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Seudónimo: “Barsanufio Prados” EL ÚLTIMO DÍA DE AQUEL AÑO BISIESTO Barsanufio de los Prados había sido una persona corriente y moliente hasta aquel gélido 29 de febrero de 2008, festividad de santa Emma, reina, y san Dositeo, monje, cuando el periódico local La Voz de Sanca publicó su fotografía, nombre, profesión y edad en el espacio de Vida Social, con motivo de su cuadragésimo cuarto cumpleaños. Aquel domingo, contra la costumbre de permanecer acurrucado en su lecho de célibe hasta bien entrado el mediodía, madrugó casi como si de cualquier jornada laboral se tratara para acercarse sin dilación, incluso antes del aseo y el desayuno, hasta el quiosco y comprar un ejemplar del diario en cuestión. Y obviando las irrelevantes noticias que acaparaban la portada, así como los espacios de opinión, temas locales, reportajes y entrevistas, Barsanufio Prados, con manos temblorosas no por el frío de la mañana, sino por la emoción también manifiesta en el aporreo de sus pulsos en sienes, párpados, muñecas y, sobre todo, en el interior de su pecho, hojeó bastantes páginas hasta encontrar la que buscaba con tanto afán. Entonces, casi se le emborronó la visión al descubrir su propio rostro, como si lo viese por primera vez en su vida, y, debajo de aquél, sus datos identificadores -Barsanufio de los Prados, empleado, 44 años-, que no ofrecían dudas sobre su identidad, caso de que algún duendecillo de los que habitan en las redacciones hubiera trocado la imagen. -Barsanufio de los Prados, empleado, 44 años -leía y releía no en susurro, sino recia la voz, de suerte que otro vecino madrugador no pudo menos de observarle con extrañeza, parpadeando repetidas veces, como recién salido del sueño -. Barsanufio de los Prados, empleado, 44 años. ¡Je, soy yo! ¡Mi menda lerenda! ¡El hijo de mi madre! Casi nada...

El ultimo día de aquel año bisiesto

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Primer Premio del Concurso de relatos "Víctor Chamorro" 2011de Ignacio Carnero Martín (Salamanca)

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Page 1: El ultimo día de aquel año bisiesto

Seudónimo: “Barsanufio Prados”

EL ÚLTIMO DÍA DE AQUEL AÑO BISIESTO

Barsanufio de los Prados había sido una persona corriente y moliente hasta aquel

gélido 29 de febrero de 2008, festividad de santa Emma, reina, y san Dositeo, monje,

cuando el periódico local La Voz de Sanca publicó su fotografía, nombre, profesión y

edad en el espacio de Vida Social, con motivo de su cuadragésimo cuarto cumpleaños.

Aquel domingo, contra la costumbre de permanecer acurrucado en su lecho de célibe

hasta bien entrado el mediodía, madrugó casi como si de cualquier jornada laboral se

tratara para acercarse sin dilación, incluso antes del aseo y el desayuno, hasta el quiosco

y comprar un ejemplar del diario en cuestión.

Y obviando las irrelevantes noticias que acaparaban la portada, así como los espacios

de opinión, temas locales, reportajes y entrevistas, Barsanufio Prados, con manos

temblorosas no por el frío de la mañana, sino por la emoción también manifiesta en el

aporreo de sus pulsos en sienes, párpados, muñecas y, sobre todo, en el interior de su

pecho, hojeó bastantes páginas hasta encontrar la que buscaba con tanto afán.

Entonces, casi se le emborronó la visión al descubrir su propio rostro, como si lo viese

por primera vez en su vida, y, debajo de aquél, sus datos identificadores -Barsanufio de

los Prados, empleado, 44 años-, que no ofrecían dudas sobre su identidad, caso de que

algún duendecillo de los que habitan en las redacciones hubiera trocado la imagen.

