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Tres enfoques sobre conflicto social: Marx, Durkheim y Polanyi Sibely Cañedo lo largo de la historia de las Ciencias Sociales se han desarrollado diversos enfoques para explicar el conflicto social, los cuales —lejos de ser creados en el vacío— se encuentran indisolublemente ligados a su contexto histórico, político y cultural. Pero además de ser el resultado de una construcción histórica, se trata de conceptos guiados (ya sea de forma implícita o explícita) por un determinado paradigma, que a través de un sistema conceptual determina la manera en que el conflicto es planteado como un problema y, de igual forma, cuáles pueden ser sus consecuencias y las vías a una hipotética solución. En consecuencia, no puede ser aprehendido únicamente de manera intuitiva, sino que resulta imprescindible hacer conscientes los caminos metodológicos que orientan la construcción de este concepto así como sus derivaciones, puesto que finalmente se traducen en esquemas prácticos y políticos para afrontar los problemas sociales. A La idea que mueve a la elaboración de este ensayo es analizar la idea de conflicto social en el seno de la sociedad capitalista que surgió entre los siglos XVIII y XIX en Inglaterra y se Doctorado en Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Autónoma de Sinaloa. Seminario: Construcción del Conocimiento Social. Impartido por: Dr. Carlos Javier Maya Ambía. 13/02/2015 1

Ensayo Conflicto

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Ensayo sobre la construcción del concepto de conflicto en Marx, Polanyi y Durkheim

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Tres enfoques sobre conflicto social: Marx, Durkheim y PolanyiSibely Cañedo

lo largo de la historia de las Ciencias Sociales se han desarrollado diversos

enfoques para explicar el conflicto social, los cuales —lejos de ser creados en

el vacío— se encuentran indisolublemente ligados a su contexto histórico,

político y cultural. Pero además de ser el resultado de una construcción histórica, se trata de

conceptos guiados (ya sea de forma implícita o explícita) por un determinado paradigma,

que a través de un sistema conceptual determina la manera en que el conflicto es planteado

como un problema y, de igual forma, cuáles pueden ser sus consecuencias y las vías a una

hipotética solución. En consecuencia, no puede ser aprehendido únicamente de manera

intuitiva, sino que resulta imprescindible hacer conscientes los caminos metodológicos que

orientan la construcción de este concepto así como sus derivaciones, puesto que finalmente

se traducen en esquemas prácticos y políticos para afrontar los problemas sociales.

A

La idea que mueve a la elaboración de este ensayo es analizar la idea de conflicto social en

el seno de la sociedad capitalista que surgió entre los siglos XVIII y XIX en Inglaterra y se

extendió después por todo el orbe, sentando las bases para los procesos económicos de

globalización que se han intensificado las últimas décadas, con efectos devastadores para

una buena parte de la humanidad.

Para tratar de cumplir con este objetivo, se realizará un breve repaso por la obra de tres

influyentes pensadores europeos, quienes a pesar de sus divergencias, coincidieron en el

conflicto como una poderosa categoría de análisis a través de la cual construir sus

propuestas teóricas, y al mismo tiempo ubicaron en el capitalismo una fuente de

contradicción que trastocaba el orden social de una manera distinta a como se había

presentado en sociedades anteriores, y lo cual fue el motivo de sus preocupaciones

intelectuales.

Nos referimos a Karl Marx (1818-1883), ideólogo de la revolución socialista; Emile

Durkheim (1858-1917), uno de los fundadores de la sociología, y a Karl Polanyi (1886-

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1964), autor de una mordaz crítica al liberalismo económico, la cual ha recuperado una

inusitada vigencia con el surgimiento de los regímenes neoliberales a finales del siglo XX

(Maya, 2014). Aunque desarrollaron su obra en distintas temporalidades, todos ellos

centraron su análisis sobre los acontecimientos que cimbraron el Oeste de Europa en el

siglo XIX, en especial la cadena de hechos que llevaron a la expansión del industrialismo

en Inglaterra, sobre todo a partir de 1834, con la eliminación de la Ley de Pobres

(Speenhamland) que liberó al mercado de trabajo en esa nación, además de la Revolución

Francesa (1789) que en sus distintas etapas significó un parteaguas para los movimientos

sociales de toda la civilización occidental.

