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ENCUENTROS DE FORMACIÓN, 3ª ETAPA

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ENCUENTROS DE FORMACIÓN, 3ª ETAPA

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Ana María Torra Vinyals Concepción Salvador Liern Gema Meroño Gómez Mª Andrea Huidobro Viñas Pilar Caballero Otildo Aquilina Villacorta Prieto Petra García de Francisco Carmen Abad García Donata González García Manuela Parra Parro Ángeles Merino García Ana Mª Cortijo Frutos Esperanza Díaz Fernández Margarita Mallol Corregel Visitación Carrascal Arranz Mª Francisca Montejo Martín Mª del Carmen Martínez Arcusa Mª Mercedes Carbonell Carrán Mª Cinta Monroig Panisello Mª Teresa López Gago Mª Victoria Molins Gomila Pilar Rodríguez Briz Mª Asunción Lorenzo Sánchez Gema Jiménez Sanz Nieves Iriberri Josefina Martín Iglesias Mª Luisa Ibáñez Nicolás Margarita Aguirre Azcue Mª Lourdes Oyarbide Jáuregui Mª Pilar Martín-Tesorero López-Romero Mercedes Gómez Gil Margarida Mª Carneiro da Silva

Mossén José Luis Arín, sacerdote, biblista y vicario general de la diócesis de Tortosa Joan Antoni Caballols i Angelat, de la agencia de viajes Armagedon Tours

¿Quién hizo su maleta? ¿Lleva usted alguna

pistola?

¿Yo, una pistola? ¡No,

por Dios!

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De esto y sólo esto tratará esta sencilla crónica. Siguiendo el mismo estilo que he empleado en las crónicas anteriores, no esperéis encontrar todos los detalles geográficos o incluso bíblicos que vivimos durante los siete días de peregrinaje. No. Eso lo tenemos todas grabado en nuestra mente y en nuestros teléfonos móviles o cámaras fotográficas que nos acompañaron.

Yo quiero expresar aquí mis sentimientos y emociones que, seguramente coincidirán con los sentimientos y emociones de todas. Los más íntimos los llevamos todas grabados en nuestros corazones y nos van a acompañar el resto de nuestra vida. Cada una sabe lo que le impresionó más, dónde y cómo le habló Dios en cada momento o situación. Yo trataré aquí de plasmar lo que vivimos en general y lo que aquellos lugares tuvieron para nosotras el regusto de experimentar lo que nos pedía San Enrique de Ossó: “Amar, sentir, pensar como Cristo Jesús”.

Por eso, no os preocupéis si me dejo algunas cosas, si no

recuerdo bien algún nombre o momento. Lo esencial de lo que vivimos siguiendo los Evangelios, las cartas de los apóstoles, los Hechos o el Antiguo Testamento, no lo podemos olvidar…

Día 8: La noche más expectante

Era mediodía de aquel 8 de noviembre con el que todo el grupo de la 3ª etapa de formación habíamos soñado llenas de preguntas y de algunos temores: “¿llegaré sana al sueño de mi vida: pisar la tierra de Jesús?” “¿los achaques propios de la edad no me harán una mala jugada?” Y sí, allí estábamos todas las que nos apuntamos al viaje más esperado de la vida de un creyente: conocer in situ los lugares por los que el Verbo hecho carne mortal pasó sus 33 años de vida entre nosotros.

El avión de la compañía El Al, vuelo LY396, nos acogió a las 32 juntamente con Joan, nuestro encantador

enlace con la Empresa Armagedon Tours, y con Mn. José Luis Arin Roig, biblista y vicario general de la diócesis de Tortosa. Ambos, junto a Marcelo, el guía judío que nos acompañó todos los días y Anuar, el chofer, han sido nuestros maravillosos ángeles custodios.

La llegada a Tel Aviv nos preparó ya para las deliciosas horas que pasaríamos en aquel autocar en el que

hicimos un trayecto más largo de lo normal, debido a un accidente y a un tráfico caótico -al que pronto nos habituamos-. Pero aquel agradable cansancio del viaje fue el comienzo de unas jornadas maravillosas que se iniciaron en el Hotel King Solomon, en la ciudad de Netanya de Israel, la primera que nos acogió.

