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Ediciones Irreverentes Eva María Cabellos El sueño de Egipto Novísima Biblioteca

EL SUEÑO DE EGIPTO - Noticias de Ediciones Irreverentes · en historia y arte egipcio, El sueño de Egipto es su segunda novela. Ediciones Irreverentes Ediciones Irreverentes

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El sueño de Egipto es unaaventura trepidante quecomienza en el templo deLuxor, con reminiscenciashistóricas de personajescomo Amenhotep III, Ram-ses II, Tutankhamon o Ale-jandro Magno. La protago-nista, una joven española,pretende hacer el viaje de

su vida a Egipto para disfrutar de su arte y empaparse en su historia,pero se verá envuelta en una trama delictiva, será secuestrada, y eltranquilo viaje que había previsto se convertirá en un azaroso reco-rrido por el Egipto que nunca transitan los viajes organizados. Tendráque valerse de su inteligencia y su intuición para enfrentarse a unmundo violento y complejo.

La historia se desarrolla alrededor de la búsqueda de un tesoro.El Cairo, Asiut, el Nilo, Aswan o Abu-simbel son algunos de los luga-res en los que transcurre esta historia de aventuras. La autora hadiseñado un recorrido por territorios de ensueño en el que el amor,el crimen y la intriga son las tres características principales.

EVA Mª CABELLOS (Cifuentes, Guadalajara) se presentó como nove-lista con la obra Perdidas en la selva (Ediciones Irreverentes). Expertaen historia y arte egipcio, El sueño de Egipto es su segunda novela.

EdicionesIrreverentes

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Eva María Cabellos

El sueño de Egipto

Novísima Biblioteca

COLECCIÓN INCONTINENTESMiguel Mihura El chalet de Madame RenardRamón de España Europa mon amourAlfred de Musset Gamiani, dos noches de pasiónÁlvaro Díaz Escobedo El mentalistaMiguel Ángel de Rus Putas de fin de sigloPaloma del Palacio Quiero que me quierasVizcondes de Saint-Luc Acerca del matrimonio

de PauletteCOLECCIÓN RARA AVISFrancisco Umbral La República Bananera USALuis Alberto de Cuenca De Gilgamés a Francisco NievaRamiro Cristóbal Alfred Hitchcock,

14 películas imprescindiblesMiguel Ángel de Rus Perlas del pensamiento misóginoJ. L. García Rodríguez La agonía del socialismoA. Fernández de Córdova El vuelo de los díasBernardo Pérez Andreo Descodificando a

Jesús de NazaretAurelia Mª Romero Las libertades de

expresión e información

COLECCIÓN AQUERONTEAntonio López Alonso Carlos II, El HechizadoFernán Caballero La mitología contada a los niñosPedro A. de Alarcón Diario de un testigo de

la guerra de ÁfricaStendhal Vida de MozartAurelia María Romero Goya, el ocaso de los sueños

NOVÍSIMA BIBLIOTECASantiago Gª Tirado Todas las tardes caféPedro Amorós El recodo del ríoEva María Cabellos El sueño de Egipto

COLECCIÓN DE TEATROFrancisco Nieva Catalina del demonioLourdes Ortiz La GuaridaRaúl Hernández Garrido Los sueños de la ciudadJ. L. Alonso de Santos Amor líquidoPedro Amorós Beatriz CenciSantiago M. Bermúdez Elogio de la cazadoraRoger Rueff El pez gordoJosé Luis Alonso de Santos Fuera de quicio

COLECCIÓN CERCANÍASVázquez Rial, Savater,Canabal, de Rus Cuatro negrasMiguel Ángel de Rus 237 razones para el sexo,

45 para leerCésar Strawberry Destino Zoquete

COLECCIÓN DE NARRATIVA

Miguel Ángel de Rus Dinero, mentiras yrealismo sucio

Miguel Ángel de Rus Europa se hundeAna María Matute En el trenFrancisco Umbral Diccionario para pobresAugusto Monterroso Amores que matanMiguel Ángel de Rus MalditosFernando Savater Episodios PasionalesMario Benedetti Del amor y del exilioFernando Savater El dialecto de la vidaFrancisco Nieva Manuscrito encontrado

en ZaragozaRamón de España La vida mataFrancisco Umbral Carta abierta a una

chica progreMiguel Ángel de Rus EvasPío Baroja SusanaJuan Patricio Lombera Bestiario chicanoMarcel Proust La raza de los malditosFrancisco Nieva La mutación del primo

mentirosoHenryk Sienkiewicz LilianaMiguel Ángel de Rus Bäsle, mi sangre, mi almaFernando Savater Último desembarcoHoracio Vázquez Rial La isla inútilAntonio Gómez Rufo El señor de CheshireMiguel Ángel de Rus Donde no llegan

los sueñosJoaquín Leguina Cuernos RetorcidosJoaquín Sánchez Vallés El juglar de LanguedocManuel Cortés Blanco Mi planeta de chocolateChejov, Saki, Lovecraft y otros 250 años de terrorLovecraft, Anatole France,Gómez Rufo y otros Antología del relato

negro IRaúl Hernández Garrido Abrieron las ventanasÁlvaro Otero El esplendorAndrés Fornells La muerte tenía figura de

mujer hermosaAntología Yo también escuchaba el

parte de RNEAntonio López Alonso La rebelión de los vagabundosAntología Las estratagenas del amorJesús Gaspar BruxariaJosé Melero Maldito tiovivoAntología El sabor de tu pielJ. M. Fernández Argüelles La gasolinera de colores

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EVA MARÍA CABELLOS

EL SUEÑO DE EGIPTO

Novísima BibliotecaEdiciones Irreverentes

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Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cual-

quier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido

por cualquier método, salvo permiso expreso del editor.

© Eva María Cabellos

De la edición: © Ediciones Irreverentes S.L.

septiembre de 2010

Ediciones Irreverentes S.L

http://www.edicionesirreverentes.com

ISBN: 978-84-96959-53-8

Depósito legal:

Diseño de la colección: Dos Dimensiones S.L.

Composición: Absurda Fábula

Imprime Publidisa

Impreso en España.

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Ofrecido a Wesir-Sokar.Y dedicado a S.R con todo mi cariño.

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INTRODUCCIÓN

¿Alguien sabe lo que se siente cuando cumples el gran sueño de tu vida? Nisiquiera yo hubiera imaginado algo así. Si unos años atrás alguien me hubie-ra dicho que iba a cumplir aquello que tanto deseé... Incluso en este momen-to, según escribo estas líneas, me pregunto si todo ha ocurrido tal como lorecuerdo.

