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BOLILLA III I-SOBERANIA DEFINICIÓN : En sentido amplio, el concepto político-jurídico de soberanía sirve para indicar el poder de mando en última instancia en una sociedad política y, por consiguiente, para diferenciar a ésta de las otras asociaciones humanas, en cuya organización no existe tal poder supremo, exclusivo y no derivado. Por lo tanto, tal concepto esta estrechamente vinculado al de poder político: en efecto, la soberanía pretende ser una racionalización jurídica del poder, en el sentido de transformar la fuerza en poder legitimo, el poder de hecho en poder de derecho. En sentido restringido, en su significado moderno, el termino soberanía aparece, a fines del siglo XVI, junto con el de Estado, para indicar plenamente el poder estatal, único y exclusivo sujeto de la política. La soberanía, en cuanto poder de mando en última instancia, está estrechamente conectada con la realidad esencial primordial de la política: la paz y la guerra. En la edad moderna, con la formación de los grandes estados territoriales, basados en la unificación y la concentración del poder, concierne exclusivamente al soberano, único centro de poder, la tarea de garantizar la paz entre los súbditos de su reino y la de reunirlos para una defensa o una ofensiva contra el enemigo extranjero. El soberano pretende ser exclusivo, omnicompetente y omnicomprensivo, en el sentido de que sólo él puede intervenir en cualquier cuestión y no permitir a otro decidir. Se determina aquí el doble aspecto de la soberanía: el interno y el externo. En el plano interno, el moderno soberano procede a la eliminación de los poderes feudales, de los privilegios de los estados y de las capas, de las autonomías locales, en resumen, de los cuerpos intermedios, con su función de mediación política entre los individuos y el Estado: éste apunta a una eliminación de los conflictos internos, a través de una neutralización y una despolitización de la sociedad, que debe ser gobernada desde el exterior a través de la administración, que es la antitesis de la política.

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BOLILLA III

I-SOBERANIA

DEFINICIÓN: En sentido amplio, el concepto político-jurídico de soberanía sirve para indicar el poder de mando en última instancia en una sociedad política y, por consiguiente, para diferenciar a ésta de las otras asociaciones humanas, en cuya organización no existe tal poder supremo, exclusivo y no derivado. Por lo tanto, tal concepto esta estrechamente vinculado al de poder político: en efecto, la soberanía pretende ser una racionalización jurídica del poder, en el sentido de transformar la fuerza en poder legitimo, el poder de hecho en poder de derecho. En sentido restringido, en su significado moderno, el termino soberanía aparece, a fines del siglo XVI, junto con el de Estado, para indicar plenamente el poder estatal, único y exclusivo sujeto de la política. La soberanía, en cuanto poder de mando en última instancia, está estrechamente conectada con la realidad esencial primordial de la política: la paz y la guerra. En la edad moderna, con la formación de los grandes estados territoriales, basados en la unificación y la concentración del poder, concierne exclusivamente al soberano, único centro de poder, la tarea de garantizar la paz entre los súbditos de su reino y la de reunirlos para una defensa o una ofensiva contra el enemigo extranjero. El soberano pretende ser exclusivo, omnicompetente y omnicomprensivo, en el sentido de que sólo él puede intervenir en cualquier cuestión y no permitir a otro decidir. Se determina aquí el doble aspecto de la soberanía: el interno y el externo. En el plano interno, el moderno soberano procede a la eliminación de los poderes feudales, de los privilegios de los estados y de las capas, de las autonomías locales, en resumen, de los cuerpos intermedios, con su función de mediación política entre los individuos y el Estado: éste apunta a una eliminación de los conflictos internos, a través de una neutralización y una despolitización de la sociedad, que debe ser gobernada desde el exterior a través de la administración, que es la antitesis de la política. En el plano externo, concierne al soberano la decisión de la guerra y de la paz, lo cual presupone un sistema de estados, que no tienen ningún juez por sobre de sí (el Papa o el Emperador) y que regulan sus relaciones con la guerra, aunque ésta es luego cada vez mas disciplinada y racionalizada a través de la elaboración pacticia de un derecho internacional o, mejor dicho, de un derecho publico europeo. En el plano exterior, el soberano encuentra en los otros soberanos pares suyos, se encuentra en una situación de igualdad, mientras que, en el plano interior, el soberano está en una posición de absoluta supremacía, porque tiene debajo suyo a los súbditos, obligados a la obediencia.

