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Fernando Olavarría Gabler 125 CUENTOS PARA ENTRETENER EL ALMA EL VIAJE DEL CIENTÍFICO A LA ISLA DE LOS DIAMANTES

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Fernando Olavarría Gabler 125

C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A

EL VIAJE DEL CIENTÍFICO

A LA ISLA DE LOS DIAMANTES

Fernando Olavarría Gabler

Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A

EL VIAJE DEL CIENTÍFICO

A LA ISLA DE LOS DIAMANTES

Un regalo para Jacinta, con mucho cariño, antes que llegue a este mundo.

8 - XII - 2012

Fernando Olavarría Gabler

Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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EL VIAJE DEL CIENTÍFICO

A LA ISLA DE LOS DIAMANTES

Un regalo para Jacinta, con mucho cariño, antes que llegue a este mundo.

8 - XII - 2012

ace mucho tiempo, en la época del rey Perico III, existía un hombre sabio. Eran tan vastos sus conocimientos en todo lo que puedas imaginar, que no le decían el Mago o el Profesor o el Doctor, sino el Científico. Y así lo llamaremos nosotros en este cuento. El Científico era un hombre de edad avanzada, rostro enjuto, grandes orejas y mirada pensativa. Se dice que el pintor Vincent van Gogh había hecho un dibujo de él en 1882. Este hombre sabio pasaba gran parte de su tiempo leyendo o estudiando en las bibliotecas y, en un antiguo libro con deterioradas tapas de cuero, descubrió que uno de sus capítulos describía detalladamente la existencia de una misteriosa isla cuyas playas no estaban formadas con granos de arena sino con diamantes. Este descubrimiento le provocó una gran inquietud, que no surgía por la ambición de riquezas sino por el enigma científico de ese extraño fenómeno. Así que, nuestro Científico decidió viajar hacia esa isla, pero necesitaba una nave y su tripulación. Para ello impartió instrucciones a un importante astillero para que le construyeran un barco a su gusto. Empezaron a hacerlo y emergió uno similar a las naves vikingas, pero la proa, en vez de llevar una cabeza de dragón, tenía una cabeza de cisne que miraba hacia atrás y abajo, como si estuviera mirando y protegiendo a sus tripulantes. Como medio impulsor, no tenía hélices ni vela sino un par de aletas en la popa que se movían rítmicamente como las piernas de los hombres ranas. Las

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ace mucho tiempo, en la época del rey Perico III, existía un hombre sabio. Eran tan vastos sus conocimientos en todo lo que puedas imaginar, que no le decían el Mago o el Profesor o el Doctor, sino el Científico. Y así lo llamaremos nosotros en este cuento. El Científico era un hombre de edad avanzada, rostro enjuto, grandes orejas y mirada pensativa. Se dice que el pintor Vincent van Gogh había hecho un dibujo de él en 1882. Este hombre sabio pasaba gran parte de su tiempo leyendo o estudiando en las bibliotecas y, en un antiguo libro con deterioradas tapas de cuero, descubrió que uno de sus capítulos describía detalladamente la existencia de una misteriosa isla cuyas playas no estaban formadas con granos de arena sino con diamantes. Este descubrimiento le provocó una gran inquietud, que no surgía por la ambición de riquezas sino por el enigma científico de ese extraño fenómeno. Así que, nuestro Científico decidió viajar hacia esa isla, pero necesitaba una nave y su tripulación. Para ello impartió instrucciones a un importante astillero para que le construyeran un barco a su gusto. Empezaron a hacerlo y emergió uno similar a las naves vikingas, pero la proa, en vez de llevar una cabeza de dragón, tenía una cabeza de cisne que miraba hacia atrás y abajo, como si estuviera mirando y protegiendo a sus tripulantes. Como medio impulsor, no tenía hélices ni vela sino un par de aletas en la popa que se movían rítmicamente como las piernas de los hombres ranas. Las

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alas de este cisne estaban en los costados, avanzaban hacia delante en el aire y luego se sumergían en el agua para impulsar el barco. Eran unos verdaderos remos gigantescos. En la popa de la nave había una cabina donde dormía el Científico. Allí estaba el motor. Conversando con el Científico, me explicó que la energía del motor propulsor provenía de algo así cómo “quantas” pero era tan difícil y enredada su explicación que no pude seguirla porque se me estaban cerrando los ojos al no entender nada de lo que me decía. En el centro de la nave, el Científico había instalado un árbol de extraña apariencia y recóndito origen. Se comentaba que lo había traído del desierto de Sinaí y sus frutos se denominaban maná, pero no era el maná del cielo que había alimentado a los israelitas en el éxodo sino que esta planta daba frutos con aspecto de pan y quién los comiera sentía en su paladar el sabor que deseaba. Esto era muy apropiado para la tripulación que había elegido el Científico. El motivo de llevar animales como marineros y no seres humanos, se debía a la finalidad de la expedición. El Científico temía que surgieran graves contratiempos por la codicia de los humanos si llegasen a una playa repleta de diamantes. Podrían aparecer indeseados instintos de poder de riquezas que crearían graves conflictos, incluyendo hechos de sangre. En cambio, en los animales no existían esos problemas. En cuanto al modo de comunicarse con ellos, el Científico era tan sabio en conocimientos,

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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A

que podía comprender perfectamente el lenguaje de los animales. Había aprendido cómo manifestaban sus sentimientos al observar sus gestos, los movimientos de sus cuerpos, el significado de los sonidos que emitían y la expresión de sus ojos. Todo aquello era muy valioso. Se presentaron para actuar como marineros: Un conejo, un mono, una tortuga, una lagartija, un loro, un gato, un pato, un perro y un duende. Este último era el único que no era animal y por ende el Científico lo nombró contramaestre para que se hiciera cargo de esta tripulación animalera. Mi querido lector(a), en la vida diaria probablemente habrás conocido a personas que son apodadas con los sobrenombres de el conejo o el mono o el tortuguita o el gato, pero en este caso no existían los sobrenombres, eran animales verdaderos. Partió el Científico en su nave con forma de cisne y su tripulación. Eso ocurrió en 1888 en el puerto de Valparaíso. La nave se alejaba bastante de la orilla cuando llegó corriendo al muelle un perro blanco que se puso a ladrar insistentemente. Era Muñeco, el foxterrier del Científico. Eran tan intensos y lastimeros sus ladridos, que provocaban ternura. Parecían decir: Amo, ¿por qué te olvidaste de mí? El Científico detuvo la embarcación y ésta atracó nuevamente en el muelle. Muñeco saltó ágilmente y ladrando feliz brincaba alrededor de su amo.