Desde que tengo uso de razón y hasta donde mis recuerdos me permi-ten, he deseado ir a Egipto. Siempre me he rodeado de libros, revistas, figu-ras, papiros, cualquier cosa por pequeña que fuera mientras estuvierarelacionada con el Egipto de los faraones.

Recuerdo que de joven, cuando los profesores de historia tocaban eltema, obtenía mis mejores notas. Incluso en la universidad, un profesordecidió dar sólo historia antigua, Roma, Grecia, Egipto. Cuando llegó laevaluación faraónica se acercó a mí y pidiéndome información sobre eltema, dijo: «me han comentado que sabes mucho sobre Egipto».

Hace un tiempo, cuando creía que ya no lo conseguiría, pasaba uno deestos momentos en los que piensas «todo lo malo que pueda ocurrir me hapasado o me pasará» ya no me quedaban fuerzas ni si quiera para pensar enalgo o en alguien y mucho menos para creer en sueños rotos y olvidados enun rincón. Un día de nochevieja, celebrándolo con los compañeros delperiódico, intentaba tomar una decisión que podría cambiar mi vida: irmea vivir a África con el hombre que amaba. Pero después de un año tan difí-cil quién se atrevía. María, que había madurado y ya no era una mujer super-ficial, hizo un brindis por mi vuelta con Luis al continente Africano. Alprincipio no comprendía de qué estaba hablando ¿Cómo podía brindarpor algo que ni yo sabía? Después descubrí que era la única que lo desco-nocía. Al parecer entre ella y Susana, que seguía siendo ecologista peromucho más tolerante, prepararon el viaje de mis sueños, Egipto. Lo másemocionante fue cuando vi aparecer a Luis, moreno, de ojos negros y conun metro noventa de altura con otro metro de ancho de hombros. Era unhombre tan bello por dentro como por fuera.

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Después del entrañable encuentro y mientras la mayoría se secaba laslagrimas disimuladamente seguimos brindando por el nuevo año, que sepresentaba muy bien. Llegaba la hora de la cena y teníamos que estar en elrestaurante en media hora, pero esta vez, preferimos ir en autobús pues esanoche se solía colapsar la ciudad y no queríamos pasarla en un atasco. Susa-na y María habían pensado en todos los detalles para pasar una noche per-fecta, incluso habían llamado al restaurante para avisarles que seríamos unomás. El comedor era enorme, con grandes lámparas, camareros vestidosde época y una música ambiental conseguían adentrarte en la edad media. Deaquella cena y por consiguiente del resto de la noche puedo decir poco, nosreímos como nunca, disfrutamos de cada momento, además Luis y yo per-dimos a las chicas, a quienes habíamos dejado en una discoteca muy bienacompañadas. La verdad es que el champán hizo estragos esa noche.

A altas horas de la noche llegamos al portal donde vivía con mis doscompañeras, pero al intentar sacar las llaves cayeron al suelo. Luis, reco-giéndolas, dijo:

–Aquí tienes.–Gracias, cuando suben las burbujas del champán las cosas se vuelven

rebeldes.Luis con una sonrisa seductora se fue acercando a mí lentamente mien-

tras decía:–Te he echado de menos.–Y yo a ti.Apartando el pelo de mi cara y sin mediar palabra alguna nos besamos

cálidamente como dos colegiales en su primera cita.A la mañana siguiente Susana fue a despertarme como todas las maña-

nas, cuando se encontró con Luis al otro lado de la cama. Entre pequeñasrisas fue a salir de la habitación cuando le pregunté:

–¿Qué te hace tanta gracia?–Pareces una niña abrazada a su osito nuevo.–Muy graciosa.–El desayuno está listo.

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–Ya voy. Susana, mientras salía por la puerta, remató:–La próxima vez pon un cartel en la puerta.Durante el desayuno María y Susana contaron cómo habían elegido el

viaje y en que consistía. Al parecer dedicaron una mañana exclusivamentea recorrer todas las agencias de viajes posibles en la ciudad, llegando a casacon muchas revistas y fascículos sobre viajes, y por supuesto, con la men-te saturada de números, cifras y paquetes. Al final y después de muchopensar, se dieron cuenta de que disfrutaría más eligiendo yo misma loslugares a visitar, por esa razón acabaron contratando lo estrictamente nece-sario, dejando el resto a nuestra libre elección. El viaje sería de siete días, cua-tro de crucero por el río Nilo y tres en El Cairo.

La verdad es que no terminaba de asimilar todo aquello a pesar detener los papeles delante, los cuales me decían que al día siguiente cumpli-ría mi sueño junto al hombre que amaba.

Acabado el desayuno fuimos los dos a dar un paseo por la ciudad y aenseñarle los sitios más emblemáticos y visitados hasta pasar toda la maña-na de un museo a otro pasando por el palacio y alguna iglesia gótica. Alllegar la hora del vermú fuimos al bar de costumbre con los amigos.

A los pocos minutos de llegar no había persona que no conociera lanoticia del viaje. Aquellos que me conocían solían decir lo mismo «me ale-gro mucho, por fin lo has conseguido», como es normal siempre das conalguien a quien le gusta poner la pega a todo y te dice "cómo vas a ir allí segúnestán las cosas» y por mucho que intentaras hacer ver la distancia entre lospaíses en guerra y Egipto no lo entenderían, aunque a mí me daban igual laspalabras en contra, tenía muy clara la idea de ir, incluso si me hubieran ase-gurado ser lo último que hiciera en la vida.

Dejamos a los amigos en el bar y nos fuimos a comer a uno de esos res-taurantes románticos para las parejas, hermosos y especiales hasta que lle-ga la hora de pagar la cuenta.

La velada, al igual que el resto del día estuvo increíblemente hermosapaseando por el parque, casi solitario en esas fechas.

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A medía tarde la lluvia empezó a hacer acto de presencia y sin másremedio tuvimos que volver a casa donde las chicas esperaban tumbadas enel sofá recuperándose de la fiesta anterior.

El resto del día fue tranquilo y sin nada especial que contar, descansa-mos y nos fuimos pronto a dormir en espera intranquila del gran día y elcomienzo de los mejores de mi vida.

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1. COMIENZA EL VIAJE

El día dos de enero a las siete de la mañana salimos de la ciudad, con los ojospegados todavía y un cosquilleo en el estomago, camino del aeropuerto.Había ido en el tren muchas veces y en todas ellas me había quedado dor-mida pero ese día no podía, los nervios me impedían cerrar los ojos.

Una vez llegamos, facturamos las maletas, pasamos el control y loca-lizamos la puerta de embarque antes de ir a tomar un café, sin olvidar com-prar un cartón de tabaco.

