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EL TRATO A LOS ESCLAVOS DURANTE LA INDEPENDENCIA DE COLOMBIA: RUPTURAS Y CONTINUIDADES EN UNA ETAPA DE TRANSICIÓN POLÍTICA Por Roger Pita Pico * Resumen El trato a los esclavos durante la época de Independencia no registró va- riaciones sustanciales si se compara con lo registrado en tiempos del dominio indiano. Las ideas liberales reinantes en estas décadas iniciales del siglo XIX no fueron suficientes para darle un impulso a la legislación proteccionista, observándose por lo tanto cierta continuidad de las tardías normas del legado hispánico. La inestabilidad política y administrativa, los efectos devastadores de la guerra, los crecientes desórdenes sociales, las tensiones y el temor de los amos, fueron factores que impidieron avances significativos en la protección de los esclavos durante la naciente República. Las esperanzas centradas en la manumisión definitiva se vieron frustradas y, con ello, también se diluyeron las posibilidades de brindar a la población negra un trato y unas condiciones de vida más favorables. Palabras clave: negros, esclavos, trato, castigos, protección, Independencia, Colombia. * Magíster en Estudios Políticos de la Pontificia Universidad Javeriana. Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia, Correo electrónico: [email protected]. Fecha de recepción: 15 de agosto de 2012; fecha de aceptación: 5 de septiembre de 2012.

EL TRATO A LOS ESCLAVOS DURANTE LA … ARTICULO... · 2015-03-24 · destierro y abandono de muchos amos y empresarios se convirtió en un factor agravante. Sobre este respecto, bien

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EL TRATO A LOS ESCLAVOS DURANTE LA INDEPENDENCIA DE COLOMBIA:

RUPTURAS Y CONTINUIDADES EN UNA ETAPA DE TRANSICIÓN POLÍTICA

PorRoger Pita Pico*

Resumen

El trato a los esclavos durante la época de Independencia no registró va-riaciones sustanciales si se compara con lo registrado en tiempos del dominio indiano. Las ideas liberales reinantes en estas décadas iniciales del siglo XIX no fueron suficientes para darle un impulso a la legislación proteccionista, observándose por lo tanto cierta continuidad de las tardías normas del legado hispánico. La inestabilidad política y administrativa, los efectos devastadores de la guerra, los crecientes desórdenes sociales, las tensiones y el temor de los amos, fueron factores que impidieron avances significativos en la protección de los esclavos durante la naciente República. Las esperanzas centradas en la manumisión definitiva se vieron frustradas y, con ello, también se diluyeron las posibilidades de brindar a la población negra un trato y unas condiciones de vida más favorables.

Palabras clave: negros, esclavos, trato, castigos, protección, Independencia, Colombia.

* Magíster en Estudios Políticos de la Pontificia Universidad Javeriana. Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia, Correo electrónico: [email protected]. Fecha de recepción: 15 de agosto de 2012; fecha de aceptación: 5 de septiembre de 2012.

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TREATMENT OF SLAVES IN THE INDEPENDENCE OF COLOMBIA: RUPTURES AND CONTINUITIES IN A

POLITICAL TRANSITION

Abstract

The treatment of slaves during the time of Independence did not show major variations in relation to the colonial period. Liberal ideas prevailing in these early decades of the nineteenth century were not enough to give a boost to protectionist legislation, showing therefore some continuity of the Spanish heritage. The political and administrative instability, the devastating effects of war, growing social unrest, tensions and fear of the owners, were factors that prevented significant progress in the protection of slaves during the nascent Republic. The hopes, centered in the final manumission, were frustrated and thus also diluted opportunities to provide to blacks a treatment and a living conditions more favorable.

Key words: blacks, slaves, treatment, punishment, protection, Independence, Colombia.

Introducción

La trata de negros, la manumisión y el trabajo en las haciendas y en las minas de oro han sido sin duda los tres tópicos más desarrollados por la historiografía colombiana con relación al tema de la esclavitud. El trato, la protección y las condiciones de vida de la población esclava han ocupado un plano secundario, reduciéndose en algunos casos al relato meramente anecdótico.

La historia del negro así como de otros grupos subalternos de la socie-dad durante el proceso de la Independencia apenas se está construyendo y, por supuesto, ha recobrado un especial auge durante las efemérides del Bicentenario.

Este trabajo intenta profundizar de manera sistemática sobre las rupturas y continuidades en el trato dado a los esclavos durante esta etapa de tran-sición política que comprende los primeros experimentos de autogobierno republicano, la etapa de la Reconquista española y los inicios de la República independiente a partir de 1819.

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1. Las relaciones entre amos y esclavos: entre afectos y animadversiones

Las relaciones entre amos y esclavos fueron complejas y diversas, al-gunas de las cuales trascendieron mucho más allá del simple esquema de dominación. Dentro de ese amplio espectro de posibilidades, se pudieron observar extremos que oscilaban entre el afecto casi fraternal y vínculos amorosos hasta intrincadas rivalidades y odios acérrimos.

El marco normativo, la concepción que el amo guardaba acerca de la esclavitud, el comportamiento del negro, los contrastes étnicos en la balanza demográfica1, el contexto social y la clase de actividad económica reinante en cada una de las provincias, fueron algunas de las dimensiones percep-tibles que terminaron moldeando las relaciones de dominación esclavista.

Igualmente, el perfil social del amo y su posición y situación económica podía configurar el modo de interacción, ya fuera religioso, comerciante, empresario agrícola, minero, militar o funcionario. Es preciso recordar ade-más que no fue exclusividad de blancos españoles y de criollos la posesión de esclavos pues con el paso del tiempo algunos mestizos y hasta mulatos alcanzaron también a comprarlos.

El tipo de contacto pudo eventualmente marcar también la diferencia. Muchas veces, los dueños de haciendas, trapiches y de minas no mantenían una comunicación directa con sus negros por el hecho de vivir la mayor parte del tiempo alejados en villas o ciudades, razón por la cual transferían el mando a sus mayordomos.

El estado de guerra pudo hacer más crítico ese distanciamiento. El destierro y abandono de muchos amos y empresarios se convirtió en un factor agravante. Sobre este respecto, bien vale la pena traer a colación las impresiones del gobernador de la provincia del Chocó, el coronel José María Cancino, sobre la delicada situación vivida en 1822 en las explotaciones auríferas del cantón de Nóvita:

El abandono e indiferencia con que los dueños de minas miran sus cuadrillas es tal que son muy señalados los que una vez las hayan visitado o conozcan uno solo de sus esclavos, conformándose con

1 Los censos indicaban que la población esclava había registrado un decrecimiento gradual desde las décadas finales del siglo XVIII. De 7.8% contabilizados en el censo de 1778, ahora en 1810 apenas registraban un 5%. Hermes Tovar Pinzón, Convocatoria al poder del número (Santa Fe de Bogotá: Archivo General de la Nación, 1994), 86-88; José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia en la América Meridional (Medellín: Universidad de Antioquia-Universidad Nacional, 2009, 5ª ed.), I, 14.

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haberlos puesto bajo la dirección de un esclavo que se dice más hombre de bien, o de otro hombre inepto e ignorante sin honor ni responsabilidad; y a veces a cargo de una mujer. Así es que a excep-ción de muy pocas minas, lo que he hallado al visitar las restantes ha sido bandadas de vagos sin reglas ni régimen para servir, ni para vivir sin respetos que los contengan y sin moral2.

En contraste, se ubicaban algunos esclavos que estaban al servicio personal o doméstico en casa de sus propios amos, cercanía que a veces desembocaba en actitudes afectivas y trato paternalista. El militar y diplomático inglés John Potter Hamilton, a su paso por el interior de la Nueva Granada en 1823, enunció al respecto el siguiente comentario a manera de comparación: “Ob-servé que los criollos o descendientes de los españoles trataban a los esclavos de sus hogares con mucha bondad e indulgencia, permitiéndoles conversar con ellos de modo más familiar de lo que nosotros acostumbrábamos con nuestros sirvientes en Inglaterra”3. Cuando este extranjero llegó a Bogotá a principios de 1825, la encontró de fiestas y le sorprendió hallar en la Plaza Mayor a un grupo de damas distinguidas compartiendo con sus criadas y esclavos en una mesa de juego “[…] embebidos todos en la pasión egoísta de ganar y llenar el bolsillo”4.

El afecto y la gratitud que el amo le profesaba a su esclavo no solo se vieron traducidos en su determinación de conferirle la libertad sino que además su preocupación lo llevó en algunos casos a asegurarle un mejor futuro económico, prodigándole condiciones adecuadas de subsistencia. Estas manifestaciones de estimación fue posible encontrarlas más que todo en las cartas testamentarias. Doña Brígida Fernández, oriunda de Cartago y avecindada en la provincia del Chocó, dejó en 1818 estipulada en su testa-mento la decisión de manumitir a su esclava Dominga “pero para que no se abandone con la soltura quedará al cuidado de doña Leonor de Andrade”5.

Pero tal como se anotó anteriormente, no todas las relaciones entre amos y esclavos fueron armónicas y de mutuo entendimiento. De hecho, existie-ron varias causas que pudieron motivar a estos para que ya sea individual o colectivamente se rebelaran en contra del dominio ejercido: maltrato físico y

2 Archivo Central del Cauca (ACC), Sala Independencia, Civil I-2 Gobierno, signatura 6.837, f. 3r.

3 John Potter Hamilton, Viajes por el interior de las provincias de Colombia (Bogotá: Colcultura, 1993), 105.

4 Ibid., 359.5 Sergio Mosquera, Memorias de los últimos esclavizadores en Citará. Historia Documental

(Quibdó: Promotora Editorial de Autores Chocoanos, 1996), 49.

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psicológico, desfavorables condiciones de vida, inconformismo por cambio de dueño, excesiva carga laboral y situaciones afines.

Con el inicio de las guerras de Independencia, aquellas relaciones su-frieron mayores fisuras en razón a las tensiones políticas y a los desórde-nes sociales. A las constantes rebeliones y el cimarronismo que se venían manifestado desde finales del siglo XVIII, se sumaba ahora el ambiente de zozobra generado por el conflicto político y militar. Desde principios del siglo XIX, fue conocida en la Nueva Granada la rebelión esclavista de Haití y suscitó en muchos amos profundos temores al pensar que aquí no se estaba del todo exento de una experiencia similar de alzamiento. Como era apenas lógico, esta inquietud adquiría más ímpetu en las zonas mineras de la costa Pacífica en donde era pronunciada la presencia esclava. Todavía en 1820 el presidente Simón Bolívar y otros dirigentes republicanos mantenían viva la prevención ante la amenaza que representaba la posibilidad de que de la cantidad de negros fuera superior a la de los blancos y por eso se creyó útil como estrategia disminuir su “peligroso” número incorporándolos en la lucha por la causa independentista6.

Ante los escalonados episodios de rebeldía, los amos empezaron a sentir cada vez más amenazadas sus vidas y las de sus familias. El 22 de julio de 1810, cuando todavía estaba vivo el ambiente de tensión ante las primeras manifestaciones independentistas, llegó a Santa Fe el rumor sobre la llegada de 300 negros armados y montados a caballo, provenientes de la hacienda del español don Clemente Alguacil, con la aparente intención de liberar los presos, saquear la ciudad y restablecer el gobierno colonialista. Esto prendió las alarmas e impulsó a las gentes a armarse. No pasó mucho tiempo en confirmarse que la supuesta conspiración no era más que una ficción ya que en realidad el grupo de hombres que arribaba a la capital eran campesinos enviados por el cura de Soacha para traer algunos auxilios. A Alguacil se le libró de toda culpa y fue ordenada su salida de la cárcel7.

