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Las invasiones inglesas De la autodefensa al autogobierno: una revolución política Por Alejandro Horowicz 1 En rigor de verdad, las Invasiones Inglesas al Río de la Plata son la continuación de la guerra entre España, Francia y Gran Bretaña sobre otro escenario. El bloqueo continental iniciado por Napoleón en 1806 tiene diversas consecuencias. No solo traba el comercio británico con el continente (un tercio del total ingles), sino que lo hace en medio de los efectos de la Revolución Industrial. Es decir, cuando la productividad del trabajo británico es la más elevada de Europa, lo que equivale a decir la más elevada del mundo capitalista; y, consecuentemente, cuando el ritmo y el volumen de su comercio (la realización de su producción) determina la masa de recursos que dispone para la guerra, entonces, las invasiones. Vista retrospectivamente a lo largo de dos siglos largos (digamos entre 1588 y 1808) la relación anglo española se había establecido sobre un eje inequívoco: Los ingleses empujaban todo el tiempo hacia la libertad de comercio; los españoles resistían todo lo que podían la libertad de comercio. Cada nuevo enfrentamiento militar se resolvía, finalmente, con concesiones españolas al comercio inglés. De acuerdo con esto, la invasión al Río de la Plata sirvió para reforzar la presión sistémica destinada imponer – mediante aproximaciones sucesivas - la libertad de comercio. Entonces, la principal base naval del Atlántico Sur, Montevideo, que nunca había tenido oportunidad de entrar en combate, sería el escenario de un test naval comercial: medir sí la corona española todavía estaba en capacidad de preservar su periferia colonial mediante el enfrentamiento armado; o sí, por el contrario, su prefigurado eclipse conformaba el nuevo horizonte atlántico. Henry Dundas, dador de sangre intelectual de Pitt, en un memorándum dirigido al primer ministro (abril de 1800) sostuvo:”… no podemos suponer que España, en su estado de agotamiento, sea capaz de retener una soberanía eficiente sobre ese territorio, así como no podemos suponer que Francia dejará de sacar provecho de las ventajas que obviamente resultarían de un intercambio comercial con Sudamérica 2 Para Gran Bretaña, España y sus colonias eran un problema comercial y político insoslayable. Y esta situación no se desconocía en Madrid. 1 Este trabajo es una reformulación sintética ad hoc de “Los avatares del capitalismo mundial”, capitulo 1, y “Dos guerras, una transformación”, capitulo 2, de mi El país que estalló. Antecedentes para una historia argentina (1806 – 1820). Tomo I. Sudamericana, Buenos Aires, 2004. 2 Citado por Klaus Gallo, De la invasión al reconocimiento. Gran Bretaña y el Río de la Plata 1806 - 1826. Sir Henry Dundas a William Pitt, 31 de marzo de 1800, W.O. 1/93. A-Z editora, Buenos Aires, 1994

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Las invasiones inglesas

De la autodefensa al autogobierno: una revolución política

Por Alejandro Horowicz 1

En rigor de verdad, las Invasiones Inglesas al Río de la Plata son la continuación de la guerra entre España, Francia y Gran Bretaña sobre otro escenario. El bloqueo continental iniciado por Napoleón en 1806 tiene diversas consecuencias. No solo traba el comercio británico con el continente (un tercio del total ingles), sino que lo hace en medio de los efectos de la Revolución Industrial. Es decir, cuando la productividad del trabajo británico es la más elevada de Europa, lo que equivale a decir la más elevada del mundo capitalista; y, consecuentemente, cuando el ritmo y el volumen de su comercio (la realización de su producción) determina la masa de recursos que dispone para la guerra, entonces, las invasiones.Vista retrospectivamente a lo largo de dos siglos largos (digamos entre 1588 y 1808) la relación anglo española se había establecido sobre un eje inequívoco: Los ingleses empujaban todo el tiempo hacia la libertad de comercio; los españoles resistían todo lo que podían la libertad de comercio. Cada nuevo enfrentamiento militar se resolvía, finalmente, con concesiones españolas al comercio inglés. De acuerdo con esto, la invasión al Río de la Plata sirvió para reforzar la presión sistémica destinada imponer – mediante aproximaciones sucesivas - la libertad de comercio. Entonces, la principal base naval del Atlántico Sur, Montevideo, que nunca había tenido oportunidad de entrar en combate, sería el escenario de un test naval comercial: medir sí la corona española todavía estaba en capacidad de preservar su periferia colonial mediante el en-frentamiento armado; o sí, por el contrario, su prefigurado eclipse conformaba el nuevo horizonte atlántico. Henry Dundas, dador de sangre intelectual de Pitt, en un memorándum dirigido al primer ministro (abril de 1800) sostuvo:”… no podemos suponer que España, en su estado de agotamiento, sea capaz de retener una soberanía eficiente sobre ese territorio, así como no podemos suponer que Francia dejará de sacar provecho de las ventajas que obviamente resultarían de un intercambio comercial con Sudamérica2”Para Gran Bretaña, España y sus colonias eran un problema comercial y político insoslayable. Y esta situación no se desconocía en Madrid. ¿Por qué, entonces, tanta morosidad para proveer a las colonias una fuerza adicional suficiente, mientras estuvo en condiciones marítimas de hacerlo? España pensaba que los ingleses solo se proponían incrementar su comercio americano. De modo que para la corte madrileña el peligro militar tenía nombre y apellido: Napoleón Bonaparte.A estas consideraciones se sumaba la fragilidad del dispositivo militar español, fragilidad que se compensaba con la imposibilidad de Londres de librar en simultáneas una batalla en dos frentes (el continente y las colonias). Conviene recordar que así como Londres se consideraba imbatible en el mar, nadie creía en la aptitud inglesa para la conquista militar de nuevos territorios.La principal base naval del Atlántico Sur que nunca había tenido oportunidad de entrar en combate, será el escenario del ácido test. La respuesta sobre su valía no se hizo esperar. Con apenas 1.600 hombres y unas pocas naves, William Carr Beresford deshizo sin estruendo y sin lucha una fortaleza podrida. Un movimiento menor sirvió para verificar la ínfima calidad militar de este ejército español, ese 26 de junio de 1806. Y un movimiento mayor verificaría otro tanto más tarde, cuando Francia invadiera la península ibérica. La hora imperial de los borbones había concluido definitivamente.La idea de una probable invasión rondaba, por cierto, la cabeza de las autoridades españolas de ambas márgenes del océano. Sobremonte inició los preparativos para enfrentarla, con varios

1 Este trabajo es una reformulación sintética ad hoc de “Los avatares del capitalismo mundial”, capitulo 1, y “Dos guerras, una transformación”, capitulo 2, de mi El país que estalló. Antecedentes para una historia argentina (1806 – 1820). Tomo I. Sudamericana, Buenos Aires, 2004. 2 Citado por Klaus Gallo, De la invasión al reconocimiento. Gran Bretaña y el Río de la Plata 1806 - 1826. Sir Henry Dundas a William Pitt, 31 de marzo de 1800, W.O. 1/93. A-Z editora, Buenos Aires, 1994

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meses de anticipación, sobre la base de esta razonabilísima hipótesis3. A tal efecto, convocó una junta de guerra que evaluó las posibilidades para la defensa de Montevideo. Sostiene Gillespie sobre ese punto: "Por sobre todas las consideraciones, Montevideo, debido a su situación, es la llave comercial del Plata y de la capital, porque nada puede entrar sin certeza de registro o captura por alguno de sus cruceros4" En su carácter de puerto estratégico con suficiente calado para buques de guerra, Montevideo constituía, en términos lógico militares, el corazón de la defensa. Con imperfecta asimetría la junta entendió que allí debería recibirse el grueso del ataque. También comprendió la necesidad de contar con una fuerza móvil apta para defender simultáneamente Buenos Aires y Montevideo, y solicitó a España su envío; como éste resultaba imposible, habló de reem-plazarla rehaciendo las milicias de fronteras. Estas eran tropas utilizadas contra los indios que se habían transformado en blandengues, sobre la base de mejorar su preparación militar. En rigor, eran anteriores al Virreinato del Río de la Plata puesto que se formaron en 1752. En 1806 estaban totalmente oxidadas. Comenzaba a quedar en claro que la capacidad del absolutismo de proteger su periferia colonial en medio de una guerra revolucionaria dependía de la capacidad de los lugareños para ejercer la autodefensa. Y, cuando llegaron los ingleses, terminó por ser evidente. De modo que la situación internacional impuso, en la violencia del cambio de correlación de fuerzas, una novísima opción: armar a los cabildantes o entregarse al ejército inglés.Aunque para la corona las dos situaciones presentaban serios problemas, digamos que el funcionariado optó y se entregó sin resistir. En ese punto emergieron, sin embargo, los intereses internos de la sociedad colonial y la aventura británica encontró límite militar: la reconquista.A su curiosa manera, el virrey entendía. No bien la flota fue avistada, se marchó a Montevideo para dirigir personalmente la defensa. El paso de los días dejó suficientemente en claro que los ingleses no se dirigían, en principio, en esa dirección (después se supo que marchaban hacia el Cabo de la Buena Esperanza)5. Entonces, el inmovilismo volvió a ganar a Sobremonte.De más está decir que la creación de una fuerza móvil jamás había alcanzado grado de razonable ejecución. La preparación de los vecinos tampoco había pasado de algunos tristes ejercicios en la Plaza Mayor. Los vecinos nunca entendieron que debían organizarse militarmente. A su juicio, esta tarea correspondía a la corona y al virrey. La construcción de la voluntad para resistir sería, como veremos, íntegra responsabilidad de las tropas británicas, y en esa misma operación se fundaría el primer perfil del patriotismo local: reemplazar el enfrentamiento con el monarca español por la lucha armada con las tropas inglesas. Pero esto aún no había ocurrido.