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Día 9: Netanya, Cesarea, Monte Carmelo, Haifa, Nazareth

El autocar había emprendido la marcha y nosotras ya gozábamos de nuestras primeras vistas de la tierra de Jesús. Yo recuerdo, con una emoción especial, el momento en el que, tras una revuelta del camino, empezamos a divisar el mar, aquella franja azul que vieron los ojos de Jesús y que me evocaron las palabras de Joan Manuel Serrat: “Nací en el Mediterráneo…” porque es mi mar y el mar que en alguna ocasión vieron los ojos de Jesús en esa Cesarea de los romanos o cuando se asomaba a Tiro y Sidón…

Ese mar azul nos acompañó durante parte del viaje y la clase de historia que nos dieron Marcelo y el

mossèn nos ayudó a entender mejor aquello que nuestros ojos contemplaban, remontándonos al tiempo en el que Jesús los recorrería. La vista del acueducto cuando nos dirigíamos al Monte Carmelo era digna de contemplarse. Pero la técnica actual de nuestros teléfonos inteligentes, si bien tiene la ventaja de poder hacer partícipes de lo que estamos viendo a nuestras hermanas lejanas y a nuestros amigos, tiene el inconveniente de impedir -en parte- la contemplación de esos lugares…

Todo era expectación, deseo, esperanza, ilusión… y así nos dormimos habiendo empezado nuestro peregrinaje por la tierra que Dios escogió para hacerse hombre entre nosotros y pasar los años de su vida caminando ¡y cuánto! por los paisajes que nos esperaban al día siguiente….

Aquí dormimos la primera noche. Hotel King Solomon, en Netanya, muy cerca de Tel Aviv.

El mar y las ruinas romanas de Cesarea

Marítima.

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El Monte Carmelo estaba lleno de

otro tipo de connotaciones no tanto bíblicas como carismáticas. Tal vez nos decían más los recuerdos de la Reforma de Santa Teresa que quería volver a aquellos primeros ermitaños del Monte Carmelo con San Elías, que la gran construcción -aunque bellísima- del complejo carmelitano moderno.

El espléndido día de sol y algunas

nubes bajas nos permitieron disfrutar de bellísimos paisajes aquí y en Haifa.

El momento culminante del día

fue la marcha hacia Nazareth en Galilea. Aquí tuvimos uno de los

momentos que llenaban nuestra alma de recuerdos bíblicos vividos desde la infancia: lo que la tradición asegura ser la casita de Nazareth donde vivió María. Recuerdo la llegada a Nazareth como uno de los encuentros religiosos profundos. Era la primera ciudad que nos acompañó desde la infancia en el recuerdo de la vida de Jesús. Ya acercándonos a la actual ciudad -grande y con un inmenso comercio para el turismo- nos acordamos de la famosa frase de Natanael: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”, pensando en su sentido más profundo comentado por el guía y por el sacerdote, pero imaginando aquellas callejuelas, hoy habitadas por la mayoría de población árabe, recorridas por Jesús en su infancia y correteando con sus amigos…

Como digo, vivimos momentos

intensos en la gruta de la Virgen, en la supuesta carpintería de José, y en la primera Eucaristía que celebrábamos juntos en Nazareth. En la basílica teníamos una hora reservada para nosotras. Nuestra celebración, nuestros cantos, nuestra vida compartida en un lugar lleno de recuerdos. Pero tal vez el momento que -al menos yo- viví en profundidad mayor fue el de leer la inscripción famosa "hic verbum caro factum est" en la casita de la Virgen; frase que luego volveríamos a leer en Belén.

La ciudad de Haifa vista desde el Monte Carmelo.

La casita de María, en Nazaret. Bajo la mesa del altar, en el frente, la inscripción “hic verbum caro factum est”.

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Día 10: De Nazareth a Canaá, Mar de Galilea, Tabgha, Monte Tabor y Nazareth

De momento Nazareth era nuestra residencia habitual desde donde nos trasladábamos muy de mañanita, sin importarnos el madrugón. Valía la pena aprovechar todas las horas del día, que es más corto ya en otoño.

