Escalona Victoria. Estado

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antropología del estado

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  • Estado: la manufactura disputada del orden negociado y de los autmatas inacabados

    Jos Luis Escalona Victoria

    Introduccin

    El trmino Estado ha sido utilizado con mltiples acepciones en las cien- cias sociales, por lo que no tiene una sola significacin y apunta a muy di-versos objetos. En general, se puede decir que se trata de un concepto que busca abarcar un conjunto amplio y dinmico de relaciones de poder, deli-neando una unidad especfica con una lgica relativamente autnoma frente a otras instancias. Por un extremo, a nivel internacional, se define frente a la circulacin de mercancas y de smbolos, a los grupos o corporaciones empresariales y sus organizaciones transnacionales, las instituciones inter-nacionales de financiamiento del desarrollo, de vigilancia de los estndares de ciudadana y de la situacin de los derechos humanos, o las redes am- plias de accin poltica que alcanzan dimensiones globales (el marco transna-cional del Estado segn Sharma y Gupta, 2006). Por otro lado, el concepto de Estado busca definir una unidad de relaciones de poder diferenciada de uni-dades de dimensin nacional, como los partidos, las organizaciones naciona- les de trabajadores, campesinos o empresarios, las redes de organizaciones criminales o los cuerpos paramilitares; e incluso de instancias a nivel local, como las comunidades agrarias, las ciudades y las familias.

    Sin embargo, la delimitacin y el contenido especficos de esta unidad no siempre son claros. Algunos autores hablan de la especificidad del Esta- do como unidad y una dinmica de accin social identificada a partir de ele- mentos como el gobierno, la burocracia, la poltica y lo pblico; otros apuntan a la debilidad de esos elementos para su definicin. se cuestiona tambin la debilidad de su autonoma frente a la dinmica de otros mbitos de las relacio-nes de poder, como los apuntados arriba (desde los mercados y las instancias

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    globales, hasta el parentesco y la familia). Unos sugieren, por ejemplo, que a raz de los cambios en los procesos de acumulacin, en lo que se ha dado en llamar la globalizacin, el Estado ha perdido relevancia como actor o en-tidad significativa en la vida social (Sharma y Gupta, 2006; Gledhill, 2000). Otros, en cambio, hablan de la importancia que tienen las formas locales de organizacin y las relaciones de parentesco, amistad y compadrazgo en la dinmica de las negociaciones entre empleados gubernamentales y clientes o ciudadanos frente a las relaciones institucionales y estructuradas de una or- ganizacin de Estado (Wolf, 1999 [1966]; Nuijten, 2003; Long, 2007 [2001]). Algunos de estos autores llegan a sugerir que la idea de un Estado como una instancia centralizada, todopoderosa y unvoca ha sido slo una figura retri- ca (Nuijten, 2003), una idea (Abrams, 2006 [1977]); y otros ms cuestionan la utilidad heurstica del trmino Estado (Foucault, 2006 [2004]; Long, 2007 [2001]). Foucault dice, por ejemplo:

    Se sabe cunta fascinacin ejercen hoy en da el amor y el horror por el Esta- do; se sabe cunta energa se pone en el nacimiento del Estado, su historia, sus avances, su poder, sus abusos. En esencia, encontramos esta sobrevaloracin del problema del Estado en dos formas. En una forma inmediata, afectiva y trgica: es el lirismo del monstruo fro frente a nosotros. Tenemos una segunda manera de sobrevalorar el problema del Estado, y en una forma paradjica, pues en apariencia es reductora: el anlisis consistente en reducir el Estado a una serie de funciones como, por ejemplo, el desarrollo de las fuerzas productivas, la reproduccin de las relaciones de produccin; y ese papel reductor del Estado con respecto a otra cosa no deja de considerarlo, empero, como blanco absoluta- mente esencial de los ataques y, lo saben, como posicin privilegiada que es pre- ciso ocupar. Ahora bien, el Estado no tuvo, ni en la actualidad ni, sin duda, en el transcurso de su historia, esa unidad, esa individualidad, esa funcionalidad rigu- rosa, y me atrevera a decir que ni siquiera tuvo esa importancia. Despus de todo, tal vez no sea ms que una realidad compuesta y una abstraccin mitificada cuya importancia es ms reducida de lo que se supone. Tal vez. Lo importante para nuestra modernidad, es decir, para nuestra actualidad, no es entonces la estati- zacin de la sociedad sino ms bien lo que yo llamara gubernamentalizacin del Estado. (Foucault, 2006 [2004]: 136-137)

    Un grupo de trabajos recientes de lo que se podra llamar la antropolo- ga del Estado, con una aproximacin etnogrfica,1 ha apuntado hacia el Es-

    1 Por etnografa del Estado me refiero a trabajos que se aproximan a la complejidad y mul-tidimensionalidad de las relaciones entre los ciudadanos y las instancias gubernamentales, y a las dinmicas de las arenas de negociacin y conflicto que surgen de la identificacin y definicin de lo pblico. Los estudios aqu referidos, sin embargo, se centran en los encuentros cotidianos entre

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    tado como una forma amplia de organizacin de las relaciones de poder pe- ro distinta de la imagen del aparato o autmata claramente delimitado y co- herente, confrontando ciertas corrientes de conceptualizacin del Estado en la sociologa del poder. El presente trabajo busca plantear algunas conexiones crticas entre algunas aproximaciones conceptuales al Estado desde la socio- loga del poder y un conjunto de trabajos antropolgicos y sociolgicos re- cientes, para identificar las implicaciones de este dilogo en el uso heurstico de la nocin de Estado en la investigacin. La pregunta central es, qu podra entenderse por Estado en los estudios de la sociologa y la antropologa del poder?

    De la filosofa poltica a las perspectivas sociolgicas del poder

    El trmino actual de Estado es principalmente una herencia de la filosofa po- ltica de los siglos Xvi al XiX; fue formulado para representar la forma emer-gente de organizacin social en el contexto del afianzamiento de monarquas centralizadas, constitucionales o parlamentarias, y del nacimiento de las rep-blicas de muy diversos tipos. El trmino se refera al aparato (la persona moral, el cuerpo poltico, el monstruo, el autmata) que surga como condensacin del poder de una sociedad poltica; el aparato y la sociedad poltica mis- ma surgiran, ya sea de la asociacin de voluntades individuales no su sim- ple suma, sino a travs de la creacin de una voluntad general (Rousseau, 1992 [1762]), o por la concentracin de los poderes individuales en un gran poder supremo, un animal poltico, un autmata (Hobbes, 1994 [1651]). Sin embargo, se refera tambin a la organizacin en su conjunto, es decir, a la unidad total misma entendida como una comunidad poltica formada por la asociacin de los miembros, a travs de un contrato (Rousseau, 1992 [1762]) o de un pacto (Hobbes, 1994 [1651]). Por ello es que el territorio y la poblacin entraban como componentes del Estado, definido entonces, filosficamente, como la propia comunidad poltica en una asociacin de beneficio comn y, al mismo tiempo, el artificio que esta comunidad poltica crea como garan- te y expresin de aquella asociacin. Fue la base del surgimiento de lo que Hansen y Stepputat (2001) denominan el lenguaje de la estatidad.

    empleados de instituciones u organizaciones y diversos actores del mundo marginal o de gru- pos de clase subordinados. Faltara hacer un anlisis comparativo para comprender la relevancia de las conclusiones aqu presentadas en las relaciones entre lites cientficas, econmicas (nacio-nales e internacionales) y las instancias gubernamentales. (Sobre la antropologa de las polticas pblicas en la formulacin de programas gubernamentales, vase Agudo, 2009).

