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- Nunca es más oscura la noche como en el instante previo al amanecer - Edición electrónica Año I, Nº 2, Otoño de 2012 XUL SOLAR (1887 -1963) Pan Árbol. 1954, Acuarela, 35,5 x 24 cm. Buenos Aires. Єquinoccio es una publicación de política y cultura en tiempos de desencan- to. Editor: Rubén Manasés Achdjian. Editado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina. Correo electrónico: [email protected] CONTENIDO Cartas del editor En la actualidad argentina, la izquierda liberal preserva una manifiesta vocación republicana. No siempre ha sido así - podemos discutirlo en otro momento- pero desde la res- tauración del estado de derecho en 1983 el republicanismo ha sido una línea axiológica y programática de la cual no se ha apartado. Portada /Xul Solar “Sobre él escribió su invariable amigo Jorge Luis Borges: “Me parece estar viendo a ese hombre alto, rubio y evidentemente feliz. Creo que uno puede simular muchas cosas, pero nadie puede simular la felicidad. En Xul Solar, se sentía la felicidad: la felicidad del trabajo, y sobre todo, de la continua invención. Lugones: el profeta de la espada Pocos días atrás, el 18 de febrero, se cumplió sin pena ni gloria un nuevo aniversario de la muerte de Leopoldo Lugones, nuestro poeta de la patria. Y el olvido se deba, tal vez, a que con Lugones no puede haber término medio: se lo vitupera o se lo idolatra. Pen- sar y repensar a Lugones impone siempre una tarea in- cómoda; porque aun olvidado, vituperado o admirado hasta el paroxismo, su vida y su literatura son un producto de genuino corte argentino. Como Sarmiento, como Bor- ges. Como Arlt, como Walsh. Escasez, provisiones y titularidades: el problema de la seguridad y la soberanía alimentarias. Si para Rousseau la naturaleza tal como la imaginó- afir- ma la condición de humanidad, para Sartre la naturaleza pone en evidencia la inhumanidad de los hombres, lanzados a una encarnizada lucha por la satisfacción de sus necesida- des Además: Un Año sin Viñas El tuerto discurso del federalismo defensivo.

Equinoccio - Año 1 / Número 2

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Revista Argentina de Política & Cultura.

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- Nunca es más oscura la noche como en el instante previo al amanecer –

- Edición electrónica – Año I, Nº 2, Otoño de 2012

XUL SOLAR (1887 -1963)

Pan Árbol. 1954, Acuarela, 35,5 x 24 cm.

Buenos Aires.

Єquinoccio es una publicación de política y cultura en tiempos de desencan-to. Editor: Rubén Manasés Achdjian. Editado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina. Correo electrónico: [email protected]

CONTENIDO Cartas del editor En la actualidad argentina, la izquierda liberal preserva una manifiesta vocación republicana. No siempre ha sido así -podemos discutirlo en otro momento- pero desde la res-tauración del estado de derecho en 1983 el republicanismo ha sido una línea axiológica y programática de la cual no se ha apartado.

Portada /Xul Solar “Sobre él escribió su invariable amigo Jorge Luis Borges: “Me parece estar viendo a ese hombre alto, rubio y evidentemente feliz. Creo que uno puede simular muchas cosas, pero nadie puede simular la felicidad. En Xul Solar, se sentía la felicidad: la felicidad del trabajo, y sobre todo, de la continua invención.”

Lugones: el profeta de la espada

Pocos días atrás, el 18 de febrero, se cumplió sin pena ni gloria un nuevo aniversario de la muerte de Leopoldo Lugones, nuestro poeta de la patria. Y el olvido se deba, tal vez, a que con Lugones no puede haber término medio: se lo vitupera o se lo idolatra. Pen-sar y repensar a Lugones impone siempre una tarea in-cómoda; porque aun olvidado, vituperado o admirado hasta el paroxismo, su vida y su literatura son un producto de genuino corte argentino. Como Sarmiento, como Bor-ges. Como Arlt, como Walsh.

Escasez, provisiones y titularidades: el problema de la seguridad y la soberanía alimentarias. Si para Rousseau la naturaleza –tal como la imaginó- afir-ma la condición de humanidad, para Sartre la naturaleza pone en evidencia la inhumanidad de los hombres, lanzados a una encarnizada lucha por la satisfacción de sus necesida-des Además:

Un Año sin Viñas El tuerto discurso del federalismo defensivo.

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PORTADA

XUL SOLAR (Provincia de Buenos Aires, 1887 – 1963)

scar Alejandro Schulz Solari (Xul Solar) ocupa con suficiente mérito un lugar muy destacado ente los más grandes artistas

argentinos del siglo XX. Hijo de la inmigración decimonónica que permi-tió constituir nuestra modernidad –recordemos a su padre alemán y a su madre italiana-, la obra de Xul no podría ser catalogada en ningún campo específi-co de las artes. Antes bien, su extenso trabajo reco-rre con soltura los variados campos de las artes vi-suales, la arquitectura, la escultura, la música, las letras, la astrología y la lingüística.

Sobre él escribió su invariable amigo Jorge Luis Borges: “Me parece estar viendo a ese hombre alto, rubio y evidentemente feliz. Creo que uno puede simular muchas cosas, pero nadie puede simular la felicidad. En Xul Solar, se sentía la felicidad: la felicidad del trabajo, y sobre todo, de la continua invención.”

Nació en San Fernando, provincia de Buenos Ai-res, el 14 de diciembre de 1887. En 1905 inició sus estudios de arquitectura, que habría de abandonar poco tiempo después.

En 1912 decidió realizar un largo viaje por Eu-ropa, comenzando por la ciudad de Londres. Al inicio de la Gran Guerra europea se trasladó a París, y más tarde a Florencia –donde conoció a Emilio Pettoruti, quien se convirtió en su amigo y compa-ñero de travesía- y Milán.

De aquellos intensos años europeos surgió el Ne-ocriollo –un experimento de Xul por crear una nueva lengua para América Latina, basada en la combina-ción del castellano y el portugués- y una notable producción de más de setenta obras que expuso en diversas ciudades.

