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Manual Digital Escuela Claridad Una propuesta para la Síntesis planetaria: Una cultura del alma El Sendero del Corazón Juan Ángel Moliterni Centro Escuela Claridad Ravignani 1332 Departamento “B” Capital Federal - Buenos Aires, Argentina - Tel. 4774-1773 (5411 desde el exterior)

El sendero del corazon parte1

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Revista digital Escuela Claridad... Meditaciones diarias (2013)

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Manual Digital Escuela ClaridadUna propuesta para la Síntesis planetaria: Una cultura del alma

El Sendero del CorazónJuan Ángel Moliterni

Centro Escuela Claridad Ravignani 1332 Departamento “B”Capital Federal - Buenos Aires, Argentina - Tel. 4774-1773 (5411 desde el exterior)

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Publicación oficial del Centro Escuela Claridad ArgentinaRavignani 1332 Departamento “B” - Ciudad Autónoma de Buenos Aires (1414) Argentina

E-mail: [email protected] Website:Diseño gráfico: Lucila Bembibre - ww

Carta Circular de Acuario | Centro Escuela Claridad 1

Facilitador: Juan Ángel Moliterni

Astrólogo Esotérico, Canalizador e Ins-tructor espiritual. Como uno de los recep-tores de la Gran Hermandad Blanca y los Pleyadianos-Arcturianos en Argentina, nos acerca la sabiduría de los Guardianes de la quinta dimensión y del Gran Triángu-lo Mágico. Los Pleyadianos han venido a inspirarnos, para que nos convirtamos en maestros del amor, ser “Los Sembradores de Semillas Estelares”, para facilitar la As-censión multidimensional y la Automaes-tría. Son los jardineros que buscan tierra fértil para plantar semillas galácticas. La Gran Hermandad Blanca, la jerarquía as-cendida, transfiere una antorcha, una luz, a aquéllos que deseen tomarla, que vayan a agarrarla con fuerza. La antorcha de la síntesis de oriente y occidente, de los va-lores apreciados, el conocimiento espiri-tual y la comprensión del cosmos.

Presentación 2013

1. El Sendero del Corazón - Meditaciones Diariaspor Juan Ángel MoliterniParte 1

El Sendero del Corazón

Contenidos

Volumen 1

www.escuelaclaridad.com.arw.lucilab.com

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Cada ser humano es la semilla de un uni-verso en expansión. Somos creados y a su vez nos creamos a nosotros mismos. La falta de tiempo nos deja poco espacio para la reflexión y la meditación.

En este contexto, buscar nuestro propó-sito y clarificar nuestros sueños nunca se transforma en una prioridad. ¿Quién Soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Para qué estoy en la Tierra? ¿Cuál es el objetivo de mi paso por el mundo? ¿Cómo puedo encontrar sentido a mi vida?...

Este curso ha sido realizado por Juan Ángel Moliterni, utilizando la herramienta Estuki.

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Presentación del Manual

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Parte 1

Antes de tomar un nuevo sendero, pre-gunta si realmente es nuevo, o si es una vieja ruta del pasado, pero disfrazada como nueva. Y el hecho de sentirte bien no siempre es indicativo de que estás en un camino correcto. A veces lo que sentimos puede engañarnos.

En este momento el alma de Segundo Rayo del planeta está intentando ejercer influencia sobre la personalidad de Tercer Rayo. El resultado, hasta donde concierne a la humanidad como un todo, es la opor-tunidad de tomar la Primera Iniciación. Las energías de Vulcano y Plutón están en acción para traer los aspectos más resis-tentes de la personalidad a la superficie y romper el duradero y prevaleciente foco en el materialismo del que la humanidad de la Tierra es tan marcado exponente. Lo que se necesita de los discípulos e iniciados en el planeta es una demostración del po-der magnético del alma de Segundo Rayo. Shamballa despertará a los hombres de su sueño de materialismo de un modo u otro. Esto es parte de la Decisión que se está tomando en este momento. La Jerarquía ha decidido que la humanidad está lista.

Al fin y al cabo, nadie puede llegar a ser nosotros mismos en nuestro lugar.

Un atracón es tan malo en lo espiritual como en lo físico si no peor, ya que en este caso estamos actuando con las fuer-zas esenciales de la vida y de la mente, y nuestros vehículos podrían sufrir un daño irreversible. Tanto o más importante que el objetivo es el propio camino. Por eso hay que confiar, tener paciencia, sin so-brepasar los límites naturales.

Cada vez que se toma una decisión cons-ciente, hay una realidad coordinada que sigue a esa elección. Por encima y más

allá de cualquier cosa que pueda parecer ser la causa del tumulto de la vida o in-cluso las victorias, todas nuestras reac-ciones a la vida son, de hecho, elecciones de consciencia.

¿Qué es la virtud? Cuando se piensa en la “virtud” en la ciencia espiritual cuando se habla del “camino virtuoso” es útil recor-dar que significa virtud, no en el sentido de cualidad moral, sino virtud en el sen-tido de magia, como cuando hablamos de las virtudes curativas de una determinada planta. La primera definición de virtud es exclusiva, y nos separa de los demás y de toda la creación. La segunda es inclusiva, y nos permite participar de la totalidad de las personas y de los acontecimientos.

Solo podemos entender aquello que somos, nunca lo que no somos; como mucho, lo que podemos hacer es acep-tarlo.

La Nueva Física nos dice que lo que llama-mos “realidad” es nuestra visión imperfec-ta (nuestro espejismo) del caos en el que se mueve realmente el mundo físico, y que lo que nosotros llamamos “caos” es nues-tra visión imperfecta del orden más pro-fundo que emerge, impredecible e incon-trolable, del flujo de los acontecimientos. Así pues, uno empieza a buscar equilibrio en lugar de control; estar tranquilamente “centrado” (como un giroscopio) en lugar de forzar las cosas; actuar con integridad en lugar de “seguridad”.

La búsqueda del equilibrio, la calma y la integridad te llevan a explorar tus propios valores espirituales como centro de tus re-laciones con los demás.

Como nos gusta vivir en un mundo cohe-rente, es muy fácil etiquetar lo que cono-cemos como “racional”, “sensato”, “correc-to” y “moral”, y todo lo que queda fuera de

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El Sendero del Corazón · Meditaciones Diarias

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esos límites como “irracional”, “insensato”, “incorrecto e “inmoral”. Cuando se ven en-frentados con un concepto o conducta que está más allá del nivel de comodidad de su experiencia, se resisten al cambio dicien-do: “Pero ya sabes que en el mundo real no podemos…”. ¿No será que cuando de-cimos “Bueno” y “Malo” queremos en rea-lidad decir “seguro” e “inseguro”? Dar el primer paso en su propio sendero significa ir más allá de los cómodos límites con que rodeamos nuestra vida.

Si estamos atentos a lo que está sucedien-do en el mundo, descubrimos que las co-sas que se hallan fuera de los límites de nuestra experiencia y de nuestros deseos poseen su propia e incómoda realidad. Por mucho que lo intentemos, es difícil hacer que los acontecimientos sucedan como de-seamos. Actuamos de un modo que cree-mos racional pero nos vemos enfrentados a una “irracionalidad” más grande y a la que parece importarle muy poco, o a la que no le importa nada en absoluto, nuestros pla-nes tan cuidadosamente elaborados.

Si nos limitamos a redoblar nuestros es-fuerzos para hacer que las cosas funcio-nen como queremos que funcionen, dichos esfuerzos tienen una forma frustrante de producir exactamente los resultados con-trarios a los que queríamos o esperába-mos. “Si llenas tu cuenco hasta el borde, ¡se derramará!”.

Una forma de empezar una exploración personal del Camino es percatarnos de la diferencia que existe entre su contenido y los valores que impulsan nuestras acciones

personales. Para muchos, esta diferencia posee la fuerza de un conflicto.

La vida cotidiana, el trabajo, etc., como se vive hasta ahora, exigen que nos hagamos expertos en la utilización del poder para controlar personas, acontecimientos y re-sultados. Sin embargo la Vida nos invita a convertirnos en maestros de una esponta-neidad deliberada. Uno de los grandes do-nes de la época que vivimos es la claridad del mensaje de que el control no funciona. No funciona en el trabajo y tampoco fun-

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ciona en las relaciones personales. Dar un paso en el Camino es afrontar directamen-te este hecho.

¿Cómo puedes dejar de controlar las co-sas? ¿Crees que las controlas? Tus sen-timientos están enviándote un podero-so mensaje. ¿Qué ocurriría si le prestan atención? El mensaje que nuestros sen-timientos nos envían es frecuentemente el mensaje del cambio. “Deja de hacer lo que estás haciendo e intenta hacer algo nuevo”. Como hay tantas cosas que están cambiando a nuestro alrededor, es proba-ble que queramos aferrarnos a la aparente solidez de lo que ya sabemos cómo hacer. ¿El resultado? Más de lo mismo.

Lo que nos impide ejercer la libertad de la espontaneidad-fluir es el miedo. Teme-mos que, si no tenemos control, no con-seguiremos lo que queremos (o que nos ocurra lo que tememos); tememos la pér-dida de la aprobación de los demás (y, de este modo, nuestra propia soledad). Puede ser útil el entender que esponta-neidad no es lo contrario de control. Sig-nifica hacer lo que se piensa que es mejor para cada situación. Si tiene sentido de-terminar cómo deben hacerse las cosas, determínalo; si tiene sentido preguntar a otros lo que piensan, pregúntalo. Si tiene sentido impulsar una relación, impúlsala; si tiene sentido dejar que el otro tome la dirección, deje que la tome.