Durante este recorrido conceptual, se pondrá el énfasis en el planteamiento del problema y

la identificación de causas y salidas al conflicto social, de igual forma que algunos de sus

elementos centrales y sus consecuencias; aunque por otro lado, también se busca destacar

algunos contrapuntos teóricos y heurísticos que pueden ser retomados hoy en día por los

estudios sociales y antropológicos. Sería imposible completar en este trabajo una revisión

exhaustiva de los distintos acercamientos teóricos acerca del tema en cuestión, pero

creemos que los planteamientos considerados marcan al menos un punto de partida.

En los siguientes párrafos veremos cómo la noción del conflicto social puede abarcar un

espectro más o menos amplio de significación, ya que una de sus definiciones es la

contradicción entre los intereses y objetivos de distintos grupos sociales y las pugnas que

derivan de ella, pero por otro lado, también puede aparecer cuando un individuo (o grupo)

entra en contradicción con el resto de la sociedad, o incluso como un desfase estructural en

un sistema social más general.

Marx: la lucha de clases

Al intentar explicar la sociedad de su época, caracterizada por el advenimiento de la

Revolución Industrial, Marx ubicó el origen del conflicto social en el capitalismo, al cual

concibió como una relación social de la que, inexorablemente, emanan dos clases

antagónicas, capitalistas y proletarios, separadas tanto por su relación con los medios de

producción como por sus objetivos de grupo. A partir de la estructura económica, Marx

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construye un modelo de pretensiones universales para entender la sociedad en su conjunto,

del que se desprende su concepción materialista de la Historia, la cual puede sintetizarse en

el siguiente pasaje del prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política:

…En la producción social de su vida, los seres humanos establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social.

Así es como Marx elabora su célebre aforismo: “El modo de producción de la vida material

condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general”. O en otras

palabras, “la estructura determina la superestructura”, siendo esta última la esfera que

engloba la cultura, la política y la ideología de una sociedad. Una postura que ha valido a

los teóricos marxistas severas críticas por su determinismo económico.1 El conflicto en

Marx deviene entonces de la estructura capitalista al dividir a la sociedad entre los dueños

del capital y la clase obrera, compuesta en su mayoría por campesinos, que a partir del auge

de la industrialización, en la Inglaterra del siglo XIX, vieron aniquiladas sus anteriores

formas de vida y además sufrieron la alienación del producto de su trabajo en beneficio de

una clase dominante, con lo que cayeron en la pobreza y en la degradación social una vez

que engrosaron los cinturones de miseria alrededor de las grandes ciudades.2

1 Después de la muerte de Marx, las corrientes marxistas continuaron desarrollando la teoría del socialismo y trataron de atenuar ese determinismo económico con ajustes sustanciales. En Italia, uno de los más destacados en este sentido fue Antonio Gramsci, quien desde la cárcel escribió por qué la clase obrera no se convirtió en el agente revolucionario, como lo preveía Karl Marx, y atribuyó a la cultura un papel importante como campo de lucha en busca de la hegemonía, la cual no se gana de una vez y para siempre sino que se disputa en una permanente batalla, no sólo a través de la fuerza física sino también desde la ideología, algo que revierte el polémico principio de que “la estructura determina la superestructura”. Años más tarde, la Escuela de Frankfurt también jugó un papel relevante al integrar los estudios culturales al enfoque marxista.2 La situación de la clase obrera en Inglaterra, de Federico Engels, muestra las condiciones extremas en que vivían los trabajadores asalariados de la región de Lancashire, donde a pesar de los prodigiosos progresos económicos derivados de la industria textil, la clase trabajadora se veía cada vez más hundida en la miseria. Durante meses, Engels visitó algunas de estas ciudades con el fin de relatar de una forma acuciosa cómo era la vida del proletariado, en la que encontró toda clase de pobrezas: miseria, desnutrición, explotación, hacinamiento, enfermedad, ignorancia… Engels pensaba que era necesario conocer al proletariado de Inglaterra, como la cuna de la Revolución Industrial, para poder sustentar las teorías del socialismo y del comunismo, que se empezaban a propagar en Europa a mediados del siglo XIX. El libro fue escrito entre los años de 1844 y 1845.