LA ESENCIA DE LA SOBERANIA: Las teorías sobre la naturaleza de la soberanía están divididas: Bodin ve la esencia de la soberanía exclusivamente en el “poder de hacer y de abolir las leyes” porque necesariamente absorbe todos los otros poderes y porque, como tal, con sus “mandos”, es la fuerza cohesiva que mantiene unida a toda la sociedad. Hobbes, en cambio, evidencia el momento ejecutivo, es decir, el poder coactivo, que sólo es capaz de imponer determinados comportamientos y que es el único medio adecuado para el fin, el de hacerse obedecer. Por el primero (Bodin), el soberano tiene el monopolio del derecho a través del poder legislativo; por el segundo (Hobbes), el de la fuerza o el de la coerción física: la unilateralidad de estas dos posiciones podría llevar o a un derecho sin potencia o a una política sin derecho. La identificación de la soberanía con el poder legislativo es llevada a sus extremas consecuencias por Rousseau con el concepto de voluntad general, por el cual el soberano puede

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hacer solamente leyes generales y abstractas y no decretos. Pero, de este modo, se pierde de vista toda la enumeración de los otros poderes o de los otros atributos de la soberanía, hecha por Bodin, que son: decidir la guerra y la paz, nombrar los oficiales y los magistrados, acuñar moneda, levantar impuestos, conceder la gracia y juzgar en ultima instancia y, si estas prerrogativas de hechos se debilitan, el soberano legal, a pesar del monopolio de la ley, es reducido a la impotencia. Desde el principio existe acuerdo sobre algunas características formales de la soberanía: para Bodin es “absoluta”, “perpetua”, “inalienable”, “imprescriptible”, “indivisible”. La soberanía es absoluta porque no está limitada por las leyes, dado que estos límites serian eficaces sólo si hubiera una autoridad superior que los hiciese respetar; es perpetua porque es un atributo intrínseco al poder de la organización política y no coincide con las personas físicas que la ejercen. Por esto, la soberanía, de un modo diverso que la propiedad privada, es inalienable e imprescriptible porque el poder político es una función pública y, por lo tanto, indisponible: soberanía y propiedad son dos tipos distintos de posesión del poder, el imperium y el dominum. Más compleja es la cuestión de la unidad de la soberanía por la cual es indivisible. Tal afirmación está dirigida contra las reivindicaciones que habían encontrado, en el retorno a la teoría clásica del Estado mixto, nueva fuerza y nuevo vigor, postulando así una división de la soberanía entre el rey, los nobles y los comunes. En los periodos de guerra civil o de crisis revolucionaria, el Estado mixto o la separación de los poderes siempre acaban por pasar por alto, permitiendo la afirmación de un poder más alto, al verdadero soberano de hecho.

LOS ANTECEDENTES Y LAS INNOVACIONES: La palabra soberanía o el concepto que ésta implica no fueron inventados en el siglo XVI. En la antigüedad y en la Edad Media, para indicar la sede ultima del poder, se usaban términos variados, como summa potestas, summun imperium, maiestas, y, sobre todo, plenitudo potestatis, contra la cual combatirán las teorías conciliares y las reivindicaciones de los estratos y de los estados. La Edad Media conoce el termino “soberano” (no el de “soberanía”), el cual indicaba simplemente una posición de preeminencia, es decir, aquel que era superior en un preciso sistema jerárquico. En la gran cadena de la sociedad feudal, que conectaba en un orden vertical las distintas capas y las diversas clases, desde el rey, atravesando una serie infinita de mediaciones, hasta el súbdito mas humilde, a cada grado correspondía un estatus preciso, connotado por una serie de derechos y de deberes, que no podía ser unilateralmente violado. El advenimiento del Estado soberano rompe esta larga cadena, para dejar un espacio vacío entre el rey y el súbdito, llenado muy pronto por la administración, y para contraponer un soberano a un individuo cada vez más solo y desarmado. El advenimiento del Estado soberano y la emancipación del individuo del estatus que la sociedad siempre le habían asignado, son fenómenos concomitantes, por ser estrechamente interdependientes. En el Medioevo, el principal iura del rey consistía en dictar la justicia con base en las leyes consuetudinarias del país. Con el advenimiento de la moderna teoría de la soberanía el trastorno es total: el nuevo rey es soberano en cuanto hace la ley y, por lo tanto, no está limitado por ella, es supra legem. El derecho se reduce así a la ley del soberano, la cual es superior a todas las otras fuentes. El gran cambio consiste en el hecho de que antes el derecho era dado, ahora es creado. La compleja organización social medieval que interponía toda una serie de mediaciones políticas entre el rey y el súbdito ha desaparecido pero no lo ha hecho la exigencia de aquellas mediaciones, que con su fuerza niveladora sirven para frenar y para debilitar el poder soberano. La ley se ha hecho cada vez mas el instrumento principal de organización de la sociedad; sin embargo, la exigencia de justicia y de protección de los derechos de los individuos ha reaparecido, primero con las grandes doctrinas iusnaturalistas y luego con las grandes

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constituciones escritas de la era de la revolución democrática, que han establecido un freno jurídico a la soberanía proclamando los derechos inviolables del ciudadano.