Las incitaciones estratégicas de los líderes patriotas y realistas para que los esclavos se sublevaran en contra de sus propios señores, la oportuni-dad de portar armas al ingresar al servicio de las milicias, las exigencias acaloradas ante los rumores de libertad y las confusiones en torno a las leyes de manumisión decretadas durante la vida republicana en sus dos

6 Archivo General de la Nación (AGN), Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, t. 325, ff. 387r-388v.

7 AGN, Archivo Anexo, Fondo Justicia, t. 26, ff. 166r-190v; José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada (Bogotá: Casa Editorial de M. Rivas, 1889, 2ª ed.), III, 66-67.

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fases, fueron circunstancias que contribuyeron a enturbiar mucho más el ambiente social.

Aquel escenario generalizado de tensiones sociales que se vivió durante la época de Independencia fue crucial en el trato recibido por los esclavos y en el desarrollo de la legislación proteccionista.

2. La legislación: entre la represión y la protección

No debe soslayarse una evidencia histórica: en la escala del régimen colonial los negros esclavos habían sido los más segregados ya que ocupa-ban el último peldaño de la estructura social, y la legislación no hizo más que refrendar y sustentar esa condición de inferioridad. Ese marginamiento obedecía al hecho de que eran vistos como fuente de perturbación, por lo cual la legislación no tardó en prevenir a las autoridades y en procurar un insistente celo sobre su comportamiento. En 1645, por ejemplo, el Rey Felipe IV ordenó observarlos siempre con máxima vigilancia para evitar que pudiesen trastocar la tranquilidad pública8.

De ahí que, desde un comienzo los artífices de las leyes no cejaron en su empeño por coartar el desarrollo social y hasta los aspectos más íntimos de la vida cotidiana de los esclavos. Esto se expresó en la negación a que desempeñaran ciertos oficios, se les prohibió portar armas, se les impidió usar implementos o distintivos que se consideraban propios y exclusivos de los blancos, no se les permitía montar a caballo, comprar licor, entre muchas otras limitaciones más. Su fenotipo era para la comunidad mestiza y blanca un signo de segregación como estamentos inferiores de la pirámide social.

En síntesis, la mayoría de disposiciones dictadas para los negros escla-vos se enfocaban fundamentalmente en fijarles castigos y penas, y fueron contadas las medidas orientadas a salvaguardarlos o que pretendieran aliviar sus coartadas condiciones de vida.

Abundantes fueron las leyes que en reiteradas formas se expidieron amparando a las etnias nativas mientras que las medidas adoptadas para los negros eran, por lo general, de corte represivo9. Otro factor revelador es que en relación con el esclavo negro no se suscitaron las complejas e intensas controversias teológicas y jurídicas dadas en el siglo XVI sobre el fenómeno de la esclavitud indígena10.

8 Aquiles Escalante, El negro en Colombia (Bogotá: Universidad Nacional, 1964), 112. 9 Jaime Jaramillo Uribe, Ensayos de Historia Social (Santafé de Bogotá: Tercer Mundo

Editores-Ediciones Uniandes, 1994), I, 229.10 Ibídem.

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Fue casi generalizado que las normas se diseñaran para solucionar pro-blemas ya en crecimiento y no con un sentido protectivo o preventivo. Las leyes se promulgaban por lo general como consecuencia de los abusos más que anticipándose a ellos. Así se reflejó en las tardías normas de protección a la población esclava.

Desde muy temprano, los atropellos contra los esclavos se tornaron cada vez más repetitivos y su eco trascendió los mares hasta llegar a oídos de las autoridades de la metrópoli. Esto generó un conjunto de leyes específicas para los esclavos. En 1545, unas ordenanzas referidas al trato mandaban “[…] no castigarles con crueldades ni ponerles las manos sin evidente ra-zón, y que no puedan cortarles miembro ni lisiarlos, pues por ley divina y humana es prohibido, a pena que pierdan el tal esclavo para S. M. y veinte pesos para el denunciador”11. La real cédula expedida el 12 de octubre de 1683 reiteró la norma que contemplaba represalias contra los amos a quie-nes se les comprobara exceso de sevicia, obligándolos en última instancia a vender sus esclavos12.

Otra ley emanada en Madrid el 19 de abril de 1710 recordó lo fijado en 1683. El Monarca nuevamente recibió noticia sobre los dramáticos castigos que algunos señores imponían sobre sus esclavos, inclusive por faltas muy leves. Desde España se dieron instrucciones y se persuadió otra vez más a goberna-dores y a justicias en América para que no se consintieran tales desafueros y se contuvieran las eventuales fugas que pudieran provocarse por esta causa13.

No fue sino hasta 1789 cuando se concretó una amplia legislación que contribuyó a atacar en forma integral las injusticias de los amos y a pro-mover unas mejores condiciones de vida para los esclavos. La Instrucción Real firmada por Carlos IV el 31 de mayo de ese año14, llamada también “Código Carolino Negro”, representó entonces el primer y único compen-dio normativo coherente en el tratamiento humanitario, durante el tiempo de dominio indiano, que contrastó con las leyes anteriores marcadamente represivas y puntuales.

Este cambio de actitud por parte de la Corona fue mucho más benevolente y estuvo enmarcado en las reformas borbónicas15. No fue fortuito sino efecto

11 Richard Konetzke, Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1958), I, 237.

12 Antonio Muro Orejón, Cedulario Americano del siglo XVIII (Sevilla: [s.n.], 1977), I, 203. 13 Konetzke, R., Colección de documentos, 3: 1, 113.14 AGN, Archivo Anexo, Fondo Reales Cédulas y Órdenes, t. 29, ff. 62r-64v. 15 Agustín Guimerá (Ed.), El Reformismo Borbónico: una visión interdisciplinaria (Madrid:

Alianza Editorial, 1996), 37-59.

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de la amenaza que se cernía a finales del siglo XVIII ante la disminución ostensible de mano de obra esclava que tenía en graves aprietos a la econo-mía de sus dominios en América. Las constantes huidas y levantamientos originados por los despiadados tratos precipitaron también la expedición de este marco regulatorio.

El principal avance allí contenido fue el reconocimiento del esclavo como ser humano. Se empezó con equipararlo en materia judicial, es decir, que el tratamiento y los correctivos recibidos no distaran mucho de los que se aplicaban a personas libres. En adelante, los amos podían imponer penas corporales a sus esclavos pero sin contusión ni efusión de sangre y sin ins-trumento que causara daño.

Pero aún con la implementación de esta ley, en la práctica no cesaron los excesos. Aunque es innegable que era una legislación de avanzada, en realidad era un poco iluso pensar que de forma automática se induciría un cambio de mentalidad en los amos, quienes por no ver resquebrajada su autoridad, siguieron con las mismas prácticas represivas puestas en cues-tión16. Aquella resistencia al ver coartado o amenazado su poder absoluto sobre sus esclavos causó sin duda no pocos enfrentamientos de intereses.

Un informe del Consejo de Indias elaborado en 1792, al examinar el alcance de la mencionada cédula real, anotó cómo tan pronto se supo su contenido en este lado del Atlántico, varios habitantes se rebelaron en su contra “[…] pintando la ruina de la agricultura, la destrucción del co-mercio, el atraso del erario y la subversión de la tranquilidad pública”17. Era, según los inconformes, una ley incompatible con el contexto real de estos territorios.

El mismo Consejo estimó conveniente revisar la norma que proscribía dar más de 25 azotes y que instaba a impartir castigos con instrumentos suaves. Se consideraba que por ese medio se socavaba la facultad punitiva de los amos y a su vez se fomentaba la insolencia de los esclavos. Ante esta y otras denuncias, aquel alto órgano de poder recomendó suspender temporalmente los efectos de la ley y adaptar u obviar apartes que no fueran aplicables, a la vez que se aclaraba que algunos de ellos no eran preceptos

16 Dolcey Romero Jaramillo, Esclavitud en la Provincia de Santa Marta 1791-1851 (Santa Marta: Instituto de Cultura y Turismo del Magdalena, 1997), 107.

17 José Antonio Saco, Historia de la esclavitud de la raza africana en el Nuevo Mundo y en especial en los países américo-hispanos (La Habana: Cultural S.A., 1938), III, 249, 272 y 274. Sobre el desarrollo de las protestas que generó la ley en las ciudades de Caracas, La Habana y Santo Domingo, véase: Manuel Lucena Samoral, La esclavitud en la América Española (Varsovia: Cesla, 2002), 286-293.

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ni debían interpretarse al pie de la letra sino que más bien eran modelos indicativos de comportamiento.

Aquel mismo año, varios dueños de minas en Barbacoas, Costa Pacífica, se unieron para impugnar de manera enfática las regulaciones establecidas por la ley de 1789, con relación al trabajo esclavo. Aquellos empresarios estaban convencidos de los perjuicios que generaban estas medidas en sus hombres de servicio, a quienes veían muy propensos al ocio, al libertinaje y a la indisciplina18.

Otras voces locales, principalmente en aquellas áreas en donde era notoria la presencia esclava, se plegaron al clamor que tildaba ese compen-dio normativo como lesivo para los intereses que pretendían reactivar la decadente economía de esos últimos lustros del periodo indiano. Un grupo de hacendados de Tocaima y La Mesa, dueños de trapiches movidos con mano de obra esclava, propusieron en 1793 aplazar la aplicación de dicha ley aduciendo que cualquier modificación al orden normativo vigente sería lesivo para la sociedad y para las actividades productivas19. Hacia 1805, la junta de hacendados convocada por el consulado de comercio de Cartagena acordó un conjunto de gestiones orientadas a solicitar formalmente al Rey la suspensión de lo contenido en la ley de 1789, tal como se había dispuesto en La Habana. Al gremio de hacendados le asistía la convicción de que, al tomarse tal decisión, se dejaría de perjudicar a la producción agrícola20.

La justicia, que había demostrado ser inoperante en relación con la protección de la comunidad indígena, en este caso tampoco era suficiente garantía para hacer cumplir la ley que amparaba a los negros21. Pero, a pesar de las limitaciones e inevitables controversias, estaba sentado el precedente legal y tampoco se puede eludir el hecho de que algunos esclavos pudieron favorecerse por estas progresistas disposiciones, cuya vigencia pudo hacerse extensiva hasta la abolición definitiva de la esclavitud.

A principios del siglo XIX, adquirieron mayor fuerza las ideas liberales gracias al influjo de la Revolución Francesa, la traducción de los Derechos del Hombre y las prédicas de la Ilustración. Con ocasión de la abdicación de Fernando VII al trono y de los cambios políticos suscitados en España

18 María Eugenia Chaves, “Los sectores subalternos y la retórica libertaria. Esclavitud e inferioridad racial en la gesta independentista”, en Guillermo Bustos y Armando Martínez Garnica (Edit.), La Independencia en los países andinos. Nuevas perspectivas (Bucaramanga: Organización de Estados Iberoamericanos-Universidad Andina Simón Bolívar, 2004), 211.

19 AGN, Sección Colonia, Fondo Negros y Esclavos de Cundinamarca, t. 4, ff. 534r-568v. 20 AGN, Sección Colonia, Fondo Negros y Esclavos de Santander, t. 5, f. 221r. 21 Jaramillo, J., Ensayos de Historia Social, I, 34.

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con los debates en las Cortes de Cádiz, emergieron voces que propugnaban por la abolición de la esclavitud, avivándose paralelamente la discusión en torno a la necesidad de generar una mayor conciencia en la forma como se trataban los negros que se encontraban en estado de sujeción.

Este cambio de mentalidad se vio reflejado en la actitud de algunos funcionarios. El interés creciente en citar al pie de la letra los dictámenes de la normatividad proteccionista, las continuas referencias a los pasajes bíblicos que predicaban la misericordia y los llamados a tomar decisiones en aras de la humanidad, son indicativos de esa tendencia.