Una de las impresiones que nos unía cuando

comentábamos los traslados de un lugar a otro es lo mucho que caminó Jesús con sus discípulos en esos recorridos. Y, claro está, que no en autocar como nosotras. Pero sí con treinta años y no con setenta y tantos o con ochenta y pico, como la mayoría tenemos…

Yo creo que todas recor-

damos a nuestros padres en Canaá, aquella basílica llena de recuerdos del primer milagro de Jesús. Preci-samente estaban cele-brando el rito de renovar las pro-mesas matri-moniales unos peregrinos, y nosotras escuchamos las explicaciones del guía imaginando la realidad vivida mien-tras contemplábamos los restos de la antigua ciudad ubicada debajo de la gran basílica.

Yo considero este día –junto

al de la gruta de Belén, y la visita al sepulcro- como la cumbre de nues-tras experiencias espirituales de esos días. Ahora diré por qué.

Nazareth hoy día.

Grandes tinajas, en Canaá, que recuerdan el milagro del agua convertida en vino.

¡y de repente, el Mar de Galilea!

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Estábamos sentadas en el autocar oyendo las explicaciones detalladas del guía Marcelo y los

comentarios bíblicos del sacerdote ¡y de repente, el Mar de Galilea! Yo no sé lo que les pasó a todas, yo sólo sé que los ojos se me llenaron de lágrimas y empecé a recitar “gracias, gracias, gracias, Señor, porque ya quiero decir como Simeón que puedes dejar a tu sierva irse en paz, ya que mis ojos han visto ese mar que tanto he deseado, tu mar…” Había un silencio lleno de gozo entre nosotras. Las montañas que Jesús contemplaría, el mar por el que caminó y se embarcó, donde pescó y habló… Las basílicas son evocaciones del pasado, pero las montañas y el mar son los mismos que vieron sus ojos y ahora contemplaban los nuestros, aunque fuera empañados por las lágrimas.

Uno de los momentos más emocionantes de aquel día tan lleno fue el paseo en barca por el Mar de

Galilea cantando “Pescador de hombres” mientras recorríamos de orilla a orilla aquel lago testigo de momentos entrañables de Jesús con sus discípulos en vida mortal y en vida gloriosa de resucitado, testigo de la confesión de Pedro, la ternura de Juan, y de tantos episodios de la vida de aquellos pescadores… Era uno de mis grandes deseos: contemplar el Mar de Galilea y tocar el agua del Jordán. Las dos cosas que se hicieron realidad ese día.

Nos embarcamos y navegamos por donde también navegó Jesús. Como

él, divisamos “la otra orilla”. Nuestros ojos vieron el mismo paisaje que vieron sus ojos…

En la sinagoga de Cafarnaúm, al menos yo,

imaginé uno de los pasajes evangélicos que es como un leitmotiv de nuestra vida: cuando al iniciar su vida pública entra en la sinagoga de su pueblo y comenta el texto de Isaías que se está cumpliendo en Él. Recordé: “… he venido a dar la buena noticia a los pobres…” La buena noticia, la de las bienaventuranzas que enseguida íbamos a ver en el monte donde según la tradición las anunció. Y las preciosas vistas del Mar de Galilea y los Altos de Golán, llenos de recuerdos más recientes de las luchas fronterizas entre Israel y Egipto, Jordania, Irak y Siria…

Entrada a Cafarnaúm “la ciudad de Jesús”. Ruinas de la antigua sinagoga.

Iglesia actual.

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Después de una comida típica -el pescado de san Pedro-, de ver en Tabgha, el supuesto lugar donde

Jesús multiplicó los panes y los peces, la sinagoga donde enseñó y el Centro religioso de Magdala, vivimos otro de los grandes momentos espirituales: El lugar del Bautismo en el Jordán y la subida al Monte Tabor.

El Jordán nos mostró su belleza en varios recovecos que algunas aprovechamos para renovar nuestro

bautismo. En uno de esos rincones la accesibilidad no era difícil para nuestras edades avanzadas. Pilar Rodríguez y yo, estábamos decididas. Con la dificultad de descalzarnos y remangarnos los pantalones, superada a pesar de nuestros achaques, nos sumergimos en un lugar en el que unos escalones facilitaban el acceso al agua. Con un vasito que un niño nos dejó amablemente, nos derramamos agua en la cabeza la una a la otra repitiendo la fórmula de fe con la que nos bautizaron. Pronto se acercaron tres o cuatro hermanas más que, se aproximaron para ser bautizadas también, o al menos tocar el agua. Yo puedo decir que me embargó una emoción nueva al renovar mi fe con aquella sencilla ceremonia y en ese rincón del Jordán donde Juan bautizó a Jesús. Símbolos, es verdad, pero con una gran realidad en su profundo recuerdo.

