Espacio, Identidad y Literatura

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    UNIVERSIDAD AUTNOMA DE SINALOA

    Hctor Melesio Cun Ojeda Rector

    Jess Maduea MolinaSecretario General

    Csar Snchez Montoya

    Director de Servicios EscolaresManuel de Jess Lara SalazarSecretario de Administracin y Finanzas

    Juan Salvador Avils OchoaCoordinador General de Extensinde la Cultura y los Servicios

    Elba Gabriela Zazueta Directora de Editorial

    Wenceslao Salazar Surez Director de Imprenta Universitaria

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    Espacio, identidad y literaturaen Hispanoamrica

    Alicia Llarena

    UNIVERSIDADAUTNOMA DESINALOA

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    Espacio, identidad y literaturaen Hispanoamrica

    Alicia Llarena

    Jefe de produccin: Lorenzo Morales ZamoraCorreccin: Juan Andrs Montoya Diseo de portada: Adiel Robles CastroTipografa: Irma Mireya Zazueta Franco Ilustracin de portada: Berbel

    1 edicinUAS, agosto 2007

    D.R.: UNIVERSIDADAUTNOMA DESINALOAEDITORIAL

    Burcratas 274-3Col. Burcrata80030, Culiacn Rosales, SinaloaTelfax: 715- 59- 92

    ISBN: 978-970-660-199-5

    Edicin con fines acadmicos, no lucrativa

    Impreso y hecho en Mxico

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    INTRODUCCIN

    Mi inters por el espacio literario, y por su significado enla definicin de la literatura hispanoamericana, no es

    nuevo. De hecho, empez hace ms de una dcada,cuando me vi obligada a explicar la funcin del espacioimaginario en las novelas clsicas del realismo mgico. Eraevidente que Comala y Macondo jugaban un papel importanteen la verosimilitud de sus ficciones respectivas, pero en lapotica y la teora magicorrealista, sin embargo, el lugardedicado a estos espacios imaginarios era insignificante, frentea la supremaca total del narrador y de su particular punto devista. Era un lugar comn que gran parte del encantamientode la prosa de Garca Mrquez y Juan Rulfo resida en esenarrador capaz de contar lo extraordinario como si fuera

    cotidiano, y viceversa; pero muy pocos haban reparado en lafuncin central del espacio imaginario, en su potencialhabilidad para dotar de verosimilitud y de representatividad ala novela hispanoamericana, con una envidiable economa derecursos tcnicos.

    Tratando de encajar estas impresiones, fue en esta etapa dela investigacin sobre el realismo mgico y lo real maravillosocuando me tropec, precisamente, con las preguntas, paradojasy cuestiones que dieron origen a esta reflexin sobre elespacio y la identidad en Hispanoamrica. Como podrobservarse, aquella pregunta primigenia sobre el espacio

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    imaginario se transform en algo ms hondo y, sobre todo,en una estrecha relacin investigadora que, desdeentonces, ha tenido continuidad en mi ejercicioacadmico. Ya sea en publicaciones, en coloquios, o en losseminarios y cursos de doctorado que he tenido ocasin deimpartir en distintos mbitos y pases, mis reflexiones sobre elespacio literario han sido siempre una piedra angular,fragmentos dispersos que esperaban la ocasin de reunirse en

    un discurso como ste.Debo aadir aqu que la marginacin que caracteriz alespacio literario en la discusin sobre el realismo mgico y loreal maravilloso, slo es un sntoma de su olvido general en elmarco de la teora literaria y en la teora de la narracin,factores que me obligaron en su momento a hacer acopio demateriales afines en otras disciplinas y a confrontar eldescrdito que la cuestin del espacio originaba en el entornomismo de la crtica literaria hispanoamericanista, resistentecomo se sabe a los fantasmas del caduco telurismoregionalista. Lejos de las novelas de la selva, el espacio

    literarioal menos en apariencia haba perdido su rutilanteprotagonismo, y la asociacin entre paisaje y narrativahispanoamericana lleg a constituir, para muchos, unarelacin malsana y eurocntrica, que sobrevaloraba elexotismo del continente como smbolo de americanidad.

    En medio de estos vacos tericos y a travs de estassospechas y rechazos, la investigacin sobre el espacioliterario fue convirtindose en una aventura intelectualestimulante, que afectaba no slo al texto literario comoforma, es decir, al papel de este ingrediente del relato en laestructura de una novela, sino al sentido, y a los sentidos,

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    que el espacio desempea en una historia literaria, en laexpresin de la identidad y en la interpretacin ydefinicin de la cultura. Con el tiempo, las preguntas sehicieron ms densas y los procesos socio-culturales de lasltimas dcadas no han hecho ms que acentuar misinquietudes al respecto. Y es que, a medida que aumentabami certeza sobre el poder semntico del espacio liter ario,ste ha ido cobrando un renovado inters, que puede

    palparse en distintos mbitos del escenario terico msreciente: desde la descentralizacin de las literaturasnacionales y la irrupcin de las periferias, hasta los movi -mientos migratorios, o los contrastes entre la globalizacin yel multiculturalismo, pasando por las reflexiones sobre ladiversidad y la diferencia, lo cierto es que en nuestros dasel espacio literario es un signo privilegiado en lainterpretacin y la valoracin de las culturas , e incluso uncampo de estudios que ya manifiesta su autonoma entrelas modas acadmicas, como indica el surgimiento de laecocrtica, quizs las ltima venganza del espacio frente

    al largo descuido terico y social al que lo hemos idorelegando, y que algunos denunciaron hace tiempo convisionaria claridad:

    El espacio est tomando venganza por las mltiples ocasiones enque fue subordinado. He aqu que est pasando a un primerplano en los intereses investigativos de la potica: resulta que noes ya simplemente uno de los componentes de la realidad presen-tada, sino que constituye el centro de la semntica de la obra y labase de otros ordenamientos que aparecen en ella.1

    1 Januzs Slawinsky, 1989, p. 268.

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    En el caso de la literatura hispanoamericana, habr queconsiderar especialmente la paradoja del espacio literario,porque a pesar de su incidencia directa en momentoscentrales de su proceso histrico, de su peso especfico enla representacin de Amrica y de sus estrechas relacionescon la definicin de la identidad cultural del continente, otal vez precisamente por estas mismas razones, ha sido unelemento singular y contradictorio, celebrado y rechazado

    a un tiempo y por el mismo motivo, su identificacin conlo americano. Como elemento vertebrador de laidentidad cultural, de la imagen de Amrica, y de algunosde los problemas literarios ms persistentes a lo largo desu historia, el espacio estuvo presente desde el principio,en las primeras noticias sobre Amrica, en los textosfundacionales de los diarios, las historias, las crnicas olas cartas de relacin; en los albores de la independenciaya fue un motivo expreso y voluntario de americanismo yde conciencia nacional; ms tarde se erigi en personajeprincipal de la novela regionalista, la Novela de la tierra.

    Y an cuando el exceso y el lastre del regionalismoliterario provocaron entre los nuevos narradoreshispanoamericanos el rechazo del paisaje, en la segundamitad del sigloXX, el espacio sigui teniendo, hasta en loscasos menos visibles, un peso determinante.

    Es sabido que eltelurismo militante, descriptivo ylocalista de aquellos narradores regionales desapareci delhorizonte literario, pero elespacio sigui teniendo unaenorme capacidad significativa, hasta el punto de articulardesde entonces uno de los procesos ms interesantes de lanueva novela hispanoamericana: el espacio no ser ya el

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    argumento del relato, pero s el elemento central delproceso narrativo, como refleja la nmina de nombresestelares en el canon literario de Hispanoamrica, desdelos espacios fantsticos de Borges a los espaciosimaginarios de Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, GabrielGarca Mrquez u Osvaldo Soriano; desde la teora de loscontextos de Alejo Carpentier hasta los espacios de lainmigracin o el desarraigo (Roberto Arlt y la escritura del

    exilio); desde los espacios marginales de La Ondamexicana a los espacios de hibridacin y la fronteraMxico-USA, o desde el resurgimiento, en los ltimosaos, de las literaturas regionales en gran parte de lospases hispanoamericanos, todo parece indicar que l asimgenes espaciales, y las formas y estrategias espaciales,no slo han sido abundantes en la segunda mitad del siglo,sino que son, ahora ms que nunca, decisivas e imprescin -dibles en la conformacin de los mapas culturales eimaginarios del nuevo siglo.

    La vinculacin del espacio con la expresin de la

    identidad, y con la fundacin y construccin de sta, no es,evidentemente, un fenmeno exclusivo de Hispanoamrica,sino al contrario, es uno de esos grandes universales, quearticula el desarrollo de cualquier tradicin literaria, conindependencia de su prestigio y de sus aos de antigedad.Pero es lgico que, por la contemporaneidad del procesoliterario de Hispanoamrica, por la ms o menos recient econfiguracin de su campo de estudios y por la confluenciade los muchos factores que han matizado el devenir de susexpresiones culturales, los efectos del espacio literariopuedan sentirse con ms intensidad en el continente y

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    puedan resultar peculiarmente complejos. De un lado, lainvencin de Amrica convirti en un problema terico larepresentacin del continente; por otro lado, y en un nivelprctico, los narradores hispanoamericanos se han vistoobligados, incluso tras la desaparicin de las novelas de latierra, a resolver las enormes dificultades de una urgentetarea, nombrar Amrica, presentarla y representarla en elcontexto universal, fundar en este dominio su propia

    geografa imaginaria. Inevitablemente, y desde este punto devista, los escritores hispanoamericanos estaban llamados aparticipar en la construccin de una mitologa conductora,y en la revelacin de la tierra indita, tarea privilegiada yuniversalista donde las haya, que en nada se parece a unlocalismo folklorista y chato, como advirtiera en plenareflexin vanguardista el escritor canario Agustn Espinosa:

    La msica que salve a un pueblo, a un astro o a una isla, noser nunca msica de esta clase. Sino msica integral. Sino lacreacin de una mitologa. De un clima potico donde cadapedazo de pueblo, astro o isla, pueda se ntarse a repasar

    heroicidades. Sino aquella literatura que imponga su mdulovivo sobre la tierra indita. No ha sido de otro modo cmo elmundo ha visto, durante siglos, la India que cre Camoens; o laGrecia que fabric Homero; o la Roma que hizo Virgilio; o laAmrica que edific Ercilla; o la Espaa que invent aronnuestros romances viejos.

    Una tierra sin tradicin fuerte, sin atmsfera potica, sufrela amenaza de un difumino fatal...

    Lo que yo he buscado realizar, sobre todo, ha sido esto: unmundo potico; una mitologa conductora2.

