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LA MIGRACIÓN EN LA LITERATURA INFANTO JUVENIL LATINOAMERICANA Luis Cabrera Delgado Santa Clara, 18 de septiembre de 2009 Los primeros hechos relacionados con el fenómeno de la migración en América están recogidos en el Diario de navegación, de Cristóbal Colón, y señaló específicamente dos momentos claves; son ellos cuando el Almirante escribe: “…el día Viernes que llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahani (…) Puestos en tierra vieron…” (p: 48), y a partir de ahí da testimonio de la presencia de los europeos en estas tierras. A su vez, el flujo inverso se inicia cuando Colón manifiesta: “…le había parecido que fuera bien tomar algunas personas de las de aquel río para llevar a los Reyes” (p: 87). Desde entonces grandes y constantes marejadas de seres humanos se han movido, no sólo dentro de las tierras denominadas como Nuevo Mundo, sino para y desde ellas hacia y de todos los demás confines del planeta; razones fundamentalmente económicas y también políticas, de las más disímiles circunstancias, las han motivado, causado y propiciado. Fenómeno que hoy en día, dado los adelantos científicos y tecnológicos, sobretodo en las transportaciones y las comunicaciones, lo que ayer podía ser un hecho individual transcendente, se ha convertido en una práctica de ida y regreso fácil y rutinaria. La literatura infanto juvenil latinoamericana, producto del enriquecimiento multitemático que ha venido incrementando en los últimos decenios, ha incluido a la migración dentro de los asuntos factibles en los libros para los niños y jóvenes, edades del desarrollo humano que más pueden afectarse o beneficiarse por el traslado residencial, no sólo en el sentido físico o geográfico, sino también por la translocación cultural que ello conlleva; y la literatura, manejando el tema, puede coadyuvar en la preparación para enfrentar esta realidad. Cito libros que de manera diferente abordan los flujos migratorios: Stéfano, de la argentina María Teresa Andruetto nos lleva por el desamparo de los que, dejando su país, llegaron al continente para sentir el desarraigo y

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LA MIGRACIÓN EN LA LITERATURA INFANTO JUVENIL LATINOAMERICANA

Luis Cabrera DelgadoSanta Clara, 18 de septiembre de 2009

Los primeros hechos relacionados con el fenómeno de la migración en América están recogidos en el Diario de navegación, de Cristóbal Colón, y señaló

específicamente dos momentos claves; son ellos cuando el Almirante escribe: “…el día Viernes que llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahani (…) Puestos en tierra vieron…” (p: 48), y a partir

de ahí da testimonio de la presencia de los europeos en estas tierras. A su vez, el flujo inverso se inicia cuando Colón manifiesta: “…le había parecido que

fuera bien tomar algunas personas de las de aquel río para llevar a los Reyes” (p: 87).

    Desde entonces grandes y constantes marejadas de seres humanos se han movido, no sólo dentro de las tierras denominadas como Nuevo Mundo, sino para y desde ellas hacia y de todos los demás confines del planeta; razones fundamentalmente económicas y también políticas, de las más disímiles circunstancias, las han motivado, causado y propiciado. Fenómeno que hoy en día, dado los adelantos científicos y tecnológicos, sobretodo en las transportaciones y las comunicaciones, lo que ayer podía ser un hecho individual transcendente, se ha convertido en una práctica de ida y regreso fácil y rutinaria.   La literatura infanto juvenil latinoamericana, producto del enriquecimiento multitemático que ha venido incrementando en los últimos decenios, ha incluido a la migración dentro de los asuntos factibles en los libros para los niños y jóvenes, edades del desarrollo humano que más pueden afectarse o beneficiarse por el traslado residencial, no sólo en el sentido físico o geográfico, sino también por la translocación cultural que ello conlleva; y la literatura, manejando el tema, puede coadyuvar en la preparación para  enfrentar esta realidad.   Cito libros que de manera diferente abordan los flujos migratorios: Stéfano, de la argentina María Teresa Andruetto nos lleva por el desamparo de los que, dejando su país, llegaron al continente para sentir el desarraigo y extrañamiento frente a una nueva realidad. En este mismo sentido se inscribe Memorias de Vladimir, de la también argentina Perla Suez,  que relata las experiencias de un niño de doce años que emigra de la Rusia de los zares y llega a Sudamérica a finales del siglo XIX, quien logra realizarse como persona adaptándose a una nueva vida, pero conservando profundas raíces de su cultura de origen.    Hojas amarrillas para una violeta  de Mercedes Pérez Sabbi, es otra novela que nos cuenta de la inmigración que se produjo en Argentina, con la peculiaridad que esta historia se va armando con las cartas que se cruzan dos adolescentes, y en ellas se van relatando hechos del pasado de sus respectiva familias que van descubriendo en viejas cartas escritas en diferentes puntos del planeta, los que nos da una visión de los sueños, las esperanzas y las frustraciones, no sólo de los que se fueron, sino también de los familiares que se quedaron en Europa.

