25
EN EL PRESENTE 3

EN EL PRESENTE - paginaindomita.com · si bien hemos seguido las versiones definitivas de los textos tal como se publicaron en inglés, que presenta-mos en una nueva traducción al

Embed Size (px)

Citation preview

EN EL PRESENTE

3

4

PÁGINA INDÓMITA

EN EL PRESENTE

ENSAYOS POLÍTICOS

Traducción deRoberto Ramos Fontecoba

HANNAH ARENDT

© de «Nosotros, los refugiados», «Enfoques del “problema alemán”», «Las secuelas del régimen nazi», «Europa y América», «Reflexiones sobre Little Rock»

y «La cosecha de tempestades», The Literary Trust of HannahArendt Bluecher, 1943, 1945, 1950, 1954, 1959, 1975, publicados bajo acuerdo especial con International

Editors Co. y Georges Borchardt, Inc.© de «Desobediencia civil», Hannah Arendt, 1970, 1972,publicado mediante acuerdo especial con International

Editors Co. y Houghton Mifflin HarcourtPublishing Company

© de la traducción, Roberto Ramos Fontecoba© de la presente edición, página indómita, s.l.u.

Providencia 114 bis, 4º 4ª. 08024 Barcelonawww.paginaindomita.com

Diseño de cubierta y composición: Ángel UzkianoImagen de cubierta: Fred Stein

Impresión y encuadernación: Romanyà VallsPrimera edición: octubre de 2017

Todos los derechos reservados

isbn: 978-84-946557-5-3Depósito legal: C-1421-2017

Títulos originales de los ensayos: «We refugees», «Approaches to the German Problem», «The Aftermath

of Nazi-Rule», «Europe and America», «Reflections on LittleRock», «Civil Disobedience» y «Home to Roost», publicadosoriginalmente de forma conjunta en 1986 por la editorial

Rotbuch, bajo el título Zur Zeit. Politische Essays

ÍNDICE

Nota a la presente edición 9

1. Nosotros, los refugiados 13

2. Enfoques del «problema alemán» 37

3. Las secuelas del régimen nazi 67

4. Europa y América 111

5. Reflexiones sobre Little Rock 145

6. Desobediencia civil 177

7. La cosecha de tempestades 247

Cronología 277

Índice onomástico 281

7

8

NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN

Presentamos en este volumen una selección de ensa-yos en los que, con su lucidez y coraje característicos,Hannah Arendt reflexiona sobre algunos de los aconte-cimientos políticos más relevantes que le tocó vivirdesde su salida de Alemania en 1933 hasta su falleci-miento en los Estados Unidos en 1975. El origen de lostextos es el que sigue.

«Nosotros, los refugiados» fue publicado por pri-mera vez en The Memorah Journal (31/3) en 1943, dosaños después de la llegada de Arendt a los Estados Uni-dos. Posteriormente fue incluido en The Jewish Writings,antología editada por Jerome Kohn y Ron H. Feldmany publicada por la editorial Schocken en el año 2007.

«Enfoques del “problema alemán”» vio la luz porprimera vez en 1945, en Partisan Review (12/1), la re-vista creada en 1934 por el Partido Comunista de los Es-tados Unidos. Posteriormente fue incluido en Essays inUnderstanding, 1930-1954, obra editada por JeromeKohn y publicada por la editorial Harcourt Brace Jova-novich en 1994.

9

en el presente

10

«Las secuelas del régimen nazi» surge del primerviaje que Arendt hizo a Alemania tras su huida del paísen 1933. Vio la luz en la revista Commentary en octubrede 1950, y posteriormente fue incluido también en Es-says in Understanding, 1930-1954.

«Europa y América» proviene de un discurso inau-gural pronunciado por Arendt en la Universidad de Prin-ceton el 28 de enero de 1954, durante un encuentro enel que se abordaba la imagen de los Estados Unidosen el extranjero. En septiembre del mismo año fue pu-blicado en tres partes por la revista Commonweal, y, aligual que los dos ensayos anteriores, fue incluido pos-teriormente en Essays in Understanding, 1930-1954.