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    Entre los siglos XiX y XX, la nocin del Estado como una unidad social en s misma se afianz en la filosofa y despus en las ciencias sociales, en el contexto de la consolidacin de los Estados como entidades polticas con pre- tensiones de soberana sobre una poblacin y un territorio, lo que ocurra tan- to en el mundo del Atlntico norte como en las nuevas naciones surgidas de la descolonizacin, procesos que implicaron violencias de diversos tipos e in- tensidades (que no han terminado para varias naciones contemporneas, espe- cialmente en el llamado tercer mundo, aunque no de manera exclusiva). Se trata de un momento en el que los Estados se expresan como grandes burocra- cias, cuerpos recaudadores de impuestos, mquinas de represin, guerra y conquista, aparatos policiacos y carcelarios, programas amplios de educacin escolar y de sanidad pblica, oficinas de registro y certificacin de ciuda-danas, de reinos y de identidades religiosas, o modelos de liberacin, entre muchas otras cosas.

    Fue en este periodo en el que la filosofa poltica hered la nocin de Es- tado a las ciencias sociales, las cuales, desde sus orgenes retomaron el doble aspecto del trmino: la asociacin poltica con sus mltiples relaciones y com- ponentes, y el aparato o artificio surgido como parte de la ordenacin de la co- munidad poltica.2 Las ciencias sociales emergentes, sin embargo, propusie- ron otros trminos para entender esas unidades de ordenacin social, fundadas en formas de poder de amplio alcance espacial y temporal; por ello refor-mularon la idea del Estado como unidad de organizacin y como institucin amplia de poder.

    En el trnsito del siglo XiX al XX surgieron diversas tesis acerca de esa organizacin amplia que en trminos generales se podra denominar polti- co-estatal, aunque la nocin de Estado no fue central en el entendimiento de esa forma de ordenacin social. Marx (1985 [1850, 1851-1852]), por ejemplo, dio mayor nfasis a la dinmica de la sociedad civil, entendida en trminos de la lucha de clases, al ubicarla como el motor de la historia; en cambio, el Estado-aparato aparece en su perspectiva con un papel secundario, como un aparato de violencia y dominacin al servicio de las clases dominantes, subordinado a la dinmica de la lucha de clases, aunque puede jugar un papel muy importante en situaciones histricas de equilibrio de fuerzas entre las clases, como en el llamado bonapartismo.

    Basado en Engels, Lenin propone que el Estado surgi con la divisin y lucha de clases; se form como un conjunto de especialistas en gobernar

    2 Como se observar ms adelante, en este artculo esta doble delimitacin del Estado se traducir en algo cercano a la definicin de Hansen y Stepputat (2001) quienes hablan de dos aspectos: los lenguajes prcticos de las gobernanzas (los autmatas, en este artculo) y los lenguajes simblicos de autoridad (orden imaginado).

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    que usaron un aparato de violencia para imponer un orden, y ese orden ha correspondido a los intereses de las clases dominantes desde su origen. El Estado es una mquina para mantener el dominio de una clase sobre otra (Lenin, 1977 [1919]: 68). La misma formulacin de una teora del Estado que justifica su existencia como una forma natural o divina es, para Lenin, par- te de la justificacin de la dominacin de clase. En los anlisis polticos que realiz a la par del proceso de la revolucin rusa, retom la perspectiva del Estado-aparato, y por ello postul como una de las tareas de la revolucin la toma del poder del Estado y su utilizacin ulterior para la construccin de la dictadura del proletariado, hasta la abolicin del Estado en su totalidad con la abolicin de la sociedad de clases.

    Weber, a diferencia de Lenin, formul un doble entendimiento del Es-tado: como asociacin poltica y como aparato (cuya esencia es la coaccin fsica). El Estado-aparato es el cuerpo burocrtico de gobierno; sin embargo, existen tambin otras burocracias en el mbito civil y religioso. Frente a ellas, lo que caracteriza al aparato burocrtico del Estado es la aspiracin al monopolio legtimo de la coaccin fsica; el medio, es decir, la violencia legtima exclusiva, es el ncleo principal de su definicin. Sin embargo, en su anlisis de la accin, Weber nos habla tambin de la asociacin poltica y de la asociacin de dominacin poltica, una de esas formaciones sociales que son susceptibles del anlisis sociolgico comprensivo por ser desarro-llos y enlazamientos de acciones (con sentido). El Estado aparece entonces como una de esas formaciones sociales (la asociacin poltica) y, al mismo tiempo, como el instituto poltico que surge de la asociacin (Weber, 1964 [1922]: 12-13). En resumen, Weber nos habla de una asociacin de domi- nacin poltica y, adems, de un instituto poltico de actividad orientada cuyo cuadro administrativo busca mantener con xito el monopolio legtimo de la coaccin fsica para la preservacin del orden de la asociacin (Weber, 1964 [1922]: 43-44). Sin embargo, el Estado en cuanto monopolio de la violencia legtima no es suficiente para el anlisis de lo que Weber considera el ncleo de la accin social: la dominacin. sta no se sostiene slo en la violencia, sino en la legitimidad. El Estado es entonces ms que poder (capacidad de imponer la voluntad sobre otros) o violencia (coaccin fsica); es la posibi-lidad de obtener obediencia (legitimidad). En el caso de la forma racional burocrtica de dominacin, la legitimidad se produce en el acto mismo de aceptacin de la racionalidad burocrtica. Por eso, ms que el Estado como tema sociolgico central, Weber habla de dominacin racional burocrtica como el conjunto completo de accin social, accin con sentido, y de la do- minacin como el objeto central del anlisis de las grandes unidades de or- ganizacin social.

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    Gramsci utiliza tambin una frmula ms amplia que la del Estado-apa- rato, al hablar de hegemona como una conjuncin entre coercin (el Estado como polica, como guardin) y consenso, adquirido por medio de ciertas formas de aceptacin del mundo social y su orden. Esta aceptacin, sin em- bargo, no se produce slo en el mbito de la accin de gobierno, sino en una amplia gama de escenarios que incluyen, por supuesto, la fbrica, dado que el orden que se preserva (a diferencia de Weber) es uno dominado por la dinmica de las clases dentro del capitalismo. Pero esa aceptacin del orden no es slo una extensin de las relaciones econmicas, pues implica en s misma un proceso cultural, una lucha por la visin amplia del mundo social. Debido a ello, la aproximacin de Gramsci (2006) a esas formas de organi-zacin del poder amplias est centrada entonces en su nocin de hegemona; por consecuencia, la lucha de clases y la revolucin tambin se configuran como luchas por la hegemona, por las formas de entender y actuar del mun- do, y por luchas de posiciones en diversos contextos de interaccin, que inclu- yen el folclor, el sentido comn, el trabajo intelectual y a los intelectuales mismos.

    Althusser (2006) habla tambin de un aparato, retomando las tesis de Marx; sin embargo, extiende los alcances del concepto para hablar de los aparatos ideolgicos del Estado. Se refiere a todos esos artificios de la orga- nizacin social en donde se produce una aceptacin del status quo y se garan- tiza la reproduccin de la explotacin de clases. Lo importante es que esos aparatos no corresponden al mundo de la sociedad poltica, al mbito de la poltica o del gobierno propiamente dicho; se extienden al espacio de lo que Althusser clasifica como civil, es decir, la sociedad fuera del gobierno. Las iglesias, la escuela, la familia, son as aparatos ideolgicos del Estado pertenecientes al mundo civil.