II-SOBERANIA LIMITADA, ABSOLUTA, ARBITRARIA

Los grandes legistas franceses como Bodin, Loyseau y Le Bret, que en los finales del siglo XVI y comienzos del XVII, remarcaron el carácter absoluto e indivisible del poder soberano, sentían todavía la herencia medieval que había colocado al derecho por encima del rey. Por tanto, la omnipotencia legislativa del soberano no sólo estaba limitada por la ley divina y por la ley natural sino también por las leyes fundamentales del reino, en cuanto conexas a la corona y a ellas unidas de manera indisoluble. Locke reinterpretó a la manera moderna esta exigencia de una soberanía limitada; sin embargo, mas coherentemente, no habla de soberanía sino de “supremo poder” que, confiado al parlamento, por un lado está limitado por el contrato(o por la constitución con los derechos naturales que ésta tutela) y, por el otro, está controlado por el pueblo, del cual es un simple mandatario. La línea absolutista es interpretada por Hobbes y por Rousseau. Para el primero el poder soberano no conoce ni un límite jurídico ni un límite ético dado que las nociones de bien y de mal son relativas a la existencia del Estado y a su supervivencia. Pero este poder soberano no es un poder arbitrario en la medida en que sus mandos no dependen de un capricho sino que son imperativos dictados por una racionalidad técnica según la necesidad del caso, son medios necesarios para conseguir el sumo objetivo político: la paz social requerida para la utilidad de los individuos particulares. En el extremo opuesto está Rousseau; para él la soberanía expresa una racionalidad sustancial o mejor dicho la moralidad, porque ésta pertenece a la voluntad general que se opone a la voluntad particular. La soberanía arbitraria tiene pocos teóricos pero muchas ejemplificaciones en la práctica. Muchos exaltadores ingleses de la omnipotencia del parlamento acababan por defender un régimen arbitrario cuando afirmaban que el parlamento puede hacer de derecho todo lo que puede hacer de hecho, haciendo coincidir así la extensión de su soberanía con su fuerza. Para Austin, la soberanía es ilimitada, indefinida o, mejor dicho, desde el punto de vista legal, despótico. Del mismo modo muchos escritores democráticos legitimaban cualquier “tiranía de la mayoría” o por justificar todo acto arbitrario hecho en nombre del pueblo. La contraposición entre las tres posiciones puede sintetizarse así: para los partidarios de la soberanía limitada, la ley es un mando “justo”; para los sustentadores de la soberanía absoluta, la ley es un mando técnico, racional respecto del objetivo, o bien es un mando intrínsecamente universal; para los defensores de la soberanía arbitraria, la ley es el capricho del mas fuerte.

TEORIAS REALISTAS Y TEORIAS ABSTRACTAS: Los primeros teóricos de la soberanía, de Bodin a Hobbes, cuando hablaban del poder soberano pensaban en el del rey. Existe en ellos la exigencia de identificar físicamente el poder. Esta unidad de realismo y de formalización jurídica se pierde en los pensadores posteriores: algunos elaboran teorías jurídicas abstractas que, remarcando la impersonalidad de la soberanía, la atribuyen al Estado o al pueblo o a ambos; otros formulan las teorías políticas realistas, las cuales demuestran cómo el poder es, de hecho, detentado por la clase económicamente dominante(Marx),por la clase política(Mosca),por la elite del poder(Mills), por los grupos sociales(teorías pluralistas de la poliarquía), por quien es capaz de decidir el estado de excepción(Schmitt). Si las teorías jurídicas destacan como elemento sintético y unitario al Estado, el cual, como ordenamiento jurídico, atribuye a los distintos órganos sus funciones especificas, eludiendo, sin embargo, el problema de quién decide físicamente, las teorías políticas democráticas caen, pero

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en dirección opuesta, en el mismo proceso de abstracción, de formalización y de despersonalización, por el cual imputan al pueblo una voluntad sintética y unitaria. ¿Cuál pueblo en realidad? El pueblo jurídicamente organizado en las asambleas de las capas y de los estados, después políticamente organizado en los partidos presentes en el parlamento. Pero ¿quién en última instancia tiene de hecho el poder soberano: el pueblo o su representación? Todo este proceso de formalización y de abstracción dirigido a la despersonalización del poder, nos oculta al que manda de hecho en ultima instancia en una sociedad política: esto explica la reacción del pensamiento político de los siglos XIX y XX contra estas abstracciones, para indagar dónde reside verdaderamente el poder, aquel poder ultimo de decisión que, en el momento en que adquirió conciencia de sí, se definió soberano.

