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ESPAÑA Y LA REVOLUCIÓN DEL SIGLO XVIII CAPÍTULO 1. LA ÉPOCA DE LA ILUSTRACIÓN ANTECEDENTES. Desde el apogeo de la cultura de la Edad Media, el espíritu intelectual de Europa evolucionó hasta culminar en el siglo XVIII. La religión fue poco a poco desalojada de su posición por conocimientos de carácter más secular, aumentando la libertad para expresar ideas más heterodoxas. El humanismo del Renacimiento fue el primero en indicar el camino y la Reforma se adentró en él. A mediados del s. XVII, la Iglesia había perdido la suprema autoridad social. La Reforma había destruido su unidad, y al mismo tiempo, la Iglesia cayó bajo el dominio del Estado en muchos países. Por estas fechas, todos los campos del pensamiento se vieron invadidos por el deseo de emanciparse de la religión y la teología tradicional. Fue en los países protestantes donde primero apareció la nueva evolución del pensamiento. En Inglaterra, Francis Bacon inauguró el siglo XVII descartando a Aristóteles para adoptar como fuente de sabiduría la observación directa de la naturaleza, e Isaac Newton lo terminó (el s. XVII) con el descubrimiento de la ley de la gravedad. La ciencia política también experimentó el cambio emancipador. Hugo Grotius escribió en los Países Bajos un tratado de derecho internacional que difundió una nueva interpretación del concepto de derecho natural. El vocablo “derecho natural” definía ahora una ley de la sociedad humana de valor universal, fundada en el razonamiento y en la naturaleza del hombre. Adelantándose un poco más, John Locke declaró que los hombre poseían derechos naturales, como la libertad civil y la propiedad. René Descartes emancipó la metafísica de la teología escolástica. Demostró la fabilidad de todas las fuentes admitidas de la sabiduría, y luego apoyándose sólo en la razón probó la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Partiendo de este punto Locke asentó los criterios de la epistemología moderna, y afirmó que el hombre adquiere sus conocimientos únicamente por medio de los sentidos. La misma 1 1

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ESPAÑA Y LA REVOLUCIÓN DEL SIGLO XVIII

CAPÍTULO 1. LA ÉPOCA DE LA ILUSTRACIÓN

ANTECEDENTES.

Desde el apogeo de la cultura de la Edad Media, el espíritu intelectual de Europa evolucionó hasta culminar en el siglo XVIII. La religión fue poco a poco desalojada de su posición por conocimientos de carácter más secular, aumentando la libertad para expresar ideas más heterodoxas.

El humanismo del Renacimiento fue el primero en indicar el camino y la Reforma se adentró en él. A mediados del s. XVII, la Iglesia había perdido la suprema autoridad social. La Reforma había destruido su unidad, y al mismo tiempo, la Iglesia cayó bajo el dominio del Estado en muchos países.

Por estas fechas, todos los campos del pensamiento se vieron invadidos por el deseo de emanciparse de la religión y la teología tradicional. Fue en los países protestantes donde primero apareció la nueva evolución del pensamiento. En Inglaterra, Francis Bacon inauguró el siglo XVII descartando a Aristóteles para adoptar como fuente de sabiduría la observación directa de la naturaleza, e Isaac Newton lo terminó (el s. XVII) con el descubrimiento de la ley de la gravedad.

La ciencia política también experimentó el cambio emancipador. Hugo Grotius escribió en los Países Bajos un tratado de derecho internacional que difundió una nueva interpretación del concepto de derecho natural. El vocablo “derecho natural” definía ahora una ley de la sociedad humana de valor universal, fundada en el razonamiento y en la naturaleza del hombre. Adelantándose un poco más, John Locke declaró que los hombre poseían derechos naturales, como la libertad civil y la propiedad.

René Descartes emancipó la metafísica de la teología escolástica. Demostró la fabilidad de todas las fuentes admitidas de la sabiduría, y luego apoyándose sólo en la razón probó la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Partiendo de este punto Locke asentó los criterios de la epistemología moderna, y afirmó que el hombre adquiere sus conocimientos únicamente por medio de los sentidos. La misma religión cristiana fue atacada abiertamente. Baruc Spinoza sustituyó al dios antropomórfico judeo-cristiano por un concepto de Dios impersonal, de tipo panteísta, identificado con el universo.

En Inglaterra, un grupo de pensadores, los deístas, desarrollaron la idea de una religión natural, y sostenían que para adorar a Dios no era necesario tener una Iglesia instituida.

A finales del s. XVII se habían colocado los cimientos de una concepción laica, o al menos heterodoxa, de la vida en los países protestantes. Al s. XVIII, que presenció la entrada de esta teoría en los países católicos y su amplia difusión en Europa, se le llamó “siglo de las luces” o de la “Ilustración”.

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ELEMENTOS DE LA ILUSTRACIÓN:

1º. PHILOSOPHES.

El espíritu francés estaba ya preparado por Descartes y el entusiasmo de Voltaire fue pronto compartido por un grupo llamado “philosophes”. Animados por una fe profunda en las facultades de la inteligencia humana para descubrir las leyes de la naturaleza por medio de la observación y la razón, estos hombres pusieron en duda todas las creencias admitidas.

Una vez que los “philosophes” hubieron roto definitivamente con la tradición católica, pusieron todo su empeño en mejorar el destino del hombre en la tierra. Tenían su propia fe en la bondad natural del hombre y en su capacidad de perfeccionamiento. Jean-Jacques Rousseau culpaba a la sociedad de haber corrompido los sentimientos bondadosos del hombre. Solo una educación apropiada podía conservar dicha bondad.

Los hombres de ciencia contribuyeron también a destruir la perspectiva tradicional cristiana, sobre todo en los campos de la física y las ciencias naturales. A finales del s.XVII, la ciencia experimental había sustituido a la teología en el trono del reino de las ciencias.

Desde Francia las “luces” se difundieron por toda Europa gracias a la preeminencia del idioma francés.

El gran enemigo que los “philosophes” debieron combatir, en los primeros años, fue la Iglesia Católica que no había abandonado su pretensión medieval de enseñar la única religión verdadera y recordaba a los monarcas su deber de suprimir las herejías y acallar a quienes ponían sus verdades en duda. Por ello, en Francia, varias obras de los “philosophes” fueron prohibidas.

2º. BURGUESÍA.

Junto con la transformación del pensamiento coincidía otro fenómeno: el desarrollo de la burguesía, grupo social que se originó en la Edad Media y se multiplicó rápidamente en esta época.

3º. PODER DEL ESTADO.

Paralelo a estos dos fenómenos corría un tercero: el aumento del poder del Estado, determinado por el eclipse del poder de la Iglesia y la expansión de la economía. En el s.XVIII vivieron soberanos capaces de aprovechar la nueva situación. Federico II en Prusia, Catalina II en Rusia, José II en Austria y otros príncipes en Alemania e Italia, tuvieron el acierto de emplear su poder personal para llevar a cabo reformas en sus reinos. A estos monarcas se les conoce con el nombre de déspotas ilustrados.

En los países católicos, la Iglesia también representaba un obstáculo para los déspotas ilustrados, ya que no podían hacer reformas económicas sin alterar sus privilegios (diezmos, manos muertas, órdenes monásticas) y monopolios (la enseñanza), y para remediar la situación limitaron la jurisdicción papal en asuntos de orden temporal en sus países.

En este conflicto ideológico, el papel de la nobleza estaba peor definido. Aunque los nobles tenían una situación privilegiada no tomaron posiciones contra “las luces”. Muchos de ellos los recibieron bien e incluso los patrocinaron, pero sin renunciar a sus antiguos privilegios sociales y políticos.

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CAPÍTULO 2. REGALISMO Y JANSENISMO EN ESPAÑA.

1. (La nueva dinastía).

