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Espiritualidad de los Padres del Yermo. Pasado y vigencia en nuestro tiempo DANIEL DE PABLO MAROTO, OCD INTRODUCCIÓN La vida del hombre moderno está llena de contrastes. Por una parte, siente una cierta repugnancia a vivir solo y concentrado en su yo, aguanta poco la soledad. Como ser relacional, prefiere vivir en las megápolis que en el agro, y no sólo por razones económicas o culturales, sino psicológicas y sociales. Con ello corre el riesgo de vivir en la periferia de su ser. Pero, por otra, la llamada a la soledad y el silencio, a la vida en los yermos, sigue siendo una provocación, a veces una exigencia para los creyentes en Dios tanto como para los increyentes, para los estresados hombres de nuestro tiempo que buscan en esos lugares la salud física y mental. Pero creo que para unos y otros la idea del «desierto» o la experiencia eremítica, que documenta la historia de las religiones, está llena de resonancias y sugerencias. El monacato acompaña siempre a la idea religiosa, y el cristianismo, rico en experiencias eremíticas, sigue ofertándolas a los hombres de nuestro tiempo. Se trata de una tradición antiquísima que nunca ha cesado y sigue viva en nuestro tiempo. Esta simple referencia nos sirve para acercarnos a las viejas glorias, a repensar el legado de los antiguos ermitaños y preguntar- nos si aquellos gestos, aquellas voces tienen algún significado para los hombres de nuestro tiempo. Creo que su vida y doctrina, sus experiencias vitales no dejan indiferentes a ningún lector. Ante unos hechos insólitos para la mentalidad moderna, los lectores nos pre- REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (62) (2003), 41-78

Espiritualidad de los Padres del Yermo. Pasado y vigencia en … · 2014. 2. 11. · El movimiento monástico en el cristianismo primitivo es muy complejo por su rica fundamentación

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  • Espiritualidad de los Padres del Yermo.Pasado y vigencia en nuestro tiempo

    DANIEL DE PABLO MAROTO, OCD

    INTRODUCCIÓN

    La vida del hombre moderno está llena de contrastes. Por unaparte, siente una cierta repugnancia a vivir solo y concentrado en suyo, aguanta poco la soledad. Como ser relacional, prefiere vivir enlas megápolis que en el agro, y no sólo por razones económicas oculturales, sino psicológicas y sociales. Con ello corre el riesgo devivir en la periferia de su ser. Pero, por otra, la llamada a la soledady el silencio, a la vida en los yermos, sigue siendo una provocación,a veces una exigencia para los creyentes en Dios tanto como paralos increyentes, para los estresados hombres de nuestro tiempo quebuscan en esos lugares la salud física y mental. Pero creo que paraunos y otros la idea del «desierto» o la experiencia eremítica, quedocumenta la historia de las religiones, está llena de resonancias ysugerencias. El monacato acompaña siempre a la idea religiosa, y elcristianismo, rico en experiencias eremíticas, sigue ofertándolas alos hombres de nuestro tiempo. Se trata de una tradición antiquísimaque nunca ha cesado y sigue viva en nuestro tiempo.

    Esta simple referencia nos sirve para acercarnos a las viejasglorias, a repensar el legado de los antiguos ermitaños y preguntar-nos si aquellos gestos, aquellas voces tienen algún significado paralos hombres de nuestro tiempo. Creo que su vida y doctrina, susexperiencias vitales no dejan indiferentes a ningún lector. Ante unoshechos insólitos para la mentalidad moderna, los lectores nos pre-

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    guntamos sobre el contenido histórico o novelero de aquellas fantás-ticas aventuras humanas y religiosas o sobre su significado másprofundo. Leyendo esas páginas, puede suceder que admiremos tan-ta grandeza de ánimo o lo rechacemos como una de tantas estupide-ces humanas, como un peligroso fanatismo lleno de excentricidades.

    En esta recreación de la historia, no es suficiente el mero recuen-to de datos, históricos, fantásticos, simbólicos o metahistóricos,presentes en la hagiografía cristiana. Es necesario pasar adelante,buscar el sentido último de ese comportamiento aparentemente anor-mal y antihumano. Y, sobre todo, preguntarnos si aquella vida tienesentido y vigencia para el hombre moderno, creyente o ateo, agnós-tico o indiferente. Recrear la historia resulta bastante cómodo yfácil. Basta leer las fuentes, tan abundantes y ricas, y estructurar sucontenido. Resulta más difícil y comprometido interpretar los he-chos, propio de la reflexión y el análisis, y, sobre todo, sacar lasconsecuencias y acomodarlas a las necesidades espirituales de nues-tro tiempo.

    I. LOS PADRES DEL YERMO. HISTORIA Y CONTENIDOS

    Por «Padres del Yermo» entendemos un grupo de cenobitas oeremitas de los siglos IV y V, que poblaron los «desiertos», lugaresalejados de las ciudades, sobre todo en Egipto, Palestina, Siria yAsia Menor, y otros en Occidente (Italia, las Galias, España...). Esainmensa muchedumbre de cristianos dio el paso de la ascética cris-tiana, exigida por el Evangelio de Jesucristo y practicada por mu-chos en los tres primeros siglos, a la vida segregada lejos de lasciudades, bien como solitarios (eremitas) o bajo una regla común(cenobitas). En ese momento, difícil de precisar pero ciertamente yaexistente en el siglo III, había nacido el monacato cristiano. Eclesialy teológicamente algunos son «Padres de la Iglesia», como sanBasilio, san Atanasio, san Juan Crisóstomo, san Jerónimo, etc., conexperiencia cenobítica y eremítica y grandes teóricos o historiadoresdel monacato.

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    1. Primer acceso: las fuentes de información

    Sobre los Padres del Yermo —eremitas y cenobitas— escribie-ron algunos historiadores, generalmente testigos de vista de loshechos narrados o con informaciones directas de los mismos prota-gonistas. Esa abundante literatura forma un corpus histórico y doc-trinal heterogéneo, de gran valor pero de difícil manejo por el his-toriador de la teología y la espiritualidad. Es un corpus literariohíbrido entre la historia y la novela, la biografía y la hagiografía, sinlas garantías de una historia crítica tal como la entendemos hoy. Sinembargo, cada pieza de ese rompecabezas tiene valor en sí misma,catalogable como historia, tratado didáctico, colección de dichossabios, o simple novela ejemplar. No existen de todas ellas edicio-nes críticas, pero sí de suficiente garantía para una primera lecturacomo la que vamos a hacer aquí.

    Un documento de incalculable valor es la Vita Beati Antonii,obra del obispo y patriarca de Alejandría san Atanasio, escrita pocodespués de la muerte del gran asceta egipcio en el 356. Aunque nosea una biografía en el sentido crítico moderno, es, al menos, undibujo exacto de lo que debe ser un anacoreta cristiano que se hacesanto cumpliendo estrictamente las enseñanzas de las sagradas Es-crituras, y que triunfa del mal (mundo, demonio y carne) con elauxilio de la gracia de Cristo. Bajo el marco de una biografía, elgenial autor escribe un tratado teológico sobre Jesucristo y la graciadivina que de Él dimana. Conocida en Oriente y Occidente, convir-tió a san Antonio abad en prototipo de anacoreta santo, modelo deun cristiano que vive de acuerdo con la palabra de Dios revelada enla Escritura. Y a la Vita en regla de vida para los cenobitas o ere-mitas en los dos o tres siglos siguientes. Fue un bestseller del sigloIV cuyas enseñanzas fueron asumidas también en la edad media y, enalgunos de sus contenidos, válida para todos los tiempos.

    Comentario aparte merecen otras vidas de santos o historias másgenerales sobre ermitaños y cenobitas en algunas de las regionesmás ricas en esas experiencias. Muchas de ellas se agruparon des-pués bajo el nombre genérico de Vitae Patrum. Allí se encuentranlas Vidas de monjes escritas por san Jerónimo, algunas de persona-jes de existencia histórica dudosa, pertenecientes a la literatura fan-

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    tástica, como la Vita sancti Pauli, típico ejemplar y modelo de lavida eremítica, primer ermitaño del cristianismo. San Atanasio des-conoce a esa figura de ermitaño y más bien parecería negar su exis-tencia al dar la primacía del monacato a su héroe san Antonio abad:«En aquel tiempo no había en Egipto tantas moradas de monjes,ni el monje sabía absolutamente nada del gran desierto» 1. TambiénJerónimo escribió otras vidas de santos monjes y anacoretas delos que se duda de su existencia histórica, como san Malco y sanHilarión.

    Allí fueron a parar las historias de colectivos monásticos comola Historia monachorum in Aegipto, atribuida a Rufino de Aquileya,pero es un simple traductor. La Historia Lausiaca, de Paladio, obis-po de Helenópolis, donde narra hechos conocidos por él o conta-dos por testigos de vista sobre los ermitaños especialmente en Pa-lestina, tanto hombres como mujeres. La Filotea, o Historia religio-sa, de Teodoreto de Ciro, sobre los excéntricos monjes y ermitañossirios. El Pratum spirituale, de Juan Moskos, de amplia experienciacenobítica y eremítica en varios y dispersos lugares, cronista en eltardío siglo VI, completa la galería de monjes cenobitas o eremitasde la antigüedad. En estas historias colectivas se narran las aventu-ras de las figuras más relevantes de los Padres del Yermo: los santosAntonio abad, Hilarión, Onufrio, Pacomio, Basilio, Efrén, SimeónEstilita, Juan el Limosnero, Macario, Barlaán y Josabat y otrosmuchos. Y de algunas mujeres no menos célebres en el santoralcristiano, santa Eugenia, Eufrasia, Eufrosina, María Egipcíaca, etc.No podemos olvidar, aunque no forman parte de la colección de lasVitae Patrum, las obras del abad Juan Casiano, monje asentado entierras de Francia, en las que se mezclas noticias históricas y doc-trina monástica, las Colaciones y las Instituciones de los monjes. Siañadimos a los citados las Reglas de san Pacomio, san Basilio, sanAgustín y san Benito de Nursia, habremos entrado en contacto conlas principales fuentes del monacato cristiano antiguo.

    En esta colección se encuentran también las Verba seniorum oApotegmata Patrum dichos o sentencias espirituales de algunos gran-des padres del desierto. En un ambiente en el que prevalece la cul-

    1 Cf. Vida de Antonio, 3, 2. Edición de Madrid, Ciudad Nueva, 1994, p.35.

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    tura oral sobre la escrita y donde los ritos iniciáticos no están esta-blecidos en reglas monásticas fijas, adquiere valor el «padre» (apa),que viene a ser más que un abad, un verdadero padre espiritual,iniciador de los nuevos candidatos por ósmosis en la vida que élmismo hacía. Enseñanzas mistagógicas porque el padre iniciaba alos novicios en la experiencia monástica. Por estas razones se intuyeel valor de estos dichos espirituales o Apotegmata, síntesis doctrinaly experiencial expresadas en pocas palabras. Es la condensación dela sabiduría de los ancianos, curtidos durante muchos años en lasoledad, la ascesis, la oración y el servicio a los demás. De losprincipales dichos o sentencias se conservaron algunas coleccionesy suelen todavía traducirse y editarse en las lenguas modernas 2.Todas estas obras, en su conjunto, no son historia en el sentidomoderno, pero, historia o no, lo cierto es que reflejan bien lasmentalidades colectivas de su tiempo, captadas y descritas por susautores.

