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C. H. Mackintosh EL YUGO DESIGUAL Ediciones Tesoros Cristianos

El Yugo Desigual

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Vida cristiana

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  • C. H. Mackintosh

    EL YUGO

    DESIGUAL

    Ediciones Tesoros Cristianos

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    INDICE

    Introduccin...3

    Captulo 1

    El yugo desigual matrimonial..............8

    Captulo 2

    El yugo desigual comercial......16

    Captulo 3

    El yugo desigual religioso.....22

    Captulo 4

    El yugo desigual filantrpico......30

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    INTRODUCCIN Toda persona que procura sinceramente una marcha cristiana ms pura y elevada, tanto para s como para los dems, no puede dejar de experimentar un sentimiento inefable de tristeza y abatimiento al contemplar el cristianismo de nuestros das. Su tono est tan ex-tremadamente bajo, su aspecto tan insalubre y su espritu tan dbil, que uno, a veces, se siente tentado a perder toda esperanza de en-contrar algo que se asemeje a un autntico y fiel testimonio a un Seor ausente. Todo esto es tanto ms deplorable cuando recorda-mos los motivos imperiosos que, por privilegio especial, deberan animarnos. Ya sea que consideremos al Maestro a quien somos lla-mados a seguir, a la senda por la cual somos llamados a andar, al objeto en que debemos mantener fija nuestra mirada o a las espe-ranzas que deberan animarnos, no podemos sino reconocer que si penetrramos ms en la realidad de todas estas cosas y si las mis-mas fuesen llevadas a cabo con una fe ms simple, presentaramos, con toda seguridad, una marcha cristiana ms ferviente. El amor de Cristo dice el apstol nos constrie (2. Corintios 5:14). ste es el motivo ms poderoso de todos. Cuanto ms lleno est el cora-zn del amor de Cristo, y ms fijo est el ojo espiritual en su bendita Persona, tanto ms de cerca procuraremos seguir sus huellas celes-tes. Sus pisadas slo pueden ser advertidas por un ojo sencillo; y a menos que la voluntad propia sea quebrantada, la carne mortifi-cada y el cuerpo puesto en sujecin, fracasaremos por completo en nuestra marcha como discpulos y haremos naufragio en cuanto a la fe y a una buena conciencia. Que el lector no me mal interprete. Aqu no se trata en absoluto de la cuestin de la salvacin personal. Se trata de otra cosa totalmente diferente. Nada puede ser ms miserablemente egosta tras haber obtenido la salvacin como el fruto de la agona de Cristo, de su su-dor de sangre, de su cruz y de su pasin que mantenernos a la

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    mayor distancia posible de su sagrada Persona sin perder nuestra seguridad personal. Esto, hasta para el juicio natural, no puede ser considerado sino como un egosmo digno del ms rotundo desprecio. Mas cuando este carcter es manifestado por un hombre que profesa deber todo lo que tiene en el presente y en la eternidad a un Maestro rechaza-do, crucificado, resucitado y ausente, ningn lenguaje podra expre-sar esta bajeza moral. Con tal que haya escapado del fuego del in-fierno, poco importa mi marcha como discpulo. Lector, acaso no detestara, en lo ms profundo de su alma, este sentimiento? Si es as, entonces procure con vehemencia apartarse de l y situarse en el polo opuesto de la brjula, y que su lenguaje fiel sea: Con tal que mi bendito Maestro sea glorificado, poco importa, comparativamen-te, mi seguridad personal. Quiera Dios que sta sea la sincera ex-presin de muchos corazones en el da de hoy, cuando, ay, se puede decir en verdad que todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jess (Filipenses 2:21)! Quiera Dios que el Espritu Santo, con su irresistible poder y con su energa celestial, suscite una cuadrilla de discpulos separados del mundo, y de devotos seguidores del Cordero, donde cada uno se halle unido, mediante los lazos del amor, a los cuernos del altar; una compaa, semejante a los trescientos de Geden en los tiempos de antao, capaz de confiar en Dios y de renunciar a la carne. Oh, c-mo suspira el corazn por ver esto! Cmo el espritu, sometido, a veces, a la congelante y desecante influencia de una profesin fra y hueca, anhela con ahnco un ms riguroso y sincero testimonio para Aquel que se despoj a s mismo y dej su gloria para que nosotros, por su sangre preciosa derramada en la cruz, pudisemos ser ele-vados hasta ser sus compaeros en una felicidad eterna! Ahora bien, entre los numerosos obstculos que se oponen a esta plena consagracin de corazn a Cristo que yo deseo ardientemente para m y para mis lectores, el yugo desigual, tal como lo veremos, ocupa uno de los primeros lugares. No os unis en yugo desigual [heterozuge] con los incrdulos; porque qu compaerismo [me-toch] tiene la justicia con la injusticia [griego: anomia = anomia]? Y qu comunin [koinnia] la luz con las tinieblas? Y qu concor-dia Cristo con Belial? O qu parte el creyente con el incrdulo [apistos]? Y qu acuerdo hay entre el templo de Dios y los dolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitar y andar entre ellos, y ser su Dios, y ellos sern mi pue-blo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Seor,

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    y no toquis lo inmundo; y yo os recibir, y ser para vosotros por Padre, y vosotros me seris hijos e hijas, dice el Seor Todopodero-so (2. Corintios 6:14-18). La economa mosaica nos ensea el mismo principio moral: No sembrars tu via con semillas diversas, no sea que se pierda todo, tanto la semilla que sembraste como el fruto de la via. No arars con buey y con asno juntamente. No vestirs ropa de lana y lino jun-tamente. No hars ayuntar tu ganado con animales de otra espe-cie; tu campo no sembrars con mezcla de semillas y no te pondrs vestidos con mezcla de hilos (Deuteronomio 22:9-11; Levtico 19:19). Estos pasajes de la Escritura bastarn para mostrar el mal moral de un yugo desigual. Se puede afirmar, con absoluta seguridad, que nadie puede ser un seguidor de Cristo, libre de toda atadura, estan-do, de una u otra manera, bajo un yugo desigual. Puede que sea una persona salva, un verdadero hijo de Dios, un creyente sincero; pero lo que no puede ser es un discpulo cabal; y no solamente eso, sino que hay un obstculo positivo que impide una plena manifestacin de lo que l efectivamente podra ser, a pesar de su yugo desigual. Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Seor, y no toquis lo inmundo; y yo os recibir, y ser para vosotros por Padre, y voso-tros me seris hijos e hijas, dice el Seor Todopoderoso. Esto es como decir: Sacad vuestros cuellos de debajo del yugo de-sigual, y yo os recibir, y entonces habr una manifestacin plena, notoria y prctica de vuestra relacin con el Seor Todopoderoso. Esta idea es evidentemente diferente de la que se expresa en la epstola de Santiago: l, de su voluntad, nos hizo nacer por la pala-bra de verdad (1:18). Y asimismo en la primera epstola de Pedro leemos: Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de inco-rruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siem-pre (1:23). Tambin en la primera epstola de Juan: Mirad cul amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios (3:1). Y en el evangelio de Juan todava leemos: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varn, sino de Dios (1:12-13). En todos estos pasajes, la relacin de hijos se funda en el consejo y la operacin de Dios, y se nos presenta como si fuese la consecuen-cia de un acto que no depende de nosotros; mientras que en 2. Co-

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    rintios 6, ella nos es presentada como el resultado de haber roto con el yugo desigual. En otras palabras, aqu se trata de una cues-tin puramente prctica. As pues, en Mateo 5 leemos: Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seis hijos de vuestro Padre que est en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos (v. 44-45). Aqu tambin encontramos el establecimiento prctico y la declaracin pblica de la relacin, as como la influencia moral que deriva de ella. Conviene que los hijos de un Padre tal acten de un modo tal. En resumidas cuentas, tenemos, por un lado, la posicin o relacin de hijos en abstracto, fundada en la soberana voluntad de Dios y en su propia operacin; y, por otro lado, tenemos el carcter moral que surge como consecuencia de esta relacin, el cual provee el terreno apropiado para que Dios, con justicia, reconozca pblicamente esta relacin. Dios no puede reconocer de forma plena y pblica a aquellos que se hallan unidos en yugo desigual con los incrdulos, pues, si lo hicie-ra, ello equivaldra a reconocer el yugo. l no puede reconocer ni a las tinieblas ni a la injusticia ni a Belial ni a un incrdulo. Cmo podra hacerlo? Por eso, si me uno voluntariamente en yugo desigual con cualquiera de estas cosas, me identifico moral y pbli-camente con ella, y de ningn modo con Dios. Me situara en una posicin que Dios no puede reconocer y, por consiguiente, tampoco puede reconocerme a m; pero, si abandono esa posicin, si salgo y me aparto, si retiro mi cuello del yugo desigual, entonces, y slo entonces, podr ser pblica y plenamente recibido y reconocido como hijo o hija del Seor Todopoderoso. ste es un principio solemne y escudriador para todos aquellos que sienten que lamentablemente se han colocado bajo tal yugo. Ellos no marchan como discpulos, ni tampoco se hallan pblica y moralmente sobre el terreno de hijos. Dios no puede reconocerlos. Su secreta relacin con Dios no tiene nada que ver aqu. El hecho es que ellos mismos se han colocado completamente fuera del terreno de Dios. Metieron sus cuellos insensatamente en un yugo que, al no ser el yugo de Cristo, ha de ser necesariamente el de Belial; y, hasta que no abandonen este yugo, Dios no los podr reconocer como sus hijos e hijas. La gracia de Dios, sin duda, es infinita; y puede venir al encuentro de nosotros en todos nuestros fracasos y debilidades;