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    No siempre el traslado a América se hizo de manera voluntaria, fue ello el caso ocasionado por la trata de esclavos, y tal fenómeno se refleja en El son del África, del argentino Sergio Bizzio, una novela de aventura enmarcada la época de en que se cazaban y traían a los negros como mercancía para ser usados como fuerza de trabajo. En Cuba, el dramatismo de esta inhumano trato fue reflejado en Ponolali , de Dora Alonso, un libro no escrito específicamente para los joven, pero que estos, como ha ocurrido en otras muchas ocasiones, se han hecho destinatario del texto por avenirse a sus intereses lectores.   En estas obras siempre aparece la realidad histórica como telón de fondo de los procesos migratorios que se describen, y en relatos de hechos más recientes pueden  estar presente elementos puramente autobiográficos, como es el caso de la uruguaya Carolina Trujillo Piriz, en su libro De exilio, maremotos y lechuzas (Primer Premio en el Concurso Colihue de Novela Juvenil 1990) en el que nos relata una historia personal de exilio forzado por causas políticas ya que su padre fue preso por el gobierno militar, su familia que se ve obligada a huir a Europa y debe integrarse a una nueva y desconocida cultura. “Yo había entendido todo lo que mamá me había explicado de papá, eso de que estaba preso porque pensaba diferente que los milicos y que los milicos quieren que todos piensen igual que ellos y como papá había dicho que pensaba diferente lo habían metido preso, y además papá no quería que los niños tuvieran hambre, y mamá tampoco y por eso es que nos tenemos que ir de acá, porque si no también van a meter presa a mama…” (p: 25)7   En ocasiones, y es experiencia en la emigración forzada por razones políticas, que al cambiar la situación del país, estos exiliados regresen después de vivir años en el extranjero, y de nuevo el choque es inevitable, pues la experiencia recorrida en uno y otro sitio crea escollos que sólo el afecto, el entendimiento y el tiempo pueden borrar.    Este segundo momento de desgarramiento está reflejado en  Como un salto de campana  del chileno Víctor Carvajal, texto que nos relata el encuentro de un niño chileno, educado en un mundo europeo, con la cultura de su familia, por lo que recibe una fuerte carga de emociones ante un paisaje desconocido y nuevas costumbres y modos de vida diferente a la que estaba acostumbrado.     Esta situación aparece por primera y, hasta el momento, única vez en la literatura cubana en el libro de René Valdés Torres: Bajo el aire y el sol de Buenavista, en el que un niño, supuestamente nacido en el extranjero, viene con sus padres emigrantes a conocer su familia y cultura de origen y nos cuenta sus experiencias en este sentido; texto manejado con un sentido idílico, semejante al de las vivencias de cualquier nieto que va de vacaciones a casa de los abuelos, sin que se reflejen los posibles conflictos que esta inusual situación pudieran ocasionar,     Por su parte, del cubano Joel Franz Rosell en su libro Mi tesoro te espera en Cuba,  que fue Premio de la Ville de Cherbourg, 2001, en Francia, recurre a la emigración, como circunstancia previa para desencadenar los hechos de la trama que nos narra  cuando la nieta de un cubano radicado en España viene con el encargo de su abuelo de encontrar un tesoro que su familia dejó escondido al abandonar la isla, y conoce una nueva realidad, extraña y diferente a la conocida por ella, pero para nada angustiante y que sirve de escenario para que esta niña viva una entretenida aventura.

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   En Kike la cubana radicada en los Estados Unidos Hilda Perera nos introduce también en el tema de la emigración, pero esta vez a través de un hecho muy peculiar, como lo fue el envío masivo de niños cubanos en los primeros años de los sesenta del siglo XX hacia la Florida, en la llamada Operación Peter Pan. La motivación de la narración surge por los recuerdos que se despiertan por su protagonista, a partir del momento en que, ya adulto, va a recibir a los entonces nuevos emigrados cubanos cuando la salida masiva por el puerto de Mariel –acontecimiento también único y especial en la historia de la emigración en Latinoamérica-; y la presencia de niños que llegan, le hacen revivir los tristes recuerdos de su experiencia.“Parecen sombras. Están desorientados, cetrinos, hambrientos. No saben qué será de ellos, No saben ni cómo volverán a ver a sus hijos,  a sus padres y hermanos que dejaron en Cuba (…) Yo siento que soy yo también, un niño solo, hace quince años, el que marcha con ellos. Se me hace un nudo en la garganta (…) No me salen las palabras. Sólo estiro el brazo y alcanzo a poner mi mano sobre la cabeza de un niño, quizás sin padres como yo, y le digo:─¡Bienvenido, hermano!   En esta novela se describe el desarraigo y abandono que sufre su protagonista,  así como el desafecto por parte de una pareja con la que va a vivir y que lo han aceptado en su hogar sólo para obtener el subsidio social; todo ello hace que el personaje vaya tomando conciencia de su penosa situación en la que también se incluye la discriminación. Cuando después de algunos años de separación, el niño se reúne con sus padres, que también han logrado llegar al exilio, vuelve a vivir un duro proceso de readaptación y debate sobre su identidad.    En El día de ayer, de la ecuatoriana Edna Iturralde, aunque su tema fundamental no es exactamente la emigración, mucho de los acontecimientos de su trama tiene que ver con el deseo de un grupo de adolescente de llegar a los Estados Unidos y para ello contratan a un coyote que los trasladas de polizontes en un barco refrigerado hasta México, de donde piensan atravesar la frontera al país del norte. Una de las muchachas muere en la travesía, y el intento de los demás de seguir viaje se ve frustrado al llegar a la costa mexicana, pues quienes los llevan, trafican también drogas, práctica no extraña en estos viajes, y son capturados por la policía. Se registra así una manera frecuente en la emigración ilegal de latinoamericanos hacia los Estados Unidos.    El personaje que sí logra pasar clandestinamente esta frontera es María, la hondureña que trabaja de sirviente indocumentada en Miami, después de escapársele a quien pretendía que ejerciera la prostitución, situación que expone Hilda Perrera en su novela juvenil La jaula del unicornio como denuncia al precio que se paga al afrontar una emigración ilegal hacia los Estados Unidos. Este personaje ha dejado una hija en Honduras y para poderla traer consigo, debe desembolsar una importante suma de dinero por un matrimonio falso; después la niña se integra a la vida en ese país y ocurrirá lo que la escritora convertida en personaje de la novela pronostica como colofón de este proceso: Y hablará tres idiomas. (La primera generación trabaja; la segunda, sale a flote; en la tercera nadie recuerda si alguna vea la abuela anduvo descalza (p: 98-99)    En Inventarse un amigo , Enrique Pérez Díaz, por primera vez en la literatura infantil cubana, hace referencia a una forma muy peculiar de emigrar desde una isla como lo es Cuba, y nos habla de un personaje que se ha ido para los

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Estados Unidos en una balsa rústica construida con una cámara de camión. El autor retoma el tema en otro de sus libros: Las cartas de Alaín , esta vez con el ingrediente dramático de que es un niño el personaje al que los padres se  llevan de manera clandestina, con el trágico resultado de que el mar se los traga a todos y nunca llegan al destino deseado.   La migración, forzada o voluntaria, como un anhelo o necesidad del ser humano en la búsqueda constante de la felicidad, el desplazamiento para encontrar un lugar que considere mejor para vivir, es un hecho inherente al hombre desde la época de la comunidad primitiva y continuará con toda la carga de nostalgia y desarraigo que pueda tener, aún cuando el destino llegue a ser un sitio fuera del planeta de origen, así como la vuelta, como derecho ineludible del individuo a regresar a su lugar de origen; la literatura por su parte, independientemente de la edad de su destinatario, seguirá reflejando este desplazamiento, pues la migración siempre será un buen tema de conflicto.