    A esta literatura le habían precedido las Actas de los mártires,las Pasiones de los mártires, y le seguirán los Martirologios de lasIglesias locales, las Leyendas áureas, o las Vidas de los santos, losAños cristianos. Esta rica literatura, típicamente cristiana, se recogióen amplias colecciones hagiográficas que alimentaron la piedad delpueblo durante siglos, fueron instrumentos valiosísimos para lascelebraciones litúrgicas y la catequización de Europa, mina áureapara predicadores que en ellos buscaban «ejemplos» para ilustrar losdogmas y la moral, fuente inagotable de inspiración para los artistas,pintores y escultores 3.

    2 Todos estos textos, menos las obras de Casiano, se encuentran en PL,vols. 73-74. No editan todas las que están en el índice, pero remiten los edi-tores, en ese caso, a volúmenes precedentes de la misma colección de Migne.De algunas existen ediciones en castellano, como la citada Vida de Antonio; losApotegmas de los padres del desierto, Salamanca, Sígueme, 1986. El mundo delos Padres del desierto. La Historia lausiaca, Madrid, Studium, 1970. JUANCASIANO, Instituciones, Madrid, Rialp, 1957. Colaciones, 2 vols., ib., 1961.Ediciones moderna y crítica de algunas de ellas se encuentran en la colecciónSources Chrétiennes.

    3 Instrumento de consulta, casi necesario, es la preciosa monografía deREGINAL GRÉGOIRE, Manuale di agiologia. Introduzione alla letteratura agio-grafica, Fabriano, Monastero San Silvestro Abate, 1987.

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    2. Los hechos de vida de los monjes

    El movimiento monástico en el cristianismo primitivo es muycomplejo por su rica fundamentación ideológica y la variedad de susformas en la evolución histórica, en dependencia de su propagaciónen las diversas regiones (Oriente y Occidente) y la diferencia cultu-ral, religiosa económica de sus miembros, el influjo de las culturasen las que ideológicamente ha sido vertido, etc. Hagamos una ele-mental incursión en el mundo abigarrado de los monjes y una aproxi-mación mental a alguno de los temas más sugerentes 4.

    1) Sentido del monacato cristiano

    Que el monacato es una forma de vida inherente al hecho reli-gioso, a la fe en el Absoluto Dios, parece hoy admitido por loshistoriadores de las religiones. Corolarios de este presupuesto, son,al menos, dos. Primero, que el monacato cristiano no es copia dealguna forma preexistente en otras religiones, si exceptuamos lasraíces religiosas comunes con el judaísmo. Segundo, que ese mona-cato de matriz cristiana no nació en un punto geográfico concreto ydesde él se expandió en círculos concéntricos a otras regiones. Másbien la historia confirma que fue surgiendo sincrónicamente enlas distintas regiones en las que se había asentado el cristianismoen los tres primeros siglos de la era cristiana. Las primeras investi-gaciones parecían confirmar que Egipto había sido la cuna del mo-nacato cristiano; pero los hechos históricos confirman que en otroslugares, como Siria, Palestina, Persia, Asia Menor, África del Nortey en diferentes regiones de Europa occidental, se constata el mismofenómeno sin que por ello haya que ver relación causal o perfectasintonía de vida entre uno y otro 5. Así lo confirma un modernohistoriador del monacato, conocedor de las fuentes monásticas.

    4 Una breve síntesis en J. LECLERCQ - J. GRIBOMOND - A. SCRIMA - J. DU-BOIS – G. M. COLOMBÁS, «Monachesimo», en G. PELLICCIA - G. ROCCA, Dizio-nario degli Stituti di Perfezione, V (1978), Roma, Paoline, pp.1672-1742.

    5 Como primera aproximación al fenómeno monástico en la Iglesia cristia-na, se pueden consultar dos obras de autores suficientemente informados.

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    «El monacato cristiano —lo acabamos de ver— representa unpaso más en la evolución de la vida perfecta que, desde sus oríge-nes, se practicaba en la Iglesia. Según todas las probabilidades, elmovimiento monástico, que adquirió pronto enormes proporciones,surgió más o menos al mismo tiempo en diversos países. La afirma-ción tantas veces repetida de que nació en Egipto y desde allí sepropagó al resto del mundo cristiano, constituye una simplificacióninsostenible» 6.

    Es hoy una certeza histórica que el eremitismo, el de Pablo deTebas o Antonio abad, no es la primera experiencia monástica a laque seguiría, como evolución, el cenobitismo de Pacomio o Basilio.Más bien parece históricamente demostrado que las cosas sucedie-ron al revés. Las vida ascética, premonástica o monástica en sentidomuy general fue, inicialmente, de carácter comunitario 7. De hecho,el cristianismo nació como una experiencia de fe en Cristo resuci-tado en las comunidades de Palestina, comenzando con la de Jeru-salén, a la que siguieron las comunidades paulinas. Y con aquellacomunidad ideal pospascual quisieron conectar, y en general con losmodelos bíblicos, el monacato originario y todas las formas y refor-mas posteriores de la antigüedad y la edad media.

    2) Orígenes del monacato cristiano. Razones de su existencia

    Tema también debatido es el de los orígenes del monacato cris-tiano y las razones que tuvieron los monjes, eremitas o cenobitas,para abandonar la ciudad, huir del mundo, de la familia y la patria,para entregarse a unas prácticas ascéticas rigurosas. ¿Por qué surgióel movimiento monástico organizado en la Iglesia cristiana, dos si-glos después de su nacimiento? ¿Por qué el monasticismo floreció

    GARCÍA M. COLOMBÁS, El monacato primitivo, Madrid, BAC, 1998, reimpre-sión, parte I, pp.3-365 (obra fundamental). JESÚS ÁLVAREZ GÓMEZ, Historia dela vida religiosa. I. Desde los orígenes hasta la reforma cluniacense, Madrid,ITVR, 19962, pp.35-500.

    6 GARCÍA M. COLOMBÁS, El monacato primitivo, p.45.7 Resume una tesis bastante aceptada, I. MARÍA GÓMEZ, «Monacato», en

    Diccionario teológico de la vida consagrada, Madrid, Publicaciones Claretia-nas, 1992, pp.1125-1129.

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    de modo especial y espectacular en los «desiertos», lejos de lasciudades? ¿A qué obedecen las diferentes formas del monacato, nosólo el cenobitismo y el eremitismo, sino los estilitas y los reclusos?Las preguntas se precipitan en cascada al tomar contacto, aunquesea superficial, con las fuentes documentales que se han conservado.

    Si admitimos que la vida monástica pertenece a la esencia de lasreligiones, como una adherencia necesaria, la primera respuesta, ycasi única, debería ser: el monacato cristiano surgió porque existióel cristianismo. En el mismo momento del despegue de las comuni-dades cristianas, éstas o algunos de sus miembros vivieron una ex-periencia parecida a la monástica. La conclusión es una deducciónen el orden de la metafísica; pero sabemos que los hechos históricosno siempre obedecen a una argumentación lógica, sino a muchascircunstancias que inciden en su génesis y, en consecuencia, tienenque demostrarse caso por caso.

    Me parece bastante seguro históricamente que el nacimiento delmonacato cristiano depende de varias circunstancias que afectan a lageografía, a la situación cultural, social, económica y religiosa delas diferentes regiones en las que surgió y creció. De hecho, elmonacato cristiano, como todo el cristianismo, nace y se desarrolladentro de las fronteras del Imperio romano, en el entorno de lasnaciones ribereñas del mar Mediterráneo. Cultural y religiosamentecondicionado por una impregnación de la filosofía griega, platonis-mo y neoplatonismo, la religión greco-romana y judía, y una situa-ción social y económica en clara decadencia a mediados del siglo III.Esos contornos múltiples explicarán la tipología de los candidatos,sus mentalidades, sus motivaciones religiosas y sus reacciones antelos acontecimientos sociales que vive cada uno.

    Descendiendo a detalles, se repite, casi como un axioma his-tórico, que los primeros monjes de la Iglesia de Jesucristo seríanesa porción de cristianos fervientes que reaccionó contra la decaden-cia moral durante y después del período de las persecuciones. Dehecho, la gran eclosión del monacato cristiano se da en el siglo IV,cuando la Iglesia comenzó a secularizarse como Iglesia «constanti-niana», convertida en una pieza más del organigrama imperial des-pués del edicto de libertad de cultos firmado por Constantino elGrande el año 313. El monacato originario sería un movimiento no

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    secesionista de la gran Iglesia cristiana, pero sí contestatario, a labúsqueda de una Iglesia más purificada de contaminaciones terrena-les y más cercana al Evangelio, un resto fiel al pacto con Dios enel bautismo, cuando la Iglesia oficial había perdido su tensión esca-tológica y su significación espiritualista. Un movimiento rigoristaque miraba con nostalgia a los orígenes de la Iglesia en la comuni-dad carismática de Jerusalén.

    Si nos atenemos a los relatos hagiográficos de la antigüedad, losmismos monjes defendían un estatuto de rigor en sus vidas y loexigían a los nuevos candidatos o novicios a quienes les exponíanclaramente el plan de vida y les sometían a toda clase de pruebasantes de concederles el ingreso en el monasterio o la convivenciacon uno de los grandes maestros. Esa lección de rigor le mostró elviejo Palemón al joven Pacomio cuando éste le manifiesta el propó-sito de ser iniciado por él en la vida monástica: vivo con frugalidad,llevo un durísimo estilo de vida, me alimento sólo de pan y sal, nopruebo el vino ni el aceite, la mitad de la noche me la paso enoración y meditación, y a veces toda la noche. Pacomio inicialmentese horroriza, pero, confiando en la gracia de Cristo y en las oracio-nes del viejo campeón de la ascesis, acepta el reto y se queda vivircon él 8. Ésta sería la razón por la que los monjes cristianos seconsideraron a sí mismos simplemente «cristianos», no un «estado»de perfección dentro de la Iglesia, como después se fue formulandoen ambientes cultos del monacato y ha tenido vigencia durante si-glos 9. Es un movimiento eminentemente laical, de cristianos que,sin pretenderlo, se convirtieron en modelos de vida.

    Para que esta tesis tenga una fundamentación histórica es nece-sario saber el momento preciso en que la Iglesia entró en ese perío-do de decadencia moral y espiritual, algo de difícil comprobacióndocumental, porque los autores, aun los más sensibilizados por los

    8 Cf. este relato en Vita sancti Pachomii abbatís tabennensis, en VitaePatrum sive historiae eremiticae libri decem VI. PL 73,233.