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alas de este cisne estaban en los costados, avanzaban hacia delante en el aire y luego se sumergían en el agua para impulsar el barco. Eran unos verdaderos remos gigantescos. En la popa de la nave había una cabina donde dormía el Científico. Allí estaba el motor. Conversando con el Científico, me explicó que la energía del motor propulsor provenía de algo así cómo “quantas” pero era tan difícil y enredada su explicación que no pude seguirla porque se me estaban cerrando los ojos al no entender nada de lo que me decía. En el centro de la nave, el Científico había instalado un árbol de extraña apariencia y recóndito origen. Se comentaba que lo había traído del desierto de Sinaí y sus frutos se denominaban maná, pero no era el maná del cielo que había alimentado a los israelitas en el éxodo sino que esta planta daba frutos con aspecto de pan y quién los comiera sentía en su paladar el sabor que deseaba. Esto era muy apropiado para la tripulación que había elegido el Científico. El motivo de llevar animales como marineros y no seres humanos, se debía a la finalidad de la expedición. El Científico temía que surgieran graves contratiempos por la codicia de los humanos si llegasen a una playa repleta de diamantes. Podrían aparecer indeseados instintos de poder de riquezas que crearían graves conflictos, incluyendo hechos de sangre. En cambio, en los animales no existían esos problemas. En cuanto al modo de comunicarse con ellos, el Científico era tan sabio en conocimientos,

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que podía comprender perfectamente el lenguaje de los animales. Había aprendido cómo manifestaban sus sentimientos al observar sus gestos, los movimientos de sus cuerpos, el significado de los sonidos que emitían y la expresión de sus ojos. Todo aquello era muy valioso. Se presentaron para actuar como marineros: Un conejo, un mono, una tortuga, una lagartija, un loro, un gato, un pato, un perro y un duende. Este último era el único que no era animal y por ende el Científico lo nombró contramaestre para que se hiciera cargo de esta tripulación animalera. Mi querido lector(a), en la vida diaria probablemente habrás conocido a personas que son apodadas con los sobrenombres de el conejo o el mono o el tortuguita o el gato, pero en este caso no existían los sobrenombres, eran animales verdaderos. Partió el Científico en su nave con forma de cisne y su tripulación. Eso ocurrió en 1888 en el puerto de Valparaíso. La nave se alejaba bastante de la orilla cuando llegó corriendo al muelle un perro blanco que se puso a ladrar insistentemente. Era Muñeco, el foxterrier del Científico. Eran tan intensos y lastimeros sus ladridos, que provocaban ternura. Parecían decir: Amo, ¿por qué te olvidaste de mí? El Científico detuvo la embarcación y ésta atracó nuevamente en el muelle. Muñeco saltó ágilmente y ladrando feliz brincaba alrededor de su amo.

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-¿Me prometes que te portarás bien? -le dijo el Científico- ¿No pelearás con el gato ni perseguirás al conejo? -¡Sí, sí, sí! Respondía Muñeco, alborotado. -¿Y el pato? ¿Lo respetarás como pato? -Sí, sí, sí. El gato no estaba nada de contento con la llegada de este nuevo tripulante y de un salto se encaramó a una de las ramas del árbol de maná, eso no impidió que Muñeco levantara una pata en la base del tronco. -¡Muñeco! Lo reprendió el Científico ¡Prohibido marcar el árbol, porque se puede secar! La nave siguió el curso de la corriente de Humboldt y después de algunos días encauzó su rumbo hacia el Oeste por el trópico de Capricornio. No hubo dificultades en cuanto a la alimentación porque cada marinero comía pensando en lo que más le apetecía. Así, una miga que saboreaba la lagartija, tenía el gusto de una sabrosa mosca y ese mismo pan, masticado por el gato, le daba un exquisito sabor a laucha fresca recién cazada. El pato comía algo con sabor a maíz y el loro, un bocado con aspecto de fruta. En cuanto el conejo, éste se alimentaba con las cáscaras de los frutos del árbol del maná. Se imaginaba que lo que estaba comiendo, eran cáscaras de frutas del árbol de maná. El conejo no necesitaba mucha imaginación porque el sabor de las cáscaras era el verdadero. Con

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-¿Me prometes que te portarás bien? -le dijo el Científico- ¿No pelearás con el gato ni perseguirás al conejo? -¡Sí, sí, sí! Respondía Muñeco, alborotado. -¿Y el pato? ¿Lo respetarás como pato? -Sí, sí, sí. El gato no estaba nada de contento con la llegada de este nuevo tripulante y de un salto se encaramó a una de las ramas del árbol de maná, eso no impidió que Muñeco levantara una pata en la base del tronco. -¡Muñeco! Lo reprendió el Científico ¡Prohibido marcar el árbol, porque se puede secar! La nave siguió el curso de la corriente de Humboldt y después de algunos días encauzó su rumbo hacia el Oeste por el trópico de Capricornio. No hubo dificultades en cuanto a la alimentación porque cada marinero comía pensando en lo que más le apetecía. Así, una miga que saboreaba la lagartija, tenía el gusto de una sabrosa mosca y ese mismo pan, masticado por el gato, le daba un exquisito sabor a laucha fresca recién cazada. El pato comía algo con sabor a maíz y el loro, un bocado con aspecto de fruta. En cuanto el conejo, éste se alimentaba con las cáscaras de los frutos del árbol del maná. Se imaginaba que lo que estaba comiendo, eran cáscaras de frutas del árbol de maná. El conejo no necesitaba mucha imaginación porque el sabor de las cáscaras era el verdadero. Con

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respecto al agua, no había problemas. El árbol del maná tenía frutos de color azul, repletos de agua purísima, fácilmente bebible. Todos estos frutos, tanto de alimentos como de agua, se reponían rápidamente de la noche a la mañana cuando eran arrancados de las ramas del árbol. En cuanto al combustible que se usaba para mover las palas que hacían de hélices, repito, eso nunca lo supe. Era una secreto del Científico que no pude comprender cuando me lo explicó. Como decía, no hubo problemas de alimentación pero sí en la tolerancia entre los compañeros de viaje. El gato estaba a punto de comerse a la lagartija, y el mono, haciendo puntería, le lanzaba las cáscaras de los frutos de maná que había comido, a la cabeza del pato. El pato chillaba y reclamaba porque le ensuciaban el plumaje recientemente lubricado con la grasa que obtenía de su rabadilla. Ésta la repartía en todo el cuerpo mediante su pico plano. El duende estaba cansado de tanta indisciplina que no podía dominar y acudiendo a su capitán, el Científico, le presentó su renuncia. Fue rechazada. Entonces tuvo que actuar el Científico, éste ordenó una formación sobre cubierta y les habló con duras palabras. Deberían tolerarse unos a otros, no reñir entre ellos y mucho menos comerse a uno de sus compañeros de viaje. Fue tan convincente la arenga, que volvió la calma, con la amenaza de que el que no cumpliera las normas a bordo iba a ser pasado con una cuerda por debajo de la quilla del barco. Está demás comentar que,

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antiguamente, muy pocos quedaban con vida después de este castigo. Y así pasaron los días. Siempre rumbo al Oeste y también al Noroeste. El cisne se desplazaba silenciosamente moviendo sus dos aletas y sus alas de madera. El Científico sacaba de un maletín un astrolabio e iba marcando el recorrido. Otras veces, contemplando las estrellas, obtenía sus cálculos que anotaba en la bitácora de navegación. El mar estaba apacible. La proa del cisne dejaba una estela de espuma blanca que en la oscuridad de la noche tomaba un aspecto fosforescente de gran belleza. Durante el día, los peces voladores huían de la embarcación alejándose en un vuelo armonioso mediante sus aletas pectorales que hacían la función de alas. El gato quiso cazarlos pero fue imposible agarrar uno ya que los peces emergían de la superficie del agua a buena distancia de la embarcación. Esto lo puso de mal genio, especialmente porque se había mojado con las salpicaduras de las olas y después de esto no le habló a nadie durante todo el día. Una tarde, la tortuga terrestre decidió bañarse en el mar porque tenía mucho calor. En realidad, el Sol quemaba fuerte. Así que, anunció que se lanzaría a la superficie de las olas. Fue imposible tratar de convencerla de lo contrario. Pero, ¿qué me puede pasar?-alegaba-. Mis primas, las tortugas marinas, se desempeñan con gran soltura en este elemento. ¡Pero tú eres de tierra!-le gritaban- ¡Te vas