-Barsanufio de los Prados, empleado, 44 años -leía y releía no en susurro, sino recia la

voz, de suerte que otro vecino madrugador no pudo menos de observarle con extrañeza,

parpadeando repetidas veces, como recién salido del sueño -. Barsanufio de los Prados,

empleado, 44 años. ¡Je, soy yo! ¡Mi menda lerenda! ¡El hijo de mi madre! Casi nada...

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Después, tornando sobre sus pasos, adquirió otro ejemplar de La Voz de Sanca no sin

antes mostrar al adusto quiosquero el motivo de su contento.

-A ver si conoces a éste...

-La gente importante... -comentó su interlocutor, desabrido, organizando un tanto el

maremágnum de periódicos, revistas, discos compactos y libros acabados de recibir,

además de golosinas, chucherías, tabacos y obsequios de toda índole, que apenas le

permitían desenvolverse con cierta holgura en el interior del tugurio.

Y durante la fiesta dominical, el hombre más tontivano de la ciudad recorrió los

puntos habitualmente más concurridos del humilde barrio, si bien aquel día

permanecieron medio desiertos, por desgracia, azotados por un cierzo inmisericorde.

Hasta que, ya oscurecido, olvidándose del mezquino presupuesto mensual -mañana

sería marzo- para regalarse el paladar con unos vasos de vino, entró en varias tabernas

con el diario doblado bajo el brazo, de suerte que, así, a bote pronto, pudiera patentizar

su importancia a cuantos conocidos encontraba en su incansable deambular.

Sin embargo, sólo sufrió desaires, pues la mayoría de aquéllos le manifestaban su

indiferencia, absortos ante los televisores que retransmitían un partido de fútbol.

Sólo en el café-bar ´Moderno´, el pobre Macario ´Gaseoso´, el tonto del barrio, que se

pasaba las horas muertas ante el cotidiano vasito de gaseosa con que le obsequiaba el

propietario del establecimiento, y que ante la página de las esquelas mortuorias repetía

de vez en cuando: “Pues que descanse en paz, y nos espere allí muchos años”, se

distrajo por un instante de los fallecidos del periódico del día, y, acaso porque en su

lóbrego cerebro chisporroteara el destello de alguna luz o un recuerdo, él mismo señaló

al recién llegado su foto, articulando unos cuantos murmullos en absoluto ininteligibles.

Por la noche, cansado de tanto patear los alrededores de su domicilio, Barsanufio

Prados no consiguió conciliar el sueño reparador que era de esperar tras sus fatigas y

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fríos, que se le habían incrustado hasta los tuétanos del alma. Y en su duermevela, más

de una vez encendió la lámpara de la mesilla para convencerse de que el periódico no

era una entelequia impalpable que nada más anidaba en su mente, sino algo real, pero

perdida la tersura del papel tras tantas horas de manoseos.

A la mañana siguiente, como no podía ser menos, sus compañeros de trabajo pudieron

echar también un vistazo a La Voz de Sanca, más manido cada vez, por cuanto había

tomado la feliz precaución de agenciarse aquel segundo ejemplar que guardaría como

oro en paño, y hasta daba vueltas en su caletre a la idea de enmarcar el recorte del papel

donde constaban su retrato, nombre y apellido y demás datos de interés.

Por supuesto que, a propósito del 29 de febrero, el típico pavisoso tuvo que hacer el

insulso comentario de que, por tal motivo, Barsanufio Prados sólo cumplía edad

cuatrienalmente, contando, pues, a la sazón once envidiables abriles como once soles.

Y en la calle, aunque era notorio que La Voz de Sanca no vendía más allá de cincuenta

ejemplares al día en aquel arrabal obrero, el más al extrarradio de la ciudad del Méstor,

el megalómano Barsanufio de los Prados -Prados, a secas, en su partida de nacimiento,

aunque en fecha no muy lejana había añadido la preposición y el artículo ´de los´, para

una mayor rimbombancia-, creía sentir sobre su persona -pura ilusión- el roce de las

miradas de admiración de toda la vecindad hacia una persona tan cercana, pero que

compartía columnas en un periódico con los personajes más populares y distinguidos

tanto del universo mundo, cuanto del país, la ciudad y los otros barrios de Sanca, que se

multiplicaban con aburridora asiduidad en los más diversos apartados del diario.

