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ESTÉTICAS DEL CONSUMO Configuraciones de la cultura material Universidad Nacional de Colombia Tesis Maestría en Estética Juan Diego Sanín Santamaría

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Universidad Nacional de Colombia Tesis Maestría en Estética

Juan Diego Sanín Santamaría

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA MEDELLÍN

TESIS MAESTRÍA EN ESTÉTICA

ESTÉTICAS DEL CONSUMO

Configuraciones de la cultura material

Por: Juan Diego Sanín Santamaría

Dirigido por:

Carlos E. Mesa González

Medellín 2006

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Juan Diego Sanín Santamaría

Estéticas del Consumo

Contenido

Introducción 1

1. Las puestas en práctica 5

2. Cultura material 14

3. Consumo 57

4. Estudios de la cultura material 76

5. Estéticas del consumo 90

5.1 Estéticas de la adquisición 92

5.2 Estéticas del uso 133

5.3 Estéticas del desecho 188

Conclusiones 227

Bibliografía 230

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Estéticas del Consumo

1

INTRODUCCIÓN

Los estudios sobre la cultura material se restringen por lo general a entender la manera

en que los objetos son concebidos por sus productores: cómo son diseñados,

producidos y vendidos, centrando por lo general su interés en productos

extraordinarios, “obra” de grandes diseñadores para usuarios de un mundo ideal.

Desde el punto de vista de los usos y significados de los objetos, el mercadeo ha

limitado esta área temática al estudio de la situación de compra, y ha tratar de entender

cómo es el comportamiento de las personas en dicho momento. La investigación que

se presentará a continuación, titulada “Estéticas del Consumo”, tiene por objetivo

establecer un marco a la vez conceptual y metodológico, sobre los estudios de la

cultura material, enfocado a conocer la manera en que los objetos son puestos en

práctica por sus consumidores: cómo son comprados, usados y destacados,

estudiando para esto los objetos ordinarios, hechos por diseñadores “menores” para la

gente del mundo real. El objetivo consiste en comprender más que el objeto las formas

en que éste es apropiado por las personas, estableciendo a través de esas puestas en

práctica configuraciones culturales que a la vez que cristalizan su sensibilidad estética

permiten hacer visible, a través de su materialidad aspectos culturales que de otro

modo quedarían en la invisibilidad.

Este trabajo trata en resumen, de mostrar a través de los objetos las categorías

culturales que definen quiénes son las personas, qué hacen y dónde están, categorías

que corresponden a su vez a tres formas de materialización de la cultura material: la

personal, la accional y la espacial. La investigación ha sido desarrollada desde dos

perspectivas metodológicas: la primera ha sido documentativa, y permitió establecer

hipótesis conceptuales y metodológicas sobre los estudios de la cultura material; la

segunda consistió en un trabajo de campo que permitió comprobar las hipótesis

propuestas a través del estudio de diferentes formas de apropiación de los objetos

mientras son puestos en práctica. La presentación de los contenidos se realiza a través

de cuatro partes: una hipótesis, una fundamentación conceptual, una propuesta

metodológica y por último la aplicación de esa metodología en la comprobación de la

hipótesis a través de estudios de caso.

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2

La hipótesis de la cuál parte la investigación es introducida a través de una pregunta

fundamental, sobre la posibilidad de aplicar en los estudios de la cultura material

modelos de análisis similares a los que en lingüística han permitido estudiar el lenguaje

desde dos perspectivas: la forma en que es concebido, la lengua; y las maneras en

que es practicado: el habla. Este cuestionamiento es a la vez justificado con las

apreciaciones que hace muchos años había hecho Baudrillard sobre la necesidad de

expandir el análisis formal, funcional y estructural de los objetos (su concepción), hasta

la manera en que estos son vividos (su puesta en práctica). A partir de esta pregunta

se propone entonces la “estética del consumo” como un marco teórico-metodológico

para estudiar la manera en que la cultura material es puesta en práctica, haciendo

visible en sus configuraciones, las formas en que las categorías culturales se

materializan.