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respecto al agua, no había problemas. El árbol del maná tenía frutos de color azul, repletos de agua purísima, fácilmente bebible. Todos estos frutos, tanto de alimentos como de agua, se reponían rápidamente de la noche a la mañana cuando eran arrancados de las ramas del árbol. En cuanto al combustible que se usaba para mover las palas que hacían de hélices, repito, eso nunca lo supe. Era una secreto del Científico que no pude comprender cuando me lo explicó. Como decía, no hubo problemas de alimentación pero sí en la tolerancia entre los compañeros de viaje. El gato estaba a punto de comerse a la lagartija, y el mono, haciendo puntería, le lanzaba las cáscaras de los frutos de maná que había comido, a la cabeza del pato. El pato chillaba y reclamaba porque le ensuciaban el plumaje recientemente lubricado con la grasa que obtenía de su rabadilla. Ésta la repartía en todo el cuerpo mediante su pico plano. El duende estaba cansado de tanta indisciplina que no podía dominar y acudiendo a su capitán, el Científico, le presentó su renuncia. Fue rechazada. Entonces tuvo que actuar el Científico, éste ordenó una formación sobre cubierta y les habló con duras palabras. Deberían tolerarse unos a otros, no reñir entre ellos y mucho menos comerse a uno de sus compañeros de viaje. Fue tan convincente la arenga, que volvió la calma, con la amenaza de que el que no cumpliera las normas a bordo iba a ser pasado con una cuerda por debajo de la quilla del barco. Está demás comentar que,

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antiguamente, muy pocos quedaban con vida después de este castigo. Y así pasaron los días. Siempre rumbo al Oeste y también al Noroeste. El cisne se desplazaba silenciosamente moviendo sus dos aletas y sus alas de madera. El Científico sacaba de un maletín un astrolabio e iba marcando el recorrido. Otras veces, contemplando las estrellas, obtenía sus cálculos que anotaba en la bitácora de navegación. El mar estaba apacible. La proa del cisne dejaba una estela de espuma blanca que en la oscuridad de la noche tomaba un aspecto fosforescente de gran belleza. Durante el día, los peces voladores huían de la embarcación alejándose en un vuelo armonioso mediante sus aletas pectorales que hacían la función de alas. El gato quiso cazarlos pero fue imposible agarrar uno ya que los peces emergían de la superficie del agua a buena distancia de la embarcación. Esto lo puso de mal genio, especialmente porque se había mojado con las salpicaduras de las olas y después de esto no le habló a nadie durante todo el día. Una tarde, la tortuga terrestre decidió bañarse en el mar porque tenía mucho calor. En realidad, el Sol quemaba fuerte. Así que, anunció que se lanzaría a la superficie de las olas. Fue imposible tratar de convencerla de lo contrario. Pero, ¿qué me puede pasar?-alegaba-. Mis primas, las tortugas marinas, se desempeñan con gran soltura en este elemento. ¡Pero tú eres de tierra!-le gritaban- ¡Te vas

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a ahogar! -Son unos escrupulosos-comentó, antes de lanzarse al agua. Al poco tiempo estaba en grandes apuros. Tragaba agua y no podía sacar la cabeza a la superficie. Movía las cuatro patas desesperadamente pero no se desplazaba. Entonces el duende le avisó al Científico y éste detuvo el barco. Se lanzó el pato al agua y empujándola hacia el costado de la nave y dándole picotazos en los bordes de su caparazón consiguió que el Científico la agarrara de una pata dejándola sobre la cubierta. ¡Qué susto tuvo la pobre tortuguita! Ese día quedó convencida de que todas las tortugas son semejantes, pero no iguales. Eso es para no olvidarlo, comentó después de estornudar varias veces. Sucede en todas las especies. ¿Han visto estornudar a una tortuga? Lo hacen cuando están resfriadas y no es un signo de buena salud. Otro día, volando desde el horizonte, se aproximó una pequeña ave de cabeza y alas negras. Muñeco empezó a ladrarle. El ave se había posado en una rama del árbol de maná y los ladridos no dejaban al Científico establecer una conversación. ¡Cállate Muñeco que no me dejas hablar! Muñeco pensaba que el ave había invadido su territorio y eso lo molestaba. -¿Eres una golondrina de mar ártica?-preguntó el Científico. -Así es- respondió el ave. ¿Me permites descansar un momento en el árbol? -Por supuesto-respondió el Científico.

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a ahogar! -Son unos escrupulosos-comentó, antes de lanzarse al agua. Al poco tiempo estaba en grandes apuros. Tragaba agua y no podía sacar la cabeza a la superficie. Movía las cuatro patas desesperadamente pero no se desplazaba. Entonces el duende le avisó al Científico y éste detuvo el barco. Se lanzó el pato al agua y empujándola hacia el costado de la nave y dándole picotazos en los bordes de su caparazón consiguió que el Científico la agarrara de una pata dejándola sobre la cubierta. ¡Qué susto tuvo la pobre tortuguita! Ese día quedó convencida de que todas las tortugas son semejantes, pero no iguales. Eso es para no olvidarlo, comentó después de estornudar varias veces. Sucede en todas las especies. ¿Han visto estornudar a una tortuga? Lo hacen cuando están resfriadas y no es un signo de buena salud. Otro día, volando desde el horizonte, se aproximó una pequeña ave de cabeza y alas negras. Muñeco empezó a ladrarle. El ave se había posado en una rama del árbol de maná y los ladridos no dejaban al Científico establecer una conversación. ¡Cállate Muñeco que no me dejas hablar! Muñeco pensaba que el ave había invadido su territorio y eso lo molestaba. -¿Eres una golondrina de mar ártica?-preguntó el Científico. -Así es- respondió el ave. ¿Me permites descansar un momento en el árbol? -Por supuesto-respondió el Científico.

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-Según mis conocimientos, tu migración es sorprendente. Efectúas un recorrido de setenta y un mil kilómetros ya que vuelas desde el Ártico a la Antártica. -Sí- dijo la golondrina. Vengo de Groenlandia y voy hacia el mar deWeddell, en la Antártica. -Pero ese recorrido lo efectúan ustedes en el Océano Atlántico ¿por qué estás aquí, en el Océano Pacífico? -Porque me perdí. Ese es el motivo por el cual te solicité si pudiera descansar en tu embarcación antes de reanudar el vuelo. ¿Hacia dónde se dirige tu nave? ¡Qué hermosa es! -Voy en busca de una isla que la llaman la “isla de los diamantes” -¡Ah!, sí. La conozco bien. En vez de arena, sus playas están hechas de diamantes. -Buena noticia me das, dijo el Científico, porque eso comprueba que no es una fantasía escrita en los libros. -Sí. Pero tienes que enmendar el rumbo más al norte y también te prevengo que en estas latitudes existe un monstruo marino que exige un tripulante, sino, no te permite pasar. -¿En qué consiste esa exigencia? Preguntó el Científico. -El navegante que se encuentra con él tiene que entregarle a uno de sus tripulantes para que se lo coma. Si no se lo das, se enfurece, los engulle a todos y además, hunde la embarcación. -En duros aprietos me pones en relación a todo lo que me has