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Y el Tabor con la Eucaristía en la Iglesia de la

Transfiguración. Emocionante ascenso por una carre-tera empinadísima -en donde alguien contó hasta 29 curvas pronunciadas- y al que nos llevaron en fur-gonetas taxis hasta la cumbre de aquel lugar de recuerdo místico para los dos apóstoles privilegiados con la visión de un nuevo aspecto de Jesús glorioso… No es extraño que Pedro se quisiera quedar allí en tiendas de campaña.

Por eso la Eucaristía en aquel lugar santo tuvo

reminiscencias de la mística que llegó a nuestras vidas a través de Teresa de Jesús y que ahora revivíamos en uno de los más bellos pasajes bíblicos.

La vuelta a Nazareth, en el autocar, fue un

rememorar aquel día tan intenso que nos llevábamos en el corazón como una de las mayores gracias recibidas en estos días maravillosos.

Día 11: De Nazareth a Beit Shean, Jericó, Qumram y Jerusalén

Beit Shean –Betsaida- con sus baños, nos llevó a ruinas impresionantes que nos recordaron al pobre paralítico que no atinaba a meterse nunca en aquellas aguas termales que, por algún fenómeno explicable como fenómeno físico, se movían o bullían con propiedades curativas… Las ruinas de Jericó y las excavaciones del Qumram, en donde recordamos los asentamientos de los esenios, los grandes des-cubrimientos de 1947, el museo con algunos de aquellos restos descu-biertos, son impresiones de otro ti-po que no por eso dejan de ser maravillosas y de agradecerlas a Dios.

Pero ese día tuvo un momento fuerte e inolvidable: la

entrada a la ciudad santa de Jerusalén. Un mirador impresionante nos permitió, nada más llegar a la

cumbre del Monte de los Olivos, extasiarnos ante la maravillosa vista de la ciudad iluminada, pues ya a esa hora de la tarde -las 6- era completamente de noche. Las inevitables fotos y exclamaciones, y luego el silencio expectante para volver a entonar el salmo 121: “Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén”…

La iglesia de la

Transfiguración. La eucaristía en el Monte Tabor.

Restos de la piscina de Betsaida.

“Ya están pisando nuestros pies tus

umbrales Jerusalén”.

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Una sorpresa de la organización nos esperaba en

aquel momento único: Marcelo, el guía, después de completar las explicaciones, nos repartió una pequeña copa de madera y escanció solemnemente un poco de mosto en cada una de ellas. Brindamos con gran ceremonia, y bebimos con el gozo en el alma.

DIA 12: DE JERUSALEM A GETSEMANÍ, EIN KAREN, MAQUETA JERUSALÉN. MUSEO DEL LIBRO. BELEN- JERUSALEN

Nos esperaba uno de esos lugares en donde el Evangelio se hace realidad y recuerdo emocionado. El

antiguo huerto de Getsemaní nos hizo contemplar los viejos olivos pensando en aquellos otros que los pobres apóstoles casi no veían a causa del sueño y el cansancio acumulado. Viendo las distancias que recorríamos, se podía entender mejor el agotamiento de unos hombres que amaban tiernamente a Jesús y acumulaban tensión y tristeza. Pero mucho más lo sentiría Jesús a quien podíamos imaginar arrastrándose casi por tierra con aquel sudor de sangre que algún médico ha podido reconocer como síntoma, que se ha dado en alguna ocasión, ante un agudo dolor…

Nos quedaba aún orar juntas

con la oración que nos enseñó Jesús para dirigirnos al Padre. Y lo hicimos en una gruta que la tradición une a la enseñanza de esa oración con la que Jesús respondió a la petición de los apóstoles: “Maestro, enséñanos a orar”. Allá se encuentran la oración del padrenuestro en 80 idiomas, que recorrimos hasta encontrar los nuestros.

Iglesia y huerto de los olivos.