Regresó al país en 1924 y se vinculó con el grupo Martín Fierro. Fue allí cuando entabló una intensa amistad con J. L. Borges y Leopoldo Marechal. En 1929 tuvo lugar su segunda muestra individual don-

de ya se aprecia con mayor nitidez las influencias de la teosofía y el rosacrucismo. Durante las décadas de 1940 y 1950 Xul inventa el Pan Ajedrez y perfecciona la Pan Lengua, lo que lo lleva a ser considerado como un verdadero teórico del lenguaje. De aquellos años datan también las Pensiformas, caracteres de escritura bajo la forma de obras plásticas. En 1960 participó de una muestra colectiva reali-zada en ocasión del 150˚aniversario de la Revolu-ción de Mayo y se inició en el Kriya Yoga. Entre 1961 y 1962 sus obras fueron expuestas en Río de Janeiro y París. Xul siguió dictando conferencias acerca de la necesidad de hallar un neo-lenguaje más perfecto y sencillo que el castellano. Xul Solar, el genial creador de universos, falleció en Buenos Aires el 9 de abril de 1963. Є

CORREO DEL EDITOR

SIGNIFICANTES E INSTRUMENTOS

n la actualidad argentina, la izquierda libe-ral preserva una manifiesta vocación repu-blicana. No siempre ha sido así -podemos

discutirlo en otro momento- pero desde la restaura-ción del estado de derecho en 1983 el republicanis-mo ha sido una línea axiológica y programática de la cual no se ha apartado.

Existen además otras izquierdas que no compar-ten esta vocación, salvo de una manera táctica, y en esto también han mantenido su coherencia a lo lar-go del tiempo.

Por su parte, la izquierda populista –en especial, la que reconoce una raigambre peronista- se ha plantado desde sus orígenes hacia finales de los cin-cuenta como un fenómeno de exceso frente al dis-curso del republicanismo clásico. Como señala Ma-ristella Svampa (El dilema argentino: civilización o barba-rie. Buenos Aires: Taurus, 1º edición, 2006. p. 277) el populismo, al intentar crear una fuente de legiti-midad política que logre superar con éxito el forma-lismo republicano, se presenta ante éste como exce-so pero a la vez, como déficit frente a las formas políticas de tradición autoritaria.

Asimismo, el discurso populista (y del naciona-lismo como una de sus más efectivas variantes) ha manifestado desde siempre una creencia fundacional a considerar que existe una sustancia política prime-ra, trascendente, precedente a la república (como a cualquier otra forma de organizar los pactos políti-cos), a la que denomina Pueblo-Nación.

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De esta manera, el divorcio vincular que aún hoy en día existe entre las izquierdas liberal y populista encuentra su origen en el lugar donde cada una ellas ha colocado la fuente de la legitimidad del orden político: las instituciones de la república y el Pueblo-Nación. Vemos brevemente cada caso.

La izquierda populista tiene su cuota de razón al señalara que la república no puede ser otra cosa que un hecho contingente, si se la define como el con-senso básico que se establece acerca de las reglas de juego a las que deben someterse todos los actores de un sistema político. También tienen razón cuan-do señalan que República no es sinónimo necesario de Democracia, aunque resulta claro a esta altura de la historia que ésta última no ha subsistido jamás sin la primera.

La izquierda liberal, por su parte, acierta cuando argumenta que el Pueblo – Nación no es otra cosa que un significante vacío que no puede constituirse sino como una parcialidad precaria. Tal significante de-viene de un momento de construcción de una hegemonía que la engloba y le da sentido; de un momento inestable en el cual una parcialidad recla-ma para sí la representación de una totalidad que la excede. Pero para realizar esta compleja operación a través de la cual una plebs se transforma en populus, esta parcialidad con pretensión hegemónica debe abandonar su visión particular (esto es, acepta des-naturalizarse y difuminarse) para formular una vi-sión del mundo más general que incluya y a la vez interpele a las visiones de todas aquellas otras par-cialidades a las que pretende conducir. Esto es lo que básicamente señala Ernesto Laclau en “La razón populista” (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1º edición, 4º reimpresión, 2009, p.213). Dice Laclau: “La consecuencia es inevitable: “la construcción de un pueblo es la condición sine qua non del funcionamiento democrático. Sin la pro-ducción de vacuidad no hay pueblo, no hay popu-lismo, pero tampoco hay democracia”.

Similar a lo que ocurre con la república, la exis-tencia de una legitimidad basada en el difuso y pre-cario concepto de Pueblo-Nación tampoco garanti-za, per se, la existencia de la Democracia.

Este dilema afecta, por cierto, a los debates cen-trales de las izquierdas democráticas (sean liberales o populistas), y por qué no admitirlo, aun a los de una porción de las derechas liberales apegadas a la legi-timidad del orden constituido y a las libertades civi-les.

En cambio, las derechas y las izquierdas autori-tarias tienen muy en claro la idea de que el Pueblo-Nación constituye una entidad semántica vacía y que la república es siempre un elemento instrumen-

tal y viable toda vez que sea funcional a sus inter-eses.

En este estado de las cosas, resulta necesaria la actualización de un diálogo que supere estas limita-ciones originarias del pensamiento de las izquierdas. El esfuerzo intelectual consiste precisamente en que la tradición populista de las izquierdas consienta en ajustarse al ceremonial republicano, viendo en ello una oportunidad antes que una amenaza, al mismo tiempo que la tradición liberal permita ampliar, des-de la izquierda, el austero concepto que el discurso republicano clásico abriga acerca de ciudadanía y la igualdad. El debate sigue abierto. Є

LITERATURA & IDEAS

LUGONES: EL PROFETA DE LA ESPADA

Escribe: Rubén Manasés Achdjian

ocos días atrás, el 18 de febrero, se cumplió sin pena ni gloria un nuevo aniversario de la muerte de Leopoldo Lugones, nuestro poeta

de la patria. Y el olvido se deba, tal vez, a que con Lugones

no puede haber término medio: se lo vitupera o se lo idolatra. Pensar y repensar a Lugones impone siempre una tarea incómoda; porque aun olvidado, vituperado o admirado hasta el paroxismo, su vida y su literatura son un producto de genuino corte ar-gentino. Como Sarmiento, como Borges. Como Arlt, como Walsh.

Precisamente Borges escribió sobre él: “No hay una página de su numerosa labor que no pueda leer-

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se en voz alta, y que no haya sido escrita en voz alta”. (Leopoldo Lugones. Buenos Aires: Emecé, 1998)

Pues bien: Borges se equivocó. Existen muchas páginas de Leopoldo Lugones, demasiadas, que nadie se atrevería a leer hoy en voz alta sin experimentar un persistente malestar. Pági-nas como el “Discurso de Ayacucho”.

Aún así, este Lugones, el vituperado, el tardío, es el más interesante de analizar; por la profunda trans-figuración que en él operaron los vertiginosos cam-bios políticos de su tiempo.