En 1700, España aclamaba a un nuevo rey, Felipe de Borbón. Los Borbones, a diferencia de los Austrias, se ocuparon personalmente de los asuntos de España. Tanto a Felipe V, como a sus dos hijos Fernando VI y Carlos III, les impulsaba un sincero deseo de mejorar el país, el cual hizo notables progresos materiales y morales.

Para fomentar el bienestar del país, estos reyes se afanaron por fortalecer el poder real. Castilla había caído bajo el absolutismo real desde la época de los Reyes Católicos, pero los reinos de la Corona de Aragón todavía conservaban privilegios económicos y políticos. Felipe V abolió los privilegios de la Corona de Aragón en represalia por la ayuda que Aragón había prestado al pretendiente austríaco en la guerra de Sucesión. De esta manera las Cortes de Castilla se convirtieron en las Cortes de España, convocadas en el s.XVIII únicamente para jurar fidelidad a los herederos al trono y ratificar decretos importantes. Sólo en el norte, el reino de Navarra y las provincias vascongadas conservaron su autonomía.

Para mejorar la administración, los Borbones crearon nuevos cargos oficiales. Felipe V nombró cinco “Secretarios de Estado”, que junto con el Consejo de Castilla compartirían la autoridad. Fernando VI dividió España en provincias y al “corregidor” o “asistente” lo nombró también “intendente”, responsable de los asuntos fiscales de la provincia.

En el s.XVIII en España solo quedaba una institución que amenazara el poder real, la Iglesia Católica. Los Austrias habían hecho valer en sus dominios la voluntad real en los asuntos temporales de la Iglesia, consiguiendo que los Papas reconocieran sus derechos. Solo durante el reinado de Carlos II (último Austria) consiguió la Santa Sede extender su influencia.

Al comenzar el reinado de Felipe V, dos tercios de los nombramientos de los cargos de la Iglesia española se hacían en Roma y el Papa gozaba de una renta importante proveniente de las sedes y tribunales eclesiásticos. El apoyo que el Papa prestó al pretendiente austríaco sirvió de pretexto a Felipe V para romper relaciones con la Santa Sede. Acabada la guerra de Sucesión, se iniciaron unas negociaciones que culminaron con el concordato de 1753 firmado por Fernando VI. El rey se reservaba el derecho de nombramiento y rentas que antes recibía el Papa.

Pero Roma no era la única que se oponía a que el rey controlase la Iglesia, también existía oposición en el clero español. Dos organismos se oponían particularmente: la Compañía de Jesús y la Inquisición; aunque, en realidad, dichas instituciones representaron una sola fuerza, porque desde Carlos II la Inquisición había estado dominada por los jesuitas.

2. (Los jansenistas)

En el seno de la Iglesia española se había formado poco a poco un grupo dispuesto a sostener una política real firme. Estos recibían el nombre de “jansenistas”, epíteto que les aplicaron sus enemigos, principalmente los jesuitas.

El movimiento jansenista propiamente dicho debía su origen a los discípulos del teólogo católico flamenco, del s.XVII, Cornelio Jansen. La obra de Jansen “Agustinus”, interpretaba las obras de San Agustín subrayando la teoría de la predestinación en perjuicio del libre albedrío. Se formó una secta en Francia que aceptaba su punto de vista y mantenía unas

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reglas de conducta estrictas y puritanas. La Sorbona condenó la posición de Jansen y los jesuitas salieron en defensa del libre albedrío.

Los llamados jansenistas españoles no eran herederos directos de la secta francesa. Para hallar los orígenes del movimiento español es necesario observar las ramificaciones de la primera controversia entre jesuitas y jansenistas y nuevos acontecimientos relacionados con ella ocurridos en el seno de la Iglesia Católica. Los jansenistas habían denunciado las doctrinas del jesuita español Luis Molina, porque las creían destructoras de la moral verdadera. Los jesuitas más extremos para defender la posición de Molina atacaron a otros teólogos defensores de los escritos de San Agustín (Enrico Noris “Historia Pelagiana”).

Las órdenes religiosas que se sentían ofendidas en este asuntos (los agustinos) no tenían el ánimo bien dispuesto hacia la Compañía de Jesús, y éstos, con falta de tacto notorio, continuaron atizando el fuego.

Otros focos de discordia eran las Universidades, donde las disputas entre las diversas escuelas de teología habían sido frecuentes y agudas.

La primera acepción del vocablo “jansenista”, en España, era pues, oposición a la doctrina teológico-moral de la orden jesuita. Un segundo significado nació, indirectamente, de la misión tradicional que la Compañía de Jesús tenía de ser el brazo derecho del Papa. A partir de finales del s.XVII los jesuitas habían luchado contra la tendencia presente en el seno de la Iglesia, de limitar la autoridad papal. En 1682 los obispos de Francia proclamaron los llamados principios galicanos. Según éstos, el poder temporal era independiente del poder espiritual; además los obispos podían rechazar las declaraciones del Papa en asuntos de fe hasta que un concilio general de la Iglesia los confirmase infalibles. El galicanismo pasó desde Francia a otros países católicos. (Zeger Bernhard van Espen - Universidad de Lovaina; Johan Nikolaus von Honthein, seudónimo de Justinius Febronius - Obispo de Trier; Antonio Pereira - portugués). El Papa ayudado por los jesuitas, se defendió contra todos estos autores, a quienes la Compañía de Jesús, también aplicó el nombre de jansenistas, como a sus otros enemigos.

3. (El regalismo).

España no estaba exenta de espíritu regalista. En 1765 la Imprenta Real publicó una obra anónima “Tratado de la regalía de amortización”. El nombre de su autor era un secreto a voces: Pedro Rodríguez de Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla, y su trabajo tenía por objeto refutar la pretensión de la Iglesia de poder acaparar bienes raíces sin limitaciones.

Campomanes no era eclesiástico. Escribió su tratado para defender la política de Carlos III, decidido a rematar la subordinación de la Iglesia al trono, que el Concordato de 1753 había dejado incompleto, y no tuvo que esperar mucho para poner manos a la obra. El Papa envió al nuncio en España, un breve condenando el catecismo de un abate francés porque de modo jansenista negaba la infabilidad del Papa y se oponía a la orden jesuita. Carlos III impidió la publicación de la prohibición en España y declaró que en lo sucesivo las bulas y breves del Papa, para ser válidos en España debían tener permiso real: el exequatur. Aunque al final revocó su decisión, en 1768 el exequatur de nuevo entró en vigencia a causa de otro conflicto con el Papa.

Carlos III sabia que para conseguir la victoria real sobre el poder papal, tenía que quebrantar la fuerza de los jesuitas.

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Una crisis nacional inesperada puso fin a la lucha entre la Corona y los jesuitas. Carlos III tenía a extranjeros en altos cargos, entre ellos el marqués de ESQUILACHE, Secretario de Guerra y Hacienda, y el marqués de Grimaldi, Primer Secretario de Estado, y esto provocaba descontento.

El 23 de marzo de 1766 tuvo lugar un motín, provocado por una ley de ESQUILACHE que prohibía llevar sombreros chambergos y capas largas. Carlos III tuvo que aceptar las condiciones de los amotinados: exilio de Esquilache y revocación de la ley, y nombró al Conde de Aranda Presidente del Consejo de Castilla.

Se corrió la voz de que los jesuitas habían instigado el motín, y aunque los historiadores aún hoy debaten su veracidad, el gobierno estaba dispuesto a darles crédito y señaló a los jesuitas como víctimas propiciatorias.

Carlos III juzgó que su deber de rey era expulsar de sus dominios a la Compañía de Jesús, decretándolo en abril de 1767. Y es más, no descansó hasta lograr, en colaboración con la corte francesa, que el Papa aboliese la Compañía de Jesús en 1773. A José Moñino, que obtuvo este acto de la Santa Sede le concedió el título de Conde de Floridablanca.

