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estado del país Ecuador 1950-2010 informe cero

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  • estado del pas

    Ecuador1950-2010

    informe cero

  • Escuela Superior Politcnica del Litoral (ESPOL)Moiss Tacle Galrraga, rector

    Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Sede Ecuador)Adrin Bonilla Soria, director

    Pontificia Universidad Catlica del Ecuador (PUCE)Manuel Corrales Pascual, S.J., rector

    Universidad de Cuenca Jaime Astudillo (enero 2006-enero 2011)

    Fabin Carrasco (enero 2011-enero 2016), rectores Contrato Social por la Educacin en el Ecuador

    Milton Luna Tamayo, coordinador nacional Observatorio de los Derechos de la Niez y la Adolescencia (ODNA)

    Carolina Reed, presidenta

    estado del pas

  • estado del pas

    Ecuador1950-2010

    informe cero

  • Informe cero. Ecuador 1950-2010 Adrin Bonilla Soria, FLACSO, presidenteMilton Luna Tamayo, Contrato Social por la Educacin, secretario ejecutivo

    2011. Estado del pas Comit editorial Alfredo Astorga, Contrato Social por la Educacin Betty Espinosa, FLACSO Sede EcuadorFernando Carvajal, Universidad de CuencaGustavo Solrzano, ESPOLMilton Luna Tamayo, Contrato Social por la Educacin Margarita Velasco, ODNAMiriam Aguirre Montero, PUCENelson Reascos, PUCE

    Edicin: Otto Zambrano MendozaCorreccin: Eugenia WazhimaDiseo y diagramacin: Santiago CaleroFotografas: Portada: Santiago Calero Pg. 20, 92, 200: Archivo Histrico del Ministerio de Cultura Pg. 282: Unicef-ECU-1994-0024-CLAVIJOApoyo: Gabriela BarbaImpresin: Activa

    Primera edicin. Mayo de 2011Impreso en Quito, EcuadorISBN: 978-9942-03-589-91.000 ejemplares

    Esta publicacin ha contado con el apoyo de Unicef Ecuador, durante la representacin de Cristian Munduate

    Los integrantes del Estado del pas y Unicef no se hacen responsables de la veracidad o exactitud de las informaciones u opiniones vertidas en esta publicacin, ni comparten necesariamente todos los contenidos aportados en la misma.

    Se permite la reproduccin parcial o total de cualquier parte de esta publicacin, siempre y cuando pueda ser utilizado para propsitos educativos o sin fines de lucro, y se indique la fuente de dicha informacin.

    estado del pas

  • Siglas 6Presentacin 9Prefacio 10Introduccin general 13 Cultura La cultura, las culturas y la identidad 23 Nelson Reascos Vallejo Las polticas culturales del Estado (1944-2010) 29 Fernando Tinajero Diversidad cultural 43 Luis Montaluisa Chasiquiza La cultura en el sentido ilustrado 63 Rodrigo Villacs Molina Las instituciones culturales 77 Carlos Landzuri Camacho y Mara Patricia Ordez Economa Ecuador: la evolucin de su economa 1950-2008 95 Fernando Carvajal Crisis actual de la economa mundo capitalista 105 Pedro Jarrn Ochoa La economa ecuatoriana: 1950-2008 119 Adrin Carrasco Vintimilla, Pablo Beltrn Romero y Jorge Luis Palacios Riquetti Poder poltico, economa y derecho en los ltimos 60 aos 153 Ximena Endara Osejo Marco jurdico, institucional y polticas ambientales pblicas 169 Ivn Narvez Ciencia y tecnologa en Ecuador: una mirada general 189 Mximo Ponce Poltica Evolucin poltica, participacin y nuevo diseo institucional 203 Ramiro Viteri G. Poltica y movimientos sociales en Ecuador de entre dos siglos 207 Jorge G. Len Trujillo Participacin, desconfianza poltica y transformacin estatal 231 Franklin Ramrez Gallegos Transicin hacia el centralismo burocrtico 247 Guillaume Fontaine y Jos Luis Fuentes Instituciones polticas y consolidacin democrtica en Ecuador 263 Marco Crdova Montfar Social Las polticas sociales en Ecuador del siglo XX 285 Betty Espinosa Educacin 1950-2010 291 Milton Luna Tamayo y Alfredo Astorga Tendencias en las oportunidades y acceso de los estudiantes a la educacin superior 307 David Post La salud de la poblacin: medio siglo de cambios 323 Margarita Velasco A. El trnsito a los derechos 343 Soledad lvarez Velasco

    ndice

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    SiglasAGD Agencia de Garanta de Depsitos

    AMEIBA Modelo de Educacin Intercultural Bilinge de la Amazona

    ANC Asamblea Nacional Constituyente

    AP Alianza PAIS

    APS Atencin Primaria de Salud

    BCE Banco Central del Ecuador

    BM Banco Mundial

    CCCC Comisin de Control Cvico de la Corrupcin

    CCE Casa de la Cultura Ecuatoriana

    CCS Comisiones Ciudadanas de Seleccin

    CDN Convencin de los Derechos del Nio

    CEN Corporacin Editora Nacional

    CEPAL Comisin Econmica para Amrica Latina y el Caribe

    CEPE Corporacin Estatal Petrolera Ecuatoriana

    CFP Concentracin de Fuerzas Populares

    CIEI Centro de Investigaciones para la Educacin Indgena

    CIDAP Centro Interamericano de Artesanas y Artes Populares

    CNC Consejo Nacional de Cultura

    CNNA Consejo Nacional de la Niez y Adolescencia

    CONACYT Consejo Nacional de Ciencia y Tecnologa

    CONADE Consejo Nacional de Desarrollo

    CONAIE Confederacin de Nacionalidades Indgenas del Ecuador

    CONAM Consejo Nacional de Modernizacin

    CONFENIAE Confederacin de Nacionalidades Indgenas de la Amazona Ecuatoriana

    CONUEP Consejo Nacional de Universidades y Escuelas Politcnicas

    CPCCS Consejo de Participacin Ciudadana y Control Social

    CSE Contrato Social por la Educacin

    CTE Confederacin de Trabajadores del Ecuador

    DHE Derecho Humano a la Educacin

    DINEIB Direccin Nacional de Educacin Intercultural Bilinge del Ecuador

    DP Democracia Popular

    ECUARUNARI Ecuador Runakunapak Rikcharimuy

    EIBAMAZ Programa de Educacin Intercultural Bilinge para la Amazona

    ENEMDU Encuestas Nacionales de Empleo, Desempleo y Subempleo

    EPT Educacin para Todos

    Espol Escuela Politcnica del Litoral

    FEI Federacin Ecuatoriana de Indios

    FEINE Consejo de pueblos y organizaciones indgenas evanglicas del Ecuador

    FEIREP Fondo de Estabilizacin Inversin

    Social y Productiva y Reduccin del Endeudamiento Pblico

    FENOC Federacin Ecuatoriana Nacional de Organizaciones Catlicas

    FENOCIN Federacin de Organizaciones Campesinas, Indgenas y Negras

    FESE Federacin de Estudiantes Secundarios del Ecuador

    FEUE Federacin de Estudiantes Universitarios del Ecuador

    FLACSO Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales

    FMI Fondo Monetario Internacional

    FONSAL Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito

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    FUNDACYT Fundacin para la Ciencia y la Tecnologa

    FUT Frente Unitario de los Trabajadores

    ID Izquierda Democrtica

    IEOS Instituto Ecuatoriano de Obras Sanitarias

    IESS Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social

    IDN ndice de cumplimiento de los Derechos de la Niez y Adolescencia

    ILV Instituto Lingstico de Verano

    INAMHI Instituto Nacional de Meteorologa e Hidrologa

    INDB Ingreso nacional disponible bruto

    INEC Instituto Nacional de Estadsticas y Censos

    INIAP Instituto Nacional Autnomo de Investigaciones Agropecuarias

    INPC Instituto Nacional de Patrimonio Cultural

    IVA Impuesto al valor agregado

    JUNAPLA Junta Nacional de Planificacin y Coordinacin Econmica

    LOTAIP Ley Orgnica de Transparencia y Acceso a la Informacin Pblica

    MAE Ministerio del Ambiente del Ecuador

    MOSEIB Modelo del Sistema de Educacin Intercultural Bilinge

    MSP Ministerio de Salud Pblica

    MUPP Movimiento de Unidad Plurinacional-Pachakutik

    OEA Organizacin de Estados Americanos

    ODNA Observatorio de la Niez y Adolescencia

    OMS Organizacin Mundial de la Salud

    ONG Organizaciones No Gubernamentales

    ONU Organizacin de las Naciones Unidas

    OPEP Organizacin de Pases Exportadores de Petrleo

    OPS Organizacin Panamericana de la Salud

    OSHE Organizacin Shuar del Ecuador

    PCE Partido Conservador Ecuatoriano

    PEA Poblacin econmicamente activa

    PGE Presupuesto General del Estado

    PIB Producto interno bruto

    PK Pachakutik

    PNB Producto nacional bruto

    PRE Partido Roldosista Ecuatoriano

    PRIAN Partido Renovador Institucional Accin Nacional

    PSC Partido Social Cristiano

    PUCE Pontificia Universidad Catlica del Ecuador

    SENACYT Secretara Nacional de Ciencia y Tecnologa

    SENPLADES Secretara Nacional de Planificacin y desarrollo

    SIISE Sistema de Indicadores Sociales del Ecuador

    SILOS Sistemas locales de salud

    SNCT Sistema Nacional de Ciencia y Tecnologa e Innovacin

    TULASMA Texto Unificado de Legislacin Secundaria del Ministerio del Ambiente

    UNICEF Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia

    UNESCO Organizacin de las Naciones Unidas para la Educacin, la Ciencia y la Cultura

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  • Presentacin

    La elaboracin de un informe que refleje peridicamente la situacin de las po-lticas pblicas en Ecuador es una iniciativa que busca aportar a la reflexin mul-tidisciplinaria y a la acumulacin de conocimientos sobre la accin pblica en el pas, que la comprendemos como resultado de las interacciones entre la so-ciedad, el Estado y la economa. Nuestro propsito es ofrecer un espacio de an-lisis sobre los procesos de produccin de polticas pblicas, la participacin de actores pblicos y privados, la configuracin de la accin estatal, y los logros y di-ficultades que se encuentran en la construccin de estas acciones.

    En este esfuerzo se han comprometido seis instituciones: Escuela Politcnica del Litoral (ESPOL), Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Sede Ecuador), Pontificia Universidad Catlica del Ecuador (PUCE), Universidad de Cuenca, Contrato Social por la Educacin, y Observatorio de los Derechos de los Nios y Adolescentes (ODNA). La caracterstica ms importante de este in-forme constituye precisamente el trabajo cooperativo de estas seis institu-ciones, lo que si bien ha requerido innumerables reuniones de coordinacin, se ha visto ampliamente compensado por la construccin de relaciones de con-fianza y aprendizaje mutuo. En este sentido, este informe refleja el estado de avance de las discusiones y debates al interior de estas instituciones. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef Ecuador) apoy y acompa este proceso.