El miedo es algo que empieza muy pron-to en la vida. “¡No juegues tan cerca de las escaleras! ¡No corras en la calle! ¡No hables con extraños!”. A veces los men-sajes están disfrazados. “No desobedezcas a tus padres, o no estés en desacuerdo con nosotros, o no nos contradigas, o no seas “diferente” (o los demás dejarán de quererte), o no luches contra el sistema”. Siendo niños aprendemos estas lecciones y, una vez que somos adultos, las conver-timos en leyes inmutables. Con el tiempo, se convierten en los lemas de los muros de la prisión que construimos a nuestro al-rededor. Los padres tienen que decidir por

sí mismos si el miedo es la mejor forma de enseñar a los niños a entender las con-secuencias de sus acciones, o si los pro-tege cuando no están todavía preparados para entender. Dejar que un niño juegue con fósforos o corra sin control en una ca-lle llena de tráfico es una falta de amor y una torpeza. Pero igualmente lo es ahogar su sentido de asombro y descubrimiento. También es una falta de amor y una tor-peza tratar a los adultos como si todavía fueran niños, o tratarnos de este modo a nosotros mismos. Un niño no puede es-

coger si no sabe las consecuencias de sus acciones. Como adultos tenemos el cono-cimiento y la libertad para escoger. Podría afirmarse que incluso tenemos la obliga-ción de escoger.

Algunas personas malgastan sus vidas en el temor a la muerte, intentando constan-temente de evitar lo inevitable. Otras per-sonas malgastan sus vidas en el miedo a la vida, y pierden así permanentemente la alegría de lo posible. Todo lo que tememos nos espera a la vuelta de cualquier esqui-

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na cada día de nuestro viaje por la vida. Cuanto menos tememos, más abierto y sin obstáculos es el camino. En tu mejor día, el día más feliz de tu vida, ¿acaso tenías preocupaciones o simplemente lo viviste con toda tu plenitud? ¿Dónde estaba en-tonces el tiempo?

¿Quién ha dicho que confianza e ingenui-dad son sinónimos? Cuando nos encontra-mos con personas dañinas, tiene sentido ser cuidadoso en cómo se relaciona uno con ellos. Pero lo interesante es saber, en las relaciones cotidianas, cómo te afecta el miedo. ¿Cuando el miedo es tu motivación principal, ¿cómo te hace eso actuar, pensar, sentir? ¿Qué impacto produce en las per-sonas en las que tendrías que ser capaz de confiar? ¿Qué es lo que esas personas ven en ti? “El sabio nunca es obstinado, escu-cha la mente de las personas”. Lo que das es lo que recibes. Si el miedo es lo que im-pulsa nuestras acciones (sistema de creen-cia basado en la supervivencia), ¿no sería posible que tuviéramos miedo de confiar en nosotros mismos para actuar de una forma honrada y amorosa? ¿No sería posible que estuviéramos cuestionando la integridad y las intenciones de los demás porque no estamos seguros de las nuestras? La con-fianza funciona cuando salimos de nosotros mismos. Alcanza su máximo poder cuan-do decidimos confiar en los momentos de mayor duda. La confianza funciona cuando nos vamos a los más profundo de nosotros mismos en búsqueda de lo mejor que hay en nuestro interior.

Si quieres confiar, tendrás que abandonar lo que sabes del mundo. El conocimiento es una forma de ejercer el control. Cuando más “sabemos”, más poder podemos sen-tir sobre las personas que saben “menos”. Si necesitamos sentirnos bien con noso-tros mismos, podemos utilizar el “cono-cimiento superior” para hacer que otras personas se sientan inferiores. El conoci-miento nos permite escapar de tener que tomar decisiones difíciles; tomamos la op-ción “lógica”, “aprobada”, “sensata” por-que “sabemos” que es la opción “correcta”.

Seguimos las normas y, cuando las cosas van mal, echamos la culpa a las normas. “El Maestro ve las cosas como son, sin in-tentar controlarlas. Deja que sigan su ca-mino y mora en el centro del círculo”.

El conocimiento se transforma en procesos y técnicas, en la forma correcta de hacer las cosas: 14 pasos para alcanzar la ilu-minación, 5 pasos para dirigir a emplea-dos problemáticos, 8 pasos para gestionar proyectos, 33 pasos para la ascensión… ¡Tantos pasos para tan pocos progresos! “Las personas inteligentes saben cómo manipular las cosas. Las personas dañinas saben cómo manipular a otras personas. Las personas sabias simplemente se cono-cen a sí mismas”.

El conocimiento de sí es conciencia. Darse cuenta es prestar plena atención a lo que sucede, sin los filtros de las expectativas y de los miedos. Basta con practicarlo. “La característica del hombre moderado es ser libre de sus propias ideas”.

¿Acaso debes olvidarte de planificar? Sí y no. Cuanto más conozcas tus propias me-tas, necesidades y miedos, mejor. Cuanto más sepas del universo del otro, mejor. El secreto consiste en abandonar el deseo de controlar los resultados. Si la planificación limita tu capacidad para responder total-mente y con fuerza a la situación a la que te enfrentas, planificar no sólo es inútil sino algo peor. Cuando tienes tanto empeño en hacer las cosas del modo “correcto”, nunca consigues hacer lo correcto. Si eres cons-ciente de lo que está sucediendo, sabrás lo que hacer en ese momento. Sin toma de conciencia, no hay ninguna técnica en el mundo que funcione. Si tienes suficiente confianza para actuar con decisión en cada momento, no necesitarás el control.

Técnica y sabiduría. La técnica es “mascu-lina”, poderosa, intrusa, autoritaria, racio-nal. La sabiduría es “femenina”, resistente, inclusiva, fluida, intuitiva. Por esta razón es por lo que los Maestros conocían la téc-nica pero seguían la sabiduría. La técni-

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ca intenta cambiar las cosas, la sabiduría ser una con ellas mientras éstas cambian. La técnica es personal y dice al mundo: “¡Obedéceme!”. La sabiduría es imperso-nal, y permite que el mundo sea lo que es.

Especialmente en la cultura occidental, puede que abordemos los Principios Cós-micos en términos de contradicciones y conflicto: miedo frente a confianza, control frente a espontaneidad, conocimiento fren-te a conciencia. ¿Qué debo escoger? ¿Cuál es la forma correcta de hacer las cosas? ¿Qué pasa si me equivoco? En el mundo actual es probable que nos sintamos como el personaje del Cómic de Gary Larson, que se encuentra ante dos puertas delante del Infierno; entonces el Diablo le insta a deci-dirse por una de ellas. En una de las puer-tas puede leerse: “Condenado si decides”. En la otra: “Condenado si no decides”.

Aprendemos la contradicción y el conflicto en el momento de nacer, en el momento de la separación de nuestra madre y de entrar en el mundo, y a lo largo de toda la etapa infantil, en la que dependemos irre-mediablemente de nuestros padres para todas nuestras necesidades. Deseamos tener la sensación de unión y el amor in-condicional, pero, al mismo tiempo, tam-bién queremos mantener nuestra indivi-dualidad única. ¿Cómo puedo afirmar mi yo separado sin negar mi vínculo con los demás? ¿Cómo me hago uno con otra per-sona sin perder mi propia singularidad? El conflicto se reproduce en todas nuestras relaciones: padres e hijos, amantes y ami-gos, esposas y maridos, jefes y subordi-nados, vendedores y clientes. La contra-dicción que sentimos está entre el dominio y la dependencia. Si elegimos el dominio, desechamos el amor; si elegimos la de-pendencia, perdemos el respeto por no-sotros mismos. “Condenado si me eliges, condenado si no me eliges”.

La contradicción y el conflicto son úni-camente una apariencia de las cosas. El Universo es completo y está equilibrado, sigue su propio orden y no nuestros de-

seos. Si reconocemos dicho orden y deja-mos que sea el hilo conductor de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, el conflicto desaparece.

Solo tengo tres cosas que enseñar: sim-plicidad, paciencia y compasión. Éstos son tus tres mayores tesoros. Simple en ac-ción y en pensamiento, regresas a la fuen-te de tu ser. Tal vez preguntes: -Entonces, ¿qué hago? ¿Simplemente “ir con la co-rriente” sin saber a dónde me lleva? Eso es demasiado “Nueva Era”. -Tal vez lo que te perturbe sea la sensación de que las co-sas estén en oposición y la creencia de que tienes que escoger entre ellas. ¿Es pasivo o activo un río? Si respondes “pasivo”, ob-serva cómo erosiona las rocas y derrum-ba casas. Si respondes “activo”, observa cómo encuentra sin esfuerzo el camino más fácil hacia el mar. Imagina que vivie-ras cada día con tanta simplicidad de ac-ción, paciencia y compasión como te fuera posible. Imagina que en cualquier relación con otro, intentases crear tanto valor real como te fuera posible y dejar que los re-sultados llegasen por sí mismos a su de-bido tiempo. ¿Podrías obtener mejores re-sultados intentando controlar las cosas y a las personas?

No hagas acuerdos con tus limitaciones (las limitaciones se encuentran en tu mente).

En esta experiencia a través del Sendero como un viaje, ofrecemos estas reflexiones como medio para que empieces tu propia exploración y tu propio descubrimiento. La simplicidad te permite confiar en ti mismo cada vez más, a medida que te desplazas por un territorio desconocido. Puesto que no siempre sabrás dónde te hallas, la téc-nica y el control no te van a ser de mucha utilidad. Intenta confiar en tu capacidad de estar consciente y de actuar con fuer-za e impecabilidad en cada momento. La paciencia te permite dejar de preocuparte tanto por el futuro. Puesto que no puedes saber a dónde vas, porque el final toda-vía no existe, tampoco te serán de utilidad mapas y planos. Si eres compasivo contigo

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mismo, podrás atravesar el flujo y reflujo de los acontecimientos (lo que llamamos “éxito y fracaso”), aprendiendo a medida que caminas. Si eres compasivo con los demás, estos harán el viaje contigo.

La simplicidad, la paciencia y la compasión se equilibran entre sí y resuelven conflic-tos aparentes dentro de sí. Actúan en si-nergia y su poder es el del descubrimiento, dos cualidades que tú y el otro necesitarán desarrollar mutuamente y a la par.

“El Maestro realiza su tarea y después se detiene. Entiende que el universo estará para siempre fuera de control, y que inten-tar dominar los acontecimientos va contra la corriente de la Vida. Como cree en sí mismo, no intenta convencer a los demás. Como está satisfecho consigo mismo, no necesita la aprobación de los demás. Como se acepta a sí mismo, la totalidad del mun-do lo acepta”.