Debido al número creciente de jansenistas en el seno de la Iglesia, la opinión de ésta sobre la expulsión de los jesuitas estaba dividida. Los obispos apoyaban en general la medida. Tan solo la Inquisición, cuyos miembros simpatizaban con la Compañía, se mostraron contrarios.

4. (La Universidad)

La expulsión de los jesuitas acarreó grandes cambios en la enseñanza, donde su influencia había sido más poderosa. El gobierno deseoso de extender su autoridad a todas las esferas, emprendió la reorganización de estas instituciones. La corona, para afianzar su nueva autoridad sobre las Universidades, mandó que todos los recipiendarios de grados y los miembros de las facultades jurasen no tener ni enseñar creencias ultamontanas opuestas a las regalías de la Corona. Para asegurar su cumplimiento se nombraron censores reales en las Universidades.

El medio más eficaz que los jesuitas habían empleado para dominar las Universidades había sido el dominio de los colegios mayores, fundados en el s.XV y XVI con la intención de albergar a estudiantes pobres. Pero, el tiempo y los intereses lo habían corrompido, siendo usurpados por segundones de familias terratenientes que luego ocuparían altos cargos en la Iglesia o en el gobierno. Estos “colegiales” formaban una aristocracia dentro del clero o de la administración real, ocupándose de proteger la preponderancia de los colegios, que habían caído bajo el dominio jesuita. Mientras los estudiantes de baja nobleza subsistían por otros medios y se los llamaba despectivamente manteístas (por llevar capa larga).

En el gobierno de Carlos III, enemigos del ultramontanismo, como CAMPOMANES y MOÑINO, habían sido manteístas. Tras la expulsión de los jesuitas, se sugirió al rey que los colegios mayores desempeñaran su papel originario (para estudiantes pobres) aunque la medida no dio el fruto deseado y entraron en decadencia. Pero la reforma de los colegios mayores sí logró liberar a las Universidades del control de los colegios mayores. Fue una importante victoria del regalismo sobre el ultramontanismo.

Así los preceptos regalistas, galicanos o janseístas conocidos en el extranjero, tenían ahora el campo abierto.

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5. (La Inquisición).

La expulsión de los jesuitas no eliminó totalmente el ultramontanismo, la Inquisición lo apoyó.

El gobierno no ignoraba la actitud de la Inquisición. CAMPOMANES y MOÑINO redactaron una memoria en 1768, señalando el ultramontanismo del Santo Oficio mientras estuvo en manos de los jesuitas.

Carlos III empezó a poner su autoridad sobre la Inquisición. En 1768 estableció el sistema de censura de libros que debía seguir para evitar la prohibición injusta de autores católicos. Más tarde, recibieron órdenes de ocuparse solamente de los crímenes de herejía y apostasía. El rey también ordenó que los expedientes de procesos concernientes a grandes de España, ministros,... fuesen sometidos a su examen. (En resumen, que perdió todo su poder). A Carlos III le sugirieron que la aboliese, y se dice que contestó: “Los españoles la quieren y a mí no me molesta”.

6. (La situación del clero).

La Iglesia Católica tenía otras características que preocupaban al gobierno. El número crecido de clérigos era una de ellas. En total existían cerca de 200.000 eclesiásticos en un país de 10 millones de habitantes.

La opulencia de la Iglesia era otro rasgo inquietante. Los conventos y monasterios eran aún más numerosos que el clero. Muchos de ellos estaban deshabitados, pero poseían extensas propiedades.

Esta disparidad entre la pobreza de la mayoría de la población y las riquezas de la Iglesia, en rentas, tierras y objetos de valor, resaltaba especialmente en Castilla, cuyos campos habían sido agotados por el pastoreo y la imposición abusiva de contribuciones para costear guerras habían producido la ruina económica y la disminución de la población.

JOVELLANOS y otros consejeros del rey, al quienes preocupaba el estado de la economía nacional, no solo ponían objeciones al dominio de una gran parte de la riqueza nacional por la Iglesia, sino también al mal uso que ésta hacía de ella. El derecho de manos muertas mantenía en baldío tierras que hubieran podido ser mejoradas en manos particulares, y la caridad, a la cual destinaba parte de sus rentas, era perjudicial porque fomentaba la pereza.

Si los prelados y los conventos se distinguían por su prodigalidad, los frailes y curas sobresalían por su atraso e ignorancia. La ignorancia general del clero nutría de supersticiones la religión del aún más ignorante pueblo. La devoción a la religión católica, llevada frecuentemente a la exageración supersticiosa era probablemente la fuerza más poderosa de la sociedad en la España de fines del s.XVIII.

El rey durante todo su reinado se esforzó por reformar la Iglesia. Dictó más de una docena de reales cédulas y otras provisiones para fortalecer la disciplina de las órdenes, reduciendo el número de frailes y aboliendo una de ellas (la orden de San Antonio Abad). Además, valiéndose de su prerrogativa para nombrar a los obispos, mejoró la calidad del alto clero. El bajo clero continuó distinguiéndose por su ignorancia y moralidad relajada.

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El gobierno atacó también el problema de la mendicidad, fomentando escuelas de artes y oficios y asilos donde niños y adultos necesitados aprendían un oficio.

En 1787, Carlos III y FLORIDABLANCA prepararon un plan de acción destinado a la nueva Junta de Estado creada para coordinar los diversos ministerios. En la esfera eclesiástica recomendaron que se redujese la extensión de los obispados para facilitar la administración, que se fomentase la ilustración del clero con el fin de educar al pueblo, que se buscasen inquisidores cultos capaces de extirpar las supersticiones en lugar de incrementarlas y que las órdenes religiosas volvieran a su estado prístino.

7. (La opinión del clero).

La Corona actuó siempre con autoridad propia, pero tenia el valioso apoyo moral de un sector importante del clero. Los grupos que habían acogido bien la expulsión de los jesuitas, aprobaban las reformas del rey. Como su única esperanza de reforma radicaba en la actividad del gobierno de Carlos III apoyaron su regalismo. El rey empleó la autoridad ganada en el Concordato de 1753 para ascender a miembros del clero partidarios de su política. Fuera y dentro de la Iglesia, reforma y regalismo habían llegado a ser una sola cosa y en asuntos eclesiásticos el regalismo era considerado instrumento de reforma.

Dentro de la Iglesia a los reformadores se les llamaba “jansenistas”, no “regalistas”. Se les llamaba así porque querían limitar la autoridad papal y no porque aceptasen la heterodoxia de los jansenistas franceses.

En toda Europa, la Iglesia Católica era el enemigo más tenaz de ciertos aspectos de la Ilustración y España había sido siempre uno de los baluartes de la Iglesia. Sin embargo, la política regalista de los Borbones y el nombramiento de hombres de ideas jansenistas para altos cargos eclesiásticos en la última mitad del s.XVIII destruyó la autoridad e independencia de la Iglesia española. El efecto más inmediato que el jansenismo y regalismo combinados produjeron en España fue el absolutismo, al mismo tiempo que socavaron la muralla que se levantaba entre España y la Ilustración.

CAPÍTULO 3. “LAS LUCES” PENETRAN EN ESPAÑA.

1. (FEIJOO)

Coincidiendo con la llegada de la dinastía borbónica a España se empezaron a oír voces que proclamaban la necesidad de estar al corriente de las actividades intelectuales del extranjero. Una de estas voces era la de un fraile benedictino, catedrático de la Universidad de Oviedo, Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, figura sobresaliente de los reinados de Felipe V y Fernando VI.

Estudió en Galicia, Asturias y Salamanca y a los 30 años llegó a ser catedrático de teología. Su curiosidad intelectual le incitó a leer libros extranjeros y se dio cuenta del retraso intelectual de su país. En 1726, con 50 años, inició a publicar los conocimientos adquiridos en una serie de ensayos titulados “Teatro crítico universal”. A los 9 tomos del Teatro crítico se sumaron otros 5 titulados “Cartas Eruditas”. El tema de la obra de Feijoo era universal: literatura, arte, filosofía, teología, ciencias naturales, matemáticas, geografía e historia. El autor siempre enfocaba los problemas desde un punto de vista crítico.

