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EL TEJER · Es lo que suscitaba Sartre en A puerta cerrada o Las manos sucias, o Malraux con sus heteróclitos personajes. Atrozmente se ha comprobado que restos de goce

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RicaRdo Saiegh

EL TEJER EXISTENCIAL

Notas sobre La Condición Humana

Índice

Fuentes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .7

I. Lo que atañe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

II. Legados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

III. Conjeturales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43

IV. Campos existenciales . . . . . . . . . . . . . . . 57

V. Construcciones analíticas. . . . . . . . . . . . . . 79

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Fuentes

Las notas que siguen provienen de diversas fuentes: de un conjunto de ensayos publicados como Enigmas del inconsciente (Quantor ensayos, 1995); de unos coloquios interdisciplinarios cuyos textos fueron recopilados en Fronteras de la Interpretación (Quantor ensayos, 1998); de exposiciones en la Fundación Psicoanalítica/Madrid 1987, en la asociación Après-coup de New York y en la Escuela Freudiana de Buenos Aires; de presentaciones en las Jornadas de Clínica Psicoanalítica en España; y de intercambios en diversos conjuntos de investigación.

A continuación menciono textos que he publicado previamente a los cuales remito en diversos pasajes:

• L’interprétation de l’inconscient et ses paradoxesdans la clinique psychanalytique, en La directionde la cure depuis Lacan, Point Hors Ligne, Paris,1994.

• Enigmas del inconsciente, Quantor ensayos,Madrid, 1995.

• Vinculaciones sociales paradójicas, FondationEuropéene pour la Psychanalyse, Bruxelles, 1996.

• Symptômes et temps des structurations, id., Berlin, 1998.

• L´exil en héritage; Effets de l´exil entre générations,Hôpital de la Salpêtrière, Paris, 1998.

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El tEjEr ExistEncial

• Fronteras de la interpretación, Quantor ensayos,Madrid, 1999.

• Soledad, Rosa, Talía. “La Clínica Lacaniana” Nº3,2000.

• Ressuscitation du tissage existentiel, Estados Gene-rales del Psicoanálisis, París, 2000.

• “El tejer existencial”, Congreso de Convergencia,Paris, 2000.

• The existencial fabric en la web de après-coup, NewYork, 2001.

• Letter to après-coup, id. 2001.

Adenda

Hace ya una quincena de años, por el 2001, se me presentaron los síntomas de lo que la neurología diag-nostica como Enfermedad de Parkinson. Luego, efecti-vamente, ha seguido su curso inexorable con afectación progresiva de la motricidad, dificultad creciente en la marcha y otros males.

En esas circunstancias tuve que reducir paulatina-mente mis compromisos asistenciales con los analizantes volcando mi praxis analítica en labores de supervisión, investigaciones conjuntas y transmisión, principalmente en unos seminarios anuales sobre el tejer existencial, en el cual participan además de psicoanalistas, profesionales de otros campos, singularmente de la arquitectura y de las ciencias sociales.

Los apuntes y textos que siguen son fruto de esas labores.

Y decisivamente de un coloquio sobre estructura y tiempo, que tuvimos en Madrid con los colegas partici-pantes en dicha investigación, en junio del 2015.

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FuenteS

Al principio para ilustrar esos seminarios y luego “por vocación”, he ensayado construir objetos, artilugios, escul-turas, dibujos y otras producciones que he dado en llamar materiales para la construcción. Fueron motivo de una exposición en la Fundación Psicoanalítica/Madrid 1987, que están presentadas en unos vídeos subidos a youtube1.

Lo que allí no está –porque aún es un enigma– es en qué medida esa labor interactúa con las conjeturas que siguen y con las circunstancias que me impulsaron. Sí puedo decir que resultaron intentos fecundos para explorar lo singular de lo universal, lo heraclíteo, es decir lo constante de lo mutante y la potencialidad de la materia-tiempo.

El artículo de mi buen amigo Daniel Paola en Imago, “Los bordes de la cuerda”, revela bien los desfiladeros por los que transitamos.

1. www.youtube.com/watch?v=liNuJgkr68Y.

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I

Lo que atañe

“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que lo tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irremediablemente hacia el futuro, al cual da la espalda mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso”.

w. benjamin

Tesis sobre filosofía de la historia

El fulgurante texto de W. Benjamin –bordeando lo inasible, en la frontera de lo inaudito–, expone algunas de las cuestiones que, en el torbellino de la historización y

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desde la praxis analítica, me atañen y convocan. Son inte-rrogantes sobre las paradojas del amor, la sexualidad, lo familiar, el progreso, lo que nos salva y lo que nos hunde.

Así nos conciernen las repercusiones de lo traumático; los inciertos efectos de los encuentros; los avatares de la memoria; los destinos de la angustia que provoca temores e inhibiciones o –en otras circunstancias–, resucita el deseo e impulsa la recreación.

Cuestiones complejas –pero difíciles de soslayar– en conexión con las que llegan de los antiguos actos de simbo-lización –pactos, acuerdos, contratos– que, en situaciones críticas, son actualizados o quedan preteridos.

Si de los textos que comentaré, “Más allá del principio de placer” de Freud (1920) tiene las huellas de la gran guerra, y los de Lacan sobre las monedas y los presos llevan la marca de la segunda guerra y del exterminio nazi, eso no es anecdótico. En Más allá... advierte Freud sobre la gravedad de las neurosis traumáticas debido al debilitamiento y destrucción de las operaciones anímicas.

Las operaciones que hacen a la condición humana, en tanto construcciones conjuntas que requieren varios tiempos, cuando se presentan como perentorios juicios sumarios, resultan crueles y tramposas ordalías que provocan cataclismos. Es lo que se constata en las situa-ciones que cuestionan la identidad y ponen a prueba la condición: impulsan la recreación de los lazos discursivos, sexuales, de filiación o –cuando domina la desespera-ción–, provocan parálisis, disociaciones, automatismos, pudiendo sobrevenir el colapso.

Al respecto, en el conocido acertijo de Lacan del tiempo lógico, el director de una prisión cita a tres presos a los que comunica que debe poner en libertad a uno y para decidir a cuál les propone una prueba: volveré sobre eso.

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lo que atañe

Pero en el mismo texto el autor pregunta si esa conclu-sión salvadora puede ser alcanzada en la experiencia, e incita a investigarlo.

Hasta donde he explorado con otros colegas, habitual-mente no salen: aparecen inhibiciones, reacciones para-noides, precipitaciones y violencias inusitadas.

En correspondencia son reveladoras las investiga-ciones de Stanley Milgram sobre las respuestas a una orden –“experimental”–, de causar tormentos a otros para lograr ciertos objetivos: comprobaba la tendencia a realizar los actos más crueles por motivos de “eficiencia”. Hay películas –como El experimento–, referidas a esas investigaciones.

Sin embargo, en el despliegue temporal de esas pruebas –o en el dilema del prisionero o en las teoría de juegos de von Newman o de Nash–, hay algo más a tener en cuenta: en las reiteraciones persisten las respuestas paranoides o se modifican. Lo cual confluye con los hallazgos freudianos sobre el après-coup y con las escan-siones en el tiempo lógico. Remite a los debates sobre la experiencia, los avatares de la memoria –fuente de lo más digno y también de lo mas funesto.

Antes del tiempo lógico, Lacan había escrito sobre las vinculaciones entre lo especular, lo paranoide y lo social. Así en Más allá del “principio de realidad” (1936) señala que el primer signo de sumisión a lo real que aparece en Freud, consistió en reconocer que el mayor número de los fenómenos psíquicos del hombre se relaciona con una función de vinculación social. Y en otro texto del 45, en La psiquiatría inglesa y la guerra comenta las experien-cias de Bion y Rickman sobre la constitución de conjuntos operativos con sujetos “difíciles” en las cuales, con crite-rios analíticos, propiciaron una cohesión basada en la

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intersubjetividad antes que en la masa disciplinada por un mando.

Transitar por esas encrucijadas lleva a repasar los debates sobre la llamada condición humana.

Las contadas investigaciones sobre lo social que toman en cuenta esas cuestiones son de valor.

Por ejemplo las de la Escuela de Frankfurt o los debates del Collège de Sociologie (1937-1939) promo-vido por Bataille, Caillois, Leiris y al que concurrieron Benjamin y Lacan entre otros, fueron precursores al abordar la sociología de lo sacro; las imbricaciones de la sexualidad, la locura y la muerte; lo comunitario; el amo y el esclavo; las fraternidades; lo sacrificial; los dioses oscuros; el nazismo.

En años más recientes, desde distintas perspectivas, textos como los de Zigmunt Bauman, en Modernidad y Holocausto, los de Giorgio Agamben en Homo Sacer o los de Enzo Traverso en La Historia desgarrada, analizan de modo implacable las congruencias entre barbarie y razón. Es lo que suscitaba Sartre en A puerta cerrada o Las manos sucias, o Malraux con sus heteróclitos personajes.

Atrozmente se ha comprobado que restos de goce parásito pueden exacerbar superyoicos imperativos sacrificiales: “Hay algo profundamente enmascarado en la crítica de la historia que hemos vivido: el drama del nazismo, que presenta las formas más monstruosas y supuestamente superadas del holocausto. (...) ese resur-gimiento, por el que se revela que la ofrenda a los dioses oscuros de un objeto de sacrificio es algo a lo que pocos sujetos pueden no sucumbir en una monstruosa captura. La ignorancia, la indiferencia, la desviación de la mirada, puede explicar bajo qué velo sigue todavía oculto ese misterio. Pero para cualquiera que sea capaz de dirigir,

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lo que atañe

hacia ese fenómeno, una valerosa mirada –y, una vez más, poco hay de seguro para no sucumbir a la fascina-ción del sacrificio en sí mismo– el sacrificio significa que, en el objeto de nuestros deseos, intentamos encontrar el testimonio de la presencia del deseo de ese Otro que aquí llamo el Dios Oscuro” (J. Lacan, 24-6-64).

Luego, si postulamos que nada humano nos es ajeno, en coherencia, cuando algo humano se vuelve extraño corresponde –más allá de los lamentos–, analizarlo.

Si algo suena porque está agrietado y por allí se oye lo clamoroso, para no escucharlo habría que imitar al personaje que, en un cuento de Freud, quería desculpabi-lizarse al devolver un caldero agujereado aduciendo que el caldero en ese momento no está agujereado, que ya estaba así antes de que lo usara y, por último, que nunca se lo habían prestado. Sin embargo lo pendiente resiste e insiste como en los versos de León Felipe:

mientras esa cabeza rota existade aquí no se va nadie. Nadie.Ni el místico ni el suicida.Antes hay que deshacer este entuerto,antes hay que resolver este enigma.Y hay que resolverlo entre todos,hay que resolverlo sin cobardía, sin huircon unas alas de percalinao haciendo un agujero en la tarima.

Pero la “moraleja” que concluye en que el hombre es el lobo del hombre por lo que hay que poner encima un monstruo mayor –Leviatán–, que haga de los lobos corderos y... santas pascuas, es controvertible.

Lo es, en primer lugar, desde las propias fuentes: el

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texto primigenio en la obra de Plauto Assinaria, lo que transmite no es una sentencia lapidaria sino una lúcida ética: lobo es el hombre para otro hombre, no hombre, cuando no reconoce al otro [Lupus est homo homini, non homo, quom qualis si non novit].

Desde allí Symmacus, (s.V, Epístolas) lo recrea y escribe: El hombre es un dios para el hombre, si hace su oficio [Homo homini deus est, si suum officium sciat]. Es decir, condición en función del reconocimiento del reco-nocedor.

Luego Francis Bacon lo articuló con la justicia: por la justicia el hombre es un dios para el hombre y no un lobo [Iustitiae debute quod homo homini sit deus non lupus].

Receptor de esas corrientes, Thomas Hobbes al presentar De Civi (1651) afirma que ambos decires son verdaderos [To speak impartially, both sayings are very true; That Man to Man is a kind of God; and that Man to Man is an arrant Wolfe]. Sintetizando, John Owen, en Epigrammata, sitúa la encrucijada: Homo homini lupus / homo homini Deus.

Tal vez, en lugar de perfeccionar la definición de una pretendida naturaleza humana cabe actualizar el prin-cipio antiguo que sostiene que degenera aquello que llamado a su reconstrucción no lo hace. Implica atra-vesar el cúmulo de dilemas morales para acceder a la premisa ética: no hacer lo que corresponde, omitir simbo-lizaciones y reconocimientos, precluir la palabra, puede desencadenar lo peor.

Otra vez valen las palabras del poeta León Felipe: “¿Cuándo enloquece el hombre? ¿Cuándo se pierde el juicio? Respondedme, loqueros, relojeros”. Los interpe-lados callan y es el poeta quien sostiene: cuándo es cuando se cambian las funciones del alma y los resortes del cuerpo.

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lo que atañe

Siguiendo, cuándo es cuando la indiferencia, el no ha lugar, expresan el rechazo a la simbolización. Cuándo es cuando la repulsa de lo inaudito, la aversión por lo extraño, llevan a recusar el decir y a detestar lo interdicto.

Lacan, al encontrar en Freud el término verwerfung y conceptualizarlo como forclusión, brinda una clave ética para investigar las locuras pero también las otras para-dojas de la existencia. Es reveladora la correspondencia entre forcluir, precluir y preterir [excluir a alguien o algo al distribuir o aplicar una cosa, tal como un reconoci-miento; no mencionar en un testamento a los herederos forzosos, ni para incluirlos ni para excluirlos; circuns-tancia de no existir pero haber existido. M. Moliner] más el cortejo que los acompaña: repudios, aversiones, igno-rancias, omisiones, inhibiciones, anonimatos y anomias. [Inhibitio: detener, impedir. Inhibere equos: refrenar los caballos; inhibiere áliquem, detener a alguien; ímpetum inhibere, detener el ímpetu. Y en el sentido de ejecutar: imperium inhibere, ejercer la autoridad; supplicium alicui inhibere, infligir un suplicio. Deriva de ello, “cerrar una causa”; “suspender una función”].

Por supuesto, cuando se colapsa la existencia y se extingue el deseo se reabre la cuestión de la causa.

Resulta que lo que popes como Popper exigen para la ciencia, la falsación o refutación, ocurre de hecho. Pero además la exigencia es mayor: lograr la confirmación a través de la reconstrucción y la transmisión.

Al explorar el sustrato del que surgen los desastres se puede hallar una concatenación funesta: como “reacción” ante hipocresías y abyecciones se instalan renegaciones de lo constituyente. Lo cual deriva en mórbidas aliena-ciones. En Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis Lacan se extiende en la paradoja de la

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alienación: “Por metafísica que parezca su definición, no podemos desconocer su presencia en el primer plano de nuestra experiencia. (…) (Es) el callejón sin salida dialéc-tico del alma bella que no reconoce la razón misma de su ser en el desorden que denuncia en el mundo. (...) Alienado en la supervivencia, llenará sus ocios con todos los atrac-tivos. (...) (Lo que) le dará ocasión de olvidar su existencia y su muerte, al mismo tiempo que de desconocer en una falsa comunicación el sentido particular de su vida. Aquí es un muro de lenguaje el que se opone a la palabra. La semejanza de esta situación con la enajenación de la locura es auténtica, a saber que el sujeto en ella, mas que hablar, es hablado”.

Son frecuentes los relatos en los que el parentesco, lo sexual, lo social, resultaron horribles infiernos por los que se evita volver a pasar: “el trabajo embrutece”, “el amor es un engaño”, “la familia es una cárcel”, “el pueblo es un infierno”. Y, sin duda, si trabajo quedó secuestrado en los campos de exterminio; si familia y tradición son órdenes blandidas en estandartes ignominiosos; si el recurrir a lo popular es el subterfugio de las peores abyec-ciones, parece incontrovertible que se trate de evitarlo. Pero puede llevar a lo peor eludir los peligros anulando lo existencial. Es fácil constatar cuántas catástrofes ocurren por tratar de evitarlas. Entonces, oponer a las soluciones totales y finales otras más totales y finales, es hacer de comparsa; y cuando al llamado mal absoluto se lo enfrenta con el bien absoluto, se lo alimenta.

Desde esas escuetas referencias, retomo los interro-gantes iniciales sobre los destinos del amor, lo familiar, la sexualidad, lo traumático para considerarlos como para-dojas inherentes a las operaciones que he dado en llamar el tejer existencial sobre lo cual volveré. Esas operaciones

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lo que atañe

estructurantes –en varios tiempos–, producen tejidos pulsátiles que laten en lo singular de lo universal y en lo constante de lo cambiante. Son estructuras hechas de nexos entre diversos tiempos –históricos, intergeneracio-nales, intersubjetivos, intrasubjetivos–, y entre funciones –discursivas, de sexuación y generación–, con las comple-jidades y contradicciones inherentes. Lo sitúo en conso-nancia con lo real como lo postularon Averroes, Spinoza ymás precursores: nexos entre los componentes, entre lostiempos, potenciaciones. Como en el río heracliteano: sibien no nos bañamos dos veces en el mismo río, ex-sistimosal volver a bañarnos, siendo los mismos y distintos, enun río que es el mismo y otro.