I

Cuando la flota volvió a ser avistada (regresaba de El Cabo), todo tornó todo a foja cero. Como los días transcurrían sin novedad, Sobremonte volvió a mudar de razonamientos: a su juicio, los ingleses no se proponían tomar Montevideo -de lo contrario, ya hubieran atacado - sino que les bastaba bloquear el Río de la Plata. La pregunta surge, obvia y deslucida: ¿contra quién podía ser el bloqueo? ¿Contra el intercambio comercial con Gran Bretaña? ¿Contra el comercio con los Estados Unidos? Ese comercio no justificaba medida semejante, y el bloqueo suponía un nivel de enfrentamiento con los norteamericanos que los ingleses no tenían el menor interés en estimular. ¿Contra el comercio con Brasil? Esto lesionaba, directamente, los intereses británicos. Sólo dos cosas resultan obvias: lo absoluto de la ineptitud de Sobremonte para el análisis militar y lo absoluto de su falta de disposición para la lucha.

3     ? Beverina, Juan. El momento histórico del Virreinato del Río de la Plata. En:

Levene, Ricardo [director general], Historia de la Nación Argentina (Desde los orí-genes hasta la organización definitiva en 1862). "Segunda Parte, Historia Militar,

Invasiones Inglesas", Volumen IV. Librería y Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1940.

4     ? Alejandro Gillespie, Buenos Aires y el interior. Observaciones reunidas durante

una larga residencia, 1806 1807, página 28, el subrayado es de AH. A-Z editora, Buenos

Aires, 1994.

5     ? Beverina, Juan. El momento histórico del Virreinato del Río de la Plata. ob.cit.

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Más que un razonamiento militar, lo que la cabeza del virrey genera es una justificación para la inacción. Por eso el desembarco en Quilmes lo vuelve a sorprender. Envía medio millar de hombres de los 6.000 que en teoría disponía, para ganar tiempo en el aprestamiento de una defensa a la que, si algo le había sobrado, fue precisamente tiempo de ejecución. Como es de esperar, los milicianos se desbandan a la primera descarga de fusilería y la ciudad se entrega sin atinar a nada.La importancia de la captura del Río de la Plata fue registrada por Londres. El 13 de septiembre de 1806, se pudo leer en el Times: "Buenos Aires en este momento forma parte del Imperio Británico", y a renglón seguido: "Como resultado de semejante unión tendríamos un mercado continuo para nuestras manufacturas, nuestros enemigos perderían para siempre el poder de sumar los recursos de esos ricos países a los otros medios que tienen de hacernos daño6".Si relevamos pormenorizadamente la situación constatamos que la creación del Virreinato del Río de la Plata servía contra Portugal porque Portugal no estaba en condiciones de avanzar, y servía y no servía contra Inglaterra por razones inversas. De modo que fue inocuo el modo en que los borbones rehicieron los consejos del conde de Aranda, talentoso embajador de España en los Estados Unidos durante la lucha norteamericana por la independencia. Con mucho criterio el conde había recomendado dividir las colonias americanas en tres reinos. Al frente de cada uno debiera estar un príncipe borbón para evitar, de este modo, la futura necesidad de una guerra por la independencia. Nadie le prestó nunca demasiada atención, puesto que los funcionarios que llegaban al virreinato solo pensaban en satisfacer, más o menos rápidamente, postergados apetitos de larga data.Por tanto no puede llamar la atención que un emigrado francés, arribado con don Pedro Cevallos, simpatizante de Napoleón, fuera el único que intentara organizar con energía la defensa abstracta de la monarquía española. Jacques de Liniers, nacido en Niort el 25 de julio de 1753 como tercer hijo de un marino francés, ingresa a los 12 años a la orden de Malta, en cuya escuela militar - la de la nobleza europea de su tiempo - permanece 3 años. Participa en el fracasado intento de recuperar Gibraltar. Emigra al Río de la Plata donde es uno de lo tantos oficiales que vegeta intrascendente durante años, lo que no le impide casarse con la hija de don Martín de Sarratea – prospero comerciante local; vale decir, negrero y contrabandista - que fallece en 1804. Cumplía 53 años durante el año 6, cuando al decir de Groussac, su apologista casi incondicional, ya era algo tarde para “desposarse con la gloria7". Al defender la monarquía de los borbones Liniers también defendía los intereses del emperador, es decir, la guerra antibritánica de la corona. Lo cierto es que Liniers obtuvo en Montevideo el respaldo de medio millar de hombres, y el l2 de agosto de 1806 reconquistó la plaza. Claro que no fueron las tropas regulares el corazón de su contraataque: engrosó sus filas con milicianos de distinto origen – casi todos voluntarios flamantes sin preparación militar - y con esas improvisadas tropas libró exitosamente la escaramuza de Los Corrales de Miserere. La gramática partisana gobernó, desde el comienzo por cierto, la reconquista.Beresford mostró todo el tiempo su condición de cabeza de puente, de avanzada de un ejército más importante. Como Wellington comprobaría más tarde no era un jefe dotado con grandes luces militares, con una mirada de largo alcance; y esto limitó bastante su relativa independencia de movimientos. Eligió defender la ciudad encerrándose en el fuerte, cuando podría haberla abandonado, preservando a sus hombres, su capacidad de combate y su nueva comprensión política, para más adelante. Aceptó, en suma, un enfrentamiento en el que sólo podía ser vencido; para que eso no ocurriera, debería haber ganado previamente la voluntad mayoritaria del bloque comercial. Es decir, Gran Bretaña hubiera debido disponer de una política, y no meramente emprender una estratagema pirateril. Entonces, la debilidad estructural de Beresford está atada a la concepción política inglesa. Solo si Miranda y la política de independencia hispanoamericana (autogobierno) hubieran constituido el eje inglés, Beresford hubiera tenido chance. Como no fue así, el esquema impuso una segunda invasión masiva, sin modificar la estrategia inicial. Hasta los ingleses entendieron (ex post facto) sus limitaciones políticas, por eso sostiene Auckland, ex funcionario del gabinete de Pitt:”Supongo que usted lamenta la catástrofe de Buenos Aires, solo el plan adoptado pudo producirla. Es extremadamente mortificante, pues nuestra guarnición estaba viviendo en los mejores términos con los españoles, nuestro comercio estaba creciendo rápidamente, y si hubiéramos decidido jugar el juego de la independencia, estoy seguro de

6 Citado por Carlos Roberts, Las invasiones inglesas del Río de la Plata, página 248. El subrayado es de AH. Emece, Buenos Aires, 2000.7 Paul Groussac. Santiago de Liniers, Editorial Estrada, Buenos Aires, s/f.