Esperando la salida del avión vimos a una mujer, a la cual recordabahaber visto en la cola para de facturación. Se encontraba esperando en unade las puertas de embarque diferente a la nuestra. Sospechando que se con-fundía de avión Luis se acercó a ella para preguntarle. Pasado un minuto deconversación se dirigieron los dos hacía mí mientras le daba las graciasinsistentemente. Se llamaba Blanca, rubia, de poca estatura, venía de San Die-go y era bastante simpática, al parecer viajaba sola sin saber nada de Egip-to y en contra de la opinión de sus hijos. Después de una larga conversacióny cuidar el equipaje a una chica con un oso de peluche enorme, llegó lahora del despegue, algo movido, especialmente para alguien con miedo a lasalturas. En otras palabras: lo pasé fatal, pero a las once más o menos pusi-mos rumbo a Luxor.

Sobre el vuelo hay poco que contar, vimos un par de películas, comi-mos y miramos el reloj mil veces. Al final de un aterrizaje tan temido comoesperado llegamos a nuestro destino a las seis de la tarde, hora egipcia.Nada más llegar al aeropuerto de Luxor y recoger las maletas subimos alautobús que nos llevaría a la motonave.

En el autobús se fueron presentando uno a uno, el primero en hablarfue Ali, bajito y delgado, nos dijo que él sería nuestro representante en ElCairo pero más tarde conoceríamos a Ahmed, el representante durante elcrucero. El segundo en hablar fue Sayed, de estatura media y regordete; élsería nuestro guía durante todo el viaje.

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Pero de forma casual y por suerte para nosotros, o por lo menos parael grupo, también iría en el crucero uno de los jefes de la agencia en Egip-to, se llamaba Khaled. Alto, fuerte y elegante, al parecer iba a estudiar espa-ñol y eligió un grupo para ir practicando. Camino al barco y tras variasopiniones decidieron ver aquella noche, antes de embarcar, el templo deLuxor, así quitábamos una visita de las múltiples que tendríamos al díasiguiente.

Al detenerse el autocar me quedé mirando por la ventanilla quedándo-me completamente absorta al ver por primera vez una de las muchas mara-villas levantadas por los antiguos egipcios.

Luis, sin saber la paciencia que tendría que derrochar, me cogió delbrazo y dijo:

–¡Raquel!Yo, con cara de haberme despertado de un profundo sueño, pregunté:–¿Qué? ¿Qué ocurre?–Hay que bajarse del autobús.–¡Ah! Sí, claro...Sin mediar más palabras bajé y me dirigí a la valla de piedra desde don-

de se podía ver el templo iluminado por los focos que lo hacía más hermo-so aún. De vuelta a la realidad miré a mí alrededor percibiendo que meencontraba completamente sola, salí corriendo hacia donde parecía ser laentrada cuando escuche a Luis llamarme entre una multitud de personas:

–¡Raquel! ¡Raquel!–¡Luis! ¿No me puedes avisar?–¡Qué! Y tú ¿No puedes dejar de embobarte por un momento?Enrojecí y puse cara de no haber roto un plato:–Creo que no.Una vez cogimos las entradas corrimos escaleras abajo, o más bien

tendría que decir que era yo quien corría Luis se limitaba a seguirme. Sicierro los ojos y recuerdo aquel momento cuando estuve por primera vezdelante del templo puedo sentir aquella sensación de alegría y emociónque inundó mi cuerpo.

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Luis dijo, sonriente:–Bueno, ¿dispuesta a empezar a darme clases de historia?–Sí, el templo de Luxor fue realizado en el imperio nuevo, fundamen-

talmente por Amenhotep III y por Ramses II que lo finalizó pero teníatanta importancia en aquellos tiempos que muchos faraones como Tutan-khamon o Alejandro Magno añadieron pequeñas estructuras. Al principiotenía dos grandes obeliscos pero uno de ellos está en París.

–¿A quién representan las dos estatuas sedantes?–A Ramses II.Iniciamos nuestra visita atravesando la puerta de primer pilono que

nos daba acceso al patio interior. Luis se preguntó maravillado:–¿Cuántas columnas puede haber?–Setenta y cuatro en forma de papiro y las escenas son del faraón en

presencia de varios dioses.A la izquierda se podía ver el santuario con tres capillas una a Amon en

el centro, otra a Mut en la izquierda y otra a Jonsu en la derecha construi-das por Hatchepsut y Tutmosis III y redecoradas por Ramses II.

–La siguiente estancia es llamada columnata de Amenhotep III, forma-da por catorce columnas de dieciséis metros de altura, esta flanqueada pordos estatuas de Ramses II con la reina Nefertari en su pierna derecha. Des-pués llegamos al patio de Amenhotep III con columnas de papiro cerradoen tres de sus lados. El cuarto lado conducía a la sala Hipóslita, la cual lle-va a una serie de antecámaras.

Al llegar a la tercera antecámara Luis preguntó:–¿Y esto?–La sala de ofrendas, está decorada con imágenes en honor de Amon y

Min. Y este es el santuario de barcas de Alejandro Magno y la última sala esel santuario de Amenhotep III y la estancia del nacimiento de Amenhotep III.

A la vuelta fui recorriendo el templo esta vez mucho más despacio,mirando cada detalle, y haciendo cientos de fotos. Según avanzábamos laemoción iba aumentando hasta el punto de no atreverme a tocarlo por si setrataba de un sueño y se desvanecía.

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Mientras esperábamos al grupo me senté en el borde del camino, jus-to enfrente de la puerta de entrada, en ese momento un escalofrío recorriómi cuerpo y salió en forma de lagrimas, lo había conseguido una de aque-llas maravillas que tantas veces había observado en fotografía soñandopoder ver, existían y eran más grandiosas aún.

Estas últimas palabras salieron de mi boca de forma inconsciente,Sayed que se encontraba a mi lado, se echó a reír y dijo:

–Sí, existen y son reales como tú.Yo, sonrojada y con una sonrisa en la cara, le explique mi adoración por

aquella tierra y su historia, él acabó confesando sentir lo mismo por la épo-ca de los faraones, él pensaba que aquellos templos demostraban la grande-za del Egipto antiguo.

Luis se acercó y con cara de pícaro dijo:–Qué ¿Aún sigues embobada?Sayed le preguntó:–¿A ti también te gusta?–No, la verdad es que nunca me llamó la atención–Entonces ¿por qué has venido?–Por ella, sus compañeras María y Susana decían que se moriría sin

ver este país y después de lo ocurrido he querido que eso no pasara.–Vaya, hablas como si hubiera estado a punto de morir.Después de una pequeña sonrisa nerviosa dije:–Le aseguro que todavía me sigo preguntando cómo pudimos sobre-

vivir en aquella selva.En ese momento llegó Ahmed, el representante durante el crucero,

era alto, delgado y más bien joven, Sayed nos lo presentó y le puso al día conla conversación. Como es normal seguimos hablando del tema mientrasllegaba el resto del grupo.

