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El silencio de los intelectuales, o el “double bind” de la consolidación democrática Claudia Hilb Desde Rousseau a Claus Offe, de Tocqueville a Daniel Bell, las paradojas constitutivas de la modernidad también se pueden declinar así: ¿no pueden las acciones de los hombres, en su dinámica, entrar en contradicción con las condiciones que han hecho posible esas mismas acciones? O en otras palabras, ¿no estará el homo democraticus serruchando en forma lenta la rama en la que reposa su existencia? La temática de la gobernabilidad, introducida en el debate contemporáneo por el pensamiento conservador en los años 60 y retomada luego por teóricos progresistas como Habermas y Offe, apunta a discernir de qué manera la dinámica socio-cultural de las sociedades democráticas modernas entra en contradicción con las necesidades de su reproducción sistémica. La sobrecarga de demandas, cada vez mayores y más diversificadas, que se inscriben en la potencia igualitaria del imaginario democrático, la proliferación de nuevas formas de afirmación del individuo, tan lejanas de una ética protestante del trabajo que, según Weber, constituyera el soporte cultural del desarrollo capitalista, estarían contrariando las exigencias básicas de la reproducción, haciendo colapsar un sistema político que ya no podría cumplir el papel de nexo entre las Este texto fue presentado en francés como ponencia en el encuentro “Actualités de l’Homme Démocratique” realizado en junio de 1992 en el Collège de Philosophie de Paris.

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El silencio de los intelectuales,

El silencio de los intelectuales,o el double bind de la consolidacin democrtica( Claudia Hilb

Desde Rousseau a Claus Offe, de Tocqueville a Daniel Bell, las paradojas constitutivas de la modernidad tambin se pueden declinar as: no pueden las acciones de los hombres, en su dinmica, entrar en contradiccin con las condiciones que han hecho posible esas mismas acciones? O en otras palabras, no estar el homo democraticus serruchando en forma lenta la rama en la que reposa su existencia? La temtica de la gobernabilidad, introducida en el debate contemporneo por el pensamiento conservador en los aos 60 y retomada luego por tericos progresistas como Habermas y Offe, apunta a discernir de qu manera la dinmica socio-cultural de las sociedades democrticas modernas entra en contradiccin con las necesidades de su reproduccin sistmica. La sobrecarga de demandas, cada vez mayores y ms diversificadas, que se inscriben en la potencia igualitaria del imaginario democrtico, la proliferacin de nuevas formas de afirmacin del individuo, tan lejanas de una tica protestante del trabajo que, segn Weber, constituyera el soporte cultural del desarrollo capitalista, estaran contrariando las exigencias bsicas de la reproduccin, haciendo colapsar un sistema poltico que ya no podra cumplir el papel de nexo entre las demandas de la sociedad y las necesidades estructurales de funcionamiento del sistema.

Las teoras de la gobernabilidad, en sus vertientes conservadoras o progresistas, dejaban flotar dos alternativas: o bien un vallado impermeable podra ser alzado entre los valores y los comportamientos por un lado, y las necesidades de reproduccin sistmicas por el otro, de modo tal que los primeros no influyeran sobre las segundas, o bien deba por el contrario recobrarse de alguna manera una correspondencia entre valores y exigencias sistmicas, ya sea a travs de una ofensiva ideolgica que reformulara esos valores, ya a travs de una modificacin de las condiciones estructurales. El xito del pensamiento neoliberal en las dcadas del 60 y 70 en el hemisferio norte, y un poco ms tardamente en el nuestro, consisti en gran medida en la reformulacin de las concepciones acerca de la libertad y la igualdad, y en la redefinicin de esta ltima en trminos esencialmente meritocrticos, y por lo tanto derivados de una idea primera de un individuo libre y sin ataduras. En el captulo anterior he argumentado que una visin de esta naturaleza descansa en el olvido, en el ocultamiento de la posibilidad misma de la constitucin de ese individuo, de su enraizamiento en una comunidad de iguales. En este captulo intento discutir la manera en que, en la Argentina de los 90, las condiciones de la gobernabilidad ponen en juego la consolidacin democrtica, al presentarse como la imposible eleccin entre ms democracia o ms eficacia. Eleccin imposible porque, en las circunstancias actuales, la opcin por cualquiera de los dos polos en desmedro del otro parecera ser lesiva para aquello que se trata de preservar, es decir, para la consolidacin democrtica misma.