Como ya lo trasunta la etimología [exsístere], enfatizo que lo existencial remite a las posiciones en el acontecer, en correlación con lo que persiste e insiste en el deseo.

Jaako Hintika, en sus textos de lógica, comenta las conexiones de los cuantificadores existenciales con encon-trar y refiere que la expresión sueca det fins corres-ponde a existe e indica lo que se encuentra. A su vez E. Gilson destaca que la palabra árabe que significa existir proviene de una raíz que remite a encontrar.

“Nuestra investigación nos ha llevado al punto de reconocer que el automatismo de repetición (Wiederho-lungszwang) toma su principio en lo que hemos llamado la insistencia de la cadena significante. Esta noción, a su vez, la hemos puesto de manifiesto como correlativa de la ex-sistencia (o sea: el lugar excéntrico) donde debemos situar al sujeto del inconsciente, si hemos de tomar en serio el descubrimiento de Freud” (J. Lacan, La carta robada).

Luego, el criterio por el cual el valor del acto analítico viene dado por su contribución a las reconstrucciones del tejido existencial, es puesto a prueba cuando la condición

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en pregnancia –social, generacional, sexual–, convoca a revertir lo preterido; cuando recibir la herencia de lo exis-tencial requiere dialectizar y poetizar las aporías inhe-rentes a la condición humana: en tanto lo engendrado por la historización puede resultar un impedimento para proseguir o funcionar como impulsor, corresponde partir de la diferencia entre las lógicas de la subsistencia y las de la existencia.

Por lo expuesto, comprobar lo existencial conlleva un compromiso con la invención, es decir con ir hacia [invenire]. Sin embargo, cuando –como en el texto de Freud sobre lo siniestro–, intentando huir de una amenaza, reencontramos lo amenazador, eso resulta aterrador.

No requiere mucha agudeza constatar cuántas catás-trofes ocurren con las “mejores intenciones”. Lo advertía Walter Benjamin en 1933: “Nos hemos hecho pobres. Hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad, con frecuencia teniendo que dejarla en la casa de empeño por cien veces menos de su valor para que nos adelanten la pequeña moneda de lo actual. La crisis económica está a las puertas y tras ella, como una sombra, la guerra inminente”.

Atravesando el cúmulo de idealizaciones sobre el amor que obturan el camino, lo que ensayo exponer no tiene más pretensiones que resucitar algo tan antiguo como la conjunción del amor, el deseo, lo sexual, lo generacional y lo social.

Mas eso tan sencillo, como decía un viejo chiste, cuando ocurre, más que pecado, es misterio o milagro.

Considerar las llamadas funciones paterna, materna, filial y el acto constituyente como operación de opera-

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lo que atañe

ciones, compromete no sin dificultad. Es un hallazgo de experiencia, que la irrupción de un hijo, un padre, una madre, una mujer, convoca a reabrir la causa.

“Al comienzo era la vuelta a empezar: éste es el nuevo evangelio que, pensando en Nietzsche y aceptando todas sus consecuencias, propondríamos para susti-tuir al antiguo, sin por lo demás perder de vista que el antiguo ya lo afirmaba (¿cómo, si no?), en la medida en que la palabra, aunque fuese la del origen, es la fuerza de la repetición, la que nunca dice: una vez por todas, sino otra vez más, eso ha tenido lugar una vez y tendrá lugar una vez más, y siempre de nuevo, de nuevo. De donde la inmensa carcajada que es el estremecimiento del universo, la apertura del espacio en su seriedad y el humor divino por excelencia” (Maurice Blanchot, La risa de los Dioses).

Concluyendo, por ahora. Escribía Freud que la coincidencia de investigación y

tratamiento en el trabajo analítico es sin duda uno de los títulos de gloria de este último. Mas seguir esos derro-teros no es baladí, como ya lo indica la etimología de esa palabra: investigar viene de ir tras los vestigios, encon-trar huellas, descubrir trazas, rehacer trayectos.

En tanto son trazos que hacemos y nos hacen, no se ofrecen a una fácil lectura. El obstáculo principal estriba en que como son marcas producidas y escritas en el tiempo del acto conjunto, mal pueden leerse detenidas y en un solo elemento.

Son cuestiones ancestrales como las que interrogaban cómo leer las marcas de la gacela en la roca, del navío en la mar, las nubes y el arco iris en el firmamento, de los pájaros en el cielo. Y también las recónditas escrituras de la muerte en la vida, de la vida en la muerte, de los

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padres en los hijos y los hijos en los padres, del hombre en la mujer, de la mujer en el hombre, del lector en el texto: la con-dición humana.

Abordar sencillamente lo complejo, decir sin opaci-dades y sin ambajes las proposiciones principales, es un propósito que suscribo, aunque las dificultades son evidentes. Acorde con la transmisión de experiencias cuyas dificultades sitúo en las raíces del término –ex-periencia–, que remite a un acaecer bordeando límites y fronteras.

En palabras de Walter Benjamin, articular histórica-mente lo pasado no significa “conocerlo tal y como verda-deramente ha sido”. Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relampaguea en el instante de un peligro.

Cuenta la historia que Mark Twain remitió un tele-grama al periódico que había anunciado su muerte donde puntualizaba: noticia del deceso muy exagerada. Es recor-dado por Freud para añadir: matar diciendo es un avance comparado con matar callando.

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II

Legados

“¿Cuál es la relación entre esto y el psicoanálisis? (...) No me he aventurado en esto por nada (...) la preeminencia del tejido es esencialmente lo que se necesita para valorar la tela de un psicoanálisis (...) lo Real es el tejido. Entonces, ¿cómo imaginar ese tejido? (...) No hay nada más difícil que imaginar lo Real; allí parece que giramos en círculo y que en ese asunto del tejido, lo Real se nos escapa, y debido a eso tenemos la inhibición...”.

Lacan, 8-5-78

Intento rastrear los actos de simbolización constitu-yentes en los mitos y tradiciones donde se encuentran matrices de las operaciones conjuntas y en varios tiempos que hacen a la condición humana y generan existencia.

Por ejemplo en los mitos de Belerofonte, Perseo, Teseo, Jasón o Ulises, el reconocimiento de la condición impli-caba, antes que responder con un saber a una pregunta, descifrar con la existencia el enigma de la Quimera, la cabeza de Medusa o el Minotauro. Son epopeyas en las cuales lo que inicialmente se presentaba como un desafío personal, deviene una recreación. De ese modo logran revertir –en conjunción con otros concernidos–, el fatídico

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designio de morir al nacer. Designio que cada uno lleva escrito pero pendiente de ser leído.

Ocurre explícitamente en el mito de Belerofonte, el cual aunque era portador de unas tablillas ordenando su muerte, logra atravesar con valor la prueba de la Quimera afirmando su coraje al descubrir la sexuación y suspender así la condena. Luego tuvo dificultad para acceder a la sabiduría, tal vez por un entuerto legado por su padre quien, por amor a las yeguas, las había alimen-tado con carne humana, con lo cual se volvieron locas y lo destrozaron.

Por otra parte, en esos mitos las pruebas van más allá de las apariencias confirmando que las estructura-ciones requieren atravesar el peligro de quedar atrapado por lo escópico. Eso se manifiesta de modo singular en el combate de Perseo con Medusa cuyo poder consistía en petrificar con la mirada. Pero con la ayuda de los media-dores e inventivos recursos que exceden la mirada, logra cortarle la cabeza a la medusa.

A su vez, las sutiles conexiones de las construcciones y los tejidos en el torbellino de la historia se despliegan de modo ejemplar en el mito de Teseo, singularmente en el pasaje por el laberinto –construido por Dédalo bajo tierra–, donde vivía el Minotauro, monstruo que se alimentaba de carne humana y al que dio muerte. Luego, sujetado por el hilo de Ariadna, logró rehacer el trayecto.

En cuanto al modo como Jasón pasa la prueba del vellocino en conjunción con los argonautas –al modo del tiempo lógico–, sin delegar su responsabilidad singular reafirma que la condición se construye con y a través de los otros.

Por caminos diversos, los sujetos de esos mitos epopé-yicos coinciden en no responder a los enigmas desde un

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legadoS

saber previo sino reconstruyendo los nexos. Invita a una lectura crítica del mito edípico para descubrir las consecuencias de sofocar el enigma con un saber (Jean Joseph Goux).

En unos encuentros memorables, Angel Sáenz-Badi-llos, filólogo hebraísta con quien compartimos valiosos coloquios sobre la interpretación, fundamentó el criterio por el cual algo decisivo se dirime en lo que ocurre entre un enigma y una cita, y cómo eso viene de lejos. Lo ejem-plificó con diversos pasajes bíblicos como el siguiente: Propón un enigma y compón una parábola (Ez. 17, 2).

Siguiendo dichas excursiones tal vez el tejer existen-cial, puede corresponder también con las estructuraciones fundantes en los textos bíblicos.

Por ejemplo los pasajes del Génesis sobre la Alianza que involucran a YHVH, Abram, Sarai, Isaac, y resultan decisivos para sus contemporáneos y para otras genera-ciones.

Allí las pruebas requirieron que cada uno descubra la condición conjunta lo cual conllevaba construir los vínculos por la simbolización de la Alianza. De ese modo pasan a ser sujetos de las operaciones y tejidos discur-sivos, con sus cuerpos reestructurados por esos signifi-cantes y con las nominaciones resultantes del aconteci-miento. El nombre de la madre (de Sarai a Sara) pasa a llevar la indicación del acontecimiento; el del padre (de Abram a Abraham) marca el pasaje de progenitor a padre del conjunto; el del hijo Isaac remite a la risa resultante del encuentro; el impronunciable de YHVH se reconoce desde la actualización de sus atributos como Shadday, Elohim, Adonai.

Lacan en el seminario sobre La angustia, (15-5-63) al comentar esos pasajes bíblicos, aborda el sacrificio y su

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interdicción desde la dialéctica entre el goce, la angustia y el deseo. Allí, las hojas muertas de la ley y sus trágicas repercusiones; los sujetos de la Alianza y el recuerdo del compromiso, son algunos puntos vigorosamente tratados tomando como punto de partida lo que en la lengua bíblica llaman el shofar.

Luego de evocar los textos de Theodor Reik sobre el shofar y situar el lugar del sonido emitido a través de ese cuerno de carnero en ciertas conmemoraciones judías, señala que los que se procuren esa experiencia, habrán de atestiguar el carácter profundamente conmocionante, movilizante de ese momento que resuena por misteriosas vías de un afecto propiamente auricular que no puede dejar de alcanzar hasta un grado insólito, inhabitual, a todos aquellos que llegan a oír esos sonidos.

[Entonces el shofar suena treinta veces en tres moda-lidades: doce sonidos prolongados como señales de reconocimiento (tekiáh); nueve sonidos entrecortados (shevarim) como remembranzas (zikronot); nueve sonidos en trémolo como clamores de evocación (teruá). Luego en calderón, una extensa llamada singular (tekiáh guedolá) se distingue por una quinta sostenida. Evoca el reen-cuentro].

Comenta Lacan a continuación los versículos del Éxodo donde ocurre ese diálogo atronador entre Moisés y el Señor, enigmáticamente proseguido en una suerte de tumulto, verdadera tormenta de ruidos y el lugar del shofar que suena cada vez que se trata de refundar, renovar, repetir, rememorar, en algún punto de partida, periódico o histórico, el pacto de la Alianza. Tienen una función de remembranza de la Akedá, aquel momento preciso en que Dios para y consiente en sustituir a la

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legadoS

víctima, Isaac, por el carnero. Entonces pregunta: ¿no se plantea la cuestión de quién tiene que recordar? ¿Por qué pensar que son los fieles, ya que justamente acaban de pasar cierto tiempo de recogimiento alrededor de ese recuerdo? Considera que lo que se dirime es la actuali-zación y reescritura del acto constituyente. De ese modo sitúa la culpabilidad en una constelación que se sustrae de la fácil secuencia pecado-culpa-castigo o culpa-pecado-castigo. Reabre así el enigma ancestral causante de tantas desgracias y padecimientos: en clave analítica, “no vivimos nuestra vida sin ofrecer constantemente a vaya saber qué divinidad desconocida el sacrificio de alguna pequeña mutilación que nos imponemos, válida o no, en el campo de nuestros deseos”.

Efectos constatables en las apelaciones vanas, en la forclusión de la palabra de reconocimiento, de lo cual derivan imperativos del superyó, desechos y hojas muertas bajo la forma de las voces extraviadas de la psicosis.

Reparemos en las circunstancias en que alguien oye voces. Sean de amenazas, amores, celos o persecu-ciones; reclamos o acompañamientos. Varían de escan-dalosas a tácitas; únicas o polifónicas; ecos de voces o voces sustraídas; con sonidos humanos, del cosmos, de la tierra, de ultratumba, de la polis, del éter o de lo inson-dable. Invocativas, convocativas, revocativas o evocativas. ¿Qué indican? Cabría reducirlo a la fenomenología de las alucinaciones psicóticas en tanto efectivamente allí son expresión de goces devastadores. Pero las preguntas que suscita no quedan restringidas a las locuras en tanto confluye allí el complejo entretejido del llamar, el oír, el contestar, el recordar. Y por tanto lo decisivo que resulta la recepción y dialectización de eso que llega.

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En esas sendas, uno de los valiosos hallazgos de los mencionados coloquios interdisciplinarios sobre la inter-pretación fue la aportación de Montserrat Abumalham quien desde la filología judeo-árabe, expuso el entretejido entre lo dicho y lo por decir, lo escrito y lo por leer, como cañamazo donde se dirime el vínculo. Abordó la cuestión desde una parte de la gramática del hebreo bíblico, escrito en árabe, Kitab al-Luma’, de Yonah ibn Yanah, también nombrado Abu al-Walid, médico y gramático judeo-español de hace diez siglos, en el cual comenta el versí-culo del Génesis 22, 2 señalando que lo que escuchaba Abraham que le decía su Dios, podía, al recibirlo, remi-tirlo a diversas acepciones: hacer subir, alzar, elevar/u ofrendar, diferenciación que resultaba decisiva.

[Lo que suscita ibn Yanah en ese ejemplo es lo siguiente: junto a la preposición, la parte verbal de la palabra en cuestión consta de cuatro letras “wlh”, que a partir de su consideración como raíz trilítera, permite aceptar que dos no sean radicales –w y h– y por lo tanto que optativamente puedan excluirse. Eso admite su remisión a dos raíces, “wl” o “hl” con la consiguiente adscripción a distintos campos semánticos intersectados. En una forma causativa derivada de estar en alto, tiene la acepción de hacer subir. Mas en tanto ritualmente lo que se ofrece al Dios se alza por encima de la cabeza del oferente, hacer subir se puede extender al sustantivo ofrenda y a ofrendar].

Este ejemplo, tanto como el de Moisés o los reseñados acerca de los diversos destinos provocados por los modos de dar cuenta de los enigmas en los mitos de Edipo, Belerofonte, Jasón, Perseo, Teseo o Ulises enfatiza cómo la atribución de un régimen descriptivo, prescriptivo, normativo, o performativo a la frase, es decisivo; que en

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la dialéctica entre lo interrogativo, afirmativo, negativo, exclamativo u optativo, se dirime el devenir; que la asig-nación de un modo indicativo, imperativo, subjuntivo u otro a lo que llega, puede atemperar lo paranoide y modi-ficar lo preterido.

Agustín García Calvo analiza en distintos textos, cómo los subjuntivos y optativos eventuales o potenciales, son pasos intermedios entre los imperativos y los optativos.

Roman Jakobson, en Lingüística y poética, comen-tando la orientación hacia el destinatario, la función conativa y sus repercusiones en las oraciones impera-tivas, declarativas o interrogativas, evoca otros incitantes ejemplos. Recuerda lo que le relató un antiguo discípulo de Stanislavskij al cual el director le encargó que cons-truyera –para su audición–, cuarenta mensajes diferentes con la expresión segodnjavecerom [esta noche], a base de diversificar su tinte expresivo. El ejercicio consistía en que los oyentes tenían que distinguirlas sólo a partir de los cambios en la expresión sonora de esas dos palabras.

En otra oportunidad, en las investigaciones que reali-zaba sobre el ruso contemporáneo, solicitó Jakobson a un actor que repitiera la experiencia de Stanislavskij. Produjo entonces una cincuentena de situaciones, sobre la base de la misma oración elíptica, que expuso a la escucha de los participantes. Ejemplos elocuentes destacando que tal vez su mayor valor sigue radicando en la potencia-lidad que anida en el encuentro del sujeto naciente con el significante de la falta en el Otro primordial.