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contado, exclamó el Científico. Veremos cómo podremos solucionar este percance. Mucho agradezco tus datos, golondrina. -¡Adiós! Se despidió la avecita. -¡Adiós! ¡Buen viaje! Saludó el Científico, viendo cómo se perdía hasta desaparecer en el horizonte esta maravillosa ave migratoria. Pasaron algunos días y el ardiente sol tropical se escondió detrás de oscuros nubarrones que lo ocultaron por completo. Las olas se encresparon y sobrevino una lluvia torrencial. Un viento bastante enérgico hacía bailar al cisne como si fuera un corcho flotando en un torrente. El Científico le ordenó al duende que detuviera el movimiento de las aletas y plegara las alas a los costados. El temporal era tan fuerte que se temía que la nave zozobrara. Pero los cisnes nunca naufragan y éste sobrellevó airosamente los dos días de tempestad. Después, vino la calma. Todos los animales estaban mareados y mojados a más no poder, menos el pato que aderezaba sus desordenadas plumas sin darle importancia a lo que había sucedido. El más afectado por el mareo era el mono. Se había colgado con su cola en una de las ramas del árbol de maná pero el columpiarse no le había solucionado el problema. El gato, de verlo, era una lástima. No maullaba, gemía como si lo hubiera herido un feroz enemigo. El duende estaba bien, porque los duendes nunca se marean ¿sabían ustedes eso? ¿Y el Científico?, lo afectó bastante el vaivén pero ya estaba repuesto,

-Según mis conocimientos, tu migración es sorprendente. Efectúas un recorrido de setenta y un mil kilómetros ya que vuelas desde el Ártico a la Antártica. -Sí- dijo la golondrina. Vengo de Groenlandia y voy hacia el mar deWeddell, en la Antártica. -Pero ese recorrido lo efectúan ustedes en el Océano Atlántico ¿por qué estás aquí, en el Océano Pacífico? -Porque me perdí. Ese es el motivo por el cual te solicité si pudiera descansar en tu embarcación antes de reanudar el vuelo. ¿Hacia dónde se dirige tu nave? ¡Qué hermosa es! -Voy en busca de una isla que la llaman la “isla de los diamantes” -¡Ah!, sí. La conozco bien. En vez de arena, sus playas están hechas de diamantes. -Buena noticia me das, dijo el Científico, porque eso comprueba que no es una fantasía escrita en los libros. -Sí. Pero tienes que enmendar el rumbo más al norte y también te prevengo que en estas latitudes existe un monstruo marino que exige un tripulante, sino, no te permite pasar. -¿En qué consiste esa exigencia? Preguntó el Científico. -El navegante que se encuentra con él tiene que entregarle a uno de sus tripulantes para que se lo coma. Si no se lo das, se enfurece, los engulle a todos y además, hunde la embarcación. -En duros aprietos me pones en relación a todo lo que me has

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contado, exclamó el Científico. Veremos cómo podremos solucionar este percance. Mucho agradezco tus datos, golondrina. -¡Adiós! Se despidió la avecita. -¡Adiós! ¡Buen viaje! Saludó el Científico, viendo cómo se perdía hasta desaparecer en el horizonte esta maravillosa ave migratoria. Pasaron algunos días y el ardiente sol tropical se escondió detrás de oscuros nubarrones que lo ocultaron por completo. Las olas se encresparon y sobrevino una lluvia torrencial. Un viento bastante enérgico hacía bailar al cisne como si fuera un corcho flotando en un torrente. El Científico le ordenó al duende que detuviera el movimiento de las aletas y plegara las alas a los costados. El temporal era tan fuerte que se temía que la nave zozobrara. Pero los cisnes nunca naufragan y éste sobrellevó airosamente los dos días de tempestad. Después, vino la calma. Todos los animales estaban mareados y mojados a más no poder, menos el pato que aderezaba sus desordenadas plumas sin darle importancia a lo que había sucedido. El más afectado por el mareo era el mono. Se había colgado con su cola en una de las ramas del árbol de maná pero el columpiarse no le había solucionado el problema. El gato, de verlo, era una lástima. No maullaba, gemía como si lo hubiera herido un feroz enemigo. El duende estaba bien, porque los duendes nunca se marean ¿sabían ustedes eso? ¿Y el Científico?, lo afectó bastante el vaivén pero ya estaba repuesto,

porque es difícil marearse cuando se tienen responsabilidades a bordo. La lagartija se mojó poco, porque pasó el vendaval escondida entre las ramas del árbol. Después se fue a dar baños de sol en la baranda de babor. Y eso fue todo. Mas, no fue todo: En la superficie del agua en calma aparecieron grandes burbujas que ascendían y reventaban, indicando que algo o alguien las producía y en esos instantes estaba ascendiendo. Apareció un gigantesco cuello con una gran cabeza, similar a la de una garza; tenía un largo y afilado pico. Se situó frente al barco y silbando como una serpiente amenazó destruirlos si no le pagaban tributo. Uno de los animales debía morir para alimentar al monstruo. El miedo, el desorden, los gritos e improperios dominaron la escena. Cada cual daba una excusa para librarse ya que él -aseguraba- no era el indicado para el sacrificio. Que se lance al agua el gato, o el pato, o el conejo, dijo Muñeco; lo que es yo, sólo me sacrificaría por mi amo. Finalmente, todos dirigieron la mirada hacia la lagartija. Claro, ¿por qué no? Era la más chica, la más débil e insignificante. Comenzaron a gritar: ¡La lagartija! ¡La lagartija! ¡La lagartija! La pobre, pequeñita, muy asustada, no podía sacar el habla. Abría la boca pero no le salían palabras y sus ojos desorbitados se le llenaron de lágrimas. Por fin pudo decir algo, ¿Por qué a mí? Yo los quiero a todos ustedes y mi sincero deseo es que ninguno sea dañado. Esta escena de gran aflicción, sentida por un animal tan

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porque es difícil marearse cuando se tienen responsabilidades a bordo. La lagartija se mojó poco, porque pasó el vendaval escondida entre las ramas del árbol. Después se fue a dar baños de sol en la baranda de babor. Y eso fue todo. Mas, no fue todo: En la superficie del agua en calma aparecieron grandes burbujas que ascendían y reventaban, indicando que algo o alguien las producía y en esos instantes estaba ascendiendo. Apareció un gigantesco cuello con una gran cabeza, similar a la de una garza; tenía un largo y afilado pico. Se situó frente al barco y silbando como una serpiente amenazó destruirlos si no le pagaban tributo. Uno de los animales debía morir para alimentar al monstruo. El miedo, el desorden, los gritos e improperios dominaron la escena. Cada cual daba una excusa para librarse ya que él -aseguraba- no era el indicado para el sacrificio. Que se lance al agua el gato, o el pato, o el conejo, dijo Muñeco; lo que es yo, sólo me sacrificaría por mi amo. Finalmente, todos dirigieron la mirada hacia la lagartija. Claro, ¿por qué no? Era la más chica, la más débil e insignificante. Comenzaron a gritar: ¡La lagartija! ¡La lagartija! ¡La lagartija! La pobre, pequeñita, muy asustada, no podía sacar el habla. Abría la boca pero no le salían palabras y sus ojos desorbitados se le llenaron de lágrimas. Por fin pudo decir algo, ¿Por qué a mí? Yo los quiero a todos ustedes y mi sincero deseo es que ninguno sea dañado. Esta escena de gran aflicción, sentida por un animal tan

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pequeño, provocó un silencio respetuoso. El monstruo esperaba. Entonces el duende habló y expresó que él sería la víctima. Esto dio un gran alivio a los presentes. Corrió y saltó al agua, en esos instantes el monstruo con cabeza de garza abrió su agudo pico y lo engulló. El impacto fue tremendo. El conejo sollozó y el loro comenzó a hablar cosas sin sentido. Hablaba, hablaba y hablaba, como loro, para aplacar su nerviosismo. En verdad todos querían al duende porque a pesar de ejercer sobre ellos una recia disciplina, al mismo tiempo, era comprensivo y afectuoso. Demostraba bondad pero sus órdenes había que obedecerlas. El monstruo no había regresado a las profundidades sino que permanecía con su largo cuello y la cabeza fuera del agua. Al parecer esperaba que le ofrecieran una víctima más. Entonces, el pato, sin contenerse voló hacia el agua y se aproximó nadando hacia el monstruo para que fuera también comido pero el monstruo no se lo devoró. Se puso turnio, abrió el pico e hizo una arcada. Comenzó a aullar y a sacudir desesperadamente la cabeza. Finalmente, con un gran rugido vomitó al duende y se sumergió en el agua para no aparecer más. El duende, nadando vigorosamente se montó sobre el pato y ambos llegaron a la nave donde fueron rescatados. ¡Qué felicidad para todos! -¿Qué fue lo que pasó?-preguntó el Científico. El duende explicó someramente que, como los duendes son inmortales,