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Opinaba que la ciencia moderna no era necesariamente opuesta a la religión y aseguraba que se podía quebrantar el imperio de Aristóteles sin perjudicar la fe católica. Dio a conocer los conocimientos científicos de Descartes y Newton y, sobre todo, a Francis Bacon.

Defendió el método experimental de Bacon contra la escolástica española, y denunció la devoción exagerada a los Santos y los falsos milagros y sobre todo declaró una guerra sin cuartel a la superstición.

Los trabajos de Feijoo señalaron el principio de una nueva era de la vida intelectual española.

2. (Difusión de las ideas ilustradas).

La experimentación en las ciencias y el espíritu crítico en los asuntos intelectuales fueron las dos lecciones que con más empeño predicó Feijoo. La ciencia moderna a la que más alentó hacia el progreso fue la medicina, al adoptar algunos médicos de vanguardia su actitud.

De todos ellos el más destacado era Andrés Piquer, profesor de la Universidad de Valencia, quien tuvo conocimiento de los últimos descubrimientos realizados por médicos holandeses. Piquer consideraba el experimento metódico y la observación como base del mejoramiento de la ciencia médica.

Los españoles empezaron a interesarse por los descubrimientos que se hacían en el extranjero, en otras ciencias. Trabajos de divulgación, dirigidos a lectores que carecían de cultura científica, vinieron a despertar el interés del público.

Pero las obras de científicos aislados eran insuficientes para informar a los españoles de la multitud de adelantos logrados por la ciencia y la técnica en el extranjero. La “Encyclopédie” francesa era una obra que podía remediar esta necesidad, pero la Inquisición la prohibió en 1759.

El gobierno siguió apoyando el progreso de la ciencia. Se invitó a estudiosos extranjeros que vinieron a dirigir diversos proyectos científicos, se prestó ayuda a físicos y naturalistas españoles y a los jóvenes que prometían se los mandaba a estudiar al extranjero.

De este modo una minoría instruida y acomodada se estaba aficionando a la ciencia, como ocurría en otros países. La prensa periódica de la época, cuyo aumento representaba por sí solo un fenómeno en España, reflejaba este nuevo interés dedicando mucho espacio a la ciencia.

Hubo un aspecto de la ciencia extranjera que no alcanzó éxito en España: contradecir las verdades de la Biblia. Los científicos españoles acogieron los descubrimientos más recientes sin discutir la autoridad del dogma de la Iglesia. El Gobierno, interesado en el progreso científico y en mantener la pureza de la religión católica, apoyó dicha actitud.

3. (Política económica).

Los descubrimientos científicos intrigaban “por se” a los ministros del rey, pero al gobierno le interesaban especialmente porque quería mejorar la calidad y el número de los productos manufacturados y agrícolas de la nación. Los consejeros del rey adoptaron esta línea de acción bajo la influencia del pensamiento económico nacional de la época. La teoría económica del mercantilismo mantenía que la riqueza de una nación se medía por la cantidad de metales preciosos que poseía. En los s.XVI y XVII los reyes españoles, basándose en esta

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teoría, habían tratado en vano de impedir que la plata y oro de las colonias americanas pasaran a otros países. Ya economistas de entonces lamentaban la mala administración real y aconsejaban que el gobierno tomase la iniciativa para fomentar la agricultura, la industria y el comercio. En otros países, como la Francia de Luis XIV, su ministro COLBERT desarrolló el mercantilismo hasta convertirlo en un complicado sistema de guerra económica. Las medidas propuestas por COLBERT encerraban en sí la necesidad de crear una economía nacional próspera, capaz de bastarse a sí misma. La agricultura tenía que nutrir al país y abastecerlo de materias primas. Éstas no deberían ser exportadas para beneficio de las industrias extranjeras, sino elaboradas en las fábricas nacionales, que,si fuere necesario, serían subvencionadas por el Gobierno, así el Estado produciría manufacturas y tendría un excedente para exportar al extranjero.

La interpretación mercantilista de Colbert fue la primera que avivó el pensamiento económico del s.XVII español. Así bajo Carlos III, los autores abandonaron su fe en el oro y la plata de América, para abogar por una economía agrícola y comercial vigorosa. Las ideas de estos autores influyeron sobre el Gobierno. Bernardo Ward, ministro de comercio de Fernando VI, redactó unas recomendaciones en una obra titulada “Proyecto Económico” (1762).

En varios tratados CAMPOMANES mostró el camino para mejorar la agricultura, fomentar industrias y aumentar la población. En su “Discurso sobre el fomento de la industria popular” indicaba cómo todas las clases sociales ociosas podían ocuparse en la agricultura y la industria.

Se enviaron ejemplares de este discurso, con sanción real, a todos los organismos oficiales del Gobierno, y también a los obispos para que los enviasen a curas y conventos. Al año siguiente, Campomanes lo amplió resaltando la necesidad de crear centros que divulgasen el conocimiento de los últimos adelantos tecnológicos.

Mientras España asimilaba el mercantilismo, en otros puntos de Europa, las teorías mercantilistas comenzaban a ser asediadas por otras nuevas. La primera de estas era la sostenida en Francia por los fisiócratas, que mantenían que la economía política estaba gobernada por el derecho natural, tan defendido por la Ilustración y suplicaban “LAISSEZ-FAIRE” o dejar que las leyes naturales funcionasen libremente. Más tarde Adam Smith publicó su obra, proclamando la existencia de un orden económico natural que se manifestaba cuando se permitía a los hombres seguir sus intereses particulares. (liberalismo).

Poco a poco estas ideas también penetraron en España. Francisco Cabarrús, principal asesor de Carlos III en asuntos económicos abogaba por el derecho de propiedad, el sistema de “laissez-faire” en la industria, la reducción de los derechos de aduana y por librar al comercio nacional de obstáculos.

Alcalá Galiano fue uno de los primeros que leyó la obra de A. Smith y atacaba la teoría mercantilista y fisiocrática: la primera por considerar el crecimiento de una nación incompatible con el de sus rivales y la segunda por radicar la riqueza de un país en la agricultura.

En las postrimerías de Carlos III, que en sus principios había tenido a Colbert por innovador, se familiarizaba con las nuevas ideas extranjeras.

Sobre un punto al menos, muchos de los pensadores nacionales habían llegado a ponerse de acuerdo: la economía política era la tan buscada ciencia natural de la sociedad, cuyas leyes mostraban el camino que debía seguir el hombre para vivir y prosperar, de acuerdo con los dictados de la razón.

4. (Filosofía política)

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Aunque los españoles cultos tendían a considerar la economía política como panacea para los males del país, no dejaron de interesarse por las nuevas ideas que se desarrollaron en el extranjero en el campo de la filosofía política. La obra que más éxito obtuvo en el siglo fue la de MONTESQUIEU que se esforzó por penetrar en los secretos del buen funcionamiento del gobierno. Su ideal de libertad político lo creía garantizado por una monarquía liberal como la inglesa, y era partidario de adoptar un sistema parecido en Francia, confiando la protección de las leyes fundamentales del reino a un organismo formado por la aristocracia.

Su libro “El espíritu de las leyes” contiene una “amonestación contra los Inquisidores de España y Portugal”. La Inquisición reaccionó prohibiendo el libro, pero esto no impidió que JOSÉ CADALSO conociese sus teorías y llamase a MONTESQUIEU “fundador de la ciencia gubernamental”.

