50

EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Novela negra - catálogo de exposición

Citation preview

Page 1: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER
Page 2: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

EELL ÚÚLLTTIIMMOO CCAASSOODDEE RRAAYYMMOONNDD CCHHAANNDDLLEERR

Exposición colectivaen la Fundación Díaz Caneja

Del 8 de abril al 30 de mayo de 2010

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 1

Page 3: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

Comisariado de la exposición: Ángel Cuesta y Julián Alonso.Montaje en sala: Rubén del Valle.Diseño de catálogo y cartelería: Luis Miguel Esteban y Julián Alonso.© los autoresImprime: Grá:cas ZAMART (Palencia)Fotografía de portada e interiores: Rubén del Valle

(salvo páginas 15 y 34, de Rosa Alonso)Depósito Legal: P-88/2010

SALA DE LA FUNDACIÓN DÍAZ CANEJA

Martes a viernes de 10:00 a 13:30 y de 19:00 a 21:30 h.Sábados de 12:00 a 14:00 y de 19:00 a 21:30 h.Domigos y festivos de 12:00 a 14:00 h. Lunes cerrado.

C/ Lope de Vega, 2 - 34001 PALENCIATfno. 979 74 73 92 - www.diaz-caneja.org

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 2

Page 4: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

EELL ÚÚLLTTIIMMOO CCAASSOODDEE RRAAYYMMOONNDD CCHHAANNDDLLEERR

Exposición colectivaen la Fundación Díaz Caneja

Del 8 de abril al 30 de mayo de 2010

PPaauulliinnoo AAllbbaa -- JJuulliiáánn AAlloonnssoo -- RRoossaa AAlloonnssooGGrreeggoorriioo AAnnttoollíínn -- JJeessúúss AAppaarriicciioo -- NNooeelliiaa BBáássccoonneess

MMaannuueell BBoorreess -- PPeeddrroo BBuurreebbaa -- CCaarrmmeenn CCeenntteennooAAmmaannddoo CCuueellllaass -- ÁÁnnggeell CCuueessttaa -- FFéélliixx ddee llaa VVeeggaaRRuubbéénn ddeell VVaallllee -- BBeerrnnaarrddoo FFuusstteerr -- VViicceennttee MMaatteeooFFeerrnnaannddoo PPaallaacciiooss -- EElleennaa PPaaddiillllaa -- JJaavviieerr PPiinnaarr

AAddoollffoo RReevvuueellttaa -- IIssaabbeell RRooddrríígguueezz -- LLuuiiss RRooddrríígguueezzMMaarrííaa SSáánncchheezz -- SSaarraa TToovvaarr -- FFeerrnnaannddoo ZZaammoorraa

CCoonnffeerreenncciiaa:: ““UUnn ppooccoo ddee hhiissttoorriiaa ddee llaa nnoovveellaa nneeggrraaeenn EEssppaaññaa””,, ppoorr MMaannuueell BBllaannccoo CChhiivviittee..

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 3

Page 5: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 4

Page 6: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

5

El último caso de Raymond Chandler no es una exposición aluso. De hecho ni siquiera se trata, en sentido estricto, deuna, exposición. Cuando es moneda común entre artistas suplirel genio, la técnica o la originalidad por un ego que puedellegar a alcanzar enormes proporciones y acecha la tentaciónde creernos el ombligo de un mundo puesto a nuestro servicio,lo que en la Fundación Díaz Caneja vamos a ver, desmiente conrotundidad lo que suele suceder en muchas propuestascolectivas, convertidas con frecuencia en acumulación deantagonismos e individualidades.

La exposición de detectives, como coloquialmente la hemosvenido llamando desde que comenzó a gestarse, trasciende todolo hecho hasta la fecha en nuestra ciudad para convertirse enuna auténtica creación cooperativa donde todos se han -noshemos- apoyado en todos y nadie es más que nadie. Se tratabade conseguir un objetivo, imposible si cualquiera de losparticipantes se hubiera quedado por el camino o hubiesedefendido contra el resto su estricta individualidad.

Ninguna obra, ningún texto, tendrían sentido si noestuvieran arropados por los demás. Por eso, sin renunciarcada uno a su propio estilo personal, todos nos hemos ceñidoa unas pautas básicas: atmósfera, economía de color, sobriedadtemática, ambientación y, con todo ello, se ha confeccionadoun mosaico unitario y lineal que cuenta, se apoya y crea almismo tiempo una narración que es como un gran cómic ocupandolas paredes de la Fundación y, sobre todo, un homenaje lúdicoa la par que serio a los grandes tópicos clásicos de la“novela negra”. Palmaria demostración de que, cuando se quieretrabajar en equipo y que el resultado parezca realmenteunitario, es posible y muy gratificarte.

Así se gestó esta historia para ver y para leer, con la quetodos hemos disfrutado y con la que esperamos disfruten, almenos tanto como nosotros, cuantos se acerquen a ella.

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 5

Page 7: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 6

Page 8: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

7

La prisión de Alcatraz será muy pronto y du-rante una larga temporada, el domicilio del fa-moso capo de la mafia Ángelo Cuestini y supandilla de facinerosos. En una brillante intervención, la policía de Los

Ángeles ha conseguido meter entre rejas a la san-guinaria banda que ha estado perpetrando los deli-tos más sonados de la ciudad en los últimos años.

El fiscal del distrito ha anunciado que pre-sentará muy pronto una serie de cargos queharán muy difícil que estos delincuentes pue-dan seguir atemorizando a la población. “Lesva a sentar muy bien la camiseta de rayas –de-claró respondiendo a una pregunta de nuestrocorresponsal–. Los ciudadanos ya pueden dor-mir tranquilos”.

Los autores confesos del último caso de RaymondChandler, identificados y detenidos.

La peligrosa banda ya se encuentra entre rejas y será juzgada por un jurado popular.

Foundation HeraldPeriódico Oficial de la Fundación Díaz Caneja

Foundation Herald

Abril - mayo 2010

De nuestro corresponsal en los Ángeles

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 7

Page 9: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

8

Foundation HeraldPeriódico Oficial de la Fundación Díaz Caneja

Foundation Herald

Abril - mayo 2010

MANUEL BORES

AMANDO CUELLAS

BERNARDO FUSTER

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 8

Page 10: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

9

Foundation HeraldPeriódico Oficial de la Fundación Díaz Caneja

Foundation Herald

Abril - mayo 2010

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 9

Page 11: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 10

Page 12: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

11

UUNN TTRRAABBAAJJOO SSEENNCCIILLLLOO

Un homenajeescrito por

Julián Alonso,incluyendo frases de

Paulino AlbaJesús AparicioManuel BoresCarmen CentenoBernardo FusterJavier pinar

Isabel RodríguezSara Tovar

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 11

Page 13: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 12

Page 14: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

13

Ni un cliente en toda la mañana, ni unallamada de teléfono, ni una botella de bour-bon en el cajón de la mesa. Nada que lle-varme a la boca. Sobre el cenicero, una montaña de coli-

llas mal apagadas mantenía un precarioequilibrio. El periódico yacía sobre la mesa abierto

por la noticia que había captado mi curiosi-dad. Era una de esas notas de relleno, pero es-taba ilustrada con la foto de una lápida demármol en la que había grabada una inscrip-ción teatral. Quise saber quién se escondíadetrás de aquel epitafio. Qué vida vivida agrandes tragos y cuántas esperanzas rotas lehabían llevado a escribir sobre su tumba:“Enterradme donde caiga mi sombrero”1. Me puse a leer mientras pensaba: “Si a

mi tuvieran que enterrarme de ese modo, nosabría qué bar escoger”. Estaba en esas ca-vilaciones cuando mi secretaria asomó lacabeza por la puerta entreabierta y dijo: —Señor Marlowe, ahí fuera hay una chica. —¿La conozco? —No, pero seguro que querrá conocerla. No tenía que haber dicho que la dejara

pasar, porque, menos de un minuto después,el pecado cruzó el umbral enfundado enunas medias de seda; supe entonces queaquel sería el principio de todas mis des-gracias2. —Buenos días, señor Marlowe, necesito

hablar con usted, tengo un asunto urgenteque encargarle. La miré con cierto descaro tomándole

las medidas. Sin duda, era el tipo de mujerque a uno le gustaría llevar colgada delbrazo en cualquier acto público. Ella per-manecía callada, aguantando con paciencia

mi exploración. Por eso, para romper elhielo, dije con mi tono más cortés: —Buenos días, señorita, tome asiento,

por favor. ¿Puedo saber quién le ha dado minombre? —No creo que tengamos amigos comu-

nes, lo encontré en la guía telefónica. —Bueno, de algo tenían que servir los

cincuenta dólares que me cuesta apareceren ella, ¿cómo ha dicho que se llama?

PrólogoEN LA OFICINA DE MARLOWE

Obra de Luis Rodríguez

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 13

Page 15: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

14

—¿Está seguro de que lo he dicho? Parecía que quería jugar y eso no termi-

naba de gustarme, pero a mi bolsillo le ha-bían crecido telarañas y no podía despreciarunos dólares, así que, contemporizando, ledije: —No, no me lo ha dicho y tampoco es

que me importe mucho, siempre que tengauna buena razón para acudir a mi despacho. —La tengo, no lo dude y mi nombre es

Sara, Sara Sternwood. Una bofetada no me hubiera dolido tanto.

El apellido Sternwood me hizo revivir degolpe una experiencia que hubiera preferidoolvidar, pero aunque no soy propenso acreer en casualidades, aquello parecía unacasualidad, así que proseguí: —De acuerdo, señorita Sternwood, y si

no le parece mal mi pregunta ¿qué la traepor aquí? Me ayudaría mucho si me dijerade qué se trata. —Se cree muy listo, Marlowe. —¿Usted no lo cree?3 Sepa que yo no

me fío de las casualidades y que mi nombreno aparece en la guía de teléfonos. Se quedó perpleja un instante, pero se re-

puso muy pronto. —Es usted un estúpido. —Veo que nos vamos conociendo4 y no

tengo todo el día, así que vayamos al grano. —Conozco muy poco de usted, señor

Marlowe. —Tiene suerte. Si conociera más, no le

gustaría. Hizo ademán de levantarse y yo no me

inmuté, aunque por dentro ya veía cómoechaba a volar una posible fuente de ingre-sos cuando más falta me hacía; pero pareciópensárselo y permaneció en su asiento. —Me lo está poniendo muy difícil,

¿siempre trata así a sus clientes?