Uno de los primeros en asumir una postura progresista fue el periodista de origen cubano don Manuel del Socorro Rodríguez, quien a través de las páginas de su periódico El Redactor Americano, emitió en agosto de 1807 agudas reflexiones que vale la pena analizar. Él era consciente de que, mientras se alcanzaba la extinción de la esclavitud, no quedaba otra opción que brindar un buen trato. Esa actitud de ser compasivos e indulgentes la percibía como un imperativo moral, especialmente al tener presente que los esclavos ya tenían suficiente carga con la “desgracia” de estar en servidumbre.

El consuelo para Rodríguez era que el trato dado en los dominios del Imperio español era mucho más benévolo22 al compararlo espacial y tempo-ralmente con las barbaridades vistas en otras latitudes. Con lo anterior, no quiso negar la existencia de algunos amos crueles y tiranos pero, de todos modos, tenía afincada su fe en que las leyes serían un instrumento eficaz para transitar por la línea de la moderación:

Nuestros hermanos, reducidos a la abatida y miserable condición de llevar sobre sus cuellos el pesadísimo yugo de la servidumbre! He aquí la gran consideración que nos debe obligar a ser indulgentes y compasivos con los pobres esclavos mirando su desgracia con el sagrado respeto que nos imponen las leyes divinas y humanas. ¡Benditas leyes! Solo vosotras podéis justificar la amarga vida del hijo de Adán en su estado tan vil y calamitoso23.

22 EstapercepcióncoincidíaconlaexpresadaafinalesdelsigloXVIIIporalgunosobservadores que recorrieron la América hispánica. Véase: Felipe Salvador Gilij, Ensayos de Historia Americana (Bogotá: Editorial Sucre, 1955), 243. Esa misma impresiónsellevóunviajerosuecoensuviajeefectuadoen1825,trasafirmarque“[…] la tierra que mejor les trata es Colombia”. Carl August Gosselman, Viaje por Colombia 1825 y 1826 (Bogotá: Ediciones del Banco de la República, 1981), 335.

23 El Redactor Americano del Nuevo Reyno de Granada 18 (1807): 144.

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En su proyecto de ley formulado el 16 de noviembre de 1809, el quiteño Antonio de Villavicencio reconoció de antemano que no era fácil mejorar el trato dado a los esclavos en las haciendas de La Habana, Puerto Rico, Caracas y Nueva Granada. Pero al mismo tiempo creía que el Gobierno de-bería hacer todo lo que estuviera a su alcance para no atropellarlos sino que por el contrario se les mantuviera en el goce de sus derechos, por lo menos durante el tiempo que quedaba hasta la abolición definitiva de la esclavitud que, según sus pronósticos optimistas, sería aproximadamente para 1840.

Como primera medida, propuso que en cada ciudad habría de establecerse un Tribunal de la Humanidad, cuya principal función sería propender por la protección y buen trato de los esclavos. Sobre el tema laboral, se creyó importante definir un número específico de horas de trabajo para los hombres y otro para las mujeres, teniendo también en consideración si se estaba en verano o en invierno. El tiempo restante, los esclavos lo podían emplear en trabajar para su propio beneficio e incluso para adquirir su libertad.

Con las negras embarazadas, creía Villavicencio que había que tener un trato especial, señalándoles oficios suaves conforme al número de meses de gestación y atendiéndolas oportunamente al momento del parto. Los hijos de las esclavas estarían exceptuados de los trabajos rústicos y de las minas hasta cumplir cierta edad y, durante esta etapa de transición a la edad adulta, debían prepararse para asumir esas tareas pesadas. Fuertes castigos les depararían a aquellos amos que se atrevieran a prostituir o a abusar de sus esclavas.

Sobre los métodos punitivos, debía definirse el tipo de castigo para aquel que se fugara y para el que llegara a irrespetar a su señor. Igual de importante era fijar la clase de penas para los amos o mayordomos que se desbordaran en sus medidas disciplinarias. Como otro de los puntos a ser discutidos, se planteó si era conveniente o no permitirle al esclavo buscar un nuevo amo cuando con el actual existieran posiciones irreconciliables.

Fue recalcada la importancia de fijar cuidados y responsabilidades concretas a los amos cuando sus hombres de servicio estuvieran enfermos. En cada distrito de diez leguas a la redonda, los hacendados estaban en la responsabilidad de costear el servicio de curanderas y de dos médicos para la atención permanente de sus negros.

Finalmente, Villavicencio advirtió que, por más que se mejorara la suerte de este grupo poblacional y por más que se vigilara el cumplimiento de las normas orientadas a su bienestar, quedaba de todos modos pendiente la obligación del gobierno de concretar la meta de extinguir totalmente la

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práctica esclavista. Invitó entonces a formar los reglamentos necesarios con base en la experiencia de los propietarios y la opinión de los diputados de América y de España24.

Una de las propuestas debatidas en las Cortes de Cádiz fue presentada en 1811 por el diputado mexicano José Miguel Guridi Alcocer, quien propuso que los esclavos fueran tratados del mismo modo que los criados libres, debiendo ganar aquellos un salario proporcional a su trabajo. Si por alguna razón el esclavo quedaba inutilizado por enfermedad o avanzada edad, dejaría de percibir su paga pero el amo se vería precisado a mantenerlo. Entre tanto, el diputado quiteño Agustín de Argüelles concentró su clamor en abolir la tortura por considerarla un castigo bárbaro y cruel25.

A fin de cuentas, en el proyecto de Constitución de Cádiz no se logró el consenso esperado sobre el tema de la esclavitud, principalmente por el temor latente ante la inestabilidad social y política que podría derivarse de un levantamiento generalizado de los esclavos o de una protesta radical de los amos en los dominios americanos. Si se mira detenidamente, los diputados criollos que lanzaron propuestas progresistas eran por lo general representantes de provincias con una presencia esclava no muy numerosa y con una fuerte influencia de formas libres de trabajo.

Mientras se daban estas discusiones en la península ibérica, ocurrían profundos cambios políticos en América. Fervorosas declaraciones de independencia abrían paso a los primeros experimentos de autogobierno republicano.

La Independencia política de la Nueva Granada no significó una ruptura radical con el derecho que había regido bajo el gobierno español26. De he-cho, algunas normas heredadas del régimen monárquico siguieron vigentes,

24 Biblioteca Nacional de Colombia (BNC), Fondo Manuscritos, libro 435, ff. 48r-54r.25 Manuel Lucena Samoral, Regulación de la esclavitud negra en las colonias de la América

Española (1503-1886): Documentos para su estudio (Madrid: Universidad de Alcalá-Universidad de Murcia, 2005), 286-287.

26 Sobre algunos ejemplos de continuidad normativa colonial en tiempos republicanos, véase: Fernando Mayorga García, Pervivencia del patronato indiano en el período independiente. El caso del Colegio Mayor del Rosario de Bogotá (1810-1850), en: José De la Puente Brunke y Jorge Armando Guevara Gil (Edit.), Derecho, instituciones y procesos históricos (Lima: Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2008), III, 373-396; Carmen Luisa Bohórquez, El Resguardo en la Nueva Granada. ¿Proteccionismo o despojo? (Bogotá: Editorial Nueva América, 1997), 197; Rodrigo Puyo Vasco, Independencia tardía. Transición normativa mercantil al momento de la Independencia de la Nueva Granada (Medellín: Fondo Editorial Eafit, 2009).

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especialmente aquellas que atañen al derecho privado27. Esto, a pesar de las críticas que en reiteradas ocasiones lanzaron los dirigentes republicanos en contra de la legislación española y las intensas controversias que algunas de esas ordenanzas habían generado. El proceso implicó además ciertas modificaciones o la introducción de nuevas reglas. Lo cierto es que durante este período independentista fue muy escasa la legislación proteccionista que se logró producir.

Algunos de los Estados que conformaban la naciente República asumie-ron posturas progresistas. Cartagena fue la primera en pronunciarse a través de su Constitución de 1812. Allí quedó plasmado el reto de proteger a la población esclava de la arbitrariedad e inclemencia de sus amos, a quienes les asistía el compromiso de brindarles amparo, sobretodo a los enfermos y a los de mayor edad. Quedó censurada la actitud de ciertos propietarios de manumitir a sus negros longevos por ser una carga. Se hizo además un llamado a modificar las normas existentes con el fin de procurar un trato más humanitario para estos hombres de servicio28. La Constitución del Estado de Mariquita, publicada tres años más tarde, retomó casi al pie de la letra estos mismos postulados a favor de los esclavos29.

A pesar de proclamar la libertad e igualdad como dos principios básicos, la Constitución de Antioquia de 1812 no se refirió al tema de la esclavitud30. No obstante, fue en ese Estado y bajo el liderazgo de Juan del Corral y Félix de Restrepo que se aprobó en abril de 1814 la que es considerada la primera ley de manumisión en la Nueva Granada. Allí se intentaron armonizar los ideales republicanos con la redención de los hombres en estado de esclavitud. En el marco de aquel derrotero, se consideraba de gran relevancia para el naciente proyecto político cambiar el destino que los esclavos habían sufrido durante los tiempos del dominio español, tratados vilmente, equiparados a las bestias y privados de una adecuada educación. Como aspecto central, se estipuló la ley de partos en la cual se les señaló a los amos la responsabilidad de mantener y educar a los hijos de sus esclavas hasta los 16 años cuando debían quedar libres31.

27 Carlos Salinas Araneda, “Vigencia del Derecho indiano en Chile republicano: personalidad jurídica de las congregaciones religiosas”, Revista de estudios histórico-jurídicos 31, (2009): 465-478.

28 Constitución del Estado de Cartagena de Indias (Cartagena de Indias: Imprenta del Ciudadano Diego Espinosa, 1812), 115-116.

29 Constitución de Mariquita (Santafé: Imprenta del Estado, 1815), 39. 30 Constitución del Estado de Antioquia sancionada por los representantes de toda la provincia

(Santafé de Bogotá: En la imprenta de D. Bruno Espinosa por D. Nicomedes Lora, 1812), 1-78.

31 Gazeta Ministerial de la República de Antioquia 2, Medellín, 2 de octubre de 1814, 6-7.

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Para desconsuelo de los esclavos, este paquete de normas dictadas en Cartagena, Mariquita y Antioquia solo rigió hasta cuando los españoles reconquistaron el poder en 1815. En realidad, son muy escasas las infor-maciones documentales que permiten comprobar la fiel aplicación de estas reglas en el corto margen de tiempo en que permanecieron vigentes.

Hacia 1819, con el triunfo de la batalla de Boyacá, los republicanos em-prenden de nuevo la recuperación del territorio y el establecimiento definitivo de las bases de la República. A principios del siguiente año, el Congreso de Angostura expidió una ley en la que se ofreció la libertad a los esclavos que se incorporaran al servicio de las armas, con lo cual se abrió campo para que el presidente Simón Bolívar realizara la más grande convocatoria de esclavos al ejército patriota32.

Diversas fueron las repercusiones de la guerra sobre la población esclava. En ciertos momentos pudo significar un mayor control sobre ellos, sobre sus movimientos y sus acciones. Al poder de dominación ejercido natural-mente por los amos, se le sumaba el endurecimiento de los dispositivos de vigilancia ejercidos por las autoridades políticas y militares temerosas ante cualquier conato de rebeldía o insubordinación.

El carácter de inferioridad con que la mentalidad de la época miraba al esclavo, hace suponer que entre todas las razas y grupos sociales que ingre-saron a los escuadrones de guerra, quizás fueron aquellos los que debieron soportar peor tratamiento. En específico, sobre el tema de los castigos, aunque no se cuentan con suficientes pistas documentales, no resulta ilógico pensar que en el marco de los rigores inherentes a la vida militar, la indisciplina en estos hombres fuera penalizada de manera más severa que en un soldado libre. Tampoco era de extrañar que contra ellos siguieran aplicándose las sanciones tradicionalmente aplicadas durante su vida esclava, como lo fue-ron los azotes, los cepos y otra serie de instrumentos y maltratos que eran observables a través de todo el período de dominio indiano33.