Si estás buscando el “camino correcto” para lograr el éxito, la felicidad, la seguri-dad económica y la aprobación de los de-

más, no lo encontrarás. Simplemente no existe. Si dejas de buscar, te darás cuenta de que siempre ha estado ahí a simple vis-ta y de que es fácil de seguir. Nadie puede decirte dónde está ese camino ni cuál es; pero puede descubrirse y aprenderse. Na-die puede decirte a dónde te llevará; pero puedes atravesarlo con seguridad. Es úni-co para cada persona, no puede ser dupli-cado ni copiado, y también es intemporal-mente universal.

La vía del Sendero Dorado es al mismo tiempo simple y estimulante, porque nos exige abandonar nuestros miedos y pre-juicios, soltar la atracción de cosas de este mundo como fuerza impulsora de nuestra vida y volvernos totalmente atentos al es-píritu que se halla dentro de nosotros y de toda la creación.

Si la felicidad se halla en algún lado, pero fuera de nosotros, entonces estamos condenados a pasar nuestra vida persi-guiéndola. Ésa es una búsqueda difícil. A menudo, cuando conseguimos lo que pen-sábamos que nos haría felices, descubri-

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mos que seguimos insatisfechos. Todos nosotros conocemos a personas que se han decepcionado tan a menudo de esta búsqueda que ya han dejado de buscar y se han resignado a la infelicidad. Cuando se sienten enfadadas por su decepción, extienden su infelicidad a los demás. ¿Qué ocurriría si en realidad la infelicidad –in-tensa, poderosa y total- se hallara dentro de nosotros? Todo lo que tendríamos que hacer es aprender a dejar de correr de un lado para otro, volvernos más silenciosos y atentos y descubrir lo que ya está ahí.

Buscamos respuestas fuera de nosotros, en la “verdad” de cualquier otra persona, porque el mundo puede parecer aterra-doramente confuso. Frente a esta confu-sión, suele ser más fácil dividir las cosas en “buenas” y “malas”. Lo “bueno” repre-senta lo que deseamos, lo “malo” las cosas que parecen oponerse a nuestros deseos. Pero, mira de nuevo… ¿acaso no contiene algo de “malo” lo que llamamos “bueno”? No contiene algo de “bueno” lo que llama-mos “malo”? Cuanto más nos esforzamos para lograr el éxito, porque pensamos que representa lo “bueno”, más arduamen-te tenemos que luchar para conservar lo que hemos obtenido a costa de luchar contra los esfuerzos de la “mala” gente. Tras nuestros frenéticos esfuerzos se aga-zapa nuestra propia duda: “Si no controlo a los demás, los demás me controlarán”, “Tengo que ganar más dinero para tener éxito”, “Tengo que obtener una mejor po-sición para sentirme valorado”, etc. Cuan-to más intentamos vencer esos miedos, probablemente más resultados contrarios producirán esos esfuerzos. Por mucho que lo intentemos, nunca conseguiremos sufi-ciente… sin embargo, no podemos negar la existencia de esos miedos, porque for-

man parte de nosotros. Si los atacamos de frente, nos dañamos a nosotros mismos. Así que estamos atrapados: “Cuanto más conseguimos, más necesitamos aparen-temente”, “Cuanto más hablamos, menos escuchan los demás”, “Cuanto más inten-tamos controlar el futuro o detenernos en el pasado, menos sentido encontramos a la vivencia de cada día”. Cuando ponemos las etiquetas “buenos” o “malos” a los de-más, o cuando nos las ponemos a nosotros mismos, nos volvemos ciegos a las posi-bilidades que están constantemente pre-sentes en las personas y en las situacio-nes. Todo es relativo. A veces, los “malos” son nuestros mejores maestros. A veces, el centrarnos únicamente en los “buenos”, nos vuelve perezosos y descuidados.

Buscar la riqueza, la fama, la aprobación o la aclamación pública es como echar agua en un agujero sin fondo. Cuanto más agua echas en él, más grande se vuelve el agujero. “Si normalmente reacciona us-ted o responde a las circunstancias, ¿dón-de reside el poder en estas situaciones? Claramente está fuera de usted; está en las circunstancias. Por ello, como el poder no reside en usted, usted está indefenso y las circunstancias son todopoderosas” –Robert Fritz.

Si perseguimos los elogios y las recom-pensas para sentirnos valorados, entonces todo nuestro valor depende de esas co-sas y no está poderosamente vivo dentro de nosotros. Si nos dejan sin elogios, nos quedamos vacíos. Si se nos niega la re-compensa, nos empobrecemos. Lo mismo le ocurre a los demás. Si elogias el trabajo de alguien y alientas su dependencia de dicho elogio, alimentarás la necesidad de recibir cada vez más elogios. Una razón

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por la que buscamos elogios y recompen-sas es porque vivimos gran parte de nues-tra vida en una atmósfera de resistencia y rechazo. Las recompensas parecen que alimentan nuestra autoestima. La clave es el hambre, la necesidad de ser aprobado para sentirnos personas de éxito. El ham-bre nos hace cometer estupideces y de-bilita nuestra resolución. La necesidad de ser elogiados nos daña de otras muchas formas. Si dudamos de nuestra propia valía, el elogio de los demás no significa absolutamente nada. Los mayores elogios o recompensas nunca lograrán llenar ese vacío ni curarán esa herida. ¿Qué metas impulsan tus acciones diarias? ¿Son inter-nas, externas, o una mezcla de las dos? ¿Están a la altura de los valores en los que crees? Hazte esta pregunta: “Si recibo to-das las gratificaciones y elogios externos que busco, ¿sería feliz y estaría realiza-do?”. Pregúntate: “¿Qué valores internos podrían ser más nutritivos?”.

Lo que llamamos “Dios”, “espiritualidad” o “verdad” no puede ser captado por el len-guaje, percibido con los sentidos ni con-tenido en la mente. Sin embargo, está dentro de nosotros y de todas las cosas. Esa paradoja nos puede hacer sentir in-cómodos, por nuestro deseo de describir, sentir y conocer la verdad. La verdad exis-te, antes de que existiera el mundo. Crea, pero no es creada. Es un manantial que nunca se seca y que fluye de una fuente que ninguno de nosotros podemos ima-ginar. Podemos beber y nutrirnos de ella. Si se abandonan las palabras, aparece el sentido. Deja de buscar y tu visión se acla-rará. Deja de apretar los puños y quedarás conmovido. Permanece en silencio y oirás.

Se necesita valor para afrontar cada día como humano, permitiendo que las co-sas se desarrollen confiadamente en lugar de intentar hacerlas suceder conforme a los propios deseos. Pero si observamos a aquéllos que realmente tienen “éxito”, podremos comprobar que su compromiso con la confianza está vivo dentro de ellos. Esta confianza está también viva en sus

relaciones diarias. Probablemente la sen-timos en las relaciones que tenemos con Ellos. Pero simplemente se han limitado a tomar una decisión que cada uno de no-sotros podemos también tomar. Esa deci-sión empieza cuando afrontamos nuestros miedos: estar “solo”; no satisfacer las ex-pectativas de los demás; no ser respetado, valorado ni necesitado por los demás; etc. El mismo acto de examinar esos miedos nos aparta de ellos. Cuando nos sentimos nerviosos, ansiosos, estresados o enfada-dos, estamos creando esos sentimientos dentro de nosotros con nuestros propios pensamientos y acciones. Pero podemos tomar otra decisión.

Siendo niños, a muchos de nosotros se nos enseñó que ser “buenos” significaba ser “mejores” que alguna otra persona. Esa lección la aprendemos en un juego competitivo con nuestros amigos, en pe-leas con nuestros hermanos y hermanas, y fue reforzada por un sistema educativo que a menudo valoraba las notas escolares más que el aprendizaje. Luego entonces, el “éxito” significaba escalar puestos, so-brepasar a los demás o subirse sobre sus espaldas con el deseo de ser “mejores”. Insistir en ser “mejor” que otra persona nos degrada a nosotros y a ella. También se nos enseñó a buscar el poder sobre los demás y no el poder personal, y nos en-contramos simplemente con que nuestro poder sólo podía obtener cosas que tenían muy poco significado real. ¿Qué es real-mente mejor, ser “superior” a otra persona o sentirnos plenos interiormente? Haz una lista de cinco personas respecto a las que te sientas “superior”. Durante unos cuan-tos días intenta identificar la fuerza o los valores de esas personas que tu orgullo ha pasado por alto. Tómate el tiempo de ex-presarles directamente lo que valoras de ellas. Tómate el tiempo de una semana. Haz lo mismo con cinco personas ante las que te sientas “inferior”. Durante los próxi-mos días descubre formas en las que pue-des crear una estima real en tu relación con ella. Pon en práctica esas oportunida-des antes de que se acabe la semana.

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¿Por qué intentar tomar el poder de los de-más o usar el poder contra ellos cuando, estando tranquilos y receptivos, podemos encontrarlo dentro de nosotros, a la espe-ra paciente e inagotable de despertarnos a su presencia?

Gran parte de la formación que hemos re-cibido se centra en lo que debemos hacer a la gente. Como se nos ha enseñado que el éxito proviene de la agresividad, con-vertimos a los otros en enemigos que de-bemos conquistar. Cuando pensamos que la vida es una batalla, se convierte en una

batalla. Te encuentras con una persona y preguntas: “¿Cómo estás?”. Y te respon-den: “Aquí estoy, batallando”. Considera algunos métodos que usamos en la vida diaria: pasar por encima de una persona (de su puesto o rol); lograr la atención del otro; hacer que el otro escuche; descubrir sus necesidades; intentar “educar” al otro; vencer sus objeciones reales; hacer des-

aparecer sus preocupaciones reales, pero no aparentes; combatir la indiferencia y el rechazo, etc. Y considera ahora también a Aquéllos que son proactivos, eficaces y felices en acción. No parecen luchar en absoluto. Actúan como socios del otro y comparten con ellos una meta común: po-tenciar al máximo el éxito del otro a través del servicio que se brinda. Su dinámica no es la de “yo contra usted”, sino la de “us-ted y yo frente al desafío”. El poder del que ambos disfrutan es el poder que am-bos crean juntos.