    Los artculos de este informe se han distribuido en cuatro secciones: cultura, eco-noma, poltica y social en que se despliegan las acciones. En los textos, los autores han recurrido a diversos tipos de anlisis con el propsito de ofrecer al lector una perspectiva histrica que permita comprender la configuracin actual de las po-lticas pblicas y de los actores que participan en su elaboracin y evaluacin, tra-tando de rescatar la pluralidad de la accin.

    Agradecemos a los autores e instituciones participantes por este esfuerzo colec-tivo que ponemos a disposicin de los lectores interesados en el devenir del pas y sus polticas.

    Adrin Bonilla Soria Presidente del Estado del pas Director de FLACSO Sede Ecuador

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  • Reflexionar sobre la importancia del Estado del pas nos traslada a 1990, cuando Ecuador fue el primer pas latinoamericano que firm y ratific la Convencin de los Derechos del Nio. La Constitucin actual profundiza este compromiso de pas y con una gran visin considera a la niez y adolescencia como sujetos de derechos y seala al Estado, en sus distintos niveles, a la sociedad y a las fami-lias como sus garantes. Para que esto sea realizable, son principios orientadores la universalidad, la integralidad, la no regresividad, la igualdad y la equidad de los mismos.

    La Constitucin de 2008 desarrolla la normativa fundamental para el rgimen de desarrollo y para el rgimen del buen vivir. Asegura que la inclusin social y econmica depende tanto de las polticas universales como de las garantas para exigir y restituir derechos de las y los ciudadanos. Asegura tambin la par-ticipacin ciudadana como fundamental para construir este Estado de derecho y justicia.

    Estos avances permiten soar un pas donde el buen vivir empieza desde la concepcin y se fragua en la infancia y adolescencia. Este horizonte tico y pragmtico apuesta por un desarrollo centrado en los sujetos y en las capaci-dades humanas.

    Para construir un pas garante de los derechos humanos y muy especialmente de los derechos de la niez y adolescencia comprendemos que las polticas sociales, culturales y econmicas constituyen un todo indisoluble, desde una perspectiva holstica e interdependiente. Indispensable es que el Estado, mediante sus dis-tintas funciones, asegure el acceso a sistemas de garantas de derechos que sean cercanos y oportunos para corregir las eventuales omisiones en el ejercicio de los mismos.

    La reflexin sobre la historia de nuestras naciones es la cantera desde la cual se puede proyectar el futuro con menos incertidumbre y mayores probabili-dades de xito. Por ello el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef ) Ecuador agradece el haber sido invitado a contribuir y cooperar en esta ini-ciativa. Este esfuerzo orientado a promover el dialogo y la gestin del conoci-miento hacia el logro de los principios constitucionales de garanta y ejercicio de los derechos humanos y los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) con-tribuir, sin duda, a la discusin sobre el desarrollo, el buen vivir, la reduccin de inequidades y el acompaamiento a las polticas pblicas sensibles a la infancia y adolescencia ecuatoriana.

    Prefacio

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  • Estado del pas es fruto de una alianza entre cuatro universidades y dos organi-zaciones ciudadanas. La Universidad de Cuenca, la Pontificia Universidad Ca-tlica del Ecuador (PUCE), la Escuela Politcnica del Litoral (Espol) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso sede Ecuador) demuestran su vo-luntad de contribuir desde la academia, tendiendo puentes entre el universo del conocimiento, la investigacin cientfica y la ciudadana sensible y organi-zada en torno a los derechos de la niez y adolescencia. Es as como forman parte de esta alianza el Observatorio de los Derechos del Nio (ODNA) y el mo-vimiento ciudadano Contrato Social por la Educacin, quienes a lo largo de una dcada han contribuido en la construccin de polticas pblicas garantes de los derechos de la niez y adolescencia, demostrando que el dialogo entre so-ciedad civil y funcin pblica puede ser constructivo, proactivo y enriquecedor.

    Este esfuerzo, sin duda, ser fructfero en alianzas. El documento es una slida herramienta para que jvenes y adolescentes puedan comprender y concertar sobre los mejores caminos y polticas a impulsar en el futuro.

    Unicef reitera su compromiso con la academia, ciudadana y el conjunto del Estado ecuatoriano en sus esfuerzos por garantizar los derechos de la niez y adolescencia.

    Cristian Munduate Representante de Unicef en Ecuador

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  • Introduccin general

    Ecuador atraviesa por una fase de transicin marcada por una agenda de cam-bios singulares. La voluntad nacional, luego de un proceso constituyente, valid una Constitucin (2008) que dibuja un proyecto nacional basado en un modelo de desarrollo alternativo. El buen vivir aparece como paradigma de un Estado constitucional de derechos y justicia social en el que se promueve una intensa participacin ciudadana.

    El Gobierno nacional del presidente Rafael Correa promueve una revolucin ciudadana que tiene como misin llevar a la prctica la Carta Magna de 2008. Su apuesta inmediata es alcanzar una nueva institucionalidad del Estado ale-jada de los paradigmas neoliberales. En este proceso, ha dado pasos hacia la recuperacin del protagonismo del Estado en los campos econmico, so-cial, poltico y cultural, aunque en esta ruta la sociedad civil ha persistido en su debilitamiento.

    El significativo fortalecimiento del Estado demanda un simultneo forta-lecimiento de la ciudadana. Ms y mejor Estado, ms y mejor ciudadana es la frmula para la profundizacin de la democracia, la realizacin de la jus-ticia social y el avance del desarrollo. Esta es una de las fuentes que inspiran el proceso Estado del pas que tiene por columna vertebral la elaboracin y pu-blicacin peridica de un informe que evale la marcha del Ecuador en todas sus dimensiones.

    En efecto, la democratizacin de la informacin y la generacin de pensamiento crtico son instrumentos claves para la creacin de capacidades ciudadanas que deberan ser traducidas en la construccin, monitoreo, toma de decisiones, exi-gibilidad, justiciabilidad y sostenimiento de las polticas pblicas y, a su vez, en la ampliacin del tejido social y de la participacin poltica de la poblacin.

    Desde hace dcadas, en Ecuador se elaboran y circulan informes, balances, in-vestigaciones, tesis de grado, artculos acadmicos y evaluaciones de diverso origen, calidad y enfoque sobre mltiples aspectos de la realidad. Varios de ellos de carcter cuantitativo y respondiendo a necesidades coyunturales o ins-titucionales. Aunque algunos de ellos son aportes importantes, se han depo-sitado, en el mejor de los casos, en los anaqueles de las bibliotecas pblicas o particulares.

    La cultura del debate es limitada en Ecuador. Ni en el mundo poltico ni en el acadmico se ha desarrollado con suficiencia la confrontacin de ideas y sa-beres. Esto ha recluido a espacios muy pequeos los estudios, las propuestas y los eventuales descubrimientos. El nuevo momento poltico nacional exige

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    multiplicar los espacios de deliberacin. Por esto, Estado del pas, a ms de fa-cilitar la investigacin y la difusin de informacin sobre Ecuador, suscitar ambientes y procesos de debate y encuentro entre la sociedad civil y los ope-radores estatales.

    Por diversas razones, con sus excepciones, en las ltimas dcadas, la universidad ecuatoriana dej de aportar con su visin crtica al Estado y particularmente a la sociedad. Por fortuna, la actual coyuntura encuentra en las universidades a un grupo robusto y motivado a recuperar su pasado crtico, en el marco de una in-dita alianza interuniversitaria con movimientos y observatorios de la sociedad civil que, desde 2002, bajo un enfoque de derechos, aportan a la construccin y seguimiento de polticas pblicas y a la edificacin de ciudadana. Esta alianza es la base operativa y tcnica de Estado del pas. Forman parte de ella la Fa-cultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), Pontificia Universidad Ca-tlica del Ecuador (PUCE), Universidad de Cuenca, Escuela Politcnica del Litoral (Espol), Observatorio de la Niez y Adolescencia (ODNA), y el movimiento ciu-dadano Contrato Social por la Educacin (CSE).

    El cambio del Ecuador no es un proceso ni superficial ni coyuntural. Se realizar en dcadas de un persistente esfuerzo de mltiples actores y sectores. Estado del pas est concebido en esa dimensin temporal. Es un proyecto que acom-paar e incidir en el Estado y en la sociedad para apuntalar el cambio hacia el ejercicio pleno de los derechos humanos en el marco de un modelo de de-sarrollo humano.

    En tal sentido, se plantean los siguientes objetivos:

    Apoyar a la construccin de ciudadana, factor clave para la afirmacin y consolidacin de un Estado constitucional de derechos.

    Generar capacidades ciudadanas en la poblacin a partir de procesos de educacin no formal, foros y espacios pblicos de debate, basados en informa-cin y anlisis de la realidad nacional en el marco re-gional y global.

    Aportar al Estado y a la sociedad con informacin, anlisis y estudios para la construccin, seguimiento, exigibilidad y sostenimiento de polticas pblicas.

    Impulsar en las universidades y en los grupos ciuda-danos organizados canales de comunicacin con la administracin pblica nacional y local y con las or-ganizaciones sociales.

    Apoyar a las universidades aliadas para el fortaleci-miento de espacios de investigacin, anlisis y gene-racin de insumos para el desarrollo nacional.

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  • El informe Estado del pas

    De manera peridica, cada dos aos, se publicar un informe con un conjunto de estudios sobre los avances y retrocesos del pas (del Estado y de la sociedad) en torno al ejercicio de los derechos humanos y la calidad de vida de la poblacin.

    Tal informe es una indagacin cualitativa y cuantitativa sobre la trayectoria del desarrollo, sus vacos, propuestas, impactos y consecuencias en la poblacin. Valora, por un lado, el esfuerzo programtico y ejecutivo de la gestin del Es-tado en sus diferentes niveles de gobierno y, por otro, toma el pulso a la inicia-tiva de la sociedad por solucionar sus problemas.

    Estado del pas adopta la visin desde la sociedad y desde los derechos para exa-minar la iniciativa del Gobierno respecto a su propuesta y Plan Nacional de De-sarrollo, as como para estimar y aprender de su propio esfuerzo respecto a la manera de responder frente a las necesidades colectivas. En tal sentido, no es un anlisis desde el Estado hacia la sociedad,1 sino a la inversa. Es un balance de las polticas pblicas desde la gente, as como una recuperacin de la memoria, cultura, economa y creatividad popular y ciudadana en torno a sus problemas, propuestas, imaginarios y soluciones en el marco de las relaciones de poder vi-gentes. El papel en el desarrollo de la familia, de la comunidad y de la empresa privada ser rescatado.

    No se trata de la presentacin y descripcin ordenada de datos, sino del an-lisis de procesos sociales, econmicos, polticos y culturales, en los cuales se encuadran las acciones de los seres humanos informadas por los datos y hechos correspondientes.

    El informe toma distancia de los criterios y metodologas que asumen el desa-rrollo como crecimiento econmico, sin embargo, utiliza los indicadores y se-ries tradicionales de la economa o de la sociedad para hacer nuevas preguntas y lecturas, de cara a las necesidades y demandas de la sociedad en el contexto del estudio.