Sus comienzos en la literatura política, junto con

José Ingenieros, Alberto Gerchunoff y Roberto Payró, estuvieron ligados a las tradiciones libertarias, en las que se conjugó sus ideas anticlericales revesti-das, en su superficialidad, de ciertos ornamentos ideológicos socialistas. Esa fugaz influencia dejó paso, luego, a una militancia conservadora –apoyó en 1904 la candidatura presidencial de Manuel Quintana- para anclarse, en sus últimos años de vida, en el nacionalismo autoritario que, en nuestro país, adoptó del fascismo y del falangismo español sus rasgos más grotescos.

Volvamos al Discurso de Ayacucho: corría el año 1924 y Lugones era, por aquel entonces, el referente más importante de la literatura argentina. Ese mis-mo año se cumplía el centenario de la trascendente batalla de Ayacucho, aquella que marcó la indepen-dencia del Perú y la derrota definitiva de la hege-monía política española en América del Sur. Lugo-nes fue invitado por el gobierno del Perú a partici-par de los actos conmemorativos y hacia allí fue, en noviembre.

La agenda de celebraciones incluía un discurso que, especialmente escrito para la ocasión, ofrecería el “Poeta de la Patria”, como se lo solía denominar. Al evento asistieron importantes personalidades políticas e intelectuales de América; entre ellas, el colombiano Guillermo Valencia –invitado especial de aquella velada– y el presidente peruano Augusto Leguía. En representación del gobierno argentino se hallaba presente el ministro de guerra, un astuto y maniobrero general quien, seguramente, escuchó con extrema atención las palabras que tiene para decir Lugones aquella noche.

Si en algo no se equivocaba Borges era en la des-

cripción del estilo discursivo de Lugones: gestual, ampuloso, lleno de vívidas imágenes constreñidas en un lenguaje abusivamente culterano, sobrecarga-do de metáforas sorprendentes.

Escuchémoslo brevemente, tal como si estuvié-ramos en Ayacucho aquella noche:

“Tras el huracán de bronce en que acaban de pro-rrumpir los clarines de la epopeya, precedidos todavía por la noble trompa de plata con que anticipó la aclamación el más alto espíritu de Colombia (se refer-ía a Valencia), el Poeta ha dispuesto, dueño y señor de su noche de gloria, que yo cierre, por así decirlo, la marcha, batiendo en el viejo tambor de Maipo, a sin-cero golpe de corazón, mi ronca retreta (...)”

Huracanes de bronce, trompa de plata, viejo tambor y

ronca retreta. Así discurría Lugones, empleando estos galimatías de palabras rebuscadas y metáforas des-mesuradas. Y por momentos –imagino al auditorio- insoportablemente aburridas.

Sin abandonar su estilo, Lugones preparaba len-tamente a sus oyentes para las palabras que sobre-vendrían, porque, como poeta de la patria que era, Lugones encarnaba en ese momento (y él lo sabía perfectamente) la palabra de la patria en las tierras peruanas.

Como poeta que era y que se le reconocía, debía esa noche hablar de la guerra; y hablaría con fluidez de ella, como si hubiera estado presente allí, un siglo antes: “Y por último, que es mi derecho y el más precioso - dirá Lugones -, porque constituye mi único bien personal, aquel jilguero argentino que en el corazón me canta la canción eternamente joven del entusiasmo y del amor (…) Por el me tengo yo sabida como si hubiese estado allá la belleza heroica de Ayacucho.”

De este modo fue construyendo esa noche el re-lato de aquella batalla trascendente que en esa noche limeña se evocaba; su metafórico jilguero se lo había contado y eso, en el lenguaje de la poesía, es un ar-gumento absolutamente veraz. Lugones le adosaba ritmo, heroísmo, imágenes, voces a su discurso. Nombraba a Laurencio Silva, el “tremendo lancero negro de Colombia”, refería a la carga de la caballer-ía de Córdova, “el de la célebre voz de mando”; y, por sobre todas las cosas, del paño azul militar que viste “con pobreza monacal la austeridad de la re-pública”.

Hubo de nombrar, también, la presencia de los ochenta granaderos, los últimos sobrevivientes del cuerpo originario creado por San Martín, para re-cordarle, quizás, al presidente peruano que estaba allí presente que la independencia de su país había llegado desde el otro lado de los Andes, desde el Plata.

A lo largo de su discurso, el lenguaje de la guerra fluía de una manera natural, porque en la concep-ción vitalista del Lugones tardío, la guerra constituía

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el principio que le daba movimiento y sentido a la historia.

De pronto, cuando la evocación comenzaba a decaer en intensidad, y el inexorable final de sus palabras parecía próximo, Lugones se detuvo –se habrá tomado, posiblemente, una pausa para escu-driñar el ánimo de quienes lo escuchaban– y co-menzó nuevamente; ésta vez, con el verdadero dis-curso que había ido a ofrecer esa noche. “Señores: Dejadme procurar que esta hora de emoción no sea inútil. Yo quiero arriesgar también algo que cuesta mucho decir en estos tiempos de paradoja libertaria y de fracasada, bien que audaz ideología”. Y pro-clamó, contundente, como un latigazo, su apoteg-ma: “Ha sonado otra vez, para bien del mundo la hora de la espada”.

La hora de la espada era, para Lugones, el adve-

nimiento de un tiempo nuevo de la historia política de los pueblos de América, atribulados por tantos desmanes sufragistas y libertarios; y, a la vez, una po-derosa apelación a la única institución, a su enten-der, austera que quedaba en estas repúblicas deva-luadas de Hispanoamérica, capaz de “rescatar” a la patria y al estado de su penosa contingencia: el sis-tema de gobierno de fracasada, aunque audaz ideo-logía.

Prosigue Lugones: “Así como ésta (la espada) hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada porque ésa es su consecuencia natural, hacia la demagogia o el socialismo.

Un breve comentario, que en este caso sirve para

comprender más profundamente lo que plantea Lugones en su discurso: la concepción de necesidad o contingencia del orden político es una de las cues-tiones centrales que permiten separar la filosofía política en “antigua” y “moderna”. En la antigüe-dad, Aristóteles había interpretado que el estado era una asociación de existencia necesaria, y por lo tan-to, natural y esencial. Esta forma de concebir el or-den político fue, durante la baja edad media, resigni-ficada, entre otros, por el aporte de Tomás de Aqui-no, sobreviviendo en los siglos siguientes, aún hasta en nuestros días, en el cuerpo teológico de la Iglesia. El pensamiento político moderno, de la mano de los contractualistas de los siglos XVII y XVIII, aban-donó definitivamente este enfoque, para abrevar en la idea de que el orden político es una construcción contingente, artificial y accidental. La diferencia central que se establece entre ambas concepciones

es que, mientras para la visión aristotélica- tomista el estado posee una naturaleza inmutable, para la vi-sión contractualista aquél está sujeto a las condicio-nes históricas específicas que prevalecen en el pro-ceso de su creación y desarrollo. Esta es la razón por la cual, para poder exponer sus ideas sin atadu-ras conceptuales que le incomodasen, Lugones de-bió poner “patas para arriba” los principales postu-lados de la filosofía política moderna.