Piensa en situaciones en las que sientes la necesidad de ser poderoso. Examina de dónde viene ese poder. ¿Procede de ti solo, o de ti y del otro? En cada caso, pre-gúntate qué sucedería si compartieses el poder de lograr el éxito con el otro. Imagi-na que no defines el éxito en función de lo que hiciste tú solo, sino de lo que ambos consiguieron juntos. ¿Qué impacto tendría en los resultados? (sea lo que sea que ha-gas, sea en tu profesión, relaciones, fami-lia, amistades, etc.). Durante la próxima semana, apártate de las situaciones de las que sientes el impulso de encargarte. Haz lo menos posible y toma nota de lo que ocurre. Comparte con un amigo o un com-pañero de confianza lo que sientas al ac-tuar así. Y si quieres ser realmente franco, comparte cómo te sientes con el otro al que acabas de “reforzar”.

La Tierra ha existido y durará mucho tiem-po después de que nos hayamos converti-do en polvo. Es un don que no fue hecho para los seres humanos exclusivamente, sino que fue creado para que todos los seres vivos lo disfrutasen sensatamente. Disfruta de aquello que desees con más in-tensidad, preocúpate del bienestar de los demás y del mundo que te rodea, tanto como valoras tu propia felicidad.

Cuando los demás dejan de ser “objetos” que intentamos manipular dentro de los lí-mites de nuestro mundo, empiezan a con-vertirse en personas reales en el mundo que tanto ellos como nosotros habitamos.

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La liberación de necesitar que el otro haga algo por nosotros nos permite actuar con ellos afectuosamente. Cuanto mayor sea la calidad del cuidado que ponemos en el otro, mayor será su respuesta. Una forma de lograr el equilibrio dentro de esta pa-radoja es dejar de querer cosas del otro. Esta semana, antes de llamar a alguien o encontrarte con él, pregúntate: “¿Qué es lo mejor que puedo ofrecer a esta persona en este mismo momento?”. Ofrécele ese don sin decirle a nadie lo que estás haciendo.

¿Qué significa inspirar a los demás? Chuang Tse decía: “Las personas auténti-cas respiran por los tobillos; las personas ordinarias respiran a través de su gargan-ta”. Inspirar significa “tomar aliento”. No podemos inspirar a los demás a menos que primero nos inspiremos a nosotros mis-mos. En este mismo momento, mientras lees estas líneas, permítete respirar pro-fundamente hasta que puedas sentir que la respiración se eleva desde la planta de los pies por todo tu cuerpo. Continúa res-pirando profunda y plenamente mientras tu cuerpo se relaja. Cuando exhales, libera conscientemente cualquier pensamiento ansioso o tenso que puedas tener. Date a ti mismo este momento de paz. Antes y durante cada encuentro con el otro, repite este ejercicio para poder ofrecer este mis-mo don de paz al otro.

Abre tu mente. Aunque no nos manifes-temos en realidad diciendo “quiero contro-lar al otro” (sea quien sea el otro), el deseo de controlar nuestro destino y de crear un futuro “seguro” puede hacernos actuar de esa forma. “La búsqueda de la certeza es una invitación a la derrota” –John Dewey. El deseo de controlar puede proporcionar-nos la ilusión de seguridad; pero también nos quita la oportunidad de crear un va-lor real con cada persona, de una forma espontánea y auténtica. “Abrir tu mente” significa abandonar el deseo de controlar las cosas y confiar en que si realizamos cada día nuestro mejor “trabajo”, con el tiempo estaremos satisfechos.

Abre tus oídos. El deseo de controlar los resultados hace que oigamos lo que que-remos oír y que bloqueemos todo lo de-más, especialmente si lo que la otra per-sona está diciendo no satisface nuestras necesidades. “Intenta primero entender y después ser entendido” –San Agustín.

Si estamos ansiosos, temerosos o intentan-do controlar las cosas, nos es fácil distor-sionar los mensajes filtrándolos inconscien-temente a través de nuestras emociones. Creemos que una persona está enfadada con nosotros, está disgustado por alguna razón, tal vez no confíe en nosotros, o está intentando liberarse de nuestra presencia. De hecho, puede suceder que una persona esté planteando una sencilla pregunta “sin carga” alguna. Nuestras emociones hacen que convirtamos esa simple frase en algo diferente, en una amenaza o en un desa-fío. “Abrir tus oídos” significa escuchar lo que el otro dice, sin ideas preconcebidas. Significa trabajar pacientemente para en-tender su mundo a medida que lo descri-be, sin expectativas ni juicios.

Abre tus ojos. Si todo lo que percibes cuando miras el mundo externo es lo que está “mal”, lo que es “feo”, “decepcionan-te”, “injusto”, o “sin solución”, no pasará mucho tiempo antes de que esas cosas se conviertan en el paisaje de tu mundo interno. Muy pronto sentirás la necesidad de confirmar tu creencia de que el mundo es duro, lleno de presiones, un lugar sin esperanza, de modo que las únicas cosas que percibirás son las cosas dolorosas que estás buscando. Lo que ves es lo que ob-tienes. Deja de mirar, empieza a ver.Deja de mirar, empieza a ver. Permítete ver en el presente la bondad que hay den-tro de ti y de los demás, y toda su belleza y fuerza. Una vez que entiendas esto, eres libre ver la bondad potencial en cualquier situación en la que te encuentres. Celebrar esa bondad es lo primero que puedes ha-cer al despertarte; haz también que sea lo último antes de retirarte a dormir, en lugar de dejar que asalten a tu mente las “noti-cias” de la televisión.

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Abre tu corazón. Encuentra formas de crear una verdadera asociación con los de-más. Cambia la dinámica del estado “ais-lado” -en la relación con el otro-, en algo más fuerte y más duradero, en una especie de profunda amistad, en un compartir, en un matrimonio que se apoya mutuamente, en una relación amorosa. Por supuesto, no todos estarán dispuestos a entrar en esta especie de asociación contigo; los que lo hagan te ayudarán a tener éxito. Se trata de: “Nosotros frente al problema, y no yo contra usted”.

Abre tu espíritu. Tenemos el mundo que elegimos para vivir. Podemos elegir vivir en un mundo de escasez y miedo o elegir vivir en un mundo de abundancia y amor. Si escoges la escasez y el miedo, recono-ce las consecuencias de dicha elección. Si escoges la abundancia y el amor, recono-ce las consecuencias de esa decisión. Vivir por elección en un mundo de decisiones y consecuencias nos devuelve la libertad que las presiones del mundo actual pare-cen haber eliminado. Ofrece esta misma posibilidad de elección a los demás. So-mos responsables de nuestra propia efica-cia, de nuestra felicidad, y de la mayoría de nuestras circunstancias.

Abre tu vida. Lo que tú haces es lo que eres. Esta semana conviértete en un obser-vador silencioso. Haz una lista de las cosas que otros te hacen a ti (sea en tu trabajo, relaciones, etc.) y que a ti te disgustan, te enfadan, etc… Luego, utilízala para com-probar tu propio comportamiento. Deja que tus acciones reflejen tus creencias y tus valores más importantes.

El Camino de la Vida representa una ex-traordinaria contradicción respecto a todo lo que se te ha enseñado y todos los men-sajes que nuestro mundo parece estar en-viando. En una época en la que existe una enorme presión, donde se desarrolla una cultura del “más”, más esfuerzo, más tiem-po, más rápido, más astucia, más resul-tados, más competitivo… El Camino dice: “Simplifica. No te esfuerces tanto. Tóma-

telo con calma”. Haz sin hacer. Consigue sin esfuerzo. Cuando las personas prag-máticas oyen hablar del Sendero, se ríen de él. Si no se riesen, no sería el Sendero.

Vive cada día por completo. Duerme en paz. ¡Saluda al nuevo día con alegría. Ya eres eterno en espíritu. El mensaje llega en una época en la que hay un miedo ge-neralizado al futuro: “¿Lograré tener un empleo?”, “¿Seré capaz de encargarme del futuro de mi familia?”, “¿Cómo puedo confiar en las personas que tienen respon-sabilidades? Sólo se preocupan de sí mis-mas”, “¿Qué clase de mundo estoy dejan-do a mis hijos?”.

En una época en la que el mantra de super-vivencia es “preocúpate del número uno”, el Camino de la Vida dice que actuemos generosamente contra nuestros “mejores intereses” y nuestro sentido innato de pre-caución. Una vez que se acepta la realidad del cambio, no hay nada que temer.

En una cultura mercantil que todavía es agresivamente “masculina”, a pesar de los pacientes esfuerzos de las mujeres para romper el techo de cristal que las separan de los hombres en el mundo laboral, y en la que la cultura dominante de los negocios sigue todavía un modelo militar, el Camino dice: “Conoce lo masculino, practica lo femenino”.

Así pues, el Camino simplemente no pue-de abordarse por medio de la “razón”, la “lógica” y el “pragmatismo”. En esos tér-minos carece de sentido. Pero si reflexio-namos atentamente, cada día el mundo en el que vivimos pierde sentido en sus propios términos. Aumenta el Índice de la Bolsa mientras que la renta real de la ma-yoría de las familias continúa descendien-do. Nuestras ciudades se están haciendo inhabitables y no tenemos la fuerza de vo-luntad ni los recursos para detener estas tendencias descendentes. Por mucho que nos apartemos de las consecuencias de la sociedad que hemos creado, los hechos desnudos expresan su verdad: estamos

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destruyendo la capacidad del planeta para mantener cualquier tipo de vida (incluida la nuestra) a un ritmo aterradoramente acelerado. Es necesario volver al Orden Natural para restablecer la totalidad que estamos buscando.

Lo mismo que el agua, la verdad fluye a través, bajo y sobre el mundo creado, aportando vida, nutriendo, limpiando, re-novándose a sí misma en un ciclo intem-poral. La verdad no existe únicamente para las personas y, por ello, la llamamos destructiva cuando daña las cosas que creamos y codiciamos. En nuestro inten-to de controlar y utilizar el agua, la con-

taminamos y la desperdiciamos. Sin agua pereceríamos rápidamente, pero, aunque desapareciera toda vida humana, las olas seguirían surgiendo de las profundidades del océano, los ríos continuarían su sano curso hacia el mar y seguiría cayendo la lluvia generadora de vida. Dice la sabidu-ría del agua: “Yo no culpo a la roca por ser sólida y quedarse inmóvil. Pero tampoco lamento ser fluida y flexible”.