—Sólo a los que me mienten, señoritaSternwood ¿o debo llamarla de otro modo? Dio un respingo aunque consiguió guar-

dar la compostura y puso cara de estar pen-sando por primera vez en su vida. Seguroque eso le provocaría dolor de cabeza. —Sepa que no tengo por qué aguantar

más impertinencias –añadió–. —Yo no le caigo bien, usted a mí tam-

poco, pero a diferencia de mí, usted me ne-cesita5. Estoy dispuesto a hacer un trato,debería aceptarlo. Los tipos como yo nosuelen ser tan condescendientes. —No quisiera engañarle, no me gusta

usted nada. —No sabe el peso que me quita de en-

cima. Estaba empezando a preocuparme. —Está bien, disculpe. He venido a contra-

tar sus servicios porque necesito encontrar ami hermana. Se llama Marla, Marla Newmany se fugó de casa con Tracy Elliot, el dueñode los mejores garitos de Los Ángeles. —Por fin empezamos a entendernos. —Le daré mil dólares por hacerlo: qui-

nientos ahora; el resto… cuando acabe eltrabajo6. —Eso es mucho dinero ¿qué tendría que

hacer a cambio? —Ya se lo he dicho, hablar con mi her-

mana y concertarme una cita con ella. Nonecesita saber nada más. —Parece un trabajo sencillo y si usted

quiere tirar su dinero, yo no tengo inconve-niente –en el fondo sabía que aquellos labiosno me decían la verdad7, pero los mejorescasos son los que tardan menos de un día enresolverse y pueden recordarse con satisfac-ción toda la vida8 –me dije–. ¿Cómo es suhermana? Necesitaré algún retrato para reco-nocerla cuando la encuentre. —Por eso no se preocupe –dijo mientras

sacaba de su bolso un libro bien encuader-

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 14

Page 16: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

15

nando en piel–. Puede escoger la foto quemás le guste, pero cuide este álbum de fo-tografías, guarda toda una vida…—Descuide, los mejores claroscuros son

de carne y hueso y no caben en un álbum. Lasfotografías sólo me interesan para resolverasesinatos9 y buscar personas desaparecidas. —Mi hermana no está desaparecida y

mucho menos muerta –contestó con un so-bresalto–. —No se preocupe, lo segundo no lo creo y

lo primero está por ver, pero es extraño que meofrezca tanto dinero sólo por dar un recado. —Lo que yo tenga que hablar con mi her-

mana es cosa mía. Usted limítese a buscarla.

—De acuerdo, pero eso no creo que leguste mucho a Tracy Elliot y menos aún asu mujer, si es que se entera.

—¿Su mujer?... No sabía que estuvieracasado.

—¿Cómo cree que comenzó su prospe-ridad? Una rica heredera francesa es unbuen principio para amasar una fortuna.

—Me hospedo en el hotel Capitol. Man-téngame al tanto de sus pesquisas y procureactuar con discreción. Me voy, tengo un taxiesperando abajo.

—Déjelo en mis manos, conozco un tipoque me debe un favor10.

Obra de Rosa Alonso

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 15

Page 17: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

16

Cuando Sara Sternwood abandonó eldespacho, me quedé un momento contem-plando el fajo de billetes que acababa de en-tregarme y aspirando los últimos restos desu perfume. Era un perfume caro, de los queusan algunas actrices de Hollywood; uno noestá acostumbrado a tales exquisiteces.Pensé que aquel trabajo parecía demasiadofácil para ser cierto y no me gustó. Algo medecía que ese dinero iba a ser el principiode mis problemas, pero había aceptado elcaso, así que me puse la gabardina y el som-brero, dije a mi secretaria que se fuera a sucasa y salí a la calle con la certeza, la pri-

mera de aquella tarde, de que terminaríaempapado antes de llegar al coche. La llu-via caía del cielo como si las nubes tuvieranprisa por terminar su labor.

Llegue al Buick tan mojado como si mehubiera zambullido en una piscina y enfiléhacia el Club Lincoln, que era el cuartel ge-neral de Tracy Elliot. Casualmente era élquien me debía un favor.

A Elliot le gustaba poner a sus clubes nom-bres de presidentes de los Estados Unidos,con la pretensión de llegar a tener uno porcada presidente. Era su forma de parecer un

Capítulo 1EL CLUB DE TRACY ELLIOT

Obra de Ángel Cuesta

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:26 Página 16

Page 18: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

17

patriota y eso, acompañado de los sobornosque repartía estratégicamente, le permitía lle-var a cabo sus actividades con tranquilidad. Tiempo atrás, me había encargado un

caso y, aunque no éramos amigos, por elmomento nos manteníamos en buenos tér-minos; pero por si surgían problemas, decamino pasé a recoger a Kid Garfio, un an-tiguo boxeador al que recurría cuando ne-cesitaba ayuda. Tenía dinero fresco, y Kidno era ninguna lumbrera pero era leal, aúnexhibía unos buenos puños y se conformabacon poco. Como suponía, lo encontré en el cuarto

de pensión barata donde vivía, haciendo loque solía hacer cuando no tenía trabajo. KidGarfio era un gran aficionado a las novelaspolicíacas y pasaba gran parte de su tiempoleyendo, así que cada vez que colaborabaconmigo en un caso, sacaba a relucir situa-ciones parecidas que había leído en los li-bros y a veces confundía la realidad con loque recordaba de sus lecturas. Tenía también una amiga ocasional un

poco misteriosa, si es que ese calificativopuede ser novedoso para hablar de unamujer. El día que la conocí habían ido a vi-sitarme justo cuando acababa de recibir unpaquete enviado por Kid como agradeci-miento por un trabajo que le había procu-rado. Cuando entraron en mi despacho yvieron sobre la mesa el paquete sin abrir, sinpreámbulos ni presentaciones, ella me dijo:Mi padre, entendido en la cábala, me pusoel nombre de Emma porque la letra m re-duplicada es un símbolo de la perfección.Debiera Vd. haber abierto este paquete quetiene sobre la mesa y haber hojeado la an-tología de narraciones policíacas que hayen él y haber leído el cuento de Borges quelleva mi nombre y escrito su destino. No de-biera haber despreciado tanto la litera-tura11. Muy rara la chica, no pude pormenos que preguntarle, sin esperar contes-tación, para qué perder el tiempo leyendo

cuando la aventura espera a la vuelta de laesquina. —Vamos, Kid –dije– te invito a una copa. —De acuerdo, Marlowe. La estaba nece-

sitando. ¿Dónde vamos? —Al Lincoln, a hacer unas preguntas. Había dejado de llover por el momento,

pero las nubes seguían en el cielo más ame-nazantes que un matón de doscientas se-senta libras. El aparcamiento del clubestaba lleno de coches de lujo y mi Buick,a su lado, parecía la Cenicienta después delas doce campanadas. Aparqué donde pudepara no tener que dar propina al mozo y nosdirigimos a la puerta del Lincoln con la re-solución de quien sabe que a poco que seachique no le van a dejar pasar. —Buenas noches, amigo. Bonito traje –

le dije al portero–. Dile a Tracy que PhiliphMarlowe quiere verlo. —¿Y quién le digo que es Philiph Mar-

lowe?

Obra de María Sánchez

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 17

Page 19: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

18

—Tan sólo dile mi nombre. Si no ha be-bido mucho, es posible que se acuerde de mí. Nos echó una mirada suspicaz, pero, des-

pués de todo, debía ser mi día de suerte,porque le dijo algo al oído a un jovencitoque andaba por allí y éste entró apresurada-mente al local. A los pocos minutos apareció el dueño de

aquel tugurio de lujo. Se veía a las clarasque debajo de aquel sombrero impecable yaquel traje de 3.000 dólares no había másque un chorizo de barrio con muchasuerte12. Aquel tipo era un enorme y estú-pido montón de escoria pero, viendo aaquella pelirroja colgada de su brazo, unose preguntaba si no habría escogido el ladoequivocado13. —Buenas noches, Marlowe, Hace mucho

que no te veo por aquí. Seguro que necesitasalgo de mí. —Buenas noches, señor Elliot. Si le di-

jera que pasaba por casualidad y se me ocu-rrió saludarlo, no se lo iba a creer, así queno voy a mentirle. Me gustaría hacerle unaspreguntas en privado. —Pues adelante, habla, como si estuvie-

ras en tu casa. ¿No queréis tomar una copa túy quien quiera que sea tu amigo? Yo invito. Pensé que si aquella fuera mi casa, no de-

jaría entrar a tipos como él. De fondo so-naba una orquesta de jazz y una cantantenegra versionaba con voz áspera una can-ción de Billie Holiday. —Muchas gracias, pero me gustaría ha-

blar con usted a solas. Mi amigo es KidGarfio, un ex-boxeador de Detroit y mien-tras hablamos puede entretener a su peli-rroja. Donde le ve, es un chico formal y sólousa las manos para pelearse. —¿Sabes que me estás intrigando?

Pasad, no os quedéis ahí. Querida, ¿te im-porta tomar una copa con este amable ca-ballero?Adelante Marlowe, soy todo oídos.