DICTADURA SOBERANA Y SOBERANIA POPULAR: Con la progresiva juridizacion del Estado y con su respectiva reducción a ordenamiento tiene poco sentido hablar de soberanía, pues nos encontramos frente a poderes constituidos y limitados mientras que la soberanía, en realidad, es un “poder constituyente”, creador del ordenamiento y, como tal, supremo, originario. Así, la soberanía es un poder adormecido que se manifiesta sólo cuando se rompen la unidad y la cohesión social, cuando hay concepciones alternativas sobre la constitución, cuando hay una fractura en la continuidad del ordenamiento jurídico. La soberanía marca siempre un principio para un nuevo orden civil: es un hecho que “crea” el ordenamiento. Pero entre los poderes constituyentes se pueden, tipológicamente, indicar dos: la dictadura soberana y la soberanía popular. Con la dictadura soberana se quiere remover la constitución vigente para imponer otra, considerada mas justa y mas verdadera, por parte de un solo hombre, de un grupo de personas o de una clase social que se presentan como interpretes de una presunta racionalidad y actúan como comisarios del pueblo, sin tener, empero, su explicito mandato. En el extremo opuesto tenemos la real soberanía del pueblo, que se explica en su poder constituyente, con el cual por medio de la constitución establece los órganos o los poderes constituidos e instaura el ordenamiento en el cual están previstas las reglas que permiten su transformación y su aplicación. El poder constituyente del pueblo conoce desde entonces procedimientos consolidados capaces de garantizar que el nuevo orden corresponda a la voluntad popular. Si la dictadura soberana es un mero hecho productor del ordenamiento, el poder constituyente del pueblo es una síntesis de poder y derecho, de ser y deber ser, de acción y consenso, porque basa la creación de la nueva sociedad en el iuris consensu. LOS ADVERSARIOS DE LA SOBERANIA: El concepto moderno de soberanía ha logrado unificar procesos históricos, como la formación del Estado moderno y ha permitido la elaboración conceptual de toda una teoría del Estado. Sin embargo, en la historia también se han dado procesos históricos y realizaciones institucionales de difícil comprensión si se parte del rigor de este concepto político-jurídico. Puntualizaremos dos: uno en el plano jurídico y otro en el plano político; por un lado, el constitucionalismo (y el federalismo que forma parte de él) y, por el otro, el pluralismo. Las distintas técnicas del constitucionalismo están dirigidas a combatir, con el Estado mixto y la separación de los poderes, toda concentración y unificación del poder, a dividirlo en un equilibrio balanceado de órganos. Soberanía y constitucionalismo siempre han sido entendidos como términos antitéticos y la victoria del segundo se logró con las constituciones escritas, cuyas normas son jerárquicamente superiores a las leyes ordinarias y hechas eficaces por cortes judiciales adecuadas. De tal manera fue posible garantizar los derechos de los ciudadanos por los viejos y por los nuevos soberanos. El Estado federal norteamericano, que nació de un compromiso político entre los defensores de una confederación de estados y los partidarios de un estado unitario, resulta incomprensible si

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partimos del concepto de soberanía, que nos impondría escoger, como sede del poder soberano, o el Estado federal o los Estados miembros. Pero, en realidad, éste es, al mismo tiempo, una confederación y una unión o, mejor dicho, una combinación de ambas, con base en una ingeniería, la cual divide, en un complejo equilibrio, poderes que pertenecen a la soberanía entre los Estados miembros y el Estado federal. Se puede comprender el Estado federal partiendo no del concepto de soberanía sino del de supremacía de la ley y, en este caso, de la constitución, que delimita las respectivas esferas de competencia de los Estados y del Estado. Pero el verdadero adversario de la soberanía es la teoría pluralista, justamente porque la primera destaca al máximo el momento de la unidad y del monismo mientras que las concepciones pluralistas demuestran que no existe la unidad del Estado, con el monopolio de decisiones autónomas porque, de hecho, el individuo vive en asociaciones y grupos distintos capaces de imponer sus propias opciones. En realidad, en la sociedad existe una pluralidad de grupos en competencia o en conflicto para condicionar el poder político y, precisamente, esta pluralidad impide que haya una sola autoridad, omnicompetente y omnicomprensiva, y el proceso de la decisión política es el resultado de toda una serie de mediaciones. En esta división del poder, en esta poliarquía, no hay un verdadero soberano. Se ha visto cómo el constitucionalismo, el federalismo, el pluralismo pueden no sólo debilitar sino destruir la unidad del cuerpo político que está dada por la soberanía. Pero, donde no hay monopolio de la fuerza en una sola instancia, donde no existe el “mando” que mantenga unido el cuerpo social, o existe el consenso en los valores últimos y en las reglas del juego para crear la fidelidad, para establecer la obligación política, o se vuelve al Estado de naturaleza, que es el de la fuerza y se desencadena así la lucha por la soberanía.

EL ECLIPSE DE LA SOBERANIA: En nuestro siglo el concepto político-jurídico de soberanía ha entrado en crisis tanto en el plano teórico como en el practico. En el plano teórico, con el predominio de las teorías constitucionalistas; en el plano practico, con la crisis del Estado moderno, incapaz de ser un centro de poder único y autónomo. Para el fin de este monismo han contribuido conjuntamente tanto la realidad cada vez más pluralista de las sociedades democráticas como el nuevo carácter de las relaciones internacionales, en las cuales las interdependencias entre los distintos estados son cada vez más fuertes y estrechas en el plano jurídico y económico y en el plano político e ideológico. La plenitud del poder estatal está en decadencia. Con esto, sin embargo, no desaparece el poder; desaparece solamente una determinada forma de organización del poder, que tuvo su punto de fuerza en el concepto político-jurídico de soberanía. La grandeza histórica de tal concepto es la de haber conducido a una síntesis entre poder y derecho, entre ser y deber ser; una síntesis siempre problemática dirigida a destacar un poder supremo y absoluto pero también legal, a tratar de racionalizar, a través del derecho, el poder ultimo, eliminando la fuerza de la sociedad política.