La obra de un tratadista de ciencia política del siglo XVIII tuvo un éxito más inmediato en España. JACOB FRIEDRICH, consejero de Federico el Grande, escribió un tratado de filosofía política, ciencia gubernamental y relaciones internacionales, con un estudio de la geografía, la economía y el gobierno de las naciones europeas.

La teoría legal y política de la época estuvo dominada por dos italianos: BECCARIA, que ponía de relieve la necesidad de reformar el derecho penal y GAETANO FILANGIERI.

5. (La obra de Rousseau en España).

La suerte que corrieron las obras de ROUSSEAU en España fue excepcional. No hubo otro autor extranjero que fuese tan bien ni tan generalmente acogido. Aunque en 1764 su nombre fue inscrito en el Índice español como filósofo hereje y sus obras fueron totalmente prohibidas, ni esta reputación ni el anatema del Santo Oficio tuvieron fuerza para impedir que los españoles ilustrados le dieran su adhesión. La prensa de la década de 1780-90, con precaución de no nombrarlo, dio muestras del alto grado de estima en que era tenido.

Sus ideas sobre la educación eran las que más atraían a los españoles ilustrados, quienes estaban convencidos de que sus instituciones docentes necesitaban reforma. Su “Emilio” fue uno de los libros mejor acogidos en España.

Otra obra de ROUSSEAU, “Pigmalion” fue traducida al español por varios autores y puesta en escena. A finales del reinado de Carlos III tuvo mucho éxito una novela donde rebosaban las ideas de Rousseau, publicada en Madrid por un jesuita secularizado PEDRO MONTEGON. Esta obra podía revelar rasgos importantes de la “ilustración” extranjera a quien la leyese.

6. (Voltaire y otros philosophes).

ROUSSEAU escribió sus primeras obras cuando estaba estrechamente ligado a DIDEROT y los PHILOSOPHES. Se podía suponer que en España quienes admiraban a Rousseau también leerían y apreciarían a Voltaire y a otros philosophes.

En 1762 la Inquisición condenó las obras de VOLTAIRE en su totalidad, pero la tolerancia gubernamental se extendía al teatro de este autor, siempre que el nombre del autor no figurara claramente.

Sus obras teatrales se publicaron gracias al apoyo oficial de hombres como ARANDA, que conocía a VOLTAIRE y lo admiraba. Aunque en todo caso la crítica que contenía estas

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obras sobre la Iglesia y otras instituciones vigentes era muy sutil para ser descubierta por el lector.

Ninguno de sus otros trabajos históricos, y aún menos sus irreverentes cuentos satíricos llegaron a publicarse. Pero esto no significa que los españoles cultos no fuesen capaces de leerlos en el original.

El número de alusiones a VOLTAIRE halladas en una investigación de la prensa periódica de la época indica que aunque su nombre era conocido sus obras en prosa no habían dejado huella en la mente española.

El caso de Voltaire no es común a todos los philosophes. ETIENNE BONNOT DE CONDILLAC también dejó un rastro preciso en la “Ilustración” española, célebre por haber llevado la epistemología de Locke hasta el extremo de creer que todos los conocimientos, juicios y pasiones no son sino diversas manifestaciones de sensación.

CONDILLAC alcanzó rápidamente cierta popularidad, pero evidentemente, los españoles veían en él al heredero de Descartes y Locke y no al amigo de los enciclopedistas.

Un “philosophe” de menor categoría, cuyas obras estaban concebidas en forma que podían agradar poco al gobierno español, era el abate G. RAYNAL. Criticaba la labor de los conquistadores europeos y de la Iglesia Católica en América y Oriente. La Inquisición lo condenó en 1779. No obstante, el duque de Almodovar publicó una traducción libre de ello ocultando su identidad.

Para completar el cuadro de las obras de la “Ilustración” extranjera que aparecieron en España hay que mencionar una traducción de G. BONNOT DE MABLY, hermano de Condillac, pero adversarios de los philosophes. Su libro refleja el espíritu de las últimas obras de Rousseau.

Exceptuando estos escritores, en España penetró muy poco de la literatura tendenciosa de la “Ilustración” francesa. Se impidió la “Encyclopedie” en España, por lo que se puede decir que los extremistas franceses (Helvetius, Holbach y La Mettrie) eran desconocidos al sur de los Pirineos.

7. (Los philosophes y la fe católica).

El papel más conocido que desempeñaron los philosophes fue el de críticos de la estructura social, política y religiosa de su época. Defendieron la libertad de conciencia y de acción contra las fuerzas opresoras de la Iglesia y de los privilegios legales. La falta de repercusión de este credo en España es prueba de que a los españoles no les interesaba ese aspecto de la “Ilustración” o tuvieron otras razones para no dar a conocer la opinión favorable que tenían de esta clase de obras. Se podía argüir que la causa de este silencio era que, viviendo bajo la censura real o inquisitorial, no tenían ocasión de conocer su existencia. El interés que despertaban Montesquieu y Rousseau, condenados ambos, ha presentado ya evidencia que esa no era la razón verdadera. Existían medios de burlar a los censores. Uno evidente era pasar los Pirineos, y habían personas en España que gozaban de este privilegio. Algunos jóvenes, hijos de buenas familias iban a Francia a estudiar. Algunas familias se costeaban viajes al extranjero y también había familias que vivían en el extranjero y educaban allí a su prole, o hacían venir a tutores españoles, dando ocasión de viajar a personas cultas. También el gobierno de Carlos III enviaba a París muchachos que prometían para estudiar.

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Españoles residentes en el extranjero llegaron a estar en contacto directo con los philosophes, como JOSÉ CLAVIJO, y PABLO A. DE OLAVIDE que llegó a conocer personalmente a Voltaire.

Las relaciones que llegaron a ser más escandalosas fueron las que mantuvo con todo el grupo de philosophes el Conde de Aranda (Diderot, D’Alambert, y sobre todo con Voltaire que se admiraban mutuamente). A Rousseau tampoco le faltaron amigos españoles entre ellos el propio Duque de Alba, embajador en Francia.

También personas de menos importancia, que habían vivido o estudiado en el extranjero, volvían con la impresión de que se estaban realizando allí adelantos y España no podía quedarse atrás. Pero, por supuesto no era necesario viajar para darse cuenta del progreso de la Ilustración. Bastaba con procurarse libros extranjeros y leerlos. El obstáculo de la dificultad del idioma disminuía ya que el padre Feijoo en sus últimas recomendaciones anteponía el francés al griego, después de aprender latín. Además el francés había llegado a ser la lengua de la cultura en toda Europa, como lo había sido el castellano en el s.XVI.

Los libros franceses y algunos italianos eran las únicas publicaciones en lenguas vivas extranjeras que circulaban en España. Las obras escritas en inglés o en otros idiomas, se traducían a través de ediciones francesas. Así la Ilustración estaba al alcance de una minoría significativa, con la “forma” y “color” que sus partidarios franceses le daban.

El miedo a la censura puede explicar, en parte, la reserva de los escritores españoles al tratar de los “philosophes” irreligiosos, pero el caso de Rousseau muestra con qué facilidad se podía esquivar el peligro citándolo indirectamente.

Tenemos pues que llegar a la conclusión de que los españoles se ocupaban muy poco de este aspecto de las “luces”, por preferencia propia. Se leía la filosofía de CONDILLAC y MONTESQUIEU porque no se daban cuenta que esta filosofía podía representar un peligro para la fe religiosa. A ROUSSEAU se le admiraba por las obras que escribió tras enemistarse con los “philosophes”, y su popularidad no era fruto de una posición anticatólica, sino del atractivo moral y religioso de sus últimos escritos. En algunos círculos se admiraba la poesía de VOLTAIRE, pero sus ataques contra las instituciones que se oponían a la libertad humana, especialmente en lo tocante a la religión y la libertad de expresión, y sus demostraciones sobre la inconsistencia de los dogmas sagrados, no se leían porque no gustaban.