—Bueno, señor Elliot, no se lo tomeusted a mal, pero necesito charlar un ratocon Marla Newman. Me han dicho que lapuedo encontrar aquí y a un familiar suyo legustaría hablar con ella. Al escuchar el nombre de Marla, me pa-

reció que a Elliot se le erizaba el bigote.Tomó un poco de aire y un buen trago dewhisky y me dijo: —Marlowe, quedé satisfecho con el tra-

bajo que me hiciste, pero eso no te autorizaa meter la nariz donde no debes: ¿qué pasacon Marla? —Nada que yo sepa. Ya se lo he dicho,

una persona de su familia necesita hablar conella y me paga para que la encuentre y leconcierte una cita.Alo peor se le ha muerto elgato. —¿Y puedo saber qué familiar es ese? —Bueno, señor Elliot, si se lo dijera fal-

taría al secreto profesional. —Al diablo con el secreto profesional,

Marlowe, ¿o prefieres que mis muchachoste den un repaso? —No creo que consiguieran gran cosa.

Nunca me he hecho ilusiones, siempre he sa-bido que mi bando es el de los perdedores. —No te llames a engaño, los héroes sólo

existen cuando es más fácil morir que re-troceder14. —Me ha convencido. Yo no le digo

quién me ha encargado el trabajo y usted nollama a sus muchachos. Es un trato que nodebería rechazar. —Me caes simpático, detective, prefiero

un hombre con agallas a un cobarde. Te ha-blaré de esa chica. —Soy todo oídos. —No debería decirlo porque mi reputa-

ción puede salir perjudicada –me pregunté aqué reputación se refería, pero preferí ca-llarme–. Marla Newman es una chantajista

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 18

Page 20: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

que me engatusó, me hizo beber más de lacuenta y consiguió que algún amiguito suyonos hiciera unas fotos… yo diría que com-prometidas. Me tiene bien agarrado porqueme amenaza con enviarle las fotos a mi mujery cada vez me pide más dinero. He tenido quedejarle hasta mi casa con piscina. —Pues sí parece lista la chica. No me

gustaría estar en su pellejo. —No sabes cuánto. ¿Quieres que haga-

mos otro trato? —Depende de lo que quiera de mí. —Un intercambio que puede ser benefi-

cioso para los dos. Yo te digo dónde se es-conde Marla Newman y tú te las ingenias paraconseguir que me entregue los negativos, ave-riguar quién es el cómplice que nos hizo lasfotos y, si fuera posible, traérmelo bien em-paquetado. A cambio, te pagaré muy bien. Sacó un buen fajo de billetes y me prome-

tió otro igual cuando diera con el paraderode aquel individuo. El caso empezaba a po-nerse verdaderamente interesante15. El en-cargo era sencillo, encontrar vivo a quien sedeseaba muerto16 y recuperar las pruebas deun chantaje. Todo empezaba a olerme muymal, pero no podía cabrear a Elliot. —En estos asuntos uno no sabe cómo em-

pieza, pero todos sabemos cómo terminan17.No le prometo nada, haré lo que pueda. —Muy bien, Marlowe, pero no trates de

jugármela, porque no tendrías dónde es-conderte. La señorita se encuentra en micasa de Laurel Canyon. Robert te acompa-ñará hasta allí y será tu enlace para tenermeal tanto de las pesquisas. No me gustó el tal Robert. Un joven que

se creía león y parecía un gato relamido conaires de grandeza. Ni me gustó su tonocuando dijo: —Ya lo ha oído, señor Marlowe, cual-

quier cosa que tenga para el señor Elliot,tiene que hablarla conmigo.

—Está claro, jovenzuelo, que este es tuprimer trabajo y que por eso te has dejadoese ridículo bigote18 –y sin darle tiempo areaccionar–: deja esos aires de grandeza yacompáñame o dime cómo llegar a esa casade Laurel Canyon, así podrás reanudar turonda por las mesas del local. Me miró con una mirada aviesa, pero

aguantó bien mi andanada. -Les espero enel aparcamiento. Sólo tienen que seguirmecon su coche, dijo escuetamente. Recogí a Kid Garfio, que a esas alturas

llevaba encima al menos cinco copas y aúnno había tocado un solo pelo a la pelirroja,y salimos a la calle. —¿Qué hiciste con la chica, Kid? —La estuve observando un buen rato a

través del vaso. Realmente era hermosa, se-guro que valía cien de los grandes19. Me re-cordaba a un personaje de Dashiel Hammet. Cuando quería, Kid Garfio sabía ponerse

poético.

19

Obra de Amando Cuellas

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 19

Page 21: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

20

El camino a Laurel Canyon, bordeandolas colinas, tenía más curvas que la pelirrojadel Lincoln y nuestro guía conducía comosi tuviera que asistir a un parto, así que,cuando llegamos, parecía que habíamoshecho un safari por la montaña rusa. —Esa es la casa, amigos. Yo ya he cum-

plido, y si tienen algo que comunicarme, es-taré en el club tomando una copa.

—¡Qué suerte tienes, muchacho! Si hayalgo mejor que un conserje cotilla, es un con-serje cotilla aficionado al bourbon barato20. Se hizo el sordo y yo me quedé con ganas

de gresca. Definitivamente, había algo enaquel tipejo que no me gustaba nada. Vimoscómo arrancaba el coche y se alejaba por elcamino, mientras nos dirigíamos hacia lapuerta del chalet. Tardó en abrirse y cuando lo hizo, en el

vano se recortaron las curvas de MarlaNewman. El maldito Elliot tenía buengusto, pensé. —La señorita Newman, supongo –dije

recordando el encuentro de Stanley con Li-vingston–. Me llamo Marlowe, PhilipMarlowe. Me ha dado su dirección elseñor Elliot y quería hacerle unas pregun-tas. —¿Unas preguntas? –dijo con un aliento

que si hubiera tenido cerca una cerilla ha-bría provocado un incendio– ¿Usted quiéndemonios se cree que es?—Philip Marlowe, detective privado21,

ya se lo he dicho y mi amigo es Kid Garfio,boxeador venido a menos ¿le importa quepasemos? —Adelante, no tengo nada que ocultar –

dijo tambaleándose y arrastrando un poco lavoz–. Ardo en deseos de saber el encargo queles ha hecho Tracy. —En realidad no es solo Tracy –dije

mientras entrábamos–. El primer encargo melo ha hecho su hermana: necesita verla y yoestoy aquí para concertar una cita. —¿Verme mi hermanita?, eso es una no-

vedad que merece otra copa –dijo mientrasllenaba el vaso que llevaba en la mano–.Pues dígale que yo no tengo ninguna gana

Capítulo 2MARLA NEWMAN

Obra de Pedro Bureba

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 20

Page 22: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

21

de verla a ella –se dejó caer en un sofá–.Venga, tómense algo, por el paseo inútil quese acaban de dar.Y le dicen que estoy hartade ser la niña pequeña a la que hay que cui-dar. Sé cuidarme sola. —No creo que Sara se conforme con una

negativa, parece muy interesada en hablarcon usted, muñeca. Si encontrara un huecoentre copa y copa, debería recibirla. —Ni la educación es uno de sus fuertes

ni su oído está pasando por sus mejoresdías. Creo que he hablado con la suficienteclaridad. —Pues es una pena. —Lo que es una pena es que haya venido

hasta aquí acompañado de su amiguito. Megustan los hombres maleducados y estanoche me siento muy sola. —¿Por qué no llama, para que la consuele,

a su amigo el fotógrafo? Tal vez quiera ha-cerle un buen retrato. —Querido, ¿quién se ha creído que es

para faltarle al respeto a una dama como yo?—En primer lugar, yo no soy el querido

de nadie y, en segundo lugar, usted no esuna dama, sino una oportunista con unaagenda muy bien amueblada. —¿Qué me ha llamado? ¿oportunista?—En realidad quería decir ramera, pero

mi buena educación me jugó una mala pa-sada22.—Parece usted incorregible. ¿A qué ha

venido lo del fotógrafo?—A que está chantajeando a Tracy

Elliot y ese es mi segundo encargo: de-cirle que quiere que le entregue los nega-tivos y todas las copias porque la gallinaya no está dispuesta a poner más huevosde oro.—Eso sí ha sido gracioso. ¿Y qué le hace

suponer que voy a hacerle caso? ¿No seríamejor que aceptara un par de billetes, por

las molestias, y se largara con vientofresco? —No quiero su dinero, está lleno de san-

gre23. —No se ponga dramático. Yo no he ma-

tado a nadie y esto sólo es un negocio. Estaba sentada sobre un taburete. Sus pier-

nas parecían unas tijeras a punto de cortar24. —Yo que usted me marcharía fuera una

temporada; las cosas se van a poner algo feaspor aquí25. Si no hace caso de lo que le digoesta casa puede ser para usted un infierno. —Hace tiempo que vivo en él y vivir en

el infierno es lo que tiene: nunca acabas deacostumbrarte al frío26. —En serio, señorita Newman: hable con

su hermana y, respecto a Elliot, ya ha sa-cado todo lo que podía sacar. No sea codi-ciosa, es una apuesta demasiado fuerte parausted y le puede costar la vida. —Olvídese de mí, muñeco. Quienes como

usted no ponen precio a la vida, nunca tienennada27. Kid seguía atónito nuestra conversación,

seguramente estaba tratando de recordar enqué novela la había leído y se creyó obligadoa decir algo para justificar su presencia: —Mire, señorita… Yo soy hombre de

pocas palabras, pero si el problema es suamiguito el fotógrafo, no se preocupe.Yome encargo de darle un buen repaso. No sé lo que sucedió después. Sólo re-

cuerdo que Marla Newman abrió mucho losojos mirando algo a mis espaldas.Aconti-nuación un objeto duro me golpeó en lanuca y ya no supe más hasta un tiempo des-pués, cuando sin conciencia de cuánto habíatranscurrido, desperté en medio de la oscu-ridad. En mi cabeza resonaban todos lostambores de los sioux. Palpé a mí alrededor hasta que mi mano