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que hubiéramos puesto en pie a todas las provincias españolas sin derramamiento de sangre ni convulsiones revolucionarias. Nunca me sentí más humillado. Muchos proyectos de la mayor importancia se han perdido para siempre”8.De modo que debilidad española no equivalía, directa y mecánicamente, ni a debilidad del bloque colonial ni (muchísimo menos) a poderío inglés. Así, el partido de la autodefensa y el partido del autogobierno, bajo la bandera del patriotismo real, resultaron militar y políticamente inseparables. La autodefensa implicó la refundación del orden político, dada la imposibilidad de conservar el anterior, ya que la nueva estructura militar rearticuló el orden colonial existente como orden interno autónomo de hecho. Esa era una revolución política. La operación se desarrolló del siguiente modo: antes de las invasiones, el Cabildo porteño era tan sólo gobierno municipal. Es decir, el eje de sus preocupaciones no excedía, sino excepcionalmente y por vía del petitorio, los intereses inmediatos de Buenos Aires. En la medida en que la actividad comercial fluía sobre el resto del virreinato, perdía de a ratos su inicial estrechez. Pero su carácter municipal no solo quedaba establecido por la naturaleza de sus ocupaciones sino, sobre todo, por tratarse de una pieza administrativa menor de un estado absolutista cuya cabeza estaba situada del otro lado del mar. El virrey en teoría no era otra cosa que el representante del cuerpo absoluto del monarca en sus tierras de ultramar. A través del estatuto provisto por la corona establecía que vecinos gozaban de cuales derechos comerciales legítimos. Los reclamos de los vecinos correctamente establecidos merecían al menos ser atendidos: tenían derecho de peticionar, aunque estaban obligados a aceptar la resolución del monarca. Podemos decir, en consecuencia, que dentro de la lógica del sistema disponían de derechos municipales, y en ese sentido se acercaban a los burgueses europeos del siglo XV; pero su carta de ciudadanía pública tenía el grosor que a esa monarquía absoluta se le antojaba otorgar. Por tanto, también operaba una suerte de ciudadanía comercial clandestina; esto es, vecinos a los que se toleraba, dejaba, permitía participar de la actividad mercantil sin mayores inconvenientes mediante el “cumplo pero no obedezco”. De modo que la real cédula no era formalmente desobedecida – cumplo – al tiempo que carecía de toda eficacia práctica – no obedezco -. El interés comercial local ponía un preciso límite al absolutismo y era el único interés con cierto grado de vergonzante legitimación. Sin este interés, y sin esta legitimación previa, la resistencia a las invasiones inglesas resultaba impensable.Ahora bien, la huida del virrey dejando Buenos Aires a merced de las tropas británicas y la puesta entre paréntesis del Estado forman parte de una misma cadena de sentido político. Esto se evidencia cuando se observa que la reconquista no supuso el restablecimiento de Sobremonte, sino la aceptación de un caudillo militar. Ya no se trata entonces de un representante del Estado absoluto gobernando el virreinato, ni siquiera de Sobremonte, sino de un representante del Cabildo ante el Estado absoluto. Y sí tenemos en cuenta que tampoco se trata de cualquier Estado absoluto sino de uno que está amenazado de licuefacción, nos encontramos con que, realizada la reconquista, Buenos Aires constituye un feudo más que relativamente independiente, un burgo con colonias, mientras los demás integrantes del virreinato se mantienen absolutamente al margen de la lucha y del nuevo estatuto implícito que de ella emerge. ¿Los integrantes del burgo realizaron tan solo una limitada “revolución municipal"? Esta filosa fórmula de Mitre obvia la conquista de dos derechos históricos: elegir gobierno sin la menor interferencia del monarca, y no pagar impuestos no “votados” previamente. Con un añadido clave: a diferencia del burgo tradicional, los cabildantes no elegirían tan sólo un poder municipal, estaban sustituyendo el poder central del virreinato con su propio poder político militar. Esa sustitución de poderes tuvo dos tiempos: en el primero, las tropas británicas destruyeron a las virreinales, que perdieron el control político-militar; en el segundo, los habitantes del burgo porteño reconstruyeron el poder central - Buenos Aires cabeza política del virreinato- como poder propio; es decir, como autogobierno del bloque comercial colonialEl Cabildo resulta la base institucional del novísimo partido del autogobierno; la pieza original sufre sucesivas transformaciones hasta que se vuelve piedra angular de un sistema político construido con el soporte de los partidos armados. En boca de Martín de Alzaga algo queda claro tras la Reconquista: "no necesitamos a España para nada". Pronunciado por el jefe político del Estado Mayor militar, el aserto se comprende si se piensa que los pedidos de auxilio de Buenos Aires durante la invasión no habían sido atendidos en la península; España había terminado la cuestión con un "arréglenselas como puedan", y Buenos Aires había podido. El comportamiento de la "madre patria" jugó todo un papel en la modificación de la cabeza de Alzaga: ya no

8 Citado por Klaus Gallo, op cit, página 99. Auckland a Grenville, 23 de septiembre de 1807. Dropmore Papers, volumen X, página 138, la negrita es de AH.

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necesitaban de España, aún el comerciante español monopolista más rico de su tiempo podía comprenderlo. En medio de la batalla por la Reconquista, el cabildo abierto del 14 de agosto de 1806 resolvió, con la activa y entusiasta participación de los milicianos, recortar las atribuciones legales de Sobremonte, dejando la responsabilidad militar en manos de Liniers. Conviene destacar que, al verse obligado el virrey a aceptar la nueva situación, estaba convalidando de derecho la decisión del Cabildo y legitimando la existencia de un poder dual: tanto el Cabildo como Sobremonte (que organizó finalmente una milicia con hombres del interior) disponían de tropas adictas. En otras palabras, estamos frente a una suerte de gobierno provisional revolucionario que no reconoce públicamente su estatuto.9

Sostiene Groussac respecto al Cabildo Abierto del 14 de agosto: "De allí salió, mas o menos veladas por las fórmulas de la cancillería, la destitución del virrey Sobremonte y su reemplazo efectivo, aunque no confesado, por el reconquistador Liniers. Era el primer acto de la Revolución, y sus consecuencias profundas se ligan al próximo episodio de la Defensa, que acentuará el cambio inicial".Por tanto: ¿Quién gobierna tras la derrota inglesa? Obvio: el cabildo. ¿A quiénes representa? Otra respuesta contundente: al bloque comercial colonial (monopolistas y hacendados) Precisemos: ¿solamente ellos se expresan allí? Otra obviedad: sí, es el órgano central de la sociedad colonial, de la cual los comerciantes monopolistas constituyen su segmento claramente hegemónico, la cabeza de un bloque que los excede y que incluye a los hacendados de la campaña, sostenidos todos por el nuevo poder miliciano. El resultado del cabildo abierto del 14 de agosto de 1806 cerró, en apariencia, la crisis, nombrando a Liniers jefe de la resistencia. Algo flotaba en el aire: la guerra no había terminado. Incluso Popham lo percibía. En un informe del 25 de agosto escribió: "Para España las consecuencias de la reconquista serían si mis informes son correctos, aun más serios, en su influencia y sobre todo su interés futuro en estas colonias: han armado, sin discriminar, a los habitantes para vencer a los ingleses, y ahora la plebe le ha rehusado la entrada al virrey a la ciudad, y aunque este a juntado un número considerable de gente adicta, están decididos a oponerse al restablecimiento del gobierno español10". Estamos en presencia de una especie de rebelión comunera pasiva. Del absolutismo colonial se pasó, entonces, a la militarización directa del bloque colonial (comerciantes, contrabandistas y hacendados), quebrando de este modo la centralidad externa y construyendo el embrión de otra centralidad, con la relativa convalidación del propio virrey y la Audiencia.Recapitulemos. El virreinato había sido una colonia de la corona de Castilla. Las minas de Potosí y en distinta proporción el resto del interior constituían, de hecho, colonias de Buenos Aires, ya que aportaban la mayor parte de los recursos requeridos para el sostenimiento del poder central. Por eso, con todo derecho Tulio Halperín Donghi las denomina “colonias de segundo grado”. Ahora bien: tras la derrota inglesa el virreinato solo era nominalmente una dependencia española, mientras que todo el interior – Potosí inclusive – seguía subordinado a Buenos Aires. El orden social permanecía incólume, aunque había un nuevo y único beneficiario. Y es precisamente el nuevo beneficiario quien impulsa la reconstrucción del orden político. La segunda invasión inglesa será la arena donde disputará su litigioso derecho a la cristalización definitiva. Eso sí, en tanto los criollos ya integran el bloque dominante sin estatuto legal público, y la lógica de la autodefensa supone la del autogobierno mismo (autodefensa como acto de autogobierno), los criollos todavía actúan como un pliegue interno de un partido autonomista, como un pliegue sin desplegar; en perfecto silencio. Por eso, pese a su dominio militar no publican periódico alguno. Era una revolución muda.

II

Conviene precisar: hablar de partido autonomista no significa plantear un partido político en términos tradicionales, una realidad institucional consciente de sí misma, ni siquiera una reunión de personas sin legitimidad oficial pero declaradamente organizadas tras una causa política. Una peculiaridad de la conformación extraordinariamente conservadora de este "partido" (en el sentido

9Ibídem, el subrayado es de AH.