    Asimismo, establece afinidad con los conceptos de desarrollo humano integral,2 y recupera la visin del bienestar ciudadano. Toma en cuenta los aspectos de convivencia social en diversidad y armona con la naturaleza; el conflicto, las re-laciones sociales y las relaciones de poder; las percepciones de las personas y las comunidades, reflejando aspectos del bienestar subjetivo o personal; incor-pora aspectos de la diversidad cultural y ambiental, la garanta y ejercicio pleno de los derechos humanos. Es decir, recoge la prctica del vivir bien, del buen vivir, del desarrollo, el bien-estar y la calidad de vida, entendidos en sus acep-ciones objetivas y subjetivas.

    1 Este enfoque es adoptado con legitimidad por varios informes sobre temas de desarrollo que circulan en el pas. Estos informes se sustentan en la presentacin y anlisis de los indicadores estadsticos clsicos de resultados, los cuales se miden con metodologas de naturaleza cuantitativa. 2 El informe toma de una manera heterodoxa, como fuentes tericas sobre el tema de desarrollo, a varios autores, entre ellos, a Amartya Sen, Max Neef, entre otros.

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  • Aspectos metodolgicos del informe

    Estado del pas se dividir en cinco ejes temticos permanentes: cultural, so-cial, econmico, poltico y ambiental. Dentro de cada eje se establecen los subtemas e indicadores correspondientes, en concordancia con el enfoque y orientacin conceptual del informe.3 Al interior de cada eje se plantean varia-bles que pueden ser cruzadas, segn las necesidades del anlisis. Se intenta ob-servar crticamente la accin del Estado; las polticas, programas y proyectos que ha desarrollado en el perodo y tema analizado.4 Se describe el impacto so-cial de tales polticas segn la visin del mismo Estado, y se analizan las percep-ciones y reacciones de la sociedad frente a la accin estatal.

    De manera simultnea, se estudia la iniciativa productiva, cultural y poltica de la sociedad y de sus organizaciones para dar respuesta a sus necesidades.

    El informe cero Ecuador 1950-2010

    A partir de la premisa de que Estado del pas se proyecta como una propuesta de incidencia y creacin de ciudadana a largo plazo, el comit editorial decidi construir un primer informe experimental que apunte a definir una lnea de base de los estudios posteriores, y a puntualizar temas, indicadores y orienta-ciones metodolgicas para los futuros informes.

    De esta manera, el presente documento, que se lo define como informe cero, asumi una mirada histrica, que se justifica e inspira en una lectura del pre-sente, que reconoce evidencias como el renovado protagonismo del Estado central, la puesta en vigencia de un modelo de desarrollo que coloca la sustitu-cin de importaciones como uno de sus ejes, el reposicionamiento de la plani-ficacin, los abundantes ingresos a las arcas fiscales, la importante inversin en infraestructura vial, en educacin y salud, el reaparecimiento del nacionalismo, y otras ms que recuerdan similares polticas que se ejecutaron en Ecuador a partir de 1950 hasta 1980. Por tal razn, se decidi volver la mirada hacia esos aos, para desde all transitar por las siguientes dcadas hasta los aos recientes como una manera de responder preguntas, esclarecer antecedentes, deter-minar puntos de referencia que permitan comprender de mejor manera las ac-tuales circunstancias que vive Ecuador. En tal sentido, el informe cero no es un anlisis del Gobierno del presidente Correa, aunque algunos artculos exploran determinados aspectos de este perodo.

    En este contexto, la mayora de los estudios del informe cero realizan un reco-rrido analtico desde la segunda mitad del siglo XX hasta finales de la primera dcada del siglo XXI en los mbitos de cultura, sociedad, poltica y economa, a travs de una tentativa y referencial periodizacin que colocaba al modelo de desarrollo como parmetro del corte temporal: 1950-1980 desarrollismo, 1980-1990 transicin del desarrollismo al neoliberalismo y 1990-2006 modelo con rasgos neoliberales5.

    3 Esta propuesta est en construccin debido al desafo que implica asumir conceptos y metodologa innovadores. Para el informe cero el equipo responsable de cada tema general present una propuesta de subtemas, reas, indicadores y metodologa. 4 Matriz en construccin de temas e indicadores que se alimentar ao tras ao.5 La mayora de artculos fueron redactados durante 2010.

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    Cada tema general del informe cero fue asumido por los diversos aliados del Es-tado del pas. El rea de cultura la lider la PUCE, la social el Contrato Social y el ODNA, la poltica la Flacso, la econmica la Universidad de Cuenca, y la Espol asumi ciencia y tecnologa. Cada lder de rea propuso al comit editorial una distribucin interna en cada tema y convoc a investigadores de sus institu-ciones o de fuera de ella para que redactaran los artculos correspondientes.

    Todos los estudios que se publican en este informe cero pasaron por varios fil-tros y validaciones realizadas en diversas ciudades del pas, Cuenca, Guayaquil y Quito, durante 2010. De esta manera, los autores y autoras tuvieron la oportu-nidad de afinar sus trabajos con los insumos de distintas miradas acadmicas, sociales y estatales. Sin embargo, los puntos de vista de cada autor fueron res-petados por el comit editorial, por lo que ellos finalmente son los responsables de sus hiptesis y asertos.

    Esta experiencia, que ha sido forjada desde 2008, no hubiera sido posible sin la entereza y apoyo del doctor Adrin Bonilla, director de la Flacso y presidente del Estado del pas, sin el respaldo del doctor Jaime Astudillo, en su calidad de rector de la Universidad de Cuenca en estos aos y de presidente del Contrato Social, del doctor Manuel Corrales Pascual S.J., rector de la PUCE y del doctor Moiss Tacle, rector de la Espol. El ingeniero Fabin Carrasco, nuevo rector de la Univer-sidad de Cuenca, ha ratificado su apoyo al proyecto.

    Ludwig Gendel, en su momento responsable de programas de Unicef, abri e impuls la iniciativa en sus primeros pasos. Cristian Munduate, representante de Unicef en Ecuador, apoy tcnica y financieramente, sin su respaldo tam-poco el Estado del pas saldra a la luz.

    El equipo tcnico interinstitucional que tuvo durante varios aos la tarea de dar forma al proyecto estuvo integrado por Betty Espinosa de la Flacso, Nelson Reascos y Miriam Aguirre de la PUCE, Fernando Carvajal de la Universidad de Cuenca, Gustavo Solrzano de la Espol, Margarita Velasco del ODNA, Alfredo Astorga, Francisco Cevallos y Milton Luna del CSE y Juan Pablo Bustamante de Unicef.

    Los autores y autoras del informe cero son los principales protagonistas de este enorme esfuerzo que est dirigido a la lectura y estudio de los jvenes del bachillerato y de los primeros aos de las universidades, como tambin para ministros y ministras, docentes, lderes sociales, comunicadores y pblico en ge-neral. Est en sus manos para el debate.

    Milton Luna Tamayo Secretario ejecutivo del Estado del pas Coordinador Nacional CSE

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  • Frente a un mismo objeto, diversos pensamientos, perspectivas y puntos de vista

    generan ideas distintas que se proyectan, cruzan, superponen y crean territorios nuevos de convergencia.

  • Quito, 1945. Entrega de la maqueta definitiva de la Casa de la Cultura Ecuatoriana

  • 1. Cultura

  • Cultura

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    Desde la Antigedad pero nunca con tanta impor-tancia como hoy los seres humanos dependemos de la cultura para sobrevivir. En efecto, la cultura sig-nifica entender y aprehender nuestro entorno, au-mentar el volumen de nuestra informacin, acercar el mundo a nuestra mente, dar sentido y validez a las acciones, poner en duda ideas previas, inquirir lo nuevo. En sntesis, la cultura nos conduce a ser ms, reinventarnos, agrandar nuestro mundo de comprensin y referencia y, en tal virtud, modifi-carnos de manera constante. La cultura nos identi-fica, nos construye como seres valiosos, nos proyecta nos dignifica.

    La cultura y sus mltiples particularidades pone en accin a muchas y superiores habilidades hu-manas: el pensamiento y la imaginacin, el razo-namiento y la capacidad de invencin, el saber y el hacer, la vinculacin y comunicacin con los pare-cidos y diferentes. Se mueve genialmente entre la realidad y la fantasa, entre el ser y el deber ser, entre el acierto y el error, entre el amor y el duelo, entre la vida y su negacin. Por todo ello, la cultura tambin est impregnada de erotismo, de tensin y pulsin por lo nuevo.

    Gracias a la produccin cultural, todos los pueblos han tenido en el pasado, como lo tienen hoy, los conocimientos necesarios para subsistir y repro-ducirse. Construir viviendas, alimentarse, cuidar y curar enfermos, elaborar instrumentos de trabajo, organizar la familia y la comunidad, sin cuyas fun-ciones no hubieran subsistido. Todas las actividades humanas son posibles gracias a los conocimientos que los hombres tienen. Los conocimientos son, por lo tanto, verdaderos, legtimos, vlidos, tiles y, sobre

    todo, correlativos a las necesidades de las comuni-dades. Desde esta perspectiva, la prctica que hace posible la produccin de conocimientos es el eje de la cultura y permite concluir que no existe ningn pueblo ignorante.

    Crear, recrear, modificar y adaptarse a un deter-minado ecosistema significa conocer el funciona-miento de la naturaleza, as como las mutaciones y leyes que rigen a la flora, a la fauna, a los objetos y a los hombres mismos. El conocimiento, entonces, surgi y se desarroll indisolublemente unido a la prctica cotidiana y al trabajo. Es decir, el conoci-miento es, sin duda, la principal fuente de saber y tecnologa que los hombres poseen para sobrevivir y desarrollarse.

    La cultura, dice Bauman (2007), apunta ms alto que cualquier cosa que pase por ser realidad, la cul-tura sobrevive, perdura y trasciende a toda accin humana, (...) un objeto es cultural si sobrevive a cualquier uso que haya intervenido en su creacin.

    Desde sus orgenes ms remotos, los seres humanos no solamente pretendieron conocer el funciona-miento de la naturaleza para adaptarse a ella, sino tambin buscaron encontrar explicaciones ms pro-fundas sobre la vida, la muerte y el sentido de la exis-tencia humana. La magia, la religin, el mito y las artes son mltiples formas simblicas que estruc-turan a la cultura y a la vida misma. Los alimentos y los ropajes, la gestualidad y los ritos, los lenguajes, as como la forma de amar, enfermar y morir estruc-turan el talante cultural de cada pueblo. Adems, a la cultura le pertenecen las singulares formas de re-solver los problemas, la adaptacin y modificacin

    Nelson Reascos VallejoProfesor de la PUCE

    La cultura, las culturas y la identidad

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    al medio ambiente, las habilidades, los hbitos, la organizacin social y poltica, las instituciones y tec-nologas. No existen ni individuos ni pueblos incultos.

    La cultura es un modo de ser, de pensar y de sentir. A la cultura le pertenecen el mundo de la vida y el mundo de las cosas. La cultura es un mundo de vida aprendido, creado y modificado constantemente. Constituye el legado histrico de cualquier comu-nidad o sociedad. La cultura, como dice Panikkar, es un mito englobante y tiene su propio horizonte de inteligibilidad como dice Heidegger. Las culturas no son folclore ni son especies abstractas de gnero supremo; por lo tanto, no existen universales cultu-rales. Cada cultura se justifica, tiene sentido, se pro-duce y reproduce, y tambin se transforma y se agota en s misma.