El marco conceptual desarrollado en los capítulos 2 y 3 gira en torno a los conceptos

de cultura material y consumo, definiendo así los dos ejes temáticos del proyecto:

primero las formas en que la cultura se materializa y segundo las puestas en práctica

de esa información cultural materializada. El concepto de cultura –tema del segundo

capítulo- es abordado desde la definición de Jesús Mosterín, que la define como el

conjunto de información transmitida socialmente y compartida por un grupo, para

mostrar desde allí que lo que se materializa en los objetos, es decir en la cultura

material, es esa información compartida y transmitida. Partiendo de la diferencia que

establece Mosterín entre natura (término con el cual define la naturaleza) y cultura se

entra a definir los objetos como cosas artificiales desde diferentes puntos de vista.

Partiendo de la distinción que establece Manuel Delgado entre una ciudad concebida y

una ciudad practicada se plantea la posibilidad de establecer esta misma distinción en

el campo de los objetos, diferenciando un objeto producido y un objeto consumido.

Para poder hacer evidente esta diferenciación a través de un modelo de análisis se

parte de las apreciaciones que hizo Leroi-Gourhan a cerca de los tres valores que se

articulan en la forma de un objeto: la función mecánica ideal, la tecnológica demostrada

en la solución material a esa función ideal, y el estilo que el grupo humano o la etnia

confiere al objeto1, y partiendo de esto se definen los objetos desde tres dimensiones:

la funcional, que define lo qué se hace con el objeto, a partir de para qué sirve y cómo

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funciona; la estructural, que determina lo qué el objeto es, a partir de cómo y con qué

está hecho; y la comunicativa, definida a partir del sentido del objeto, de lo qué significa

y lo qué se siente por él. Los cambios que aparecen en cada una de estas dimensiones

al momento de la producción y al momento del consumo son los que permiten

establecer aquellas dos formas de representación: la del objeto producido y la del

objeto consumido.

El concepto de consumo –abordado en el tercer capítulo- para el marco del trabajo

debía definirse necesariamente desde un sentido expandido, que no limitara la

investigación al estudio de la situación de compra. Para esto se partió entonces de la

definición propuesta por Zigmunt Bauman la cual permite pensar en el consumo como

un ciclo, más que como un momento. Se establece entonces que el consumo consiste

en el conjunto de dinámicas socioculturales en torno a la adquisición, el uso y el

déstacho de la cultura material, definición que permite comprender, cómo desde las

puestas en práctica de la cultura material a través de esos tres momentos, los objetos

son apropiados desde cada una de sus dimensiones, para convertirse en objetos

redefinidos funcionalmente, transformados estructuralmente, y réstamantizados

comunicativamente. Finalmente se concluye que es en esas diferentes formas de

apropiación de cada una de las dimensiones del objeto, donde se puede entender la

manera en que estos son vividos, ubicando allí los registros de la estética del consumo.

El capítulo 4 es el momento en que surge la necesidad de convertir el marco

conceptual de la estética del consumo en un marco metodológico (en un conjunto de

técnicas e instrumentos y modelos de análisis), que permita el estudio de las puestas

en práctica de la cultura material. Para esto se definen dos modelos de análisis, uno

morfológico y otro biográfico.

El análisis morfológico se enfoca en estudiar los objetos desde cada una de sus

dimensiones: la funcional, la estructural y la comunicativa, haciendo énfasis no en la

manera en que éstas aparecen en el objeto producido, puesto que esto sería un reflejo

de como ha sido concebido por sus productores, sino en la manera en que cada una

de esas dimensiones ha sido apropiada, pues son esas redefiniciones,

transformaciones y réstamantizaciones, las que muestran cómo es que esos objetos

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4

han sido llevados a la práctica por sus consumidores. Este modelo de análisis consiste

en una serie de preguntas que referidas a la morfología de un objeto permitirán

comprender: cómo y de qué está hecho; para qué sirve y cómo funciona; qué

significados se le atribuyen y qué se siente por él. Para concluir se propone un

instrumento para el registro de los datos recolectados del análisis de cada objeto.