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Autor e ilustrador: Shaun Tan.Editorial: Barbara Fiore Editora. NovelaGráficaRecomendado para: Lectores en marcha. 

Emigrantes es la gran novela gráfica, el gran relato contado sólo a través de imágenes que danzan en el papel. Shaun Tan hace gala de todos sus conocimientos sobre narración e ilustración para contar la historia de aquellos seres anónimos, quienes sin participar en ningún lado del conflicto deben abandonar aquellas tierras que conocen. Así, Tan, nos hace seguir a un hombre que abandona su tierra y su familia en busca de un lugar más prospero. Ahí debe sufrir la más triste y básica de las discriminaciones, la del idioma. Sin poder comprender el entorno, ni las señales que hacen comprensible ese entorno, el emigrante debe empezar todo de nuevo, como un pequeño que aprehende el mundo desde el inicio. Aún así, y a costa de su constancia y tesón, vemos como poco a poco el emigrante descubre a otros que le son semejantes, que narran sus historias–todas ellas singulares, todas ellas parecidas- a través de imágenes que no niegan ni el horror ni el espanto. El lector va siguiendo una a una las historias y celebra una a una las victorias del emigrante, quien a través de los innúmeros errores va también reconociendo ese nuevo espacio, conquistándolo, haciéndolo suyo. El texto no debe leerse al pie de la letra. Los elementos fantásticos son alegóricos. Realzan la sensación de extrañeza onírica del emigrante, de aquellos a quienes encuentra, de sus propios recuerdos. No nos deja olvidar un solo instante que ese mundo retratado es el nuestro, con todos sus pros y sus contras; que esas historias son las nuestras y las de los nuestros. No importa si somos serbios, japoneses, ecuatorianos, nigerianos o colombianos. A todos nos ha sido común, tarde o temprano, la crudeza de la migración, desde la más cotidiana –provocada por la mayoría de edad- hasta la más dramática-fruto de la violencia-. La fantasía no es el único elemento que nos permite mantener la distancia sobre el texto, también está el color sepia de las imágenes. Ambos ingredientes nos permiten entender que la historia que nos cuentan es universal y es particular a una sola vez, que narran

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una tragedia que comprendemos pero sin la brutalidad que nos haría retroceder y soltar el libro. Nos permite crear la distancia justa para asombrarnos y maravillarnos. El magnífico trabajo de Tan es recompensado además por una soberbia edición en tapa dura para que así nos pueda acompañar en nuestro próximo viaje… 

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Emigrantes es la historia de una emigración contada por medio de una serie de imágenes sin palabras que podrían parecer propias de un tiempo lejano y olvidado. Un hombre deja a su esposa y a su hijo en una ciudad miserable para intentar prosperar en un país desconocido al otro lado de un vasto océano. Al final se encuentra en una ciudad enloquecida, de costumbres extrañas, animales peculiares, curiosos objetos flotantes e idiomas indescifrables. Con tan sólo una maleta y un puñado de monedas, el inmigrante debe encontrar un lugar donde vivir, comida y algún empleo con el que ganar algo de dinero. Le ayudan en sus peripecias algunos extraños compasivos, cada uno de ellos con su propia historia personal muda: historias de luchas por sobrevivir en un mundo lleno de una violencia incomprensible, de agitación y de esperanza.

Comentarios sobre Emigrantes:

A continuación podéis leer un extracto de un artículo escrito para el Viewpoint Magazine, que describe algunas de las ideas y del proceso de trabajo que hay detrás de este libro.Cuando reviso algunas de mis obras como ilustrador y escritor, como Los conejos (sobre la colonización), La cosa perdida (sobre una criatura perdida en una ciudad extraña) o El árbol rojo (una chica que vaga por una serie de paisajes oníricos), me doy cuenta de mi interés recurrente por la idea de la «pertenencia», especialmente por su encuentro y su pérdida. No estoy seguro de que esto tenga algo que ver con mi vida, me parece que es una cuestión más subconsciente que consciente. Una experiencia que contribuye a ello puede haber sido el hecho de haber crecido en Perth, una de las ciudades más aisladas del mundo, atrapada entre un extenso desierto y un océano más extenso todavía. Más concretamente, mis padres se establecieron en un barrio de reciente creación al norte de la ciudad que carecía de una identidad cultural o histórica clara. Una vaga conciencia del desplazamiento de los aborígenes (en el que más adelante me centraría con el proyecto de Los conejos) tan sólo consiguió inquietar cualquier sentido de una posible conexión con una «tierra natal» en ese universo de bulldozers, dunas costeras arrasadas y propiedades delimitadas por muros.El hecho de ser medio chino en una época y un lugar en el que eso era bastante inusual podría haber contribuido a ello, ya que continuamente me preguntaban de dónde era, a lo que yo respondía «de aquí», con lo que sólo conseguía prolongar el interrogatorio: «¿De dónde son tus padres?». Al menos con eso conseguía un llamar la atención de un

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modo mucho más positivo que con el racismo de bajo nivel que tuve que sufrir de pequeño y que mi padre, chino, aún tuvo que aguantar de vez en cuando tanto de forma abierta como subrepticia. A medida que crecía fui desarrollando un vago sentido de separación, una noción nada clara de identidad o de indiferencia hacia las raíces, además de ese tradicionalmente refutado concepto de lo que significa ser «australiano», o peor aún, «inaustraliano» (sea lo que sea lo que eso signifique).