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    mas si nuestras almas suspiran tras una marcha ms elevada como discpulos, debemos abandonar de inmediato el yugo desigual, cueste lo que costare, siempre que podamos hacerlo; en el caso con-trario, slo nos queda inclinar nuestra cabeza con vergenza y pe-sar, y mirar a Dios para una plena liberacin. Hay cuatro aspectos distintos en que podemos considerar el yugo desigual: El domstico o matrimonial El comercial El religioso, y El filantrpico o caritativo Algunos creyentes tal vez estaran dispuestos a restringir el senti-do de 2. Corintios 6:14 al primero de estos aspectos; mas el apstol no lo hace. Sus palabras son: No os unis en yugo desigual con los incrdulos. l no especifica el carcter o el objeto de este yugo, lo que nos autoriza a dar a este pasaje la ms amplia aplicacin, de-jando que su filo haga mella por s mismo en todo tipo de yugo de-sigual; y veremos la importancia de este proceder, antes de que concluyamos estas observaciones, si el Seor lo permite.

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    EL YUGO DESIGUAL

    MATRIMONIAL

    onsideremos, primeramente, el yugo domstico o con-yugal. Qu pluma sera capaz de describir las angustias del alma, la miseria moral, as como las perniciosas consecuencias para la vida espiritual y el testimonio, que surgen del matrimonio de un creyente con una per-

    sona inconversa? Creo que nada podra ser ms deplorable que la condicin de alguien que descubre, cuando ya es demasiado tarde, que se ha unido de por vida a una persona con la cual no puede te-ner un solo pensamiento o sentimiento en comn. Uno desea servir a Cristo; el otro, puede servir nicamente al diablo. Uno suspira tras las cosas de Dios; el otro no aspira sino a las cosas de este mundo. Uno procura mortificar con vehemencia la carne con todos sus afec-tos y deseos; el otro, no busca ms que contribuir a sus deseos y satisfacerla. Se puede trazar un paralelo con una oveja y un chivo amarrados el uno al otro. La oveja desear comer los verdes pastos de la pra-dera, mientras que, el chivo, suspirar por las zarzas que crecen a lo largo de las zanjas. La triste consecuencia de ello es que ambos pa-decern de hambre. Uno no quiere comer el pasto de la pradera; el otro, no puede alimentarse de zarzas, y as, ni uno ni otro obtiene lo que requiere su naturaleza, a menos que el chivo, merced a su ma-yor fuerza, logre arrastrar a su compaero que lleva el yugo con l, aunque desigual hasta las zarzas, para mantenerlo all hasta que desfallezca y muera. La enseanza moral de esto es bastante simple; y adems es algo que, por desgracia, ocurre demasiado a menudo. El chivo, por lo ge-neral, logra alcanzar su objetivo. El cnyuge mundano casi siempre termina salindose con la suya.

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    Se ver casi sin excepcin que, en el caso de un yugo desigual ma-trimonial, el pobre creyente es el que sufre, tal como lo evidencian los frutos amargos de una mala conciencia, un corazn abatido, un espritu umbroso y una mente deprimida. Seguramente se paga un precio demasiado elevado a cambio de la satisfaccin de algn afec-to natural o de la adquisicin, tal vez, de alguna miserable ventaja mundana. Un matrimonio de este tipo es, de hecho, la estocada mortal contra el cristianismo prctico y contra el progreso de la vi-da espiritual. Es moralmente imposible ser un discpulo de Cristo sin cadenas, teniendo el cuello bajo el yugo matrimonial con un in-crdulo. Tampoco un corredor en los Juegos Olmpicos o en los juegos stmicos habra esperado obtener la corona de la victoria atando a su cuerpo una carga pesada o un cuerpo muerto. Basta, seguramente, con tener el propio cuerpo que cargar, sin agregarle otro ms. No ha habido jams un verdadero cristiano que no se vie-ra sumamente ocupado en combatir, con todos sus esfuerzos, los males de su propio corazn, sin pensar en cargar con los males de dos. Sin duda, el hombre que, con insensatez y en abierta desobe-diencia, se casa con una mujer inconversa, o la mujer que se casa con un hombre inconverso, est cargando con toda la gama de ma-les que renen dos corazones; y quin es suficiente para estas co-sas? Un creyente puede contar, en forma absoluta, con la gracia de Cristo para lograr subyugar su propia naturaleza perversa; pero no puede ciertamente contar, de la misma manera, con esta gracia en lo que se refiere a la perversa naturaleza de su cnyuge incrdulo. Si l se puso bajo este yugo en ignorancia, el Seor vendr en su ayuda, sobre la base de una plena confesin, y llevar su alma a una completa restauracin; pero, en lo que respecta a su condicin de discpulo, no la recuperar jams. Pablo poda decir: Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heral-do para otros, yo mismo venga a ser eliminado. Y dijo esto en in-mediata relacin con la lucha por obtener el premio: No sabis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. As que, yo de esta manera corro, no como quien golpea el aire (1. Corin-tios 9:24-27). No se trata aqu de una cuestin de vida o de salva-cin, sino simplemente de una cuestin de carrera en el estadio; de correr de tal manera que obtengamos el premio, no la vida, sino una corona incorruptible. El hecho de ser llamados a correr da por su-

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    puesto que tenemos la vida, pues nadie instara a correr en el esta-dio a hombres muertos. Es evidente que yo debo tener la vida antes de comenzar a correr y, por consiguiente, no la podr perder, aun-que no vaya a ganar la corona prometida; pues no es la vida lo que se propone como el premio a obtener. No somos llamados a correr a fin de obtener la vida, pues ella no proviene de aquel que corre, sino de Dios por la fe en Jesucristo, quien, por su muerte, obtuvo la vida para nosotros, y nos la comunica por el poder del Espritu Santo. Ahora bien, esta vida, al ser la vida de un Cristo resucitado, es eter-na; pues l es el Hijo eterno, como l mismo lo dice al dirigirse al Padre en Juan 17: Le has dado potestad sobre toda carne, para que d vida eterna a todos los que le diste" (v. 2). Esta vida es dada por gracia, sin ninguna condicin. l no nos da la vida, como pecadores, para llamarnos luego a correr a fin de obtenerla, como santos, con la oscura posibilidad de perder esta preciosa gracia al tropezar en nuestra carrera. Ello sera correr como a la ventura, tal como mu-chos, lamentablemente, tratan de hacerlo, quienes profesan estar en la carrera, sin saber, no obstante, si tienen o no la vida. Tales perso-nas corren para obtener la vida y no una corona; pero Dios no ofre-ce la vida al fin del estadio, como premio al vencedor; l la da en el punto de partida, como la fuerza por la cual corremos. La capacidad de correr y el objeto tras el cual corremos son dos cosas muy dife-rentes; sin embargo, ellas son continuamente confundidas por aquellos que ignoran el glorioso Evangelio de la gracia de Dios, en el cual Cristo es manifestado como la vida y la justicia de todos cuan-tos creen en su nombre; y eso, adems, como el gratuito don de Dios y no como la recompensa por haber corrido bien. Ahora bien, consideramos las terribles y perniciosas consecuen-cias de un yugo desigual matrimonial principalmente por su in-fluencia sobre nuestra marcha como discpulos. Digo principalmen-te porque ello afecta profundamente todo nuestro ser moral y todas nuestras experiencias. Dudo mucho si alguien es capaz de propinar un golpe ms destruc-tivo a su prosperidad en la vida divina que al contraer un yugo de-sigual. En realidad, el solo hecho de haberlo contrado demuestra que el declinamiento de la vida espiritual ya ha comenzado con los ms alarmantes sntomas; mas en cuanto a su condicin de discpu-lo y a su testimonio, pueden ser considerados como una lmpara casi extinta, y si ella ocasionalmente diera una luz tenue y vacilante, ello slo pondra de manifiesto su miserable posicin de espantosas