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pequeño, provocó un silencio respetuoso. El monstruo esperaba. Entonces el duende habló y expresó que él sería la víctima. Esto dio un gran alivio a los presentes. Corrió y saltó al agua, en esos instantes el monstruo con cabeza de garza abrió su agudo pico y lo engulló. El impacto fue tremendo. El conejo sollozó y el loro comenzó a hablar cosas sin sentido. Hablaba, hablaba y hablaba, como loro, para aplacar su nerviosismo. En verdad todos querían al duende porque a pesar de ejercer sobre ellos una recia disciplina, al mismo tiempo, era comprensivo y afectuoso. Demostraba bondad pero sus órdenes había que obedecerlas. El monstruo no había regresado a las profundidades sino que permanecía con su largo cuello y la cabeza fuera del agua. Al parecer esperaba que le ofrecieran una víctima más. Entonces, el pato, sin contenerse voló hacia el agua y se aproximó nadando hacia el monstruo para que fuera también comido pero el monstruo no se lo devoró. Se puso turnio, abrió el pico e hizo una arcada. Comenzó a aullar y a sacudir desesperadamente la cabeza. Finalmente, con un gran rugido vomitó al duende y se sumergió en el agua para no aparecer más. El duende, nadando vigorosamente se montó sobre el pato y ambos llegaron a la nave donde fueron rescatados. ¡Qué felicidad para todos! -¿Qué fue lo que pasó?-preguntó el Científico. El duende explicó someramente que, como los duendes son inmortales,

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difícilmente podría sucederle algo malo al ser engullido por la bestia. Cuando llegó a las tripas, comenzó a estirarlas como quien estira un elástico o pone tensas las cuerdas de un contrabajo. Esto le provocó un gran malestar al monstruo que siguió con un agudo dolor al vientre y finalmente terminó con vómitos y expulsión del duende. Se reanudó la travesía sin mayores contratiempos. El pato se bañaba todos los días en el mar, no así los demás animales. Una mañana, la tripulación divisó una gran aleta triangular que se aproximaba a la embarcación. Le gritaron al pato que se saliera del agua pero el pato, mirándolos, pensó que era una broma que le hacían sus amigos. Cuando vio la aleta que se aproximaba a él, se lanzó dando fuertes aletazos hacia el costado de la embarcación para que lo sacaran fuera del agua. El Científico alcanzó a alzarlo y la nariz del tiburón rebotó en el casco. Una tarde calurosa apareció un velero con gente armada con pistolas y cimitarras. Son piratas, murmuró el Científico al observarlos con su catalejo. Abordaron el cisne y exigieron dinero y comida. Como no consiguieron lo que querían, por no existir a bordo, se retiraron vociferando y se llevaron el pato y el sombrero de copa del Científico. Cuando iban a buena distancia el pato se liberó de sus raptores y regresó volando hacia la nave. Estaba muy agitado, no sólo por el esfuerzo físico que había hecho sino también porque se había librado de la olla con agua hirviendo donde lo iban a echar, desplumado y destripado. Pobre pato, no paraba de decir con el pico

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difícilmente podría sucederle algo malo al ser engullido por la bestia. Cuando llegó a las tripas, comenzó a estirarlas como quien estira un elástico o pone tensas las cuerdas de un contrabajo. Esto le provocó un gran malestar al monstruo que siguió con un agudo dolor al vientre y finalmente terminó con vómitos y expulsión del duende. Se reanudó la travesía sin mayores contratiempos. El pato se bañaba todos los días en el mar, no así los demás animales. Una mañana, la tripulación divisó una gran aleta triangular que se aproximaba a la embarcación. Le gritaron al pato que se saliera del agua pero el pato, mirándolos, pensó que era una broma que le hacían sus amigos. Cuando vio la aleta que se aproximaba a él, se lanzó dando fuertes aletazos hacia el costado de la embarcación para que lo sacaran fuera del agua. El Científico alcanzó a alzarlo y la nariz del tiburón rebotó en el casco. Una tarde calurosa apareció un velero con gente armada con pistolas y cimitarras. Son piratas, murmuró el Científico al observarlos con su catalejo. Abordaron el cisne y exigieron dinero y comida. Como no consiguieron lo que querían, por no existir a bordo, se retiraron vociferando y se llevaron el pato y el sombrero de copa del Científico. Cuando iban a buena distancia el pato se liberó de sus raptores y regresó volando hacia la nave. Estaba muy agitado, no sólo por el esfuerzo físico que había hecho sino también porque se había librado de la olla con agua hirviendo donde lo iban a echar, desplumado y destripado. Pobre pato, no paraba de decir con el pico

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abierto por el cansancio y la ansiedad: Cuaaaaaaaaaaaac cuac, cuaaaaaaaaaaaaac cuac, cuaaaaac cuac , ¡Cálmate patito! Ya pasó el peligro. Dos días después, a mediodía, el loro, que estaba encaramado en una de las ramas del árbol de maná, empezó a gritar: ¡Bulto negro a la vista! ¡Bulto negro a la vista! , esto causó un estado de alerta en toda la tripulación debido a la experiencia reciente que habían tenido con los piratas. Al aproximarse el cisne a esa cosa que flotaba, se dieron cuenta de que se trataba del sombrero del Científico, que no se había hundido del todo. Al parecer, el jefe de los piratas no lo había encontrado apropiado para su figura y lo había lanzado al mar. Mucha alegría tuvo el Científico al ponérselo nuevamente en su cabeza a pesar de que estaba bastante deteriorado. Pasaron cerca de varias islas con abundante vegetación. Grandes palmeras se divisaban en la orilla de las playas, éstas poseían una arena de gran blancura, pero no eran diamantes. El mono observaba ensimismado este paisaje y le pidió al Científico que lo dejara en una de esas islas, la causa de ello, además de atraerle en demasía el maravilloso paisaje, era que no se mejoraba del mareo y esto era un martirio ya insoportable. El Científico, compadecido ante estos argumentos, dejó al mono en la playa y sus camaradas se despidieron de él. Prosiguió el viaje, el cisne navegaba todos los días por entre numerosas islas. De repente, el loro partió volando y se perdió en la

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abierto por el cansancio y la ansiedad: Cuaaaaaaaaaaaac cuac, cuaaaaaaaaaaaaac cuac, cuaaaaac cuac , ¡Cálmate patito! Ya pasó el peligro. Dos días después, a mediodía, el loro, que estaba encaramado en una de las ramas del árbol de maná, empezó a gritar: ¡Bulto negro a la vista! ¡Bulto negro a la vista! , esto causó un estado de alerta en toda la tripulación debido a la experiencia reciente que habían tenido con los piratas. Al aproximarse el cisne a esa cosa que flotaba, se dieron cuenta de que se trataba del sombrero del Científico, que no se había hundido del todo. Al parecer, el jefe de los piratas no lo había encontrado apropiado para su figura y lo había lanzado al mar. Mucha alegría tuvo el Científico al ponérselo nuevamente en su cabeza a pesar de que estaba bastante deteriorado. Pasaron cerca de varias islas con abundante vegetación. Grandes palmeras se divisaban en la orilla de las playas, éstas poseían una arena de gran blancura, pero no eran diamantes. El mono observaba ensimismado este paisaje y le pidió al Científico que lo dejara en una de esas islas, la causa de ello, además de atraerle en demasía el maravilloso paisaje, era que no se mejoraba del mareo y esto era un martirio ya insoportable. El Científico, compadecido ante estos argumentos, dejó al mono en la playa y sus camaradas se despidieron de él. Prosiguió el viaje, el cisne navegaba todos los días por entre numerosas islas. De repente, el loro partió volando y se perdió en la

