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Narrativa. Fragmentos, viaje.
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Alfredo Balanescu
Este - Oeste
θ Epiceno
Alfredo Balanescu
Este - Oeste
Epicenoθ
Este-OesteAlfredo Balanescu
Imagen: Casa de John C. Pew, por Frank Lloyd WrightDiseño y edición: Alfredo Balanescu
Creative Commonshttp://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/
Epiceno. Domicilio cambiante. Para esta edición: Pugibet 47
Impreso en México2012
I
En media hora estarás ya en camino. Cuando pienses esto,
habrás llegado al centro de la ciudad; ascenderás de la
profundidad aspirando el olor pastoso de la calle y se abrirá la
puerta de la memoria, de golpe; se te nubla la vista; se
mezclará el día con la tarde, porque el sol siempre oblicuo y el
cansancio te confundirán.
Las imágenes acumuladas en las ciudades visitadas,
invisibles o imaginadas convergen mientras andas por ahí; es la
falta de sentido del tiempo la que te agobia. Te inunda la
memoria porque esta vez tuviste la capacidad de recrear este
lugar a partir de otro tiempo. Como Alfonso (cualquier
Alfonso), que de tanto leer sobre Barcelona, Estambul o
Alejandría caminaba por ellas como si las conociera desde
siempre. Tenía la manía de crear memorias previas. Apropiarse
de los lugares deseados, le parecía necesario y natural.
Agrandar el espacio, alargarlo, darle la forma que
deseas; habrás de formar una imagen final que concuerde
posiblemente con el lugar verdadero. La ciudad real: algunos
se enfrentan al recuerdo de una que ya no existe; otros, al
llegar, creyeron que cualquier bien de la vida no se les resistiría
ni negaría; los más, saben que su refugio se encuentra detrás
de alguno de esos muros.
* * *
Ventanas tapiadas.
1
II
Las ciudades se forman piedra sobre piedra, hasta semejarse a
sus habitantes, en consonancia con sus pensamientos. Unos
construyen y deciden, los demás se adecuan, como dicta una
fórmula milenaria. Éstas cambian al ritmo que, supues-
tamente, el habitante va acumulando fuerzas, conocimiento y
libertad: eso es lo que nos cuenta la Historia sobre cómo se van
ganando las batallas contra el sinsentido y las tiranías,
plasmadas en la fisonomía de la ciudad.
Pero parece que semejantes abstracciones —libertad y
conocimiento— pueden convertirse en un bien de consumo
hasta volverse un excedente cancerígeno: los extremos se tocan
y el cenit es eclipsado por sí mismo.
Algunas ciudades caen en manos del que esgrime la
espada hábilmente o golpea con la bomba más potente; es una
antigua fórmula de la rapiña.
Alfonso soñó una ciudad bella, enorme y novísima
donde estaban excluidos los rascacielos, porque le gustaba la
escala humana y quería apreciar los detalles a simple vista. Era
la obra perfecta del urbanismo donde nadie viviría: bibliotecas
con miles de volúmenes, bares con platos y cucharas listos para
el café, el sonido del agua en las fuentes, joyas arquitectónicas
diseñadas por Gery, Foster o Calatrava, enclavadas, las grandes,
en anchos paseos con árboles de todo tipo; las pequeñas, en
plazas donde pudieran ser admiradas desde un cómodo asiento.
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3
Un río caudaloso y manso con botes prontos a zarpar:
falúas, bateles, chinchorros, esquifes y algún barquichuelo. Los
amaneceres tendrían suaves cantos de aves y las noches, silencio.
Algunas ciudades también caen piedra tras piedra.
Fragante y limpia fue soñada para ser la urbe sobre la cual
científicos y artistas crearían un corpus de cómo la ciudad
perecería. Alfonso intentaba soñar unas ruinas sin historia
humana; a la voz de cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero, empezaría
a vivir y a desaparecer: 00:00:01 – 00:00:02 – 00:00:03 –
00:00:04...