A diferencia del análisis morfológico que permite comprender un objeto en un momento

o en una fase determinada (cuando es adquirido, o usado o destacado), el análisis

biográfico se preocupa más por comprender cómo es el proceso a través del cual un

objeto atraviesa por cada una de las etapas del ciclo del consumo, haciendo énfasis en

los momentos de transición entre uno y otro. El análisis biográfico, como su nombre lo

dice consiste en una historia de la vida del objeto, por lo que se desarrolla –como

cualquier historia de vida- a través de preguntas que se realizan a una persona que

funciona como interlocutor del objeto en un momento dado; estas preguntas están

divididas en tres grupos: uno referente a los modos en que el objeto fue adquirido,

otras enfocadas a las formas en que es usado, y por ultimo un tercer grupo enfatiza en

las expectativas de vida del objeto, para vislumbrar desde allí cómo será destacado.

Las preguntas se concretan en un cuestionario que se aplicaría a través de una

entrevista en profundidad.

En el quinto y último capítulo, los modelos de análisis morfológico y biográfico fueron

llevados a la práctica para reconocer en las puestas en práctica de la cultura material

diferentes tipologías en las formas de representación del objeto consumido, es decir,

diferentes tipos de objetos según las formas de apropiación a las que ha sido sometido

cada uno. La clasificación realizada permitió definir 22 formas de representación

estética de los objetos al ser llevados a la práctica, agrupados en cada uno de los

momentos del ciclo del consumo. Si bien estas 22 tipologías no serían las únicas

formas de representación existentes, si logran agrupar y hacer visibles muchos rasgos

y aspectos de la cultura materializados en los objetos, y a su vez abrir nuevos

panoramas y nuevas perspectivas en lo referente a los estudios de la cultura material.

1 Andre Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 300

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-01- LAS PUESTAS EN PRÁCTICA

La Chiva. Medellín, viernes 22 de abril de 2005

“Muchos trabajos (…) se ocupan de estudiar sea las representaciones, sea los comportamientos de una sociedad. Gracias al conocimiento de estos objetos sociales, parece posible y necesario identificar el uso qué hacen de ellos grupos e individuos. Por ejemplo, el análisis de las imágenes difundidas por la televisión (representaciones) y del tiempo transcurrido en la inmovilidad frente al receptor (un comportamiento) debe completarse con el estudio de lo qué el consumidor cultural “fabrica” durante estas horas y con estas imágenes. Ocurre lo mismo con lo qué se refiere al uso del espacio urbano, los productos adquiridos en el supermercado, o los relatos y leyendas qué distribuye el periódico. La fabricación por descubrir es una producción, una poiética, pero oculta, porque se disemina en las regiones definidas y ocupadas por los sistemas de “producción” (televisada, urbanística, comercial, etcétera) y porque las extensión cada vez más totalitaria de estos sistemas ya no deja a los “consumidores” un espacio donde identificar lo qué hacen de los productos. A una producción racionalizada, tan expansionista como centralizada, ruidosa y espectacular, corresponde otra producción, calificada de “consumo”: esta es astuta, se encuentra dispersa pero se insinúa en todas partes, silenciosa y casi invisible, pues no se señala con productos propios sino en las maneras de emplear los productos impuestos por el orden económico dominante”. Michel De Certeau. La invención de lo cotidiano1. Artes de hacer. Pág. XLLII – XLIII

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Lengua y habla F. Saussure en el “Curso de lingüística general”, consideró como algo quimérico reunir

bajo un mismo punto de vista la lengua y el habla y expuso la necesidad de diferenciar

entre dos lingüísticas: una del lenguaje, esencial, en tanto que estudia la lengua como

algo social e independiente del individuo, un estudio psíquico; y otra del habla, in-

esencial, pues tiene por objeto de estudio la parte individual del lenguaje, es decir, el

habla, considerada esta como una puesta en práctica del lenguaje a través de la

fonación, un estudio psico-físico.

“La lengua puede compararse a una sinfonía cuya realidad es independiente de la forma en que se ejecute; los errores que puedan cometer los músicos que la tocan, en modo alguno comprometen esa realidad1.