    2 Agustn Espinosa, 1988, pp. 9-10.

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    Por el conocimiento ms o menos reciente de la historialiteraria de Hispanoamrica, y por la enorme diversidadque emana de su sistema mltiple, fruto en definiti va delas diecinueve literaturas nacionales que en steparticipan, por no entrar ahora en otros detalles tambinconsiderables, es difcil atender a los tantos y tanprofundos aspectos que tienen relacin con el espacio. Lageografa de Hispanoamrica, ms all de su materia

    fsica, es inmensa, y su cartografa dista mucho de ser anun planisferio completo. De ah que en ciertos momentosde la historia, los territorios emerjan acentuando supersonalidad con energa y dando testimonio cultural de suexistencia en el conjunto del paisaje nacional. Sonmomentos, por cierto, que guardan una estrecha relacindialctica con lo universal: el contacto con la ilustracineuropea produjo una apasionada defensa de Amrica y desus gentes, visible en hombres como Bel lo o Clavijero; elespritu romntico occidental, y su combinacin con laindependencia poltica del continente, tuvo como vehculo

    expresivo una escritura comprometida con el espacionacional, en tanto portador de identidad precisamente; lanovela regionalista se embarc en su proyecto americano justo en medio de los afanes cosmopolitas de lavanguardia, movimiento ste que, por otra parte, tampocofue insensible a la cuestin de la identidad, expresamenteconvertida en materia artstica, como en el casoparadigmtico de la poesa negrista, y en materia terica oensayo, como sucedi en los debates indigenistas deMaritegui; por su parte, la recepcin y el xito de lanueva novela hispanoamericana y el consiguiente

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    reconocimiento de su especificidad cultural, coincidirntambin con los instantes de mayor universalidad yespacializacin de sus instrumentos narrativos; y encualquier caso, es obvio que en la relacin dinmica ytensa entre Amrica y Occidente late siempre, y en elfondo, una cuestin de espacios. Desde esta mismaperspectiva, subrayar que en las ltimas dcadas del sigloXX, y justo cuando el mundo se ha embarcado

    definitivamente en la globalizacin de la aldea y asistimosen directo a los milagros tecnolgicos de la comunicacin,la literatura hispanoamericana vive un nuevo proceso deregionalizacin, haciendo visibles sus localidades yprovincias menos cntricas.

    Ello es lo que sucede en pases como Argentina o Chiley, especialmente, entre los llamados narradores del nortede Mxico, cuya aparicin en el escenario artstico resultcuando menos desafiante en un pas de enorme tendenciaal centralismo. En ese mapa, los estados norteos han sidovctimas histricas del olvido, pero su cercana con la frontera

    estadounidense y el impulso editorial de sus ltimoscreadores, les han devuelto de pronto un inusitadoprotagonismo. Nombres como Jess Gardea, Daniel Sada,Federico Campbell, Luis Humberto Crosthwaite o RosinaConde, entre una plyade heterognea y abundante deescritores, son hoy referencias ineludibles en el panoramade la literatura mexicana, y sus discursos, como en todaescritura emergente, que tantea su identidad y busca laautodefinicin, han logrado forjar a estas alturas unainteresante coleccin de imgenes y signos espa ciales, queexplican y que fijan su interesante mbito psicogeo -

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    grfico en el imaginario cultural y colectivo, aadiendootros nombres a la topografa literaria del continente: larepresentacin literaria de Chihuahua, de Tijuana o deCoahuila, no slo amplifica en el presente las modalidades ylos matices de la escritura hispanoamericana, anunciandonuevos territorios para el lector, sino que lo hace, una vezms, apelando a la capacidad semntica del espacio y a susfunciones identitarias. Conviene recordar al respecto que

    la emergencia de la narrativa nortea y el nfasis enmostrar la realidad de su paisaje humano y cultural, sonproporcionales y paralelos a su contacto con el mundo quehay ms all de la lnea,the border, la frontera. Y es que,mientras la lnea se abre en ambas direcciones y secontaminan las ciudades fronterizas, la literatura del nortede Mxico se aferra a sus signos culturales en la mismamedida en que se abandona a la influencia deNorteamrica.

    Esta es, en definitiva, la dinmica que estas pginasquieren poner de manifiesto, la que se establece entre el

    espacio, la escritura y la identidad, la que hace posibleresolver las contradicciones y paradojas entre lo propio ylo universal, la que reaparece en los momentos inauguralesde una tradicin, la que a lo largo de la historia delhumanismo y de la literatura, hasta el prtico de estenuevo siglo, ha ido configurando, nada ms y nada menos,que nuestra imagen del mundo.

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    1. EL ESPACIO LITERARIO: AUSENCIA YPROTAGONISMO

    1.1 La importancia del espacio: fundamentos culturales

    Juzgo y deseo no equivocarme que nadapara la cultura actual puede ser msimportante, urgente, emocionante y, por otraparte, inevitable que el dirigir la atencinprecisamente hoy al espacio convencional3.

    All experience is placed experience4.

    i contrastamos los manuales de teora literaria y losestudios sobre la narracin, es fcil descubrir quinesson los protagonistas del relato: la supremaca del

    narrador, del punto de vista y la perspectiva narrativa esabsoluta; y no menos abundante la atencin que se presta a

    ingredientes tan decisivos en la estructura de una obra como eltiempo, o como los propios personajes. Entre estos pesospesados del discurso narrativo, el espacio lite rario, sinembargo, no pasa de ser uno de esos sobreentendidos del que,precisamente por serlo, se habla poco y con brevedad.

    A menudo, el espacio slo fue considerado como elescenario donde transcurren las acciones, un elemento sinduda indispensable, porque todo ocurre en algn lugar yporque provee de datos esenciales para orientar la

    3 Vctor dOrs, Labor, 1969, p. 9.4 Rockwell Gray, 1989, pp. 9-53.

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    expectativa del lector y del relato. Pero, ms all de estasfunciones contextuales y de su servidumbre simblica conrespecto al argumento, las anotaciones sobre elespaciosiguen siendo escasas en el conjunto terico y en elanlisis de la obra literaria. Es obvio que esta combinacinentre el tpico narrativo de que todo sucede en algunaparte y el hecho de que la informacin espacial tenga unaestrecha dependencia con el aparato descriptivo del relato,

    ha orillado su significacin y promovido ciertaambigedad terica: Pocos de los conceptos que sederivan de los textos narrativosse lamentan algunos sonevidentes por s mismos, e incluso se han mantenido tanvagos como el concepto de espacio5. Esta imprecisin nose corresponde, por cierto, con la claridad que emana de lapropia escritura y con las impresiones del escritor ante suoficio, que a menudo son portadoras de un sentidointuitivo sobre el valor de esta herramienta y de su altacapacidad instrumental en el mbito semntico de untexto, como revela, por ejemplo, esta jugosa reflexin del

    conocido novelista Gonzalo Torrente Ballester:Me tiene sorprendido [...] el que, habindose concedidoexcepcional atencin al tiempo [...] se haya dejado al margen elespacio [...] Los tcnicos de la literatura, cuando hablan deespacio, mencionan, o se refieren, a los lugares de la accin,que pueden ser descritos, meramente nombrados o aludidos. Loque no suele pensarse, ni pedirle a una obra narrativa, es quenos proporcione no la idea, sino la emocin del espacio. [...]Esta desatencin de los elementos espaciales en cuantoemociones posibles del lector se justifica en el caso de obras

    5 Mieke Bal, 1985, p. 101.

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    narrativas cuya finalidad es la comunicacin ordenada de unoshechos, pues la economa del relato exige el uso de losmateriales necesarios, y slo ellos: de muchos de los talantesdel relato depender la amplitud de los materiales descriptivos.Pero el arte narrativo hace ms que desarrollar historias, puesquerindolo o sin querer llega o puede llegar a la invencin yconstruccin de mundos poticos autosuficientes; y en unmundo inventado, la presencia del espacio [...] funciona demanera distinta que en el relato escueto. Aqu se puedenofrecer al lector intuiciones espaciales, adems de temporales,

    y, por tanto, vivencias, mucho ms independientes delargumento que en el mero relato, o por lo menos relacionadocon l de otra manera. Admito sin dificultad que lograrlo conlas meras palabras es cosa ardua6.

    En medio del vaco y la desatencin terica hacia elespacio, las ltimas dcadas del sigloXX enfatizaron supapel central en el discurso narrativo y en el procesoliterario, gracias a las voces que reivindican mayorprofundidad en la valoracin de sus funciones, a laaparicin de nuevos materiales bibliogrficos, e incluso aladvenimiento de nuevas corrientes de pensamiento en elcircuito acadmico, como la ecocrtica, la ecosofa oel ecofeminismoy que junto a otros sntomas socio-culturales dan cuenta de un fenmeno que a estas alturasno ofrece ya ninguna duda: que el mundo actual en suactuar y en su pensar se nos est volviendo cada vez msespacialista7.

    6 Gonzalo Torrente Ballester, 1984, p. III.7 Vctor dOrs,loc. cit ., p. 9. En una disciplina tan estrecha mente

    ligada al espacio como la Geografa, este fenmeno aflora incluso enel lenguaje, como ya indicara Meter Gould: Pensamos en palabras, ylas palabras reflejan nuestro pensamiento. Uno de los mayores

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    Resulta interesantey desde luego muy significativoque la pasin espacial haya irradiado en todos los rdenesde la ciencia y la existencia justo cuando el nuevo siglonos enfrenta a decisivos cambios de paradigmas, oblign -donos a reconducir, necesariamente, nuestra relacin conel espacio que habitamos, nuestra complicidad con elentorno, en medio de la vorgine moderna que parecealejarnos del mismo. La alienacin del espacio ha sido

    sealada por Leonard Lutwack, quien observa en el sujetocontemporneo los efectos de un tiempo que hatransmutado la nocin de espacio por la nocin demovimiento, como consecuencia de la centralizacin delos poderes de gobierno y de los procesos econmicos, deldesarrollo del transporte y la comunicacin, y de laredistribucin radical de los espacios residenciales. Tale sprocesos requieren para Lutwack del reconocimiento deesta nueva condicin humana, donde la importancia delespacio fijo en la vida del individuo disminuye en favor delocalizaciones gobernadas por la movilidad y las

    comunicaciones8

    , sumiendo al hombre en una nuevasintomatologa, el sndrome del Anyplace (ningn

    cambios que se produjeron a finales de los 50 y p rincipios de los 60fue el uso adjetivo de la palabra espacial para lo que antes se podahaber llamado geogrfico. Se habla desde entonces de interaccinespacial, organizacin espacial, estadstica, relaciones, comporta -miento, modelos, planificacin, aplicaciones, patrones, difusin yestructura espacial (Peter Gould, 1987, p. 7).