«Reflexiones sobre Little Rock». El texto, escritooriginalmente en 1957 para la revista Commentary, conmotivo de los graves disturbios raciales que se habíanproducido en Little Rock, no vio la luz hasta 1959,cuando fue publicado en la revista Dissent (6/1). Poste-riormente fue incluido en la obra Responsibility andJudgment, editada por Jerome Kohn y publicada por laeditorial Schocken en el año 2003.

«Desobediencia civil» surge de una conferenciapronunciada por Arendt en un simposio con el que elColegio de Abogados de la Ciudad de Nueva York ce-lebró su centenario el 30 de abril y el 1 de mayo de 1970.El texto, con ligeros cambios, vio la luz en The NewYorker el 12 de septiembre del mismo año, y posterior-mente, reelaborado y con notas añadidas, sería incluido

nota a la presente edición

11

en el volumen Crisis of the Republic, publicado por laeditorial Harcourt Brace Jovanovich en 1972.

«La cosecha de tempestades». El 20 de mayo de1975, Hannah Arendt pronunció una conferencia en elBoston Bicentennial Forum con motivo de la celebra-ción del bicentenario de la revolución estadounidense.El texto fue publicado un mes más tarde en The NewYork Review of Books con el título «Home to Roost: ABicentennial Address», y posteriormente fue incluidoen la obra Responsibility and Judgment, editada por Je-rome Kohn y publicada por la editorial Schocken en elaño 2003.

Nuestra selección se basa en la que, editada porMarie Luise Knott con el título de Zur Zeit. PolitischeEssays, publicó en alemán la editorial Rotbuch en 1986,si bien hemos seguido las versiones definitivas de lostextos tal como se publicaron en inglés, que presenta-mos en una nueva traducción al castellano.

12

1NOSOTROS, LOS REFUGIADOS

(1943)

13

en el presente

14

En primer lugar, no nos gusta que nos llamen «refugia-dos». Nosotros nos llamamos unos a otros «recién lle-gados» o «inmigrantes». Nuestros periódicos se dirigena «norteamericanos de lengua alemana», y, que yo sepa,los perseguidos por Hitler jamás han creado ningúnclub cuyo nombre indique que sus miembros son refu-giados.

Un refugiado solía ser una persona obligada a bus-car refugio a causa de sus actos o de sus opiniones polí-ticas. Pues bien, es cierto que tuvimos que buscar refu-gio, pero no habíamos cometido acto delictivo alguno,y la mayoría ni siquiera en nuestros sueños habíamosalbergado una opinión política radical. Con nosotros,el significado del término refugiado ha sufrido un cam-bio: refugiados son ahora aquellos que han tenido la des-gracia de llegar a un país nuevo sin contar con mediosde subsistencia y han necesitado recurrir a los comitésde ayuda.

Antes del estallido de la guerra, el término nos gus-taba aún menos. Hicimos todo lo posible para demos-

15

trar a los demás que no éramos sino inmigrantes comu-nes. Afirmábamos que habíamos partido por propia vo-luntad hacia países que nosotros habíamos elegido, ynegábamos que nuestra situación tuviera algo que vercon los «llamados problemas judíos». Sí, éramos «inmi-grantes» o «recién llegados» que un buen día habíamosdejado nuestro país porque ya no nos convenía quedar-nos, o bien por razones puramente económicas. Que-ríamos rehacer nuestras vidas, eso era todo. Y para re-hacer la propia vida es necesario ser fuerte y optimista.Así que somos muy optimistas.

En efecto, aunque seamos nosotros mismos quie-nes lo decimos, nuestro optimismo es admirable. Final-mente, la historia de nuestra lucha ha llegado a cono-cerse. Perdimos nuestro hogar, es decir, la familiaridadde la vida cotidiana. Perdimos nuestra ocupación, estoes, la confianza de ser útiles en este mundo. Perdimosnuestra lengua, lo cual quiere decir que perdimos la na-turalidad de nuestras reacciones, la simplicidad de losgestos, la sincera expresión de los sentimientos. Deja-mos a nuestros parientes en los guetos polacos y nues-tros mejores amigos han sido asesinados en los camposde concentración, lo que significa que nuestras vidas pri-vadas se han roto.