    En general, desde distintas formulaciones conceptuales (Estado, domina-cin, hegemona, aparatos ideolgicos de Estado) la sociologa se ha aproxi-mado a esas formas de organizacin social amplias reformulando la doble significacin del Estado, como aparato-autmata de gobierno-dominacin y como comunidad poltica amplia de donde surge y donde opera ese aparato. Lo singular es que, por un lado, se trata de un aparato que opera en un m-bito de profundas desigualdades y jerarquas, a pesar de algunos postulados filosficos de la igualdad y la ciudadana homognea. Desde Marx, en las ciencias sociales, la idea de una sociedad civil igualitaria fue sustituida por la tesis de una sociedad diferenciada, atravesada por relaciones de poder. Por otro lado, el Estado-aparato tampoco poda ser slo la condensacin de poder como violencia fsica, puesto que la subordinacin requiere una desigual y mltiple colaboracin por parte de los diversos componentes de la asociacin

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    poltica. Mientras que en Hobbes y en Lenin, y de alguna manera en Weber, el Estado aparece definido esencialmente por la violencia; en otros autores, tambin incluyendo a Weber, ste no es un elemento definitorio nico ni sustancial. Por ello, el aparato-burocrtico no poda ser ni slo la expresin y garanta de la voluntad general, ni slo el instrumento de una clase para imponer su voluntad sobre las dems; lo que surge es una unidad social di-nmica de dominacin, subordinacin, hegemona, ideologa o legitimacin. Todo esto abri la perspectiva a una aproximacin al Estado como un objeto social y cultural de manufactura compleja.

    De la sociologa del poder a la antropologa del Estado

    El tema del Estado estuvo presente en la antropologa social desde el origen de la disciplina, especialmente en los anlisis de los procesos civilizatorios y la formacin del Estado, el anlisis de las formas primigenias del mismo y los sistemas polticos en las sociedades sin Estado, que son algunos de los temas originales de la llamada antropologa poltica. sin embargo, a di- ferencia de la literatura que propona la existencia de un orden social fun-dado no en una organizacin estatal sino en la organizacin del parentes- co, los segmentos y los nichos ecolgicos, tomando como punto de partida la existencia de sociedades sin Estado, la literatura reciente parte de pun- tos de vista distintos.

    Inicialmente se ha replanteado la perspectiva que habla de la separacin de las sociedades en trayectorias histricas distintas y separadas, proponiendo que las interconexiones y los intercambios son componentes centrales de la formacin de todas la sociedades contemporneas (Wolf, 2005 [1982]; Gledhill, 2000; Sharma y Gupta, 2006). El objeto de anlisis no es entonces la dinmica de las sociedades como contenidas en s mismas, sino a partir de sus conexiones histricas con procesos ms amplios. Uno de esos procesos, que implica una dinmica de formacin de relaciones de poder, es el de la formacin de los Estados, con los que todo grupo humano tiene contactos o de los que se forma parte, de diversas maneras y en distintas intensidades.

    En segundo lugar, estos planteamientos han llevado a revisar y cuestionar las conceptualizaciones del Estado, como las referidas previamente, especial-mente en la obra de Weber, como lo muestran las publicaciones recientes ya citadas de Joseph y Nugent, Gledhill, Sharma y Gupta, Hansen y Stepputat, entre otros. Gledhill ha propuesto incluso no tomar como punto de partida la concepcin del Estado desarrollada en occidente, sino preguntarnos sobre las diversas formas de Estado que surgen en la experiencia histrica particular de

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    cada entramado de conexiones entre localidad y procesos amplios de poder (Gledhill, 2000). Hansen y Stepputat proponen estudiar las diversas formas en que la sociedad es imaginada como Estado, o usando el lenguaje de la es- tatidad (Hansen y Stepputat, 2001).

    En tercer lugar, los estudios recientes se enfocan en el anlisis del Estado a partir de las formas cotidianas (Joseph y Nugent, 1994) o de las prcticas y representaciones cotidianas del Estado (Sharma y Gupta, 2006), y de las for- mas de imaginar el orden social como Estado (Hansen y Stepputat, 2001), es decir, proponen una aproximacin al Estado desde las prcticas que pueden ser registradas en una experiencia etnogrfica (Nuijten, 2003). As que, an- tes que presuponer al Estado como una institucin o entidad existente y ple- namente definida, el inters se ha puesto en la manera en que una represen- tacin o idea del Estado surge en las prcticas cotidianas de encuentro entre los empleados de las diversas burocracias y los clientes o ciudadanos (Nuij- ten, 2003), en las conversaciones sobre la corrupcin (Gupta, 2006) o en la ma- nera en que se definen los grupos, las adscripciones y las relaciones entre ellos (Aitken, 1999; Escalona Victoria, 1998). Esto ha llevado en algunos casos a que postular al Estado como un actor centralizado y coherente, una mqui- na totalmente funcional, o un cuerpo de voluntad unvoca sea slo una figura retrica que surge en las conversaciones de los actores (Nuijten, 2003; Long, 2007 [2001]).

    Las preguntas de investigacin en lo que se ha empezado a llamar la an- tropologa del Estado se relacionan entonces con aquello que Gupta (2006) ha llamado las prcticas y representaciones locales del Estado. Desde estas perspectivas, la idea de una supraorganizacin translocal que mantiene una direccin unvoca, coherente y ordenada, y que funciona en beneficio de intereses muy claros, se desdibuja, o aparece como una imagen discursiva, retrica, que se produce slo a partir de su uso en la interaccin entre emplea-dos gubernamentales y clientes del gobierno (Nuijten, 2003). Estos estudios han abierto as un amplio espacio para la reformulacin de lo que significa el Estado-artificio y el Estado-comunidad poltica.

    Los lmites de la figuracin del Estado-artificio

    La tesis del Estado-artificio (aparato, maquinaria, instrumento) se plante, como ya se dijo, en diversos autores, desde Marx hasta Althusser, dando un desvo por Weber; en muchos autores se defini en especial como aparato de violencia o se identific a la violencia como el atributo central del Estado. Esta tesis implica que el Estado se comporta como un adminculo de los ac-

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    tores o como un actor dependiente de las clases o los grupos dominantes. La figura o el tipo ideal del burcrata en Weber (que vive de la poltica), ente abstracto que responde a reglas claras, profesional en ciertas reas especia-lizadas del trabajo burocrtico, que separa claramente los asuntos pblicos de los privados, condensa esta imagen de la regularidad, la obediencia y la impersonalidad (Weber, 1964 [1922]; 2000 [1918]).

    sin embargo, desde otras perspectivas tambin se habla del aparato co- mo un actor con sus propios intereses y sus intervenciones relativamente autnomas. Marx (1985 [1850, 1851-1852]) ya planteaba este problema en el anlisis de la lucha de clases en Francia y el papel de la burocracia y los campesinos en situaciones de equilibrios y debilidades en la lucha por el poder entre clases dominantes. Weber, al analizar las tendencias de la buro-cratizacin, sealaba tambin los peligros que significaba la formacin de una casta de burcratas, una clase de trabajadores que viven de la poltica y que podran desarrollar intereses propios, generando una dinmica de repro-duccin para s misma, y no como instrumento de los polticos profesionales (que viven para la poltica). Se trata de una tensin entre las tendencias a la burocratizacin y a la democratizacin. El problema central es hasta dnde el Estado puede ser entendido como un adminculo, un apndice instrumen- tal de la accin social, como si sta fuera, adems, externa. Algunos trabajos de corte menos conceptual y fundados en trabajo de investigacin emprica apuntan hacia problemas que hacen menos clara la delimitacin de lo que es el Estado-artificio en el sentido instrumental.

