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Encuentros Encuentros Encuentros Encuentros
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V CERTAMEN DE RELATO BREVE FERNANDO ABRAINV CERTAMEN DE RELATO BREVE FERNANDO ABRAINV CERTAMEN DE RELATO BREVE FERNANDO ABRAINV CERTAMEN DE RELATO BREVE FERNANDO ABRAIN
“Encuentros y cuentos” V Certamen de relato breve Fernando Abraín Tirada: 400 ejemplares Centro de EPA Codef Fundación Adunare Asociación Codef Depósito legal Se permite expresamente la reproducción total o parcial de esta obra. Úsala, di-fúndela y si precisas más ejemplares escribe a : [email protected]
encuentros y cuentos
V CERTAMEN DE RELATO BREVE FERNANDO ABRAIN
AUTORAS Sagrario Minguillón Soro
Isabel Moreno Enciso Yolanda Navarro Quintana
Francisco javier Sancho Limones Eva María Aranda Sánchez
María Luisa Carvajal Arroyo María Aránzazu Agudo Álvarez
Francisca Herraiz Palencia Francisca Tarazaga Moreno
María Asunción Llanos Sánchez
Ilustraciones Amparo Ortillés García
Nuria Prat Ortillés
PRÓLOGO En la sociedad actual ha to-mado más fuerza que nunca la importancia de la escritu-ra. Han surgido nuevos me-dios de comunicación don-de el dominio del lenguaje escrito es básico. Las nuevas tecnologías nos acercan al mundo, a la gente. Correo electrónico, mensajes a través de teléfonos móviles, chats,... La necesidad de es-cribir para comunicarse re-surge con fuerza en el co-mienzo de este siglo. Pero escribir no es fácil, eso lo sabemos todos, aprender a escribir es un proceso que dura toda la vida, los más grandes escritores podrían hablarnos sobre ello. Narrar nuestras historias, describir nuestros sentimientos, expre-sar nuestras ideas y ser ca-paces de hacerlo por escrito es un ejercicio complicado que exige un gran esfuerzo. La pereza, el miedo a equi-vocarnos, el no sentirnos ca-paces, la falta de resultado satisfactorios son algunos de los obstáculos a superar. Este libro es el ejemplo de que todas esas barreras pueden superarse. Aquí sólo
encontrareis algunos ejem-plos, pero fueron decenas las personas de todos los rincones de España que se sentaron y dedicaron un tiempo a dejar en un pa-pel su historia. Queremos felicitar y dar las gracias a todas ellas y no solo a las que aquí aparecen, pues todas y cada una de las que nos enviaron un relato han logrado algo impor-tante. Os pedimos que le-áis este libro con cariño pues es el resultado del tra-bajo de muchas personas que han conseguido saltar los obstáculos y ponerse a escribir. Este Certamen de Relato Breve nace en una Escuela de Personas Adultas, con el sueño de conseguir que los participantes de otras Escuelas semejantes se pu-sieran a escribir. Queríamos intercambiar historias, hacer nuestras las pala-bras, apropiarnos del len-guaje, por que de esta for-ma conseguimos ser ciu-dadanos, adueñarnos de
la realidad, dotar de mayor significado a las cosas, ser conscientes, ser críticos y poder dejar constancia de ello. Las páginas de este li-bro se han forjado en aulas de Adultos de toda España y allí es donde queremos que regresen. A los educadores de EPA os pedimos que aprovechéis este recurso. Con esa finali-dad fue creado. Que lo llevéis al aula, que lo leáis juntos, que sirva para mos-trar a nuestros participantes que solo hay que dar el pri-mer paso, que los animéis a que escriban que se dejen llevar, que lean lo que han escrito, que lo corrijan, que lo vuelvan a escribir. Es difí-cil, lo sabemos, pero es un proceso. Sólo escribiendo se aprende a escribir. Sólo hay que emprender ese maravilloso camino. Y este certamen pretende ser un acicate para dar el primer paso.
Crónica de un encuentro
SAGRARIO MINGUILLÓN SORO Centro de Recursos Comunitarios EL TRANVÍA
Zaragoza
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(Seudónimo: Laurana) Primer día de clase. Me siento ante el ordenador: La bes-
tia parda. Algo tan extraño en mi evolución cultural co-
mo el Tiranosaurio-Rex (antes de "Parque Jurásico").
Lo miro. Me mira. Nos observamos mutuamente. Es frio,
falto de emociones y sé que no se va a inmutar si me
desespero ante su pantalla u olvido sus leyes robóticas.
De quien espero comprensión (y mucha) es de mi profe-
sora (unas décadas más joven que yo) y la obtengo en
forma de explicaciones detalladas de los protocolos que
rigen la tecnología. Soy experta mecanógrafa y eso me
da ánimos, aunque aquí descubro teclas que no esta-
ban en mi Olivetti. Haré caso a mi profesora y me Io to-
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maré con calma. Aprender a manejar el ordenador, pa-
ra mí, es como ir a Marte: costoso y difícil, para finalmen-
te encontrar un mundo árido que no admire equivoca-
ciones. Si no pulso las teclas adecuadas los chips no se
preguntan "¿Ésta nerviosa persona humana querrá llegar
a tal sitio y se habrá equivocado?"
En esto de las comunicaciones soy hija de la radio, una
máquina con sentimientos y dos ruletas: una para encen-
der/apagar y otra para decidir a qué lugar del dial de-
seabas ir. Y sus tripas, con alucinantes bombillas y extra-
ños cables, estaban a la vista tras un trozo de cartón du-
ro agujereado. A esta máquina entrañable solo la falta
de electricidad podía silenciarla y de ella sallan "discos
dedicados", dramáticos seriales, concursos (como "Caja
o dinero"), divertidas series ("Matilde, Perico y Periquín"...)
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La radio, compañera en las cenas familiares... Después
llegó la tele, pero esa es otra historia.
Se ha acabado la primera clase. Que si me he enterado
de algo. Respondo con una frase muy positiva (no quiero
defraudar a la profe). Mentalmente le envío a mi sub-
consciente un ruego y muchos ánimos para que vaya
asimilando tanto dato extraño.
Unas clases más adelante. Ya me llevo un poco mejor
con la bestia parda y de verdad que deseo ser su ami-
ga. La máquina también se esfuerza en hacerme caso,
al menos hoy. En días pasados se ponía borde, hinchaba
pecho y me dejaba en la estacada con total desprecio.
Me costó creer que tal actitud no era un ataque perso-
nal. Pero entendí que esos son altibajos emocionales
(míos) naturales en esto de aprender nuevas tecnologías
(creo).
Hoy accedo a una hoja en blanco (virtual) en la que es-cribir Io que yo desee: un poema, un relato, una carta...
De repente la nostalgia me desborda por las orejas. Una hoja en blanco... Echo de menos la pluma estilográfica de mi niñez que de vez en cuando me manchaba de tinta los dedos y las hojas y, si se te volcaba el tintero, hasta el pupitre quedaba lleno de una mancha oscura y terrible (esto último, a mí, nunca me pasó. Lo prometo. Lo del pupitre. De verdad).
Sin lápiz o boli en la mano ¿cómo comenzar a escribir?