Esta imposibilidad, esta suerte de "double bind" en el que se presenta la problemtica de la consolidacin de la democracia parece haber tenido por efecto una cierta parlisis del pensamiento poltico en los ltimos tiempos, parlisis sin duda agravada por el espritu de estos tiempos, en tantos son stos tiempos de aplanamiento de la escena pblica, de ausencia de discursos alternativos, de retraccin espacial y temporal de la poltica. Si bien no tematizar aqu dicho "espritu de poca", ste se halla presente permanentemente como teln de fondo de esta parlisis, del silencio en que nos ha sumido esta paradoja.

En qu consiste centralmente la paradoja? En la imposibilidad de pensar conjuntamente dos procesos que aparecen ambos como absolutamente necesarios, a saber por un lado la consolidacin de la democracia instalada durante los aos 80, y por el otro, la reforma profunda del Estado y de las estructuras econmicas heredadas del periodo 1930-1980. Creo que, con mayor o menor variacin, esta situacin puede generalizarse a gran parte de Latinoamrica; el caso chileno presenta caractersticas particulares que permiten leer mejor esta paradoja, en tanto el grueso de la reforma estructural fue all realizado bajo la dictadura de Pinochet. En adelante, me basar sobre todo en la experiencia argentina, sin dejar de insistir sobre las caractersticas que creo asaz generalizadas de este dilema.

Cules son algunos de los elementos centrales que organizan esta situacin? Muy esquemticamente, dir que:

a: existe en estos pases un fuerte consenso respecto de la legitimidad de los regmenes democrticos reinstalados en la regin durante la dcada del '80.

b: existe igualmente un consenso generalizado de que la forma del Estado de bienestar correspondiente al periodo 1930-1980 se encuentra en una crisis que es absolutamente imprescindible afrontar. Esta crisis se manifiesta centralmente en el colapso financiero de un Estado que es vislumbrado como el principal responsable de la inflacin y la hiperinflacin que ha colocado a varios pases de la regin en los umbrales de la disolucin social.

c: en gran parte de estos pases el Estado en crisis tuvo las caractersticas de lo que puede llamarse un Estado de Bienestar populista. A saber: fuertes connotaciones de cooptacin desde el Estado de los actores principales, y un Estado atravesado constantemente en forma muy aguda por las luchas de los diferentes sectores que pugnan por ocupar lugares claves de decisin en su interior.

d: la historia poltica reciente nos muestra una alternancia de gobiernos civiles y militares, en la que se expres la imposibilidad de conjugar las exigencias del rgimen poltico democrtico y de la acumulacin econmica.

A partir de este esquema lo que aparece hoy como una novedad es el consenso acerca de la necesidad de enfrentar simultneamente la estabilidad del rgimen poltico democrtico y la solucin de la crisis del Estado. Este consenso descansa en dos experiencias hondamente traumticas: la experiencia autoritaria de los aos 70, de una brutalidad sin antecedentes para la regin, y las crisis de alta inflacin e hiperinflacin. Creo innecesario insistir sobre lo traumtico de la experiencia autoritaria. Aunque han sido menos tematizados, son igualmente conocidos los efectos destructivos de la hiperinflacin: bajo su imperio desaparece toda posibilidad de prever el futuro, toda posibilidad de asignar valores relativos, se desvanece toda forma de estabilidad. Se v, literalmente, el lazo social disolverse ante los ojos.