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Otra visita llena de ternura en

torno a la Madre de Dios: la tradición cristiana atribuye la primera cons-trucción de la actual Iglesia de la Visitación a santa Helena de Cons-tantinopla, madre de Constantino el Grande, hacia principios del siglo IV. En el siglo V fue edificada en Ein Karen la «Iglesia de San Juan Bautista», sobre la cueva que se supone fue la casa de Zacarías, donde Juan el Bautista nació. Delicioso mosaico con el famoso y profético abrazo de María y su prima Isabel, ambas embarazadas.

Fue ante la maravillosa y

monumental maqueta de Jerusalén en la época del segundo templo, donde nos pasamos un buen rato imaginando -al menos yo- el llanto de Jesús pensando en la destrucción del templo. Un día de riqueza histórica, sin duda, al poder contemplar en el Museo del Libro, donde se encuentran los famosos hallazgos del Qumram originarios del Mar Muerto.

Pero el momento culminante del

día había de ser el de la visita al Campo de los Pastores y la basílica de la Natividad. Creo que estaréis de acuerdo en guardar como un recuerdo inol-vidable el momento al que voy a referirme. De tal modo que dejo atrás el terrible agotamiento de la espera que le siguió... Me refiero a aquella Eucaristía comunitaria que pudimos celebrar juntas, en silencio, paz y soledad, dentro de una de las grutas en donde pudo ser el nacimiento de Jesús, aunque la famosa estrella que hoy señala el sitio esté en la gruta de al lado... Allá cantamos villancicos, celebrando, sin fecha, el gran misterio del Verbo hecho carne. Y, en aquel recinto pobre y sencillo, solas con nuestro Dios humanado, en una gruta semejante a su primera morada en la tierra, renovamos nuestros votos, nuestra consagración, la que un día muy lejano para todas nosotras, cambió nuestras vidas y las enriqueció con la pobreza de Jesús de Nazareth... ¡Qué maravilloso sonaba allí el conocido villancico "Noche de Paz"!

En la cueva de Belén. Allí celebramos la Eucaristía de

Navidad y renovamos nuestros votos.

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Después de una larga espera en una fila

interminable para entrar en el recinto que sólo algunas pudimos paliar un poco -por nuestra edad, achaques o indisposición-, sentadas entre aquel batiburrillo de multitudes un tanto bulliciosas, nos llegó el turno: en el silencio sobrecogedor de aquella cueva incrustada en la basílica, tocamos o besamos la estrella que señala -¡impresionante mensaje!- el que ya habíamos visto en Nazaret: "hic verbum caro factum est".

DIA 13: DE JERUSALEM AL SANTO SEPULCRO-LITHOSTROTOS-MONTE SION-MURO DE LAS LAMENTACIONES

El día más cansado para nuestras piernas -algunas

octogenarias- y para nuestros corazones gastados... pero de una riqueza interior que compensaba el cansancio, el agotamiento, los dolores y las impotencias. Un día de Pasión que alimentó nuestras almas en un Viernes Santo más rico que cualquiera de los que hemos vivido hasta ahora. Empezamos por una espera larga y paciente en donde fuimos preparando nuestro corazón para el momento culminante: de la estrella que habíamos tocado el día anterior, recordando que el Verbo se había hecho hombre entre los hombres, ahora al lugar en donde dio la vida por nosotros en un montículo donde hoy se eleva una inmensa y -yo diría destartalada- basílica. Y en esa basílica, encerrado en el lugar que con toda seguridad se halló como verdadero, gracias a Santa Helena, excavado en la roca, el sepulcro con su antecámara en la que las mujeres se asomaron temerosas para ver solo el lugar en el que estuvo su cuerpo... Yo sé que en el momento en el que un "guardián" me ayudó a descender, protegiendo mi cabeza de la roca, sentí que estaba viviendo un momento único que he deseado muchas veces. Allí estuvo el cuerpo de mi Señor, mi Maestro, mi Esposo, mi Amigo, ¡mi Dios!

Confieso que contemplando la piedra del enlosado por

donde Jesús pasó, -en el subterráneo del convento franciscano donde se erige la gran basílica- tocando la losa en donde, según la tradición, José de Arimatea y Nicodemo ungieron el cuerpo de Jesús, sentí una profunda emoción, pero creo que no la recuerdo tanto con la emoción religiosa que viví en un rato de oración silenciosa frente a los que pasaban a tocar la piedra sagrada. Era una multitud como de la que habla el apocalipsis: "de toda lengua, pueblo y o nación", todos en silencio elocuente pasaban a reverenciar un recuerdo de Vida, presente, no pasada... Yo recordé las palabras de Jesús: "Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí".