    8 The dwindling importance of fixed places in the lives of individuals the change from a life influenced by locations to a lifegoverned by mobility and communications, Leonard Lutwack, 1984,p. 213.

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    lugar), elmal moderno del sin-espacio (The peculiarlymodern malaise called placelessness)9.

    La prdida de la referencia espacial parece evidente a laluz de las grandes masas migratorias que han cambiado elrostro de la tierra en las ltimas dcadas, prodigando eldesplazamiento entre las naciones y los consiguientesdesajustes entre identidad y territorio. Pero curiosamentey esto es lo que nos interesa subrayar el peso especfico del

    espacio se ha vuelto mayor a medida que han crecido losprocesos globalizadores, reavivando las interferencias entre lolocal y lo global que ya han quedado estigmatizadas en unnuevo trmino, la glocalizacin. As, movilidad y desplaza-miento, comunicacin y exilio, internacionalizacin eitinerancia, no han conseguido restar presencia a regiones yprovincias, sino al contrario, las han dotado de un relieveespecial, afirmando la importancia del territorio, comosugieren las modas tnicas, el nfasis ecolgico, e inclusolos intereses de la nueva geografa, atenta hoy como nuncaa los efectos sociales del espacio ms inmediato: En la

    medida en que se conoce el territorioapunta VillanuevaZarazaga se ayuda a comprender temas y problemas,algunos recurrentes y en la actualidad candentes, como losnacionalismos, la identidad territorial, los temas deconflictos fronterizos y movimientos irredentistas, y laordenacin territorial en s10.

    En este mismo sentido, es precisamente ahora, en elcontexto de la globalizacin, cuando humanistas comoAlain Finkielkraut recuperan el concepto de arraigo

    9 Leonard Lutwack, 1984, pp. 182-183.10 Villanueva Zarazaga, 2002, p. 2.

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    esbozado en su da por Simone Weil enEchar races(1943), un libro que Albert Camus, su editor, consider ensu da como un autntico tratado de civilizacin. Par aWeil, El arraigo es quizs la necesidad ms importante yla ms desconocida del alma humana. Es una de las msdifciles de definir. Un ser humano tiene una raz por suparticipacin real, activa y natural en la existencia de lacolectividad, una colectividad que conserva vivos algunos

    tesoros del pasado y algunos presentimientos delporvenir11. De acuerdo con esta necesidad, Finkielkrautrehabilita en Du bon usage de la mmoire (2000)12, junto aTzvetan Todorov, el arraigo del ser humano en lo concretoy lo particular , frente al humanismo abstracto y elfundamentalismo tecnolgico. Y en unas recientesdeclaraciones al respecto, seala que La filsofa SimoneWeil ya denunciaba lo brbaro que resulta el desarraigo delos hombres [...] En la poca moderna, la tcnica nos hapermitido desligarnos de la tierra, hoy en da, creo quedebemos desligarnos de la tcnica para conservar cierto

    contacto con la tierra13

    . Si bien es cierto que elcosmopolitismo del pensamiento ilustrado, en el sigloXVIII, encarn la necesidad del individuo de desligarse delos prejuicios de la tradicin para alcanzar valoresuniversales, la necesidad es ahora muy distinta, pues setrata de desligarse de los prejuicios de la globalizacin,evitando los efectos de una peligrosa disyuncin entre loparticular y lo universal: El mundo no es forzosamente lo

    11 Simone Weil, 1996, p. 51.12 Tzvetan Todorov, R. Marientras y A. Finkielkraut, 2000.13 Anne Rapin, 2000.

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    que nos dice esta forma de la mundializacin, ni sloredes. Es tambin territorios, naciones, paisajes [...] . S,hay territorios, s, hay adhesiones, s, la cuestin de lasfronteras sigue siendo capital, s, tambin hay agricultoresy paisajes14.

    El desarraigo geogrfico no slo quiebra las relaciones dela colectividad con su territorio, con la prdida consiguiente dereferentes simblicos colectivosel desarraigo cultural, sino

    que impide responder, en trminos heideggerianos, a losprocesos bsicos de la existencia humana, tal como fueronconcebidos en su conocidoSer y tiempo: el encontrarse (caeren la cuenta de ser en un lugar o tiempo determinados), elcomprenderse (hacerse cargo de la propia situacin) y elhablar (tener la capacidad de manifestarse)15. Por otro lado,no olvidemos que incluso en el espacio profano, comoapuntaba Mircea Eliade, la experiencia espacial es unaexperiencia religiosa, en el sentido etimolgico, portadora deraz y de estabilidad: El paisaje natal, el paraje de losprimeros amores, una calle o un rincn de la primera ciudad

    extranjera visitada en la juventud. Todos estos lugaresconservan incluso para el hombre ms declaradamente noreligioso, una cualidad excepcional, nica: Son los lugaressantos de su universo privado16.

    Volviendo al terreno literario, y recordando la ausenciadel espacio en el discurso terico, no es extrao que estossntomas sociales hayan generado una mayor atencin desus funciones en el dominio de la escritura y que , abrigado

    14 Anne Rapin, 2000.15 Luis Gildardo Rivera Galindo, 2001.16 Luis Gildardo Rivera Galindo, 2001.

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    por esta temperatura histrica, empiece a hacerse realidadla profeca de Janusz Slawinski, uno de los pioneros en ladenuncia de esta prolongada ausencia:

    Se puede prever fundamentadamente que la problemtica delespacio literario ocupar en un futuro no lejano un lugar tanprivilegiado en los marcos de la potica como los que ocuparontodava hace poco tiempo la problemtica del narrador yla situacin narrativa, la problemtica del tiempo, la proble-

    mtica de la morfologa de la fbula, oltimamente laproblemtica del dilogo y la dialogicidad17.

    Por otra parte, una de las cuestiones ms atractivas enesta revitalizacin terica, es que el concepto espacioafecta a mltiples disciplinas, ya que de hecho es el msinterdisciplinar de los objetos concretos18, lo queenriquece de un modo extraordinario las reflexiones sobresu valor cultural y sus funciones literarias, al trasladar losvariados contenidos de otras materias al ter reno de laescritura, supliendo de paso, con la afinidad de otroscampos de estudio, las carencias ya mencionadas. Sin lapretensin de abarcar aqu las definiciones del espacio entodas las disciplinas donde tenga una slida presencia,debo indicar que las ideas heterogneas comparecern enesta aproximacin terica para poner de relieve el papelnuclear del espacio en la conformacin, percepcin yexpresin escrita de la cultura. En realidad, la alusin aotros discursos y a otros campos cientficos, es un signoantiguo en las reflexiones espaciales, y no slo por su

    17 Janusz Slawinski, 1989, p. 267.18 Milton Santos, 1996, p. 59.

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    marginacin literaria, sino porque, en definitiva, el espacioes un elemento cardinal e insustituible en toda ordenacine interpretacin del mundo, y toda reflexin en torno suyoes cientficamente significativa, como apunta Ackermandesde el mbito geogrfico: Lo que las relacionesespaciales nos dicen acerca de las conexiones en elsistema es significativo para la ciencia como un todo19.Es notorio adems que el aprovechamiento de este mate-

    rial cientfico ha sealado importantes caminos para elarte, y no son pocos los trminos que podran tomarse enbeneficio del anlisis literario. En su clsico libro sobre laEstructuras del texto artstico, Yuri Lotman apunta, porejemplo, que conceptos como el de espacio cromtico oespacio de fases, que constituyen la base de modelosespaciales ampliamente utilizado en ptica y electrotec -nia, ofrecen la posibilidad de construir modelos espacialesde conceptos que no poseen en s una naturaleza espacial20,cuestin digna a su juicio de un anlisis riguroso. Es evidentetambin que los lenguajes propios de otros dominiosdesde la

    arquitectura a la geografa, desde la filosofa a la antropologa,o los lengua jes de las teoras fsicas, cosmolgicas o astron-micas21, con su interesante provisin de noticias yargumentos sobre el tema, dotan al espacio literario de unasustancia terica ms corprea y de un aura ms contundente,aunque en materias tan prximas como la literatura y lafilosofa el parentesco no se consolid con claridad hastafinales del sigloXVIII, tal como indica Ricardo Gulln:

    19 Edward Ackerman, 1976, p. 9.20 Yuri Lotman, 1978, pp. 270-271.21 Januzs Slawinski, 1989, p. 273.

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    hasta llegar a Kant no encontramos una idea del espacioque pueda vincularse con cierta justificacin al espacioliterario: lo que Kant llama espacio subjetivo y su relacincon las cosas se acerca al modo imaginativo con que elpoeta enfrenta el problema22.

    Y es que, ciertamente, en el mbito de la filosofa, lasconsideraciones espaciales fueron durante siglos de bajaintensidad, sobre todo si se comparan a las que esta misma

    disciplina otorg histricamente a categoras como eltiempo, de acuerdo con sus efectos sobre la realidad.Sobre este agravio comparativo se expresa el filsofoespaol Xavier Zubiri en un extenso volumen, de carcterpstumo, que desde el ttulo mismo ya ubica al espaciocomo factor protagnico de la inteligencia sentiente, sucontribucin ms conocida a la teora del conocimiento:

    Este problema del espacio puede parecer un tema de menorvolumen que el problema del tiempo. Al fin y al cabo, sepiensa que el tiempo est en la mente de todos como algouniversal, algo que concierne a todo lo real; y adems todo el

    mundo habla del tiempo. En cambio, del espacio se dice:Bah! El espacio es algo que tienen algunas cosas, las cosasespacialesla inteligencia no es espacial, etc.. Y, porconsiguiente, el espacio parece que es algo muy arrinconadorespecto del volumen fabuloso que tiene el tiempo como uncoeficiente que afecta a cualquier realidad23.