Caerían los arcos del triunfo, la naturaleza desbocada
saldría de sus márgenes, la herrumbre pertinaz penetraría
cualquier recoveco. Los observadores plasmarían la singular
belleza de la decadencia; era un enorme bocado del voyerismo. A
un enorme reloj de arena, un tableaux vivant o a un pasatiempo
comparaban este puzzle a la inversa.
Sin embargo, las normas y edictos no son sino un
cúmulo voluble de palabras, tanto más en sueños. Durante un
debate, los investigadores consideraron que sería un desperdicio
si todo quedaba en simples mediciones materiales. Un renom-
brado geógrafo propuso insertar dos grupos de gente —uno
control y otro experimental— en tres estados evolutivos de la
urbe, pues ¿qué sentido tendría esa vida sin un ingrediente
humano aunque fuese temporal? Se celebró la iniciativa que
permitiría estudiar la mente in vitro: aprobación unánime.
Los artistas captaron los momentos más elocuentes de la
actividad humana en la primera fase y los científicos sociales
teorizaron sobre la relación economía-bienestar-organización
política: “El grupo con mayor prosperidad goza de un alto grado de
homogeneidad y organización, y reacciona con hostilidad ante la
presencia de grupos externos menos favorecidos, que ponen a
prueba la permeabilidad de las estructuras sociales respectivas. La
condición política del grupo dominante es renuente a la
incorporación de la heterogeneidad vista como amenaza al sistema
de avalores y bienestar construido o heredado.”
La caída de la ciudad avanzaba. El grupo control se
organizó para poder sacar provecho de los pocos recursos restantes.
El territorio fue dividido de acuerdo a la incipiente rivalidad.
Tiempo después, en la tercera fase, dominados por el
desconcierto y la zozobra tuvieron que vivir bajo, sobre y entre
ruinas; intentaron explicarse quién los había creado realmente, de
dónde venían. No viendo más que decadencia, intentaron huir y ver
los confines de la ciudad que los contenía, pero ésta se doblaba
sobre sí misma a cada intento de cruzar las fronteras, tanto más
violentamente como desesperada fuera el intento de salir.
Comprendieron que eso era su existencia y el mundo.
Algún consuelo ansiaron descubrir entre tanta miseria. Uno de
ellos compuso música para el fin de los tiempos. Otro supuso que
había un ser supremo que solo los había utilizado para obrar la
extinción; lo llamó Él, y escribió:
4
5
En el primer día, Él, con un chasquido de sus dedos,
borrará al hombre y a la mujer de la faz de la Tierra.
En el segundo, hará que ningún mamífero, ave, pez o
insecto surque aire, tierra o agua.
En el tercer día, Él embalsamará al Ave Fénix para que no
se convierta en cenizas y renazca.
En el cuarto, secará y cubrirá de arena mares y océanos (los
mares de dudas y los mares de lágrimas también quedarán
cubiertos).
En el quinto día, hará que todas las plantas se sequen: del
Árbol del Bien y del Mal solo quedará un yermo tronco, como
siempre debió haber sido.
En el sexto, con un soplo de su aliento que otrora insuflaba
vida, extinguirá una a una las estrellas del firmamento.
En el séptimo día, viendo Él que así terminaba su acción,
despertaría para sí mismo y comenzaría de nuevo.
* * *
Alfonso abrió los ojos al sonido del despertador de alarma
gradual y amable. En la ducha, confirmaba que un cuarto de baño
sin vapor ni una toalla mullida, sería frío como una morgue. Con el
café y la tostada recién hechos, antes de leer el diario, meditaba que
no había concedido demasiado tiempo ni herramientas a la gente;
al fin y al cabo, era su sueño y ahí podría hacer lo que le viniera en
gana. Le gustaba seguir siendo lateral y poco subversivo incluso en
sueños. Su filantropía tenía una parte misantrópica, como era de
esperarse.
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III
Pereza en el negro de las celosías. Murmullo de gente. Persianas
como párpados de calles sinuosas. Arriba, en una terraza junto a su
ropa tendida y seca, una mujer joven de cejas adustas fumaba, ajena
a mi presencia al pasar, pues miraba el sol perpendicular de la tarde
que caía desde un cielo casi azul.