Le agradaba sobremanera la curiosidad y hasta puede que la expectación que

despertaba a su paso, como si fuese el centro del universo. Igual que le acontecía a él

mismo cuando, por ejemplo, en sus ajetreados tránsitos por el centro de la población,

alguna que otra vez se topaba con el inconfundible y bigotudo señor alcalde o

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cualquiera de los concejales del Ayuntamiento; o conforme cuando, al ojear la prensa

local, ¡qué envidia!, casi un día sí y otro también, verbigracia, veía al igualmente

mostachudo Agustín Sánchez de Vega, representante de la Junta de Castilla y León; al

incombustible Emilio Melero; a Isabel Jiménez, presidenta de la Diputación Provincial;

a Ángel Mazas, el mandamás de la Unión Deportiva; o al omnipresente Rafael Sierra,

entre otros muchos... Cuyos semblantes, cual si no hubiera más criaturas en el

anchuroso mundo, ocupaban por cualquier motivo y con inusitada frecuencia espacios y

más espacios en los cuatro rotativos locales. Aun cuando era de suponer que ellos ya

debían de estar acostumbrados y hasta aburridos de tanta aparición en la prensa...

¿Por qué no emprendía él mismo cualquier actividad, asunto o negocio merced al cual

fuese catapultado hacia aquella envidiable notoriedad? Aunque, pusilánime o apocado

como era, ¿a qué menesteres podría dedicarse a su ya más que respetable edad? ¡Ay, si

sólo tuviera veinte años! Intentaría comerse el mundo por todos los medios a su alcance.

Como, por ejemplo, siendo futbolista, la profesión más fácil, ya que no requiere

estudios ni cultura de clase alguna; torero, “Praditos” podría ser su apodo artístico, pero

reconocía que le faltaba el valor, la temeridad o la inconsciencia precisos para

enfrentarse a unos morlacos armados a veces, sobre todo para principiantes y malditos,

con unos pavorosos pitones como puñales; cantante, para lo cual vale cualquiera,

siempre y cuando antes se promocione en la televisión; ciclista, actor, político...

Mas, por de pronto, sería muy importante ir haciéndose ya famosillo a base de figurar

de vez en cuando en el papel, pues luego sería similar a la bola de nieve, la cual, si al

principio rueda menuda, a medida que se precipita pendiente abajo, va creciendo hasta

convertirse en una mole gigante.

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En consecuencia, y aun cuando todavía faltaba una larga cuarentena para festejar su

santo, establecido por la Iglesia en el 11 de abril, pensó que también sería excelente

fecha para remitir una nueva fotografía al periódico.

Y, en efecto, La Voz de Sanca publicó en su capítulo de Celebraciones el nuevo

retrato de aquel hombre corroído por un galopante afán de protagonismo, una egolatría

enfermiza rayana en la vesania, y debajo de aquél podía leerse: “Hoy, domingo, 11 de

abril, celebran su onomástica el empleado de la firma comercial ´X y X´ Barsanufio de

los Prados (foto), y su cumpleaños (60), el escritor Fulano de Tal...”

Y otra vez fue el quiosquero quien primero echó un vistazo de reojo a aquella nueva

inserción en el periódico, pareciendo talmente como si no hubiese transcurrido tiempo

alguno desde el helador 29 de febrero, cuando el cliente le decía:

-A ver si conoces a éste...

-La gente importante -volvió a contestarle su interlocutor, tratando de ser amable con

el obsequio de una sonrisa levemente forzada.