“En tu morada, permanece cercano a la tierra. Al meditar, profundiza en el cora-zón. Al tratar con los demás, sé gentil y amable. Sé franco al hablar, justo cuan-do gobiernes, competente en los negocios. Observa el momento adecuada para ac-tuar” -Gia-Fu FENG y Jane ENGLISH.

El sabio se adapta fácilmente y sin esfuer-zo a las situaciones y a las personas. In-tenta crear el valor real sin preocuparse de que la gratificación sea inmediata. Primero la acción, después la recompensa a su de-bido tiempo. La acción sigue el camino de la menor resistencia, aportando claridad a los problemas y a la vida de las personas,

fluyendo sin esfuerzo a través de los obs-táculos, y buscando la respuesta fácil y de sentido común para encontrar una oportu-nidad o una solución a un problema.

Imagina que fueras capaz de dejar de pen-sar en los resultados que quieres conse-guir y de preocuparte de la respuesta de los demás. ¿Qué pasaría si te permitieras actuar natural y espontáneamente con los

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demás para crear todo el valor posible en las relaciones (de cualquier tipo, incluidas las comerciales)? ¿Cómo cambiaría esto tu modo de pensar? ¿Cómo te sentirías? ¿Cómo actúan juntos tú y el otro?

“Suficiente es tan bueno como una fiesta”. Se trata de saber cuándo parar. Si llenas una taza hasta el borde, no puedes llevarla sin derramarla. El hortelano sensato siem-pre deja algunas plantas sin recolectar para tener semillas para el año siguiente. El guerrero experto nunca afila de más la hoja de la espada, ni tampoco lo hace el carpintero con sus herramientas. El orador experimentado sabe que el silencio es más

poderoso que el discurso. Sólo en silencio pueden las palabras del orador entrar en la mente de los oyentes para nutrir los pen-samientos e inspirar la acción. El consejo es más fácil de dar que de llevar a la prác-tica: debes saber cuándo dejar de persua-dir y permitir que el otro avance. Debes saber cuándo dejar de hablar y escuchar. Debes saber cuándo dejar de vender y marcharte. Es mejor mantener la boca ce-rrada y dejar que la gente se pregunte si estás loco, que abrirla y eliminar todas las dudas. No podemos aprender estas lec-ciones de libros, manuales, audios ni de otras personas. Afortunadamente, pode-mos aprender a encontrar las respuestas en nosotros mismos.

Cuando afrontas la adversidad con alegría y con el entendimiento de que represen-ta un desafío -igual que un deportista se enfrenta con el desafío de establecer un nuevo récord-, cuando decides que vas a lidiar con ese karma y te haces a la idea de que con Dios todo es posible, enton-

ces te incorporas a las filas de los vence-dores. Armado con la omnipotencia de la luz, la energía y la conciencia de Dios, te arremangas y alineas tu vida con el rum-bo del plan que Dios tiene para ti (que es perfecto, alegre, curativo y está repleto de posibilidades ilimitadas) y ¡eres tú quien lo hace realidad!

Date cuenta de la ley de la causa y efecto. Si persigues el dinero y la seguridad, date cuenta de cómo tu deseo vuelve celosos y envidiosos a los demás. Si elogias mu-cho tu propia profesionalidad, date cuenta de cómo los demás la echan por tierra o de repente se vuelven necios. Si deseas la

aprobación de los demás, percátate de lo difícil que es conseguirlo y qué poco placer te proporciona cuando la obtienes.

Intenta presionar un poco menos al otro y observa si éste entra en el espacio que tú has creado. A menudo esto es tan fácil como responder a tu urgencia interna no diciendo absolutamente nada. Date cuenta de cuándo los demás se dan espacio a sí mismos y después te dejan entrar en él, a ti como amigo. A menudo, esto es tan fácil como escuchar profundamente lo que dicen y apoyar sus ideas y adónde quieren llegar con ellas en lugar de insistir en tu propia dirección.

Practica cada día el silencio, cada vez con intervalos más largos (puede que necesites empezar sólo con unos se-gundos). Deja inacabada una idea y espera a que el otro finalice el pen-samiento. Escribe en tu diario personal cómo sientes el silencio.

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Cómo COMPARTIR EL PODER:

Cuando sabes la verdad, ¿puedes dejar que otros la encuentren por sí mismos?

En presencia de una gran oportunidad, ¿puedes permanecer en calma y flexible?

En presencia de tus propios miedos, ¿pue-des permanecer relajado y centrado?

En presencia de los miedos de los demás, ¿puedes permanecer equilibrado y enér-gico?

Cuando tienes el poder, ¿puedes compar-tirlo en lugar de imponerlo?

¿Eres capaz de mantenerte en medio de partes enfrentadas y mediar sin tomar po-sición?

Cuando afrontas algún problema, ¿puedes dejar que la solución surja por sí misma?

¿Puedes abrir la puerta de la sabiduría y después permanecer detrás para dejar que otros entren por sí mismos?

Cuando somos capaces de hacer algo que bloquea o vence a los demás, esta sensa-ción de nosotros mismos como “soluciona-dores de problemas” (“Aquí está la solu-ción… tengo la respuesta, escúcheme”) es atractiva -e incluso seductora-, porque nos sentimos poderosos y pensamos que so-mos nosotros quienes controlamos. Con-sidera los efectos secundarios que acom-pañan a este sentimiento satisfactorio de poder:

Impaciencia frente a las soluciones y su-gerencias de los demás.Ceguera a la debilidad de nuestra propia forma de pensar.La necesidad de encontrar e incluso de for-zar una solución.Una mayor dificultad para abandonar nuestras ideas si no funcionan como espe-rábamos.

Todo poder que recogemos para nosotros lo tomamos del otro. Cuando llega el mo-mento de que el otro nos ayude, éste se siente impotente para hacerlo. Nuestro ob-jetivo real debe ser el de crear una energía positiva y un poder para que el otro los utilice, y no quitárselos al otro ni a noso-tros mismos. Ese poder que compartimos procede del centro tranquilo que se halla en nuestro interior y no del mundo exte-rior frenético y lleno de presiones.

Mantenerse sin aferrarse.Crear para soltar después.Hacer el trabajo mejor en los momentos en que no se es observado.Dirigir sin mandar.

Mantén hoy una conversación con alguien con quien tengas un conflicto de poder. Encuentra una forma de compartir el po-der con esa persona.

El centro de la rueda debe estar vacío para recibir el eje. Un florero debe estar vacío para poder contener flores. Una habitación es un espacio inútil hasta que el construc-tor hace agujeros en las paredes: venta-nas a través de las cuales ver y puertas para pasar. El valor real de las cosas no es aparente en la superficie, sino que reside más bien en un centro silencioso y vacío.

Al Maestro Nan-in acudió un día un visi-tante para preguntarle sobre el zen. Pero en lugar de escuchar, el visitante no dejó de hablar sobre sus propias ideas. Poco después, Nan-in sirvió el té. Empezó a verter té en la taza de su visitante hasta que ésta estuvo llena, y siguió vertiéndolo hasta que el té desbordó el borde de la taza y cayó al suelo. En ese momento, el visitante no pudo retenerse: -¿No ve que ya está llena? –preguntó indignado. ¡No puede seguir poniendo más! –Exactamen-te –respondió Nan-in, dejando de verter-; al igual que esta taza, tú estás lleno de tus propias ideas. ¿Cómo puedes esperar que te enseñe zen a menos que puedas ofre-cerme una taza vacía?

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Se dice que las palabras que pronuncia-mos y oímos constituyen sólo una fracción de los mensajes que enviamos y recibi-mos. Cuando nos centramos sólo en lo que nosotros y los demás dicen, tal vez poda-mos atrapar las palabras, pero perdemos el significado.

A veces, apenas oímos las palabras del otro, porque estamos totalmente ocupados en nuestra propia mente intentando imagi-nar qué decir a continuación, en respues-ta a un mensaje que no hemos entendido correctamente en absoluto. Sin embargo, sabemos que nuestras mejores oportuni-dades de éxito en la vida llegan cuando somos total y completamente conscientes de lo que está sucediendo dentro de noso-tros y a nuestro alrededor. Esta toma de conciencia proviene del vacío.

La ansiedad y la urgencia hacen que sea di-fícil esta especie de escucha y observación plenamente receptiva y “vacía”. Nuestro cerebro está lleno de miles de pensamien-tos ruidosos. “¿Qué pasará si plantean una pregunta que no puedo responder?”, “¿Y si me ponen una objeción a la que no pue-do contestar?”, “¿Y si no puedo pensar en argumentos adecuados para cambiar su modo de pensar?”, “¿Cómo puedo saber que están diciéndome la verdad?”, “¿Qué beneficios quieren realmente oír?”, etc.

“Bailamos alrededor de un círculo e imagi-namos. El secreto reside en el centro y él sabe” -ROBERT FROST.

Vivimos en un mundo cegador y ensorde-cedor, lleno de ruidos que se amontonan en nuestra mente zarandeándola, y miles de imágenes conflictivas que enturbian nuestra visión. Cuando buscamos el co-nocimiento, en lugar de encontrarlo, nos ahogamos en un mar de informaciones. Cuando deseamos obtener una compren-sión interna, quedamos confundidos por la multitud de posibilidades de elección. La compresión interna procede de dentro, no de fuera. Si nos damos un tiempo para la

tranquilidad, creamos oportunidades de escucharnos profundamente.

Nuestro cuerpo sabe cuándo “estamos ha-ciendo las cosas bien”. Tensión, incomo-didad, enfermedad, dolor: éstas son las formas que tiene su cuerpo de expresar que necesitamos evolucionar, cambiar y recuperar nuestra totalidad. Alegría, paz, calma, esperanza: así es como nuestro cuerpo nos dice que estamos actuando de forma adecuada y apropiada. Nuestro ser interno puede hablarnos si nos dejamos escuchar.

En lugar de pre-ocuparnos de lo que pien-san o quieren decir, tomemos nota de los mensajes que su cuerpo les está envian-do a ellos mismos. Si están contentos o esperanzados; compartamos su bienestar, celebrémoslo. Si están inquietos, intente-mos ayudarles a recuperar su totalidad. Aprendamos a confiar en los mensajes fí-sicos más que en las palabras. Si no sabes qué quiere decir o qué pretende el otro, pregúntale, no te limites a hacer suposi-ciones.