Más allá de mis asuntos personales, no obstante, creo que el «problema» de la pertenencia puede que sea más una pregunta existencial básica con la que todo el mundo debe enfrentarse de vez en cuando, quien sabe si de forma regular. Aflora especialmente cuando las cosas «van mal» en nuestra vida cotidiana, cuando algo desafía nuestra cómoda realidad o nuestras expectativas, típicamente coincide con el momento en el que empieza una buena historia, es un buen combustible para la ficción. A menudo nos encontramos en realidades nuevas, una escuela nueva, un trabajo nuevo, una relación nueva o un país nuevo, y alguna de esas cosas sugiere algún tipo de reinvención del sentido de «pertenencia». Todo esto lo tuve muy presente durante el largo período de tiempo que estuve trabajando en Emigrantes. Dada mi preocupación por los que se sienten «extraños en tierra extraña», ése era un tema que obviamente debía abordar, una historia sobre alguien que se marcha de casa para encontrar una nueva vida en un país desconocido, en el que incluso los detalles más básicos de la vida cotidiana resultan extraños, chocantes o confusos, por no mencionar el gran obstáculo que supone el idioma. Es un escenario sobre el que estuve pensando muchos años antes de que me decidiera a cristalizarlo en algun tipo de forma narrativa.El libro no tuvo una sola fuente de inspiración, sino que más bien representa la convergencia de varias ideas. Por un lado había estado pensando en la historia, de algún modo invisible, de los chinos en Australia Occidental, especialmente en la zona del sur

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de Perth, que solía albergar grandes jardines hace cien años y ahora no es más que un parque con césped. Estuve investigando un poco para saber cómo era la gente que vivía allí y cómo se relacionaban con la comunidad anglo-australiana que los rodeaba. Me motivó especialmente un relato breve: Wong Chu and The Queen’s Letterbox [Wong Chi y el buzón de la reina] del escritor de Australia occidental T.A.G. Hungerford, que hurga en los recuerdos de infancia de un grupo extraño y segregado de hombres incomprendidos y considera su trágico aislamiento respecto a sus familias en China.

En cuanto a las fuentes más inmediatas, mi padre llegó a Australia desde Malasia en 1960 para estudiar arquitectura, donde conoció a mi madre, que por aquel entonces trabajaba en una tienda de estilógrafos (y de ahí mi existencia un tiempo después, quizás por eso tengo debilidad por los estilógrafos). Las historias que cuenta mi padre son muy banales y normalmente se centra en detalles específicos a modo de anécdota: la comida indigerible, el tiempo demasiado frío o demasiado cálido, divertidos malentendidos, un difícil aislamiento, trabajillos de lo más raros que hizo como estudiante y cosas por el estilo. Cuando estuve investigando otras historias de emigraciones, empezando por la Australia de posguerra para abarcar luego periodos de emigraciones masivas a los Estados Unidos a principios del siglo veinte, los detalles sobre el día a día fueron los que me parecieron más elocuentes y los que me sugirieron experiencias humanas más comunes y universales. Me recordaron que las migraciones son partes fundamentales de la historia de la humanidad, tanto en la antigüedad como en un pasado más reciente. Seguí recopilando anécdotas de amigos que habían nacido en otros países, y de mi pareja, que procede de Finlandia, y me fijé en las fotografías y documentos antiguos. Con todo ello me di cuenta de muchos problemas habituales que suelen tener que

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afrontar todos los emigrantes, sea cual sea su nacionalidad y su destino: deben lidiar con las dificultades del idioma, la añoranza, la pobreza y la pérdida de su status social y de sus calificaciones, por no hablar de la separación de las familias.Cuando intenté volver a imaginar esas circunstancias (de las que no tengo experiencia de primera mano) mi idea original para un álbum ilustrado convencional se desarrollaba en un tipo de estructura bastante diferente. Me pareció que una secuencia visual más larga, más fragmentada y sin palabras capturaría mejor ese sentimiento de incerteza y de descubrimiento que absorbí durante mi investigación. También se me ocurrió la idea de inventar un «idioma» a partir de viejos archivos de imágenes y álbumes de fotos familiares que había visto, caracterizados por su claridad documental y ese enigmático silencio de tonos sepia. Pensé que los álbumes de fotos, de hecho, no dejan de ser otro tipo de álbum ilustrado que todo el mundo es capaz de crear y de leer, una serie de imágenes cronológicas que ilustran la historia de la vida de alguien. Funcionan porque inspiran recuerdos y nos animan a rellenar los huecos del silencio y a animarlos añadiendo nuestra propia narración de la historia.

En Emigrantes, la ausencia de descripciones escritas también contribuye a que el lector se ponga en la piel del personaje emigrante. No hay instrucciones acerca de cómo deben interpretarse las imágenes y debemos buscar por nuestros propios medios lo que nos es familiar en un mundo en el que tales cosas son escasas o están ocultas. Las palabras atraen de forma magnética y poderosa nuestra atención y nuestra manera de interpretar las imágenes que nos aguardan: en su ausencia, una imagen puede gozar a menudo de más espacio conceptual a su alrededor, como también puede invitar al lector a prestar atención con más detenimiento y a no pasar demasiado rápido a la siguiente imagen,

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con lo que la imaginación tiene un papel más destacado. Me impresionó especialmente The Snowman, de Raymond Briggs. Lo vi por primera vez mientras pensaba en mi historia de migraciones. En silenciosos dibujos a lápiz, Briggs describe cómo un chico hace un muñeco de nieve que posteriormente cobra vida y se introduce en el mágico mundo de los interiores de las casas, con interruptores, agua corriente, aire acondicionado, ropa y todas esas cosas. El muñeco de nieve, a su vez, le presenta al chico el mundo nocturno de la nieve, el aire y la huida. Los paralelismos entre esta situación y el proyecto que yo estaba gestando eran considerables, por lo que no pude evitar leer cómo el muñeco de nieve y el chico, en tanto que «emigrantes temporales», descubrían los milagros cotidianos de los respectivos lugares de un modo modesto y encantador. Eso también me confirmó el poder de la narración silenciosa, no sólo porque se eliminaba la distracción de las palabras, sino porque además se ralentizaba el ritmo del lector para que pudiera mediar entre cada pequeño objeto y acción, tal como se refleja de muchas maneras distintas en el conjunto de la historia.Por supuesto, eso tenía un precio, puesto que las palabras constituyen una maravillosa manera de comunicar ideas. En su ausencia, incluso la descripción de la más simple de las acciones, como por ejemplo alguien que está haciendo la maleta, comprando un billete, cocinando o pidiendo la palabra amenazaban con convertirse en un complicado y laborioso ejercicio de dibujo que, además, podía ser potencialmente poco fiable. Tenía que encontrar la manera de sobrellevar ese tipo de narración de forma práctica, clara y visualmente económica.