10 Citado por Carlos Roberts, página 216, Ob. cit. El subrayado es de AH.

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de su afán por preservar el orden tal cual fue originariamente establecido) está dada, precisamente, por el siguiente elemento ideológico: el partido autonomista no osa nombrarse a sí mismo, constituirse como tal, aceptar su existencia. En su primera versión, entonces, emerge como puro partido armado, un partido que actúa arrastrado por el contexto internacional, hace lo que no dice, hace lo que le impone la guerra europea.En efecto, la más importante medida que adoptó el cabildo abierto fue, precisamente, convocar – Liniers mediante -, el 5 de septiembre, a los vecinos a la defensa, constituyendo cuerpos armados con voluntarios. Se trataba de cuerpos por origen regional (los vizcaínos estaban con los vizcaínos, los porteños con los porteños, etc.). Esto afirmaba su contenido diferencial, en tanto discriminaba criollos de españoles, pero también lo diluía, en tanto criollos y vizcaínos, por ejemplo, peleaban en paralelo, sin jerarquías peyorativas. En definitiva, estamos ante distintos cuerpos armados – articulados por la limitadísima noción de la pequeña patria - donde los criollos reclutaron 5.000 hombres y los europeos 3.000.11

Siguiendo la vieja usanza de los burgos, los cuerpos armados fueron avituallados por ricos comerciantes. Sin embargo, abrir la bolsa no significaba automáticamente disponer de la comandancia: los integrantes de los cuerpos votaban a sus oficiales y los oficiales a sus jefes. En los inicios de la militarización del bloque colonial, la democracia directa jugó todo un papel.La diferencia numérica entre criollos y españoles estaba determinada, fundamentalmente, por el equilibrio demográfico. Pero no sólo la demografía era responsable de la mayoría criolla: los 14 pesos mensuales de la paga constituían para los nativos un ingreso interesante que los transformaba en soldados profesionalizados; en cambio, para los dependientes españoles se trataba de un pésimo negocio; sentían el servicio como una carga poco amable de sobrellevar, puesto que suponía una reducción de sus ingresos12: es que si cobraban como soldados, no cobraban como dependientes. Podemos plantear entonces que, por la estructura diferencial de los ingresos, la cantidad de efectivos criollos tendía a incrementarse más allá de la proporción estadística.Recapitulemos la situación: un cabildo controlado por comerciantes monopolistas profundamente permeados por el contrabando, impelido por la necesidad de garantir su autodefensa, arma cuerpos donde la mayoría no es española. Hasta ese momento, el bloque favorable a la autodefensa carece de la más mínima fisura social o política, por eso no toma demasiado en cuenta esta novedad. Su única preocupación pasa por evitar que se repita otro mandoble del orden del millón de libras infligido por la primera invasión inglesa. Es decir, instrumenta una política de protección para el atesoramiento de capital dinerario, de conservación del orden social existente. Todo lo demás depende de la evolución de la guerra dinástico revolucionaria en la Europa napoleónica. A partir del 15 de septiembre Liniers se trasladó al palacio del virrey. Mutatis mutandis el defensor consecuente del virreinato devino jefe de la autodefensa. Para preservar la reconquista organizó la milicia que protegía los intereses del bloque comercial colonial. En ese punto, ese bloque necesitaba que los entorchados formales del poder legitimaran su gobierno. Por eso y solo por eso, un oscuro y mediocre oficial francés, segundón estructural, atolondrado y botarate, logró que Godoy suspendiera a Sobremonte promoviéndolo a brigadier general. En carta del 3 de marzo de 1807, arribada por tierra el 29 de junio a Buenos Aires, Godoy dispuso que el oficial que seguía a Sobremonte en grado, Pascual Ruiz Huidobro, se hiciera cargo provisionalmente del virreinato. Como Huidobro era prisionero inglés, tras la toma de Montevideo, la Audiencia reconoció (en medio de la crisis) a Liniers como virrey interino. Es decir, la Audiencia transformó un nombramiento administrativo en el instrumento de un cambio político copernicano. La revolución conservadora y muda en el Río de la Plata era un hecho indiscutible, ya que nunca en trescientos años de gobierno español en América había sucedido tal cosa.

III

11     ? Halperín Donghi, Tulio (compilador), El ocaso del orden colonial. Militarización

revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1815. Editorial Sudamericana, Buenos Aires,

1978.

12     ? Halperín Donghi Tulio, Ibídem.

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Disconforme con la participación asignada, sir Home Popham pleiteó contra el vizconde de Beresford cuestionando la validez del contrato privado que conformaron en Santa Elena, a propósito de las presas que podían capturar en el Río de la Plata. Estaba escrito que lo que se apresara en tierra –incluso en los puertos- sería para ambos. En cambio, lo que se apresara en el mar antes del desembarco sería solo para la Armada. Pero lo que se apresara después del desembarco dentro de las nueve millas, sería compartido por infantes y marinos. De modo que todo parecía perfectamente establecido. Sin embargo, la discordia tenía motivo: Beresford había recibido – sin que Popham lo supiera – un ascenso otorgado privadamente por el general Baird; ascenso que lo transformaba para ese teatro de operaciones en mayor general, quedando de ese modo a cargo de la operación. Al mismo tiempo, la diferencia de grado hacía que el reparto con Popham ya no fuera igualitario. Es decir, el “ascenso privado” no tenía otro objeto que modificar el reparto público del botín. En realidad Popham era el verdadero artífice de la invasión, dado que había participado directamente en la elaboración de dicha política – el último informe que Pitt recibiera sobre el Río de la Plata llevaba la firma conjunta de Miranda y Popham, en tanto integrante tory de la Cámara de los Comunes, representante de la city en el parlamento, amigo y consultor de Pitt -. Aun así, Beresford prevaleció y Popham no sólo soportó – exitosamente por cierto - los riesgos de un tribunal militar que a Whitelocke, sin ir más lejos, le costaría la carrera, sino que vio aminorada su participación en ese botín. La ley de presas era precisa; es decir, solo alcanzaba a la propiedad real española y de ningún modo podía afectar la propiedad privada de particulares (en eso, pero solo en eso, se diferenciaba de la piratería lisa y llana). Beresford respetó escrupulosamente esa norma, por tanto "los 61.790 dólares del Consulado (de Buenos Aires) le fueron devueltos" - informa el militar con rigor de contable - "solo por su confirmación de que pertenecían a los habitantes de esta ciudad. Y tenemos otro reclamo por 45.000 dólares más, que serán arreglados hoy"13. En igual sentido es útil recordar que la propiedad "privada" del virrey no sufrió deterioro alguno, aunque las carretas que trajeron el tesoro real desde Luján no llegaron en perfecto orden.Registrar la rapacidad de los funcionarios de la corona española no impide constatar el robo minorista de los vecinos porteños. Y fue precisamente la reconquista la que demostró que el robo, ese modo de acumular bienes personales, formaba parte de la naturaleza de la actividad. Esto es, el héroe de la reconquista, Liniers, organizó el contrabando entre Buenos Aires y Montevideo, mientras Montevideo estaba en manos inglesas durante la II Invasión, enriqueciéndose de ese modo. Como vemos, siguió la larga tradición que encarnaba el patético Sobremonte; tradición que no remite a la honradez personal, sino a la naturaleza vincular del Río de la Plata con el mercado mundial. La reconquista del año 6 fue obra de españoles y no de criollos, sostiene Groussac, y tiene razón si se considera fundamentalmente la composición del cuadro de oficiales superiores. Pero el corazón del núcleo que la motorizó – los integrantes del cabildo de Buenos Aires – ya no tenía esa hegemonía abrumadora. Si se mira el comportamiento del funcionariado español, queda perfectamente claro que mantuvo una colosal apatía, más allá de que usara uniforme o sotana. Conviene precisar, el núcleo dinámico estaba compuesto por comerciantes y los principales – como no podía ser de otro modo – tenían origen peninsular. Es que Alzaga defendía sus negocios monopólicos y no monopólicos, los criollos la patria del contrabando, y todos el orden existente sin la menor lucha ideológica. Conviene destacar que según Gillespie los ingleses fueron recibidos "por el populacho...como campeones de la causa católica por haber librado al mundo de tantos herejes abominables14". Es decir, como enemigos de la Revolución Francesa. Cuando quedó claro que Beresford no avanzaba en la dirección deseada, el equilibrio inestable sobre el que reposaba la conquista se rajó. Y por esa fisura se coló la dinámica miliciana de la reconquista.A la hora de reconocer la capitulación firmada por Liniers a Beresford se inicia una interesante pulseada con el Cabildo. Liniers, con la liviandad que lo caracteriza, acepta que las tropas inglesas sean reembarcadas hacia Londres, tal como lo había pactado en la rendición antedatada. El Cabildo – es decir Alzaga – sostiene que no resulta conveniente entregar a los soldados, ya que los ingleses conservan el control del río, y todos Liniers incluido, creen que el episodio no había concluido. Beresford, con la tenacidad que le es característica, intenta hacer valer la firma de Liniers y obtiene la aceptación del cuestionado virrey. Sobremonte ha dicho en carta a Beresford el 29, desde San Nicolás, que la capitulación es “legal y debía cumplirse”. Pero lo que en Liniers es resultado de su dificultad para cerrar la boca, en Sobremonte es fruto del frío cálculo. Es decir, el virrey necesita de la victoria inglesa; de lo contrario, su retorno a tan 13 Carlos Roberts, página 104, Ob. cit.