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    sombras, y las aterradoras consecuencias de haberse unido en yugo desigual con un incrdulo. Hasta aqu he hablado del yugo desigual en relacin con la in-fluencia que ejerce sobre la vida, el carcter, el testimonio y la con-dicin de discpulo del hijo de Dios. Ahora quisiera decir unas pala-bras respecto a su efecto moral tal como se manifiesta en el crculo domstico. Aqu tambin las consecuencias son verdaderamente desastrosas. No podra ser de otra manera. Dos personas se han unido para vivir en la ms estrecha e ntima relacin, con gustos, hbitos, sentimientos, deseos, tendencias y aspiraciones diame-tralmente opuestos. No tienen nada en comn, de modo que todo movimiento que haga cualquiera de ellos, de seguro molestar al otro. El incrdulo, en realidad, no puede andar con el creyente, y si, gracias a una extrema amabilidad o a una profunda hipocresa, hu-biere una apariencia de armona de que todo est bien, qu valor tendra a los ojos del Seor, quien juzga, no las apariencias externas, sino el verdadero estado del corazn en relacin con l? Poco y nada, por cierto; y dira que todo ese esfuerzo es ms que intil. Luego, insisto, si el creyente desgraciadamente tuviera que ponerse de acuerdo, en alguna medida, con su compaero de yugo, slo podra hacerlo a expensas de su condicin de discpulo, lo que traer como consecuencia una conciencia que lo condena delante del Seor; y esto todava dar lugar a un espritu abrumado y, casi con seguridad, a un temperamento agrio que se manifestarn en el crculo familiar, de modo que la gracia del Evangelio no puede ser puesta en evidencia, y el incrdulo no es atrado ni ganado. El yugo desigual parece, pues, desde todo punto de vista, algo muy triste. Deshonra a Dios; atenta contra el bienestar espiritual; tiende a destruir la condicin de discpulo y el testimonio, y es completa-mente contrario a la paz y a la bendicin domsticas. Produce ale-jamiento, enfriamiento y desavenencias. Con todo, si no se dieran estas cosas, al menos seguramente hara que el creyente perdiera su carcter de discpulo y su buena conciencia, pudiendo hallarse tentado a sacrificar ambas cosas sobre el altar de la paz domstica. As pues, sea cual fuere el punto de vista, el yugo desigual no puede conducir sino a las consecuencias ms deplorables. En cuanto a sus efectos sobre los nios, es igualmente triste. Los nios se inclinan naturalmente a seguir el ejemplo de su padre o madre inconverso. La mitad de sus hijos hablaban la lengua de As-dod, porque no saban hablar judaico, sino que hablaban conforme a la lengua de cada pueblo (Nehemas 13:24). No puede haber nin-

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    guna unin de corazones en la educacin de los nios; ninguna ar-mona, ninguna confianza mutua en su trato. Uno desea criarlos en disciplina y amonestacin del Seor; el otro, segn los principios del mundo, de la carne y del diablo; y como las simpatas de los ni-os, a medida que crecen, son propensas a ponerse de este ltimo lado, no es difcil prever en qu terminar todo esto. En resumidas cuentas, arar bajo un yugo desigual o sembrar el campo con mez-cla de semillas es un esfuerzo vano, inconveniente y antiescritura-rio, que slo puede producir sufrimientos y confusin. Antes de terminar esta parte de nuestro tema, quisiera hacer una observacin sobre las razones que generalmente animan a los cris-tianos a ponerse bajo el yugo del matrimonio moralmente desigual. Lamentablemente, todos sabemos cun fcilmente el pobre corazn se convence a s mismo de que es correcta una determinada deci-sin que desea tomar, y cmo el diablo nos provee de argumentos plausibles para persuadirnos de que ello est bien; argumentos que el triste estado moral de nuestra alma nos hace considerar como claros, satisfactorios y concluyentes. El hecho mismo de haberle dado lugar a tales pensamientos de-muestra que somos incapaces de sopesar con una mente lcida y con una conciencia espiritualmente justa las graves consecuen-cias de tal decisin. Si nuestro ojo fuese sencillo (es decir, si fuse-mos gobernados por un solo objeto: la gloria y el honor del Seor Jesucristo), nunca contemplaramos la idea de poner nuestro cuello bajo un yugo desigual; y, en consecuencia, no tendramos dificulta-des ni estaramos perplejos respecto de este tema. Un corredor que tiene los ojos puestos en la corona no se afligira por ninguna duda en cuanto a si debiera detenerse para atarse un peso de un quintal al cuello. Jams se le cruzara por la cabeza un pensamiento seme-jante; y no slo eso, sino que un corredor escrupuloso posee una clara y casi intuitiva percepcin de todo aquello que pudiera signifi-car un obstculo para su carrera. Naturalmente que, cualquier cosa de este tipo que l lograra percibir, la rechazara con la mayor fir-meza. Ahora bien, si ocurriera lo mismo con los cristianos en lo que respecta al matrimonio antiescriturario, se ahorraran un mundo de sufrimientos y perplejidades; pero no es as. El corazn procura es-capar de la comunin con el Seor y es moralmente incompetente para discernir las cosas que difieren; y, mientras persiste en esa condicin, el diablo gana terreno con facilidad y en seguida logra

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    tener xito en sus perniciosos esfuerzos para inducir al creyente a unirse en yugo con Belial, con la injusticia, con las tinieblas, con un incrdulo. Cuando el alma goza de plena comunin con Dios, es absolutamente sumisa a su Palabra; ve las cosas tal como Dios las ve, y las llama de la misma manera que l las llama y no como el diablo o su propio corazn carnal quisiera llamarlas. De esta manera, el creyente escapa al lazo y a la influencia de un enga-o del cual casi siempre es vctima en esta cuestin: una falsa profe-sin de religin de parte de la persona con quien desea contraer matrimonio. Esto es algo que ocurre muy a menudo. Es fcil simular inclinacin por las cosas de Dios, y el corazn es bastante vil y pr-fido para hacer una profesin de religin a fin de lograr su objetivo; y no slo eso, sino que el diablo, quien se disfraza como ngel de luz, provocar esta falsa profesin a fin de encadenar lo ms efi-cazmente posible los pies y el corazn de un hijo de Dios. De este modo logra hacer que los cristianos, en estos asuntos, se contenten o parezcan contentarse con una prueba de conversin que, en otras circunstancias, habran considerado totalmente dudo-sa e insuficiente. Pero, lamentablemente, la experiencia no tarda en abrir los ojos a la realidad de las cosas. Pronto se descubre que la profesin no era ms que una vana apariencia, y que el corazn est enteramente en el mundo y es del mundo. Terrible descubrimien-to! Quin podra expresar las amargas consecuencias de tal descu-brimiento, las angustias del corazn, los reproches y los remordi-mientos de la conciencia, la vergenza y la confusin, la prdida del poder, la paz, la bendicin y el gozo espirituales, y el sacrificio de una vida til? Quin podra describir todas estas cosas? El hombre, vuelto en s de su sueo ilusorio, abre sus ojos ante la espantosa realidad de que se ha unido de por vida bajo el mismo yugo con Be-lial. S, as es como lo llama el Espritu. Esto no es una consecuencia o una deduccin a la que se llega tras un proceso de razonamiento, sino una simple y positiva declaracin de la Santa Escritura, a los efectos de confrontar a todo aquel que se ha puesto bajo un yugo conyugal bblicamente desigual, cualesquiera sean los motivos, las razones o las falsas apariencias que lo hayan seducido. Oh, mi querido lector cristiano, si est en peligro de colocarse bajo un yugo semejante, permtame suplicarle con insistencia, afecto y seriedad que se detenga primero y sopese este asunto en la balanza del santuario, antes de dar un solo paso adelante en ese fatal ca-mino! Puede estar seguro de que no bien d este paso, su corazn

