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ENTRE ARTE Y CIENCIA: LA FARMACIA EN MÉXICO A FINALES DEL SIGLO XIX Nina Hinke* UNIVERSIDAD DE LA SORBONA, PARÍS VII RELACIONES 88, OTOÑO 2001, VOL. XXII

ENTRE ART E - El Colegio de Michoacán · Breve historia de la farmacia en México y en el Mundo, México, Asociación Farmacéutica Mexicana, 1992, pp. 110-113. ENTRE ARTE Y CIENCIA

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ENTRE ARTE Y CIENCIA:LA FARMACIA EN MÉXICO A F INALES DEL S IGLO X IX

N i n a H i n k e *U N I V E R S I D A D D E L A S O R B O N A , PA R Í S V I I

R E L A C I O N E S 8 8 , O T O Ñ O 2 0 0 1 , V O L . X X I I

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urante el siglo XIX además de la venta de las medicinas,en las boticas se manufacturaban los medicamentos.Éstas estaban abiertas al público de seis de la mañanaa diez de la noche.1 Esta doble actividad, de prepara-ción y de venta de medicamentos, se reflejaba en la es-

tructura de las boticas u oficinas. Generalmente éstas contaban con tresespacios: un obrador, una rebotica y la botica propiamente dicha. La bo-tica era el lugar donde se atendía a los clientes y ésta daba a la calle. Enla parte posterior, se encontraban la rebotica y el obrador. Este últimoera una especie de laboratorio donde se hallaban alambiques, prensas yotros aparatos para la elaboración de los medicamentos. En la rebotica sealmacenaban los preparados producto de las operaciones de extracciones,cocciones y pulverizaciones hechas en el obrador según las prescripcio-nes de la farmacopea. A éstos se les daba el nombre de preparacionesoficinales y tomaban la forma de aceites, aguas, extractos, alcolaturas,pastas, pomadas o polvos.

Cuando llegaba un cliente a la botica, se mezclaban los productos, sepreparaban los jarabes, se hacían las píldoras, se separaban los polvosen papeles, etcétera, según las especificaciones que hubiese dado el mé-dico. A estas preparaciones se les daba el nombre de medicamentos ma-gistrales.

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A finales del siglo XIX aparece en el discurso de los farmacéuticosuna voluntad por separar el arte de elaborar medicamentos, el tra-bajo manual y la ciencia de la farmacia. Esta división, más que unarealidad, sirve como argumento de legitimidad en la lucha por elcontrol de la profesión. Esto se hace patente en la organización dela formación de los estudiantes y en las discusiones en torno a re-gulación del ejercicio profesional (farmacéuticos, boticarios, sigloXIX, profesionalización).

* [email protected]. Esta investigación es parte de mi tesis de doctorado queha sido apoyada por el Conacyt.

1 V. Islas Pérez y J.F. Sánchez Ruiz, Breve historia de la farmacia en México y en el mun-do, México, Asociación Farmacéutica Mexicana, 1992, p. 118.

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de bautismo como prueba de legitimidad y saber latín. El examen teóri-co y práctico se llevaba a cabo en una botica, donde el candidato debíaexplicar las propiedades de las distintas drogas.5 Con la disolución delProtomedicato y la reestructuración de la enseñanza superior llevada acabo por Valentín Gómez Farías, se establecieron como requisitos paraobtener el título, los cuatro años de aprendizaje en una botica y cursarla materia de farmacia en la Escuela Nacional de Medicina. Para dife-renciar entre la formación anterior –vinculada además al pasado colo-nial– se decidió cambiar el nombre del título al de farmacéutico.6 Con el

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Pero no todo se elaboraba en casa. En las boticas también se vendíanmedicamentos de patente, es decir medicamentos comerciales ya listosy envasados como los conocemos ahora. También se podían encontrarlas especialidades –como los polvos de Dover o las píldoras del Dr. Car-pio– preparados por profesionistas de prestigio que les daban su nom-bre como garantía de su calidad.2

Los productos vegetales, animales y minerales –a partir de los cua-les se elaboraban los medicamentos–, eran surtidos a las boticas por losmercados y las droguerías. Estas últimas se dedicaban –en rigor– exclu-sivamente a la venta de las materias primas o drogas simples; no prepa-raban ni vendían medicamentos, dominio de las boticas. Estas casascomerciales, verdaderos negocios de importación de productos medi-cinales y químicos, perfumería, aparatos e instrumentos, tenían repre-sentantes en ciudades como Nueva York, París, Burdeos, Hamburgo yLondres en donde, a su vez, se abastecían de productos medicinalesprovenientes de todo el mundo.

La elaboración de los medicamentos a finales del siglo XIX estaba,pues, asegurada por boticarios y farmacéuticos. Los primeros eran per-sonas que trabajaban y despachaban en las boticas pero que no conta-ban con estudios formales. Su formación reposaba en la experiencia deltrabajo cotidiano. Los farmacéuticos, por su parte, habían cursado la ca-rrera de farmacia en la Escuela Nacional de Medicina o en alguna de lasescuelas o facultades en provincia.

La denominación de “farmacéutico” era relativamente nueva. Hasta1833 el título, que otorgaba el Protomedicato, era de “boticario”. Paraobtenerlo era necesario haber realizado una estancia de aprendizaje decuatro años en una botica y haber cursado botánica3 durante seis meses(si vivían en la ciudad de México.4 Se requería, asimismo, presentar la fe

2 J.M. Noriega y M. Cordero, Farmacia galénica, México, 1920, p. 8.3 La cátedra de botánica se creó en 1788 y se impartía en el Jardín Botánico. El primer

catedrático fue Vicente Cervantes.4 D. Tanck Estrada “La Colonia” en: Arce Gurza, et al. Historia de las profesiones en Mé-

xico, México, Colegio de México, 1982, pp. 48-49. J.T. Lanning El Real Protomedicato,México, UNAM, 1997. M.A. Rodríguez ‘El control del Protomedicato sobre la farmacia enla Nueva España” en: P. Aceves (coord.), Construyendo las ciencias químicas y biológicas.Tomo III, México, UAM, 1998, pp. 89-98.

FIGURA 1: Etiqueta de la botica de la 3a. calle de Sta. María de la Ribera núm. 88. AHSSA. SP. Inspección de Farmacias. Caja 3. Exp.

5 A. Staples “La constitución del Estado Nacional” en: Arce Gurza, et al. Historia delas profesiones en México, México, Colegio de México, 1982, pp. 96-97.

6 El titular de la cátedra de farmacia fue José Vargas, sucesor de Cervantes en la cáte-dra de botánica en el Jardín Botánico del Palacio Nacional y oficial en la botica del hospi-tal de San Andrés. Además el Dr. Vargas fue catedrático de química en el Colegio Nacionalde Minería, miembro tutelar del Consejo Superior de Salubridad, alcalde de la ciudad deMéxico y senador suplente. Perteneció a numerosas asociaciones científicas, entre las cua-les podemos mencionar, las sociedades Farmacéutica de Barcelona, Pedro Escobedo, Mé-dica de San Luis Potosí, Historia Natural y Farmacéutica Mexicana. Perteneció también,a la Academia de Medicina. V. Islas Pérez y J.F. Sánchez Ruiz, Breve historia de la farmaciaen México y en el Mundo, México, Asociación Farmacéutica Mexicana, 1992, pp. 110-113.

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de bautismo como prueba de legitimidad y saber latín. El examen teóri-co y práctico se llevaba a cabo en una botica, donde el candidato debíaexplicar las propiedades de las distintas drogas.5 Con la disolución delProtomedicato y la reestructuración de la enseñanza superior llevada acabo por Valentín Gómez Farías, se establecieron como requisitos paraobtener el título, los cuatro años de aprendizaje en una botica y cursarla materia de farmacia en la Escuela Nacional de Medicina. Para dife-renciar entre la formación anterior –vinculada además al pasado colo-nial– se decidió cambiar el nombre del título al de farmacéutico.6 Con el

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Pero no todo se elaboraba en casa. En las boticas también se vendíanmedicamentos de patente, es decir medicamentos comerciales ya listosy envasados como los conocemos ahora. También se podían encontrarlas especialidades –como los polvos de Dover o las píldoras del Dr. Car-pio– preparados por profesionistas de prestigio que les daban su nom-bre como garantía de su calidad.2

Los productos vegetales, animales y minerales –a partir de los cua-les se elaboraban los medicamentos–, eran surtidos a las boticas por losmercados y las droguerías. Estas últimas se dedicaban –en rigor– exclu-sivamente a la venta de las materias primas o drogas simples; no prepa-raban ni vendían medicamentos, dominio de las boticas. Estas casascomerciales, verdaderos negocios de importación de productos medi-cinales y químicos, perfumería, aparatos e instrumentos, tenían repre-sentantes en ciudades como Nueva York, París, Burdeos, Hamburgo yLondres en donde, a su vez, se abastecían de productos medicinalesprovenientes de todo el mundo.

La elaboración de los medicamentos a finales del siglo XIX estaba,pues, asegurada por boticarios y farmacéuticos. Los primeros eran per-sonas que trabajaban y despachaban en las boticas pero que no conta-ban con estudios formales. Su formación reposaba en la experiencia deltrabajo cotidiano. Los farmacéuticos, por su parte, habían cursado la ca-rrera de farmacia en la Escuela Nacional de Medicina o en alguna de lasescuelas o facultades en provincia.

La denominación de “farmacéutico” era relativamente nueva. Hasta1833 el título, que otorgaba el Protomedicato, era de “boticario”. Paraobtenerlo era necesario haber realizado una estancia de aprendizaje decuatro años en una botica y haber cursado botánica3 durante seis meses(si vivían en la ciudad de México.4 Se requería, asimismo, presentar la fe

2 J.M. Noriega y M. Cordero, Farmacia galénica, México, 1920, p. 8.3 La cátedra de botánica se creó en 1788 y se impartía en el Jardín Botánico. El primer

catedrático fue Vicente Cervantes.4 D. Tanck Estrada “La Colonia” en: Arce Gurza, et al. Historia de las profesiones en Mé-

xico, México, Colegio de México, 1982, pp. 48-49. J.T. Lanning El Real Protomedicato,México, UNAM, 1997. M.A. Rodríguez ‘El control del Protomedicato sobre la farmacia enla Nueva España” en: P. Aceves (coord.), Construyendo las ciencias químicas y biológicas.Tomo III, México, UAM, 1998, pp. 89-98.

FIGURA 1: Etiqueta de la botica de la 3a. calle de Sta. María de la Ribera núm. 88. AHSSA. SP. Inspección de Farmacias. Caja 3. Exp.

5 A. Staples “La constitución del Estado Nacional” en: Arce Gurza, et al. Historia delas profesiones en México, México, Colegio de México, 1982, pp. 96-97.

6 El titular de la cátedra de farmacia fue José Vargas, sucesor de Cervantes en la cáte-dra de botánica en el Jardín Botánico del Palacio Nacional y oficial en la botica del hospi-tal de San Andrés. Además el Dr. Vargas fue catedrático de química en el Colegio Nacionalde Minería, miembro tutelar del Consejo Superior de Salubridad, alcalde de la ciudad deMéxico y senador suplente. Perteneció a numerosas asociaciones científicas, entre las cua-les podemos mencionar, las sociedades Farmacéutica de Barcelona, Pedro Escobedo, Mé-dica de San Luis Potosí, Historia Natural y Farmacéutica Mexicana. Perteneció también,a la Academia de Medicina. V. Islas Pérez y J.F. Sánchez Ruiz, Breve historia de la farmaciaen México y en el Mundo, México, Asociación Farmacéutica Mexicana, 1992, pp. 110-113.

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escolaridad y el título.8 La profesión aparece en el estudio de Higbycomo una construcción social y cultural que según la época engloba dis-tintos significados y distintas instituciones. Pensar a la historia de la far-macia de esta manera nos exige revisar cuidadosamente cuáles fueronlos valores que enarbolaron los farmacéuticos para definirse a sí mismoscomo una profesión y los mecanismos que emplearon para lograr susaspiraciones en cada contexto local y en un tiempo determinado.

LA SOCIEDAD FARMACÉUTICA MEXICANA Y LA PROFESIÓN

En 1893, el presidente de la Sociedad Farmacéutica Mexicana escribía:“El farmacéutico es a la vez hombre de ciencia y artesano, dando a la pa-labra artesano el significado del hombre que se dedica al ejercicio de unarte, que quiere más inteligencia que la de las artes llamadas manuales[...] necesita los conocimientos que le da la ciencia y poseer la prácticaque le da el arte”.9

Esta tensión entre ciencia, arte y trabajo manual, y estos aspectoscomo constitutivos de la profesión, aparecen permanentemente en eldiscurso de los farmacéuticos a finales del siglo XIX. La confección de losmedicamentos era ciertamente el resultado de una serie de operacionesmanuales, pero no por ello debía de considerarse a la farmacia como unmero trabajo manual. Para los farmacéuticos era importante que queda-ra claro que los que se dedicaban a elaborar y vender medicamentos es-taban guiados por el conocimiento y la pericia y que su actividad era lade hombres de ciencia.10

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tiempo, sin embargo, se le dio el nombre de boticarios a los dueños delas boticas y a aquellos que aprendían el oficio y trabajaban en las boti-cas pero que no habían cursado la carrera ni tenían título.

Para abrir una botica no era necesario haber hecho la carrera de far-macia, bastaba contar con un farmacéutico responsable. Legalmente, és-tos eran los únicos facultados para ejercer la profesión y eran los respon-sables de las boticas ante las autoridades. Sin embargo, muchas boticasno contaban con un farmacéutico como responsable, y toda la elabora-ción y el despacho de medicamentos era llevado a cabo por boticarios.Generalmente éstos no recibían del dueño del establecimiento una pagatan elevada como los farmacéuticos. Boticarios y farmacéuticos compar-tían el trabajo y el espacio en las boticas.

A finales del siglo XIX los farmacéuticos buscaron redefinir y afian-zar el prestigio y el control de la profesión. Varios farmacéuticos capi-talinos se reunieron en la Sociedad Farmacéutica Mexicana en 1871.Fueron los miembros de esta sociedad, a través de discursos, ocursos,peticiones y negociaciones, quienes definieron al perfil del farmacéuti-co y pugnaron por el reconocimiento de la profesión y su carácter supe-rior respecto de los boticarios.7

PROFESIONALIZACIÓN EN EL SIGLO XIX

Como lo destaca Higby, la profesión y el profesionalismo deben ser to-mados como lo entendieron los actores en su época y se deben medircon los parámetros que ellos emplearon para definirlos. Para el caso delos Estados Unidos, Higby muestra cómo, a lo largo del siglo XIX, los far-macéuticos concibieron al profesionalismo de formas distintas; mientrasque en un inicio éste estaba dado por la facultad de cada individuo deelaborar con arte las distintas formas farmacéuticas y por contar conciertas cualidades morales; con el tiempo lo definiría principalmente la

7 L.F. Azuela y R. Guevara Pfeffer, “Las relaciones entre la comunidad científica y elpoder político en México en el siglo XIX, a través del estudio de los farmacéuticos” en: P.Aceves (coord.), Construyendo las ciencias químicas y biológicas, México, UAM, 1997, pp. 239-257. Hasta ahora nadie ha hecho un estudio detallado acerca de esta sociedad.

8 G. Higby, “Professionalism and the Nineteenth-Century American Pharmacist”,Pharmacy in History, 1986, 28 (3), pp. 115-124.