Este consenso descansa, entonces, sobre una doble experiencia traumtica. Pero ni su forma general ni sus modalidades ms especficas son ajenas tampoco a la repercusin de fenmenos de alcance mundial: la crisis de las ideologas revolucionarias, rupturistas, la estabilizacin de la democracia como rgimen legtimo por excelencia, la hegemona de las versiones neoliberales acerca de la crisis de gobernabilidad y sus remedios en particular y del orden poltico en general.

El problema que enfrentan entonces los pases de la regin es el de consolidar la democracia mientras reestructuran un Estado en ruinas. Y el problema que enfrentamos los intelectuales es el de pensar hasta qu punto y en qu condiciones estas dos tareas pueden ser realizadas simultneamente. Recuerdo lo que sealaba al principio del captulo: el ncleo argumental de las tesis acerca de la ingobernabilidad es el de la incompatibilidad estructural entre los valores, la movilizacin y ampliacin de demandas inherente al rgimen democrtico y la creciente dificultad de direccin y ejecucin de polticas frente a la sobrecarga de demandas. Si aceptamos este diagnstico, cmo podemos compatibilizar entonces democratizacin y reforma estructural y del Estado?

Cabe hacer una aclaracin: dejando de lado el consenso que la reforma del Estado y la restructuracin de una economa prebendaria efectivamente parecen concitar en s, esta reforma parece ser tambin una condicin necesaria para la propia consolidacin de la democracia. Si bien nos encontramos en un mundo en que la democracia constituye el horizonte de legitimidad prcticamente exclusivo y en un subcontinente que guarda el recuerdo del horror del ltimo periodo autoritario, es cierto tambin que traspasado cierto umbral de las crisis de ingobernabilidad el fantasma de la disolucin y del caos social amenaza con volver a alentar la adhesin a proyectos autoritarios. O sea: una de las condiciones del xito de la consolidacin democrtica parece ser la resolucin de la crisis del Estado.

Si lo que nos proponemos entonces es intentar dilucidar en qu medida estos dos procesos pueden ser pensados conjuntamente, debemos preguntarnos:

1) cules seran, a priori, los elementos centrales y las condiciones para la consolidacin democrtica?

2) en qu condiciones parece viable una reforma profunda del Estado de bienestar populista en crisis?

3) por ltimo de que manera hemos de conciliar las dos primeras preguntas?

1) En primer lugar, los elementos centrales de la redemocratizacin estn anudados alrededor de la revigorizacin del espacio pblico, y de las instituciones representativas y de la divisin de poderes. Si repasamos la literatura sobre la democratizacin de comienzos de los '80, a nadie se le escapaba que esta revigorizacin de lo pblico exiga un acuerdo explcito o tcito de moderacin de las expectativas; pero era tambin unnime la opinin de que para que la vieja dicotoma, tan criticada, entre democracia formal y democracia real fuera enterrada en el cementerio de la historia de las ideas, la democracia deba ser capaz de exhibir y de soportar la indeterminacin que le es inherente, y por lo tanto incluir la posibilidad de expresin y extensin de conflictos y demandas. Sintetizando: la democracia estable, deseable y pensable era la que prometa un espacio pblico enriquecido, un poder judicial independiente, un parlamento representativo, actores sociales y polticos comprometidos con la estabilidad del sistema, tanto en la defensa de ciertos principios frreos como en la posibilidad de una extensin de sus contenidos.

2) En lo que concierne a las condiciones mnimas para una reforma del Estado de bienestar populista, ello implica transformaciones profundas en la relacin entre el Estado y los actores sociales tal como se han desarrollado bajo su proteccin. Este proceso promete en un primer momento producir ms vctimas que beneficiarios: empleados pblicos cesantes, empresas privadas de beneficios prebendarios, recesin, impuestos crecientes, etc. De ah una evidencia: slo un poder fuerte es capaz de llevar a cabo esta tarea, y ese poder fuerte puede tener la forma de un consenso amplio (pacto social y poltico) o de un poder centralizado con capacidad de decisin y ejecucin.