Podemos aumentar nuestra conciencia. Practica observando el silencio, escuchan-do la nueva acción y tocando el vacío. En una multitud de personas, ignora las pala-bras y déjate “escuchar” las acciones con los ojos. Cuando escuches, percátate de lo que no se dice. Pon atención en lo que el interlocutor no está haciendo.

Busca momentos en los que puedas ob-servar a los demás atentamente sin que tu atención esté dispersa. Nota los cambios de color de la piel del rostro y el cuello de los demás. Date cuenta del nivel y de los cambios de tensión de sus hombros, fren-te, labio inferior. Cuando observes a los demás en silencio y con respeto, practi-ca la armonización de tu respiración con el ritmo respiratorio de la otra persona. Vacía tu mente de pensamientos conscientes y déjate entrar en armonía con esa persona por un instante. Aplica la serena atención.

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El miedo al fracaso y a la adversidad es un poderoso incentivo. Cuando nuestros pla-nes, esperanzas y deseos se frustran o se bloquean podemos sentir una especie de muerte, pues el golpe que sufre nuestro yo es muy intenso. Algunas personas, para protegerse de esta “pequeña muerte del yo”, inconscientemente rebajan sus metas y esperan menos de sí mismas para no de-cepcionarse con el “fracaso”. “Bueno, en realidad no lo deseaba tanto”. “No es tan importante”. “De todos modos no podría haberlo hecho”. “Simplemente no se puede tratar con esa gente. Es imposible”. A veces esa protección adopta la forma de lamen-tos haciéndose la víctima. “No es realmen-te culpa mía. Tengo las manos atadas”. “Mi jefe lo confundió todo”. “La empresa no me habría dejado hacerlo de todas formas”. Otros exageran su sensación de bienes-tar y realización para convencerse de que están bien. “Mis compañeros me adoran”. Cuando se ven presionadas, las personas que trabajan arduamente para prolongar su sensación de bienestar pueden enfadar-se fácilmente o volverse violentas en de-

fensa de dicha fantasía. “¿Qué quiere decir con eso de que me he equivocado?”. “¡Qué análisis más estúpido!”. “¡Está usted equi-vocado! ¡Yo tengo razón!”… ¡Qué situación más triste!: si huimos de la posibilidad de fracaso, destruimos todas las fuentes de felicidad externas, así como nuestro po-der interno de respuesta. Si buscamos el aislarnos de las desgracias naturales del mundo, acabamos encerrándonos en el capullo de nuestras fantasías (pero ningu-na mariposa puede salir de ese capullo).

La “desgracia” y el “fracaso” tienen me-nos carácter de testigo cuando reconoce-mos nuestra propia importancia relativa y dejamos que las opiniones de los demás tengan menos fuerza para turbar la paz de nuestra mente. ¿A quién le importa que logremos la fama momentánea? Prodigar-se elogios es la forma frecuente que mu-chas personas tienen de sentirse válidas. Lo mismo ocurre con las críticas y repro-ches de los demás. A menudo, los demás nos critican y culpabilizan por sus propios sentimientos de desvaloración y miedo. Si

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aceptamos el poder que ese miedo tiene sobre ellos, también le damos poder sobre nuestra vida.

El éxito es la madre del fracaso; cuan-to más éxito obtenemos: más nos preocupamos por su posible pérdida. Cuanto más nos preocupamos del fra-caso, menos abiertos estamos al éxi-to. Encuentre formas de gratificar a las personas -clientes o compañeros de tra-bajo- que admitan libremente sus propios fracasos y equivocaciones.

Cuanto más nos esforzamos por compren-der el significado de las cosas, menos ve-mos. Cuanto más nos esforzamos por es-cuchar las palabras, menos oímos. Cuanta más fuerza empleamos para aferrarnos, menos sostenemos. Sin embargo, lo que puede verse, oírse o tocarse, fácilmente existe en realidad. Cuanto más intentamos razonar a partir del pasado para controlar el presente, menos sentido encontramos en un futuro cambiante. ¿Quién puede se-guir el curso del río una vez que éste ha desembocado en el mar? Cuanto más an-siedad tenemos por el futuro, menos fe-licidad experimentamos en el presente y menos consuelo encontramos en el pasa-do, ¿Quién puede predecir dónde caerá la lluvia el año que viene?

Es importante entender que lo que per-cibimos por nuestros sentidos es filtrado por nuestras expectativas (esperanzas) y miedos antes de que alcance nuestra mente. Lo que esperamos encontrar, ya sea bueno o malo, es lo que normalmente descubrimos. Lo que tememos ver apare-ce frecuentemente como si lo hubiéramos invocado. El sentido que entendemos de las acciones y palabras de los demás es el que hemos imaginado. “Mire, ya se lo dije”; “Ya sabía que iba a suceder eso”.

Por debajo y más allá del significado que damos a las personas y los acontecimien-tos se desarrolla la vida.

Es más fácil ver con el ojo interior de la

reflexión silenciosa que mirando fijamente con esfuerzo. Mirando la vida con esfuerzo es partir deliberadamente y desde una ima-gen, esto hace que tu visión se desdibuje, se oscurezca o simplemente se pierda. La visión se revela cuando te relajas y permi-tes que venga a ti. Así como escuchas con más claridad escuchando tranquilamente no sólo las palabras, sino también todas las acciones que se producen alrededor de las palabras, lo que no se dice y, especial-mente, escuchándote a ti mismo mientras interactúas con esos mensajes. El signifi-cado está ahí, sólo que es “pronunciado” en voz baja.

Esta es la época del despertar masivo, un tiempo de reunión global, galáctica y uni-versal, un tiempo de ascensión a un es-tado iluminado de la conciencia infundida por el Creador.

La espiritualidad no gira en torno a res-puestas, sino en torno a la manera de pre-guntar acerca del sentido de la vida y de la creación.

Cuando dejamos de intentar apoderarnos de las cosas, nos abrimos a que éstas nos lleguen.

Cuando vivimos plenamente en el pre-sente, las lecciones del pasado conservan todo su valor y pierden su posibilidad de herirnos.

Cuando vivimos plenamente en el presen-te, el futuro se vuelve menos aterrador; se convierte en la realización de un día positi-vo y productivo que fluye hacia el próximo día. Escribe tus expectativas esta semana sobre cualquier gran problema u oportuni-dad. En todas las ocasiones que te sea po-sible, intenta actuar con mayor apertura, espontaneidad y conciencia de lo que está sucediendo momento a momento. Pasa todo el tiempo que puedas en el “aquí y ahora” y, al final de la semana, observa lo que ha ocurrido.

Piensa en las personas más sabias que co-

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nozcas con nombre o sin nombre, de tu cultura o creencias. Al no buscar el poder sobre los demás, dieron poder a todos a partir de un centro que ni siquiera pode-mos imaginar. Sólo podemos observar sus acciones. Con cuidado y gracia atraviesan el río caminando por encima de las gran-des piedras lisas, sin preocuparse por las aguas tumultuosas o la pacífica orilla que espera más lejos. Y se hallan a gusto con todas las personas como si los extraños fueran íntimos amigos. Tan simples como el pedazo de madera que ya contiene la estatua futura del escultor. Tan llenas de presencia como una cueva vacía, tan cla-ras como una poza profunda.

El arquero, que competía para ganar una insignificante vasija de barro, disparó con gran pericia: sin esfuerzo, con gracia y precisión. Cuando aumentó la recompensa y ésta pasó a ser un adorno de bronce, sus manos empezaron a temblar, y sólo con un esfuerzo supremo pudo alcanzar el blanco. Cuando aumentó de nuevo la recompensa y ésta pasó a ser un lingote de oro, sus ojos le fallaron. Bizqueando como si fue-ra a quedarse ciego, temblando como una hoja al viento, falló completamente el blan-co, y las risas de la multitud aumentaron su vergüenza. No es que hubiera perdido sus habilidades, sino sólo su confianza en ellas, al dejar que el valor imaginado de la recompensa destemplara sus nervios y enturbiara su visión… En la base de nues-tra impaciencia lo que hay es una falta de confianza en nosotros mismos, en el otro y en el proceso que creamos juntos. Esta falta de confianza atrapa a ambos, destru-yendo nuestra libertad para crear.

El arte de la VIDA consiste en dejar que las cosas sucedan en lugar de intentar hacer que sucedan. Lo que separa este “dejar que las cosas sucedan” de la simple pasividad impotente o de la indiferencia es la total armonía con algo más grande que noso-tros, ya se le llame Dios, Tao o fe. Dejamos que “Ello” nos mueva en lugar de forzar los acontecimientos con nuestra voluntad.

Existe un centro dentro de uno mismo. Una vez descubierto, la acción airosa consiste en confiar en él y dejar que nos “utilice”. Es un desafío permitir que el centro sea la fuente de nuestra acción diaria. Es de ese “centro claro” que usted obtiene perma-nentemente un alto grado de seguridad, guía, sabiduría y poder que aumenta su productividad y le proporciona coheren-cia y armonía en todos los aspectos de su vida.

-No pienses en lo que tienes que hacer, ¡no reflexiones cómo llevarlo a cabo! -ex-clamó (el Maestro). El disparo sólo sale suavemente cuando toma al arquero por sorpresa. Es como si la cuerda del arco de repente cortase el pulgar que la sostiene. No debes abrir la mano derecha volunta-riamente.

-¿Sabes por qué no tienes que esperar el disparo y por qué se te corta la respira-ción antes de que se produzca? El disparo correcto en el momento adecuado no se produce porque no te dejas ir. No esperes la satisfacción y acepta de buen grado el fracaso. Mientras esto sea así, sólo pue-des dejar salir de ti algo que sucede con independencia de tu voluntad, y mientras sigas intentándolo tu mano no se abrirá correctamente como la mano de un niño. No se abrirá de golpe como la piel de una fruta madura.

-¡El arte correcto –gritó el Maestro- no es deliberado y carece de meta! Cuanto más obstinadamente intentes aprender cómo disparar la flecha para alcanzar el blanco, menos lo lograrás y más se alejará tu ob-jetivo. Lo que obstaculiza tu camino es una voluntad demasiado obstinada. Aún sigues pensando que lo que tú mismo no haces no sucede.