…La lengua existe en la colectividad bajo la forma de una serie de improntas depositadas en cada cerebro, aproximadamente como un diccionario cuyos ejemplares, todos idénticos, estuvieran repartidos entre los individuos. Es, por tanto, algo que está en cada uno de ellos, siendo común a todos y estando situado al margen de la voluntad de los depositarios…

…(el habla) es la suma de lo que las gentes dicen, y comprende a) combinaciones individuales que dependen de la voluntad de quienes hablan, b) actos de fonación igualmente voluntarios, necesarios para la ejecución de esas combinaciones.

No hay, por tanto, nada en el habla de colectivo; sus manifestaciones son individuales y momentáneas.”2

Las costumbres lingüísticas de la cultura popular se traman con las reglas de la lengua oficial, dando forma a palabras vernáculas nacidas espontáneamente en los hábitos del habla. ¿Será posible encontrar estas mismas formas de apropiación en los objetos?

Un caso particular sobre los estudios de las puestas en práctica del lenguaje, es decir

del habla, lo encontramos en el “parlache. "Parlache" (parla + parche) es el nombre

que han dado José Ignacio Henao y Luz Stella Castañeda3 a las puestas en práctica

del lenguaje surgidas en los barrios populares de Medellín en los años ochenta, y que

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se han hecho extensivas a gran parte de la sociedad medellinense así como a otras

ciudades Colombianas. Esta variante del español, se diferencia del lenguaje estándar

por un fuerte proceso de transformación léxico–semántica, que se materializa en el

surgimiento de palabras nuevas, la resemantización de significados existentes, y en la

revitalización de palabras de la cultura popular4. El parlache muestra ante todo la

manera en que el español es desviado o adaptado en su uso cotidiano para satisfacer

las necesidades comunicativas de un gran sector de la sociedad, para quienes los

significantes y significados concebidos por la tradición lingüística –en un momento

dado- pierden sentido, al no poder expresar a través de éste su realidad. El “parlache”

es en sí mismo producto de una tensión socio-cultural, en la cual el lenguaje concebido

como oficial por la cultura al no lograr representar la realidad social es modificado por

sus practicantes, quienes buscan un ajuste entre las posibilidades que éste brinda y

sus actos comunicativos. En este lenguaje deformado toman forma y se materializan

sensibilidades emergentes, nuevas maneras de ser y sentir el mundo, de valores,

normas y actitudes, de alteraciones y modificaciones de la cotidianidad.

El parlache, o esa manera particular de relación a través del lenguaje, identifica a sus

practicantes, los cohesiona, establece vínculos emocionales entre ellos, refleja además

la manera en que perciben y enfrentan el mundo. Si alguien dijera que en Medellín –o

en Colombia- el lenguaje oficial es el español, estaría diciendo muy poco acerca de la

realidad colombiana o de su cultura, por el contrario, unas cuantas palabras del

parlache (sizas: sí; notis: no; ansorris: lo siento; bezaca: cabeza; peyerrea

(peye+gonorrea): insulto;) bastarían para dar cuenta de ciertos procesos de

comunicación y socialización, de su estilo y su cultura.

Si llevamos las apreciaciones de Saussure al campo del estudio de los objetos, no

podríamos preguntarnos por la posibilidad de dividir los estudios de la cultura material,

y de todos los objetos en general, bajo la misma óptica comparativa que él propuso

para los estudios del lenguaje ¿Será posible pensar los objetos: de una parte cómo un

sistema compuesto de ejemplares idénticos repartidos colectivamente a todos los

individuos de una sociedad; y por otra como un conjunto de actos diversos e

individuales, o cómo la suma de lo qué la gente hace con ellos?