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Tanto Marx como Federico Engels, su aliado intelectual, temían que el capitalismo se

extendiera como una plaga a su natal Alemania, que ya de por sí presentaba condiciones de

atraso económico con respecto a la nación inglesa. Ya desde su Crítica de la Filosofía del

Estado de Hegel (1843), Marx había planteado la ruptura con la idea de la política como un

ente abstracto, tal como había que romper con la religión, que sólo puede ofrecer una

felicidad ilusoria al pueblo. Para Marx, la crítica a la religión era cosa terminada, lo

necesario ahora era desenmascarar los “dogmas” políticos. La contradicción entre la

realidad y la crítica filosófica, sólo podía tener salida a través de la praxis revolucionaria,

vista como un conjunto de medidas prácticas; esta contradicción encarnaba para Marx una

fuente primigenia del conflicto social. Mientras que Hegel veía el Estado como un todo

orgánico integrado por la sociedad civil (familias, burguesía, etc.) y por el aparato de

gobierno, Marx apuntaba que en la realidad el Estado se encontraba separado de la

sociedad, y más bien los individuos se hallaban supeditados al Estado, así que una

“verdadera democracia” sólo podría ser posible con la absorción del Estado por la sociedad

civil y por la acción de los individuos. 3

Siguiendo con esta línea de argumentación, el Estado no aparece como un ente neutral y

regulador de la vida social, sino como un agente más del capital, cuyo verdadero interés es

facilitar la acumulación de riqueza por parte de la clase burguesa. A diferencia del propio

Hegel y del paradigma iusnaturalista, para Marx la consolidación del Estado civil en el

siglo XIX no significó el fin del estado de naturaleza sino su continuación, debido a que en

la realidad empírica prevalecen la desigualdad y la explotación del hombre por el hombre.4

No obstante, vislumbrado por la teoría evolucionista de Darwin, para Marx el capitalismo

no era más que una etapa en la historia de la humanidad, necesaria para alcanzar el

socialismo. Dentro de esta evolución social, la sociedad moderna occidental puede aspirar

3 Hegel construyó su paradigma en contraposición a los iusnaturalistas (Hobbes, Locke, Croce, Rousseau, etc.), que basaban su argumentación en una dicotomía compuesta por el Estado de naturaleza y el Estado civil. Los iusnaturalistas, por su parte, se esforzaban por instaurar un fundamento racional para el surgimiento de las sociedades modernas y la legitimidad de los Estados nacionales, en detrimento del poder divino que justificaba los reinos durante el feudalismo.4 De acuerdo con el paradigma iusnaturalista, el Estado civil …

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a una transformación, pero sólo a través de la lucha de clases. 5 De ahí resulta fácil deducir

que la resolución del conflicto no puede provenir de otra clase distinta al proletariado,

aunque para ello debiera primero formarse una consciencia de clase. El proletariado

adquiere aquí un carácter universal, por lo que su liberación equivale a la liberación de toda

la humanidad.

La superestructura, como se recordará, es determinada por la estructura económica, así que

no se puede esperar que sea la fuente para una salida al conflicto, además dentro de esta

concepción, la clase capitalista posee los medios para hacer prevalecer su concepción del

orden de las cosas. Para Marx la solución al conflicto, percibido como una contradicción

interna del sistema, no podía lograrse a través de un lento reformismo, sino un acto

revolucionario a través de la abolición de la propiedad privada de los medios de

producción.

Durkheim: la teoría de la anomia

A diferencia de Marx, Emile Durkheim escribió su obra fuera del ámbito propagandístico y

en un tono principalmente académico, aunque no por ello se puede decir que vivió

desvinculado de los sucesos políticos de su tiempo, marcado por un ambiente violento y

convulso. De origen francés, aunque con gran influencia del pensamiento alemán, es

reconocido como uno de los fundadores de la sociología. Dedicó gran parte de su trabajo a

desarrollar una metodología para abordar el objeto de estudio de esta disciplina, los hechos

sociales, que según su perspectiva deberían ser tratados como cosas, es decir, como hechos

externos e impuestos al individuo. Esto separó a la sociología de la filosofía, utilizando un

método empírico para el conocimiento de los fenómenos sociales.

5 Al encontrarse en su etapa de formación, las Ciencias Sociales en el siglo XIX presentaban una marcada influencia de las Ciencias Naturales, principalmente de la biología, que en esa centuria había logrado avances asombrosos. Se descubrieron las propiedades de la célula por medio del microscopio y se estableció el principio de que todos los organismos vivos mantienen una estructura celular semejante. Además, la teoría evolutiva de las especies de Darwin había marcado toda una generación de científicos, lo que en el campo de los estudios sociales se tradujo en la tendencia a comparar a las sociedades con organismos vivos, de lo que deriva el supuesto de que todo fenómeno social tiende a presentar un proceso evolutivo inevitablemente (Guiddens, 1994).