Si se hubiese preguntado a los partidarios de la “Ilustración” qué era lo que trataban de introducir en España, su contestación hubiera sido: “las luces” (lumières), pero también hubieran añadido “la filosofía”. Para algunos “filosofic” significaba filosofía política, pero para otros la economía política también era “filosofía”. Los términos “filosofía” y “luces” no se aplicaban a los escritos irreligiosos de los philosophes porque no interesaban a casi nadie. Los españoles amigos del progreso no estaban satisfechos con todo lo que veían en la Iglesia; estaban de acuerdo con el gobierno y los jansenistas en que eran necesarias reformas, pero su remedio no era materialismo, ni deismo, ni siquiera la tolerancia religiosa.

Los ilustrados que lloraron la muerte de Carlos III eran partidarios de ideas nuevas referentes al progreso científico, reformas de educación, prosperidad económica y justicia social, pero hubiera sido necesario rebuscar mucho para descubrir a los pocos que ponían en juicio la fe católica.

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CAPÍTULO 6. LOS CONDUCTOS DE LA ILUSTRACIÓN.

1. (Sociedades de Amigos del País).

La mayoría de los autores que celebraban los adelantes materiales realizados en el país, atribuían este progreso a la política ilustrada de Carlos III, pero ninguna medida fue tan admirada como el apoyo real prestado a tres instituciones capaces de propagar las luces: los Periódicos, las Universidades y las Sociedades de Amigos del País.

De ellas, las Sociedades de Amigos del País fueron las que más se interesaron por mejorar la economía. Debían su origen a la iniciativa popular de un noble vasco: JAVIER MARÍA MUNIVE E IDIAQUEZ, Conde de PEÑAFLORIDA, que en 1764 pidió, junto con otros 15 nobles vascos, licencia al gobierno para establecer una organización oficial. Así nació la Sociedad Vascongada de Amigos del País, cuya intención declarada era fomentar la agricultura, la industria, el comercio, las artes y las ciencias.

CAMPOMANES fue partidario entusiasta de la nueva institución. Para él, tales sociedades eran las únicas capaces de determinar en qué situación se encontraban sus provincias y qué clase de industria convenía a cada una. Su labor consistiría en fomentar la agricultura, el comercio, la industria, familiarizarse con tratados de economía, traducir y publicar libros extranjeros e inspeccionar la enseñanza de las matemáticas y de los oficios.

En 1775 se dio licencia para fundar una sociedad en la capital: la Real Sociedad Económica de Madrid, donde Campomanes participó en la fundación. Los estatutos de la sociedad madrileña sirvieron de modelo para otras que surgieron por toda España, llegando en 1789 a un total de 56.

En Barcelona no existió ninguna, ya que el Ayuntamiento, enemistado con Campomanes por su oposición a los gremios, hizo notar que desde 1758 tenia su propia Junta de Comercio ocupada en fomentar el desarrollo económico de la región.

No todas las Sociedades de Amigos del País colmaban las esperanzas puestas en ellas, pero muchas mostraron una gran actividad. La Sociedad Vascongada iba a la cabeza en el fomento de la educación.

Otro servicio de primer orden prestado fue estimular la producción de trabajos de economía teórica y práctica.

El fracaso de algunas de ellas no disminuyó el éxito alcanzado en conjunto. Indicaba más bien que España no estaba preparada para mantener dichas sociedades fuera de las grandes ciudades. Las reuniones públicas y memorias publicadas solo podían tener influencia inmediata sobre una minoría restringida.

Pero la explicación total de su fracaso no se debía únicamente al letargo de las masas y a la falta de personas ilustradas. También tenían en abierta oposición a grupos conservadores, como las oligarquías rurales.

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Dentro de la Iglesia también había un sector hostil a las Sociedades Económicas. La Sociedad Aragonesa se ganó la enemistad de la Universidad por considerar rivales las cátedras de derecho y filosofía moral que había creado. En cuanto a los ataques contra las Sociedades por si eran o no ortodoxas, son injustificados, ya que su finalidad religiosa era una característica pronunciada. La realidad era, que en lugar de oponerse, los miembros más ilustrados del clero los apoyaban. La actitud dividida del clero hacia las nuevas instituciones recuerda la división existente en el seno de la Iglesia entre los que favorecían las reformas (jansenistas) y los conservadores ultramontanos.

Campomanes había designado a la nobleza, madrina de los Amigos del País, pero sólo en la minoría de los casos los aristócratas respondieron a la llamada. Fueron los plebeyos instruidos e hidalgos sin título los que apoyaron los esfuerzos de Carlos III por reanimar el país.

2. (Reforma de la enseñanza y Universidades).

Mientras las Sociedades Económicas comentaban la educación primaria y profesional, el Gobierno emprendió la reforma de la educación universitaria.

Tras la expulsión de los jesuitas, el Gobierno aprovechó la ocasión para hacer limpieza general en las instituciones de enseñanza superior.

En Madrid, los jesuitas tenían a su cargo el Colegio Imperial de Madrid. Tras la expulsión el colegio fue reorganizado y reinagurado con el nombre de Reales Estudios de San Isidro. Se excluyó al clero regular y empezaron a aparecer profesores laicos.

El Gobierno decidió igualmente modernizar las Universidades. En 1769, Olavide recibió orden de disponer de los edificios que habían ocupado los jesuitas en Sevilla. Redactó un proyecto para cederlos a la Universidad de Sevilla, y aprovechó la coyuntura para proponer un nuevo plan de estudios universitarios.

El Consejo de Castilla ordenó en 1770 que todas las Universidades redactasen nuevos planes de estudios de acuerdo con las Universidades de la época y se creasen cátedras de filosofía moral, matemáticas y física experimental. Pese a la oposición de la Universidad de Salamanca, la mayoría de las Universidades (Alcalá de Henares, Santiago, Oviedo, Zaragoza y Granada) acogieron bien la propuesta. La Universidad de Valencia realizó la reorganización más completa de todas. Entretanto la obstinación de la Universidad de Salamanca fue combatida dentro de su propio recinto. José Cadalso, Juan Melendez Valdés y el nuevo rector Diego Muñoz Torrero consiguieron que se aprobara una propuesta para un nuevo plan de estudios de filosofía.

Entre las órdenes religiosas, los agustinos eran los que más alentaban la nueva enseñanza en sus seminarios. Su general, fray Francisco Xavier Vázquez, que había desempeñado un importante papel en la expulsión de los jesuitas, efectuó cambios radicales en el plan de estudios de las escuelas agustinas.

Por el contrario, los dominicos, herederos del papel de defensores del ultramontanismo, antes desempeñado por los jesuitas, se mantuvieron conservadores.

Se había dado un impulso poderoso a la reforma de la enseñanza, pero faltaba aún mucho para que se generalizase en todo el país. Entre el clero, los llamados jansenistas (agustinos) eran los que favorecían las reformas, mientras que la mayoría de los profesores, generalmente ultramontanos, preferían seguir enseñando el escolasticismo.

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3. (El derecho natural).

La filosofía no fue la única asignatura que recibió el soplo de la nueva brisa. En matemáticas y en medicina la instrucción también adelantó, pero de mayor importancia para el pensamiento español fue la introducción del derecho natural y de gentes que se enseñó por primera vez en España en los Reales Estudios de San Isidro. Carlos III contribuyó a difundir su conocimiento exigiendo que, para ejercer en la capital, los abogados siguieran este curso durante un año.