Me siento extraña. Claro que esta pantalla, ahora, está
muy cerca emocionalmente de la hoja prendida en el
rodillo de mi máquina. Es Io mismo, más o menos. Yo, que
amo escribir en mi Olivetti, puedo tomar esa referencia,
aunque a veces escribo a mano y luego Io paso "a lim-
pio' a la máquina. Recuerdo (me río solo de pensarlo)
cuando "hacer copias" significaba poner entre las hojas
de papel aquellas pringosas hojas de papel carbón. La
última copia, ¡siempre!, quedaba desvaída, tan sutil que
apenas se entendía Io escrito. Pero ¡hay que evolucio-
nar! Y Io voy a hacer.
Escribo en mi hoja virtual, iluminada, encuadrada, donde
las letras toman la grandiosidad y variedad de estilos a
golpe de tecla (Yo, de niña, hacía interminables filas de
bonitas letras de estilo diferente. Qué recuerdos…)
Cuando acaba la clase, estoy orgullosa de mí misma,
pero me digo que aprender nuevas formas no quiere de-
cir eliminar las anteriores. Sí, creo que seguiré escribiendo
a mano y luego, “a limpio”, lo pasaré al ordenador. (Mi
subconsciente me pregunta si de verdad me creo lo que
acabo de pensar, eso de seguir escribiendo a mano).
Algunas clases más tarde. Mi amigo y yo. Se abre a mí
como una flor y e deja acceder a mi correo. Tengo una
dirección virtual, o sea, en ninguna parte. Bueno sí, en el
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mundo de los impulsos eléctricos y los nanocables. Allí re-
side mi buzón, donde amigos y familiares me envían car-
tas sin sello. Lo tienen difícil los coleccionistas de sello
(nunca fui uno de ellos. Yo me coleccionaba cromos de
series de televisión) y tampoco lo tienen fácil los carteros,
esas personas con un carrito lleno de noticias. ¿Llegarán
a desaparecer? Imagino que sí.
Recuerdo que cuando era niña (muy, muy niña) no ten-
íamos buzones en el patio y el cartero gritaba los apelli-
dos de los destinatarios de las cartas que traía (tiempos
prehistóricos, parecen), y por Navidad nos decía “el car-
tero les desea felices pascuas” y le dábamos unas mone-
das como aguinaldo.
Atiendo a la profe. Llega Internet. El mundo a mis pies.
Los brazos abiertos ante mi inmenso deseo de conoci-
miento, de aprender.
Mi cerebro, fiel a su programación, asocia ideas y me
veo a mí misma (ratoncillo de biblioteca) buscando da-
tos entre anaqueles, para mis cuentos, para mi saber.
Ahora, todas las bibliotecas están a unos golpes de te-
cla. Y, de repente, me aferro mentalmente al tacto de
los libros, a su olor, a sus páginas… ¿Desaparecerán un
día los libros tal y como los conocemos desde que apa-
reció la imprenta? ¡No!, grito mentalmente. Pero en el
fondo de mi corazón creo que, aunque jamás dejará de
haber contadores de historias que ya empezaron sus an-
danzas al amor de una lumbre hace miles de años, el for-
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mato en que se expanden las noticias sí cambiará. Pero
no quiero elucubrar. Quiero vivir el hoy. Y hoy puedo dis-
frutar de los libros y de la naciente amistad con un ele-
mento lógico, frío, inabarcable, generoso, terrible
(también) y que parece va aceptando mis vacilaciones
y mis aciertos (sigue sin inmutarse cuando me equivoco).
Me siento Bien recibida en el interior de la dura carcasa
metálica. Cuando tenga un ordenador propio pondré a
su lado un jarroncito con flores. En señal de concordia.
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Yo la quiero mucho, por eso le hecho esa trastada. To-
das las mañanas le doy la primera alegría del día, a ve-
ces es la única que recibe, pero esto no puede seguir así.
Es tímida, guapa y aun no conoce a nadie en a ciudad,
sólo va de casa al trabajo, no tiene amigos todavía. Por
eso me alegre mucho, cuando llegó el nuevo vecino. Se
ha instalado en el mismo rellano, la puerta de su piso
está enfrente de la nuestra. Es guapo, joven, simpático y
se gana la vida de electricista. Tiene un taller en la esqui-
na.
El otro día, por la mañana, no quise hacerle el café, así
que ella se bajo al bar a desayunar, como yo esperaba.
Café para dos
ISABEL MORENO ENCISO EPA Codef. FUNDACIÓN ADUNARE
Zaragoza
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El nuevo vecino estaba tomándose un cortado. Se die-
ron los buenos días y entablaron una amena conversa-
ción, así que ella se decidió a pedirle que me arreglara,
a Io que él accedió encantado.
Para ver que me sucedía tuvieron que hacer un café y
yo les hice el mejor café de mi vida, por que yo soy un
cafetera de dos servicios, que ve a su dueña muy sola,
aunque creo haberle encontrado compañía.
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La historia que ahora les voy a contar trata de una pie-
dra, símbolo de un pueblo. A mi me la contó mi abuelo,
a quien a su vez se la había contado el suyo.
Todo comenzó una mañana de verano en un poblado
indio, cuando Umay se levantó. Abriendo sus enormes
ojos negros llenos de legañas dijo en voz alta, "¡Papá,
mamá, hoy me marcho!, vosotros y los ancianos del pue-
blo me habéis hablado tanto de la Gran Piedra corona-
da día y noche por un enorme arco iris, que sin quererlo
me habéis contagiado el deseo de verla".
"Ya sé que ninguno de vosotros jamás ha estado allí, por-
que hay una gran masa de agua que corta el paso.
Además os ha podido el miedo. Pero hoy todo va a
Umay y la gran piedra
YOLANDA NAVARRO QUINTANA CEPA Santa Brígida, San Mateo y Tejeda
Gran canaria
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cambiar. He decidido irme y acampar cerca de la Pie-
dra". Los padres quedaron sorprendidos y enseguida fue-
ron a reunirse con el jefe del poblado a contarle Io suce-
dido.
Al oírlos el jefe exclamó "¡Qué hijo mas decidido tenéis!
Ya sé que aún es muy joven, pero vosotros ya le habéis
enseñado cómo sobrevivir. Sabe buscar alimentos, cons-
truir una choza y defenderse de los depredadores. No
temáis, dejadlo ir, ya veréis que en poco tiempo lo tendr-
éis aquí nuevamente. Ninguno de nosotros ha podido lle-
gar a la Piedra, dudo que un niño Io consiga". Así fue
cómo los padres de Umay Io dejaron marchar.
Umay cogió su bolso marrón estropeado por el paso del
tiempo. Su madre se Io regaló cuando apenas había
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cumplido cuatro añitos; ahora ya tenia doce. Lo abrió y
Io llenó de alimentos, pieles para abrigarse y un cuchillo.
Lo cerró, pero al momento volvió a abrirlo, miró hacia la
pared y vio el regalo que su padre había tallado para él
y que luego su madre pintó. Lo metió en el bolso y Io
cerró. Por un momento pensó: "Cuando me sienta solo Io
abrazaré y sabré que tengo unos padres que me quie-
ren".
Se despidió del pueblo y les dijo a sus padres: "Pasará
mucho tiempo antes de que me volváis a ver, porque
voy con un objetivo y hasta que no Io consiga no vol-
veré. Os quiero". De este modo partió Umay hacia su
nuevo destino.
