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Antonio Álvarez / / / / Correo-e: [email protected] NUESTRO MUNDO Lafargue se había graduado como médico, pero se desencantó de esa profesión. Prefirió escribir, traducir y editar textos de socialismo científico. Quiso ser, sobre todo, un activista político. A l circunspecto Karl Marx no le sentó nada bien que su adorada hija tuviera como pretendiente a un parlanchín mulato, nacido en Cuba, hijo de francés y hai- tiana. Menos le gustó que ese caribeño, ya en calidad de novio, fuera tan dado a los abrazos y caricias en público, cosas muy mal vistas en la Inglaterra victoriana. A Laura poco le importó la oposición paterna. En 1868 se casó con aquel impetuoso moreno llamado Paul Lafargue del que sería jubilosa compañera hasta el final. Murieron 43 años después, en Draveil Francia. Varias veces habían declarado que no querían sufrir los estra- gos de la vejez y que antes de cumplir 70 años se qui- tarían la vida. Sus conocidos sabían que era imposible disuadirlos. Don Manuel Azaña, que sería presidente de la Segunda República Española, fue tajante en su jui- cio: “A un hombre que da tanta importancia a ese acto y lo prepara con tanta minuciosidad y anticipación no hay más que decirle: ¡Váyase, señor, ya que se empeña!”. El 29 de noviembre de 1911 la pareja fue al cine. Luego me- rendaron con deliciosos pastelillos y un buen té, edulco- rado con ácido cianhídrico. Lafargue se había graduado como médico, pero se desencantó de esa profesión. Prefirió escribir, traducir y editar textos de socialismo científico. Quiso ser, sobre todo, un activista político. En España luchó para que los obreros prefirieran el socialismo marxista al anarquismo de Proudhon, aunque sin mucho éxito. Él mismo había sido proudhoniano, pero el contacto con Marx le conven- ció de la necesidad de un partido político que encabezara la lucha revolucionaria y condujera la instauración de una dictadura del proletariado en aras de una sociedad más justa que alcanzaría su plenitud en el comunismo. No obstante, en su libro El derecho a la pereza, el cu- bano reveló una inclinación al hedonismo: “El fin de la revolución no es el triunfo de la justicia, de la moral, de la libertad, y demás embustes con que se engaña a la huma- nidad desde hace siglos, sino trabajar lo menos posible y disfrutar, intelectual y físicamente, lo más posible. Al día siguiente de la revolución habrá que pensar en divertir- se”. El matrimonio Lafargue-Marx gozó de la holganza gracias a una parte de la herencia de Friedrich Engels. Lenin y su esposa Nadezhda Krúpskaya fueron a co- nocerlos en 1908. La Krúpskaya cuenta en sus memorias que “estaba muy emocionada: ¡pues tenía delante de mí a la hija de Marx! Yo la miraba ávidamente y buscaba en sus rasgos, a pesar mío, los rasgos de Marx”. Los visitan- tes escucharon una frase que tardaría tres años en expli- carse: “Él probará bien pronto, dijo Laura de su marido, cuan sincero es en sus convicciones filosóficas”. Según Nadezhda, Paul y Laura murieron como genuinos ateos y como materialistas consecuentes. Lenin le confiaría emocionado en 1911: “Sí ya no tienen más fuerzas para trabajar por el socialismo, es necesario mirar rectamen- te la verdad y morir como los Lafargue”. El propio Lenin habló en las exequias y fue muy cálido en su reconoci- miento al cubano. Marx jamás fue tan generoso con su yerno. Al saber que Lafargue y el organizador del par- tido francés de los trabajadores, Jules Guesde, procla- maban defender los principios de la causa socialista le dijo en una carta a Engels: “Te aseguro que si ellos son marxistas yo no soy marxista”. A pesar de tan severa valoración, Paul y Laura, con- tenían marxismo hasta la médula. Las tesis de El dere- cho a la pereza fueron silenciadas, junto a cuestiones como los derechos humanos, en la Unión Soviética esta- linista para acelerar la industrialización, el crecimiento económico y el poderío militar. Hoy se han revalorado y es bueno que así sea. El yerno de Marx SIGLO NUEVO 61

El yerno de Marx - El Siglo de Torreón · yerno. Al saber que Lafargue y el organizador del par-tido francés de los trabajadores, Jules Guesde, procla-maban defender los principios

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Page 1: El yerno de Marx - El Siglo de Torreón · yerno. Al saber que Lafargue y el organizador del par-tido francés de los trabajadores, Jules Guesde, procla-maban defender los principios

Antonio Álvarez ///// / / Correo-e: [email protected]

NUESTRO MUNDO

Lafargue se había graduado como médico, pero se desencantó de esa profesión. Prefi rió escribir, traducir y editar textos de socialismo científi co. Quiso ser, sobre todo, un activista político.