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    estallar en lamentos desesperados y su vida se ver llena de amar-gos e innumerables pesares. Que nada en el mundo lo induzca a unirse en yugo desigual con un incrdulo! Tiene comprometidos sus afectos? Recuerde entonces que sos no pueden ser los afectos del nuevo hombre en Ud. Tales sentimientos est seguro de ello provienen de la vieja naturaleza carnal, a la que somos lla-mados a mortificar y a desechar. Debemos, pues, clamar a Dios a fin de que nos d el poder espiritual necesario para remontarnos por encima de la influencia de tales afectos; incluso para sacrificarlos por l. Pregunto tambin: Estn comprometidos sus intereses? Recuerde, pues, que slo se trata de sus intereses; y si ellos son favorecidos, los intereses de Cristo resultan sacrificados al unirse Ud. en yugo desigual con Belial. Adems, aqu se trata tan slo de sus intereses temporales y no de los que son eternos. De hecho que los intereses del creyente y los de Cristo deberan ser idnticos; y es evidente que los intereses de Cristo, su honor, su verdad, su gloria, son inevi-tablemente sacrificados cuando uno de sus miembros se asocia con Belial. Qu son unos pocos cientos o unos pocos miles para un heredero del cielo? Dios puede darle mucho ms que esto. Sacrifi-caramos la verdad de Dios, as como nuestra propia paz, prosperi-dad y felicidad espirituales por una suma vil e insignificante de bie-nes materiales, todo lo cual habr de perecer por el uso? Oh, no! Dios no lo permita! Huyamos de esto, como lo hace una ave al ver y percibir la trampa. Echemos mano de un discipulado firme, autnti-co y sincero; tomemos el cuchillo y sacrifiquemos en el altar de Dios todos nuestros afectos e intereses personales. Entonces, aun si no oysemos ninguna voz de los cielos que aprobara nuestra accin, con todo tendramos el invalorable testimonio de una conciencia aprobadora y de un Espritu no contristado: una rica recompensa, seguramente, para el sacrificio ms costoso que pudiramos hacer. Quiera el Espritu de Dios darnos el poder necesario para resistir las tentaciones de Satans. Apenas es necesario observar aqu que, en los casos en que la conversin tiene lugar despus del matrimonio, la cuestin cambia notablemente de color. Entonces no habr desgarramientos de con-ciencia, por ejemplo, y todo se ver modificado en una cantidad de detalles. Sin duda, todava habr dificultades, pruebas y aflicciones; la nica y gran diferencia es que uno puede llevar con mucha ms felicidad su prueba y su afliccin a la presencia del Seor cuando no ha cado de forma voluntaria y deliberada en ellas; y bendito sea

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    Dios sabemos cunto est l dispuesto a perdonar, restablecer y purificar de toda injusticia al alma que confiesa plenamente sus errores y fracasos. Esto puede consolar el corazn de aquel que ha sido llevado a los pies del Seor despus del matrimonio. Adems, el Espritu de Dios le ha dado directivas especiales y preciosas consolaciones en el si-guiente pasaje: Si algn hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con l, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y l consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrdulo es santificado en la mujer, y la mujer incrdula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos seran inmundos, mientras que ahora son santos... Porque qu sa-bes t, oh mujer, si quiz hars salvo a tu marido? O qu sabes t, oh marido, si quiz hars salva a tu mujer? (1. Corintios 7:12-16).

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    EL YUGO DESIGUAL

    COMERCIAL

    onsideremos ahora el yugo desigual en su aspecto co-mercial, tal como lo vemos en el caso de las sociedades comerciales. Si bien no presenta un aspecto tan serio como el que acabamos de considerar pues en ste uno puede librarse con mayor facilidad que en el conyugal

    , no deja de ser un obstculo positivo al testimonio del creyente. Cuando un creyente se une en yugo desigual con un incrdulo con fines comerciales al margen de que el socio incrdulo sea o no un pariente, o cuando llega a ser socio de una empresa del mundo, abandona virtualmente su responsabilidad individual. De ah en adelante, todos los actos de esa razn social sern tambin sus pro-pios actos, y es completamente evidente que no se puede hacer que una firma comercial establecida sobre principios mundanos, acte sobre la base de principios celestiales. Todos se reiran de semejan-te idea, puesto que ello sera un positivo obstculo para el xito de las operaciones. Los socios mundanos se sentirn completamente libres para adoptar los recursos que les parezcan convenientes a fin de llevar adelante sus negocios, y tales medios empleados bien pueden ser por no decir que sern contrarios al espritu y a los principios del reino de Dios, donde est el creyente, y de la Iglesia de la cual forma parte. Por eso, un cristiano asociado a un incrdulo se hallar continuamente en una posicin sumamente penosa. l podra servirse de su influencia para buscar cristianizar el modo de conducir los asuntos; pero los dems lo obligaran a manejar los negocios de la misma manera que lo hacen todos, y as no tendra ms remedio que derramar sus lgrimas en secreto por su anmala y difcil posicin, o bien retirarse, sufriendo una gran prdida pecu-niaria para s y para su familia.

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    Si el ojo fuera sencillo, no tendra ninguna duda acerca de cul de las dos soluciones tendra que adoptar; pero, ay, el mismo hecho de haberse colocado en tal posicin demuestra la falta de un ojo senci-llo!; y el hecho de hallarse en ella demuestra la falta de discerni-miento espiritual para poder apreciar el valor y la autoridad de los principios divinos, que de otro modo no dejaran de hacer salir a un cristiano de tal asociacin. Un hombre que tuviera el ojo sencillo, no podra colocarse bajo el mismo yugo con un incrdulo con el prop-sito de ganar dinero. Este hombre no tendra que tener ante s nin-gn otro objeto que la gloria de Cristo; y este objeto jams podra ser alcanzado por una transgresin positiva de un principio divino. Esto simplifica todo el asunto. Si el hecho de que un cristiano se ha-ya hecho socio de una casa de comercio mundana, no glorifica a Cristo, ello, sin duda, no puede sino favorecer los designios del dia-blo. No existe una posicin intermedia entre ambos extremos. Pero es claro que Cristo no es glorificado por ello, pues su Palabra dice: No os unis en yugo desigual con los incrdulos (2. Corintios 6:14). Tal es el principio que no puede ser violado sin perjudicar el testimonio y sin hacer perder bendiciones espirituales. Es cierto que la conciencia de un cristiano que peca en este asunto puede buscar aliviarse de diversas maneras; puede tener recursos para diversos subterfugios; puede esgrimir diversos argumentos para persuadirse de que todo est bien. Se dir que podemos ser muy devotos y espirituales, en lo que concierne a lo personal, aun cuan-do nos encontremos, por asuntos comerciales, unidos bajo un mis-mo yugo con un incrdulo. Esto se ver que no puede ser ms que una falacia, cuando se lo somete a la prueba de la prctica cotidiana. Un siervo de Cristo se ver trabado de mil maneras por su asocia-cin mundana. Si en lo que atae a su servicio para Cristo l no en-cuentra una abierta hostilidad, tendr que luchar contra los esfuer-zos secretos y continuos del enemigo para apagar su ardiente celo y arrojar agua fra sobre todos sus proyectos. Recibir burlas y des-precios, y se le recordar continuamente el efecto que su entusias-mo y fanatismo producir en lo que respecta a las perspectivas co-merciales de la firma. Si el creyente emplea su tiempo, sus talentos o sus recursos pecuniarios para lo que cree que es el servicio del Seor, se le dir que es un necio o un loco, y se le har entender que el nico modo conveniente y razonable de servir al Seor, para un hombre ocupado en el comercio, es dedicarse a sus negocios y na-da ms que a sus negocios. Tal es la dedicacin exclusiva de los

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    pastores y ministros ocupados en los asuntos religiosos, pues ellos son puestos aparte y se les paga para eso. Ahora bien, aunque la mente renovada de un cristiano pueda es-tar totalmente convencida de la falacia de todos estos razonamien-tos; aunque sea capaz de advertir que esta sabidura mundana no es sino un dbil y rado manto que se arroja sobre las ambiciosas prc-ticas del corazn, con todo, quin podra decir hasta qu punto el corazn puede ser influido por tales cosas? Nos cansamos de una resistencia continua. La corriente se torna demasiado fuerte para nosotros, y vamos cediendo poco a poco a su fuerza y nos dejamos arrastrar por la superficie. Puede que la conciencia intente efectuar algunos ltimos movimientos de resistencia; pero la energa espiri-tual est paralizada, y la sensibilidad de la nueva naturaleza, debili-tada, de modo que no hay nada que responder a estos clamores de la conciencia, ningn esfuerzo suficientemente poderoso para resis-tir al enemigo. La mundanalidad de un cristiano se liga con las in-fluencias contrarias de afuera; las obras exteriores son atacadas por la tormenta, y la ciudadela de los afectos del alma es vigorosamente asaltada; y, finalmente, tal hombre sucumbe en una vida de comple-ta mundanalidad, realizando as, en su propia persona, el conmove-dor lamento del profeta: Sus nobles fueron ms puros que la nieve, ms blancos que la leche; ms rubios eran sus cuerpos que el coral, su talle ms hermoso que el zafiro. Oscuro ms que la negrura es su aspecto; no los conocen por las calles; su piel est pegada a sus hue-sos, seca como un palo (Lamentaciones 4:7-8). Ese hombre que un da era conocido como siervo de Cristo un colaborador para el reino de Dios, que haca uso de sus recursos slo para fomentar los intereses del Evangelio de Cristo, ahora, lamentablemente, no es conocido ms que como un astuto e infatigable negociante que hace grandes y ventajosos negocios, de quien el apstol bien podra de-cir: Demas me ha desamparado, amando este mundo [griego: ton vuv aina = al presente siglo] (2. Timoteo 4:10). Pero quizs no haya nada que acte tanto sobre el corazn para inducir a los cristianos a colocarse bajo un mismo yugo comercial con los incrdulos que el hbito de buscar mantener a un mismo tiempo los dos caracteres: el de cristiano y el de negociante. sta es una trampa lamentable. En efecto, tal cosa no existe. Un hombre debe ser o una cosa o la otra. Si soy cristiano, mi cristianismo debe manifestarse como una realidad viviente, en la posicin donde me encuentre; y si no puedo manifestarlo donde estoy, no debo perma-necer ms all; pues si contino en una esfera o posicin en la cual