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selva de una de estas islas solitarias. Hubo comentarios adversos en relación a la actitud del loro. Se fue sin despedirse, dijo el conejo. Es un maleducado. No hay que fiarse de los que hablan mucho, dijo la tortuga. Ni tampoco de los que no hablan nada, replicó el gato. Hubo comentarios bastante hirientes respecto al comportamiento de los dos desertores pero el Científico les explicó que se trataba de la atracción que ejercía la selva a esos dos personajes porque eran tropicales. Favorablemente para el Científico, la nave no encontró más islas, hasta que un día, al atardecer, cuando recién se había escondido el Sol, se divisó en el horizonte una luminosidad blanca que brillaba como un sol matinal. Encausaron el rumbo de la nave hacia ese punto y a medida que se aproximaban, se dieron cuenta de que la luminosidad no correspondía al Sol ni a ningún astro sino a una isla que brillaba intensamente con los pocos rayos que aún quedaban y se reflejaban en ella. ¡Era la isla de los diamantes! ¡Todos irrumpieron en agudos gritos de júbilo! ¡La expedición había logrado un gran éxito! El cisne encalló suavemente en la playa diamantina, el ruido que hacía el casco al contacto con los diamantes era muy distinto al que se escucha habitualmente en las playas de arena. Se bajó la tripulación y cada uno escarbó con sus patas para apreciar los diamantes. Era impresionante ver y palpar todo esto. Llegó la noche y la playa resplandeció con la luz de la estrellas. ¡Qué fascinante era

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selva de una de estas islas solitarias. Hubo comentarios adversos en relación a la actitud del loro. Se fue sin despedirse, dijo el conejo. Es un maleducado. No hay que fiarse de los que hablan mucho, dijo la tortuga. Ni tampoco de los que no hablan nada, replicó el gato. Hubo comentarios bastante hirientes respecto al comportamiento de los dos desertores pero el Científico les explicó que se trataba de la atracción que ejercía la selva a esos dos personajes porque eran tropicales. Favorablemente para el Científico, la nave no encontró más islas, hasta que un día, al atardecer, cuando recién se había escondido el Sol, se divisó en el horizonte una luminosidad blanca que brillaba como un sol matinal. Encausaron el rumbo de la nave hacia ese punto y a medida que se aproximaban, se dieron cuenta de que la luminosidad no correspondía al Sol ni a ningún astro sino a una isla que brillaba intensamente con los pocos rayos que aún quedaban y se reflejaban en ella. ¡Era la isla de los diamantes! ¡Todos irrumpieron en agudos gritos de júbilo! ¡La expedición había logrado un gran éxito! El cisne encalló suavemente en la playa diamantina, el ruido que hacía el casco al contacto con los diamantes era muy distinto al que se escucha habitualmente en las playas de arena. Se bajó la tripulación y cada uno escarbó con sus patas para apreciar los diamantes. Era impresionante ver y palpar todo esto. Llegó la noche y la playa resplandeció con la luz de la estrellas. ¡Qué fascinante era

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ese lugar! Por precaución, ante hechos imprevisibles que podrían aparecer en una zona desconocida, decidieron pernoctar dentro del barco, y también para beber y alimentarse con el árbol de maná. Al día siguiente, en una mañana esplendorosa, nuestros héroes llegaron a la arena y gozaron removiendo y escarbando por todas partes. Era gracioso ver a Muñeco, cómo, vientre arriba, sintiendo un gran placer, refregaba su lomo en la arena de diamantes. Después comenzó a explorar la isla y llegó desilusionado porque no había encontrado ningún árbol o a alguien para hacer amistad. Como Muñeco no había encontrado nada novedoso, empezó a perseguir al conejo, y éste, bastante asustado no se dejó atrapar. Menos mal, porque habría quedado bastante mal herido. ¡Muñeco! Gritó el Científico ¡Deja de perseguir al conejo!¿Hasta cuándo haces travesuras? Si sigues así te dejaremos abandonado en la isla cuando nos alejemos de aquí. El perro se acercó cabizbajo donde estaba su amo, casi arrastrando el vientre, y echándose al suelo levantó sus cuatro patitas al aire en señal de sumisión. Otro día llegó donde su amo con la nariz rasguñada, para acusar al gato que lo había agredido -¿Quién fue el primero? Preguntó el Científico. -Él-. Respondió el perro. -No es verdad -dijo el Científico. Yo estaba observando y tú te

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ese lugar! Por precaución, ante hechos imprevisibles que podrían aparecer en una zona desconocida, decidieron pernoctar dentro del barco, y también para beber y alimentarse con el árbol de maná. Al día siguiente, en una mañana esplendorosa, nuestros héroes llegaron a la arena y gozaron removiendo y escarbando por todas partes. Era gracioso ver a Muñeco, cómo, vientre arriba, sintiendo un gran placer, refregaba su lomo en la arena de diamantes. Después comenzó a explorar la isla y llegó desilusionado porque no había encontrado ningún árbol o a alguien para hacer amistad. Como Muñeco no había encontrado nada novedoso, empezó a perseguir al conejo, y éste, bastante asustado no se dejó atrapar. Menos mal, porque habría quedado bastante mal herido. ¡Muñeco! Gritó el Científico ¡Deja de perseguir al conejo!¿Hasta cuándo haces travesuras? Si sigues así te dejaremos abandonado en la isla cuando nos alejemos de aquí. El perro se acercó cabizbajo donde estaba su amo, casi arrastrando el vientre, y echándose al suelo levantó sus cuatro patitas al aire en señal de sumisión. Otro día llegó donde su amo con la nariz rasguñada, para acusar al gato que lo había agredido -¿Quién fue el primero? Preguntó el Científico. -Él-. Respondió el perro. -No es verdad -dijo el Científico. Yo estaba observando y tú te

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pusiste muy cerca del gato para olerlo, y estabas gruñendo. El gato te dio un zarpazo para defenderse. Era tan variable el comportamiento de Muñeco que el Científico le pidió al duende que lo vigilara. El duende no hizo otra cosa que montarse sobre el perro como si fuera su cabalgadura e iba a todas partes con el perro que, dócilmente, hacía el papel de caballo. Cada uno recibió una bolsa de terciopelo que el Científico había traído por la posibilidad de encontrar la isla diamantina. La llevarían de vuelta repleta de piedras preciosas. La lagartija no se interesó en este reparto de bolsas y le pidió al Científico que guardara en uno de sus bolsillos unos pocos diamantes para ella. Pasaron los días y constataron que la isla, fuera de los diamantes, no tenía mayores atractivos. Era un islote rocoso sin vegetación alguna. Empezó a crecer el hastío. A duras penas se podían proteger de los fuertes rayos solares que se potenciaban con la luz y el calor que reflejaban los diamantes. En esas circunstancias, el Científico observó que el árbol de maná se estaba marchitando y se quedarían sin agua ni alimentos. Sin tener nada más que hacer, el Científico ordenó el zarpe de vuelta. Surcó la nave hacia el sureste, con buen tiempo y brisas favorables. Un día atravesaron una vasta superficie formada por un cardumen de sardinas. En ese lugar se habían reunido las aves para comer los millares de peces que estaban allí. También habían acudido delfines, atunes, barracudas y otros peces mayores, para disfrutar de este estupendo festín. Con tanto