Una vez todos reunidos de nuevo nos fuimos andando al barco, pues esta-ba bastante cerca. Después de atravesar una calle, bajar unas escaleras y pasarun pequeño puente, el cual me intimidaba, llegamos al primero de los tres bar-cos que había en paralelo, el nuestro era el segundo.

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Al entrar dabas directamente a recepción con sillones en los costadosy las escaleras enfrente. Al mirarlas te recordaban a la película de Titanic peroen pequeño, claro que al decirlo me llevé alguna colleja seguida de la frase«eso no se dice, por si las moscas».

Con la llave del camarote en la mano un muchacho cogió nuestrasmaletas y nos llevó hasta el mismo. La habitación estaba en la segundaplanta con un balcón en el centro que daba a la planta anterior acabada enuna cristalera con un pasillo de camarotes por detrás, entre ellos el nues-tro. En aquella planta había dos tiendas, un bazar y una joyería con otro pasi-llo entre ellas. El pasillo estaba revestido de madera y enmoquetado aligual que los camarotes. Estos eran pequeños pero acogedores, con dossillones y una pequeña mesita a pie de ventana desde donde podías disfru-tar del paisaje.

Ya era bastante tarde y teníamos que bajar al comedor que se encontra-ba debajo de recepción, por eso sin poder colocar nada nos fuimos al mismo.

El salón era amplió de estilo antiguo con grandes lámparas de lagrimasde cristal y pequeñas ventanas desde donde podías ver el río Nilo. Lasmesas centrales eran redondas mientras las laterales tenían forma alargada,todas ellas presididas por una barra al fondo donde se servía el buffet.

Nos dirigimos al lado derecho en busca de una mesa cuando dosmuchachos y una mujer llamaron nuestra atención y nos ofrecieron losdos sitios libres que había en su mesa. Ya habíamos topado antes con ellosy aceptamos el ofrecimiento. Al parecer los dos muchachos eran médicosen Costa Rica y estaban en España haciendo un curso especial. Uno deellos se llamaba Antonio moreno, de ojos oscuros y amplia sonrisa, el otroera Fran, calvo y más bien callado.

La mujer, Rafaela, era psicóloga, mayor de 50 años, rubia, de pelo cor-to y muy agradable. Estuvimos cenando y probando los diferentes tipos decomida a la vez que íbamos conociéndonos y entablando una amistad.

Después de la cena decidimos subir a la terraza y conocer el barco,en los lados exteriores de las tiendas había escaleras que llevaban al piso supe-rior donde encontrabas unos servicios con un pasillo de camarotes entre ellos

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y la discoteca con dos puertas de entrada. Toda esta maraña de escaleras ydoble acceso le daban al barco una peculiar elegancia, pero a su vez conse-guían que algunas veces te costara encontrar a alguien, o lo que es peor,encontrarte a ti misma.

Entre risas llegamos a la planta de las tiendas y Antonio y yo nos para-mos a observar el bazar un momento, o eso creímos nosotros, el caso es quesegún estábamos mirando una figura de Osiris Antonio dijo:

–Fran qué te... ¿Fran?Después de mirar a su alrededor me preguntó:–Raquel ¿sabes dónde están estos?–¿Cómo? Pues...Mire también a mí alrededor comprobando que habían desaparecido,

después de unos segundos de incertidumbre supimos que estarían en laterraza y nos fuimos allí.

A través de otras escaleras que encontrabas en el lado derecho de la dis-coteca subimos a la enorme terraza que abarcaba toda la superficie del bar-co y tenía una piscina con diversas tumbonas alrededor seguida de pequeñasmesas redondas con sillas de mimbre cubiertas con un gran parasol, sepa-rando las mesas por una barra libre había un gimnasio.

Acabada de revisar la terraza y comprobando que allí no estaban deci-dimos aventuramos por el barco y buscarlos. A llegar a la discoteca nosencontramos con Ahmed que nos dijo:

–Ahora tenemos una reunión para contaros el programa, vosotroscinco deberíais ir por si os interesa algo y decidís verlo con nosotros.

Antonio sin haberle prestado casi atención:–Sí claro, pero antes ¿No habrá visto a los otros tres? –No, pero Sayed los buscaba para comentarles lo de la reunión.Dicho esto salimos con la esperanza de encontrarlos por el camino.

Bajamos a las tiendas, fuimos a nuestros respectivos camarotes, llegamos has-ta recepción donde encontramos a Sayed y le pregunté:

–¿Has visto a Luis, Fran y Rafa?–Sí, os están buscando para ir a una reu...Antonio cortándole:

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–Sí sí, nos contó Ahmed.–Bueno pues es lo único que sé.Después de darle las gracias seguimos buscándolos por todo el barco

acabando de nuevo en la terraza donde encontramos a Luis y a Fran.–¿Dónde os habíais metido?–Dije.–Bajamos a la discoteca para una reunión... –intentó contestar antes de

que Antonio le cortara.–Sí sí, ya nos contaron.Fran siguió:–No nos dimos cuenta de que este barco es un autentico laberinto.Bajamos a escuchar lo que Ahmed y Sayed tenían que decirnos, al

parecer todas las noches harían lo mismo para contarnos el programa deldía siguiente, claro que nosotros sólo utilizaríamos el transporte pues erró-neamente pensamos que podíamos apañarnos por nuestra cuenta.

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2. PROBLEMAS EN EL VALLE DE LOS REYES

A las cuatro de la mañana sonó el teléfono del camarote para avisarnos delcomienzo de un nuevo día y con los ojos aún pegados bajamos a desayunar.

Una hora después estábamos en el autobús camino al valle de los reyes,nuestra primera visita de aquel día, más tarde iríamos al templo de Hap-chepsut entre otros.

Desde la entrada hasta el centro del valle fuimos en unos pequeñostrenes parecidos a los de las ferias. Y allí estábamos, en medio de la que fueconsiderada necrópolis durante la dinastía XVIII, presidida por el pico de El-Qurn o Dehenet, como lo llamaban en la antigüedad, consagrado a la dio-sa cobra Meretseger «la que ama el silencio».

El valle formado por dos bifurcaciones, la occidental o Valle de losMonos donde se encontraron cuatro tumbas y la oriental, con las cincuentay ocho restantes. Este lugar apartado proporcionó a los faraones un sose-gado descanso que aseguraba con la vigilancia de los Medjay.