    La cultura es un contexto dentro del cual, con el cual y solo con el cual adquieren sentido y validez las ac-ciones humanas: es, por lo tanto, el modo en que in-teractuamos con los otros, el modo de adaptarse a la naturaleza y el estilo de ejercer control sobre los recursos y, por supuesto, el modo de distribuir el poder. En sntesis, es el modo de concebir lo esttico, el modo de ser feliz, de amar, de enfermar y de morir.

    La cultura de un pueblo por lo tanto es el modo de ser, de pensar y de vivir. Los valores, las creencias, las suposiciones, las reglas y normas, y, sobre todo, las prcticas sociales y comunes constituyen y con-forman la identidad cultural que, a su vez, da segu-ridad personal y colectiva al ser humano.

    Las representaciones simblicas, el sentido de lo sa-grado, el sentido de la vida, la representacin de la enfermedad y de la muerte son tambin elementos constitutivos de la cultura. La particular relacin que cada pueblo establece con la naturaleza es otro ele-mento constitutivo del talante cultural de un pueblo. Como se ve, no existe realidad conocida ni interve-nida fuera de la cultura. La cultura es, por lo tanto, el recipiente dentro del cual tiene sentido y valor todo acontecer humano.

    Desde esta perspectiva, todo lo humano pertenece a la cultura. Por ello, existen miradas ms acotadas sobre la cultura. As, la Ilustracin identific a la cul-tura con la produccin de ciencia y artes, y algunos autores refieren por cultura a un estado previo a la civilizacin. La complejidad cultural remite a va-rios y sutiles tratamientos sobre contraculturas,

    subculturas, superculturas, transculturalidad, cul-tura de masas, industrias culturales, culturas ur-banas, culturas juveniles, culturas nmadas y, ms recientemente, culturas virtuales. Todava ms sen-sibles son los temas referidos a la cultura universal, hoy tan cuestionada, y la muy discutible nocin ideolgica de cultura nacional. En efecto, existe algo que pueda ser llamada cultura universal? A qu podramos referirnos con cultura nacional? Hoy estamos lejos, muy lejos, del discurso homogenei-zante de la cultura universal. No es polticamente correcto imaginar que unos pocos se encarguen de disear, organizar y distribuir los parmetros cultu-rales que deben adoptar todos los humanos.

    El trmino griego ethos, que se traducira como h-bito, costumbre, refugio, morada, vivienda, conlleva la nocin del trmino cultura con una compleja sig-nificacin. En el ethos est la nocin de la cultura. Segn Bolvar Echeverra (2000), el trmino ethos tiene la ventaja de un doble sentido: invita a com-binar, en la significacin bsica de morada o abrigo, lo que en ella se refiere a refugio, a recurso defen-sivo o pasivo con lo que en ella se refiere a arma o recurso ofensivo activo.

    A partir de este concepto, se puede comprender a la cultura como condicin de posibilidad de sobre-vivencia, de emancipacin y crecimiento, de resis-tencia y liberacin, de cohesin social y libertad. Adems, lleva implcita la nocin de comunidad que, a su vez, implica diversidad y diferencia.

    Toda cultura est fundamentada sobre una antropo-loga particular: Qu es el hombre? Qu puede co-nocer y saber? Qu puede hacer y esperar? (Kant). Para la cultura, la vida lo es todo; es una entidad, una propiedad y un proceso. De hecho, toda cultura re-vela, a su manera, la esencia, la caracterstica y la di-nmica del ser humano que, aunque diverso, tiene cierta vocacin universal.

    La cultura virtual

    Las culturas se reinventan sobre todo a partir de las modificaciones tecnolgicas. En los ltimos aos las tecnologas de la comunicacin son las ms avan-zadas, las de mayor prestigio y alta rentabilidad. La comunicacin es, por lo tanto, una industria, un ne-gocio, una cultura, un ethos. Con la telemtica se organizan las instituciones, los negocios, la investi-gacin y la vida cotidiana. Por todo ello se dice que la

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    comunicacin es ubicua y omnipresente. Asistimos, por otra parte, al nacimiento de la cultura virtual y de la informacin.

    En efecto, a diferencia del pasado, la ciencia y la tec-nologa han penetrado todos los mbitos de la vida humana. La produccin de conocimientos, aparatos, tcnicas, procedimientos, instrumentos y metodolo-gas sucede con tanta velocidad, ritmo y magnitud que modifican incesantemente a los procesos sociales y culturales. As, la tecnociencia se ha con-vertido en el aparato dinamizador de la historia. Este hecho se evidenci con la introduccin, penetracin y generalizacin de las nuevas tecnologas de la in-formacin y la comunicacin que, a su vez, aceleran de manera exponencial la velocidad de la sociedad del vrtigo: la cultura de shock (Alvin Tofler).

    Los estudiosos opinan que al mundo actual de-beramos nombrarle como sociedad global de la informacin, que se caracteriza por la revolucin di-gital que evoca a la capacidad humana muy hu-mana de inventar aparatos que permiten enviar muchsima informacin a la velocidad de la luz. Esta informacin contiene textos, sonidos, imgenes, movimiento, color, grafas y una extraordinaria can-tidad de accesorios.

    Es decir, el objetivo principal de la comunicacin co-lectiva o social consiste en entregar la mayor cantidad de informacin a la mayor cantidad de gente, en el menor tiempo posible y con la mayor eficacia. Para ello se cuenta con mquinas de la visin, mquinas almacenadoras de informacin y con ciencias que optimizan esta prctica. Uno de los efectos de esta prctica es la constitucin de nuevas formas socie-tales como la sociedad red, que se expresa en nuevas formas de organizacin e identificacin, todas ellas virtuales (templos virtuales, comunidades virtuales, educacin virtual, negocios, divertimentos, correos, etc.). Esto es posible si la informacin est virtuali-zada; por lo tanto, el contenido de la comunicacin es la realidad virtual.

    Todo gira alrededor de la imagen y la comunicacin visual: es la constante que nos acerca y nos aleja, es el lugar de encuentro, pero no es exactamente un lugar, es un ciberespacio; se trata de no lugares que nos caracterizan como nuevas culturas nmadas o tribus urbanas. Ver, ser vistos y verse a s mismos constituye a la cultura virtual como sociedad del es-pectculo, sociedad de la pantalla o sistema mundo.

    En la antigua cultura romana, a los muertos les colo-caban una mscara de cera con la finalidad de me-jorar el rostro, de hacerle presentable al difunto, de darle una cosmtica que dulcifique el rictus ca-davrico. A esa mscara de cera se le llamaba en latn por cierto imago, de donde proviene la pa-labra imagen. Pues bien, asistimos a un ethos, un lugar comn, una prctica donde predomina la imagen, el buen ver y la cosmtica, aun por en-cima de la tica. Ese fenmeno es tambin parte de la cultura virtual.

    El proceso cultural ecuatoriano

    Lo que hoy llamamos Ecuador es una realidad com-pleja, diversa, frtil, valiosa y fundamento de nuestra dignidad. El rasgo ms caracterstico es su diver-sidad cultural, fruto de un proceso social, poltico e histrico no menos complejo. De hecho, la Consti-tucin actual define al Ecuador como un pas mul-ticultural e intercultural. De hecho, la convergencia y divergencia son sus caractersticas ms notorias, que configuran su sincretismo cultural.

    La sociedad ecuatoriana resulta de un largo pro-ceso histrico donde intervienen muchos pueblos y culturas. Bastara recordar que en la conformacin cultural ecuatoriana intervienen muchos pueblos ancestrales y culturas indgenas, la presencia espa-ola, las inmigraciones rabes, del pueblo vasco, la presencia de los judos sefard, la dispora africana, etc., y ms recientemente la presencia de asiticos, gitanos y de otras nacionalidades. Todo ello ha in-fluido en nuestras costumbres, instituciones, gastro-noma, lenguajes, convirtiendo a nuestro Ecuador en un estado de extraordinaria riqueza y diversidad cultural, en un ethos barroco, compartido con otros pueblos de la regin.

    El ethos barroco refiere a las caractersticas particu-lares de nuestra identidad:

    La preeminencia del colectivo sobre el indi-viduo (gregarismo).

    La conciencia desdichada (sospecha, queja y pesadumbre y telurismo permanentes).

    La heterogeneidad negativa.

    La indemarcacin entre la fantasa y la realidad (realismo mgico).

    La esttica del miedo y del dolor.

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    Cultura

    distintos, son iguales en valor y derechos. Distintos, diferentes, pero al mismo tiempo iguales, es la nueva filosofa de vida.

    Hasta aqu fuimos educados para ver a los ind-genas o afrodescendientes como diferentes pero in-feriores, a los homosexuales como diferentes pero equivocados, a los campesinos como diferentes pero sin cultura. Por lo tanto, se legitimaba la represin y la educacin como mecanismo de incorporacin al modelo correcto.

    La otredad y la interculturalidad, en cambio, pro-ponen verlos como distintos pero iguales como su-jetos de derechos. La otredad, como principio de accin, parte del supuesto de que es un derecho la diferencia y que cada humano puede decidir sobre su identidad y cultura. No existe, por lo tanto, una cultura superior, una forma nica y correcta de pensar y vivir que casi siempre es la propia.

    La teora de la alteridad, muy actual por cierto, su-pone algo similar a la otredad: yo debo reconocer al t como diferente pero igual, porque desde la pers-pectiva inversa yo sera t y el otro su yo. Si yo no lo reconozco como diferente e igual a la vez corro el riesgo de que el otro no me reconozca como di-ferente pero igual. Por lo tanto, la alteridad no es una postura moralista sino una necesidad de es-tablecer relaciones entre iguales. Si no reconozco, acepto y estimo a los diferentes, podra sufrir el re-chazo del otro que es mi t. Si mi yo es un t para el otro y viceversa, entonces estamos en condiciones de igualdad originaria y radical: somos distintos pero sin jerarqua.

    Estas ideas nuevas se consignan en la Constitu-cin, ya que en ella se establece que somos un pas multicultural e intercultural. Para ello tenemos que avanzar en la gestin de la diversidad cultural.

    Se trata, entre otras tareas, de valorar la diferencia. Para ello tenemos que adelantar los arbitrios y re-caudos para que los diferentes sean visibles, audi-bles y cogestores de la realidad cultural ecuatoriana. La gestin de la diversidad debe suponer:

    Inclusin. Remite a la necesidad de hacer visi-bles, audibles, a todos. Asumir, convocar y res-petar a todos es la tarea.

    Participacin. El ejercicio de la ciudadana im-plica ampliar la base social de participacin en

    El temor al vaco y la llenura.

    La inclusin y exclusin simultneas.

    La incompatibilidad permanente.

    El contraste armnico.

    La oscilacin.