Había reventado en sinnúmero de brotes, renuevos, vástagos o pimpollos la

primavera, y las gentes, ávidas de alegría, colores, bonanza y soles, se lanzaban a la

calle como para sacudirse el letargo en que permanecieron durante el largo, triste y

glacial invierno. Por cuanto el quimérico prohombre determinó pasearse por los jardines

plagados de personas ociosas que disfrutaban de aquel radiante día de asueto.

Viniese o no a cuento, no desechaba ripio con cuantos conocidos se encontraba a su

paso para enseñarles con displicencia fingida su flamante imagen, en la que a duras

penas sofrenaba la arrogancia de una sonrisa que intentaba aflorar a sus labios.

En su fantasía, casi anclada en la puericia, imaginaba la admiración que debía de

despertar en aquellos seres anónimos, a los que, por otra parte, en puridad de verdad no

se les importaba un ardite de quienes vinieran en los periódicos, y con los que coincidía

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casi a diario en calles, plazuelas, comercios y, sólo alguna que otra vez, en el café-bar

´Moderno´, dado que los tiempos y sueldos no posibilitaban grandes dispendios,

produciéndose las visitas a aquél sólo en determinadas ocasiones muy especiales.

Y en el ´Moderno´ ya quincuagenario, ante su sempiterno vaso de gaseosa

desvirtuada, el bendito Macario ´Gaseoso´, que en aquellos momentos era el único

cliente del establecimiento, recitaba su consabido sonsonete según miraba las esquelas:

“Pues que descanse en paz, y nos espere allí muchos años”.

Empero, al entrar Barsanufio Prados, buscó en La Voz de Sanca el retrato de aquél, y

le guiñó un ojo, quién sabe si como dando a entender que veía, leía y hasta comprendía

cuanto se publicaba en aquellas páginas aún no muy sobadas a tan temprana hora de la

mañana.

Aquel segundo intento pasó también sobre poco más o menos inadvertido para el resto

de los mortales, ya vecinos, ya conocidos, ya compañeros de trabajo, dado que en aquel

barrio, obrero por excelencia, gozaba de escaso predicamento un rotativo de tendencia

conservadora, conforme se evidenciaba por el incontestable hecho de que serían

alrededor de cincuenta los ejemplares que se vendían a diario por aquellos contornos

extremos de la vieja ciudad del Méstor.

Pero él no cejaba en su febril y monotemático empeño de sobresalir, destacar como

fuere del resto de sus conciudadanos y polarizar cuantas miradas halagaran su vanidad,

no resignándose al anonimato ni a pasar sin pena ni gloria por este valle de lágrimas.

Nunca plantó un árbol ni tuvo ni tendría un hijo por mor de su proverbial hurañía, que

le impidió matrimoniar con las dos o tres mujeres que le cautivaron en su vida, ni, por

supuesto, jamás escribiría un libro, ya que era incapaz de pergeñar diez palabras

continuas sin incurrir en algún error ortográfico de bulto, gracias a alguno de los tres

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hechos citados, según antiguo proverbio, habría dejado impronta de su paso por el

mundo.

Sin embargo, a la tercera vez fue la vencida, y tuvo más resonancia que las otras dos

precedentes juntas. Si bien era cierto que la ocasión le vino punto menos que rodada en

la tarde gloriosa de un domingo de mayo al concluir el partido de fútbol cuando el

equipo local sucumbió frente al Levante.

Viendo que un reportero acompañado de un fotógrafo requería la opinión de varios

aficionados, Barsanufio Prados, sin dudar un instante, se aproximó hasta aquéllos, los

cuales, comoquiera que existía cierta reticencia a efectuar declaraciones, no dudaron en

aprovechar el brindis espontáneo de aquel aficionado.

Y el día después, lunes, 17 de mayo, se insertaron por tercera vez en su vida, entonces

en las páginas Deportivas, su rostro, su nombre y profesión, amén de sus palabras

enjuiciando el encuentro:

“El Sanqueño fue víctima de sus propios errores (0-1) en el estadio de La Vega. La

primera parte me pareció tediosa, y en la segunda, fruto de la apatía de los jugadores

locales, llegó el tanto de la victoria para el equipo forastero, debiendo destacarse de todo

el encuentro una gran parada de Rubiales, el guardameta.”