    9 Ese corrimiento de la idea original, que todos los cristianos deben sersantos, a la santidad sólo para grupos cualificados en algunos «estados devida», ha tenido un complicado iter histórico ya muy conocido por los histo-riadores. Cf. en mis obras El camino cristiano. Manual de teología espiritual,Salamanca, Universidad Pontificia, 1996, pp.165-171. Y Espiritualidad de laalta edad media, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 1998, pp.373-379.

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    temas eclesiales y dentro de la ortodoxia, han encontrado en todoslos períodos, aun en los muy tempranos, simultaneados pecados ysantidad. Muchos de ellos se han lamentado de la situación precariade su tiempo y han suspirado por la visión utópica de la Iglesia delos apóstoles 10. Ciertamente las persecuciones de mediados del sigloIII sorprendieron a los cristianos en un cierto letargo, concretamentedurante la persecución de Decio, que causó estragos entre las filasde los fieles haciendo apóstatas y caídos que después hubo quereintegrar.

    En cualquier caso, es verdad que el siglo de oro del monacatoes el siglo IV, se corresponde con el período de plena libertad y conlas leyes imperiales cada vez más favorables al cristianismo hastaconvertirlo, a finales del siglo, en religión de Estado y dotada detodos los medios legales para combatir los elementos residuales delpaganismo. Eso demostraría que muchos, habituados a la vida deldesierto, adonde habían huido en tiempos de persecución, se encon-traron bien en la nueva vida. O que escogiesen voluntariamente unestilo de vida que se asemejaba al martirio por las prácticas ascéti-cas que exigía.

    No vamos a discutir esta tesis que se ha hecho clásica en lahistoriografía cristiana, si bien creo que necesitaría ser matizada enalgunos detalles y corroborada con los modelos de monjes, cenobi-tas y eremitas, que nos muestran las fuentes literarias conservadas.Como no es tema central en este estudio no quiero profundizar enla búsqueda de argumentos en contra, pero sí sugiero de camino unaduda que me queda repasando la Vida de Antonio, escrita por sanAtanasio. El famoso abad egipcio, modelo y prototipo de monje, noevidencia en manera alguna esa supuesta tesis propuesta tan unifor-memente por los historiadores del monacato.

    Antonio, cristiano devoto desde su primera edad, eligió el cami-no monástico no como reacción a una Iglesia en descomposiciónmoral, sino porque una súbita y personal «inspiración» divina ledescubrió el camino para ser «perfecto», según las directrices del

    10 Me permito remitir para un primer acceso a mis dos estudios preceden-tes: Comunidades cristianas primitivas. Vivencias espirituales, Madrid, Edito-rial de Espiritualidad, 1974, pp.107-120 y 261-287. ID., «Pecado y santidad enla Iglesia primitiva», en Revista de Espiritualidad 32 (1973) 135-161.

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    Evangelio. Consistía fundamentalmente en la renuncia a los bienesque, como rico, poseía heredados de sus padres, y la confianza enla divina Providencia para no preocuparse del día del mañana. Enconsecuencia, tomó la decisión de apartarse del mundo cerca de laciudad y llevar una vida de ascesis, de oración y de trabajo, hastaque culminó su experiencia adentrándose más en la soledad de unsepulcro y finalmente en el desierto. Una vez maduro en el procesode santidad, se convierte en maestro y taumaturgo, en servidor delos confesores, los mártires, los pobres y los enfermos. Curiosamen-te, su instinto espiritual le conducía al desierto donde nadie le co-nociese, pero vive inmerso en las preocupaciones de la Iglesia con-fesante y martirial 11.

    No creo que leyendo las vidas, reales o legendarias, de los an-tiguos campeones del monacato, se pueda concluir que huyeron desus casas camino de los monasterios o los desiertos porque se en-contraban incómodos en una Iglesia espiritualmente en ruinas. Oque expresen su voluntad de protesta contra esa situación espiritualde una Iglesia a la que pertenecen por tradición familiar o que handescubierto por iluminación divina. He hecho calas de lecturas enalgunas de las vidas de los más importantes personajes, como Hila-rión, Onufrio, Pacomio, Efrén Siro, Simeón Estilita, Juan el Limos-nero, Macario Romano, y me llevan a la misma conclusión: en susdecisiones de hacerse monjes o ermitaños no aparecen esas supues-tas intenciones. Me parece que la confirmación de cualquier tesis nopuede ser defendida a priori, sino después de la lectura de todas lasfuentes existentes.

    Para probar mi actitud de duda, escojo al azar lo que cuenta elabad Pafnucio del ermitaño Onufrio, a quien encontró en un montey lo describe como «un hombre de aspecto terrible, cubierto total-mente de pelos como las bestias, y usando como vestido hojas yhierbas». El ermitaño le contó su vida y le explicó las razones quele había mantenido durante setenta años habitando con las fieras,alimentándose de hierbas y reclinando el cuerpo en la tierra demontes, valles y cavernas. En estos años no había visto a nadie hastaahora. Y, lo más importante para nosotros, es que habiendo vivido

    11 Cf. Vida de Antonio, ed. c., caps. 1-14, pp.33-50, 46-50; pp.81-86, 54-71;pp.88-105.

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    en un monasterio de la Tebaida, decidió separarse de su comunidadde hermanos fervientes y marchar al desierto, siguiendo los ejem-plos de los santos Elías y Juan Bautista. La razón fundamental quele movió a tomar esa decisión es que «comenzó a revolver en sumente de cuánta gloria gozan en el cielo los que soportaron en latierra las duras batallas por amor del Señor». Y, en consecuencia,mientras meditaba en estos propósitos, «se inflamaba su corazón, ysu mente ardientemente deseaba despreciar profundamente los go-zos mundanos para poder acercarse con todas sus fuerzas a la patriacelestial» 12.

    García M. Colombás, conocedor como pocos de la literaturamonástica, es cauto a la hora de hacer afirmaciones generales. Noexcluye, entre las posibles causas del crecimiento espectacular delmonacato en los siglos IV-V, la aludida decadencia moral de laIglesia por el ingreso en masa de las turbas del Imperio sin suficien-te formación catequética, y, en consecuencia, explicaría la rebeliónde los aristócratas del espíritu que optaron por el rechazo del mundoy la huida a los desiertos. Otros, quizá más rigoristas —dice tam-bién— eligieron un martirio incruento en la vida ascética rigurosacomo testimonio de su fe al concluir el período de las persecuciones.Y otras posibles o reales razones. Pero, prudentemente, concluye:

    «El monacato, desde sus mismos principios, aparece como unfenómeno extremadamente complejo, y se cometería una simplifica-ción lamentable si se atribuyeran sus orígenes a una sola causa. Lamayor parte de las explicaciones que acabamos de recordar, soninteresantes, y es seguro que tal o cual de estos móviles ha influidoen casos individuales; pero tales motivos parecen más bien interpre-taciones teológicas elaboradas posteriormente. La mayor partede los primeros solitarios cristianos, con toda seguridad, estabanlibres de tales cuestiones. Simplemente deseaban servir a Dios a lamanera de los monjes» 13.

    12 Vita sancti Onuphrii, caps. 2-6, passim. PL 73, 212-214. Algunas «razo-nes» para retirarse al desierto las explica san Josafat. Cf. la Vita sanctorumBarlaam eremitae et Josafat Indiae regis, cap. 12. PL 73, 487-489. También el«prólogo» a la vida de san Pacomio, de autor anónimo, puede ser ilustrativo deesta idea que estamos proponiendo. Cf. PL 73, 230.

    13 El monacato primitivo, p.38.

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    3) Significado social y eclesial del movimiento monástico

    Para nosotros, lectores del siglo XXI, nos resultan increíblesmuchas hazañas de los antiguos padres del Yermo, así como lasignificación histórica del movimiento monástico en algunas regio-nes de Egipto, Palestina, Siria y el Medio Oriente. Resulta un fe-nómeno interesante no sólo para el historiador, sino curioso paracualquier lector. Veamos algunos ejemplos. En primer lugar, elnúmero. No conocemos la población de monjes en las distintas re-giones y la densidad proporcional a los habitantes totales. En Egip-to, «paraíso de los monjes» por la abundancia de lugares eremíticosy cenobíticos, turbas ingentes de cristianos huyeron de las ciuda-des y se refugiaron en los desiertos. Se hicieron famosos y clásicosel desierto de Nitria, la Tebaida, Tebas, Escete, Las Celdas, etc. «Enrealidad —escribe Colombás— el país entero se llenó prontode monjes. En las ciudades y en los pueblos, en los campos y enlos desiertos, existían solitarios de la más diversa catadura. Nuestrosdocumentos nos proporcionan cifras muy elocuentes».

    Fundándose en algunos historiadores contemporáneos de los he-chos y en los estudios modernos más fidedignos, se atreve a daralgunas cifras. Dos y tres mil en un mismo lugar, monasterios dedoscientos monjes, como refiere Casiano. Paladio escribe que enAntinoe había doce monasterios de mujeres habitados por veinte milvírgenes, y en Oxirinco «había más monasterios que casas particu-lares» con diez mil monjes. San Jerónimo recuerda los monasteriospacomianos, poblados por cincuenta mil monjes 14. Los historiadoresde los monjes que hemos citado como «fuentes» documentales delmonacato, se refieren a los fundadores, abades o padres célebres dealgunos monasterios poblados por cientos y miles de monjes, como,por ejemplo, Ammon de Tabennes, padre de dos mil monjes. Locierto es que conocemos nominalmente a muy pocos, porque pocosfueron los privilegiados que tuvieron la suerte de encontrar biógra-fos que escribieran su vida.

    14 Ib., p.48. También sobre el mismo tema, cf., pp.301-303. La historiadetallada del monacato antiguo en las distintas regiones de Oriente y Occi-dente, que indican la significación histórica, religiosa y eclesial del mismo,cf. ib., parte I, caps. 2-9, pp.45-300.

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    Habría que pensar no sólo el número, sino la calidad. Los monjesllegaron a ser «masa» no sólo por la cantidad numérica, por sermultitud gregaria, sino por la falta de catadura moral y, religiosa, asícomo por la condición social y cultural de sus miembros. Los mon-jes procedían, por lo general, del campo, eran labriegos y pastoresde los pequeños poblados, y muchos se refugiaron en los desiertospara huir de la justicia, salir de la pobreza o desertar del ejército,etc. También hubo monjes de la alta sociedad y sabios, grandespensadores e intelectuales. Algunos son grandes Padres de la Iglesia,como san Juan Crisóstomo o san Basilio Magno, san Agustín; ograndes escritores de espiritualidad, como Casiano, Evagrio Póntico,Diadoco de Foticé, Filoxeno de Maggbug, y otros muchos. O histo-riadores, como Paladio, Teodoreto de Ciro, Juan Moskos y el mismoCasiano. Pero eran excepciones.