9 “El arte farmacéutico”, La Farmacia, 1893, II (10), p. 368.10 El caso de los farmacéuticos no es el único. En el siglo XIX varias de las incipientes

profesiones buscan ligarse a la ciencia para elevar su prestigio, un caso notorio y muy si-milar fue el de la medicina. J.H. Warner, “Ideals of science and their discontents in latenineteenth-century American medicine”, ISIS, 1991, 82, pp. 454-478. Para el caso de la me-dicina en México véase A.M. Carrillo, “Profesiones sanitarias y lucha de poderes en elMéxico del siglo XIX”, Asclepio, 1998, L-2, pp. 149-168. A.M. Carrillo “Nacimiento y muer-te de una profesión. Las parteras tituladas en México”, Dynamis, 1999, 19, pp. 167-190.

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escolaridad y el título.8 La profesión aparece en el estudio de Higbycomo una construcción social y cultural que según la época engloba dis-tintos significados y distintas instituciones. Pensar a la historia de la far-macia de esta manera nos exige revisar cuidadosamente cuáles fueronlos valores que enarbolaron los farmacéuticos para definirse a sí mismoscomo una profesión y los mecanismos que emplearon para lograr susaspiraciones en cada contexto local y en un tiempo determinado.

LA SOCIEDAD FARMACÉUTICA MEXICANA Y LA PROFESIÓN

En 1893, el presidente de la Sociedad Farmacéutica Mexicana escribía:“El farmacéutico es a la vez hombre de ciencia y artesano, dando a la pa-labra artesano el significado del hombre que se dedica al ejercicio de unarte, que quiere más inteligencia que la de las artes llamadas manuales[...] necesita los conocimientos que le da la ciencia y poseer la prácticaque le da el arte”.9

Esta tensión entre ciencia, arte y trabajo manual, y estos aspectoscomo constitutivos de la profesión, aparecen permanentemente en eldiscurso de los farmacéuticos a finales del siglo XIX. La confección de losmedicamentos era ciertamente el resultado de una serie de operacionesmanuales, pero no por ello debía de considerarse a la farmacia como unmero trabajo manual. Para los farmacéuticos era importante que queda-ra claro que los que se dedicaban a elaborar y vender medicamentos es-taban guiados por el conocimiento y la pericia y que su actividad era lade hombres de ciencia.10

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tiempo, sin embargo, se le dio el nombre de boticarios a los dueños delas boticas y a aquellos que aprendían el oficio y trabajaban en las boti-cas pero que no habían cursado la carrera ni tenían título.

Para abrir una botica no era necesario haber hecho la carrera de far-macia, bastaba contar con un farmacéutico responsable. Legalmente, és-tos eran los únicos facultados para ejercer la profesión y eran los respon-sables de las boticas ante las autoridades. Sin embargo, muchas boticasno contaban con un farmacéutico como responsable, y toda la elabora-ción y el despacho de medicamentos era llevado a cabo por boticarios.Generalmente éstos no recibían del dueño del establecimiento una pagatan elevada como los farmacéuticos. Boticarios y farmacéuticos compar-tían el trabajo y el espacio en las boticas.

A finales del siglo XIX los farmacéuticos buscaron redefinir y afian-zar el prestigio y el control de la profesión. Varios farmacéuticos capi-talinos se reunieron en la Sociedad Farmacéutica Mexicana en 1871.Fueron los miembros de esta sociedad, a través de discursos, ocursos,peticiones y negociaciones, quienes definieron al perfil del farmacéuti-co y pugnaron por el reconocimiento de la profesión y su carácter supe-rior respecto de los boticarios.7

PROFESIONALIZACIÓN EN EL SIGLO XIX

Como lo destaca Higby, la profesión y el profesionalismo deben ser to-mados como lo entendieron los actores en su época y se deben medircon los parámetros que ellos emplearon para definirlos. Para el caso delos Estados Unidos, Higby muestra cómo, a lo largo del siglo XIX, los far-macéuticos concibieron al profesionalismo de formas distintas; mientrasque en un inicio éste estaba dado por la facultad de cada individuo deelaborar con arte las distintas formas farmacéuticas y por contar conciertas cualidades morales; con el tiempo lo definiría principalmente la

7 L.F. Azuela y R. Guevara Pfeffer, “Las relaciones entre la comunidad científica y elpoder político en México en el siglo XIX, a través del estudio de los farmacéuticos” en: P.Aceves (coord.), Construyendo las ciencias químicas y biológicas, México, UAM, 1997, pp. 239-257. Hasta ahora nadie ha hecho un estudio detallado acerca de esta sociedad.

8 G. Higby, “Professionalism and the Nineteenth-Century American Pharmacist”,Pharmacy in History, 1986, 28 (3), pp. 115-124.

9 “El arte farmacéutico”, La Farmacia, 1893, II (10), p. 368.10 El caso de los farmacéuticos no es el único. En el siglo XIX varias de las incipientes

profesiones buscan ligarse a la ciencia para elevar su prestigio, un caso notorio y muy si-milar fue el de la medicina. J.H. Warner, “Ideals of science and their discontents in latenineteenth-century American medicine”, ISIS, 1991, 82, pp. 454-478. Para el caso de la me-dicina en México véase A.M. Carrillo, “Profesiones sanitarias y lucha de poderes en elMéxico del siglo XIX”, Asclepio, 1998, L-2, pp. 149-168. A.M. Carrillo “Nacimiento y muer-te de una profesión. Las parteras tituladas en México”, Dynamis, 1999, 19, pp. 167-190.

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empírico sino además es considerado como un individuo falto de mora-lidad, del cual sólo se puede esperar el engaño y la expedición de pro-ductos sustituidos y adulterados.12

El farmacéutico era el responsable de proporcionar los medicamen-tos para los enfermos. Algunos incluso opinaban que sin farmacia lamedicina era ilusoria. Puesto que la confección de buenos medicamen-tos era una condición necesaria para el restablecimiento de la salud, nodebía dejarse en manos de gente sin preparación y sin escrúpulos. Lafarmacia, aliada indispensable de la medicina, requería de personas conconocimientos científicos y moralidad intachable. El deber del farma-céutico era el de vigilar que los productos que se expendían al públicofuesen de calidad; calidad que únicamente ellos podían asegurar, puesaquellos que no estaban instruidos sólo podrían confeccionar “medica-mentos inertes o poco activos o más activos de lo necesario; preparadosque [no llenaban] debidamente las exigencias de la ciencia”.13

Por otro lado, la imagen del farmacéutico como artesano y hombrede ciencia era el reflejo de la percepción que tenían los propios farma-céuticos de su profesión. Si bien ésta se había identificado con “el artede elaborar los medicamentos”, como por mucho tiempo se definió a lafarmacia, a finales del siglo XIX ésta ya no está únicamente dada por eltrabajo en la botica. Los farmacéuticos, adiestrados en química, desem-peñaban múltiples labores como analistas de alimentos, aguas, bebidas,clínicos, toxicológicos, y realizaban investigaciones acerca de las pro-ductos medicinales tanto como funcionarios e investigadores de institu-ciones públicas, como en laboratorios privados.

LA FARMACIA CIENTÍFICA

Los farmacéuticos argüían que la farmacia había dejado de ser el simplearte de elaborar medicinas y se había convertido, gracias a los adelantosde la química, en una verdadera ciencia. Por ejemplo, al defender la ne-

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Establecer una diferencia entre ciencia y arte también permitía crearuna distinción entre boticarios –también llamados “prácticos”– y farma-céuticos, identificando a los primeros al trabajo manual y a los segun-dos con la conocimiento científico. Esta división entre ciencia, arte y tra-bajo manual creada y mantenida a capa y espada por los farmacéuticos,constituyó una de sus armas retóricas –si no la más eficaz– sí la más re-currente en su lucha por ser reconocidos como los legítimos dueños dela profesión.

La descalificación del otro como amaestrado, como ignorante o comocomerciante que únicamente piensa en el lucro es recurrente. Por ejem-plo, al hablar de la responsabilidad y la honorabilidad de los farma-céuticos, Alberto Coellar, un promotor de la profesión, afirma: “el far-macéutico estudia, el expendedor es amaestrado; el primero es respon-sable ante la ley, y su fallo es de fe científica; el segundo es responsablecomo lo es el que vende un mal pescado [...]”11 El práctico no sólo es un

FIGURA 2: Anuncio del laboratorio de análisis de José Donaciano Morales. La Medicina Científica, 1894, t. VII (24), forro interior.

11 A. Coellar, “Relaciones y distinción entre los actos que norma la legislación mer-cantil, y los que deba comprender la relación farmacéutica”, La Farmacia, VII (9), 1898,p. 196.

12 A manera de ejemplo véase “Discurso del Sr. Profesor Enrique G. Puente”, La Far-macia, 1901, X (1), pp. 31-46.

13 “Discurso del Sr. Profesor Enrique G. Puente”, La Farmacia, 1901, X (1), p. 40.

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empírico sino además es considerado como un individuo falto de mora-lidad, del cual sólo se puede esperar el engaño y la expedición de pro-ductos sustituidos y adulterados.12

El farmacéutico era el responsable de proporcionar los medicamen-tos para los enfermos. Algunos incluso opinaban que sin farmacia lamedicina era ilusoria. Puesto que la confección de buenos medicamen-tos era una condición necesaria para el restablecimiento de la salud, nodebía dejarse en manos de gente sin preparación y sin escrúpulos. Lafarmacia, aliada indispensable de la medicina, requería de personas conconocimientos científicos y moralidad intachable. El deber del farma-céutico era el de vigilar que los productos que se expendían al públicofuesen de calidad; calidad que únicamente ellos podían asegurar, puesaquellos que no estaban instruidos sólo podrían confeccionar “medica-mentos inertes o poco activos o más activos de lo necesario; preparadosque [no llenaban] debidamente las exigencias de la ciencia”.13

Por otro lado, la imagen del farmacéutico como artesano y hombrede ciencia era el reflejo de la percepción que tenían los propios farma-céuticos de su profesión. Si bien ésta se había identificado con “el artede elaborar los medicamentos”, como por mucho tiempo se definió a lafarmacia, a finales del siglo XIX ésta ya no está únicamente dada por eltrabajo en la botica. Los farmacéuticos, adiestrados en química, desem-peñaban múltiples labores como analistas de alimentos, aguas, bebidas,clínicos, toxicológicos, y realizaban investigaciones acerca de las pro-ductos medicinales tanto como funcionarios e investigadores de institu-ciones públicas, como en laboratorios privados.

LA FARMACIA CIENTÍFICA

Los farmacéuticos argüían que la farmacia había dejado de ser el simplearte de elaborar medicinas y se había convertido, gracias a los adelantosde la química, en una verdadera ciencia. Por ejemplo, al defender la ne-

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Establecer una diferencia entre ciencia y arte también permitía crearuna distinción entre boticarios –también llamados “prácticos”– y farma-céuticos, identificando a los primeros al trabajo manual y a los segun-dos con la conocimiento científico. Esta división entre ciencia, arte y tra-bajo manual creada y mantenida a capa y espada por los farmacéuticos,constituyó una de sus armas retóricas –si no la más eficaz– sí la más re-currente en su lucha por ser reconocidos como los legítimos dueños dela profesión.

La descalificación del otro como amaestrado, como ignorante o comocomerciante que únicamente piensa en el lucro es recurrente. Por ejem-plo, al hablar de la responsabilidad y la honorabilidad de los farma-céuticos, Alberto Coellar, un promotor de la profesión, afirma: “el far-macéutico estudia, el expendedor es amaestrado; el primero es respon-sable ante la ley, y su fallo es de fe científica; el segundo es responsablecomo lo es el que vende un mal pescado [...]”11 El práctico no sólo es un

FIGURA 2: Anuncio del laboratorio de análisis de José Donaciano Morales. La Medicina Científica, 1894, t. VII (24), forro interior.

11 A. Coellar, “Relaciones y distinción entre los actos que norma la legislación mer-cantil, y los que deba comprender la relación farmacéutica”, La Farmacia, VII (9), 1898,p. 196.

12 A manera de ejemplo véase “Discurso del Sr. Profesor Enrique G. Puente”, La Far-macia, 1901, X (1), pp. 31-46.

13 “Discurso del Sr. Profesor Enrique G. Puente”, La Farmacia, 1901, X (1), p. 40.

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sino hasta 1805, cuando Sertuerner aísla la morfina del opio, que se de-termina que los principios activos son moléculas específicas. Al aisla-miento de la morfina le siguieron rápidamente los de la quinina de laquina, la emetina de la nuez vómica, etcétera, a manos de los farmacéu-ticos Pelletier y Caventou. Todas estas sustancias compartían ademásciertas propiedades químicas: las de ser básicas o alcalinas; de ahí quese les llamara alcaloides. Éstos presentaban, en dosis bajísimas, la acciónde extractos o preparados de la planta completa. Se aceptó que la acciónmedicamentosa estaba dada por sustancias únicas, aislables, cristalinasen estado puro que se encontraban “atrapadas” en la planta. Éstas seconvirtieron en el fin de innumerables investigaciones y se volvieronsinónimo de actividad. La quina le debía su acción antitérmica a la qui-nina, la acción occitócica del cuernecillo de centeno era el resultado dela ergotina, etcétera. De esta manera, para poder establecer “la fuerza”de un medicamento, es decir, su actividad, había que dosificar la canti-dad de alcaloide presente en ella.

Al mismo tiempo que construían una genealogía científica ligada ala tradición química, repudiaron su pasado gremial y a la terapéuticabasada en medicamentos elaborados con varias sustancias medicinales.La triaca, que –con sus más de cien ingredientes y elevada reputación–había constituido durante mucho tiempo uno de los privilegios del Co-legio de Boticarios de Madrid, comenzó a ser vista a finales del siglo XIX

como un medicamento oscuro e irracional.16 Los farmacéuticos comen-zaron a trabajar con compuestos puros y cristalinos y con nuevas for-mas galénicas.17 Dejaron atrás los ungüentos y bálsamos. Elaborabanpreparaciones muy eficaces que contenían dosis conocidas y exactas delos principios activos; se trataba de cápsulas, gránulos, inyecciones hi-podérmicas, etcétera.18

Los farmacéuticos argumentaron que el conocimiento de la farmaciacientífica sólo podía adquirirse estudiando la carrera de farmacia, es de-cir, siguiendo una formación académica. En el caso de México, se esta-

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cesidad de que aquellas personas que trabajaran en una botica contarancon estudios, el presidente de la Sociedad Farmacéutica Mexicana ex-ponía:

En otra época [...] los estudios farmacéuticos eran limitados, pues se redu-cían más bien a la confección de medicinas, pudiéndose definir como el artede preparar medicamentos [...] Pero hoy no basta la práctica de mostrador,porque no se trata solamente de confeccionar según la fórmula, sino en vis-ta del crecido número de substancias que emplea la medicina, siendomuchas de ellas venenosas, hay necesidad de conocer la naturaleza y pro-piedades de aquellas, sus reacciones, dosificación, etcétera, para evitar con-secuencias funestas. Y esto en cuanto al despacho de recetas que de respec-to a las preparaciones de laboratorio, sin conocimientos científicos, lospreparados no prestan garantía.14

Los farmacéuticos del siglo XIX crearon su genealogía científica ape-gada fundamentalmente a la historia de la química. Se nombraron losherederos de la tradición de la química de Lavoisier. En las historias delramo, le siguen al nombre del químico francés, los nombres de Pelletiery Caventou, que aislaron varios de los principios activos de las plantas,Soubeiran que produjo el cloroformo y una lista de químicos orgánicosy farmacéuticos. En las historias mexicanas de la farmacia frecuente-mente se incluían además, los nombres de Leopoldo Río de la Loza, Var-gas, Lasso de la Vega, Herrera, que habían contribuido con sus investi-gaciones al desarrollo de esta ciencia en el país.15

Según esta visión, la farmacia aunque ya contaba con algunos pasa-jes notables previos, realmente había dejado atrás el oscurantismo gra-cias al desarrollo de la química, y en particular, al aislamiento de losprincipios activos y a la síntesis orgánica. Desde la antigüedad se atri-buía la acción curativa a ciertos “principios activos”. Sin embargo, no es

14 “Discurso del Sr. Presidente”, La Farmacia, 1893, III (3), pp. 301-302.15 Véanse como algunos ejemplos de estas genealogías: J.B. Calderón “La reforma del

art. 3o. constitucional”, La Farmacia, número extraordinario, dedicado a los farmacéuti-cos concurrentes al Congreso Internacional de Farmacia, 1897, y F. Bustillos, “Breve rese-ña de la farmacia en México al finalizar el siglo XIX”, La Farmacia, 1901, t. X (1), pp. 7-17.