    En la larga tradicin filosfica de Occidente, el trnsitodesde el pensamiento temporalista hacia el pensamientoespacialista no tuvo lugar hasta la segunda mitad del siglo

    22 Ricardo Gulln, 1980, p. 1.23 Xavier Zubiri, 1996, p. 17.

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    XX, tal como describe Bollnow24. En su breve repasohistrico del problema espacial, ste percibe que eltrnsito tuvo su origen en los aos treinta, gracias a lascontribuciones sobre el espacio vivido de Graf Drckheim, las obras de Minkowsky ( Le temps veu, 1932y Vers une Cosmologie, 1936) la literatura psicopatolgicade E. Straus sobre el espacio resonante, y la nocin deextravo y el Daseinanlisis de Binswanger, para

    quien la situacin espiritual de la existencia humana slopuede ser comprendida a partir de un esquema espacial25.Sin embargo, y a pesar del inters que apuntaban estos

    comienzos en las disciplinas mdicas, las ideas espacialesno se extendieron a la filosofa hasta 1939, cuando H.Lassen, partiendo de los apuntes sobre el espacio mticodescrito por Cassirer en suFilosofa de las formassimblicas (1923-1929) defendi la significacinfundamental de la espacialidad en la estructura de laexistencia humana26, aunque sus valiosas intuiciones, porcierto, pasaron desapercibidas y no encontraron

    continuidad hasta los aos cincuenta, primero en elanuarioSituation (1954) publicado en Amberes alrededorde la figura de Frederic Buytendijk, donde se integranimportantes trabajos sobre la estructura del espacioconcreto vivencial y, finalmente, en las reflexionesfenomenolgicas y poticas de Gaston Bachelard,expuestas en su ya clsicoPotica del espacio (1958).Mencin especial en este largo trayecto merecen tambin

    24 Otto Friedrich Bollnow, 1969, pp. 21-31.25 Otto Friedrich Bollnow, 1969, p. 54.26 Otto Friedrich Bollnow, 1969, p. 22.

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    requiere por ello de su propia frmula, de su propiasintaxis, la que ponga de manifiesto sus aspectos msnotables, cualquiera que sta sea: No hay lneas rectas, nien las cosas, ni en el lenguaje. La sintaxis es el conjuntode caminos indirectos creados en cada ocasin para ponerde manifiesto la vida en las cosas28 dira Deleuze,palabras que, a buen seguro, corroboraran los que hanprestado hasta hoy una profunda atencin al espacio:

    Se habr vistoseala Zubiri al final de su extenso captuloespacial que en este estudio han pasado ante la vista cosasmuy diversas: unas de fsica, otras de matemtica, alusiones ala vida animal, a la inteligencia humana, a la historia, etc. Nopretendo ser vctima irreflexiva de una estructura inducida, quesera in casu dejarme llevar del tpico de la llamadaclasificacin de las ciencias, sino justamente al revs: derealizar todo lo modestamente que se quiera (pero, comoesfuerzo y como intencin, realizarlo de una manera autntica)la conjuncin de todos los recursos, porque todos son pocos silo que queremos es arrancar a las cosas reales aunque no seams que una esquirla de su intrnseca inteligibilidad29.

    La atraccin por el espacio, antigua como el mundo,est llena en efecto de lneas ondulantes y caminosindirectos; entre otras cosas por el carcter mtico ysimblico que tiene en las distintas culturas del planeta.Ya Ernst Cassirer se refera al aura reverencial que rodeaen un comienzo al lmite espacial30, de ah lasceremonias y los ritos con que se acompaan las

    28 Gilles Deleuze, 1996, p. 13.29 Xavier Zubiri, 1996, p. 205.30 Ernst Cassirer, 1985, p. 137.

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    fundaciones y trazados de los pueblos p rimigenios, y latrascendencia del instante en que se fijan los puntoscardinales. En este mismo sentido, Juan Eduardo Cirlotsubraya que Este simbolismo de las zonas espacialesinforma o sobredetermina todo otro smbolo material, seanatural, artstico o grfico31 hecho visible incluso enexpresiones que se han vuelto cotidianas, y que tienen, comosabemos, una carga ideolgica importante: relaciones

    Norte/Sur; Primer Mundo/Tercer Mundo, Centro/Periferia,etc.32, e incluso en la abundancia de ideas y conceptos queantes no se expresaban espacialmente y que hoy son un lugarcomn en el mbito meditico o en el de la simpleconversacin, tal como demostr George Mator en suconocido ensayo sobre el espacio humano (conferenciacumbre, de alto nivel, lnea de conducta, ruedas deprensa, sectores sociales, etc.)33.

    Del mismo modo, esta consideracin de las primerasorientaciones espaciales como primeras referenciassimblicas y arquetpicas, est descrita en el pensamiento

    de Gilbert Durand, para quien: Los puntos cardinales delespacio abarcan las grandes clasificaciones simblicas delos Regmenes de la imagen y sus estructuras34; es ms,

    31 Juan Eduardo Cirlot, 1988, p. 192.32 Este y oeste, norte y sur no son distinciones que sirvan de

    modo esencialmente idntico para la orientacin dentro del mundo delas percepciones empricas, sino que a cada una de ellas le esinherente un ser y una significacin propios y especficos,una vidamitolgica intima (Ernst Cassirer, 1985, p. 133). El nfasis esnuestro.

    33 Georges Mator, p. 394.34 Gilbert Durand, 1982, p. 394.

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    Estas categoras topolgicas, tanto como estructurales,quizs sean el modelo de todas las categoras taxon micas,y el distingo afectivo y espacial que preside lasdenominaciones de las regiones del espacio sirveprobablemente de modelo a todo el proceso mental de ladistincin35. Mucho antes, el propio Eliade ( Lo sagrado ylo profano, 1956) haba establecido algunas de esasdistinciones principales, sealando cmo la diferenciacin

    entre espacios sagrados y espacios profanos sirvi defundamento central para la creacin de las religiones, ycmo desde entonces se asignaron a esos espaciosatributos cualitativamente distintos36.

    Descrito en el orden simblico como la regin intermediaentre el cosmos y el caos37, el espacio es, en definitiva, unaconstruccin lgica que ha sido constantemente reafirmadapor la tradicin oriental, la psicologa experimentalista, laantropologa o la sociologa, especialmente atentas a lamanifestacin de las leyes espaciales. Pero el signo msrotundo de la capacidad simblica del espacio, de su

    funcin como primera orientacin pura e intelectual del cos-mos y la prueba de que de las primeras delimitaciones

    35 Gilbert Durand, 1982, p. 395.36 Especialmente interesantes para esta fundamentacin cultural

    del espacio en Lo sagrado y lo profano de Mircea Eliade son losapartados: El espacio sagrado y la sacralizacin del mundo, elCentro del Mundo, Nuestro mundo se sita siem pre en el centro,La sacralidad de la naturaleza y la religin csmica, Tierra Mater,Humi Positio (la accin de depositar al nio en el suelo). Lamujer, la tierra y la fecundidad, Simbolismo del rbol csmico ycultos de la vegetacin y Cuerpo-casa-cosmos.

    37 Juan Eduardo Cirlot, 1988, p.190.

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    espaciales se deriva cualquier otra ordenacin del mundo, estsin duda alguna en el lenguaje, poblado de huellas de estaconexin. Trminos como punto de vista, que describen lapercepcin de la realidad, resultan singularmente espaciales; yacciones tan decisivas en este mismo sentido como el verbocontemplar, guardan con el espacio una relacin umbilical,presente en su raz etimolgica:

    [el trmino latino] contemplari, que designa la consideraciny visin teortica pura, se deriva etimolgica y materialmentede la idea de templum, o sea, el espacio delimitado en el cualel augur efectuaba su observacin del cielo38.

    En busca de datos que pudieran confirmar, precisamente, laincidencia de esta interrelacin entre el hombre y el espacioen el mbito del lenguaje, el antroplogo Edward T. Hallasistir en su bsqueda a un momento deslumbrante, elinstante en que la intuicin lingstica le revela un materialinesperado:

    Fue su pensamiento [el de Edward Sapir] el que me hizoconsultar el diccionario de bolsillo de Oxford y sacar de ltodos los vocablos referentes al espacio o que tienen conno-taciones espaciales, como: junto, distante, arriba, abajo, lejos,unido, encerrado, mbito, errar, caer, nivel, erguido, adyacente,

    38 Ernst Cassirer, 1985, p. 137. Abundando en esta idea, aadirque El estudio del lenguaje [] nos mostr que hay una multitud derelaciones de la ms variada especie, especialmente, valindose delespacio. Por esta va, las simples palabras espaciales se convirtieronen una especie de palabras espirituales originales. El mundo objetivose hizo inteligible y transparente para el lenguaje en la medida en quelogr retraducirlo a trminos espaciales (p. 119).

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    congruente, etc.. En una lista provisional salieron cerca decinco mil vocablos que podan clasificarse en relacin con loespacial. Esto significa 20% de las palabras que con tiene eldiccionario de bolsillo de Oxford. Aunque yo conoca a fondomi propia civilizacin, no estaba preparado para estedescubrimiento39.

    Como actividad artstica que tiene en el lenguaje suprincipal herramienta (nada menos que aqulla sobre la

    cual edificamos el conocimiento y la civili zacin) lasimgenes espaciales y la espacialidad tendrn unarepercusin inevitable y directa en la obra literaria. Entrelos conocidos estudios fenomenolgicos de GastonBachelard, La potica del espacio se inicia, precisamente,con esta clara pregunta:Cmo una imagen, a veces muysingular, puede aparecer como una concentracin de todoel psiquismo? Cmo, tambin [...] puede ejercer accinsin preparacin alguna sobre otras almas, en otroscorazones, y eso, pese a todas las barreras del sentidocomn?40. El filsofo sabe, entre otras cosas, que las

    grandes imgenes tienen a la vez una historia y unaprehistoria. Son siempre a un tiempo recuerdo y leyenda,que Toda imagen grande tiene un fondo onricoinsondable41 y que la imagen potica es un resaltarsbito del psiquismo42. De ah su fe cientfica en lafenomenologa como elemento para una metafsica de laimaginacin. Por otro lado, Bachelard tambin es

    39 Edward T. Hall, 1987, pp. 116-117. El nfasis es nuestro.40 Gaston Bachelard, 1983, pp. 9-10.41 Gaston Bachelard, 1983, p. 64.42 Gaston Bachelard, 1983, p. 7.

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    consciente de que, entre las imgenes poticas, lasespaciales tienen un lugar privilegiado, porque el espaciohabitado trasciende el espacio geomtrico, porque lacasa remodela al hombre43 y porque a ese espacio realdonde moramos

    se adhieren tambin valores imaginados, y dichos valores sonmuy pronto valores dominantes. El espacio captado por laimaginacin no puede seguir siendo el espacio indiferenteentregado a la medida y a la reflexin del gemetra. Es vivi do.Y es vivido, no en su positividad, sino con todas las parcialida -des de la imaginacin. En particular, atrae casi siempre .Concentra ser en el interior de los lmites que protegen44.