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    la vida de Cristo no puede manifestarse, no poseer muy pronto nada de cristianismo ms que el nombre, sin realidad la forma exterior sin el poder interior, la cscara sin la almendra. Yo debo ser siervo de Cristo no slo el domingo, sino tambin del lunes por la maana al sbado por la noche. No slo debo ser siervo de Cristo en una asamblea pblica, sino tambin en mi lugar de trabajo, en mis ocupaciones temporales, cualesquiera que sean. Mas no puedo ser un verdadero siervo de Cristo si he puesto mi cuello bajo yugo con un incrdulo; pues cmo los siervos de dos amos enemigos podran trabajar bajo el mismo yugo? Es absolutamente imposible; tan imposible como intentar unir los rayos solares del medioda con las profundas tinieblas de la medianoche. Hago aqu tambin, pues, un solemne llamado a la conciencia de mis lectores, en presencia del Dios Todopoderoso, quien juzgar los secretos del corazn de los hombres por Jesucristo, tambin en relacin con este importan-te asunto. Quisiera decirle, si ha pensado meterse en sociedad con un incrdulo: Huya de all! S, huya aunque esta sociedad le prome-ta millones. Se va a hundir en un laberinto de dificultades y de dolo-res. Arar el campo con un hombre cuyos sentimientos, instintos y tendencias son diametralmente opuestos a los suyos. Un buey y un asno no son tan diferentes, en todo respecto, como un creyente y un incrdulo. Cmo podra alguna vez concordar? l quiere ganar dinero sacar buenas ganancias, congeniar con el mundo y pro-gresar en l; en cambio Ud. siente (o al menos debera sentir) la ne-cesidad de crecer en la gracia y la santidad, de promover los intere-ses de Cristo y de su Evangelio en la tierra y de proseguir su camino rumbo al reino eterno de nuestro Seor Jesucristo. El objeto de l es el dinero; el suyo, espero, Cristo. l vive para este mundo; Ud., para el mundo venidero. l est ocupado en las cosas temporales; Ud., en las que pertenecen a la eternidad. Cmo, pues, podra encontrarse en el mismo terreno? Sus principios, motivaciones, objetos y espe-ranzas son completamente opuestos. Cmo sera posible que tu-vieran algo en comn? Seguramente slo basta considerar todo esto con un ojo sencillo para verlo en su verdadera luz. Es imposible que uno que tiene el ojo fijo en Cristo y el corazn lleno de l, pueda al-guna vez unirse bajo un yugo desigual con un socio mundano para el objeto que sea. Permtame, pues, querido lector cristiano, supli-carle una vez ms, antes que d un paso tan terrible un paso que puede traer consecuencias funestas, tan lleno de peligros para sus mejores intereses as como para el testimonio de Cristo, con el cual es honrado que considere todo este asunto, con un corazn ho-

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    nesto, en el santuario de Dios, y lo sopese en Su sagrada balanza. Pregntele a Dios qu piensa de ello, y escuche con una voluntad sumisa y una buena conciencia Su respuesta. Ella es simple y pode-rosa; tan simple y poderosa como si cayese directamente del cielo: No os unis en yugo desigual con los incrdulos. Pero si, por desgracia, mi lector se hallara ya bajo el yugo, quisie-ra decirle: Rompa con l lo ms pronto posible. Me asombrara so-bremanera si todava no ha descubierto que este yugo es una pesa-da carga. Sera superfluo para Ud. que detallara las tristes conse-cuencias de hallarse en tal posicin. Sin duda las conoce perfecta-mente. Sera intil imprimirlas sobre un papel o dibujarlas en un cuadro, para uno que ya las est experimentando efectivamente. Mi querido hermano en Cristo, no pierda un instante para renunciar a este yugo. Debe hacerlo en la presencia del Seor, de acuerdo con Sus principios y en virtud de Su gracia. Es ms fcil meterse en una falsa posicin que salir de ella. Una sociedad que data de diez o veinte aos, no puede disolverse en un momento. Deber hacerse con calma, con humildad y con oracin, como en la presencia del Seor y para su gloria solamente. Yo puedo deshonrar al Seor tan-to por mi manera de salir de una falsa posicin como por entrar en ella. Por eso, si me encuentro asociado con un incrdulo, y mi conciencia me dice que hice mal, es menester que le declare honesta y franca-mente a mi socio que ya no podr seguir con l; y una vez hecho esto, mi deber es realizar todos los esfuerzos posibles para que los asuntos de la firma se liquiden con rectitud, buena fe y se-riedad, a fin de no darle ninguna ocasin al adversario de hablar de una manera injuriosa y que el bien que hago no sea motivo de ca-lumnias. Debemos evitar la precipitacin, la imprudencia y la presuncin, cuando actuamos claramente para el Seor y en defensa de sus san-tos principios. Si un hombre se encuentra preso en una trampa o extraviado en un laberinto, no por audaces y violentos movimientos quedar libre. No; deber humillarse, confesar sus pecados delante del Seor, y luego volver sobre sus pasos con paciencia y en una entera dependencia de la gracia que no slo es capaz de perdonarlo por haberse metido en una falsa posicin, sino tambin de encami-narlo e introducirlo en una buena. Adems, como ocurre con el yugo conyugal, la cuestin se ve enormemente modificada por el hecho de una sociedad contrada antes de la conversin. No estoy diciendo en absoluto que ste sea

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    un justificativo para que uno persevere en ella. De ninguna manera; mas ello nos evitar muchsimos sufrimientos de corazn y man-chas de conciencia relacionados con tal posicin, los que debern influir considerablemente en el modo de retirarse de la sociedad. Por otra parte, el Seor es glorificado por la inclinacin moral del corazn y de la conciencia en la direccin correcta, lo cual, segura-mente, le ser agradable. Si me juzgo a m mismo cuando me hallo en un mal camino, y la inclinacin moral de mi corazn y de mi con-ciencia producen en m el deseo de salir, Dios lo aceptar y, sin nin-guna duda, me pondr en el buen camino. Mas al hacerlo, l no tole-rar que viole una verdad al procurar obedecer otra. La misma Pa-labra que dice: No os unis en yugo desigual con los incrdulo, tambin dice: Pagad a todos lo que debis. No debis a nadie na-da. Procurad lo bueno delante de todos los hombres. A fin de que os conduzcis honradamente para con los de afuera (Romanos 13:7, 8; 12:17; 1. Tesalonicenses 4:12). Si he ofendido a Dios al asociarme con un incrdulo, debo guardarme de ofender a cual-quier hombre por la manera de separarme de la sociedad. Una pro-funda sumisin a la Palabra de Dios, por el poder del Espritu Santo, pondr todas las cosas en orden, nos conducir por sendas dere-chas y nos dar la capacidad de evitar extremos peligrosos.