Al respecto Jorge Mayer, en su estudio sobre Lu-gones, señala que para el poeta “(...) El Estado y la Patria pertenecen al estatuto del Ser, el gobierno es contingencia, de allí que la impugnación del sistema de sufragio pase sobre todo por su influencia en este carácter óntico”. También será ésta una de las razo-nes por la cual el Lugones tardío será rescatado por el pensamiento nacionalista católico. Pero, volvamos al texto del discurso que nos ocupa:

“(...) Pacifismo, colectivismo, democracia, son sinó-nimos de la misma vacante que el destino ofrece al je-fe predestinado, es decir al hombre que manda por su derecho de ser mejor, con o sin la ley, porque ésta, como expresión de potencia, confúndese con su vo-luntad”

En este punto Lugones apela a Hobbes, cuando éste, en el Leviatán, se pregunta acerca de cuál sería el destino de las leyes si carecieran de la espada que las sostiene. Y agrega: “En el conflicto de la autori-dad con la ley, cada vez más frecuente, porque es un desenlace, el hombre de espada tiene que estar con aquélla. En esto consisten su deber y su sacrificio. El sistema constitucional del siglo XIX está caduco. El ejército es la última aristocracia, vale decir la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica”.

Y concluye, igualmente contundente: “sólo la vir-tud militar realiza en este momento histórico la vida superior que es belleza, esperanza y fuerza”

Algunos años más tarde, en septiembre de 1930,

Lugones se entusiasmó de manera desmesurada – como toda su prosa ampulosa - ante la irrupción en el escenario político de un militar “predestinado” a restablecer la autoridad frente a la molicie del siste-ma constitucional caduco, encarnada por un viejo caudillo popular pero de férreas convicciones libera-les.

Leopoldo Lugones colaboró, desde un papel de “intelectual orgánico”, con aquel efímero gobierno de facto encabezado por el general José Félix Uribu-ru. En ese mismo año escribió, retomando sus pala-bras de Ayacucho, que “La Patria argentina no es hija de la política, sino de la espada”.

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Sus posiciones se fueron radicalizando al ritmo del entusiasmo que le provocaba esa experiencia política viril y aristocrática. Ese mismo año del golpe militar, Lugones publicó un ensayo que tituló con un sugerente nombre: “Disciplina y Libertad”. En él argumentó lo que sigue:

“La incapacidad del conjunto político llamado pueblo para comprender y realizar la tarea que dejo expuesta, o sea el plan metódico del progreso nacional condu-cente al estado de potencia que debe alcanzar la Re-pública, es evidente. Fáltale no sólo la competencia técnica indispensable para apreciarlo, sino la voluntad coherente para seguirlo, y la elevación patriótica de subordinar al bien común todo interés egoísta. La masa es siempre ignorante, anárquica y concupiscen-te, por la sencilla razón que el hombre no nace culto, equitativo ni virtuoso (…) La falacia del ente político, creado por la ideología liberal bajo el nombre de ciu-dadano, proviene de esa condición nativa; pues con-forme lo ha demostrado la experiencia, el hombre no es capaz ni libre por el mero hecho de nacer”1

Sin embargo, la última aristocracia del imaginario

lugoniano se hallaba profundamente dividida al momento de alzarse con el poder político mediante la fuerza de su espada. El sector uriburista, que con-taba con la simpatía del poeta, pronto debió ceder su posición de mando a aquella otra fracción que lideraba un general liberal, inquieto, cauteloso y maniobrero –como lo habría de definir Carlos Ibar-guren-, quien sería finalmente ungido como nuevo presidente de la nación, luego de un dudoso proceso electoral.

Desde entonces y hasta su repentina muerte, en 1943, el general Agustín Pedro Justo –el astuto ge-neral, ex ministro de guerra y masón, como lo fuera el poeta, que en representación del gobierno argen-tino asistió en aquella noche limeña de 1924 a la evocación del centenario de Ayacucho, tejida por las palabras del poeta Lugones– sería el principal refe-rente de la política argentina.

Leopoldo Lugones se quitó la vida en “El tro-

pezón”, uno de esos frecuentes recreos de las islas del Tigre. Tenía 64 años.

Se dijo que padecía una profunda depresión: al-gunos dirán que a causa de la situación del país; otros, por motivo de un amor clandestino e inco-rrecto para su figura y su época. Lo que sí sabemos es que su premeditada muerte lo sorprendió en so-ledad, leyendo a Groussac y dejando irremediable-mente inconclusa su biografía sobre Julio Argentino Roca.

1 LUGONES (1998: 51)

Lugones hubiera preferido, tal vez, otra muerte. Una más heroica, y no ésa; tan solitaria, con el acre sabor del alcohol mezclado con el cianuro.

Es cierto: tuvo el “poeta de la patria” páginas más felices y celebradas; versos cándidos que se repiten aún, con imperfecta letra, en los cuadernos escolares, como éstos.

Un poco de cielo y un poco de lago donde pesca estrellas el grácil bambú y al fondo del parque, como íntimo halago, la noche que mira como miras tú.

Sobre este Lugones, del grácil bambú y del sublime uso del lenguaje, ya se ha escrito demasiado. Aquél otro, el vehemente profeta de la espada, el autorita-rio, el que nos causa malestar, el que ha quedado traslapado entre sonetos y rimas es, paradójicamen-te, el más rico e intenso, por haber revelado, como pocos, los verdaderos y complejos signos de su tiempo. Є

POLITICA

ESCASEZ, PROVISIONES Y TITULARIDA-DES: EL PROBLEMA DE LA SEGURIDAD Y LA SOBERANÍA ALIMENTARIAS

Escribe: Arturo Herrero Vincente

ún sigue siendo bueno leer a Jean Paul Sar-tre, aunque para muchos suene demodé. ¡Pobre Sartre! Los estructuralistas primero,

y más tarde los posmodernos, lo bastardearon tanto que terminaron por instalar la idea de que Sartre ya no tiene más nada para decirnos. Pues bien, habrá que enmendar el error. Leamos a Sartre:

Toda aventura humana –al menos hasta ahora- es una lucha encarnizada contra la rareza. En todos los niveles de la materialidad trabajada y socializada, en la base de cada una de sus acciones pasivas, encon-traremos la estructura original de la rareza como primera unidad, que a la materia le llega por los hombres y que a los hombres les vuelve a través de la materia” (Sartre, Jean Paul. 2011. Crítica de la Razón Dialéctica, 1ª ed., 1ª reimp. Buenos Aires: Lo-sada, p.279).