Caminaba desde muy temprano y al caer la tarde des-
cansó y buscó un lugar donde cobijarse.
Cada noche encendía una hoguera, guisaba Io que
había cazado y Io saboreaba mirando las estrellas. Lue-
go dormía plácidamente, cuando el cansancio se apo-
deraba de él.
Soñaba con la Gran Piedra, se veía a si mismo escalán-
dola y tocando con su mano el arco iris.
Y así pasaron los días, hasta que llegó el momento en
que la divisó a Io lejos. Por fin gritó entusiasmado, "¡Ya te
veo!". Corrió ladera abajo dando saltos de alegría. En
una de estas cayó al suelo y con rasguños en las manos
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se levantó y prosiguió su camino, pero ahora con más
impulso que antes.
El movimiento de su cuerpo recordaba al de una gacela
huyendo de su depredador. Y llegó por fin a la costa. Y
vio el agua. Era muchísima más de la que su imaginación
podía abarcar. En medio de tanta agua sobresalía la
Piedra y encima, el arco iris. Observaba una y otra vez el
agua; su pueblo recogía la que caía del cielo en vasijas
para beber y era en ese momento cuando aprovecha-
ban para bañarse. Allá no había riachuelos, ni charcos,
ni nada parecido.
Él se preguntaba cómo haría para conquistar esta gran
masa de agua. En silencio empezó a buscar ramas, tron-
cos e incluso pesadas piedras y construyó una choza
enorme; luego buscó alimentos y encendió una hoguera
como en otras ocasiones. Después se acostó.
El frío de madrugada lo despertó, pero en ese instante se
acordó de la piel que su madre había cosido para él. La
cogió y se tapó. Entrando ya en calor, volvió a dormirse.
Entró en un sueño profundo: se veía dentro del lago lu-
chando contra el agua. Estaba a oscuras, no tocaba
fondo y se hundía. De repente el arco iris, que estaba so-
bre la piedra, se deslizó hacia él, lo recogió y lo despertó
envolvió envolviéndolo en un haz de colores.
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Ya era de día, el sol apenas lucía escondido tras unas in-
mensas nubes y fue entonces cuando decidió recorrer
palmo a palmo el lago.
Llevaba más de una hora en ruta cuando vio a lo lejos
un gran agujero. Cuando llegó a él, observó que había
fango en el fondo.
Y prosiguió su camino, pero empezó a llover y optó por
volver a la choza; allí cogería el agua para beber y apro-
vecharía para asearse. Y así lo hizo. Era de noche y no
paraba de llover. Los truenos retumbaban en la choza y
por primera vez empezó a recordar a sus padres con pe-
na. Cogió el colgante tallado y decorado, y lo abrazó
con fuerza. Unas pequeñas lágrimas escurrieron por su
cara. En ese preciso momento se acordó de su abuela,
la viejita, cuando estaba triste, encendía una hoguera y
comenzaba a bailar alrededor entonando antiguas can-
ciones. Enseguida su rostro se iluminaba.
Y se dijo a sí mismo que él haría lo mismo, pues la choza
era enorme y tenía hueco suficiente. Encendió una pe-
queña hoguera y recordando los tambores de su pueblo
comenzó a bailar y a cantar, y en cuestión de minutos
ya se sintió bien, con ánimo para seguir adelante.
Al día siguiente se levantó muy temprano, el cielo estaba
completamente despejado. Cogió su cuchillo y se dirigió
al m ismo lugar que el día anterior. Al llegar al agujero se
quedó sorprendido al verlo repleto de agua. En ese ins-
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tante pasó un águila tan cerca de él que hizo que per-
diera el equilibrio y cayera al agua. De inmediato sacó el
cuchillo como pudo y comenzó a luchar. El agua se pre-
sentaba como un enemigo al que no podía matar por-
que era simplemente agua.
Cuando ya hubo agotado todas sus fuerzas quedó quie-
to y cayó hacia atrás. Entonces fue cuando se dio cuen-
ta de que flotaba; movió los brazos y los pies y notó que
avanzaba. El agua ahora le proporcionaba seguridad.
Ya tenía las armas que le hacían falta para cruzar el lago
y llegar a la Gran Piedra. Salió del agujero empapado y
corrió a la choza, cogió el bolso y se fue al lago. Calculó
la distancia, se sumergió y llegó casi sin darse cuenta.
Estaba más cerca de lo que él había creído.
Toda la base de la piedra estaba llena de flores, que
desprendían cada una un aroma distinto. Había orquíde-
as, azucenas, rosas y jazmines. Y alrededor de ellas gran-
des helechos. Umay giró la cabeza y al mirar al suelo vio
una flor que jamás había visto; estaba sujeta a la piedra,
era roja y su forma le recordaba a un corazón. Inmedia-
tamente se acordó de su madre. Ella toda las noches
dibujaba para él un corazón y le decía que le quería. Sin
pensarlo se acercó a la planta y la cogió con alegría pa-
ra regalársela.
Entonces miró hacia arriba y vio el tan deseado arco iris.
Tantas veces había soñado con él; estaba a gran altura
pero esto ya no suponía un obstáculo. Sabía que en
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cuanto empezara a subir se vería arriba. Y así fue. Por fin
gritó. Elevó las manos al cielo y tocó el arco iris. En aquel
momento, lágrimas de colores empezaron a caer por su
mejilla, al mismo tiempo que reía. Estaba tan contento
que no podía contener tanta emoción y en ese momen-
to se dio cuenta de que rea fantástico haber llegado a
la Piedra, pero que aún mejor había sido descubrir que
los miedos se vencen, muchas veces sin necesidad de lu-
char contra ellos.
Descubrió también que no estaba sólo en la aventura.
Sus seres queridos estaban lejos, pero los buenos recuer-
dos de ellos hicieron que no se rindiera.
Sintió que la Naturaleza le acompañaba en todo mo-
mento e incluso propició que él se cayera al agua y des-
cubriera que, lejos de ser un enemigo, podía ser su alia-
da.
En aquel momento comprendió que los adultos se hab-
ían equivocado, al creer que un niño no lo lograría.
Y con estos pensamientos tan profundos se despidió de
la Piedra y marchó camino de su hogar, envuelto en un
haz de colores.
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Hoy me he levantado de la cama como todos los días, a
eso de las siete treinta, me miro en el espejo del baño y
apenas reconozco a la persona que tengo delante.
Mis ojeras están cada día mas marcadas y mi agota-
miento es cada vez mayor, si sigo así me acabaran co-
giendo, debería dejar de hacer lo que hago, pero si no,
me moriría por dentro.
Anoche, la verdad es que me divertí mucho, pero no me
acuerdo casi de Io que hice, quizás me acuerde mas tar-
de, de momento me cepillaré los dientes y luego des-
ayunaré. Como siempre mi madre, que no sabe Io que
hago por la noche, me obligara a rezar y bendecir el
desayuno.
Diario
FCO. JAVIER SANCHO LIMONES EPA Codef. Fundación Adunare
Zaragoza
Este relato pertenece al 4º Certamen pero, por error, no fue incluido en la publi-cación. Subsanamos ahora este hecho y le volvemos a pedir disculpas a Paco.