    El lenguaje habla, y las imgenes espaciales son, pues,portadoras de un enorme psiquismo, smbolos culturales yarquetpicos donde se resume la historia individual ycolectiva, ms all del tiempo y las transformaciones; poreso, en esta galera de lugares descrita por Bachelard (lacasa, el stano, la buhardilla, el universo, los rincones...)hay algo prximo, familiar, reconocible, una fuente comnde cuyo lenguaje simblico pueden beber el ps icoanalistao el filsofo:

    En nuestra civilizacin, que pone la misma luz en todas partes einstala la electricidad en el stano, ya no se baja al stano conuna vela encendida. Pero el inconsciente no se civiliza. l s toma la vela para bajar al stano. El psicoanalista no puede

    43 Gaston Bachelard, 1983, p. 79.44 Gaston Bachelard, 1983, p. 28. El nfasis es nuestro.

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    quedarse en la superficialidad de las comparaciones o metforasy el fenomenlogo debe ir hasta el extremo de las imgenes45.

    Desde el terreno de la antropologa cultural, lacategora del espacio se percibe con la misma fuerza y conel mismo arraigo, como atestigua su presencia entre laspginas de Las estructuras antropolgicas de loimaginario, el libro donde Gilbert Durand sistematiza laque fue durante siglos la loca de la casa, el terrenoinestable de la imaginacin, y el territorio por excelenciade las imgenes poticas. Como patrimonio imaginario dela humanidad, ese territorio es denso en smbolos yarquetipos, y su retrica tiene por ello la profundidad de louniversal. Entre esas imgenes, la morada, la tumba, olos smbolos de ascensin o de cada, tienen un acentodeliberadamente espacial, y de entre todas sobresale laGran Madre telrica, la tierra. Con respecto a sta,Durand posee argumentos suficientes para afirmar launiversalidad de la creencia en la maternidad de la tierra,es ms, La Gran Madre es, con toda seguridad, la entidadreligiosa y psicolgica ms universal46, hecho queexplica su consiguiente elevacin al plano social: Elsentimiento patritico (habra que decir matritico) nosera ms que la intuicin subjetiva de ese isomorfismomatriarcal y telrico. La patria est representada casisiempre por caractersticas feminizadas [...] Muchas de laspalabras que designan la tierra tienen etimologas que seexplican por la intuicin espacial del continente: Lugar,zona, provincia47 y, de hecho, el culto de la

    45 Gaston Bachelard, 1983, p. 50.

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    naturaleza en Hugo y los romnticos no sera otra cosa queuna proyeccin de un complejo de retorno a la madre48.

    Teniendo en cuenta que el eterno femenino y elsentimiento de la naturaleza van unidos en literatura, nodebe resultar extrao que, a finales del sigloXX, elllamado ecofeminismo haya visto en la correlacinmujer-tierra un interesante campo terico, cuyos primerosresultados arrojan un saldo negativo, tal como corresponde

    a la temperatura histrica e ideolgica de la que emana suprincipal postulado: que la degradacin de la tierra, ladestruccin y violacin del medio ambiente, el papelirrelevante que la naturaleza tiene en la sociedadhomocntrica y su confinamiento uti litario y mercantil a lafuncin reproductiva es una imagen analgica de esasmismas acciones sobre el sujeto femenino49. Partiendo de

    46 Gilbert Durand, 1982, p. 223.47 Gilbert Durand, 1982, p. 219.48 Gilbert Durand, 1982, p. 220.49

    El trmino ecofeminismo (o feminismo ecolgico) se debe ala sociloga francesa Franoise DEaubonne, quien lo utiliza por vezprimera en Le Feminismo ou la mort (1974). A partir de entoncessirve para designar los lazos de la lucha por el cambio de relacionesentre hombres y mujeres con la transformacin de l as relaciones conel medioambiente. Desde entonces la teorizacin al respecto hacrecido notablemente, hacindose visible sobre todo en la ltimadcada del pasado siglo, a travs de publicaciones como Reweavingthe World: The Emergence of Ecofeminism (Irene Diamond andGloria Fernan Orestein, 1990), una de las primeras antologas sobre eltema, y Ecofeminist Literary Criticism: Theory, Interpretation,Pedagogy (Greta Gaard and Patrick Murphey, eds., 998), volumen querevela la incidencia del movimiento en disciplinas acadmicas comola Crtica Literaria.

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    esta idea, el ecofeminismo se postula como un nuevomodo de reflexin sobre la naturaleza, la espiritualidad yla poltica, despus de que una parte del movimientofeminista advirtiera que las organizaciones polticasraramente incluyen en sus programas componentesespirituales y que, al mismo tiempo, los gruposespirituales pocas veces cultivan la conciencia y la accinpoltica; de ah que el ecofeminismo haya trazado un

    puente entre la poltica, la espiritualidad y la naturaleza,enfatizando la necesidad de una comprensin pre -patriarcal de la historia (entendida no como una nostlgicao romntica vuelta al pasado, sino como la necesidad deretornar a una relacin no alienada e igualitaria con lanaturaleza) y otorgando especial atencin a todo tipo derelaciones de poder opresivas50. An con las sospechas yrecelos que algunas de sus facetas puedan estimular en elpensamiento contemporneo (los enfoques ecofemi-nistas no son unvocos, sino mltiples)51, sobre todo porla postura esencialista y excluyente que busca propiedades

    comunes entre la mujer y la naturaleza, o por quieneselogian la diferencia femenina como potenc ial revolu-cionario, sin advertir que ya no es posible atribuircualidades estables a mujeres y hombres, el debate es sinduda alentador e interesante cuando se entiende, holstica -

    50 En el caso de Hispanoamrica, muchos de los aspectos tericosdel ecofeminismo concuerdan con la prctica literaria de escritorascomo Rosario Castellanos o, ms recientemente, con algunas de lasescritoras del Mxico fronterizo.

    51 Vid. El volumenEcofeminismosde Brbara Holland-Cunz,1996.

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    mente, como una prctica que busca la salvacin del cuerposagrado de la Tierra52 y que quiere mostrar no slo laconexin entre la dominacin de las mujeres y de la naturalezadesde el punto de vista de la ideologa cultural y de lasestructuras sociales, sino introducir tambin nuevas formas depensamiento, estimulando lo que ha dado en llamarseecojusticia:

    Es bueno recordar que para muchos antroplogos la naturalezay las mujeres son aprehendidas como realidades inferiores a lacultura, y sta a su vez es asociada simblica y culturalmente alos hombres. La separacin entre naturaleza y cultura se tornauna clave interpretativa importante para la civilizacinoccidental, manifestndose no slo a travs de la separacinentre las llamadas ciencias humanas y las ciencias exactas, sinoen el orden mismo de la organizacin po ltica. Algunos gruposhumanos fueron denominados primitivos y clasificadoscomo ms prximos a la naturaleza, y por lo tanto inferiores.Esto justific diferentes formas de dominacin sobre la tierra ysobre diferentes grupos humanos. Negros, indios y m ujereseran parte de la naturaleza y por eso se justificaba su sumisinal orden de la cultura53.

    La idea de este ecofeminismo, que pretende religar laconciencia humana a la naturaleza, ha sido desarrolladapor Ivone Gebara en franca conexin con el pro blema delconocimiento y la teologa54, ampliando sus lmites hacia

    52 Ivone Gebara, 2000, p. 32.53 Ivone Gebara, 2000, p. 19.54 Para Ivone Gebara La ligazn entre ecofeminismo y teologa

    parece tal vez hasta ms estrecha que la ligazn entre feminismo yecologa. Esto es as porque tanto las mujeres como el ecosistema y lanaturaleza estuvieron poco presentes en el discurso teolgico oficial,

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    una conciencia global, en comunin con, que logrerearticular de nuevo las interrelaciones entre subjetividady objetividad, individualidad y colectividad, trascendenciae inmanencia, ternura, compasin y solidaridad, plantas,animales y ser humano, y que no pretende prescindir delantropocentrismo inherente a la condicin humana, perotampoco de nuestra realidad csmica ms amplia y de larealidad del ecosistema55.

    En conjuncin con esta proposicin ecofeminista queaspira a instalar la cuestin medioambiental ms all de lapropia naturaleza, en una suerte de ecologa global quereanude la relacin interdependiente entre sta y elhombre, podran leerse tambin las ideas del movimientoDeep Ecology (ecologa profunda) y el discursocrtico que Flix Guattari expone en Las tres ecologas.

    En el primero de los casos, la ecologa profunda,establecida por el noruego Arne Naess en su ya clebreartculoThe Shallow and the Deep, long-range ecologymovements: A summary56, propone una visin integrada

    de ah que no sea extrao que tambin en los aos setenta laspreguntas teolgicas sufrieran un cambio importante de orientacin, yen lugar de preguntarse, como hasta entonces, cmo podemosconocer a Dios, cmo se revela su voluntad?, se cuestionaran lasmaneras de transformar el mundo para tornarlo ms justo [] cmovivir el Reino de Dios en la historia?, cambio de intereses que a su juicio adquiri contornos originales en Amrica Latina; entre otros,con la llamada Teologa de la Liberacin (Ivone Gebara, 2000, pp. 27-28).

    55 Ivone Gebara, 2000, p. 72.56 Arne Naess, 1973. Junto al trmino original Deep Ecology el

    ms extendido hasta la fecha es tambin conocida como

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    entre el hombre y el medioambiente, enfatizando laigualdad biocntrica, es decir, el hecho de que todas lascosas naturales (la vida, las montaas, los ecosistemas, lospaisajes, etc.) tienen derecho intrnseco a la existencia,enfrentndose al paradigma antropocntrico dominanteque superpone y enfrenta al hombre con el medio natural.Influida por las culturas orientales (Taosmo, Budismo,Zen), la reevaluacin de las culturas nativas, el

    pensamiento filosfico de Spinoza, la actitud religiosa deSan Francisco de Ass o el pacifismo de Mahatma Gandhi,propugnan una nueva psicologa que integre la metafsicaen la mente de la sociedad postindustrial, que involucre ladimensin espiritual y global en la ecologa tradicional yque incorpore al conocimiento analtico y cientfico laantigua sabidura, la que entendi la ciencia comocontemplacin del cosmos, ampliadora de conocimientosde la creacin y de uno mismo, respetuosa con lo queFritjof Capra denomina la trama de la vida: La ecologaprofunda no separa a los humanos, ni a ninguna otra cosa,

    del entorno natural. Ve el mundo, no como una coleccinde objetos aislados, sino como una red de fenmenosfundamentales interconectados e interdependientes. Laecologa profunda reconoce el valor intrnseco de todoslos seres vivos y ve a los humanos como una mera hebrade la trama de la vida57. Lgicamente, los fundamentosde esta ecofilosofa, articulados en torno a los ocho puntosbsicos que constituyen su manifiesto, suponen ms que

    ecofilosofa, ecosofa, ecosicologa, egocentrismo, ecologaradical o ecologa revolucionaria.