Hay traducciones que terminan por debilitar ciertos conceptos que en su lengua original adquie-ren otra fuerza, otra dimensión. Definitivamente yo hubiera suplantado la palabra “rareza” (rareté) por una más efectiva y poderosa: escasez. Sartre está

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hablando del problema sempiterno de la escasez, situándolo como el motor principal de la historia y al hacerlo rompió con la tradición contractualista francesa heredada de Rousseau. No fue una opera-ción sencilla por cierto.

Rousseau sostiene que la naturaleza es capaz de proveer al género humano de todo cuanto necesita; el estado de naturaleza que imagina es un estado suficiente. Sartre, en cambio, parte del supuesto de que no hay suficiente para todos.

Si para Rousseau la naturaleza –tal como la ima-ginó- afirma la condición de humanidad, para Sartre la naturaleza pone en evidencia la inhumanidad de los hombres, lanzados a una encarnizada lucha por la satisfacción de sus necesidades. En este punto de inicio de su filosofía –que, al igual que en toda filo-sofía, encierra siempre una concepción antropológi-ca- Sartre es definidamente hobbesiano; los hom-bres actúan como lobos para el resto de los hom-bres, lanzándose a una tenaz disputa por establecer su dominio sobre los bienes escasos y atemorizados por la posibilidad cierta (ya no la mera amenaza) de padecer la muerte violenta.

Jean Paul Sartre

Volvamos al problema de la escasez. Ésta se

manifiesta en la filosofía de Sartre como una doble lucha que debe mantener el sujeto: contra la natura-leza y contra otros sujetos, constituyéndola, como última ratio de todos los conflictos humanos.

En el campo de la escasez, escribe Sartre, no es posible para un sujeto compartir los mismos bienes con otros sujetos: debe atesorarlos para evitar que un Otro acceda a ellos. Pero no basta sólo con ello: el sujeto se lanza a una lucha destinada a convertir a ese Otro en un medio para el logro de los propios fines, bajo la amenaza permanente de ser Uno con-vertido en medio para los fines de los Otros. (p.287).

En el mundo de la escasez todo sujeto –digamos, por extensión “todo consumidor”- ve a los otros como “sobrantes” contra quienes libra una encarnizada lucha por la apropiación de los exce-dentes. Esta idea, que por cierto no es original, ya fue extensamente racionalizada por la economía, desde la clásica hasta la contemporánea. La eco-nomía en tanto ciencia social –aunque algunos ex-traviados persistan sin mayor fundamento en consi-derarla una ciencia exacta, o peor aún, una ciencia natural- se considera a sí misma como un campo de estudio dedicado a la mejor distribución de bienes escasos.

En este sentido, Sartre parece no diferenciarse demasiado de las teorías que ya habían formulado Smith, Ricardo o Malthus. Sin embargo, el texto que citamos encierra un alentador condicional: Sartre agrega ese a su pesimista visión acerca de la aventu-ra humana el misterioso agregado de “al menos has-ta ahora”. Ese “al menos hasta ahora” es lo que produce que la lucha encarnizada contra la escasez pierda su carácter inexorable, su invariabilidad.

Fue desde el campo de la economía (sorpren-dentemente) donde surgió una novedosa visión que rompió con el paradigma de los bienes escasos. En los años ochenta Amartya Sen publicó “Poverty and Famines: An essay on entitlements and deprivation” (Oxford, 1982). Este trabajo esencial documenta y analiza las hambrunas ocurridas en Bengala, Bangla-desh, el Sáhel y Etiopía para argumentar, básica-mente, que las mismas no necesariamente obedecie-ron a una merma pronunciada en la producción de alimentos o a condiciones naturales adversas persis-tentes, esto es a una escasez de provisiones, sino a una desigual distribución de las titularidades.

Sen nos introduce, entonces, a los conceptos de provisiones (goods, o los bienes para la satisfacción de las necesidades humanas primarias) y de titulari-dades (entitlements, o los derechos de propiedad so-bre dichos bienes). El giro dado por Sen en el para-digma clásico sustentando desde la economía es realmente notable, en la medida que el centro del problema no radica en la escasez de los bienes, sino en los instrumentos legales y culturales que sacrali-zan la apropiación de éstos. Argumenta Sen que la propiedad de los alimentos es uno de los derechos de propiedad más primitivos, y en cada sociedad existen normas que regulan este derecho.

El enfoque de las titularidades deja de lado el problema de la escasez o la abundancia de los bienes para pasar a concentrarse en los derechos de las personas, en las que se incluye el acceso a paquetes de productos básicos alimentarios. Desde este enfo-que la hambruna es vista no sólo como variable

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dependiente sino como el resultado de la imposibi-lidad de acceder a un paquete suficiente de alimen-tos. (Cap. V, “El enfoque de las titularidades”)

¿En qué radica la importancia del argumento? Precisamente en que Sen diferencia con claridad el problema de la existencia suficiente de los bienes “en sí”, del otro problema más complejo y referido al régimen de apropiación de los mismos. La esca-sez, entonces, puede obedecer –y generalmente ocu-rre así- a la escasa distribución de los derechos de propiedad.

La Argentina es en la actualidad un país de poco más de 40 millones de habitantes situados en un territorio sumamente fértil. Sabemos que su pro-ducción alimentaria agregada abastece las necesida-des de un número de personas en el mundo; diga-mos diez veces mayor a su población. Sabemos, también, que en la Argentina existe un porcentaje importante de su población que padece hambre, si definimos el hambre como la imposibilidad de ac-ceder de manera regular a un paquete básico de ali-mentos.

Hace poco más de quince años atrás la organiza-ción Vía Campesina -en ocasión de realizarse la Cumbre de la FAO de 1996 en Roma- acuñó el concepto Derecho alimentario, del cual surgió más tarde el de Soberanía alimentaria. El Derecho alimen-tario se define como la garantía legal que otorga un estado a una comunidad y a cada uno de los sujetos que la integran para acceder en forma regular, per-manente y libre a una alimentación adecuada y sufi-ciente que se corresponda con las tradiciones cultu-rales de dicha comunidad. La soberanía alimentaria es, en cambio, el derecho de una comunidad y de los sujetos que la integran a definir sus propias polí-ticas de producción, distribución y consumo de sus alimentos, conforme a sus propias prácticas cultura-les y a la diversidad de los modos de producción y comercialización agropecuaria presentes en dicha comunidad.