III-TERRITORIO

CONCEPTO. JELLINEK Y KELSEN: El territorio es el espacio físico en el que el Estado se asienta, donde desarrolla su actividad y donde ejerce su poder. Por ello, el territorio es uno de sus elementos esenciales. Enseña Jellinek que la significación jurídica del territorio de un Estado se exterioriza de una doble manera: una positiva, en tanto las personas que lo habitan quedan sujetas al poder del Estado que en él se asienta; otra negativa, en cuanto ese poder excluye el ejercicio de su poder por parte de cualquier otro Estado.

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Kelsen, sin embargo, observando que existen determinadas normas jurídicas que se aplican mas allá de las fronteras que se reconocen a los Estados y otras a quienes no se encuentran dentro de ellas, sostiene que los limites políticos significan, por lo general, una restricción para la vigencia del derecho pero dicha restricción no es absoluta y, por esa razón, hace coincidir al territorio mas que con un área física con “el ámbito espacial de validez del orden jurídico”. *Hasta el siglo XIX no se consideró que la posesión permanente de un territorio fuera una condición necesaria para la existencia del Estado. Los autores de la antigüedad lo concebían como una comunidad de ciudadanos cuya identidad se vinculaba más con una relación genealógica que con el área geográfica de su residencia. En la Edad Media, por el contrario, predominaba la idea de que el poder era una consecuencia de la propiedad de la tierra y existía entonces una cierta confusión acerca del tipo de relación que vincula al Estado y el territorio. *El poder del Estado implica una relación de mando-obediencia que solo es referible a individuos: únicamente los seres humanos mandan u obedecen, las cosas no lo hacen. Por ello, la vinculación entre el Estado y el territorio requiere de la intermediación de la población. El Estado no tiene, según Jellinek, el dominio de su territorio de la misma forma que los seres humanos son propietarios de las cosas inmuebles; lo obtiene indirectamente a través del poder que ejerce sobre quienes integran su población. No es, entonces, una relación de dominio sino de imperio. *La noción clásica que exponía Jellinek, en el sentido de que el poder del Estado dentro de su territorio es soberano, ha sido puesta en crisis por la aparición de modernas formas de asociación. Las comunidades de Estados más evolucionadas han producido el fenómeno de la aparición de organizaciones supraestatales que crean derecho (ej.: la Unión Europea).

MODOS DE ADQUISICIÓN: Tradicionalmente fueron reconocidos dos modos básicos de adquisición de territorios: la ocupación y la conquista, a los que se añaden otros de menor incidencia relativa.1) Ocupación: Consiste en la toma de posesión que un Estado efectúa de un territorio antes desconocido o despoblado y mantiene esa posesión en una forma efectiva y publica. Estas tierras eran consideradas como cosas sin dueño (res nullius) y, al igual que en el caso de la posesión del derecho privado, se exigía, además de la aprehensión material del área por un Estado, el ánimo de poseerla para sí. La ocupación como modo de adquisición de territorios tuvo importancia en la época de los grandes descubrimientos de los siglos XV y XVI y hoy sólo reviste interés en los casos en que dos Estados controvierten sobre un titulo originado en ese entonces porque la cuestión debe ser resuelta aplicando los principios vigentes en aquel momento. En el siglo XV, la Santa Sede adjudicó tierras por la regla del descubrimiento: inicialmente a Portugal y luego a España y Portugal. Sin embargo, en el siglo siguiente, distintos estados cuestionaron tal tipo de donaciones de la Iglesia y comenzaron a conceder cartas-patente, como las otorgadas por la reina Isabel de Inglaterra, que dieron lugar a la ocupación de parte de América del Norte. Desde fines del siglo XVI la ocupación fue el titulo principal para la adquisición de territorios. Sin embargo, el hecho de que dicha ocupación consistía en un acto meramente simbólico abrió paso luego de dos siglos a la exigencia de que la ocupación fuera efectiva y no solo formal o ficticia.

2)-Conquista: consistente en la sumisión a la soberanía de un Estado de un territorio perteneciente a otro Estado por medio de la fuerza, fue otro de los modos frecuentes de adquirir territorios hasta fines del siglo XVIII, entendiéndose que la mera ocupación bélica implicaba, ipso ipso, la conquista.

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La Carta de las Naciones Unidas prohíbe actualmente la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado.

3-Otros medios: Un Estado puede también ampliar su territorio en virtud de otros hechos, algunos originarios y otros derivados. Los originarios son obra de la naturaleza o provienen del trabajo de su población. Así, un Estado adquiere territorio por accesión cuando surge una isla dentro del mar territorial o de un río o lago sometido a su poder o cuando, por medio de obras de ingeniería, gana terreno desde la costa construyendo espigones, muelles o terraplenes y rellena los espacios intermedios. Lo adquiere por aluvión como resultado de la acumulación lenta de tierra que depositan las aguas formando islas o deltas en el territorio marítimo o fluvial y adquiere por avulsión la masa de tierra que se desprende naturalmente de otro territorio, añadiéndose al propio. Los hechos derivados provienen de fuentes jurídicas. La cesión es la transferencia de la soberanía sobre determinado territorio realizada por un Estado a otro como consecuencia de un tratado internacional. Un Estado, a su vez, puede fraccionarse dando lugar a la formación de varios Estados o una parte de él puede emanciparse, declarando su independencia. Los Estados que se forman de este modo adquieren sus respectivos territorios por sucesión. Se obtiene, a su vez, territorio por adjudicación cuando, existiendo litigio a su respecto, le es concedido a uno de los Estados que se lo disputan, por sentencia o laudo de un tribunal arbitral o internacional. Finalmente, un Estado adquiere por prescripción el territorio que posee durante largo tiempo aunque haya sido en algún momento reivindicado por otro. Se requiere en este caso que la posesión tenga un origen lícito, que se conserve de modo público, sin ser turbada por reclamaciones por parte de otro Estado y se prolongue durante un tiempo lo suficientemente largo como para presumirse que cualquier otro Estado ha desistido de invocar derechos sobre ese territorio.