    Esa misma explosión numérica, concentrada en espacios geográ-ficos restringidos, junto con el fervor espiritual con que vivían su fe,es la que explica la influencia que tuvieron en la Iglesia y en lamisma sociedad civil. De ello hablan los historiadores modernos delmonacato. De hecho, han intervenido, positiva y negativamente, enla historia de las herejías y la misma fijación de los dogmas trini-tarios, cristológicos y marianos, y en otras controversias que afectanmás a la espiritualidad. No olvidemos que muchos de los grandesheresiarcas de los primeros siglos pertenecieron, de alguna manera,al mundo de los monjes, especialmente las herejías que afectan a lapraxis espiritual. Fundadas por monjes o no, algunas de las ideasrigoristas que proponían ciertos grupos sectarios como los montanis-tas, novacianos, mesalianos, gnósticos, etc., tuvieron buena acogidaentre las colonias de monjes, sobre todo en Asia Menor. Hay algu-nas notas comunes que los configuran: vida ascética rigurosa, hastael rechazo en algún caso del matrimonio; ideas apocalípticas, defen-sa de lo carismático sobre lo jurídico e institucional en la Iglesia, y,en consecuencia, defensores de las manifestaciones extraordinariasdel Espíritu Santo, defensores de un integrismo ético y moral, enalgunos casos, antieclesiales y antisociales convirtiéndose en autén-ticos peligros para la sociedad.

    Estuvieron involucrados también en las controversias origenia-nas, a favor o en contra de las doctrinas de Orígenes y su persona.

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    Intervinieron en las luchas arrianas y antiarrianas, en el monofismode Eutiques, en el pelagianismo del monje inglés Pelagio, y hasta enlos movimientos sociales de la época 15. No hay que olvidar tampocola función desempeñada por los monjes en los siglos VIII-IX en lascontroversias en favor de las imágenes (luchas iconoclastas), con elapoyo doctrinal del campeón de la ortodoxia, san Juan Damasceno.

    Índice también de la influencia de los monjes en la historia de laIglesia y de la misma sociedad es la reprobación y desconfianza queen ocasiones mostraron los obispos, aunque, en general, eran favora-bles al movimiento, los juicios críticos de algunos escritores de laépoca y las intervenciones estatales para contener a las hordas demonjes que organizaban actos de protesta ciudadana o se oponían aveces con violencia a los ordenamientos jurídicos del estado 16. Perono siempre fue un influjo polémico o nefasto. La inmensa mayoría delos monjes, fue testigo ejemplar de valores humanos y cristianos, sinser todos modelos de virtudes. Y por eso el pueblo sencillo los queríay veneraba. Y las autoridades eclesiásticas apreciaban sus servicios yen ocasiones los defendía en sermones y escritos, como san JuanCrisóstomo, que escribió un libro con un título muy significativo:Contra los impugnadores de la vida monástica.

    3. Espiritualidad. Prácticas de vida cristiana

    Es éste un capítulo difícil de escribir por la abundancia de ma-teriales que ofrecen las fuentes hoy disponibles. Para entenderlomejor hay que tener presentes algunas acotaciones preliminares.Primera. La elección de ciertas prácticas de los padres del Yermodepende de los «motivos» o razones que tuvieron para huir a losdesiertos y las mentalidades colectivas que influyeron en sus deci-siones, como veíamos con anterioridad. Segunda. Los historiadoresdel fenómeno monástico ofrecen a los lectores solamente los hechos

    15 Todo ello ha sido descrito ampliamente y de modo sugestivo por GARCÍAM. COLOMBÁS, al que remitimos para mayor información. Cf. El monacatoprimitivo, pp.180-184 (mesalianismo), y 301-330 (los otros movimientos heré-ticos mencionados).

    16 El tema ha sido suficientemente tratado por G. M. COLOMBÁS, El mona-cato primitivo, pp.330-351.

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    más extraordinarios y significativos, los que pueden servir de «mo-delos» para ser copiados o admirados, los que mejor descubren allector no sólo las virtudes del protagonista-monje, sino la presenciade Dios-Cristo que actúa en ellos. La virtud de los ermitaños es eldon de Dios. Además, hacen memoria sólo de una mínima minoría,pocos cientos que conocemos por su nombre. Tercera. Los hechosmás o menos espectaculares, los ejercicios ascéticos que narran lashistorias se repiten como estereotipos prefijados de antemano. Sólose diferencias por la cantidad o la intensidad de los actos repetidos(ayunos, abstinencias, vigilias, penitencias corporales, desprecio delcuerpo, etc.). Cuarta. Muchas páginas hay que leerlas en clave ha-giográfica: no son todas historia, sino historia religiosa, teología,moral, espiritualidad.

    Intentaré sintetizar los capítulos más significativos y esenciales,dejando al lector que reflexione sobre ellos, se anime a tomar con-tacto personal con esa literatura sabia que viene de los antiguosyermos y saque sus propias conclusiones.

    1) Vida ascética

    Es quizá lo que más llama la atención de los modernos lectoresde aquellas viejas gestas: la vida de penitencias extraordinarias,añadidas a la ya incómoda vida de soledad y silencio de los desier-tos. En cualquier caso, hoy disuenan mucho más aquellas prácticasporque las comparamos con la vida cómoda que nos proporciona elprogreso de siglos, sobre todo los últimos adelantos técnicos, decuyo uso nos parece difícil o casi imposible prescindir. Comparán-dolos con la vida del campesinado de las clases bajas, de dondeprocedía la inmensa mayoría de los monjes, las diferencias eranmenores. Es cierto que también hacían penitencias y sufrían inco-modidades los que procedían de clases altas, las minorías, y todoello no quita mérito alguno a la vida ascética de aquellos santosvarones y mujeres. Además, téngase presente que las maravillosasexcentricidades que cuentan los historiadores de algunos monjes noeran la norma, sino la excepción. Por eso los presentan como mo-delos al pueblo rudo, el mejor admirador de sus campeones ascéti-

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    cos. La mayor parte de los monjes, hasta en las regiones de la másdura ascesis, como Egipto y Siria, vivían bajo unas ciertas reglasaceptadas por tradición o impuestas por los grandes fundadores delmonacato, como san Pacomio en Egipto, san Basilio en Asia Menor,o Casiano en Occidente.

    Sobre prácticas de ascética extrema se pueden citar muchos tes-timonios y en ello se recrean algunos historiadores como Paladio,Teodoreto de Ciro o Juan Moskos. Por ejemplo, Teodoreto de Ciro,resumiendo las «escaleras» para subir al cielo, los caminos paraalcanzar los monjes su propia perfección y salvación contra las ofer-tas de los demonios, escribe:

    «Algunos eligieron la vida monástica para hablar únicamente conDios en la oración sin admitir consolación humana alguna, con locual proclaman que han conseguido la victoria. Otros viven en tien-das o cabañas alabando a Dios. Otros llevan una vida en antros ocavernas. Muchos, además, de los que hemos hecho mención, eligie-ron habitar no en antros ni tiendas ni cavernas ni chozas, sino que,con sus cuerpos desnudos, soportaron las diversas climatologías, al-gunas veces expuestos al hielo, y otras veces abrasados por los rayosdel sol. Además, cada uno vive de una manera. Algunos permanecenfrecuentemente en pie, otros dividen la jornada entre estar de pie ysentados. Algunos, protegidos por vallas, huyen de las miradas de lasmultitudes. Otros, sin embargo, no utilizando estas defensas, se pre-sentan públicamente a quienes les quieren contemplar» 17.

    ¿Dónde habitaban los monjes de los desiertos? Aunque muchosvivían en colonias de celdas fabricadas con adobes y excavadas enlas rocas de alguna ladera formando lauras, muchos solitarios esco-gían lugares insólitos, como cuevas, pozos o cisternas vacías y hastasepulcros, como el mismo Antonio abad y Zenón, que de correoimperial se había hecho ermitaño en un monte cercano a Antioquía.Vivir a la intemperie, expuestos a los vientos, a las aguas, a los fríosy calores, y soportado durante años, algunos completamente desnu-dos, es frecuentemente recordado por los historiadores citados comouna proeza de sus héroes cristianos. Del asceta Macedonio, cuenta

    17 Filotea o Historia religiosa, cap. 27. PL 74, 109.

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    Teodoreto de Ciro como caso conocido personalmente, que la pales-tra de sus combates espirituales los tenía en las cumbres de lasmontañas, cambiando frecuentemente de residencia, no por propiacomodidad, sino para huir de las multitudes que lo asediaban consus visitas. Y así vivió cuarenta y cinco años en un pozo profundo,que abandonó de viejo siguiendo consejos ajenos, y se refugió enuna choza. Y sigue contando sus aventuras en esas condicionesagrestes: no probaba el pan, sino cebada puesta en remojo, prefirien-do morir de hambre que dedicarse a la filosofía 18.

    La galería de monjes ofrece todavía otras novedades que asom-bran a los modernos. En Mesopotamia ha encontrado el historiadorSozomeno (primera mitad del siglo V) algunos a quienes «el pueblolos llama Boskous, es decir, pastores (mejor, pacedores), porquefueron los primeros en experimentar este género de vida, y los lla-man así porque no tienen domicilio fijo, ni comen pan u otras vitua-llas, ni beben vino, sino que, morando en los montes, dan cultoperpetuo a Dios, dedicados a cantar himnos y oraciones según el ritode la Iglesia. A la hora de comer, cada uno con su hoz sale al montey come hierba como las ovejas». Sabe el autor que no todos erananalfabetos y que algunos pertenecían al orden episcopal 19.

    Los monjes palestinenses tienen en Evagrio Escolástico en elsiglo VI a su propio historiador. De ellos escribe: «Unos viven encomún..., tienen mesa común, no llena de manjares ni otros ali-mentos, sino sólo con hortalizas y legumbres, y las usan en medidasuficiente para sustentar la vida. Día y noche elevan preces a Dios,dándose tanto al trabajo que, aun sin estar en el sepulcro, dan laimpresión de que viven bajo tierra. Están dos o tres días ayunando,y hay quien lo continúa durante cinco o más días, y a regañadientestoman lo necesario para vivir. Otros, por el contrario, viven en cel-das separadas, pero tan bajas y estrechas que ni pueden estar de pieni pueden echarse con comodidad; también viven en cavernas oagujeros de la tierra, como dice el Apóstol. Otros, viviendo encompañía de las bestias, alaban a Dios en antros desconocidos y hanencontrado otros modos de vida que sobrepasan toda fortaleza ytolerancia. Pues penetrando en las ardientes soledades, tanto hom-

    18 Ib., cap. 13. PL 74, 66-67.19 Historia eclesiástica, VI, 33. PG 67, 1394.

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    bres como mujeres, cubriéndose las partes que el pudor impidenombrar, exponen su cuerpo desnudo a las intensas heladas y elbochorno, impasibles ante el frío y el calor; desprecian también losmanjares y salen a pacer por los campos, por lo que los llamanpacedores [comedores de hierbas], y comiendo lo suficiente parasobrevivir, se asemejan a las bestias, cambiando la misma apa-riencia corporal». Habla también de los que simulan estar locos,pero en realidad son «superiores a toda perturbación del ánimo» 20.