Hacia 1821, José Félix de Restrepo volvió a plantear el tema de la abo-lición de esclavos pero esta vez lo hizo a escala nacional, en un emotivo y extenso discurso pronunciado ante el Congreso reunido en la Villa del Rosario de Cúcuta. Dentro de los múltiples tópicos desarrollados en su intervención, habló sobre el maltrato del que eran víctimas los esclavos

32 AGN, Sección República, Fondo Congreso, t. 24, ff. 160r-161v; Vicente Lecuna, Cartas del Libertador (Caracas: Litografía y Tipografía del Comercio, 1929), II, 135.

33 Roger Pita Pico, El reclutamiento de negros esclavos durante las guerras de Independencia de Colombia 1810-1825 (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 2012), 244-245.

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tanto en Venezuela como en la Nueva Granada. Aseguraba que estos no eran simples rumores sino una realidad inocultable, fácil de comprobar con testigos y hechos concretos:

Yo he observado viajando por algunas provincias el trato que se les da en las minas y haciendas. Mientras que el amo en un lecho delicioso disfruta las dulzuras del sueño, el esclavo está en pie para sacar el oro o trabajar el azúcar. La primera luz de la aurora viene a advertir a estos miserables que solo han nacido para el trabajo. Este dura todo el día y parte de la noche si no se ha completado la tarea señalada por el amo o mayordomo […] El sueño que podía venir en alivio de sus trabajos, está interrumpido por el temor del siguiente día y por las amenazas del mayordomo […] Los esclavos nada tienen propio, solo deben vivir para sus amos, a ellos deben sacrificar su potencia y sus sentidos […] Al fin mueren sin haber gustado placer alguno de cuantos la naturaleza concedió a los hombres, y sin dejar a sus hijos otra herencia que la necesidad de trabajar para ingratos34.

Esta discusión dio como resultado la ley del 21 de julio de 1821, la cual se constituyó en la piedra angular del proceso de manumisión republicana hasta 1851, cuyos máximos logros fueron la ley de partos y la creación de las juntas de manumisión. Sin embargo, debe dejarse muy en claro que en el texto de este par de leyes de 1820 y 1821, fueron evidentes los vacíos en materia de trato a los esclavos dentro del proceso propuesto de una manu-misión gradual.

A fin de cuentas, fue la acumulación de denuncias lo que logró sensi-bilizar a las máximas autoridades de la naciente República. Los reportes indicaban que los esclavos seguían siendo víctimas del desmedido maltrato propinado por sus amos, además de las privaciones de que eran objeto en cuanto a comida y vestimenta.

En febrero de 1822 Santiago Pérez hizo entrega al gobierno central de los resultados preliminares de un proyecto de reglamento para el buen tra-to de los esclavos en las minas, en las haciendas, en los trapiches y en los ingenios de azúcar.

Se partió de la necesidad inaplazable de adoptar correctivos en vista de que las quejas no cesaban y aún faltaba tiempo para la extinción definitiva de la esclavitud. Se creía que, dentro del ambiente de libertad civil procla-

34 José Félix de Restrepo, Discurso sobre la manumisión de esclavos, pronunciado en el Soberano Congreso de Colombia, reunido en la Villa del Rosario de Cúcuta en el año de 1821 (Bogotá: Imprenta del Estado, por Nicomedes Lora, 1821), 10.

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mada por la naciente República, eran totalmente inadmisibles los inhumanos excesos padecidos por algunos negros35. Estas propuestas sirvieron de base para el decreto dictado por el vicepresidente Santander el 14 de marzo de 1823 en el que contempló un paquete de medidas, encargándole al secretario del Interior José Manuel Restrepo velar por su más estricto cumplimento.

El articulado del decreto en mención reafirmó algunas de las normas vigentes desde tiempos monárquicos, introduciendo unas cuantas modifica-ciones tendientes a suavizar el trato hacia la población esclava. Como primer paso, en cada parroquia debía publicarse y darse cumplimiento a la cédula real fechada el 31 de mayo de 1789, la cual aún no había sido derogada por el Congreso de la naciente República por considerarse muy adecuada para señalar a los propietarios los parámetros a que debían atenerse al momento de tratar a sus negros.

Las clases e intensidades de castigo debían también acoplarse a las reglas contenidas en la citada ley española, sin que el encierro pasara de tres días. Como novedad, se dispuso que el cepo jamás podía colocarse en la cabeza o en los dedos ni tampoco debía aplicarse por más de tres días. Quedaron absolutamente proscritas las herraduras y otras formas inhumanas de castigo.

En cuestiones laborales, se intentó avanzar hacia una igualdad de con-diciones fijando para los esclavos las mismas horas e igual descanso que lo regido para los trabajadores libres, sin que la jornada pudiera prolongarse más allá de la luz del día. Los esclavos quedaban habilitados para comprar libremente comestibles y ropas a cualquier comerciante que ofreciera estos productos a precios cómodos pero en ningún momento los mineros podían monopolizar este tipo de expendio. Amos y autoridades debían preocuparse porque tales mercaderes no estafaran o corrompieran a los integrantes de las cuadrillas, vendiéndoles artículos nocivos como el licor fuerte.

Las penas para los que infringieran estos mandatos serían las mismas consignadas en la citada ley española y los gobernadores e intendentes asu-mirían la responsabilidad de abogar por su rígida observancia, abriéndoles adicionalmente la opción de sugerir al gobierno central ideas innovadoras para cerrarle el paso a los abusos generalizados.

Los síndicos procuradores generales en calidad de protectores debían, al momento de posesionarse en sus cargos, comprometerse bajo la solemnidad del juramento a defender indeclinablemente a los esclavos sin incurrir en desmesurados favorecimientos hacia los amos.

35 AGN, Sección República, Fondo Miscelánea, t. 201, ff. 144r-146v.

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El gobierno encomendó también una misión especial a los párrocos dentro del expresado propósito de amparar a los esclavos pero sin dejar de preservar las bases del sistema de dominación social. Primero que todo, en sus prédicas debían inculcar a los amos el buen trato hacia sus negros. Entre tanto, a estos individuos de color había que exhortarlos a mantenerse fieles y a servir con esmero, haciéndoles ver las bondades del proceso de manumisión implantado por la ley del 21 de julio de 1821 y los requisitos de buena conducta para acceder a tales beneficios:

También les manifestarán el gran beneficio que han recibido del Gobierno de Colombia en la libertad concedida a sus hijos, y que se ocupa en buscar fondos para ir liberando sucesivamente a los padres; en fin, que en la libertad serán preferidos los esclavos fieles de mejores costumbres y más aplicados al trabajo. Igualmente les harán entender que ninguno de estos beneficios gozarán ni ellos ni sus hijos si volviera el gobierno español36.

Durante las tres décadas siguientes, los republicanos siguieron teniendo como referencia la ley de 1789. En 1824, por ejemplo, se estableció que el síndico procurador general solo podía instaurar acciones en contra de los amos bajo las pautas indicadas en las leyes, especialmente en la citada cédula española37.

Su vigencia fue reafirmada en el artículo 18 de la ley del 29 de mayo de 1842, incluida en la Recopilación Granadina. Allí se dispuso además que, en obedecimiento a lo dispuesto en la ley de partos, los fiscales y los perso-neros municipales ejercerían las funciones de protectores de esclavos y de los hijos de las esclavas hasta los 18 años e igualmente de los que habiendo cumplido esta edad necesitaran de amparo para salir del poder de los amos en cuya dependencia se hallaran38.

Siete años más tarde, el gobernador de la provincia Barbacoas denunció que solo se les racionaba a los esclavos con una corta ración de plátanos por semana y que le resultaba prácticamente imposible corregir los innumerables abusos cometidos por los amos. Ante esto, el funcionario pidió publicar de nuevo la ley de 1789 y fijar la cantidad de alimentos y la clase de vestidos que los propietarios debían suministrar a sus esclavos. En atención a esta petición, se dictó la ley del 22 de junio de 1850, en la cual se confirmó de

36 Rejistro Oficial (Bogotá: [s.n.], 1823), 15-16. 37 José M. Mier, La Gran Colombia (Bogotá: Presidencia de la República, 1983), I, 211.38 Esta ley fue incluida en el tratado I, parte VI de la Recopilación de leyes de la Nueva Granada

(Bogotá: Imprenta de Zoilo Salazar, por Valentín Martínez, 1845), I, 106.

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nuevo la vigencia de dicha normativa española y adicionalmente fue orde-nada su publicación. Así entonces, se aseguró su validez hasta 1851, año en que todos los esclavos quedaron en libertad39.

Al interior de algunas haciendas y minas, en donde era habitual la con-centración de un buen número de esclavos, se fijaron también algunas reglas específicas, obviamente teniendo cuidado en no generar incompatibilidades con las normas superiores vigentes. Este tipo de iniciativa pudo en cierto sentido ser el reflejo de los vacíos legales existentes o del afán por trazar normas ajustadas a la compleja realidad local. Por los azares de la guerra, el acaudalado don José María Mosquera y Figueroa, propietario de la hacienda de Coconuco ubicada en la provincia de Popayán, debió refugiarse en Cali entre los años 1820 y 1822. Estas contingencias lo condujeron a entregar estas tierras en usufructo al segundo de sus hijos, el entonces teniente coronel Tomás Cipriano de Mosquera40. En 1823 se diseñó un reglamento que fue entregado al mayordomo. Allí se dispusieron algunos límites a los castigos:

No podrá dar U[sted] a ningún esclavo más de veinte y cinco azotes por ningún delito y esto con anuncio del capitán.

A ninguna mujer embarazada se le podrá castigar por un delito con otra cosa que con un cepo y si mereciere mayor delito, se le castigará después del parto41.

Adicionalmente fueron fijados los parámetros de una rutina diaria de trabajo para los más de treinta esclavos que se desempeñaban como quese-ros, curtidores y molineros. La instrucción dada al mayordomo era que los negros entraban a trabajar de 6 de la mañana disponiendo de una hora para desayunar a partir de las 8. A las 9 volvían a sus quehaceres hasta las 12 del mediodía cuando les era servido el almuerzo. Luego de este descanso reanudaban labores a las 2 de la tarde y de allí se ocupaban hasta las 5 o 5 y media, según la cantidad de tareas pendientes. El día sábado podían dedicarlo a trabajar por cuenta propia y las ganancias obtenidas serían para equiparse de ropa42.

39 Carlos Restrepo Canal, La libertad de los esclavos en Colombia (Bogotá: Imprenta Nacional, 1938), 74.

40 Dos décadas después, este militar llegó a la presidencia de la República de Colombia (1845-1849).

41 J. León Helguera, “Coconuco: datos y documentos para la historia de una gran hacienda caucana 1823, 1842 y 1876”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 5 (1970): 199.

42 Ibid., 198.

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En realidad, en materia de protección a la población esclava, al final primaron más los proyectos y las buenas intenciones, siendo muy escasas las normas dictadas durante esta convulsionada época.

3. Castigos y maltratos

Con relación a los castigos, es necesario partir del precedente, casi obvio, de que no había la misma consideración para amos y esclavos. Los delitos cometidos por éstos recibían penas severas que llegaban hasta la sentencia capital mientras que los amos no siempre eran objeto de un castigo justo a sus proporciones o eran reducidos a una exigua multa o, lo que era aún peor, sus faltas quedaban en la más absoluta impunidad. Esta situación pretendió conjurarse sin mucho éxito con la expedición de la cédula real de 1789 cuan-do se intentó una mayor homogeneidad en el tratamiento para unos y otros.

La mayoría de maltratos físicos eran consecuencia de los castigos que imponían los amos o las autoridades y, en esos términos, estaban entonces contemplados por las leyes como fórmula de sanción y reprimenda, donde primaba más el ánimo de retaliación de aplicar un escarmiento ejemplari-zante que aplicar medidas de carácter correctivo43. Es decir, era un maltrato “legitimado” por la justicia y por el establecimiento. Pero el problema era que por lo general se presentaban desbordes a lo regido por las normas.