Volviendo al referido pasaje, el acto conjunto insti-tuyente de la Alianza es nombrado como kârat-berit. El diccionario bíblico refiere: Kârat: cortar, separar, diferen-ciar; determinar, decidir. Berit: pacto, promesa, alianza, compromiso, convenio, contrato. Es decir, cortar en tanto

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decidir un pacto, hacer un convenio, constituir una alianza. Añado que la Encyclopédie de la Pléiade indica que expresiones como kârat–berit para testimoniar el pacto entre las partes, aparecen en una tablilla cunei-forme del siglo XV a.C. hallada en Qatna; en uno de los textos hallados en Marí con testimonios hititas.

En otra vertiente, ese acto instituyente nombrado como kârat-berit, es decir, cortar en tanto decidir un acuerdo, son reveladoras las conexiones del karat hebreo con el kairos griego y sus correspondencias con el tiempo, el trenzado y el corte que junta. Sostienen distintos hele-nistas que kairos remite a momento propicio, tiempo decisivo, oportunidad, y también al trenzado. Puede venir del verbo keiro, cortar, de raíz indo-europea. Esta raíz, keir o kar se encuentra en hitita y en hebreo y podría conectar con el kârat bíblico. Luego, kairos y kârat-berit se hallan conexos con los momentos fundacionales en los que la palabra interdicta el sacrificio.

Eso confluye con las raíces del acto de simboliza-ción ya que etimológicamente remite a: arrojar junto con, reunir, aproximar, comparar, conjeturar, computar, evaluar, estimar, interpretar conjuntamente. Del griego “sumballein”: la preposición “sun”, con, en compañía de, con ayuda de, con la protección de, conjuntamente; y el verbo “ballein”, lanzar, tirar, arrojar, echar, poner, colocar, dejar caer, derramar, atinar, alcanzar. Luego símbolo: lo que testimonia del acto conjunto y de lo acordado.

Actos en los que, por la exposición a un exponente, la base se potencia y lo expuesto adquiere condición de causa; actos que, al separar, conectan lo disímil; que al partir, suman un resto en ex-ceso; que al intersectar vinculan por el conjunto vacío.

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También es reveladora la etimología de síntoma, en tanto señal de caída coincidente, repercusión conjunta. Del griego sunpiptein: sun, conjuntamente y piptein, caer, sucumbir, hundir. Claves para analizar los efectos de los encuentros, goces insólitos que pueden propiciar el despertar del deseo o alimentar temores que dejan aletargados.

Esas estructuras, construcciones y tejidos de existen-cias evocan las constelaciones de cuerpos conectados por su disimilitud; archipiélagos de islas unidas por lo que las separa; bordes, límites y fronteras donde se entre-cruzan los destinos. Por tanto, agujeros que estructuran la materia y el tiempo como postula la física contemporánea.

Entonces, ¿cómo dar cuenta de eso que ocurre en el tiempo sin anular el tiempo?

Desde los tiempos primigenios los homínidos fueron descubriendo e inventando recursos para inscribir pactos, dar cuenta de las religaciones, recordar las alianzas, testi-moniar lo acontecido, honrar los ancestros, conjurar lo fatídico o propiciar lo anhelado. Tal vez leer esas escri-turaciones implique su reconstrucción. Así nos aproxi-mamos a la construcción de tejidos para bien decir lo tan difícil de contar.

En los albores de la humanidad, los cortes, marcas, construcciones y tejidos, en correspondencia con cifras, letras y textos, brindaron materiales para inscribir las simbolizaciones y para metaforizar el hacer de la exis-tencia.

Así por ejemplo, las vasijas a las que los agujeros estructurantes le otorgan consistencia, cuyos vaciados y llenados le brindan existencia; espacios virtuales que por su habitación devienen cobijo; fuegos que vertebran

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y atemperan los hogares como las glorias de las tierras de Castilla; sutiles arquitectura en las que las creaturas hacen a los creadores.

En cuanto al tejido, Platón, en El sofista, recurre al mismo para referirse al Arte o Ciencia Real, la Política: debemos explicar de qué naturaleza es el tejido real, cómo él entrecruza los hilos y cuál es el tejido que nos provee.

Con una conceptualización fundamental: symploké, referida al entrelazamiento, conexión y desconexión de los componentes de un sistema.

En esa y en tantas otras fuentes, la analogía entre lo temporal y el tejido viene dada por las conexiones de la urdimbre –hilos tendidos en el telar como material primi-genio–, y los hilos de la trama, que pasan entre los de la urdimbre por el vaivén de la lanzadera. Así, de distintos modos, los puntos del tejido, los fallos en los mismos y sus zurcidos, han venido a representar los acontecimientos, las interacciones de lo diacrónico y lo sincrónico, los encuentros, desencuentros, reencuentros que es lo que trasuntan las raíces.

En indoeuropeo las palabras vinculadas con tejer –en tanto fabricar, construir–, vienen de la raíz webh, tela de araña. Esta raíz se conserva en inglés web o en alemán weben, tejer y Weber: araña tejedora. En griego la misma raíz evolucionó hacia hyphos, hyphé, hyphaino, tela, tejido, tejer; hybhnos, himno en tanto tejido de sonidos.

En latín texere [tejer] y textum [está tejido] se dice no solamente de la tela sino también de la obra en la que los materiales –cuerdas, metales, maderas– se tejen. En conexión con la raíz griega tek que deriva de tikto –engen-drar, dar a luz–, y de tejne, arte, ciencia, habilidad, espe-cialmente en carpintería y construcción de barcos.

Además es notable la relación entre el tejido, el texto

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y el libro. En sánscrito, sutra significa propiamente hilo: un libro puede estar formado por un conjunto de sutras, como una tela está formada por un conjunto de hilos; tantra también tiene el sentido de hilo y de tela, y designa, especialmente, la urdimbre de una tela.

A su vez los anudamientos han sido y son valiosas fuentes para auxiliar en la investigación y transmisión de funciones complejas. Sobre la etimología de nudo en castellano, Corominas indica que deriva de nodos en latín y, aunque menciona varias opciones como la raíz alemana gnudon-gnudhon que llevaría a gnodus, derivando en knodo-knoen, opta por las raíces célticas ned o nedh.

Semper lo relaciona con la raíz indoeuropea nac, latín neco, nexus, necessitas, nectere, hilar, e indica la conexión entre naht y nudo (knoten, noeud, nodus) con el griego, fuerza, necesidad. En latín necessitas proviene de ne y cedo en tanto forzoso, y remite a nudo, necessitudo: nece-sidad, obligación, fatalidad.

Aluden a nudo: necto, nectis, nectere, nexui, nexum: atar, ligar, anudar, entrelazar, juntar, unir, urdir, inventar.

En la construcción el nudo hace referencia a un entra-mado o estructura de vigas tirantes, punto de unión o concurrencia de dos o más piezas.

En matemáticas el nudo corresponde al punto donde una curva vuelve sobre sí misma y se corta formando una especie de bucle.

En acústica el nodo se considera al punto móvil de un cuerpo vibrante y también el punto cuya amplitud vibra-toria u oscilatoria es cero.

Más ampliamente el nodo hace referencia a hechos móviles: en topografía un punto nodal hace alusión al punto al que concurren varios itinerarios.

Además el uso de cuerdas anudadas ha servido y sirve

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como recurso para la comunicación y la mnemotécnica en diversas culturas.

[Añado aquí una experiencia que tal vez aporte otros elementos sobre las conexiones entre nexo, neikos, nudo, núcleo, a partir de algo que me ocurrió en un escrito: para comentar que le noyau d’un temps réversif del nach-träglich o après-coup presenta una estructura temporal más elevada que la simple retroacción, como afirma J. Lacan en Position de l’inconscient, traduje el nudo de un tiempo reversivo…, es decir, nudo por noyau, cuando la traducción de noyau es núcleo. ¿Lapsus o error?

Partiendo de la distinción que hace Freud entre Irrtum y producciones del inconsciente, más la precisión de Lacan sobre el error como aquello que ignora la verdad como causa, tomarlo como lapsus supone algo en preg-nancia que pugna por emerger, suposición que compro-mete a ir más allá de lo evidente.

Sí: resulta que por entonces accedí a unas lecturas sobre descubrimientos de la física por una parte y la biología por otra, sobre la estructuración del halo nuclear y del ADN, con anudamientos borromeos en el núcleo atómico y en el cromosoma del núcleo celular.

El núcleo del nudo emergió cuando llegué a las cone-xiones entre neikos, nexos y nudos en las operaciones que conectan y separan. Por ejemplo, la palabra, el tiempo.

En lo que sigue, entre los diversos materiales a explorar –cruces, círculos enlazados, círculos con rectas, triángulos, espirales–, comentaré los triskeles –confluencias en tresdimensiones de rectas, radios de curvas, brazos, piernas,espirales–, y las que la topología nombra como cadenasbrunianas: tres o más nudos simples estructurados demodo tal que el cambio topológico de uno cualquiera deellos afecta al conjunto.

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En otros términos, varios anillos o toros tejidos de manera que cortando uno cualquiera se sueltan todos los otros. La cadena bruniana mínima, de tres anillos resul-tante de una trenza de seis cruces y sutura de los extremos correspondientes, se da en llamar nudo borromeo.

Resulta interesante comprobar que esas conexiones brunianas se encuentran en primigenias construcciones y herramientas para la alimentación, el cobijo, el abrigo, las labores de la tierra y otros trabajos.

También en creaciones artísticas y artesanías para las festividades, los cultos, los juegos, la escritura. En diversas culturas se pueden hallar taburetes, tiendas, mesas, instrumentos y diversos objetos –muchos de los cuales se utilizan actualmente–, hechos de tres o más elementos, de modo que extrayendo uno se sueltan los otros.

Supongo que esos recursos nos aproximan a las cone-xiones de los tejidos y construcciones con la conceptuali-zación de las estructuraciones, tanto por las elementales de la sexuación y el parentesco como por sus paradojas.

Tejidos como los nudos borromeos se encuentran en la simbología de diversos pueblos. Por ejemplo los Valknut o nudos de Odin –borromeos con tres triángulos–, de lospueblos nórdicos de los cuales hay piezas que datan dels.VIII d.C.

En cuanto a las triquetras, triskeliones o triskeles seencuentran tanto en las culturas paganas antiguas –se hallaron en la India en artefactos de cinco mil años de antigüedad– como en las representaciones de la Trinidad cristiana.

En diversas simbologías –griega, romana, céltica–, representan: los ciclos solares; la vida, la muerte y el rena-cimiento; las tres fuerzas de la naturaleza, tierra, aire y agua; el ciclo de la fertilidad, u otros motivos.

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Luego, por múltiples caminos, esas antiguas corrientes junto con otros afluentes, fueron llegando a la Italia del Renacimiento. Singularmente de Bizancio y de España llegó lo que habían interpretado árabes, judíos y cris-tianos, y que a su vez provenía de la Mesopotamia, de Egipto, de los Celtas.

Rastros de esas afluencias se pueden hallar en la Academia de Florencia, en la obra de Pleton, Marsilio, Pico della Mirándola, León Hebreo, Bruneleschi, Alberti, Botticelli, Miguel Angel.

Singularmente en la producción de Pico della Mirán-dola en cuya Oración por la Dignidad del Hombre recoge parte del Asklepio y defiende que la verdad de la huma-nidad está contenida en los textos cabalísticos, judíos, árabes, cristianos, griegos, que leía en sus lenguas origi-nales; como en la labor de Marsilio Ficino que emprendió la traducción del griego al latín de textos como los Diálogos de Platón tratando de recrear el acontecer de aquellos tiempos añorados.

Por su parte, en obras arquitectónicas como las de Filippo Bruneleschi y Leon Alberti se encuentran mútiples creaciones topológicas, entre ellas nudos borro-meos. Tal vez evocan lo singular de lo universal, lo único y múltiple.

En el Palacio Rucellai proyectado por Alberti se encuentra una réplica del Tabernáculo del Santo Sepulcro de Jerusalem en cuyo mármol se halla incrustado un nudo borromeo, la flor de lis y otros dibujos trinitarios más un texto grabado: Yhesum queritis nazarenum crucifique surrexit non set hic. Ecce locas ubi posuerult eum. [Jesús querido Nazareno el crucificado resurrecto no está aquí. No en el lugar que lo depositaron].

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También se hallan nudos borromeos en diversas crea-ciones artísticas del Renacimiento. Por ejemplo Palas y el Centauro de Botticelli en la que Minerva lleva un vestido hecho de nudos borromeos con anillos de diamantes, emblema de los Médici.

En la obra de Miguel Ángel tienen un registro inde-leble en tanto utilizaba los tres círculos con una M para marcar las piedras elegidas para sus esculturas. De acuerdo con Vasari representaban la conjunción de la arquitectura, la escultura y la pintura. En su tumba, están esculpidos en el mármol tres anillos de laureles al modo borromeo.

Afloraron entonces tanto las coincidencias como las diferencias –históricas, sociales, teológicas, políticas–, en los diversas usos de lo trinitario y del nudo borromeo.

Aquí retomo la pregunta sobre la representación de los acontecimientos. Lo que está prohibido de ser repre-sentado, ¿es posible y está vedado o es imposible?¿Y si fuesen los tiempos lo imposible de ser representado? ¿Por eso, no en vano?

Siguiendo esas sendas me resultaron reveladoras las articulaciones entre el tres y el tiempo.

Unas referencias previas: en latín la palabra tres y el prefijo trans tienen el mismo radical; ter sirve para tres veces y para pluralidad. En francés hay una conexión entre el número tres (trois), el adverbio muy (très) y la preposición trans que significa principalmente más allá. En inglés thrice remite a tres veces y a varios; three (tres), throng (concurrencia) y through (a través) tienen la misma raíz etimológica.

En hebreo las derivaciones de shalosh, shalash, remiten tanto a tres elementos, a operaciones de tres, como a tres tiempos. [Nishelesh, triple; Mishelosh grupo

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de tres, trío, trinidad; Meshulash: triple, de tres años, trienal, por tres veces, tripartito, trilateral, triángulo; Meshuleshet: de tres años; Meshulashim: trilíteros; Mushelash: depositado en manos de tercero. Shilesh, dividir por tres, separar tres partes, terciar, triplicar, hacer tres veces, hacer al tercer día; Shulesh: multipli-cado por tres, triple; Hishetalesh: producirse por tercera vez; Hishelish: terciar, dividir en tres; Shilesh: pariente de tercera generación; Bneishileshim: bisnieto; Ab shilesh: bisabuelo; Shelesh: tela de tres hilos, dril, arpillera, terliz; Shelasha: trío; Shelesha: de la trinidad; Shelishi: tercero; Shelashut: triplicidad].

Volviendo al episodio del Génesis bíblico, en la que se presenta como orden conminatoria, los talmudistas destacan la indicación referida a las edades –meshulash–, de los animales a sacrificar en la cual, de acuerdo con lo consignado, en el tres se halla en pregnancia el tiempo. Además, los tres días requeridos hasta llegar a Moriah, resultaron decisivos para dialectizar el imperativo sacri-ficial evitando un juicio sumario de ejecución inmediata.

Esa profunda y enigmática imbricación del tiempo y el tres, la reencontramos en el Eclesiastés 4:

11 Si dos se acuestan juntos, entrarán en calor; uno solo ¿cómo va a calentarse? 12 Uno solo puede ser vencido, pero dos pueden resistirLa cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente.

¿Qué está cifrado en esa cuerda triple? Los comentarios talmúdicos de esa frase –que por otra

parte se encuentra ya en el Poema de Gilgamesh, Tablilla V (2650 a.C.)–, remiten al tercero de la Ley; al quórum

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mínimo para leer ciertos textos, para tomar decisiones, para testificar, etc.

Tal vez la cuerda triple evoca el nombre del nombre del nombre: el nombre de la madre en tanto reconocedora del nombre del padre que nombra al hijo.

Nos sitúa otra vez ante lo que atañe: los nexos existen-ciales y cómo se tejen las heterotemporalidades derivadas de goces diversos; las temporalidades pulsátiles del nach-träglich; las temporalidades de lo que habré sido para lo que estoy llegando a ser y las de la reversión significante de lo irreversible en la praxis analítica.

Eso viene de lejos. Tras lo que se ha dado en llamar lo parmenídeo y lo heraclíteo se encuentran las paradojas de la mutabilidad. Flujo sin inscripción o inscripción sin flujo es cuestión lúcida y actual.

Así el sujeto de la enunciación sale al paso cada vez que se ensaya la inscripción del pasaje por el conjunto vacío en las aporías de Zenón; cuando se presenta la compleja conceptualización del objeto no igual a sí mismo en el cero de Frege.

En lo existencial, cuando se tejen el tiempo y las contra-dicciones, hay producción de otros valores de verdad.