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Casi sin darme cuenta, me encontré trabajando en una novela gráfica más que en un álbum ilustrado. No hay una gran diferencia entre las dos cosas, pero en una novela gráfica quizás se pone mucho más énfasis en la continuidad secuencial, en muchos aspectos se parece más al cine que a la ilustración editorial. Nunca he sido un gran lector de comics (llegué a la ilustración a través de la pintura) redirigí gran parte de mi investigación hacia el estudio de diferentes tipos de comics y novelas gráficas. ¿Qué formato debían tener las viñetas? ¿Cuántas debía poner en cada página? ¿Cuál es la mejor manera de cortar para pasar de un momento al siguiente? ¿Cómo se controla el ritmo de la narración, especialmente cuando no hay palabras de por medio? Una referencia que me resultó muy útil fue Understanding Comics de Scott McCloud, que describe con detalle muchos aspectos del «arte secuencial» de una manera que aúna la teoría y la práctica. No en vano, se trata de un libro de texto escrito como si fuera un comic, y muy hábilmente, además. También me di cuenta de que muchos comics japoneses (manga) utilizan grandes extensiones de narración sin palabras y explotan un sentido del paso del tiempo visual de un modo algo distinto al de los cómics occidentales; lo encontré muy instructivo. Paralelamente he estado trabajando como director de animación en colaboración con un estudio londinense en la adaptación de La cosa perdida como corto de animación (en el que la mayor parte de la narración transcurre en silencio) y he estudiado de cerca las técnicas utilizadas por los artistas del storyboard y los editores de ese sector. Todas esas piezas de la «investigación» dan forma al estilo y a la estructura del libro a lo largo de varias y extensas revisiones. La posterior producción de las imágenes finales acabó siendo un proceso más parecido al cinematográfico que al de la ilustración convencional. Cuando me di cuenta de la importancia que tiene la coherencia de los multiples paneles, junto con el interés estilístico de las fotografías antiguas, construí físicamente algunos escenarios básicos con trozos de madera y cartón de embalajes de frigoríficos, muebles y objetos domésticos. Se convirtieron en maquetas simples para estructuras dibujadas en el libro, cualquier cosa desde elevados edificios a mesas preparadas para el desayuno. Con la iluminación adecuada y algunos amigos que se prestaron a posar en los papeles de los personajes que había esbozado, pude grabar videos y hacer composiciones fotográficas y secuencias de acciones que parecían aproximarse a cada escena. Tras seleccionar las imágenes fijas, jugué con ellas digitalmente, las distorsioné, añadí y suprimí cosas y dibujé sobre ellas, lo que me permitió comprobar varias secuencias para ver cómo se «leían». Pasaron a ser referencias de composición para dibujos acabados, para los que utilicé un método más pasado de moda: el lápiz de grafito sobre papel de dibujo. Para cada página de hasta doce imágenes, el proceso completo me ocupaba más o menos una semana… eso sin tener en cuenta las que llegué a descartar, que no fueron pocas. Gran parte de la dificultad consistió en combinar imágenes realistas de referencia de gente y objetos con un mundo completamente imaginario, ya que ése fue desde el principio el concepto que me propuse seguir. Para comprender major en qué consiste viajar a un país nuevo, quise crear un lugar de ficción que resultara extraño para los lectores de cualquier edad o procedencia (incluyéndome a mí mismo). Ahí fue, por supuesto, donde mi tendencia por las «tierras extrañas» cobró vida, ya que tenía algunas nociones básicas de un lugar en el que los pájaros simplemente parecen pájaros, y los árboles, árboles; donde la gente se viste de un modo distinto, las reparaciones domésticas son confusas y las actividades callejeras, de lo más normales. Así es como imaginé que debían de ser las cosas para muchos inmigrantes, una condición examinada de forma normal a través de la ilustración, donde cada detalle puede dibujarse a mano.Dicho eso, los mundos imaginarios jamás deberían ser «fantasía pura», y sin un cierto componente de realidad no sería extraño que el lector dejara de creer en ellos, o

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simplemente los confundiera demasiado. Siempre me ha interesado encontrar el equilibrio adecuado entre los objetos, animales y gente más cotidianos y sus alternativas más fantasiosas. En el caso de Emigrantes, recurrí a los recuerdos que guardaba de mis viajes al extranjero, ese sentimiento de tener nociones básicas pero poco precisas acerca de las cosas que me rodeaban, una conciencia de entornos saturados de mensajes ocultos: todos tan extraños como absolutamente convincentes. En ese país sin nombre que inventé, hay peculiares criaturas que surgen de botes y cacerolas, luces que recorren las calles flotando llenas de curiosidad, puertas y los armarios ocultan su contenido y por todas partes hay rótulos de señalización, invitación o advertencia en llamativos e indescifrables alfabetos. Todo ello equivale a momentos que he vivido en mis viajes, en los que actos simples de entendimiento suponen verdaderos retos.

Una de las fuentes principales para mis referencias visuales fue el Nueva York de principios del siglo veinte, un gran destino de emigraciones masivas para los europeos. Muchas de las imágenes que me inspiraron, pegadas con blu-tack en las paredes de mi estudio, retrataban la procesión de inmigrantes en Ellis Island. Eran notas visuales que sugerían conceptos subyacentes, estados de ánimo y atmósferas ocultas tras muchas de las escenas que aparecen en el libro. Otras imágenes que recogí representaban calles europeas, asiáticas y de oriente medio, vehículos pasados de moda, plantas y animales elegidos al azar, rótulos de comercios, carteles, interiores de apartamentos, gente trabajando, comiendo, hablando y jugando, todos ellos elegidos tanto por su aspecto corriente como por su posible rareza. Los elementos de mis dibujos evolucionaron gradualmente a partir de esos orígenes tan simples. Una escultura colosal en medio del puerto de una ciudad que era lo primero que veían los inmigrantes al llegar, como una