LIMITES: Los límites entre los Estados se fijan apelando a dos tipos de procedimientos. Unos toman como base accidentes naturales (montañas, ríos, lagos, etc) y otros recurren a elementos artificiales (como los meridianos y paralelos geográficos). Se adoptan así limites naturales o limites artificiales.

PROLONGACIONES DEL TERRITORIO: Distintas cuestiones surgen al aplicar a un espacio geográfico concreto el concepto de territorio del Estado. A este respecto es necesario examinar los problemas que plantean lo que se conoce como sus prolongaciones (subsuelo, mar territorial y espacio aéreo). Con relación al subsuelo, no se discute que al Estado al que pertenece la superficie le corresponde también su continuación en dirección al centro de la tierra. Asimismo, ha sido admitida la prolongación del territorio del Estado hacia el mar adyacente pero diversas cuestiones han surgido en torno a la extensión del mar territorial. Con respecto al espacio aéreo, por el contrario, se han formulado diversas doctrinas aunque actualmente los autores aceptan que la de la soberanía absoluta del Estado subyacente ha sido adoptada por la mayor parte de las legislaciones positivas y por distintas convenciones internacionales.

-El mar territorial y la alta mar: Se denomina “mar territorial” a la franja de aguas marinas que se halla bajo la soberanía del Estado costero y, por exclusión, “alta mar” o “mar libre” al vasto espacio marítimo que se sitúa fuera del espacio que los mares territoriales delimitan.

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La alta mar está “abierta a todas las naciones” y ningún Estado puede pretender legítimamente someter cualquier parte de ella a su soberanía. El principio de la libertad de la alta mar implica que determinados derechos son atribuidos por igual a todos los Estados, con litoral marítimo o sin él, entre otros: la libertad de navegación, de pesca, de tender cables o tuberías submarinas y de volar sobre esa zona del océano. El poder que puede ejercer un Estado se limita, en principio, a las naves de su propia bandera. El mar territorial es la franja de agua comprendida entre la costa de un Estado, contada desde la línea de la más baja marea, y una línea imaginaria que corre paralelamente a cierta distancia. La elaboración del concepto de mar territorial tuvo por objeto la protección de dos valores fundamentales: otorgar la máxima libertad de navegación para todos los Estados en cuanto fuera compatible con la seguridad del Estado costero. Si bien el concepto de mar territorial es actualmente muy preciso, no existe acuerdo en torno a la extensión que puede adquirir; por el contrario, esta cuestión ha sido y es fuente de conflictos internacionales.

-Las zonas económicas: El hecho de que una franja de agua sea considerada mar territorial implica que quedan reservados para el Estado costero determinados derechos de gran importancia económica, como la pesca y la explotación de los recursos minerales de su subsuelo. Por ello, distintos Estados que no reivindican un mar territorial de gran extensión se adjudican, sin embargo, zonas económicas o zonas de pesca exclusivas que pueden alcanzar las 200 millas.

-La zona contigua: Es una zona de la alta mar vecina al mar territorial en la que la convención internacional que rige la materia concede al Estado costero el derecho de ejercer el control necesario para prevenir o castigar infracciones a las reglamentaciones aduaneras, fiscales, de inmigración o sanitarias, cometidas o que pudieran cometerse en su territorio terrestre o en su mar territorial. Según la Convención sobre Mar Territorial y la Zona Contigua, la máxima anchura de la zona contigua no puede exceder de las 12 millas.

-La plataforma continental: Es definida como el lecho del mar y el subsuelo de las zonas marinas adyacentes a las costas pero situadas fuera de la zona de mar territorial, hasta una profundidad de 200 metros o mas allá de ese limite hasta donde las aguas permitan la explotación de sus recursos naturales.

LAS CARACTERÍSTICAS DEL TERRITORIO: La influencia de las características naturales del territorio sobre la configuración de los Estados ha sido objeto de múltiples especulaciones. Durante los siglos XIX y XX se desarrolló una disciplina, la geopolítica, que estudia los Estados como fenómenos espaciales, con la idea de comprender las bases geográficas de su poder, investigando el territorio, el clima, los recursos naturales y su localización, las características y distribución de la población, la actividad económica y las estructuras políticas.