tocó un cuerpo tendido y frío y entonces

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 21

Page 23: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

22

Obra de Rubén del Valle

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 22

Page 24: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

23

volví en mí definitivamente. Las luces esta-ban apagadas, me incorporé un poco y saquéla linterna que llevaba en un bolsillo de la ga-bardina, enfoqué a la derecha y casi mevuelvo a desmayar: junto a mí encontré ten-dido a Kid Garfio, el famoso boxeador zurdode Detroit. El orificio de bala que había ensu frente hacía descartar que su muerte hu-biera sido debida a causas naturales28. Entre su cuerpo y el mío, una pistola des-

conocida parecía mirarme con su ojo demuerte. Alguien la había dejado allí segu-ramente para incriminarme, así que la re-cogí con un pañuelo y la metí en el bolsillo.Me puse de pie como pude y, tambaleanteaún, encendí el interruptor. Mi amigo novolvería a leer novelas policiacas. Miré elreloj para comprobar la eternidad que lle-vaba inconsciente: sólo había transcurridomedia hora. Recorrí toda la casa husmeandoen busca de algo que me sirviera y recogíun botón que reposaba junto al cadáver deGarfio y no le pertenecía: podía ser unaprueba. Ni rastro de Marla Newman ni defotografías comprometedoras o negativos.Quien quiera que fuese había hecho unbuen trabajo. La sangre había manchadomis zapatos, tenían un aspecto horrible,como si padecieran una enfermedad termi-nal29. Los limpié como pude en el cuarto debaño. Por más vueltas que le daba, lo únicoseguro era que nada de aquello tenía sen-tido30. Borré mis huellas, eché una últimamirada al pobre Kid y salí a la calle sinmirar atrás. Afuera, la noche era un negromonstruo de ojos amarillos. Monté en el coche y enfilé el camino

hacia Los Ángeles sin quitarme de la ca-beza el cuerpo de Kid Garfio tendido sobreel entarimado. A lo lejos, sonaban ya las si-renas de la policía. Alguien la había avisadoesperando que me encontrara tendido juntoa mi amigo y casi lo consigue.

Al mirar por el retrovisor comprobéque a mí también me seguían los pasos31.Tuve que esforzarme para despistar aquien quiera que fuese y aún así no estabaseguro de haberlo conseguido. Mientrasconducía en medio de la noche, hice ba-lance del día y sólo recordé que SaraSternwood me había contratado para untrabajo sencillo.

Obra de Pedro Bureba

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 23

Page 25: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

24

Obra de Vicente Mateo

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 24

Page 26: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

25

Me extrañó no ver el coche del niñatocuando dejé el mío en un aparcamiento quehabía comenzado a vaciarse, pero no le didemasiada importancia. Quizás su mamá leobligara a acostarse temprano. El mismo tipode antes estaba en la puerta, pero esta vez nose inmutó cuando me vio pasar. La orquesta, cantante incluida, había des-

aparecido y los instrumentos descansabansobre el suelo del escenario. Tracy Elliot seacodaba solo en la barra. Se me ocurrió quela pelirroja se le habría caído por el camino.Me vio llegar y no pareció sorprenderse de-masiado. —¿Qué se te ha perdido esta vez, Mar-

lowe? Dos visitas en una sola noche sonmuchas visitas. —Se me ha perdido un amigo en su casa

de Laurel Canyon, señor Elliot. O mejordicho, no se me ha perdido, lo he dejado allícon un disparo en la frente. Su expresión cambió como por arte de

magia. —¿Qué ha pasado? Le conté con pelos y señales lo sucedido:—…Cuando desperté, Marla había volado,

mi amigo Kid estaba muerto, alguien habíaavisado a la policía y habían dejado junto amí la pistola con que le mataron. He venido aavisarle porque seguro que la bofia no tardaráen aparecer por aquí. ¿Tiene usted idea dequién puede habernos tendido la trampa?—Tengo tantos enemigos que podría ser

cualquiera, pero si se me ocurre alguno, te lodiré ¿Dónde está Robert? —No lo sé, se marchó en cuanto nos dejó

a la puerta de su casa y dijo que volvía al cluba tomarse una copa –eso pareció hacer pensara Elliot, pero no dijo nada–. Me voy, todavía

tengo algo que hacer y ni a usted ni a mí nosconviene que la policía nos vea juntos. —Que pases una buena noche, Marlowe.

Toma esta tarjeta de presentación. Te abrirálas puertas de todos mis locales por si nece-sitaras algo. Salí de nuevo ante la impasibilidad del

portero y me metí en el coche con una extrañasensación. El retrovisor emitió un brillo ines-perado: un Colt 45 me apuntaba a la ca-beza32. —Ponga el coche en marcha y no se dé la

vuelta –dijo una voz a mi espalda–. —Tranquilo, amigo, te has puesto tan con-

vincente que estaría dispuesto a llevarte hastaNueva York sin cobrarte la carrera ¿se te haaveriado el Ferrari con el que me perseguías? —No se haga el gracioso conmigo. Arran-

que ya o disparo.

Capítulo 3DE REGRESO AL LINCOLN

Obra de Ángel Cuesta

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 25

Page 27: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

26

—Yo que tú no lo haría, aquí dentro no seve nada y no acertarías el tiro. —No necesito luz para meterle una bala

en la cabeza33. —Vale, machote, ¿dónde quieres que te

lleve? —Me va a llevar donde quiera que se en-

cuentre Sara Sternwood. —¿Sara qué? –pregunté mientras acercaba

con disimulo mi mano libre al bolsillo dondeguardaba la pistola.

—Le he dicho que no se haga el graciosoconmigo: Sara Sternwood, la persona que leha contratado para buscar a Marla Newman.¿Me ha entendido bien o se lo deletreo? Ycuidado con las manos, póngalas dondepueda verlas, no quiero sorpresas. Aquel tipo era listo, había llegado a la

misma conclusión que yo, lástima que yafuese tarde34 para él. Había conseguidocoger el revólver y el ingenuo había acer-cado demasiado su cabeza hacia mí paraamenazarme. Levanté el codo con toda la

Obra de Félix de la Vega

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 26

Page 28: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

27

fuerza de que fui capaz e impacté directa-mente en su barbilla. Debí hacerle daño,porque se oyó un chasquido y empezó a au-llar como un cerdo llevándose instintiva-mente las manos a la cara. En ese momentome giré y le apunté antes de darle tiempo areaccionar. —Pon el seguro a tu juguete y déjalo con

cuidado en el asiento delantero, si no quieresque termine de enfadarme. —De acuerdo… de acuerdo. Se notaba que era novato porque llevaba

encima el susto de su vida. —Así está mejor, ahora me vas a decir

quién te envía y por qué si no quieres que lascosas se pongan feas para ti. —No puedo, si se lo dijera me mataría. —No te lo voy a repetir más veces: dame

un maldito nombre o te aseguro que no vol-verás a caminar35. Aquel matón de tres al cuarto no tenía

mucho fuelle, porque se desinfló a la primerade cambio y entre sollozos empezó a “cantarla Traviata”: —Yo sólo tenía orden de averiguar dónde

está Sara Sternwood y llevarles a los dos alClub Washington. Eso fue lo que me dijo Ro-bert “el Guapo”. —¿Y qué pinta ese niñato en esta historia?—Es el amante de Marla Newman y está

chantajeando a Tracy Elliot. El señor Elliotno sabe nada y le tiene como uno de sus hom-bres de confianza, pero por ahí se rumoreaque hace negocios a sus espaldas y que estáliado con su mujer. —¡Vaya con el pollo del bigote!, con

razón no me parecía de fiar. ¿Seguro queestá en ese garito de mala muerte que dices?–el Washington era el lugar más inmundoque poseía Elliot en toda la ciudad, lugar deencuentro de matones a sueldo y jugadoresprofesionales–.

—Seguro.Yo vengo de allí y me ha dichoque me esperaba con la señorita Newman. —Pues me parece que esta noche va a ser

más larga de lo que me imaginaba, porquevoy a hacerle a esa pareja de enamoradosuna visita que no olvidarán y a ti esta vezvoy a dejarte marchar, pero piensa quemandarán a otro para que termine el tra-bajo36 contigo en cuanto se entere el señorElliot. Si eres listo te conviene contárselotú mismo, pero ni se te ocurra decirle nadade su mujer. Dile que vas de mi parte y a lomejor te perdona. Cuando aquel tipo se bajó temblando del

coche, guardé mi revólver en el bolsillo dela gabardina. Había llegado la hora de vi-sitar a un viejo amigo37. Seguro que ni Ro-bert ni Marla se esperaban que acudiera ala cita por mi propio pie, pero se lo debía aKid Garfio y las deudas de honor siemprese pagan. Aquellos malditos cerdos habíanconseguido cabrearme, y esta vez lo iban apagar muy caro38. Me dije a mi mismo: sino regreso será porque estaré dentro de unacaja de madera39.

Obra de Adolfo Revuelta

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 27

Page 29: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

28

El Washington levantaba su fea fachadaen las afueras de la ciudad y era uno de esoslugares nada recomendables para boyscouts y chicas de internado de monjas. Es-taba situado al fondo de un oscuro callejón,en un lugar tan discreto que era difícil en-contrarlo si no se conocía el camino. Su clientela era gente de la peor calaña,

jugadores de ventaja, navajeros y matonesde variado pelaje, pero yo sabía cómo tra-

tarlos: la mejor arma: el desprecio. El res-peto: la más inútil40. Llamé a la puerta y cuando alguien desde

dentro abrió una mirilla, le planté en las nari-ces la tarjeta de presentación que me habíadado Tracy Elliot para cuando me hiciera faltay eso me franqueó la entrada. El matón era untipo patibulario al que conocía de otras oca-siones. Se llamaba Malone pero no lo parecía. —Buenas noches, Errol Flynn, se ve que

eres feliz por esa sonrisa de oreja a oreja. —No me ande jodiendo, Marlowe, sabe

que no me gustan las bromas. Si anda bus-cando algo, seguro que aquí no va a encon-trarlo. —¿Quién sabe?, a lo mejor es mi noche

de suerte. ¿Está por aquí el figurín de Ro-bert con una chica? —¿Debería decírselo? —Si no me lo dices, tendrías que expli-

carle por qué al señor Elliot. —Es usted muy convincente, detective.