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Ella no Io sabe pero Io que hago, lo hago por su culpa, o
eso dicen los libros sobre psicología que he leído, mi in-
fancia fue dura aunque no sé si más que la de otros cha-
vales como yo, ya que nunca me han dejado relacionar-
me con ellos, ¡¡ Son pecadores!! Decía mi madre siempre
que uno de ellos intentaba acercarse a mi.
Después sabia que me iban a castigar, con el cilicio o
encerrándome en el armario varias horas por el gran pe-
cado de haberme acercado a los pecadores, que ya
de por si estaban condenados al sufrimiento eterno en el
infierno, y mi madre no quería eso para su amadísimo
hijo.
Me dirigiré a mi trabajo, bastante aburrido, en la oficina
del banco donde tampoco, por supuesto, me relaciono
con mis compañeros condenados al infierno, y pasaré
las horas que quedan hasta la noche.
Durante el almuerzo he leído el peri6dico, donde dice
que buscan a un tipo que va matando señoritas de
compañía de alto standing, las cuelga del cuello pero
de tal forma que no mueren estranguladas, si no que se
recrea torturándolas con pequeños cortes hasta que
mueren de dolor.
No sé qué pensar de estas noticias que ponen al asesino
como un descerebrado asesino sin escrúpulos, yo no
pienso que sea descerebrado, sólo debe ser una perso-
na con problemas de adaptación, que no soporta a las
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mujeres, pero no creo que sea como para insultar a na-
die.
Bueno eso no debería afectarme a mi, me coge muy le-
jos, yo me encuentro recostado en el cómodo sillón de
mi despacho, esperando a que pasen las horas y salir es-
ta noche a ver si se me presenta la ocasión de hacer Io
que a mi me gusta.
No obstante tengo que cambiar mi zona de trabajo y
buscar otro tipo de objetivo, que Io de las señoritas de
compañía, como las llaman en los periódicos, ya esta
muy manido, hoy creo que me apetece un indigente, así
despistaré a la policía.
Pero ¿Cómo consigo que un indigente se venga con mi-
go? Supongo que le ofreceré algo de dinero o comida,
quizás unas copas y algo más en un club de alterne,
tendré que buscar alguno con aspecto débil o enfermi-
zo, no quiero que presente resistencia.
Ya he comprobado que Io he cogido todo, el bisturí, el
delantal, los guantes y la gasolina, a este Io quemaré vi-
vo para cambiar de rutina, Io mismo siempre me acaba
aburriendo, y no me quiero aburrir con Io que disfruto,
por Io menos estos pecadores se arrepienten y salvan sus
almas, aunque sea en el momento antes de morir.
Mira que suerte tengo, acabo de ver a un pobre diablo
completamente borracho tirado al lado de un contene-
dor voy a tantearlo.
-Así decía el diario del bastardo que acabamos de co-
ger.
Dijo el comisario Saez a sus agentes que acababan de
detener en operación encubierta al asesino conocido
como "El redentor", en la que un nutrido grupo de agen-
tes hablan colaborado, disfrazados ya fuera de prostitu-
tas o vendedoras ambulantes las mujeres, como de
proxenetas o mendigos borrachos los hombres.
La operación había costado mucho dinero a los contri-
buyentes, pero mereció la pena, estaban vigilados todos
los prostíbulos de la ciudad, atentos a cualquier movi-
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miento sospechoso, ya que "El redentor" actuaba todas
las noches, una o dos veces, ese fue su mayor error.
En el registro que le practicaron al detenerlo encontra-
ron, aparte de su instrumental para los asesinatos, fue
una PDA donde escribía un diario hasta justo cuando fue
capturado, en él se relatan todos sus asesinatos, inclu-
yendo cuatro de los que no se sabia nada.
Pasara el resto de su vida en la cárcel rezando para la
salvaci6n de su alma.
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-Mamá, ¿Dónde vas? preguntó
-Al médico.
Seguí jugando a las muñecas; mi padre también iría pero
yo estaría con la vecina. Me despedí de ellos y volví a
mis muñecas.
Cuando mis padres regresaron los noté raros, a mi madre
le faltaba su pelo castaño y mi padre parecía que habla
llorado.
Mi padre se escondió rápidamente dentro de casa Y yo
estuve con mi madre, sólo que ahora se puso un pañue-
lo en la cabeza.
-Cariño, ¿Tú qué crees que ocurre con la muerte? -me
preguntó mi madre.
Cáncer
EVA MARÍA ARANDA SÁNCHEZ EPA Codef. Fundación Adunare
Zaragoza
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-Pues, que vamos al cielo.
La miré a los ojos, realmente me recordaba a un ángel;
sólo le faltaban las alas. Yo seguía molesta porque mis
padres iban mucho al médico y a mi madre no le crecía
el pelo.
Un día, tras una de las muchas idas y venidas al médico,
mi padre regresó sólo.
-¿Y mamá?.
-En el hospital- me respondió- recogeré sus cosas e ire-
mos a verla.
Cuando llegamos al hospital, ella estaba vestida de
blanco en una camilla. Me acerqué y le sonreí; ella me
acarició el pelo. Estuve mucho rato con ella contándole
cosas del colegio y de casa.
-Papá está muy triste-le dije- ¿tú sabes por qué?.
-Está triste por mí, pero no te preocupes.
-¿Y por qué no vuelves a casa?, este sitio es triste
-Ya Io sé, pero estoy mala y no puedo irme.-
Yo le llevaba regalos para que se animara: flores, bom-
bones y cosas así.
Un día iba de la mano de mi padre con un oso rojo de
peluche para mi madre. Nos paró un señor muy bien ves-
tido que parecía importante.
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-Le tengo que dar mi más profundo pésame-llegué a oír
Io que decía el hombre importante.
Mi padre empezó a llorar como nunca antes Io había
hecho.
Yo corrí a la habitación de mi madre esperando encon-
trarla tumbada en la cama, con el sol de la mañana
dándole en la cara y sonriéndome, pero en vez de ver
esto me encontré con la enfermera haciendo la cama
de mi madre.
-¿Y mi mamá? No me contestó, se fue y dejó la puerta
abierta. La busqué en el baño, en la cafetería, y en mu-
chos sitios más, mientras mi padre me seguía silenciosa-
mente. Cansada de buscar, me senté en las escaleras
de la entrada al hospital.
-¿Tú sabes dónde está mamá?- le pregunté a mi padre.
-No sé donde está, pero si sé que le ha pasado, cariño,
mamá se murió este mediodía.
No recuerdo cuanto tiempo lloré, sólo sé que cuando salí
del hospital, ya era de noche. Yo, abrazada a mi oso ro-
jo, miraba al cielo sabiendo que todo iba a cambiar.
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Lluvia primaveral
MARÍA LUISA CARVAJAL ARROYO Centro EPA ENTREVÍAS
Madrid
Esta noche escucho los sonidos del agua, de la lluvia a
mediados de abril, el repiquetear de las gotas incidiendo
en alfeizares y aires acondicionados, el susurro del ria-
chuelo, formado a lo largo del adoquín, acelerando el
ritmo como si quisiera llegar antes al sumidero, intuyendo
un viaje inquieto y tortuoso pero no menos intenso y lleno
de aventuras, sigo su entusiasmo fascinada por bajar al
nivel del asfalto Madrileño sentir su rugosidad y dureza,
desgastando lenta pero insistentemente la calzada gris,
que tantas personas pisan todos los días, con sus idas y
venidas, juegos infantiles delante de la puerta, grupo de
adolescentes escondiéndose para fumar lejos de padres
carcas, parejas que pasean haciéndose el amor con los
ojos, bocas y manos buscando un rincón lejos de mira-
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das indiscretas y todos ayudan al desgaste de la vía su-
cia y gris.