Aunque no reconocía como propias aquellas expresiones puntuales, indudablemente

cosecha del reportero, tanto leyó y releyó el sucinto texto que, al poco, las asumió como

si, en rigor, hubiesen sido pronunciadas por sus labios.

Si, por ejemplo, se hubiera tratado de unas declaraciones del mismísimo Alberto

Einstein anunciando al mundo su Teoría de la Relatividad o del papa Juan Pablo II

desvelando el tercer secreto de Fátima, podría asegurarse que no habrían tenido la

misma repercusión que el contenido de aquel breve recuadro periodístico de un diario

provinciano. Porque las palabras de aquel vecino, ¡qué bien se expresaba para ser un

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hombre con quien se cruzaban en la calle, a quien podían tutear y con quien podrían ir

codo con codo a cualquier sitio!, eran inteligibles hasta para el más lerdo.

Y durante todo aquel santo lunes saboreó las mieles de unas indisimuladas simpatías y

palmadas sin cuento en la espalda por parte de cuantos devoraban, insaciables, las

abundantes páginas deportivas que brindaba a sus lectores La Voz de Sanca.

Hasta Macario ´Gaseoso´ no bien vio que otros parroquianos del café-bar ´Moderno´

saludaban y adulaban, envanecidos, a aquel vecino con tantos conocimientos

balompédicos, como por inercia le propinó un par de golpecitos en un hombro, sin

articular palabra. Mas, al enfrascarse otra vez en la contemplación de los negros

rectángulos de luto que enmarcaban los nombres de quienes terminaban de largarse para

el otro barrio, a la espera de que las trompetas del Apocalipsis les convocaran para

reunirse en el Valle de Josafat, repetía por enésima vez su monserga: “Pues que

descanse en paz, y nos espere allí muchos años...”

Y no muchos años, pero sí bastantes días en blanco eran los que se le avecinaban a

Barsanufio Prados antes de que llegara la próxima coyuntura de ver cristalizados sus

sueños de popularidad, pues el siguiente febrero sólo contaba con los veintiocho días

clásicos, sin aditamento alguno, debiendo esperar, pues, hasta el 11 de abril, su

onomástica, para disfrutar otra vez de aquel placer de dioses.

Era demasiado tiempo, casi toda una eternidad, trescientos veinticuatro días con sus

respectivas noches o, lo que es igual, siete mil setecientas setenta y siete horas, ¡cuántos

sietes, su número de la suerte!, según llegó a calcular en un rato de ocio mientras una de

aquellas sonochadas se preparaba una cena frugal.

En su pecho se había instalado un creciente cosquilleo, cierto gusanillo, que, quizá,

era su obsesiva rebelión contra la idea de seguir siendo uno más de aquel cúmulo de

gentes anodinas, ordinarias, vulgares. Tenía que descollar a cualquier precio, siendo

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preciso lograr que no sólo La Voz de Sanca, sino, además, los otros tres diarios, ¿y por

qué no también las televisiones locales?, contasen de cuando en vez sus andanzas. Pero,

¿cuáles eran éstas, sino aquella noria que consistía en ir del trabajo a casa y viceversa?

¿Por qué no saltaba desnudo al estadio de La Vega durante la celebración de un

partido de fútbol, convirtiéndose en el protagonista de la jornada? ¿Por qué no se

lanzaba espontáneo al ruedo durante la lidia de un toro en la feria septembrina?

Sea como fuere, el caso más probable es que terminara en Comisaría, con unas

consecuencias imprevisibles de todo punto, que, incluso, acaso le hicieran perder su

empleo, ya que alguien podría aducir que tenía perturbadas sus facultades mentales.