A esta modalidad de maltrato por castigo se sumaban los que propinaban deliberadamente los amos sin que mediara un delito o mal proceder sino como producto de las tensiones, las animadversiones y los resentimientos que pudieron emerger entre las partes. También operó como mecanismo de presión del dueño para lograr altos rendimientos de la fuerza laboral de sus esclavos.

Sea cual fuere la causa, lo cierto era que estas acciones represivas respon-dían a la lógica autoritaria inserta en el contexto de las relaciones jerárquicas de poder. En la mente de muchos propietarios sólo se concebía el maltrato como la vía más efectiva para ejercer dominio y aplacar los posibles des-órdenes de sus siervos. Vale recordar al amo Pablo Serrano, oriundo de la villa del Socorro, quien a finales del siglo XVIII se declaró desesperado ante las continuas fugas y rebeldías de sus esclavos, ante lo cual pensaba que “[…] solo el castigo, trabajo continuo y maltrato, es quien los contiene”44.

43 Virginia Gutiérrez de Pineda y Roberto Pineda Giraldo, Miscegenación y Cultura en la Colombia Colonial 1750-1810 (Bogotá: Ediciones Uniandes, 1999), II, 39-40.

44 AGN. Sección Colonia, Fondo Negros y Esclavos de Cundinamarca, t. 5, f. 980r.

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El maltrato físico abarcó las más diversas manifestaciones: azotes, golpi-zas, torturas, mutilaciones y encerramientos en condiciones hostiles. Varios castigos que infligían los dueños a sus esclavos se hacían efectivos colocán-doles cadenas, esposas, grillos, cepos o en ciertas ocasiones eran enviados al rollo45*. Es posible rastrear en el inventario de las haciendas de la época algunos de estos instrumentos que eran fiel constatación del control ejerci-do. Otro tipo de castigos incluía la cárcel, el destierro o el trabajo forzoso, en tanto que otros negros menos afortunados fueron condenados a muerte.

Algunos comulgaron con la idea de que el amo se mostró siempre preca-vido de no maltratar en extremo a su esclavo porque sabía que si lo perdía malograba la inversión hecha en su compra y el beneficio de su explotación. Pero, en realidad, tantos abusos conocidos hacen pensar otra cosa46.

Lo cierto es que los maltratos físicos fueron muy comunes en los estrados judiciales y su visualización representó un testimonio a considerar por parte de las autoridades. Aunque también es menester admitir que muchas veces ni los elocuentes indicios sobre llagas, laceraciones y demás evidencias físicas fueron tenidos como prueba consistente para demostrar la tiranía de los amos.

Las pesquisas realizadas en los archivos históricos correspondientes al período de la Primera República, a los años de la Reconquista española y a los inicios de la Republica independiente, apuntan a confirmar que los maltratos no cesaron. Aún con los nuevos aires progresistas, seguían escu-chándose casos de crueldad, tal como se venía registrando desde la época del dominio hispánico.

El historiador Dolcey Romero Jaramillo, estudioso del fenómeno escla-vista en la provincia de Santa Marta, atinó a conceptuar sobre este particular:

En síntesis, no es atrevido afirmar que en materia de maltratos y castigos a los esclavos, no hubo notorias diferencias entre el amo español y el amo criollo, o entre el amo colonial y el amo republi-cano. Los instrumentos de castigo como el cepo, el fuete, el látigo, los grillos y las cadenas, estuvieron presentes en los dos períodos. O sea que con el advenimiento de la República con todo su discurso igualitario, no se suavizó el maltrato a los esclavos, ni se distensio-naron las relaciones entre éstos y sus propietarios47.

45 El rollo era una columna de piedra ubicada en la mitad de las plazas, por lo general provista con argollas de hierro para amarrar los penados.

46 Gutiérrez, V. et al, Miscegenación y Cultura, II, 169.47 Romero, D., Esclavitud en la Provincia, 111.

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Resulta entonces pertinente desentrañar cuáles fueron las causas sociales, políticas y económicas que provocaron esta continuidad en los niveles de maltrato y violencia durante esta etapa de Independencia, cuyo contexto estuvo caracterizado por cambios abruptos. Ante el creciente temor y es-tado de tensión experimentado por los amos durante estos años, algunos pudieron reaccionar de manera compasiva para apaciguar los ánimos pero los indicios hallados indican que muchos no vacilaron en seguir acudiendo a los métodos coercitivos utilizados tradicionalmente.

Durante esta coyuntura, la economía neogranadina se hallaba bastante deteriorada por cuenta de los estragos de la guerra pero, al igual que en tiempos monárquicos, las grandes actividades productivas como la extracción aurífera, la producción de azúcares y mieles y la ganadería, seguían bajo el impulso de la mano de obra esclava48. Se comprende entonces por qué seguía latente entre los amos empresarios el afán por mantener el dominio y control sobre sus negros, así fuera por la vía de la fuerza.

A continuación, serán analizados algunos casos de abusos cometidos por amos. Pero eso es tan sólo la punta del iceberg sobre la verdadera magnitud que pudo entrañar las complejas relaciones entre señores y esclavos.

Pocos meses antes de estallar en 1810 en Santa Fe el grito de Indepen-dencia, la ciudad de Girón fue escenario de la conmoción ocasionada por el rígido castigo aplicado por un amo a su mulato tras haberlo encontrado en una situación comprometedora junto con su esposa. De todo el extenso expediente, vale la pena citar acá las impresiones de uno de los testigos presenciales:

[…] y que encontró a un esclavo de don Andrés Ordóñez llamado Bernabé a quien le dijo que lo cogía porque sospechaba que andaba huido y que el esclavo le suplicó no lo cogiera porque si lo traía a su amo éste lo mataría, que mirase cómo lo había puesto mostrándole su cuerpo, el que llevaba muy acardenalado y verde del mucho rejo que le había dado, y quitándose de la cabeza unos calzones blancos con que la llevaba atada, le mostró las orejas, que la del lado izquierdo la llevaba del todo quitada y que la del derecho solo le había dejado un pedacito de ella, y que su amo era quien se las había quitado y había mantenido encerrado en un cuarto mas tiempo de quince días para que nadie lo viera, y que aquel día habiéndose venido su amo a poner un óleo tuvo lugar de romper una ventana y salirse de ella. Que el declarante se condolió de verlo muy arreciado, desorejado

48 Jaramillo, J., Ensayos de Historia Social, I, 222.

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[…] por cuyo motivo no lo cogió y que le dijo el esclavo que iba a quejarse al señor corregidor49.

Vecinos cercanos al ofendido marido pudieron también dar cuenta de la crueldad con que había procedido. El amo, omitiendo tal vez tener conciencia de su impiedad y actuando más en calidad de víctima, propuso a los altos tribunales indulgenciarle al esclavo tal acto de infidelidad a fin de no tener que afrontar un largo juicio que sería motivo de escándalo público. A cambio de ello, se comprometió a concederle carta de libertad y a entregarle cincuenta pesos de viáticos con tal de que saliera inmedia-tamente de la provincia.

Tanto el defensor de Ordóñez, así como los fiscales e incluso el mismo protector, terminaron acogiendo esta inusual propuesta. Tal acuerdo lo que corroboraba era la inobjetable influencia de la moral y del honor en la época, cuya consideración estuvo por encima del mismo imperativo de administrar justicia y condenar como era debido.

Sin duda, este fallo dejó alguna sospecha de impunidad puesto que la condena impuesta al amo, consistente en el pago de una multa de cien pe-sos, no se compadecía con la dimensión de su sevicia. En esta ocasión se violó la disposición legal que establecía ciertos parámetros en los castigos ejecutados por los propietarios y la obligación de notificar previamente a la justicia cuando las infracciones eran mayores, para que fuera esa instancia oficial la que se pronunciara e implementara las decisiones venidas al caso.

En julio de 1811, el protector de esclavos don Miguel Tobar pidió ante la Sala de Apelaciones de Justicia se le quitara a un esclavo de nombre Juan Gregorio Quiroga un grueso collar de hierro de cuatro libras de peso que hacía once años le había colocado su amo, uno de los hombres más potentados de la localidad de La Mesa de Juan Díaz, ubicada a unas cuantas leguas de Santa Fe. Este artefacto había causado callosidades e irritaciones, tal como lo pudo certificar el médico que practicó los exámenes.

Los jueces enviaron a este mulato a la cárcel de corte en calidad de depósito, al tiempo que le pagaron cuatro reales a un oficial de herrería para que se encargara de la dispendiosa misión de retirar el collar. Del dictamen se pudo concluir que el propietario, llamado Clemente Alguacil, había incurrido en dos flagrantes transgresiones a la ley del 31 de mayo de 1789. La primera, haber utilizado un “bárbaro” instrumento de castigo en una parte delicada del cuerpo y, la segunda, mucho más grave aún, haber

49 AGN, Sección Colonia, Fondo Negros y Esclavos de Santander, t. 4, f. 800r.

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sometido a Juan Gregorio a esta tortura por tanto tiempo haciendo perpetua una pena accidental.

Por el testimonio de la víctima, se supo que Alguacil no le daba para comer ni vestir y solía además azotar infundadamente a su esposa, la negra Micaela. A pesar de que el hacendado se defendió arguyendo que esos cas-tigos eran justificados por los constantes robos e indisciplinas del esclavo, al final se impusieron las crudas evidencias físicas marcadas en el cuerpo de este individuo y, en consecuencia, se condenó a aquél a pagar las costas del proceso con la condición adicional de no reincidir en semejantes atropellos. Fue dispuesto el remate de Quiroga y de su mujer pero a esta diligencia se opuso tajantemente el procurador al percatarse de que el potencial comprador era otro adinerado de aquellas comarcas, amigo íntimo de Alguacil, lo cual no representaba una garantía de seguridad para el agraviado50.

A finales de mayo de 1813 ocurrieron en Santa Fe unos hechos que justamente coincidieron con la celebración de la siembra del Árbol de la Libertad51, actos organizados por el gobierno de Cundinamarca y las auto-ridades de la ciudad. Todo comenzó cuando el mulato Tomás de trece años, quizás motivado por este ambiente de exaltación en torno a la libertad, se abalanzó contra su amo el coronel francés Antonio Bailly, oficial del ejército centralista52, propinándole una puñalada mortal. El criado, quien actuó en señal de venganza puesto que minutos atrás su señor lo había azotado, corrió de inmediato al Palacio de Gobierno a confesar su delito. A pesar de haber clamado misericordia, el presidente Antonio Nariño lo condenó a muerte como medida de escarmiento y para hacer valer el imperio de la ley. El reo oyó su sentencia y fue arcabuceado por cuatro granaderos integrantes de uno de los batallones apostados solemnemente en la plaza mayor con motivo de aquellas celebraciones. El siguiente párrafo refiere más en detalle lo sucedido:

[…] a las cinco de la citada tarde se le sacó de la prisión y habiendo dado un paseo alrededor del árbol de la libertad para manifestar que

50 AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Esclavos, t. 2, ff. 244r- 286v.51 Esta siembra tenía dos significados, uno político consistente en la liberación del yugo

español, y otro moral que predicaba la importancia de no incurrir en libertinaje. Fue instituida mediante decreto emitido a comienzos de 1813 por el gobierno de Cundinamarca, en el que se ordenaba su realización para el segundo día de pascua de Resurrección como “signo de la libertad de los pueblos”. Boletín de Providencias del Gobierno 6 (1813): 1.

52 EsteoficialarribóaSantaFeluegodehaberperdidosumanoderechaenHaití.SeunióalasfilascentralistasalmandodelgeneralAntonioNariñoytuvounpapelsobresalienteen la batalla de Usaquén en donde venció al ejército federalista. Carmen Ortega Ricaurte, Negros, mulatos y zambos en Santafé y Bogotá. Sucesos, personajes, y anécdotas (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 2002), 179.