    La forma más extrema de la vida ascética quizá sea la experien-cia de los estilitas, que se experimentó por primera vez entre losermitaños de Siria y se extendió a otras regiones. Teodoreto de Cirose recrea en presentar un campeón de la ascesis, san Simeón, te-miendo que no le crean los lectores que no acepten los misterios.Célebre como taumaturgo, parece fue el iniciador de la prácticaestilita, habiendo ensayado otras formas de rigurosa ascesis: rodearsu cuerpo con una cuerda hasta convertirlo en una llaga agusanada,ayunar durante una cuaresma completa, reclusión en una cisterna ydespués tres años en una pequeña habitación, viviendo en un montey atado con una cadena para no poder salir de un círculo limita-do, etc. Finalmente, se instaló en una columna, primero de seiscodos, luego en otras de 12, 22 y la última de 36 (unos 17 metros),en la que vivió treinta y seis años 21.

    Es impresionante la narración de la vida de dos mujeres, Maranay Cira, quienes vivieron cuarenta y dos años soportando el peso deunas argollas de hierro que les colgaban del cuello, de las caderas,las manos y los pies de manera que vivían encorvadas casi hasta

    20 Quizá esté indicando que caminaban a cuatro patas, como los animalesrumiantes. Historia eclesiástica, 1, 21. PG 86/2, 2478-2479 y 2482.

    21 Cfr. Historia religiosa, 26. PL 74, 98-107. Las medidas de la columna deSimeón el Estilita no son seguras y varían según las fuentes. Trascribo las queofrece Teodoreto de Ciro, o.c., PL 74, 103. En otra vida de su discípulo An-tonio, se dice que la columna medía 12, 20 y 30 codos. Cf. Vita Sancti SimeonisStilitae, 5, PL 73, 328. La fama y admiración que con ello consigue, las mul-titudes que llegan de todas las partes, los milagros que el atleta de Cristorealiza, son comunes en ambas redacciones. Ha ilustrado definitivamente, coninvestigaciones arqueológicas en antiguas ciudades sirias, la vida de los estili-tas, IGNACIO PEÑA, en Les stylites syriens, Milano, 1975; Les cénobites syriens,Milano, 1983; Les reclus syriens, Milano, 1980. Resumen de todo el material,I. PEÑA, La desconcertante vida de los monjes sirios (siglos IV-VI), Salamanca,Sígueme, 1985.

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    tocar la tierra. Teodoreto de Ciro, que narra estas particularidades,alaba las heroicidades hechas por mujeres, que «son más dignasde alabanza porque, aunque tienen una naturaleza más débil, de-muestran la misma prontitud de ánimo que los varones. Y por eso,libran a su género del desdoro que les trajo la primera mujer» 22.

    2) Ayunos y vigilias, oración-contemplación

    Sería una historia interminable si quisiéramos resumir las increí-bles penitencias que se imponían aquellos testigos de la fe, emulán-dose mutuamente, como si se tratara de unos campeonatos olímpicospara ver quién resultaba ganador, mayor y mejor héroe cristiano. Asíhablan las fuentes de que algunos no comían durante cuaresmasenteras, o comían cada tres o cuatro días hierbas del campo, gene-ralmente no cocidas ni puestas al fuego, sino crudas, sin condimentoalguno o con algo de sal o unas gotas de aceite. Si nos atenemos alas viejas crónicas, aluden con frecuencia a la costumbre de comercereales y legumbres puestas en remojo. En este contexto encajabien el modo que tenía un anacoreta para discernir las plantas co-mestibles de las venenosas: un ibis (pájaro de Egipto) le ayudaba 23.

    Esa misma admiración nos causan los relatos sobre el dormir,reducido en ocasiones a lo mínimo con amplios espacios para lasvigilias de oración, acompañadas de inclinaciones, genuflexiones,estando de rodillas durante horas, etc. No abundan, como era deesperar en este clima de religión exacerbada de piedad y de tensiónescatológica, pero tampoco faltan los llamados «fenómenos místi-cos», como locuciones, visiones, profecías y adivinaciones, raptos ysuspensiones de los sentidos, contactos con los espíritus del másallá, etc. Más difícil —creo— es encontrar en todos esos materialeshagiográficos elementos formales de una verdadera y profunda ex-periencia mística de Dios. En cualquier caso, se podría intentar unanálisis sistemático que excede este estudio.

    Todo hace pensar que, para ellos, el cuerpo era, más que otracosa, carne, debilidad, un compañero molesto del alma, porque pro-

    22 Historia religiosa, 29. PL 74, 111.23 SULPICIO SEVERO, Diálogo, 1, 9. PL 73, 822.

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    vocaba tentaciones, inclinaba al pecado, especialmente por la vehe-mencia de la lujuria, y, por lo tanto, había que someterlo a la razóny la rectitud debilitando al máximo su vigor físico con ayunos, abs-tinencia de carne, de vino y de placeres. Los cuidados corporaleseran los mínimos, la higiene y la limpieza totalmente ausentes.Algunos se gloriaban de no lavarse nunca o de cambiarse poco onada los pobres harapos con que se cubrían. Hierros o sogas adhe-ridos al cuerpo durante algún tiempo, vestidos pilosos como loscilicios, causaban heridas hasta convertir sus carnes en una gusane-ra, como en el caso san Simeón el estilita 24. Todo hace pensar quelo conveniente para liberar al alma de un huésped tan molesto erasometerlo a un martirio permanente con el ejercicio de todas lasvirtudes y el dominio de todos los vicios.

    Otro tanto habría que decir del «mundo», que no es visto conoptimismo como hábitat para el hombre, lugar de gozo, de dolor yde trabajos. El mundo, como la carne, como la mujer o como elocio, es una ocasión de pecado, y hay que apartarse de él. La huidamaterial, la separación de la familia y de la propia tierra mediantela expatriación y la peregrinación y la vida en el desierto, no es másque un rechazo frontal de algo que o es malo o inclina al cristianoa la maldad. Las fuentes hagiográficas hacen notar que no se tratasólo de huir del «mundo» material, sino de muchos de sus reales osupuestos valores: el propio ego, el ocio, el dinero, la propia familia,el trabajo y profesión, las posesiones, etc.

    Aunque hayan influido en ese comportamiento ideas filosóficasneoplatónicas, mesalianas, gnósticas y maniqueas, que lastran lapiedad de esos siglos y de la piedad de todos los tiempos, lo ciertoes que en la literatura monástica el mundo y todo lo inmanente a éles considerado de valor relativo en cuanto confrontado con lo abso-luto que es Dios y la vida eterna. Lo que me parece que ha desapa-recido a partir del siglo IV —y por lo mismo no creo que se encuen-tre como idea relevante en la literatura de los Padres del Yermo—son las ideas apocalípticas sobre el próximo y cercano fin del mun-do y la venida del Cristo triunfante y juez. Es probable que esta

    24 El terrible realismo de los gusanos que caen de su cuerpo envuelto enuna soga lo cuenta su discípulo Antonio. Cf. en Vita sancti Simeonis, 3. PL 73,326-327.

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    idea, vigorosamente vivida por las primeras generaciones de cristia-nos en el siglo I, se fue diluyendo en tiempo de las persecucionespor la existencia del martirio, y se abandonó, como idea masivamen-te creída, en tiempos de libertad de la Iglesia en las primeras déca-das del siglo IV 25.

    3) Lucha contra el demonio. Milagros de los monjes santos

    La vida de ascesis rigurosa, con su lucha contra el mundo y lacarne, y la santidad que ello generaba, no estaba completa si no seconseguía la victoria contra el enemigo más sagaz, molesto y persis-tente, el demonio. Se revestía de todas las formas imaginables, des-de ángel de luz, hombre negro, hasta de dragones amenazantes, pa-sando por mujeres hermosas, posesores de riquezas que se lasofrecen al asceta a espuertas, o personajes poderosos que excitan lacodicia y la ambición de los santos ermitaños. La fantasía de loshagiógrafos no tiene límites. Quizá ningún dibujo mejor trazado queel de san Atanasio en la Vida de Antonio, uno de los prototipos másespectaculares de toda la literatura monástica 26.

    El lector lo puede recibir como una broma pesada o tomadura depelo de los hagiógrafos, pero es una temática muy seria y de profun-do significado metahistórico y teológico. El desierto, como tierrainhóspita, estéril y terrible, para aquellas gentes crédulas y simples,era el reino de los demonios. Existía la creencia de que los desiertos,

    25 Cf. mis estudios precedentes, «Repercusiones espirituales de la escatolo-gía primitiva», en Revista de Espiritualidad, 33 (1974) 207-232. ID., Comuni-dades cristianas primitivas, Madrid, EDE, 1974, pp.129-141. De la vida ascé-tica, sus rigores y excesos, su normalización en los monasterios fundados porlos grandes legisladores del monacato en las diversas regiones, especialmenteen Oriente donde se encuentran más excentricidades, habla GARCÍA M. COLOM-BÁS, El monacato primitivo, pp.45-210. Y la vida espiritual de los monjes,ampliamente tratada por él, ib., pp.475-757.

    26 Cf. la citada Vida de Antonio, caps. 5-6 (pp.37-40); 9 (pp.43-44); 13(pp.47-48); 21-43 (pp.56-78); 51-53 (pp.88-88). Esta Vida, que dibuja bien elmodelo de un monje santo con todos sus ingredientes, no podía por menos deserlo también en la lucha contra los demonios. Otras biografías de monjes, sinestar inspiradas en ella, repiten esta misma ideología. La presencia del demonioen la vida de los cristianos es un dato que no podía faltar porque simboliza lalucha contra el mal (mundo-carne), tarea principal de los monjes del desierto.

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    los auténticos arenales estériles, eran los lugares malditos, por sercomo la tapadera del infierno, por donde respiraba la tierra abrasadapor el fuego interior, razón por cual era escasa de vegetación y devida. Pero, ciertamente, según una interpretación más seria y cons-tatable, eran los únicos dominios de Satán porque el cristianismo leestaba arrebatando el trono en las ciudades y en los mismos pagospor la conversión de los gentiles.

    La taumaturgia de los grandes ascetas del desierto, las accionesmilagrosas de los santos varones, tan abundantes, simbolizan lapresencia del bien supremo, Dios, y son el contrapeso a la presencianecesaria de Satán. Los milagros reequilibran el desorden que losmalignos demonios han introducido en el mundo. Todo esto tienetambién una profunda significación teológica: es el dominio queejerce el hombre santo sobre todo lo creado como auténtico señorporque es el «hombre de Dios», instrumento suyo, delegado parahacer el bien y poner orden en el desorden. Es el triunfo de la acciónsalvadora de Cristo y su gracia sobre el pecado. La aparente historiase transfigura en historia de la salvación 27.