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panorámica de bienvenida, sugiere una cierta relación con la Estatua de la Libertad. Para una escena de inmigrantes viajando en una nube de globos blancos me inspiré en las imágenes de inmigrantes subiendo a los trenes, así como en la puesta nocturna de los pólipos de coral, dos ideas asociadas por un mismo tema subyacente: la dispersión y la regeneración. Incluso los fenómenos más imaginativos del libro tienen una cierta carga simbólica, aunque no hagan referencia a cosas específicas y puedan ser difíciles de explicar. Una de las imágenes en la que había estado pensando durante años era la de una escena de edificios habitados degradados, sobre los que «nadan» una especie de serpientes enormes y negras. Me di cuenta de que podía tener varias lecturas: literalmente, era como una infestación de monstruos o, de una forma más figurativa, como una especie de amenaza opresiva. Incluso en ese caso es el lector el que debe decidir si se trata de un tema político, económico, personal o bien otra cosa, depende de las ideas o sentimientos que pueda llegar a inspirar la imagen. Me interesan poco los significados simbólicos, en los que una cosa «representa» a otra, porque eso disuelve el poder de la reinterpretación de la ficción. Me atrae más ese tipo de eco intuitivo o de poesía que podemos disfrutar cuando observamos imágenes y «comprendemos» lo que vemos sin que podamos necesariamente articularlo. Un personaje clave de mi historia es una criatura que se asemeja de algún modo a un renacuajo andante, grande como un gato y que parece establecer una amistad inesperada con el protagonista principal. Yo tengo mi propia idea de lo que eso significa, una vez más tiene que ver con el hecho de aprender sobre la aceptación y la pertenencia, pero tendría muchos problemas para intentar expresarlo completamente con palabras. Parece como si tuviera mucho más sentido como una serie de dibujos a lápiz.

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A menudo busco en cada imagen cosas que son lo bastante extrañas como para invitar a un alto grado de interpretación personal, y que aún así mantienen un cierto grado de realidad. La experiencia de muchos inmigrantes mantiene un paralelismo interesante respecto a la mirada creativa y crítica que intento mantener en tanto que artista. Existe un tipo de búsqueda similar de un significado, un sentido e identidad en un entorno que puede ser alternativamente transparente y opaco, sensible y confuso, pero siempre abierto a una segunda valoración. Me gustaría que, más allá del tema inmediato, cualquier narración ilustrada fuera capaz de animar a los lectores a tomarse su tiempo para ver más allá de lo «cotidiano» de sus circunstancias personales, para considerarlas desde una perspectiva ligeramente distinta. Uno de los grandes poderes de la narración es el hecho de que nos invite a vivir en la piel de otras personas durante un rato, pero quizás es aún más importante que nos invite a contemplar nuestra propia piel también. Haríamos bien si pensáramos en nosotros mismos como posibles extranjeros en nuestro país natal. Las conclusiones que sacaríamos de ello que no podrían resumirse fácilmente, razón de más para seguir pensando en las conexiones entre la gente y los lugares, y en lo que queremos decir cuando hablamos de «pertenecer» a algún sitio.

Álbumes de Shaun Tan publicados por Barbara Fiore o Cuentos de la periferia Septiembre 2008 o El árbol rojo Marzo 2005

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http://mutantinvasion.com/2011/03/29/ahi-donde-van-nuestros-padres/

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27/06/2012 - 16:07h

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Angulema premia ‘Emigrantes’

El dibujante australiano Shaun Tan ha recibido el Premio al Mejor Álbum del año, en la principal cita del cómic en Europa

PEIO H. RIAÑO MADRID 28/01/2008 09:30 Actualizado: 28/01/2008 10:33

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El autor de 'Emigrantes', Shaun Tan

Para entendernos, el Festival de Angulema son los Oscar del cómic. Esto sólo puede ocurrir en Francia, epicentro de la industria del cómic. Al pasar los Pirineos las cifras se disparan hasta el mareo: el 10% del mercado del libro es del tebeo, las ventas desde 1995 se multiplicaron por 10 y más de 200.000 personas visitaron el certamen, que ayer concluyó en laciudad francesa.

Este año el jurado ha decidido que el mejor libro que se ha publicado en 2007 ha sido Emigrantes, de Shaun Tan (Australia, 1974). En Público también lo situamos en primer

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lugar cuando repasamos nuestras lecturas del año. Su genialidad está en el tratamiento fantástico de la marcha a países insólitos, con seres y ciudades sacados de su imaginación y apoyados en el documento (fotografías de 1900 sobre la llegada de emigrantes europeos a Nueva York). También es revelador por huir de la palabra para narrar los acontecimientos de una familia que escapa de un oscuro futuro.

Mucho más que palabras

Shaun Tan –tardó cuatro años en dar a luz el libro– tiene una particular teoría que priorizó al dibujo sobre la palabra, para evitar que ésta dejase al trabajo gráfico en un plano meramente decorativo. “Una imagen muda”, explica el autor, “invita a recrearse en la estampa, en los objetos que la componen, y a atender la multitud de rasgos del dibujo, que ayuda a dejar volar la imaginación del lector”. La suya es una fantasía ortodoxa, y por ella fue galardonado en 2001 con el World Fantasy Best Artist Award.

La artesanía es peligrosa

Y a pesar de ser una de las lecturas inevitables del año, que ha corrido como la pólvora entre la recomendación de particulares, no hay una editorial gigante en España que lo mueva a gran escala por las librerías de este país. Aquí los derechos los compró la experta en delicatesen Bárbara Fiore Editora, una empresa compuesta por la propia Bárbara y su pareja, Francisco Delgado, y sus hijos, que corren entre cajas de libros, y su casa, que es el improvisado almacén.  

“En la primera tirada del libro imprimimos 5.000 ejemplares, son muchos; no lo hacemos nunca”, cuenta el propio Francisco. “Antes de Navidades se habían agotado todos. Encargamos una nueva tirada con 5.000 más. Fue una decisión arriesgada y de no haber sido por este premio y la promoción que tendrá, podría haber supuesto la quiebra de nuestro sueño”. Al parecer, nunca antes jugaron tan fuerte, porque es un libro carísimo de reproducir. Quien ya lo haya tenido en sus manos podrá entenderlo. 

http://www.publico.es/culturas/42080/angulema-premia-emigrantes

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The ArrivalThe Arrival is a migrant story told as a series of wordless images that might seem to come from a long forgotten time. A man leaves his wife and child in an impoverished town, seeking better prospects in an unknown country on the other side of a vast ocean. He eventually finds himself in a bewildering city of foreign customs, peculiar animals, curious floating objects and indecipherable languages. With nothing more than a suitcase and a handful of currency, the immigrant must find a place to live, food to eat and some kind of gainful employment. He is helped along the way by sympathetic strangers, each carrying their own unspoken history: stories of struggle and survival in a world of incomprehensible violence, upheaval and hope.