Nos encontrábamos en la arteria oriental junto a los dos muchachos yRafaela, delante de nosotros teníamos la tumba de Seti I, padre de RamsesII y sin poderlo remediar agarré del brazo a Luis y tiré de él hacia la tumbamientras explicaba:

–Esta es la tumba más larga de la necrópolis tebana con más de cien-to treinta metros de longitud y cuenta con siete corredores y diez cámarascompletas y decoradas con finos y delicados bajorrelieves y pinturas con her-mosos colores cálidos.

Luis bromeó:–Vaya, y si ya sabes cómo es para qué vas a entrar.–¿Qué? Pues... –Ja, ja, anda vamos.Los cinco nos adentramos en aquella tumba donde la magia de sus

grabados te transportaba al pasado. Ellos en un afán por saber el significa-do de aquello cuanto veían no cesaron de hacerme la misma pregunta unay otra vez « ¿Qué es eso? ». Comencé a explicar:

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–En estos primeros pasillos vemos imágenes de las letanías de Ra y aSeti adorando a Ra-Horajti. Según vamos avanzando se pueden ver escenasdel libro de los muertos, al difunto haciendo ofrendas a diferentes deidadescomo Osiris, Isis, Anubis o Hathor.

Seguimos así durante toda la visita, unos preguntando sin cesar y yomaravillada y encantada de poder contestar todas sus dudas.

Al volver a la realidad comprobamos que el sol se encontraba en lo másalto y el calor resultaba intenso incluso estando en las primera horas de lamañana aunque fue algo que no impidió nuestro paseo por el valle.

Algo más adelante se encontraba la tumba de Tutankhamon, cuantasveces había visto los reportajes de su hallazgo por Howard Carter el cuatrode noviembre de mil novecientos veintidós debajo de los escombros de latumba de Ramses IV, pero la tumba en si no era gran cosa, lo verdaderamen-te interesante era el tesoro encontrado dentro que está en el museo de artefaraónico de El Cairo.

Saliendo de la tumba nos encontramos con Sayed, el cual nos contó unaanécdota del descubrimiento, según parece Howard Carter se encontrabaen El Cairo mientras sus hombres sacaban la tierra de la tumba de RamsesIV, cuando a uno de los aguadores se le calló una vasija de agua percatán-dose de que la misma se filtraba a través del muro, descubrimiento unas esca-leras que llevarían al mayor descubrimiento de la época; esta historia esuna más de las muchas leyendas que rodean a este faraón y su descubridor.

Acabada la conversación seguimos andando dispuestos a recorrer has-ta el último rincón de aquel lugar viendo tumbas como la de Ramses IX ola de Tutmosis III a la cual había que subir unas escaleras de metal muyaltas y empinadas. Pasado un buen tiempo y absortos en la tranquilidaddel lugar fuimos paseando como si el reloj se hubiera detenido.

Unos minutos después me senté en una roca y pregunté a Luis:–¿A qué hora salía el autobús?–Sobre las nueve y media.–¿¿Qué??Luis, sorprendido, me preguntó:

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–¿Es qué no tienes suficiente tiempo para estar aquí?–Luis, son más de las diez.Sin mediar más palabras empezamos a correr como si nuestra vida

dependiera de ello; si perdíamos aquel autobús tendríamos más que proble-mas.

Agotados por la carrera llegamos a los aparcamientos comprobandoque estos se encontraban vacíos. Allí estábamos sin ningún medio de trans-porte, sin saber hablar ingles, mucho menos árabe, y un problema mayor aún¿Qué haríamos si perdíamos el barco?

Después de media hora pensando en que poder hacer, Luis tuvo unaocurrente idea:

–Deberíamos ir andando por... –Sonreí escéptica. –Raquel, no pode-mos quedarnos aquí, con suerte encontraremos a alguien por el camino oen otros lugares turísticos.

–Ya. ¿Y si no es así?–En ese caso tendremos que llegar al río.–Andando.–¡Vamos Raquel! No seas tan pesimista.–No es pesimismo, simplemente que ya cruce una selva andando y

ahora no tengo la menor intención de hacerlo por un desierto.–No es lo mismo.–¡Ah, no! ¿Y cual es la diferencia? ¿Que aquí no me mojaré?–Muy graciosa, aquí hay gente.–Sí, allí también había.–Vamos.Su mirada diciéndome «ven conmigo» bajo esos ojos de niño bueno y

un cuerpo que aseguraba tu bienestar acabó convenciéndome y pusimosrumbo por la carreta hacia Kurna, el pueblo más cercano.

Llevábamos cerca de una hora andando y el calor apretaba con fuerzaamenazando con hacerlo más aún. De vez en cuando veías pasar algúncoche o autobús pero después de comprobar que nunca paraban dejamosde prestar atención al tema.

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Desde la carretera se podía ver cómo las montañas cercanas produ-cían unas pequeñas sombras, suficientes para resguardarse por unos minu-tos. A pesar del miedo a dejar la carretera y viendo que el cansancioempezaba a hacer de las suyas propuse acercarnos para descansar.

Luis, con la ironía que le caracterizaba dijo:–No me digas que ya te has cansado.–No, no mucho, pero no sabemos el tiempo que nos queda por andar

y creo que alcanzar el barco no es muy probable.–¿Y por qué no? Si nos damos prisa nos daría tiempo.–Piénsalo bien, nos damos la paliza y luego resulta que lo perdemos,

además, aunque lleguemos a tiempo ¿no sería una pena haber estado enLuxor y no haber visto casi nada?

Sin decir más y mirándole con cara desafiante me dirigí a la sombra máscercana tirándome al suelo como si de un trapo viejo se tratara.

En el silencio del desierto mi mente llevaba varios minutos completa-mente en blanco tomándose la idea de descansar literalmente, después detodo sabía que me daría igual darle vueltas al asunto de estar perdidos en eldesierto. Pasado un tiempo Luis se incorporó y después de conseguir quemi mente le prestara atención preguntó:

–¿Sabes qué nos espera si vamos a nuestro aire?–Prefiero no pensarlo.–Ya..., bueno, así tendrás otra historia para los muchachos del pobla-

do y lo único que nos puede pasar es que tardaremos más de la cuenta. –Sí.Sabía que era una locura, pero después de estar allí no podía irme sin

ver por lo menos parte, además ¿qué podía pasar?Seguimos andando bajo el sol abrasador por aquella carretera, la cual

estaba a una temperatura que te hacia dudar si tendría fuente de calor pro-pia. Según mi reloj estaban a punto de dar las doce del mediodía y aquel calortenía el poder de multiplicar todo por tres, el cansancio, la distancia, inclu-so el peso de cada una de tus piernas.