Sin embargo, tan pronto como fuimos rescatados—y la mayoría de nosotros lo fuimos varias veces— em-pezamos nuestras nuevas vidas y tratamos de seguir tanfielmente como nos fue posible todos los consejos de

16

en el presente

nuestros salvadores. Se nos dijo que olvidásemos, y asílo hicimos, con mayor rapidez de la que cualquiera po-dría imaginar. De manera amistosa, se nos recordó queel nuevo país se convertiría en un nuevo hogar, y trascuatro semanas en Francia o seis semanas en los EstadosUnidos pretendíamos ser franceses o norteamericanos.Los más optimistas entre nosotros incluso afirmabanque habían pasado su vida anterior en una especie deexilio inconsciente, y que solo ahora, gracias a su nuevopaís, descubrían lo que es un verdadero hogar. Es ciertoque a veces planteamos objeciones cuando se nos diceque olvidemos nuestro trabajo anterior, y que es difícilrenunciar a nuestros ideales anteriores si está en juegonuestra posición social. Ahora bien, por lo que respectaal idioma, no hemos encontrado dificultades: despuésde un año, los optimistas están convencidos de que ha-blan inglés tan bien como su lengua materna, y pasadosdos años juran solemnemente que lo hablan mejor quecualquier otra lengua —apenas recuerdan ya el idiomaalemán.

Para poder olvidar más eficazmente, preferimosevitar cualquier alusión a los campos de concentracióno de internamiento que conocimos en casi todos lospaíses europeos —mencionar eso podría interpretarsecomo pesimismo o falta de confianza en la nueva pa-tria—. Además, ¿cuántas veces nos han dicho que anadie le gusta oír hablar de ello? El infierno ya no es unacreencia religiosa ni una fantasía, sino algo tan real como

17

nosotros, los refugiados

las casas, las piedras y los árboles. Según parece, nadiequiere saber que la historia contemporánea ha creadoun nuevo tipo de seres humanos: aquellos que son con-finados en campos de concentración por sus enemigosy en campos de internamiento por sus amigos.

Ni siquiera entre nosotros hablamos de ese pasado.En lugar de ello, hemos encontrado nuestra propiaforma de afrontar un futuro incierto. Ya que todo elmundo planea, desea y espera, hacemos lo mismo. Pero,además de compartir esa actitud humana general, inten-tamos aclarar el futuro de modo más científico. Despuésde tanta mala suerte, queremos un rumbo completa-mente seguro. Por lo tanto, dejamos atrás la tierra ytodas sus incertidumbres, y dirigimos nuestra mirada alcielo. Las estrellas nos dicen —mejor de lo que lo hacenlos periódicos— cuándo será derrotado Hitler y cuándonos convertiremos en ciudadanos norteamericanos.Creemos que dichas estrellas son consejeras más dignasde confianza que todos nuestros amigos; ellas nos dicencuándo debemos compartir mesa con nuestros benefac-tores y cuál es el día más propicio para rellenar uno deesos incontables cuestionarios que nos acompañan ennuestra vida presente. Pero a veces ni siquiera nos fia-mos de las estrellas, y recurrimos a la lectura de la manoo a la grafología. Así, averiguamos poco sobre los acon-tecimientos políticos pero mucho sobre nuestro queridoyo, a pesar de que el psicoanálisis ha pasado de moda.Aquellos tiempos felices en que las damas y los caballe-

18

en el presente

ros de la alta sociedad, para combatir el aburrimiento,conversaban sobre las geniales travesuras de su tiernainfancia son cosa del pasado. Ya no necesitan historiasde fantasmas, lo que ahora les estremece son las expe-riencias reales. Ya no hay necesidad de hechizar el pa-sado, pues bastante hechizado está el presente. Por lotanto, a pesar de nuestro proclamado optimismo, recu-rrimos a todo tipo de trucos mágicos para convocar alos espíritus del futuro.