    Segn Carlos Cullen (1978), estas caractersticas ex-plican la oscilacin entre alegra y dolor, entre ri-gidez y flexibilidad, entre reciprocidad y exclusin. Bolvar Echeverra cree que el ethos barroco ex-plica nuestra religiosidad, nuestra arquitectura y, por cierto, nuestra poltica. Nuestro barroco incluso se manifiesta en la diversidad natural y regional. Se trata, sin duda, de nuestra mejor riqueza. Con fre-cuencia hemos credo negativas nuestras caracte-rsticas, por efectos de la dominacin poltica. Hoy pretendemos dignificarnos en la diversidad y com-plejidad. No tenemos por qu avergonzarnos de ser un pueblo que baila sus tristezas como nos des-cribi Humboldt.

    La cocina, el arte, la arquitectura, el juego, la alegra, la solidaridad y sus opuestos son manifestaciones aven-tajadas de nuestra identidad. Hoy lo sabemos, lo reco-nocemos y, sobre todo, lo valoramos y dignificamos.

    La diversidad convoca a la interculturalidad, al re-conocimiento y aceptacin de los diferentes. En el pasado creamos como efecto del modelo homo-geneizante que la diversidad era negativa y que los diversos deban ser integrados a la cultura nica y universal. Ahora estamos preparados para apreciar y ponderar la riqueza y diversidad.

    Que nuestro pas es multicultural no cabe duda; en cambio, la construccin de la interculturalidad es un deber ser, una tarea poltica pendiente y urgente.

    Varios autores del siglo XX, entre ellos, Heidegger, Habermas, Adela Cortina y, desde Amrica Latina, Leonardo Boff y Enrique Dussel han construido una nueva mirada sobre los diferentes: la otredad y la interculturalidad.

    La otredad es un nuevo ethos que pretende reco-nocer a los diferentes como diferentes, en cuanto tales, sin la pretensin de asimilarlos o educarlos. La otredad es una nueva tica que busca convivir con los diferentes sin descalificarlos. Los otros son todos aquellos que no son como yo. Sin embargo, aunque

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    Cultura

    la toma de decisiones y gestin de la cultura, de la poltica y la administracin de la sociedad.

    Compensacin. Para corregir las desventajas, exclusiones, discriminaciones e inequidades sociales, econmicas y culturales, hay que ga-rantizar las acciones afirmativas que ayuden a disminuir la brecha de inequidades. El acceso a los bienes, servicios y oportunidades debe fun-darse en la interculturalidad.

    Dilogo. La interculturalidad solo a partir de la convergencia dialgica entre iguales. Integrar a los diferentes en el mismo proyecto poltico y social no es interculturalidad. Se trata de cons-truir un pas para todos los diferentes nosotros que en l habitamos. Solo se puede construir a partir de un dilogo entre iguales en quehacer.

    El informe Estado del pas de los ltimos aos, en el captulo de cultura, ha credo conveniente presentar cuatro estudios:

    Anlisis de la poltica cultural del Estado ecua-toriano, a cargo del Dr. Fernando Tinajero, es-critor, ensayista y gestor cultural.

    La diversidad cultural y tnica, a cargo del Dr. Luis Montaluisa, escritor, experto en lingstica y cultura indgena.

    Las instituciones culturales, a cargo del Dr. Carlos Landzuri, historiador y exdirector del Departamento de Cultura del BCE.

    La cultura en el sentido ilustrado, a cargo del Dr. Rodrigo Villacs Molina, escritor y experto en gestin y produccin cultural.

    Bibliografa

    Bauman, Zigmunt (2007). Vida lquida. Barcelona: Paids Ibrica.

    Echeverra, Bolvar (2000). La modernidad de lo barroco. Mxico: Editorial Era.

    Cullen, Carlos (1986) El ethos barroco. Ensayo de definicin de la cultura latinoamericana a travs de un concepto sapiencial. En C. Cullen. Reflexiones desde Amrica. Tomo I. Ser y estar: el pro-blema de la cultura. Rosario: Fundacin Ross.

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    Dice Jean Michel Dijan que la poltica cultural es un invento francs: segn l, su nacimiento es el fruto de la preocupacin del poder poltico por asumir, en nombre de una mstica nacional, una responsabi-lidad poltica, jurdica y administrativa en el campo de las artes y la creacin. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial agrega, la poltica cultural no ha cesado de desarrollarse en Francia y en el resto del mundo, animada por personalidades o institu-ciones de primer nivel.1

    Es preciso admitir, sin embargo, que las polticas cul-turales (entendidas como un conjunto ms o menos complejo de principios, objetivos y estrategias para guiar la accin del Estado en el multiforme campo de la cultura) son ya bastante viejas en el mundo. As, al recomendar al prncipe las formas de com-portamiento que consideraba adecuadas para lograr la estimacin general, Maquiavelo no olvid la de mostrarse amante de la virtud y honrar a los que se distinguen en las artes;2 y Nivn Boln recuerda que, segn la crnica de Sahagn, cuando los aztecas de-rrotaron a los tepanecas decidieron quemar los an-tiguos cdices y libros de pintura de los vencidos, porque la figura del pueblo azteca careca en ellos de importancia.3 Sin necesidad de acudir a otros

    1 Cf. Jean Michel Dijan (1997). La politique culturelle. Paris: Le Monde ditions.2 Cf. Nicols Maquiavelo (1984). El Prncipe. Cap. XXI; cito de la traduccin de Jos A. Vecino. Madrid: Ediciones Alba, p. 114. 3 Cf. Eduardo Nivn Boln (2006). La poltica cultural. Temas, problemas y oportunidades. Mxico: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, pp. 50-51. Atribuida a Tlacalel, cuya existencia histrica todava se debate, la decisin de los aztecas, aparte de mostrar que las polticas culturales no son exclusivas del

    clsicos ejemplos tomados de las historias griega, hebrea o romana, de la Francia de Luis XIV ni de la Prusia de Federico el Grande, queda fuera de toda duda que en uno y otro caso estamos en presencia de autnticas polticas culturales avant la lettre.

    En Ecuador, acaso por la ya proverbial asincrona de nuestros procesos histricos, solo se ha hablado de este tipo de polticas desde los aos setenta, a veces para anunciar decisiones oficiales relativas a la cul-tura, pero con ms frecuencia para lamentar la in-curia del Estado en materia cultural. No obstante, es indudable que las polticas culturales se han prac-ticado entre nosotros desde hace mucho tiempo, como lo prueban las prohibiciones coloniales que impidieron las representaciones teatrales y la libre circulacin de libros, o las regulaciones republicanas sobre la celebracin de festividades y diversiones pblicas, o el empeo que demostraron ciertos go-bernantes por sufragar con fondos estatales la for-macin de algunos artistas jvenes en el extranjero. El trmino, en consecuencia, no ha hecho ms que incorporar con nombre propio lo que desde hace mucho tiempo ha sido una prctica del Estado, tan irregular como constante, y ha entrado a formar parte del lxico habitual en el lenguaje de la planifi-cacin, en los informes de las instituciones e incluso en el discurso poltico, aunque este ltimo, como es evidente, recurre a l solo en casos de excepcin.

    mundo occidental, presenta un detalle de importancia: remonta hasta el nivel inasible de los mitos la legitimidad de las decisiones poltico-culturales.

    Las polticas culturales del Estado (1944-2010)

    Fernando Tinajero

    Investigador invitado de la PUCE

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    Estas pginas, inscritas en el contexto de un proyecto que aspira a dar cuenta de lo que ha sido Ecuador a lo largo de los ltimos cincuenta aos, deberan en-contrar en 1960 su punto de partida para el examen de las polticas culturales que han tenido vigencia entre nosotros. Es plausible que as sea, desde luego, no solo porque medio siglo representa un lapso su-ficiente para establecer balances consistentes, sino tambin porque 1960 es un ao de singular impor-tancia en el devenir poltico y cultural de todo el mundo. No obstante, me parece aconsejable am-pliar el horizonte de este examen a fin de retornar hasta el emblemtico ao de 1944, que es el de la fundacin de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, para contar con el antecedente sin el cual los procesos posteriores careceran de un sentido cabal.4

    Esto no implica admitir necesariamente que la Casa haya sido a lo largo de toda su historia una institu-cin perfecta y ejemplar (lo cual no est dicho con el nimo de regatearle los mritos que tuvo en su mo-mento), sino que ella cumpli una funcin axial en todos los procesos culturales de nuestro pasado re-ciente, ya sea por su incidencia en el mbito de las artes y las letras, ya por su ausencia de los mbitos propios de las culturas sumergidas. An ms, al margen de cualquier juicio de valor que sera sub-jetivo, existen razones para considerar que la Casa de la Cultura fue en su nacimiento la ms acabada expresin institucional de la ms influyente ideo-loga que haya conocido Ecuador de los ltimos tiempos. Estoy hablando de la ideologa de la cultura nacional, cuya vigencia acompa los procesos de modernizacin del Estado y las agudas crisis que se desarrollaron a lo largo de la primera mitad del siglo XX, alcanz su apogeo entre los aos cuarenta y se-senta, y se ha prolongado despus, aunque plida-mente, hasta nuestros das, cuando la proclamacin de nuevos principios constitucionales ha expresado en el nivel jurdico-poltico la decadencia de tal ideo-loga en la conciencia general de los ecuatorianos algunos de los cuales, no obstante, se muestran refractarios a los cambios y no dejan de sentir cierta nostalgia del antiguo esplendor de aquella ideologa declinante. No representa, por lo tanto, ninguna

    4 Es verdad que ya antes, durante el Gobierno del doctor Arroyo del Ro, se fun-d el Instituto Ecuatoriano de Cultura como entidad del Estado que tena la misin de cultivar los ms altos valores nacionales en materia cultural; pero es verdad tambin que la Casa de la Cultura, fundada como consecuencia de la Gloriosa, no solo super, sino que incluso subsan los vicios de nacimiento de la entidad predecesora, cuya corta existencia (sin contar su composicin elitista), permiti que se hundiese fcilmente en el olvido.

    exageracin decir que ella es la verdadera prota-gonista del proceso cuyo desarrollo y decadencia alcanza la totalidad del lapso aqu considerado. La ideologa de la cultura nacional

    Como un desprendimiento o derivacin de las ideas e ideales de la Revolucin Liberal, este imaginario so-cial que he designado con el nombre de ideologa de la cultura nacional proclam (con dbiles variantes que no siempre obedecieron a sus versiones de iz-quierda y de derecha) la existencia de un pueblo y una cultura. Apel, por lo mismo, a un fundamento comunitario natural, cohesionado por vnculos de sangre supuestamente indestructibles, para afirmar la existencia de una nacin cuya cultura era conside-rada como el ncleo esencial de una identidad incon-fundible. Esa cultura, adems, era la cultura, la nica posible, la que lo era por antonomasia: se la supona lentamente construida a travs de los siglos, en un movimiento unvoco que enlazaba la Repblica de-mocrtica del presente con los tiempos remotos de los primeros pobladores de estos territorios.5

    Semejante ideologa, como es obvio, se asentaba en una serie de contradicciones sucesivas: afirmaba la unidad de su referente ilusorio, escondiendo la realidad de una existencia multiforme, muy le-jana de la ideal unidad que presupone el trmino nacin;6 presuma la unidad de nuestros ances-tros vernculos, identificados con frecuencia bajo el falaz nombre genrico de incas, y converta a la sociedad contempornea en su heredera directa e incontaminada, pero proclamaba al mismo tiempo