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La pregunta por las puestas en práctica de los objetos En la parte introductoria de “El sistema de los objetos”, J. Baudrillard refiriéndose a los

estudios sobre los objetos, enfatizaba que el análisis formal, funcional y estructural no

da respuesta a la manera en qué éstos son vividos, ni a qué otras necesidades a parte

de las funcionales, dan satisfacción. Se preguntaba además por esa parte inesencial

del objeto (diferente a Saussure que se preocupo por lo esencial del lenguaje): por lo

qué le ocurre en el dominio de lo psicológico o lo sociológico, de las necesidades y de

las prácticas5, o dicho de otro modo: por las maneras en que ése sistema de objetos se

trama en la práctica con los actos de las personas.

“Cada uno de nuestros objetos prácticos está ligado a uno o varios elementos estructurales, pero, por lo demás todos huyen continuamente de la estructuralidad técnica hacia los significados secundarios, del sistema tecnológico hacia un sistema cultural”. “El sistema de los objetos no puede describirse científicamente más que cuando se le considera, a la vez, como resultado de la interferencia continua de un sistema de prácticas sobre un sistema de técnicas”. “La descripción del sistema de los objetos tiene que ir acompañada de una crítica de la ideología práctica del sistema. En el nivel tecnológico no hay contradicción: sólo hay sentido. Pero una ciencia humana tiene que ser del sentido y del contrasentido: de cómo un sistema tecnológico coherente se difunde en un sistema práctico incoherente, de cómo la ‘lengua’ de los objetos es ‘hablada’, de qué manera este sistema de la ‘palabra’ oblitera al de la lengua. Por ultimo, ¿dónde está no la coherencia abstracta, sino las contradicciones vividas en el sistema de los objetos?”6

Preguntas similares a las que se hacia Baudrillard, –aunque desde otra óptica, en otro

lugar y en otra época- son las que guían esta investigación. ¿Cómo es qué ponemos

en práctica, eso que concebimos por cultura material?

Si Baudrillard se preguntaba por cómo ese ‘lenguaje’ de los objetos era ‘hablado’…

¿no podremos nosotros preguntarnos por la existencia de un dialecto social o de un

“parlache” de los objetos en nuestras ciudades? ¿Será posible ubicar en las puestas en

práctica del objeto procesos de transformación similares a los del parlache que

consistan igualmente en el surgimiento de nuevos objetos, en la resignificación de los

existentes, o la revitalización de objetos populares? ¿Cómo estudiar entonces esas

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puestas en práctica de la cultura material a través de las cuales sus practicantes se

identifican y cohesionan afectivamente entre sí como un grupo?

La necesidad de un término Lo que plantea este proyecto es que de la misma forma que en lingüística se diferencia

claramente entre la lengua como un sistema y el habla como un acto, podría

entenderse –desde los estudios culturales- la cultura material desde dos perspectivas:

a) una análoga a la lengua como sistema, que se referiría a los objetos como

concepción cultural en tanto objeto físico u objeto construido, y otra dimensión b) que

se relaciona más con el habla como acto, referida a los objetos como puesta en

práctica social, como hábito o como objetos vivido a través de su consumo. Esta

distinción se considera por demás fundamental, para poder comprender esa dimensión

de los objetos que permanece aún oculta a el conocimiento, y que serviría por una

parte para saber qué hace la gente con los objetos, qué piensa de ellos, cómo es qué

esa gente, la de la calle, también la gente de casa, se relaciona entre sí a través de

ellos, y a la vez con ellos mismos, materializando en esas formas de apropiarlos, de

usarlo y desecharlos las normas, categorías, valores y actitudes de su cultura.

Si el habla define las puestas en práctica de la lengua, ¿Cómo referirse o cómo

nombrar esas puestas en práctica de los objetos, de eso que llamamos cultura material?

¿Cómo nombrar el estudio de esas tramas entre el objeto y lo humano?

Estética del consumo Si el habla, y en nuestro caso más específicamente el “parlache” es el término que

sirve para definir las puestas en práctica de la lengua, consumo es el término que

proponemos para definir las puestas en práctica de la cultura material, y planteamos

que si la lengua se pone en práctica a través del habla, la cultura material lo hace a

través del consumo, y que esas mismas transformaciones, resemantizaciones y

redefiniciones funcionales que observamos en las palabras pueden encontrarse en los

objetos.