Como en la paradoja de Zenón sobre la cual algunas refutaciones parecieran suponer que hubiera sido un idiota que no se enteraba del hecho evidente de que Aquiles le gana la carrera a la tortuga.

Cuando la dignidad de la paradoja zenoniana se sostiene en suponer que se dirige a quienes quieran asomarse a lo contingente inherente a la existencia.

“Las reiteradas visitas del misterio que esa perdura-ción postula, las finas ignorancias a que fue invitada por ella la humanidad, son generosidades que no podemos no

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agradecerle. Vivámosla otra vez, siquiera para conven-cernos de perplejidad y arcano íntimo” (J.L. Borges).

En el Seminario 20, dice Lacan: “Aquiles y la tortuga, tal es el esquema del gozo de un lado del ser sexuado. Cuando Aquiles ha dado su paso, terminado su lance con Briseis, ésta, como la tortuga, avanza un poco, porque es no toda, no toda suya. Todavía queda. Y es necesario que Aquiles dé el segundo paso, y así sucesivamente” (J. Lacan, sem. 21-11-72).

Expresa otra insoluble paradoja: la no simetría entre los goces y los nexos modales, existenciales entre el goce fálico y un otro goce a descubrir.

Tanto la caparazón de la tortuga, como el escudo de Aquiles arriesgan sus nombres y sus identidades. Es lo que recrea Lewis Carroll cuando esa Turtle a la que llaman Tortoise porque Taught-us, y ese Achilles tras-puesto en A Kill-Ease, rehacen la partida.

Cuenta D. R. Hofstadter en “La historia de la traduc-ción al castellano” de su libro Gödel, Escher, Bach que, gracias a su traductor, Mario Usabiaga, cayó en la cuenta de que tortoise podía ser la tortuga: “... la palabra equi-valente a tortoise es femenina en muchas lenguas, inclu-yendo todas las lenguas románicas. Por esta razón, algunos de los traductores deseaban convertir a la Tortuga en un personaje femenino, una idea que aprobé. De hecho, incluso estaba arrepentido de no haber incluido ningún personaje femenino en el GEB inglés, y esto, al menos, me daría la posibilidad de compensar en alguna medida aquel error. Usabiaga había tomado esta decisión y funcionaba muy bien en castellano. De modo que en la traducción de Usabiaga mi Mr. Tortoise se transformó en Señora Tortuga”. Y agrega en ese prólogo que se entera

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del deceso de Usabiaga al tiempo que le escribía acep-tando y agradeciendo su versión.

Por tanto, el valor de las paradojas no está en sí mismas, sino en la conmoción que suscitan al presen-tarse. Y cuando ya se consideran resueltas, al presen-tarse otra vez lo hacen como un nuevo enigma.

Viene a cuento releer el capítulo LI de la segunda parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha.

Comenta Borges en La última sonrisa de Beatriz, los versos que dicen: Cosi orai; e quella, si lontana / come parea, sorrise e riguardommi /poi si tornò all’etterna fontana.

¿Cómo interpretar lo anterior? Los alegoristas nos dicen: La razón (Virgilio) es un instrumento para alcanzar la fe; la fe (Beatriz), un instrumento para alcanzar la divi-nidad; ambos se pierden, una vez logrado su fin. La expli-cación, como habrá advertido el lector, no es menos inta-chable que frígida; de ese mísero esquema no han salido nunca esos versos.

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III

Conjeturales

“... ciencias conjeturales (...) éste es el verdadero nombre que de aquí en más habría que ponerle a cierto grupo de ciencias que por lo común designamos con el término de ciencias humanas”.

j. lacan, 22-6-55

En esta aproximación a la conjetura de un campo operatorio existencial, puede interesar recordar algunos avatares de otros campos. Partiendo del gravitacional en el cual la ley descubierta por Newton, en tanto implicaba una acción a distancia entre los cuerpos, suscitó intensas controversias. Incluso su leal crítico, Leibniz, le advertía: “Un cuerpo sólo se mueve naturalmente si otro cuerpo lo toca y lo empuja (...) Cualquier otra clase de acción sobre un cuerpo sería milagrosa o imaginaria”. Newton no lo negaba y su difundida frase sobre eso, “no hago hipó-tesis”, no eludía la cuestión en tanto era un modo firme y honesto de dejar abierta la causa. Lacan lo comenta en su seminario del 25-5-55.

Luego, la acción a distancia se volvió un concepto indis-pensable sea para explicar que un imán atrae al hierro o que una carga eléctrica atrae o repele otra carga. La exis-tencia de algo intangible pero detectable por sus efectos

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llevó a que en el siglo XIX, Faraday y Maxwell propusieran la existencia de campos de fuerzas como mediadores de la acción a distancia tanto en un campo gravitacional como en un campo electromagnético. Posteriormente se agre-garon los campos nucleares fuerte y débil.

Contemporáneamente se investigan con denuedo las conexiones entre los distintos campos como propone la llamada teoría de cuerdas que modifican vertiginosa-mente las conceptualizaciones sobre materia, energía, tiempo y espacio.

En otra vertiente, los principios de la termodinámica brindan prometedores cauces. Empezando por el primero, que quizás aún esconde nociones de difícil acceso a quien se disponga a enterarse: el de equivalencia entre trabajo y calor, establece que “cualquiera sea el procedimiento empleado para convertir el trabajo en calor o el calor en trabajo existe una relación constante J (equivalente mecánico del calor) entre el trabajo W y la cantidad de calor Q”. La pregunta queda abierta por el hecho de que hay pasajes entre calor y trabajo y ello suscita la cuestión de lo que motoriza esos cambios, las circunstancias en que ocurren y los cálculos de las equivalencias.

Al asomarnos a ese, tanto como a los principios siguientes y más al análisis de la termodinámica de los procesos irreversibles y las estructuras disipativas, nos abocamos a otros interrogantes que incitan a proseguir la exploración. Señala Ilya Prigogine: “Sería por tanto un error de perspectiva ver en la negación de la flecha del tiempo por la física una “conquista conceptual”, similar por ejemplo a la negación hecha por la relatividad de la simultaneidad absoluta de dos acontecimientos distantes. Por el contrario, la formulación por Clausius del famoso segundo principio de la termodinámica –la entropía del

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conjetuRaleS

Universo crece hasta su máximo–, marca la importancia que los físicos del siglo XIX atribuyeron al hecho de que la física, finalmente, al igual que otras ciencias de la época, podía descubrir una materia histórica “La lógica de los procesos lejos del equilibrio no es una lógica de balance, sino una lógica narrativa”.

La actividad coherente de una estructura disipativa es en sí misma una acción histórica, que tiene por materia la reactivación mutua entre acontecimientos locales y la emergencia de una lógica coherente global que integra la multiplicidad de historias locales.

Por otra parte, cuando con la leyes de Kepler, la gravitación universal, las ecuaciones diferenciales y los cálculos de perturbaciones, parecía que con todos los datos del presente podía predecirse el futuro, en el umbral de ese siglo, en 1889, Henri Poincaré daba a conocer su informe Sur le problème des trois corps et les equations de la dynamique conmoviendo el saber esta-blecido. Más bien, sólo el de quienes quisieron advertirlo. En ese trabajo entre otras afirmaciones sostiene que las ecuaciones de la dinámica no son completamente inte-grables y que las series utilizadas para resolverlas, son divergentes. Es decir, que dados tres puntos materiales, cuyas posiciones y velocidades iniciales se conocen y que se atraen de acuerdo a la ley de Newton, al intentar calcular sus trayectorias y determinar sus posiciones en un instante distinto del presente, no se encuentra una solución efectivamente calculable para los distintos valores del tiempo t. Lo que va de lo calculable a lo no calculable no se reduce a la relación entre conocimiento o ignorancia de las trayectorias exactas. En la medida que avanza lo calculable, avanza el resto no calculable.

Otro comentario de I. Prigogine resulta valioso: “La

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inestabilidad destruye el carácter de las trayectorias y modifica nuestros conceptos de espacio-tiempo. Einstein ya había reconocido explícitamente que los problemas del espacio-tiempo y de la materia estaban relacionados. Ahora debemos ir más allá, entender que la estructura del espacio-tiempo está ligada a la irreversibilidad, o que la irreversibilidad expresa también una estructura del espacio-tiempo. De allí postula la conjetura del tiempo como dialéctica entre la gravitación y la termodinámica con aumento de la complejidad”. Y añade: “Los desarro-llos recientes de la termodinámica nos proponen por tanto un universo en que el tiempo no es ilusión ni disipación, sino creación”.

Siguiendo con esas cuestiones, allá por los años 30, además de la crisis económica y social que sigue siendo un gran interrogante, tenían lugar proposiciones en el campo del quehacer científico que conmovían algo del saber establecido. Por ejemplo, aquella afirmación –luego conocida como principio de Heisenberg– que señalaba la imposibilidad de determinar simultáneamente la posición y el momento de una partícula. Ocurría por los mismos años en que Gödel fundamentaba cómo en los desarro-llos matemáticos, hallaba lo incompleto que da condición a lo consistente y lo indecidible que abre otras sendas verdaderas.

La física contemporánea al no facilitar la cuestión con la aparente opción entre la primacía del campo o los elementos, onda o partícula, fundamenta cada vez más sus hallazgos basados en lo no visible, conjeturas no sustancializables, trazas de trayectorias o firmas de partículas extinguidas.

Las lógicas del tiempo y la existencia se hallan en preg-nancia en el descubrimiento freudiano y abren otro cauce

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conjetuRaleS

ante las fatídicas cadenas perpetuas. Aunque a Freud se le ha atribuido la conclusión de que no hay tiempo ni contradicciones en el inconsciente, sus textos dicen algo más. Por ejemplo, La interpretación de los sueños (1900), singularmente, los capítulos VI y VII dedicados al trabajo del sueño y a los procesos oníricos: “En extremo llamativa es la conducta del sueño hacia la categoría de la oposi-ción y la contradicción. Lisa y llanamente la omite, el “no” parece no existir para el sueño. Tiene notable predi-lección por componer los opuestos en una unidad o figu-rarlos en idénticos elementos. Y aun se toma la libertad de figurar un elemento cualquiera mediante su opuesto en el orden del deseo, por lo cual de un elemento que admita contrario no se sabe a primera vista si en los pensamientos oníricos está incluido de manera positiva o negativa. (...) La interpretación del sueño formula, apoyándose en esta intelección, la siguiente regla: Toda vez que en el análisis algo no determinado admite resolverse todavía en un “o bien... o bien”, hay que sustituirlo, para la interpretación, mediante una “y” y tomar cada miembro de esa aparente alternativa como punto de arranque independiente de una serie de ocurrencias. (...) El sueño, en primer término, da razón del vínculo innegable entre todos los fragmentos de los pensamientos oníricos por el hecho de que unifica este material en una situación. Refleja un nexo lógico como aproximación en el tiempo y en el espacio, a semejanza del pintor que reúne en el cuadro del Parnaso a unos poetas que jamás estuvieron juntos en la cima de un monte, pero que conceptualmente forman una comunidad”.

Así en los momentos críticos se dirime la diferencia entre las mortíferos oposiciones de contrarios y las contradicciones que pueden impulsar la historización: hijos, padres, mujeres, hombres, hermanos, dioses, que

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convocan a la metaforización conjunta de los goces o provocan reacciones nefastas.

Conexo con lo que descubre Freud acerca de cuando lo ya afirmado, lo familiar, lo reconocido, se torna extraño, siniestro, ominoso, provocando aversiones, repudios, rechazos, renegaciones. Salvo que –con suerte–, impulse la recreación y reafirmación.

Ese tiempo reversivo resulta decisivo para analizar las pruebas en varios tiempos, en varias partes y entre varios, adviniendo una cuestión de conjuntos.

Luego, el conjeturado campo existencial acaso palpi-taba ya en lo vislumbrado por Freud en los albores de sus descubrimientos: “En el curso de una noche muy atareada (...) de pronto se levantaron las barreras, los velos cayeron, y mi mirada pudo penetrar de golpe desde los detalles de la neurosis hasta las condiciones de la conciencia. Todo parecía encajar en el lugar correspondiente, los engra-najes se ajustaban a la perfección y el conjunto semejaba realmente una máquina que de un momento a otro podría echarse a andar sola. Los tres sistemas de neuronas, los estados libre y ligado de la cantidad, los procesos primario y secundario (...) ¡todo esto concordaba y concuerda todavía hoy! Es natural que no quepa en mí de alegría” (carta de Freud a Fliess, 20-10-1895).

A su vez Lacan avanza en uno de sus últimos semina-rios: “Lo real es lo imposible solamente de escribir, o sea no cesa de no escribirse. Lo real, es lo posible esperando que se escriba. Y debo decir que he tenido la confirmación de esto. No sé qué mosca me picó, fui a Saclay. (...) Se ve, yo he visto puesto que fui allí introducido, el trazado ondu-latorio (...)Es muy cierto que el conjunto de esos aparatos es lo que se llama Psi, dicho de otro modo lo que Freud no pudo impedirse marcar como la inicial de la psiqué.

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conjetuRaleS

Si no hubiera estos sabios que se ocupan de las partí-culas, no habría tampoco psartículas. Eso nos fuerza a pensar que no solamente hay el parlêtre, sino que también hay el psarlêtre” (Lacan, sem. 8-3-77).

Quizás en esa materia trinitaria se estructuran los nexos entre un enjambre significante y el tesoro de signi-ficancia, lo que pulsa entre el sujeto de la palabra y el goce en ex-ceso:

“... copular el Uno y el a (...) El número de oro, se acuerdan, es 1/a=1+a, resulta de ello que jamás ninguna proporción es aprehensible entre el 1 y el a, y que la dife-rencia del 1 con el a será siempre a2 y así seguido indefi-nidamente, una potencia de a” (sem. 21-1-75).

Resultan decisivas estas consideraciones si se tiene en cuenta que una dificultad mayor de la praxis analítica, estriba en la propensión a que ocurra un deslizamiento a la individuación, totalización y perpetuación, siendo que eso ya lo traen los “individuos” puesto como padeci-miento. No es soslayable constatar con cuánta facilidad los “diagnósticos de estructura” se asemejan a lo que se cataloga como “genético” o “cromosómico”. Que además no condice siquiera con los que el mismo saber biológico anuncia como mecanismos de lo genético y la interacción con el medio ambiente.

Conjeturar sujetos y objetos en tanto efectos, productos y resultados de los actos y operaciones es lo que se halla en pregnancia, por ejemplo, en los verbos referidos a impulsar, echar, arrojar, lanzar, los que, en sus flexiones y torsiones temporales, van produciendo sujetos de la acción y objetos resultantes: subjectum y objectum. [Subjectum y objectum llevan a iacio/ ieci/ iactum en tanto construir los fundamentos de algo; echar los cimientos; semina i., sembrar; alea iacta est, la suerte está echada;

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ancoras i., echar anclas; iactari in aliqua re, intervenir activamente en algo; iactari fluctibus, ser zarandeado por las olas; iactata res erat in contione, el asunto había sido discutido en una asamblea; iactus, acción de tirar o lanzar; se iactu dedit in oequor, de un salto se tiró al agua].

Tal vez cabría adoptar yaxis para las operaciones exis-tenciales: lo subyáctico y lo obyáctico en nexo con intro-yección, deyección, eyección, proyección, inyección, en lo pulsional oral, anal, fálico, escópico o vocativo.

En el seminario del 11-3-70, Lacan comenta acerca del sujeto: “Si donde él no está, él piensa, si donde él no piensa, está, es precisamente que él está en los dos lugares (...) si yo tuviera que emplear una figura que por lo demás no viene acá por azar, diría de él como del electrón, ahí donde se nos propone en la confluencia de la teoría ondulatoria y la teoría corpuscular y donde nos vemos forzados a admitir que es precisamente en tanto el mismo que ese electron pasa por dos agujeros distantes al mismo tiempo”.

Sobre eso resulta clave el texto de Freud sobre la negación –Die verneinung– que a su vez ha propiciado que Lacan y Hyppolite avanzaran como lo hicieron en la puntuación de lo que allí se dirime. Así cabe distinguir la negación complementaria, la del no sin y la negación–desconocimiento, de la radicalidad fundante de aquel “no” que marcando nada que lo preceda, constituye afirmación primordial. Ese “no” sitúa al inconsciente en el lugar del no soy, al Ello desde el campo del no pienso y al sujeto y al objeto como correlativos a la repetición significante de la negación y a las operaciones de conjunción disyuntiva. Un “no” que, emitido desde el sitio del Otro, ha de atra-

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conjetuRaleS

vesar el goce de ese Otro encarnado por el cuerpo de la madre en cuyo modo de decir se inscribe la interdicción.