    5 En su Manual de Historia del Ecuador, Enrique Ayala Mora y sus colabora-dores han propuesto una nueva periodizacin de la historia ecuatoriana que abandona la referencia a los caudillos (Flores, Garca Moreno, Eloy Alfaro) para privilegiar los proyectos nacionales que han caracterizado cada poca. (Cf. Enrique Ayala Mora et al. (2008). Manual de Historia del Ecuador. Quito: Universidad Andina/Corporacin Editora Nacional). Lo que aqu llamo ideo-loga de la cultura nacional es, por tanto, el sustento ideolgico del llamado proyecto de la nacin mestiza, cuya vigencia se ha situado entre 1895 y 1964. Vase tambin, sobre este punto, Catherine Walsh (2009). Interculturalidad, Estado, sociedad. Luchas (de)coloniales de nuestra poca. Quito: Universidad Andina Simn Bolvar/Editorial Abya-Yala. 6 La multiformidad o diversidad cultural de la sociedad ecuatoriana es un he-cho objetivo; algunos, sin embargo, lo han magnificado de tal modo que han llegado a creer que en ello reside la originalidad absoluta de nuestra estructura social y cultural. En realidad, se trata de un carcter que se encuentra presen-te en todas las sociedades del mundo, ninguna de las cuales puede preciar-se de ser qumicamente pura. Pinsese, por ejemplo, en las diferencias entre bretones y alsacianos, por ejemplo; o las que existen entre vascos, valencianos y catalanes, o las que aparecen entre bvaros, renanos y prusianos, o las casi innumerables familias tnicas y lingsticas de la sociedad china, y olvdese de una vez la pretensin de originalidad por la diversidad. Y si se quiere el ejem-plo de la mayor diversidad del mundo, obviamente, no es la ecuatoriana: hay que recordar todos los ingredientes que han concurrido en la formacin de la sociedad estadounidense y concluir que, frente a semejante diversidad, la nuestra est muy lejos de la mxima complejidad.

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    la excelencia del barroco colonial, del romanticismo libertario y del laicismo liberal; promova la reivindi-cacin de los valores de la raza vencida, pero alen-taba la tarea de llevar la cultura al pueblo, dndole a veces la figura de una santa cruzada para culturizar al indio; anunciaba a los cuatro vientos el ideal del mestizaje, pero profesaba un feroz antihispanismo que implicaba la negacin del ingrediente exgeno en nuestra cultura mestiza; haca de los valores cul-turales, supuestamente homogneos, la raz inequ-voca de una vocacin nacional por la libertad, pero sola confundirlos con las tradiciones locales que, a veces, daban fundamento a la reivindicacin del de-recho de ciertas regiones a un gobierno autnomo frente al poder radicado en la capital. Cumpla, por lo tanto, la funcin de toda ideologa: justificaba un orden social, prestaba los fundamentos para le-gitimar un orden poltico o su cuestionamiento, creaba un referente moral para la conducta cvica; en una palabra, buscaba dar consistencia histrica a un Estado nacional apoyado en el imaginario de una pretendida identidad.

    Con inocultables races decimonnicas, pero desa-rrollada lentamente desde las primeras dcadas del siglo XX, esta ideologa se expres en algunas ver-tientes del modernismo y en su variante arielista; fue institucionalizada en la Sociedad Jurdico-Literaria, en la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Histricos Americanos (transformada despus en Academia Nacional de Historia) y, ms tarde, en el Grupo Am-rica; encontr uno de sus cauces ms prometedores en la literatura y la plstica del realismo social y esta-bleci un maridaje presuntamente natural con las tendencias socialistas, sin que ello impidiera las ver-siones que alentaban en notables manifestaciones del pensamiento eclesistico: lanse los textos pol-ticos o patriticos del seor Gonzlez Surez, lanse los documentos y cartas pastorales del seor De la Torre, y encuntrese el aliento del mismo sueo na-cional que palpitaba en las proclamas del Partido Socialista Despus de haber servido para sobre-llevar la crisis de los aos veinte y treinta y el spero desfile de efmeros Gobiernos, 1941 y su inevitable colofn del 42 fueron entonces el peor golpe que poda haber sufrido la conciencia nacional en-gendrada por esa ideologa: en los atnitos odos de los ecuatorianos debi haber sonado como la peor humillacin el condescendiente consejo que el canciller Arana le dijo en voz baja al doctor Tobar

    Donoso al terminar la triste ceremonia de la firma del Protocolo de Ro: vaya, organice a sus conciuda-danos y empiece por construir un pas.

    Construir un pas? Qu era entonces lo que ha-ban tenido los ecuatorianos hasta ese aciago da? No era la patria de las gestas gloriosas del pasado, la nacin que atravesaba las aguas turbulentas de la historia como un barco de slida factura? S, lo era; pero la patria al menos, si no la nacin, se haba per-dido en esos doscientos mil kilmetros que dolan en el alma como al baldado le duele el miembro mu-tilado. As apareca la obligacin suprema: volver a tener patria. Tomndola de Joaqun Costa, quien la haba proclamado en Espaa despus de la derrota del 98, Benjamn Carrin tuvo el acierto de lanzar esa consigna en el momento preciso, y pudo con-vertirla en la sntesis perfecta de la ideologa que, sin ser entonces ninguna novedad, encontr la ocasin de alcanzar su apogeo precisamente en la hora ms amarga: la derrota militar y diplomtica haba des-embocado en una ficcin de potencial fecundidad.

    En la undcima de sus Cartas al Ecuador, Carrin es-cribi entonces un prrafo que bien puede ser con-siderado como una de las ms certeras expresiones de la naturaleza y funcin que deba cumplir la ideo-loga de la cultura nacional:

    Nunca como hoy, en que la patria derrotada est sufriendo las consecuencias de la des-orientacin de su vida a causa de errores de propios y extraos, pasados y presentes; nunca como hoy el tiempo ms propicio para hacer una especie de examen de conciencia na-cional que, seguido de un serio propsito de enmienda, nos pueda llevar a la formulacin de un acto de fe, de un acto de esperanza, de un acto de amor hacia la patria.7

    El uso de un lenguaje religioso (examen de con-ciencia, propsito de enmienda, acto de fe y dems) no es casual: solo revela que el autor tiene conciencia de estar dirigindose a una sociedad no solo familiarizada con ese lenguaje, sino in-cluso dominada por l; revela, adems, la naturaleza irracional de la ideologa, que se sustenta en una adhesin emocional a un conjunto de valores

    7 Las Cartas al Ecuador, algunas de las cuales aparecieron como artculos de prensa en el diario El Da, fueron reunidas por su propio autor en forma de libro en 1943 y publicadas en la Imprenta Gutemberg. No es aventurado pensar que este es el libro ms importante de todos los que escribi Carrin. (Cito de la edicin hecha por la Universidad Alfredo Prez Guerrero en 2007, p. 91).

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    etreos que se imponen por encima de toda raciona-lidad y configuran esa mstica nacional de la que habla Dijan, y muestra finalmente la necesidad de compensar la experiencia real con la proclamacin de una utopa esa que aparece ya expresamente diseada en la decimosptima carta:

    Inmensa es, para los destinos de un pueblo, para sus posibilidades futuras, la disminucin territorial []

    Pero ms grande aun es la disminucin moral, la disminucin de nimo, la mengua del pres-tigio. Y contra esas disminuciones s podemos reaccionar, hombres del Ecuador, derrotados en una guerra sin pelea. Si ha sido entregada nuestra tierra, que no nos sea tambin arreba-tada nuestra voluntad de vivir, de volver a ser patria [] s se puede edificar una patria, una pequea gran patria, con el material humano que tenemos.

    Que es el mismo con que edific Atahuallpa el ms grande imperio de estas latitudes. El mismo que ha producido a Espejo y los h-roes de Agosto. El mismo con que construy una clara democracia Rocafuerte; y una oscura, pero poderosa fuerza moral y material, Garca Moreno. El mismo material humano que ha sido capaz de florecer en Montalvo, en Alfaro, en Gonzlez Surez.

    Y sobre todo, el mismo material humano capaz de los tejidos de Otavalo, de las miniaturas en corozo de Riobamba, de los sombreros de to-quilla de Manab y de Cuenca.

    El mismo material humano capaz de las ta-llas maravillosas en piedra y en madera de los templos quiteos; de los imagineros populares que, desde el indio Caspicara, han inundado de maternidades y nacimientos a medio conti-nente. De los pintores ascticos y realistas de la escuela quitea. De los alfombreros sin igual de Guano y de Los Chillos.8

    8 Ibdem, pp. 152-153. Es curioso que en la primera de sus Cartas, el propio Carrin ridiculiz ese constante recurso del patriotismo a la enumeracin elogiosa de los grandes: estamos padeciendo escribi mucho de esa dispepsia, conocida con el nombre de escorbuto, por haber comido y seguir comiendo de gula el caramelo literario, y despus de ejemplificar el cara-melo poltico y el social, agreg ms adelante: En lo cultural, hemos llegado a la perfeccin. Todos los das, como una hermosa oracin maanera, debemos recitar: somos la patria de Espejo, de Olmedo, de Montalvo, de Gonzlez Su-rez. Desde hace poco, somos tambin la patria de Crespo Toral. Lo dems no importa. No hay que ser exigentes (loc. cit., pp. 18-19).

    Cul es ese proteico material humano que Carrin invocaba? El mestizo. Ese mestizo que ha reunido en su sangre todas las sangres y todas las culturas, ha-ciendo con ellas una sntesis excelsa: la cultura nacio-nal.9 Esa misma cultura que habra de ser desde ese momento exaltada en la oratoria de los polticos y el discurso de la literatura, y que habra de encontrar su apogeo en la Gloriosa: cunta sed de gloria atormen-taba a esos espritus que se saban derrotados!

    La idea de mestizaje, en efecto, traa aparejada la idea de sntesis; pero aun ms all de las posibles y an no discutidas sntesis de sangres y culturas,10 en la proclama de la nacin mestiza alentaba el impo-sible sueo de una sntesis ideolgica. En 1944, poco despus de haber tenido en Quito la mayor apo-teosis que recuerda la historia ecuatoriana, el doctor Velasco Ibarra le dijo a un periodista colombiano que nadie podra citar una revolucin ms original que esa, en la que el cura y el comunista se daban la mano. Sin duda, Velasco pensaba en esa conjun-cin de todas las tendencias en el bur poltico que le haba trado del exilio para encumbrarle; pero no saba que sus palabras tenan un don proftico, porque poco despus resultaron literalmente ciertas en la Casa de Carrin, donde se sentaron juntos Ja-cinto Jijn y Caamao y Joaqun Gallegos Lara, Au-relio Espinosa Plit y Enrique Gil Gilbert Al fin y al cabo, todos eran ecuatorianos, todos estaban he-chos del mismo material humano, a todos cobijaba el mismo tricolor nacional! Desde luego, quienes nunca tuvieron asiento en la Casa fueron los ind-genas, porque el lugar que les tocaba fue ocupado por los indigenistas

    La gran hora de la Casa

    La Casa de la Cultura fue, junto a la Confederacin de Trabajadores del Ecuador (CTE), el fruto perdurable

    9 No hay que olvidar que la ideologa del mestizaje tena, en realidad, un al-cance continental. Entre sus voceros se encuentran algunos de los ensayistas ms notables de Amrica, como Alfonso Reyes, Pedro Henrquez Urea, Jos Vasconcelos y otros.10 En la poca en que Agustn Cueva y yo hacamos la revista Indoamrica, con la colaboracin permanente de Franoise Perus, sostuvimos la tesis de que nuestro mestizaje no ha sido completo, puesto que, en lugar de sntesis, en-contrbamos yuxtaposicin de elementos culturales de diversa procedencia. (Vase, p. ej., de Agustn Cueva, Mito y verdad de la cultura mestiza, Revista Indoamrica, N 4-5, julio-diciembre de 1965; reproducido con ampliaciones en Entre la ira y la esperanza. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1967, y mi Ms all de los dogmas. Quito: Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1967). En los ltimos aos, he modificado parcialmente esa tesis o, ms precisamente, la he corregido: es imposible no admitir un cierto nivel de sntesis cultural, sin que haya desaparecido la yuxtaposicin de elementos que se mantienen im-permeables, aunque quiz solo en apariencia.