Dudamos de nuestra capacidad de ser fuertes o tememos el rechazo, y así ha-cemos confesiones y promesas que nos perjudican. Dudamos del valor de nuestra compasión o tememos ser “utilizados” y, de este modo, negamos nuestro apoyo y

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preocupación. ¿Cómo puede actuar uno sabiamente? Esperando pacientemente el momento de actuar, sabiendo que éste lle-gará. Tranquilos en medio del ruido, claros en el silencio. Fuertes y enérgicos en el mo-mento adecuado, sin desperdiciar energía, sin retener nada. Deteniéndonos cuando ya ha sido hecho el trabajo del momento.

“Cada imposibilidad de aceptar un cam-bio debe darnos una mayor determinación para pararnos en la luz de Buddhi y desde allí observar el cambio en el mundo inter-no y en lo que nos rodea” -Maestro EK.

“Esperar pacientemente” significa relajar la garra de los deseos y de los miedos so-bre nuestro corazón, mientras vamos a la deriva, atravesando los acontecimientos del mundo a través de sus remolinos para volver de nuevo a un equilibrio tranquilo.

Cuando esperamos pacientemente, es más fácil ser tolerante. Si somos toleran-tes, percibimos más sin esforzarnos para ver. Cuando actuamos con percepción, es más fácil ser paciente.

Muchos se describen como personas total-mente ocupadas, que no tienen ni un solo minuto libre. Se observa cómo se preci-pitan impacientemente persiguiendo un futuro que corre mucho más rápido que sus acciones más frenéticas, y cómo inten-tan escapar a un pasado que avanza con hostilidad y rapidez. Ayuda el recordar que las cosas que realmente necesitamos son realmente muy pocas y muy simples: aire para respirar, alimentos, ejercicio sano, un techo, un sueño reparador. Todo lo demás consiste en deseos, no en necesidades, lo cual significa que somos libres de elegir lo que queramos. Podemos elegir deseos que nos dañan a nosotros y a los demás, o elegir no desear esas cosas: “Siento que deseo esto, pero ¿realmente lo necesito?”.

Mantén deseos simples: antes de cada en-cuentro con el otro repítete una de las si-guientes frases. Y advierte lo que suceda en el encuentro:

Quiero decir menos y escuchar más.Quiero plantear más preguntas y hablar menos.Quiero forzar menos y descubrir más.Quiero actuar con atención y coraje en este encuentro.Quiero aportar claridad a este encuentro para ambos.

La gente sigue a los líderes populares como ovejas. Huye de los líderes exigen-tes como pájaros asustados. Se echa a los pies de líderes crueles, esperando la opor-tunidad de morder. Con los mejores diri-

gentes, muchos dicen: “Observen lo que hicimos por nosotros mismos”. Los líderes populares utilizan las palabras, como los caramelos que los extraños ofrecen a los niños inocentes. Los líderes exigentes uti-lizan las palabras como un látigo. Los líde-res crueles las utilizan como un cuchillo. Los mejores líderes dicen poco y se li-mitan a actuar.

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Confía en que el otro es capaz de descu-brir la verdad por sí mismo. Está dentro de ellos con la misma seguridad que está dentro de ti.

“Cuando se abandona el camino de la sim-ple conciencia, se entra en el laberinto de la habilidad, de la competición y de la imi-tación” -JOHN HEIDER.

Cuando olvidamos la verdad que hay en el corazón de las cosas, los predicadores empiezan a enseñar la bondad, la moral y la compasión.

Cuando olvidamos la verdad que hay en el corazón de las cosas, surgen los listos para proclamar su habilidad (y la estupidez de los demás).

Cuando olvidamos la verdad que hay en el corazón de las cosas, los padres empiezan a hablar de devoción a la familia y de obe-diencia.

Cuando olvidamos la verdad que hay en el corazón de las cosas, hombres y mujeres

de diferentes razas y culturas empiezan a buscar líderes que justifiquen su propia importancia y la poca valía de las personas que son diferentes a ellos.

Cuando olvidamos la verdad que hay en el corazón de las cosas, saltan los patriotas y desenvainan la espada.

La luz de la verdad, o Dios, es un brillo interno, no un fuego externo. Su nom-bre es incognosible, así que ¿cómo puedo captarlo? Dejando partir el deseo de sa-ber, nombrarlo o poseerlo. Es oscuro y sin fondo, así que ¿cómo podemos abarcarlo? Permitiendo ser abarcado por él. Es antes de que el mundo fuera. Limitado como soy por la visión, el oído y los sentidos huma-nos, ¿cómo puedo conocerlo? Sus secretos están escritos dentro de mí, fáciles de ver si me dejo mirar.

¿Qué ocurre en nuestras relaciones? Deci-mos por ejemplo cosas como: “No puedo soportarlo”; “Estás equivocado”; “Eso es una tontería”; “No te preocupas suficiente de mí”; “Deberías saber lo que siento sin

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preguntarme”; “¡Me engañarán si les doy la oportunidad de hacerlo!”; “¡Son tan ton-tos!”; “¿Por qué no me dejan ayudarles?”; etc. Asume la Responsabilidad.

Si dejamos de intentar ser sabios e inte-ligentes, dejaremos de encontrar menos personas “estúpidas”. Si dejamos de insis-tir en la bondad y en la compasión, encon-traremos menos “mendigos”. Si acumula-mos menos, y creamos menos leyes para proteger lo que acumulamos, habrá menos “ladrones”. ¿Qué queda sin inteligencia, bondad, leyes y cerraduras? La libertad de situarnos responsable y atentamente en el corazón de las cosas.

“Cualquier enfado no es sino un inten-to de hacer sentir a otro culpable” -Un Curso en Milagros.

Es difícil esperar que las personas fuertes acepten de buen grado nuestros intentos de controlarlas. Por lo menos el respeto por sí mismas puede hacer que se resis-tan. Y, por supuesto, su resistencia nos en-

fada. Nuestro enfado es al mismo tiempo un espejo y una danza cruel. Nos servimos del enfado con los demás para expresar nuestra incomodidad inconsciente frente a aquellos defectos que no nos gustan de nosotros. Es difícil aceptar nuestras pro-pias debilidades internas y es más fácil atacarlas directamente en los demás. El “baile” de reproches se desarrolla cuando ambas partes implicadas en una relación de enojo aprenden a decir exactamente lo que pone furioso al otro.

Las personas débiles juegan a un entre-tenimiento parecido aceptando las críticas como forma de legitimar su propia baja autoestima y después repetir, una y otra vez, la conducta que nos enfadó.

“No digas lo que debo hacer y no te diré lo que debes hacer” -DAVID ROTH.

Piensa en una persona que te “pone en-fermo”. Acepta el hecho de que tu enfado es tu respuesta a la situación. Eres tú el que decide enfadarse. Identifica las accio-

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nes que están dentro de tu control y que contribuyen a ese enfado. Deja de poner tu parte y observa lo que ocurre.

“Desde el punto de vista de las creencias, todas las dudas son desastrosas. Desde el punto de vista de la fe, la duda es el esti-mulo indispensable” -FREDERICK FRANCK.

En cuanto prendemos un gran fuego y proclamamos: “¡Es justo!”, creamos una sombra oscura: “Es injusto”. El fuego es caliente, atractivo y seductor. El fuego es dañino, quema y destruye. Odia la som-bra. Si glorifica la luz, acabará maldicien-do la sombra. Deje de pensar en la mejor forma de etiquetar las cosas y las perso-nas. ¿Cuál es la diferencia real entre luz y oscuridad? ¿Entre sí y no? ¿Entre bueno y malo? ¿Entre éxito y fracaso? Las etique-tas más importantes de las que debemos apartarnos son aquellas que nos ponemos a nosotros mismos comparándonos con los demás.

Algunos siguen con entusiasmo la última tendencia. ¿Debo seguirlos, o permanecer tranquilamente donde estoy? Otros pare-cen tener mucho dinero. ¿Debo intentar ga-nar más, o simplemente disfrutar viviendo con lo necesario? Otros son brillantes e in-geniosos. ¿Debo esforzarme por imitar su lenguaje, o encontrar mi propia voz? Otros se labran carreras profesionales de éxito. ¿Debo destrozarme para intentar alcanzar algún destino incierto, intentar moldear mi vida conforme al modelo de otra persona, o simplemente permitirme moverme con la vida que se desarrolla dentro de mí y a mi alrededor? Los desafíos hacen casi inevitablemente que dudemos de nosotros mismos de vez en cuando, especialmente en el mundo actual en el que los cambios se producen con tanta rapidez. Podemos negar las dudas (simplemente lanzándolas a nuestro subconsciente) o reconocerlas como el primer paso para encontrar aque-llo en lo que realmente creemos y cómo debemos realmente actuar. Ser “diferente” da miedo sólo si dejamos de mirar atenta-mente el coste de ser “igual”. Permitirnos

sentir y después examinar ese miedo eli-mina su poder para herirnos.

Haz una lista en un papel de todos los “de-bería” que normalmente impulsan tus ac-ciones y sentimientos. De vez en cuando, cambia cada uno de los “debería” por un “decido hacer...” y observa cuáles son las nuevas acciones y los nuevos sentimientos que se abren ante ti.

“Las personas difícilmente pueden afron-tar los cambios si no tienen un núcleo in-mutable dentro de sí. La clave para tener la capacidad de cambiar es poseer un sen-tido inmutable de quién se es, dónde se está y lo que se vale. Si empiezas a pensar que el problema está “afuera”, detente. El problema es el pensamiento” -STEPHEN COVEY.

La luz de la verdad, o Dios, es un brillo interno, no un fuego externo. Su nombre es incognoscible, así que ¿cómo puedo captarlo? Dejando partir el deseo de sa-ber, nombrarlo o poseerlo. Es oscuro y sin fondo, así que ¿cómo podemos abarcarlo? Permitiendo ser abarcado por él. Es antes de que el mundo fuera. Limitado como soy por la visión, el oído y los sentidos huma-nos, ¿cómo puedo conocerlo? Sus secretos están escritos dentro de mí, fáciles de ver si me dejo mirar.