Si la verdad puede ser bien dicha de mil modos también puede ser mal-dita por quedar atrapada en las apariencias personales y en la omnipotencia-impotencia del amo con proliferación de quejas, reclamos, lamentos y caídas melancólicas. Entonces, reconstruir el enigma entre la falta del origen y el origen de la falta, resulta decisivo.

Así por ejemplo al decir: el deseo de un niño, o de una madre, de un padre, de una mujer o el de un hombre, entre el genitivo objetivo y el genitivo subjetivo se esboza una senda: entre desear un niño –o una madre o un padre, o una mujer o un hombre– y lo que el niño desea, late la generación de existencia.

“El autor de estas líneas ha intentado demostrar en la lógica de un sofisma los resortes de tiempo por donde la acción humana, en cuanto se ordena a la acción del otro, encuentra en la escansión de sus vacilaciones el adveni-miento de la certidumbre, y en la decisión que la concluye da a la acción del otro, a la que incluye en lo sucesivo, con su sanción en cuanto al pasado, su sentido por venir.

Se demuestra allí que es la certidumbre anticipada por el sujeto en el tiempo para comprender la que, por el apresuramiento que precipita el momento de concluir, determina en el otro la decisión que hace del propio movi-miento del sujeto error o verdad.

Se ve por este ejemplo cómo la formalización mate-mática que inspiró la lógica de Boole, y aun la teoría de los conjuntos, puede aportar a la ciencia de la acción humana esa estructura del tiempo intersubjetivo que la

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El tEjEr ExistEncial

conjetura psicoanalítica necesita para asegurarse en su rigor” (Lacan, “Función y campo...”).

A más de un siglo de la publicación de La interpreta-ción de los sueños de Sigmund Freud puede que interese recordar, aunque más no sea con unas breves menciones, otros descubrimientos de la época en campos conexos.

Recordar por ejemplo que cuando –también hace más de un siglo–, se producían descubrimientos fundamen-tales –como los de Ramón y Cajal– sobre el tejido nervioso, el genio de Freud, que también había investigado ese tejido, lo lleva a explorar, a través de pasos valientes y valiosos, desde la teoría y la clínica, lo que cabría llamar la sinapsis pulsional significante que genera estructuras sociales y temporales. Campo del tejer existencial, sexual, paradójico, del deseo inconsciente.

Que, en la época en que las investigaciones darwi-nianas establecían las bases para hacer del tiempo un fundamento de la materia viviente, la invención freu-diana permitía revelar la temporalidad de las estruc-turas psíquicas y la herencia y transmisión del tejido contradictorio de goces y deseos, como piedra angular del tejido social.

Que en los años en que la física contemporánea, desde Einstein, fundamentaba las conexiones de la materia–energía con el espacio-tiempo, el naciente psicoanálisis, por la vía primigenia del análisis de los sueños en corres-pondencia con la clínica, señalaba las vías de acceso al inconsciente como un campo operatorio pulsional, una materia trinitaria deseante estructurada por los aconte-cimientos significantes.

Sin embargo, es preferible atender y no soslayar la objeciones formuladas entonces al hallazgo freudiano y a sus estructuras temporales, que persisten: esos hallazgos

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conjetuRaleS

¿cómo demostrarlos? ¿cómo probarlos? ¿cómo refutarlos? ¿cómo confirmarlos? Es tal vez entonces cuando vuelve a adquirir valor la afirmación de Lacan acerca del estatuto ético del inconsciente, en el sentido de ir hacia.

Ahora, retomando la cita de Walter Bejamin del exordio sobre el Angelus Novus, corresponde advertir que adoptar esas conjeturas implica un compromiso con los tiempos históricos, con lo contemporáneo.

“Lo que Sócrates pone de relieve es (...) la virtud esencial –tanto para nosotros como para los antiguos–, la virtud política, por la cual los ciudadanos se encuentran ligados por un cuerpo (...) Las palabras fundadoras, que envuelven al sujeto, son todo aquello que lo ha constituido, sus padres, sus vecinos, toda la estructura de la comu-nidad (...) Son leyes de nomenclatura que determinan –al menos hasta cierto punto– y canalizan las alianzas a partir de las cuales los seres humanos copulan entre sí y acaban por crear no sólo otros símbolos, sino también seres reales”.

En ciertas circunstancias, las pruebas sobre la condi-ción cabría considerarlas al modo como lo hicieron aquellos que, concernidos por la cuestión de la lógica, el tiempo y la existencia, transitaron por los confines de la coherencia.

Trayectorias que –como la de Walter Benjamin–, cons-tituyen un legado que excede lo biográfico. Evoco algunas más.

Boris Vildé, etnólogo, uno de los iniciadores de la Resistencia, creador con su colega Anatole Lewitzky de la red del Musée de l´Homme. Honró la pregunta sobre la condición. Ejecutado por los nazis en 1942, su Journal et

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El tEjEr ExistEncial

lettres de prison es una fulgurante recreación del amor y lo poético en situaciones límites.

Marc Bloch, cofundador de l´École des Annales. En coherencia con sus convicciones, siguió redactando Apología de la historia o el oficio de historiador cuando es detenido y hasta que es fusilado en el 44.

Jean Cavaillès, filósofo y lógico de conmovedora lucidez, que dejó aportaciones decisivas sobre el tiempo en las conceptualizaciones matemáticas. Alma de la red de la Resistencia, fue asesinado por la Gestapo cerca de Lyon en el 44. En Vie et mort de J. Cavaillès, Georges Canguilhem, analiza la dignidad de la trayectoria de Cavaillès.

Albert Lautman, quien compartió las luces y la Resis-tencia con su amigo y colega Cavaillès. Ejecutado por los nazis en el 44, en su Ensayo sobre las nociones de estruc-tura y existencia en matemáticas, nos lega los conceptos para evocarlo.

François Le Lionnais, creador genial, ingeniero químico, matemático, escritor, impulsor de proyectos, autor del acertijo de las monedas del que parte Lacan para una lógica de la existencia. Deportado, en un campo de concentración nazi, logra sustraerse con sus creaciones intangibles. (v. La peinture à Dora). Allí siguió redac-tando en su memoria, el libro Las grandes corrientes de las matemáticas.

Quizá quepa suponer que descubrir la condición, fuera como recrear partituras que transportamos, a descifrar en situaciones críticas. Así como en el ombligo del sueño de la inyección de Irma conjeturamos que tras la fórmula de la trimetilamina se encuentran en latencia las cifras

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conjetuRaleS

del deseo, en el tiempo lógico, cabe suponer, en el reverso de la cara de color –blanco o negro–, cifras, letras y textos en pregnancia que pueden revelarse si avanza la partida.

Tal vez transportamos cifrada una potencialidad que, en momentos de angustia y desesperación, se reescribe o se colapsa y sucumbe. Es cuando para existir hay queredescubrir las conexiones de la sexualidad, la muerte y lalocura. Cuando la inminencia de la condición por advenir–hija/o, mujer, varón, madre, padre–, llama a resucitar loacontecido y a revertir lo preterido.

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IV

Campos existenciales

“... operamos de continuo con una gran X que trasportamos a cada nueva fórmula”.

S. FReud

Más allá del principio de placer

Hace más de veinte años un conjunto de colegas iniciamos una investigación titulada estructura y tiempo sobre las entonces comúnmente llamadas “estructuras clínicas”. De partida, desde nuestra praxis analítica, cues-tionamos dichas categorías y nos convocamos a inves-tigarlas. Estas notas constituyen una versión de esas investigaciones.

Dicha labor me fue llevando a tomar como guía las complejas articulaciones entre lo estructurante, las estructuraciones y las estructuras, sus paradojas y vicisi-tudes; y a situar los campos de fuerza y lo existencial como fundamento. Luego, a partir de la lectura de diversas fuentes sobre los tejidos y desde algunos hallazgos de la física contemporánea (E=m.c2) fui suponiendo que se trataba de tejidos que estructuraban la materialización del tiempo y la historización de la materia.

Con esas coordenadas fui explorando los nexos entre tejidos y estructuras y –con las matrices del llamado anudamiento borromeo– conjeturé tejidos no reducidos al

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entrecruzamiento de hilos: tejidos de operaciones signi-ficantes, tejidos de funciones, tejidos de héterotempora-lidades, tejidos de goces asimétricos. Y es lo que he dado en llamar el tejer existencial.

“... lo Real es el tejido. (...) Es curioso darse cuenta de que hay en este entrecruzamiento de hilos algo que se impone como siendo de lo real, como un otro núcleo de real” (Lacan à Bruxelles, 26-2-77).

Desde esos criterios considero las estructuras como tejidos discursivos de sexuación y procreación genera-dores de existencias. Y supongo que esas operaciones estructurantes –en varios tiempos–, producen tejidos pulsátiles que laten en lo singular de lo universal y en lo constante de lo cambiante.

Postulo que hallazgos como los de Riemann y Einstein y los actuales descubrimientos sobre las conexiones entre materia, energía, espacio y tiempo, ofrecen herra-mientas para abordar la dialéctica de la existencia. Otro tanto ocurre con las conjeturas sobre la teoría del caos, la materia oscura, la antimateria, los agujeros negros y los atractores.

Al respecto considero que en los debates sobre estruc-tura e historia, junto con aportaciones de valor, se desli-zaron rígidas contraposiciones entre estructuralismo e historicismo. Importa subrayar que ya desde los albores Freud sostuvo una lúcida conjetura sobre la cuestión del tiempo. Acorde con eso Lacan sostiene sin subterfugios “... veo mal aquello en lo cual la referencia estructural desco-nocería la dimensión de la historia. Se trata simplemente de saber de cuál se habla. La historia tal como está ella incluida en el materialismo histórico, me parece estricta-mente conforme a las exigencias estructurales” (20-11-68).

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campoS exiStencialeS

Y, en esa tesitura, en el tramo final de su recorrido, luego de haber fundamentado en el texto L’etourdit la correspondencia entre topología y estructura, en su vuelta a Sainte-Anne el 10-11-78 afirma: “la topología, es lo más difícil, es el tiempo”.

Poco después, en el inicio del seminario La topología et le temps, dice: “... hay una correspondencia entre la topología y la práctica. Esa correspondencia consiste en el tiempo. La topología resiste, es en eso que la corres-pondencia existe” (21-11-78).

Sintetizando, lo existencial mal se reduce a dilemas del pensamiento ya que la x causa del deseo, si persiste e insiste, no lo hace por desconocer el irreversible paso del tiempo, sino por algo más que se decide en la cons-trucción conjunta de la condición. Es la que dice: ni todo ni nada, algo; ni siempre ni nunca, a veces.

Por tanto la exploración de lo existencial persiste como desafío mayor tanto para las ciencias sociales como para el psicoanálisis en tanto ciencias conjetu-rales. Eso convoca a investigar los nexos constituyentes; las pulsiones y materializaciones del espacio-tiempo a partir de lo universal en lo singular y lo singular en lo universal y de la identificación de lo que emerge en la diferencia. Operaciones a las cuales lo paradójico le es inherente.

Freud lo analiza a partir de la diferencia entre las pulsiones yoicas que tienden a lo inerte y las pulsiones sexuales que impulsan nexos, constatando “una mezcla y una combinación muy vastas, y de proporciones varia-bles, entre las dos clases de pulsión”. Y adopta el legado de Empédocles sobre neikos y filia, el cual, como sostiene García Bacca, “en rigor, el proceso del mundo no se hace por contrarios”.

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El tEjEr ExistEncial

Investigarlo no es fácil labor en tanto excede lo descrip-tivo: si conjeturamos una resultante de la tendencia a la inercia por una parte y de los factores que generan nexos por otra, eso tiene profundas implicaciones éticas porque no son equivalentes: las construcciones y tejidos son impulsados por los encuentros entre el goce y la palabra; en contrapartida, las inhibiciones, negligencias, anona-damientos u omisiones tienden a quedan encubiertas tras lo “natural”, lo “administrativo”, lo “habitual”. Y, si lo existencial es impulsado por la dialectización de lo contradictorio, las alienaciones derivan de inmutables oposiciones de contrarios ignorando que esos opuestos se alimentan mutuamente.

Luego, más que caracterizar las pulsiones como de vida o de muerte en general, importa explorar la dife-rencia entre la tendencia a la muerte en la alienación y el automatismo o el morir y renacer al existir en los nexos discursivos, de sexuación y de filiación. Compro-barlo conlleva un compromiso con las reconstrucciones.

Eso convoca a una conceptualización de vida, muerte y existencia acorde con los descubrimientos freudianos sobre el más allá del placer-displacer, sobre la asimetría entre la supervivencia y la existencia y sobre la comple-jidad edípica como operación en varios tiempos, en varias partes y entre varias generaciones.

Para investigar ese campo, desde lo comentado en los capítulos anteriores recurriré a las operaciones reque-ridas para construir lo que en topología se nombra como cadena bruniana de tres o anudamiento borromeo: tres elementos que interactúan y trenzan sus trayectorias para –al cabo de seis cruces– conectar cada uno con su origen resultando un conjunto caracterizado por el hecho de que la modificación de un componente afecta a los otros.

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campoS exiStencialeS

Ese trenzado se puede analizar desde los cruces alternados entre dos elementos y/o de los cruces de tres elementos o puntos triples.

Al cabo de tres cruces de dos elementos luego repe-tidos, o de un punto triple repetido, es decir, al cabo de seis cruces o de dos puntos triples, más otro acto de conexión de cada uno de los componentes con su inicio, resulta una cadena bruniana de tres anillos caracterizada porque si se corta un anillo se sueltan los otros dos; no hacen cadena lineal de tipo olímpico; ninguno hace enlace dual con otro.

En ese trenzado, en lo que se da en llamar cruces, puntos triples, repeticiones y conexiones sitúo lugares y momentos donde ocurren diversas operaciones –adiciones, sustracciones, divisiones, multiplicaciones, potenciaciones, reversiones–, que modifican las trayecto-rias. Constituyen por tanto tejidos de puntos operatorios.

En esos encuentros de trayectorias, emerge lo sincró-nico en lo diacrónico, lo modal en lo serial, lo cardinal en lo ordinal. A su vez, esos puntos, agujeros y rupturas de simetrías, funcionan como fuerzas estructurantes. “Un punto triple (...) especie de aspiración no hacia lo real sino por lo real” (Lacan à Bruxelles, 26-2-77).

Exploraré por tanto matrices de estructuración basadas en la conjeturada correspondencia entre el nudo borromeo y el tiempo lógico.

Respecto al aserto del tiempo recuerdo que, como ya he mencionado, la tendencia es a que se exacerbe lo para-noide de las personalidades y acaezca un cierre mortífero.

Si no, evidentemente, viendo dos negros, salen.Pero ante dos blancos, ¿qué ocurre? Que los tres mani-

fiesten que no es posible llegar a una conclusión. No viendo dos negros, aparentemente, es lo que se impone. Otra alternativa es que los interroguen en serie y luego

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El tEjEr ExistEncial

de que los dos primeros expresen que no les es posible responder, salga el tercero. Es lo habitual en las páginas de entretenimiento:

El rey Magnánimus pretende “probar” a sus tres sabios para lo cual les propone un acertijo:

“Dispongo de cinco sombreros, tres blancos y dos negros. Puestos en fila os colocaré a cada uno de vosotros uno de estos sombreros, de manera que seréis capaces de ver el sombrero que lleva el que está delante vuestro pero no el vuestro (de modo que el último ve a los otros dos, el segundo solo ve al primero y el primero no ve a ninguno de los otros). El juego consiste en que debéis adivinar lo antes posible el color del sombrero que lleváis y justi-ficar como lo habéis adivinado. Pero si uno se equivoca, ¡perdéis los tres!”.

Entonces el Rey colocó a cada uno de los tres uno de los sombreros blancos y guardó los dos negros. Empezó preguntando al último de la fila que no supo responder. Continuó preguntando al segundo que tampoco logró responder. Pero cuando le tocó al primero, éste respondió: –Majestad, ¡mi sombrero es blanco!!

¿Por qué? El primer sabio razonó de esta manera: Hay tres

sombreros blancos y dos negros. Si el tercer sabio hubiera visto en cada uno de nosotros dos los sombreros negros, hubiera dicho sin dudar “Majestad, mi sombrero es blanco”. Como no respondió, significa que tenía dudas. Por lo tanto, hay dos posibilidades: 1.Vio dos blancos. 2.Vio uno blanco y uno negro. Según la primera posi-bilidad, mi sombrero es blanco. Con la segunda posibi-lidad, ¿quién tiene el sombrero negro? Si lo tuviera yo, el segundo sabio habría respondido “Veo que el primer sabio lleva un sombrero negro. Si el mío fuera también negro, el

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campoS exiStencialeS

último sabio hubiera respondido que el suyo era blanco. Por lo tanto el mío es blanco”. Pero como no respondió, significa que quedó en la duda. Por lo tanto, de acuerdo a la segunda posibilidad, mi sombrero es blanco.