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‘The suitcase’  pencil on paper

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‘The old country’  pencil on paper

‘Cloud’  pencil on paper

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‘Flock’  pencil on paper

Comments on The ArrivalThe following is an extract from an article written for Viewpoint Magazine, describing some of the ideas and process behind this book.

Looking over much of my previous work as an illustrator and writer, such as The Rabbits (about colonisation), The Lost Thing (about a creature lost in a strange city) or The Red Tree (a girl wandering through shifting dreamscapes), I realise that I have a recurring interest in notions of ‘belonging’, particularly the finding or losing of it. Whether this has anything to do with my own life, I’m not sure, it seems to be more of a subconscious than conscious concern. One contributing experience may have been that of growing up in Perth, one of the most isolated cities in the world, sandwiched between a vast desert and a vaster ocean. More specifically, my parents pegged a spot in a freshly minted northern suburb that was quite devoid of any clear cultural identity or history. A vague awareness of Aboriginal displacement (which later sharpened into focus with a project like The Rabbits) only further troubled any sense of a connection to a ‘homeland’ in this universe of bulldozed ‘tabula rasa’ coastal dunes, and fast-tracked, walled-in housing estates.

Being a half-Chinese at a time a place when this was fairly unusual may have compounded this, as I was constantly being asked ‘where are you from?’ to which my

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response of ‘here’ only prompted a deeper inquiry, ‘where do your parents come from?’  At least this was far more positive attention than the occasional low-level racism I experienced as a child, and which I also noticed directed either overtly or surreptitiously at my Chinese father from time to time. Growing up I did have a vague sense of separateness, an unclear notion of identity or detachment from roots, on top of that traditionally contested concept of what it is to be ‘Australian’, or worse, ‘un-Australian’ (whatever that might mean).

Beyond any personal issues, though, I think that the ‘problem’ of belonging is perhaps more of a basic existential question that everybody deals with from time to time, if not on a regular basis. It especially rises to the surface when things ‘go wrong’ with our usual lives, when something challenges our comfortable reality or defies our expectations – which is typically the moment when a good story begins, so good fuel for fiction. We often find ourselves in new realities – a new school, job, relationship or country, any of which demand some reinvention of ‘belonging’.

This was uppermost in my mind during the long period of work on The Arrival, a book which deals with the theme of migrant experience. Given my preoccupation with ‘strangers in strange lands’, this was an obvious subject to tackle, a story about somebody leaving their home to find a new life in an unseen country, where even the most basic details of ordinary life are strange, confronting or confusing – not to mention beyond the grasp of language. It’s a scenario I had been thinking about for a number of years before it crystallised into some kind of narrative form.

The book had no single source of inspiration, but rather represents the convergence of several ideas. I had been thinking at one stage about the somewhat invisible history of the Chinese in Western Australia, particularly in an area of South Perth once used as vast market gardens a century ago, which is now grassed parkland. I did a little research into who these people were and how they related to the Anglo-Australian community around them, and came to be particularly motivated by one short story, ‘Wong Chu and The Queen's Letterbox’ by the West Australian writer T.A.G. Hungerford, which draws on the author’s childhood memories of a strange, segregated group of misunderstood men, and considers their tragic isolation from families back in China.

Drawing on more immediate sources, my father came to Australia from Malaysia in 1960 to study architecture, where he met my mother in who was then working in a store that supplied technical pens (hence my existence some time later – I have a special appreciation for technical pens). Dad’s stories are sketchy, and usually focus on specific details, as is the way of most anecdotes  – the unpalatable food, too cold or too hot weather, amusing misunderstandings, difficult isolation, odd student jobs and so on. In researching a variety of other migrant stories, beginning with post-war Australia and then broadening out to periods of mass-migration to the US around 1900, it was the day to day details that seemed most telling and suggested some common, universal human experiences. I was reminded that migration is a fundamental part of human history, both in the distant and recent past. On gathering further anecdotes of overseas-born friends – and my partner who comes from Finland – as well as looking at old photographs and documents, I became aware of the many common problems faced by all migrants, regardless of nationality and destination: grappling with language difficulties, home-sickness, poverty, a loss of social status and recognisable qualifications, not to mention the separation from family.

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In seeking to re-imagine such circumstances (of which I have no first-hand experience) my original idea for a fairly conventional picture book developed into a quite different kind of structure. It seemed that a longer, more fragmented visual sequence without any words would best captured a certain feeling of uncertainty and discovery I absorbed from my research. I was also struck with the idea of borrowing the ‘language’ of old pictorial archives and family photo albums I’d been looking at, which have both a documentary clarity and an enigmatic, sepia-toned silence. It occurred to me that photo albums are really just another kind of picture book that everybody makes and reads, a series of chronological images illustrating the story of someone’s life. They work by inspiring memory and urging us to fill in the silent gaps, animating them with the addition of our own storyline.

In ‘The Arrival’, the absence of any written description also plants the reader more firmly in the shoes of an immigrant character. There is no guidance as to how the images might be interpreted, and we must ourselves search for meaning and seek familiarity in a world where such things are either scarce or concealed. Words have a remarkable magnetic pull on our attention, and how we interpret attendant images: in their absence, an image can often have more conceptual space around it, and invite a more lingering attention from a reader who might otherwise reach for the nearest convenient caption, and let that rule their imagination.

I was particularly impressed by Raymond Briggs’ The Snowman, having come across it for the first time while thinking about my migrant story. In silent pencil drawings, Briggs describes a boy building a snowman which then comes to life, and is introduced to the magical indoor world of light-switches, running water, refrigeration, clothing and so on; the snowman in turn introduces the boy to the night-time world of snow, air and flight. The parallels between this situation and my own gestating project were very strong, so I could not help reading the silent snowman and small boy as ‘temporary migrants’, discovering the ordinary miracles of each other’s country in a modest, enchanting fashion. It also confirmed the power of the silent narrative, not only in removing the distraction of words, but slowing down to reader so that they might mediate on each small object and action, as well as reflect in many different ways on the story as a whole.

Of course, this came at some expense, as words are wonderfully convenient conveyors of ideas. In their absence, even describing the simplest of actions, like someone packing a suitcase, buying a ticket, cooking a meal or asking for work threatened to become a very complicated, laborious and potentially slippery exercise in drawing. I had to find a way of carrying this kind of narrative that was practical, clear and visually economical.