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    EL YUGO DESIGUAL

    RELIGIOSO

    l echar ahora una ojeada al aspecto religioso del yugo desigual, quisiera asegurarle a mi lector que no es de ninguna manera mi deseo herir los sentimientos de na-die describiendo las pretensiones de las diferentes de-nominaciones que veo alrededor de m. No es sa en

    absoluto mi intencin. El tema de este escrito es lo suficientemente importante como para que uno le haga sombra mediante la intro-duccin de otras ideas. Adems, es demasiado preciso como para permitir semejante mezcla. Nuestro tema es El yugo desigual, y en l habremos de centrar nuestra atencin. Al recorrer las Escrituras, hallamos innumerables pasajes que expresan ese espritu de separacin que debera siempre caracteri-zar al pueblo de Dios. Ya sea que nuestra atencin se dirija hacia el Antiguo Testamento en el cual vemos a Dios en sus relaciones con su pueblo terrenal, Israel, y en sus tratos con l, o que se fije en el Nuevo Testamento, en el que tenemos las relaciones de Dios con su pueblo celestial, la Iglesia, y sus tratos con ella, encontramos la misma verdad puesta en evidencia de manera prominente, a saber, la entera separacin de aquellos que pertenecen a Dios. La posicin de Israel es reafirmada as en la parbola de Balaam: He aqu que este pueblo habitar solo[4] , y entre las dems naciones no ser contado (Nmeros 23:9; V.M.). Su lugar estaba fuera de todas las naciones de la tierra, y ellos eran responsables de mantener esta separacin. A lo largo de los cinco libros de Moiss, ellos son instruidos, advertidos y amonestados a ese respecto; y en los Salmos y los Profetas se registran sus fracasos relativos al mantenimiento de esta separacin; fracasos que, como

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    lo sabemos, atrajeron sobre s los severos juicios de la mano de Dios. Este breve artculo se transformara en un volumen si tan slo me propusiese citar todos los pasajes que se refieren a este punto. Doy por sentado que mis lectores conocen lo suficiente su Biblia como para hacer innecesarias tales citas. Pero si el lector no estuviere lo suficientemente versado en el estudio de su Biblia, puede buscar en su Concordancia los pasajes donde se hallan las palabras separar y separacin, las que bastarn para darle un panorama de todo el conjunto de evidencias que la Escritura aporta sobre este tema. El pasaje de Nmeros que acabo de citar es la expresin de los pensa-mientos de Dios acerca de su pueblo Israel: He aqu que este pue-blo habitar solo. Es lo mismo slo que sobre un terreno mucho ms elevado con respecto al pueblo celestial de Dios, la Iglesia, el cuerpo de Cris-to, compuesta por todos los verdaderos creyentes. Ellos tambin son un pueblo separado. Examinemos ahora el principio de esta separacin. Hay una gran diferencia entre estar separados sobre la base de lo que somos no-sotros, y estar separados sobre la base de lo que Dios es. Lo primero hace de un hombre un fariseo; lo ltimo lo hace un santo. Si le digo a uno de mis pobres pecadores semejantes: No te me acerques, yo soy ms santo que t, soy un detestable fariseo e hipcrita; pero si Dios en su infinita condescendencia y en su perfecta gracia me dice: Yo te he puesto en relacin conmigo, en la persona de mi Hijo Je-sucristo; por tanto, s santo y separado de todo mal; sal de en me-dio de ellos y seprate de ellos. Yo tengo la obligacin de obedecer, y mi obediencia es la manifestacin prctica de mi carcter de santo carcter que poseo, no a causa de algo que se halle en m mismo, sino simplemente porque Dios me ha trado cerca de s mismo por la sangre preciosa de Cristo. Bueno es que tengamos en claro es-to. El farisesmo y la santificacin divina son dos cosas muy diferen-tes, y, sin embargo, se las confunde con frecuencia. Aquellos que se esfuerzan por conservar este lugar de separacin, que pertenece al pueblo de Dios, son constantemente acusados de ponerse por encima de sus semejantes, y de pretender tener un grado ms elevado de santidad personal que el que de ordinario se posee. Esta acusacin surge por no prestar atencin a la distincin de la que acabo de hablar. Cuando Dios llama a los hombres a sepa-rarse, lo hace sobre la base de lo que l ha hecho por ellos en la cruz, y del lugar que les ha asignado en una eterna asociacin con l

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    en la persona de Cristo. Pero si yo me separo sobre la base de lo que soy en m mismo, ello sera la ms absurda y ftil presuncin, que tarde o temprano ser hecha manifiesta. Dios manda a su pueblo a ser santo sobre la base de lo que l es: Sed santos, porque yo soy santo (1. Pedro 1:16). Esto evidentemente es muy diferente de: No te acerques, porque soy ms santo que t. Si Dios puso a los hombres en relacin con l, l tiene el derecho de prescribir cul debiera ser su carcter moral, y ellos tienen la responsabilidad de responder a ello. As pues, vemos que la ms profunda humildad es la base de la separacin de un santo. No hay nada ms adecuado para ponernos en el polvo, que la inteligencia de la verdadera natu-raleza de la santidad divina. Es una humildad enteramente falsa la que surge de contemplarnos a nosotros mismos; en efecto, ella en realidad est basada en el orgullo, el cual nunca ha visto todava hasta el fondo de su propia y total indignidad. Algunos se imaginan que pueden alcanzar la ms profunda y verdadera humildad al con-templarse a s mismos, en tanto que ello slo es posible contem-plando a Cristo. Como lo expresa un poeta:

    Cuanto ms tus glorias deslumbren mis ojos, Ms humilde ser.

    ste es un sentimiento justo, fundado en un principio divino. El al-ma que se pierde en el esplendor de la gloria moral de Cristo es verdaderamente humilde, y ninguna otra lo es. Tenemos motivos para humillarnos, sin duda, cuando pensamos en las pobres criatu-ras que somos; pero basta reflexionar un momento de manera justa, para ver que es pura falacia el buscar producir algn buen resultado prctico al contemplarse a s mismo. Somos verdaderamente humildes slo cuando nos encontramos en presencia de una excelencia infinita. Por eso un hijo de Dios debera rehusar llevar el yugo con un incrdulo, ya sea con fines domsti-cos, comerciales o religiosos, simplemente porque Dios le dice que se separe, y no a causa de su propia santidad personal. Poner en prctica este principio, en materia religiosa, debe necesariamente implicar muchas pruebas y dolores; ser tildado de intolerancia, fanatismo, estrechez de miras, exclusivismo, etc.; mas nada pode-mos hacer para remediar esto. Con tal que nos mantengamos sepa-rados segn un principio justo y con un espritu recto, podemos sin temor dejar a Dios todos los resultados. Sin duda, el remanente en los das de Esdras deba parecer excesivamente intolerante al rehu-

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    sar la cooperacin de los pueblos circunvecinos para la construc-cin de la casa de Dios: pero, al rehusar esta ayuda, ellos actuaron sobre un principio divino. Oyendo los enemigos de Jud y de Ben-jamn que los venidos de la cautividad edificaban el templo de Jeho-v Dios de Israel, vinieron a Zorobabel y a los jefes de casas pater-nas, y les dijeron: Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios, y a l ofrecemos sacrificios desde los das de Esar-hadn rey de asiria, que nos hizo venir aqu... (Esdras 4:1-2). sta pareca una propuesta muy atractiva; una propuesta que manifestaba una muy decidida inclinacin por el Dios de Israel; sin embargo, el remanente la rechaz porque esta gente, a pesar de su bella profesin, no eran en el fondo ms que incircuncisos y adver-sarios. Zorobabel, Jesa, y los dems jefes de casas paternas de Is-rael dijeron: No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehov Dios de Is-rael (Esdras 4:3). Ellos no quisieron llevar el yugo con los incircun-cisos; no quisieron arar con buey y con asno juntamente ni sem-brar su campo con mezcla de semillas; se mantuvieron separados, aun cuando se expusieran por eso a ser tratados de fanticos, estre-chos de miras, iliberales e intolerantes. As tambin leemos en Nehemas: Y habase ya separado el lina-je de Israel de todos los hijos de tierra extraa; y ponindose en pie hicieron confesin de sus pecados, y de las iniquidades de sus pa-dres (9:2; V.M.). Esto no era sectarismo, sino una positiva obediencia. Su separacin era esencial para su existencia como pueblo. No habran podido go-zar de la presencia divina sobre ningn otro terreno. As debe ser siempre con el pueblo de Dios en la tierra. Es menester que los cris-tianos se separen, pues, de lo contrario, no slo seran intiles, sino malsanos. Dios no puede reconocerlos ni marchar con ellos si se unen en yugo desigual con los incrdulos, sobre cualquier terreno o con el objeto que sea. La gran dificultad estriba en combinar un es-pritu de intensa separacin con un espritu de gracia, dulzura e in-dulgencia, o, como otro lo ha expresado: Mantener los pies en el camino estrecho, con un corazn amplio. Esto es realmente difcil. Pues as como el mantenimiento estricto y sin compromiso de la verdad, tiende a estrechar el crculo alrededor de nosotros, as tam-bin necesitamos el poder expansivo de la gracia para mantener un corazn amplio y nuestros afectos vivos y clidos. Si contendemos por la verdad de otra manera que no sea en gracia, slo presenta-