Si yuxtaponemos los dos puntos anteriores -y admitiendo que la crisis de la idea de revolucin ha eliminado toda esperanza de ruptura radical- vemos que la posibilidad de conciliar consolidacin democrtica y reforma profunda del estado parece residir en la conformacin de un amplio y slido acuerdo de los principales actores polticos y sociales, acerca a la vez de la necesidad de moderar sus demandas, de sostener el pluralismo y de reformar seriamente el Estado y los mecanismos de regulacin econmica. Pero si es cierto que los actores sociales -partidos, sindicatos, empresarios- han crecido al calor del estado populista, cabe preguntarse si estarn en condiciones de llevar adelante un proceso que afectar en forma irreversible su identidad, sus tradiciones polticas y su lugar en el mapa social.

Frente a esta dificultad, se alzan como ejemplos lmite los casos de la Argentina y de Chile: la experiencia chilena muestra una democratizacin exitosa realizada sobre los cimientos de una radical restructuracin de la economa y del rol del Estado efectuada bajo la dictadura de Pinochet. Lo que esta profunda reforma tiene de difcilmente tolerable para los intereses de los distintos actores, y sobre todo para una cultura democrtico-liberal (el aumento de la desocupacin en condiciones de desproteccin social, la distribucin regresiva del ingreso, el aumento de la marginalidad y la dualizacin social), se carga en la cuenta de la negra noche del autoritarismo. El rgimen democrtico restaurado, apoyado sobre el renacer de un tejido institucional que siempre ha sido razonablemente slido en Chile, tendr a su cargo el instilar cierta equidad en un sistema de cuya salud pocos dudan pero que es sin embargo, desde el punto de vista de la distribucin del ingreso, ms injusto que aquel que muri con Allende en 1973.

En el polo opuesto, la transicin democrtica del gobierno de Ral Alfonsn (1983-1989) en Argentina pone en evidencia las dificultades de combinar el pleno funcionamiento de las instituciones representativas y la ampliacin de los espacios de libertad por un lado, con una reforma profunda de la econocma y del Estado populista por el otro. Constatamos aqu que los actores que deban encarar esta compleja conciliacin no estuvieron a la altura de las dificultades que un tal desafo supone, y las circunstancias de este fracaso llevan a pensar que estaban estructurados de manera tal que haca poco menos que imposible su xito. Podemos elegir a gusto, entre los diversos actores, a los culpables de este fracaso: el gobierno, la oposicin peronista, las Fuerzas Armadas, los sindicatos, los grandes empresarios, o una combinacin de dos o ms de ellos. Sea como fuere, ante la ausencia de una experiencia exitosa en la regin que responda positivamente a la pregunta acerca de si es posible encarar esta reforma bajo la forma de un acuerdo social y poltico que preserve y revigorice las instituciones representativas, quienes quieren creer en esta alternativa slo pueden argumentar contrafcticamente, sealando los errores que aqu y all se han cometido. Mucho ms fcil, desgraciadamente, es constatar sus dificultades: una empresa de esa naturaleza exige un acuerdo frreo acerca de los objetivos a conseguir, y un pacto igualmente slido acerca de los lmites de la puja por obtener beneficios mayores (o sufrir perjuicios menores). Aqu, las tradiciones polticas de los actores, de los empresarios como de los sindicales, de los militares como de los polticos, parecen haber cerrado ese camino.

Entre por un lado, la ausencia o el fracaso de una alternativa que combine las mximas condiciones de funcionamiento de las instituciones democrticas con la posibilidad de una reforma pactada del Estado y la economa, y por el otro, la disociacin temporal chilena entre reforma econmica autoritaria y democratizacin, puede imaginarse un camino alternativo bajo la forma de lo que se denomina pacto consociativo o neocorporativo. La literatura especializada coincide en afirmar que un acuerdo de esta naturaleza exige un centro de autoridad fuerte que garantice que, aunque los costos de este pacto sean altos para los actores, los costos a pagar por salirse del acuerdo sern ms elevados an. Este camino presenta en nuestro caso dos problemas que ya he mencionado: no slo debera apoyarse en las corporaciones crecidas bajo el amparo del Estado populista, cuyos dirigentes tienen sealados intereses en la supervivencia de dicho tipo de estado, sino que simultneamente tiende a relegar a las instituciones de representacin poltica y por lo tanto a obscurecer las perspectivas de una democracia ms liberal y ampliada.