Unwittingly, I had found myself working on a graphic novel rather than a picture book. There is not a great difference between the two, but in a graphic novel there is perhaps far more emphasis on continuity between multiple frames, actually closer in many ways to film-making than book illustration. I have never been a great reader of comics (having come at illustration as a painter) so much of my research was redirected to a study of different kinds of comics and graphic novels. What shapes are the panels? How many should be on a page? What is the best way to cut from one moment to the next? How is the pace of the narrative controlled, especially when there are no words? A useful reference was Understanding Comics by Scott McCloud, which details many aspects of ‘sequential art’ in a way that is both theoretical and practical, not least

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because it’s a textbook written as a comic – and very cleverly done. I noticed also that many Japanese comics (manga) use large tracts of silent narrative, and exploit a sense of visual timing that is slightly different from Western comics, which I found very instructive. Simultaneously, I had been working in some capacity as an animation director recently with a studio in London, adapting The Lost Thing as a short film (where much of the narrative is silent) and closely studying to the techniques used by storyboard artists and editors in that industry. All of these pieces of ‘research’ informed the style and structure of the book over several full-length revisions.

The actual process of then producing the final images came to be more like film-making than conventional illustration. Realising the importance of consistency over multiple panels, coupled with a stylistic interest in early photographs, I physically constructed some basic ‘sets’ using bits of wood and fridge-box cardboard, furniture and household objects. These became simple models for drawn structures in the book, anything from towering buildings to breakfast tables. With the right lighting, and some helpful friends acting out the roles of characters plotted in rough drawings, I was able to video or photograph compositions and sequences of action that seemed to approximate each scene. Selecting still images, I played with these by digitally, distorting, adding and subtracting, drawing over the top of them, and testing various sequences to see how they could be ‘read’. These became the compositional references for finished drawings that were produced by a more old-fashioned method – graphite pencil on cartridge paper. For each page of up to twelve images, the whole process took about a week… not including any rejects, of which there were several.

Much of the difficulty involved combining realistic reference images of people and objects into a wholly imaginary world, as this was always my central concept. In order to best understand what it is like to travel to a new country, I wanted to create a fictional place equally unfamiliar to readers of any age or background (including myself). This of course is where my penchant for ‘strange lands’ took flight, as I had some early notions of a place where birds are merely ‘bird-like’ and trees ‘tree-like’; where people dress strangely, apartment fixtures are confounding and ordinary street activities are very peculiar. This is what I imagine it must be like for many immigrants, a condition ideally examined through illustration, where every detail can be hand-drawn.

That said, imaginary worlds should never be ‘pure fantasy’, and without a concrete ring of truth, they can easily cripple the reader’s suspended disbelief, or simply confuse them too much. I’m always interested in striking the right balance between everyday objects, animals and people, and their much more fanciful alternatives. In the case of ‘The Arrival’, I drew heavily my own memories of travelling to foreign countries, that feeling of having basic but imprecise notions of things around me, an awareness of environments saturated with hidden meanings: all very strange yet utterly convincing. In my own nameless country, peculiar creatures emerge from pots and bowls, floating lights drift inquisitively along streets, doors and cupboards conceal their contents, and all around are notices that beckon, invite or warn in loud, indecipherable alphabets. These are all equivalents to some moments I’ve experienced as a traveller, where even simple acts of understanding are challenging.

One of my main sources for visual reference was New York in the early 1900s, a great hub of mass-migration for Europeans. A lot of my ‘inspirational images’ blu-tacked to the walls of my studio were old photographs of immigrant processing at Ellis Island,

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visual notes that provided underlying concepts, mood and atmosphere behind many scenes that appear in the book. Other images I collected depicted street scenes in European, Asian and Middle-Eastern cities, old-fashioned vehicles, random plants and animals, shopfront signs and posters, apartment interiors, photos of people working, eating, talking and playing, all of them chosen as much for their ordinariness as their possible strangeness. Elements in my drawings evolved gradually from these fairly simple origins. A colossal sculpture in the middle of a city harbour, the first strange sight that greets arriving migrants, suggests some sisterhood with the Statue of Liberty. A scene of a immigrants travelling in a cloud of white balloons was inspired by pictures of migrants boarding trains as well as the night-time spawning of coral polyps, two ideas associated by common underlying themes – dispersal and regeneration.

Even the most imaginary phenomena in the book are intended to carry some metaphorical weight, even though they don’t refer to specific things, and may be hard to fully explain. One of the images I had been thinking about for years involved a scene of rotting tenement buildings, over which are ‘swimming’ some kind of huge black serpents. I realised that these could be read a number of ways: literally, as an infestation of monsters, or more figuratively, as some kind of oppressive threat. And even then it is open to the individual reader to decide whether this might be political, economic, personal or something else, depending on what ideas or feelings the picture may inspire.

I am rarely interested in symbolic meanings, where one thing ‘stands for’ something else, because this dissolves the power of fiction to be reinterpreted. I’m more attracted to a kind of intuitive resonance or poetry we can enjoy when looking at pictures, and ‘understanding’ what we see without necessarily being able to articulate it. One key character in my story is a creature that looks something like a walking tadpole, as big as a cat and intent on forming an uninvited friendship with the main protagonist. I have my own impressions as to what this is about, again something to do with learning about acceptance and belonging, but I would have a lot of trouble trying to express this fully in words. It seems to make much more sense as a series of silent pencil drawings.

I am often searching in each image for things that are odd enough to invite a high degree of personal interpretation, and still maintain a ring of truth. The experience of many immigrants actually draws an interesting parallel with the creative and critical way of looking I try to follow as an artist. There is a similar kind of search for meaning, sense and identity in an environment that can be alternately transparent and opaque, sensible and confounding, but always open to re-assessment. I would hope that beyond its immediate subject, any illustrated narrative might encourage its readers take a moment to look beyond the ‘ordinariness’ of their own circumstances, and consider it from a slightly different perspective. One of the great powers of storytelling is that invites us to walk in other people’s shoes for a while, but perhaps even more importantly, it invites us to contemplate our own shoes also. We might do well to think of ourselves as possible strangers in our own strange land. What conclusions we draw from this are unlikely to be easily summarised, all the more reason to think further on the connections between people and places, and what we might mean when we talk about ‘belonging’.

http://www.shauntan.net/books.html