    Dos aspectos difciles de sostener son el de la separacin clara entre el Estado-aparato y la sociedad, y el de la relacin de subordinacin de la se-gunda frente al primero. Akhil Gupta (2006), en un estudio sobre diversos es- cenarios etnogrficos entre ellos una oficina de la burocracia, en un pueblo del norte de la India nos habla de las dificultades de identificar claramente la divisin entre lo pblico y lo privado, entre el funcionario profesional y los clientes. Gupta describe la situacin de una oficina, ubicada justo debajo de la casa del oficial a cargo (es decir, como prolongacin de la casa misma) y la manera en que atiende a los clientes con la ayuda de otra persona. Las personas acuden a esa oficina a arreglar diversos problemas, esperando to- dos en la misma sala donde se atienden los casos y muchas veces con varios clientes que alegan al mismo tiempo. El oficial solicita pagos por los ser- vicios prestados, cuya definicin en monto deriva de una negociacin y no de acuerdos claramente preestablecidos. En el caso que nos presenta, dos clientes inexpertos que requieren un documento se ven sujetos a un pago que se establece por una maniobra hbil por parte del oficial y su ayudante, quienes terminan imponiendo el curso de las decisiones. Otros casos, en cambio, nos

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    muestran resultados contrarios. En un caso, un cliente logra con xito acudir a una autoridad superior para contrarrestar al oficial de ms bajo rango; y en un caso ms una organizacin social logra imponer a los empleados (en este caso de la compaa de luz) ciertas decisiones. Es decir, que las relaciones entre oficiales y clientes no siempre implican una relacin de subordinacin unilateral. Paralelamente, los resultados no estn preestablecidos y requieren habilidades de negociacin y de actuacin, como lo muestran los casos de es- tablecimiento de cuotas o montos (mordidas) para los servicios requeridos. La mordida es pues una forma de negociacin que requiere habilidades de actuacin y que no produce siempre los mismos resultados. Por otro lado, otro aspecto a tener en cuenta a partir de esta aproximacin etnogrfica al Estado es el del contraste entre el modelo de dominacin racional burocrtica y las formas cotidianas de entender y vivir el Estado. As, la separacin entre lo pblico y lo privado se diluye, desde la organizacin misma del espacio de la oficina, hasta la actuacin de los oficiales y la forma de establecer los costos de los servicios.

    Un tercer aspecto se refiere a la imagen del Estado que se produce. Lo que muestra la actuacin de los oficiales de bajo rango es la carencia de una voluntad unvoca o lineal; por el contrario, lo que aparece es una interrelacin entre intereses privados y la actuacin de los personeros o representantes del Estado; como consecuencia, el Estado deja de ser una mquina unvoca y funcional en s misma. Eso tiene otras derivaciones importantes, pues entonces resulta que el artificio es menos ordenado y coherente de lo que dicen los actores que lo viven y lo producen cotidianamente y sus lmites se vuelven borrosos, se difuminan. Si no se produce una separacin clara entre el aparato-burocrtico y los clientes, ni una relacin de subordinacin unilineal, ni una accin unvoca y coherente en el accionar de ese aparato, por qu se mantiene entonces la idea del Estado como entidad centralizada y coherente, actuando de arriba hacia abajo? Gupta sugiere que es en la cultura pblica, expresada en los medios masivos de informacin, en espe- cial en los discursos de corrupcin, en donde se crean las imgenes ms significativas del Estado, como un poder descentralizado y en manos de los oficiales que utilizan los cargos para intereses privados, pero tambin como una jerarqua centralizada y translocal. Los diarios y los noticiarios, al hablar de corrupcin hacen surgir el espacio de lo pblico y producen con ello la idea de un Estado. Es en los diarios de circulacin ms amplia en donde se produce ms claramente la idea de una mquina con decisiones planificadas y centralizadas. Asimismo, el caso del cliente que recurre exitosamente a la autoridad superior refuerza esta idea de jerarqua de autoridad y, con ello, de la centralizacin del poder. Es decir, es en la propia interaccin burcra-

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    ta-cliente en donde se genera esa idea del Estado como instrumento centraliza-do y organizado (aunque eso no necesariamente corresponda con la forma en que opera la burocracia gubernamental en general). Sin embargo, en los dia-rios locales lo que se sigue son sobre todo las noticias de corrupcin en torno a los oficiales de menor rango, quienes muchas veces son ms conocidos lo- calmente, incluso de manera personal. Se produce adems la apariencia de que la corrupcin es un asunto de cuadros bajos o medios. Pero eso refuerza la imagen de un Estado como descentralizado e incoherente, sujeto a diver- sas intervenciones de carcter personal (de grupos o de clase). Es por ello que Gupta (2006) propone que el Estado puede ser entendido como un ar- tificio cultural, surgido de la interaccin y de las representaciones que se producen en la misma.

    En otro estudio, Monique Nuijten (2003) cuestiona tambin la imagen del Estado como actor centralizado y coherente. A partir de una investigacin en una poblacin del sur de Jalisco, y siguiendo los encuentros directos entre los burcratas y los campesinos en diversos escenarios, Nuijten muestra cmo las diversas agencias gubernamentales actan de manera incoherente entre s en lo que respecta a la poltica agraria, retrasando procedimientos y manteniendo un alto grado de desorden administrativo. As, ms que ser una mquina unificada o un actor altamente centralizado, el Estado aparece como una entidad marcadamente descentralizada e incoherente, ambigua y oscura en muchos de sus procedimientos y de sus operaciones. Esta mis- ma imagen es la que surge de un estudio emprico sobre el reparto agrario en una regin de Chiapas habitada por poblacin tojolabal (Van der Haar, 2001). Los casos seguidos por estas dos investigadoras muestran que el espacio del reparto agrario, ms que dar seguimiento claro y directo a una poltica centralizada, ha sido un espacio de negociaciones, de pagos no oficiales por procedimientos oficiales y de retrasos y tropiezos en los procedimientos le- gales. Norman Long (2007 [2001]) propone esta misma idea a partir de sus estudios sobre las polticas de intervencin en diversas partes del mundo. En resumen, esta imagen del Estado analizada a partir de las prcticas de inte-raccin entre burocracia y clientes, es decir, tal como opera en las relaciones con los ciudadanos, reta a la nocin del Estado como actor coherente, ins- trumento funcional de dominacin o mquina altamente racionalizada. Sin embargo, tambin aqu la idea de un Estado-centralizado surge en la interac- cin. Cmo ocurre eso?

    Nuijten sugiere que son las prcticas discursivas que se producen en el intercambio entre burcratas de bajo nivel y clientes las que crean esa imagen del Estado centralizado y poderoso. Se refiere a los discursos en los que las personas, lderes de organizaciones, oficiales de bajo rango que tratan direc-

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    tamente con los clientes, y ciudadanos, buscan la conexin correcta, en- chufe o palanca para llenar el vaco entre el ciudadano y el Estado; llegar directamente con quien toma las decisiones y tiene el poder. El Estado emer- ge entonces como un poder central al que hay que llegar por el intermediario adecuado, el que es capaz de cruzar el vaco imaginario entre el ciudadano co- mn y el poder. Por eso, dice Nuijten (2003), la idea del Estado es tan impor- tante en las negociaciones cotidianas, en la bsqueda de soluciones por parte de los ciudadanos y en la manipulacin de los procedimientos (y de cobros en dinero) por parte de los empleados; por eso es que, dice, el Estado se vuelve una mquina generadora de esperanza. Pero en consecuencia, no es el Es- tado el objeto de anlisis directo, sino las prcticas organizativas y discur-sivas y la manera en que a partir de ellas surge la idea del Estado-mquina centralizada.