A continuación otra solución: en la que salen tres. Pero que, a diferencia del tiempo lógico ignora las imperfec-ciones y lo que al respecto aportan las escansiones.

Les proponen a tres presos una prueba para otorgar la salida a –al menos–, uno de ellos. Le pondrán a –al menos–, uno de ellos, una “a” (absolución) en la espalda, sustituyendo la “p” (perpetuidad). Si tienen una “a” en la espalda, descubren que la tienen y logran fundamen-tarlo, salen. No pueden hablar entre ellos ni reflejarse en ningún espejo.

Les ponen a los tres una “a” en la espalda. Cada uno ve que los otros dos tienen una “a” en la espalda. Al tiempo salen los tres con la conclusión de tener la “a” en la espalda. ¿Cómo llegaron a descubrirlo y fundamentarlo?

Cada uno, al ver a los otros dos con la “a” en la espalda razona que si él no la tuviera, cada uno de los otros dos razonaría (T2) que si él tampoco la tuviera, el otro al comprobar que los otros no salen, concluiría que él tiene la “a” y saldría en ese momento.

De ese modo los tres se suponen sin “a” y así conjeturan lo que supondría un otro sobre lo que debiera concluir el tercero si él no tuviera la “a” en la espalda. Como en ese momento no salen dos, luego los tres concluyen que llevan una “a” y salen.

Es clave la diferencia entre la primera versión, en la que sale el tercero y la siguiente en la que salen tres. Pero hay en la segunda conclusión –con las “a” y “p” en corres-pondencia con discos blancos y negros– algo a controvertir desde el tiempo lógico.

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Concuerda el inicio, donde cada uno llega a la conclu-sión de tener un disco blanco porque si llevase uno negro los otros saldrían antes con la conclusión de tener discos blancos. Como los otros no salen, cada uno sale. Pero al ver que los otros también salen, se deben detener. En primera instancia, no sabiendo que son tres blancos, tampoco saben si los otros se detuvieron por haber concluido a partir de ver un disco negro (T1) o a partir de suponer tener un disco negro en la propia espalda (T2).

Por tanto, el primer amago tienen que suspenderlo al ver que los otros también inician la salida. Lo cual no es tenido en cuenta en la versión de “a” y “p”.

Allí podrían terminar, detenidos los tres, salvo que extraigan más elementos de juicio incorporando lo acon-tecido desde una lógica en varios tiempos. En ese caso, al volver a constatar que los otros no salen, cada uno retoma la conclusión de que los otros no vieron un negro e inician una segunda salida. Pero al ver a los otros hacer ese mismo reinicio, vuelven a detenerse. Se repite la cuestión: cada uno se detiene y vuelve a verificar que los otros también se detienen. Y eso podría eternizarse. Sin embargo los dos intentos, han permitido extraer una diferencia entre T1 y T2 e inferir que si lo hubieran visto con disco negro tendrían que salir antes que él, en T1.

Al operar con las escansiones como significantes han recreado la matriz de estructuración: lo que va de un significante a otro significante. Así llegan al momento de concluir y logran salir tres.

Sin embargo, ¿quiénes son esos tres?, ¿cuántos podían salir en la propuesta del director? En lo que sigue, con las negritas señalo la cuestión en el acertijo:

El director de la cárcel hace comparecer a tres dete-nidos selectos y les comunica el aviso siguiente:

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“Por razones que no tengo por qué exponerles ahora, señores, debo poner en libertad a uno de ustedes. Para decidir a cuál, remito la suerte a una prueba a la que se someterán ustedes, si les parece. Son ustedes tres aquí presentes. Aquí están cinco discos que no se distinguen sino por el color: tres son blancos, y otros dos son negros.

(...) será el primero que pueda concluir de ello su propio color el que se beneficiaría de la medida libera-dora de que disponemos.

Se necesitará además que su conclusión esté fundada en motivos de lógica, y no únicamente de probabilidad.

Para este efecto, queda entendido que, en cuanto uno de ustedes esté dispuesto a formular una, cruzará esta puerta a fin de que, tomado aparte, sea juzgado por su respuesta.

Aceptada la propuesta, se adorna a cada uno de nuestros sujetos con un disco blanco, sin utilizar los negros, de los cuales, recordémoslo, solo se disponía de dos. (...) Después de haberse considerado entre ellos durante cierto tiempo, los tres sujetos dan juntos algunos pasos, que los llevan a cruzar la puerta todos a una.

Separadamente, cada uno da entonces una respuesta semejante, que se expresa así: “Soy un blanco, y he aquí como lo sé”.

Así es como los tres salieron simultáneamente, dueños de las mismas razones de concluir.

Resulta que aunque aparentemente al concluir descu-bren el color del disco que ya tenían en la espada, al rehacer las operaciones resultan sujetos y objetos de otra estructuración. Así dilucido el acertijo: los tres yo del comienzo no salen como tales, idénticos a sí mismos. En contrapunto con un razonamiento formal, lineal, atem-poral, en el tiempo lógico logran dialectizar la demanda del director de la cárcel y reconstruir la condición exis-

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tencial. Y cuando testimonian cómo llegaron a concluir, responden desde la cuestión inicial recreada; también lo que hace de director de la prisión, de cárcel y de presos, ha sido modificada.

Toman en cuenta las mociones suspendidas para confirmar la coherente conclusión a la que llegaron por suponer que tienen un disco negro más las construcciones que siguen y no por ver un disco negro.

Lacan lo retoma años después indicando un sutil derrotero: “Definir por lo tanto lo que en un conjunto de dimensiones constituye al mismo tiempo superficie y tiempo, he aquí lo que les propongo como continuación de lo que les propuse acerca del tiempo lógico en mis escritos”.

En parangón con el tejido bruniano, cuando luego del trenzado los tres hilos conectan con sus cabos de origen para anudarse al modo borromeo, tras la apariencia de que cada uno encuentra su hilo inicial, palpita la iden-tificación de la diferencia, lo singular de lo universal, la materia del tiempo.

Salen como uno para el cual los otros hacen de “a” mientras cada uno hace de “a” para los otros. En la cópula imposible del Uno y el “a” –número de oro–, reconstruyen la condición.

Lacan lo comenta en el 73: “... son tres, aunque en realidad son dos más “a”. Este dos más “a”, se reduce a un Uno más «a»”.

Raymond Queneau, autor de textos memorables e interlocutor clave de Lacan en la construcción del aserto, al final de su libro Bords comenta el problema de los tres ennegrecidos [trois noircis] que se resuelve en tres tiempos. Quizás al nombrarlos noircis, al reconocerlos ennegrecidos por el mestizaje de sujetos anochecidos y amanecidos, reconoce la condición humana.

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Tal vez alegoriza un principio decisivo de las estruc-turaciones de la condición humana por el que nadie se define a sí mismo de una vez para siempre. Es decir, si llevamos escrita en la espalda la pregnante condición, acaso corresponde leer-reescribir lo que otro lee-rees-cribe en la espalda del que lee-reescribe lo que uno lleva en la espalda.

No viendo el color de la propia espalda, es por supo-nerlo negro –es decir, lo que no son–, que pueden descu-brir a lo que advienen.

Ahora, en lo que sigue, ensayaré aplicar estas matrices del nudo borromeo y del tiempo lógico a la sexuación, a la complejidad, a lo discursivo y a los nexos entre esas funciones.

Antes, un alto en el camino para incitar e incitarme a tener presente lo expuesto hasta ahora como funda-mento de lo que sigue.

En primer lugar, lo benjaminiano: qué nos atañe, qué nos concierne e impulsa a ir hacia.

Luego las raíces, las huellas que nos orientan, lo inter-disciplinario que nos auxilia, lo litoral por donde seguir.

Y allí nuestra conjetura del tejer existencial respecto de la cual me resulta notable constatar –al yuxtapo-nerlas– la concordancia con las conceptualizaciones de la sexualidad. Más precisamente, por lo del a veces, por lo modal, lo contingente y por tanto por la eventualidad de preterición de la sexualidad y la existencia.

La resultante no es una suma de saberes sino la actua-lización de un enigma fundamental como lo enuncia Freud en 1930 en El malestar en la cultura al abordar las diferencias entre el amor sexual originario que fundó a la familia –al que le son inherentes funciones de paren-

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tesco y de vinculación social–, y en otra vertiente, lo que caracteriza como relaciones de meta sexual inhibida.

En coherencia, esa mención de un amor sexual origi-nario que fundó la familia es la clave a investigar. Y queda implícito en lo de meta sexual que hay tal cosa, que no se restringe a la descarga y que puede inhibirse. Es lo que luego retomaré desde la procreación significante y la producción discursiva.

Constata Freud que son “denegaciones de la sexua-lidad”, con las connotaciones que tiene la verleuglung en su obra.

Agrega que eso origina padecimientos por las satisfac-ciones sustitutivas, –alienaciones– y porque dificulta los vínculos, lo cual “... nos pone frente a un nuevo enigma: aún no inteligimos la necesidad objetiva que fuerza a la cultura por este camino y funda su oposición a la sexua-lidad. Ha de tratarse de un factor perturbador que todavía no hemos descubierto” (S. Freud, El malestar..., 1930).

¿Cuál es ese factor perturbador? Considero que explo-rarlo implica retrotraerse a 1920, a las tesis de Sabina Spielrein y al más allá del placer-displacer.

Pero ahí es común deslizarse al fantasma de la “repre-sión” social propugnando una “liberación” o denunciando una perversión generalizada.

La etimología de perversión –per/vertere–, puede contribuir a dilucidar lo que está en debate: per –desde pro y por–, remite a lo intensivo, y verter, a transponer, cambiar, mover, rotar, modificar. Sin embargo, las perver-siones, ¿son cambios excesivos? Partiendo de que es en la conjunción de naturaleza, cultura y sociedad donde puede advenir la condición humana, la recreación e invención es también inherente al existir. En contrapartida, la rene-gación de la historización, la aversión hacia lo diferente,

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obturan dicha recreación. “... la perversión se sitúa en el límite del registro del reconocimiento y es esto lo que la fija, la estigmatiza como tal (...) La relación intersubje-tiva que subyace al deseo perverso sólo se sostiene en el anonadamiento ya sea del deseo de otro, ya sea del deseo del sujeto” (Lacan, 9-6-54).

Mas ¿cómo evitar la observación obscena con fines clasificatorios? Tal vez adoptar el por en tanto a causa de, lo pendiente de. Es decir, ir de lo per-vertido a lo por-verter. Transitar de lo preterido por aversión a una re-versión de los nexos existenciales, de lo mal-dito al bien-decir.

Lacan avanza en sus seminarios, por diferentes caminos y con diversos recursos en los nexos entre goce, angustia, amor, deseo: el goce Otro; el goce de la mujer; el goce más allá de lo fálico; la cópula imposible del uno y el “a”. Sus aportaciones son de un valor incalculable y no intentaré resumirlas.

Mas en lo atinente a las operaciones del tejer existen-cial, importa diferenciar los enlaces conmutativos, sin asimetría temporal –como en la reproducción automá-tica, o en la continuidad lineal–, de los nexos no conmuta-tivos, con ruptura de simetría, con un antes y un después, al modo de los encuentros existenciales con lo Real, de la sexuación significante, de los acontecimientos histo-rizados, de las metaforizaciones constituyentes, de los cambios discursivos.

En los enlaces conmutativos en los que no ocurre una ruptura de simetría, no hay una razón –xRy– que se pueda escribir. Supongo que es lo que Lacan suscita al afirmar il n’y a pas de rapport sexuel.

[Considero que esas lecturas requieren tener en cuenta las distinciones etimológicas entre rapport y relation

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ya que aunque ambas admiten ser traducidas como “relación”, en rapport hay una singular remitencia al relato y al escrito].

Luego, el que no haya razón como proporción o equi-valencia en los goces, puede derivar en indiferencia o promover un deseo que lleve a existir.

Si los enlaces conmutativos se expresan en los pensa-mientos y sentimientos del yo, en las relaciones duales, o en el curso sin dis-curso, los nexos con rupturas de simetría remiten a las estructuraciones discursivas, a la sexuación y generación de existencia.

Es decir, esa falta se prueba porque a veces genera existencia con las consiguientes paradojas y contradic-ciones.

Es lo que discurre por las reafirmaciones como en la negación de la negación. (v. en el texto de Lacan L’étourdit “… n’y a pas de rapport sexuel (…) dire que nya (…) nia n’y apportant que juste d’homophonie (…) marquer que nya la trace”.

Hay pues “... a la vez, relación sexual y no relación” (Le sinthome, 17-2-76). Luego, en coherencia, la relación sexual hay que reconstruirla por el discurso (sem. 19-4-77).

Los destinos diversos se dirimen en lo contingente del encuentro. Cuando acontece, un resto de goce dará testimonio de ese momento en que cesa el no escribirse para reescribirse. Si el uno necesario limita y sostiene lo posible, este goce abierto, tiene a su vez otro límite: el cero, lo imposible.

Lo sitúo desde las consideraciones de Lacan acerca del goce de los hilos y el goce del tejer; “... ese saber mascu-lino, en el ser hablante, es el redondel de hilo. Gira en

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redondo (...) se repite sin contarse, y de girar en redondo se clausura (…)sin saber siquiera que de esos hay tres. Felizmente (...) hay una mujer. (...) la mujer no existe (...) pero una mujer (...) eso puede producirse, cuando hay nudo, o más bien trenza. (...) hace que ella llegue a lograr la unión sexual (...) de lastres hebras (...) por lo cual el hombre, por su parte, logra ser tres. (...) es a partir de esa triplicidad, de la que una mujer, a veces, hace su logro (...) como realizando “en sí misma” la unión sexual, que el hombre comienza a tomar, con un poquito de sentido común, la idea de que un nudo sirve para algo” ( J. Lacan, sem. 15-1-74).

Reconozco la discreta alegría que me provoca esta cita por su valor respecto a lo que voy conjeturando y como herramienta para abordar las vicisitudes de esos amores. Considero un avance prometedor explorar la sexuación desde los nexos entre los hilos “narcisistas” que dan vuelta en redondo y los conjuntos existenciales, las trenzas.

Con estas matrices cabe volver a explorar la comple-jidad edípica como la considera Freud en El yo y el ello (acometida en varios tiempos de dicha complejidad).

Suponiendo que el trenzado de las trayectorias signi-ficantes corresponde –discursivamente– a hijo, madre y padre, lo que ocurre en hijo-madre está en función de lo que ocurre, lo que ha ocurrido y lo que advendrá en padre-hijo y en madre-padre, y así en los siguientes.

De modo que se tejen diversos reconocimientos: del hijo por el padre a través de la madre y viceversa; del padre por el hijo a través de la madre y viceversa. Y, ¡funda-mental!, de la madre-mujer por el padre-varón y vice-versa a través del hijo, es decir, de la procreación signi-ficante.

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Entonces, mientras el hijo va hacia el padre para descubrir su condición, eso también ocurre con el padre y la madre. Y después de cada operación cambia la condición de cada uno. Luego, ¿qué se encuentran en los llamados cruces? Tal vez lo que habrán sido para lo que están llegando a ser.

1 amarillo= z

2 rojo = x3 celeste = yzx madre–hijoyz padre–hijoxy madre–padre/mujer–varón

Luego, en tanto esos nexos resultan de operaciones conjuntas y en varios tiempos, la no concurrencia de los requeridos o la obturación de los tiempos puede prete-rirlos o anularlos. Es lo que ocurre cuando se forcluye sentenciando el “no ha lugar”; cuando la ignorancia

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expresa un repudio de lo constituyente; cuando la aversión lleva a detestar la palabra.

Con estas matrices del tejer existencial podemos analizar las disociaciones, distorsiones y pretericiones en correspondencia con la omisión de ciertos pasos en esas matrices operatorias. Si como ya he consignado, en los cruces, triplicidades, repeticiones y conjunciones, los componentes modifican sus trayectorias y rehacen los nexos, cuando eso no ocurre y quedan preteridas algunas operaciones, puede quedar cada uno encerrado en sí mismo o encadenado linealmente.

En otros términos, con tres anillos perfectos total-mente rígidos no se puede hacer un nudo borromeo. Se requieren trayectorias singulares, recorridos ovalados, triangulares, rectangulares, etc.

Reparemos al respecto en lo siguiente: ¿qué ocurre si de tres hay uno circular perfecto? ¿y qué con dos circu-lares perfectos? En apariencia se puede –un aro rígido perfectamente circular y dos curvados en los cruces u ovalados o triangulares; o dos aros y un hilo que los cose–. Eso suscita una pregunta clínica: ¿esas omisiones podrían pasar desapercibidas en nudos borromeos hechos con dos anillos rígidos más un hilo que los enhebra? En tanto en el momento de dar cuenta del goce se pone a prueba lo recibido en usufructo, al acceder a la sexuación, se reabre la herencia de las paradojas de la complejidad edípica.