Desconozco qué recuerdos y qué pensamientos ha-bitan en nuestros sueños nocturnos, y no me atrevo apedir información, ya que yo también preferiría ser unaoptimista. Sin embargo, a veces imagino que, al menosdurante la noche, pensamos en nuestros muertos o re-cordamos los poemas que una vez nos entusiasmaron.Incluso podría comprender que nuestros amigos de laCosta Oeste, durante el toque de queda, alberguen cu-riosas ideas que les hagan creer que no solo somos «ciu-dadanos potenciales», sino también, en el presente,«enemigos extranjeros». A la luz del día, cómo no, solosomos enemigos «técnicamente» —todos los refugiadoslo sabemos—. Ahora bien, cuando razones técnicas teimpiden dejar tu casa durante las horas de oscuridad, noes fácil evitar las oscuras especulaciones sobre la relaciónentre lo técnico y la realidad.

Algo va mal con nuestro optimismo. Entre nos-otros hay curiosos optimistas que, después de pronun-ciar un montón de discursos plagados de dicho opti-

19

nosotros, los refugiados

mismo, vuelven a casa y hacen un uso peculiar del gas ode la altura de un rascacielos. Parecen demostrar quenuestro proverbial buen humor se basa en una peligrosapredisposición a la muerte. Educados en la convicciónde que la vida es el más alto bien y la muerte la mayordesgracia, nos hemos convertido en testigos y víctimasde un terror peor que el de la muerte —y sin haber sidocapaces de descubrir un ideal más elevado que la vida—.Así pues, aunque para nosotros la muerte ha perdido suhorror, no hemos tenido ni la voluntad ni la capacidadde arriesgar nuestras vidas por una causa. En lugar deluchar —o de pensar en cómo ser capaces de devolverlos golpes—, los refugiados nos hemos acostumbrado adesear la muerte de amigos o parientes; cuando alguienmuere, nos alegramos al imaginar todo el sufrimientodel que se ha librado. Al final, muchos terminamos pordesear también para nosotros el ahorrarnos sufrimiento,y actuamos en consecuencia.

Desde 1938 —desde que Hitler invadió Austria—hemos visto con qué rapidez el elocuente optimismopuede transformarse en mudo pesimismo. Conformeiba pasando el tiempo, nos pusimos peor —nos volvi-mos aún más optimistas y más propensos al suicidio—.Bajo el gobierno de Schuschnigg, los judíos austriacoseran personas tan alegres que todos los observadoresimparciales los admiraban. Resultaba sorprendente vercuán convencidos estaban de que nada podía sucederles.Sin embargo, cuando las tropas alemanas invadieron el

20

en el presente

país y los vecinos gentiles empezaron a causar disturbiosen las casas judías, los judíos austríacos empezaron asuicidarse.

A diferencia de otros suicidas, nuestros amigos nodejan explicación alguna de su acto, ninguna acusación,ningún cargo contra un mundo que ha forzado a unhombre desesperado a hablar y a comportarse con ale-gría hasta el último día de su vida. Las cartas que nosdejan son documentos convencionales, carentes de im-portancia. Por lo tanto, los discursos fúnebres que pro-nunciamos ante sus tumbas abiertas son breves, y estánllenos de vergüenza y esperanza. Nadie se preocupa porlos motivos, pues a todos nos parecen claros.

Hablo de una realidad incómoda; y empeora las cosasel hecho de que, para probar mi punto de vista, no dis-ponga de los únicos argumentos que hoy en día impre-sionan a la gente: las cifras. Por lo que se refiere a estas,incluso aquellos judíos que niegan de forma vehementela existencia del pueblo judío nos conceden bastantesprobabilidades de sobrevivir: ¿de qué otro modo po-drían probar que solo unos pocos judíos son criminales,y que muchos judíos están muriendo en esta guerracomo buenos patriotas? Gracias a sus esfuerzos por sal-var la vida estadística del pueblo judío, sabemos que estetiene la tasa más baja de suicidios de todas las nacionescivilizadas. Estoy bastante segura de que esas cifras yano son correctas, y si bien no puedo probarlo con nue-

21

nosotros, los refugiados

vos datos, ciertamente puedo hacerlo con nuevas expe-riencias. Esto podría ser suficiente para aquellos espíri-tus escépticos que nunca estuvieron demasiado conven-cidos de que la medida del cráneo de una persona da unaidea exacta de su contenido, o de que las estadísticas dedelitos indican el nivel exacto de la ética nacional. Encualquier caso, dondequiera que los judíos europeosestén viviendo hoy, ya no se comportan según las leyesestadísticas. Los suicidios se producen no solo entrequienes son presa del pánico en Berlín y Viena, en Bu-carest o París, sino también en Nueva York y Los Án-geles, en Buenos Aires y Montevideo.