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Además de las desavenencias políticas, la sociedad de finales del siglo XIX y principios del

XX se hallaba inmersa en profundos cambios emanados de la industrialización. No sólo los

campesinos habían abandonado el campo; y los artesanos, dueños de sus talleres, habían

pasado a ser obreros asalariados, sino que Durkheim también observaba modificaciones

estructurales en la familia y en las formas de cohesión de la sociedad civil. Es en la

División del trabajo social (1893) donde construye su paradigma, a través del cual se

pregunta cuáles son los elementos de integración de una sociedad, en un contexto donde

advierte una creciente diferenciación de los individuos en el sistema capitalista, que cada

vez más exigía de ellos una mayor especialización. Durkheim no encontró la fuente de

contradicción en la estructura económica ni en las relaciones de producción (como Marx),

más bien consideraba que no se habían desarrollado las reglas morales aplicables a estas

relaciones. El resultado, destacó, es una división forzada del trabajo, ya que una clase

poderosa monopoliza las posiciones de mayor importancia, mientras la otra clase se

encuentra en desventaja, por lo que donde había que buscar una respuesta al conflicto era

en la conformación de normas, un punto al que volveremos más adelante.

Durkheim no llegó al conflicto por vía directa, sino que lo estudió a través de su

contraparte, el orden social. Al investigar cuáles son los factores de cohesión de las

sociedades, distinguió dos tipos de solidaridad: mecánica y orgánica. La primera se

relaciona con sociedades tradicionales donde se impone un conjunto muy firme de

sentimientos y creencias comunes, aquí las diferencias entre los individuos no suelen ser

muy notorias y domina la propiedad colectiva sobre la tierra; en contraste, el segundo tipo

de cohesión social, la solidaridad orgánica, aparece en sociedades donde el individuo se

encuentra diferenciado en un sistema de funciones distintas, donde la solidaridad no nace

de una consciencia colectiva sino de la interdependencia funcional en la división del

trabajo. O en otras palabras, todos necesitan de todos para satisfacer sus necesidades, pero

al mismo tiempo forman una sociedad atomizada.

Siguiendo con el pensamiento durkehimiano, en las sociedades con una mayor carga de

solidaridad orgánica se adopta con más facilidad el derecho restitutivo, ya que es necesario

proteger la propiedad privada y los derechos individuales. Algo que no se presenta con

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frecuencia en las sociedades con valores comunitarios predominantes, donde lo que importa

es la sanción y la disuasión del delito para alguien que ha violentado el ethos de la

colectividad. Para Durkheim, el paso de la solidaridad mecánica a la solidaridad orgánica

indicaba el surgimiento de las sociedades modernas, y aunque analizó con preocupación la

tendencia al individualismo al verlo como un riesgo que podía llevar a la desintegración, no

compartió la tesis de los liberalistas económicos, quienes veían en el individuo un sujeto

egoísta y maximizador de las ganancias dentro de un sistema de mercado. Por el contrario,

advertía que la especialización podía hacer que disminuyera la competencia entre los

individuos, puesto que la lucha por la supervivencia debería ser menos feroz entre aquellos

con roles y objetivos diferentes.

El efecto integrador de la solidaridad orgánica no podía interpretarse a la manera del

utilitarismo inglés, pues tal como lo pronunció el propio Durkheim, “un contrato no se

basta a sí mismo”. Todo lo contrario, la existencia de un contrato “presupone unas normas

que no son el resultado de vínculos contractuales, sino que constituyen los compromisos

morales generales sin los cuales la formación de tales vínculos no podría proceder de una

manera ordenada” (Giddens, 1994).

Sin embargo, esta división del trabajo no puede compensar del todo el debilitamiento de la

moralidad colectiva con el paso a una sociedad más compleja donde, además de la creciente

diferenciación, aumentaba de forma drástica lo que Durkheim denominó densidad

dinámica, esto es, los intercambios económicos y culturales dentro de una sociedad cuyos

miembros, a pesar de esto, al enfrentarse a tareas aisladas o altamente especializadas,

podían dejar de percibir el vínculo que los une con la comunidad y con lo que acontece a su

alrededor. Esto lo llevó a su famoso concepto de la anomia, que no es otra cosa más que la

falta de normativas morales.