Si llevamos escrita la pregnante condición existencial, ¿cómo leerla? Sutil entretejido del encuentro, la revela-ción, el descubrimiento y la invención.

Siguiendo la comparación que presenta Freud en cons-trucciones entre la arqueología y el psicoanálisis cabe

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afirmar que las conjeturas estructurales –como matrices virtuales– resultan fundamentales para la reconstrucción.

Incluso, cuando tras la forclusión de los tiempos cons-tituyentes ya se han desencadenado las llamadas psicosis esquizofrénicas o las bipolares y –tal como dicen–, “con el tiempo” presentan crisis periódicas, ¿ocurren “por el tiempo” o por reincidir en la preclusión de los tiempos discursivos?

Ahora, ya sobre lo discursivo, es interesante señalar sus conexiones con los análisis y controversias antiguas y contemporáneas en otros campos sobre la acepción de logos.

Por ejemplo remitido a Heráclito, dice M.V. García Quintela en El rey melancólico, Antropología de los fragmentos de Heráclito: “... el problema de la traduc-ción de lógos es uno de los más debatidos por la crítica moderna. Tras las huellas de numerosos editores, entre los que figuran los más recientes, adoptaremos el término discurso”.

Y hace referencia de las distintas opciones adoptadas por otros autores sea que hayan realizado construcciones sobre las acepciones del término, como en la obra de Mondolfo o que ensayen diversas traducciones como por ejemplo, Ramnoux, leçon; G.Calvo, razón; Capizzi, testo; Colli, expresiones vera. Lo encontramos valioso para la indagación que seguimos.

Nos resulta singularmente instigadora la elección de García Bacca (Los presocráticos), “Notas a los fragmentos de Heráclito”: “... cuenta-y-razón; así traduzco la unitaria palabra griega lógos, pues se verá por el sentido de los fragmentos I,45,50,72, entre otros, que no puede traducír-sela por “palabra” ni por “razón” sola, si no se engloba en la palabra “razón” el significado matemático general de

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“razón” de dos términos o relación “racional” entre magni-tudes y cosas. Por eso he reproducido con la frase según cuenta y razón dos de los sentidos del lógos griego”.

Y es lo que hallo en correspondencia con los nexos contingentes entre goces, angustias, deseos y amores.

Retomando la cuestión de lo social desde estas conje-turas reabrimos la pregunta por los destinos de los tres yo que son la base de una pirámide en Psicología de las masas... y su diferencia con el tejido del tiempo lógico. ¿Qué fuerzas inciden en esos campos?

Subrayo que los textos de Lacan del 45 los presenta como: “... análisis iniciales de una lógica colectiva (...) ensayos para formular el silogismo por el cual el sujeto de la existencia se asimila a la esencia, a la cual aplica el término de humanidad”.

Desde ya estas breves aproximaciones suscitan múlti-ples cuestiones pero a su vez indican que tal vez no sea fatídico que los intentos de extender la investiga-ción psicoanalítica a lo antropológico, a lo colectivo, a la familia, a la política, deriven en banales disquisiciones sobre las apariencias. Que no es fatídico lo experimen-tamos hace un tiempo en un seminario sobre la familia en el cual pudimos constatar cómo estas conjeturas permi-tían avanzar contando con una matriz estructural que contribuía a aventar la tendencia a quedar reducidos a defender o denunciar la familia o lo que sea. Y sobre lo comunitario encontramos otra clave valiosa en aquello que expone Lacan sobre un tejido hecho de nudos borro-meos en el cual pese a la ruptura de unos anillos, no se deshace completamente (Lacan, 21-1-75).

A esos pasos se agregan –eventualmente–, los que vienen a suplementar, reparar o reinventar lo produ-cido: cadenas brunianas de más de tres; tejidos combi-

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nando brunianos y no brunianos; tejidos con reparaciones, zurcidos, suplencias.

Resultan “... tejidos de tejidos, al modo de (...) la técnica del colchonero, del punto de capitonado, en el que es preciso que, en algún punto, el tejido de uno se amarre al tejido del otro” (Lacan, 6-11-57).

Estas articulaciones entre el tejido borromeo, la sexuación, la complejidad y lo discursivo resuenan desde lo que postula Freud en El motivo de la elección del cofre (1912) donde comenta que “... la mitología griega más antigua conoce una sola Moira como personificación del destino fatal (en Homero). El ulterior desarrollo de esta Moira única en un grupo de hermanas, tres (rara vez dos) divinidades, probablemente se produjo apunta-lado en otras figuras divinas a quienes eran próximas las Moiras: las Cárites y las Horas. Las Horas son en su origen unas divinidades de las aguas celestiales, que deparan lluvia y rocío, y de las nubes, desde donde cae la lluvia; dado que estas nubes son concebidas como unos capullos, de ahí deriva para estas diosas el carácter de las hiladoras, motivo fijado luego en las Moiras. Entre los nombres de las tres hiladoras, Laquesis, parece designar «lo azaroso dentro de la legalidad del destino»; diríamos: el vivenciar. Luego, Atropos es lo ineluctable, la muerte, y entonces para Cloto resta el significado de la disposi-ción fatal, congénita.

(...) Se podría decir que se figuran aquí los tres vínculos con la mujer, para el hombre inevitables: la paridora, la compañera y la corrompedora. 0 las tres formas en que se muda la imagen de la madre en el curso de la vida: la madre misma, la amada, que él elige a imagen y seme-janza de aquella, y por último la Madre Tierra, que vuelve a recogerlo en su seno.

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El hombre viejo en vano se afana por el amor de la mujer, como lo recibiera primero de la madre; sólo la tercera de las mujeres del destino, la callada diosa de la muerte, lo acogerá en sus brazos”.

Desde esas tesituras, en el sueño de la inyección de Irma, aquel que el propio Freud sitúa como momento inaugural y fundante de sus hallazgos, pueden encon-trarse claves de las operaciones del soñar como cone-xiones entre los sueños traumáticos y de angustia con la reescritura del acontecer y la resucitación del deseo. Siguiendo el comentario de Lacan (sem. 9-3-55):

“En estos tres que seguimos encontrando donde está, en el sueño, el inconsciente: lo que se halla fuera de todos los sujetos. La estructura del sueño nos muestra con claridad que el inconsciente no es el ego del soñante, que no es Freud en tanto Freud prosiguiendo su diálogo con Irma. Es un Freud que ha atravesado ese momento de angustia capital (...) literalmente, se ha evadido; ha apelado, como Freud mismo escribe, al congreso de todos los que saben.(...) Y, por último, otra voz toma la palabra.

(...) lo que está en juego en la función del sueño se encuentra más allá del ego, lo que en el sujeto es del sujeto y no es del sujeto, es el inconsciente”.

Al postular que los nexos discursivos, de sexuación y generación, constituyen la viga maestra de la existencia, cabe inferir que la omisión, distorsión, disociación o prete-rición de esos nexos puede determinar la quiebra de dicha viga maestra con las consecuencias del caso.

Resulta que el juicio de los tres presos del tiempo lógico, como el de las otras pruebas rememoradas convoca a actos constituyentes generadores de existencia.

Ese acto excede la consideración del juicio lógico como pensamiento, compuesto por sujeto, predicado, cópula y

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cuantificador que afirma o niega algo respecto del objeto, los vínculos del objeto con sus propiedades o las relaciones con otros objetos. Tiene conexión con otros juicios pero no se reduce a ellos por remitir a los actos significantes.

En ese saber formal, los juicios asertóricos simples, de acuerdo a sus contenidos, se consideran como “atri-butivos”, “existenciales” y “de relación”.

Sin embargo, ¿son esos los juicios que descubre Freud como atribución y existencia que ocurren en el probar, morder, tragar, escupir de la criatura? Lo que allí explora Freud lleva a las operaciones de simboli-zación que generan existencia y a su vez permiten los otros juicios, incluido el que en la lógica formal es clasi-ficado como de “existencia”. Clave para la cuestión de la realidad y lo real.

“Finalmente, el juicio asertivo se manifiesta aquí por un acto. (...) y las contingencias dramáticas no hacen aquí más que aislar ese acto en el gesto de la partida de los sujetos”.

Tal vez es lo que evoca Juan David García Bacca (Los presocráticos): “Parménides, Jenófanes y Empédocles se dedicaron, durante una época de su vida, a dar vueltas por las ciudades de Grecia, de la Grecia Madre y de la Grecia colonial, dando recitales de filosofía, cantados según el ritmo, acentuación y melodía de hexámetros, y, probablemente según un compás o sistemas de pasos de baile, a imitación de los rapsodas épicos. Así iban por el mundo nuestros antepasados en la filosofía. Y cantaban y bailaban sus poemas, las gestas de los Dioses y de los hombres, del Ente y del mundo, ante los ojos atónitos de la gente, durante el breve espacio entre el desconcierto inicial del auditorio y la carcajada final por las locuras de tales locos de remate”.

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V

Construcciones analíticas

En coherencia con las consideraciones sobre lo exis-tencial, sitúo en los fundamentos de la praxis analítica lo que sostiene Freud en Construcciones en psicoaná-lisis: “… hacer surgir lo que ha sido olvidado a partir de las huellas que ha dejado tras sí, o más correctamente, construirlo”.

Aunque el texto es del 37, la relectura de su obra permite afirmar que lo que allí expone guía el conjunto de su labor y que en las construcciones convergen las herra-mientas analíticas para incidir en la materia del tiempo “... uno se pregunta por qué no fue llevado a notar hace ya mucho tiempo este hecho fundamental; pero uno se dice enseguida que aquí nada ha sido mantenido en reserva, pues se trata de un dato de hecho por todos consabido. (...) Si en los trabajos sobre técnica psicoanalítica se dice tan poco acerca de las construcciones es porque en lugar de ellas se habla de las interpretaciones y de sus efectos. Pero creo que construcción es la palabra más apropiada”.

Lacan tuvo el valor de recuperar la cuestión del tiempo: “La reconstitución completa de la historia del sujeto es el elemento esencial, constitutivo, estructural, del progreso analítico. (...) La historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado en el presente (...)

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los interrogantes, hasta ahora evitados, no abordados a saber, los que se refieren a las funciones del tiempo en la realización del sujeto humano.(...) Que el sujeto reviva, rememore, en el sentido intuitivo de la palabra, los acon-tecimientos formadores de su existencia, no es en sí tan importante. Lo que cuenta es lo que reconstruye con ellos” (sem. 13-1-54).

Para desplegar lo anterior, reseñaré algunos pasajes de la labor analítica con sujetos que, desde la radical singularidad de cada analizante y la diversidad de sus historias, consultaron inicialmente por angustia, dolor y síntomas en conexión con el tiempo, con lo traumático, con los duelos, con la soledad, con las crisis. Exploraré singularmente los sueños angustiantes y las pesadillas en tanto considero que allí confluyen enigmas decisivos para la praxis analítica.

Ocurre que se puede tomar al síntoma como señal de lo que no funciona o como lo que ha intentado o intenta funcionar, así sea fallidamente. Ignorar que los fallos, detenciones, accidentes, ocurren intentando algo, obtura el darles algún destino.

Afinando la escucha, puede no ser impericia semio-lógica que en ciertos momentos sea difícil localizar los síntomas que expresan cómo los traumatismos recibidos desbordan lo personal; cómo los momentos de intensa angustia se exacerban con los pensamientos y senti-mientos personales y se atemperan con las ligaciones existenciales.

Las raíces de la constelación de afectos que orbitan la angustia son elocuentes: hallarse tocado, pillado, tomado, cogido; impedido, tomado por los pies; concer-

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nido, atrapado por la mirada; embarazado, tomado por la cintura; turbado en la potencia; implicado, metido en otros pliegues. Luego, ¿qué quiere(n)?, ¿qué mequiere(n)?, ¿qué quiero en eso?

En el pasaje por un desfiladero, desde lo perceptivo, hay una limitación a saber quién está arriba, abajo, a un costado o al otro. Quizás de allí, interpretar que en el atra-vesamiento que señaliza la angustia más de un goce es dirimido puede llevar a un renacimiento no simultáneo ni simétrico, mas sí con la radical sincronicidad del deseo.

* * *

En una labor analítica que –hace tiempo– impulsó las conjeturas de lo que ahora ensayo transmitir, un inge-niero consultaba porque se encontraba desesperado por no poder conciliar el sueño ya que lo invadían pesadillas terribles debido a las cuales había llegado al insomnio. Su situación era, –en las palabras del poeta Osvaldo Lamborghini–, la de quien si cede al sueño / cede a la pesadilla.

Recuerdo que antes había consultado y le indicaron hipnóticos que habían agravado su situación ya que se acentuaron las pesadillas con dificultad para despertar y el consiguiente agotamiento.

Sus pesadillas se referían de modo dominante a estar sometido a pruebas y exigencias desmesuradas, apremios que resultaban crueles ordalías.

El analizante preguntaba por qué, después de haber estado exiliado en Francia y participado en la Resistencia, al retornar a España, se encontraba teniendo que volver a probar su condición, desde los más elementales recono-cimientos civiles y profesionales hasta la búsqueda de los

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restos de familiares víctimas del franquismo. Expresaba la inmensa pena que le causaban esos trámites. Cómo un dolor que no se localizaba en un lugar exacto de su cuerpo lo atravesaba y una tristeza que iba más allá de su persona lo oprimía.

Incluso, cuando en una ocasión tuvo una fiebre intensa y –no encontrando otros motivos–, le diagnosticaron una virosis, me llevó a suponer que remitía a la fiebre de los tejidos tal como lo comenta Foucault en El nacimiento de la clínica o a la fiebre evocada por Freud en aquella estremecedora frase en la que el hijo reclama: ¿Padre, acaso no ves que ardo?

Por distintos senderos supuse que esas situaciones podían compararse con las pruebas bíblicas –Abraham, Job–; o con las pruebas triples de los héroes griegos –Bele-rofonte, Jasón, Perseo, Teseo, Ulises; o con los momentos al borde del abismo del Fausto de Goethe.

De modos diversos, construida con los materiales significantes de su análisis aporté la conjetura de que su situación era la de quien debía descubrir las simi-litudes y diferencias entre esas pruebas y las ordalías inquisitoriales.

Fue luego de largos y difíciles meses de tratamiento que algo de eso comenzó a dialectizarse. Entonces el curso de su análisis venía a confirmar los hallazgos freudianos en cuanto a la herencia y transmisión de lo contradictorio.

Un insistente recuerdo infantil acudía a su memoria: era la voz de su padre que lo llamaba de modo insis-tente desde lejos por su nombre. Acotaba que no lograba recordar para qué lo llamaba pero además, cada vez que lo intentaba, se superponía otro intento fallido por recordar las características de esa voz. Pero esas tenta-tivas no eran baldías: lo llevaban, desde los recuerdos de

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la guerra civil que trazaban su infancia, a otras llamadas y a otras voces.

Su madre quedaba allí como una señora silenciosa y esporádicamente emergía el recuerdo de la voz impera-tiva y la mirada severa de su abuelo llamando a su padre.

Supuse que por esas sendas intentaba reescribir los modos de presentación de la falta en el Otro donde lo decisivo era la mutación de la cuestión transitando entre responder al imperativo de goce del Otro, enajenarse como falo del Otro o propiciar la dialectización del Che vuoi –qué (me) quieres–, de la demanda del Otro. Así sus pesadillas fueron atemperadas produciendo otros sueños donde palpitaba el deseo.

* * *

Anexo sobre las pesadillas

Si los sueños son la vía regia para acceder al incons-ciente, ¿qué valor tienen las pesadillas como material analítico?

Esa cuestión me condujo a repasar la bibliografía acerca de las investigaciones sobre las fases del sueño, las distinciones entre terrores nocturnos, pesadillas y otros “trastornos del sueño”. Aunque no carecería de interés comentarlo prefiero partir de otra fuente que aporta una lucidez a toda prueba: Jorge Luis Borges. Una de sus siete noches, la segunda, antes de Las mil y una noches y después de La divina comedia, está dedicada a La pesadilla. Sus palabras iniciales pueden leerse como una declaración de principios: Los sueños son el género; la pesadilla la especie. Hablaré de los sueños y, después, de las pesadillas. Estuve releyendo estos días libros de

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psicología. Me sentí singularmente defraudado. En todos ellos se hablaba de los instrumentos o de los temas de los sueños y no se hablaba, lo que yo hubiera deseado, sobre lo asombroso, lo extraño del hecho de soñar.

Lo que les permite confirmar que existimos como la materia del tiempo o, recordando a Shakespeare, que estamos hechos de la misma estofa que los sueños.

Partir de allí, además de ser grato, es también situar las preguntas desde el hecho de soñar, que no siempre ocurre. Luego, analizar los sueños y las pesadillas como género y especie vale en tanto a veces se presentan como dos entidades sin conexión.