    Desde la perspectiva etnogrfica desarrollada por los dos trabajos refe- ridos, la idea de un Estado-mquina, con una accin altamente racionalizada, separada de la sociedad civil o de los espacios privados, es cuestionada de diversas maneras. Por una parte, los contornos de lo pblico y lo privado, de lo gubernamental y lo no gubernamental, del empleado racional y profesional y el ciudadano cliente, se diluyen y sus componentes se traspasan mutuamente. Por otra parte, el aparato burocrtico estatal se presenta menos como un poder unvoco y centralizado y ms como un conjunto de distintas burocracias o aparatos incoherentes y ambiguos. Finalmente, en algunos casos, el anlisis incluso llega a sugerir que el Estado, como esa entidad centralizada, es slo una figura retrica que producen los ciudadanos y los burcratas en sus in- teracciones, o en los discursos sobre corrupcin, para negociar posiciones de poder frente a ciertos recursos inmediatos. Podemos decir entonces que una entidad como Estado-artificio no existe, que es slo una imagen retrica? O simplemente es que el Estado-artificio, el autmata de Hobbes, es menos coherente y ordenado, ms ambiguo e inacabado de lo que han considerado algunos tericos del poder que han elaborado definiciones ms acabadas del Estado? La aproximacin etnogrfica ha mostrado los lmites conceptuales de la nocin de Estado, pero se ha hecho desde los mrgenes de la accin de las instituciones pblicas. Nos falta entonces la etnografa de los programas e instituciones y sus relaciones con los grupos de influencia poltica, econmi- ca o de conocimiento (polticos, empresarios y cientficos).3 Por otro lado, la solucin del Estado slo como figura retrica (Nuijten, 2003) o como idea (Abrams, 2006 [1977]) no terminan de resolver el problema del objeto al que se refiere la nocin de Estado.

    3 Un trabajo interesante en este sentido es el de Agudo (2009).

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    Primer parntesis etnogrfico

    Estas tesis acerca del Estado, surgidas de una aproximacin etnogrfica, cara a cara, a los encuentros cotidianos entre oficiales gubernamentales y ciudada-nos, recuerda a la literatura antropolgica previa que hablaba de la debilidad relativa del Estado en zonas perifricas del mundo capitalista moderno. Wolf (1999 [1966]), por ejemplo, desde los aos cincuenta propona que en regiones como Centroamrica las instituciones formales como las del Estado eran menos importantes para las relaciones econmicas y sociales que los vnculos fundados en el parentesco. Las interacciones entre personas estaban ms influidas por las relaciones de compadrazgo y parentesco, generando relaciones de clientelismo en el momento en que se producan en contextos de diferencias de clase y de relaciones de subordinacin. Pero, hasta dnde no estn conectadas estas ideas del parentesco, el compadrazgo y la amistad con las formas en que los ciudadanos imaginan al Estado y actan como parte del mismo? Cmo se entrecruzan estas formas de entender y desplegar las relaciones cotidianas con la forma en que se construye cada da el Estado? Siguiendo trabajos recientes, como los de Gupta (2006) y de Nuijten (2003) ya mencionados, se podra replantear el problema, examinando la posibilidad de que haya una conexin entre, por un lado, las interacciones cotidianas y las categoras o lenguajes con los cuales se entienden y actan esas interac-ciones y, por otro lado, la creacin de ideas del Estado, como una forma de organizacin amplia de la que se forma parte y a la que se atribuye un poder o una influencia en algunos aspectos de la vida diaria.

    En mi propio trabajo de campo encontr muchas veces estas imgenes traslapadas, entre la idea de un Estado como poder centralizado y el enten-dimiento de las relaciones a partir del lenguaje de la amistad y el parentesco. Haba un caso recurrente en uno de los poblados tojolabales de Chiapas en los que he trabajado por varios aos. En diversas ocasiones, un campesino se aproxim amablemente para charlar, pero siempre remataba la pltica so- licitando mi ayuda para encontrar un trabajo para su hijo en la ciudad. Argu-mentaba que su hijo haba terminado la escuela preparatoria (en el rea de fsico-matemticas) y que ahora deba trabajar en la ciudad. Yo le deca que no saba de ningn trabajo, pero su insistencia me pareci indicacin de al- go ms. Conversando con otro habitante del pueblo acerca de este caso, l me explicaba que muchas personas en el poblado, como aquel campesino, actuaban as porque tienen la conviccin de que todos los que vivimos en la ciudad, como yo, nos conocemos entre s y tenemos nexos cercanos, somos familiares o amigos y que por ese conocimiento personal, podemos obtener fa- vores, como empleo para otros amigos. Como los nexos imaginados incluyen

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    a los polticos y empresarios de la ciudad, no es tan remota la idea de que es posible por esos medios conseguir un trabajo. Lo ms interesante, sin em-bargo, no es esta idea acerca de los vnculos personales y su funcionamiento en las relaciones en la ciudad, sino la explicacin que me dio la persona con la que hablaba sobre estas imgenes de la ciudad. Me explic que esta idea es fomentada tambin, de manera recurrente, por algunos lderes de or- ganizaciones sociales, tambin nativos del poblado. Ellos siempre hablan de los vnculos personales que tienen con presidentes municipales, diputados y gobernadores, y de cmo se renen con ellos en sus oficinas o en lugares pbli- cos, como restaurantes o cantinas. Es en esos encuentros que ellos dicen hacer negociaciones y alcanzar a resolver problemas, obtener apoyos especiales o favores.

    Ms tarde tuve la oportunidad de platicar con uno de esos lderes, que haba ocupado un cargo como diputado estatal y era dirigente regional de su organizacin. Su discurso contena muchas formas de imaginar al Estado como actor centralizado, de diversas formas. Por un lado, al hablar de su pro- pia historia de militante, promotor de invasiones de tierras y de organizacin entre los campesinos, deca que su principal oponente era el sistema, enten- dido como una unidad ordenada que operaba como aparato de represin (l mismo fue preso y el poblado ocupado por la polica por unas semanas en un momento lgido de toma de tierras y conflicto religioso) y como voluntad un- voca, en respaldo de un propietario privado con quien se tena un conflicto por la posesin de un predio. Al mismo tiempo narraba su historia como la de una persona que ha impulsado un permanente esfuerzo de organizacin y resistencia contra el Estado. Sin embargo, despus de considerar otros as- pectos de la historia de la organizacin como la conservacin de las tie- rras que haba tomado, adems de lograr mantenerse por ms de 20 aos hasta convertirse en una entidad polticamente significativa que gan elecciones de diputados y presidentes municipales, la narracin empez a dar otra idea de la poltica y del Estado. La idea de una agenda cargada de reuniones y en- cuentros con oficiales de distintas agencias gubernamentales y las historias de relaciones personales que con algunos de ellos aparecieron, lo que ofreci una autoimagen de hombre muy bien conectado polticamente.

    Efectivamente, la idea de una jerarqua ordenada con un centro de po-der es alimentada por los propios lderes y por los burcratas menores, que se ofrecen como la conexin correcta (muchas veces a cambio de apoyos o regalos). Pero esa jerarqua es tambin entendida a partir de relaciones per- sonales y, por ello, sometida a la dinmica de esas relaciones (regalos y favores, por ejemplo). Es decir, que los lderes, usando el lenguaje del paren-tesco y del compadrazgo, crean una imagen jerrquica del Estado-aparato,

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    pero al mismo tiempo actan sobre ese aparato con la lgica de la amistad y el compadrazgo. No aparece el Estado como una entidad separada de las relaciones de parentesco, sino las relaciones de parentesco como metfo- ras del orden jerrquico del Estado y como modelo generativo de accin den- tro de las relaciones burocracia gubernamental-clientes.