Escucho un motor potente, unos neumáticos frenando
en el asfalto mojado, el camión de la basura; son las dos
de la madrugada, me doy media vuelta en la cama, in-
tento contar ovejitas, pero mis oídos intentan identificar
los ruidos del inmueble, para poder seguir con los del ex-
terior, al fin y al cabo somos animales de costumbres,
aunque pienso que esto, son manías.
Sí, es la vecina del segundo andando descalza hasta la
cocina a por un vaso de agua, esto siempre ocurre entre
las dos y las tres, unos días antes, otros después; pero
vuelvo a mis sonidos de la calle, en ellos encuentro facili-
dad para elaborar situaciones diferentes, si oigo una sire-
na pueden ser de tres vehículos, bomberos, ambulancia
o policía, a base de escuchar he logrado identificarlas y
así poder crear una ficción que bien podría ser verdad,
no tengo suerte es una alarma de coche insidiosa y mo-
lesta, un ruido que bien, podría imaginar que Io están ro-
bando, pero la mayoría de las veces es por el sensor de
movimiento, que se dispara por vibraciones externas o in-
ternas, quizá una mariposa atrapada que necesita salir,
pero es un poco pronto hasta últimos de mayo no se ven
algunas revoloteando, puede que sea una despistada y
haya adelantado su ciclo, desde luego encontrará flore-
cillas a finales de abril, pero no el calor, que se suele pre-
sentar en Madrid por el mes de mayo; miro el reloj ¡no
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tengo sueño!. Son las tres y cuarto, que lento pasa el
tiempo cuando necesitas que acuda Morfeo. Suenan las
gotas insistentemente en barandillas y alerones de alumi-
nio, que la gente pone para proteger sus toldos, casi sue-
na como un reloj, entre mecánico y biológico... lleva su
propio ritmo.
Pocos ruidos, un coche aparcando, ¿un trabajador?
No... Me gusta mas una cita de amantes, llega tarde
desde el aeropuerto pero está deseando verla, llega con
sus maletas para quedarse unos días, no sabe si ella se
habrá dormido o por el contrario le sorprenderá con una
acogida especial...suenan los primeros despertadores,
son las cinco y media de la mañana, sigo sin poder dor-
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mir, falta media hora para que mi pareja se levante, y
comience la jornada laboral, si me entrara sueño podría
dormir unas tres horas hasta las nueve.
Buenos días, un beso y adiós, me tapo hasta la cabeza
necesito dormir un poco, pero sólo escucho las pisadas
de algunos transeúntes con su singular ¡chof! el agua es
capaz de amoldarse, adaptarse y seguir su camino.
Quisiera ser lluvia, para estar en todos y posarme en ca-da cosa, empapar y sentir todos sus cambios y avatares, poder sentirme sucia en el viaje emprendido y reinven-tarme en límpidas gotas de lluvia de primavera cayendo en prados y montañas, en árboles y plantas, en animales y personas, en paraguas y chubasqueros… Algún perro se lamenta, quizá le falta el paseo matutino y por eso avisa a sus amos con aullidos de diferentes tonos… mi mente está abotargada como casi todas las mañanas, después de una larga noche de insomnio, mezclando realidad y ficción… son las ocho y media, me levanto, hay que seguir el ritmo de Madrid.
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No me gustan los domingos
MARÍA ARANZAZU AGUDO ÁLVAREZ CEPA Francisco Giner de los Ríos
Salamanca
No me gustan los domingos, porque me dicen la verdad,
y a nadie le gusta saber toda la verdad de algo que no
te parece muy gratificante. Mejor una verdad a medias,
o una mentira piadosa pensó Alicia. Y sin saber cómo, su
pensamiento fue saliendo por su boca, sin ella poder evi-
tarlo o pararlo, ante la mirada atónita de Juan, su mari-
do, y Marta, su hija.
Juan era un buen hombre, sin mucha iniciativa, trabaja-
dor y un experto "evitador de problemas". Si discutir algo
daba un problema, no se discutía. Cualquier cosa por
evitarlos. A voces Alicia lo agradecía, poro otras le hubie-
se gustado que fuese mas comprometido, mas defensor
de sus ideas e ideales. Pero para qué engañarse, eso no
sería nunca.
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Y Marta, su niña grande, que ya cumplió los quince, que
creía saberlo todo,.., ¡Pobrecita!. Hasta que Ilegara a los
treinta no sería consciente de que no sabía nada. Pero
era feliz. Quién no ha sido feliz con quince: sus amigos, su
música, sus libros.
Los dos la miraron y dijeron "¿qué te pasa?" Alicia les
contestó "nada". Para qué explicar Io que no entender-
ían: uno, porque no vería nunca el problema, la otra por-
que, cuando uno tiene quince años y una madre que
piensa cosas raras, cree que ya desvaría.
Como decirles a estos dos que, con el ajetreo de la se-
mana, no te da tiempo a pensar y que lo agradeces.
Pensar en tus proyectos, lo que queda de ellos, en tus
amigos, que hace que no ves y te gustaría tener tiempo
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para tomar un café y charlar con ellos. En tus aficiones y
gustos, que ya casi no recuerdas, después de haber ce-
dido tantas veces por los de los demás. En esa peli que
querías ir a ver y que, por falta de tiempo, ya no está en
cartelera. En cómo te miras al espejo y no te reconoces.
En esa sonrisa que te decían que tenias tan bonita y
hace tiempo que no encuentras.
Los domingos, cuando el estrés cesa, el despertador no
suena, entra la verdad por la puerta y no te gusta y te
gustaría tener el valor para cambiarlo y no Io tienes. Para
vivir otra vida porque la que tienes no la sientes como tu-
ya.
Alicia tiene cuarenta años y está convencida que la que
vive es de ochenta y no la quiere. Qué ironía llamarse Ali-
cia y no conocer el país de las maravillas, se sonrió al
pensarlos.
Juan la volvió a mirar y, como no decía nada, le dijo a su
hija: "Marta, tienes que convencer a mama de que no
lea esos libros que lee últimamente, que le ponen nervio-
sa y luego dice cosas raras.
Maria se quitó el auricular de la oreja y sin saber muy
bien Io que le había dicho su padre dijo "vale".
Alicia los miró y pensó: "Quizá un domingo, con la ver-
dad, venga el valor, ese que necesito para cambiar es-
to. Mientras, me reafirmo en mis pensamientos: no me
gustan los domingos…
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El reencuentro de tres amigas
FRANCIASCA HERRAIZ PALENCIA Aula de Cultura “Valle Inclán”
Madrid
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(Las tres fuimos emigrantes,
las tres);
Las tres habíamos nacido en un pueblo muy pequeño,
de padres agricultores, con buenas huertas, árboles fru-
tales, ovejas y corderos que nos daban de comer.
(Las tres fuimos emigrantes,
las tres).