Con esa misma inquietud, Durkheim escribió El suicidio, un libro donde además de querer

demostrar que la sociología es una ciencia separada de la psicología, llegó a la conclusión

de que, descartando los factores de tipo geográfico o biológico, el suicidio no sólo era un

hecho individual sino también sociológico. Encontró que los individuos con un menor

grado de integración social presentan mayor proclividad al acto suicida.

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La anomia, como signo del conflicto, se percibe en Durkheim como la consecuencia de una

sociedad desarticulada donde la moral colectiva ha perdido fuerza debido a la

complejización de la división del trabajo, por lo que una probable respuesta podría

encontrarse en la ciencia de la moral. De hecho, Durkheim no se propone “extraer la moral

de la ciencia, sino hacer la ciencia de la moral, lo que es muy diferente”. Tal como lo

escribió en Las reglas del método sociológico (1895), la ciencia de los fenómenos morales

se propone “observar, describir y clasificar las normas morales y analizar cómo las formas

cambiantes de sociedad producen transformaciones en el carácter de tales normas.”

Aunque, al parecer, Durkheim no planteó en sus obras una respuesta práctica a los

problemas de su tiempo, sí enfatizó en el estudio de la vida ética de las sociedades así como

en los mecanismos de regulación de la colectividad hacia el individuo, tal como lo hizo con

su investigación acerca de las religiones, la cual consideraba como un elemento importante

para la integración social al otorgar a los seres humanos ideales que seguir. En este mismo

tenor, con su noción del derecho emanado de la consciencia de la comunidad, percibió al

Estado como una entidad garante del orden social. Si en algún lugar debiera buscarse la

salida al conflicto dentro del sistema conceptual de Emile Durkheim, sería sin duda dentro

de la esfera que implicaba a la regulación de las relaciones entre la sociedad civil, la vida

moral.

Polanyi: crítica al liberalismo

Aunque varias décadas después de Marx y Durkheim, el húngaro Karl Polanyi también se

refirió a las contradicciones del sistema capitalista, que hacia mediados del siglo XX ya

había probado el fracaso del liberalismo económico con las debacles financieras de 1873 y

de 1929. Ya para entonces Estados Unidos había incursionado en el primer orden dentro del

sistema de equilibrios internacional y disputaba la hegemonía con la Gran Bretaña. Pero no

era sólo la economía la que sufría graves turbulencias en esta centuria, sino que ya había

ocurrido la Primera Gran Guerra (1914-1918) y se instauraban en Europa regímenes

fascistas, que pronto detonarían una nueva conflagración de consecuencias devastadoras.

Hacia el término de la Segunda Guerra Mundial, Polanyi, quien era de origen judío, se

había trasladado a Nueva York. Una vez en América presentó por primera vez su libro La

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gran transformación, crítica del liberalismo económico. Era el año de 1944 y a pesar de la

agudeza de sus planteamientos, las ideas de Polanyi no tuvieron mayor eco debido a que

algunos acontecimientos históricos hicieron que la atención pública se desviara por otros

derroteros. En esta obra se analiza el derrumbe de la sociedad que se configuró durante el

siglo XIX con base en cuatro instituciones fundamentales:

La primera era el sistema de equilibrio entre las grandes potencias que, durante un siglo, impidió que surgiese entre ellas cualquier tipo de guerra larga y destructora. La segunda fue el patrón-oro internacional en tanto que símbolo de una organización única de la economía mundial. La tercera, el mercado autorregulador que produjo un bienestar material hasta entonces nunca soñado. La cuarta, en fin, fue el Estado liberal.6

La tesis central es que el mercado autorregulador —institución base del liberalismo

económico— es una utopía y, como tal, no ha existido históricamente sino como un

dogma, cuya forzosa instrumentación ha convertido en mercancías a la tierra (en otras

palabras, la naturaleza), al trabajo (seres humanos) y al dinero (valor), elementos a los que

denomina mercancías ficticias, precisamente porque ninguno de ellos ha sido producido

para su venta en el mercado. Este es un punto crucial en la explicación de Polany, ya que al

imputarles un valor de mercado, estas mercancías ficticias se ven sometidas a la ley de la

oferta y la demanda, lo que produce a la postre una devastación de grandes proporciones.