Bajo las condiciones referidas, el problema del hambre en la Argentina sólo puede resolverse me-diante la acción combinada de las funciones econó-micas gubernamentales; esto es la función asignativa de bienes públicos, la función distributiva del ingre-so y la función de estabilización. Expliquemos bre-vemente estos elementos.

La función asignativa es llevada a cabo por los gobiernos para garantizar el acceso universal a una canasta de bienes frente a la cual los mecanismos clásicos de mercado resultan ineficientes. La teoría económica clásica había sostenido que frente a los bienes privados (esto es, aquellos bienes que presen-tan una naturaleza divisible y que a la vez producen

consumo rival entre los individuos y una apropia-ción individual de la satisfacción que dicho consu-mo produce), el mercado de libre competencia constituye el mecanismo más eficiente para su asig-nación. Este argumento se conoce como óptimo paretiano.

Sin embargo, existen bienes –llamados bienes públicos puros- que una vez producidos y puestos en condición de ser consumidos no permiten la exclu-sión de consumidores, no son divisibles y la satis-facción es de carácter social. El ejemplo más claro de este tipo de bien es el sistema de la defensa na-cional o el servicio diplomático de un estado: al ser bienes que no pueden ser divisibles frente a cada consumidor, al no producir consumos rivales –esto es que el consumo de un individuo no disminuye la cantidad disponible para los restantes- y dado el carácter social de la satisfacción que producen, no pueden ser ofrecidos en el mercado a cambio del pago de un precio, razón que lleva a que los provea el estado financiándoles mediante un “precio impo-sitivo” que paga la comunidad beneficiada.

Aún así, existen algunos bienes privados que producen un beneficio social que excede al indivi-duo que los consume. Tal es el caso de la educación y la salud. En este caso, el estado decide avanzar sobre la soberanía del consumidor para decidir, me-diante un proceso político, a qué nivel mínimo de cantidad y calidad de estos bienes debe acceder cada miembro de la comunidad, resolviendo su financia-miento y aplicación por mecanismos fiscales (im-puestos y gasto).

La función distributiva, en cambio, abarca el conjunto de políticas públicas destinadas a estable-cer una ecuación más equitativa en la distribución de la renta producida por la comunidad en su con-junto. Esta forma de intervención obedece la creen-cia de que una excesiva concentración de ingresos en manos de pocos integrantes – y como contrapar-tida, un nivel insuficiente de renta para muchos- genera disfunciones sustantivas en el funcionamien-to global de una comunidad. Este es el espíritu bási-co de numerosas políticas sociales, entre ellas la Asignación Universal por Hijo (AUH) implementa-da recientemente en nuestro país.

Por último, la función de estabilización refiere al conjunto de intervenciones de los gobiernos en pro-cura de evitar niveles no deseados de inflación y desempleo. En este aspecto, los gobiernos recurren a instrumentos tanto fiscales como monetarios.

Claramente la seguridad y la soberanía alimenta-rias parecen enmarcarse dentro de la esfera de la función asignativa y dentro de la esfera de a amplia-ción de las titularidades. Aún cuando los alimentos

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son bienes privados –en tanto que su naturaleza responde a las condiciones de divisibilidad, apropia-ción individual y consumo rival- es necesario que el gobierno avance una vez más sobre la soberanía de los consumidores para garantizar de manera efectiva el acceso universal a un paquete regular y adecuado de los mismos, al igual que ocurre con los servicios educativos y sanitarios.

Sin embargo, todas las iniciativas que pudieran llevarse a cabo en este sentido verían seriamente dañadas sus posibilidades si no se instrumentaran, con igual ahínco, adecuadas políticas redistributivas, y sobre todo, estabilizadoras. Los indicadores de desigualdad del ingreso siguen mostrando lentas variaciones pese al optimismo que genera una eco-nomía como la nuestra que crece a índices sosteni-dos desde la salida de la convertibilidad. Sin embar-go, todas estas políticas –necesarias por cierto- han contemplado hasta el momento sólo la dimensión del gasto público. Hace falta encarar ahora las polí-ticas distributivas desde la esfera del ingreso, con nuevas formas de tributación sobre las funciones de renta y capital. Es inaudito seguir sosteniendo regí-menes tributarios que recaigan con más dureza so-bre la producción y el consumo y que persistan en eximir el atesoramiento y las colocaciones financie-ras.

De igual modo la inflación de precios, sobre to-do en los bienes que componen la canasta básica de alimentos, atenta contra las posibilidades de acceso a la misma generando la paradoja de un país pro-ductor de alimentos cuya oferta se va tornando in-accesible a sus propios habitantes.

Cuando el gobierno persiste en ningunear o tras-lapar estos problemas evidentes, no está haciendo otra cosa que renunciar a una parte importante de sus capacidades.

Concluyamos, como empezamos, con Sartre: pa-ra bien de todos el gobierno puede hacer -con inte-ligencia y capacidad de escucha- que la lucha contra la escasez no sea necesariamente tan encarnizada.Є

CRITICA CULTURAL UN AÑO SIN VIÑAS

l 10 de marzo pasado se cumplió el primer aniversario de la muerte de David Viñas. La fecha pasó completamente desapercibi-

da para los principales medios de comunicación como para la academia.

Complicado Viñas. Complicada su escritura, complicada su lectura y complicado su carácter. Pero con todo, un intelectual gigante y maestro de otros intelectuales.

En 1953, a los 26 años, funda con su hermano Ismael la revista “Contorno”, una de las más inten-sas aventuras intelectuales emprendidas en este país. Allí escriben Juan José Sebreli, Noé Jitrik, León Rozitchner, Rodolfo Kusch, Oscar Masotta y Tulio Halperín Donghi. También escriben los hermanos Viñas traslapados bajo un universo de seudónimos: Gabriel Conte Reyes, V. Sanromán, Ramón Elorde, Marta Molinari, Diego Sánchez Cortés y muchos otros.

David Viñas (1927-2011)

El programa político y literario de Contorno –

revista “denuncialista” como la definen sus propios integrantes- se extiende desde noviembre de 1953 hasta febrero de 1958. Diez números y dos cuader-nos es la producción completa de ese grupo de la izquierda independiente que se propone cuestionar tanto a las tradiciones políticas liberales –por aque-llos años definidamente antiperonistas y propagadas desde el diario La Nación- como al populismo cul-tural encarnado en el segundo gobierno peronista (1951-1955).

Pocos años más tarde, luego del derrocamiento de Perón, David Viñas –al igual que muchos secto-res de izquierda- asume una postura optimista res-pecto del programa del desarrollismo que propone Arturo Frondizi. Corrido Perón de la escena, el Frondizi de Petróleo y Política era, según la mirada de Viñas y del resto de los contornistas, el único que pod-ía llevar a cabo un programa de gobierno que se constituyera como una alternativa superadora al liberalismo y al populismo.