Recuerdo con cariño las peleas con mis hermanos. éra-
mos siete, yo la pequeña, y aunque no sobraba comida,
habla cariño para todos. Una familia feliz en un mundo
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no tan feliz… cuando tenía cuatro añitos, mama murió.
No sé si fue el hambre, si fue la pena, si fue un mal que la
cogió y ya no la soltó... No sé. Mama murió y yo no me
despedí ni pude decide cuanto la quería, ¡cuanto la
quiero!.., ni siquiera me quedó una fotografía suya a la
que mirar cada día. No me acuerdo de su cara ni de sus
manos ni de sus sonrisa.., me acuerdo de su voz, de mis
noches en sus brazos, de su arrullo.
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(Las tres fuimos emigrantes,
las tres).
Albina era mi mejor amiga, de mi misma edad; su herma-
na Carmela solo era unos años mas mayor, pero en las
fiestas de pueblo bailábamos y cantábamos juntas: Jo-
tas, pasodobles, tangos… el pueblo bailaba y nosotras,
nosotras robábamos a la vida cada minuto de felicidad.
Por entonces nadie imaginaba que las tres seríamos emi-
grantes, las tres.
(Las tres fuimos emigrantes,
las tres).
La vida pasaba como marca el tango, sin piedad. La pri-
mera en casarse fue la buena de Carmela. La noticia
nos Ilegó de golpe. Se iba a Irlanda con su marido y lue-
go a Alemania. "¿A dónde?"-dije yo. "¿A dónde?"-dijo el
pueblo. En nuestro particular mapa de Castillejo de la
Sierra, poco o nada había más allá de Cuenca. Luego Io
hicimos Albina y yo, amigas del alma con un mismo desti-
no: Australia. Nuestra maleta era sencilla, no pesaba por-
que no habla nada que llevar, salvo la ilusión de quien
cree que el mundo es bueno. ¡Australia! Nadie nos había
dicho que allí se hablaba inglés, ni que durante un mes
sólo veríamos agua y agua. Tanto como tardamos en re-
cibir la primera carta desde Castillejo de la Sierra.
Lloramos de alegría, de pena, de emoción contenida.., y
allí al otro lado del mundo, vivimos como emigrantes una
historia que aún hoy, cuarenta años más tarde, nos sigue
marcando.
Todos los españoles nos reuníamos en aquellas tardes de
domingo para hablar, para saber de la familia, para reír,
para celebrar que, pese a todo, la vida no era tan mala
en Australia, un país que nos trató con muy cariño y res-
peto.
En Australia me dormía soñando con mi España querida;
hoy en Madrid, la Bahía de Sydney, enmarcada en un lu-
gar preferente de mi habitación, vigila mis sueños. Sue-
ños que en aquel entonces, como los sueños de todos
los emigrantes, eran conseguir dinero para comprarnos
una casa en España. Sueños de emigrantes con nombres
que aún recuerdo: Pepe, juan, Adelina, José, María, Pe-
tra, Luis, Pastor… sueños de Carmela, de Albina… sueños
míos que ni el tiempo ni la pena pudieron borrar.
(Las tres fuimos emigrantes,
Las tres)
Tampoco el tiempo ha borrado la enfermedad de Juan,
mi marido. Cuando ya nos sentíamos en casa, con un ni-
ño Juanito llenando nuestras vidas de alegría, Juan en-
fermó (…) No puedo decir lo que se siente, ni puedo ni
quiero, porque esta carta no es una carta de pena. Es un
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cuento de alegría por las tres amigas que fuimos y segui-
mos siendo.
(Las tres fuimos emigrantes,
Las tres)
Con Juan enfermo, regresamos a España, a Madrid, a
Carabanchel, al barrio desde donde escribo esta carta y
donde nació mi hija Begoña. Su vida es la mía, y la de mi
Juanito, y la de mis nietas a las que cada día veo crecer
y crecer. En solitario, porque Juan está en una residen-
cia… ¿en solitario? Perdón. Porque la vida, que a veces
ha sido muy dura conmigo, me ha dado una tregua.
¿Saben? Las tres que fuimos emigrantes, hemos vuelto a
tener una oportunidad. No ha sido en Cuenca, ni en Ale-
mania, ni siquiera en Australia. Ha sido en el Aula Valle
Inclán, donde las tres amigas del alma que fuimos emi-
grantes nos hemos vuelto a reencontrar dejando atrás
nuestra soledad.
Carmela va al taller de pintura en tela; Albina está en el
grupo de teatro y yo… yo escribo este cuento, esta car-
ta, estos recuerdos que no son míos, sino de las tres ami-
gas que un día fuimos emigrantes, las tres.
(Las tres fuimos emigrantes,
Las tres)
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Turistas de papel
FRANCISCA TARAZAGA MORENO FECEAV
Valladolid
Dos personajes se escapan de las páginas de un libro,
para ver cómo andan las cosas en el siglo XXI. En su
aventura, arrastran a Ramón, un soñador auxiliar de bi-
blioteca.
Corría el año 2010, dos personajes viajaban por la geo-
grafía española en un 4x4.
-Vamos Alonso, despega las pestañas que son las ocho
de la mañana y la jornada laboral solo dura siete horas;
con la de novedades que han de ver tus ojos y las que
yo te iré contando, el día se nos hará corto.
-La primera novedad que veo, es que te has convertido
en un desvergonzado. Me has llamado Alonso, te atreves
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a tutearme y me estás diciendo que solo trabajarás siete
horas diarias, ¿Qué piensas hacer con el resto del día?
-Verás; ahora eres mi jefe, y yo soy tu secretario, que es
como se dice en el leguaje moderno y no te alborotes,
que esto es Io que hay. Lo de la jornada laboral, creo
que te Io tendré que explicar más despacio.
-¡Vive Dios! Yo esperaba de ti, un hombre bien informa-
do, que para eso te mandé adelantar hace un año, pe-
ro ya veo, que Io que tú necesitas es el cepillo de un ca-
rretero, para que te acabe de pulir.
-Ya no hay carreteros, ni talabarteros, ya no existen los
oficios; ahora se dice formación profesional, ya yes, unas
cosas se pierden y otras se ganan.
-Ganar; ¡un torniscón es Io que te vas a ganar tú!
-Cuidado jefe, que te denuncio por mobbing.
-¿A que no te doy una ínsula?
- De eso quería yo hablarte; mira, la Ínsula ya no me inter-
esa, me conformaría solamente, con un chalecito rodea-
do de olivos, situado en un cerro con muchas perdices,
desde donde se pueda ver Sierra Morena.
-¡Diantre! Y yo que Io tenía por inocente.
-Dejemos la discusión Alonso y pensemos un planning pa-
ra el día de hoy. ¿Qué te parece si vamos hasta Alcalá
de Henares, para que veas Io cambiada que está? y
aprovechamos para desayunar una migas con chocola-
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te, que hace ¡siglos! que no las pruebo. Después, ya con
la andorga llena, encarrilamos dirección a Toledo, llega-
mos hasta Consuegra para ver el estado de los molinos,
que ahora han quedado para promocionar el turismo y
no para moler como antaño. Seguimos hacia el sureste y
ya en la provincia de Ciudad Real, visitamos Alcázar de
San Juan y Campo de Criptana, allí, degustaremos el
moje tiznao, los duelos y quebrantos, regaremos el gaz-
nate con vino de la tierra y de postre, una porción de
mostillo; con esto ya, acabamos la jornada.