Los seres humanos pasan a formar parte de un ejército de reserva para la industria y, para

sobrevivir, tienen que vender su fuerza de trabajo, parte intrínseca de su identidad; mientras

tanto, la naturaleza pasa a ocupar el papel de proveedor para el crecimiento del capitalismo

al mismo tiempo que el depositario de sus desechos; y la organización de la producción, se

somete al control de instituciones internacionales, separadas de la sociedad y de las

naciones. Según Polanyi, una sociedad que lleve al extremo la doctrina del libre mercado o

del mercado autorregulado conduciría inexorablemente hacia su propia destrucción.

A diferencia de Marx o Durkheim, entiende a la sociedad como un sistema, y

específicamente, a la sociedad internacional como un complejo sistema de equilibrios, que

se fundamenta a su vez en los cuatro subsistemas citados. A través de este enfoque,

advierte una dislocación entre los subsistemas económico y social; después de una 6 Polany, I. (1944). La gran transformación, crítica al liberalismo. Madrid: Quipueditorial, p. 27.

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exhaustiva revisión histórica llegó a la conclusión de que nunca, hasta la instauración del

liberalismo, la economía se había separado de la sociedad de manera semejante y se había

erigido en rector de las otras esferas de la vida política y social.

No obstante, hay que añadir que Polanyi no nos presenta un sistema totalmente autónomo,

cuyos fenómenos se expliquen exclusivamente por su propia dinámica, sino que se trata de

un sistema abierto a múltiples factores e influencias, donde la participación de los actores

sociales (representados en clases) puede llegar a ser determinante, al igual que el juego de

intereses y la ideología. Justamente, tras el argumento de Polanyi subyace una crítica al

liberalismo económico transformado en una especie de nueva religión capaz de cegar los

ojos de la razón humana. No en balde las consecuencias negativas del progreso económico

han sido soslayadas de forma sistemática en las últimas décadas, en aras de alcanzar el

progreso que prometen los ideólogos del liberalismo, según el cual la riqueza en el largo

plazo terminaría por beneficiar a la mayoría de la población.

De lo anterior se desprende que para Polanyi el conflicto social no aparece como una

simple confrontación entre grupos con distintos intereses, sino como fallas estructurales de

un sistema, que han generado “una avalancha de dislocaciones” en lo social, lo político y lo

cultural, a expensas de la imposición de una economía de mercado como eje rector de la

sociedad. Por tanto, las consecuencias no se encuentran focalizadas ni geográficamente ni

hacia un determinado grupo de individuos; más bien los efectos de esta dinámica abarcan

todos los niveles de la vida social, incluso aquellos que forman el núcleo de la vida social

desde las primeras comunidades, el territorio y las relaciones sociales de solidaridad.

Por otro lado, en Polanyi el conflicto se ubica como un hecho transversal inherente a un

sistema que se desenvuelve con un ritmo determinado, así que la respuesta tampoco se

ubica en una sola estrategia o en un hecho claramente identificado, sino más bien en un

conjunto de estrategias que conforman un movimiento, en realidad varios movimientos, lo

que él llama el movimiento de autoprotección de la sociedad, que se ramifica en tres

sentidos para defender a las mercancías ficticias (tierra, hombre y dinero) de las fuerzas

avasalladoras del mercado. Durante el siglo XIX, por ejemplo, sobresalieron los sindicatos

así como la Ley de Pobres y las legislaciones sobre las fábricas. El Estado no ocupa aquí un

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papel definitorio de los procesos sociales, más bien de reacción a las vicisitudes de esta

naciente sociedad del mercado autorregulado, como se refleja en esta cita: “El poder del

Estado no contaba en absoluto, ya que el mecanismo del mercado debía funcionar tanto

más flexiblemente cuanto más débil fuese ese poder. Ni los electores, ni los propietarios, ni

los productores, ni los consumidores podían ser considerados responsables de estas brutales

restricciones de la libertad, que hicieron su aparición al mismo tiempo que el paro y la

miseria”7.