14     ? Ibíd., página 39.

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lucrativo cargo deviene teórico. Y nadie ignora que piensan los burócratas virreinales de cualquier teoría. El esquema inverso, en cambio, rige para Liniers. Esto es, solo la victoria militar y el respaldo político del Cabildo, relanza su inexistente carrera militar. Por eso, al recibir el mismo 29 de agosto de 1806 diputaciones "protestando contra las capitulaciones e informándole que, sí sostenía mas comunicaciones con Beresford, sería sospechado de haber recibido coimas” resuelve negarles toda validez. El 1 de enero de 1807, como todos los primero de enero, el Cabildo eligió sus nuevos representantes. La costumbre imponía la aceptación lisa y llana de los miembros de una corporación que se renovaba por cooptación. Es decir, el grupo saliente determinaba la composición del entrante. Esta vez, Sobremonte se negó a confirmar la actuación de los cabildantes y propuso que su composición no se modificara. No se trataba de un capricho, sino de una medida contra Alzaga. El afamado comerciante no integraba formalmente el Cabildo anterior. Pero en el nuevo no podía faltar. El cabildo insiste sin éxito, ya que el pliego no pudo ser entregado al virrey por el sitio de Montevideo; pero al retirarse de allí el virrey, por decisión de la Junta de Guerra, la Audiencia puso en posesión de sus cargos a los nuevos cabildantes, y Alzaga fue alcalde de primer voto. Una vez más la Audiencia, largamente sospechada de apañar el contrabando, decidía a favor de los intereses del bloque comercial colonial sin considerar los del virrey.Mientras tanto, Buenos Aires enviaba tropas a Montevideo al mando de Liniers; las tropas desembarcaron en el Cerro de San Juan, sin que el virrey hubiera hecho ningún arreglo para recibirlas. El Cabildo porteño había decidido que Liniers solo obedecía al gobernador de Montevideo. Sobremonte intentó a través de su edecán que las tropas se dirigieran hacia Las Piedras bajo su comando. Otra vez fue desobedecido; los soldados marcharon hacia Montevideo. Y antes de llegar se enteraron de que la ciudad había caído en manos inglesas.Vale la pena señalar la perfecta coincidencia de los cabildos de ambas márgenes del río. Tanto Montevideo como Buenos Aires impidieron que Sobremonte detentara el comando de la defensa, y la marcha de los acontecimientos demostraría la matizada inteligencia de esa determinación.El 6 de febrero de 1807 el cabildo de Buenos Aires llamó a junta de guerra. La junta recomendó que no se hiciera nada respecto a Montevideo hasta no tener mas noticias, pero mientras tanto se depusiera a Sobremonte "por imperito en el arte de la guerra e indolente en clase de gobernador". Esta recomendación pasó a la Audiencia, la que a su vez llamó a un congreso compuesto por ella misma, el Cabildo, el obispo, el consulado, Liniers, los jefes militares y algunos vecinos principales. La resolución de este congreso, asumida por el orden colonial en pleno durante el 10 de febrero de 1807, es mucho más importante que las tomadas en las jornadas de mayo de 1810. Esta afirmación contradice, rechaza y niega la construcción oficial de efemérides, y la versión acríticamente aceptada de una historia tautológicamente nacional. En efecto, el congreso del 10 de febrero resolvió suspender a Sobremonte de todos los cargos y retenerlo arrestado. Nunca antes en ningún lugar de América un virrey había sido destituido y arrestado por decisión de cabildantes armados en defensa de sus propios intereses.La Audiencia se reservó el mando político y dejo el militar en manos de Liniers; nombró una comisión que se trasladó al campamento del ex virrey en Posta de Durán, cerca de Rosario, el 17 de febrero de 1807, y detuvo a Sobremonte sin que ofreciera la menor resistencia. El desbande de las milicias facilitó la labor de la comisión, lo que constituye una suerte de documento indirecto sobre los cambios de la opinión pública. Durante la primer invasión, Sobremonte pudo huir sin ser molestado; ahora, en cambio fue depuesto y arrestado sin que a nadie le temblara la mano, con el concurso de la opinión pública y la convalidación Real Audiencia. La revolución conservadora avanzaba sin mayores obstáculos.

IV

Con el fallecimiento de Pitt a comienzos de 1806 (primer ministro de Su Británica Majestad y principal artífice de las coaliciones antifrancesas), la política inglesa se trabó, y el crítico compás de espera se expresó como inacción militar. Es decir, el nuevo gabinete de todos los partidos parlamentarios no decidió a adecuada velocidad encomendar al brigadier Achmuty la reconquista de Buenos Aires; recién lo hizo el 22 de septiembre de 1806, al resolver que una poderosa flota se dirigiera al Río de la Plata. La segunda parte de la invasión estaba decretada, y a diferencia de la primera contaba con una precisa directiva del nuevo gobierno: la conquista de Montevideo y Buenos Aires.

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Diez días más tarde arribó a Londres la fragata Narcissus, tras 57 días de navegación, con los metales arrebatados a Sobremonte. La desaforada fiesta de recepción tributada en Londres al paso de las carretas que transportaban los caudales capturados recuerda la popularidad de esa guerra, las ganas de festejar una victoria (tras la abrumadora derrota infligida en febrero, Austerlitz, por Napoleón en el continente a la tercera coalición antifrancesa), y la aguda conciencia pública de la necesidad de conquistar nuevos mercados para romper el bloqueo francés. El mecanismo militar se puso en marcha, y 29 de octubre, proveniente de El Cabo, llegó a Maldonado el teniente coronel Backhouse (que más tarde combatirá en la Península Ibérica) y desembarcó sin el menor inconveniente. Era la avanzada que aguardaba el resto de la flota expedicionaria. Montevideo decide combatir por su cuenta, a su leal saber y entender, bajo las órdenes de Pascual Ruiz Huidobro (“un marino muy acicalado cuyo cuerpo evaporaba mas olores que una perfumería”, según nos cuenta un cronista de época), por decisión de su Cabildo. Determinación tan inusual no puede no llamar la atención, ya que constituye un acto de insubordinación manifiesta, y una delicada decisión militar. La insubordinación no requiere mayores precisiones, y si pasó más o menos desapercibida fue por la extrema gravedad del resto de la situación; en cambio, la decisión militar presupone, requiere, contiene una compleja lectura política. Una ciudad que tiene que enfrentar una invasión de impreciso calibre no renuncia fácilmente a 2.500 hombres armados – ese era el número de los milicianos de Sobremonte – ya que esa tropa bien podría ser la diferencia entre la derrota y la victoria. Salvo, que prefiera la derrota a manos británicas, que la victoria conducida por el virrey.Desde la creación de la gobernación de Montevideo (22 de diciembre de 1749) el conflicto de intereses con Buenos Aires fue constante y público. Sobre todo, desde su habilitación como puerto mayor, lo que ubicaba la Aduana en su terreno, corolario del Reglamento de Libre comercio de 1778. La ciudad no toleraba que pese a disponer de muralla, guarnición, y puerto, el virrey dispusiera que la autoridad de control residiera en Buenos Aires, sometida al Consulado porteño. Por eso, había solicitado, a través de su gobernador, José Bustamante y Guerra, disponer de Consulado propio. La corona española juzgó “muy extraño” el pedido, rechazándolo en mayo de 1804. Es que el verdadero argumento de los comerciantes y hacendados orientales no podía formularse en voz alta, ya que remitía a la aceitada cadena organizada por el contrabando, verdadera política comercial implícita y fuente del poder dinerario porteño. Como la notable expansión comercial de Montevideo impulsaba intereses en competencia hegemónica, y los comerciantes monopolistas españoles de Buenos Aires no tenían la menor intensión de permitir semejante cosa, la tirantez crecía. Tanto, que el 16 de diciembre de 1805 la resolución de los hacendados orientales se parecía demasiado a un alzamiento; no solo se habían negado a contribuir al donativo impuesto por el virrey para organizar la campaña, sino que informaban al gobernador de Montevideo sobre la nueva organización del gremio: la Junta Económico Directiva del Cuerpo de Hacendados de la Campaña. Sobremonte entendió el desafío; por eso, el 12 de mayo de 1806 ordenó la disolución de la Junta y exigió al gobernador y al cabildo que obligaran a los hacendados a pagar “el donativo”. La interminable y creciente disputa fue saldada por las invasiones inglesas con la desintegración del gobierno de Sobremonte. Ahora quedaba claro que el interés mercantil Buenos Aires no confluía con el de Montevideo. De modo que el arribo de un virrey muy cuestionado, en pésimas condiciones políticas y a pocos meses del violento entredicho, sería también aprovechado por la ciudad. Dicho con sencillez, todo programa de resistencia militar eficaz incluía un programa de autogobierno, y el programa de autogobierno excluía obligatoriamente al virrey. Montevideo no se proponía luchar tan solo contra los ingleses, sino también por la legitimidad de sus propios intereses comerciales. La derrota militar a manos británicas no cambiara, en lo sustancial, ese limitado conflicto de intereses.