Paré un momento para mirar a mi alrededor y asegurarme que no

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había una sombra cerca, cuando Luis dio un grito mientras señalaba en ellado izquierdo de la carretera:

–¡Raquel, mira!–¿El qué?–Allí.A lo lejos se podían ver algunos edificios, estaba claro que habíamos

llegado a Kurna.–Si no me equivoco tiene que haber un cruce y por lo tanto un peque-

ño pueblo y poco después Der-El Bahari.–¿Dar qué?–El templo de Hapchetsut construido...–¿Qué? Perdona pero en este momento me interesa sólo encontrar

agua y una sombra.–Perdona sólo lo decía…–Ya.Sacando fuerzas aún no sé de dónde fuimos corriendo a la sombra

más cercana para descansar de aquel sol abrasador antes de buscar un lugardonde saciar la sed y el hambre.

Pasado el tiempo suficiente para que nuestras piernas se recuperaran ylas mentes bajaran a temperaturas más razonables, pusimos rumbo al pueblocon la esperanza de encontrar el lugar y de entendernos con los lugareños.

Por suerte habíamos cambiado el dinero por libras egipcias. A pesar detener facilidad en los lugares turísticos supuse que sería más sencillo lle-var dinero del país.

Las casas estaban pintadas con colores claros y pálidos, construidas lagran mayoría en una sola planta. Según paseábamos por las calles podías vercomo la gente seguía en sus quehaceres cotidianos prestando la mínimaatención lógica.

Por fin nos encontramos en una de las calles un pequeño y humilde bar,suficiente para dos personas hambrientas. El camarero, que se encontrabadetrás de la barra limpiando algunos vasos, se acercó a nosotros y con unaamplia sonrisa preguntó:

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–¿Speaks English? Luis respondió con preocupación:–No, español.–Ah, España, hablo mal español pero entiendo bien.Aquellas palabras sonaron a música celestial, parecía que por el

momento íbamos teniendo suerte.–¿Qué toman?–Dos tes y algo para comer –contestó Luis.Dicho esto y con la bebida servida en un momento se retiró a la coci-

na, diez minutos después apareció con dos platos de carne asada con cus-cús. A pesar del parecido visual con la cena del día anterior el sabor eracompletamente diferente aunque igual de sabrosa.

Después de estar saciados y haber descansado lo suficiente nos fuimos,no sin antes pagar la deuda de lo consumido y las provisiones para el cami-no, con las mochilas cargadas fuimos a la carretera que llevaba al templo deHapchetsut en Del-El Bahari, al lado del complejo funerario de Mentu-hotep II (dinastía XI).

La entrada al templo estaba a unos cuatrocientos metros de la salida delpueblo, una vez allí te ponían de nuevo un trenecito. Desde la recta quellevaba hasta él se podía ver las dos rampas que daban acceso a los dosniveles superiores de los tres que tenía. Senmut, intendente de Amon, arqui-tecto de Hapchetsut y tutor de la hija de la reina, se inspiro en el templo cer-cano, pero lo doto de una terraza más y de todos los elementos de losantiguos templos.

Poco antes de la primera rampa se podía observar los restos del jardínde palmeras, sicomoros y estanques, que en su día adornaron la entrada.

Luis, asombrado, dijo:–Es increíble la belleza que posee después de tantos años.–Mas de tres mil quinientos y aún se percibe la feminidad y fuerza que

poseía.Subimos la primera rampa y nos pusimos a recorrer cada rincón del

templo mientras le iba contando a Luis la vida de Hapchetsut y explicando

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cada uno de los relieves como la expedición a Punt, el transporte de losobeliscos o mi favorito el nacimiento divino de la reina.

Según ibas contemplando todo aquello, algunos hombres de la zona seacercaron para decirnos a cambio de unas monedas dónde se hacían lasmejores fotos.

Eran cerca de las cuatro de la tarde y nos quedaba una hora escasa deluz, estaba claro que teníamos que ponernos en camino y buscar un lugardonde pasar la noche.

Al salir del templo vi un camino a mano derecha y dije a Luis:–Si vamos por ahí podemos atravesar y ahorrarnos bastante camino.–¿Seguro?–Claro que sí.–Bueno todo sea por andar menos.Esa era la intención que teníamos pero como suele pasar en estos

casos todo queda en eso, en mera intención.Cogimos el camino y nos adentramos en el desierto, por suerte con la

mochila llena de provisiones y una temperatura ambiente muy agradable.Después de unos minutos empezamos a comprobar que el camino se ibaocultando entre el paisaje y era difícil seguirlo. Teniendo claro que sabíamosdonde íbamos y como llegar centramos nuestra atención en buscar un lugardonde dormir.

Al pie de una gran roca había una explanada de arena fina ideal parapasar la noche. Extendimos los abrigos y como si de una acampada de finde semana se tratara nos preparamos para disfrutar de aquella velada a la luzde la luna.

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3. DE MEDINET-HABU A LUXOR

Eran las seis de la mañana y el sol ya se encontraba en lo más alto del cie-lo acariciando nuestras mejillas para avisarnos que había llegado la horade levantarse.

Nos pusimos en marcha completamente seguros que aquel sendero erael correcto, pero poco a poco, según avanzábamos nos dábamos cuentaque algo no iba bien.

Luis parando en seco y mirando a su alrededor:–No tiene pinta de haber alguna casa por aquí cerca.–No, no parece que haya.–Ya, será mejor que demos la vuelta.–Sí, volvemos donde la piedra y vemos donde esta el error.–Tú y tus atajos.Aquel lugar empezaba a ser igual miraras donde miraras y eso me pre-

ocupaba bastante, aunque preferí mantenerme callada pues a Luis no lesentaría muy bien.

Llevábamos una hora andando y por allí no aparecía señal de vida, nisiquiera de la roca, yo seguía en silencio pero mi experiencia me decía quenos habíamos perdido.

Luis se sentó en el suelo con las manos en la cabeza y los ojos cerrados,yo mirándole le pregunté:

–¿Qué te ocurre?–¿Ves aquellas rocas?–Sí.–Esta es la segunda vez que las veo.Después de unos segundos de silencio y con cuidado dije:–Entonces significa que andamos en círculos ¿no?–Sí –contestó de forma rotunda y con la mirada clavada en mí.Aquella era la confirmación de mis sospechas, pero sentaba aún peor

pensar lo cerca que estaba Kurna y sobre todo los templos.

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Llevábamos media hora intentando encontrar una respuesta y me pusea hacer un mapa en la arena, el cual me ayudó a deducir que teníamos queir al sur, pero ¿cómo saber donde estaba el sur? Esa era la gran pregunta.