El tiempo se aferraba a las fachadas de los edificios multi-
familiares mientras que, en el bar ajado y oloroso de la esquina, se
agitaban algunas personas parecidas a las piezas, ligeramente
entremezcladas y sueltas, de un mecanismo fragilísimo y mudo. Me
sequé el sudor: “una cerveza será la solución a mis calores”. Llegué
hasta la puerta pero no entré. Salió un hombre moreno que miraba
sólo hacia el norte aunque cambiaba de dirección con un pertinaz
zigzag.
Extrañado, lo seguí de cerca; dobló repentinamente la
esquina y tropecé con dos viejos; pedí disculpas pero no escucharon
y se alejaron, sin inmutarse, hablando la incorruptible lengua de su
infancia durante una charla pausada, pastosa, sin dientes. La luz
había cambiado poco; la sequedad del aire remarcaba los visos
anaranjados de la tarde.
Llegué a una plaza triangular donde todos andaban como
extirpados del contexto. Me senté para observarlos, noté a tres
personas que habían permanecido mudas, inmersas en su
monólogo interior; lo sé, sin más, tanto como estoy seguro de haber
visto a esas dos señoras en Quito.
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Aquéllos se reúnen como un grupo más de emigrados
llegados a Sudamérica, boina en testa. Los siento cercanos porque
parecen haber degustado el polvo de una arquitectura ostentosa y
antigua, o por haberse deleitado escuchando el eco en una tradi-
cional calle de puerto mediterráneo antiguo y casi mítico. Su viaje
empezó, como el mío, con un solo paso y el deseo de abandonarse.
Unas horas más tarde, hacía menos calor y el sol de la tarde
comenzaba a disolverse. Recorreré, pues, como ellos este barrio
perdido de Madrid: lugar exacto y reducido para experimentar el
exilio más tranquilamente.
IV
Si he de atenerme a lo que la tiranía de los cinco sentidos me dicta,
seguiré incurriendo en el mismo error. Seguimos creyendo que
somos biológicamente fidedignos y veraces.
Hombre de tres cabezas encontrado enla calle de Hortaleza y Santa Brígida.Técnica mixta sobre muro de edificio
cerrado por reformas
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V
En algún momento, Alfonso pensó que era hora de salir de la
ciudad en cuyas aguas de albufera inmutable solo se mantiene a
flote. No quería andar a la deriva intentando asirse de alguien o
algo. Mira con ojos de extrañeza la urbe donde ha vivido
malamente; le pesa que el buen puerto no está aún a la vista. “Los
afluentes cambian constantemente de dirección”. Quizá no había
pensado nunca en ello, pero las cosas no han cambiado mucho
desde hace siglos: salir de un lugar no es más que aceptar las reglas
del juego de otro.
VI
Madrid, 23 de julio
Regresar una y otra vez al tema de las relaciones personales
por ser un tema que contigo ni comienza ni acaba, aunque ha ya
comenzado y terminado repetidas veces. Si continuamos la
amistad, sería pertinente restablecer una comunicación no lubri-
cada con las sutilezas de lo puramente anecdótico. Nuestro léxico y
sintaxis, estoy seguro, tienen más posibilidades. Por eso escribo
esto con mano flaca y tono llano. ¿Se podrá lograr con algún ser
vivo (incluyo a la familia, los amigos y exparejas) el nivel del diálogo
que hemos leído tantas veces en la literatura, así tan sucinta y hasta
elegante? Probemos.
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El motivo de la llamada: una performance en un teatro
alternativo. ¿Me necesitas para una performance? Nunca hubiera
imaginado pasar de una amistad entibiada a la colaboración. Pero
antes de decir sí o no, tengo ciertas dudas que quizá tú puedas
responderme: ¿qué sucederá en ese supuesto templo de lo
alternativo? Alter = otros, nativo = natural: lugar de los otros
nativos, los que se sienten los otros. Alternativo: adjetivo del verbo
alternar; primero los unos, luego los otros. Alternancia tan cerrada
en sí misma, comprometida en lamerse las heridas, donde la
alteridad no se muestra con la obscenidad que le es debida.