V

El 5 de enero de 1807 Lord Auchmuty cumple la segunda parte del desembarco, mientras el brigadier Carafurd a las órdenes de John Whitelocke sale de Inglaterra en marzo de ese año15. Una fuerza finalmente compuesta por 11.000 hombres se dispuso a conquistar el virreinato. Ya no se trataba de una operación de circunstancias, ni del intento de insubordinar las colonias de una

15     ? Beverina, Juan. El momento histórico del Virreinato del Río de la Plata. ob.cit.

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potencia enemiga, sino de una operación de conquista lisa y llana. Es que el bloqueo continental de Napoleón, la reestructuración manu militari del flujo comercial, estaba teniendo cierto éxito.Las acciones se iniciaron el 16 de enero de 1807; esto es, antes que la fuerza expedicionaria estuviera completa. Auchmuty desembarcó en la Playa de la Mulata o La Verde – a 10 kilómetros de Montevideo –. Sobremonte se hallaba a una legua, y destacó 800 lanceros y 6 piezas de artillería al mando del coronel Allende, quien nada hizo por evitar el desembarco. La resistencia había organizado 6.000 hombres en la plaza, y otros tantos la sitiaban. Sobremonte, con 2.500, podía desequilibrar el combate. No solo no lo hizo, sino que una vez más ni siquiera intervino en la lucha. Los españoles pelearon con mucho valor pero les faltó "en todo momento – según la perspectiva del invasor - buena dirección". Tres días más tarde, las tropas inglesas infligieron la primera derrota a los defensores fuera de la protección perimetral sostenida por 166 cañones de grueso calibre, alimentados por pocos y malos artilleros. El 2 de febrero los ingleses abrieron una brecha en una muralla que nunca se había terminado de construir por falta de fondos y, al día siguiente, tomaron la ciudad. Nos recuerda Palacio que al “conocerse en Buenos Aires la actuación de Sobremonte, la Junta de Guerra lo destituyó por moción de Alzaga16”. No se trataba por cierto de una decisión apresurada, sino de una determinación que muestra un crescendo del bloque mercantil. Ante la victoria de Liniers recortan los poderes militares de Sobremonte, y con la derrota de Montevideo se permiten completar el enroqué sustituyendo al virrey por Liniers.Una vez que la victoria inglesa se produjo, Montevideo quedó abarrota de mercancías descargadas desde los barcos mercantes que acompañaban la flota de guerra; y todos los que pudieran vincularse de algún modo al deposito o la compra de productos importados se llenaron los bolsillos mediante el contrabando. El consulado de Buenos Aires intento que las mercaderías inglesas en venta pagaran un adicional – diferencia entre la baja tasa inglesa y la habitual española- los comerciantes pusieron el grito en el cielo, Alzaga a la cabeza, y el consulado anuló la medida para lo que se consumiera en Montevideo, pero la mantuvo para lo que saliera de allí. Era pura apariencia. Desde Montevideo, en consecuencia, contrabandeaban toda la carga en todo el virreinato y también en Brasil. Tal nivel alcanzó esta versión del “libre comercio” que obligó a la Audiencia a producir un bando (16 de marzo de 1807) en el que disponía de la pena de muerte para el que comerciara con los ingleses o hiciera contrabando desde Montevideo. El bando no tenía mas objeto que guardar las formas, y por supuesto nadie fue apresado y mucho menos fusilado. La avalancha de mercaderías era de tal rango, tal la cantidad, que no había donde depositarlas. Hasta Liniers compró en Montevideo parte de las telas para uniformar las tropas. Unos años de "ocupación inglesa” habrían sido de incalculables beneficios para los comerciantes montevideanos. Por eso, el Cabildo pide al virrey que no sitie la ciudad, para no perjudicar la marcha de los negocios. Y el soldado que no combate nunca acepta una vez más lo inaceptable. Así se entiende que el agradecimiento del Cabildo a Liniers y Alzaga por insistir en su devolución, tras a capitulación de Whitelocke,"fuera un tanto tibio". El primer capítulo de la guerra había concluido. La plaza fuerte, el corazón de la defensa, había caído. El resto hubiera debido ser coser y cantar. Por cierto que la conquista no había resultado gratuita, pero su precio no estaba más allá del que un ejército en operaciones está dispuesto a pagar por una victoria.La fuerza que tomó Montevideo contaba con 4.653 hombres. Es decir, menos de la mitad del lote destinado por Londres. En Buenos Aires, la caída del principal puerto del Atlántico Sur produjo una conmoción política. La crisis militar que había apartado a Sobremonte del dispositivo militar de Buenos Aires volvía a abrirse tras la derrota de Montevideo. El 10 de febrero, en junta de guerra, el Cabildo de Buenos Aires presionó a la Real Audiencia para que destituyera al virrey. La Audiencia cedió y el nuevo poder político quedó establecido. Restaba una cosa: saber sí vencería donde el virrey había fracasado. El Cabildo era el nuevo gobierno provisional revolucionario de Buenos Aires, sin el menor comentario de los cabildos del interior, y el alcalde de primer voto, el alma del Cabildo, la cabeza de un partido autonomista indiferenciado. Recién el 10 de mayo Whitelocke arribó a Montevideo. Destinó 1.353 hombres a la ocupación de la ciudad. Con algo más de 8.000 y 18 cañones, el 1 de julio desembarcó en Quilmes. El 2 tomó Los Corrales de Miserere; el 5 puso sitió a la ciudad. La defensa integra la panoplia mitológica del bloque de clases dominantes, la historia de su voluntad de lucha y victoria en condiciones extremas. Resulta útil recordar que, dentro de ciertos

16     ?. Ernesto Palacio. Historia de la Argentina. 1515-1957, página 159, el subrayado

es de AH. Solar Hachette, Buenos Aires, 1965.