La frase “derecho natural y de gentes” puede sonar a algo peligrosamente parecido a las teorías del “contrato social” de Rousseau. Pero la expresión “derecho natural y de gentes” corría por Europa desde hacía 100 años, y las instrucciones del rey decían que se enseñase el nuevo curso “demostrando ante todo la unión necesaria de la Religión, la Moral, y la Política”. El hombre a quien Carlos III concedió la cátedra de San Isidro fue JOAQUIN MARIN Y MENDOZA. El derecho natural, según Marín, es “un conjunto de leyes dimanadas de Dios y participadas a los hombres por medio de la razón natural”. Se llama natural porque no ha sido ideada por los hombres, sino que es don del autor de la naturaleza. El derecho de gentes consiste en los mismos principios aplicados a las relaciones entre Estados. Como ambos vienen de Dios, los hombre siempre tuvieron esta ciencia. Entre las mayores lumbreras de la doctrina citaba a H.GROTIUS, PUFENDORF y MONTESQUIEU. Marín juzgaba que “el contrato social” de Rousseau había sido injustamente proscrito, no así otras de sus obras que calificaba de detestables. Descubría dos errores en estas obras: descartan la autoridad de los autores sagrados y profanos si no están de acuerdo con la recta razón, convertida en tirano por ellos, y declaran que el derecho más sagrado del hombre es buscar su utilidad, desdeñando un destino más elevado.

Para sus estudiantes, Marín reeditó “con correcciones” según la doctrina católica un compendio de derecho natural y de gentes del protestante JOHAN GOTTLIEB HEINECCIUS. La Universidad de Valencia adoptó otro tratado de Johanes Baptista ALMICUS.

Ambos contenían explícitamente la teoría del contrato como origen de la sociedad. Aunque empleaban la teoría para justificar la monarquía absoluta, negaban el derecho divino a los reyes. Estos, por muy absolutos que fueran, habían sido elegidos por sus vasallos, y sus actos podían ser juzgados injustos. El paso que había que dar para llegar a la teoría de la soberanía inalienable del pueblo y de sus derechos de oponer resistencia al rey que infringiera la ley fundamental, no era muy grande, pero representaba la diferencia entre SUAREZ, GROTTIUS y HOBBES, por un lado y, LOCKE y ROUSSEAU por otro. El propio Gobierno al alentar el estudio de derecho natural, alentaba la discusión del origen de la sociedad y de la naturaleza.

Dicha discusión no se limitó a los círculos académicos, y también apareció en el público y en la prensa. Los abogados de Madrid, que por obligación debían estudiarlo, pregonaron el tema.

Así, el Gobierno, para favorecer a la Ilustración, había introducido en las Universidades ideas filosóficas, científicas y políticas nuevas. En la actualidad podían contar con el apoyo de hombres que favorecían dichas ideas, pero al mismo tiempo alentaban un espíritu inquisitivo, libre y progresivo que pediría en pago la continuidad de un gobierno ilustrado. Si la monarquía decidiera cambiar de política, podía encontrarse, con una fuerte oposición.

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4. (La prensa).

La tercera institución que difundió el pensamiento contemporáneo fue la prensa periódica. Además de la “Gazeta de Madrid”, publicaciones apadrinadas por particulares habían aparecido y desaparecido durante todo el siglo. Los primeros años del reinado de Carlos III presenciaron una ráfaga de publicaciones jurídicas que fracasaron por el atrevimiento y la profundidad de sus observaciones: “El Pensador” fundada por JOSÉ CLAVIJO Y FAJARDO (1761).

En 1781 apareció una nueva publicación “EL CENSOR” fundada por LUIS CAÑUELO, que prometió criticar , de acuerdo con la razón todo lo que viera “siempre que no lo prohibiese la decencia, la religión o la política”. El espíritu crítico de CAÑUELO pronto comenzó a punzar en las características de la sociedad española: el tema del rico ocioso, el clero oscurantista, la riqueza de la Iglesia. Pese a ser censurado, apareció de nuevo publicando poemas de Jovellanos y Meléndez Vázquez que criticaban a la sociedad española. Abogaba por la economía del “laissez-faire” y las libertades políticas. Pese a cesar su publicación definitivamente en 1787, otras publicaciones lo imitaron. “El apologista universal” fundado por PEDRO CENTENO, “El corresponsal del censor” y “El duende de Madrid” con inclinaciones mercantilistas y jansenistas, denunciando la ignorancia de algunas órdenes religiosas y la ineficacia de la educación.

Estos periódicos contenían ensayos de interés general, pero también se fundaron otros dedicados a difundir información de actualidad. El “Correo de Madrid” trataba temas ligeros y publicaba cartas de particulares. Su mejor contribución fue la publicación de “retratos” de filósofos ilustres modernos. Entre ellos figuran esbozos de la vida y obra de pensadores de todos los campos: HOBBES, DESCARTES, PASCAL, NICOLE, GROTIUS, PUDENDORF, COPERNICO, GALILEO, NEWTON e incluso ROUSSEAU.

Dos publicaciones cuyo objeto preciso era dar a conocer el progreso de la ciencia en el extranjero eran “El correo literario de Europa” dedicado a difundir conocimientos prácticos y “El espíritu de los mejores diarios literatos que se publican en Europa”, donde aparecían reseñas de libros extranjeros y resúmenes de artículos y en el que pronto aparecieron trabajos nacionales.

También el “Diario de Madrid” nació con el fin de vulgarizar las “luces” modernas. El conjunto de todos estos periódicos da testimonio elocuente de la vida intelectual que florecía en el reinado de Carlos III.

Otras publicaciones estaban menos marcadas por el nuevo espíritu que los periódicos. La preponderancia de los temas religiosos en las publicaciones no periódicas subraya la importancia de los periódicos como medio de difusión de las “luces” en España.

Otra característica de estos periódicos que sobresale es que todos se publicaban en Madrid.

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A pesar de la escasez de periódicos en las provincias, el interés por las nuevas ideas no se limitó a la capital. Estaba igualmente presente en las Universidades y en las Sociedades Económicas. Algunos periódicos nos ofrecen evidencias de la difusión de las “luces” en España, gracias a la lista de suscriptores. El “Correo de Madrid” tenía el 46% de sus suscriptores en provincias; el “Memorial literario” un 37% y el “Semanario erudito” un 40%. El “Espíritu de los mejores diarios” el más popular de la época tenía el 36% de sus suscriptores en Madrid, el 53% en provincias y el resto en América.

La composición del grupo que compraba periódicos también es sugestiva. Del “El espíritu de los mejores diarios” el 6% de sus suscriptores eran clérigos o instituciones eclesiásticas y el 10% nobles. “El correo de Madrid” tenía un 8% de ambos y el “Memorial literario” y “Semanario erudito” un 8% de nobles y 16% de clero.

La mayoría aplastante de nombres que figuran en las listas pertenecían a plebeyos o hidalgos sin título. El “Memorial literario” y el “Semanario erudito” identifican la ocupación de sus abonados. Una porción relativamente grande eran miembros del gobierno. Los oficiales del ejército formaban un grupo menor y seguían en importancia abogados, médicos y profesores.

A juzgar por la lista de suscriptores, se puede decir que fue la clase media los que sostuvieron la Ilustración, principalmente hombres de carrera, negociantes y miembros de la burocracia real.

CAPÍTULO VII. LA OPOSICIÓN CONSERVADORA

1. (La censura y la Inquisición).

Los enemigos de las “luces” no se conformaron meramente con oponer resistencia pasiva y emplear tácticas de obstrucción.

El primero en impedir la libre circulación de ideas fue el Gobierno, manteniendo en vigor la previa censura. Ningún editor podía imprimir una obra sin licencia del Consejo de Castilla o de ciertos funcionarios reales designados para este fin. La publicación o venta de libros religiosos no licenciados, constituían el delito más grave, se castigaba con pérdida de la vida y de la propiedad si se probaba que la intención era propagar la herejía.

El Consejo de Castilla desempeñaba concienzudamente su cometido de censurar las obras para la publicación, analizadas por personas calificadas cuyas opiniones le servían de guía para tomar sus resoluciones. Las obras religiosas debían llevarlas a los tribunales episcopales para ser juzgadas. Pero, después de 1773, de acuerdo con el regalismo gubernamental, no se permitió a los obispos permisos de publicación. En cuanto a la prensa periódica, dada su temporalidad, todos los manuscritos debían ser sometidos a la inspección de un juez de imprentas.