Ya veo que tampoco está para muchas ale-grías. Están los dos en un reservado al finaldel pasillo del primer piso, después de girara la derecha. —¡Qué bien cantas para tener una voz

tan ronca, Caruso! —Ya ve. Es lo que tiene trabajar en la

ópera. ¿Busca respuestas en esta cloaca? —No, busco a un asesino. —¿Y por qué cree que está aquí? —Porque las ratas pueden vivir en los

palacios, pero cuando necesitan escondersevuelven a su agujero41. Si Malone pensara, le habría dado algo en

que pensar. Subí con precaución las escalerasy avancé por el pasillo mal iluminado de

Capítulo 4EN LA BOCA DEL LOBO

Obra de Gregorio Antolín

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 28

Page 30: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

29

aquel antro. No se oía ni una mosca, como siel lugar estuviera vacío o todos sus ocupan-tes tuviesen la oreja pegada a la puerta, alacecho de lo que pudiera suceder. Había girado a la derecha y tenía el re-

servado a pocos metros cuando un cuarto seabrió detrás de mí. Me giré con precaucióny allí estaba la chica. Debió verme cara deasombro, porque… —¿Qué ocurre, Marlowe, no le gustan

las sorpresas? —dijo mirándome con unosojos grises, fríos como el hielo— tengo quecontarle un par de cosas. En alguna parte de esa esbelta figura lle-

vaba escondida una pistola y estaba segurode que iba a utilizarla42. Tenía que ganartiempo. —Lo que me sorprende es verla viva

¿dónde está su amiguito? Si quiso responderme no tuve ocasión de

saberlo, porque un arma se me clavó en los ri-ñones. —Es usted un maldito entrometido –sonó

tras de mí la voz de Robert–, no tenía quehaber venido aquí. —Yo sólo quería jugar una partidita de

póker y el simpático Malone me dijo quebuscabas pareja. —Tenga cuidado, ese viejo chiflado de

Malone es la última persona en quien debeconfiar43. —¡Qué ingenuo soy, creí que era un buen

tipo! Bueno, pues si no quieres jugar unasmanitas, tendré que irme a otro club. Es unapena después de darme el paseo. —Usted no se mueve de aquí hasta que

yo lo diga. ¡Entre ahora mismo en el reser-vado y siéntese en la silla! –dijo apretán-dome un poco más el cañón–. ¡Marla!, ata aeste sabueso. —La chica obedeció con rapidez pero no

con demasiada eficacia. Había trasegado

más alcohol de lo que marca la prudencia. Observé que al impecable traje de Robert

le faltaba un botón y eso me hizo unir algu-nos cabos sueltos. Se le había puesto carade asesino, pero yo no tenía más remedioque intentarlo. Conocía el resultado antesde jugar mi baza y, aun así, asumí el riesgosabiéndome perdedor. Sabía que el tiempojuega siempre con las cartas marcadas y de-cidí tirarme un farol: —Me parece que has llegado demasiado

lejos, pero mira si soy generoso: por unascervezas para los chicos de ahí abajo po-demos llegar a un arreglo en cuestión dedetalles. Tú decides si quieres ocupar todala primera página de la edición vespertinao si, por el contrario, deseas compartirlacon el béisbol en la matutina44.

Obra de Félix de la Vega

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 29

Page 31: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

—Me parto de risa con usted, Marlowe.¿Se cree que voy a picar en el anzuelo? —Deja de revolotear como una mari-

posa y sé razonable –insistí– mis amigosestán esperando ahí abajo para jugar lapartida. No los obligues a subir45. —Los dos sabemos cómo acabará esto.

Alargar el tiempo puede ser una estupidezo un discurso de la inteligencia. Pero esolo decido yo46, que soy quien tiene la pis-tola. —No tengo nada contra ti. Ha sido un

encuentro casual, estrictamente profesio-nal47 –mentí–.

—¡Déjese ya de payasadas! –gritó– ¿quéle ha contado a Elliot? —Nada. —¿Seguro? —Seguro —Repítamelo —Ya te lo he dicho muchas veces. —Hágalo una vez más. Tal vez no le dé

otra oportunidad de repetirlo. Debieraagradecer esos minutos más de vida48. —No he abierto la boca ni para tomar un

whisky, pero tu amiguito seguro que a estashoras está cantando de plano. Eso pareció preocuparle. De pronto tuvo

prisa y empezó a salir de la habitación.Desde la puerta se giró y dijo: —Todavía tengo un asunto pendiente de

resolver con urgencia, pero en cuantovuelva me va a tener que contar unas cuan-tas cosas si no quiere acabar en la cuneta dela carretera. Vigílalo bien, Marla. No quieromás sorpresas. —He oído que los hombres de Tracy

Elliot te andan buscando. Coge mi revólver,lo necesitarás49 –dije señalando el arma quehabía quitado al matón de poca monta enmi coche y que ahora descansaba sobre unamesa junto con la pistola que había matadoa Kid y mi propia Mágnum–. Se fue y me dejó allí, con una chica bo-

rracha y somnolienta. —Vamos, preciosa, desátame y te invito

a un whisky50. Seguro que tu novio novuelve –dije con familiaridad–. —¿Es que no ha oído a Robert?. Si le sol-

tara, se enfadaría mucho conmigo. —De acuerdo, pero por lo menos afló-

jame un poco la cuerda, me está cortando lacirculación. No sé qué pasó por su cabecita hueca,

pero se acercó a mí apuntándome vacilante

Obra de Adolfo Revuelta

30

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 30

Page 32: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

con la pistola, giró hacia la parte de atrás dela silla y dejó el arma encima de la mesapara poderme aflojar las ataduras. Un errorpor su parte porque me había atado tan malque, mientras echaba mi farol ante Robert,había tenido tiempo de desatarme, así queen cuanto vi que estaba desarmada, me le-vanté de un salto y le di un puñetazo que ladejó KO en el suelo. De inmediato cogí miarma y con precaución asomé la cabeza porla puerta. Todo estaba vacío y en silencioaunque apenas habían pasado un par de mi-nutos. Miré por la ventana y le vi salir delClub. Hacía una noche espantosa, tannegra como mi humor. Agarré la pistolacon fuerza y salí a buscarle51. Bajé las escaleras procurando no hacer

ruido y llegué hasta la puerta. Malone es-taba sentado en una silla con su habitualcara de pocos amigos. —Otra vez nos encontramos, compañero. —Casi le pisa los talones, detective –fue

su lacónica respuesta. Se notaba que no legustaba el tipo–. —Me gustaría quedarme un rato a char-

lar contigo, pero tengo un poco de prisa. Losiento. —Marlowe –me dijo, y por primera vez

en su vida pareció que hablaba en serio–,puede darse la vuelta. A nadie se le exigeentereza en este trance. Puede estar se-guro de que nadie sabrá que usted es uncobarde. Esto quedará entre nosotros

¿qué sería de nuestro trabajo sin la dis-creción?52

No le contesté. Metí mi arma en el bolsillo,abrí la puerta y salí a la noche. Un punto rojobrillaba intermitente en el callejón. Cuandodesapareció por completo supe que tenía unpar de segundos para sacar el arma53. El dis-paro sonó justo en el momento en el que yome refugiaba en el vano de una puerta yluego escuché ruido de pasos a la carrera.Robert huía por las calles vacías. Podía es-cuchar el ruido de sus zapatos golpeando en

Obra de Vicente Mateo

Obra de Fernando Zamora

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 31

Page 33: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

32

los adoquines. Seguí su rastro por las cloa-cas, que es como decir por las bibliotecas omi propio interior54, pero no pude dar conél. Siempre he sido muy aficionado a lasmetáforas, sobre todo en los malos mo-mentos. Agotado por todos los sucesos de aquella

noche eterna, dejé de buscarlo, recuperé elresuello y regresé al Washington a tomaruna copa. Me extrañó encontrar la puertaabierta y más cuando entré y no vi rastro al-guno de Malone. Me temí lo peor y muypronto se confirmaron mis sospechas. Elpobre portero yacía como un muñeco rotoen el arranque de las escaleras. Curiosa-mente, su mueca parecía haberse dulcifi-cado, era como si estuviera sonriendo porprimera vez, pero estaba muerto, y el am-biente no invitaba a hacer bromas maca-bras. Subí pegado a la pared y procurandono hacer ruido, pero aún no había llegadoarriba cuando escuché otro disparo y esome hizo quedar quieto por un instante. Eltiro parecía venir del reservado y allí estabaMarla Newman. No tenía nada a favor deella, pero recordé el encargo de Sara Stern-wood y me lancé a la carrera sin preocu-parme por lo que pudiera pasar. Perdedor entantas batallas, experto en todos los fraca-sos, aposté por aquella mujer como quienjuega a la ruleta rusa y entré en tromba en lahabitación. Allí estaba Robert, contemplando un

punto de la estancia fuera de mi vista, peroen cuanto me vio entrar con el revólver enla mano, se revolvió como una hiena y medisparó. Debía estar muy nervioso, porqueerró el tiro y reventó un cristal de la puerta. —Tire el arma. Ha perdido la partida y

lo sabe. —Debí matarle en aquel momento.—Sí, aún no sé por qué no lo hizo. —Supongo que en el fondo soy un senti-

mental55.

Obra de Fernando Palacios

Obra de Gregorio Antolín

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 32

Page 34: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

33

Se calló de repente, me miró con ojos en-ajenados y levantó otra vez la pistola conademán de disparar. No tuve más remedioque defenderme. Frente a mi cayó una llu-via de sangre, y fue como si lloviera nues-tra ceguera56. Robert el chantajista, elasesino de mi amigo Kid Garfio, acababade morir y yo lo había matado.

