7).

Es santidad a modo de vida nueva en el Espíritu Santo: "He tocado el corazón del Sacerdote en todas sus fibras principales, en estas amorosas Confidencias... abriendo ante sus ojos, un horizonte de perfección... Un cristal debe ser el alma del Sacerdote, que refleja al Espíritu Santo en todos sus actos; pero sobre todo, debe amarle con el mismo Espíritu Santo" (CC. 50, 306-312). Debe llegar hasta las últimas etapas de la mística: "¡Qué deber tienen los Sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los transforma en Mí!" (CC. 49, 165).

El proceso de santidad sacerdotal tiene un etapa decisiva: los Seminarios. Se necesitan "seminaristas iniciados a ser Jesús" (CC. 49, 272). Conchita aboga por una atención privilegiada respecto a Seminarios y Noviciados: "Una vigilancia mayor en los seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando Sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos, y llenos de amor al Espíritu Santo y a María" (CC. 49, 268).

12.Oración y sacrificio por la santificación de los sacerdotes

Desde las primeras confidencias, el Señor pidió a Conchita su oración e inmolación por la santificación de los sacerdotes. Estamos en un aspecto clave de su carisma. Su propio proceso de santificación influirá en la santificación de los ministros sagrados (Vida 9, 356-359 y 366; 10, 30).

El llamado de Jesús es claro y concreto: "Porque salvar almas de Sacerdotes, es el mayor obsequio que se le puede hacer a mi Iglesia, y, por tanto, al Padre, al Espíritu Santo, y a mi Corazón todo caridad" (CC. 49, 127). El Señor busca "almas sacerdotales" que comprendan y vivan esta vocación.

El llamado se dirige de modo particular a Conchita y a las Obras de la Cruz: "Mi sed de descanso en mis Obras de la Cruz, en tu corazón maternal" (CC. 49, 82). Cristo espera de estas almas el mismo calor materno que encontró en María: "Pues esa ternura, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos" (CC. 49, 95).

La vida de Conchita es una respuesta generosa al llamado del Señor para sacrificarse por los sacerdotes: "Pues eso quiero, Jesús del alma... ¡Consolarte! y aquí estoy, yo nada valgo, pero utiliza esa nada, rómpela y sacrifícala, de la manera que fuere de tu agrado, si para algo sirve, en favor de esas amadas almas sacerdotales que tanto quieres y que tanta gloria te han de dar" (CC. 50, 335).

Muchas "almas sacerdotales" se han ofrecido al Señor como víctimas para la santificación de los sacerdotes: "Muchas víctimas en la tierra tienen su origen en mi amor a los sacerdotes, porque las hago Yo víctimas y me valgo de ellas para salvarlos" (A mis sacerdotes 95). Estas almas víctimas deben vivir en sintonía con Cristo: "Las almas de mis sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y sus dolores íntimos, que son el precio de mis sacerdotes amados" (A mis sacerdotes 120).

Estas almas sacerdotales, que oran y se sacrifican por la santificación de los sacerdotes, participan, de modo especial, en los amores sacerdotales de Cristo y colaboran eficazmente en el ministerio sacerdotal. Gracias a ellas, han surgido muchas vocaciones y han perseverado en su camino de generosidad y entrega (cfr. A mis sacerdotes 54 y 115).

A estas almas se refería Juan Pablo II en la homilía de la ordenación sacerdotal celebrada en Durango: "En esta ordenación de sacerdotes, en la que estamos participando, vislumbro la emoción de todos los presentes. Confluyendo sobre cada uno de estos queridos candidatos al presbiterado, adivino -cual insondables torrentes de gracia- las oraciones y los trabajos de tantos padres y madres, de tantos educadores, de tantas personas consagradas, de tantos enfermos, de tanta gente sencilla, de tantos bienhechores".

A MIS SACERDOTES (frases que no leí en "Confidencias")

IIEstos son dos martirios de mi ternura, mi Padre y el hombre, Dios y su justicia. Amor

IVYo, el Verbo, víctima siempre en favor del mundo.

XXVIIYo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, u mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres, y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo... Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo... Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida. Pobres

XXXIIICada sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo. Transformación

IdLos sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia,sus mismos latidos. Corazón

XXXIVYa se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por eso mismo los amaba. Amor (cf.Jn 17)

IdPor eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a Ella y glorificarla eternamente. Almas

IdEn ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia, siglos antes anunciada, pero cuyo principio fue mi sacrificio de la Cruz, en lo alto del Calvario, a la sombra de María. Corazón Iglesia María

IdTodo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes..., en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí mismo y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va. Cruz Trinidad

XXXVEl medio práctico para lograrlo es unificar todas las voluntades íntima y sinceramente en mi voluntad, en donde reside la unidad.

LIYo en ellos quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas... transformar el mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único Sacerdote de donde todos proceden. Cristo Sacerdote

LIVLas almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo. Víctima

LVLa identificación de ellos en Mí debe ser perfecta. Y ¿cómo? Por medio de su transformación en Mí, por parecido interior con mi Madre de quien son hijos, más que todos los hijos... María

Id...la transformación en Mí... Aquí está también el secreto de la atracción del sacerdotes respecto a las almas.

LXVEl Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque yo, el Hijo, los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia. Cristo Sacerdote Espíritu Santo

IdNunca está sólo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial. Trinidad

LXXIIMis sacerdotes en la tierra, después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los sacerdotes simplificados en Mí. Transformación

LXXVIIDesde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María... viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazaret, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité... Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre , mis sacerdotes... En mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. El posó en mí su mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado en la Encarnación, los amé y los amo como Dios hombre. Amor Cristo Sacerdote Transformación Encarnación mística

LXXXIVAl participar a mis amados sacerdotes los desposorios de mi Iglesia - teniendo en cuenta su transformación en Mí -; al darles mi Padre por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre... Un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación.

LXXXVIIPara darme mi Padre a la Iglesia como Esposa, primero me crucificó. En la Cruz fueron mis desposorios con Ella... Ahí fueron también los desposorios de los sacerdotes con la Iglesia... Desde la eternidad estaba destinada para mis sacerdotes esa Esposa, la Iglesia, brotada de mi Corazón en la Cruz.

XCVMuchas víctimas en la tierra tienen su origen en mi amor a los sacerdotes, porque las hago Yo víctimas y me valgo de ellas para salvarlos. Víctima

XCVIDesde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen... no ha cesado de ofrecerme a El (al Padre) como Víctima que venía del cielo a salvar el mundo... Siempre María me ofreció al Padre... Acabó la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia, es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas.

XCVILos sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la amé... A María deben recurrir los sacerdotes, y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo, conforme a su Hijo Jesús... Al dejar Yo el mundo... le dejé a María, que me representaba en sus virtudes, en sus ternuras, en su Corazón, eco fiel del Mío... En María se apoyaba la naciente Iglesia... la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto por donde pasar toda la gracia del Divino Espíritu para las almas... al pie de la Cruz. Ahí pronunció María el segundo 'fíat' y aceptó como hijos a la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan.

XCVIII¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes - después de dejarme a Mí mismo en ellos - a los que más amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?... vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos.

IdY por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes... Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar... Y así, formando los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que presten a ello, le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí... María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor... Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de Madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que está en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote. No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso... prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las almas de los sacerdotes. Encarnación Mística Cristo Sacerdote

IdPor eso amo tanto la gracia de la encarnación mística... quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de El. Quiero con esa gracia infundirles - transformarles en Mí - mi amor a mi P