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Ante la traición frondicista, Viñas asume que de-be rendir cuentas del apoyo dado: lo hace a través de una novela, “Dar la Cara”, que publica en 1962. Allí la autocrítica es furiosa, desmesurada: sus per-sonajes Bernardo y Jáuregui entrecruzan sus críticas respecto de Frondizi, ese “hombre de camisa oscura, su aspecto de político contenido y sagaz y su departamento lleno de libros [...] la síntesis esperada durante años. Cultura y eficacia [...] un Roosvelt que conocía a Lenin, la síntesis de libros y alpargatas y de unitarios y federales, el Gran proyec-to, el país al día”.

Durante los años siguientes, la obra de Viñas se desliza con versatilidad entre la narrativa el teatro y la ensayística. Su última obra publicada es “Literatu-ra argentina y política – De los jacobinos porteños a la bohemia anarquista”. Allí hay una frase que, en lo particular, me sedujo desde que la leí. Digo que me sedujo porque jamás antes había leído un texto tan desprovisto de todo eufemismo, pero al mismo tiempo contundente, vibrante y, por sobre todas las cosas, tan creíble. Viñas habla allí de Manuel Bel-grano y de la generación que llevo adelante la Revo-lución de Mayo: “En lo esencial –escribe Viñas- Bel-grano y los ´hijos de la colonia´ en su momento de mayor decisión son burgueses defraudados o irritados por la ineficaz administración de los bienes burgueses que detentan otros hombres de su clase”.

Así pensaba David Viñas. Y aún criticado, com-plicado, vehemente, en muchos aspectos outsider, la sociedad argentina siempre necesitará tipos como Viñas. Para sacudir de su modorra al sentido común. Para molestar. Є

POLÍTICA EL TUERTO DISCURSO DEL FEDERALISMO DEFENSIVO

Escribe: Martín Bizantino

ueves 8 de marzo, día de la Mujer en el Salón de las Mujeres de Casa de Gobierno. La presidenta ha reunido a sus principales funcionarios, esta

vez para anunciarles un plan de conectividad para localidades del interior sin conexión telefónica. El discurso se transmite en directo por la televisión pública. La presidenta se refiere a obras, a inversio-nes, a cifras que se suceden unas a otras hasta el agobio. Mientras ella habla, en un recuadrito lateral de la pantalla aparece la imagen de Salustriana, una humilde ciudadana de la Puna jujeña conectada por teleconferencia con la Casa de gobierno. La presi-denta deja de lado las cifras que ha memorizado con

notable habilidad y vuelve ahora a machacar con el traspaso de los subterráneos de Buenos Aires. En ese instante se acuerda de la presencia de Salustriana y decide interpelarla. -¿Salustriana, me estás escuchando? Decime Salus-triana, ¿subiste alguna vez a algún subte vos?- pre-gunta la presidenta que conoce de antemano la res-puesta. - Hasta ahora no.- contesta la ciudadana jujeña. -No, la verdad que no. Salustriana: hagamos un cambio, yo voy a La Quiaca y después te venís conmigo en el Tango 01 y vamos a dar una vuelta en subte por acá para que lo veas. Porque vas a po-der…

Salustriana intenta meter un bocadillo con el riesgo de hacerle fracasar el “remate” pacientemente preparado por la presidenta. Amaga con interrum-pirla Le quiere decir a su presidenta que a ellos, allá en la Puna, les hacen falta otras cosas “más buenas” que el subte. Inútil su intento. La presidente cree escuchar que ella es buena. “No, qué voy a ser bue-na. Soy una más, siempre me gustó ser una más” le contesta la presidenta y prosigue con su monólogo: “Pero Salustriana, ¿sabés qué? Vas a ver como los chicos acá no tienen que ir a caballo ni a lomo de burro para llegar al colegio ni caminar distancias, sino que tienen la inmensa suerte de poder ir en un subte y si no tienen para los “dos con cincuenta” que le aumentaron el subte, se van en el colectivo que le seguimos a “uno con diez” subsidiado desde el Estado nacional”. La imagen sonriente de Salus-triana desaparece del primer plano y regresa a su perpetuo anonimato.

El recurso resulta muy efectivo, al menos para todos los funcionarios presentes en el salón, que festejan la boutade con risas y aplausos.

Algunas semanas antes, la presidenta había utili-zado la majestuosa escenografía del Congreso para insistir con la misma cuestión. Aquellas palabras que formaron parte de un capítulo especial en el marco del más extenuante de los discursos que un parla-mento argentino haya debido escuchar alguna vez, obedecen a una nueva estrategia discursiva que el gobierno se empeña desde entonces en instalar: la retórica del “federalismo defensivo”.

El federalismo defensivo es un discurso mezqui-

no, basado en la reedición de un viejo relato que vincula la pobreza con una identidad territorial, exa-cerbando los conflictos políticos, económicos y sociales a partir de oponer las geografías pobres con-tra las geografías de la abundancia.

Una vez más, al igual que hace un siglo y medio atrás, el problema de todos los males que padecen

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nuestras provincias interiores se debe a la crónica avaricia de los porteños. Así Salustriana en La Quia-ca no tiene subtes, ni teléfono, ni nada, porque los porteños se siguen apropiando de las rentas de su provincia para poder viajar cómodamente a “uno con diez” o “dos con cincuenta”, según se trate de colectivos subsidiados o subterráneos encarecidos.

A través de esta interpretación tuerta de la histo-ria el gobierno nacional procura desde hace algún tiempo instalar la idea de que el conjunto del país – sobre todo, las regiones más pobres- financia y sol-venta la vida hedonista y despreocupada de los por-teños. Pero, como todo viejo relato que requiere ser renovado, algunos elementos deben sufrir ciertas actualizaciones para sonar convincentes: si a media-dos del siglo XIX el conflicto giraba en torno de las rentas aduaneras, hoy la mirada está puesta en los subsidios y en la transferencia de los servicios de transporte con que el gobierno favorece desde hace casi diez años a los porteños, en desmedro del resto de los argentinos.

Lo que no sabe Salustriana –y lo que la presiden-ta ha omitido en informarle- es que esa ciudad hedonista e indolente llamada Buenos Aires aporta al tesoro nacional 25 de cada 100 pesos que ingresan para que sean distribuidos entre todas las provincias, y que luego de ese reparto se le devuelven poco menos de 2 pesos.

Tampoco se le dice a Salustriana que por cada 100 pesos recaudados, el estado nacional retiene bajo su control directo cerca de $53, mientras que distribuye el resto entre el conjunto de las provin-cias y la Ciudad Autónoma.