Sea como fuere, en todos los casos la experiencia de los ltimos aos parece conducir a la imposibilidad de encarar la reforma fuera de un contexto de una alta capacidad de decisin poltica. Ya sea para organizar un espacio contractual o para imponer una distribucin de bienes y perjuicios, la restructuracin parece no poder prescindir de una autoridad con fuerte capacidad de ejecucin. Esta capacidad es, empero, difcilmente articulable con el pleno despliegue de las instituciones representativas: exige decisiones frreas, gobierno por decreto, disminucin del rol del parlamento y de los partidos polticos. Antepone las virtudes de la decisin a las de la deliberacin, o como tambin se ha dicho, la eficacia a la representacin. El mejor remedio para la crisis no parece ser el mejor para la salud de las instituciones. He aqu la principal paradoja de la situacin: en las condiciones actuales, slo un fuerte decisionismo parece poder hacer frente a una reforma inevitable, y necesaria para la supervivencia misma del rgimen democrtico. Pero este decisionismo tiende a erosionar los mecanismos deliberativos y contribuye a una desvalorizacin de las instituciones representativas, que aparecen o bien impotentes o bien como un estorbo.

Podramos, por cierto, imaginar un decisionismo puesto al servicio de una poltica contractual, que obligara a los participantes a elaborar una poltica equitativa. Algo as como el Leviatn puesto al servicio de una posicin original la Rawls: un Leviatn que garantizara que estos actores, ni tan racionales ni tan razonables, se tornaran tales. Este escenario no eliminara los problemas que sealbamos antes, pero puede pensarse que el efecto negativo de la dosis de poder autoritario que implicara estara mitigado por lo que podramos considerar el efecto pedaggico, desde el punto de vista de la estabilidad democrtica, de mecanismos de concertacin y de elaboracin del inters general. Ante la ausencia de una experiencia de este tipo, slo nos queda constatar amargamente que las voluntades para implementarla faltaron a la cita.

(Resulta difcil, de hecho, encontrar en los debates de filosofa poltica contempornea los elementos que pudieran ayudarnos a encontrar una salida de nuestra paradoja. El neoconstructivismo no parece capaz de auxiliarnos, tanto menos cuanto la crtica ha empujado cada vez ms a Rawls contra las cuerdas, condenndolo a satisfacerse del rol de intrprete de las sociedades democrticas consolidadas, en la cual la presencia de actores "rawlsianemente" razonables y racionales no plantea inconvenientes. En este punto, la crtica comunitaria parece ms pertinente: nos invita a no olvidar que estamos en presencia de actores histricamente construidos, constituidos en prcticas y relaciones especficas. Efectivamente, y ... desgraciadamente, estara uno tentado de responder, visto que esos actores estn lejos de corresponder a los actores rawlsianos, pero que no resulta tampoco evidente de qu manera hemos de encontrar en sus tradiciones el punto de anclaje que permita conciliar los dos ejes de nuestra paradoja).

Sea como fuere, esta paradoja se ve sin duda acentuada por el efecto negativo que la depreciacin de la poltica y de los mecanismos deliberativos proyectan sobre la posibilidad de concebir nuevos abordajes y soluciones concertadas. Tanto la repercusin del "esprit du temps", como tambin el fracaso, en particular en la Argentina, de los dbiles intentos de solucin concertada y el peso del agravamiento de la crisis econmica, han actuado negativamente sobre el prestigio del tratamiento consensual de los conflictos.