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El habla representa ante todo una forma de apropiación del lenguaje por parte de sus

usuarios, así mismo, el consumo, como aquí se plantea, se refiere a los procesos de

apropiación de la cultura material, a través de los cuales los objetos construidos son

convertidos en objetos vividos, siendo acomodados a las prácticas sociales (a los

hábitos) que se desarrollan a partir de cada individuo. De algún modo lo que se

entiende en este caso por consumo no se restringe a la forma en que los objetos son

comprados, a lo que se refiere ante todo es a lo que las personas hacen con ellos, es

decir, la manera en que se los apropian en el día a día singularizándolos y cargándolos

de sentido estético al materializar en sus configuraciones –tangible e intangiblemente-

su sensibilidad.

Si a través del parlache –entendido como apropiación de la lengua – surgen palabras

nuevas, nuevos significados, o nuevos valores, que permiten de una u otra manera

instaurar a través del habla otra realidad diferente a la del lenguaje oficial, las

apropiaciones que se refieren al consumo de la cultura material permitirán ubicar el

surgimiento de nuevos objetos, de nuevas morfologías, de modificaciones simbólicas,

afecciones o cargas emotivas que los objetos reciben, de nuevos significados más allá

del concebido, otros sentidos, funciones o formas que son adquiridas en su práctica,

que lo que hacen es convertirse en un reflejo material de la cultura.

Al decir que el concepto de consumo -en el marco de la estética del consumo- no se

restringe sólo a situaciones de compra, implica abarcar el termino a todo el conjunto

de las puestas en práctica de la cultura material a lo largo de su ciclo de vida, esto es:

los modos en que es adquirida, en que es usada y en que es desechada, también la

forma en que las relaciones emotivas, cognitivas y físicas que tienen las personas con

ellos durante estas fases quedan inscritos en ellos ya sea estructural, funcional o

comunicativamente. No se considera en ningún momento el consumo como un acto

pasivo de resignación social a unos modelos comerciales impuestos desde diferentes

ámbitos, y que determinan qué y cómo se debe comprar; se considera por el contrario,

el consumo como algo activo e interactivo, una forma de producción cultural, que a

pesar de permanecer oculta representa en sus modos de apropiación la manera en

que la gente le hace frente a esas realidades materiales impuestas, ya sea para

participar abiertamente ,o simplemente para ignorarla y construir una propia.

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Puesto que lo que se plantea acá por consumo, no es otra cosa que toda una serie de

situaciones cotidianas, de sucesos, ocasiones y eventualidades, que tienen lugar –

literalmente- en “cualquier parte”, y que se caracterizan ante todo por una forma de

relación sensible (en todo sentido, físico, emocional y cognitivo), de las personas con

los objetos, este estudio no se plantea como una antropología, o una sociología, sino

ante todo como una “estética expandida”, que se pregunta por los registros estéticos

que aparecen o quedan como huellas y rastros de esas formas de relación de los

individuos a lo largo de “vida de los objetos”.

Esta es una estética expandida, preocupada por definir cómo en lo cotidiano de las

relaciones socio-culturales en las que lo fisiológico, lo técnico, lo figurativo, e incluso lo

biológico se traman, y se configura algo que en términos de A. Leroi Gourhan7 podría

denominarse un “código de emociones”, que deja entrever los modos de relación de las

personas entre sí, sus formas de inserción afectiva como individuos en un grupo, a

partir de su participación en unos mismos ritmos (biológicos, físicos, socioculturales) y

de compartir unos mismos modos de valoración; ritmos y valores que se convierten

por lo tanto en referentes de su identidad social y con esto en rasgos de su cultura. De

alguna manera esto plantea que lo que aparece en esas prácticas en torno a la cultura

material, es decir, en los registros estéticos del consumo, son esas maneras de

vinculación socio-cultural entre las personas que las comparten al participar en ellas de

manera similar: entre quienes compran, quienes usan y quienes desechan. Es a través

del consumo que salen a relucir los verdaderos rasgos culturales (la identidad cultural)

que guían en la práctica a una sociedad, en este caso a través de las relaciones que

tienen entre ellos a través o por medio de los objetos.