Entonces, como un sonámbulo, miré a míalrededor. Marla Newman estaba desnudasobre una montaña de dinero. Dos elemen-tos bellos y peligrosos superpuestos, en-cantadoramente abrumadores57.Era sinduda la víctima más bella que había vistoen mi vida, pero estaba muerta. La dejésobre la cama con la mirada fija en eltecho, de su boca aún salía un hilo de san-gre, como una culebrilla seca y oxidada58.Si la situación hubiera sido graciosa, diríaque de aquella refriega no se había salvadoni el saxofonista, pero maldita la gracia quetenía todo aquello. Salí de la habitación con

los pies como si los llevara lastrados conplomo; ni siquiera eché una última miradaal asesino. En la pared de enfrente mi pro-pio reflejo me observaba con ojos aterrados.Disparé contra el espejo. Nunca permitíque alguien me mirara de esa manera59.

Obra de Elena Padilla

Obra de Rubén del Valle

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 33

Page 35: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

34

Bajé las escaleras sabiendo lo que me en-contraría allí abajo, pero tenía que hacerlo.Malone seguía recostado en una postura im-posible. A su lado, un charco de sangre bajola luz mortecina de una bombilla. Eso eratodo. Tenía que hacer algo y lo hice. El incen-

dio destruyó todas las pruebas del crimen,incluso al criminal60. Las farolas de la callefueron testigos, pero nunca hablarían. La noche había sido demasiado larga y

supuraba sangre por todas las heridas.Todos los gatos maullaban a muerto. Lasestrellas se habían apagado, la luna se habíadado a la fuga, mi corazón era un hielo opri-miéndome el pecho y las nubes crecíansobre mi cabeza como un fantasma gris queamenazara devorarme. Cuando llegué a casa, me lavé las manos

para dejar que el jabón diluyera mi culpa-

bilidad, me empapé la cara en busca dealgún consuelo y descubrí sin pasión que enel desagüe del lavabo está nuestra imagenverdadera61. Saqué una botella de bourbon y encendí un

cigarrillo tras otro como si el mundo estu-viera a punto de derrumbarse. Aquella nocheiba a llover de nuevo. Vacié el vaso y con-templé el humo recorriendo la habitación,era tan espeo que creí estar en medio de unbanco de niebla62 perdido en la ciudad. Habíatanto alcohol en mi cuerpo, que olvidé quebebía para olvidar. Me quedé dormido. En elsopor alcohólico sonaron tres disparos. Elprimero hizo sangrar los ojos de los puentes.El segundo los ojos de las agujas. El tercerohizo sangrar los ojos de todas las cerradu-ras. Soñé con sangre toda la noche63 y soñécon Marla Newman. Estaba muerta y nohabía podido hacer nada. La cabeza me re-tumbaba cuando desperté64.

Obra de Rosa Alonso

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 34

Page 36: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

35

Tenía algo que hacer aquella mañana. Medi una ducha fría, esperando que el agua sellevara los restos de aquella noche nefasta einterminable. No era tan fácil, el dolor y elfracaso son hijos de una misma madre y yoera su hermano preferido. La botella yacía rota en el suelo, ha•bía

colillas pisoteadas por todas partes y mi au-toestima se refugiaba debajo de la cama.Afuera me esperaba una ciudad con tantasnubes como mi maltrecho cerebro. Me tomé dos tazas bien cargadas de café

y salí a la calle. No iba a dejar de investi-gar por una chica muerta, no si no queríaque otra acabase igual y había muchas pro-babilidades de que eso ocurriera65.La llu-via había cesado de nuevo, pero los charcossólo reflejaban nubes grises. Decidí ir a pie.El coche no tenía la culpa de mi mal humory el lugar al que iba estaba cerca. Era una antigua mansión de estilo espa-

ñol, con jardín y unas escaleras que dabanacceso a la puerta principal. Llamé al tim-bre y esperé a que abrieran. Lo hizo una doncella uniformada de as-

pecto mexicano. Procurando ser simpático,le dije: —Buenos días, ¿está la señora Elliot? —Un momento, señor, veré si puede re-

cibirle. ¿Quién le digo que quiere verla? —Me llamo Philip Marlowe y soy de-

tective privado, pero eso a ella no le diránada. Por favor, déle esta tarjeta y dígaleque soy amigo de su marido. La doncella, diligente, cerró la puerta y

me dejó fuera. Al cabo de un tiempo, que seme hizo interminable, la entrada volvió aabrirse y frente a mí apareció la dueña de la

casa, Eva Elliot, de soltera Eva Deveraux:un millón de dólares sobre dos piernas muybien plantadas. La interrogación que se di-bujaba en sus labios parecía una fresa re-cién cortada. —Buenos días, señora Elliot. —Me llamo Eva –susurró arrastrando

su acento francés. Si yo hubiera sido elfiambre, pensé, también hubiera mordidoesa manzana–66.

Capítulo 5LA MUJER FRANCESA

Obra de Noelia Báscones

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 35

Page 37: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

36

—Lo sé, no se preocupe.Ysé también al-guna otra cosa que sí debería preocuparla. —¿Por qué no me la explica dentro?, no

es cortés dejar a un amigo de mi esposo enla puerta, pase. El interior de la casa hacía honor a lo que

había fuera. En el recibidor se podría jugarun partido de béisbol e incluso instalar gra-deríos. Eva Elliot se contoneaba delante demí hasta que llegamos a una salita. —Siéntese, por favor –me dijo con su

educación francesa–. No se quede de pie.¿Le preparo una copa? —No, gracias, soy abstemio y lo que

tengo que decirle no llevará mucho tiempo.

—¿No?, pues es una pena. -Más pena le va a dar lo que voy a con-

tarle: ¿No ha visto los periódicos de la ma-ñana? —Ah, eso… Bueno, no esperará que me

ponga triste porque haya ardido el Was-hington. Hace tiempo que le dije a Tracyque lo cerrara, se había convertido en unlocal de muy mala nota. —No, por supuesto, pero lo que usted no

sabe es que uno de los tres fiambres que hanencontrado dentro era el de su amiguito,Robert “el Guapo”. Fue como si le hubiese dado una bofe-

tada. Perdió su compostura, se sentó en unsillón y se quedó mirando al vacío. —Pero hay algo más: otro de los cadáveres

era Marla Newman. No sé si lo sabía, aunquequiero suponer que no, pero Robert no sóloera su amante, también lo era de Marla, yahora los dos y otras dos personas están muer-tos por culpa de sus maquinaciones. Aquello terminó por clavarla en la silla. —No se preocupe, si he venido a hablar

con usted es porque no me interesa contár-selo a la policía y, si llegamos a un trato,tampoco le diré nada a su marido, de usteddepende. —¿Y qué es lo que quiere de mí? –dijo

tras un breve silencio, casi repuesta de lasimpresiones de la mañana–. —Bueno, primero que sepa que el bueno

de Robert estaba jugando con usted, peroera de dentadura delicada y le gustaba lacarne más fresca. Utilizó a Marla con suconsentimiento para chantajear a su marido,supongo que pretendía ponerle entre la es-pada y la pared para obtener un divorcioventajoso, pero lo que no calculó fue quetambién su Adonis tenía relaciones con laseñorita Newman ni que en el fondo era unniñato asesino que no dudó en llevarse pordelante a la chica cuando se vio perdido.

Obra de Fernando Zamora

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 36

Page 38: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

37

Lástima que por el camino se quedaran miamigo Kid Garfio y un pobre portero. —Sigo sin entender qué tiene todo esto que

ver conmigo, señor Marlowe –dijo ya conaplomo–. No creo que tenga ninguna pruebade lo que me está diciendo y me parece que loúnico que pretende es sacar tajada. —Se equivoca, lo que quiero son dos

cosas. En primer lugar, que no se le ocurraacercarse ni mandar ningún matón a que seocupe de Sara Sternwood. Su amiguito yaandaba tras ella y eso sólo significa queusted le había dado la orden de encontrarla,para que dejara de buscar a su hermana,quién sabe por qué motivo, pero las cosasestán así por ese lado. En segundo lugar, me va a entregar las

fotos y los negativos de su esposo conMarla Newman, sé que las tiene usted. —¿Qué le hace suponer eso? —Que su niñato guaperas no tenía sufi-

ciente cerebro para llevar a cabo sólo esaoperación, que usted era la más beneficiaday que Robert fingía comer de su mano, aun-que luego tomara el postre en otro sitio. —Suponiendo que fuera cierto, ¿qué ga-

naría yo con todo esto? —Por el momento, que no llame ahora

mismo a la policía, les cuente lo que sé y en-cuentren ellos las fotografías porque seguroque están en esta casa. No hay mejor escon-dite que el propio domicilio del extorsionado.Esto se lo voy a dar gratis para que vea que nomiento, seguro que lo reconoce –saqué elbotón del traje de Robert y se lo puse en lamano–. Pero además yo me encargaría de en-tregar las fotos y los negativos a su marido yle diría que se las cogí directamente a suApolo enamorado. De ese modo usted que-daría al margen de todo este lío y sería un se-creto entre nosotros dos, que yo sólo utilizaríaen caso necesario. Así podría seguir disfru-tando de su matrimonio con Tracy –recalquécon sorna–. O lo toma, o lo deja.

—Es usted la mar de convincente ¿deverdad que no quiere una copa?, se la puedoofrecer con guinda. —¿Cómo prefiere que le conteste, con

educación o con sinceridad? —Como usted prefiera. —Ya le dije que no bebo cuando estoy tra-

bajando y por lo demás, me pasa lo que a suamiguito, que los dulces me gustan tiernos. Me lanzó una mirada asesina y se acercó

a un mueble. Lo abrió con una llave que lle-vaba colgada al cuello y sacó de su interiorun sobre marrón, con la misma cara de asco

Obra de Pedro Bureba

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 37

Page 39: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

38

que si estuviera cogiendo el cadáver ensan-grentado de una rata.. Sabía que había per-dido y no quería que su lujoso barco sefuera a pique. —Aquí lo tiene, esto es todo. Váyase y

no vuelva por aquí nunca más –dijo con suacento más francés–. —Eso depende de usted –le guiñé un ojo

con ironía mientras examinaba el contenidodel sobre–. —Me parece que no tenemos nada más

que hablar. —Me parece que no. Devuélvame la tar-

jeta de su marido, por favor, no quiero quesepa que he estado aquí. —Tome y ya sabe por dónde se sale. Que

tenga una buena mañana. Ah, se me olvi-daba, sí conozco a una tal Sara, pero no conel apellido Sternwood. Ni siquiera me acompañó hasta la puerta.