La aparicin de liderazgos neopopulistas -Menem, Fujimori, Collor- ha reflejado esta depreciacin. En ellos se combinan rasgos centrales de la vieja tradicin populista, de sus componentes antiinstitucionales y antipolticos, con el discurso contemporneo del fin de la poltica y de las ideologas. Estas modalidades de adhesin poltica encuentran su anclaje en una tradicin que desconfa de los partidos y de la representacin, oponindoles las virtudes de una relacin de delegacin del poder, de un lder en quien se confa -a priori- para encarnar la voluntad popular. De estos lderes se ha dicho que son lderes populistas sin pueblo. Su advenimiento inaugura una operacin poltica indita: la del liberal-populismo.

Porqu es la solucin neoliberal la que goza de tan aplastante preferencia? Al apoyarse centralmente sobre los sectores econmicamente ms poderosos el gobierno en cuestin elimina el riesgo de que stos implementen un boicot de inversin o de produccin, y evita la dificultad suplementaria que significara disciplinar a los sectores populares si stos constituyeran la base de apoyo del rgimen. Es la remisin a la ley del ms fuerte; la ausencia de alternativas facilita la decisin de depositar en equipos tcnicos aislados de las presiones polticas la instrumentacin de las polticas econmicas, en un mundo que ha hecho suyo si no el remedio, por lo menos el diagnstico neoconservador de sus problemas.

La Argentina de Menem nos pone en presencia de un gobierno democrticamente electo, que respeta las libertades bsicas, y que ha logrado neutralizar a todos los actores a travs de la articulacin de operaciones de "scambio poltico" (como son el indulto a las FFAA, la entrega del control de las obras sociales a la CGT adicta y la entrega del Ministerio de Economa a los representantes directos de los grandes grupos econmicos en un primer momento), del avasallamiento de la divisin de poderes (por medio de la modificacin del nmero de integrantes del Poder Judicial y el descrdito, cuando no las maniobras fraudulentas, en el Parlamento) y que ha beneficiado del estupor de su propia base electoral, de la ausencia de alternativas de la oposicin poltica (en particular del radicalismo en crisis) y del recuerdo fresco de la hiperinflacin. Los sectores ms afectados por la poltica econmica, cuando logran articular movimientos de protesta, son tratados sin miramientos: el gobierno asume frontalmente el costo de su operacin, y Menem afirma su voluntad de realizar lo mismo que Pinochet pero en democracia.

Cul es el destino, en esas condiciones, de la consolidacin democrtica? No sin irona, podramos sintetizar la situacin: all donde en los '80 quisimos ver a Locke, nos encontramos, en el '90, con Hobbes.

El rgimen que se consolida a la sombra del ajuste parece descansar en una separacin pronunciada entre mecanismo de seleccin de los gobiernos y mecanismos de decisin y control de las polticas. Si los primeros corresponden a las reglas democrticas, los segundos tienden a desconocer de ms en ms el rol de las instituciones representativas y la autonoma de los poderes. El contrato unge al soberano de un poder casi sin trabas; ste no debe rendir cuentas de sus actos, sino tan slo atenerse a la sancin electoral. En un "remake" hobbesiano, la lucha de todos contra todos parece engendrar el Leviatn. Cabe preguntarse qu es lo que sucede cuando el gobierno no logra sustraerse completamente a la accin de los otros poderes, cuando el Soberano no logra implementar su poltica sin someterse a los "checks and balances" del ordenamiento institucional. El caso del "autogolpe" de Fujimori en el Per tal vez ofrezca una respuesta: poco importa aqu si los otros poderes estn representando intereses colectivos contra el abuso de poder del ejecutivo, o si no hacen sino defender, como es posible que sucediera en Per, intereses espurios y prebendarios. Sea como fuere, la opcin representacin vs. eficacia no admite resolucin.