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este no sirve de asilo a los malvados y publicándose la sentencia fue ejecutada a la faz de un pueblo numeroso, dándose con ella a conocer que el Gobierno no autoriza los delitos53.

Pocas horas después de esta ejecución, el canónigo magistral Andrés Rosillo y Meruelos pronunció en el balcón de la cárcel un discurso de corte moral en el que explicó la diferencia entre libertad y libertinaje enfatizando que la libertad del hombre estaba en relación directa con su obediencia a las leyes. Estos sucesos fueron publicados en la Gazeta Ministerial de Cundi-namarca subrayando el hecho de que no podía seguir corriendo entre los esclavos el rumor, según el cual, el simbólico árbol era un salvoconducto para cometer excesos de cualquier índole.

En 1816 Francisco José Valenzuela, avecindado en la ciudad de Santa Fe de Antioquia, pringó con manteca caliente a su negra y luego la castigó con rejo. El personero público y protector de esclavos, Juan José de Palacios, pidió colocarla en depósito para luego avaluarla y sacarla a pregón pues consideraba que amos “despóticos y tiránicos” como Valenzuela no debían tener esclavos a su cargo54.

Después de 1819, los líderes del movimiento patriota se enfrentaron al reto de sentar las bases de la nueva República. Dentro de esa colosal meta, el trato a los esclavos parece que no fue una de las prioridades pero las cre-cientes denuncias sobre abusos hicieron que los gobernantes se detuvieran a revisar tales asuntos. Particularmente, las más sentidas críticas provenían de las provincias del sur y del occidente, áreas en donde todavía era acen-tuada la presencia esclava y en donde se hizo más intensa y prolongada la confrontación política y militar entre republicanos y realistas.

El coronel José Concha, gobernador y comandante del Cauca, ya le había expuesto a Santander el inconformismo reinante entre los esclavos ante los excesos ejecutados contra ellos. En cada sitio de la provincia que visitaba, oía historias de abusos cometidos por amos que se creían incluso con derecho de asesinar a sus servidores. Por lo general, a estos individuos no se les concedía el día sábado de descanso para su propio beneficio y se les recortaba cada vez más la ración mientras que de ma-nera arbitraria veían incrementadas sus jornadas de trabajo. Los jueces

53 Gazeta Ministerial de Cundinamarca 112, Santafé de Bogotá, 20 de mayo de 1813, 531-532. Los detalles de este episodio se pudieron complementar gracias al relato dejado por uno de los testigos presenciales de esa época, véase: José María Caballero, Diario de la Independencia (Bogotá: Banco Popular, 1974), 133-135.

54 Archivo Histórico de Antioquia (AHA), Fondo Independencia, documento 13.296, t. 837, f. 139r.

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solían abstenerse de administrar justicia por considerar que esa tiranía era ya una costumbre.

Estas eran, a juicio del gobernador, las razones por las cuales los esclavos andaban desesperados huyendo del servicio de las armas y de sus propieta-rios, causando varios desórdenes. Con estas elocuentes palabras remató el mandatario provincial su carta de denuncia: “Sr., por nada me escandalizo, pero sí, he recordado en el valle del Cauca las vestiduras de los indios gen-tiles de Venezuela y la tiranía de los españoles en muchos de sus amos”55.

De nuevo, en enero de 1822, Concha volvió a llamar la atención sobre la imperiosa necesidad de un reglamento que pusiera freno a tantos atropellos:

Día por día se me presentan esclavos desnudos y dilacerados, sus miembros con azote; se quejan de prisiones duras con que son ator-mentados, en cuartos inmundos como los calabozos más horribles: cepos, grillos, herraduras, tramoyas, esposas, cadenas […] todos los medios de que se ha valido la tiranía para atormentar la huma-nidad, de otros tantos dicen se sirven sus amos por asegurarlos con este pretexto. Ellos no saben medir la pena con el delito, inventan nuevos modos de castigarlos, y entonces su pasión vengadora es la única que se explica56.

Otra queja constante era el precario suministro de alimentos a lo cual los dueños solían escudarse bajo el pretexto de que sus economías andaban bastante maltrechas tras los efectos devastadores de la guerra. La desatención también era palpable cuando los esclavos caían en estado de enfermedad. Dentro del balance hecho sobre la situación de su provincia, Concha no dudó en afirmar que los mayores castigos y vejámenes, así como las sobrecargas laborales y las más notorias privaciones, tenían como escenario las minas del Chocó.

De cara a esta realidad, el oficial caucano expuso dos recomendaciones puntuales. Primero, establecer límites de hasta dónde se extendía la facultad de los amos en corregir a sus servidores por pequeñas faltas y, segundo, precisar de manera más exacta sus obligaciones y las penas a que quedaban sujetos en casos de descuido.

La situación no parecía ser mejor en la costa Caribe. Hacia 1823 se ade-lantó en Santa Marta un proceso contra Francisca Parodi por el castigo que le propinó a su esclava Leandra Sánchez. La negra fue amarrada de pies y

55 AGN, Sección República, Fondo Miscelánea, t. 201, f. 90v.56 Ibid., f. 141r.

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manos recibiendo varios puntapiés y más de 50 azotes a manos de un esclavo verdugo. No siendo suficientes estas penas, por la noche la aseguró con un par de grillos. Tan pronto pudo, la afectada corrió a delatar los hechos ante el gobernador.

Los testimonios recogidos y la certificación médica sirvieron para comprobar la severidad del castigo impuesto. El protector de esclavos que revisó el caso solicitó la pérdida de las 2/3 partes del valor de la esclava y le exigió a la propietaria disminuirle la cantidad de los oficios por haber quedado bastante maltrecha después del incidente. Sobre las causas del castigo se escucharon posiciones encontradas ya que mientras Francisca alegaba que era por robo, la negra confesó que el motivo verdadero era por haber desenmascarado una intimidad amorosa de su señora57.

Hubo incluso hechos en los que los maltratos fueron de tal contundencia que causaban la muerte del esclavo. Durante estos primeros años de vida republicana se formó en la ciudad de Girón un expediente contra Juan de Arciniegas, por haber castigado inclementemente con rejo a su negra Toma-sa, quien falleció a las pocas semanas. El acusado justificó su acción por la supuesta incompetencia y desobediencia de su servidora. Mientras la mayor parte de los testigos sostenía que el deceso se debía básicamente a la paliza propinada por su señor que le dejó hinchazones y cicatrices mortales, para otros ubicados desde el ángulo del agresor, todo se atribuía a un proceso degenerativo causado por una lepra.

El fiscal propuso como prueba crucial practicar un análisis exhaustivo al cuerpo de la finada para verificar el verdadero impacto de las lesiones pero finalmente la justicia terminó desatendiendo esta solicitud y solo condenó a Arciniegas a una multa de cincuenta pesos por haber tenido el reprobable impulso de castigar a su esclava estando ella enferma58.

4. Las reacciones del esclavo: del temor a la venganza

Seguramente muchos de los excesos cometidos por los amos ni siquiera llegaron a oídos de algún protector y se quedaron bajo el velo del anonimato, la razón de este silencio pudo ser el amedrentamiento que experimentaron los afectados ante las advertencias y eventuales represalias de sus dueños.

Pero los reiterados vejámenes iban calando paulatinamente en sus con-ciencias hasta el extremo de verse saturados de tanta infamia abalanzándose

57 Romero, D., Esclavitud en la provincia, 108-109.58 AGN, Sección República, Fondo Criminales, t. 28, f. 981r.

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en ocasiones con sevicia contra sus opresores e incluso contra algunos fami-liares próximos a éstos. Es posible que las consecuencias de tal venganza no eran ponderadas en esos momentos febriles, solo prevalecía el incontenible ímpetu por detener mediante cualquier estrategia tantos excesos y padeci-mientos. Otras fueron también las reacciones de las víctimas de los abusos: la búsqueda de cambio de amo, desobediencias, insubordinaciones, robo, bajo rendimiento laboral y suicidios.

Los continuos atropellos o el miedo ante la inminencia de un fuerte castigo alentaron a algunos esclavos a fugarse. En 1816, Francisco Javier huyó temeroso de las represalias por haberse quemado una ramada de tra-piche que estaba a su cargo en la hacienda de su amo, el cura del pueblo de Facatativa don José Torres. Emprendió la huida en compañía de su esposa Josefa y para evitar ser descubiertos decidieron cambiarse de nombres por los de Pedro Mariano y Juana María, respectivamente, argumentando ser esclavos del ajusticiado líder patriota Jorge Tadeo Lozano sobre quien había recaído orden de embargo. La negra pronto se arrepintió de su escabullida y volvió al lado de su dueño. Tras ser capturado su cónyuge, fue llevado a disposición de la Junta de Secuestros pero el fiscal de turno le hizo saber a este órgano el verdadero origen del evadido, ordenándose por lo tanto el regreso de este a la hacienda de su propietario59.

En abril del año siguiente, el síndico procurador protector de esclavos pidió en Santa Fe el amparo de una negra llamada María Dolores de propie-dad de la viuda del mártir patriota Francisco Javier Gómez Hevia. Ella se había escabullido del hospital San Juan de Dios por cuenta del maltrato y la deficiente alimentación, a lo cual se le sumaba el padecimiento de epilepsia60.

Otra de las vías desesperadas que tomó el esclavo ante los reiterados desmanes era ingresar a las filas del ejército, decisión que desde luego le traía nuevas complicaciones ante la reacción de sus propietarios. Hacia 1813 en Buga, el negro Ramón Sarmiento optó por ese camino tras haber soportado 100 azotes de su señor61. En julio de 1820 el secretario del Interior y de Justicia José Manuel Restrepo puso en alerta a las provincias sobre la denuncia según la cual algunos esclavos se presentaban al servicio de las armas por escapar del castigo de sus amos. La idea a futuro era evitar que se repitiera este tipo de situaciones y, en todo caso, los negros debían

59 AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Secuestros, t. 4, ff. 377r-381v.60 Jorge W. Price, Biografías de dos ilustres próceres y mártires de la Independencia y de un

campeón de la libertad, amigo de Bolívar y de Colombia (Bogotá: Imprenta de La Cruzada, 1916), 76.

61 AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Esclavos, t. 3, ff. 391r-403v.

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presentarse a la vida militar con la venia de sus señores. En atención a este mandato, los gobernantes de Mariquita y Cartagena no reportaron ninguna novedad en sus provincias62.

5. El trato dado por la justicia: desventajas e iniquidades

Por lo general, la protección hacia los esclavos no estaba garantizada ni siquiera en los procesos judiciales. Eran muchas las desventajas que ellos debían lidiar en los estrados, en donde había inmersa toda una subvalora-ción por parte de la sociedad blanca, percepción que los esclavos mismos parecían interiorizar y hasta asimilar.

Las presunciones y acusaciones sesgadas no solo encaminaban a los implicados a penosos litigios sino que también los colocaban en el centro de escándalos y señalamientos públicos. Contaban además con la desven-taja de que su declaración y sus pruebas no gozaban de entera valoración y confianza debido a la imagen peyorativa que se tenía acerca de su estatus y color de piel. Las mismas penurias y falta de recursos que era común y entendible observar en ellos, los alejó mucho más de la posibilidad de ser atendidos procedentemente por la justicia. Aparte de estos factores, habría que mencionar también lo ininteligible que resultaba muchas veces la legis-lación para los esclavos que, en su gran mayoría, eran iletrados.

Sin duda, la convulsión política y militar que caracterizó a la segunda década del siglo XIX y parte de la tercera, pusieron en un segundo plano los controles de las autoridades en relación con el trato dado a los esclavos. Los cambios de gobierno y la consecuente inestabilidad de los jueces y de las instituciones también provocaron demoras en las sumarias o en ciertas circunstancias contribuyeron a que prevaleciera la impunidad.