    57 Fritjof Capra, 1999, p. 229.

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    una mera intervencin prctica en la conservacin delentorno, porque es, sobre todo, un pensamiento que aspiraa impulsar una profunda transformacin de nuestra visindel mundo, en un nivel ontolgico, personal y csmico,sustituyendo algunos de los ms arraigados paradigmas ycelebrando la diversidad como un estado culturalmentedeseable58, lo cual le ha supuesto un frontal rechazo de lossectores ms furiosos y conservadores del actual

    capitalismo.En una lnea semejante, y partiendo de la ecologa de lasideas de Gregory Bateson terico de la deep ecology, eldiscurso de Flix Guattari se instala asimismo en una lneaintegradora, proponiendo una suerte de ecosofa que articulea un tiempo los tres registros ecolgicos: el del medioambiente (la ecologa natural) el de las relaciones sociales(la ecologa social) y el de la subjetividad humana (laecologa mental). En el prtico de su libro, la cita de

    58 En resumen, las propuestas bsicas de la deep ecology sonstas: sustituir la dominacin de la naturaleza por una relacinarmnica con ella; respetar el valor intrnseco de toda forma de vida,en lugar de entender el medio natural como exclusiva fuente derecursos para satisfaccin del hombre; abogar por la tenencia denecesidades simples en lugar de un crecimiento material y econmicodesmedido; abolir la creencia de la naturaleza como fuente de recursosy reservas ilimitadas, tomando conciencia de sus limitaciones; enlugar de progreso y soluciones de la alta tecnologa, una tecnologaapropiada y una ciencia no dominante; en lugar del feroz consumismo,la idea de suficiencia y reciclaje; desplazar las comunidadescentralizadas y las naciones hacia las tradiciones minoritarias, laautonoma local y las bioregiones.

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    Bateson59 indica ya una clara orientacin religante, queGuattari reclama en los siguientes trminos: Hoy menos quenunca pueden separarse la naturaleza de la cultura, y hay queaprender a pensar transversalmente las interacciones entreecosistemas, mecanosfera y Universo de referencia sociales eindividuales60. A su juicio, las oposiciones dualistas tradicio-nales que han guiado hasta ahora el pensamiento social, as como las cartografas geopolticas, han laminado las

    subjetividades y mostrado su actual caducidad, comoconstatan los signos ms visibles al respecto: la multiplica-cin de las reivindicaciones nacionalitarias, ayer todavamarginales, y que hoy en da ocupan cada vez ms el primerplano de las escenas polticas61. De hecho, si no se produceesa rearticulacin de las tres ecologas, desgraciadamente sepuede presagiar el ascenso de todos los peligros: los delracismo, del fanatismo religioso, de los cismas nacionalitariosque tienden hacia nuevas posturas reaccionarias, los de laexplotacin del trabajo de los nios, de la opresin de lasmu jeres...62. En un terreno individual, la prdida de la

    subjetividad es especialmente visible en el mbito de las59 La cita de Bateson que Flix Guattari ubica como prtico a su

    ensayo Las tres ecologas (1996) seala que As como existe unaecologa de las malas hierbas existe una ecologa de las malas ideas,idea que constituye la tesis central de su libroVers Iecologie de

    Iesprit (Paris, 1980). Esta ecologa de las ideas, por cierto, no secircunscribe nicamente al dominio de la sicologa de los individuos,sino que se organiza en sistemas o espritus (minds) colectivos,sobre los que Guattari edificar precisamente su ecologa social.

    60 Flix Guattari, 1996, p. 34.61 Flix Guattari, 1996, p. 15.62 Flix Guattari, 1996, p. 21.

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    cartografas o Territorios existenciales,de ah quetambin sea necesario afrontar la crisis ecolgica en elseno de la vida cotidiana (domstica, conyugal, devecindad, de creacin y de tica personal) porque No es justo separar la accin de la psique, elsocius y el medioambiente63.

    El pensamiento de Guattari, y su defensa de lasubjetividad y la singularizacin, es profundamente

    desestabilizador, no slo con respecto al vigente sistemasocioeconmico (al que denominaCapitalismo Mundial Integrado), sino a los mismos fundamentos culturales ycientficos, a los que reclama otro clase de verdad (No setratar tanto de explicar esas prcticas en trminos deverdad cientfica como en funcin de su eficacia esttico -existencial64) y la consiguiente renovacin de lasprcticas en todos los rdenes de la vida: Nuevasprcticas sociales, nuevas prcticas estticas, nuevasprcticas del s mismo en la relacin con el otro, con elextranjero, con el extrao65, palabras que cobran una vital

    relevancia en el contexto espacial de la globalizacin, elmulticulturalismo y las cuestiones fronterizas.Por otro lado, la relacin de interdependencia ent re

    hombre y medio ambiente que hoy reclama esta suerte deecosofa integral, resuena tambin en otros rdenes,actualizando de paso contenidos culturales y conceptosmitolgicos que refuerzan la importancia del espacio, ypropiciando adems una interesante renovacin en las

    63 Flix Guattari, 1996, p. 32.64 Flix Guattari, 1996, p. 56.65 Flix Guattari, 1996, p. 78.

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    lneas maestras de algunas disciplinas. Uno de losgegrafos ms influyentes de las ltimas dcadas, PeterGould, subraya cmo el restablecimiento de la alianzaentre la geografa y la filosofa ha procurado a sudisciplina importantes dividendos, hasta el punto de queuna de las ms pujantes tendencias de la geografa actuales la de incluir la investigacin de la geografa humana enel marco ms amplio de la teora social66. En el mismo

    sentido, Villanueva Zarazaga advierte cmo hasta ah orase ha dado preferencia a los modelos de sociedad queconstruyen un espacio basado en lo jurdico y en loeconmico; ahora a la geografa le interesan tambin losmodelos del hombre, que realiza unas representacionesespaciales en funcin del espacio vivido y percibido porlos habitantes67.

    De la trascendencia de la experiencia espaciallacompleja relacin de intimidad entre hombre y espaciopuede hablarse extensamente, y puede hablarse enmltiples sentidos. Desde las observaciones

    antropolgicas de Ernst Cassirer o las teoras de Carl Jung,hasta la exitosa y moderna revitalizacin de tcnicas

    66 Peter Gould, 1987, p. 18. A esta observacin aadir: Y, unavez ms pensar sobre la geografa nos lleva a pensar sobre elpensamiento. Lo que quiere decir que hemos aterrizado de plano enla ms vieja de las tradiciones, la filosofa []. Lo que hemos visto enlo mejor de la discusin geogrfica de la ltima dcada es una firmeresolucin de renovar esa vieja unin con la tradicin filosfica, quees en definitiva un elemento constitutivo de la tradicin occidental engeneral.

    67 Jos Villanueva Zarazaga, 2002, p.7.

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    orientales como el Feng-Shui68, pasando por lasvaliossimas reflexiones sobre el habitar de Heidegger,la propuesta urbanstica y arquitectnica de la psicogeo-grafa, la interesante puesta en escena de la Teora delEmplazamiento69 o remontndonos incluso a los msantiguos tratados galnicos, lo cierto es que por todaspartes asoman las huellas de esta definitiva relacin entreel sujeto y su medio, y argumentos que enfatizan el

    carcter significativo del espacio vivido, de la localiza -cin, del enraizamiento y la pertenencia, una cuestin msprofunda que la mera persuasin en el orden fsico, comoseala Winifred Gallagher enThe Power of Place alrecordar que la influencia del medio ambiente en elhombre fsico es obvia, pero que sus efectos en los estadospsquicos internos, an siendo menos visibles, son msdeterminantes y acusados, hecho que puede constatarse enlas analogas mdicas establecidas por Hipcrates (con su

    68 El trabajo de Sara Rossbach,Feng Shui. The Chinese Art Of

    Placemen(1995), pone de relieve la importancia cultural del espacioincluso en las dimensiones ms cotidianas de la existencia.69 Estar emplazados (de plaza, lugar y de plazo, tiempo) es estar

    citados en determinado tiempo y lugar para que demos razn del algo[]. Somos, por tanto, seres puestos en cada instante en un lugar. Setrata de una ubicacin material, consecuencia de nuestrares extensa,de la corporeidad que nos constituye, pero tambin de una ubicacinsimblica, tejida en/por las redes de lares cogitans, nuestra mente[]. Habitamos un lugar y tiempo [] pero tambin habitamoslugares simblicos en la semiosfera (Lotean), asignados por las redesde mediaciones culturales que nos constituyen. Existe, pues, unatopologa del ser de la que deriva unaontologa topolgica, y nuestroconocimiento escartografa del ser (Manuel ngel Vzquez Medel,2002-2003, p. 8).

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    clsico tratado sobre la correspondencia entre los humorescorporales y las estaciones del ao) o en la tesis dePosidonius sobre la estrecha relacin entre invierno ymelancola70. Necesariamente, hay que recordar en estepunto que ya Herder, a quien se considera uno de losprecursores del nacionalismo alemn, y cuya filosofaafirm el derecho de los pueblos a expresar en formaautnoma su individualidad nacional y cultural ( Ideas

    para una filosofa de la historia de la Humanidad , 1784-1791), apel a la relacin entre Genio natural y medioambiente como un mtodo de conocimiento del almanacional: el clima seal no impone su influjo a lafuerza, sino que promueve una proclividad determinada;confiere una disposicin apenas perceptible, que se puedeobservar en el cuadro conjunto de las costumbres y elestilo de vida de ciertos pueblos bien arraigados en sutierra71.

    70 Winifred Gallagher, 1994. Estas ideas pueden sintetizarse

    tambin en la siguiente sentencia de John Fraim: Psychologybecomes geogaphy, what is outside becomes what is inside. At itsmost effective symbolic level, the outside world becomes the insidepsychological world (John Fraim, 2001).

    71 Johann G. von Herder, 2000, p. 41. Al respecto aadir tambincun poco sabemos de la consistencia y los efectos de losvientos ennuestras tierras, por no hablar del hermatn, samiel y siroco, [] nosdamos cuenta de la multitud de trabajos previos que deberanrealizarse antes de que se pueda llegar a una climatologa fisiolgica -patolgica, por no mencionar una psicolgi ca que abarcara latotalidad de las fuerzas intelectivas y emotivas. Mas tambin en estecampo cada tentativa hecha con agudeza de ingenio tendr su premio,y la posteridad deber conceder a nuestra poca hermosos laureles (p.38).