    4) Dominio sobre la naturaleza salvaje, animada e inanimada

    Uno de los capítulos más sorprendentes de las antiguas crónicasde los Padres del Yermo es el dominio que ejercen sobre la natura-leza: animales, tierra, plantas, pestes, fenómenos atmosféricos, etc.Son actos que ejercen como taumaturgos, como hombres de Dios.A veces dominan los males del cuerpo y del espíritu sanando enfer-medades y posesiones diabólicas. Otras ejercen un dominio sobre lanaturaleza inanimada, extinguiendo fuegos y salvando las cosechasde las pertinaces sequías, o liberando de esterilidad a la tierra, delas pestes y plagas que asolan las cosechas. Y, más admirable toda-vía, amansando y domesticando a las bestias más feroces como losleones, hienas, cocodrilos, víboras, que se hacen amigas y colabora-

    27 La importancia del demonio en la vida de los Padres del Yermo, ademásde lo dicho sobre san Antonio Abad, se deduce de los meros Indices in VitasPatrum, Index rerum, bajo los nombres «Daemon», «Daemoniaca», «Demonia-cus», «Diabolus», etc. Ver en PL 74, pp.XXVII-XXXI.

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    doras de los monjes por los servicios que estos les habían prestado.Todo un mundo idílico, de paz edénica y mesiánica, que tiene unaclara significación: el hombre, hecho amigo de Dios por la vidaascética y la experiencia de la gracia, posee el dominio absolutosobre la naturaleza 28. Para que no queden mancas estas simplesreferencias, recordemos algunos ejemplos.

    El abad Copre consiguió erradicar de los sembrados una plagade gusanos que destrozaban las mieses bendiciendo la arena deldesierto y mezclándola con las simientes 29. Gerásimo, abad de unmonasterio cercano al Jordán, encontró una vez un león que teníaclavada una espina en una pata, se la extrajo, le curó y le dejómarchar. Pero el león se encariñó con el viejo, cuidaba de un asnodel monasterio, y hacía la vida normal con los ermitaños 30. Ejem-plos de este género, de convivencia de las bestias salvajes con losmonjes del desierto, abundan en la literatura hagiográfica. Del granMacario el egipcio narra Paladio que una hiena le llevó un cachorrociego y él le devolvió la vista. La madre, agradecida, un día le llevóuna piel de oveja para que se cubriera. La increpó el hombre de Diospor haber hecho daño a los pobres comiéndoles las ovejas, la fieraasintió con la cabeza como compungida, y el santo ermitaño aceptóel regalo 31. En el desierto de Escete había un viejo, se supone quemonje, que se contrató para segar un campo de mieses. Habiéndosedeclarado un incendio, rogado por otros trabajadores, con su oraciónlogró apagarlo 32. Y como estos, otros muchos.

    En ocasiones se utilizan los animales como castigo del cuerpopara evitar las tentaciones. No sólo son los ejemplos clásicos de

    28 Documentar estas alusiones excede este estudio, pero ciertamente corres-ponden a la lectura de muchos textos originales. Algunas de estas ideas lasencontrará el lector, leídas desde un contexto de ecología espiritual, en mitrabajo «El “hombre espiritual” y la naturaleza a través de la historia», enRevista de Espiritualidad, 46 (1987), especialmente, pp.61-81. Todo el temaen pp.53-81.

    29 PALADIO, Historia lausiaca, cap. 44, PL 73, 1165. Este abad debía ser unhombre terrible porque desafió a un hereje a la prueba del fuego y él salió ileso(defendía la verdadera religión) y el otro murió abrasado. Cf. ib.

    30 Deliciosas aventuras de este león las narra JUAN MOSKOS, Pratum spiri-tuale, 107. PL 74, 172-173.

    31 Historia lausiaca, 19-20, PL 74, 1118.32 JUAN MOSKOS, Pratum spirituale, 183, PL 74, 212-213.

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    arrojarse en estanque helado en pleno rigor invernal, o arrojarsedesnudos a un campo de ortigas, sino cosas bastante más peregrinasy salvajes. Pacon, ermitaño del desierto de Escete en Egipto, deses-perado por las tentaciones de lujuria y deseando liberarse de ellas,se expuso desnudo en las cuevas de las fieras para que lo devorasen,y aplicó a sus partes pudendas una víbora. De todo salió ileso yentendió que Dios lo permitía para que se sintiese humillado y acu-diese al divino auxilio 33. El gran Macario del mismo desierto egip-cio de Escete, también tentado del espíritu de fornicación, se expusodesnudo a la orilla de una laguna cercana para que le picasen lostábanos, tan grandes como avispas, que son capaces de traspasar lapiel de los jabalíes. Cuando le vieron sus compañeros, pensaron quese había contagiado de lepra 34.

    5) Práctica de todas las virtudes

    Todo lo dicho podría tener sentido negativo si los Padres delYermo no hubiesen ejercitado todas las virtudes cristianas, fin detoda la vida ascética. Las fuentes a las que nos estamos refiriendoen ese escrito, hablan con profusión del tema. Admirable es el sen-tido de la caridad con todos, que tempera en parte la supuesta huidadel mundo. La hospitalidad y el servicio a los que visitaban losmonasterios, la columna de los estilitas, o las cuevas de los ermita-ños, suele ser norma general y muy bien observada 35. El trabajo,concebido no sólo para evitar el ocio, sino para compartir con lospobres el sobrante de lo percibido como salario por la venta de lostrabajos manuales que realizaban. La soledad y el silencio absolu-tos. A veces los cronistas recuerdan algún caso especial de ermita-ños o ermitañas que durante muchos años no habían visto a nadie,como María Egipcíaca, que estuvo cuarenta y siete años completa-

    33 PALADIO, Historia lausiaca, 29. PL 73, 1130-1131.34 Ib., caps. 19-20. PL 73, 1113. Cf. más ejemplos en los Indices in Vitas

    Patrum. Index rerum, «Bestiae». PL 74, pp.XXIII.35 Se pueden ver los Indices Vitae Patrum. Index rerum, bajo los epígrafes

    «Charitas», «Eleemosyna», «Hospites», «Hospitalitas», «Misericordia», «Pau-per», «Paupertas». En PL 74, pp.XXV-LXVIII, passim.

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    mente sola en el desierto de la Transjordania 36. Lo mismo digamosde la virtud de la obediencia, capaz de hacer milagros, como con-vertir un palo seco en arbusto regándolo durante tres años por obe-decer al abad. Además, fue un ejercicio de trabajo y de paciencia altener que trasportar el agua del Nilo, distante unas dos millas 37. Y,como éste, otros muchos casos sorprendentes y milagrosos que obra-ba la obediencia.

    Finalmente, el ejercicio de la oración y contemplación, la ala-banza divina, que llenan todas las páginas de las historias. Sin ellasel silencio y la soledad no tendrían sentido alguno. Las doctrinas seencuentran en las obras espirituales de los monjes sabios, los teóri-cos de la vida espiritual, como Juan Casiano, Evagrio Póntico, Dia-doco de Foticé, etc. La praxis, en las fuentes hagiográficas citadas.Habría que profundizar, por ejemplo, en el hecho mismo de orar,sorprender a los monjes orantes en los desiertos, las formas y loscontenidos de la oración, las fórmulas, si existen, las posturas delcuerpo, las disposiciones del alma, las razones para orar, etc. Qui-zás, investigando a fondo todo el material, se echará de menos elaliento místico de la oración contemplativa cristiana. Ciertamenteexiste una comunión de los monjes con la naturaleza que quedasacralizada como si fuera un sacramento o sacramental, y son fre-cuentes los «fenómenos» místicos.

    II. REVIVISCENCIA Y SUPERVIVENCIA

    La vida de los Padres del Yermo, como se ha podido apreciaraun en la brevedad de este escrito, ha sido muy fértil de consecuen-cias en la historia de la Iglesia. Se podía hacer una largo discursosobre su vinculación a la historia precedente y su influencia en lavida posterior. Me conformo con hacer algunas referencias.

    En primer lugar, es cierto que la vida de los monjes en losyermos se inspiró en la corriente espiritual del Antiguo Testamento,cuyo modelo más representativo fue el carismático profeta Elías yen el Nuevo Testamento san Juan Bautista. Pero encontró también

    36 Vitae Patrum, Vita sanctae Maríae egiptiacae meretricis, 20, PL 73, 685.37 Cf. SULPICIO SEVERO, Diálogo, 1, 12. PL 73, 823-824.

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    un paradigma colectivo en la experiencia pospascual de la primitivacomunidad de Jerusalén, tal como está descrita en los Hechos deApóstoles (4,32-36-5,1-16). La vida de unión comunitaria en la ca-ridad hasta el reparto de bienes, la oración en común participandoen la misma Eucaristía, la fe en Jesús y el seguimiento o la imita-ción, el carácter diakónico de los apóstoles y discípulos, son expe-riencias de vida ensayadas en aquella comunidad y elementos esen-ciales de toda vida monástica y religiosa. Por eso la espiritualidaddel desierto, especialmente en su expresión cenobítica, se encarnóen aquella matriz religiosa y espiritual.

    Pero, al mismo tiempo, la vida utópica de la comunidad de Je-rusalén, supuestamente fundada por los apóstoles, es el referentebásico y esencial para el seguimiento radical de Jesús de Nazaret.En ella se vivió por primera vez la «vida apostólica», que no era elprimer ensayo de missio ad gentes, una cura animarum originariaavant la lettre, sino imitar la vida que vivieron los apóstoles 38.Imitada por los Padres del Yermo, ha sido el manantial perenne deinspiración para los fundadores de la «vida religiosa», que ha reves-tido formas diversas desde las órdenes monásticas hasta los institu-tos seculares, pasando por las órdenes mendicantes, los clérigosregulares y las congregaciones religiosas. Rica herencia de una se-milla fecunda. Ella ha sido, como realidad histórica o utopía, la quesuscitó nuevas estructuras monásticas, como la de san Benito deNursia, cuya Regla se inspira, entre otras fuentes, en la vida de losPadres del Yermo y en las Reglas de los mejores legisladores, comoCasiano, Pacomio o Basilio. Y, al mismo tiempo, a la Regla de sanBenito miran, de una u otra manera, todas las instituciones monás-ticas medievales, originales o reformadas, desde la de san BenitoAniano, siguiendo por los cluniacenses, cistercienses, la Cartuja yotros movimientos eremíticos de la baja edad media. Los mismosclérigos regulares de los siglos XII-XIV, así como de los mendicantesde los siglos XIII-XIV, miran con nostalgia a la comunidad «apostó-lica» de Jerusalén como protoparadigma de su carisma y misiónprofética y apostólica.

    38 Al tema dedica algunas páginas G. M. COLOMBÁS, El monacato primitivo,pp.374-379.

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    Las tendencias eremíticas que han surgido con frecuencia en laIglesia merecerían una consideración aparte. Además de fundarse enese paradigma originario, nacen oportunamente, como los grandesmísticos, en momentos de baja tensión espiritual como reclamo dereforma interior. Son meras sugerencias para seguir investigando 39.

    Con el primitivo paradigma de la «Iglesia apostólica» y con lanostalgia del desierto conectan también, por ejemplo, los frailes ylas monjas que en el siglo XVI español iniciaron el camino de suspropias reformas, entre ellos los franciscanos, los agustinos, los tri-nitarios, los carmelitas y los dominicos. El Carmen descalzo, fun-dación y reforma iniciada por santa Teresa y san Juan de la Cruz,tiene una clara vinculación con los orígenes eremíticos de los car-melitas en el monte Carmelo de Palestina. La Santa fundadora apelaexplícitamente y con frecuencia a las estructuras originales de laorden, el eremitismo de «aquellos santos padres nuestros, que en tangran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaba este tesoro[de la contemplación]» 40. La misma historia de la Reforma teresianainició su andadura principalmente en lugares solitarios y casi eremí-ticos: Duruelo, Mancera, El Calvario, La Peñuela, La Roda, LosMártires de Granada, etc. Y lo destacan bien las crónicas primitivas.Como meros puntos de referencia, creo que son suficientes.