Nuestra pregunta es entonces cuándo, cómo, por qué, las pesadillas a veces transitan al soñar, acceden a un deseo y otras parecen repeticiones mórbidas, padeci-mientos postraumáticos, crisis de angustia de puro sufri-miento.

Tomo lo de la pesadilla atemperada por soñar de un momento del seminario de Lacan Le sinthome, del 16 de marzo del 76. Allí comenta que puede ocurrir que, como lo escribe Joyce, la historia sea una pesadilla de la que no podemos despertar.

Desde el anhelo de sortear ese atrapamiento, puede leerse Finnegans Wake como un tránsito de la pesadilla al sueño, como una pesadilla atemperada donde el soñador no es ningún personaje particular sino el sueño mismo. Un sinthome que permite existir.

Si el ombligo del sueño nos señala las coordenadas de un encuentro con lo real repercutiendo en las existen-cias, nos recuerda también lo que persiste como enigma desde lo más remoto. Esas cuestiones están en correspon-dencia con lo traumático de los encuentros fallidos con lo real y sus destinos, con las neurosis de angustia, con los

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síntomas, inhibiciones y otras respuestas a lo traumático. Podemos remitirnos a los sueños traumáticos en textos de Freud o al Seminario 11 de Lacan donde dice: “¿Dónde encontramos ese real? Es, en efecto, de un encuentro, de un encuentro esencial, de lo que se trata en lo que el psicoaná-lisis ha descubierto; de una cita, a la que siempre estamos requeridos, con un real que se esconde.(…) lo cual (…) se presentó en primer lugar en la historia del psicoanálisis bajo una forma que por sí sola, basta ya para despertar la atención: la del traumatismo. Y toma un sueño trau-mático, el referido por Freud en relación con la refuta-ción de la tesis del sueño como realización de deseos: el del padre que, intentando reposar un rato mientras vela a su hijo muerto, sueña que el hijo lo toma del brazo y le dice: Padre, acaso no ves que estoy ardiendo”.

Tal vez en ese acaso estriba la eventualidad de ser reproche o llamado.

Supongo que las pesadillas, aunque parecen contra-decir las tesis freudiana de los sueños como realización de deseos, lo que hacen es indicar la complejidad del deseo y lo contradictorio de su realización. Por eso me remito a otra cita que sitúa a las pesadillas como una cuestión insoslayable.

En el seminario sobre la angustia de fecha 12 de diciembre de 1962, dice Lacan: “... evocaré la experiencia más masiva, no reconstituida, ancestral, arrojada en la oscuridad de las edades antiguas de las que presunta-mente habríamos escapado, de una necesidad que nos une a tales y sigue siendo actual, y de la que curiosamente ya no hablamos sino rara vez: la de la pesadilla. Nos pregun-tamos por qué desde hace cierto tiempo los analistas

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se interesan tan poco por la pesadilla. Y luego, (...) la angustia de la pesadilla es experimentada, hablando con propiedad, como la del goce Otro. El correlativo de la pesadilla es el íncubo o el súcubo, ese ser que hace sentir todo su opaco peso de extraño goce sobre nuestro pecho, que nos aplasta bajo su goce. Y se remite luego a la obra de Jones sobre la pesadilla como un texto precursor en la investigación psicoanalítica”.

Efectivamente, el libro de Ernest Jones La pesadilla (On The Nightmare) realiza un recorrido exhaustivo por los antecedentes y la bibliografía sobre las pesadillas. Luego de situar la opresión, el miedo y la parálisis como la constelación patognomónica de la pesadilla, avanza en las manifestaciones clínicas y en la interacción de esas tres manifestaciones con la sexualidad, para ir desde allí a un análisis creativo de las palabras que nombran a las pesadillas en diferentes lenguas y tradiciones y destaca lo siguiente: el elemento más antiguo del espíritu del mundo de que haya rastro alguno es ese fantasma de opresión (Druckgeist). Los modos en que se presentan y los modos en que son nombrados así lo indican: night-mare, el íncubo, el súcubo, la Mara, el Alp, son los elfos, los demonios que oprimen, sofocan, aterran, paralizan.

Si seguimos las tesis de Lacan –presencia del goce Otro no dialectizado–, cabe volver al texto de Jones para indagar como se entretejen la opresión, el miedo y la pará-lisis. Pareciera que hay una secuencia y es la mencionada. Pero, desde otro ángulo, cabe partir del tercer término y suponer que es la detención, la anulación del tiempo de dialectización del goce, la parálisis en el Otro, lo que difi-culta transitar, a través de la angustia, al deseo incipiente y, por tanto, lo que condiciona el miedo y la opresión.

Esa consideración previa, aunque requiere un mayor

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despliegue, me permite ir a una cuestión que encuentro decisiva: los sueños traumáticos, los sueños de angustia, las pesadillas, aunque de distintos modos, ¿no son llamados a la metaforización del goce, a la operación del nombre del padre?

Si conjeturamos que allí se evidencia la presencia del Otro no dialectizado –pesado– cabe interrogar la secuencia opresión-miedo-parálisis y suponer que la detención del tiempo también paraliza al Otro y lo hace pesadillezco. Supongo que el horror al acto expresa la incertidumbre por desconocer de antemano si es una inci-tación a un terrible pasaje al acto, si es la escenografía de una actuación o es una convocatoria que requiere tran-sitar por el desfiladero del goce y el significante.

Por tanto el desastre puede ocurrir cuando se presenta un progenitor absolutizado o cuando eso ocurre con lo naciente, o con el otro sexo y eso no logra ser dialectizado.

* * *

Me remitiré ahora a otro testimonio: el de una anali-zante separada, que consultaba por soledad, tristeza, letargo y colapso del deseo: su cuerpo estaba como anes-tesiado y su sexualidad adormecida. Refería que la había ido invadiendo el hastío y había quedado desanimada.

Su situación laboral era la de una profesional exitosa.Preguntaba: ¿Estoy sola porque me siento mal o me

siento mal porque estoy sola? ¿Era ese el enigma que podía impulsar el despertar

del deseo o una pregunta que sostenía la impotencia?Sonados rechazos a hablar del pasado –¿para qué?, ¡es

inútil!, son cosas de ustedes los psicoanalistas– permitía sospechar que merecía la pena rehacer las cuentas.

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Resultaba que en su registro había heredado una quiebra –la del amor entre sus padres–, más la consi-guiente decepción de su madre. También recibía el legado de las familias de sus padres que habían estado en bandos contrarios en la guerra civil. Sin embargo, a medida que rehacía las cuentas, iba revirtiendo las versiones que traía de su madre y de su padre. Desbordaría este comen-tario repasar cómo fue rehaciendo el tejido histórico y las diversas conjeturas a las que remitía. Sí remarcar que la reescritura de la sexualidad en las relaciones de paren-tesco ocurría de modo incipiente en sus sueños e impul-saba la relectura de lo advenido.

Un día llega con un convencimiento: mi adolescencia fue terrible y me dejó marcada; no comprendía lo que ocurría en mi cuerpo; desde entonces algo quedó dormido. Pero, de modo sorprendente, agrega que cree que fue a partir de un primer encuentro amoroso, en el que tuvo un goce sexual muy intenso que la angustiaba y desbordaba, que le quedaron esos adormecimientos e inhibiciones.

Al tiempo comenta sueños con urdimbre sexual. En su relato era destacable cómo, en el despliegue del soñar, tanto ella como los otros concernidos se ponían en movi-miento, produciéndose un eclipsamiento de los perso-najes como tales.

Por entonces una lesión en su cuerpo provoca una conmoción: le habían encontrado un “nódulo mamario” y los estudios lo hacían sospechoso. Las connotaciones de los significantes “nódulo”, “mamario”, “sospecha” no le pasaron desapercibidas. [Por mi parte antes comenté algo que me suscitó repasar las conexiones entre nexo, neikos, nudo, núcleo y lo borromeico en el núcleo atómico y en el núcleo celular].

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En los días previos a la extirpación del nódulo se exacerbaron pesadillas e ideaciones en torno a curaciones mágicas, entregas a lo científico o creencias en soluciones finales. Mas tras esos velos algo más se tejía y por una rendija discurría lo aún por decir. Pasado ese trance, venía a decir que luego de haber atravesado la tormenta “era otra”. Lograba dejar así suscitada la pregunta sobre quién había atravesado. Al recibir el envite de comentar la partida, resultaba que “otros más habían pasado” y le tocaba contarlos.

Algo de la sexuación que se había despertado la sobresalta: “me encontraba algo angustiada”. Allí una pregunta quedaba latiendo tras el “me encontraba”: ¿quién encuentra a quién en la angustia? ¿era ese goce Otro, ese goce de la mujer lo que a ella misma la angus-tiaba? ¿en qué tiempos, en qué lugares, en qué nexos se estaba dirimiendo su condición?

Algo más complejo que un goce en exceso o en defecto se dirimía: era la imbricación entre ambos tal como lo descubriera Freud en la repetición del Más allá... o en La cuestión económica del masoquismo.

Por entonces comienza a comentar fragmentos de sueños donde se vislumbraban –entre otros–, sus hermanos. Despertaba de ellos con leve angustia y algo más que se permitía reconocer como una pasajera feli-cidad.

Reabrir esa causa resultaba una hazaña. [Hazaña: del árabe hasána, buena obra, influido en romance por el verbo facere. Corominas, Dicc. etimológico).

Un breve colofón a partir de La bella durmiente que en inglés se llama Briar Rose y en alemán Dornrös-

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chen por quedar como una Rosa cercada de espinas. Las versiones difundidas –la de los Hermanos Grimm o la cortesana de Perrault–, son versiones censuradasde un relato antiguo. Lo cuenta Giambattista Basileen el Pentamerone: a partir del conocido presagio delhada maligna y unos años después de que la princesaquede aletargada por haberse clavado la espina de linocon el huso de hilar, entra un príncipe al castillo, quedaprendado de sus encantos, yace con ella y la deja emba-razada. Luego de nueve meses, pare dos hijos –Sol yLuna–, uno de los cuales, buscando amamantarse delpecho de su madre, no encuentra el pezón y chupa confuerza del dedo de la princesa, extrae la espina y ellaentonces despierta.

En El peregrino querubínico, descripción sensible de las cuatro postrimerías (s. XVII) del poeta que adoptó el nombre de Angelus Silesius, hay otras claves.

La rosa es sin porqué; florece porque florece /No cuida de sí misma, no pregunta si se la ve.

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Otro testimonio de construcciones analíticas es el de una mujer que acudía por crisis de angustia, dolores diag-nosticados como “fibromialgia” y otras afectaciones que refería a los cambios del tiempo, a los ciclos menstruales, a sus alergias e hipersensibilidades.

Relataba que la exposición a los rayos solares le causaba una fuerte reacción en la piel llegando incluso a afectar a las mucosas. Sin embargo el sol también la atraía por lo que lo soportaba hasta el límite del dolor.

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Luego se quedaba desolada. Preguntaba ¿por qué el sol me deja así?

Las conjeturas expuestas y la escucha de sus asocia-ciones acerca de esos trastornos menstruales y climá-ticos, me llevaron a suponer que, aunque aparecían con los cambios de tiempo, estaban faltos de ser historizados en las cuentas generacionales. Quedaba el sol como aquel que la podía salvar o destruir: tras esa apariencia de un padre-sol omnipotente-impotente, con la máscara del maltrato, la dejaba plantada. Y, como refugio ante eso, reverdecía el anhelo de volver a la madre-tierra lo cual perpetuaba el desamparo.

Evoco aquí el texto de Freud Pegan a un niño y la construcción en la que, atravesando las representaciones donde el representante paterno pega al niño odiado, conjetura un anhelo de filiación: es una construcción del análisis, mas no por ello menos necesaria” y afirma que “esa construcción –en el tiempo inconsciente–, es la más importante y grávida en consecuencias.

“Allí (...) es la posición del padre real tal como Freud la articula, como un imposible, que hace que el padre sea necesariamente imaginado como privador. No es tal o cual quien lo imagina, eso viene por la posición misma. No es sorprendente que nos encontremos sin cesar con el padre imaginario. Es una dependencia necesaria, estructural, de algo que precisamente se nos escapa y que es el padre real” (J. Lacan, sem. 18-3-70).

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Evoco en lo que sigue construcciones del análisis de un músico que consultó por encontrarse en grave crisis. Crisis de identidad, crisis de su vocación artística, crisis de su condición histórica.

Por una parte, estando antes entregado plenamente a la música había abandonado esa dedicación.

Por otra, había roto intempestivamente una relación amorosa de años. Presentaba perplejidad, anonada-miento, discreta despersonalización e ideaciones para-noides.

Crítico con la vida de sus padres intentaba seguir un camino distinto. Tal vez la paradoja ancestral –como tus padres has de ser... como tus padres no has de ser– lo había capturado. Sortearla implicaba descubrir la trama de pretericiones que transportaba.

Transcurrido un tiempo pudo contar el desencadena-miento: tras un goce intenso por un encuentro sexual que lo había tocado fuerte, y luego de un momento de inspira-ción en el que la creación musical lo embargaba, empezó a sentirse invadido por la angustia y por una creciente sensación de amenaza.

Cabía suponer que al intentar acceder a los nexos entre lo sexual, lo generacional y lo discursivo, lo cual se hallaba débilmente simbolizado y relativamente prete-rido, entró en crisis.

Refiere un sueño angustiante que se repite en el que alguien parecido a su padre le reclama desesperadamente que lo auxilie pero ambos persisten detenidos.

Comenta los recuerdos que tiene sobre los desastres de sus progenitores: su padre se había separado de su madre diciendo que ella se había vuelto loca; a su vez ella sostenía que se había casado con un estafador.

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Pero también llega a recordar algunas pasiones y voca-ciones artísticas de sus abuelos.

Cuando va saliendo de la crisis dice que guarda la esperanza de que con su música llegue a tocar en lo más hondo a los oyentes. Y cuenta que habiendo vuelto con la joven con la que estaba ligando cuando entró en crisis, descubre un ritmo musical en sus encuentros sexuales. Por entonces logra recordar el fragmento musical que estaba componiendo en el momento de la crisis: era una partitura de música-fusión con ritmos sudamericanos, africanos y de jazz. Mientras hablaba de ello comete un lapsus y dice música-fisión. Tocado por el equívoco comienza a reír y agrega... una ficción.

Como ya he comentado, si en el momento de dar cuenta del goce se pone a prueba lo recibido en usufructo, al acceder a la sexuación, se reabre la herencia de la complejidad edípica y se revelan las modalidades de su transmisión. Aquello que señala Lacan sobre las psicosis en la infancia de que para que eso ocurra hace falta el trabajo de al menos dos generaciones, acaso interese extenderlo a las estructuraciones en tanto las afirma-ciones pueden renegarse y luego reafirmarse o forcluirse. Generaciones en tanto operaciones.

Tal vez con la música ocurre lo que Freud descubre como perelaboración del deseo inconsciente (durchar-beitung, working-trough). Recordemos que la frase del Fausto de Goethe citada por Freud, lo que has heredado de tus padres has de adquirirlo para poseerlo, dice en el verso siguiente que cuando eso no ocurre queda como pesado fardo.

¿No es algo así lo que puede ocurrir en la transmi-sión? Que lo que en un momento funciona como repa-ración, cicatriz, zurcido, suplementación, en el período

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siguiente puedan servir de impulso u obturar otra opera-ción. Que los distintos modos de reparación –por ejemplo en el sitio del fallo o en otro punto– se encuentran luego como síntomas o fantasmas.

Valga recordar que así como en las fugas –musicales–, hay un sujeto, una respuesta y un contrasujeto, acaso lo inaudito, invisible e intangible, a rachas se transmite a través de otros conjuntos de cuerdas. Al modo de la síncopa donde hay un corte conjunto (sun-koptein) que impulsa otros pasos. La distinción entre renacimiento o extinción, entre amanecer u ocaso no se resuelve conla mirada: si falta la palabra no se puede diferenciar elatardecer del crepúsculo. Es necesario el tiempo discur-sivo para que el encuentro no sea fatalidad. Luego, enlos momentos y lugares en que nos habita y habitamosla angustia, tiende a instalarse la ansiedad y la parálisissalvo que acontezca un acto de pasaje conjunto, atem-perado.

En coherencia actuar es arrancar a la angustia su certeza.

Comenta José Alsina en Los grandes períodos de la cultura griega que “... en Grecia, hay una tendencia a relacionar el arte poético con la memoria (la Memoria, Mnemosine, es la madre de las Musas que simbolizan el canto y el arte en general). (...) Así, la Poesía, oral, con su recuerdo de los hechos del pasado, aseguraría su persistencia. En el mismo Píndaro –que en cierto modo representa una vuelta a concepciones ya periclitadas del pasado– asoma una vuelta de la relación entre alétheia, verdad, con memoria, canto”.

Por cierto, ¿dónde se halla la música cuando no suena?