16 F. J. Sarmiento Puerto, Ciencia de Cámara, Madrid, CSIC, 1992.17 F. Chast, Histoire contemporaine des médicaments, París, La Découverte, 1995.18 F. Bustillos, “Breve reseña de la farmacia en México al finalizar el siglo XIX”, La Far-

macia, 1901, t. X (1), p. 17.

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sino hasta 1805, cuando Sertuerner aísla la morfina del opio, que se de-termina que los principios activos son moléculas específicas. Al aisla-miento de la morfina le siguieron rápidamente los de la quinina de laquina, la emetina de la nuez vómica, etcétera, a manos de los farmacéu-ticos Pelletier y Caventou. Todas estas sustancias compartían ademásciertas propiedades químicas: las de ser básicas o alcalinas; de ahí quese les llamara alcaloides. Éstos presentaban, en dosis bajísimas, la acciónde extractos o preparados de la planta completa. Se aceptó que la acciónmedicamentosa estaba dada por sustancias únicas, aislables, cristalinasen estado puro que se encontraban “atrapadas” en la planta. Éstas seconvirtieron en el fin de innumerables investigaciones y se volvieronsinónimo de actividad. La quina le debía su acción antitérmica a la qui-nina, la acción occitócica del cuernecillo de centeno era el resultado dela ergotina, etcétera. De esta manera, para poder establecer “la fuerza”de un medicamento, es decir, su actividad, había que dosificar la canti-dad de alcaloide presente en ella.

Al mismo tiempo que construían una genealogía científica ligada ala tradición química, repudiaron su pasado gremial y a la terapéuticabasada en medicamentos elaborados con varias sustancias medicinales.La triaca, que –con sus más de cien ingredientes y elevada reputación–había constituido durante mucho tiempo uno de los privilegios del Co-legio de Boticarios de Madrid, comenzó a ser vista a finales del siglo XIX

como un medicamento oscuro e irracional.16 Los farmacéuticos comen-zaron a trabajar con compuestos puros y cristalinos y con nuevas for-mas galénicas.17 Dejaron atrás los ungüentos y bálsamos. Elaborabanpreparaciones muy eficaces que contenían dosis conocidas y exactas delos principios activos; se trataba de cápsulas, gránulos, inyecciones hi-podérmicas, etcétera.18

Los farmacéuticos argumentaron que el conocimiento de la farmaciacientífica sólo podía adquirirse estudiando la carrera de farmacia, es de-cir, siguiendo una formación académica. En el caso de México, se esta-

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cesidad de que aquellas personas que trabajaran en una botica contarancon estudios, el presidente de la Sociedad Farmacéutica Mexicana ex-ponía:

En otra época [...] los estudios farmacéuticos eran limitados, pues se redu-cían más bien a la confección de medicinas, pudiéndose definir como el artede preparar medicamentos [...] Pero hoy no basta la práctica de mostrador,porque no se trata solamente de confeccionar según la fórmula, sino en vis-ta del crecido número de substancias que emplea la medicina, siendomuchas de ellas venenosas, hay necesidad de conocer la naturaleza y pro-piedades de aquellas, sus reacciones, dosificación, etcétera, para evitar con-secuencias funestas. Y esto en cuanto al despacho de recetas que de respec-to a las preparaciones de laboratorio, sin conocimientos científicos, lospreparados no prestan garantía.14

Los farmacéuticos del siglo XIX crearon su genealogía científica ape-gada fundamentalmente a la historia de la química. Se nombraron losherederos de la tradición de la química de Lavoisier. En las historias delramo, le siguen al nombre del químico francés, los nombres de Pelletiery Caventou, que aislaron varios de los principios activos de las plantas,Soubeiran que produjo el cloroformo y una lista de químicos orgánicosy farmacéuticos. En las historias mexicanas de la farmacia frecuente-mente se incluían además, los nombres de Leopoldo Río de la Loza, Var-gas, Lasso de la Vega, Herrera, que habían contribuido con sus investi-gaciones al desarrollo de esta ciencia en el país.15

Según esta visión, la farmacia aunque ya contaba con algunos pasa-jes notables previos, realmente había dejado atrás el oscurantismo gra-cias al desarrollo de la química, y en particular, al aislamiento de losprincipios activos y a la síntesis orgánica. Desde la antigüedad se atri-buía la acción curativa a ciertos “principios activos”. Sin embargo, no es

14 “Discurso del Sr. Presidente”, La Farmacia, 1893, III (3), pp. 301-302.15 Véanse como algunos ejemplos de estas genealogías: J.B. Calderón “La reforma del

art. 3o. constitucional”, La Farmacia, número extraordinario, dedicado a los farmacéuti-cos concurrentes al Congreso Internacional de Farmacia, 1897, y F. Bustillos, “Breve rese-ña de la farmacia en México al finalizar el siglo XIX”, La Farmacia, 1901, t. X (1), pp. 7-17.

16 F. J. Sarmiento Puerto, Ciencia de Cámara, Madrid, CSIC, 1992.17 F. Chast, Histoire contemporaine des médicaments, París, La Découverte, 1995.18 F. Bustillos, “Breve reseña de la farmacia en México al finalizar el siglo XIX”, La Far-

macia, 1901, t. X (1), p. 17.

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análisis químico general; en el tercero, un curso de análisis químico apli-cado al ensayo de los medicamentos, a la toxicología, al reconocimientode los alimentos y bebidas, y de los productos fisiológicos y patológicosmás importantes.20

En 1901, la Sociedad Farmacéutica Mexicana, que estaba al tanto delas discusiones sobre algunas modificaciones al plan de estudios de1897, envió un ocurso al Secretario de Instrucción Pública donde le su-gerían algunos cambios que a su parecer mejorarían la formación de losalumnos. Pedían que durante el primer año de estudios se agregara uncurso de bacteriología y que durante el tercero los alumnos asistieranademás del curso de análisis químico también al de química médica.Asimismo pedían que se instituyera una clase práctica oficial, –una es-pecie de clínica, decían– durante los dos primeros años.

blecieron, desde 1868, como cátedras obligatorias, la farmacia, la quími-ca y la historia de las drogas.

El establecimiento de estas cátedras y los distintos planes de estudiopropuestos durante la segunda parte del siglo XIX fueron reflejo tanto delas aspiraciones de este reducido gremio por obtener reconocimiento yafianzarse como profesión, como de sus necesidades prácticas.

ESTUDIOS Y PROFESIÓN

Para obtener el título, desde 1868, los farmacéuticos debían de cursarla carrera de farmacia en la Escuela Nacional de Medicina que durabatres años y además, debían de realizar una estancia práctica durantecuatro años en una botica acreditada. Como requisito para ingresar a lacarrera de farmacia se exigía a los aspirantes el haber cursado la prepa-ratoria. Las exigencias demandadas a los candidatos a farmacéuticoeran las mismas que aquellos requeridas para ingresar a la carrera demedicina.19

En 1897 se reformaron los planes de estudios al igual que los de lasdemás carreras impartidas en la Escuela Nacional de Medicina. Se intro-dujeron en la carrera de medicina las clínicas, y en la de farmacia se ledio más tiempo a la química que día a día ganaba terreno tanto en estadisciplina como en la industria. Se aumentó un curso de materia quími-ca que se llevaría durante el segundo año de la carrera. El nuevo plande estudios estipulaba que la carrera se cursaría de la manera siguiente:en el primer año tomarían la cátedra de farmacia; en el segundo año, elcurso de historia de las drogas simples usadas en México y un curso de

19 Los principales promotores de ese plan de estudios fueron el farmacéutico AlfonsoHerrera Fernández y el médico y cirujano Leopoldo Río de la Loza, titulares de las nue-vas cátedras de historia de las drogas y de análisis químico, respectivamente. Ambos ha-bían participado, en 1867, en la Comisión de Instrucción Pública y desde ahí habían im-pulsado las reformas para la carrera de farmacia. L.F. Azuela y R. Guevara Pfeffer, “Lasrelaciones entre la comunidad científica y el poder político en México en el siglo XIX, através del estudio de los farmacéuticos” en: P. Aceves (coord.), Construyendo las cienciasquímicas y biológicas, México, UAM, 1997. pp. 239-241.

20 Estos planes de estudios son producto de las reformas propuestas por los catedrá-ticos de las materias, Alfonso Herrera, Víctor Lucio y José Donaciano Morales, ArchivoHistórico de la UNAM (en adelante AHUNAM), Escuela Nacional de Medicina, Secretaría,Programas de estudio, Caja 18, Exp. 7, f. 31-275.

FIGURA 3: Plaza de Sto. Domingo, la Escuela Nacional de Medicina y a suderecha, el edificio del Consejo Superior de Salubridad. AGN. Propiedad

Artística y Literaria. C.B. Waite. Ciudad de México.

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análisis químico general; en el tercero, un curso de análisis químico apli-cado al ensayo de los medicamentos, a la toxicología, al reconocimientode los alimentos y bebidas, y de los productos fisiológicos y patológicosmás importantes.20

En 1901, la Sociedad Farmacéutica Mexicana, que estaba al tanto delas discusiones sobre algunas modificaciones al plan de estudios de1897, envió un ocurso al Secretario de Instrucción Pública donde le su-gerían algunos cambios que a su parecer mejorarían la formación de losalumnos. Pedían que durante el primer año de estudios se agregara uncurso de bacteriología y que durante el tercero los alumnos asistieranademás del curso de análisis químico también al de química médica.Asimismo pedían que se instituyera una clase práctica oficial, –una es-pecie de clínica, decían– durante los dos primeros años.

blecieron, desde 1868, como cátedras obligatorias, la farmacia, la quími-ca y la historia de las drogas.

El establecimiento de estas cátedras y los distintos planes de estudiopropuestos durante la segunda parte del siglo XIX fueron reflejo tanto delas aspiraciones de este reducido gremio por obtener reconocimiento yafianzarse como profesión, como de sus necesidades prácticas.

ESTUDIOS Y PROFESIÓN

Para obtener el título, desde 1868, los farmacéuticos debían de cursarla carrera de farmacia en la Escuela Nacional de Medicina que durabatres años y además, debían de realizar una estancia práctica durantecuatro años en una botica acreditada. Como requisito para ingresar a lacarrera de farmacia se exigía a los aspirantes el haber cursado la prepa-ratoria. Las exigencias demandadas a los candidatos a farmacéuticoeran las mismas que aquellos requeridas para ingresar a la carrera demedicina.19

En 1897 se reformaron los planes de estudios al igual que los de lasdemás carreras impartidas en la Escuela Nacional de Medicina. Se intro-dujeron en la carrera de medicina las clínicas, y en la de farmacia se ledio más tiempo a la química que día a día ganaba terreno tanto en estadisciplina como en la industria. Se aumentó un curso de materia quími-ca que se llevaría durante el segundo año de la carrera. El nuevo plande estudios estipulaba que la carrera se cursaría de la manera siguiente:en el primer año tomarían la cátedra de farmacia; en el segundo año, elcurso de historia de las drogas simples usadas en México y un curso de

19 Los principales promotores de ese plan de estudios fueron el farmacéutico AlfonsoHerrera Fernández y el médico y cirujano Leopoldo Río de la Loza, titulares de las nue-vas cátedras de historia de las drogas y de análisis químico, respectivamente. Ambos ha-bían participado, en 1867, en la Comisión de Instrucción Pública y desde ahí habían im-pulsado las reformas para la carrera de farmacia. L.F. Azuela y R. Guevara Pfeffer, “Lasrelaciones entre la comunidad científica y el poder político en México en el siglo XIX, através del estudio de los farmacéuticos” en: P. Aceves (coord.), Construyendo las cienciasquímicas y biológicas, México, UAM, 1997. pp. 239-241.

20 Estos planes de estudios son producto de las reformas propuestas por los catedrá-ticos de las materias, Alfonso Herrera, Víctor Lucio y José Donaciano Morales, ArchivoHistórico de la UNAM (en adelante AHUNAM), Escuela Nacional de Medicina, Secretaría,Programas de estudio, Caja 18, Exp. 7, f. 31-275.

FIGURA 3: Plaza de Sto. Domingo, la Escuela Nacional de Medicina y a suderecha, el edificio del Consejo Superior de Salubridad. AGN. Propiedad

Artística y Literaria. C.B. Waite. Ciudad de México.

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El uso creciente de análisis químicos, clínicos y bacteriológicos porlos médicos higienistas y clínicos, abría a los farmacéuticos nuevas po-sibilidades de desempeño profesional además de la confección de me-dicamentos y el trabajo en las oficinas de farmacia. Los farmacéuticosbuscaron actualizar sus cursos y ofrecer a los alumnos otras posibilidadesde desempeño profesional. Los cursos de química del tercer año enfoca-dos al ensayo de los medicamentos, a la toxicología, al reconocimientode los alimentos y bebidas y al análisis de los productos fisiológicos ypatológicos, así como las gestiones para introducir la bacteriología en elprograma de estudios, son testigo de ello.

Con el paso del tiempo, la identidad del farmacéutico dejó de estarúnicamente vinculada con la confección de los medicamentos en la ofi-cina. Una buena parte de la nueva generación de farmacéuticos cambiósus aspiraciones profesionales. Se dedicaron a la docencia y a la investi-gación en instituciones públicas como los Institutos Médico, Patológicoy Bacteriológico; se dedicaron a los análisis clínicos y bacteriológicos otrabajaron en instituciones encargadas de la salud pública. Un caso ilus-trativo es el del mismo José Donaciano Morales. Este farmacéutico eramiembro de la Sociedad Farmacéutica Mexicana y catedrático de farma-cia en la Escuela Nacional de Medicina. Además se desempeñó comofuncionario en el Consejo Superior de Salubridad en la Comisión de bo-ticas, y finalmente, abrió un laboratorio privado de análisis clínicos. Eraexperto en todo tipo de análisis químicos en el laboratorio y su periciaera ampliamente reconocida. Sin embargo, en la práctica era incapaz depreparar los medicamentos galénicos. Es decir, no sabía hacer pastillaso grageas ni las demás manipulaciones que formaban parte del despa-cho cotidiano en una farmacia.24

La enseñanza de la bacteriología fue tema de debate internacional alinterior de la profesión.21 Por ser un campo naciente, los farmacéuticosvieron la oportunidad de compartirlo con los médicos. Opinaron queacostumbrados al trabajo de laboratorio, era más sencillo que fuesenellos los que llevaran a cabo los análisis clínicos de esputos, orinas, san-gre, etcétera. Por otro lado, consideraban que la bacteriología era tantodel dominio de la farmacia como del de la medicina por tratarse en sumayor parte del estudio de las preparaciones, cultivos y reactivos apli-cado en los laboratorios. Argumentaban además, que estando ellos tan-to tiempo en el laboratorio les era fácil desempeñar este ramo, mientrasque a los médicos, constantemente ocupados por los pacientes, les re-sultaba más difícil.22

Sin embargo, en enero de 1902, cuando se aprobó el nuevo plan deEnseñanza de la Medicina, los principales cambios consistieron en laparte práctica.23 No se accedió al aumento en los cursos teóricos y única-mente se aceptó que el estudio de bacteriología quedara comprendidodentro del programa del segundo curso de análisis químico.

21 J. D. Morales, “Informe que rinde el socio José D. Morales representante del Go-bierno de México y de la Sociedad Farmacéutica Mexicana en el 8º Congreso Internacio-nal de Farmacia”, La Farmacia, 1898, VII (4), pp. 78-85.

22 M. Van Hulst, “El programa de los estudios farmacéuticos”, La Farmacia, 1897, VI

(12), p. 272.23 Se redujeron los años de estancia en las farmacias acreditadas a sólo tres en lugar

de cuatro y se preveían cinco horas semanales de ejercicios en el Almacén Central de Me-dicamentos o en los hospitales de la Beneficencia durante los tres años de carrera. Ade-más se cambió el nombre de la cátedra de farmacia a farmacia teórico-práctica. En ella seincluían manipulaciones de laboratorio, posología, un ligero estudio sobre la fabricaciónindustrial de medicamentos y práctica de preparaciones farmacéuticas. En el de historiade las drogas se veían los instrumentos necesarios para el estudio de la historia de lasdrogas, las drogas simples de origen mineral, animal y vegetal. En el primer curso deanálisis químico se aprendía el análisis general cuantitativo aplicado a los gases, ácidosy bases minerales. En el tercer año el contenido del curso de análisis químico era el si-guiente, análisis químico, bacteriología, legislación farmacéutica y conocimientos gene-rales relativos a la profesión. “Escuela Nacional de Medicina. Programas de estudiospara el año de 1903”, Boletín de Instrucción Pública, 1902-1903, t. 1, pp. 501-576, particular-mente pp. 564-566 y 570.

24 Esto lo consigna un estudiante de la carrera al escribir acerca de la nueva materiade farmacia teórico-práctica. Cuenta cómo aquellas clases relacionadas con los análisisde orinas y leches son impartidas por Morales, sin embargo aquéllas relacionadas pro-piamente con la farmacia galénica quedan a cargo del Sr. Julio Reyes, responsable del Al-macén de Medicamentos pues Morales no es capaz de hacer las manipulaciones. “Cartade Modesto Robles a la redacción”, La Escuela de Medicina, 1884, t. VI (1), pp. 11-13.

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El uso creciente de análisis químicos, clínicos y bacteriológicos porlos médicos higienistas y clínicos, abría a los farmacéuticos nuevas po-sibilidades de desempeño profesional además de la confección de me-dicamentos y el trabajo en las oficinas de farmacia. Los farmacéuticosbuscaron actualizar sus cursos y ofrecer a los alumnos otras posibilidadesde desempeño profesional. Los cursos de química del tercer año enfoca-dos al ensayo de los medicamentos, a la toxicología, al reconocimientode los alimentos y bebidas y al análisis de los productos fisiológicos ypatológicos, así como las gestiones para introducir la bacteriología en elprograma de estudios, son testigo de ello.

Con el paso del tiempo, la identidad del farmacéutico dejó de estarúnicamente vinculada con la confección de los medicamentos en la ofi-cina. Una buena parte de la nueva generación de farmacéuticos cambiósus aspiraciones profesionales. Se dedicaron a la docencia y a la investi-gación en instituciones públicas como los Institutos Médico, Patológicoy Bacteriológico; se dedicaron a los análisis clínicos y bacteriológicos otrabajaron en instituciones encargadas de la salud pública. Un caso ilus-trativo es el del mismo José Donaciano Morales. Este farmacéutico eramiembro de la Sociedad Farmacéutica Mexicana y catedrático de farma-cia en la Escuela Nacional de Medicina. Además se desempeñó comofuncionario en el Consejo Superior de Salubridad en la Comisión de bo-ticas, y finalmente, abrió un laboratorio privado de análisis clínicos. Eraexperto en todo tipo de análisis químicos en el laboratorio y su periciaera ampliamente reconocida. Sin embargo, en la práctica era incapaz depreparar los medicamentos galénicos. Es decir, no sabía hacer pastillaso grageas ni las demás manipulaciones que formaban parte del despa-cho cotidiano en una farmacia.24

La enseñanza de la bacteriología fue tema de debate internacional alinterior de la profesión.21 Por ser un campo naciente, los farmacéuticosvieron la oportunidad de compartirlo con los médicos. Opinaron queacostumbrados al trabajo de laboratorio, era más sencillo que fuesenellos los que llevaran a cabo los análisis clínicos de esputos, orinas, san-gre, etcétera. Por otro lado, consideraban que la bacteriología era tantodel dominio de la farmacia como del de la medicina por tratarse en sumayor parte del estudio de las preparaciones, cultivos y reactivos apli-cado en los laboratorios. Argumentaban además, que estando ellos tan-to tiempo en el laboratorio les era fácil desempeñar este ramo, mientrasque a los médicos, constantemente ocupados por los pacientes, les re-sultaba más difícil.22

Sin embargo, en enero de 1902, cuando se aprobó el nuevo plan deEnseñanza de la Medicina, los principales cambios consistieron en laparte práctica.23 No se accedió al aumento en los cursos teóricos y única-mente se aceptó que el estudio de bacteriología quedara comprendidodentro del programa del segundo curso de análisis químico.

21 J. D. Morales, “Informe que rinde el socio José D. Morales representante del Go-bierno de México y de la Sociedad Farmacéutica Mexicana en el 8º Congreso Internacio-nal de Farmacia”, La Farmacia, 1898, VII (4), pp. 78-85.

22 M. Van Hulst, “El programa de los estudios farmacéuticos”, La Farmacia, 1897, VI

(12), p. 272.23 Se redujeron los años de estancia en las farmacias acreditadas a sólo tres en lugar

de cuatro y se preveían cinco horas semanales de ejercicios en el Almacén Central de Me-dicamentos o en los hospitales de la Beneficencia durante los tres años de carrera. Ade-más se cambió el nombre de la cátedra de farmacia a farmacia teórico-práctica. En ella seincluían manipulaciones de laboratorio, posología, un ligero estudio sobre la fabricaciónindustrial de medicamentos y práctica de preparaciones farmacéuticas. En el de historiade las drogas se veían los instrumentos necesarios para el estudio de la historia de lasdrogas, las drogas simples de origen mineral, animal y vegetal. En el primer curso deanálisis químico se aprendía el análisis general cuantitativo aplicado a los gases, ácidosy bases minerales. En el tercer año el contenido del curso de análisis químico era el si-guiente, análisis químico, bacteriología, legislación farmacéutica y conocimientos gene-rales relativos a la profesión. “Escuela Nacional de Medicina. Programas de estudiospara el año de 1903”, Boletín de Instrucción Pública, 1902-1903, t. 1, pp. 501-576, particular-mente pp. 564-566 y 570.

24 Esto lo consigna un estudiante de la carrera al escribir acerca de la nueva materiade farmacia teórico-práctica. Cuenta cómo aquellas clases relacionadas con los análisisde orinas y leches son impartidas por Morales, sin embargo aquéllas relacionadas pro-piamente con la farmacia galénica quedan a cargo del Sr. Julio Reyes, responsable del Al-macén de Medicamentos pues Morales no es capaz de hacer las manipulaciones. “Cartade Modesto Robles a la redacción”, La Escuela de Medicina, 1884, t. VI (1), pp. 11-13.

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el profesor encargado [...] no puede dedicarse a vigilar y a enseñar al prac-ticante, con el esmero y cuidado que requiere [...] y resulta que, el estudian-te ni es vigilado, ni practica las manipulaciones galénicas [...], y en el mayornúmero de casos se extiende un certificado de práctica, sin saber realmentenada exacto ni respecto a la puntualidad del alumno, ni de sus conocimien-tos, pues los alumnos no son examinados de práctica.26

La impresión de que los alumnos no obtenían una formación prácti-ca sólida, llevó en 1883 a José Donaciano Morales a proponer un cursode farmacia práctica que se impartiría en la Escuela y en los laboratoriosdel Almacén Central de Medicamentos de la Beneficencia Pública. Ladirección de la escuela aprobó el proyecto por “considerar no solo útil,sino indispensable dar una formación más práctica de la que hasta aho-ra se ha dado a los alumnos”.27 Según lo consignado por Francisco Flo-res, hasta 1888, momento en que escribe su obra, se seguían estos cursosdurante los tres años de la carrera, y era obligatorio presentar un exa-men al finalizar cada uno de ellos.28 Sin embargo, en 1893 se suspendie-ron las prácticas en el Almacén Central de Medicamentos.29

Se dieron nuevos intentos por mejorar las clases prácticas, esta vez,promovidas por la Sociedad Farmacéutica Mexicana. En 1897, estaagrupación recibió el acuerdo de la Dirección de la Escuela de Medicinapara reglamentar la práctica.30 Desgraciadamente no sabemos cuáles

LA FORMACIÓN PRÁCTICA

Una parte importante de la formación de los alumnos, además de la en-señanza teórica y de los ejercicios en el laboratorio como parte de lascátedras, era la estancia en una botica acreditada. Aprender el oficio enel lugar de trabajo constituía una parte medular de la formación. Nadielo cuestionaba. Los alumnos debían de practicar cuatro años en una far-macia para poder recibirse como profesores. Sin embargo, con el tiem-po este sistema empezó a ser visto como una formación deficiente ypoco uniforme. Lo que había sido la médula de la formación de los far-macéuticos en el arte de preparar medicamentos, empezó a percibirsecomo de mala calidad e insuficiente. La tendencia fue la de aumentar lasclases prácticas y de repetición escolarizadas, y finalmente abolir lasprácticas en boticas privadas sustituyéndolas por prácticas en los esta-blecimientos de la Beneficencia. Así, poco a poco se sacó la formación delos estudiantes del ámbito gremial, para incorporarla cada vez más alsistema académico.

En 1896, en su tesis profesional, Alberto Coellar se quejaba acerca delos problemas de las prácticas en las boticas acreditadas.25 El primerpunto que criticaba era la falta de uniformidad en la enseñanza que serecibía en cada una de las boticas particulares, ya que “no se adquierenen el mismo orden ni en el mismo grado los conocimientos”, y prose-guía diciendo que en muchos casos los profesores no se dedicaban a for-mar a sus alumnos, sino que los consideraban como simples aprendices.“Raros son los profesores que estiman la diferencia entre lo que se llamadependiente y el alumno científico que va a adquirir conocimientosprácticos”. El profesor de la cátedra de farmacia, José Donaciano Mora-les y algunos miembros de la Sociedad Farmacéutica Mexicana expre-saron repetidamente que las prácticas que se llevaban a cabo en los hos-pitales “adolecen del grave inconveniente de tener un sistema demanipulaciones y despacho de prescripciones muy restringido” y en lasboticas acreditadas, el problema era que

25 Coellar realiza su práctica con J.B. Calderón, profesor de la Botica del Hospital deJesús y presidente de la Sociedad Farmacéutica Mexicana durante varios años. Posterior-mente, Coellar también será miembro de la SFM.

26 “Modificaciones al plan de estudios de la carrera de farmacia”, Archivo Históricode la Facultad de Medicina de la UNAM (en adelante AHFM-UNAM), Escuela de Medicina yAlumnos (apéndice), leg. 19, exp. 11, 1901.

27 “Cátedra de farmacia”, AHFM-UNAM, Escuela de Medicina y Alumnos (en adelanteFEMyA), leg. 148, exp. 64, 1883.

28 F. Flores, Historia de la medicina en México, cap. XLIV, Farmacia, México, Of. Tip. delMinisterio de Fomento, 1888, p. 488, y Archivo Histórico de la Secretaría de Salud (enadelante AHSSA), Beneficencia Pública, Abastecimiento, Almacén Central de Medicamen-tos (en adelante BP, Ab, ACM) Caja 3. Exp. 4. El curso se dividía en dos secciones, 1. pre-paraciones galénicas y preparaciones químicas y 2. análisis químico. “Carta de ModestoRobles a la redacción”, Escuela de Medicina, 1884, t. VI (1), p. 11.

29 A. Coellar, “El estado actual de la farmacia en México”, La Farmacia, 1996, t. V (12),p. 276.

30 Los encargados por parte de la SFM fueron Calderón, Sánchez y Solórzano. Sabe-mos que muchos de los estudiantes iban a la botica de Calderón para realizar su estancia.

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el profesor encargado [...] no puede dedicarse a vigilar y a enseñar al prac-ticante, con el esmero y cuidado que requiere [...] y resulta que, el estudian-te ni es vigilado, ni practica las manipulaciones galénicas [...], y en el mayornúmero de casos se extiende un certificado de práctica, sin saber realmentenada exacto ni respecto a la puntualidad del alumno, ni de sus conocimien-tos, pues los alumnos no son examinados de práctica.26

La impresión de que los alumnos no obtenían una formación prácti-ca sólida, llevó en 1883 a José Donaciano Morales a proponer un cursode farmacia práctica que se impartiría en la Escuela y en los laboratoriosdel Almacén Central de Medicamentos de la Beneficencia Pública. Ladirección de la escuela aprobó el proyecto por “considerar no solo útil,sino indispensable dar una formación más práctica de la que hasta aho-ra se ha dado a los alumnos”.27 Según lo consignado por Francisco Flo-res, hasta 1888, momento en que escribe su obra, se seguían estos cursosdurante los tres años de la carrera, y era obligatorio presentar un exa-men al finalizar cada uno de ellos.28 Sin embargo, en 1893 se suspendie-ron las prácticas en el Almacén Central de Medicamentos.29

Se dieron nuevos intentos por mejorar las clases prácticas, esta vez,promovidas por la Sociedad Farmacéutica Mexicana. En 1897, estaagrupación recibió el acuerdo de la Dirección de la Escuela de Medicinapara reglamentar la práctica.30 Desgraciadamente no sabemos cuáles

LA FORMACIÓN PRÁCTICA

Una parte importante de la formación de los alumnos, además de la en-señanza teórica y de los ejercicios en el laboratorio como parte de lascátedras, era la estancia en una botica acreditada. Aprender el oficio enel lugar de trabajo constituía una parte medular de la formación. Nadielo cuestionaba. Los alumnos debían de practicar cuatro años en una far-macia para poder recibirse como profesores. Sin embargo, con el tiem-po este sistema empezó a ser visto como una formación deficiente ypoco uniforme. Lo que había sido la médula de la formación de los far-macéuticos en el arte de preparar medicamentos, empezó a percibirsecomo de mala calidad e insuficiente. La tendencia fue la de aumentar lasclases prácticas y de repetición escolarizadas, y finalmente abolir lasprácticas en boticas privadas sustituyéndolas por prácticas en los esta-blecimientos de la Beneficencia. Así, poco a poco se sacó la formación delos estudiantes del ámbito gremial, para incorporarla cada vez más alsistema académico.

En 1896, en su tesis profesional, Alberto Coellar se quejaba acerca delos problemas de las prácticas en las boticas acreditadas.25 El primerpunto que criticaba era la falta de uniformidad en la enseñanza que serecibía en cada una de las boticas particulares, ya que “no se adquierenen el mismo orden ni en el mismo grado los conocimientos”, y prose-guía diciendo que en muchos casos los profesores no se dedicaban a for-mar a sus alumnos, sino que los consideraban como simples aprendices.“Raros son los profesores que estiman la diferencia entre lo que se llamadependiente y el alumno científico que va a adquirir conocimientosprácticos”. El profesor de la cátedra de farmacia, José Donaciano Mora-les y algunos miembros de la Sociedad Farmacéutica Mexicana expre-saron repetidamente que las prácticas que se llevaban a cabo en los hos-pitales “adolecen del grave inconveniente de tener un sistema demanipulaciones y despacho de prescripciones muy restringido” y en lasboticas acreditadas, el problema era que

25 Coellar realiza su práctica con J.B. Calderón, profesor de la Botica del Hospital deJesús y presidente de la Sociedad Farmacéutica Mexicana durante varios años. Posterior-mente, Coellar también será miembro de la SFM.

26 “Modificaciones al plan de estudios de la carrera de farmacia”, Archivo Históricode la Facultad de Medicina de la UNAM (en adelante AHFM-UNAM), Escuela de Medicina yAlumnos (apéndice), leg. 19, exp. 11, 1901.

27 “Cátedra de farmacia”, AHFM-UNAM, Escuela de Medicina y Alumnos (en adelanteFEMyA), leg. 148, exp. 64, 1883.

28 F. Flores, Historia de la medicina en México, cap. XLIV, Farmacia, México, Of. Tip. delMinisterio de Fomento, 1888, p. 488, y Archivo Histórico de la Secretaría de Salud (enadelante AHSSA), Beneficencia Pública, Abastecimiento, Almacén Central de Medicamen-tos (en adelante BP, Ab, ACM) Caja 3. Exp. 4. El curso se dividía en dos secciones, 1. pre-paraciones galénicas y preparaciones químicas y 2. análisis químico. “Carta de ModestoRobles a la redacción”, Escuela de Medicina, 1884, t. VI (1), p. 11.

29 A. Coellar, “El estado actual de la farmacia en México”, La Farmacia, 1996, t. V (12),p. 276.

30 Los encargados por parte de la SFM fueron Calderón, Sánchez y Solórzano. Sabe-mos que muchos de los estudiantes iban a la botica de Calderón para realizar su estancia.

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ción académica, exactamente como los médicos cursan las clínicas en es-tos establecimientos. La enseñanza dejaba así el ámbito gremial paraquedar únicamente en el ámbito académico.

LAS MUJERES Y LA FARMACIA

Otro debate que ilustra la tensión entre formación práctica y formacióncientífica y la lucha por el control de la profesión, es el de la pertinenciade incorporar a la mujer al ejercicio de la farmacia. Éste no era un temanuevo a finales del siglo XIX. Como lo consigna Ana María Carrillo, lasopiniones en cuanto a las aptitudes de las mujeres para desempeñar lafarmacia fueron cambiando a lo largo del siglo.33 Hasta 1877, año en quese crea la Beneficencia Pública, algunos hospitales habían estado a cargode las hermanas de la Caridad o de San Vicente de Paul, que prepara-ban sus medicamentos y los despachaban de manera gratuita. Los far-macéuticos llevaron una larga lucha en su contra pues sentían que, aligual que los boticarios, mermaban sus intereses y eran una competen-cia desleal. Aducían que permitir que gente sin preparación ejerciera laprofesión era perjudicial para la salud de los enfermos, ya que “se lesadministraba veneno por medicamento”. Argumentaban además, queel ejercicio de la farmacia y de la medicina sólo era apto para los hom-bres y estas actividades “tenían poderosos inconvenientes para el sexodébil”.34 Sin embargo, a finales del siglo XIX, se volvió a considerar laintegración de las mujeres a la farmacia. Opinaban –y en eso casi todosconcordaban– que por su naturaleza “escrupulosa en el cumplimientode su deber, su minuciosidad en los detalles y su resistencia a entregarse

fueron sus propuestas, pero en 1901 volvieron a pedirle al Secretario deInstrucción Pública, por conducto de José Donaciano Morales, Juan Ma-nuel Noriega, Francisco Bustillos y Alejandro Uribe, que se modificarala parte práctica de la enseñanza. Los citados farmacéuticos estimabanque sería mucho más conveniente que, durante los dos primeros años,los alumnos llevaran un tipo de “clínica” en la cual, bajo la dirección delprofesor del nuevo curso de farmacia práctica, los alumnos hicieran to-das las manipulaciones galénicas, aprendieran a reconocer los produc-tos, sus falsificaciones y adulteraciones. Los preparados elaborados sepodrían aprovechar por los hospitales o ponerse a la venta en un tipo defarmacia central. Solamente en el tercer año, y después de aprobar losexámenes de los dos años de práctica, irían a una botica a aprender eldespacho de las recetas, los precios, economía, etcétera. Aunque esta or-ganización de las clases no se dio exactamente así, los alumnos inscritosa partir de 1900 ya solamente practicaban en una botica durante tresaños, lo cual fue decretado oficialmente en 1902.31 A partir de entonces,las prácticas dejaron de verificarse en establecimientos particulares, ysolamente se llevaban a cabo en las boticas de los hospitales de la Bene-ficencia Pública, en el Almacén Central y en el Hospital Militar de Ins-trucción.32 Como lo dicen los propios farmacéuticos, las prácticas en losbotiquines de los hospitales públicos se consideran parte de la forma-

Calderón seguía un orden en las tareas y en la formación de los practicantes. “La Socie-dad Farmacéutica Mexicana en el 27 Aniversario de su fundación”, La Farmacia, t. VII (5),p. 106.

31 “Programas de medicina y reglamentos”, AHFM-UNAM, FEMyA, Leg. 188, Exp. 1,1901-1905, f. 38-45.

32 “Nueva ley para los estudios de farmacia. La Secretaría de Instrucción Pública en-vía un oficio a los establecimientos de la Beneficencia para que admitan a los alumnos ensus boticas”, AHSSA, BP, Ab, ACM, Caja 22, Exp. 6, AHFM-UNAM, FEMyA, Expedientes alum-nos. Esto se confirma con la revisión de los expedientes de los alumnos de la Escuela Na-cional de Medicina. Los expedientes revisados fueron los siguientes: Leg. 67 Exp. 92 En-rique G. Puente, Leg. 67 Exp. 64 Abelardo Correa, Leg. 67 Exp. 10 Francisco García, Leg.66 Exp. 61 Pedro Peniche López, Leg. 66 Exp. 1 Ramón Díaz López, Leg. 70 Exp. 52Manuel Urbina M., 70.52 Alfredo González, 69.45 Salvador Mesa, Leg. 71 Exp. 28 JoséSaldaña, Leg. 71 Exp. 17 Bernardo Villaseñor, Leg. 71 Exp. 6 Porfirio Hinojosa, Leg. 70Exp. 69 Vela Garza, Leg. 66 Exp. 55 Eduardo Dozal, Leg. 77 Exp. 11 Carlos Patiño, Leg.71 Exp. 16bis Adolfo Castañares y Leg. 70 Exp. 58 Ricardo Caturegli.

33 A.M. Carrillo, “Historia, mujeres y farmacia”, Fem, 1999, 194, pp. 22-24. 34 Las citas son tomadas de Egea y Galindo y J. Ramírez, “Dictamen sobre la salubri-

dad médica. Inhabilidad de los individuos que carecen de título legal para ejercer las pro-fesiones que lo requieren en su ejercicio, según el artículo 3 de la Constitución Federal”,El Observador Médico, vol. III (6), 1874, pp. 132-137, tomados de: A.M. Carrillo, “Historia,mujeres y farmacia”, Fem, 1999, 194, pp.22-24. Una visión alternativa de la época deldesempeño de las Hermanas de la Caridad y el despacho de medicamentos en los hospi-tales la presenta A. de Garay en: “El Sr. Diez de Gutiérrez y los establecimientos de Be-neficencia”, Escuela de Medicina, 1884, t. VI, pp. 112-114.

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ción académica, exactamente como los médicos cursan las clínicas en es-tos establecimientos. La enseñanza dejaba así el ámbito gremial paraquedar únicamente en el ámbito académico.

LAS MUJERES Y LA FARMACIA

Otro debate que ilustra la tensión entre formación práctica y formacióncientífica y la lucha por el control de la profesión, es el de la pertinenciade incorporar a la mujer al ejercicio de la farmacia. Éste no era un temanuevo a finales del siglo XIX. Como lo consigna Ana María Carrillo, lasopiniones en cuanto a las aptitudes de las mujeres para desempeñar lafarmacia fueron cambiando a lo largo del siglo.33 Hasta 1877, año en quese crea la Beneficencia Pública, algunos hospitales habían estado a cargode las hermanas de la Caridad o de San Vicente de Paul, que prepara-ban sus medicamentos y los despachaban de manera gratuita. Los far-macéuticos llevaron una larga lucha en su contra pues sentían que, aligual que los boticarios, mermaban sus intereses y eran una competen-cia desleal. Aducían que permitir que gente sin preparación ejerciera laprofesión era perjudicial para la salud de los enfermos, ya que “se lesadministraba veneno por medicamento”. Argumentaban además, queel ejercicio de la farmacia y de la medicina sólo era apto para los hom-bres y estas actividades “tenían poderosos inconvenientes para el sexodébil”.34 Sin embargo, a finales del siglo XIX, se volvió a considerar laintegración de las mujeres a la farmacia. Opinaban –y en eso casi todosconcordaban– que por su naturaleza “escrupulosa en el cumplimientode su deber, su minuciosidad en los detalles y su resistencia a entregarse

fueron sus propuestas, pero en 1901 volvieron a pedirle al Secretario deInstrucción Pública, por conducto de José Donaciano Morales, Juan Ma-nuel Noriega, Francisco Bustillos y Alejandro Uribe, que se modificarala parte práctica de la enseñanza. Los citados farmacéuticos estimabanque sería mucho más conveniente que, durante los dos primeros años,los alumnos llevaran un tipo de “clínica” en la cual, bajo la dirección delprofesor del nuevo curso de farmacia práctica, los alumnos hicieran to-das las manipulaciones galénicas, aprendieran a reconocer los produc-tos, sus falsificaciones y adulteraciones. Los preparados elaborados sepodrían aprovechar por los hospitales o ponerse a la venta en un tipo defarmacia central. Solamente en el tercer año, y después de aprobar losexámenes de los dos años de práctica, irían a una botica a aprender eldespacho de las recetas, los precios, economía, etcétera. Aunque esta or-ganización de las clases no se dio exactamente así, los alumnos inscritosa partir de 1900 ya solamente practicaban en una botica durante tresaños, lo cual fue decretado oficialmente en 1902.31 A partir de entonces,las prácticas dejaron de verificarse en establecimientos particulares, ysolamente se llevaban a cabo en las boticas de los hospitales de la Bene-ficencia Pública, en el Almacén Central y en el Hospital Militar de Ins-trucción.32 Como lo dicen los propios farmacéuticos, las prácticas en losbotiquines de los hospitales públicos se consideran parte de la forma-

Calderón seguía un orden en las tareas y en la formación de los practicantes. “La Socie-dad Farmacéutica Mexicana en el 27 Aniversario de su fundación”, La Farmacia, t. VII (5),p. 106.

31 “Programas de medicina y reglamentos”, AHFM-UNAM, FEMyA, Leg. 188, Exp. 1,1901-1905, f. 38-45.

32 “Nueva ley para los estudios de farmacia. La Secretaría de Instrucción Pública en-vía un oficio a los establecimientos de la Beneficencia para que admitan a los alumnos ensus boticas”, AHSSA, BP, Ab, ACM, Caja 22, Exp. 6, AHFM-UNAM, FEMyA, Expedientes alum-nos. Esto se confirma con la revisión de los expedientes de los alumnos de la Escuela Na-cional de Medicina. Los expedientes revisados fueron los siguientes: Leg. 67 Exp. 92 En-rique G. Puente, Leg. 67 Exp. 64 Abelardo Correa, Leg. 67 Exp. 10 Francisco García, Leg.66 Exp. 61 Pedro Peniche López, Leg. 66 Exp. 1 Ramón Díaz López, Leg. 70 Exp. 52Manuel Urbina M., 70.52 Alfredo González, 69.45 Salvador Mesa, Leg. 71 Exp. 28 JoséSaldaña, Leg. 71 Exp. 17 Bernardo Villaseñor, Leg. 71 Exp. 6 Porfirio Hinojosa, Leg. 70Exp. 69 Vela Garza, Leg. 66 Exp. 55 Eduardo Dozal, Leg. 77 Exp. 11 Carlos Patiño, Leg.71 Exp. 16bis Adolfo Castañares y Leg. 70 Exp. 58 Ricardo Caturegli.

33 A.M. Carrillo, “Historia, mujeres y farmacia”, Fem, 1999, 194, pp. 22-24. 34 Las citas son tomadas de Egea y Galindo y J. Ramírez, “Dictamen sobre la salubri-

dad médica. Inhabilidad de los individuos que carecen de título legal para ejercer las pro-fesiones que lo requieren en su ejercicio, según el artículo 3 de la Constitución Federal”,El Observador Médico, vol. III (6), 1874, pp. 132-137, tomados de: A.M. Carrillo, “Historia,mujeres y farmacia”, Fem, 1999, 194, pp.22-24. Una visión alternativa de la época deldesempeño de las Hermanas de la Caridad y el despacho de medicamentos en los hospi-tales la presenta A. de Garay en: “El Sr. Diez de Gutiérrez y los establecimientos de Be-neficencia”, Escuela de Medicina, 1884, t. VI, pp. 112-114.

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No hay razón para que [...] se dispense a la mujer la mayoría de los estu-dios preparatorios, para optar solamente a la carrera de la farmacia, y el he-cho de que en su proyecto no se consigne la libertad de la alumna norma-lista, para poder elegir y cursar otra carrera profesional: abogacía, medicina,ingeniería, etc. etc., podrá significar que el nivel intelectual de la mujer, estan inferior a la del hombre, que sólo una profesión fácil y sencilla –a juiciode los partidarios del proyecto– como la farmacia, es la única que el sexo fe-menino puede adquirir; pero esto no es cierto [...]37

Si se quería facilitar a las mujeres el estudio de la carrera, éstas po-dían empezar trabajando en una farmacia como los prácticos, e ir apro-bando poco a poco los exámenes de la Escuela Nacional Preparatoria yposteriormente inscribirse a la Escuela de Medicina para obtener el títu-lo de profesora, con la ventaja de que percibirían un sueldo que les per-mitiera mantenerse. Este sistema permitía a su vez, que se incorporasendesde un principio al trabajo de las boticas y que reemplazaran a losprácticos.

Noriega, al igual que los miembros de la Sociedad Farmacéutica Me-xicana, estaba defendiendo el estatus de la profesión. Para ellos, la far-macia estaba al mismo nivel que la medicina o cualquier otra carrera yno estaban de acuerdo que su desempeño fuese una tarea fácil. Habíanluchado por elevarla ante los ojos de los médicos y las autoridades comouna ciencia, y no podían admitir que se le desprestigiara bajando los re-quisitos. Partiendo de que las mujeres y los hombres son igualmenteaptos para adquirir cualquier profesión, si éstas querían ser farmacéuti-cas, debían de tener la misma preparación que los hombres.

Las formaciones que se crearon para mujeres posteriormente, refle-jan claramente que la intención era la de contar con personal que “hicie-ra el servicio manual de las boticas” y que además, reemplazara a losprácticos que los farmacéuticos sentían como una amenaza. Se buscó laincorporación de la mujer como auxiliar en la botica, y no como profe-sora o profesional. En 1902, a instancias de Eduardo Liceaga, al igualque se había hecho para la enfermería, se abrió un curso teórico-prácti-

a los vicios”, la hacían “más apropiada a la reclusión consecutiva” y quepor lo tanto, las mujeres eran muy aptas para el despacho de los medi-camentos. Agregaban que sin duda lo harían con más precisión que mu-chos de los dependientes y boticarios “prácticos”.35

Sin embargo, había opiniones encontradas en cuanto a los estudiosque debían de seguir las mujeres y al papel que debían de desempeñardentro de la profesión. En 1899 durante el Congreso Nacional, José Do-naciano Morales propuso la idea de crear una formación especial de far-macia para mujeres. Morales proponía que para remediar el mal estadode la farmacia, tomando en cuenta que las estadísticas mostraban unabaja creciente de los alumnos que se inscribían a la carrera, y para queen el futuro hubiese suficiente personal “científico” al frente de estos es-tablecimientos, sería conveniente abrir la carrera a las mujeres que “conigual acopio de conocimientos, y tal vez menores exigencias pecuniariasque el hombre”, reemplazarían a los malos dependientes de boticas.Para ello, propuso que realizaran los estudios preparatorios en la Escue-la Normal de Profesoras y presentaran un examen de química, ya fueraen la misma Escuela Normal o en la Escuela Nacional Preparatoria,antes de ingresar a la carrera.36 Sin embargo, las protestas se dejaron sen-tir inmediatamente. Juan Manuel Noriega, encargado de la botica delHospital de San Andrés y miembro del Instituto Médico Nacional, envoz de la Sociedad Farmacéutica Mexicana, se opuso a esta iniciativa,puesto que opinaba que teniendo las mujeres las mismas aptitudes quelos hombres, debían cursar, al igual que ellos, la Escuela Nacional Pre-paratoria, y posteriormente la carrera de farmacia. Le reprocha al profe-sor Morales que detrás de su proyecto hubiese una idea de la mujermenos inteligente que el hombre, y la idea de que la farmacia era unaprofesión sencilla y que requería de menos exigencias que las demás:

35 J.D. Morales, “Iniciativa”, La Farmacia, 1899, VIII (6), pp. 131-138. Esta visión de lamujer y de sus facultades ideales para el ejercicio de la farmacia es una opinión compar-tida, la encontramos en J.M. Noriega o en la directora de la Escuela Nacional de Artes yOficios, véase J.M. Noriega, La Farmacia, 1899, VIII (6), p. 140 y E. Montero, “Informe delDirector de la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Mujeres, relativo al año escolarde 1905”, Boletín de Instrucción Pública, 1906, t. VI, p. 476.

36 J.D. Morales, “Iniciativa”, La Farmacia, 1899, VIII (6), pp. 131-138. 37 J.M. Noriega, La Farmacia, 1899, VIII (6), p. 140.

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No hay razón para que [...] se dispense a la mujer la mayoría de los estu-dios preparatorios, para optar solamente a la carrera de la farmacia, y el he-cho de que en su proyecto no se consigne la libertad de la alumna norma-lista, para poder elegir y cursar otra carrera profesional: abogacía, medicina,ingeniería, etc. etc., podrá significar que el nivel intelectual de la mujer, estan inferior a la del hombre, que sólo una profesión fácil y sencilla –a juiciode los partidarios del proyecto– como la farmacia, es la única que el sexo fe-menino puede adquirir; pero esto no es cierto [...]37

Si se quería facilitar a las mujeres el estudio de la carrera, éstas po-dían empezar trabajando en una farmacia como los prácticos, e ir apro-bando poco a poco los exámenes de la Escuela Nacional Preparatoria yposteriormente inscribirse a la Escuela de Medicina para obtener el títu-lo de profesora, con la ventaja de que percibirían un sueldo que les per-mitiera mantenerse. Este sistema permitía a su vez, que se incorporasendesde un principio al trabajo de las boticas y que reemplazaran a losprácticos.

Noriega, al igual que los miembros de la Sociedad Farmacéutica Me-xicana, estaba defendiendo el estatus de la profesión. Para ellos, la far-macia estaba al mismo nivel que la medicina o cualquier otra carrera yno estaban de acuerdo que su desempeño fuese una tarea fácil. Habíanluchado por elevarla ante los ojos de los médicos y las autoridades comouna ciencia, y no podían admitir que se le desprestigiara bajando los re-quisitos. Partiendo de que las mujeres y los hombres son igualmenteaptos para adquirir cualquier profesión, si éstas querían ser farmacéuti-cas, debían de tener la misma preparación que los hombres.

Las formaciones que se crearon para mujeres posteriormente, refle-jan claramente que la intención era la de contar con personal que “hicie-ra el servicio manual de las boticas” y que además, reemplazara a losprácticos que los farmacéuticos sentían como una amenaza. Se buscó laincorporación de la mujer como auxiliar en la botica, y no como profe-sora o profesional. En 1902, a instancias de Eduardo Liceaga, al igualque se había hecho para la enfermería, se abrió un curso teórico-prácti-

a los vicios”, la hacían “más apropiada a la reclusión consecutiva” y quepor lo tanto, las mujeres eran muy aptas para el despacho de los medi-camentos. Agregaban que sin duda lo harían con más precisión que mu-chos de los dependientes y boticarios “prácticos”.35

Sin embargo, había opiniones encontradas en cuanto a los estudiosque debían de seguir las mujeres y al papel que debían de desempeñardentro de la profesión. En 1899 durante el Congreso Nacional, José Do-naciano Morales propuso la idea de crear una formación especial de far-macia para mujeres. Morales proponía que para remediar el mal estadode la farmacia, tomando en cuenta que las estadísticas mostraban unabaja creciente de los alumnos que se inscribían a la carrera, y para queen el futuro hubiese suficiente personal “científico” al frente de estos es-tablecimientos, sería conveniente abrir la carrera a las mujeres que “conigual acopio de conocimientos, y tal vez menores exigencias pecuniariasque el hombre”, reemplazarían a los malos dependientes de boticas.Para ello, propuso que realizaran los estudios preparatorios en la Escue-la Normal de Profesoras y presentaran un examen de química, ya fueraen la misma Escuela Normal o en la Escuela Nacional Preparatoria,antes de ingresar a la carrera.36 Sin embargo, las protestas se dejaron sen-tir inmediatamente. Juan Manuel Noriega, encargado de la botica delHospital de San Andrés y miembro del Instituto Médico Nacional, envoz de la Sociedad Farmacéutica Mexicana, se opuso a esta iniciativa,puesto que opinaba que teniendo las mujeres las mismas aptitudes quelos hombres, debían cursar, al igual que ellos, la Escuela Nacional Pre-paratoria, y posteriormente la carrera de farmacia. Le reprocha al profe-sor Morales que detrás de su proyecto hubiese una idea de la mujermenos inteligente que el hombre, y la idea de que la farmacia era unaprofesión sencilla y que requería de menos exigencias que las demás:

35 J.D. Morales, “Iniciativa”, La Farmacia, 1899, VIII (6), pp. 131-138. Esta visión de lamujer y de sus facultades ideales para el ejercicio de la farmacia es una opinión compar-tida, la encontramos en J.M. Noriega o en la directora de la Escuela Nacional de Artes yOficios, véase J.M. Noriega, La Farmacia, 1899, VIII (6), p. 140 y E. Montero, “Informe delDirector de la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Mujeres, relativo al año escolarde 1905”, Boletín de Instrucción Pública, 1906, t. VI, p. 476.

36 J.D. Morales, “Iniciativa”, La Farmacia, 1899, VIII (6), pp. 131-138. 37 J.M. Noriega, La Farmacia, 1899, VIII (6), p. 140.

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mica y física, en el segundo la de farmacia teórica y en el tercero el defarmacia práctica.43

Hasta 1910 únicamente hubo sólo dos mujeres inscritas en la carrerade farmacia en la Escuela Nacional de Medicina. En cambio, las forma-ciones ofrecidas por el Hospital General y la Escuela Nacional de Artesy Oficios para Mujeres fueron bastante concurridas.44 Los estudios cum-plieron con el objetivo de ofrecer a algunas de las mujeres la posibilidadde contar con un trabajo remunerado, y así lo percibían ellas. Las aspi-rantes a la formación en el Hospital General tenían edades y proceden-cias muy distintas. Algunas tenían más de treinta años y eran viudascon hijos, y otras apenas tenían 16 años y dependían de la familia parasu sostén. En general se trataba de mujeres que necesitaban percibir unsueldo, había varias alumnas provenientes del establecimiento de niñosexpósitos.45 El atractivo del estudio, como lo manifestaban varias alum-nas, era la posibilidad de percibir un sueldo rápidamente, y que desdeun principio se preparaban en el ejercicio de su trabajo. La formaciónque recibían las alumnas las facultaba para el ejercicio dentro de los hos-pitales y dependencias de la Beneficencia Pública, y varias de las egresa-das efectivamente desempeñaron su trabajo en estos establecimientos.46

LA REGULACIÓN DEL EJERCICIO PROFESIONAL

En el caso de México, el profesionalismo no sólo se definió por mediode los criterios internos de la profesión, sino que estuvo normado por elConsejo Superior de Salubridad, el cual tenía la facultad de regular el

co de farmacia que duraba dos años, para capacitar a señoritas que qui-sieran servir en el despacho del Hospital General que estaba por abrir-se.38 Las aspirantes debían haber cursado estudios primarios y presentaruna constancia de honorabilidad. Durante el tiempo que estuvieran es-tudiando, recibirían una pensión.39 A cambio, las alumnas se comprome-tían a servir al menos durante un año en la Botica del Hospital Generaluna vez terminados sus estudios. También se abrió un curso en la Es-cuela Nacional de Artes y Oficios de Mujeres, y no se abrió ningún cur-so similar para hombres en la escuela correspondiente.40

Otra de las razones que subyacía a la voluntad de preparar a las mu-jeres para que pudieran desempeñar algún oficio de acuerdo con susaptitudes, era la idea de que de esta manera se les preparaba para ga-narse honrosamente la vida. Morales incluso declaró explícitamente, si-guiendo las ideas de Sr. Ramírez de Arellano, que esto permitiría que laprostitución disminuyera.41 Y fue con estas ideas –que el ejercicio de lafarmacia era sencillo y apto para las mujeres y que además consistía enuna forma decorosa de ganarse la vida– que se abrieron los estudios defarmacia para mujeres. El año en que se inauguró esta formación, laEscuela Nacional de Artes y Oficios sufrió varias modificaciones paraadecuarla más al “objeto de dar a la mujer los conocimientos necesariosen el oficio o ramo lucrativo que la habilite para proveer por sí sola a susubsistencia, de una manera independiente y decorosa”. Por ese motivose suprimieron las clases de canto coral, dorado, bonetería y fotografíay se creó la de farmacia práctica.42 La formación en dicha escuela dura-ba tres años; en el primero se cursaban las clases de historia natural, quí-

38 AHSSA, Beneficencia Pública, Establecimientos Dependientes, Escuela de farmacia(en adelante AHSSA, BP, ED, EF), Caja 1, Exps. 1-7.

39 En el año de 1904 la pensión era de 10 pesos mensuales durante el primer año ydurante la segunda parte de su capacitación recibían hasta 20 pesos, AHSSA, BP, ED, EF,Caja 1, Exp. 26.

40 M. Bazant, Historia de la educación durante el porfiriato, México, El Colegio de Méxi-co, 1993, pp. 217-260.

41 J.D. Morales, “Iniciativa”, La Farmacia, 1899, VIII (6), pp. 137.42 E. Montero, “Informe del Director de la Escuela Nacional de Artes y Oficios para

Mujeres, relativo al año escolar de 1905”, Boletín de Instrucción Pública, 1906, t. VI, pp. 473y 476.

43 “Programas y textos para la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Mujeres”,Boletín de Instrucción Pública, 1906, t. V, pp. 415-424.

44 En los cursos de esta última, por ejemplo, en 1906 había 46 alumnas inscritas en elcurso de historia natural, 49 en el de física y química y 24 alumnas en el de farmacia ele-mental y práctica. En 1907 se inscribieron en primero de farmacia 13 alumnas. Estos da-tos fueron tomados de: “Estadísticas de la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Mu-jeres”, Boletín de Instrucción Pública, 1908, t. VIII, p. 86 y t. IX, p. 547.

45 AHSSA, BP, EH, ED, EF, Caja 1, Exps. 8, 9, 10, 18, 26.46 En 1906 en el Almacén Central están como dependiente del despacho Emilia Agui-

rre, como auxiliar Rebeca Jaso y Marina Pineda y como aspirantes, Javiera Millán y Jose-

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mica y física, en el segundo la de farmacia teórica y en el tercero el defarmacia práctica.43

Hasta 1910 únicamente hubo sólo dos mujeres inscritas en la carrerade farmacia en la Escuela Nacional de Medicina. En cambio, las forma-ciones ofrecidas por el Hospital General y la Escuela Nacional de Artesy Oficios para Mujeres fueron bastante concurridas.44 Los estudios cum-plieron con el objetivo de ofrecer a algunas de las mujeres la posibilidadde contar con un trabajo remunerado, y así lo percibían ellas. Las aspi-rantes a la formación en el Hospital General tenían edades y proceden-cias muy distintas. Algunas tenían más de treinta años y eran viudascon hijos, y otras apenas tenían 16 años y dependían de la familia parasu sostén. En general se trataba de mujeres que necesitaban percibir unsueldo, había varias alumnas provenientes del establecimiento de niñosexpósitos.45 El atractivo del estudio, como lo manifestaban varias alum-nas, era la posibilidad de percibir un sueldo rápidamente, y que desdeun principio se preparaban en el ejercicio de su trabajo. La formaciónque recibían las alumnas las facultaba para el ejercicio dentro de los hos-pitales y dependencias de la Beneficencia Pública, y varias de las egresa-das efectivamente desempeñaron su trabajo en estos establecimientos.46

LA REGULACIÓN DEL EJERCICIO PROFESIONAL

En el caso de México, el profesionalismo no sólo se definió por mediode los criterios internos de la profesión, sino que estuvo normado por elConsejo Superior de Salubridad, el cual tenía la facultad de regular el

co de farmacia que duraba dos años, para capacitar a señoritas que qui-sieran servir en el despacho del Hospital General que estaba por abrir-se.38 Las aspirantes debían haber cursado estudios primarios y presentaruna constancia de honorabilidad. Durante el tiempo que estuvieran es-tudiando, recibirían una pensión.39 A cambio, las alumnas se comprome-tían a servir al menos durante un año en la Botica del Hospital Generaluna vez terminados sus estudios. También se abrió un curso en la Es-cuela Nacional de Artes y Oficios de Mujeres, y no se abrió ningún cur-so similar para hombres en la escuela correspondiente.40

Otra de las razones que subyacía a la voluntad de preparar a las mu-jeres para que pudieran desempeñar algún oficio de acuerdo con susaptitudes, era la idea de que de esta manera se les preparaba para ga-narse honrosamente la vida. Morales incluso declaró explícitamente, si-guiendo las ideas de Sr. Ramírez de Arellano, que esto permitiría que laprostitución disminuyera.41 Y fue con estas ideas –que el ejercicio de lafarmacia era sencillo y apto para las mujeres y que además consistía enuna forma decorosa de ganarse la vida– que se abrieron los estudios defarmacia para mujeres. El año en que se inauguró esta formación, laEscuela Nacional de Artes y Oficios sufrió varias modificaciones paraadecuarla más al “objeto de dar a la mujer los conocimientos necesariosen el oficio o ramo lucrativo que la habilite para proveer por sí sola a susubsistencia, de una manera independiente y decorosa”. Por ese motivose suprimieron las clases de canto coral, dorado, bonetería y fotografíay se creó la de farmacia práctica.42 La formación en dicha escuela dura-ba tres años; en el primero se cursaban las clases de historia natural, quí-

38 AHSSA, Beneficencia Pública, Establecimientos Dependientes, Escuela de farmacia(en adelante AHSSA, BP, ED, EF), Caja 1, Exps. 1-7.

39 En el año de 1904 la pensión era de 10 pesos mensuales durante el primer año ydurante la segunda parte de su capacitación recibían hasta 20 pesos, AHSSA, BP, ED, EF,Caja 1, Exp. 26.

40 M. Bazant, Historia de la educación durante el porfiriato, México, El Colegio de Méxi-co, 1993, pp. 217-260.

41 J.D. Morales, “Iniciativa”, La Farmacia, 1899, VIII (6), pp. 137.42 E. Montero, “Informe del Director de la Escuela Nacional de Artes y Oficios para

Mujeres, relativo al año escolar de 1905”, Boletín de Instrucción Pública, 1906, t. VI, pp. 473y 476.

43 “Programas y textos para la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Mujeres”,Boletín de Instrucción Pública, 1906, t. V, pp. 415-424.

44 En los cursos de esta última, por ejemplo, en 1906 había 46 alumnas inscritas en elcurso de historia natural, 49 en el de física y química y 24 alumnas en el de farmacia ele-mental y práctica. En 1907 se inscribieron en primero de farmacia 13 alumnas. Estos da-tos fueron tomados de: “Estadísticas de la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Mu-jeres”, Boletín de Instrucción Pública, 1908, t. VIII, p. 86 y t. IX, p. 547.

45 AHSSA, BP, EH, ED, EF, Caja 1, Exps. 8, 9, 10, 18, 26.46 En 1906 en el Almacén Central están como dependiente del despacho Emilia Agui-

rre, como auxiliar Rebeca Jaso y Marina Pineda y como aspirantes, Javiera Millán y Jose-

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debía proceder a establecer cuáles serían las medidas a tomar.49 Sin la ca-pacidad de imponer multas o de cerrar los establecimientos, el poder yel control que podía ejercer el Consejo estaba limitado.50 Por ejemplo,aunque el Reglamento de dicho órgano establecía claramente que todoslos establecimientos que despacharan medicamentos debían de estarbajo la tutela de un farmacéutico titulado, había en 1889 en la ciudad 35boticas que no tenían profesores de farmacia a su cargo. Esta situacióncambió parcialmente a partir de la promulgación del Código Sanitarioen 1891 que le otorgó la facultad de clausurar aquellos establecimientosque no estuvieran en regla y de imponer multas por faltas.51

Ante la presión creciente tras la promulgación del Código Sanitario,los boticarios prácticos propusieron que se les otorgara un título comotales y que de ahí en adelante ya no se permitiera ese tipo de formación.Argumentaron que sus conocimientos, que eran el fruto del ejercicio deloficio durante largos años, eran superiores a los adquiridos en las cáte-dras y que los profesores no sabían elaborar los medicamentos y darlesel acabado necesario con la perfección que ellos podían. Los conoci-mientos de los profesores de farmacia eran más del ámbito teórico.52 Losboticarios se definían frente a los farmacéuticos evocando su autoridadcomo confeccionadores de medicamentos y expertos en el arte de la far-macia, reprochaban a éstos sus conocimientos demasiado teóricos y su

ejercicio de las profesiones médicas. De esta manera, la definición de lafarmacia profesional y la regulación de su ejercicio fueron el resultadode las negociaciones entre ambas fuerzas.

Con el afán de controlar la actividad, los farmacéuticos concentraronsus esfuerzos en fortalecer la formación académica, en obtener el reco-nocimiento legal del título y en regular el ejercicio de la farmacia. El he-cho de que el sistema de licitación de las boticas permitiera un númeroilimitado de establecimientos en una localidad siempre y cuando conta-ra con un responsable y que de facto cualquier persona pudiese despa-char e incluso responder por una botica sin requerir de un título, hacíaque los farmacéuticos sintieran una enorme competencia que mermabasus intereses.47

El cuerpo encargado de vigilar y controlar el buen funcionamientode las farmacias era el Consejo Superior de Salubridad.48 Éste, a travésde su Comisión de boticas, normó el ejercicio de la farmacia, en otraspalabras, definió qué prácticas eran las correctas y quién podía tener ac-ceso a la profesión –al menos en teoría–. Hasta la promulgación del Có-digo Sanitario en 1891, el Consejo carecía de autoridad; únicamente ser-vía como un órgano de consulta y de vigilancia pues solamente podíadar recomendaciones a la Secretaría de Gobernación, pero ésta es la que

fina Quiñones. Consultorio Central, ayudantes del farmacéutico Felipe J. García, MarinaPineda y Carmen Mota. En el consultorio núm. 2, están como ayudantes María Márquez,Dolores Parra y Guadalupe Rangel, en el núm. 3, tanto el encargado y el auxiliar del bo-tiquín eran mujeres, Ma. Ojeda Ramos ocupaba el primer puesto y Ma. de Jesús Méndezel segundo. En el Hospital Morelos, la ayudante era Concepción Ortiz (de 1907 a 1914).Estos datos fueron tomados de “Nómina y relación sueldos del personal”, AHSSA, BP, Ab,ACM, Caja 23, Exp. 7. 1906. “Relación del personal científico y administrativo del hospi-tal”, AHSSA, Beneficencia Pública, Establecimientos Hospitalarios, Hospital Morelos (enadelante AHSSA, BP, EH, HM), Caja 8, Exp. 24, 1914. “Lista del personal señalando lospuestos desempeñados anteriormente”, AHSSA, BP, EH, HM, Caja 8, Exp. 25, 1914.

47 Véase por ejemplo: “La profesión de la farmacia en México”, La Farmacia, númeroextraordinario dedicado a los farmacéuticos concurrentes al Congreso Internacional deFarmacia, 1897, pp. 30-32.

48 F. Martínez Cortés y X. Martínez Barbosa, El Consejo Superior de Salubridad, Rectorde la salud pública en México, México, Smith Kline Beecham, 1997. A.M. Carrillo “Regla-mentarismo y vida cotidiana. La salud pública en el porfiriato” (en prensa).

49 En 1841, cuando se creó el Consejo Superior de Salubridad, éste contaba con res-ponsabilidades muy amplias. Era el encargado de visitar los establecimientos de ense-ñanza médica, expedir y registrar diplomas, cuidar y propagar la vacuna antivariolosa,proponer medidas ante las epidemias y de promover lo concerniente a la policía sanita-ria. Sin embargo, estas responsabilidades se le quitaron en 1872, año en que se le quitaronlos fondos, quedando únicamente como órgano consultivo, véase A.M. Carrillo “Regla-mentarismo y vida cotidiana. La salud pública en el porfiriato” (en prensa).

50 A.M. Carrillo “Reglamentarismo y vida cotidiana. La salud pública en el porfiria-to” (en prensa).

51 “Ejecutoria de la Suprema Corte de Justicia de la Nación”, Boletín del ConsejoSuperior de Salubridad, 1901, VII (4), pp. 143-147.

52 Hace falta explorar si hay fuentes dejadas por los prácticos para tener una visiónmás balanceada. Estos argumentos los presenta Coellar –un farmacéutico de la SFM– enuna reseña de lo sucedido. A. Coellar “Consideraciones sobre el estado actual de la far-macia en México”, La Farmacia, 1896, V (8), p. 184.

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debía proceder a establecer cuáles serían las medidas a tomar.49 Sin la ca-pacidad de imponer multas o de cerrar los establecimientos, el poder yel control que podía ejercer el Consejo estaba limitado.50 Por ejemplo,aunque el Reglamento de dicho órgano establecía claramente que todoslos establecimientos que despacharan medicamentos debían de estarbajo la tutela de un farmacéutico titulado, había en 1889 en la ciudad 35boticas que no tenían profesores de farmacia a su cargo. Esta situacióncambió parcialmente a partir de la promulgación del Código Sanitarioen 1891 que le otorgó la facultad de clausurar aquellos establecimientosque no estuvieran en regla y de imponer multas por faltas.51

Ante la presión creciente tras la promulgación del Código Sanitario,los boticarios prácticos propusieron que se les otorgara un título comotales y que de ahí en adelante ya no se permitiera ese tipo de formación.Argumentaron que sus conocimientos, que eran el fruto del ejercicio deloficio durante largos años, eran superiores a los adquiridos en las cáte-dras y que los profesores no sabían elaborar los medicamentos y darlesel acabado necesario con la perfección que ellos podían. Los conoci-mientos de los profesores de farmacia eran más del ámbito teórico.52 Losboticarios se definían frente a los farmacéuticos evocando su autoridadcomo confeccionadores de medicamentos y expertos en el arte de la far-macia, reprochaban a éstos sus conocimientos demasiado teóricos y su

ejercicio de las profesiones médicas. De esta manera, la definición de lafarmacia profesional y la regulación de su ejercicio fueron el resultadode las negociaciones entre ambas fuerzas.

Con el afán de controlar la actividad, los farmacéuticos concentraronsus esfuerzos en fortalecer la formación académica, en obtener el reco-nocimiento legal del título y en regular el ejercicio de la farmacia. El he-cho de que el sistema de licitación de las boticas permitiera un númeroilimitado de establecimientos en una localidad siempre y cuando conta-ra con un responsable y que de facto cualquier persona pudiese despa-char e incluso responder por una botica sin requerir de un título, hacíaque los farmacéuticos sintieran una enorme competencia que mermabasus intereses.47

El cuerpo encargado de vigilar y controlar el buen funcionamientode las farmacias era el Consejo Superior de Salubridad.48 Éste, a travésde su Comisión de boticas, normó el ejercicio de la farmacia, en otraspalabras, definió qué prácticas eran las correctas y quién podía tener ac-ceso a la profesión –al menos en teoría–. Hasta la promulgación del Có-digo Sanitario en 1891, el Consejo carecía de autoridad; únicamente ser-vía como un órgano de consulta y de vigilancia pues solamente podíadar recomendaciones a la Secretaría de Gobernación, pero ésta es la que

fina Quiñones. Consultorio Central, ayudantes del farmacéutico Felipe J. García, MarinaPineda y Carmen Mota. En el consultorio núm. 2, están como ayudantes María Márquez,Dolores Parra y Guadalupe Rangel, en el núm. 3, tanto el encargado y el auxiliar del bo-tiquín eran mujeres, Ma. Ojeda Ramos ocupaba el primer puesto y Ma. de Jesús Méndezel segundo. En el Hospital Morelos, la ayudante era Concepción Ortiz (de 1907 a 1914).Estos datos fueron tomados de “Nómina y relación sueldos del personal”, AHSSA, BP, Ab,ACM, Caja 23, Exp. 7. 1906. “Relación del personal científico y administrativo del hospi-tal”, AHSSA, Beneficencia Pública, Establecimientos Hospitalarios, Hospital Morelos (enadelante AHSSA, BP, EH, HM), Caja 8, Exp. 24, 1914. “Lista del personal señalando lospuestos desempeñados anteriormente”, AHSSA, BP, EH, HM, Caja 8, Exp. 25, 1914.

47 Véase por ejemplo: “La profesión de la farmacia en México”, La Farmacia, númeroextraordinario dedicado a los farmacéuticos concurrentes al Congreso Internacional deFarmacia, 1897, pp. 30-32.

48 F. Martínez Cortés y X. Martínez Barbosa, El Consejo Superior de Salubridad, Rectorde la salud pública en México, México, Smith Kline Beecham, 1997. A.M. Carrillo “Regla-mentarismo y vida cotidiana. La salud pública en el porfiriato” (en prensa).

49 En 1841, cuando se creó el Consejo Superior de Salubridad, éste contaba con res-ponsabilidades muy amplias. Era el encargado de visitar los establecimientos de ense-ñanza médica, expedir y registrar diplomas, cuidar y propagar la vacuna antivariolosa,proponer medidas ante las epidemias y de promover lo concerniente a la policía sanita-ria. Sin embargo, estas responsabilidades se le quitaron en 1872, año en que se le quitaronlos fondos, quedando únicamente como órgano consultivo, véase A.M. Carrillo “Regla-mentarismo y vida cotidiana. La salud pública en el porfiriato” (en prensa).

50 A.M. Carrillo “Reglamentarismo y vida cotidiana. La salud pública en el porfiria-to” (en prensa).

51 “Ejecutoria de la Suprema Corte de Justicia de la Nación”, Boletín del ConsejoSuperior de Salubridad, 1901, VII (4), pp. 143-147.

52 Hace falta explorar si hay fuentes dejadas por los prácticos para tener una visiónmás balanceada. Estos argumentos los presenta Coellar –un farmacéutico de la SFM– enuna reseña de lo sucedido. A. Coellar “Consideraciones sobre el estado actual de la far-macia en México”, La Farmacia, 1896, V (8), p. 184.

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En la práctica resultó que a pesar de la reglamentación y de las nue-vas atribuciones del Consejo, hubo una tolerancia enorme respecto a laexigencia de contar con un profesor titulado, como lo evidencia el hechode que los responsables de las boticas de los hospitales de la Beneficen-cia no era profesores de farmacia titulados sino prácticos.55 Algunos far-macéuticos cobraban a los establecimientos por figurar como responsa-bles y sólo asistían al despacho dos o tres horas al día. De esta maneralos dueños debían pagarles menos honorarios pero ellos no tenían laobligación de permanecer más que unas horas al día en la botica. Algu-nos miembros de la SFM pidieron que se reformara el artículo 202 del Có-digo Sanitario que normaba la permanencia del profesor responsable enlas boticas y pedían que fuese obligatorio el cuidado continuo de unprofesor titulado. Argumentaban que de otra manera no se podía ase-gurar la calidad de los medicamentos.56 El Código fue reformado en estesentido en 1894 estableciendo que el responsable vigilaría constante-mente el despacho de las medicinas y que consecuentemente no podíaser responsable de más de un establecimiento.57

En 1902 se reforma nuevamente el Código; éste precisaba:

En todo expendio de medicinas habrá una persona responsable [y] el nom-bre de la persona responsable del establecimiento se inscribirá claramenteen la fachada del mismo, en un lugar muy visible, y también constará en lasetiquetas, indicándose en ambos rótulos si es o no farmacéutico legalmentetitulado, y en este último caso el origen de su título.58

incapacidad de manipular las sustancias y de desempeñarse en la prác-tica. Este conocimiento y esa habilidad era lo que debían de reconocerlas autoridades y otorgarles un título para poder ejercer. Sin embargo,los farmacéuticos y las autoridades se opusieron a esta petición puesconsideraron que esto únicamente causaría mayor confusión.53 Aceptarhubiera sido reconocer el derecho a compartir el ejercicio de la profesióny además otorgar un título significaba atribuirles el preciado distintivoque tanto significaba a los farmacéuticos. El título era precisamente loque establecía categorías distintas entre los que se dedicaban a la elabo-ración y venta de medicamentos lo que legitimaba su monopolio exclu-yendo a los demás.

Los farmacéuticos se quejaron igualmente de que en algunos esta-dos de la República, que no contaban con una escuela formal en dondese enseñara la carrera de farmacia, se otorgaban títulos. Por ello pidie-ron al Consejo Superior de Salubridad que fuese necesario que junto alnombre del responsable se especificara el lugar en el que había obtenidosu título. El Consejo respondió que no podía acceder a esta peticiónpues debía de respetar el artículo 115 de la Constitución que establecíaque se diera entera fe y crédito a los actos oficiales de los Estados comolo es la expedición de un título, y que no podía hacer distinciones pueseso indicaría que se le daba un valor legal diferente a los títulos expedi-dos por las entidades federativas. Sin embargo, no les prohibiría queellos hicieran valer la distinción ante el público pero sin que una pres-cripción legal lo previniera.54 Preocupados por el renombre de su profe-sión, los farmacéuticos de la Sociedad Farmacéutica Mexicana promo-vieron la uniformización de la enseñanza farmacéutica en toda laRepública. De esta manera –decían– se asegurarían que todos los farma-céuticos titulados serían personas instruidas y competentes, pues con-tar con farmacéuticos que habían obtenido el título por dinero y no porsus conocimientos hacía que el prestigio de la profesión, ya muy lasti-mado, decayera aún más.

53 A. Coellar “Relaciones y distinción entre los actos que norma la legislación mer-cantil, y los que deba comprender la relación farmacéutica”, La Farmacia, 1898, VII (8), pp.169-173 y VII (9), pp. 193-198.

54 “Intereses Profesionales”, La Farmacia, 1894, III (16), pp. 374-375.

55 Esta situación era justificada por los bajos sueldos que se preveían por parte delpresupuesto de la Beneficencia para este cargo y las exigencias que emanaban de unpuesto así, por lo que los farmacéuticos no querían prestar esos servicios. El primer far-macéutico titulado trabajó en la botica del Hospital de San Andrés y su sueldo era com-pletado por parte de la Secretaría de Fomento como parte del presupuesto del InstitutoMédico Nacional. Juan Manuel Noriega inició sus servicios en 1896.

56 Las gestiones por parte de la SFM y la respuesta del CSS están consignadas en: “In-tereses profesionales”, La Farmacia, 1894, III (16), pp. 373-381.

57 Código Sanitario de los Estados Unidos Mexicanos, Capítulo VII, “Venta de medicinasy otras sustancias de uso industrial en boticas, droguerías y establecimientos análogos”,en: La Farmacia, 1894, III (17), pp. 397-402.

58 Artículos 210 y 211 del Código Sanitario de los Estados Unidos Mexicanos, 1902, pp.68-69.

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En la práctica resultó que a pesar de la reglamentación y de las nue-vas atribuciones del Consejo, hubo una tolerancia enorme respecto a laexigencia de contar con un profesor titulado, como lo evidencia el hechode que los responsables de las boticas de los hospitales de la Beneficen-cia no era profesores de farmacia titulados sino prácticos.55 Algunos far-macéuticos cobraban a los establecimientos por figurar como responsa-bles y sólo asistían al despacho dos o tres horas al día. De esta maneralos dueños debían pagarles menos honorarios pero ellos no tenían laobligación de permanecer más que unas horas al día en la botica. Algu-nos miembros de la SFM pidieron que se reformara el artículo 202 del Có-digo Sanitario que normaba la permanencia del profesor responsable enlas boticas y pedían que fuese obligatorio el cuidado continuo de unprofesor titulado. Argumentaban que de otra manera no se podía ase-gurar la calidad de los medicamentos.56 El Código fue reformado en estesentido en 1894 estableciendo que el responsable vigilaría constante-mente el despacho de las medicinas y que consecuentemente no podíaser responsable de más de un establecimiento.57

En 1902 se reforma nuevamente el Código; éste precisaba:

En todo expendio de medicinas habrá una persona responsable [y] el nom-bre de la persona responsable del establecimiento se inscribirá claramenteen la fachada del mismo, en un lugar muy visible, y también constará en lasetiquetas, indicándose en ambos rótulos si es o no farmacéutico legalmentetitulado, y en este último caso el origen de su título.58

incapacidad de manipular las sustancias y de desempeñarse en la prác-tica. Este conocimiento y esa habilidad era lo que debían de reconocerlas autoridades y otorgarles un título para poder ejercer. Sin embargo,los farmacéuticos y las autoridades se opusieron a esta petición puesconsideraron que esto únicamente causaría mayor confusión.53 Aceptarhubiera sido reconocer el derecho a compartir el ejercicio de la profesióny además otorgar un título significaba atribuirles el preciado distintivoque tanto significaba a los farmacéuticos. El título era precisamente loque establecía categorías distintas entre los que se dedicaban a la elabo-ración y venta de medicamentos lo que legitimaba su monopolio exclu-yendo a los demás.

Los farmacéuticos se quejaron igualmente de que en algunos esta-dos de la República, que no contaban con una escuela formal en dondese enseñara la carrera de farmacia, se otorgaban títulos. Por ello pidie-ron al Consejo Superior de Salubridad que fuese necesario que junto alnombre del responsable se especificara el lugar en el que había obtenidosu título. El Consejo respondió que no podía acceder a esta peticiónpues debía de respetar el artículo 115 de la Constitución que establecíaque se diera entera fe y crédito a los actos oficiales de los Estados comolo es la expedición de un título, y que no podía hacer distinciones pueseso indicaría que se le daba un valor legal diferente a los títulos expedi-dos por las entidades federativas. Sin embargo, no les prohibiría queellos hicieran valer la distinción ante el público pero sin que una pres-cripción legal lo previniera.54 Preocupados por el renombre de su profe-sión, los farmacéuticos de la Sociedad Farmacéutica Mexicana promo-vieron la uniformización de la enseñanza farmacéutica en toda laRepública. De esta manera –decían– se asegurarían que todos los farma-céuticos titulados serían personas instruidas y competentes, pues con-tar con farmacéuticos que habían obtenido el título por dinero y no porsus conocimientos hacía que el prestigio de la profesión, ya muy lasti-mado, decayera aún más.

53 A. Coellar “Relaciones y distinción entre los actos que norma la legislación mer-cantil, y los que deba comprender la relación farmacéutica”, La Farmacia, 1898, VII (8), pp.169-173 y VII (9), pp. 193-198.

54 “Intereses Profesionales”, La Farmacia, 1894, III (16), pp. 374-375.

55 Esta situación era justificada por los bajos sueldos que se preveían por parte delpresupuesto de la Beneficencia para este cargo y las exigencias que emanaban de unpuesto así, por lo que los farmacéuticos no querían prestar esos servicios. El primer far-macéutico titulado trabajó en la botica del Hospital de San Andrés y su sueldo era com-pletado por parte de la Secretaría de Fomento como parte del presupuesto del InstitutoMédico Nacional. Juan Manuel Noriega inició sus servicios en 1896.

56 Las gestiones por parte de la SFM y la respuesta del CSS están consignadas en: “In-tereses profesionales”, La Farmacia, 1894, III (16), pp. 373-381.

57 Código Sanitario de los Estados Unidos Mexicanos, Capítulo VII, “Venta de medicinasy otras sustancias de uso industrial en boticas, droguerías y establecimientos análogos”,en: La Farmacia, 1894, III (17), pp. 397-402.

58 Artículos 210 y 211 del Código Sanitario de los Estados Unidos Mexicanos, 1902, pp.68-69.

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La lucha por el control del ejercicio de la profesión se hizo patenteen el caso de las discusiones en torno al acceso de la mujer a la profe-sión y en las negociaciones con el Consejo Superior de Salubridad porla regulación del ejercicio en las boticas y otros expendios de medica-mentos. En el caso de las mujeres, se puso en evidencia que permitir unaformación práctica era degradar el prestigio de la profesión y aceptarque la farmacia no era más que una práctica manual. Lo que también sa-lió a luz fue que los farmacéuticos, aunque buscaban el monopolio delejercicio, necesitaban ayudantes para poder asegurar el buen funciona-miento del despacho de los medicamentos y por ello acabaron dejandoel espacio de las boticas de los hospitales a las mujeres.

La difícil y larga lucha por el establecimiento y la obediencia de laexigencia del título de farmacéutico como requisito indispensable parapoder ejercer la profesión, dio cuenta de las ambiciones de controlar laconfección y venta de medicamentos que tenían los farmacéuticos.Ciencia, estudios y título adquirieron una importancia creciente y sevolvieron emblemáticos de la profesión en el discurso, pues fueron loselementos que le permitieron al farmacéutico afianzar cierto reconoci-miento de la profesión y el control del ejercicio de la misma.

Los planes de estudio de la carrera de farmacia y las propuestas parareformarlos, son también testigos de esta identidad doble de los farma-céuticos que cada vez se sienten más apegados a las ciencias y de la vo-luntad de separarse del pasado gremial; por un lado, se buscó aumen-tar los cursos de química, enseñar a los alumnos las manipulaciones ylos aparatos de esta disciplina e introducir la bacteriología en el currícu-lum de los estudiantes, y por el otro, se buscó eliminar las estancias enlas boticas y reemplazarlas por prácticas escolarizadas.

Por último, la imagen del farmacéutico como científico y artesano nofue únicamente un arma retórica que utilizaron los farmacéuticos paraafianzar su poder, sino que ciertamente es el reflejo de su identidadcomo profesionistas. Por mucho tiempo la actividad del farmacéuticoestuvo ligada al arte de confeccionar medicamentos. Sin embargo, elfarmacéutico de fines del siglo XIX ya no sólo trabaja en la oficina de far-macia. Ocupa puestos en institutos de investigación, comisiones e ins-tituciones gubernamentales relacionados con la salud pública, haciendoanálisis de aguas, alimentos y bebidas o relacionados con la medicina

Los farmacéuticos vieron esto como una afrenta directa a sus intere-ses, pues se permitía la responsiva a los prácticos –que cobraban ade-más, menos– de forma que ellos ya no eran indispensables. Sin embar-go, el Reglamento para el Expendio de Medicinas de 1904 palió en estasituación. Éste agregaba que aquellos establecimientos que contarancon un profesor titulado como responsable que se ocupara de la vigilan-cia del despacho y que dispusieran de algunos instrumentos y reactivossuplementarios, “de manera que pueda esperarse en todo momento unservicio científico y perfecto” podían pedir el nombramiento de esta-blecimiento de primera clase. El código establecía dos tipos de expen-dios; las farmacias de primera y farmacias de segunda y hacía patentela distinción entre el tipo de responsable; titulado, titulado en un estadode la República y los prácticos.

ENTRE ARTE Y CIENCIA

Como lo ha discutido Warner, la adhesión de las profesiones médicas ala ciencia no obedeció necesariamente al hecho de que las prácticas cien-tíficas hayan traído adelantos y mejoras al desempeño profesional, sinoque obedeció primordialmente a la voluntad de algunos sectores de di-ferenciarse de otros y de ganar un mayor prestigio.59 En el caso de losfarmacéuticos mexicanos, la distinción entre ciencia, arte y trabajo ma-nual, fue una construcción que les permitió a la vez definir y delimitara la profesión. En otras palabras, el papel que jugó la ciencia en la farma-cia no fue el de un progreso hacia una perfección creciente, sino fueprincipalmente un valor, un elemento de identidad que describía la rea-lidad profesional de un grupo reducido de farmacéuticos, y un elemen-to calificativo que usaron para legitimar y limitar el acceso al ejerciciode la profesión.

59 J.H. Warner, “Ideals of science and their discontents in late nineteenth-centuryAmerican medicine”, ISIS, 1991, 82, pp. 454-478. Para el caso de la medicina en Méxicovéase A.M. Carrillo, “Profesiones sanitarias y lucha de poderes en el México del sigloXIX”, Asclepio, 1998, L-2, pp. 149-168.

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La lucha por el control del ejercicio de la profesión se hizo patenteen el caso de las discusiones en torno al acceso de la mujer a la profe-sión y en las negociaciones con el Consejo Superior de Salubridad porla regulación del ejercicio en las boticas y otros expendios de medica-mentos. En el caso de las mujeres, se puso en evidencia que permitir unaformación práctica era degradar el prestigio de la profesión y aceptarque la farmacia no era más que una práctica manual. Lo que también sa-lió a luz fue que los farmacéuticos, aunque buscaban el monopolio delejercicio, necesitaban ayudantes para poder asegurar el buen funciona-miento del despacho de los medicamentos y por ello acabaron dejandoel espacio de las boticas de los hospitales a las mujeres.

La difícil y larga lucha por el establecimiento y la obediencia de laexigencia del título de farmacéutico como requisito indispensable parapoder ejercer la profesión, dio cuenta de las ambiciones de controlar laconfección y venta de medicamentos que tenían los farmacéuticos.Ciencia, estudios y título adquirieron una importancia creciente y sevolvieron emblemáticos de la profesión en el discurso, pues fueron loselementos que le permitieron al farmacéutico afianzar cierto reconoci-miento de la profesión y el control del ejercicio de la misma.

Los planes de estudio de la carrera de farmacia y las propuestas parareformarlos, son también testigos de esta identidad doble de los farma-céuticos que cada vez se sienten más apegados a las ciencias y de la vo-luntad de separarse del pasado gremial; por un lado, se buscó aumen-tar los cursos de química, enseñar a los alumnos las manipulaciones ylos aparatos de esta disciplina e introducir la bacteriología en el currícu-lum de los estudiantes, y por el otro, se buscó eliminar las estancias enlas boticas y reemplazarlas por prácticas escolarizadas.

Por último, la imagen del farmacéutico como científico y artesano nofue únicamente un arma retórica que utilizaron los farmacéuticos paraafianzar su poder, sino que ciertamente es el reflejo de su identidadcomo profesionistas. Por mucho tiempo la actividad del farmacéuticoestuvo ligada al arte de confeccionar medicamentos. Sin embargo, elfarmacéutico de fines del siglo XIX ya no sólo trabaja en la oficina de far-macia. Ocupa puestos en institutos de investigación, comisiones e ins-tituciones gubernamentales relacionados con la salud pública, haciendoanálisis de aguas, alimentos y bebidas o relacionados con la medicina

Los farmacéuticos vieron esto como una afrenta directa a sus intere-ses, pues se permitía la responsiva a los prácticos –que cobraban ade-más, menos– de forma que ellos ya no eran indispensables. Sin embar-go, el Reglamento para el Expendio de Medicinas de 1904 palió en estasituación. Éste agregaba que aquellos establecimientos que contarancon un profesor titulado como responsable que se ocupara de la vigilan-cia del despacho y que dispusieran de algunos instrumentos y reactivossuplementarios, “de manera que pueda esperarse en todo momento unservicio científico y perfecto” podían pedir el nombramiento de esta-blecimiento de primera clase. El código establecía dos tipos de expen-dios; las farmacias de primera y farmacias de segunda y hacía patentela distinción entre el tipo de responsable; titulado, titulado en un estadode la República y los prácticos.

ENTRE ARTE Y CIENCIA

Como lo ha discutido Warner, la adhesión de las profesiones médicas ala ciencia no obedeció necesariamente al hecho de que las prácticas cien-tíficas hayan traído adelantos y mejoras al desempeño profesional, sinoque obedeció primordialmente a la voluntad de algunos sectores de di-ferenciarse de otros y de ganar un mayor prestigio.59 En el caso de losfarmacéuticos mexicanos, la distinción entre ciencia, arte y trabajo ma-nual, fue una construcción que les permitió a la vez definir y delimitara la profesión. En otras palabras, el papel que jugó la ciencia en la farma-cia no fue el de un progreso hacia una perfección creciente, sino fueprincipalmente un valor, un elemento de identidad que describía la rea-lidad profesional de un grupo reducido de farmacéuticos, y un elemen-to calificativo que usaron para legitimar y limitar el acceso al ejerciciode la profesión.

59 J.H. Warner, “Ideals of science and their discontents in late nineteenth-centuryAmerican medicine”, ISIS, 1991, 82, pp. 454-478. Para el caso de la medicina en Méxicovéase A.M. Carrillo, “Profesiones sanitarias y lucha de poderes en el México del sigloXIX”, Asclepio, 1998, L-2, pp. 149-168.

Page 29: ENTRE ART E - El Colegio de Michoacán · Breve historia de la farmacia en México y en el Mundo, México, Asociación Farmacéutica Mexicana, 1992, pp. 110-113. ENTRE ARTE Y CIENCIA

NINA H INKE

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clínica estudiando orinas, sangre y esputos o con relación a la toxicolo-gía y la medicina legal. También lo vemos abrir laboratorios privados deanálisis. En este sentido es un hombre cuya identidad está definida tra-dicionalmente por el arte de elaborar los medicamentos y cuyas aspira-ciones están en la ciencia.

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