En el momento actual planetario, muchas de las actividades que desarrollamos, pue-den parecer confusas, contraproducentes e inseguras. Sin embargo, en los momen-tos más aterradores y desconcertantes, podemos decidir tener fe, tal como enten-damos esta palabra. Actuar según esta fe significa decidir qué propósito pue-de cumplir nuestras vidas y después seguirlo. Es una decisión poderosa y legi-timadora. Lo que no es siempre evidente es que se trata de una decisión.

Cuando las cosas no suceden de la forma que queremos, en lugar de considerarlas como derrotas o signos de fracaso, bus-ca la “lección” que encierra el resultado.

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¿Cómo podríamos utilizar esa experiencia para crecer? No trates la vida como una carrera para obtener una medalla, sino como una danza permanente.

Práctica:

1.- Vivir en el presente

Presta atención sobre dónde te encuen-tras en cada cita. ¿Estás pensando en lo que quieres decir o hacer a continuación, o imaginando el próximo movimiento del otro y planificando ya la respuesta que le vas a dar? ¿Estás preocupado por lo que sucedió en el pasado? Dejar que el pasado y el futuro se introduzcan en el presente nos roba todo el poder que tenemos en el instante en el que estamos con el otro. Si pones el centro de tu atención en el otro en lugar de ponerlo en ti mismo, se te abren en ese momento todas las posibili-dades así como el desarrollo de la relación. Pregúntate a ti mismo:

¿Qué es lo nuevo en nuestra relación aho-ra mismo?¿Qué es lo que está sintiendo ahora el otro?¿Cómo trabajo con esos sentimientos de una forma clara y cuidadosa, en lugar de presionar con mis propios propósitos y de-tenerme en mis propias preocupaciones, necesidades o miedos?

2.- Abandona las expectativas

“Cuando tenga que tomar una decisión, en lugar de concentrarse en lo que sabe, pre-gúntese a sí mismo: «¿Qué es lo que no sé?». Mejor aún, pregunte a otra persona” -PETER SENGE.

Cuando pienses que lo entiendes todo sobre una relación, y veas claramente la oportunidad, pregúntate: “¿Qué es lo que mis expectativas no me dejan ver sobre esta persona y la situación? ¿Qué me está faltando?”.

3.- Deja de forzar las cosas

Normalmente persiste aquello a lo que nos resistimos. La misma lección puede aplicarse a la resistencia y la actitud de oponerse. Cuando creas que estás total-mente bloqueado en una relación, en lugar de presionar al otro, plantéale la misma pregunta: “Realmente estoy estancado en este punto, ¿Qué es lo que no estoy enten-diendo?”.

4.- Abandona el control

Cuando te sientas atrapado en una rela-ción que no es productiva, en lugar de ple-garte al deseo de tomar el control de la situación de alguna forma (o de abando-nar), pregúntate: “¿Qué es aquello en lo que no quiero confiar de la otra persona?”. “¿Qué es aquello de mí mismo en lo que no quiero confiar?”. A continuación, otorga la confianza que quieres recibir a cambio. Si lo haces con honradez, esta actitud no te dañará.

5.- Sugiere, no “vendas”

Comparte el éxito del proceso con el otro. Cuando quieras hacer una recomendación (o resolver el problema de otro), dale al otro la oportunidad de escoger. En lugar de decir: “Deberías (y después afirmar tu solución o tu recomendación)...”, o: “Ne-cesitas...”, o: “Te recomiendo que...”, pre-gunta: “¿Qué crees tú que pasaría si tú… (a continuación afirma tu solución o tu recomendación”, o: “Suponte que tú... (a continuación expón tu solución o recomen-dación)”.

6.- Acepta los dones que el otro te brinda

Presta más atención a lo que el otro te está dando. Trabaja con esos dones, aunque no parezcan tales, en lugar de trabajar a pe-sar de ellos. Las preguntas son simples:

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“¿Qué es lo que se me está dando que el otro valora? ¿Cómo puedo trabajar con ello en lugar de trabajar en contra?”.

Uno de los mayores dones que recibimos es el feedback claro y franco. Pregunta al otro cómo puedes hacer mejor tu traba-jo proporcionándole un servicio. Si existe tensión en la relación, pide una clarifica-ción intuitiva sobre lo que estás haciendo que contribuye a generar tensión. “Creo que en este punto estoy presionando de-masiado”. “Creo que ahora mismo estoy llegando al buen camino”. “Me parece que ahora estoy yendo demasiado deprisa”. “¿Puedes ayudarme?, ¿Estoy yendo por buen camino?”.

7.- Ofrece tus propios dones total y li-bremente

Al establecer cualquier relación, pregúnta-te: “¿Cuál es el mayor don que puedo en-tregar al otro en este momento?”. A con-tinuación, dalo simplemente sin establecer vínculos que aten. Recuerda que tu don expresa tu valor mayor. Sin duda alguna, vales más que una estupenda cena, en-tradas para un partido de fútbol, etc. (que cualquier cosa-premio por tu labor exito-sa, por ejemplo en una venta).

Recuerda que los mejores regalos son los presentes personales:

Prestar a otros tu atención plena sin dis-tracción.Escucha total y completamente sin inte-rrumpir.Acepta la visión de las cosas de los demás sin discutir para imponer tu forma de pen-sar o tu creencia.Reconoce lo bueno que hacen los demás sin intentar explotarlo.Acepta el feedback e incluso las críticas sin resistencia, y agradece a otra persona el regalo que te está haciendo.Ayuda a los demás a resolver sus proble-mas, en lugar de definirte como el único experto (pero ayuda como lo haría una

partera, “sin intervenir”, más bien coope-rando).

El siguiente es un cuento de TOM ROBBINS (Another Roadside Attraaion):

El cielo estaba aún azul y el sol todavía bri-llaba cuando me encerraron. Pero durante mi encarcelamiento había empezado a llo-ver. La legendaria lluvia de Seattle.

Era una lluvia espesa y gris; fría, torren-cial y despiadada. Teníamos que caminar en medio de ella cuatro manzanas desde La Dirección de Seguridad hasta el jeep de los Zillers. Estábamos a su merced. Según mi costumbre, bajo un cielo inclemente, me agaché bajo la lluvia, metí la cabeza bajo el cuello de mi gabán, bajé la mirada hacia el pavimento, aceleré el paso y me sentí desgraciado.

Pero inmediatamente me di cuenta de que mis anfitriones reaccionaban de una for-ma totalmente diferente. Caminaban con calma y suavidad, con el cuerpo totalmen-te relajado. No se encogían bajo la lluvia, sino que se deslizaban en medio de ella. Levantaban el rostro hacia la lluvia sin amedrentarse mientras ésta golpeaba sus mejillas. Casi se deleitaban en ella.

De alguna forma, descubrí que esto era significativo: los Zillers aceptaban la llu-via, no les incomodaba, no la negaban ni la combatían; la aceptaban y se sentían a gusto y en armonía con ella.

Entonces empecé a intentarlo. Relajé el cuello y los hombros y dirigí mi mirada a la humedad que nos envolvía. Le dejé que me hiciera lo que quisiera. Por supuesto que no estaba intentando hacerme nada, ¡qué idea más tonta! Simplemente caía como debe caer la lluvia, y un hombre, otro fe-nómeno de la naturaleza, estaba compar-tiendo el espacio en la que ella caía. Era mucho mejor verlo de esta forma. No me mojé más de lo que me hubiera mojado de otro modo y, aunque realmente no esta-ba disfrutando al mojarme, al menos me

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había liberado de la tensión. Podía incluso sonreír.

La Luz de Dios, el Tao, nos invita a con-siderarnos libres de escoger y no a sen-tir que “se nos imponen las cosas”. Este don está disponible cada día, cada vez que algo “bueno” nos sucede y, especialmente, cuando ocurre algo “malo”. Quien hace ese regalo es paciente y el regalo en sí mismo es inagotable.

“Rendirse para lograr algo”. “Inclinarse para permanecer erguido”. “Vaciarse para llenarse”. “Morir para nacer”. “Darlo todo para recibirlo todo”. Estos pensamientos aparecen en las expresiones de muchas re-ligiones y creencias. En general, luchamos contra las paradojas que expresan, pero haríamos mejor en aceptarlas y actuar se-gún ellas. Con la aceptación, desaparece la paradoja, y en la acción lo complicado se vuelve simple.

Si no cegamos a los demás con lo que de-cimos que somos y sabemos, ellos verán mejor y entenderán más. Si no hablamos mucho, lo que digamos será oído y respeta-do. Si fundimos nuestros objetivos con los del otro, encontraremos menos resisten-cia. Si dejamos de presionar, ellos dejarán de presionarnos a su vez. Sin embargo, si estamos ansiosos por triunfar, nuestros actos contra dirán nuestras palabras. Di-gamos lo que digamos, nuestros actos es-tarán gritando: “¡QUIERO ESTO…!”. “¡NE-CESITO ESTO…!”. “¡TENGO QUE GANAR ESTA…”. No es de extrañar que asustemos de muerte al otro. Si actuamos como si no necesitásemos…, es más probable que consigamos hacerlo. Pero esa falta de de-seo debe sentirse, no puede fingirse. In-tenta sustituir todos esos deseos por un simple pensamiento: “Quiero crear valor para ambos. ¿Cómo podemos crearlo jun-tos?”. Repítete ese pensamiento cada cin-co minutos durante una de tus citas, y es-pecialmente cuando te sientas ansioso por el resultado.

Haz una lista de los valores que deseas del otro. Probablemente incluirán cosas como: “compromiso”, “comunicación abierta” y “honradez”. Haz una lista de las acciones que te gustaría del otro. Si vas más allá de las superficiales “quiero que el clien-te compre lo que vendo”, estas acciones probablemente incluirán: “manténgame informado de los cambios”, “comparta los contratiempos inmediatamente conmigo”, “afrontemos los temas difíciles juntos”, “mantenga sus promesas”, “respete mi tiempo y mis sentimientos”. Toma la de-cisión de brindar primero estas cosas al otro, sin que te lo pidan, y ve después qué sucede.

Obtenemos la capacidad de influir positi-vamente en los resultados exactamente en el momento en que dejamos de inten-tar conscientemente de influir. Las mejo-res realizaciones ocurren cuando nos per-mitimos actuar con energía y sabiduría en cada instante para descubrir el mejor re-sultado que ya está potencialmente pre-sente en la relación.

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