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    Asimismo, no debe olvidarse que entre las teoras de lapersonalidad ms populares de Carl Jung, para quien ellugar constitua un elemento central de la historia de lasculturas y las naciones y los smbolos espaciales (como elbosque) significantes universales del inconscientecolectivo, hubo un hlito marcadamente espacializador, alestablecer una relacin de equivalencia entre el carcterextrovertido/introvertido y las posiciones geogrficas de

    Occidente/Oriente72

    . Huelga decir a estas alturas que lasgeneralizaciones son siempre injustas y en gran medidapeligrosas, pero tambin es verdad que entre nuestroshbitos mentales ms arraigados, y en nuestro lenguajecotidiano, siguen presentes an las correlaciones deidentidad entre continentes e individuos, personalidades ynaciones, sas que, por ejemplo, sitan en frica alhombre primitivo, en la India al hombre espiritual, enEuropa al ser intelectual, en Amrica Latina al extico yromntico y en Norteamrica al individuo materialista ypragmtico.

    La relacin indisoluble entre ser y espacio fuesubrayada especialmente desde el terreno antropolgicopor Ernst Cassirer, al insistir que entre lo que una cosaes y el lugar en que se encuentra no existe una relacinmeramente externa y casual73, y que en los albores delpensamiento mitolgico, la unidad entre microcosmos ymacrocosmos se fundaba en la idea de que no es elhombre el que est formado de las par tes del mundo, sinoms bien es el mundo el que est formado de las partes del

    72 Carl Jung, 1938.73 Ernst Cassirer, 1985, p. 126.

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    hombre74, una cuestin en la que, mucho ms adelante,incidir el propio Heidegger: Tenemos que aprender areconocer que las cosas mismas son los lugares y que nopertenecen a un lugar75. La figura del filsofo alemn seha vuelto imprescindible cuando se trata de explicar laprofundidad de esta relacin entre espacio y hombre,porque a l se deben las ya clsicas reflexiones sobre elsentido de habitar, la idea de ser-en-el-espacio,

    enmarcadas en su extenso anlisis del ser ah. ParaHeidegger, habitar implica sobre todo enraizamiento ypertenencia, porque habitar significa estar en un lugardeterminado, enraizado en l y pertenecer a l76,reconocer, en fin, como dir Bollnow al respecto, que loshombres no existen de modo arbitrario en el mundo, sinoque estn ligados a l a travs de un vnculo de confianzatal como el que une el alma al cuerpo y el que religa loexpresado con su expresin77, una cuestin, porconsiguiente, de mutua pertenencia78, que eleva el espacioal nivel de la lengua, otorgndole una poderosa capacidad

    de significacin:El hombre es un ser localizado. Su estado constitutivo es el deaparecer arrojado sobre dos suelos primarios: la madre tierra yla lengua madre [...] Pertenencia doble: a tierra y lengua. Las

    74 Ernst Cassirer, 1985, p. 125.75 Martin Heidegger, El arte y el espacio, 1992, p. 57.76 Martin Heidegger, Construir, habitar, pensar, 1992, 125-161.77 Otto Friedrich Bollnow, 1969, p. 248.78 El lugar permite en cada momento un entorno, en cuanto que l

    rene en ste las cosas de acuerdo a una mutua pertenencia (MartinHeidegger, El arte y el espacio, 1992, p. 55).

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    dos conforman la duplicidad del territorio. Porque tierra es,tambin una trama de significacin, en equivalencia a lalengua79.

    Radicalizando ese estado de mutua pertenencia entre elhombre y el espacio y los evidentes efectos de ste sobreaqul, el pensamiento psicogeogrfico nombreconnotador donde los haya puso en escena una de lasdiscusiones culturales ms importantes de la segund amitad del sigloXX. La propuesta eman de la Inter-nacional Situacionista, cuyas reflexiones sobre la ciudad,la espontaneidad y el espectculo han desempeado un papelimportante en la poltica y el arte de las ltimas cuatrodcadas. Fundada en 1957 por artistas y escritores querepresentaban a distintas organizaciones de vanguardia, seinspiraron en el espritu del dadasmo y del surrealismo parareivindicar la unificacin de la vida y del arte, haciendo frenteal extremo funcionalismo del urbanismo de posguerra, quereprima la capacidad creativa de los individuos. Aunque elgrupo se autodisolvi en 1972, su visin del espacio comoun medio de conocimiento y sus conceptos principales (laderiva, la psicogeografa y el urbanismo unitario) siguenposeyendo en la actualidad un indudable atractivo, puesrespresentan en el sentido ms material y prctico esaalianza entre el hombre y su medio, tal como se desprendede la propia definicin de psicogeografa esbozada porGuy Debord en 1955:

    79 Fernando Van de Wyngard, 2000 (Cit. en Mauricio A. BarraJara, 2000, p. 6).

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    La psicogeografa podra definirse como el estudio de las leyesexactas y los efectos especficos del entorno geogrfico, ya seaorganizado conscientemente o no, sobre las emociones y elcomportamiento de los individuos. El adjetivo psicogeogrfico,que conserva una vaguedad bastante agradable, es aplicable porlo tanto a los resultados obtenidos mediante este tipo deinvestigacin, a su influencia sobre los sentimientos humanos,e incluso en un sentido ms amplio a cualquier situacin oconducta que parezca reflejar este mismo espritu dedescubrimiento80.

    El objetivo de las investigaciones y propuestas psicogeo-grficas fue sobre todo restaurar la funcin psicolgica delentorno81, enfatizar la influencia del escenario, hacerlosperceptible, restituyendo precisamente el sentido de habitaren medio de un urbanismo funcional que olvid que crearuna arquitectura significa construir un ambiente y fijar unmodo de vida82. De ah que, en la ciudad ideal concebidapor los Situacionistas, adems de los equipamientosindispensables para la seguridad y el confort de sushabitantes, deban incluirse necesariamente edificios

    cargados de un gran poder de evocacin y de influencia,edificios simblicos que expresen los deseos, las fuerzas,los acontecimientos pasados, presentes y futuros83,

    80 Guy Debord, 1996, p. 18.81 Los funcionalistas dir Asger Jorn ignoran la funcin

    psicolgica del ambiente [...] El exterior de una casa no tiene porqureflejar el interior, pero debe constituir una fuente de sensacionespoticas para el observador (Asger Jorn, 1996, p. 34).

    82 Asger Jorn, 1996, p. 51.83 Gilles Ivain, 1996, p. 16. Tales edificiosaade sern Una

    prolongacin racional de los antiguos sistemas religiosos, de los viejoscuentos y, sobre todo, del psicoanlisis en beneficio de la arquitectura

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    devolvindole al individuo la perdida capacidad deapasionarse. Planificada desde un punto de vista psicogeogr-fico, los distritos de esta ciudad se corresponderan con losdistintos sentimientos que se encuentran en la vida cotidiana,existiendo as, por ejemplo, un Barrio Extravagante, unBarrio-Feliz reservado especialmente a la vivienda, un BarrioHistricos para museos y escuelas, un Barrio til parahospitales o tiendas de herramientas, etc., e incluso un

    Astrolario que agrupe a las especies vegetales segn susrelaciones con el ritmo de las estrellas, y que ofrezca a loshabitantes citadinos una conciencia de lo csmico84.

    Ms all del Situacionismo, y de sus curiosas propuestasarquitectnicas para devolver al espacio su valor psicolgico,no cabe duda de que el urbanismo, en tanto que diseoespacial fabricado por el hombre, es profundamente reveladory significativo, no slo de pocas y tendencias, sino de laintensa asociacin entre poder y espacio, tanto si nosreferimos a los espacios de poder, como si nos referimos alpoder del espacio. En significativas entrevistas tituladas,

    se hace cada da ms urgente, a medida que desaparecen los motivospara apasionarse.

    84 Gilles Ivain, 1996, p. 17. A modo de ancdota, aadir aqu lanoticia sobre la existencia de un barrio psicogeogrfico en la ciudadde Barcelona, del que dio cuenta en su momento la Inte rnacionalSituacionista: nos hemos enterado de que el urbanismo de la Espaafranquista, motivado por idnticas intenciones moralizadoras, est apunto de destruir el barrio chino de Barcelona, donde ya ha cometidoterribles estragos. El Barrio Chino de Barcelona, a diferencia del deLondres, recibi este nombre por razones puramente psicogeogrficas,puesto que ningn chino ha vivido jams en l (Sin firma, Viva laChina actual, Libero Andreotti y Xavier Costa, eds., 1996, p. 55).

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    precisamente, El ojo del poder y Espacio, saber y poder,Michael Foucault responder sobre la arquitectura como modode organizacin poltica, sealando que desde finales de sigloXVIII la ciencia arquitectnica tratar de servirse de laorganizacin espacial con fines econmico-polticos,respondiendo a las nuevas exigencias que plantearon losproblemas de poblacin, salud y urbanismo de aquellasfechas. Si bien con anterioridad el arte de construir respondi

    a las necesidades de manifestar el poder, la divinidad y lafuerza a travs de palacios, iglesias y fortificaciones militares,desde el sigloXVIII en adelante el anclaje espacial es unaforma econmico-poltica que hay que estudiar en detalle85,hasta el punto de que

    podra escribirse una historia de los espacios que sera al mismotiempo una historia de los poderesque comprendera desde lasgrandes estrategias de la geopoltica hasta las pequeas tcticas delhbitat, de la arquitectura institucional, de la sala de clases o de laorganizacin hospitalaria [...] Sorprende ver cuanto tiempo ha hechofalta para que el problema de los espacios aparezca como unproblema histrico-poltico86.

    En este sentido, Foucault afirma de un modo determinantela importancia del espacio en toda forma de vida comunitariay, an ms, en todo ejercicio de poder, subrayando quemdicos y militares fueron histricamente los primerosgestores del espacio colectivo, en tanto desarrollaron unareflexin sobre la arquitectura en funcin de los objetivos ytcnicas de gobierno de las sociedades. As, a partir del siglo

    85 Michael Foucault, 1980, p. 4.86 Michael Foucault, 1980, p. 3.

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    XVIII la literatura poltica se interroga sobre el orden de unasociedad y lo que deben ser las ciudades, y no slo por lasexigencias de control y ordenamiento, sino tambin por laprevisin necesaria para evitar epidemias y revueltas, y parapromover una vida familiar conforme a la moral, de modo quelos tratados que consideran la poltica como el arte degobernar a los hombre tienen desde entonces uno o varioscaptulos sobre el urbanismo, los abastecimientos colectivos,

    la higiene y la arquitectura privada. Este cambio no est talvez en las reflexiones de los arquitectos sobre la arquitectura,pero es muy perceptible en las reflexiones de los hombrespolticos87.