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    Cultura

    realizacin de frecuentes exposiciones de artes pls-ticas; el primer esfuerzo institucional para dignificar la produccin del llamado arte popular y la arte-sana; la construccin de nuevos escenarios para la prctica de recitales de poesa, representaciones tea-trales y conferencias; la invitacin a notables cien-tficos, escritores y artistas extranjeros, as como la ayuda para aquellos artistas que por su talento po-dan dar a conocer al Ecuador en otras latitudes; la creacin de grupos orquestales y del famoso coro que dirigi el maestro Oscar Vargas Romero En un tiempo relativamente breve, la Casa se extendi, adems, a una gran parte del territorio ecuatoriano (y terminara ms adelante por extenderse hasta todas las provincias) mediante la creacin de ncleos que, como extensiones de la matriz, procuraban benefi-ciar a la poblacin urbana que no alcanzaba a dis-frutar de los beneficios de la capital. Ms tarde, al crecer, dichos ncleos provinciales empezaron a pedir relativa independencia y han terminado por proclamarse autnomos respecto a la matriz: pare-cera que en Ecuador hay una tendencia inveterada a confundir los verbos crecer y separar, vinculada por oposicin a otra tendencia, exclusiva de la ca-pital, a confundir coordinar con controlar.

    En los ltimos tiempos se ha escuchado con fre-cuencia a las autoridades de la Casa la explicacin de su menguada actividad, argumentando la escasez de sus rentas.12 Nadie podr probar, sin embargo, que en los aos cuarenta y cincuenta las rentas de la Casa hayan sido proporcionalmente mayores que en la actualidad. Lo que se puede probar, sin duda alguna, es la eficacia de la ideologa que sustentaba la actividad de hace medio siglo; una ideologa que, si no movilizaba a toda la sociedad ecuatoriana, lo-graba entusiasmar a sus sectores ms visibles, que son los estratos medios de la poblacin urbana es decir, precisamente aquellos que, por su propia condicin, requeran con mayor urgencia la afirma-cin de su identidad, largo tiempo sometida al me-nosprecio y a la duda. Solo que tal afirmacin de identidad devino fcilmente desmesurada exalta-cin de lo propio, por momentos muy prxima al chauvinismo: Lo verdadero y mejor en todo pueblo

    12 La excusa tiene un doble frente: primero, ante el pas, por lo poco que la Casa ha aportado en los ltimos tiempos al desarrollo de esa misma cultura nacional que se proclama en las palabras; segundo, ante los propios ncleos provinciales de la institucin, por el reparto desigual y arbitrario de los fondos recibidos del Estado. Es preciso dejar constancia de que, aun as, la labor de ciertos ncleos provinciales sigue siendo ejemplar dentro de los mbitos que la Casa ha asumido como suyos.

    de la sublevacin de 1944. Perdurable, se entiende, en la medida en que podan serlo las ideologas que las sustentaban: la ideologa de la cultura nacional y la ideologa del proletariado como vanguardia de la historia. Hermanas siamesas fueron, sin embargo, tempranamente separadas para vivir cada cual su propia vida, sin que por ello dejaran de hacerse es-pordicos guios de saludo. Izquierdistas, revolu-cionarias, comprometidas, una y otra albergaban en su seno las necesarias garantas de estabilidad para el mismo sistema que duramente combatan en el nivel de las palabras. Curiosamente, las dos habran de vivir sus horas de gloria bajo el rgimen bonachn y descolorido del seor Plaza y en el de su inmediato sucesor, el inevitable Velasco Ibarra unos diez aos oficialmente sealados como un tiempo de pa-cata decadencia de la cultura y de la lucha, pero en la prctica ornado por una rica produccin literaria y por las escaramuzas de la clase obrera con los pri-meros escuadrones del movimiento Accin Revolu-cionaria Nacionalista Ecuatoriana (ARNE).

    Fue entonces cuando Ecuador conoci, por primera vez en su historia, la aplicacin sistemtica y cohe-rente de una poltica cultural. Sus principios, nunca formulados expresamente, se desprendan del de-creto de fundacin de la Casa de la Cultura y se re-ducan a la aceptacin de las obligaciones que al Estado le corresponden frente a la cultura y al reco-nocimiento simultneo de su falta de competencia para intervenir por s mismo en la direccin de los quehaceres culturales lo cual implica el recono-cimiento de la autonoma de la cultura frente al Es-tado.11 En cuanto a sus objetivos reales, al margen de los muy retricos que aparecen en el decreto, fueron los que se desprenden de los postulados ideolgicos desarrollados en las dcadas anteriores y que en-contraron una certera formulacin en las Cartas de Carrin: levantar el espritu nacional deprimido por la derrota, exaltar los valores de la patria, esti-mular la creacin artstica e intelectual. Sus estra-tegias, indudablemente fecundas, dieron prioridad a una gigantesca tarea editorial, sin descuidar la

    11 Por eso, el decreto de creacin de la Casa estableci que el ministro de Edu-cacin sera miembro nato de la entidad, y que al concurrir a sus sesiones las presidira, y dispuso, adems, que dicho secretario de Estado tuviera la compe-tencia para aprobar los planes, programas, informes y presupuestos. Sin em-bargo, concedi simultneamente amplias facultades al presidente de la Casa, en el entendido de que se las conceda a Benjamn Carrin, cuya autoridad intelectual y moral estaba por encima de toda discusin. As, aunque la Casa no tuvo una autonoma legal, goz de una real autonoma en la prctica, y en lugar del sustento de la ley, ella lo tuvo en la personalidad de su propio funda-dor. (Vase el Decreto N 707, de 9 de agosto de 1944, Registro Oficial N 71, de 25 de agosto de 1944.)

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    escribe Adorno es ms bien lo que no se ajusta al sujeto colectivo y que, llegado el caso, se le opone. La formacin de estereotipos, por el contrario, favo-rece el narcisismo colectivo.13

    Una ideologa, sin embargo, solo puede tener vi-gencia en la medida en que se mantienen las con-diciones sociales que hacen posible su existencia. Un pas que no haba logrado modificar las estruc-turas de una economa bipolar, no industrializada, orientada en la Costa a la exportacin de productos agrcolas, y en la Sierra al consumo interno; un pas que no haba logrado diversificar su produccin y que careca de capitales, como no fueran aquellos que estaban destinados a financiar los bancos que se encargaban del comercio; un pas de profundo arraigo en convicciones religiosas que resultaban del largo predominio de la Iglesia; un pas que no haba logrado universalizar la educacin, dejando en el desamparo de la ignorancia a porciones exor-bitantes de su poblacin urbana y rural; un pas que miraba su futuro como si fuera el presente de otras sociedades adoptadas como su modelo; un pas en el que los mritos siempre importaban menos que las relaciones de parentesco un pas subdesarro-llado, en suma, no poda dejar de ser sensible a la prdica permanente de los grandes valores de la patria. La patria eran las glorias del pasado, adecua-damente magnificadas por la literatura y la oratoria de los caudillos; la patria era la sangre derramada por otros en la frontera; la patria era la esperanza de la felicidad; la patria era la emocin de la bandera, el himno y los desfiles; la patria era, sobre todo, la pro-mesa de una nebulosa reivindicacin de intangibles derechos, algo as como un desquite de la humilla-cin recibida, una imaginaria reconquista. En 1960, cuando el doctor Velasco Ibarra proclam la nulidad del Protocolo de Ro, la patria vibraba todava y se exaltaba en el sueo de recuperar la dignidad piso-teada. No obstante

    La sacudida y otra versin de lo mismo

    La historia, que es amiga de sorpresas y de vuelcos totalmente inesperados, trajo a las Amricas el tras-torno ms notable del siglo en aquel memorable ao sesenta: la Revolucin cubana, que haba triunfado un ao antes, rodeada del beneplcito general por el

    13 T. W. Adorno (2003). Sobre la pregunta qu es alemn?. En Consignas (Stichworte). Kritische Modelle 2. 1969). Trad. de Ramn Bilbao. Buenos Aires: Amorrortu (ed.), p. 96.

    derrocamiento de un tirano, anunci que adoptaba el socialismo y comenz el duro proceso de su propia consolidacin. Fue la hora de las expropiaciones, de los fusilamientos, del predominio de aquella ecua-cin tan engaosa que permite equiparar el error, el desacuerdo y la traicin. Contempornea de los pro-cesos de liberacin de las naciones africanas, la Re-volucin cubana se consagr de inmediato como el nuevo referente continental, hasta el punto que se hizo evidente que, a partir de ella, el mundo nuestro, el de la Amrica morena, qued como partido en dos mitades: la de antes, que fue la mitad de la ex-clusin y la injusticia, y la de despus, que sera la mitad de la nueva felicidad.

    No es necesario recordar (lo he hecho ya en otros lugares14) el clima que se extendi en Ecuador bajo el influjo de la Revolucin cubana, los procesos po-lticos africanos y el cisma ideolgico entre Beijing y Mosc sin olvidar, por cierto, la influencia que ejerci el espritu de impugnacin general de los valores burgueses que se extendi por el mundo, alentando los movimientos feministas, provocando grandes renovaciones artsticas y trastornando el pa-norama de la ciencia. Para los fines de estas pginas, baste recordar que en Ecuador, los aos sesenta pre-senciaron la aparicin de una exaltada iconoclastia que con frecuencia pareca morder su propia cola, pero que fue lo suficientemente virulenta para llevar a cabo un movimiento de escritores y artistas j-venes (casi siempre meros aprendices15), cuyo mo-mento de gloria lleg en 1966, cuando la cada de la dictadura militar encabezada por el contralmirante Ramn Castro Jijn dio lugar a una aparatosa reor-ganizacin de la Casa de la Cultura.16

    En realidad, ms que una reorganizacin, aquello fue una restauracin: despus de haber sido expul-sado de la Casa por el golpe militar de 1963, Ben-jamn Carrin volvi a presidirla como consecuencia del movimiento que pretendi limpiarla de todos los vestigios de la dictadura. Claro que volvi con una nueva ley que super algunos de los aspectos ms d-biles del decreto fundacional, estableci por primera vez una absoluta autonoma institucional y proclam

    14 Vase, por ejemplo, Los aos de la fiebre, en el folleto homnimo editado por Ulises Estrella (2005). Quito: Libresa.15 Es verdad que de esos movimientos ha salido la mayor parte de las figuras importantes de nuestra actualidad literaria y artstica; pero eso no quita que, en la fecha a la que estamos aludiendo, esas mismas figuras no pasaban de ensayar sus primeros ejercicios creativos 16 Sobre dicha reorganizacin, aparte del texto ya citado, vase Hernn Rodr-guez Castelo (1967). Revolucin Cultural. Quito: Casa de la Cultura.