En cambio, cuando se trata de los suicidios en losguetos y en los campos de concentración, sabemos muypoco al respecto. Es cierto que teníamos muy poca in-formación sobre Polonia, pero hemos estado bastantebien informados sobre los campos de concentración ale-manes y franceses.

En el campo de Gurs, por ejemplo, donde tuve laoportunidad de pasar algún tiempo, solo oí hablar desuicidio en una ocasión, y se trataba de la propuesta deuna acción colectiva, aparentemente un tipo de protestapara hacer reaccionar a los franceses. Cuando algunosde nosotros objetamos que, en cualquier caso, nos ha-bían enviado allí «pour crever»,1 el estado de ánimo ge-neral se convirtió de forma repentina en una apasionada

22

en el presente

1. Para que reventásemos, para morir. (N. del T.)

voluntad de vivir. Predominantemente, se pensaba quesi uno todavía era capaz de interpretar la situación comoun caso de mala suerte personal e individual, y enconsecuencia terminaba con su propia vida de formapersonal e individual, tenía que tratarse de alguien anor-malmente asocial y despreocupado de los acontecimien-tos generales. Pero esas mismas personas, tan prontocomo volvieron a sus propias vidas individuales y tu-vieron que hacer frente a problemas igualmente indivi-duales, se entregaron una vez más a ese insensato opti-mismo que raya en la desesperación.

Somos los primeros judíos no religiosos que sufrenla persecución —y somos los primeros que, no solo inextremis, respondemos con el suicidio—. Quizás esténen lo cierto los filósofos que enseñan que el suicidio esla última y suprema garantía de la libertad humana: nosiendo libres para crear nuestras vidas ni el mundo enque vivimos, lo somos no obstante para tirar nuestravida por la borda y abandonar este mundo. Cierta-mente, los judíos piadosos no pueden alcanzar esta li-bertad negativa; entienden el suicidio como un asesi-nato, es decir, como la destrucción de lo que el hombreno puede nunca producir, como una interferencia en losderechos del Creador. Adonai nathan veadonai lakach(«El Señor lo da, el Señor lo quita»); y tal vez añadan:baruch shem adonai («bendito sea el nombre delSeñor»). Para ellos, el suicidio, al igual que el asesinato,significa un ataque blasfemo a la creación en su con-

23

nosotros, los refugiados

junto. El hombre que se quita la vida afirma que no me-rece la pena vivirla y que el mundo no es digno de al-bergarlo.

Ahora bien, nuestros suicidas no son locos rebeldesque lanzan un desafío a la vida y al mundo, no intentanmatar en sí mismos al universo entero. La suya es unaforma silenciosa y modesta de desaparecer, y parecendisculparse por la violenta solución que han encontradopara sus problemas personales. En su opinión, los acon-tecimientos políticos no tienen en general nada que vercon el destino individual; ellos creen únicamente en supersonalidad, tanto en los buenos como en los malostiempos. Y ahora encuentran en sí mismos unas miste-riosas carencias que les impiden seguir adelante. Dadoque desde su más temprana infancia han creído que tie-nen derecho a una determinada posición social, se vencomo unos fracasados si no pueden seguir manteniendodicha posición. Su optimismo es un vano intento demantenerse a flote. Tras esa fachada entusiasta luchancontra sí mismos de forma desesperada, sin tregua. Fi-nalmente, mueren de una especie de egoísmo.

Si nos salvan nos sentimos humillados, y si recibi-mos ayuda nos sentimos degradados. Luchamos comolocos por una existencia privada y un destino individual,ya que tenemos miedo de llegar a formar parte de esemiserable hatajo de schnorrers2 a los que muchos de nos-

24

en el presente

2.Expresión yidis que significa pordiosero o gorrón. (N. del T.)

otros, antiguos filántropos, recordamos demasiado bien.Y así como en su día no logramos entender que el de-nominado schnorrer era un símbolo del destino judío yno un estúpido cenizo, hoy no creemos tener derecho ala solidaridad judía; somos incapaces de entender queno se trata de nosotros, sino del pueblo judío en su con-junto. Y a veces nuestros protectores han reforzado estaincapacidad de comprensión. Así, recuerdo al directorde una gran institución benéfica de París que, siempreque recibía la tarjeta de un intelectual judío de origenalemán, con el inevitable título de «doctor» impreso enella, solía exclamar «Herr Doktor, Herr Doktor, HerrSchnorrer, Herr Schnorrer!».