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límites, fue absolutamente así. Por eso, cuando Whitelocke exige la rendición, la dureza verbal de la respuesta guardó estricta proporción con la decisión de resistir y vencer.Había pasado un año desde la primera invasión y la ciudad era irreconocible. No por cierto en la traza, exactamente la misma, sino la mentalidad de sus integrantes. La ciudad de 1806, sin capacidad de réplica, sin nervio, sin voluntad, se había transformado de punta a punta. No porque tuviera mejor conducción militar que antaño – seguía siendo pésima – sino porque había construido en ese lapso todo su intenso aprendizaje político. Esa es molecularmente considerada la transformación subjetiva de sus integrantes. Los obedientes habitantes de una colonia perdida en los andurriales del mundo, se sienten autorizados a desafiar a una de las dos potencias de Europa. El imponente ejército que había vencido a los soldados profesionales del Montevideo amurallado será enfrentado. El miserable cálculo de Sobremonte – Buenos Aires no puede resistir un ataque inglés – había quedado definitivamente atrás, porque había dejado de ser cierto. La solución militar para defender Buenos Aires no admitía, por cierto, sino dos opciones: o sorprender al enemigo en pleno desembarco, o esperarle en la ciudad, sostuvo Groussac con inadecuada comprensión. Para Liniers y el Cabildo la solución debía ser obvia, ya que la posibilidad de impedir el desembarco requería contar con fuerzas entrenadas y disciplinadas por profesionales para una operación anfibia. Operación desechada criteriosamente por Montevideo, e imposible de ejecutar en Buenos Aires ante semejante flota. Por eso, Alzaga y el Cabildo sostuvieron la necesidad de aguardar a los ingleses dentro del perímetro de la ciudad, donde la flota quedaba neutralizada, y donde la superioridad del mando se volvía casi inocua. En lugar de una batalla regular, la resistencia partisana de una ciudad sin muralla. Liniers, en su única decisión militar, rechaza la idea, lo que lo pinta de cuerpo entero, realiza una salida ofensiva que desguarnece la ciudad sin detener al enemigo. Cuando, mas tarde, intenta explicar lo hecho en el parte enviado a Napoleón queda claro que carece de toda directriz estratégica. El brigadier Craufurd – en opinión de los expertos un competente oficial inglés - choca con Liniers, dispersa sus tropas, llega hasta Callao y tiene que retroceder por orden terminante del coronel Gower; si avanza, la ciudad inerme cae en manos de los invasores, según la circunstanciada opinión de Liniers y Alzaga. El mando de Whitelocke, afortunadamente, no era por cierto mucho mejor que el de Liniers. Si los ingleses sitiaban la ciudad, en cuatro días sus habitantes consumían la reserva de víveres (medio millar de animales), y al tener el río bloqueado por la flota su situación se volvía más que delicada. "La victoria fue un favor del cielo", escribió un contemporáneo. No exageraba. Whitelocke, un despreciado e inútil bastardo real, que había intentado comprar una rendición con 5.000 libras esterlinas en Santo Domingo en 1793, ni siquiera dispuso de adecuados croquis de la ciudad; por eso sus atrabiliarias ordenes fueron pésimamente indicadas y peor interpretadas, por un cuerpo de oficiales muy poco consustanciado con su jefe. El plan de Liniers, ofrecer batalla Barracas al Sur teniendo a sus espaldas el Riachuelo, era "tan ridículo" como el de conquistar la ciudad ingresando con 5.800 hombres divididos en catorce columnas. Cada fuerza intentaba, curiosamente, lo que más convenía a su antagonista. Liniers: la batalla campal, donde la superioridad inglesa era determinante; Whitelocke: la captura directa de la ciudad, donde la decisión miliciana y el conocimiento del terreno permitían que siempre la relación de fuerzas favoreciera a los partisanos. Una tarea imposible que el coronel Pack describió consignando "el insólito silencio de las calles". Y por cierto, el combate de calles – que remite a la guerra civil – resultó insoportable para la fuerza invasora. No solo favorecía el reagrupamiento partisano, sino que en los pocos lugares donde los ingleses se hicieron fuertes los combatientes parecían fluir hasta rodearlos y doblegarlos. La “cuenta del carnicero” – irónica denominación inglesa para el registro de bajas – demostraría palmariamente la inadecuación del camino elegido. 75 oficiales y 1.123 soldados, entre muertos y heridos, a los que se añaden 1.611 prisioneros, totalizaban 2.809 bajas del primer balance provisorio. Para unas horas de lucha era mucho. Como entraron en combate 5.787 soldados y la reserva ascendía a 1.107 todavía restaban 4.085; a esa cifra con la llegada de la retaguardia, en la tarde del 6 de julio, las fuerzas de Whitelocke suman 6.168 combatientes de un total de 9.031. Bastan las cifras consignadas para demoler el comportamiento militar de Whitelocke, ya que entra en combate una bajísima proporción del total de las tropas movilizadas desde Londres (lo que constituye un absurdo colosal); con un añadido clave: la fuerza con que contaba basta para sitiar la ciudad y tomarla por hambre. Conviene destacar que arribaron al Río de la Plata 14.273 soldados; en estos totales no está incluida la marina de desembarco y los tripulantes, a los que se debe añadir la tripulación de los transportes comerciales. De modo que se puede afirmar que la cifra final superaba holgadamente los 20.000 hombres. Si se considera que la ciudad contaba con 40.000 habitantes (de esa cifra es preciso descontar mujeres y niños) podemos concluir que se

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trata de un enfrentamiento en paridad de fuerzas numéricas. Es decir, la ventaja británica esta fuera de debate. Muy pocas invasiones tuvieron condiciones tan favorables y más deficiente conducción militar. Whitelocke remite a la peor tradición aristocrática del género puesta en su lugar por la voluntad popular de combate. Por eso el general inglés desiste, rinde su espada, y una corte marcial inglesa pone fin a su carrera militar. Esa era la verdadera novedad política: El cambio operado en los habitantes de Buenos Aires volvía muy difícil conservar la conquista. Pero este problema no varía entre el 5 y 7 de julio. Ergo, para que el “razonamiento” del jefe inglés tuviera algún sentido hubiera debido incumplir las ordenes recibidas por considerarlas inviables. De modo que rendición forma parte del nivel de ineptitud a que nos tiene habituado la convención internacional de la historia militar. Whitelocke dedujo que su suerte estaba echada y el 7 de julio puso fin a las hostilidades. El Times del 14 de septiembre sostiene: "Los detalles de este desastre, - se refiere a la rendición de Whitelocke - quizás él más importante que ha sentido este país desde el comienzo de la Guerra de la Revolución Francesa"17. Vale la pena recordar que no se trata de una exageración periodística, sino de una fría evaluación de los hechos. Los comerciantes de Londres estaban desesperados y desde el inicio de las hostilidades con Napoleón SBM nunca había recibido semejante golpe. Máxime, en un escenario secundario elegido por el atacante, y donde la defensa como era vox populi no estaba en manos de profesionales. Cargando un tanto las tintas, pero nada más que un poco, podemos sostener que la sorpresa inglesa puede homologarse a la del propio Bonaparte en España. Es decir, es la voluntad popular organizada como patriotismo dinástico religioso (por el rey y por la santa religión) la que hace morder el polvo a tropas de razonable calidad. La invasión había concluido. El efecto de la Defensa fue extraordinario, tanto en Europa como en América: la celebró la prensa y la exaltaron las poblaciones. La ciudad victoriosa se entregó a un júbilo indescriptible, un nuevo y probado dispositivo estatal soportó una prueba fundante: el partido autonomista controló y ejerció el nuevo gobierno y la presencia británica, de ahí en más, será económica y sólo desde esa dirección política. Es decir, la revolución muda contra Sobremonte había triunfado. El 24 de julio de 1808 Miranda felicitó desde Londres al Cabildo de Buenos Aires.Fue la primera y única vez que Buenos Aires libró una guerra sobre su territorio que no fue civil. Es que al vencer a los ingleses liquidaban un proyecto neocolonial, al tiempo que construían el primer escalón del partido de la independencia como partido de la autonomía. Todo el poder político dependía de la milicia victoriosa, y el jefe de esa curiosa victoria será el jefe del nuevo gobierno. De la crónica de la transformación observada en la estructura estatal absolutista, podemos establecer la siguiente secuencia: Sobremonte era el Estado; un Estado absoluto con las limitaciones del caso y con las atribuciones que le daba serlo en un dominio distante del corazón del poder. Desde el momento en que no resistió con un mínimo de eficacia militar, perdió su condición de Estado y abrió el curso de una crisis política. Esta crisis se grafica en los "despojos" que debió soportar el virrey, en su desplazamiento del comando del dispositivo militar. El despojo no era simple resultado de la lógica de los acontecimientos; para realizarse requirió la resignificación política de un órgano del Estado: el cabildo porteño. Y esa operación no dependía tan sólo de la fuerza armada, también requería, en perspectiva, una cuota de legitimidad pública: un nuevo horizonte ideológico, otra hegemonía política. Un nuevo orden político está siendo constituido. La segunda invasión inglesa será la arena donde disputará su litigioso derecho a la cristalización definitiva. Eso sí, en tanto los criollos integren el bloque dominante sin estatuto legal público, y la lógica de la autodefensa suponga la del autogobierno mismo (autodefensa como acto de autogobierno), los criollos todavía actuarán como un pliegue interno de un partido autonomista, como un pliegue sin desplegar. Una peculiaridad de la conformación extraordinariamente conservadora de este "partido" (en el sentido de su afán por preservar el orden tal cual fue originariamente establecido) está dada, precisamente, por el siguiente elemento ideológico: el partido autonomista no osa nombrarse a sí mismo, constituirse como tal, aceptar su existencia. En su primera versión, entonces, emerge como puro partido armado.