Luis observándome preguntó:–¿Qué haces?–Averiguando que tenemos que ir al sur.–¿Segura?–De la dirección sí, de hacia donde, ni idea.–Se puede saber por el sol –dijo después de una pausa– déjame pensar.Estuvo dos minutos en silencio mirando a su alrededor y observando

el reloj cuando señalando con el dedo dijo:–¡Por allí!–¿Seguro?–Sí.Con una sonrisa en la cara y tomando todo aquello con buen humor

pusimos rumbo en la dirección correcta.Íbamos con tranquilidad y sin prisa alguna pues el sol empezaba a

estar en lo más alto y en aquel lugar había que tenerle muy en cuenta, ade-más, Luis dejo la reserva a manos de John y Juan y a las chicas con una lla-mada de vez en cuando bastaba, razones suficientes para tomarnos todo eltiempo del mundo para nosotros dos.

Habíamos andado durante un buen tiempo y nos paramos en unapequeña sombra para descansar y comer un poco, cuando, al mirar al hori-zonte pude reconocer las primeras casas.

Con la boca abierta y preparada para dar un sonoro grito a Luis y avi-sarle de mí avistamiento, comprobé al mirarle que dormía placidamente, consu apariencia de niño pequeño soñando con el país de los dulces, aquello lógi-camente me impedía despertarlo y me quedé observándolo mientras dabagracias por tenerlo a mi lado.

Habiendo caído también en los brazos de Morfeo fui despertandopoco a poco con la sensación de estar siendo observada. Al abrir los ojos via Luis observándome y me dijo:

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–Estás tan hermosa al dormir que me dio pena despertarte.–Pues tenías que verte a ti, pareces un bebé.Luis con una sonrisa enrojecida siguió:–Tengo buenas noticias.–Ya, se ven las primeras casas ¿no?–¿Lo sabías?–Sí, te dormiste antes que yo.–Será mejor que sigamos.En poco tiempo nos encontramos en la zona habitada, aunque no

tenía la menor idea de a qué altura habíamos salido; pero daba igual, despuésde todo sólo quedaba seguir la carretera.

Alcanzado el preciado asfalto y con rumbo a Medinet-habu continua-mos andando sin perder detalle, como periodista que fui, de todo aquelloque nos rodeaba.

Unos cuantos pasos más adelante había una tienda de artesanía conalgunos de sus artículos hechos a mano por ellos mismos expuestos fuera.Me acerqué a la misma para observar y posiblemente comprar algo.

La tienda era pequeña pero muy coqueta y con gran iluminación, teníatodo tipo de bisutería, adornos y útiles. Estaba atendida por un ancianode apariencia agradable y aún mayor simpatía, pero con un problema, sólohablaba árabe, por eso tuvimos que recurrir al método del mimo.

Después de una hora dedicada a comprar un par de collares, una figurade Osiris y otra de Bast salimos de la pequeña tienda para ponernos en cami-no. Según avanzábamos íbamos dejando a mano derecha el templo de Tut-mosis III, sexto rey de la dinastía XVIII y predecesor de la reina Hatchepsut.

Poco después y en el lado contrario estaba el famoso Rameseum, tem-plo funerario de Ramses II, faraón de la dinastía XIX y erguido junto alpequeño templo de su madre Tuya, en el siglo XIII a.c. como podéis ima-ginar entre la curiosidad de Luis y mi entusiasmo no pudimos resistir latentación de echar un vistazo mientras le contaba su historia a Luis.

Acabada la visita rápida y de nuevo en la carretera me di cuenta queaquel camino se estaba convirtiendo en una auténtica tortura para mí, pues

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cada dos pasos encontrabas un nuevo templo, el problema era claramenteque no podíamos pararnos en todos pero mi tortura fue compartida con Luisal no poder callarme un momento.

Una de las veces, entre el templo de Tutmosis IV y el de Merentah, yoseguía hablando cuando vi a Luis mirándome con una sonrisa irónica y lepregunté:

–¿Por qué me miras así?–Después de un suave movimiento de ojos dijo:–Pareces una niña pequeña en el país de la fantasía.Le respondí con un rojo intenso en mis mejillas:–Ya, muy gracioso, si no quieres que te cuente nada más sólo tienes que

decirlo.–Oh no, al contrario, me encanta.Sin terminar la conversación llegamos al cruce donde podías elegir

entre ir a Deir el-medina o valle de las reinas y Medinet-habu, este últimolo teníamos bastante cerca y la noche empezaba a llegar lo mejor era bus-car un lugar donde dormir. Llevábamos más de media hora dando vueltaspor la zona sin suerte alguna, cuando, en una de las casas vimos a un hom-bre sentado placidamente en la puerta, nos acercamos a él y le preguntamospor un sitio donde pasar la noche, claro que todo basado en mímica, élmuy amable nos cedió un pequeño camastro en su vieja casa.

Dormimos bastante bien y desayunamos aún mejor, aquella familiade cinco miembros nos ofrecieron lo poco que tenían y yo no podía irmede allí sin devolverles el favor de la mejor manera que podía, con dinero.

Y por fin llegamos al templo funerario Medinet-habu, el mejor ejem-plo de la arquitectura del imperio nuevo realizado por Ramses III, en ladinastía XX. El emplazamiento era un lugar santo, pues allí fueron enterra-dos los miembros de la ogdoada (las ocho deidades también llamadas «lasalmas de Thot» que engendraron la luz del horizonte) y era una de las para-das en la hermosa fiesta del valle.

En esta ocasión fue Luis quien preguntaba por todo aquello que veía,siempre y cuando no me encontrara absorta al estar entre aquellos muros.

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Después de un buen tiempo recorriendo el templo nos pusimos encamino de nuevo, esta vez rumbo al Nilo, pasando antes por los colosos deMemnom.

Llegamos rápidamente a los colosos, dos estatuas sedantes del faraónAmenhotep III, las cuales me apenaron bastante al ver su mal estado. Alparecer un seísmo en el año veintisiete destruyó parcialmente el busto sep-tentrional. Al salir el sol las grietas se dilataban provocando un sonido simi-lar a un llanto, este fue acallado en el siglo II d.c. con su restauración.

La zona estaba llena de gente proveniente de todas partes del mundoy como resultado cientos de vendedores rodeando a los turistas en unintento de hacer la venta del día. El medio día nos había alcanzado y con élun calor abrasador que te obligaba a buscar una sombra y convertía tumayor deseo en una ducha fresca.

Cuando llegamos al siguiente pueblo paramos a comer y descansar.Según nos informamos, la orilla del Nilo estaba a kilómetro y medio y seríamejor recorrerlo una vez hubiera bajado el calor.