-Y bien que la quieres acabar, ¡zampirón! Veo que te
mueves por la panza. Pero hablando de otra cosa
¿cómo anda la bolsa de los Maravedís? Te veo muy des-
atado, a ver si nos quedamos sin blanca...
-Los maravedís ya pasaron a la historia, la moneda ac-
tual se llama Euro, pero no te voy a explicar ahora todo
esto de los dineros, porque con lo duro de entendederas
que andas, nos llevaría mucho tiempo, aunque para tu
tranquilidad, te diré, que Ramón el enlace, nos vendió
los Escudos, Ducados y Vellones y toda la calderilla co-
mo los maravedís, blancas, y ochavos, a un coleccionis-
ta y ahora tenemos muchos Euros.
-Asustado me tienes, no sé ni lo que es una peseta y me
hablas de Euros, no me quieras volver loco así tan de re-
pente, deja que vaya asimilando los nuevos tiempos po-
co a poco.
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Sancho estaba agotado de dar tantas explicaciones,
pero la pupila de Don Alonso captaba todos los detalles
a la redonda, interpretando las cosas de acuerdo a su
mentalidad.
-¡Qué hermosa procesión se ve a lo lejos! Apresúrate y
vayamos a formar parte del cortejo, que no está de más,
ponernos abien con el clero.
-Ya empezamos, ¡que no es una procesión, son las luces
que iluminan el acceso al pueblo!
-Que tiempos, que tiempos. No salgo de mi asombro.
Oye Sancho, otra cosa que he observado es que la gen-
te lleva poco lienzo en el culo ¿han quebrado los tela-
res?
-No, lo que ha quebrado es la moral y el prejuicio. Yo,
cuando me casé con mi Teresa, no sabía cómo era has-
ta que destapé el paquete y buen trabajo me costó ver-
la, porque yo encendía la vela y ella la soplaba, así es,
que la tuve que examinar a tentarrones.
-Yo, me imagino a mi señora Dulcinea con este moderno
atalaje, y se me nubla el pensamiento.
-Para; que te veo venir, tal vez estás debilitado de tantas
emociones jun tas, nos conviene descansar para estar
frescos por la mañana.
Cuando dieron por terminada la excursión, tomaron un
gazpacho que les preparó Ramón y se echaron a dormir.
Habían elegido un molino algo ruinoso y apartado del
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pueblo, porque sus vestiduras estaban un poco estrafala-
rias para ir a un hotel; apenas habían conciliado el sue-
ño, se oyó el estruendo de una música bacaladera que
sonaba a todo gas; los dos hombres, se levantaron atur-
didos.
-Sancho ¡esto deben ser las ánimas del purgatorio que
vienen a pedirnos cuentas por el atrevimiento de aso-
marnos a los tiempos modernos!
-Que no Alonso; esto es un viernes por la noche del siglo
XXI.
Salieron afuera y se encontraron con una panda de
adolescentes, con su radiocasete y sus litronas; todos lle-
vaban tatuajes y pirsin en la nariz, orejas y labios; repa-
rando en ellos Don Alonso, ya no escuchaba a Sancho
que le intentaba explicar inútilmente, porque él ya se
había hecho su propio juicio.
-¡Decidme hijos! ¿quién ha osado marcaros al hierro y
poneros herretes, cual si fueseis animales de ganadería?
Si sois cautivos de algún malandrín ¡yo os haré justicia!
¡Yo, el ingenioso Don Quijote de la Mancha, que seguirá
deshaciendo entuertos aunque esté de vacaciones!
Los muchachos, que estaban tan asustados como toca-
dos por el alcohol, comenzaron a tirarles piedras y bote-
llas, hasta que los turistas cayeron aturdidos y los chicos
emprendieron la huída.
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Maltrechos, se sentaron en el suelo, apoyando la espal-
da en la pared del molino; a lo lejos, en las colinas de en-
frente, parpadeaban cientos de luces, procedentes de
los generadores de energía eólica; la claridad de la no-
che, dejaba entrever las gigantescas siluetas con las as-
pas en movimiento, llamando la atención del Hidalgo,
que olvidándose de golpes, se puso en pie diciendo a su
secretario:
-¡Sancho, hijo! Mira aquellas luces que se ven por encima
de los olivares, justo en la cresta del cerro ¡Vive Dios! De-
ben de ser los descendientes de aquellos gigantes de
antaño, solo que más flacos, que avanzan hacia noso-
tros, haciendo aspavientos en tono amenazador, así que
métele la juncia al coche y pon distancia, que por
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hacerte caso no he traído mis armas y ahora no nos que-
da más remedio que huir como si fuésemos cobardes.
Sancho, decepcionado, pensó que a su amo le hervían
los sesos como en sus mejores tiempos y no tenía reme-
dio; muy a pesar suyo, decidió poner fin a la excursión.
-creo que será mejor, que sean las gentes del siglo XXI
quienes visiten el libro del Quijote, porque estos tiempos
modernos no son para nosotros. Volvemos al jumento y al
rocín, a la vela y al candil.
Aprovechando un gran torbellino abrazó a su señor; los
dos cuerpos unidos cual si uno sólo fuera, empezaron a
girar como una peonza, después se elevaron y desapa-
recieron en el infinito, ante los ojos atónitos de Ramón.
En la Biblioteca Nacional de España, se dio la alarma por
parte de auxiliares y ordenanzas, de que había un cente-
nar de originales del Quijote, con las obras revueltas;
pensaron que alguien había querido manipular la obra
de D. Miguel de Cervantes, pero después de examinar
meticulosamente los tomos, todo quedó en un susto. Sólo
había polvo, mucho polvo entre las hojas…
La Directora de la Biblioteca:
-¡Ramón! Ya puedes buscar una buena excusa, porque
has cometido una falta laboral muy grave, al faltar al tra-
bajo durante una semana sin haberlo justificado, eso, sin
tener en cuenta el año de abstenciones que llevas y
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además ¡estás impresentable! Llevas encima muchísimo
polvo.
-Señora Directora; está usted en su derecho de aplicar-
me un expediente disciplinario, podrá creer o no en mi
palabra, pero aquí tiene la única explicación que yo le
puedo dar.
Ramón le entregó un relato titulado TURISTAS DE PAPEL.
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Omán
ASUNCIÓN LLANOS SÁNCHEZ Aula de Cultura “Valle Inclán”
Madrid
El mar se agitaba con fuerza, la tormenta estaba en to-
do su apogeo.
Se despertó de pronto, su cuerpo temblaba no sabía si
de frío o de miedo. El viento golpeaba con furia su rostro,
la fina lluvia se clavaba como agujas heladas. La ropa
empapada se pegaba a su cuerpo como una segunda
piel.
Se acurrucó en su escaso espacio y sintió otros cuerpos
pegados al suyo. Cerró los ojos con fuerza y entre el bra-
mido del mar escuchó latir su corazón desbocado, reso-
nando cada latido en su cabeza.
Instintivamente recordó su tierra, su pueblo, su casa, todo
Io que había sido su entorno desde que nació hacia
quince años, allí, en un pequeño país de África.