    Amn de esta conciencia sobre la relacin entre poder yespacio, el filsofo advertir la impronta espacial como lamarca ms visible de nuestro siglo, ms all del tiempo yde la propia movilidad, porque el problema del sitio o delemplazamiento ya no atae slo a cuestiones demogr -ficas, sino tambin a otro tipo de cuestiones msvivenciales e inmediatas, que plantean serias interrogantes, y

    que confirman que estamos en una poca en que el espacio senos da bajo la forma de relaciones de emplazamientos88, yque continuamente hemos de preguntarnos, por tanto, qurelaciones de proximidad, qu tipo de almacenamiento, decirculacin, de identificacin, de clasificacin de elementoshumanos deben ser tenidos en cuenta en tal o cul situacinpara llegar a tal o cul fin89. Estas observaciones, elaboradasen su conferencia De los espacios otros en 1967, sealan

    87 Michael Foucault, Space, Knowledge and Power, 1984.88 Michael Foucault, De los espacios otros, 1984, p. 2.89 Michael Foucault, De los espacios otros, 1984, p. 2.

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    tambin la profunda sacralizacin espacial que an sostienenlos cimientos de la cultura occidental, y que es visible en unterreno prctico, cotidiano, donde la vida aparece todavacontrolada por oposiciones que admitimos como un lugarcomn (espacio pblico/privado, espacio familiar/social,espacio cultural/til, espacio del ocio/laboral). El vnculo entreespacio y relaciones permite a Foucault definir en este puntouna serie de emplazamientos que reconoceremos de

    inmediato, como los emplazamientos de pasaje (calles,trenes) de detencin provisoria (cafs, cines o playas) dedescanso (la casa, la habitacin, la cama), pero tambin esosespacios otros que l mismo denomina heterotopas90,espacios singulares que se encuentran en ciertos espaciossociales y cuyas funciones son muy diferentes de los espaciosconvencionales.

    El estudio y descripcin de estas heterotopas (laheterotopologa) resultar al filsofo revelador del espacio mtico y real en que vivimos, y desde luego de los cambios ymutaciones de una cultura, enunciando a partir de aqu sus

    principios comunes. El primero de ellos, por cierto, es laconstatacin de que son absolutamente universales yconstantes en todo grupo humano, pues no hay una sola

    90 Las heterotopas son para Foucault lugares reales, lugaresefectivos, lugares que estn diseados en la institucin misma de lasociedad, que son especies de contra-emplazamientos, especies deutopas efectivamente realizadas en las cuales los emplazamientosreales, todos los otros emplazamientos reales que se pueden encontraren el interior de una cultura estn a la vez representados, cuestionadoso invertidos, especies de lugares que estn fuera de todos los lugares,aunque sean sin embargo efectivamente localizables (MichaelFoucault, De los espacios otros, 1984, p. 3).

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    cultura en el universo que no construya sus propios lugaresotros. As, por ejemplo, se referir a las heterotopas decrisis (espacios reservados a quienes se encuentran en talestado)que hoy han sido reemplazadas por las heterotopasde desviacin (clnicas psiquitricas, prisiones, geritricos).En segunda instancia, las funciones que se adjudican a lasheterotopas pueden ser socialmente modificadas en el cursode la historia y significativas, por tanto, de nuestros impulsos

    culturales, caso que ejemplifica con la cuestin de loscementerios y sus distintas ubicaciones a lo largo de los siglos.Si bien hasta el sigloXVIIIel cementerio se encontraba en elcentro de la ciudad, al lado de las iglesias, desde el sigloXIXfue desplazndose definitivamente hacia las afueras y lossuburbios, alejando la materia inerte por el temor al contagio yla enfermedad: era muy naturalcomenta que en la pocaen que se crea efectivamente en la resurreccin de los cuerposy en la inmortalidad del alma no se haya prestado al despojomortal una importancia capital. Por el contrario, a partirdel momento en que no se est muy seg uro de tener un

    alma, ni de que el cuerpo resucitar, tal vez sea necesarioprestar mucha ms atencin a este despojo mortal91. Eltercer principio de las heterotopas descrito por Foucaultes su capacidad de yuxtaponer y reunir mltiplesemplazamientos en un solo lugar (como demuestran elrectngulo de un escenario teatral, la sala rectangular deun cine, o ese espacio feliz que constituye el jardn desdela antigedad) y en cuarto lugar su asociacin con eltiempo, ya sea en los casos en que se pretende acumular elinfinito (museos y bibliotecas) como en aquellos ms

    91 Michael Foucault, De los espacios otros, 1984, p. 4.

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    ftiles y que sustituyen la funcin eternizante por unamodalidad pasajera y crnica (las ferias, las ciudades deveraneo). El quinto principio de las heterotopas es quesiempre suponen un sistema de apertura y uno de cierre, quelas aslan a la vez que las vuelven penetrables, lo cual esvisible en los lugares de purificacin (las saunas escandinavas,los hamman musulmanes) o de confinamiento (las prisiones)y, finalmente, que estos espacios otros son, con respecto al

    espacio restante, una funcin que se mueve entre dosextremos, creando espacios de ilusin (las casas de tolerancia)o espacios de compensacin, tan reales, perfectos, ordenados ymeticulosos como el nuestro (Pienso por ejemplo en elmomento de la primera ola de colonizacin, en el sigloXVII,en esas sociedades puritanas que los ingleses fundaron enAmrica y que eran lugares absolutamente perfectos92).

    Es obvio, pues, que la lucha por el espacio esagudamente poltica, como demuestran hoy los ltimostrabajos sobre la espacialidad y la nacin93, y que en laelaboracin de ciudades y territorios pueden leerse con

    claridad nuestros patrones sociales, porque La categoradel espacio [...] viene a constituir un paradigma culturalque marca la pauta del pensamiento y la accin en nuestrasociedad y en nuestra cultura94. En este mbito, espacio ypoder manifiestan sus lazos sin tapujos, como revela, porejemplo, un anlisis de los espacios considerados desde elgnero, con su tradicional divisin entre los espaciosmasculinos y femeninos, cuestin sin duda interesante que

    92 Michael Foucault, De los espacios otros, 1984, p. 6.93 Vid. Graciela Montaldo, 1995, pp. 5-17.94 Jos Luis Ramrez Gonzlez, 1996, p. 5.

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    pone de manifiesto no ya la tpica lucha espacial entre lossexos, sino algo ms profundo y revelador: que Elproblema bsico de la mentalidad occidental no es elespacio del gnero, sino el espacio del poder y, sobre todo,el poder del espacio95.

    La concepcin del espacio como una elaboracinespecializada de la cultura, incluso en el mbito cotidianode las relaciones interpersonales, fue observada desde los

    aos sesenta en el terreno antropolgico por Edward Hall,autor de la teora proxmica, palabra con la que designael espacio personal y la percepcin que el hombre tiene del96. As, las normas proxmicas son distintas en losdiversos contextos culturales, como demuestra su anlisisde la vivencia espacial entre individuos de nacionesdiferentes, y en el inconsciente cultural de cada una deellas el espacio opera como una fuerte dimensin oculta,un lenguaje silencioso capaz de comunicar sin lanecesidad del gesto y la palabra97 y de provocar inclusosutiles desavenencias y conflictos en medio de nuestro

    arraigado instinto de territorialidad, ya sea personalImagnese qu efecto causara que el anfitrin dierarienda suelta a sus sentimientos y dijese: [.. .] a m no megusta que nadie se siente en mi silln!98 o colectivo:

    95 Jos Luis Ramrez Gonzlez, 1996, p. 9.96 Edward T. Hall, 1987.97 Edward T. Hall, 1989.98 Pp. 174-175. Con respecto a esta sensacin tan cotidiana de

    invasin de nuestro espacio personal, aadir que Debido a una razndesconocida, nuestra cultura tiende a quitar importancia o a obligarnosa reprimir y disociar nuestros sentimientos respecto al espacio. Lorelegamos a lo informal y es posible, incluso, que nos sintamos

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    En Latinoamrica la distancia de interaccin es mucho menorque en Estados Unidos. En efecto, la gente no habla a gusto ano ser que se encuentre muy cerca de la distancia que enNorteamrica provoca sentimientos hostiles o estmulossexuales. El resultado es que, cuando ellos se acercan, nosotrosretrocedemos y nos apartamos. En consecuencia, piensan quesomos distantes o fros, reservados y poco amistosos. Nosotros,por nuestra parte, les acusamos constantemente de atosigarnos,empujarnos y echarnos el aliento encima99.

    Los anlisis y observaciones de Edward Hall apropsito del instinto territorial y de las formas en quecada cultura establece sus propias normas proxmicas, setornan especialmente relevantes en este momento hist -rico, en que la globalizacin parece haberse convertido enun fenmeno irreversible, provocando nuevos debatessobre una dinmica que no es tan reciente, pero quealcanza a estas alturas una dimensin crucial. Me refieroconcretamente a las variadas tensiones entre lo local y louniversal, de las que surgen tambin no pocas reflexionesidentitarias, porque lo que est en juego no es slo ladimensin econmica del efecto globalizador, sino tam -bin y sobre todo sus dimensiones polticas y culturales.Ante esta tesitura, algunos apuntan una consigna singular,que se resume en los siguientes trminos:Globalic-monos pronto, sin perder la identidad, antes de que nosglobalicen y la perdamos del todo100.

    culpables cuando advertimos que nos estamos poniendo furiososporque alguien ha ocupado nuestro sitio.

    99 Edward T. Hall, 1989, pp. 194-195.100 Horacio Capel, 1998, p. 10.

  • 8/12/2019 Espacio, Identidad y Literatura

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    ESPACIO, IDENTIDAD Y LITERATURA EN HISPANOAMRICA

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    No resultar extrao que en esta encrucijada contem -pornea la sensacin de prdida identitaria se acompae demanifestaciones culturales que tienden a reforzarla y deanuncios que recuerdan, desde mbitos muy distintos, lanecesidad de un proceso integrador, que pueda ajustar laspulsiones regionales y la subjetividad individualidad, en elmarco uniforme de esta nueva universalizacin. Lasmodas tnicas que tanto xito han tenido en las ltimas

    dcadas, los nuevos y ms variados cruzamientos socio -culturales (los cholo-punks, los pachuco-krishnas, losciberaztecas, los rockeros hopi, etc.)101, la cada vez mscreciente conciencia ecolgica o los ms