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pusiste muy cerca del gato para olerlo, y estabas gruñendo. El gato te dio un zarpazo para defenderse. Era tan variable el comportamiento de Muñeco que el Científico le pidió al duende que lo vigilara. El duende no hizo otra cosa que montarse sobre el perro como si fuera su cabalgadura e iba a todas partes con el perro que, dócilmente, hacía el papel de caballo. Cada uno recibió una bolsa de terciopelo que el Científico había traído por la posibilidad de encontrar la isla diamantina. La llevarían de vuelta repleta de piedras preciosas. La lagartija no se interesó en este reparto de bolsas y le pidió al Científico que guardara en uno de sus bolsillos unos pocos diamantes para ella. Pasaron los días y constataron que la isla, fuera de los diamantes, no tenía mayores atractivos. Era un islote rocoso sin vegetación alguna. Empezó a crecer el hastío. A duras penas se podían proteger de los fuertes rayos solares que se potenciaban con la luz y el calor que reflejaban los diamantes. En esas circunstancias, el Científico observó que el árbol de maná se estaba marchitando y se quedarían sin agua ni alimentos. Sin tener nada más que hacer, el Científico ordenó el zarpe de vuelta. Surcó la nave hacia el sureste, con buen tiempo y brisas favorables. Un día atravesaron una vasta superficie formada por un cardumen de sardinas. En ese lugar se habían reunido las aves para comer los millares de peces que estaban allí. También habían acudido delfines, atunes, barracudas y otros peces mayores, para disfrutar de este estupendo festín. Con tanto

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movimiento alrededor del barco, éste comenzó con grandes balanceos, y escorándose fuertemente corría el peligro de zozobrar. En una de estas escoradas, se desató una de las bolsas que contenía diamantes y las aves, que revoloteaban por encima de la nave, creyeron que se trataba de sardinas y se lanzaron sobre los diamantes comiéndoselos con extraordinaria rapidez. Esta actuación equivocada contagió a las bandadas que volaban cerca, cayeron sobre la cubierta, picotearon las bolsas hasta romperlas y terminaron con los diamantes. El estado de ánimo de la tripulación era desconsolador. La nave llegó a puerto y cada animal eligió su destino. Tan pobres como habían partido, tan pobres como habían llegado. Eso fue todo- comentó el Científico, despidiéndose de ellos. El gato le expresó: No es tu culpa que hayamos regresado sin la bolsa que ambicionábamos. Te pediré una cosa. Déjame vivir en tu casa y ronronear frente al fuego de la chimenea. Me agrada la vida apacible que llevas en tu hogar. El conejo dijo lo mismo y solicitó vivir en el jardín del Científico, con el compromiso que no se comería las flores. La tortuga dijo igual cosa y prometió que, en invierno no iba a molestar a nadie. Muñeco habló: Amo querido, tú sabes cuán grande es mi cariño. Si te hubieras ido sin mí, yo me habría muerto de pena. Los odiosos pajarracos que picotearon mi bolsa de diamantes sin

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movimiento alrededor del barco, éste comenzó con grandes balanceos, y escorándose fuertemente corría el peligro de zozobrar. En una de estas escoradas, se desató una de las bolsas que contenía diamantes y las aves, que revoloteaban por encima de la nave, creyeron que se trataba de sardinas y se lanzaron sobre los diamantes comiéndoselos con extraordinaria rapidez. Esta actuación equivocada contagió a las bandadas que volaban cerca, cayeron sobre la cubierta, picotearon las bolsas hasta romperlas y terminaron con los diamantes. El estado de ánimo de la tripulación era desconsolador. La nave llegó a puerto y cada animal eligió su destino. Tan pobres como habían partido, tan pobres como habían llegado. Eso fue todo- comentó el Científico, despidiéndose de ellos. El gato le expresó: No es tu culpa que hayamos regresado sin la bolsa que ambicionábamos. Te pediré una cosa. Déjame vivir en tu casa y ronronear frente al fuego de la chimenea. Me agrada la vida apacible que llevas en tu hogar. El conejo dijo lo mismo y solicitó vivir en el jardín del Científico, con el compromiso que no se comería las flores. La tortuga dijo igual cosa y prometió que, en invierno no iba a molestar a nadie. Muñeco habló: Amo querido, tú sabes cuán grande es mi cariño. Si te hubieras ido sin mí, yo me habría muerto de pena. Los odiosos pajarracos que picotearon mi bolsa de diamantes sin

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dejarme ni uno…pero, ¿para qué sirven esas piedras sin olor? Lo más valioso es el amor de perro que te tengo y el que tú me das todos los días, diciéndome frases alegres cuando acaricias mis orejas. Ese es el gran tesoro. Tu cariño. Vivo feliz y siento un gran placer cuando te acompaño echado a tus pies mientras lees tus libros. ¡Qué alegría estar nuevamente en casa! Todo eso lo expresó Muñeco sin decir una palabra. Solamente movía la colita y miraba a su dueño con gran ternura en sus ojos. El Científico aceptó las peticiones de sus queridos animales y todos vivieron juntos en gran armonía. -¿Y tú, lagartija, dónde te vas a ir? Preguntó el Científico. -Yo, si no es molestia para ti, me iré a vivir a esa muralla cubierta de enredadera que separa tu jardín con el del vecino, pero antes de irme, te recuerdo que dejé en custodia unos diamantes en un bolsillo de tu levita. -Es verdad- recordó el Científico-. Te los entregaré inmediatamente. -De nada me servirán en mi nueva morada- replicó la pequeña lagartija-. Quédate con ellos, si los deseas. Manda a engastar los diamantes y, transformados en brillantes, que resplandezcan en un prendedor de platino para que sirva de recuerdo del maravilloso viaje que hicimos. Lo más lindo para mí, a pesar de ser tan pequeña, fue el darme cuenta, de que la verdadera felicidad no se consigue con las riquezas materiales.

-Está bien. No sigas filosofando, interrumpió el Científico. Mandaré a engastar un prendedor de brillantes en forma de lagartija y se lo regalaré a mi nieta mayor cuando contraiga matrimonio. -¿Y el duende? ¿Cuál será el destino de nuestro amable contramaestre? -Es inmortal. No me preocupo por él -dijo el Científico. De todas maneras lo invitaré para que viva conmigo. Es de buen gusto tener a un duende viviendo en mi casa.

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Fin

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dejarme ni uno…pero, ¿para qué sirven esas piedras sin olor? Lo más valioso es el amor de perro que te tengo y el que tú me das todos los días, diciéndome frases alegres cuando acaricias mis orejas. Ese es el gran tesoro. Tu cariño. Vivo feliz y siento un gran placer cuando te acompaño echado a tus pies mientras lees tus libros. ¡Qué alegría estar nuevamente en casa! Todo eso lo expresó Muñeco sin decir una palabra. Solamente movía la colita y miraba a su dueño con gran ternura en sus ojos. El Científico aceptó las peticiones de sus queridos animales y todos vivieron juntos en gran armonía. -¿Y tú, lagartija, dónde te vas a ir? Preguntó el Científico. -Yo, si no es molestia para ti, me iré a vivir a esa muralla cubierta de enredadera que separa tu jardín con el del vecino, pero antes de irme, te recuerdo que dejé en custodia unos diamantes en un bolsillo de tu levita. -Es verdad- recordó el Científico-. Te los entregaré inmediatamente. -De nada me servirán en mi nueva morada- replicó la pequeña lagartija-. Quédate con ellos, si los deseas. Manda a engastar los diamantes y, transformados en brillantes, que resplandezcan en un prendedor de platino para que sirva de recuerdo del maravilloso viaje que hicimos. Lo más lindo para mí, a pesar de ser tan pequeña, fue el darme cuenta, de que la verdadera felicidad no se consigue con las riquezas materiales.