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    remos un lado del testimonio, e incluso el menos atractivo. Por otra parte, si mostramos la gracia a expensas de la verdad, ello demos-trar ser, a la larga, tan slo la manifestacin de un liberalismo vul-gar a expensas de Dios: una cosa muy indigna. As pues, en lo que respecta al objeto por el cual los verdaderos cristianos se unen ordinariamente en yugo desigual con aquellos que, segn su propia confesin y segn el juicio de la caridad mis-ma, no son para nada cristianos, se encontrar, finalmente, que no se puede jams alcanzar un objeto verdaderamente divino y celes-tial transgrediendo una verdad de Dios. Per fas aut nefas[5] jams puede ser una divisa divina. Los medios no son santificados por el fin; sino que tanto los medios como el fin deben estar conformes con los principios de la santa Palabra de Dios; de lo contrario, todo desembocar en confusin y deshonra. Rescatar a Ramot de Galaad de las manos del enemigo poda parecer un muy digno objeto para Josafat; adems, podra haber parecido un hombre muy liberal, gra-to, popular y de corazn amplio, cuando, en respuesta a la propues-ta de Acab, dijo: Yo soy como t, y mi pueblo como tu pueblo; ire-mos contigo a la guerra (2. Crnicas 18:3). Es fcil ser liberales y tener un corazn amplio a expensas de los principios divinos; pero cmo termin esto? Acab fue muerto y Josafat a duras penas escap con vida, tras haber hecho naufragio en cuanto al testimonio. Vemos, pues, que Josafat ni siquiera alcan-z el objetivo por el cual se haba puesto bajo un yugo desigual con un incrdulo; y aun si lo hubiera alcanzado, este suceso no habra sido ningn justificativo vlido de su proceder[6]. Nada puede justi-ficar el yugo desigual de un creyente con un incrdulo; y, en conse-cuencia, por ms hermosa, atractiva y plausible que haya podido parecer la expedicin de Ramot a los ojos de los hombres, ella, para el juicio de Dios, era dar ayuda al impo, y amar a los que aborrecen a Jehov (2. Crnicas 19:2). La verdad de Dios despoja a los hom-bres y a las cosas del falso brillo del que quisieran revestirlos aque-llos que se dejan llevar por el espritu de la conveniencia; ella los presenta en su verdadera luz; y es una gracia inefable tener el claro juicio de Dios acerca de todo lo que acontece alrededor de nosotros: ello confiere calma al espritu, da firmeza a la marcha y al carcter, y nos libra de esa desgraciada fluctuacin de pensamientos, senti-mientos y principios que nos vuelve completamente ineptos para la posicin de testigos firmes y consecuentes para Cristo. De seguro erraremos el blanco si intentamos formar nuestro juicio segn los

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    pensamientos y las opiniones de los hombres; pues ellos juzgan siempre segn las apariencias exteriores, y no segn el carcter in-trnseco y el principio de las cosas. Con tal que los hombres alcan-cen lo que ellos creen que es un objetivo justo, poco les importa el modo de llegar a tal fin. Pero el verdadero siervo de Cristo sabe que debe hacer la obra de su Maestro segn los principios y en el espri-tu de su Maestro. El tal jams podr estar satisfecho de alcanzar el objetivo ms loable, a menos que lo haga por un camino trazado por Dios. Los medios y el fin deben ser ambos divinos. Admito, por ejemplo, que es un muy deseable objetivo propagar las Santas Escri-turas la Palabra pura y eterna de Dios. Pero si yo no pudiera propagarlas por otro medio que no sea unirme en yugo desigual con un incrdulo, debera abstenerme, ya que no debo hacer el mal para que venga el bien. Pero bendito sea Dios su siervo puede pro-pagar su precioso libro sin violar los preceptos contenidos en l. l puede, bajo su propia responsabilidad individual, o en comunin con aquellos que estn verdaderamente del lado del Seor, propa-gar en todas partes la preciosa semilla, sin por eso asociarse con aquellos cuya marcha y conducta en conjunto demuestran que son del mundo. Lo mismo puede decirse con respecto a cualquier objeto de ca-rcter religioso. El mismo slo puede y debe cumplirse segn los principios de Dios. Se nos objetar, quizs, que la Biblia nos dice que no juzguemos que no podemos leer en el corazn, y que debemos esperar que todos aquellos que colaboran en buenas obras, tales como la traduccin de la Biblia, la distribucin de trata-dos y el apoyo de obras misioneras, deben ser cristianos; y que, por consecuencia, no puede ser malo que nos liguemos con ellos. A todo eso respondo que a duras penas encontramos un pasaje en el Nuevo Testamento tan mal comprendido y tan mal aplicado que Mateo 7:1: No juzguis, para que no seis juzgados. En el mismo captulo leemos: Guardaos de los falsos profetas... por sus frutos los conoce-ris (v. 15). Ahora bien, cmo podemos guardarnos si no ejer-cemos nuestro juicio? Asimismo, leemos en 1. Corintios 5: Porque, qu razn tendra yo para juzgar a los que estn fuera? No juzgis vosotros a los que estn dentro? Porque a los que estn fuera, Dios juzgar. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros (v. 12-13). Aqu se nos ensea claramente que aquellos que estn dentro pa-san a depender inmediatamente del juicio de la Iglesia; y, sin em-bargo, segn la interpretacin ordinaria de Mateo 7:1, no debera-mos juzgar a nadie; esta interpretacin, pues, debe necesariamente

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    ser falsa. Si las personas aun los que lo profesan asumen la po-sicin de estar dentro, se nos manda juzgarlas. No juzgis voso-tros a los que estn dentro?. En cuanto a los que estn fuera, na-da tenemos que ver con ellos, ms all de presentarles la gracia pu-ra, perfecta, rica, ilimitada e insondable que brilla con un esplendor inefable en la muerte y resurreccin del Hijo de Dios. Todo esto es bastante simple. Se le ordena al pueblo de Dios que ejerza su juicio en cuanto a todos aquellos que profesan estar den-tro; se le dice que se guarde de los falsos profetas; se le manda a probar los espritus (1. Juan 4); y cmo podramos probarlos si no debiramos juzgar en absoluto? Qu quiso decir, pues, nuestro Seor con estas palabras: No juz-guis? Yo creo que l quiso decir precisamente lo que San Pablo dijo por el Espritu Santo, cuando nos manda a no juzgar nada an-tes de tiempo, hasta que venga el Seor, el cual aclarar tambin lo oculto de las tinieblas, y manifestar las intenciones de los corazo-nes; y entonces cada uno recibir su alabanza de Dios (1. Corin-tios 4:5). Lo que no debemos juzgar son los motivos del corazn, pero s debemos juzgar la conducta y los principios de los dems; es decir, la conducta y los principios de todos aquellos que profesan estar dentro. Y de hecho que los mismos que dicen: No debemos juzgar, no dejan de librar juicios. No hay ningn cristiano verdade-ro en quien el instinto moral de la naturaleza divina no pronuncie virtualmente juicios sobre el carcter, la conducta y la doctrina; y stos son precisamente los puntos que se hallan dentro del mbito de juicio del creyente. Todo lo que quisiera, pues, urgir en la conciencia del lector cris-tiano, es el deber que tiene de ejercer un juicio sobre aquellos con quienes se coloca bajo yugo en materia religiosa. Si l en este mo-mento estuviera trabajando en yugo con un incrdulo, ello sera una positiva violacin del mandamiento del Espritu Santo. Puede que lo haya hecho en ignorancia hasta este da; si es as, la gracia del Seor est presta a perdonar y restaurar. Pero si, tras haber sido adverti-do, persiste en la desobediencia, no es posible que pueda esperar la bendicin de Dios y Su presencia con l, cualquiera sea el valor o la importancia del objeto que se proponga alcanzar. El obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atencin que la grosura de los carneros (1. Samuel 15:22).

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    EL YUGO DESIGUAL

    FILANTRPICO

    lo nos resta considerar el aspecto filantrpico del yugo desigual. Muchos dirn: Admito plenamente que no de-beramos unirnos para el culto o el servicio para Dios con incrdulos declarados; pero s tenemos libertad de unir-nos a ellos para promover objetos de filantropa[7], como,

    por ejemplo, para proveer a las necesidades de los pobres, distri-buirles pan y ropas, recuperar personas entregadas a diversos vi-cios tales como alcohlicos, drogadictos, etc., establecer asilos para ciegos, manicomios, fundar hospitales y sanatorios para la atencin de enfermos y heridos, lugares de refugio para los abandonados, para las viudas y los hurfanos; en una palabra, para todo aquello que pueda contribuir a mejorar el estado fsico, moral e intelectual de nuestros semejantes. Esto, a primera vista, parece sobradamen-te bello; pues alguien me podra preguntar si yo no quisiera ayudar a un hombre en la ruta a sacar su vehculo atascado en el barro; a lo que contesto: por cierto que s. Pero si se me pregunta si quisiera hacerme miembro de una sociedad mixta de creyentes e inconver-sos que tuviera por objeto remolcar vehculos atascados, entonces me rehusara; no a causa de pretender una santidad superior, sino porque la Palabra de Dios dice: No os unis en yugo desigual con los incrdulos. Tal sera mi respuesta, cualquiera fuese el objeto de tal sociedad. Al siervo de Cristo se le ordena estar dispuesto a toda buena obra; hacer bien a todos; visitar a los hurfanos y a las viudas en sus tribulaciones (Tito 3:1; Glatas 6:10; Santiago 1:27). Pero debe hacer todo eso como siervo de Cristo, y no como miem-bro de una sociedad o un comit donde se admiten indistintamente inconversos, ateos y todo tipo de personas malvadas e impas. Adems, debemos recordar que toda la filantropa de Dios est rela-cionada con la cruz del Seor Jesucristo. ste es el canal a travs del