Debemos aclarar, sin embargo, que el discurso del federalismo defensivo no es patrimonio exclusi-vo de este gobierno. El jefe de gobierno de la Ciu-dad suele insistir con el torpe argumento de que los servicios a su cargo brindan grandes y variados be-neficios a muchos habitantes de otras jurisdicciones –su blanco preferido son los argentinos morenos del conurbano- sin recibir compensación alguna por el gasto que demanda proveerlos, por ejemplo, de hospitales y escuelas. Más torpe se muestra aún cuando su primera medida respecto del traspaso de los subtes es aplicarles un aumento tarifario desco-munal, para luego declarar ante la opinión pública que no están dadas las condiciones para que su ad-ministración pueda hacerse cargo del servicio.

Así, en medio de torpezas, chicanas y acusacio-nes cruzadas, se viene construyendo este discurso del federalismo defensivo sin que se formulen solu-ciones concretas, ni para Salustriana, ni para los tres millones de porteños. Mucho menos para los otros diez millones de argentinos que diariamente transi-

tan por la ciudad movidos por muy variadas activi-dades.

Repetimos, esta retórica no es nueva: hace ya quince años atrás el entonces intendente de San Miguel Aldo Rico había prohibido que en los hospi-tales dependientes de su municipio se atendiera a pacientes provenientes de las comunas vecinas, una medida aplaudida por gran parte de los sanmigue-lenses. Durante la crisis que siguió a la salida de la convertibilidad, el gobierno de San Luis amenazó al estado nacional con apartarse de la federación si no se le restituían los fondos en divisas que tenía depo-sitados en Buenos Aires. En medio de la rebelión sojera del año 2008, los productores de numerosos pueblos del interior junto con algunos de sus repre-sentantes políticos llamaban a la desobediencia fiscal para que los impuestos sobre la renta agraria se des-tinaran exclusivamente en beneficio de sus localida-des. Hace pocas semanas atrás y luego de una inusi-tada represión policial contra organizaciones y co-munidades opuestas a los emprendimientos mineros a cielo abierto, se conformó en Buenos Aires -con el beneplácito y el patrocinio del Ministerio de Planifi-cación- una Organización Federal de Estados Mineros integrada por los gobernadores de San Juan, Cata-marca, La Rioja, Chubut, Jujuy y Río Negro, cuyo único fin visible parece ser el de llevar a cabo una estrategia común para desactivar y desmovilizar a las voces opositoras al megamining business.

Como vemos, el federalismo defensivo en Ar-gentina adquiere muchos rostros, aunque en todos ellos el rasgo común que prima es la mezquindad.

En contraposición existe, al menos en pura teor-ía, un federalismo solidario. Este modelo en la Ar-gentina se llama Coparticipación. Y decimos en te-oría porque este degradado régimen de distribución de recursos fiscales ha devenido, con los años y por acción y omisión de los sucesivos gobiernos, en un sistema perverso donde los únicos premiados son los gobernadores obsecuentes y genuflexos frente al gobierno federal mientras que las administraciones disidentes son implacablemente castigadas.

La nueva ley de coparticipación federal de im-puestos es la más postergada de las todas asignatu-ras fijadas por la reforma constitucional de 1994. Han pasado más de quince años desde el plazo máximo que estableció la asamblea constituyente para sancionar un nuevo régimen financiero que permitiera una distribución más racional y equitativa en términos territoriales de los recursos fiscales re-caudados por el estado nacional. Mientras que las provincias se ven obligadas a mendigar recursos y obras públicas, el estado nacional sigue reteniendo el mismo porcentual que le correspondía en 1988,

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aún cuando en el transcurso de estos años se des-prendió de las escuelas, hospitales y de otros servi-cios que fueron compulsivamente transferidos a las administraciones provinciales.

Esto es: el estado federal hoy en día sigue rete-niendo bajo su control directo la misma porción de la torta fiscal, con muchos menos gastos que aten-der.

Otro capítulo aparte de este complejo problema son las administraciones provinciales, las cuales de-berían dar cuenta exhaustiva de la inversión social que realizan con los recursos que perciben por la coparticipación. Las elites políticas que en muchos casos gobiernan de manera ininterrumpida sus pro-vincias desde hace casi treinta años tienen una dire-cta responsabilidad en las decisiones de gasto sol-ventadas con los recursos coparticipados desde la Nación, los que utilizaron recurrentemente en per-judicar a sus ciudadanos más necesitados y en favo-recer a sus familias, amigos y entenados. En muchas provincias, se sabe, lo ciudadanos pobres carecen de las cosas más elementales, al tiempo que los amigos del poder están eximidos de cumplir con sus im-puestos.

En este caso, Salustriana y los ciudadanos de to-das las provincias deberían saber por ejemplo en que gastaron sus respectivos gobiernos los $ 135.000 millones que percibieron durante todo el año pasado desde el gobierno central.

Tal vez luego de un análisis exhaustivo para cada caso podremos hallar una respuesta tentativa a la pregunta de por qué en pleno siglo XXI Salustriana, ciudadana puneña y tan argentina como cualquiera de los porteños, no tiene conexión telefónica, ni subtes, ni un montón de otras “cosas buenas”. Є

APOSTILLAS

n el número anterior de Єquinoccio se pu-blicó la primera entrega del ensayo “Docu-

mentos de Barbarie” de Rubén M. Achdjian. Dada la extensión del mismo y que la totalidad

del texto ya se encuentra disponible en nuestra página electrónica, la redacción ha decidido no in-cluir la segunda y la tercera entrega en este número y, en su lugar, editar un suplemento especial con dicho texto.

En breve, los lectores podrán disponer del mis-mo descargándolo en la opción Edición Off Line de nuestro sitio electrónico.

Asimismo, existen otros artículos de notable ex-tensión con los cuales se procederá del mismo mo-

do; esto es, se editaran suplementos especiales de carácter temático.

quinoccio les recuerda a sus lectores que está abierto a la recepción de artículos y ensayos

para su publicación. El material deberá preferente-mente tener una extensión no mayor de tres carillas (para el caso de artículos) y 10 carillas (en el caso de ensayos o monografías) redactadas en formato de página A4, fuente garamond 12.

La publicación de los mismos quedará a criterio del editor, pudiendo éste realizar las correcciones ortográficas que pudieran ser necesarias.

Los textos deberán enviarse a las siguientes di-recciones de correo electrónico:

[email protected] administració[email protected]

or último les recordamos que todo el material del sitio digital es de libre disponibilidad de los

lectores con la sola mención de su fuente, en la convicción de que toda forma de conocimiento es producto de una construcción colectiva. Є

Buenos Aires, Marzo de 2012

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