-Está bien. No sigas filosofando, interrumpió el Científico. Mandaré a engastar un prendedor de brillantes en forma de lagartija y se lo regalaré a mi nieta mayor cuando contraiga matrimonio. -¿Y el duende? ¿Cuál será el destino de nuestro amable contramaestre? -Es inmortal. No me preocupo por él -dijo el Científico. De todas maneras lo invitaré para que viva conmigo. Es de buen gusto tener a un duende viviendo en mi casa.

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Otros títulos en esta colección C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A

01 El sol con imagen de cacahuete02 El valle de los elfos de Tolkien03 El palacio04 El mago del amanecer y el atardecer05 Dionysia06 El columpio07 La trapecista del circo pobre08 El ascensor09 La montaña rusa10 La foresta encantada11 El Mágico12 Eugenia la Fata13 Arte y belleza de alma14 Ocho patas15 Esculapis16 El reino de los espíritus niños17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer 18 El mimetista críptico19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio20 La puerta entreabierta21 La alegría de vivir22 Los ángeles de Tongoy23 La perla del cielo24 El cisne25 La princesa Mixtura26 El ángel y el gato27 El invernadero de la tía Elsira28 El dragón29 Navegando en el Fritz30 La mano de Dios31 Virosis32 El rey Coco33 La Posada del Camahueto34 La finaíta35 La gruta de los ángeles36 La quebrada mágica37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina38 La pompa de jabón39 El monje40 Magda Utopia41 El juglar42 El sillón43 El gorro de lana del hada Melinka44 Las hojas de oro45 Alegro Vivache46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino48 Dos puentes entre tres islas49 Las zapatillas mágicas50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla51 Pituco y el Palacio del tiempo52 Neogénesis53 Una luz entre las raíces54 Recóndita armonía55 Roxana y los gansos azules56 El aerolito57 Uldarico58 Citólisis59 El pozo60 El sapo61 Extraño aterrizaje62 La nube63 Landrú

64 Los habitantes de la tierra65 Alfa, Beta y Gama66 Angélica67 Angélica II68 El geniecillo Din69 El pajarillo70 La gallina y el cisne de cuello negro71 El baúl de la tía Chepa72 Chatarra espacial73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma dentro de un frasco de gomina74 Esperamos sus órdenes General75 Los zapatos de Fortunata76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po77 El barrio de los artistas78 La lámpara de la bisabuela79 Las hadas del papel del cuarto verde80 El Etéreo81 El vendedor de tarjetas de navidad82 El congreso de totems83 Historia de un sapo de cuatro ojos84 La rosa blanca85 Las piedras preciosas86 El mensaje de Moisés87 La bicicleta88 El maravilloso viaje de Ferdinando89 La prisión transparente90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado91 El insectario92 La gruta de la suprema armonía93 El Castillo del Desván Inclinado94 El Teatro95 Las galletas de ocho puntas96 La prisión de Nina97 Una clase de Anatomía98 Consuelo99 Purezza100 La Bruja del Mediodía101 Un soldado a la aventura102 Carda, Cronos, y Cirilo103 Valentina104 Las vacaciones de un ángel105 Ícara106 Las pintorescas aventuras de Adalgisa, condesa de Bosque Verde107 El viejo del saco108 La coronación de Airolga109 Cinisca110 La dulce sonrisa de Aristodella111 Bluewood112 El misterio de la gruta aspirativa113 El Castillo de los Duendes114 El Jardín de Hada115 El Castillo de los vikingos116 El monstruo del río Abuná117 La Alquimia de tres doncellas118 La Casa vacía119 El Bosque Encantado120 El Desfile Onírico121 El Templo Curativo de Yi Sheng122 El soldado ruso123 El taco124 El Vendedor ambulante125 El viaje del Científico a la Isla de los Diamantes

Otros títulos en esta colección C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A

01 El sol con imagen de cacahuete02 El valle de los elfos de Tolkien03 El palacio04 El mago del amanecer y el atardecer05 Dionysia06 El columpio07 La trapecista del circo pobre08 El ascensor09 La montaña rusa10 La foresta encantada11 El Mágico12 Eugenia la Fata13 Arte y belleza de alma14 Ocho patas15 Esculapis16 El reino de los espíritus niños17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer 18 El mimetista críptico19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio20 La puerta entreabierta21 La alegría de vivir22 Los ángeles de Tongoy23 La perla del cielo24 El cisne25 La princesa Mixtura26 El ángel y el gato27 El invernadero de la tía Elsira28 El dragón29 Navegando en el Fritz30 La mano de Dios31 Virosis32 El rey Coco33 La Posada del Camahueto34 La finaíta35 La gruta de los ángeles36 La quebrada mágica37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina38 La pompa de jabón39 El monje40 Magda Utopia41 El juglar42 El sillón43 El gorro de lana del hada Melinka44 Las hojas de oro45 Alegro Vivache46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino48 Dos puentes entre tres islas49 Las zapatillas mágicas50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla51 Pituco y el Palacio del tiempo52 Neogénesis53 Una luz entre las raíces54 Recóndita armonía55 Roxana y los gansos azules56 El aerolito57 Uldarico58 Citólisis59 El pozo60 El sapo61 Extraño aterrizaje62 La nube63 Landrú

64 Los habitantes de la tierra65 Alfa, Beta y Gama66 Angélica67 Angélica II68 El geniecillo Din69 El pajarillo70 La gallina y el cisne de cuello negro71 El baúl de la tía Chepa72 Chatarra espacial73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma dentro de un frasco de gomina74 Esperamos sus órdenes General75 Los zapatos de Fortunata76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po77 El barrio de los artistas78 La lámpara de la bisabuela79 Las hadas del papel del cuarto verde80 El Etéreo81 El vendedor de tarjetas de navidad82 El congreso de totems83 Historia de un sapo de cuatro ojos84 La rosa blanca85 Las piedras preciosas86 El mensaje de Moisés87 La bicicleta88 El maravilloso viaje de Ferdinando89 La prisión transparente90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado91 El insectario92 La gruta de la suprema armonía93 El Castillo del Desván Inclinado94 El Teatro95 Las galletas de ocho puntas96 La prisión de Nina97 Una clase de Anatomía98 Consuelo99 Purezza100 La Bruja del Mediodía101 Un soldado a la aventura102 Carda, Cronos, y Cirilo103 Valentina104 Las vacaciones de un ángel105 Ícara106 Las pintorescas aventuras de Adalgisa, condesa de Bosque Verde107 El viejo del saco108 La coronación de Airolga109 Cinisca110 La dulce sonrisa de Aristodella111 Bluewood112 El misterio de la gruta aspirativa113 El Castillo de los Duendes114 El Jardín de Hada115 El Castillo de los vikingos116 El monstruo del río Abuná117 La Alquimia de tres doncellas118 La Casa vacía119 El Bosque Encantado120 El Desfile Onírico121 El Templo Curativo de Yi Sheng122 El soldado ruso123 El taco124 El Vendedor ambulante125 El viaje del Científico a la Isla de los Diamantes

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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.