    En otra poblacin donde realic trabajo de investigacin en los aos noventa, en el noroccidente de Michoacn, estas imgenes del Estado tambin eran producidas por otros medios. Durante algunos aos, en las dcadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX, los campesinos de este pueblo realizaron diversas obras pblicas con el apoyo del maestro de la escuela y de algu- nos polticos que eran amigos de este maestro. Todos lo recuerdan como una persona muy bien relacionada y que us sus relaciones con los emplea-dos para obtener recursos para la escuela y para el pueblo en su conjunto. Se hizo un nuevo edificio de la escuela; se construy la brecha que conec-taba el pueblo con la carretera principal ms cercana; se remodel la plaza principal, entre otras obras. Tiempo despus, uno de los polticos con los que el maestro tena algunos lazos, muri en un accidente areo. El maestro solicit al pueblo que se levantara un busto de este poltico en el centro del pueblo, recordndolo como amigo de los campesinos de esta poblacin. Igualmente, cuando el maestro falleci, la poblacin coloc un busto de l en una columna del centro, recordndolo tambin como amigo. Muchas de las conversaciones que escuch acerca de esa poca y de los personajes principales, autoridades, maestros y polticos, dibujaban las relaciones co- mo relaciones de amistad, generando adems una idea de lo que Nuijten llama las conexiones correctas. Lo paradjico es que, aunque muchas de las obras que se construyeron en la segunda mitad del siglo XX fueron el re- sultado de cooperaciones y faenas, con la ayuda tcnica y monetaria del gobierno en turno, las placas conmemorativas celebran el apoyo que dieron ciertas autoridades a la realizacin de los trabajos, nuevamente atribuyendo a un poder centralizado externo el bienestar de las personas. As, tanto la bsqueda de la conexin correcta como la fetichizacin del poder del Estado con las placas de las obras pblicas, parecan fortalecer la idea de un poder central unificado. Al momento de hacer la investigacin, en los noventa, la poblacin se encontraba dividida en dos grandes grupos polticos, que seguan a distintos partidos nacionales. Durante la fiesta patronal, estos dos grupos trataban de organizar parte sustancial de las actividades, en especial las comi-das a las que se suele invitar a huspedes especiales, como algunos burcra- tas de oficinas importantes del municipio. El propsito era hacer relaciones de amistad y, a travs de ellas, buscar las conexiones correctas. La competen- cia por la intermediacin adecuada tambin es, entonces, parte integrante de

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    las celebraciones pblicas. Todo ello, en resumen, contribuye a la creacin de una imagen del Estado como poder centralizado.

    Estos registros etnogrficos corroboran de diversas formas las afirma-ciones de Nuijten y de Gupta acerca de la idea del Estado. La dinmica del Estado, tal como se produce en estos espacios de interaccin, no es la de la burocracia racional, sino de un aparato burocrtico descentrado que est influido por lgicas o entendimientos que no tienen que ver con sus reglas de operacin y que se sujetan, de diversas formas, a la lgica de la amistad y el parentesco. Efectivamente, la actuacin de las burocracias dista mucho de ser coordinada y unvoca, y la idea de un Estado centralizado parece ms bien una figura retrica. Sin embargo, esto no significa que no haya algo que podemos llamar Estado. Lo que surge no es con seguridad ese autmata absoluto, ese cuerpo poltico o ese aparato centralizado imaginado por la teora poltica. Pero tampoco se pueden pensar las relaciones entre oficiales y ciudadanos como cualquier relacin de amistad y compaerismo. Quizs el uso de las categoras de parentesco y amistad terminen dando una apariencia ms cercana a esas relaciones; pero tambin se puede postular que se trata de un idioma o lenguaje que permite a los ciudadanos entender las relaciones de poder ms amplias y les permite tambin desplegar estrategias de accin en ese mbito de relaciones. Quiz las relaciones personales y las formales de la relacin Estado-ciudadanos se traslapan de diversas maneras. Pero las relaciones estn all, no son una figura retrica solamente. Pueden presentarse ms incoherentes y ambiguas de lo que sugiere la idea del Estado-aparato, y pueden surgir distintas dinmicas de dominacin, negociacin de la domi-nacin, y confrontacin o resistencia. Pero eso no significa la inexistencia de una diferenciacin de poder en los encuentros. En todo caso, ms que un aparato completo, coherente en s mismo y claramente delimitado, lo que sur- ge es un autmata inacabado.

    Los lmites de la figuracin del Estado-comunidad poltica

    Como ya sealamos, la violencia es, en varios autores, el componente cen- tral del Estado. Sin embargo, para otros autores eso es slo un componente mnimo. En realidad, la organizacin de las relaciones de poder en un espa- cio que podra llamarse Estado requiere de otros elementos de legitimacin o dominacin, en trminos de Weber; o de hegemona o ideologa, en el senti- do de Marx, Gramsci y Althusser. El Estado aparece as como un orden social, imaginado e impuesto por diversos medios (no slo el de la violencia poli-ciaca, sino de lo que Bourdieu llam la violencia simblica). El Estado deja

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    entonces de ser pensado como un artificio de uso instrumental y se vuelve un marco ms amplio para la interaccin social, que podra ser entendido como una de esas formas de poder estructural de las que habla Wolf (2001 [1989]). Es decir, sera un marco de la accin, ms amplio que las formas de poder que implican actores que luchan por el control de espacios de organizacin concretos. En otras palabras, se refiere a los dispositivos de poder de los que habla Foucault, los que anteceden incluso a la produccin de los sujetos y sus confrontaciones. El estado sera una forma de ese poder estructural del que habla Wolf (2001 [1989]).

    Sin embargo, ese orden no es indiscutible. Ya Gramsci hablaba de la lu- cha por la hegemona. Florencia Mallon, en su estudio sobre los campesinos y la nacin, nos habla por ello de la hegemona en dos sentidos. Por un lado, est la hegemona en su forma de proceso, el proceso hegemnico, que se refiere a esas luchas entre diversos actores por la imposicin de una visin del mundo. Por otro lado, en ciertas coyunturas histricas la hegemona se expresa en el resultado de una lucha, en una forma de orden creado a partir del proceso hegemnico. A esto le llam hegemona como resultado, siempre endeble y temporal, efmero (Mallon, 2003). En ese mismo sentido, William Roseberry (1994) propone entender la hegemona como un idioma de la con- tienda, una forma de establecer los trminos del entendimiento de las relacio-nes sociales y de establecer las disputas fundamentales por el entendimiento del mundo y de las relaciones mismas.

    En un estudio sobre Mxico, Joseph y Nugent (1994) proponen que el Es- tado debe ser entendido como un producto cultural y, como tal, debe analizarse a partir de las prcticas cotidianas que le dan forma. Haciendo un anlisis de diversos trabajos sobre Mxico, proponen que la cultura de Estado y las cul- turas populares no deben tomarse como entidades ajenas y mutuamente exclu- yentes. Por el contrario, son mutuamente referenciales y producen un idioma comn, marcos simblicos de interaccin que permiten la comunicacin y, sobre todo, la negociacin y la lucha entre grupos diversos en el espacio nacional. Lo importante a resaltar aqu es que entonces el Estado no es anali- zado como una entidad especfica con contornos definidos, sino como un pro- ceso; por ello es que el objeto central de anlisis no es el Estado sino su for- macin, y ste no se analiza a partir de las instituciones gubernamentales y su autor-representacin en documentos y discursos, sino a partir de las historias locales de transformacin paralela de la cultura popular y la cultura de Estado, ambas producto del proceso de formacin del Estado mismo.

    Claudio Lomnitz (1995 [1992]) propuso el concepto de cultura de re-laciones sociales para entender los marcos simblicos de la interaccin que se producen en espacios diferenciados por relaciones de poder. El Estado

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    mismo (o una cultura de Estado) es una de estas formas de la cultura de relaciones sociales. En esta cultura lo fundamental son los permanentes pro- cesos de lucha por los significados y los procesos de transformacin de los smbolos en componentes de ideologas que fundamentan las posiciones de los actores involucrados en el espacio. Nuevamente, el Estado no aparece co- mo una entidad consistente en s misma, sino como un marco de interaccin y lucha amplio, un idioma de comunicacin transclase en diversos espacios sociales; adems, este espacio implica una negociacin o lucha permanente por los significados, resultando en la reproduccin y transformacin de los marcos de interaccin mismos.