IV-ESTADO, PUEBLO Y NACIÓN

LA POBLACIÓN: Es uno de los elementos esenciales del Estado, lo que implica que no puede existir un Estado sin población. Sólo es posible investigar el fenómeno social que significa el Estado a través de los hechos y actos reales en que consiste su vida concreta, que son producidos por los hombres que los determinan. Con respecto a la población existen dos corrientes básicas que difieren en cuanto al contenido que le atribuyen a su estudio como elemento del Estado. Por una parte, está aquella que

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considera suficiente comprobar que el Estado se sustenta en un grupo humano estable, sin interesarle su composición ni sus características especificas; por la otra, hay quienes creen que es necesario analizar, como mínimo, la presencia de ciertos y determinados requisitos en el grupo, cuya exigencia varia. La primera alternativa pone el acento en lo que es imprescindible para que un Estado exista; la segunda, en lo que es necesario para que perdure. Por nuestra parte, emplearemos la palabra “población” con una máxima amplitud, aludiendo al conjunto de los seres humanos que conviven en forma estable en el territorio de un Estado. Es una noción muy amplia a la que le es ajena la exigencia de tales o cuales características peculiares de los individuos que la componen y que solo remite a la comprobación de la existencia de un grupo social permanente que se desarrolla por reproducción natural, en un ámbito físico determinado.

PUEBLO: El termino “pueblo” tiene un alcance mas limitado que el vocablo “población” para aquellos que quieren asignarle un contenido especifico desde distintos puntos de vista y, además, una mayor connotación emocional e ideológica. Los autores que se sitúan en una perspectiva jurídica identifican al pueblo de un Estado con el conjunto de sus ciudadanos y no ya con todos los seres humanos que integran el grupo humano que habita en su territorio. Otros le dan al vocablo un contenido político, aludiendo a quienes no participan del gobierno, es decir, a aquellos individuos que no ejercen el poder del Estado. También se utiliza la expresión con un contenido de raíz socioeconómica, refiriendo como pueblo a aquellas clases menos favorecidas de la comunidad.

NACIONALIDAD: Partiendo de la utilización del concepto de población en un sentido amplio, asimilándolo al conjunto de los seres humanos que conviven establemente en el territorio de un Estado, se advierte que quienes lo integran se encuentran encuadrados en dos estatutos jurídicos básicos. En este sentido, se distingue entre nacionales y extranjeros. La nacionalidad es el vínculo particular que se establece entre un individuo y un Estado como consecuencia del cual aquel es considerado miembro de la comunidad política que éste constituye, según el derecho interno y el derecho internacional. Los extranjeros, por su parte, integran la sociedad civil que sustenta al Estado cuyo territorio habitan pero no son considerados, en principio, como parte de esa comunidad. Corresponde a cada Estado establecer las normas que regulan la adquisición y la pérdida de la nacionalidad. -La institución de la naturalización, es decir, la posibilidad de adquirir una nacionalidad distinta a la que determinaban las reglas habituales, se conocía desde antiguo, pero era una medida infrecuente con la que se honraba a una persona por razones muy particulares. La nacionalidad fue concebida como una relación indisoluble e inflexible hasta mediados del siglo XIX. En adelante, las normas del derecho interno de los Estados que regularon la adquisición y la pérdida de la nacionalidad comenzaron a evolucionar hacia una mayor amplitud, adaptándose a la movilidad de la población que posibilitan los constantes adelantos en materia de transporte. -Los Estados contemporáneos atribuyen una nacionalidad a toda persona física en el momento de nacer (la nacionalidad de origen), aunque las reglas básicas para conferirla difieren. En este sentido, se siguen dos grandes sistemas: a) el del derecho “de la sangre” (ius sanguinis), según el cual el individuo tiene la nacionalidad de sus padres cualquiera que sea el país en el que nace; b) el del “derecho del territorio” (ius soli) que asigna a la persona la nacionalidad del Estado en cuyo territorio nace, sea cual fuere la nacionalidad de sus padres.

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-En este siglo, los Estados suelen reconocer la titularidad de derechos y obligaciones civiles a toda la población, sean nacionales o extranjeros. Los derechos y obligaciones políticos, por el contrario, quedan restringidos a los nacionales de cada Estado.

CIUDADANIA: No todos los que poseen la nacionalidad de un Estado suelen estar emplazados en un idéntico estatuto político, por lo que corresponde introducir una segunda distinción. La titularidad efectiva de derechos y obligaciones de esta naturaleza no se vincula con el concepto de nacionalidad sino con el de ciudadanía: los ciudadanos son solo una parte de los nacionales, es decir, aquellos que se encuentran calificados legalmente para ejercer los derechos políticos, por lo que hay nacionales que, por razones de edad, sexo u otras causas previstas por el derecho interno de cada Estado, no son tampoco ciudadanos. La ciudadanía supone la nacionalidad pero alude a un grupo mas reducido de la sociedad. Al mismo tiempo, dentro del número total de los ciudadanos, tampoco todos poseen los derechos políticos en una extensión similar. Así como el conjunto de los ciudadanos tiene el derecho a elegir a sus gobernantes y, en tal sentido, compone el electorado activo, no todos los integrantes de dicho grupo gozan del derecho a ser elegidos para desempeñar determinado cargo y, por lo tanto, constituyen el electorado pasivo, que es numéricamente menor como consecuencia de la previsión de ciertas condiciones para acceder a una magistratura.