Tal y como pensamos a eso de las cinco de la tarde nos pusimos en mar-cha, una vez pasamos el cruce comprobamos que aquel camino tenía mássombras que los anteriores.

Y por fin, después de nuestra larga caminata y habiéndonos alcanzadola noche, llegamos al río Nilo. Desde la orilla se podía ver el templo deLuxor iluminado por los focos y las luces de la ciudad que iluminaban la ori-lla haciendo de esta una imagen digna de estampa.

Podíamos haber dormido en una cama y cenado tranquilamente convajilla y cubertería pero ¿cuántas veces íbamos a tener la oportunidad deaprovechar una noche espléndida a orillas del Nilo? En ese momento pen-samos por lógica: «casi nunca». Pero más tarde comprobaríamos que nosequivocábamos.

Desde primeras horas de la mañana –a las cinco empieza a amane-cer– las gentes de la zona ya estaban en sus trabajos y labores cotidianas, loque suponía no poder dormir al estar en la zona más visible.

Cerca de nosotros había varias barcas con sus dueños cerca, nos acer-

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camos a ellos y con suerte y la simpatía de la gente encontramos a uno quedominaba el español y en menos de una hora nos encontramos de nuevo enLuxor. Como era de esperar nuestro barco había zarpado con casi todasnuestras pertenencias, aunque con el tema del dinero ocurría al contrarío.

Luis completamente convencido dijo:–Es el momento de buscar la estación de tren o algún medio de loco-

moción para ir a...–¡Ningún lado!–¿Cómo?–Luis, no me voy de Luxor sin haber visto antes Karnak.Él respondió con ironía:–Ya, ¿cómo he podido olvidar algo así?–Ja, ja, necesitamos un mapa de Luxor. A pocos metros hay un hotel,

lugar perfecto para conseguir un mapa y enterarnos de la salida de trenes aAswan, entre otras cosas.

Según entramos fuimos directamente al mostrador de información,allí una muchacha simpática y amable nos dijo que los trenes a esa ciudadsalían cada dos horas y por eso no era necesario reservar billete. El prime-ro del día salía a las ocho de la mañana y el último a las seis de la tarde lo queprovocó una pequeña discusión, la cual acabe ganando gracias a la posibi-lidad de dormir en una cama.

Habiendo reservado habitación y con todo lo necesario nos dispusimosa conocer la ciudad, cuando me paré en seco al darme cuenta del olvido deun pequeño detalle.

Luis se acercó a mí y preguntó:–¿Qué ocurre?–Llevamos varios días sin llamar a las chicas, deben estar preocupadas.–No lo creo, pero de todas formas será mejor que llames.Me resultó difícil conseguir que contestaran pero al final fue Susana con

quien hablé:–¿Sí?–Susana, soy Raquel.

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–¡Raquel! ¿Qué pasa? ¿Tan bien os lo estáis pasando que os olvidáis dellamar?

–Sí, lo estamos pasando bien, pero no hemos podido llamar.–¿Y eso?–Nos perdimos–Ya.–Es cierto, incluso perdimos el barco, pero no importa iremos por

nuestra cuenta.–¡Muchacha, tú debes ser gafe!–Sí es posible, pero bueno así es más divertido.–Y cuéntame ¿qué pasó?Después de una larga conversación contándole todo lo ocurrido y

advirtiendo que no se preocuparan si tardábamos en llamar colgué, ya no pormí si no por Luis, estaba al borde de la desesperación.

El templo de Karnak estaba tan solo a quince kilómetros, distanciaideal para ir paseando, no sin antes hacer una pequeña parada por el museo,pues estaba tan solo a unos pasos.

Cuando quisimos llegar a Karnak habían pasado más de dos horas,pero teníamos claro que aquélla ciudad era más cautivadora de lo que espe-rábamos.

El templo de Karnak, una de las construcciones más emblemáticas yconocidas de hoy en día y en la cual teníamos que esperar en una larga colapara coger las entradas.

Una vez dentro pasabas por la avenida de las esfinges o camino decarneros que en la antigüedad unían los templos de Karnak y Luxor, eranrecorridos en diferentes fiestas como la hermosa fiesta del valle donde se ren-día culto a los antepasados, ese día el mundo de los vivos y el de los muer-tos se unían.

Luis, como de costumbre, empezó a preguntar:–¿A quién está dedicado?–Especialmente a Amon y su familia, Mut y Jonsu.Pasado el primer pilono seguí diciendo:

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–Allí tienes las capillas que Seti II mandó construir a la tríada tebanaAvanzamos lentamente para no perder el mínimo detalle, pero al llegar

a la sala hipóslita nos quedamos impresionados con sus más de ciento trein-ta columnas en forma de papiro y los relieves obra de Seti I y Ramses II.

Después de llegar hasta el lago y ver el escarabajo sagrado que hizoconstruir Amenhotep III, fuimos a ver cada rincón del enorme templo,incluido el obelisco al cual costaba encontrar un pequeño pasillo para poderacercarse del todo a él. Salimos de allí sin poder evitar imaginarnos comosería aquello en la época de los faraones.

Había pasado la mañana rápidamente y decidimos volver al hotel acomer algo y descansar antes de ver el resto de la ciudad.

Pasamos toda la tarde recorriendo cada rincón de aquella hermosaciudad, donde se entremezclan la modernidad de los hoteles con la antigüe-dad de los templos. Posiblemente sea cosa mía y de mí pasión por aquellatierra pero allí se podía percibir algo especial que lo hacía diferente a lasdemás, como si parte de la antigua Tebas perdurara todavía en cada rin-cón.

Al anochecer nos sentamos en de las terrazas de un pequeño barrio, conun té y una shisa o pipa, conocida en España como cachimba, y de la mane-ra más sencilla acabamos haciendo amistad con la gente de allí a la vez quecompartíamos nuestras experiencias.

El tiempo pasó rápidamente y muy a pesar nuestro tuvimos que des-pedirnos de nuestros nuevos amigos y volver al hotel tras conseguir un taxi.

A la mañana siguiente nos costó mucho levantarnos a causa de cuan-to trasnochamos, mientras Luis pedía el desayuno me di una ducha conagua casi fría para despejar mi cabeza.

Después de preparar todo y hacer los pagos correspondientes, las mis-mas personas del hotel nos prepararon un coche que nos llevó hasta la esta-ción de tren rápidamente, demasiado para mi gusto pero perfecto para Luis.

Al llegar a la estación comprobamos que únicamente había un par demuchachos y una anciana en la ventanilla para recoger los billetes. Queda-ban quince minutos para la salida del próximo tren, en teoría tiempo sufi-

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