    Un acercamiento a la manera en que se establecen las categoras sociales de los ciudadanos en los contextos de la relacin (de subordinacin, negocia-cin o confrontacin) con las instancias gubernamentales, y ms ampliamente en las diversas arenas polticas, puede dar cuenta de la relevancia y los lmites del Estado como marco de interaccin, como orden negociado.

    Rob Aitken, en su trabajo de investigacin en la costa de Michoacn, en ciudad Lzaro Crdenas, nos plantea este problema en trminos mucho ms concretos. Aitken hace un acercamiento a la forma en que categoras co- mo campesinos y obreros, instituidas como parte de la conformacin del rgimen poltico de la Revolucin mexicana, fueron recibidas por los diversos grupos sociales que surgieron en esta regin que vivi grandes cambios a par- tir de la reforma agraria y la instalacin de diversas industrias privadas y pa- raestatales. Lo que nos muestra es que esta transformacin del paisaje social podra haber sido leda como un producto de la intervencin del Estado, como efectivamente se puede entender en esta historia; sin embargo, tambin muestra que la utilizacin de las categoras sociales como las referidas an-tes no implica la imposicin lineal de una relacin de dominio (simblico) sobre los grupos sociales; por el contrario, una importante reinterpretacin de los significados se produjo a la par de la formacin de organizaciones con identificaciones como campesinas, obreras, populares o magis-teriales, que se convirtieron en algunos momentos en los actores de una oposicin importante al gobierno central y el partido gobernante. Es decir, lo que se produjo no fue la imposicin lineal de un entendimiento del mundo social dividido en sectores; por el contrario, lo que apareci fue un marco de interaccin para la negociacin de posiciones, que permiti incluso hacer surgir movilizaciones, organizaciones y grupos que cuestionaban las formas verticales de manipulacin de organizaciones y sindicatos. Esto es lo que Aitken llama la localizacin de la poltica (Aitken, 1999). Hagamos otra vez un acercamiento etnogrfico para profundizar en esta idea del Estado como orden disputado.

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    Segundo parntesis etnogrfico

    En mi propia experiencia de investigacin he encontrado estas formas espe-cficas de reinterpretacin de las categoras a travs de las cuales se establece la relacin entre el Estado y los clientes. Ya he referido el caso en un pueblo de la caada de los once pueblos de Michoacn, en el cual las relaciones se entendan y se representaban (en el sentido casi teatral) a partir de la lgica de la amistad y el parentesco, en la bsqueda del intermediario correcto. Pero igualmente, en ese escenario de negociacin poltica la idea de ser campe- sinos fue siempre un punto de partida de los encuentros con los funcio-narios pblicos. Es decir, la identificacin como campesinos implica ya el empleo de ciertos marcos de interaccin. No fueron pocas veces en que mis interlocutores se autoidentificaban as, como campesinos, como gente que sa- be del campo, y se contrastaban con los funcionarios, que usaban trajes, que no saben trabajar la tierra, y que viven del trabajo de los otros. Siempre haba esas quejas; pero al mismo tiempo se continuaba con la bsqueda del emplea-do ms adecuado para resolver los problemas, con el que convena ms ser amigo. La identificacin como campesinos, sin embargo, no estaba exenta de cuestionamientos. Los hijos de algunos de los ejidatarios estaban mucho ms conectados ya con la vida urbana, con el trabajo asalariado en alguna ciudad o en Estados Unidos o con el empleo en oficinas gubernamentales. As, se producan formas diferentes de identificarse con la comunidad, oficialmen- te tenida como campesina, y no eran pocas las veces en que los ejidatarios se quejaban de la falta de inters de algunos de los jvenes en los asuntos lo- cales, en las faenas y cuotas, en las obras colectivas. En otro frente tambin era cuestionada la identificacin como campesinos por parte de un grupo de la propia poblacin que disputaba la posesin de una amplia zona de tierras dentro del mismo territorio del pueblo. Por un lado, los ejidatarios preferan la identidad de campesino y reconocan la propiedad legal ejidal de la tierra que consideraba un conjunto de parcelas en la parte baja y plana del valle y, adems, una parte de cerro como bosque comn, que se usaba slo en algunas secciones para agricultura. Por otro lado, estaba el grupo de los comuneros, que buscaba el reconocimiento del pueblo como pueblo indgena (y no cam-pesino); con ello, lo que ganara sera el reconocimiento de la parte de cerro como bienes comunales y el reconocimiento de una instancia distinta a la asamblea ejidal, que sera el comisariado y la asamblea de comuneros; y, final- mente, lograra con eso tomar posesin de la tierra cerril para repartirla entre sus miembros. Muchos jvenes sin tierra seguan a los lderes de este grupo en la bsqueda de una parcela, ante el agotamiento de la va de la herencia o el traspaso de parcelas ejidales. Esta disputa por la identificacin como campe-

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    sinos o pueblo indgena era central tambin en otras dinmicas, como la fiesta, en la que los dos grupos organizaban grandes comidas e invitaban a diferentes autoridades municipales y a empleados de la Promotora Agraria y de la re- cin creada Procuradura Agraria, para crear vnculos de amistad y procesar sus respectivas solicitudes de reconocimiento oficial de su estatus como ejido o como pueblo indgena con bienes comunales. La identificacin como cam- pesinos creaba tambin marcos de interaccin importantes para la construccin y transformacin misma de la comunidad. Al mismo tiempo, estas dos pers-pectivas sobre la comunidad se ligaban a movimientos ms amplios de par- ticipacin poltica en el Estado: los ejidatarios ms cercanos al Partido Re-volucionario Institucional y a las nuevas instituciones agrarias (aceptando el programa de certificacin de parcelas, conocido como Procede) como una for- ma de asegurar la propiedad de la tierra; los comuneros se vincularon mu- cho ms cercanamente a los movimientos de reivindicacin tnica en la zona de la meseta purhepecha y al Partido de la Revolucin Democrtica, de opo- sicin en ese entonces (mediados de los noventa).

    En el caso de los poblados tojolabales de Chiapas, con los que he tra-bajado, estas formas de manipulacin de la identificacin en el contexto de los encuentros con las oficinas gubernamentales diversas (e, insisto, en otro escenario de representacin y confrontacin poltica, como las marchas, los mtines o las movilizaciones de diversa ndole) se ilustran mejor con el po-sicionamiento pragmtico de los campesinos frente al movimiento zapatista de 1994. En uno de los poblados, los ejidatarios que ya haban participado en una organizacin campesina no oficial por mucho tiempo, decidieron (jun- to con toda la organizacin regional) unirse al levantamiento como base de apoyo. Esto, sin embargo, surgi de una historia ms especfica, conectada con las tierras de una finca cercana (no doy nombres ahora para evitar la identificacin del autor de estas lneas en el dictamen del premio iberoame- ricano). Los campesinos de este ejido haban tenido contacto con los zapa- tistas desde antes del levantamiento armado de 1994 y algunos jvenes se ha-ban vinculado mucho ms con ellos. A travs de los vnculos personales con zapatistas de un pueblo de la zona de la selva, al oriente, algunos ejidatarios empezaron a recibir noticias de que despus del levantamiento un grupo de campesinos de aquella zona iba a tomar lo que quedaba de la finca vecina. Esa finca haba sido afectada por la reforma agraria de mediados del siglo XX, y de ella haban salido tanto los fundadores del ejido como las tierras del mismo. Lo que quedaba eran las tierras cercanas al ro y en torno a la casa grande, en manos de propietarios privados. Los campesinos del ejido consideraron que ellos tenan ms derecho sobre las tierras que campesinos que pudieran venir de otro lado, debido a que sus abuelos haban trabajado en la finca. Pero