Desechaba, pues, todas y cada una de las ideas, a cual más descabellada, que rondaban

por su magín, en el que, sin saber por qué sí ni por qué no, brotara un día aquel creciente

afán de notoriedad en una persona que había nacido, como el común de los mortales,

para afanarse en unos cometidos que no le sacarían de la trivialidad cotidiana.

Y se había amortecido un tanto su obsesión con las distracciones que le brindaba el

buen tiempo, como sus baños en el Méstor, la siempre agradable visión de las jóvenes

ligeras de ropas, las tertulias nocturnas en el jardinillo al pie de su casa, casi

olvidándose de aquellos empeños que estuvieron a punto de trastocarle caóticamente su

encéfalo, cuando el 18 de septiembre asistió a la séptima corrida de feria, gracias a la

entrada que le regalara un compañero por cierto inesperado asunto familiar grave.

Quiso el azar que a la conclusión del festejo taurino, a la misma puerta grande del

circo sanqueño, otro reportero y otro fotógrafo recabaran su opinión sobre cuanto

aconteció en la plaza, ya que la mayoría de los espectadores, en un intento de preservar

toda suerte de privacidades, eran refractarios, a todas luces, a figurar en la prensa.

Al día siguiente, pues, en las páginas de La Lidia pudo verse de nuevo la imagen

sonrisueña de Barsanufio Prados, así como sus declaraciones: “Pese a haberse cortado

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en una tarde demasiado triunfal tres orejas por coleta, en un mano a mano con mucho

bombo y platillo para Gallo y ´Capea´, no hay que echar las campanas al vuelo, ya que

ambos no están más que empezando. Hay que esperar cuatro o cinco temporadas para

ver si llegan a figuras, pues todavía son unos pipiolos demasiado verdes”.

Aquella instantánea, su impar gracia -Barsanufio de los Prados- y sus declaraciones

avivaron en un lugar recóndito de su pecho el rescoldo soterrado bajo las cenizas del

tiempo, que parecían haber borrado sus desvelos y los fantasmas de su imaginación.

Otra vez -y ya eran cuatro-, los lectores de La Voz de Sanca pudieron contemplar el

bigote del paisano, ya casi familiar en aquellas páginas, opinando sobre los más

diversos temas, en los que, a juzgar por sus palabras, parecía ser auténtico experto. Por

cuanto recibió las adulaciones habituales, las palmadas de rigor, incluida la de Macario

´Gaseoso´, quien luego tornó a sus consuetudinarias esquelas y salmodias: “Pues que

descanse en paz, y nos espere allí muchos años...”

Tan inesperado y grato motivo le hizo advertir más y más miradas de entusiasmo y

fervor, que sólo se producían en el interior de su cerebro, habida cuenta que casi nadie

de cuantos se cruzaban en su camino había visto el diario de sus amores. Aquellas

ojeadas imaginarias, en realidad, nada más se materializaban en su fuero interno, pero

dado que tal impresión era la única valedera que constaba en su mente, su pecho se

henchía de orgullo, y éste se reproducía también dentro de los párpados cuando ya en la

cama se disponía al reposo nocturno.

Y así, poco a poco, como quien no quería la cosa, ya eran cuatro los recortes de prensa

que había ido enmarcando y colgando en la pared más visible del recogido cuarto de

estar, donde transcurría la mayor parte del tiempo de su solitaria existencia.

¡Qué no daría por tener cubiertas todas las paredes no sólo de aquella habitación, sino

del pasillo, dormitorio y todos los rincones de su casa, en suma, con recuerdos,

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entrevistas y reportajes, como si fuesen trofeos conquistados en buena lid! Pero al ritmo

que llevaba -29 de febrero, 11 de abril, 17 de mayo y 19 de septiembre, fechas que sabía

de memoria-, quién sabe cuántos siglos precisaría para conquistar sus anhelos...