Permaneció de pie, en el enorme recibidor,viendo cómo bajaba las escaleras, atrave-saba el jardín y me alejaba. Después deesto, volví a casa a recoger mi viejo Buicky me encaminé al Lincoln. Sabía que en-contraría allí a Tracy Elliot aunque fueramedia mañana porque tenía en el club unashabitaciones privadas donde solía pasar lanoche y no creía que hubiera hecho ascos ala pelirroja que con tanta devoción se col-gaba de su brazo. No me había equivocado. La chica se-

guía allí con todas las curvas en su sitio yTracy a su lado. —Date un paseo, muñeca, tengo que ha-

blar con el señor Marlowe. ¿Qué diablosestá pasando, detective? Anoche me visitóun tipejo asustado que me contó unas cuan-tas cosas sobre Robert y esa chica. Me dijoque tú le habías sugerido que hablara con-migo y después te habías largado al Was-hington, luego apareció la policía y uncomisario me interrogó sobre lo sucedido

en mi casa de Laurel Canyon. Si no llego atener coartada, me llevan detenido. Hoy leoen el periódico que el Washington ha ardidocon tres personas dentro. Quiero una expli-cación convincente, porque seguro quenada de esto te es ajeno. —Por desgracia, no. Estuve allí y salí

vivo de milagro. Podía haber sido uno deesos cadáveres. —¿Y era necesario incendiar el club? —Considérelo un mal menor. Era la

única forma de que la policía no husmearademasiado en sus cosas. No creo que austed le interese eso y con el incendio sepuede decir que le he hecho un favor. Esegarito tenía muy mala reputación y anochesangraban hasta las farolas; además, loscuerpos que encontraron ya estaban muer-tos. Ahora le sugiero que acuda a la policía,diga que se ha enterado por la prensa yponga una denuncia contra los desconoci-dos que han prendido fuego al local. A lomejor hasta cobra el seguro. —Si me has hecho un favor o no, lo de-

cidiré yo cuando me expliques lo sucedido.Desembucha. Le expliqué todo con alguna variante

conveniente para encajar cómo había obte-nido los negativos y las fotos. Prefería nomencionar la parte que se refería a su es-posa porque podía serme útil para el futuroy, además, ella siempre podría negarlo. Noquedaban testigos y decir lo contrario no re-sucitaría a los muertos. Aún quedabancabos sueltos, seguía sin tener claro cuál erael papel de mi cliente en todo el lío y porqué me había pagado mil dólares sólo paraque encontrase a su hermana. —Tanto Robert como Marla Newman

serán dados por desaparecidos porque suscuerpos estarán irreconocibles, pero aunquelos cadáveres fueran identificados, la poli-cía pensará que el incendio y las muertesfueron consecuencia de una reyerta o de

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 38

Page 40: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

39

Obra de Fernando Palacios

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 39

Page 41: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

40

algún ajuste de cuentas en un club de muymala nota. Tendría que haberle puesto elnombre del presidente Washington a unlocal de más categoría. Siento la muerte dela señorita Newman, al fin y al cabo micliente me había contratado para buscarla yestoy seguro de que el niñato la engatusópara aprovecharse de usted. Y siento tam-bién la de Malone, en el fondo no era unmal tipo y encajaba bien las bromas, perono puedo decir lo mismo de su lugarte-niente, fue él quien mató a Malone, a Marlay a mi amigo Kid y quien urdió el chantaje,¿cómo pudo fiarse de él? —Uno no siempre acierta cuando elije a

sus hombres de confianza. —No, desde luego. Tenga, este sobre es

suyo –le tendí el sobre marrón que me habíadado Eva Deveraux–, me contrató para quese lo consiguiera. Cójalo y procure no man-charse con sangre, a mí me quema en lasmanos. Con esto creo que mi compromiso con

usted está cumplido. No puedo decir lomismo con la principal razón por la queentré en este caso. Abrió el sobre con parsimonia, echó un

vistazo al material y lo fue arrojando concuidado a la chimenea. Con aquellas foto-grafías se iba consumiendo la poca con-fianza que aún me quedaba en el génerohumano. —Tengo que reconocer que ha hecho un

buen trabajo y le felicito, Marlowe. No voy

a reprocharle lo del incendio porque, comobien ha dicho, me ha hecho un favor. Si ne-cesita algo o quiere trabajar para mí, yasabe dónde me tiene. Coja esto, se lo ha ga-nado. Me tendió un fajo de billetes que estuve

tentado de no aceptar, pero ¡qué diablos!,no soy un romántico y podía considerarloscomo mis honorarios.Apesar de todo, mesentí obligado a decir: —¿No es demasiado dinero por unas fo-

tografías? —Dejemos el dinero de lado. Si he recu-

rrido a sus servicios es porque coincidimosen algo: los dos pensamos que sólo el arteredime un asesinato67. —Es posible, pero los muertos no resu-

citan.—¿Y quién piensa ahora en muertos con

la pelirroja que me está esperando ahífuera? —Puedo jurarle que no le tengo envidia:

el olor de la pólvora quemada es más exci-tante que el perfume de sala de baile queusted le ha regalado a esa gatita68. —No se enfade, Marlowe. La vida es

corta y hay que disfrutarla. Váyase y no ol-vide mi ofrecimiento. —Buenos días, señor Elliot, y que le

aproveche. No quise continuar con aquella conver-

sación.Ya había dicho todo lo que tenía quedecir.

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 40

Page 42: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

41

Todavía me quedaba una parada porhacer, la más difícil de todas, pero no podíadejarla para otro día. No quería que SaraSternwood se enterara por otros de lo queyo tenía que contarle. Conduje como un zombi hasta el hotel

Capitol y fui directamente a la recepción,donde un joven obsequioso me atendió conuna sonrisa de oreja a oreja, como si yofuese el notario que iba a anunciarle la he-rencia de un tío multimillonario. —Buenos días, caballero, bienvenido al

Capitol ¿desea una habitación? Estuve a punto de contestarle que no tan

buenos, pero decidí seguirle la corriente. Alfin y al cabo, el muchacho no tenía la culpade lo que había pasado. —Buenos días, joven, ¿le importaría lla-

mar a la señorita Sternwood y decirle quePhilip Marlowe la está esperando? —Un momento, por favor. Descolgó el teléfono y marcó un número.

Sara estaba en su habitación, porque unossegundos después colgó y me dijo concierto tono de complicidad: —Dice que suba, que le está esperando.

Se aloja en la 212, según sale del ascensora la izquierda. —Muchas gracias, es usted muy efi-

ciente, amigo. Si me encuentro con su jefele hablaré de lo bien que me ha tratado. Le dejé un par de dólares por las moles-

tias, di la vuelta mientras él sonreía satisfe-cho y me dirigí directamente hacia elascensor. El viaje duró menos de treinta se-gundos, pero para mi fueron una eternidad.Los sucesos de la última noche se agolparonen mi cabeza como dicen que pasa la vida deuno cuando está en trance de muerte, pero al

abrirse las portezuelas, todas mis dudas es-taban esperando en el pasillo. La habitación tenía un número capicúa y

eso, a un supersticioso, no le hubiera hechoninguna gracia. Yo no tenía ese problemaporque sólo creo en una clase de suerte: lamala. La puerta estaba entornada. Golpeécon los nudillos y de inmediato una voz dijo: —Pase y cierre, señor Marlowe. Entré y allí estaba Sara Sternwood, en

medio de la habitación con una bata debaño y seguramente más bella que la tardeanterior en mi oficina. Se me encogió el co-razón y por primera vez en mucho tiempocasi no me salieron las palabras. —Buenos días –dije lacónico y sin saber

por dónde continuar–.

EpílogoHOTEL CAPITOL

Obra de Amando Cuellas

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 41

Page 43: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

42

—Buenos días, señor Marlowe. Por suvisita, supongo que trae noticias de mi her-mana ¿estoy en lo cierto? —No se equivoca, pero no creo que le

guste escucharlas. —¿De qué se trata? –dijo alarmada–.

Tenía que haberlo supuesto, le ha dicho queno quiere verme ¿no es cierto? —Sí, es cierto, pero hay algo más que

usted tiene que saber. —Pues ya me dirá –dijo con cara de pre-

ocupación–.

—Siento tener que ser yo quien se lodiga, pero hubiera sido mucho peor que seenterara por la prensa o por la policía: suhermana ha muerto, la asesinaron anoche. La noticia pareció afectarle mucho. Se

quedó callada durante unos segundos inter-minables, quieta, aguantando las lágrimascon los puños apretados. —¿Cómo ha sido? –acertó a decir–. —De un disparo en la cabeza –me acer-

qué a ella para tratar de consolarla si fueranecesario–. Agachó la vista y entre el desconsuelo y

la rabia musitó: —Dios quiera que encontremos pronto

al asesino. Intenté comprender su situaciónpero no pude contener mi respuesta. —Si Dios quisiera ayudarnos, no habría

dejado que la matasen69. Se me quedó mirando largamente con las

lágrimas pugnando por salir hasta que noaguantó más, un llanto convulso crecía ensu pecho y yo le ofrecí mis brazos. Lloró ensilencio con la cabeza sobre mi hombro. Mefue imposible oler su perfume. Cómo de-cirle que hace años solamente olía el hedorde las cloacas70. Fui incapaz de añadir nadadurante los interminables minutos en losque ella lloró en silencio. Fue entoncescuando comprendí que aquella mordazaera las mujeres a las que había amado71. —No pude evitarlo, créame. No me he ga-

nado el sueldo –dije como si fuera otro el quehablara, mientras ella se separaba de mí–. —No, no se lo ha ganado. Puede irse, creo

que ya no le debo nada –dijo con dureza–. —Veo que no quiere saber quién asesinó

a su hermana –sus ojos parpadearon en lapenumbra de la habitación72, que aún teníalas cortinas echadas–. Por un instante, el silencio volvió a ins-

talarse entre nosotros.