Las mismas instancias gubernamentales eran conscientes de las falen-cias registradas en materia judicial. Así por ejemplo, el presidente Simón Bolívar denunció en 1820 ante la Alta Corte de Justicia que los trámites de los litigios resultaban demasiado lentos y dispendiosos, reflejo según su concepto de la herencia española. Hizo un llamado para trabajar en proyectos de ley con el fin de lograr una pronta y eficaz administración de justicia63. En septiembre del siguiente año fue el vicepresidente Santander el que manifestó su inconformismo por el letargo de las leyes españolas, lo dilatado de los juicios y el déficit de cárceles. Envió un mensaje claro al

62 AGN, Sección República, Fondo Miscelánea, t. 201, f. 323r.63 Roberto Cortázar (Comp.), Cartas y Mensajes del General Francisco de Paula Santander

(Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1956), II, 70.

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Congreso de Cúcuta para que expidiera una ley que contemplara medidas inmediatas y enérgicas para castigar los delitos64.

En los pleitos en los que se veían envueltos los negros, existía la figura de los procuradores de esclavos quienes tenían la tarea de velar por un trato más humano. Su actuar se vio vigorizado gracias a lo dispuesto por la cédula real de Aranjuez de 1789 y por el decreto del 14 de marzo de 1823 aunque en ciertas circunstancias fue muy poco lo que pudieron hacer en beneficio de sus representados.

En enero de 1822, el gobernador y comandante del Cauca puso de presente que los protectores todavía seguían apáticos frente a los reiterados desma-nes, creyéndolos normales e incluso indispensables, y sin que atendieran debidamente los lamentos de los negros. La conducta desacertada de estos funcionarios empeoraba aún más al saberse que no ejercían justicia por mantener innegables conexiones familiares y sociales con los amos cues-tionados65. El presidente Simón Bolívar, mediante decreto dictado el 28 de junio de 1827, instó nuevamente a los síndicos procuradores a brindar buen trato a los esclavos y a evitar cualquier acto de crueldad66.

La posición de los procuradores y de los protectores contrastó la mayoría de las veces con la figura del fiscal ubicada en la otra orilla de los proce-sos judiciales. Este funcionario resultó en últimas mucho más adepto a la tradición del sistema esclavista, de forma tal que su proceder fue más pro-clive a garantizar los intereses de los amos y que los sometidos cumplieran cabalmente con sus exigentes obligaciones.

En el interregno no fue raro detectar acuerdos tácitos entre amos y autoridades locales que sólo propendían por perpetuar el rígido sis-tema de dominación. Esta actitud cómplice remarcaba la solidaridad y la afinidad filial de los blancos como grupo social y, además, ponía de presente el consenso entre esas dos instancias para aplicar los más severos castigos.

No obstante, pudo observarse en algunos casos un cambio de actitud. En la visita practicada en 1823 por un fiscal de apellido Soto a la cárcel de Bogotá, se sorprendió al encontrar varios esclavos sin justa causa y solo porque así lo pedían sus amos. Consideró esta situación un abuso contrapuesto a los principios de la República y a la “persona” de los esclavos. Para él, estas

64 Ibíd., III, 346.65 AGN, Sección República, Fondo Miscelánea, t. 201, f. 141r.66 Codificación Nacional de todas las leyes de Colombia desde el año de 1821 (Bogotá: Imprenta

Nacional, 1926), III, 275-280.

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eran unas detenciones arbitrarias producto de la irregular condescendencia de los jueces locales con los propietarios.

Soto abogó por el derecho de los esclavos a ser protegidos y expuso los fundamentos legales que justificaban la cárcel únicamente cuando se cometía algún delito. Para Vicente Umaña y Santiago de Páramo, alcaldes ordinarios de la ciudad, el mantener recluidos a los negros por voluntad de los pro-pietarios y sin previa información sumaria de su delito, era una costumbre inveterada. Aclararon que correspondía a una medida preventiva con aquellos que huían o cometían faltas o con aquellos que buscaban amos o cuando se disponían sus ventas, en cuyas circunstancias los dichos dueños debían responder con un real diario para alimentarlos y para el pago del carcelaje. De no ser así, precisaron estos mandatarios locales, los esclavos andarían de vagos o al cuidado de terceros. Para el procurador protector de esclavos era también válida la existencia del depósito, toda vez que ya no existían los hospicios a donde solían enviarse desde los tiempos del gobierno español.

Por considerarse valederas algunas de las tesis argüidas por el fiscal, se decidió pasar este expediente a estudio de la Alta Corte de Justicia y al Congreso para que, a la luz de la Constitución y de las leyes, resolvieran si convenía o no suprimir esta figura del depósito temporal de los esclavos67.

6. Condiciones de vida de los esclavos

La ya varias veces citada cédula real de 1789 estableció claramente una serie de avances referentes a las condiciones sociales de los esclavos al obligar a los dueños a socorrer de manera especial a los niños, a los viejos y a los enfermos. Al amo que no asegurara alimentación, vestuario, diversión, vivienda, salud o que desatendiera a aquellos grupos desvalidos o impedidos para laborar, se le impondría una multa de cincuenta pesos por la primera vez y cien a los reincidentes68.

En 1809, el diputado Antonio de Villavicencio había hecho un llamado a mantener a los esclavos vestidos, prohibiéndose la “vergonzosa” desnudez. Planteó también como una prioridad definir la clase de alimentos suminis-trados según el tipo de trabajo69.

Pese a estas propuestas y disposiciones, las quejas de los esclavos conti-nuaron presentes en las últimas décadas del dominio indiano y en el período

67 AGN, Sección República, Fondo Miscelánea, t. 201, ff. 163r-169v.68 AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Reales Cédulas y Órdenes, t. 29, f. 62v.69 BNC, Fondo Manuscritos, libro 435, ff. 48r-54r.

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de Independencia. Amos incorporados en las filas militares, otros arruinados por las constantes contribuciones u órdenes de secuestro, la destinación de ingentes cantidades de alimentos y vestidos para las tropas en combate y la recesión en los ritmos de producción económica, fueron algunos de los factores que hicieron más difícil la posibilidad de satisfacerles a los esclavos sus necesidades básicas de subsistencia durante la prolongada guerra por la emancipación nacional.

Con base en los documentos consultados, puede afirmarse hipo-téticamente que los esclavos dedicados al servicio doméstico, dada la constante cercanía y servicio, pudieron estar más a gusto con las condiciones de vida que les brindaban sus amos. En cambio, aquellos que trabajaban en trapiches, haciendas y minas, sujetos por lo general a extenuantes jornadas y cuyo trato con sus propietarios fue menos directo, experimentaron muchas más privaciones y vulnerabilidades en sus necesidades básicas.

Las migraciones forzosas y las agitaciones propias de las guerras de Independencia aumentaron los casos de abandono, lo cual obligó a los ne-gros a ingeniarse nuevas alternativas de supervivencia. Las minas del sur y del occidente neogranadino ofrecen algunos ejemplos reveladores sobre esta problemática.

En 1812 los Arroyo-Pontón y don Jacinto Pérez de Arroyo salieron de sus minas de Playa de Oro, San José y Guimbí, ubicadas a orillas del río Santiago, y se trasladaron por causa de la persecución política a la ciudad de Popayán. En 1826, los capitanes de cuadrillas de dichas minas denunciaron el prolongado estado de desamparo que habían padecido:

Más de 14 años viven sin reconocer amo alguno y enteramente destituidos de todo auxilio en lo temporal y en lo espiritual. Hombres y mujeres viven desnudos sin más ropa que una pam-panilla70* de cáscara de árbol, que ni aún pueden cubrir lo más secreto, contra las leyes del pudor y de la honestidad. Ni carne ni plátano, ni un grano de sal se les ha contribuido en tan largo transcurso de años71.

En su denuncia ante los congresistas reunidos en Rosario de Cúcuta en 1821, el abogado y político José Félix de Restrepo puso de presente que en las minas solo se les suministraba alimento a los esclavos un día a la semana.

70 Calzón.71 Fernando Jurado Noboa, Esclavitud en la Costa Pacífica. Iscuandé, Barbacoas, Tumaco y

Esmeraldas. Siglo XVI al XIX (Quito: Centro Afro-Ecuatoriano, 1990), 390.

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En las haciendas la provisión se reducía a una porción no muy generosa de maíz y plátano o casabe72.

A mediados de este año el coronel José Concha, gobernador del Cauca, criticó la estrategia utilizada por algunos hacendados y mineros que, ante las afugias económicas, optaban por ceder a sus esclavos tres días a la semana a cambio de la ración semanal. La respuesta espontánea de los negros fue abandonar sus familias y su servicio durante esos tres días y el domingo de descanso, tiempo en el que se dedicaban a robar ganados de otras haciendas. Concha sugirió como solución obligar a estos amos a perder sus esclavos para que en calidad de libres se mantuvieran por sí solos y, por otro lado, había que castigar severamente a aquellos dueños que se rehusaban a sos-tener a sus hombres de servicio a pesar de tener medios con qué hacerlo.

Este caso fue llevado a consulta ante el Congreso de la República. Esta instancia dictaminó que los jueces debían procurar que los amos cumplieran con el deber que la ley les imponía de asistir a sus criados en lo necesario. Si ellos no tenían cómo, debían obligarse a vender sus esclavos o a permitirles trabajar a jornal73.

Según el informe rendido en mayo de 1822 por el gobernador del Chocó, se señaló cómo los esclavos de las minas del cantón de Nóvita: “[…] van siempre desnudos con un ligero trozo de tela que cubre las partes que dicta la decencia”74. Sobre la comida, se comentó que estos negros vivían “[…] sin más alimento que treinta y dos pares de plátano por semana o un arrume de maíz que le suministran sus señores”75.

En relación con el derecho a disfrutar del tiempo libre, la cédula real de 1789 dispuso que los amos debían procurar que sus esclavos de hacienda gozaran de espacios de esparcimiento los días de precepto después de haber oído misa, con la expresa condición de que no se podían juntar con sus si-milares de otras estancias ni tampoco debía propiciarse la mezcla entre los dos sexos. Durante estos ratos de ocio era preciso contar con la presencia de los mismos dueños o mayordomos “[…] evitando que [los esclavos] se excedan en beber y haciendo que estas diversiones se concluyan antes del toque de oraciones”76. Pero, en la práctica, el afán productivo que le asistía

72 José Félix de Restrepo, Discurso sobre la manumisión de esclavos, pronunciado en el Soberano Congreso de Colombia, reunido en la Villa del Rosario de Cúcuta en el año de 1821 (Bogotá: Imprenta del Estado, por Nicomedes Lora, 1821), 10.

73 AGN, Sección República, Fondo Negocios Administrativos, t. 6, ff. 702r-704v.74 ACC, Sala Independencia, Civil I-2 Gobierno, signatura 6.837, f. 2r.75 Ibid., f. 3r.76 AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Cédulas Reales y Órdenes, t. 29, f. 60r.

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al amo, difícilmente le permitía consentir un tiempo especial para el diver-timento de sus negros.

La tendencia prohibicionista tampoco podía estar ausente en esta materia, dadas las persistentes precauciones que guardaban las autoridades sobre la supuesta propensión de los negros a sobrepasarse en sus conductas. No hay que dejar de lado que entre los blancos yacía latente el temor por eventuales desmanes o insubordinaciones.

Algunas formas de entretenimiento fueron vedadas o limitadas para los esclavos, como fue el caso de los juegos de azar. Particularmente sobre estos individuos recaía cierta prevención porque se presumía que podían atracar a sus amos para hacer sus apuestas y porque esa afición podía apartarlos de sus obligaciones rutinarias.