    III. ¿VIGENCIA DE LO ANTIGUO O CAMBIO DE PARADIGMA?

    Ésta es la cuestión, la pregunta que queda en el aire, al recordarlas gestas de nuestros antepasados. No todo lo moderno es progre-

    39 Ante la imposibilidad de desarrollar estos temas, remito a mis estudiosanteriores donde el lector encontrará información y reflexiones pertinentes.Cf. Espiritualidad de la alta edad media, Madrid, EDE, 1998, pp.60-86 (Reglade san Benito de Nursia); pp.223-297 (reformas monásticas); pp.248-251 (opor-tunidad eclesial de lo eremítico); pp.331-368 (canónigos regulares). Y Espiri-tualidad de la baja edad media, Madrid, EDE, 2000, pp.47-198 (órdenes men-dicantes), passim. La presencia de los místicos como respuesta del Espíritu ala decadencia de la Iglesia, no sólo en períodos de esplendor, cf. D. DE PABLOMAROTO, «Mística femenina y experiencia de Dios en la edad media», en Re-vista de Espiritualidad, 60 (2001), especialmente, pp.533-538. Todo el estudio,pp.529-576.

    40 Moradas, V, 1, 2. Ambientación general de los orígenes de la orden,D. DE PABLO MAROTO, Espiritualidad de la baja edad media, pp.145-179.

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    sista, en el sentido de progreso integral de todos los valores huma-nos; ni todo lo antiguo es viejo en el sentido despectivo del termino:pasado de moda, inservible para una civilización y una mentalidadmoderna que ha dejado de ser religiosa. Nuestros modelos de vida,nuestra Weltanschauung, la del mundo occidental al menos, distamucho de la que acogió al cristianismo o la que creó la nuevareligión al encarnarse en ella. Nosotros vivimos en una sociedad queno sólo ha dejado de ser Iglesia de cristiandad, sino que está bastan-te descristianizada, a veces es anticristiana y, ciertamente, antiecle-sial o anticlerical, o que está olvidando sus raíces cristianas.

    No quiero convertir estos apuntes finales en un lamento estéril.Más bien quieren ser una relectura de la antigua sabiduría de losPadres del Yermo y un intento de aproximarlos a nuestro tiempo.Hemos visto qué significaron en la Iglesia y la sociedad de su tiem-po. Ahora cabe preguntarse: ¿Qué representan para nosotros? ¿Nospueden enseñar todavía algo a los cristianos e increyentes? ¿Pode-mos aprender algo de su doctrina, de sus creencias, de su praxis as-cética y espiritual, de su comportamiento ante la vida? Si responde-mos positivamente a las preguntas, es que los Padres del Yermo nohan muerto del todo, su espíritu sobrevive. Sugiero algunos temas enlos que el hombre moderno puede encontrar un modelo que imitar.

    1. La soberanía del Dios trascendente

    Cualquiera que fuesen las razones para ir al desierto, es difícilcomprender la vida de los Padres del Yermo sin la creencia en unDios trascendente. Su vida es, en sí misma, una afirmación del Diosexistente y presente a la historia. La forma más espectacular es lataumaturgia o capacidad de hacer milagros. Ellos son los viri Dei,mensajeros e instrumentos de Dios y de Jesucristo-Dios. Tambiénson profetas, hablan en nombre de Dios, descubren a los neófitos laprofunda sabiduría que da la soledad y el silencio.

    Fuera de esos dones carismáticos y proféticos, son cortos en eldon de la palabra. Hablan poco y con sentencias cortas, con ejem-plos y parábolas. La inmensa mayoría no son teólogos, no hacenteología o discursos sobre Dios, sino que viven de Dios. Lo demues-

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    tran con sus vidas, sus gestos, sus formas de vivir. Dios es el Todo,ellos la Nada. Son, más bien, místicos, porque tienen experiencia deDios. Su vida no es una psicomaquia, un mero control de las ten-dencias perversas mediante las propias fuerzas; sino una teomaquia,combaten los vicios propios porque el Espíritu de Dios está y actúaen ellos.

    Como consecuencia de esta transparencia múltiple de Dios, elpueblo los busca en los lugares más insospechados donde se refu-gian huyendo de la gente: los montes, las cuevas, los sepulcros, enel campo abierto, en las columnas de los estilitas. No sólo van bus-cando en ellos milagros, sino luz y fuerza para sus vidas, para dis-cernir su propia vocación a la vida monástica. Teodoreto de Ciropresenta a su héroe Simeón Estilita, colgado en su elevada columna—porque «deseó volar al cielo y liberarse de los tratos de la tie-rra»—, como un campeón de la fe que predica con hechos y pala-bras 41. Y sabemos que los monjes sirios han ejercido una misiónevangelizadora de todo el territorio sirio.

    Antes de que en la edad media Dios se hiciese tema o problema,los Padres del Yermo habían descubierto que era vida, amor y mi-sericordia. Quizás ésta podría ser una veta a descubrir y a vivir.Andamos ahora «a vueltas con Dios», preguntándonos cómo será,haciendo teologías, que a veces son logomaquias o teomaquias. YDios sigue en su noche de misterio y de silencio, muerto en lasformas y figuraciones con que los humanos le hemos vestido. ¿Noserá un camino errado? ¿No necesitaremos más «desierto», mássoledad y silencio, para descubrir el verdadero rostro de Dios? Ennombre del Dios allí descubierto se hacían caritativos, misericordio-sos, humildes y blandos, pacientes y resignados. Sabios. Esta podíaser una de las grandes lecciones de los antiguos Padres del Yermo.

    2. La relatividad de todo lo inmanente al mundo

    Es correlativo a Dios como absoluto. Todo lo demás es nadaante el Todo. Los grandes místicos han hablado de esta confronta-

    41 Historia religiosa, 26. PL 74, 102-103.

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    ción y de una clara elección por Dios. Las fórmulas son inequívo-cas: Todo-nada (san Juan de la Cruz), «Sólo Dios basta» (santaTeresa de Jesús). Ninguna fórmula de los Padres y de los místicosniega los valores intrínsecos al hombre y al mundo, a las realidadestemporales. Los Padres del Yermo están en el extremo de la relati-vización de lo temporal y han demostrado que la inmensa mayoríade las cosas temporales son innecesarias.

    La pregunta que nos sugieren aquellas vidas es si todo lo quetenemos o poseemos es realmente necesario para vivir y vivir bien.Y por dónde comenzar el despojo para echar el sobrante a la basurao dárselo a los que de verdad lo necesitan. Al menos aquellos santosvarones nos enseñan una cosa práctica: que nosotros podemos nonecesitar tanto, y que estamos absolutizando muchos valores queson absolutamente relativos. En una palabra, que nos hemos inven-tado necesidades artificiales, que el uso de las cosas innecesarias nosdroga porque, prescindiendo de ellas, nos entraría el síndrome deabstinencia. Y, en consecuencia, que podemos relativizar muchascosas que ahora nos parecen valores absolutos; que podemos encon-trar alternativas a esas necesidades.

    3. La ascética para un cristianismo débil

    Leyendo las páginas que preceden, y sobre todo las Vitae Pa-trum, quedamos horrorizados ante su rigurosa vida de ascesis: tantacrueldad contra su propio cuerpo, contra los placeres que procedendel comer, beber, vivir, dormir, del uso de los sentidos, etc., ymuchas otras mortificaciones añadidas. Ya hemos dicho que obede-cen a una Weltanschauung o mentalidad que no siempre fue evan-gélica ni cristiana, contaminada por ideas heréticas. Pero segura-mente para muchos fue un medio para encontrarse con el Diosabsoluto, justo juez, siguiendo las normas del Evangelio y el caminode Cristo crucificado. Al cuerpo y a sus sentidos interiores y exte-riores, rebelde a ese camino, lo sometían con la ascética más brutal.Era una lucha sin cuartel contra los malos instintos que se enmas-caran en los repliegues del alma y de la psique. Contaba muchotambién el problema de la salvación eterna, las ideas supersticiosas

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    sobre la condenación eterna y el miedo al infierno, el juicio personaly final, y el deseo de asegurar el cielo.

    Hoy la mentalidad ha cambiado en muchas cosas. Entre los cre-yentes, la cultura religiosa y el humanismo han superado los dualis-mos de la antropología griega y de algunas sectas rigoristas primi-tivas. Entre los increyentes el desconocimiento de los radicalismosevangélicos. Y unos y otros vivimos en el discreto encanto de laburguesía materialista. Los cristianos estamos atenazados porla mentalidad científica moderna, pero de modo más insidiosopor la evolución económica, que conduce al hedonismo, adormecela fe, descristianiza la vida creando otros dioses menores. Esta es laexperiencia sociológica en los países más desarrollados, algunoscoincidentes con los tradicionalmente cristianos. Y se mantiene la feen muchos países empobrecidos del Tercer mundo, de tradición cris-tiana, o ricos en otras tradiciones religiosas.

    ¿Significan algo para nosotros las penitencias y la vida ascéticade los antiguos Padres del Yermo? Creo que sí. En primer lugar, susignificado profundo: el enamoramiento de Cristo a quien pretendenseguir e imitar como buenos discípulos. Su ideal era la vivencia dela cruz hasta la muerte (otra forma de martirio). Aparece en ellos elsentido martirial de la existencia cristiana como si estuviesen enel caso límite de las exigencia de la fe. De hecho, lo provocaban. Ensegundo lugar, el mensaje que transmitían como hombres de Diosal pueblo sencillo y crédulo. Era un modo de ejercitar el servicio alprójimo, de evangelizar a los creyentes e increyentes. Fue su modode ser coherentes y fieles con el bautismo y con las gracias y donesdel Espíritu recibidos. En tercer lugar, la perspicacia para escogerlos fines como ideal de sus vidas y poner los medios más adecuadospara conquistarlos. En cuarto lugar, considerar el perfeccionamien-to espiritual como lucha o agonía contra los bajos instintos y orga-nizar la vida sobre los grandes ideales. En quinto lugar, la fortalezade ánimo que en ello demostraron al perseverar en el proyecto. Yotras muchas otras enseñanzas que le sugerirán al lector las páginasprecedentes.

    Dejo al lector que repase estas actitudes y la confronte con lasque encuentra en su vida o en su entorno. Creo que nadie aprobaráhoy las aberraciones en la praxis penitencial de los antiguos Padres

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    del Yermo, haciendo «penitencias de bestias», como dice san Juande la Cruz de algunos ascetas de su tiempo, sin duda conocidos porél en la misma Reforma de santa Teresa a la que pertenecía.