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    cual Dios quiere dispensar sus bendiciones; la poderosa palanca por medio de la cual quiere elevar al hombre fsica, moral e intelectual-mente. Pero cuando se manifest la bondad de Dios nuestro Salva-dor, y su amor para con los hombres [griego: filantropa]7, nos sal-v, no por obras de justicia que nosotros hubiramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneracin y por la renovacin en el Espritu Santo, el cual derram en nosotros abun-dantemente por Jesucristo nuestro Salvador (Tito 3:4-6). sta es la filantropa de Dios; tal es su manera de mejorar la condicin del hombre. El cristiano puede colocarse cmodamente bajo el yugo con todos aquellos que comprenden el valor de este modo de ac-tuar, pero con nadie ms. Los hombres del mundo ignoran todo esto y no les importa en lo ms mnimo. Pueden procurar realizar reformas, pero son reformas sin Cristo. Pueden promover mejoras, pero se trata de mejoras sin la cruz. Quieren hacer progresos de todo tipo, pero Jess no es su punto de partida ni el objeto de su curso. Cmo, pues, un cristiano podra colocarse bajo el yugo con ellos? Ellos quieren trabajar sin Cristo, el mismo a quien el cristiano debe todo. Puede estar conten-to de trabajar con ellos? Puede tener algn objeto en comn con ellos? Si alguien viene y me dice: Necesitamos su colaboracin pa-ra distribuir ropas y alimentos a los pobres, para fundar hospitales y manicomios, para proveer a la manutencin y la educacin de los hurfanos, para mejorar el estado fsico de nuestros semejantes; pero le avisamos que segn un principio fundamental de la socie-dad, el consejo o la comisin que se form para tal objetivo, el nom-bre de Cristo no debe pronunciarse, puesto que ello dara lugar a controversias. Nuestros objetivos no son en absoluto religiosos, sino exclusiva-mente filantrpicos; por tanto, la religin debe ser asiduamente ex-cluida de todas nuestras reuniones pblicas. Nos reunimos como hombres para una obra de beneficencia, por lo que, incrdulos, ateos, socinianos, arrianos, catlicos romanos y to-da clase de gentes pueden unirse alegremente bajo el mismo yugo con el objeto de poner en marcha la gloriosa mquina de la filantro-pa. Cul debera ser mi respuesta a tal demanda? El hecho es que, uno que ama verdaderamente al Seor Jess, y quisiera dar res-puesta a un llamado tan horroroso, se quedara sin palabras. Qu!? Hacer bien a los hombres con la exclusin de Cristo? Dios no lo permita! Si no puedo obtener los objetos de la pura filantro-

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    pa, sin dejar de lado a este Salvador bendito que vivi y muri, y que vive eternamente para m, entonces afuera con su filantropa!, pues ella no es seguramente de Dios, sino de Satans. Si ella fuera de Dios, la Palabra es: el cual derram en nosotros abundantemen-te por Jesucristo nuestro Salvador, Aquel mismo a quien vuestros estatutos dejan completamente de lado. De ello se sigue que vues-tros reglamentos deben de haber sido dictados por Satans mismo, el enemigo de Cristo. Satans ama siempre dejar de lado al Hijo de Dios; y cuando l logra que los hombres hagan lo mismo, les permi-te ser benevolentes, caritativos y filntropos. Pero, en honor a la verdad, tal benevolencia y tal filantropa deberan ser propiamente denominadas malevolencia y misantropa; pues de qu manera ms eficaz podra uno mostrar mala voluntad y aversin a la huma-nidad que dejando de lado a Aquel nico que puede realmente ben-decirlos para el tiempo y la eternidad? Pero en qu condicin mo-ral se halla un corazn, con respecto a Cristo, que fue capaz de to-mar lugar en una junta o sobre un estrado, con la condicin de que ese Nombre bendito no sea pronunciado? Seguramente ese cora-zn debe de estar muy fro!; esto demuestra que los proyectos y las obras de los hombres inconversos son, a su juicio, lo suficientemen-te importantes como para arrojar a su Amo por la borda, por as decirlo, a fin de llevarlos a cabo. Pero no confundamos las cosas. ste es el verdadero aspecto en que debemos considerar la filan-tropa del mundo. Los hombres del mundo pueden vender el per-fume por trescientos denarios, y darlo a los pobres, a la vez que declaran que es una prdida derramar este perfume sobre la cabeza de Cristo. Puede el cristiano adherir a este juicio? Podr ponerse bajo yugo con tales hombres? Podr proponerse mejorar el mundo sin Cristo? Podr unirse a aquellos que buscan adornar y embelle-cer una escena que est manchada con la sangre de su Maestro? Pe-dro pudo decir: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levntate y anda (Hechos 3:6). Pedro quiso sanar a un invlido por el poder del nombre de Jess, pero qu habra dicho si alguien le hubiera propuesto unirse a un comit o a una sociedad para asistir a los invlidos, con la condicin de dejar totalmente de lado ese nombre? Podemos, sin grandes es-fuerzos de la imaginacin, concebir lo que habra contestado. Ha-bra repudiado con toda su alma semejante pensamiento. l san al invlido solamente con el fin de exaltar el nombre de Jess, de ma-nifestar todo el valor, la excelencia y la gloria de ese nombre a los ojos de los hombres; pero el objeto de la filantropa del mundo es

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    justamente lo contrario; ya que hace totalmente a un lado ese ben-dito Nombre, y excluye a Cristo de sus consejos, comits y progra-mas. No tenemos, pues, derecho a decir: Qu vergenza que un cristiano se halle en un lugar del que su Maestro es excluido!? Oh, que salga de all, y que, con la energa del amor por Jess y con el poder de ese Nombre, haga todo el bien que pueda!; pero que no se coloque bajo el yugo con los incrdulos con el objeto de contrarres-tar los efectos del pecado excluyendo la cruz de Cristo. El gran obje-to de Dios es exaltar a su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre (Juan 5:23). ste tambin debera ser el objeto del cristiano; con este fin l debiera hacer bien a todos; mas si se une a una sociedad o a un comit para hacer bien, l no actuar en el nombre de Jess, sino en el nombre de la sociedad o del comit, sin el nombre de Jess. Esto debiera bastar a todo corazn sincero y fiel. Dios no tiene otro medio de bendecir a los hombres que a travs de Jesucristo, ni tiene otro objeto al bendecirlos que exaltar a Cristo. Como en el tiempo de Faran, cuando las multitudes de egipcios hambrientos acudan a l, y l les dijo: Id a Jos (Gnesis 41:55), as tambin la Palabra de Dios nos dice a todos: Id a Jess. S, es necesario que acudamos a Jess para el alma y para el cuerpo, para el tiempo y la eternidad; pero los hombres del mundo no le conocen, ni tampoco le quieren; qu, pues, tiene que ver el cristiano con ellos? Cmo podra trabajar bajo un mismo yugo con ellos? No podra hacerlo ms que negando de forma prctica el nombre de su Salva-dor. Hay muchos que no ven esto; pero ello no modifica en absoluto la realidad de las cosas. Debiramos actuar con honestidad, como en la luz; y aun cuando los sentimientos y los afectos de la nueva naturaleza no fueren lo suficientemente fuertes en nosotros para hacer que rechacemos de inmediato el mero pensamiento de colo-carnos en las filas de los enemigos de Cristo, la conciencia, al menos, debera inclinarse ante la imperativa autoridad de esa palabra: No os unis en yugo desigual con los incrdulos. Que el Espritu Santo revista su Palabra del poder celestial, y agu-dice su filo para que penetre en la conciencia, a fin de que los santos sean librados de todo escollo que impida correr la carrera que te-nemos por delante (Hebreos 12:1)! El tiempo es breve. El Seor mismo aparecer pronto. Entonces, ms de un yugo desigual ser roto en un santiamn: ovejas y chivos sern entonces eternamente separados. Ojal que seamos capaces de purificarnos de toda aso-

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    ciacin impura, y de toda influencia profana, a fin de que, cuando Jess venga, no nos alejemos de l avergonzados, sino que poda-mos ir a su encuentro con corazones gozosos y con conciencias que nos aprueben.

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