¿De qué lado estás tú? ¿De qué lado tratas de convencerte
que estás? Quizá me gustaría a mí ahora adoptar el papel de
espectador, más aún si se trata del acto de alguien que menciona su
desagrado ante la autoconfesión, descalificándola a la primera
oportunidad. ¿Qué veremos entonces? ¿La autoinmolación en una
pira alimentada con papeles llenos de poemas que temen ser copias
de otros? ¿La exposición de un cuerpo con los esfínteres laxos,
expuesto a que los que detentan lo otro lo despedacen o lo
adopten?
A uno de los alter cercanos a ti, no por ser precisamente un
alter ego sino por ser uno de la misma tribu, te empeñas en alejar o
usar de espejo, como para ver si con esta actitud bipolar es posible
aprender en cabeza ajena. Recuerda: el espejo necesita un objeto
que reflejar. Imagínate, ¿qué sería de ti sin el saco de huesos y carne
amigo tuyo que pretende hacer sonar una caja desportillada llena
de cuerdas que piadosamente llaman piano? ¿O sin tu exhermosa e
inteligente chica que se flagela con el cilicio de la gordura y el
desempleo?
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Aún antes de toda disertación, habríamos de considerar
una posibilidad terrible. Dicen que cada tantos años todas las
células del cuerpo son reemplazadas, al cabo de los cuales
terminamos siendo otros. En teoría. Gente cercana a mí en algún
momento no ha superado ese tiempo. Te ha pasado lo mismo,
supongo. Y no encuentro otra explicación más que la cocaína. Sí, al
haber inhalado tú y yo la misma basura tantas veces, quizá hayamos
condicionado la composición de las nuevas células. Exacto,
¡compatibilidad química! Seguramente ésa es la causa de que uno
se mimetice con quien funge de pareja: química pura expresada en
misma alcalinidad, misma acidez, inducidas por el intercambio de
fluidos y no por una comunión de pensamiento. Creo convencerme
en este preciso momento. ¿Será? Sodoma y Gomorra relacionadas
por un pequeñísimo porcentaje de alcaloide.
Me convocas, pero me pregunto si lo performativo tuyo
responde a la salud mental, al impulso creativo o a la adquisición y
afirmación de espejos. Quizá ésta sea tu petición pública de asilo
intelectual a la poesía francesa y rusa. Veo que pretendes no
escucharme y te sonríes. El sarcasmo te delata. La acidez y el
soliloquio no son excusa, me respondo. Te hablo a ti, gemelo mío
fantástico y fantasioso. Habríamos de alejarnos de los abuelitos
creativos que somos ahora. Las manualidades acaso con suerte
lleguen a ostentar el rango de artesanía. Porque lo artístico, ¿se
parece más a a visión o al proceso?, ¿a la revelación o al desarrollo?,
¿al capricho o a lo meditado? Ya lo ves, me divierto más ahora con
escribir altisonantes conceptos, que con darle demasiada impor-
tancia a mis exabruptos diletantes recientes. Yo también tengo que
tomar mis precauciones contra la abuela que me acosa con sus
agujas de tejer sentimentalismos. ¿Lo notas?
¿No? Allá tú. Te escribo para sacar a la grand-mère
performeuse que se defiende como gato boca arriba forzándome a
referirme a ella en francés. La envenenaré con su reflejo.
VII
Entrevistador: ¿Por qué lo escribió? ¿De dónde surgió?
Alfonso: Es el resultado de la exploración que comenzó con un
paso. Se trata de palabras y pensamientos caídos como gotas.
E: Entonces, ¿le sobrevino de pronto?
A: No. Ha pasado algún tiempo. Las primeras imágenes se desdi-
bujaron porque la mente se alimentaba de otras que no obligato-
riamente me hacían más feliz.
E: ¿A dónde pretende llegar con esto?
A: Detrás de las soflamas de la imagen.
E: ¿Negándola?
A: No. Moviéndola de lugar. Por ejemplo, una persona acostada en
un espacio reducido puede cambiar de sitio pocas veces hasta que
se convierte en el mapa de sí mismo.