Además, en 2005 ya no hubo aquella fecha añadida al segundo mes del año, y debió

esperar al 10 de abril para remitir su más reciente imagen y sus datos personales a fin de

que se publicasen el día de su onomástica. Una flamante efigie, para la cual antes había

pasado por la peluquería donde le arreglaron el cabello y el bigote harto largos, y para la

que se emperifolló con su mejor chaqueta y corbata, de suerte que daba la sensación de

tratarse no de un simple empleado, sino de un empresario como la copa de un pino.

Mas, en vez de la fotografía durante tanto tiempo esperada, aquella mañana La Voz de

Sanca brindaba el rostro de un imberbe desconocido, y, ni siquiera en el texto inferior se

hacía mención a la circunstancia de la celebración de su santo por parte del hombre más

soñador y fatuo en todos los rumbos del horizonte de la ciudad del Méstor.

Primero, se le escarchó la mirada, emborronándosele la visión; después, estuvo

tentado de hacer una bola con el periódico y arrojarla a la papelera más próxima; y, por

último, en el colmo de la indignación, sin saber por qué, sus ojos se posaron en los datos

de la cabecera del rotativo, entre los cuales, como si fuese un luminoso intermitente,

descubrió un número de teléfono, que le atrajo igual que el canto de una sirena mítica.

Entonces, ni corto ni perezoso, marcó aquél en su móvil, mientras para sus adentros se

repetía unas palabras dictadas por la furia que le embargaba, preñadas de indignación.

¡Se iban a enterar de quién era Barsanufio Prados! ¡Pues no faltaría más, sino que un

periodicucho de mala muerte jugase así con los sentimientos de aquel lector!

Realmente ciego de ira y argumentándose a sí mismo cuanto iba a espetarle al primero

que se pusiese al otro lado del teléfono… El hombre escuchó la dulce entonación de una

voz femenina -“La Voz de Sanca, buenos días”-, y acto seguido un estridente y terrible

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frenazo, casi al tiempo que, tras un tremendo golpe en una rodilla y un muslo, se sintió

arrancado de cuajo del suelo y desplazado por los aires al invadir la calzada ante un

automóvil, cuyo conductor nada pudo hacer por evitar el mortal atropello.

Las televisiones locales ofrecieron imágenes del lugar exacto donde se produjo el

accidente, mientras que, al fondo de aquéllas, se divisaba el bulto del cadáver del

interfecto, cubierto con una manta, en tanto que, en sus ediciones del día 12 de abril, los

cuatro rotativos dedicaron lacónicas informaciones al luctuoso acontecimiento en sus

secciones de Sucesos, consignando tan sólo las iniciales del iluso incorregible: B.P.P.

Sólo La Voz de Sanca, en su sección de Obituarios publicaba la fotografía que declinó

ofrecer a sus lectores el día antes, con nombre y apellidos completos, siendo, pues,

aquella la quinta y postrera inserción en sus páginas de aquel simpático y malogrado

personajillo, aunque ya nadie se preocuparía de su encuadramiento para ser colgada en

la pared del pequeño cuarto de estar, junto con las cuatro anteriores.

†El señor

Don Barsanufio Prados PérezFalleció en Sanca el 11 de abril de 2005

Confortado con los Santos Sacramentos y la Bendición de Su SantidadD.E.P.

-Pues que descanse en paz, y nos espere allí muchos años -repitió su eterna cantilena

el pobre Macario ´Gaseoso´, el tonto del barrio, tras leer la esquela mortuoria y luego de

humedecer sus labios resecos con el contenido ya caliente y sin burbujas de su vaso-.

Que descanse en paz, y nos espere allí muchos años...

-¡Amén! -exclamó el propietario y camarero del café-bar ´Moderno´ desde el interior

de la barra, echándose al coleto un trago de aguardiente-. ¡Está visto que no somos

nadie! ¿De qué le sirvió tanto y tanto salir en la prensa, si al final ha ido al mismo sitio

al que iremos todos a parar? ¡En fin! Como tú bien dices, ´Gaseoso´: Que descanse en

paz, y nos espere allí muchos años...

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