Mesa donde ungieron con aromas el cuerpo de Jesús, en

la antecámara del lugar del sepulcro donde depositaron

su cuerpo

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Recorrer el Vía crucis, en medio

de multitudes, fue el momento siguiente. Muy distinto, sin duda. Pero creo que pasar por la Vía Dolorosa, por aquellas callejuelas llenas de bullicio, de ven-dedores ambulantes que asedian a los turistas o peregrinos, sin distinguir a unos de los otros, nos podía dar una idea de la distancia recorrida por Jesús desde el pretorio, del contraste entre la vida ordinaria y cotidiana de un pueblo y la grandeza de lo que estaba ocurriendo en aquel momento histórico que cambiaría la vida de millones y millones de personas a través de los siglos: la Pasión y Muerte de Dios hecho Hombre.

De allí al lugar también rico en

emociones, el Lithostrotos - en hebreo Gàbata- o lugar del que habla San Juan para designar donde fue trasladado Jesús: se trata del pavimento enlosado o de mosaico que se encontraba no sólo en el tribunal, sino que se extendía también al frente del pretorio de Pilatos. Contemplar aquella piedra con nuestros ojos prendidos del Evangelio es algo diferente a ver sólo un pavimento rico en anti-güedad, con ojos de arqueólogo.

Estábamos en el convento de las

Hermanas de Sión. Una parada en el camino doloroso para leer en silencio orante toda la Pasión según San Juan. Eso nos mantuvo en el ambiente que necesitábamos para una visita tan importante.

Calles de Jerusalén. El lithostrotos, hoy día varios metros bajo tierra. Enlosado

original, presumiblemente el mismo que pisó Jesús en su comparecencia

ante Pilatos.

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La tarde fue de otro tipo

de riqueza histórica para nuestro conocimiento de los lugares santos que hoy se disputan entre sí varias confesiones en un conglomerado a veces aparen-temente caótico, pero con re-miniscencias históricas muy inte-resantes. Allí podíamos recordar el Evangelio en el Monte Sión en San Pedro in Gallicantu, donde antes estuvo la residencia de Caifás, como el Antiguo Tes-tamento, en la tumba del Rey David, o el simple relato tra-dicional en la Iglesia de la Dormición.

La entrada al barrio judío

por la puerta de Sión tiene para todo peregrino una connotación interesante, al encontrarse con el famoso Muro de las Lamen-taciones. La sencilla fe popular se hace allí patente, junto con las tradiciones judías llevadas al extremo por los más rigurosos practicantes que recuerdan a los fariseos de los que tanto hablan los Evangelios.

La típica división -según

nuestra cultura, empapada de machismo- se manifiesta hasta en la separación real con un muro entre los hombres y las mujeres que acuden a orar. Yo pude saciar mi curiosidad subiéndome en un banco para contemplar a los varones. Se estaba celebrando en ese momento la famosa fiesta del adolescente judío del Bar Mitz-vah, a los 13 años, en los que se cree alcanzar un grado de ma-durez humana. Con sus orna-mentos sagrados y su kipá blanco unos niños atravesaban bajo palio la explanada del muro corres-pondiente a los varones.

La tumba del Rey David. El Cenáculo.

La zona del Muro de las Lamentaciones y judíos

ortodoxos orando en el muro.

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Nos llamó la atención cómo oraban

todos y todas con la Torá, de la que había muchos ejemplares que la gente utilizaba, dejándolos después en su sitio.

La empresa -que en todo momento nos

ha tratado maravillosamente- quiso obse-quiarnos la última noche con una cena en un buen restaurante armenio. Allá nos entregaron un diploma-certificado de peregrinación y nosotras les agradecimos todo lo que habían hecho para que el viaje fuera agradable y de una riqueza humana y espiritual que nunca olvidaremos.

¡Demos gracias a Dios y a la Compañía

de Santa Teresa que así nos obsequió en la etapa final de nuestras vidas!

Barcelona, 16 de noviembre de 2017