SOCIOLOGÍA DE LA POBLACIÓN: Kelsen se centra en el estudio del estatuto jurídico de la población. Sostiene, en este sentido, que las investigaciones que deben interesar a la teoría general del Estado respecto de la población que lo integra no se refieren a “las cualidades físicas o psíquicas de los hombres que lo constituyen: no es una etnología”. Considerando al Estado como un orden normativo, la población no es, para este autor, una pluralidad de hombres sino de acciones y omisiones y sólo en la medida en que las contempla el Derecho, pues el hombre no está sometido en la totalidad espiritual y física de su ser al poder del Estado. Para Jellinek, que integra su teoría general del Estado con una visión sociológica, es importante añadir al análisis del estatuto jurídico de la población el de otro tipo de conocimientos. En este sentido, se interesa por dos aspectos de la población: el cuantitativo (su cantidad y distribución) y el cualitativo (su composición y características). En cuanto a la cantidad optima de los pobladores de un Estado, existen dos posturas contrapuestas. Por un lado, están los partidarios del aumento sostenido de la población, coincidiendo con aquellos que postulan un engrandecimiento del Estado por vía de las conquistas territoriales o de la ocupación de sus áreas despobladas. Por otro lado, destacamos a Thomas Malthus, quien sostuvo que la humanidad estaría obligada a regular la tasa de natalidad si deseaba perdurar en el planeta, por cuanto creía que la disponibilidad de los alimentos y de los demás bienes necesarios para la vida del hombre crecería en forma aritmética mientras que la población lo haría en forma geométrica. En cuanto a la calidad optima de la población, Platón sostenía que una comunidad ideal debía estar rígidamente estructurada en clases sociales fijas, a cada una de las cuales le correspondía tener distintas y determinadas habilidades. Modernamente, sin embargo, los autores han girado en torno a un eje distinto: la homogeneidad. Suelen distinguirse dos tipos de homogeneidad: la natural, que se configura cuando la población pertenece a una misma raza predominantemente pura y la cultural, que se produce

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cuando, a partir de la mezcla de distintas estirpes a través de periodos históricos prolongados, se generan individuos que terminan poseyendo determinados rasgos comunes. La primera forma de homogeneidad asume, en la actualidad, un interés prácticamente conceptual ya que casi la totalidad de las comunidades modernas corresponde a la segunda clase.

LA POBLACIÓN COMO SUJETO Y COMO OBJETO: Desde una perspectiva política, la población asume un doble carácter: es sujeto, en cuanto una parte de ella es la encargada de ejercer el poder del Estado y actuar en su nombre y también objeto, en cuanto es la destinataria de esa misma actividad. Los individuos, en cuantos objetos del poder del Estado, son sujetos de deberes; en cuantos miembros del Estado, por el contrario, sujetos de derechos.

PUEBLO EN SENTIDO NATURAL Y PUEBLO EN SENTIDO CULTURAL: Héller emplea únicamente la palabra “pueblo” para aludir a este elemento esencial del Estado y, por ello, en su construcción teórica están ausentes las diferencias de matiz que hemos señalado en el contenido de los vocablos “población” y “pueblo”. Sin embargo, desarrolla dos conceptos que han sido el punto de partida de múltiples elaboraciones teóricas posteriores: las de pueblo en su aspecto natural que coincide con el significado que hemos dado a la expresión población del Estado(es decir, el grupo humano que se desarrolla por simple reproducción) y de pueblo como formación cultural. En las poblaciones se suele dar, con el correr del tiempo y la prolongación de la convivencia a través de las generaciones, una cierta conexión entre los hombres que integran un pueblo en sentido natural con vínculos de carácter fundamentalmente cultural (religioso, idiomático, de costumbres, políticos o de otra índole).

NACIÓN: Una población(o pueblo en sentido cultural) que se ha reconocido como un pueblo en sentido cultural, al adquirir conciencia de su relativa homogeneidad, se transforma en una nación cuando es capaz, además, de construir una voluntad política común, por lo menos, en lo que respecta a ciertas cuestiones en momentos determinados. Según Héller, un pueblo en sentido cultural que adquiere una voluntad política común se transforma conceptualmente en una nación pero esa evolución, aunque constituye un transito necesario, no supone que deba afrontar luego inevitablemente el desafío de intentar constituir un Estado. Héller se preocupó por demostrar que el puro principio subjetivo es insuficiente para configurar una nación: es una realidad social y, como tal, se sustrae a toda antinomia entre objetividad y subjetividad. El subjetivismo priva al pueblo de realidad al situarlo exclusivamente en la esfera subjetiva de la conciencia y de la decisión volitiva. Así como el concepto de nación no puede construirse sobre la base de la existencia de ciertos elementos objetivos precisamente determinados, tampoco constituye una mera subjetividad: las naciones no son sólo consecuencia de actos de voluntad de un hombre o de un grupo de hombres; son realidades sociales que, en ciertas circunstancias, se manifiestan espontánea e inconscientemente y aun contra la voluntad de los hombres.---------------------------------