    Pero ¿no nos deben de escandalizar hoy otras penitencias, no sési tan penosas como las de entonces, pero sí a veces más costosaseconómicamente? Pienso, por ejemplo, en la idolatría del propiocuerpo, que por mantenerlo «estético» (¡!) se le somete a ayunos yabstinencias, ejercicios gimnásticos, operaciones quirúrgicas, afeitesmil, y otros medios cada vez más sofisticados. ¿No supone todo ellouna forma de tiranía provocada por las modas, que inventan unos ysufren otros, y una negación de la propia libertad? Auténticas abe-rraciones se soportan como «normales» porque lo imponen losmodistos de turno (sustentadas por la economía de mercado), porqueobedecen a un fin, a un modelo estético ideal, para crear «modelos»de perfección corporal y para consumo de la sociedad del derroche.Entre los Padres del Yermo, el Evangelio de Cristo imponía un«modelo». ¿Quién impone hoy los nuevos «modelos» y a costa dequé? ¿No es cierto que la ascética primitiva obedecía a una menta-lidad y la moderna ascética obedece a otra completamente distinta?

    4. La ecología, praxis de espiritualidad y vida ascética

    Es parte del capítulo anterior, pero quiero insistir en ello porqueestá implicada una cuestión de amplio eco en la moderna sociedadde la pobreza y del consumo. La ecología tiene muchas vertientes deanálisis, muchas implicaciones en la vida del hombre sobre el pla-neta tierra. Es una ciencia, pero también una ética, una moral yespiritualidad cristianas. El uso moderado de bienes: vestidos, co-mestibles, uso higiénico del agua (prácticamente inexistente), erauna práctica habitual entre los habitantes de los antiguos desiertosmonásticos. Ellos no lo hacían pensando en que los bienes de latierra son escasos.

    Pero hoy, aquel uso moderado exigido por ideales ascéticos tie-nen una relectura moderna que conviene recordar. Curiosamente, loscientíficos se ha percatado de que los bienes que ofrece el planetatierra, aun con el cultivo más sofisticado, son casi inagotables, pero

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    no infinitos; que tienen unos límites a largo plazo, dependiendo delagotamiento de los productos naturales (pesca, petróleo, gas, carbón,minerales, bosques, agua...) y del crecimiento progresivo de la de-mografía mundial. Por primera vez en la historia de la humanidadse piensa en serio en la posibilidad de que se agoten muchos recur-sos naturales y no se encuentren suficientes energías renovables.Sería el caos para la humanidad.

    Esta situación, que hoy no es dramática, pero puede llegar aserlo, está generando movimientos ecologistas, partidos políticos,grupos de variado pelaje, que proponen soluciones parecidas a algu-nas formas tradicionales de ascesis. Quizás el hombre moderno, quees reacio a moderar sus instintos de consumo por motivos religiosos(todos los hombres son hermanos), encuentre más racional y lleva-dero hacerlo por razones de justicia y solidaridad. Todo es útil. Elcristianismo pienso que debe seguir proponiendo la ascesis por prin-cipios claramente evangélicos, pero también por esos motivos «ra-cionales» invocados. Invocar el uso moderado de bienes temporales,o exigir austeridad en el consumo por ejemplo, sería un buen ejer-cicio de ascética cristiana. Existe un motivo social, pero que para uncristiano es también teológico: abstenerse del uso de los bienes porsolidaridad con los que no tienen nada.

    Pongo de paso unos ejemplos, sin querer descender demasiado ala casuística. Los más antiguos documentos del cristianismo, losmismos Padres de la Iglesia, insistían en la dimensión caritativa delayuno y abstinencia en el comer, entregando como limosna al her-mano necesitado el ahorro que suponía. Otra situación práctica. Enla primitiva sociedad cristiana no era frecuente entre las clases bajasy poco en las clases altas el aseo personal. Esa costumbre la llevaronlos Padres del Yermo hasta el extremo inverosímil de no lavarsenunca. Esta falta de higiene hoy nos horroriza. Pero ¿por qué no nosescandaliza el abuso en el consumo del agua caliente y fría en bañosy duchas sin control del gasto económico? ¿O el derroche de comes-tibles que terminan en el cubo de la basura, los vestidos y mueblesen buen uso que terminan en los vertederos, y un sinfín de otrosejemplos que el lector descubrirá en su vida y en la de sus vecinos?Aunque usted pueda pagarlo, el planeta tierra no lo podrá aguantardurante muchos años.

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    Además, habría que revisar los usos y costumbres que se impo-nen como necesidades, pero que son puramente artificiales y creandependencia.

    No son más que alusiones a fenómenos complejos que abundanen las sociedades llamadas «civilizadas». Es previsible que el plane-ta tierra no podrá soportar ese ritmo de consumo de las sociedadesdel bienestar el día en el que la habiten, por ejemplo, diez milmillones de seres humanos, lleguen a los mismos niveles consumis-tas y se instalen en la mentalidad del derroche propio del primermundo 42.

    5. Enseñanza espiritual y mistagogía

    Uno de los quehaceres más eminentes de aquellos sabios Padresera el magisterio por ósmosis, por mistagogía. El novicio era indu-cido a la vida espiritual, al monacato, con el acompañamiento deuna apa o anciano. No era un profesor o maestro, sino un mistago-go, que inducía al recién llegado en su propia experiencia de Dios,de su la ascesis, de la lucha espiritual para domar los vicios y con-seguir las virtudes. Esa forma de magisterio oral era mucho máseficaz que todas las demás enseñanzas teóricas de profesores ymaestros.

    La idea sigue siendo de una asombrosa actualidad. Ahora seprefiere hablar no de «dirección espiritual», por aquello de la terapiano directiva y para respetar la libertad individual, sino de «acompa-ñamiento espiritual». La última fórmula encaja mejor con la tradi-ción de los Padres del Yermo. Pero exige del acompañante no sólociencia, sabiduría, preparación, prudencia, paciencia y otros virtudeshumanas y cristianas, sino ser experto en el camino espiritual, ha-berlo recorrido con apasionamiento, estar enamorado de él. Creoque la lección de los sabios antiguos esta ahí provocativa para losfuturos mistagogos y directores espirituales.

    42 Complementos a lo dicho, los expuse en otro trabajo anterior: «El “hom-bre espiritual” y la naturaleza a través de la historia», en Revista de Espiritua-lidad, 46 (1987) 53-81, especialmente, pp.77-81: «Proyecto de una espirituali-dad ecologista».

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    6. Ascética y mística para un encuentro ecuménico

    No hago más que esbozar el tema. Las experiencias de Dios quetuvieron los antiguos Padres del Desierto podría ser un lugar deencuentro con los místicos de otras épocas cristianas y de otrasreligiones. Algunos monjes, como en el budismo, llevan una vida desegregación del mundo en los monasterios dedicados a la medita-ción trascendental, al yoga o zen y otras prácticas que exigen unduro ascetismo. Las experiencias místicas son más difíciles de con-frontar, pero rebelarían muchos puntos de contacto comunes a todomisticismo.

    7. Función carismática y profética del monacato

    El género de vida de los antiguos Padres del Yermo constituyóuna función carismática y una denuncia profética. Era en sí mismasignificante. Hoy se habla mucho de esas funciones de la vida reli-giosa, de la radicalidad del seguimiento de Cristo para que sea «sig-no» de los valores evangélicos, de las virtudes y actitudes que he-mos descrito en páginas anteriores. Esto no significa que debamoscopiar todo lo que ellos hicieron, sino que muchas de sus actuacio-nes pueden ser válidas todavía hoy como testimonio de los valoresfuertes en contra de un cristianismo débil e insignificante parala totalidad de los ateos, indiferentes y agnósticos y poco creíblepara los cristianos auténticos. La adhesión total al Dios trascendentey la relativización de los valores de este mundo y del cuerpo, laascética moderada y con sentido humanista, podía ser también unmodelo para los hombres de nuestro tiempo.

    8. Guerra contra el mal. El demonio como el mal personificado

    Uno de los aspectos más espectaculares de la literatura sobre losPadres del Yermo es la permanente presencia del demonio. A mu-chos les puede provocar hilaridad y, sin embargo, es una cosa muyseria. Ellos atribuían al demonio todos los males del mundo, de la

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    mente y el cuerpo del hombre. Por eso, al luchar contra él combatenlas mismas estructuras de pecado que atenazan al hombre y a lasociedad. Un sencillo raciocinio de sentido común les conducía a uncorolario lógico: si Dios es la bondad, el bien supremo, Satán, suenemigo absoluto, será el mal, la maldad radical. Y, como su esen-cia es la maldad y la mentira, todo lo malo que acontece en elmundo, procede del Maligno. Satán está en el cuerpo y el espíritudel hombre revestido de tendencias malas y de pecado, de malospensamientos; está en la naturaleza causando estragos en plantas yanimales, en el aire y las aguas para dañar al hombre; está en lasimaginaciones y fantasías que provocan al pecado transfigurado encualquier forma terrible a amable: dragones, fieras salvajes o pon-zoñosas, mujeres hermosas y apetecibles para el solitario, riquezasinmensas para gozar, etc. El desierto, como escenario de la luchaentre el bien y el mal objetivados, entre el hombre y su bestia, esuno de los topoi y simbolizaciones más geniales que existe en laliteratura universal.

    Las figuraciones demoníacas aparecen en la vida de los Padresdel Yermo con tanta frecuencia como la idea y la presencia de Dios,porque son correlativas. Lo importante es que en la vida de losermitaños con vocación de apas o directores espirituales, al finalsiempre vence la gracia de Dios, de Cristo y de su Espíritu, el Bientriunfa sobre el Mal. Esta es la formidable lección de los Padres delYermo, de la literatura sabia del desierto.

    Hoy, desgraciadamente, el tema demoníaco vuelve a estar demoda, es actual. Las sectas satánicas existen, funcionan y perviertenla vida de muchos jóvenes que difícilmente se recuperarán. No espara tomarlo a broma porque el tema es serio y preocupante. Existenhoy también muchas redes demoníacas en la sociedad moderna, ver-daderos laberintos del mal, pecados estructurales a las que hay queexorcizar con la fe en un Ser superior y Todopoderoso. Es tan in-menso el poder del Mal, que es necesaria mucha fe, no el fanatismo,para combatirlo. Pero es una fe que opera por medio del amor, dela solidaridad, de la paz y la justicia.

    Conclusión. El camino del desierto ha sido largo. Hay en élmuchas enseñanzas, mucha sabiduría condensada, lúcida en ocasio-nes, misteriosa en otras. Cuanto más conozcamos el mundo sabio de

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    los Padres del Yermo y su literatura críptica, mejor acomodaremossus enseñanzas a las necesidades espirituales de nuestro tiempo.Quizá nos servirán aquellas gestas y palabras de los «ancianos»como contrapeso a tanta burguesía espiritual, a una civilización fun-dada en el «hago lo que me gusta», «lo que me apetece». Lo dichoen el último apartado es insuficiente y puede completarse en unestudio más sistemático y en una confrontación más completa. Espura sugerencia que considero necesaria.