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El 4 de abril dijo en parte de su homilía en ocasión de la Solemnidad de la Anunciación: Hay una “cadena de los sí” que se inicia con Abraham. Esa “humanidad de hombres y mujeres” que aun siendo “ancianos”, como Abraham y Moisés, “dijeron sí a la esperanza del Señor”; así como Isaías, quien responde que sus labios son impuros, cuando Dios le pide que vaya a decir las cosas al pueblo. El Señor “purifica los labios de Isaías, ¡e Isaías dice sí!”. Jeremías, consideraba que no sabía hablar, pero después también dice “sí” al Señor. “Y hoy el Evangelio nos habla del final de esta cadena de los 'sí', pero que es el inicio de otro 'sí', que comienza a crecer: el sí de María. Y este 'sí' hace que Dios, no sólo mire al hombre, no sólo camine con su pueblo, sino que se haga uno de nosotros y tome nuestra carne. El ‘sí’ de María que abre la puerta al 'sí' de Jesús: ‘Yo vengo para hacer Tu voluntad’, este ‘sí’ que va con Jesús durante toda su vida , hasta la Cruz ”. Jesús también responde “sí” al Padre, si bien le había pedido que aleje de él el cáliz. Y teniendo en cuenta que

Enseñanzas 166 Papa Francisco 4 Al 10 Abril 2016

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El 4 de abril dijo en parte de su homilía en ocasión de la Solemnidad de la Anunciación: Hay una “cadena de los sí” que se inicia con Abraham. Esa “humanidad de hombres y mujeres” que aun siendo “ancianos”, como Abraham y Moisés, “dijeron sí a la esperanza del Señor”; así como Isaías, quien responde que sus labios son impuros, cuando Dios le pide que vaya a decir las cosas al pueblo.

El Señor “purifica los labios de Isaías, ¡e Isaías dice sí!”. Jeremías, consideraba que no sabía hablar, pero después también dice “sí” al Señor.

“Y hoy el Evangelio nos habla del final de esta cadena de los 'sí', pero que es el inicio de otro 'sí', que comienza a crecer: el sí de María. Y este 'sí' hace que Dios, no sólo mire al hombre, no sólo camine con su pueblo, sino que se haga uno de nosotros y tome nuestra carne. El ‘sí’ de María que abre la puerta al 'sí' de Jesús: ‘Yo vengo para hacer Tu voluntad’, este ‘sí’ que va con Jesús durante toda su vida, hasta la Cruz”.

Jesús también responde “sí” al Padre, si bien le había pedido que aleje de él el cáliz. Y teniendo en cuenta que le respondió que “se haga Tu voluntad”, ahí vemos el “sí” de Dios”. Es más, “Él es el sí”.

Hoy es la fiesta del ‘sí’. En el ‘sí’ de María está el ‘sí’ de toda la historia de la Salvación, y comienza allí el último ‘sí’ del hombre y de Dios”.

Dios recrea con un “sí” como cuando al inicio hizo al mundo y al hombre. Y ahora, con este “sí” “recrea el mundo maravillosamente, nos recrea a todos nosotros”. Es “el ‘sí’ de Dios, el que nos santifica, el que nos hace ir adelante en Jesucristo”.

El 5 de abril dijo en parte de su homilía: No es lo mismo la “armonía” que procede del Espíritu Santo que la “tranquilidad” y esta armonía es destruída por la avaricia y el amor al dinero.

“Nosotros podemos hacer acuerdos, una cierta paz… pero la armonía es una gracia interior que solo puede hacerla el Espíritu Santo”. “Los signos de la armonía son dos: ninguno tiene necesidad, es decir,todo lo tenían en común”, puesto que “tenían un solo corazón, una sola alma y ninguno consideraba propiedad suya aquello que le pertenecía, sino que entre ellos todo lo tenían en común”.

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Por eso, “entre ellos no había ningún necesitados. La verdadera ‘armonía’ del Espíritu Santo tiene una relación muy fuerte con el dinero: el dinero es el enemigo de la armonía, el dinero es egoísta. Y por eso, el signo que da y que todos daban para que no hubiera ningún necesitado”.

Dios y el dinero son dos jefes, “entre los cuales el servicio es irreconciliable”. No se puede confundir la “tranquilidad” con la “armonía”.

“La armonía del Espíritu Santo nos da esta generosidad de no tener nada como propio, mientras exista un necesitado. La armonía del Espíritu Santo nos da una segunda actitud: con gran fuerza los apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús, y todos gozaban de grande favor, es decir, el coraje. Cuando existe armonía en la Iglesia, en la comunidad, existe el coraje, el coraje de dar testimonio del Señor Resucitado”. 

El 7 de abril dijo en parte de su homilía: así como se dice que “la patria tiene necesidad de héroes”, la Iglesia tiene hoy necesidad de “testigos, de mártires”, porque ellos “son la sangre viva de la Iglesia” y quienes la llevan adelante testimoniando a Jesús resucitado.

A San Pedro se le había prohibido predicar en el nombre de Jesús, pero él sigue proclamando el Evangelio, porque, dice el apóstol, “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. Este Pedro “valiente” no tiene nada que ver con “Pedro, el cobarde” de la noche del Jueves Santo, “cuando lleno de miedo reniega tres veces al Señor”.

Ahora Pedro se vuelve fuerte en el testimonio. “El testimonio cristiano tiene el mismo camino de Jesús: dar la vida”. Y de un modo u otro, el cristiano “se juega la vida en el verdadero testimonio”.

“la coherencia entre la vida y lo que hemos visto y escuchado es precisamente el inicio del testimonio. Pero el testimonio cristiano tiene algo más, no es sólo de quien la da: el testimonio cristiano, siempre, se hace de a dos. ‘Y de estos hechos somos testigos nosotros y el Espíritu Santo’. Sin el Espíritu Santo no hay testimonio cristiano. Porque el testimonio cristiano, la vida cristiana, es una gracia, es una gracia que el Señor nos da con el Espíritu Santo”.

“sin el Espíritu no somos capaces de ser testigos”. Testigo es quien es “coherente con lo que dice, con lo que hace y con lo que ha

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recibido, es decir, el Espíritu Santo”. “Éste es el valor cristiano, éste es el testimonio”.

El testimonio de los mártires que tiene la Iglesia en sus dos mil años de historia, pero especialmente de los mártires actuales, perseguidos en Medio Oriente, Asia y en el norte de África.

“Echados de su tierra, desalojados, degollados, perseguidos: tienen aquel valor de confesar a Jesús precisamente hasta el momento de la muerte; es el testimonio de aquellos cristianos que viven su vida en serio y dicen: ‘Yo no puedo hacer esto, yo no puedo hacer mal a otro; yo no puedo estafar; yo no puedo conducir una vida a medias, yo debo dar mi testimonio’.

Y el testimonio es: decir lo que en la fe ha visto y oído, es decir a Jesús Resucitado, con el Espíritu Santo que ha recibido como don”.

En los momentos difíciles de la historia se oye decir que “la patria tiene necesidad de héroes”. Y esto “es verdad, esto es justo”. “¿Pero de qué cosa tiene necesidad hoy la Iglesia? De testigos, de mártires”.

“Son precisamente los testigos, es decir los santos, los santos de todos los días, los de la vida ordinaria, pero con la coherencia, y también los testigos hasta el fin, hasta la muerte. Estos son la sangre viva de la Iglesia; éstos son aquellos que llevan la Iglesia adelante, los testigos; aquellos que atestiguan que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo, y lo atestiguan con la coherencia de vida y con el Espíritu Santo que han recibido en don”.