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    tenan temor de hacer la toma de esas tierras y tener despus que enfrentar a los zapatistas. Por ello decidieron unirse al movimiento, y aceptaron entregar el ganado y las armas y otras propiedades de los dueos de la finca a cambio de que los zapatistas les dejaran las tierras. Aos ms tarde, la organizacin a la que pertenecan se alej del zapatismo (aunque no de sus demandas) y se involucr ms en la contienda poltico electoral, con xito en las elecciones de diputados locales y presidentes municipales. Lo que se puede apreciar aqu es la manera en que el inters local por la tierra se vincul con la parti- cipacin en movilizaciones y organizaciones sociales ms amplias; pero lo ms importante para el anlisis en este documento es la manera en que las figuras del campesino (frente a la del propietario privado) y del indgena son parte de los marcos de interaccin, no slo con las autoridades guber-namentales sino tambin frente a ellas, y en las negociaciones y acuerdos entre los grupos y organizaciones mismas. Pero en un sentido ms amplio, la invocacin que se hace de la imagen y los significados de lo campesino y lo in- dgena es parte de una larga historia de formacin del Estado mexicano, como la formacin de las grandes categoras sociales con que se piensa y se establece el orden imaginado de la nacin. Es dentro de esos mismos marcos donde se movi incluso el zapatismo, invocando no slo esas imgenes de la historia mexicana (la historia como narrativa, como discurso a travs del cual se crea un sentido de continuidad y legitimidad para el presente) sino inte-grndolas a una reinterpretacin de los smbolos de esa historia, como los campesinos, los indgenas y el mismo Zapata.

    En resumen, la idea de un orden impuesto, estructural, que est fuera del alcance de los actores mismos, tambin puede ser cuestionada al revisar estas etnografas de la negociacin y la lucha simblica, si pudiramos agrupar- las bajo un nombre. Pero tambin nos queda el problema de la vitalidad y la continuidad de ciertas formas de estructuracin de la accin poltica, incluyen-do la llamada accin de oposicin, que se expresan en la continuidad de los marcos de interaccin y de confrontacin. Cmo surge un cuestionamiento del orden ms general, amplio, y la posibilidad de una reelaboracin de los marcos de interaccin mismos? Bajo qu condiciones?

    Conclusin

    El Estado-artificio, la mquina burocrtica racional, es slo un tipo ideal que permite delinear ciertas caractersticas y dinmicas de la dominacin racional. El propio Weber lo postul as, y seal algunas tendencias de ese orden, parte de una racionalizacin creciente de la sociedad, con sus propias con-

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    tradicciones. Pero lo que brota en el proceso es algo ms complejo y, sobre todo, negociado, cuestionado, como lo muestran los trabajos antropolgicos y sociolgicos referidos en este texto. Tampoco el orden estructurador del mundo, los dispositivos ms generales o las categoras del ordenamiento social ms amplias se expresan de manera unilateral y directa; atraviesan en cambio por diversas mediaciones y reinterpretaciones, alterando sus sentidos y creando trayectorias paradjicas en la dominacin. Lo que emerge entonces no es una mquina finita ni un orden permanente, sino una dinmica amplia y permanente de negociacin y lucha, de reinterpretacin y cuestionamiento. Pero eso est presente tambin en los estudios clsicos del Estado.

    El estudio de Weber sobre las contradicciones entre democratizacin y burocratizacin, expresadas en las confrontaciones ms especficas entre una burocracia que tiende a la rutina y la estandarizacin de procedimien- tos y formas de actuar, y una comunidad poltica que busca abrir distintas vas de conduccin de la sociedad, siguiendo distintos dioses y producien-do distintos representantes polticos, plantea ya de entrada esta condicin inacabada e incompleta de la dominacin y la formacin del Estado. Por su parte, al hablar de hegemona, Gramsci se refera tambin a esa dinmica de permanente lucha entre las clases y los grupos, dominantes y subalternos, por el establecimiento de los sentidos ms generales del mundo social. La revolu- cin era as concebida tambin como una revolucin cultural, una revolucin que necesitaba del trabajo intelectual y de la crtica del sentido comn. Igual sucede con la necesidad de una lucha ideolgica en los planteamientos de Althusser, quien conceba por ello la filosofa como la prctica terica de des- velamiento del mundo social, a partir de la crtica de la ideologa. Bourdieu (1999 [1997]), ms recientemente, formula justamente la nocin de campo como una manera de superar las perspectivas estructuralistas que considera-ban la estructuracin como un proceso autnomo, independiente de la accin y, sobre todo, de la competencia interesada por parte de los agentes de esa misma estructuracin. La violencia simblica no es nunca un acto externo a la accin, sino el resultado de la misma, en un proceso de recrear o cuestionar las representaciones del mundo establecidas.

    Siempre corremos el riesgo de ser esquemticos; sin embargo, el pro-psito de este artculo no es sintetizar la discusin sobre el Estado en una definicin cerrada. Lo importante ms bien es el planteamiento de los proble-mas que implica el uso del trmino y sus consecuencias en la investigacin sociolgica y antropolgica. Lo ms relevante quizs es identificar diversas lneas de discusin y definicin del Estado. Partimos de la idea de Estado ma-quinaria, orden imaginado y comunidad poltica. Estas nociones se presentan de muchas formas en los anlisis conceptuales ms amplios, de los cuales s-

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    lo revisamos algunos que plantean el problema desde la perspectiva del po-der. Sin embargo, tambin analizamos algunos estudios antropolgicos del Estado con la intencin de indicar diversas formas en que se ha reelaborado el concepto de Estado a partir de una perspectiva etnogrfica, es decir, desde las prcticas y las representaciones cotidianas, desde los procesos directos de la negociacin de la dominacin, desde la manera en que el Estado se produce da a da como un artefacto cultural.

    Esta literatura nos propone repensar los contornos y la consistencia del Estado como objeto de anlisis. El Estado-orden o el Estado-dominacin aparecen ms como un orden disputado, como un espacio de negociaciones y luchas permanentes y, por ello, en permanente transformacin. Y el Esta- do-aparato resulta ser un artificio inacabado, en permanente reconstruccin y cambio. Pero ms all de ello surgen dos tendencias en el anlisis del Estado. Una hace ms nfasis en el espacio de luchas en s mismo, en la dinmica de la accin y los actores en especial desde una perspectiva centrada en el actor, como la denomina Norman Long. Desde esta perspectiva, el anlisis se centra en los actores diversos con prcticas discursivas y organizativas, y es ah donde aparece la burocracia como un conjunto de instancias descentradas e incoherentes. El Estado como actor central, en cambio, aparece como figu- ra retrica.

    Otra perspectiva, orientada a la cultura y la hegemona parte tambin de los espacios de lucha, de la disputa por los significados. Desde esta perspecti-va, el Estado aparece no slo como figura retrica sino tambin como artificio social inacabado y actor significativo, aunque descentrado e incoherente. En todo caso, y es la lnea argumentativa que se sigue en este trabajo, el Estado no es una entidad puramente discursiva. Lo que surge es simplemente una imagen diferente del mismo, distinta de su autoimagen como poder centra-lizado coherente y autnomo.

    Lo que nos queda, despus de esta somera revisin, es el Estado como un orden imaginario en permanente cuestionamiento, un conjunto amplio de espacios de negociacin y lucha por la dominacin, y una maquinaria, un animal artificial o un autmata inacabado.

    Recibido: noviembre, 2009Revisado: marzo, 2010

    Correspondencia: ciEsas-Sureste/Km. 3.5 Carretera San Cristbal San Juan Chamula/Barrio Quinta San Martn/29247/San Cristbal de las Casas/Chia-pas/correo electrnico [email protected].

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