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    una vocacin inequvoca por lo popular;17 pero volvi de todos modos a su Casa, la que desde haca muchos aos haba sido ya identificada como su obra cumbre, la que pareca no poder vivir una existencia propia si no era a la sombra del gran patriarca.

    Pero ninguna restauracin es completa, y tampoco lo fue el episodio de 1966: aunque el movimiento que lo protagoniz nunca pretendi cuestionar la ideologa de la cultura nacional, sobre la cual nadie haba an reflexionado, se dio un tmido paso hacia adelante al sustituir la vieja idea de llevar la cultura al pueblo, por otra, incubada por los sueos revolucionarios del momento: ms que hablar de la cultura, habl de los escritores y artistas, tcitamente identificados como los nicos creadores de cultura, y sostuvo que ellos estaban obligados por su mismo oficio a acompaar al pueblo en su marcha de liberacin, y a expresar con su voz las aspiraciones del pueblo: a la poltica de la salvacin del pueblo por la cultura sucedi entonces la poltica del servicio a ese mismo pueblo mediante la cultura, pasando de la concepcin de la cultura como panacea a la concepcin de la cultura como herramienta, y los intelectuales, que se haban con-siderado a s mismos como guas o conductores del pueblo, se vieron de pronto reducidos a la condicin de intrpretes de la voluntad popular, cuando no a la de sus meros portavoces. No cabe duda que, en tales definiciones, resonaba el eco del Sartre radical, aquel que se empeaba por completo en la batalla por la li-beracin de Argel y llevaba su compromiso hasta el punto de declarar que La nusea no vala nada frente a un nio que mora de hambre.

    Ms poltico que cultural, pero no suficientemente poltico, el movimiento de los sesenta tuvo que vr-selas muy pronto con la aparicin de duras contra-dicciones. La Casa, con toda su autonoma incluida, era de todos modos una entidad del Estado; sus fondos provenan del presupuesto estatal y su mi-sin le haba sido asignada por una ley, ni mejor ni peor que muchas otras que nacan de los r-ganos del Estado encargados de dictarlas. El movi-miento, en cambio, albergaba en su seno una gama de tendencias radicales, desde el cristianismo de iz-quierda hasta el marxismo-leninismo, pasando por el existencialismo, el trotskismo y el anarquismo, y entre todas ellas no carecan de importancia aquellas que se alimentaban de la lectura cotidiana

    17 Cf. Decreto Supremo N 1156 de 29 de septiembre de 1966, expedido por el Gobierno provisional del seor Clemente Yerovi Indaburo, y publicado en el Registro Oficial N 131, de 30 de septiembre del mismo ao.

    del Libro Rojo de Mao y encontraban que la propia Casa deba sucumbir con el Estado que la haba en-gendrado. Ms que un desacuerdo con las acciones desarrolladas por la Casa (algunas de las cuales in-cluso podan haber merecido sus aplausos, como la del teatro dirigido por Paccioni), un importante sector del movimiento cuestionaba por lo tanto la misma institucionalizacin de la cultura, y abo-gaba por una accin que deba nacer de la calle y del campo, de la fbrica y el taller, sin pretender los oro-peles de la cultura letrada ni pagar ningn tributo a las vanidades de la fama.

    El solo hecho de que en esos aos se hubiera enun-ciado una idea semejante me lleva a una reflexin: tanto en los aos treinta, cuando se desarroll el movimiento del realismo social, como en los aos sesenta, cuando se desarroll el movimiento icono-clasta al que me estoy refiriendo, los intelectuales ecuatorianos (incluyendo en esa ambigua categora a los crticos, escritores y artistas, as como a los ca-tedrticos de las universidades, a los periodistas y otros) han requerido contar con una institucin que sea capaz de prestarles abrigo y sustento; para ellos, el ejercicio independiente de su tarea ha sido algo as como un paraso anhelado, pero imposible. En los aos treinta, muchos de los escritores del rea-lismo (Jos de la Cuadra, por ejemplo, o Jorge Reyes, o el propio Carrin y muchos otros) fueron tentados por el Grupo Amrica o la Sociedad Jurdico-Lite-raria, y algunos militaron en las filas de uno y otra, a pesar de que hacerlo chocaba con el sentido social y poltico de su obra. En los aos sesenta, tales enti-dades haban sido ya desplazadas por la Casa de la Cultura, que sin llegar a provocar la muerte de sus predecesoras, las haba reducido a meras reliquias del pasado.

    Es muy fcil decir, desde luego, que la herencia del pasado colonial ha consagrado la figura del inte-lectual cortesano,18 a la cual, por una suerte de ata-vismo negativo, tienden a someterse todos cuantos, de uno u otro modo, ejercen las actividades intelec-tuales: para ellos, una institucin protectora hace las veces de la corte que aliment a sus antepasados. No obstante, aun en el caso de admitir la existencia de una tendencia atvica semejante, es necesario ir ms all para encontrar una explicacin ms

    18 Esta es, por ejemplo, la opinin que mantuvo Agustn Cueva en su primer libro, aunque ms tarde fue modificada. Cf. Entre la ira y la esperanza, cit. su-pra, 1967.

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    de las industrias culturales, generalmente extran-jeras, que con frecuencia ofrecen abalorios en lugar de cultura Imaginar, en esas condiciones, la abo-licin de una institucin de cultura junto al Estado que la ha engendrado, aparte de implicar una ma-niquea toma de partido por las culturas populares contra las formas de expresin de la cultura letrada, no dejaba de ser una utopa cercana al disparate.

    Una consigna nueva

    Pero volvamos al punto en el que habamos quedado. En 1967 Carrin renunci definitivamente a la presi-dencia de la Casa para llevar la bandera de la patria de Espejo hasta la patria de Jurez, como le haba pedido el presidente Arosemena Gmez en un acto pblico ante nutrida concurrencia. La Casa empez entonces su lenta decadencia, pasando primero por un altivo envejecimiento prematuro que recordaba todava las costumbres de los antiguos tiempos, para precipitarse despus por un declive permanente y cada vez ms pronunciado, mientras sus dirigentes seguan repitiendo ante un pblico de amigos cada vez ms reducido que Ecuador estaba llamado a ser, como quera Carrin, una gran patria de cultura. Sin lograr la formulacin de una nueva utopa que estuviese de acuerdo con los nuevos tiempos, la exis-tencia de la Casa dej de ser significativa en el con-texto de una sociedad que empezaba a hacerse ms compleja, no solo por el crecimiento del mercado (que hizo posible, ya desde los aos setenta, la apa-ricin de novsimos centros culturales de carcter privado y de incipientes industrias culturales que alentaron el comercio de obras de arte), sino tam-bin por el correlativo y acelerado crecimiento de una clase media profesional, fraguada en los hornos ms accesibles de las universidades, tambin sujetas a un sensible deterioro. El petrleo recin descu-bierto en la regin amaznica fue, sin duda, el ga-tillo que dispar estos procesos y provoc la ilusin de que Ecuador creca vertiginosamente. Y creca, en realidad, pero su crecimiento no era ms que el de la espuma. Ese Ecuador optimista, moderno, provisto de recursos, era en realidad un Ecuador imaginario: ms all de las nuevas zonas rosa pobladas de fla-mantes ejecutivos que vestan trajes italianos y ha-blaban en ingls, el mismo Ecuador pobre, injusto y excluyente, sin dejar de ser moderno, pero en otro sentido, arrastraba sus problemas de siempre. Los viejos caudillos de otro tiempo haban empezado a

    consistente del fenmeno en el nivel de nuestro de-sarrollo social, que no permiti en aquellos aos que las actividades intelectuales alcanzaran una relativa autonoma, como ha ocurrido ya en sociedades que han llegado a una mayor y ms compleja divisin so-cial del trabajo.

    Y no se trata solamente de aquellos aos: an hoy, en el contexto de la llamada globalizacin del mer-cado, la autonoma de las actividades intelectuales sigue siendo una utopa para la mayor parte de los intelectuales ecuatorianos, y no solo para ellos: en todo el mundo, solo una minora ha descubierto las frmulas adecuadas para encontrarla. En Ecuador no es raro, sin embargo, que incluso aquellos inte-lectuales que han logrado una relativa autonoma, suelan buscar una y otra vez el amparo, el auspicio o la proteccin de alguna institucin pblica, aunque no sea ms que bajo la forma de contratos para la ejecucin de obras que no son, en ningn caso, la expresin ms genuina de su vena creativa.19

    Esta limitada situacin de los intelectuales se en-cuentra necesariamente vinculada con la ausencia de un pblico que demande bienes culturales.20 En un pas cuya poblacin alfabetizada y comprendida en las edades adecuadas alcanza probablemente el 50% de la totalidad de sus habitantes, el tiraje de los libros que se editan no pasa de mil, quinientos y, a veces, menos ejemplares, lo cual habla a las claras de la inexistencia de un pblico lector y explica, por la lgica del mercado, la imposibilidad de auto-noma de los escritores, crticos y otros intelectuales. Tan deprimentes como estas son las cifras que se re-fieren a los visitantes de los museos, los lectores de las bibliotecas pblicas o los asistentes a las expo-siciones, o a las funciones de teatro o de cine: junto a la precaria situacin que ello implica para los au-tores y productores, hay que pensar que la inmensa mayora de los ecuatorianos ha quedado a merced

    19 De hecho, la prctica ya generalizada de la ejecucin de trabajos de investi-gacin histrica, sociolgica, antropolgica y otras bajo contrato con entidades pblicas, ha representado desde los aos setenta un nuevo mecanismo a travs del cual el Estado ejerce un control de la produccin cultural, orientando el trabajo de los intelectuales hacia las reas de su propio inters y negando el apoyo a aquellas actividades que no concurren a sus fines. Ms adelante sea-lar la modificacin que en esta prctica ha sido introducida por la revolucin ciudadana.20 No es intil reparar en el hecho de que la ideologa del mercado, hoy triun-fante en todas partes, ha condicionado de tal manera nuestro lenguaje, que se ha hecho habitual el uso de trminos propiamente mercantiles (demanda, bienes, circulacin) para hablar de la relacin del pblico con las obras o creaciones culturales. El lenguaje, como es sabido, y sobre todo aquel que se habla con desprevenida espontaneidad, es el nido privilegiado de la ideologa.

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    Cultura

    labor editorial, unida a la creacin de otras ricas co-lecciones de documentos, monedas y biblioteca