No creo equivocarme al ver en esta separacin entre seleccin y decisin una tendencia ya no slo de las democracias de la regin sino una tendencia ms global. Como sealaba al principio, el diagnstico de la crisis de gobernabilidad, entendida como el choque entre exigencias de la integracin social y de la integracin sistmica, dejaba planeando dos alternativas ideales: una era la posibilidad de una barrera estanca, que se alzara entre los valores y las necesidades de reproduccin del sistema, la otra era la correspondencia entre valores y comportamientos de un lado y exigencias sistmicas del otro. La celebracin del "fin de la poltica" parece combinar ambos sueos: la separacin entre valores y comportamientos de un lado y exigencias del sistema por el otro, aparece ella misma como valor central. La naturalizacin del mercado y el desprestigio de la poltica sealan este movimiento, al desechar como un arcaismo la naturaleza poltica de los fenmenos econmicos. Una consecuencia posible de esta separacin puede ser la marginacin creciente de los excluidos: su exclusin del sistema pasa a ser un hecho bruto, imposible de ser puesto en sentido polticamente, no significable en trminos de los valores compartidos.

En pases de democracias frgiles, en los que la inclusin poltica y social no han sido completadas esta realidad ahonda la dualizacin, agravada por los efectos de polticas neoliberales que rompen a la vez con las redes de proteccin del Estado de Bienestar. De esta manera, el proceso de marginalizacin econmica va acompaado de una marginacin poltico-simblica, slo articulable en trminos de oposicin frontal. Tambin por este camino despunta uno de los peligros que acechan a la consolidacin democrtica: que la nica forma de accin de los marginados sea la violencia antisistema.

La experiencia actual tiene ribetes trgicos: aceptando la necesidad imperiosa de dar solucin a la profunda crisis del Estado, nos encontramos en una situacin en que las experiencias exitosas se alzan o bien sobre un ajuste realizado bajo una dictadura feroz, al precio de una marginalizacin fuerte de la poblacin ms desfavorecida y de la represin de toda oposicin, o bien, en contextos de regmenes que si bien han sido electos democrticamente tienden a achicar en forma sostenida los espacios de deliberacin y a aumentar tambin los ndices de marginacin y expulsin de los beneficios de la ciudadana.

La posibilidad de otro tipo de relacin entre consolidacin de la democracia y reformas estructurales est, por las razones que he intentado explayar, lejos de ser evidente. Por cierto, puede pensarse en la misma poltica "alivianndola" del peso de la corrupcin que suele acompaarla. Pero con eso no se modificara en nada el hecho de que las condiciones del xito del ajuste son inaceptables desde una ptica liberal-democrtica, y que sus efectos sobre la consolidacin de la democracia amenazan con ser perjudiciales. Pero las alternativas, insisto, parecen ausentes; y el retraimiento de lo poltico torna cada vez ms difcil la tarea de constituir un espacio desde el cual un pensamiento distinto pudiera surgir.

Quienes hoy en la Argentina no estn dispuestos a resignarse al cinismo de esperar que los gobiernos del ajuste realicen su tarea sucia para luego, una vez concluido lo inevitable, encabezar nuevos combates en nombre de la equidad se encuentran en una situacin paradjica: la de oponerse frontalmente a un gobierno que no desean que fracase. Tal vez esto comience a dar cuenta lentamente de las dificultades que encontramos para intervenir en el debate, del espeso silencio en que ha estado sumido el pensamiento poltico.

( Este texto fue presentado en francs como ponencia en el encuentro Actualits de lHomme Dmocratique realizado en junio de 1992 en el Collge de Philosophie de Paris.

vase por ejemplo D. Bell, "Las contradicciones culturales del capitalismo", Alianza, Madrid, 1989; C. Offe, "Ingobernabilidad", y "Los nuevos movimientos sociales cuestionan los lmites de la poltica institucional" in. "Partidos polticos y nuevos movimientos sociales"; J. Habermas, "Problemas de legitimidad en el capitalismo tardo".

Captulo 3: