32
http://portal.educ.ar/noticias/entrevistas/paula-sibilia-el- hombre-postor-1.php Paula Sibilia: El hombre postorgánico, el sueño de trascender nuestra condición biológica “demasiado humana” con la ayuda de las tecnologías digitales "Uno de los grandes sueños de la tecnociencia es la promesa de que los científicos puedan efectuar modificaciones en los códigos genéticos que animan a los organismos vivos (vegetales, animales y humanos), de una forma semejante a la manera en que los programadores de computadoras editan software." Por Alejandro Piscitelli y Verónica Castro Paula Sibilia nació en Argentina y estudió Antropología y Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Desde 1994 reside en Brasil, donde actualmente cursa los doctorados en “Comunicación y Cultura” en la Universidade Federal do Rio de Janeiro y en “Salud y Ciencias Humanas” en la Universidade do Estado do Rio de Janeiro. En 2002 publicó el libro O Homem Pós-Orgânico: corpo, subjetividade e tecnologias digitais, con versión en español editada en 2005 por el Fondo de Cultura Económica, bajo el título El hombre postorgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, del que habla en profundidad en esta entrevista. —En su libro El hombre postorgánico usted habla de una nueva subjetividad contemporánea, de una naturaleza digitalizada y

Entrevistas a Paula Sibilia

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Recopilacón de entrevistas

Citation preview

Page 1: Entrevistas a Paula Sibilia

http://portal.educ.ar/noticias/entrevistas/paula-sibilia-el-hombre-postor-1.php

Paula Sibilia: El hombre postorgánico, el sueño de trascender nuestra condición biológica “demasiado humana” con la ayuda de las tecnologías digitales

"Uno de los grandes sueños de la tecnociencia es la promesa de que los científicos puedan efectuar modificaciones en los códigos genéticos que animan a los organismos vivos (vegetales, animales y humanos), de una forma semejante a la manera en que los programadores de computadoras editan software."

Por Alejandro Piscitelli y Verónica Castro

Paula Sibilia nació en Argentina y estudió Antropología y Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Desde 1994 reside en Brasil, donde actualmente cursa los doctorados en “Comunicación y Cultura” en la Universidade Federal do Rio de Janeiro y en “Salud y Ciencias Humanas” en la Universidade do Estado do Rio de Janeiro. En 2002 publicó el libro O Homem Pós-Orgânico: corpo, subjetividade e tecnologias digitais, con versión en español editada en 2005 por el Fondo de Cultura Económica, bajo el título El hombre postorgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, del que habla en profundidad en esta entrevista.

—En su libro El hombre postorgánico usted habla de una nueva subjetividad contemporánea, de una naturaleza digitalizada y digitalizante. ¿Cómo explicaría brevemente este hombre postorgánico y los cambios más significativos que han introducido las nuevas tecnologías?

—Mi libro es un ensayo sobre las turbulencias que están atravesando, en las últimas décadas y sobre todo en los años más recientes, ciertas nociones básicas de la tradición occidental, tales como nuestras ideas de vida, naturaleza y ser humano. Esas transformaciones están afectando no sólo la forma en que pensamos tales conceptos, sino también las maneras en que los vivimos; es decir, las formas en quesomos seres vivos y humanos. En ese sentido, detecto una transformación importante –actualmente en curso– en las formas en que nos constituimos como sujetos: nuestros modos de ser y estar en el mundo se están distanciando, cada vez más, de las modalidades típicamente modernas de ser y estar en el mundo.

Esa verdadera “mutación” no ocurre en el vacío, sino en un contexto sociocultural, político y económico muy específico: las sociedades occidentales de los últimos años,

Page 2: Entrevistas a Paula Sibilia

aglutinadas por el protagonismo de un mercado en veloz proceso de globalización. En ese cuadro, la tecnología desempeña un papel fundamental, y no es un detalle menor el tránsito de las maquinarias analógicas y mecánicas hacia los dispositivos digitales e informáticos que ahora conforman nuestro paisaje cotidiano.

Desde el siglo XVII y hasta (por lo menos) mediados del siglo XX, los engranajes, pistones y poleas que proliferaban en las fábricas se convirtieron, también, en analogías útiles para explicar el mundo como un mecanismo de relojería y el cuerpo humano como una máquina de huesos, músculos y órganos. En los últimos años, sin embargo, todo un conjunto de nuevas imágenes y metáforas está emergiendo del universo digital e informático, y comienza a impregnar nuestros cuerpos y subjetividades. Así, aquella naturaleza desencantada y mecanizada del mundo industrial hoy se encuentra en pleno proceso de reconfiguración.

Con la teoría molecular del código genético, por ejemplo, la vida se ha convertido en información y la naturaleza se ha vuelto programable, ingresando –ella también– en el proceso de digitalización universal que marca nuestra era. Uno de los grandes sueños de la tecnociencia más actual es la promesa de que los científicos puedan efectuar modificaciones en los códigos genéticos que animan a los organismos vivos (vegetales, animales y humanos), de una forma semejante a la manera en que los programadores de computadoras editan software.

Esa ambición de reprogramar el genoma de la especie o el código genético de cada individuo en particular (como si fueran programas de computación), con el fin de corregir sus “fallas” o “errores”, es un componente fundamental del sueño de trascender nuestra condición biológica “demasiado humana” con la ayuda de las herramientas tecnocientíficas. Todo esto ocurre bajo un horizonte digitalizanteque engloba estos saberes tan privilegiados hoy en día (tanto las nuevas ciencias de la vida como la teleinformática), que pretenden recurrir a la “evolución postbiológica” o “postevolución” para crear un tipo de hombre “postorgánico”.

—En algunas de sus investigaciones más recientes –que usted quiere transformar en otros dos libros a lo largo de 2006– habla de una serie de curiosas relaciones entre los nuevos softwares y nuestra imagen corporal, y de la exposición pública de la vida privada y la intimidad de los usuarios de internet a través de dispositivos como las webcams, los blogs y los fotologs. ¿Cuáles cree que son las ventajas y los riesgos de este fenómeno?

—Sí, en la primera examino las nuevas modulaciones de la imagen corporal a partir de la intervención de programas de edición digital en las fotografías de “cuerpos bellos” expuestas en los medios de comunicación. Estas herramientas informáticas –entre las cuales se destaca el popular PhotoShop– son como “bisturís de software”, que realizan una tarea de purificación de toda y cualquier impureza o “viscosidad orgánica” presente en dichas imágenes, y las transforman en modelos de una belleza aséptica, descarnada y digitalizante. Ese trabajo lo estoy desarrollando como una tesis del doctorado en Salud Colectiva, en la UERJ (Universidade do Estado do Rio de Janeiro).

Page 3: Entrevistas a Paula Sibilia

El segundo tema mencionado lo estoy estudiando en el doctorado en Comunicación y Cultura de la UFRJ (Universidade Federal do Rio de Janeiro), y apunta a investigar esas nuevas formas de exposición pública de la intimidad vía internet como un síntoma de importantes transformaciones en la subjetividad contemporánea, relacionadas con una cierta crisis de la “vida interior” y una tendencia a la “espectacularización del yo” con recursos performáticos.

En cuanto a las ventajas y riesgos de todos estos procesos, hay muchos y son bastante complejos. Yo creo que estamos viviendo un momento de crisis y transición, sumamente rico, que nos permite cuestionarnos y reinventarnos como nunca antes. Para eso, sin embargo, es fundamental que podamos abarcar con el pensamiento toda la complejidad de lo que está sucediendo... y quizás nunca haya sido tan difícil lograr semejante proeza.

—Su libro nació como tesis de maestría, y fue traducido al castellano. ¿Cómo fue su recepción en el Brasil, donde hay una interesante tradición de respeto por las hibridaciones tecnoculturales (la obra de Eduardo Kac, la tradición de Vilem Flusser) siendo que su obra es muy crítica de estas nuevas constelaciones?

—La recepción en Brasil fue similar a la que está ocurriendo en la Argentina. Creo que los temas tratados en el libro despiertan curiosidad y un creciente interés en un público bastante diverso, ya que estas cuestiones son muy nuevas, muy recientes y difíciles de aprehender (porque están ocurriendo a toda velocidad y son fenómenos complejos), pero afectan fuertemente nuestros cuerpos y nuestros mundos, de modo que hay toda una sed de discusiones al respecto. La obra de Flusser, particularmente, me interesa mucho. Con Eduardo Kac llegamos a compartir una mesa redonda en un evento organizado por una institución de San Pablo el año pasado, y el debate suscitado fue bastante rico e interesante.

—En varias oportunidades usted extrema las correlaciones entre las mutaciones del capitalismo industrial y las nuevas hibridaciones tecnoorgánicas. ¿No corre el riesgo de que su crítica caiga en un tecnorreduccionismo de sentido inverso cuando trata de criticar al tecnodeterminismo imperante?

—Espero que no, ya que mi intención es precisamente opuesta a cualquier reduccionismo. Creo que las relaciones entre las nuevas hibridaciones tecnoorgánicas y el contexto socioeconómico, político y cultural en el cual están ocurriendo son fundamentales para poder comprender sus sentidos. No veo ningún reduccionismo en esa correlación, sino más bien todo lo contrario: una voluntad de abrir el campo de lo pensable, desnaturalizar todas esas novedades que están cristalizándose en nuestro sentido común y suscitar nuevos interrogantes.

—Su obra está atravesada por las indicaciones de Foucault acerca del biopoder. Pero Foucault murió hace un cuarto de siglo y los cambios que estamos viendo en el

Page 4: Entrevistas a Paula Sibilia

imaginario y en los agenciamientos tecnomateriales fueron inasibles para él y sus coetáneos. ¿No puede ocurrir que se apliquen categorías válidas para los años 60 y 70 a una realidad mutante y mucho más fluida y rápida que lo que la velocidad de esos conceptos permite apresar?

—No creo que los análisis de Foucault aporten categorías válidas solamente para los años 60 y 70. Al contrario, mi impresión es que algunas de sus herramientas teóricas son de fundamental importancia para comprender lo que está ocurriendo hoy en día, quizás más aún que para entender lo que sucedía algunas décadas atrás. Es el caso del concepto de “biopoder”, un tipo de poder que apunta directamente a la administración de la vida, y que hoy se ha sofisticado hasta el punto de alcanzar el nivel molecular (para alterar sus características con fines explícitos y utilitarios). Es algo que suele ocurrir con los grandes pensadores de todos los tiempos, no sólo con Foucault sino también con otros autores de la talla de Shakespeare, Nietzsche, Montaigne, Baudelaire, Platón o Borges, por citar sólo algunos: no importa cuánto tiempo hace que han muerto, pues sus obras continúan vivas y son capaces de iluminar asuntos que durante sus vidas habrían sido impensables.

En toda una serie de libros, artículos y conferencias, Michel Foucault se dedicó a analizar los mecanismos disciplinarios y las biopolíticas que articularon a las sociedades industriales, subrayando semejanzas y diferencias con respecto a las sociedades premodernas. Aunque al final de su vida llegó a constatar cierta crisis de ese modelo industrial y moderno, no se propuso examinar en forma exhaustiva los cambios más recientes, muchos de los cuales fueron posteriores a su muerte (ocurrida en 1984).

Sin embargo y para nuestra fortuna, su colega Gilles Deleuze aceptó el desafío y redactó su “Posdata sobre las sociedades de control” en 1990 (poco antes de su propio fallecimiento), como una especie de anexo actualizado para una genealogía del poder tan sagazmente delineada. La primera constatación de Deleuze en ese breve y fértil ensayo es tan perturbadora como irrefutable: las redes de poder fueron adensando su trama en los últimos tiempos, delatando una intensificación y sofisticación de los dispositivos desarrollados en las sociedades industriales. Ahora, pulverizadas en redes flexibles y fluctuantes, las relaciones de poder están irrigadas por las innovaciones tecnocientíficas, y tienden a envolver todo el cuerpo social sin dejar prácticamente nada fuera de control. Para comprobarlo, basta observar las fáusticas ambiciones de la biología molecular en nuestra sociedad, y también la omnipresencia de los dispositivos teleinformáticos con su “imperativo de la conexión” permanente.

Mi análisis del cuadro contemporáneo retoma tanto las herramientas teóricas y los análisis de Foucault como la puerta abierta por Deleuze para profundizar la comprensión de este nuevo régimen que se está configurando entre nosotros.

—Podemos coincidir en que un neognosticismo emerge allí donde la velocidad de la luz y sus prodigios se convierten en aparatos de consumo masivo. También que el olvido de la carne, promesa de algún neoplatonismo avant la lettre, circula demasiado facilistamente por los laboratorios del tecnodelirio (Kurzweill, Moravec). Aun así, la idea de una postevolución parecería dolerle más al narcisismo herido de los críticos humanistas (como bien anticipó Bruce Maszlisch en

Page 5: Entrevistas a Paula Sibilia

su tesis de la cuarta discontinuidad hace ya más de 30 años) que al común de los mortales

—Depende de a qué nos refiramos con “el común de los mortales”, pero a juzgar por el interés suscitado por estos asuntos en un público completamente diversificado, yo diría que es un tema que despierta perplejidades, que preocupa mucho y que exige ser pensado con urgencia (y con inteligencia). Yo puedo testimoniar ese enorme interés por parte de los “mortales” más variopintos, a partir de la cantidad de debates, entrevistas, conferencias, artículos y simposios a los que me han convocado desde la publicación original de este libro en portugués –ocurrida a mediados de 2002– y que sigue propagándose y multiplicándose hasta hoy en día. No creo que se trate de meros “narcisismos heridos” sino de la necesidad de ejercer el pensamiento crítico sobre algo que nos toca muy de cerca, y que está afectando la mismísima definición de lo que somos y lo que queremos ser.

—Llama la atención en su obra la ausencia total de los planteos de Bruno Latour, que obviamente van en una dirección totalmente distinta de su crítica de lo postorgánico, por cuanto Latour insiste en una fusión cada vez más interesada e inteligente entre máquinas y organismos. ¿Esa ausencia es deliberada?

—Deliberadamente, son pocos los autores que menciono y cito en el libro. Mi intención era escribir un ensayo capaz de estimular la formulación de nuevas preguntas, mucho más que ofrecer respuestas o “soluciones”. Y mucho más también que registrar un catálogo completo de los pensadores fundamentales del área (que afortunadamente ya son unos cuantos), mi ambición fue desplegar una voz más para enriquecer el debate. En ese sentido, los planteos de Bruno Latour son tan bienvenidos como los de Peter Sloterdijk o los de cualquier otro autor que se haya embarcado en la aventura de pensar sobre estos temas. El hecho de que no todos estén mencionados en mi libro no significa que no conformen un sustrato que nos ayuda a abrir el campo de lo pensable y formular nuevas cuestiones.

Con respecto al tipo de fusión que hoy estaría ocurriendo entre las máquinas y los organismos, mi pregunta fundamental apunta al sentido de este nuevo proceso de “digitalización” del mundo, de la vida, la naturaleza y el hombre, que se yuxtapone y va desplazando gradualmente al antiguo proceso de “mecanización” vigente durante la epopeya industrial. Si esa pregunta que flota en las entrelíneas de mi ensayo llega a ser reformulada por el lector, entonces considero que la misión está cumplida.

—También nos llamó la atención la poca presencia de Peter Sloterdijk –probablemente el filósofo contemporáneo que mejor ha pensado la muerte de la trascendencia como valor crítico y la necesidad de inventarnos una inmanencia reflexiva como horizonte de la reinvención del pensamiento, junto a Scott Lash–, quien sólo aparece en las conclusiones con una obra menor y controvertible. Usted insiste en que la denuncia de Sloterdijk de la histeria antitecnológica debe ser tenida en cuenta, y sin embargo mucha parte de su obra parecería estar entretejidas con la misma.

Page 6: Entrevistas a Paula Sibilia

—Los textos de Sloterdijk no aparecen sólo en las conclusiones de mi libro, sino que lo atraviesan y lo nutren en varios momentos. Incluso es uno de los autores más profusamente citados en los capítulos 4 y 5. De todas maneras, insisto: más allá de mencionar o no a determinado autor, creo que lo que importa en este tipo de trabajos son las ideas (que probablemente no tengan dueños, o cuya paternidad suele ser múltiple y difusa).

En ese sentido, el concepto de “histeria antitecnológica” que menciono hacia el final del libro ha sido productivo, al menos en mi caso, como una advertencia: una defensa del pensamiento crítico y una voluntad explícita de mantenerme alejada tanto de los rechazos como de las celebraciones impensadas. Me refiero a aquellas aproximaciones a estos fenómenos que, en vez de recurrir al pensamiento, impugnan o bien abrazan todas estas novedades de una manera acrítica, recurriendo a argumentos moralistas, religiosos o meramente “histéricos”. En ese sentido, creo que la “histeria antitecnológica” es muy parecida a la “histeria pro-tecnológica”, y ambas son igualmente estériles. Por eso, su impresión de que buena parte de mi obra estaría entretejida con ella es, para mí, una terrible noticia. Sin duda, la histeria no es una buena consejera...

Por tal motivo, preferiría convocar otros fantasmas y alinearme en la “filosofía de la sospecha” que proponía Nietzsche: la saludable tarea de desconfiar de todo (incluso, por qué no, de la eventual histeria de que se nos podría llegar a acusar). Como decía Foucault, parafraseando a su maestro: la verdad es “una especie de error” que tiene a su favor el hecho de no poder ser refutada “porque la larga cocción de la historia la ha vuelto inalterable”. A su vez, Gilles Deleuze decía que cada época tiene las verdades que se merece, y que corresponde a los jóvenes la tarea de descubrir “para qué se los usa”. Retomando los ecos de una pregunta anterior, entonces, y para finalizar, yo diría que el pensamiento de todos estos autores continúa vivo porque ellos incitan al cuestionamiento permanente y estimulan las bellas artes de la sospecha: las verdades deben ser siempre desafiadas, cuestionadas, recreadas y reinventadas. Esta tarea incumbe tanto a la filosofía como a las ciencias y a las artes; de modo que no hay lugar, aquí, ni para la histeria antitecnológica ni para la imbecilidad protecnológica. Solamente de esa manera será posible vislumbrar que no hay nada de “inevitable”, de “natural” ni de “dado” en el mundo que nos rodea, y que por eso mismo es necesario asumir la tarea creativa (y eminentemente política) de definir lo que somos y lo que queremos ser.

Fecha: Diciembre de 2005

http://virtualia.eol.org.ar/019/template.asp?opinion_ilustrada/sibila.html

LA OPINIÓN ILUSTRADA

Sociedad del espectáculo: solo existe lo que se ve

Paula Sibila

Page 7: Entrevistas a Paula Sibilia

Para la investigadora Paula Sibilia, la popularidad de las redes sociales

como Facebook, MySpace, Orkut y Twitter se justifica por el deseo de las

personas de estar visibles para los otros."

En la opinión de la profesora del Departamento de Estudios Culturales y

Medios de la Universidad Federal Fluminense (UFF) Paula Sibilia, las

redes sociales como Facebook, Twitter y MySpace son "compatibles con

las habilidades que el mundo contemporáneo solicita de todos nosotros

con creciente insistencia". Según ella, esas herramientas sirven para dos

propósitos fundamentales. "En primer lugar, ellas ayudan a construir el

propio ‘yo’, o sea, sirven para que cada usuario se auto-construya en la

visibilidad de las pantallas. Además, son instrumentos útiles para que

cada uno pueda relacionarse con los otros, usando los mismos recursos

audiovisuales e interactivos", explica.

En entrevista concedida por e-mail a la IHU On-Line, Paula Sibilia

reflexiona sobre los cambios de comportamiento de la sociedad

contemporánea y afirma que "cambiaron las premisas a partir de las

cuales edificamos el yo". En la actual sociedad del espectáculo, continúa,

"si queremos ‘ser alguien’, tenemos que exhibir permanentemente aquello

que supuestamente somos". Y dispara: "Esos son los valores que se han

desarrollado intensamente en los últimos tiempos, una época en la cual,

por diversos motivos, se debilitaron nuestras creencias en todo aquello

que no se ve, en todo aquello que permanece oculto."

Paula Sibilia es graduada en Ciencias de la Comunicación, por la

Universidad de Buenos Aires (UBA), master en la misma área, por la

Universidad Federal Fluminense (UFF), y doctora en Salud Colectiva, por la

Universidad Estadual de Río de Janeiro (UFRJ). Actualmente, es profesora

en el Departamento de Estudios Culturales y Medios de la Universidad

Federal Fluminense (UFF). Entre sus obras, citamos El hombre pos-

orgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales (Río de Janeiro:

Relume Dumará, 2002) y El show del yo (Río de Janeiro: Nova Fronteira,

2008). En 2008, participó del Simposio Internacional ¿Una sociedad pos-

humana? posibilidades y límites de las nanotecnologias, realizado por el

Instituto Humanitas Unisinos – IHU.

Entrevista

¿Que revelan sobre la sociedad contemporánea, las redes sociales

como Facebook, Orkut, Twitter y Myspace?

Paula Sibilia - Estas nuevas herramientas, que aparecieron en los últimos

años y de repente se tornaron tan populares, sirven para dos propósitos

fundamentales. En primer lugar, ayudan a construir el propio "yo", o sea,

sirven para que cada usuario se auto-construya en la visibilidad de las

pantallas. Además, son instrumentos útiles para que cada uno pueda

relacionarse con los otros, usando los mismos recursos audiovisuales e

interactivos.

Por eso, tanto las redes sociales como Orkut, Facebook, Twitter o MySpace

como los blogs, fotologs, YouTube y otros canales de ese tipo que hoy

proliferan en la Internet son perfectamente compatibles con las

habilidades que el mundo contemporáneo solicita, con insistencia

creciente, de todos nosotros. Y una de esas capacidades que tanto se

estimula para que desarrollemos es, precisamente, la de

"espectacularizar" nuestra personalidad. ¿Que significa eso? Volvernos

visibles, hacer del propio "yo" un show.

Este fenómeno responde a una serie de transformaciones que han

ocurrido en las últimas décadas, que envuelven un conjunto

Page 8: Entrevistas a Paula Sibilia

extremadamente complejo de factores económicos, políticos y

socioculturales, que convirtieron el mundo en un escenario donde todos

debemos mostrarnos. Si queremos "ser alguien", precisamos exhibir

permanentemente aquello que supuestamente somos. En los últimos

años, por lo tanto, han cristalizado una serie de transformaciones

profundas en las creencias y valores en los cuales se basan nuestros

modos de vida y la "espectacularización del yo" forma parte de esa trama.

¿Qué nuevos modelos de relaciones se configuran a través de las

redes sociales? Usted cree que las relaciones adquieren un nuevo

sentido?

Paula Sibilia - Una de las manifestaciones de esa mutación que ha

ocurrido en la sociedad contemporánea es el derrumbe de las fronteras

que solían separar el ámbito privado y el espacio público, y que

constituían un ingrediente fundamental del modo de vida moderno.

Entonces, junto con esos cambios que se concretaron en los últimos años,

también se reconfiguró la manera de construirnos como sujetos.

Cambiaron las premisas a partir de las cuales edificamos el yo, y eso

sucedió porque también se transformaron nuestras ambiciones y nuestros

horizontes. Por lo tanto, no se modificaron apenas las formas de

relacionarnos con nosotros, con el propio "yo", sino también las relaciones

con los otros. Herramientas como el Facebook o el Orkut cayeron como un

guante en ese nuevo universo: son extremadamente útiles para realizar

esas nuevas metas.

Porque en la actual "sociedad del espectáculo" solo existe lo que se ve.

Por lo tanto, si algo (o alguien) no se expone en las pantallas globales, si

no está a la vista de todos — bajo los flash de los paparazzi o, por lo

menos, bajo la lente de una modesta webcam casera —, entonces nada

garantiza que realmente exista. Esos son los valores que se han

desarrollado intensamente en los últimos tiempos, una época en la cual,

por diversos motivos, se debilitaron nuestras creencias en todo aquello

que no se ve, en todo aquello que permanece oculto. "La belleza interior"

seria un ejemplo. Mientras tanto, de forma paralela y complementar, se

exacerbaron-nuestras creencias en el valor de las imágenes, en la

importancia de la visibilidad y de la celebridad como fines en si mismos,

como metas auto-justificables, a las que se supone que todos deberíamos

aspirar.

¿A partir de esas redes sociales, como usted describe nuestro

actual modelo de vida?

Paula Sibilia - Hay una necesidad de mostrarse constantemente, que se

exacerba por todas partes, aunque no tengamos nada muy importante

para mostrar o para decir. Los canales interactivos de la Web 2.0 permiten

hacer eso a voluntad, fácilmente y con bajos costos, de un modo todavía

más eficaz que los medios de comunicación tradicionales. Porque esas

nuevas herramientas "democratizaron" el acceso a la fama y a la

visibilidad.

Pero el Orkut y el Facebook no surgieron de la nada. Por el contrario, las

redes sociales aparecieron sobre un terreno que ya estaba muy bien

sedimentado para que esas prácticas pudieran florecer. En los últimos

años, aprendimos a estar conectados todo el tiempo. Utilizando las más

diversas herramientas tecnológicas (celulares, e-mail, GPS, etc.),

aprendimos a estar siempre disponibles y potencialmente en contacto.

Creo que todo eso está dando cuenta de un fuerte deseo de estar a la

vista de los otros, de que seamos observados, aunque sea apenas para

confirmar que estamos vivos. Para que constatemos que somos "alguien",

Page 9: Entrevistas a Paula Sibilia

que existimos. Sin duda, entre varias otras cosas, hay mucha soledad y

vacío por detrás de todo esto.

¿El concepto de intimidad conocido hasta el momento es alterado

a partir de programas como Facebook, Twitter, Orkut?

Paula Sibilia – En este momento, cuando tantas imágenes y relatos

supuestamente "íntimos" están públicamente disponibles, es evidente que

la intimidad ha dejado de ser lo que era. En los viejos tiempos modernos,

aquellos que brillaron a lo largo del siglo XIX y durante buena parte del

XX, cada uno debía resguardar su propia privacidad de cualquier

intromisión ajena. Eso no se conseguía simplemente gracias a las gruesas

paredes y puertas cerradas del hogar, sino también mediante todos los

rigores y pudores de la antigua moral burguesa.

Ahora, en lugar de eso, la intimidad se ha convertido en un escenario en el

cual todos debemos montar el espectáculo de aquello que somos. Y ese

show del yo precisa ser visible, porque si esos pequeños espectáculos

intimistas se mantuvieran dentro de los límites de la vieja privacidad —

aquella que era oculta y secreta por definición— nadie podría verlos y,

entonces, correrían el riesgo de no existir.

Es por eso que hoy se torna tan imperiosa esa necesidad de hacer público

algo que, no mucho tiempo atrás y por definición, se suponía que debía

permanecer protegido en el silencio de lo privado. Porque cambiaron los

modos de construirse el "yo" y cambiaron también los cimientos sobre los

cuales se sostiene ese complejo edificio.

Por eso, si las prácticas que eran habituales en aquellos tiempos (como el

diario íntimo y la correspondencia epistolar) buscaban sumergirse en lo

más oscuro de si mismo para tener acceso a las propias verdades, con

estas costumbres nuevas la meta es otra y bien diferente. En el Orkut o en

el Facebook, es evidente que lo que se persigue es la visibilidad y, en

cierto sentido, también la celebridad. Ambas como fines auto-justificados

y como metas finales, no como un medio para conseguir alguna otra cosa

ni como una consecuencia de algo mayor.

¿Que futuro usted vislumbra a partir de esas redes sociales en

internet? ¿La sociedad tiende a cambiar todavía más sus hábitos y

comportamientos?

Paula Sibilia - Sobre el futuro, feliz o infelizmente, es poco lo que puedo

decir. Sin embargo creo que ya seria posible hacer algunas evaluaciones

sobre las implicaciones de estas novedades. Por un lado, estamos

perdiendo la posibilidad de refugiarnos en todo aquel equipaje de la propia

interioridad, que ofrecía una especie de anclaje o un puerto seguro para

cada sujeto, que protegía su "yo" contra las inclemencias del mundo

exterior y contra el infierno representado por los otros.

Por otro lado, claro que también ganamos algunas cosas: una liberación

de aquella prisión "interior", al desintegrarse esa condenación a ser "tu

mismo", aquella obligación de permanecer fiel a la interioridad oculta,

densa y muchas veces terrible que amordazaba los sujetos modernos.

Otro problema que surge con estas novedades, sin embargo, es que los

tentáculos del mercado se desarrollaron de un modo que habría sido

impensable algunas décadas atrás, y que hoy llegan a tocar todos los

ámbitos. Ahora, en los inicios del siglo XXI, tanto las personalidades como

los cuerpos pueden convertirse en mercancías que se compran, se

alquilan, se venden y después se tiran a la basura.

Page 10: Entrevistas a Paula Sibilia

En una sociedad tan espectacularizada como la nuestra, la imagen que

proyecta el "yo" es el capital más valioso que posee cada sujeto. Pero es

preciso tener la habilidad necesaria para administrar ese tesoro, como si

fuera una marca capaz de destacarse en el competitivo mercado actual de

las apariencias. Hoy, el espíritu empresarial contamina todas las

instituciones y se impregna en todos los ámbitos, inclusive en los más

"íntimos" y recónditos, y el mercado ofrece soluciones para cualquier

necesidad o deseo. Además, siempre será posible (e inclusive deseable)

cambiar de "perfil", actualizando las informaciones personales o alterando

sus definiciones para mejorar la cotización de lo que se es. Ya sea esto en

los mismos Orkut o Facebook, o entonces migrando para un nuevo

sistema presentado como superior que el anterior, más actual y dinámico

que aquellos, cuyo surgimiento y cuyo suceso potencial no cesan de ser

anunciados.

Agradecemos a Marcela Antelo el acercarnos esta entrevista, a

Paula Sibilia su amable autorización para su publicación, y a Pablo

Sauce por la traducción de la misma. 

Paula Sibilia ya concedió otras entrevistas a la IHU On-Line. El material está disponible en el sitio del IHU (www.unisinos.br/ihu).

• Ciencias de la vida redefine la condición humana. Edición número 259, de 26-05-2008, intitulada Nanotecnologias: posibilidades increíbles y riscos altísimos;

• Show del yo: la vitrina de la propia personalidad. Edición número 283, intitulada Las Ciencias Sociales, hoy. Los 50 anos del curso de Ciencias Sociales de la Unisinos, publicada en 24-11-2008.

http://www.fce.com.ar/ar/prensa/detalle.aspx?idNota=640

Nota: "El cuerpo es la nueva utopía"

Autor de la nota: Horacio BilbaoMedio: Clarín - Revista Ñ

Fecha: 11/07/2009

Libro: LA INTIMIDAD COMO ESPECTÁCULO

Autor del libro: Paula Sibilia

Extracto: En sintonía con la línea de su investigación anterior -la intimidad ofrecida como espectáculo-, la antropóloga y docente argentina pone el foco ahora en el cuerpo y las nuevas maneras de mostrarlo.

Los fenómenos sociales asociados a la evolución tecnológica (o viceversa) son el eje de las investigaciones de Paula Sibilia. Después del esclarecedor ensayo La intimidad como espectáculo, Sibilia apunta los cañones a otro "furor" del siglo XXI, el culto al cuerpo. Y escribe sobre ello: "La idea es contestar a la pregunta qué cuerpo es éste". Su nuevo objeto de análisis le confirma además todas las sentencias sobre la generación de Internet. "Aunque no tengan nada para decir, muchos jóvenes se construyen a sí mismos como si fueran una celebridad", sugiere.

Page 11: Entrevistas a Paula Sibilia

- ¿Es una exageración darle tanta importancia a estos temas?

- No hay duda de que son recortes, no todos los adolescentes son así, las experiencias subjetivas siguen siendo muy ricas y complejas. Pero es bueno pensar en esto, aunque sea un reduccionismo, para desnaturalizarlo. Lo que nos pasa es fruto de un proceso histórico, no es culpa de Bill Gates. Si YouTube o Facebook tienen tanto éxito, es por causa de un proceso histórico. Por eso surgieron estos chicos capaces de inventar esas herramientas, son útiles a la sociedad.

- ¿Útiles por qué?

- Útiles porque están inventando nuevas cosas todo el tiempo. Ya hace falta un nuevo Facebook o un nuevo MySpace. Y no hablo de titiriteros ni le echo toda la culpa a los medios, en realidad todo se ha transformado en un gran medio. Foucault y Deleuze nos mostraron cómo funcionan las redes de dominación en la sociedad contemporánea. Funcionan mejor cuando no existe la obligación a hacer ciertas cosas. Esta intimación a mostrarse a uno mismo como un espectáculo o parecer joven, flaco y atractivo no es obligatoria. Nadie ata a un chico para que juegue con la consola 10 horas por día. Es una obligación sutil y mucho más eficaz. Queremos ser de determinada forma, estamos de acuerdo. Esto no funcionaría dentro de otro tipo de sociedad.

- Aparece otro factor, el del dominio tecnológico como elemento de disociación generacional. ¿Por qué?

- La tecnología avanzó muy rápido. Y así de rápido la web 2.0, los celulares e Internet se transformaron en herramientas imprescindibles para muchísima gente, sobre todo para los jóvenes. Sus abuelos, sus profesores y hasta sus padres encuentran una barrera allí, porque no saben manejar algo que es fundamental para la vida de estos chicos. ¿Cómo pueden ser adultos y ejemplares sin saber lo que es Facebook? En este cambio social y cultural, a diferencia de otros, hay una particularidad: la crisis del valor de la experiencia.

- ¿Cómo impacta esto sobre nuestra organización socio política?

- La relación es directa. Tanto en la espectacularización de la intimidad como en el culto al cuerpo, dos temas muy relacionados, son ideales a los que cierta franja de la población aspira. Y son cada vez más los sectores de la población que aspiran a esta nueva utopía. Paradójicamente hemos descartado otros ideales y utopías por considerarlos inviables o ingenuos y llegamos a esto, una nueva utopía que hasta parece menos discutible.

- ¿Es el triunfo de una nueva fase del individualismo?

- El individualismo del siglo XXI supone una exacerbación de todo. El sujeto tiende a aislarse. Hay una crisis de los proyectos colectivos. Desde la familia y los amigos hasta la política. La novedad sería una suerte de encapsulamiento progresivo y su contracara, la soledad. Cada uno se administra a sí mismo como una empresa, como una marca y entonces se vuelve cada vez

Page 12: Entrevistas a Paula Sibilia

más necesaria la mirada del otro para poder ser alguien. Necesitamos que nos vean. No tener alguien que nos confirme quienes somos, es un problema.

- De ahí el éxito de las redes sociales...

- Los blogs y las redes sociales funcionan como un mercado de la observación del otro y de redistribución de retribuciones. Cuando a uno lo ven, uno tiene que ver; cuando nos dejan un mensaje o un comentario, tendemos a hacer lo mismo. Aunque ese comentario sea un qué lindo que estás en la foto.

- La banalización de la argumentación, y de la política...

- Tiene que ver con la crisis de la palabra. Que fue empujada por los medios audiovisuales desde mediados del siglo pasado. Primero el cine, después la televisión con mucha más influencia y ahora los medios interactivos. Y en la política resulta más patético, porque ese era el lugar del discurso, de la discusión de ideas con argumentos. Si pensamos que un debate político o una campaña se convirtieron en un espectáculo con guión armados por equipos de marketing y de publicidad...

- Los chicos multitarea, ¿hacen más preocupante el fenómeno?

- Los chicos se han vuelto súbitamente desatentos e hiperactivos, y no me parece un problema psiquiátrico. Es una respuesta a un mundo hiperactivo de una cultura que les pide eso a los niños y a los adultos. Nos exigen que seamos así para sobrevivir, de lo contrario no seríamos útiles. Este mundo requiere que seamos así. Nos entrenó la televisión, Internet y el mercado de trabajo. Y la misma escuela. Ese tipo de entrenamiento en la hiperactividad y la desatención está generando otras cosas. Los formatos audiovisuales e interactivos frente al pensamiento crítico, que requiere otros tiempos.

- ¿Vamos hacia sociedades más pobres, menos espirituales?

- Es lamentable que estemos perdiendo el arte de la palabra. Pero no todo está perdido, porque la palabra está ahí, los libros están ahí. Nunca tuvimos tantas herramientas a nuestra disposición, también Internet es una herramienta de palabras que sirve para debatir ideas. Pero el vocabulario se empobreció y sería una gran pérdida si lo dejamos morir. A la par, lo que ganamos es enorme. Libertades, herramientas, medios para contar. Sería bueno tener todo eso sin perder la palabra.

- En relación a la cosa pública, ¿no es paradójico que con tantas herramientas se haga tan poco?

- Lo que sucede hoy en día con este desprecio por la política como acción sobre el mundo y su asociación con lo corrupto y mentiroso, no es nuevo. Desde el siglo XIX hay toda una suerte de inflación de la intimidad. Fuimos estigmatizando lo público y restándole valor. Fuimos corrompiendo ese espacio. Algo pasó para que la intimidad se haya vuelto publicable, para que se pueda y se deba mostrar. Hacemos pública nuestra intimidad pero no vamos a cambiar el mundo. Y cada vez más el espacio público se ve como un lugar peligroso. Alarmas, autos blindados, countries, seguridad... se ve al otro como un enemigo. Y sin embargo las nuevas

Page 13: Entrevistas a Paula Sibilia

tecnologías permiten participar, operar en un espacio público y hay toda una retórica de la participación.

- ¿Sólo retórica?

- La participación por ahora significa mostrarse y exhibirse, sin pensar en transformar el espacio público. Vale aquí el ejemplo del Che, su cara y su imagen, su estilo son una celebridad, y todo esto opaca su acción política. En la Argentina tal vez no tanto, pero mis alumnos en Brasil lo asocian con Bob Marley, con la marihuana. Un ícono que tiene que ver con la juventud rebelde, pero que no deja de ser un espectáculo que relega a su acción política.

http://www.fce.com.ar/ar/prensa/detalle.aspx?idNota=587

Nota: El reino del yo

Autor de la nota: Silvia Hopenhayn

Medio: La Nación

Fecha: 18/06/2008

Libro: LA INTIMIDAD COMO ESPECTÁCULO

Autor del libro: Paula Sibilia

Extracto: Más que una época de declaraciones, vivimos en

tiempos de diseminación. Antes, un buen dictamen

parecía cambiar el curso de la historia o, por lo menos,

alterarlo. Nietzsche declarando que Dios había muerto

o, en un nivel menos agraviante, el filósofo Walter

Benjamin, al decretar la muerte del narrador, o incluso

los pensadores posmodernos, pugnando por el fin de

los grandes relatos y la muerte de las ideologías.

En la velocidad del tiempo actual, ya no hay espacio

discursivo para afirmaciones tan contundentes y lo

que surge se impone sin claras razones. Un buen libro

que busca comprender la dinámica del presente es La

intimidad como espectáculo (Fondo de Cultura, 2008),

de Paula Sibilia, autora también de El hombre

posorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías

digitales (2005).

La intimidad que aborda aquí, es nada menos que la

del "show del yo" tan en boga en nuestro presente,

ese yo que consiste en "una unidad ilusoria construida

Page 14: Entrevistas a Paula Sibilia

en el lenguaje, a partir del flujo caótico y múltiple de

cada experiencia individual". Un primer intento es

considerarlo ficcional: "El yo es una ficción gramatical,

un centro de gravedad narrativa, un eje móvil e

inestable en el que convergen todos los relatos de uno

mismo". Estas ideas se inscriben en un recorrido que

va dando cuenta de nuevas formas de narración, en

pleno auge de tecnologías que propician este

"espectáculo", tan agudamente anticipado por el

ideólogo del Mayo Francés, Guy Debord, en su libro La

sociedad del espectáculo, varias veces citado en el

ensayo de Sibilia. Todo se muestra, nada se conserva.

Y los medios son óptimos para que esto ocurra: reality

shows, webcams, YouTube, FaceBook, MySpace,

fotologs, Twitter, UpStream, SecondLife son

dispositivos preferenciales del yo que oscilan entre el

"pánico a la soledad" y "el culto a la personalidad".

En uno de los capítulos, la autora recoge algunas

ideas de Richard Sennett, un sociólogo

estadounidense poco difundido en nuestro país, con

varios libros aún sin traducir, que merecería mayor

atención, dado que permite vislumbrar con inusual

lucidez la problemática del hombre en las ciudades,

desde la aparición de su célebre ensayo El declive del

hombre público, de 1978. Sennett, de algún modo,

plantea un yo estupefaciente que, al creerse libre en

su exhibición, en realidad es víctima -y a veces

cómplice- de un proceso más profundo. Según Sennett

-citado en este libro- "tanto el intenso deseo de

avalarse a sí mismo mostrando una personalidad

auténtica, como esa doble tendencia de abandono del

espacio público e hinchazón del ámbito privado

obedecen a intereses políticos y económicos del

capitalismo actual". Cabe entonces la pregunta acerca

de esta propagación de egos: ¿se abrió la compuerta

de la subjetividad o se esta achicando el espacio de la

consideración del otro? En este libro, se elaboran las

implicancias de lo que Sennett llamó "las tiranías de la

Page 15: Entrevistas a Paula Sibilia

intimidad", para dar cuenta de los límites del yo en su

empecinamiento por mostrarse único.

¿Será por eso que es tan difícil hoy en día llegar a un

acuerdo entre las partes?

http://cuadernos.inadi.gob.ar/numero-02/paula-sibilia-como-ser-un-cuerpo-contemporaneo/

agosto 2010 ¿Cómo ser un cuerpo contemporáneo?

por Paula Sibilia

La felicidad es un estado bioquímico y no depende necesariamente de un hecho específico, explica la terapeuta corporal Regina Favre [...]. “El secreto es transformar la adrenalina –asociada al miedo, al estrés y a la ansiedad– en endorfina y serotonina, que están relacionadas con la sensación de bienestar”.

Revista Claudia

(Brasil, 2010)

Los modos y usos corporales han cambiado mucho en las últimas décadas. Sería difícil negar la feliz relajación, entre nosotros, de aquellos rigores que amarraban y presionaban a los cuerpos heredados de la cultura decimonónica, cuya vigencia permaneció casi intacta hasta bien adentrado el siglo XX. Sin embargo, algo insiste en conspirar contra la tan buscada libertad corporal, aquella que casi se creyó alcanzar al galope de los revoltosos años sesenta y setenta. Una mirada genealógica, atenta a las metamorfosis más recientes, sospecharía que los dispositivos de poder se reacomodaron tras aquellos ataques que intentaron dinamitarlos, redoblando su eficacia al suscitar fervores y ataduras más a tono con el nuevo clima de época.

Lo cierto es que hoy en día, en plena era del “culto al cuerpo” y de la felicidad compulsiva, ya no nos desvelan ni la represión de los deseos prohibidos ni las culpas ceñidas en polvorientos recatos. Pero tampoco parece tratarse de un regocijo que brota en sabia plenitud, a flor de piel o en grata comunión con los demás, sin ningún tapujo capaz de aguar la fiesta tan arduamente conquistada. No es exactamente ése el cuadro contemporáneo. ¿Por qué? Al menos en parte, porque son otras las fuerzas que movilizan a quienes circulan por este planeta globalizado, impulsando determinadas configuraciones corporales y subjetivas mientras desalientan cualquier desvío de esos carriles priorizados.

La moral de la buena forma

Page 16: Entrevistas a Paula Sibilia

¿Acaso puede hablarse, todavía, de normas y desvíos? Si es cada vez más evidente que las reglas del juego se han redefinido en las últimas décadas, también parece innegable que una vigorosa estimulación constante se infiltra en los cuerpos contemporáneos, sembrando un vasto conjunto de apetitos que riñen unos con otros en goloso torbellino y solicitan, todos juntos, su urgente consumación. Entonces, liberados al fin de las severidades disciplinarias y de ciertos moralismos de otrora, los cuerpos del nuevo milenio se ven suavemente intimados a adecuarse a otros ritmos y moldes. Así como a respetar novedosos tabúes que, al fin de cuentas, terminan canalizando productivamente sus potencialidades; y, por ende, también las cercenan. En ese camino descubrimos —con cierta perplejidad, aunque no raramente anestesiada debido a su veloz “naturalización” en el sentido común— algo que suena a estafa: el nuevo pacto no es tan generoso como prometía ser.

Para poder disfrutar de las delicias inherentes a la celebración corporal que supimos conseguir, hay que cumplir una serie de requisitos. Todo un cortejo de valores sumamente actuales se alinea en torno a la flamante moral de la buena forma, que exige no sólo autoestima, bienestar y calidad de vida, sino también originalidad, éxito y alto desempeño en todos los ámbitos. Todo eso regado con generosas dosis de placeres inmediatos y constantes, y todo espectacularmente visible. Se despliega, entonces, una paradoja tan imprevista como elocuente: el “culto al cuerpo” no ha traído solamente sensaciones agradables, ligadas al gozo de la feliz condición encarnada. El lado sombrío de esa tendencia es la inesperada transformación del propio cuerpo en fuente permanente de inquietudes y disgustos.

Al tener que someterse a una incesante labor correctiva, que suele ser tan entusiasta como penosa, el cuerpo también sufre. Una y otra vez se lo castiga debido a la tenaz intransigencia de su constitución material, que se juzga siempre inadecuada a la luz de un modelo cuya consistencia es tan volátil como las imágenes que lo asedian. Porque lo que se anhela, en esa lucha desigual contra la tozudez de la carne, es alcanzar una virtualización de índole imagética: tan etérea como dolorosa, tan descarnada como descarnante. Un cuerpo que, curiosamente, deberá renunciar a su espesor carnal para poder consumarse triunfalmente como tal.

Es así como opera la moral de la buena forma: los individuos expuestos a todas las presiones del desencantado y acolchonado mundo contemporáneo, son interpelados por los discursos mediáticos que enseñan las facciones y leyes del “cuerpo perfecto”; al mismo tiempo, se los mantiene al tanto de todos los riesgos vinculados a las actitudes y los estilos de vida que podrían apartarlos peligrosamente de ese ideal. El mero hecho de vivir —es decir, el azar de ser un cuerpo vivo, orgánico y con densidad material—ya es una enorme desventaja en esa misión, puesto que casi todo conduce al fatal deterioro físico. Comer, por ejemplo, aunque sea tan sólo alimentos ligeros y saludables, o simplemente estar en el mundo mientras el tiempo transcurre y va dejando sus abominables secuelas en la carne. Todo conduce, inexorablemente, a la degeneración de aquella pulcra imagen corporal que alumbra la senda rumbo a la tierra prometida.

Page 17: Entrevistas a Paula Sibilia

Aún así, se nos dice que es posible prevenir lo peor; o, al menos, que se podría postergar la llegada de ese desenlace fatídico. O bien, algo que tal vez sea más importante todavía, al menos por ahora: es posible —e insistentemente recomendado— disimular las señales visibles de esa tragedia, que se exponen cruelmente en la propia piel. No es tarea fácil: ese emprendimiento requiere una extenuante gestión de sí mismo, que incluye tanto el indispensable autocontrol como la cotidiana adhesión a los estilos de vida considerados correctos. Hay que estar siempre alerta, al tanto de los riesgos que se corren, bien informados sobre las diversas formas de prevenirlos o administrarlos, con el fin de tomar las decisiones adecuadas y actuar siempre lo más correctamente posible. Todo eso para mantener bajo control los inevitables desmadres del lastro demasiado carnal que cada uno carga consigo. En sintonía con ciertos principios básicos del ideario neoliberal, la responsabilidad individual constituye la base de esta nueva serie de sujeciones y condenas morales, que han hecho del cuerpo humano su principal campo de batalla.

De los abismos interiores al yo espectacular

Cabría indagar cuáles son las fuerzas que configuran este cuadro. ¿Qué lleva a una legión de sujetos contemporáneos a rendir esta curiosa forma de culto al cuerpo que, al mismo tiempo en que lo exalta, también lo desprecia tan violentamente? Parafraseando a Gilles Deleuze, la incógnita sería: ¿para qué se los usa? O, más precisamente, cuál es el impulso que moviliza a quienes buscan cincelar en la propia carne los relieves del “cuerpo perfecto”. Sorprende que sea, justamente, la textura carnal y material del cuerpo humano, su consistencia biológica y su viscosidad orgánica, lo que se transformó en el blanco de un rechazo activo en las sociedades occidentales de principios del siglo XXI. ¿Cómo explicar semejante incomodidad con respecto a la materialidad del organismo humano? No es fácil justificar semejante pirueta moral, en una época que supuestamente enaltece la condición corpórea de la subjetividad, y que optó por sumergirse sin culpas en toda la gracia del mundano bienestar.

Quizás uno de los vectores que llevan a embarcar en esa lucha emane de una creencia ya bastante arraigada entre nosotros: la apuesta en el valor de la imagen que cada uno es capaz de proyectar, tanto en los espejos como en las miradas ajenas. Una imagen que, al compás de las transformaciones históricas que vienen afectando a la subjetividad moderna, se considera capaz de revelar quién se es. Porque esos cambios que afectaron a los cuerpos acompañan, con idéntica intensidad, transformaciones comparables en la constitución de los “modos de ser”. En las últimas décadas se ha detectado, por ejemplo, un gradual desvanecimiento de aquello que se conocía como “vida interior”. Una compleja serie de factores confluyó para disminuir el peso y el valor que esa instancia solía detentar a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX. En contrapartida, el aspecto físico se prioriza, cada vez más, como la sede de todo aquello que hasta hace poco tiempo se creía hospedado en las enigmáticas esencias interiores. Según rezan los credos más actuales, si los contornos de esa imagen corporal logran obedecer a las duras reglas morales de la buena forma, entonces el privilegio de ostentarla será sinónimo de éxito en los diversos ámbitos de la vida: realización profesional, placer sexual, equilibrio emocional, autoestima, belleza, bienestar. En suma, la mismísima definición de la felicidad en los albores del siglo XXI: una alta “calidad de vida”.

Page 18: Entrevistas a Paula Sibilia

Sin embargo, esa búsqueda tan contemporánea por la plenitud se ve espoleada por una maquinaria muy poderosa: la industria de la insatisfacción. Algo que se apoya en una intrincada red de valores y creencias, según la cual el hecho de ser viejo, feo o gordo —en suma, acarrear una anatomía imperfecta, en cualquiera de sus acepciones actuales— constituye una falla de carácter individual. Un error en la propia programación corporal, que se debería evitar a cualquier costo o, por lo menos, habría que ocultarlo vergonzosamente de la vista ajena. En el reino de la “libre opción” en que vivimos, carecer de fitness implica estar fuera de lugar, y esa inadecuación es imperdonable porque conspira contra el magno ideal de felicidad actualmente en vigor. Un error grave, por tanto, pero que a pesar de todo se podría resolver técnicamente; y, claro está, no se trata de una mera posibilidad entre muchas otras: se considera que debería solucionarse de ese modo.

Para eso, el mercado ofrece un amplio catálogo: toda suerte de artilugios que prometen adecuar el propio cuerpo al modelo ideal exhalado por las imágenes mediáticas. Pero hay una prerrogativa fundamental para que todo ese engranaje funcione: además de brindar la solución, el mercado no cesa de vender también el problema, renovándolo y reforzándolo en cada temporada. Al final, no es tan inverosímil que la estrategia rinda sus frutos. De hecho, bajo la resplandeciente luz de las “maravillas del marketing”, suele comprarse en el mismo paquete tanto el problema como la solución. A veces, inclusive, hasta por él mismo precio. Esa es la reacción que se espera, al menos, de aquella parte de la población global incluida en la definición de “consumidores”. Aunque eso tampoco basta: hay que renovar sin pausa ese acervo, actualizarlo constantemente y mantenerlo siempre al día. Ese es el motivo por el cual se debe prestar atención a cualquier indicio expuesto en la superficie corporal, por imperceptible que parezca, ya que todos los defectos son significativos y deberían borrarse con ahínco.

No es nada fácil, en fin, ser un cuerpo contemporáneo. De allí la insistencia informativa, las convocaciones constantes a la auto-vigilancia y al autocontrol, así como a la ampliación y la correcta capitalización de las capacidades psicofísicas para estar a la altura de los tiempos que corren. Ante la menor sospecha de falencia en semejante desafío, habrá que operar las actualizaciones necesarias en los propios organismos, con el fin de evitar el riesgo siempre presente de la obsolescencia. Y con el propósito de mantener, también, una alta performance en estado de visibilidad permanente. Ese detalle es central: de nada sirve preservar químicamente la felicidad si esa sensación no se expone espectacularmente, si no está a la vista para ser admirada por cualquier platea. Se trata de un componente primordial de las ambiguas relaciones entre el culto al cuerpo y la búsqueda de la felicidad en el mundo contemporáneo, porque esa figura estetizada que tanto se cotiza es una silueta que se comercializa y se desea como imagen: un cuerpo fragilizado en su impotente condición estática y bidimensional. Un cuerpo auto-reverenciado, en fin, cuja presencia constante en el primer plano de las preocupaciones puede bloquear la emergencia de otros sueños y realizaciones.

Culto a sí mismo y consumo de cuerpos ajenos

Ese ideal corporal tan contemporáneo —una silueta reducida a su mera apariencia como imagen codificada— parece monopolizar las atenciones en el “cuidado de sí”, y esa

Page 19: Entrevistas a Paula Sibilia

concentración limita drásticamente el abanico de las experiencias individuales y colectivas que hoy se vuelven pensables o posibles. Así, en una búsqueda paradójica por la satisfacción personal y la autoestima (descuidando la anticuada alter-estima), esa dinámica tan actual puede dar a luz subjetividades sumamente vulnerables, esclavizadas por la resplandeciente lisura del propio ombligo. Así, aún tras la ardua liberación de las anclas que ataban al yo interiorizado de la era industrial, con todas las tiranías de la “moral burguesa” que amordazaban sus potencias e hinchaban sus minucias hasta la desmesura, tampoco en ese terreno parece realizarse, hoy en día, la tan prometida “emancipación”.

En vez de aprovechar esa valiosa oportunidad para enriquecer el campo del posible inventando nuevos modos de ser y estar en el mundo, los movedizos cuerpos contemporáneos tienden a caer en trampas inéditas. Tal vez porque los vacíos dejados por todas esas pesadas referencias suelen buscar satisfacción recurriendo a una infinidad de mercaderías descartables. O, quizás, porque tanto revuelo y cierta frustración terminaron anestesiando algo que hoy brilla por su ausencia: el entusiasmo.

Sólo restaría, entonces, apropiarse de los objetos para rellenar esos sentidos que escasean. Una profusión de mercaderías permiten compensar esas carencias, en un mundo desencantado por haber perdido la conexión simbólica y sagrada con el cosmos —y, podríamos agregar, también con las profundidades de los abismos interiores que solían insuflar cada esencia individual—, aunque constantemente re-encantado gracias a los espejismos irradiados por el triple matrimonio entre la tecnociencia, los medios y el mercado. Esa premisa, que sustenta los pilares del consumismo, es la misma que atiza la apropiación imaginaria de los cuerpos ejemplares expuestos en las vitrinas mediáticas: al fin y al cabo, en esos actos de “consumo”, lo que se busca es ser alguien. Y acariciar la felicidad, según su definición más renovada que revela, sin embargo, sus nudosas raíces históricas.

Así es como los medios de comunicación realizan, incansablemente, su civilizada alianza tácita con la tecnociencia y el mercado, cuyo fin consiste en ofrecer soluciones para que los consumidores puedan sobrellevar sus dramas de época. Las diversas bagatelas que relumbran en las vidrieras prometen subsanar las fallas inherentes a nuestra indigna condición carnal; de forma siempre momentánea, claro, pero más o menos eficaz. Como se sabe, tal es el objetivo de la técnica: producir efectos; ser, por tanto, eficaz. Sus herramientas no buscan elucidar una verdad subyacente a los fenómenos ni tampoco enunciar grandes preguntas, sino tan sólo ofrecer intervenciones correctivas para problemas técnicamente definidos. O sea, aquellos en cuya formulación están ausentes todos los otros aspectos que podrían participar de su enunciación; ya sean problemas de tipo político, social, cultural, moral o ético. En un mundo que respeta exclusivamente ese tipo de saber, despreciando todas las demás fuentes de sentido, lo único que importa es que los dispositivos inventados (y vendidos y comprados) sean capaces de producir los efectos deseados.

Por eso es tan obstinada la intimación al “reciclaje” y a la actualización constante, que se da tanto en nombre de la eficacia —la creciente exigencia de desempeño, performance y competitividad— como de otros valores igualmente prioritarios en el contexto contemporáneo: la singularidad individual, la creatividad, la autoestima, la salud y el fitness, la calidad de vida y la felicidad. Con su perfil risueño y su credo tan compartido como

Page 20: Entrevistas a Paula Sibilia

indiscutible, esta última asume el rostro de otra “tiranía” sumamente poderosa. Lo que importa, en síntesis, es que tanto el problema como la solución sean constantemente reinventados, comprados y vendidos, mientras la insatisfacción sigue productivamente garantizada. Así se anestesia la posibilidad de desdoblar todos esos impulsos en acciones realmente creativas, algo que permanece eclipsado por los fulgores que destila ese curioso ideal contemporáneo, en apariencia nimio y hasta tontamente inofensivo: la imagen del cuerpo perfecto.

http://archivo.lacapital.com.ar/2005/12/24/seniales/noticia_256858.shtml

Primera persona] Paula Sibilia

Resistir un mundo feliz

La autora de "El hombre postorgánico" dice que la sociedad industrial está siendo desplazada por un modelo que integra el hombre y la técnica en función del mercado

Fernando Toloza / La Capital

En un horizonte de digitalización universal, la era del hombre industrial da muestras de estar llegando a su fin. Un nuevo modelo, que pretende que el cuerpo es obsoleto, asoma con un imperativo diferente: lograr una total compatibilidad entre el hombre y la técnica, con una actualización tecnológica permanente, que busca sus destinatarios ya no entre ciudadanos sino entre consumidores que puedan adquirir dispositivos en el mercado. "El hombre postorgánico", el libro de la investigadora Paula Sibilia, publicado por Fondo de Cultura Económica, aborda con mirada crítica las bases filosóficas de ese pasaje de un modelo de hombre determinado por la sociedad industrial a otro signado por la idea de que el cuerpo humano es pura información.

Sibilia se licenció en Antropología y Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires y desde hace diez años vive en Brasil, donde continuó sus estudios en la Universidad Federal Fluminense y en la Federal de Río de Janeiro. "El hombre postorgánico" se publicó originalmente en portugués en 2002. Ahora Sibilia lo tradujo al castellano y lo actualizó. De paso por Argentina, para la presentación porteña del libro, habló con Señales.

-¿Cuál fue el punto de partida de "El hombre postorgánico"?

-Este libro es una versión de la disertación de una maestría que hice en Brasil. Lo terminé en 2002 en Río de Janeiro pero el punto de partida es anterior porque yo trabajaba estos temas en la Universidad de Buenos Aires, con Christian Ferrer, que tiene una cátedra en la carrera de Comunicación que se llama Informática y Sociedad, pero que tal vez debería llamarse Filosofía de la Técnica porque trabaja sobre el análisis de la técnica en su contexto social y cultural, sobre todo con énfasis en lo contemporáneo pero contrastado con la modernidad y otros momentos históricos. Yo venía trabajando en estos temas desde hace casi veinte años y los retomé en la maestría, y en el medio trabajé mucho en periodismo de tecnología (Internet,

Page 21: Entrevistas a Paula Sibilia

computadoras, novedades tecnológicas). Por lo cual me encontré con mucho material informativo y esa inquietud filosófica. Se mezclaron esas dos vertientes.

-¿Hubo cosas que quedaron viejas en el análisis entre la edición brasileña y la argentina?

-Creo que no, pero no soy la mejor persona para juzgarlo (risas). Si el análisis está bien hecho, no quedaría viejo porque me refiero a un momento histórico que es el contemporáneo y me parece que todavía no envejeció. Es más, muchas tendencias que estaban anunciadas se confirmaron, se subrayaron aún más con el auge de la genética, las neurociencias y la teleinformática. La retórica de la genética, del cuerpo como información, está cada vez más popularizada e impregna el sentido común. Esa forma de entender la vida y al cuerpo humano como un código genético o información que circula por los circuitos cerebrales, de usar metáforas digitales y ya no mecánicas, es algo que no envejeció.

-En el libro marcás una fuerte ligazón entre tecnología informática y la nueva biología...

-Esa alianza se está profundizando, cada vez más la medicina enraizada en la biología molecular requiere el uso de dispositivos informáticos (scanners, webcams); tanto el diagnóstico como el tratamiento requieren dispositivos informáticos para leer el cuerpo humano.

-Por el panorama que describís los avances tecnocientíficos van en contra del modelo de ser humano que hasta hace poco funcionaba.

-A veces parece que tengo una nostalgia por ese modelo, pero es una estrategia discursiva para desmitificar una vez más la idea de progreso. Muchos avances científicos son valiosos, en medicina y en teleinformática, pero lo que yo quería señalar era que toda esa parafernalia técnica con la cual convivimos y que está en el paisaje contemporáneo no es neutra, responde a los intereses de un determinado proyecto histórico, éste de la sociedad en la que vivimos ahora, que es distinto al de década atrás, de la sociedad industrial. Obviamente hay continuidades entre uno y otro, pero a mí me interesa resaltar las diferencias para entender mejor lo que está pasando. Con el cambio de proyecto, cambia la idea de sujeto que protagoniza esos dos mundos. No sería ya más aquel hombre moderno (el hombre psicológico, el hombre sentimental, el hombre máquina) sino que estaríamos transformándonos en otro tipo de sujeto. Es algo que está sucediendo ahora y es difícil fotografiar.

-Pero no es un abandono total.

-Ese modelo del hombre moderno que estamos superando tiene muchos aspectos negativos: lo más fácil de criticar es que el humanismo clásico no contemplaba a la mujer, o su idea del hombre blanco y europeo. Entonces el cambio es bienvenido. Sin embargo, hay otros aspectos de ese paradigma de hombre que estaríamos dejando de lado y que tal vez no sean tan descartables, y quizás se están sustituyendo por algo que tal vez no sea mejor. Es algo que tiene ser pensado y discutido.

Page 22: Entrevistas a Paula Sibilia

-Lo que parecen compartir los dos modelos es dejar afuera a la mayoría de la población, la que vive en la pobreza, que estaba lejos de lo industrial y también lo está de la digitalización.

-Todas estas novedades rimbombantes tecnocientíficas no están destinadas a toda la población, a los ciudadanos de todos los países del mundo, sino que se dirigen a los consumidores. Los dispositivos están disponibles y apuntan a targets , segmentos de mercado específico que puedan comprarlos. Hay muchos ex ciudadanos que no entran en la categoría de consumidores. En la definición moderna, la ciencia y el progreso, al menos idealmente, estaban destinados a mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos, del mundo y la humanidad. Los avances de hoy están dirigidos sólo a ciertos consumidores.

-En tu análisis hablás de dos modelos científicos, el prometeico y el fáustico. Si se piensa en Prometeo o en Fausto los dos terminan mal, uno con el hígado comido por un buitre y el otro condenado por vender su alma al diablo. ¿Tu mirada a la historia de la ciencia es pesimista?

-(Risas) Es complicado responder esto porque hay una polémica clásica entre los apocalípticos e integrados, sobre el pesimismo y el optimismo, tanto en los medios de comunicación como en la tecnología. Tal vez sea una oposición no muy productiva, quizás sería mejor observar las cosas desde otro punto de vista y pensar más bien que el cuadro es realmente complicado. Ser optimista en el sentido de ingenuidad no vale la pena, y es cada vez más difícil entender y cuestionar y cambiar lo que está sucediendo. Mi énfasis, y por eso pienso que no soy pesimista, está en el cuestionamiento y en el cambio. Creo que se puede mejorar, y los autores en los que me baso (Foucault, Deleuze, y yendo más atrás Nietzsche) piensan el mundo que les ha tocado vivir con una preocupación por la situación y con una fuerte voluntad de cambio y un fuerte amor por la vida; diría que el fin es mejorar las condiciones de la gente y por eso no me siento pesimista.

-Foucault, según una cita del libro, habla de cómo las ciencias sociales pueden aceitar los mecanismos del poder. ¿Un libro que critica las tendencias actuales tiene que ser un libro paranoico, en el sentido de que su saber puede ser usado por el poder y entonces inutilizarse?

-Creo que sí, pero eso no debería inhibirnos para seguir adelante e inventar nuevas armas, como diría Deleuze. Si adherimos a la definición de cómo funcionan los mecanismos de poder, que se reciclan y fagocitan todo lo que se le opone... Quiero decir, esta definición de poder, más compleja que la que consiste en reprimir y forzar, reconoce que la resistencia forma parte del poder, es decir que no es una relación de arriba-abajo sino que es una red.

-Sin resistencia no habría poder...

-Claro, requiere la resistencia porque de lo contrario no es relación de poder. Si aceptamos esta definición de poder, aceptamos que la resistencia va a influir en el mecanismo de poder, y éste va a actualizarse constantemente para doblegar esa resistencia. La resistencia también tiene que actualizarse para poder zafarse del poder y doblegarlo. Si suponemos que mi libro es una situación de resistencia, y el poder lo fagocita y lo desvitaliza, eso no indica que no debía haberlo hecho, sino que tengo que hacer otro, mejor.

Page 23: Entrevistas a Paula Sibilia

-¿Vivimos en el "mundo feliz" de Aldous Huxley?

-El libro de Huxley fue premonitorio en muchos sentidos, sobre todo en prever el papel que tendría más adelante la genética, aunque no pudo prever el avance de las telecomunicaciones. En "Un mundo feliz", como en otras contrautopías del siglo XX, estaba muy presente la idea de la fábrica y del trabajo obrero, y ahora el mundo contemporáneo no necesita enormes continentes de esclavos, disciplinados, para trabajar en fábricas; al contrario, lo que necesita son consumidores, subjetividades ávidas, dispuestas a "ser felices".