Al circunspecto Karl Marx no le sentó nada bien que su adorada hija tuviera como pretendiente a un

parlanchín mulato, nacido en Cuba, hijo de francés y hai-tiana. Menos le gustó que ese caribeño, ya en calidad de novio, fuera tan dado a los abrazos y caricias en público, cosas muy mal vistas en la Inglaterra victoriana.

A Laura poco le importó la oposición paterna. En 1868 se casó con aquel impetuoso moreno llamado Paul Lafargue del que sería jubilosa compañera hasta el fi nal. Murieron 43 años después, en Draveil Francia. Varias veces habían declarado que no querían sufrir los estra-gos de la vejez y que antes de cumplir 70 años se qui-tarían la vida. Sus conocidos sabían que era imposible disuadirlos. Don Manuel Azaña, que sería presidente de la Segunda República Española, fue tajante en su jui-cio: “A un hombre que da tanta importancia a ese acto y lo prepara con tanta minuciosidad y anticipación no hay más que decirle: ¡Váyase, señor, ya que se empeña!”. El 29 de noviembre de 1911 la pareja fue al cine. Luego me-rendaron con deliciosos pastelillos y un buen té, edulco-rado con ácido cianhídrico.

Lafargue se había graduado como médico, pero se desencantó de esa profesión. Prefi rió escribir, traducir y editar textos de socialismo científi co. Quiso ser, sobre todo, un activista político. En España luchó para que los obreros prefi rieran el socialismo marxista al anarquismo de Proudhon, aunque sin mucho éxito. Él mismo había sido proudhoniano, pero el contacto con Marx le conven-ció de la necesidad de un partido político que encabezara la lucha revolucionaria y condujera la instauración de una dictadura del proletariado en aras de una sociedad más justa que alcanzaría su plenitud en el comunismo. No obstante, en su libro El derecho a la pereza, el cu-bano reveló una inclinación al hedonismo: “El fi n de la

revolución no es el triunfo de la justicia, de la moral, de la libertad, y demás embustes con que se engaña a la huma-nidad desde hace siglos, sino trabajar lo menos posible y disfrutar, intelectual y físicamente, lo más posible. Al día siguiente de la revolución habrá que pensar en divertir-se”. El matrimonio Lafargue-Marx gozó de la holganza gracias a una parte de la herencia de Friedrich Engels.

Lenin y su esposa Nadezhda Krúpskaya fueron a co-nocerlos en 1908. La Krúpskaya cuenta en sus memorias que “estaba muy emocionada: ¡pues tenía delante de mí a la hija de Marx! Yo la miraba ávidamente y buscaba en sus rasgos, a pesar mío, los rasgos de Marx”. Los visitan-tes escucharon una frase que tardaría tres años en expli-carse: “Él probará bien pronto, dijo Laura de su marido, cuan sincero es en sus convicciones fi losófi cas”. Según Nadezhda, Paul y Laura murieron como genuinos ateos y como materialistas consecuentes. Lenin le confi aría emocionado en 1911: “Sí ya no tienen más fuerzas para trabajar por el socialismo, es necesario mirar rectamen-te la verdad y morir como los Lafargue”. El propio Lenin habló en las exequias y fue muy cálido en su reconoci-miento al cubano. Marx jamás fue tan generoso con su yerno. Al saber que Lafargue y el organizador del par-tido francés de los trabajadores, Jules Guesde, procla-maban defender los principios de la causa socialista le dijo en una carta a Engels: “Te aseguro que si ellos son marxistas yo no soy marxista”.

A pesar de tan severa valoración, Paul y Laura, con-tenían marxismo hasta la médula. Las tesis de El dere-cho a la pereza fueron silenciadas, junto a cuestiones como los derechos humanos, en la Unión Soviética esta-linista para acelerar la industrialización, el crecimiento económico y el poderío militar. Hoy se han revalorado y es bueno que así sea.

El yerno de Marx

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