La conclusión que extrajimos de tan desagradablesexperiencias fue bastante simple: ya no nos bastaba contener el título de doctor, y aprendimos que para cons-truir una nueva vida primero era necesario mejorar laanterior. Para describir nuestra conducta, se inventó unbonito cuento de hadas; según este, un triste perro sal-chicha exiliado, en su desolación, comienza a hablar:«Una vez, cuando yo era un san bernardo…».

Nuestros nuevos amigos, abrumados por tantas es-trellas y famosos, apenas entienden que en el fondo detodas nuestras descripciones del pasado esplendor yaceuna simple verdad humana: hubo un tiempo en que éra-mos personas por quienes la gente se interesaba, tenía-mos amigos que nos querían y los caseros sabían quepagábamos regularmente el alquiler. Hubo un tiempo

25

nosotros, los refugiados

en que podíamos comprar nuestra comida y montar enel metro sin que nos llamaran indeseables. Nos hemosvuelto un poco histéricos desde que los periodistas em-pezaron a detectarnos y a decirnos públicamente quedejemos de ser desagradables cuando compramos laleche y el pan. Y nos preguntamos cómo es posiblehacer eso que nos piden, pues ya nos comportamos conexcesivo cuidado en cada aspecto de nuestra vida coti-diana con el objetivo de evitar que la gente adivine quié-nes somos, qué clase de pasaporte tenemos, dónde fue-ron rellenados nuestros certificados de nacimiento —yque no le gustábamos a Hitler—. Hacemos todo lo quepodemos para encajar en un mundo en el que tienes queadoptar una mentalidad política cuando vas a hacer lacompra.

En semejantes circunstancias, el san bernardo crecey crece. No puedo olvidar a aquel joven que, cuando seesperaba que aceptara un determinado tipo de trabajo,respondió: «Usted no sabe con quién está hablando; fuijefe de sección en Karstadt [unos grandes almacenes deBerlín]». Pero está también la profunda desesperaciónde aquel hombre de mediana edad que, después de hacercola en innumerables comités de refugiados, finalmenteexclamó: «¡Y nadie aquí sabe quién soy!». Dado quenadie lo trataba con la dignidad debida a un ser humano,comenzó a enviar telegramas a grandes personalidadesy a los importantes contactos que tenía. Rápidamentedescubrió que en este mundo insensato es mucho más

26

en el presente

fácil ser aceptado como un «gran hombre» que comoun ser humano.

Cuanto menos libres somos para decidir quiénes somoso vivir como nos gusta, más intentamos construir unafachada, esconder los hechos y representar un papel.Fuimos expulsados de Alemania porque éramos judíos,pero tan pronto como cruzamos la frontera francesa nosconvirtieron en boches.3 Incluso nos dijeron que, si real-mente estábamos en contra de las teorías raciales deHitler, teníamos que aceptar que nos llamasen así. Du-rante siete años interpretamos el ridículo papel consis-tente en intentar ser franceses —o al menos futuros ciu-dadanos—; de todas formas, nada más comenzar laguerra fuimos internados como boches. Sin embargo, lamayoría de nosotros nos habíamos convertido efectiva-mente en unos franceses tan leales que ni siquiera po-díamos criticar una orden del gobierno francés; así, de-claramos que nos parecía bien que nos internasen.Fuimos los primeros prisonniers volontaires conocidosen la historia. Y después de que los alemanes invadieranel país, el gobierno francés tan solo tuvo que cambiar elnombre de la empresa; habíamos sido encarcelados porser alemanes, y ahora no se nos liberaba porque éramosjudíos.

27

nosotros, los refugiados

3. Expresión francesa con la que se designaba de forma des-pectiva a los alemanes. (N. del T.)