Escuchó en su interior la firme, clara y dulce voz de su
madre que le llamaba: Omán... Omán... Omán...
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Una fuerte sacudida le devolvió a la realidad. El peque-
ño cayuco se agitaba en el mar como una cáscara de
nuez en medio del vendaval. Los gritos de terror de la
multitud que se hacinaba dentro de la barcaza, apenas
se escuchaban con el estruendo.
Le impresionaba y sobrecogía ver a todos aquellos seres
con el miedo atenazando sus escuálidos cuerpos y sin
apenas voz para gritar el espanto que se dibujaba en sus
rostros, con los ojos desmesuradamente abiertos cada
vez que el fogonazo de un relámpago les hacía ver el
horror que les rodeaba.
Cada ola que venía se alzaba imponente con su cresta
de espuma rabiosa y parecía que iba a desplomarse en-
cima, pero la débil embarcación levantaba su popa de-
jando la ola resbalar por debajo, perdiéndose en espu-
ma luminosa.
Escuchó a su espalda una voz pidiendo agua. Sintió la
garganta seca y la sal del mar en su estómago. Buscó en
su amplio bolsillo y palpó el envase que contenía el pre-
cioso y escaso liquido.
De pronto, un fuerte golpe de mar le empujó a la dere-
cha y su cuerpo rodó hacia ese lado de la embarca-
ción. Se dio cuenta de que algunas personas habían caí-
do al mar y estaban en peligro. Sintió en su interior el de-
seo de ayudarles, salvarles de una muerte cierta y sin
pensarlo, se despojó de su abrigo y se dispuso a ello.
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Se volvió y a la incierta luz de la luna vio el rostro escuáli-
do y espantado de una mujer que apretaba contra su
pecho a un niño pequeño. Buscó entre sus ropas y sin du-
darlo, sacó el envase de agua ofreciéndoselo a la mujer
que Io apretó entre sus manos como un tesoro. Fue sólo
un instante, pero el brillo de aquellos ojos en medio de la
oscuridad le llenó del coraje y la energía que necesita-
ba, surgiendo en él un impulso que le llevaba a rescatar
a sus compañeros.
Vio flotar en el agua a tres personas, debatiéndose entre
la espuma blanca de las olas. Recordó que al embarcar,
en el fondo del bote, había visto varios metros de soga.
Ató uno de los extremos a la barca y el otro a su cintura y
se lanzó al agua. Luchó contra el mar embravecido y dio
mentalmente las gracias a su amigo Ahmed que le hab-
ía enseñado a nadar cuando era niño.
Llegó, no sin trabajo, cerca de una persona que aparec-
ía y desaparecía entre las aguas, la cogió por debajo
del brazo y la cintura y se percató de que era un cuerpo
de mujer que estaba embarazada, la acercó al bote
donde había varias personas que se habían lanzado al
mar para ayudar también, entregando el cuerpo de la
mujer y salvándola de una muerte cierta. Divisó a lo lejos
unos brazos que se alzaban apareciendo y desapare-
ciendo en el mar. Vio que la barcaza iluminada por la lu-
na estaba un poco alejada, la soga que le unía a ella es-
taba tensa. Dudó unos instantes y llevado por una fuerza
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interior desató la soga y acudió en su ayuda. Cuando
llegó al lugar, el cuerpo había desaparecido, se sumer-
gió buceando en la oscuridad, tanteando aquí y allá,
buscando el cuerpo, salió a tomar aire a la superficie y
las olas lo empujaron varios metros más allá. Su joven
cuerpo estaba agotado. De pronto le vio, no sabía si vi-
vo o muerto, pero allí estaba. Como pudo le empujó
hacia la barcaza sintiendo como de forma mágica el
mar el ayudaba.
Perdió la noción del tiempo, no podía medir cuánto hab-
ía transcurrido, tuvo la sensación de que siempre había
estado allí y que siempre estaría.
Se dio cuenta de que el mar se iba calmando y la luna
brillaba con todo su esplendor disolviendo las nubes.
Agarro el cuerpo de su compañero y palpó la soga me-
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dio hundida, atando con ella de nuevo su cuerpo, se
dejó llevar sintiendo como alguien tiraba de ellos, se re-
lajó poniendo toda su confianza en la vida y en la provi-
dencia.
Llegaron los dos a bordo extenuados, pero con vida.
Fueron recibidos con grandes muestras de satisfacción.
El cansancio le hizo dormir varias horas, le despertó la ca-
ricia del sol en la cara. A su lado, los compañeros de via-
je dormían agotados por la experiencia de la noche an-
terior.
Miró a su alrededor, el mar estaba en completa calma y
el sol desprendía chispas de luz en su superficie. Con-
templó con ternura a la mujer y al niño que dormían, los
pequeños brazos que rodeaban el cuello materno,
evocó una vez más a su madre, a la que no veía desde
que en su mente trazara el plan de esta gran aventura y
a la que extrañaba más de lo que podía suponer cuan-
do salió de casa.
Se tumbó de nuevo mirando el nítido cielo y dejó volar su imaginación, recordando su casa, las calles de su pe-queña ciudad, sus amigos, los animales a los que cuida-ba y amaba, los grandes pájaros que cruzaban el cielo sobre los tejados… pájaros… pájaros… se fijó bien, ¡había pájaros en el cielo! Y no eran producto de su imagina-ción, eran reales, eran gaviotas que gritaban sobre sus cabezas, por lo tanto muy cerca había tierra, tierra firme. ¡Ya estaban cerca de la tierra prometida!
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FERNANDO FERNANDO ABRAÍN ha si-
do una persona muy espe-
cial para el Centro de Edu-
cación de Personas Adul-
tas CODEF de la Funda-
ción Adunare. Importante,
trascendente, simboliza el
tesón y la entrega del vo-
luntariado, que ejerció inin-
terrumpidamente desde
1982 hasta su muerte, en el
año 2004.
Como profesor de Gra-
duado Escolar, en el hora-
rio nocturno, supo conju-
gar como nadie el papel
de educador con el de
amigo de las personas que
participaban en sus gru-
pos. Conservó siempre la
relación con ellas, promo-
viendo un encuentro anual
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de cada promoción para
disfrutar de la tertulia, im-
partiendo lecciones de vi-
da con cada uno de sus
comentarios, siempre cen-
tro de atención e interés
para todos. Docente –
como a él le gustaba defi-
nirse– e incansable orador
y tertuliano, mago de la
palabra.
Fernando ayudó a cientos
de personas a despertar al
sabio que llevaban dentro.
Sus clases se impartían en
el aula, pero también y so-
bre todo en el monte, de
excursión por los pueblos
más recónditos o en su ca-
sa, museo del saber. Y pro-
movió como nadie el en-
cuentro entre educadores,
la relación más allá de la
coordinación, el gusto por
aprender juntos, las jorna-
das pedagógicas de for-
mación de formadores…
Rendirle homenaje con es-
te certamen de relatos es
mantener vivo su recuerdo
a través de la palabra,
aunque sea escrita y no
hablada, porque podrá ser
leída y compartida, pro-
moviendo la valoración y
la superación personal de
quienes la escriban, tal co-
mo Fernando habría
hecho en una sesión de
creación literaria, un vier-
nes cualquiera de 8 a 10.
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