Aunque el Gobierno no permitía la libertad de prensa, no podemos considerarlo enemigo de la Ilustración ya que aprobaba las publicaciones e instituciones que transmitían el nuevo modo de pensar. Sólo combatía los escritos extremistas peligrosos para el catolicismo y la monarquía.

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Otra institución destinada a poner coto a la difusión de las ideas era la Inquisición. Como ya hemos visto el rey reformó la institución, nombrando inquisidores partidarios de su política y reduciendo las atribuciones arbitrarias del Santo Oficio, pero el objetivo seguía siendo el mismo: mantener la pureza de la fe católica.

La Inquisición existía independientemente del clero regular o secular. Su cabeza era el Inquisidor General nombrado por el rey que presidía el Consejo de la Suprema Inquisición. Bajo él estaban 14 tribunales asentados en ciudades de primer orden. En el grado inferior estaban los agentes individuales de la Inquisición, llamados comisarios o familiares. Otros empleados de la Inquisición eran los “calificadores”, a cuyo examen sometían los tribunales los manuscritos o declaraciones de testigos.

Una de las tareas más importantes de la Inquisición era censurar lo que se leía. La Inquisición española no condenaba ninguna obra, ni ningún autor, sin haberlos juzgado por sí mismo, por lo tanto su Índice no siempre era igual al de la Inquisición Papal de Roma. Poseer o leer libros prohibidos era pecado que podía implicar excomunión y la absolución de este pecado estaba reservada al Santo Oficio.

Pocas obras sospechosas eludieron el Índice. El reglamente de la Inquisición permitía que los doctos obtuviesen licencias para leer libros prohibidos para atacarlos. En la corte papal se vendían permisos para leer libros en entredicho, pero el Inquisidor General, dando prueba de su independencia respecto a Roma, se negó a reconocerlos de no estar aprobados por él.

Siguiendo su conducta regalista, Carlos III determinó el procedimiento que debería seguir la Inquisición para vedar libros. La obra de un autor católico, antes de ser condenada, era necesario darle audiencia en persona o representado, y mientras no se probase la perniciosidad del libro, la Inquisición no podía poner impedimento a su circulación. Los edictos que prohibían libros no podían ser publicados sin autorización del Gobierno. Este nuevo reglamente permitía la posibilidad de transformar la Inquisición en una mera agencia de censura gubernamental. Pero no fue tal el propósito del Rey, que sólo deseaba poner freno al poder arbitrario que la Inquisición ejercía.

Un creciente desprecio hacia el Índice profesado por el sector ilustrado, contribuyó eficazmente a restringir su autoridad.

Si la Inquisición no actuaba en más casos, no era por debilidad o porque existiese una nueva tolerancia, sino porque el escepticismo religioso no había aún impregnado a la sociedad española. Su ascendiente continuó siendo la disuasión más poderosa contra la lectura de obras avanzadas de la Ilustración francesa y evitó que quienes la conocían la divulgasen.

2. (Autores opuestos a las luces).

Los enemigos de las luces no se contentaron con dejar que la Inquisición asfixiara las discusiones sobre doctrinas religiosas. Varios escritores emprendieron directamente la ofensiva mediante la traducción de obras de apologistas católicos franceses.

También algunos españoles cambiaron personalmente a los “philosophes”. El esfuerzo más impresionante fue la obra en 6 tomos del fraile Jerónimo Fernando de Zevallos, aunque el personaje más conocido fue el joven poeta Juan Pablo Forner.

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Fueron estos autores los más importantes adversarios de la Ilustración, pero no los únicos, ya que desde los púlpitos se hicieron también comunes los ataques contra la nueva filosofía.

Todos los apologistas españoles estaban de acuerdo en que los nuevos filósofos eran peligrosos para el trono y el altar. Pero sus miedos eran infundados, ya que catolicismo y despotismo ilustrado eran los ideales de los españoles más avanzados. Los autores que denunciaban el ateísmo, el deísmo y el materialismo, o señalaban el peligro que corrían las instituciones monárquicas combatían fantasmas.

3. (La superioridad de las “luces” francesas).

Hacia 1780, PANCKOUCKE publicó un prospecto en español de su “Encyclopèdie méthodique”. En 1783 apareció su primer volumen, consagrado a la geografía, que comprendía un artículo sobre España. Para su autor, Nicolas MASSON DE MORVILLIERS, España era el país que encarnaba todo aquello que los philosophes combatían.

El acaloramiento de la polémica suscitado por el artículo de Masson, tendía a ocultar la verdadera naturaleza de la disputa. La contienda se libraba entre quienes veían en la grandeza material, intelectual y religiosa del pasado hispano una realización mucho más valiosa que los esfuerzos de los philosophes franceses y quienes, sin llegar a estos méritos, reconocían que estaban separados del presente por dos siglos de degradación y consideraban necesario para el país la asimilación del progreso europeo efectuado en las ciencias prácticas y teóricas y en la filosofía. Forner, por inferencia, negaba el valor de las reformas de Carlos III. Sus enemigos defendían la política real de ilustración, no por defender el desprecio de Masson por España sino para defender la ruptura con el pasado. Analizando la disputa, resultaba evidente que los apologistas que replicaron a Masson señalando el progreso de España (CABANILLAS, SEMPERE Y GUARINUS) no estaban de acuerdo con Forner, sino con las “luces”. Era la lucha entre la Ilustración y el espíritu conservador.

La reacción de los progresivos, como los ilustrados de otros países, los movían dos sentimientos: el convencimiento de que todos los hombres deben ser hermanos y un profundo amor a la patria. No se daban cuenta de que, pese a las buenas palabras de sus maestros franceses, éstos habían heredado inconscientemente de Luis XIV la convicción de ser superiores a los demás pueblos de Europa.

Europeos ilustrados con reacciones similares contra la actitud de superioridad de los philosophes franceses eran fáciles de encontrar en otros países europeos. Se ha dicho que esta evolución sembró la semilla del nacionalismo moderno y preparó la disolución de la idea de una humanidad indivisible concebida por la Ilustración.

Masson no dividió sólo el campo progresivo y el conservador dentro del país, también dividió los campos progresivos de España y Francia.

4. (La tensión social ante la Ilustración).

La mayoría de hombre que favorecían la Ilustración eran funcionarios reales, comerciantes o industriales prósperos, y nobles y eclesiásticos cuyo temperamento les conducía a creer que “la pena impuesta a los hijos de Adán era comer el pan con el sudor de su rostro”.

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Todos acogían favorablemente las “luces” y las reformas reales, que según ellos eran beneficiosas para el país, y deseaban ver quebrantada la preeminencia social y económica de los que debían sus fortunas y su influencia a los privilegios y a las herencias. La burguesía quería una España económicamente fuerte y progresiva, dándose cuenta de que el desarrollo de la industria y del comercio redundaría en beneficio suyo.

Los miembros conservadores de las órdenes religiosas temían la parcelación de los latifundios y la pérdida del dominio de la educación. Su posición beneficiaba a otros ya que defendiendo sus intereses defendían también los de los señores caciques y regidores (la oligarquía rural).

Pero la controversia no encerraba una disputa sobre formas fundamentales de gobierno o de religión. La monarquía absoluta era la constitución política ideal para todos. Y aún más, entre los ilustrados, no se hallaba indicio de querer liberar a España del acatamiento de la religión católica.

El desarrollo económico que experimentaba la nación, tendió a reducir la tensión entre la nueva clase media y la oligarquía rural.

Pero más importante que el factor económico para evitar la discordia fue el carácter de Carlos III. Este rey hizo más por España que ningún otro monarca. De los déspotas ilustrados ninguno gobernó con mayor acierto.

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