Dentro del movimiento de autoprotección de la sociedad, el Estado en muy distintos

contextos se vio en la necesidad de aprobar leyes a favor de los trabajadores, a pesar de que

en muchas otras ocasiones operó a favor del capitalismo, sobre todo en el periodo de 1830 a

1850 cuando en Inglaterra surgieron todo tipo de instituciones y artefactos burocráticos

para poder dar cabida al sistema de libre mercado y de libre cambio, lo que abriría las

puertas a un mercado mundial. Esto a la postre derivaría en regímenes de corte fascistas que

se difuminaron por el continente europeo, con mayor fuerza, como es sabido, en Italia y

Alemania. Para el artífice de La gran transformación, el conflicto social resulta de la

misma complejidad del sistema económico, que se separa de lo social y en ocasiones se

fusiona peligrosamente con lo político, así que —en primera instancia— la única

contraparte posible es la defensa de la tierra, el trabajo y la producción, bajo un movimiento

dirigido por la sociedad civil en su conjunto. Sin embargo, Polanyi visualiza que al terminar

con el sistema del mercado autorregulador podría sobrevenir una gran transformación que

dé cabida a las libertades individuales.

Reflexiones para la discusión

Al tratar de hacer un comparativo entre los tres enfoques, podemos advertir los distintos

paradigmas y metodologías que moldearon la construcción del conflicto social como un

problema de investigación. En Marx, la concepción materialista de la historia en

combinación con un deslumbramiento por la teoría de la evolución define, en buena

medida, el planteamiento y la salida al conflicto social, que percibió en la lucha de clases

entre capitalistas y trabajadores asalariados. Así como la ruptura con el idealismo

7 Polany, I. (1944). La gran transformación, crítica al liberalismo. Madrid: Quipueditorial, p. 404.

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hegeliano, lo llevó a su teoría de la praxis y a la inevitable consecuencia de la revolución y

la instauración de la dictadura del proletariado.

En contraparte, Durkheim, que utilizó un método funcional-positivista al destacar el uso de

datos empíricos para su análisis, llegó a la conclusión de que la consciencia colectiva, que

deriva de los hechos sociales, finalmente es la que moldea al individuo y, por tanto,

concentró sus esfuerzos en la búsqueda del orden social a través de un orden moral.

Mientras tanto, Polanyi se valió de un enfoque sistémico y un comparativo histórico para

sostener su tesis de la utopía del mercado autorregulado. Aunque, como ya se advirtió

anteriormente, este esbozo no representa la totalidad de los enfoques, la actualidad del

conflicto social derivado de los albores del capitalismo se trata en realidad de cuestiones

aún no resueltas, por el contrario, se han complejizado de una forma inaudita con la

perpetuación de viejas guerras y la aparición de nuevas conflagraciones. El conflicto social,

concretizado en la creciente desigualdad económica y social, se despliega de forma

transversal en todos los aspectos de la vida pública, lo mismo que en todas las regiones o a

escala global. En las ideas tanto de Marx como de Durkheim o Polanyi (quizá también de

muchos otros), la solución al conflicto se muestra asociada al cambio social, ya sea como

una ruptura al sistema, un simple ajuste o un movimiento social articulado; de cualquier

forma, los efectos visibles del capitalismo —inmerso hoy en lo que muchos autores llaman

postmodernidad— pueden ser trazados hacia los orígenes de la Revolución Industrial

aunque con dimensiones y aristas inimaginadas. Lo anterior nos puede dar la pauta para

pensar que no han ocurrido cambios estructurales en la sociedad de mercado y, por lo tanto,

es necesario revalorar el camino de los estudios sociales que surgieron en su seno y se

siguen creando bajo los mismos influjos. De acuerdo con la propuesta de Wallerstein

(1999), no se logrará el entendimiento de la realidad social con retomar los conceptos del

siglo XIX que fueron ideados en un contexto de competencia económica entre las naciones,

sino “impensándolos”, e integrándolos como parte de un sistema-mundo que no distingue

fronteras y cuyos acontecimientos se encuentran ligados y concatenados en el espacio

tiempo. No obstante, los teóricos de esa época brindan las bases para la construcción (o

deconstrucción) de conceptos inacabados, que necesitan de un debate constante para no

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dejar de ser críticos de sí mismos y abrir nuevas brechas en el pensamiento de la

humanidad.

Bibliografía:

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Doctorado en Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Autónoma de Sinaloa. Seminario: Construcción del Conocimiento Social. Impartido por: Dr. Carlos Javier Maya Ambía. 13/02/2015 13