Obra de Noelia Báscones

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 42

Page 44: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

43

—Supongo que tampoco me lo va a decir. Encendí un cigarrillo mientras avanzaba

hacia la puerta. Estaba lloviendo otra vez73,lo supe por el repiqueteo de las gotas en loscristales y sentí como si las nubes fuesen unmonstruo de niebla abrazando la ciudad.Antes de que me marchara, le dio tiempo adecir: —Quédese y, si está dispuesto, cuénteme

cómo ocurrió. Le hablé del chantaje a Tracy Elliot, de

mi visita a la casa de Laurel Canyon conKid Garfio, de la negativa de Marla a en-trevistarse con ella, de sus insinuaciones,del golpe en la cabeza y el cadáver de miamigo tirado en el suelo. Le hablé de nues-tro segundo encuentro en el Washington,del modo en que me ataron y logré libe-rarme, de mi persecución a su cómplice porlos callejones vacíos, de cómo regresé alclub y encontré a Malone muerto en las es-caleras, de mi enfrentamiento con el niñatoRobert y del cadáver de Marla Newman enaquella habitación, con un tiro en la cabezay el cuerpo desmadejado como el de unamuñeca rota. Mientras hablaba, se había ido acercando

a mí y ya no pude contarle que había sidoprecisamente Robert quien había matado asu hermana. Ni quise ni pude decirle más,porque me besó como nunca nadie mehabía besado, con pasión, como si aquelfuera el último beso de nuestras vidas, elmás urgente, y ya no supe más. Creí que en su cuerpo, dispuesto para el

pecado, encontraría la redención74 de todo loque había pasado. Dejó deslizar la bata conla que se cubría y se pegó tanto a mi cuerpoque llegué a pensar que yo tampoco llevabaropa interior75. Sucedió lo que nunca hubiesequerido que sucediera y estaba deseando quepasara. No hablamos, éramos dos animalesheridos en busca de refugio y la habitaciónun único jadeo desesperado.

Cuando todo terminó, nos vestimos, nossentamos a fumar un cigarrillo y comenzóa hablar con una voz que parecía ajena aella: —Robert era mi marido: Robert Mulli-

gan. Te dije que me apellidaba Sternwoodporque pensé que de ese modo sería másfácil que aceptaras el caso. Conozco por laprensa aquel asunto del viejo militar en elque interviniste. —Y decidiste disparar directamente al

alma, tenía que haberlo imaginado –dijecon infinita tristeza porque, para no variar,estaba empezando a perderlo todo antes dehaberlo ganado–. —Bueno, el fin justifica los medios –

dijo con frialdad–. Robert era un parásitoy, cuando lo eché de mi vida, decidió ven-garse separándome de Marla y fugándosecon ella. Yo sabía que mi hermana y esemaldito bastardo estaban juntos y que lode Tracy Elliot era un chantaje en todaregla muy bien urdido, pero nunca supuseque la cosa llegaría tan lejos. Sólo preten-día hablar con ella a solas a ver si podíaconvencerla de que abandonara a Mulli-gan y dejase la mala vida en que se habíametido. —Y yo era el pardillo que, por unos cuan-

tos dólares de más y la visión de unas piernasbonitas, tenía que hacer de intermediario. —Así es, pero no te lo tomes a mal, son

gajes de tu oficio. —¿Cómo debo tomármelo, cuando por

culpa de este absurdo asunto del que no mecontaste nada se han cargado a uno de mismejores amigos, han estado a punto de pe-garme un tiro, he matado a un hombre alque sin duda te convenía saber muerto y nohe podido impedir que matasen ni a unpobre perdedor que nunca sonreía ni a tupropia hermana? —También yo he perdido a Marla. ¿Pien-

sas que quería que las cosas sucedieran de

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 43

Page 45: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

44

Obra de María Sánchez

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 44

Page 46: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

45

esa manera? De un modo u otro, sabía queacabaría así y sólo quería evitarlo. Sabía que me mentía y sólo tenía dos op-

ciones: la primera era pegarme un tiro enla cabeza. La otra era creerla, lo que equi-valía a que el disparo fuera directamente alcorazón76. No me decidí por ninguna de lasdos, aunque la primera no hubiera sido unamala opción. —Me has utilizado, me has hecho creer

cosas en las que ya no creía, me has recor-dado circunstancias que prefería habermantenido en el limbo de los sueños y mehablas de gajes del oficio ¿de qué pastaestás hecha? Toma: este es el adelanto queme diste ayer, ni me lo he ganado ni loquiero –dejé el dinero sobre la mesa mien-tras me levantaba–. —Vete –me dijo mirando hacia la ven-

tana–.—Es inútil –contesté– me fui hace

mucho tiempo. Salí de la habitación sin mirar atrás,

como el reo que se dirige al patíbulo. Bajépor las escaleras para no tener que esperaral ascensor y ni siquiera dije adiós al obse-quioso empleado de la recepción. La calleestaba gris y solitaria, los coches circulabana toda velocidad; me calé el sombrero, subí

el cuello de la gabardina y apreté el paso.Seguía lloviendo y yo no sabía nadar. Es-peraba ahogarme antes de llegar a mi ofi-cina pero lamentablemente eso no sucedió. Cuando llegué, mi secretaria todavía se-

guía allí tecleando en la máquina de escri-bir. Siempre me he preguntado qué será loque teclean las secretarias de tipos como yo,que apenas tienen trabajo. —Buenos días, señor Marlowe, ¿se ha

enterado del incendio del Washington? –lamiré y no dije nada–. Pues debería infor-marse porque toda la prensa de Los Ánge-les habla del suceso y un buen detectivetiene que estar al tanto de las cosas quepasan en la ciudad. Nunca se sabe cuándopueden ser útiles. —Buenos días, querida ¿por qué no me

lo cuenta?, ayer me acosté temprano, estamañana se me han pegado las sábanas ycreo que me he perdido lo que ha pasado enel mundo en las últimas horas. Me sonrió con la modosidad con que

sólo saben sonreír las secretarias eficientesy siguió tecleando. Es increíble con qué ra-pidez vuelve todo a la normalidad: ¿con quéclase de pegamento se repararán los cora-zones rotos? Alguien llamó a la puerta.

THE END

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 45

Page 47: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 46

Page 48: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

47

FRASESPAULINOALBAY SARATOVAR: 12, 13, 15, 20, 53, 66.JESÚSAPARICIO: 16, 26, 27, 28, 40, 54, 56, 59, 61, 63, 70, 71, 74, 75, 76. MANUEL BORES: 11, 17, 18, 44, 45, 46, 47, 48, 52, 67, 68.

CARMEN CENTENO: 8, 9, 22, 41, 60. BERNARDO FUSTER: 1, 14, 69.

JAVIER PINAR: 2, 6, 7, 10, 25, 30, 31, 35, 36, 38, 43, 49. ISABEL RODRÍGUEZ: 3, 4, 5, 19, 21, 23, 24, 29, 32, 33, 34, 37, 39, 42, 50, 51, 55, 57, 58, 62, 64, 65, 72,

73.

PAULINO ALBA Y SARA TOVAR• Faltaban tres horas para el tren de SanDiego. La noche era húmeda y fría. Lahabitación sin los muebles del día ante-rior, parecía más grande. Su teléfono es-taba apuntado en la pared.• Sírvase una copa, amigo –dijo señalando

el mueble-bar–. -No gracias, –respondí– aún no me

ha contratado y yo sólo bebo cuandotengo un caso.• Como suponía, el segundo cadáver notardó en aparecer, pero no se trataba dequien yo había previsto.• Demasiados sospechosos con impeca-bles coartadas. Empezaba a pensar siaquel pobre diablo no habría ordenadosu muerte / se habría suicidado para li-brarse de todos ellos.

JESÚS APARICIO• La única vez que huí fue al ver en susojos al asesino que había dentro de mi.

MANUEL BORES• El maullido del gato, un silbido, una som-bra...¡todo demasiado familiar! –me diotiempo a pensar–. Después...

CARMEN CENTENO• -¿No le gustan los atardeceres, señocomisario?

-Me gustan más las mujeres comousted.-Es usted un atrevido...-Enamoradizo, simplemente.-¿Quiere decir que se ha enamorado

de mi?-Aún no, pero lo haré si vuelve a mi-

rarme así.

JAVIER PINAR• He oído que los hombres de Tracy Elliotte andan buscando. Coge mi revólver, lonecesitarás. • Cuando hallaron el cuerpo de MarlaNewman comprendí que aquel tipo ha-blaba en serio.• El sudor comenzó a diluir la sangre secade mi frente. Aquellos muchachos cono-cían métodos para hacer cantar a tiposcomo yo. • Cualquier pista que siguiera me llevabade nuevo al punto donde empezó todo.Parecía que alguien estaba jugando con-migo. . La cara de aquel taxista me re-sultó de lo más familiar, pero cuandopude recordar ya era demasiado tarde.

ISABEL RODRÍGUEZ• -Estás loco si piensas que vas a encon-trarla. Se ha largado, ¿entiendes?. Se halargado, y si la buscas ellos van a matarte. -No si lo hago yo antes.

TENÍAMOS MÁS FRASES

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 47

Page 49: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER

Catalogo Chandler:Maquetación 1 22/3/10 12:27 Página 48

Page 50: EL ULTIMO CASO DE RAYMOND CHANDLER