VI

El 23 de marzo de 1808 Liniers se dirigió por nota a la Superintendencia de la Real Hacienda del virreinato para informarle que desde hacía dos meses las tropas de la guarnición no cobraban. La soldada anualizada superaba el millón trescientos mil pesos. A los contadores del Tribunal de Cuentas no se les escapaba que esa cifra y el déficit de Tesorería resultaban casi idénticos. Dado

17 El subrayado es de AH.

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que ese monto equivalía a la diferencia entre ingresos y egresos corrientes; propusieron, siguiendo un razonamiento típico de los integrantes de esa profesión, reducir los gastos. Es decir, bajar sueldos y disminuir el número de oficiales. El programa estaba demasiado lejos de la perspectiva del virrey. Para financiar semejante déficit ya no alcanzaba la buena voluntad y los ingresos propios del Cabildo de Buenos Aires. La discusión giraba elípticamente sobre un punto central: ¿Con qué clase de autogobierno sustituir el licuado régimen que ya de ningún modo era colonial? Esto es: ¿A quienes incluye y por tanto, quienes quedan fuera? En el Río de la Plata ese debate político se desenvolvió así: el 1 de enero de 1809 Martín de Alzaga con el concurso de Mariano Moreno intentó derribar al virrey Liniers. Conviene recordar que Jacques de Liniers fue el primer virrey no español impuesto por el Cabildo de Buenos Aires a la monarquía, primero, y a la Junta Central de Cádiz, después. Es decir, ficcionalizaba el estatuto colonial siendo en realidad la máscara transicional del Cabildo de Buenos Aires, y del nuevo poder miliciano.A ese virrey se propuso derribar Alzaga con el argumento de constituir una junta a la española. Cuenta, para el intento, con el respaldo de los cuerpos armados de ese origen, del Cabildo (alcalde de primer voto modernamente se lee presidente) y con el acuerdo tácito de la Real Audiencia. Esto es, en teoría la intentona era imbatible, pero resultó derrotada. El derrumbe del proyecto “independentista peninsular” (no necesitamos a España para nada) abrió el curso del independentismo criollo. Si la Junta de Alzaga alcanzaba éxito, el poderoso comerciante vasco intentaría – con el respaldo de Elío – conservar Montevideo, y el resto del virreinato en torno a los intereses del puerto de Buenos Aires. Si fracasaba, los intereses de la campaña oriental – bajo control nominal de Buenos Aires – encabezados por Artigas, empujaban una crisis de muy compleja resolución. Montevideo no respaldaba a Alzaga “ideológicamente”, más bien operaba en la fisura abierta por el Cabildo de Buenos Aires dentro del poder miliciano.Cornelio Saavedra, el histórico jefe de los Patricios, la cuenta así: "Pasado el peligro de la invasión, los europeos viendo la adhesión del virrey Liniers a dichos cuerpos, <Patricios> y que estos se habían hecho respetables en la guarnición, temieron se minorase el predominio que en aquel tiempo tenían en Buenos Aires. Solicitaron formalmente de aquel jefe su disolución, con el pretexto de que sus individuos hacían falta a la agricultura y a las artes, pues muchos habían abandonado sus oficios por ser soldados. Se ofrecieron a hacer ellos el servicio de guarnición hasta tanto la Corte de Madrid mandase tropas que ellos habían pedido gratuitamente y sin sueldo alguno, ahorrando así el crecido sueldo de 14 pesos que nos daban en aquella época. Estos eran los verdaderos pretextos con que cubrían la verdadera causa que les movía a pretender la disolución de nuestros cuerpos. Don Santiago de Liniers repulsa dicha solicitud y fue este el origen de los desabrimientos y desavenencias que le suscitaron y fomentaron ante el rey apoyados de muchos capitulares de Buenos Aires18". El conflicto señalado por Saavedra recorre entonces la unidad del partido de la autonomía, desgajándolo. Desde el momento que los españoles luchan abiertamente por la dirección quiebran la unidad del bloque; el equilibrio del cabildo (cinco criollos y cinco españoles, por primera vez en toda su historia) aunque soporta la prueba sin mayores inconvenientes constata que no es la única fuente de poder, puesto que el virrey por su propio interés respalda la existencia de las milicias criollas. Liniers, aparentemente, no resiste el ukase del Cabildo, dado que conoce exactamente la naturaleza de su apoyatura. Accede al mando en tanto la presión del Cabildo y sus seguidores lo nombra, y esa misma presión en dirección opuesta lo destituye. En cambio, el primer movimiento de la fracción criolla, en tanto fracción militar con programa económico indiferenciado, aparece puramente defensivo: impedir que Alzaga triunfe: Bloquearle el camino, y al hacerlo desata el enfrentamiento. Una breve digresión: Clausewitz explicó, por esa misma fecha, que la guerra comienza en el momento en que uno de los antagonistas se defiende. Es decir, cuando no acepta pasivamente la determinación del otro y actúa en consecuencia, eso sucede en 1806-1807 y se repite en 1809.El Cabildo no cuenta con el virrey para desarmar a los Patricios, desde el momento en que el virrey no acepta subordinarse al Cabildo, por tanto Alzaga decide librarse de Liniers. La tensión entre el Cabildo y el virrey crece de continuo, porque advino estructural. En rigor la reconquista organiza un sistema de dos patas. Una, el Cabildo; esto es, el bloque colonial unificado que

18     ?Los sucesos de Mayo contados por sus actores, W. M. Jakcson Inc. Buenos Aires, diciembre de 1953.Memoria Autógrafa de Cornelio Saavedra, página 17 (el subrayado es de A. H).

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impulso la autodefensa. Dos, la milicia armada. Para Alzaga los milicianos dependen del Cabildo, ya que su paga depende de sus recursos. El virreinato esta quebrado, ya en 1807 los aportes de la plata potosina resultan teóricos, por tanto el virrey también depende del Cabildo para satisfacer a los milicianos. Liniers se transforma, como no puede ser de otro modo, en portavoz de los cuerpos armados, y su debilidad deviene su fuerza, ya que presiona con el poder partisano, ahora transformado en soldados de guarnición, sobre los capitulares.La protesta de los ricos comerciantes no se hace esperar. Acusan a Liniers de ineptitud administrativa. Demuestran, con las cifras en la mano, que es dispendioso. Recuerdan que para 5.000 soldados paga más de un millar de oficiales. No solo gasta mal, dicen, sino que paga caro, cosa que hasta Saavedra admite (“el crecido sueldo de 14 pesos”). Exigen, en consecuencia, dos cosas: reducción de sueldos, y poda de la nómina. Liniers entiende que se trata de un ataque a su investidura. El cuerpo municipal, dice, se ocupa de asuntos que no son de su incumbencia. Es preciso, sostiene, ponerlos en su lugar. Por eso no les ahorra humillaciones, como si el maltrato rompiera su dependencia financiera. Alzaga comete un error de cálculo, a fines de 1808, pero conviene contar la petit historiae. La hija del virrey se casa con un hermano de madame Perichon O´Gorman, francés de nacimiento, y según la legislación vigente Liniers debía solicitar la aprobación del monarca antes de llevar a cabo la boda. El hombre se saltea el paso - ¿a quién debía pedir la autorización: a Napoleón: a la Junta Central de Cádiz? – y esto permite al primus inter pares del Cabildo impulsar la deposición de Liniers. Con el código en la mano da intervención a la Real Audiencia mostrando que ese acto constituye causal de remoción justificada. Como era imposible juzgar a un virrey en una colonia, removerlo implicaba – al igual que en el caso de Sobremonte – la completa ruptura de la cadena de mandos, la dictadura del Cabildo. Para hacerlo solo dispone de una vía: los cuerpos armados que le responden. Un "pronunciamiento" a la española para abrir paso a una junta del mismo signo. Moviliza sus tropas el 1 de enero de 1809, y pide la renuncia del virrey.Saavedra sigue atentamente el comportamiento de los cuerpos de Vizcaínos, Catalanes y Gallegos (base militar de Alzaga) y a través de su "canario" prepara el contragolpe. Está perfectamente al tanto de la maniobra y se dispone a reprimirla sin dilación. Construye una completa vuelta de campana: ya no se trata de evitar que desarmen a los Patricios - táctica puramente defensiva- sino de desarmar los cuerpos españoles - táctica claramente ofensiva -. La defensa de la legalidad – Liniers era el virrey reconocido - sigue siendo el corazón de la estrategia miliciana y, debemos admitir, no es precisamente una estrategia defectuosa. Así razona y relata Saavedra ex post facto: "En vista de este desengaño - la plaza llena de seguidores de Liniers- quedaron estáticos los del cónclave, y recogida el acta de abdicación principiada, quedo anulada en todas sus partes. Entonces <Liniers> me ordenó intimase los cuerpos armados que aún estaban en formación y ademán hostil, rindiesen las armas, y que en caso de resistencia usase la fuerza. No fue preciso - sostiene Saavedra - valerse de este violento medio, porque a la segunda intimación arrojaron las armas y corrieron por las calles como gamos, buscando cada uno el rincón de sus casas en que ocultarse. Así termino aquel memorable día: he dicho memorable, porque en efecto, en él las armas de los hijos de Buenos Aires, abatieron el orgullo y las miras ambiciosas de los españoles y adquirieron superioridad sobre ellos19". La intentona fracasa, y en el fracaso queda constituido, públicamente constituido, el partido criollo como partido diferenciado - militarmente diferenciado - bajo la comandancia militar y política de Cornelio Saavedra. Pero para contertulios tan conservadores las brevas no estaban maduras, faltaba la caída de Cádiz en manos de Napoleón, para que la crisis de Mayo pusiera las cosas en su dinámico lugar. Y recién entonces Saavedra encabezaría una junta a la española con el vano objetivo de conservar para el bloque mercantil porteño las colonias de segundo grado del puerto de Buenos Aires.

19     ? Ibíd, páginas 29 y 30, el subrayado es de A. H.