Hacia 1811 las autoridades republicanas de Santa Fe censuraron la laxitud con la que el recién depuesto gobierno español solía habilitar algunos juegos de suerte y envites durante épocas de fiestas, estando estos proscritos por la ley. Según la denuncia, estas concesiones se hacían con el pretexto de “ciertas mezquinas contribuciones” para algunas obras públicas pero en la práctica iban en menoscabo de la tranquilidad social y de la estabilidad económica de muchas familias. En vista de esta reprochable experiencia, se recordó nuevamente lo instruido en la Pragmática Real del 10 de octubre 1771 y se puso en público conocimiento las sanciones ejemplarizantes aplicadas a un grupo de infractores en las pasadas festividades de Egipto y San Diego77.

En tiempos de la Reconquista española, de nuevo se confirmó la vigencia de la citada ley de 1771. Así se hizo mediante un bando publicado el 27 de febrero de 1817 por el teniente coronel José Solís, gobernador político y militar de la provincia de Popayán, tras recordar que nadie debía ocuparse los domingos en juegos lícitos de gallos, truco, billar, boliche u otros antes del mediodía, debiéndose además proscribir la entrada de esclavos y vagos sin permitir tampoco la venta de licores. Estas medidas se adoptaron con el fin de mantener la paz y el orden público ante los incesantes desórde-nes, los líos en las apuestas, los robos y las pérdidas de caudales en estas entretenciones78.

En la mencionada hacienda de Coconuco, localizada en esa misma re-gión del Sur, le fueron estipulados al mayordomo algunos parámetros para la diversión de los esclavos: “No dará U[sted] permiso para bailar a los

77 BNC, Fondo Manuscritos, libro 458, ff. 44r-47v.78 Archivo Histórico Municipal de Cali (AHMC), Fondo Cabildo-Concejo, t. 39, f. 67r.

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negros sino cuando hay razón para ello y nunca, nunca se hará en la casa de la hacienda aunque se interponga cualquiera con su respeto, mientras por nuestra orden no se de licencia de la casa”79.

Si se da crédito a estos indicios encontrados en los documentos de la época, se puede deducir que el descanso y la diversión para estos hombres sujetos a esclavitud eran en verdad muy reducidos. El perseverante control policivo y represivo, además del creciente poder ejercido por el estamento militar durante estos años de guerra, no le permitían a los esclavos mucho respiro a su monótona vida cotidiana. Era el amo quien en última instancia mantenía la potestad final de concederles o no tales espacios. Sin embargo, tampoco hay que desconocer que en algunos de estos ratos de desahogo fue posible el encuentro y la convivencia que eventualmente pudieron servir para olvidar, así fuera de manera temporal, las intrincadas fronteras entre etnias y grupos sociales.

La asistencia espiritual para la población esclava fue otro de los elementos esenciales en su formación. Desde un principio, estaba estipulado que los amos, ya fueran dueños de haciendas o señores de cuadrilla, debían responder con el pago de la congrua, el mantenimiento de la iglesia y los ornamentos, todo en torno a garantizar la evangelización de los negros a su cargo80.

En el primer capítulo de la cédula real de 1789, vigente en los tiempos de Independencia, se les renovó a los dueños la obligación de proporcionar a sus esclavos la doctrina cristiana y de administrarles los sacramentos. Adicionalmente, se decretó que “todos los días de la semana, después de concluido el trabajo, recen el Rosario a su presencia, a la de su mayordomo, con la mayor compostura y devoción”81.

En su proyecto de ley presentado en 1809 ante las Cortes de Cádiz, Antonio de Villavicencio propuso que los domingos y días festivos debían reservarse para la instrucción social y religiosa de los negros, siendo en este caso indispensable diseñar un catecismo especial para este segmento de la población82.

Cumplir entonces con sus deberes como cristiano se convirtió para el esclavo en una obligación no solo con la justicia divina sino también en

79 Helguera, J., “Coconuco: datos y documentos”, 199.80 Virginia Gutiérrez de Pineda, La Familia en Colombia: trasfondo histórico (Medellín:

Editorial de la Universidad de Antioquia, 1997), 282; Gutiérrez, V. et al, Miscegenación y Cultura, II, 119.

81 AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Reales Cédulas y Órdenes, t. 29, f. 59r.82 BNC, Fondo Manuscritos, libro 435, ff. 48r-54r.

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obediencia a los dictámenes de su amo. A los negros de la hacienda de Co-conuco se les hacía venir todos los días a las 5 y media de la mañana a rezar el Ave María en la capilla dispuesta en esta propiedad83. Se llegó incluso a valorar la disposición para el acto de la oración. Hacia el año de 1818 en la ciudad de Girón, don Ignacio Luciano Navas acordó la venta de su esclava María de diecisiete años de edad, con la expresa aclaración de ser “insulsa para aprender a rezar”84.

Desde un comienzo, el adoctrinamiento de esclavos estaba revestido de propósitos políticos e ideológicos que apuntaban a mantener incólume el sistema de dominación y a reafirmar el estatus reservado al negro en la sociedad. En ese orden de ideas, la instrucción religiosa se constituyó en uno más de los mecanismos de control que recayeron sobre esa población.

Tanto los españoles como los republicanos recurrieron a la religión católica para reforzar sus discursos y sumar más adeptos a sus proyectos políticos. Tan pronto aquellos reconquistaron en 1816 los territorios perdidos a causa de la revolución, el gobernador militar de Santa Fe don Antonio María Casano difundió una circular para el “restablecimiento y lustre de nuestra santa religión”. Allí les encomendaba a los curas la misión de vigilar que las madres y los hijos de familia, así como los criados, frecuentaran el santo sacramento de la penitencia y que llevaran además una vida arreglada y ceñida a los dogmas cristianos85.

En realidad, no todos los amos fueron proclives a acatar los mandamientos oficiales. Algunos, por ejemplo, vieron con recelo cualquier tipo de instruc-ción religiosa porque podía eventualmente despertar ánimos emancipatorios. Por eso, la Iglesia debió reiterarles la obligación que les asistía de lograr el beneficio espiritual de sus negros.

Con la prédica del respeto y la fidelidad se buscaba implícitamente evitar posibles comportamientos que se salieran de los cánones preestablecidos, tales como las insurrecciones o fugas. El inglés John Potter Hamilton se percató en 1823 de la costumbre de la confesión en las capillas de haciendas de la provincia de Popayán: “Fácilmente se echan de ver las ventajas que ofrece este hábito piadoso, pues, si algo se anda tramando entre los negros, es lo más probable que el cura lo descubra en el confesionario”86.

83 Helguera, J. “Coconuco: datos y documentos”, 198.84 Centro de Documentación e Investigación Histórico Regional, adscrito a la UIS (CDIHR-

UIS), Archivo Notarial de Girón, t. 30, f. 185v.85 Groot, J., Historia eclesiástica y civil,III,LXXIX.86 Hamilton, J., Viajes por el interior, 291.

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Resultó clave también la prédica de la resignación como otro de los patrones cristianos que propendían por perpetuar la sumisión. La promesa celestial de una mejor vida en el más allá servía de acicate para acogerse juiciosamente a ese compendio normativo87 y como esperanza que alentaba a soportar con estoicismo los posibles desafueros emergidos dentro del marco de la esclavitud. Fue así como detrás de ese interés redentor de la Iglesia y de la salvación de las almas, subyacía la pretensión de reafirmar el sistema esclavista imperante. Bajo toda esta lógica, ser buen esclavo significaba ser buen cristiano, y viceversa.

Pero en realidad, si se mira desde otra perspectiva, el régimen esclavista entró algunas veces en contradicción con los principios católicos de caridad, piedad y dignificación del ser humano. La idea de igualdad de todos ante Dios y la consigna de justicia divina no gozaron de fiel aplicación en la práctica88. Conciliar estas máximas confesionales con la dura cotidianidad de la vida servil no fue entonces una tarea fácil.

Sobre la educación de los esclavos, los avances fueron realmente insig-nificantes. El quiteño Antonio de Villavicencio había propuesto en 1809 que los hijos de las esclavas debían asistir a una escuela pública de enseñanza de oficios que sería costeada por el gobierno89.

La ley de manumisión de 1820 en su artículo 3º planteó la necesidad de promover activamente la civilización de los esclavos por medio de diversas instituciones, enseñándoles a leer y escribir a los niños90. Dentro del marco de la ley de partos dictada al año siguiente, a los dueños de esclavas les quedó fijada la precisa obligación de educar a los hijos de ellas, pero estos en recompensa debían servir a dichos amos hasta que cumplieran los 18 años de vida91.

Con la expedición de este par de leyes, surgieron más voces que cla-maban la necesidad estratégica de formar adecuadamente a los jóvenes libertos, principalmente en su comportamiento y virtudes morales. La idea era prepararlos para asumir la nueva vida libre y evitar que incurrieran en sublevaciones o indisciplinas que atentaran contra el sosiego público.

87 Gutiérrez, V, et al, Miscegenación y cultura, II, 133.88 Ibid., 129.89 BNC, Fondo Manuscritos, libro 435, ff. 48r-54r.90 Correo del Orinoco, (Angostura Venezuela) 1818-1821 (Bucaramanga: Gerardo Rivas Moreno

Editor, 1998), 205.91 AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Gobierno Civil, t. 38, f. 514r.

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En febrero de 1822 el intendente del Cauca don José Concha pidió a las autoridades del cantón de Iscuandé invitar a los amos a destinar a aquellos jóvenes negros que no fueren útiles para el trabajo a que aprendieran a leer, escribir y contar números. Exigió además un informe periódico sobre los alcances de esta medida92.

A modo de reflexión

La discusión en torno a la población esclava durante la época de Inde-pendencia se centró en la manumisión que solo pudo concretarse de manera gradual mientras que el trato y la protección pasaron a un segundo plano en medio de otras prioridades de la agenda del gobierno aquejado por las afugias de la economía de la postguerra de emancipación y las fuerzas de la oposición en cada mandato presidencial.

El trato a los negros durante este período estuvo marcado por la conti-nuidad del sistema esclavista ante los frustrados intentos de la dirigencia criolla en conciliar la independencia política con las tesis abolicionistas. A fin de cuentas, se marcó una pugna entre los principios de libertad e igualdad pregonados por la Ilustración del siglo XVIII y el pensamiento liberal del siglo XIX y, por otro lado, la persistencia de las diferencias raciales y de los excesos inherentes al funcionamiento del sistema esclavista.

En materia legislativa, fue evidente la continuidad en ciertos aspectos con el legado hispánico pero, de manera simultánea, se observan ciertas rupturas en razón a los continuos cambios de gobierno, la inestabilidad jurídica y administrativa.

Por lo general, toda norma progresista generaba una reacción conserva-dora en clara reivindicación de los intereses políticos y económicos de los amos empresarios que se negaban a perder su autonomía y sus privilegios, especialmente de las zonas de marcada presencia esclava. No hay que adi-vinar mucho para saber finalmente cual de estas tendencias se impuso en medio de una atmósfera agobiada por los efectos devastadores de la guerra.

Para 1830 se disolvió la Gran Colombia y cada uno de los países asu-mió diferentes posturas y desarrollos frente al tema del trato a los esclavos aunque no hay indicios ni en Colombia ni en Venezuela ni en Ecuador de progresos significativos. Durante estos años de vida republicana, el sistema esclavista siguió en crisis, reflejado esto a través de la decadencia en la producción de las minas y haciendas, el estado de abandono y pobreza de

92 ACC, Sala Independencia, Civil I-2 Gobierno, signatura 6.839, f. 33r.

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los esclavos, el aumento de las rebeliones y el creciente ánimo libertario de las comunidades negras.

Habrían de pasar dos décadas más para que finalmente la población esclava accediera a la vida libre aunque faltarían muchos más años para desvanecer de la mentalidad de los colombianos los arraigados patrones jerárquicos y opresivos que por siglos se impusieron sobre la población negra.

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