E: Es decir, un catálogo razonado de lo que puede ser.
A: Sí, pero también un lugar donde colapsan muchos espacios y
tiempos.
E: Para bien o para mal.
A: Claro, porque uno termina por inundarse.
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VIII
Después de la temporada de sueños donde construía y derribaba
ciudades nodo, unilineales o edificadas sobre espirales áureas,
Alfonso comenzó a hacer con su cuerpo una cartografía despo-
jada de toda idea de tierra virgen, redención o purgatorio. No
pensaba en la utopía o en el lugar de un novísimo contrato social
entre homínidos. Con sus mapas corporales se preguntaba ¿qué
convierte a un lugar en epicentro?, ¿por qué tiene prerrogativas?,
¿cuáles son?, ¿es todos los puntos a la vez?
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13
IX
Alfonso solía mirar detenidamente una carta de navegación
marítima del siglo XVI, cuya rosa señalaba muchos más lugares que
los cuatro a los que el mundo se ha reducido: Norte Sur Este Oeste.
Al lado, había fijado con una chincheta un pequeño texto comple-
mentario: “es una creencia popular equivocada pensar que el Este y
el Oeste son los puntos por donde el sol efectúa su orto y ocaso. La
verdad es que esto solo ocurre dos días al año, que corresponden a
los equinoccios de primavera y otoño, en torno al 21 de marzo y el
23 de septiembre, respectivamente. El resto del año, el amanecer y
la puesta llegan a desviarse de esta posición aproximadamente 27
grados hacia el Norte o el Sur. A la desviación septentrional se le
llama positiva y a la meridional, negativa.”
A partir de este momento, crearás tu lugar deseado con las
imágenes de todos los puntos cardinales que puedas nombrar, pues
sabes que es falaz la reducción del mundo, su parcialidad y su
inmovilidad. Las desviaciones volverán a ser neutras en el itinerario
espiral pensado para que el centro se diluya y el caminar por las
calles se vuelva una línea ondulada —similar a una reflexión
sencilla pero certera—. Con el movimiento centrífugo intentas
alejarte de la trampa propagandística y terminar el anclaje a un
único epicentro.
X
La calle le arrancó los pasos con la promesa de que encontraría al
hombre que expandía una porción de tiempo esencial y común a
todas las ciudades. Tratando de emularlo, Alfonso seleccionaba
algún ornamento como punto de fuga donde hacía converger luz,
sudor, hambre, olor, y aumentaba su ansiedad, crispada por las
conversaciones rotas de quienes pasaban a su lado.
Buscaba las historias, en los intersticios de la ciudad,
olvidadas por algún homúnculo salido de un bestiario sucinto:
“¡Hacia Occidente!, que está en el cenit; ¡Hacia Oriente!, que de su
media noche habrá de despertar.” Había olvidado la esencial mezcla
de ingenio, malicia e intuición, a pesar de encontrarse en una época
cuya mezcla de razas, colores y lenguas era una fiesta de los
sentidos, pesadilla de los gobiernos. Recordó cómo los cronistas de
antaño relataron sus historias señeras en escenarios —llanuras,
manchas y riberas— que despreciaba debido a la atracción que
ejercían sobre él los muros altos de la ciudad. Le fascinaba
cualquier sucesión de balaustradas y el riguroso negro de las
celosías. Ancha Castilla. Su andar tenía demasiadas alternativas y
rodeos innecesarios. Veía a la gente y su forma de vivir verti-
calmente, su diarrea inmobiliaria hipotecada que agolpa los
pensamiento sin posibilidad de escape en el trabajo, frente al
televisor, ante el ordenador ni al cumplir los deberes maritales.
Paró en seco. Sintió náuseas. Quiso olvidar todo y alejarse
del hiperrealismo a través de la ciudad a donde volvía una y mil
veces: era circular como al rosa de los vientos.
14
El nueve de noviembre este opúsculo, que no relata
misterios sino situaciones mudables
e inciertas, cumplió el itinerario
desde su concepción en 2006
hasta la entrada cautelosa
en 2012
viaje de un día