Si bien el estudio de la lengua se define como una lingüística, y el del parlache se

enuncia como una socio-lingüística, el del consumo se hace en términos de una

estética: la estética del consumo, no porque este estudio trate de restringir sus estudios

a lo bello que estas puestas en práctica de la cultura material puedan resultar, se

refiere por el contrario a una estética preocupada por la manera en que lo estructural,

lo funcional y lo comunicativo –como dimensiones del objeto- se traman con lo

fisiológico, lo cognitivo y lo emotivo –como dimensiones de lo humano-, para constituir

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en cada contexto un código de emociones materializadas en objetos, que reflejan a

través de sus morfologías y biografías, las formas en que los individuos se insertan

afectivamente a su grupo a través de las relaciones habituales que tienen con los

objetos, materializando además en esas prácticas su forma de espacializar la

existencia, la sensibilidad y el estilo étnico de cada colectivo social.

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Referencias 1 Ferdinand de Saussure. Curso de lingüística general. Pág. 32 2 Ferdinand de Saussure. Curso de lingüística general. Pág. 33 3 José Ignacio Henao Salazar. Luz Stella Castañeda Naranjo. El parlache. Editorial Universidad de Antioquia. Medellín. 2001. 4 José Ignacio Henao Salazar. Luz Stella Castañeda Naranjo. El parlache. Pág. 4 5 Jean Baudrillard. El sistema de los objetos. Siglo XXI Editores. México. 1975. 6 Jean Baudrillard. El sistema de los objetos. Págs. 6 y 9 7 Andre Leroi – Gourhan. El gesto y la palabra. Tercera parte. Los símbolos étnicos.

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-2- CULTURA MATERIAL

Una piedra tallada, o paleolito, nos aporta mucha información sobre las necesidades de los primeros seres humanos: desenterrar raíces, despellejar animales y raspar pellejos (…) Nos hemos hecho una idea de quiénes fueron nuestros ancestros por los objetos que dejaron tras de sí. Y así será para los arqueólogos del futuro. Por nuestros objetos nos conocerán. Peter Gabriel. COLORS. Extraordinary objects. Taschen. Colors Magazine. 2003 “Las apreciaciones culinarias o arquitecturales, vestimentarias, musicales u otras, forman realmente lo más idóneo de la cultura y lo que simboliza realmente la diferencia entre las etnias” André Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 267

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Lo que está hecho y lo que se está haciendo. Hay cosas que se “dan por hecho”, y a hay otras que “se hacen”. Los objetos son una

de esas cosas que “se dan por hecho”, simplemente están ahí, y parece como si

siempre hubieran estado. Se nos hacen tan familiares que incluso les decimos cosas,

como si fueran elementos de la naturaleza, y nos olvidamos de su carácter artificial, y

que en realidad no las hizo Dios, y que son –todos y cada uno- creación humana.

Constituyen nuestro entorno cuasi-natural que determina directamente la experiencia

cotidiana de cada individuo pudiendo influenciarlo, paralizarlo o estimularlo, generando

en él sensaciones positivas o negativas 1 ; y en conjunto, el entorno material que

configuran puede considerarse como una extensión del cuerpo humano.2

Pero lo objetos no son propiamente “lo qué son” (figura), sino más bien “lo qué

hacemos” (con-figuración) con ellos, y es en ese hacer cosas con ellos que los

consumimos: los deseamos, los obtenemos, los descubrimos, nos habituamos a ellos,

los gastamos, se raspan, se manchan, los reparamos, los remendamos, y luego los

relegamos a un lugar recóndito, de un momento a otro los usamos para hacer cosas

para las cuales no se habían hecho, comienzan a mediar entre nosotros y el tiempo, se

hacen recuerdo (de cuándo se compro, de tal ocasión); en este proceso aparecen

objetos a los cuales se les confiere –ya sea desde su origen, o con el tiempo-

diferentes atributos: un envase de aceite Jeferson, un equipo “completo” de peluquería

ofrecido en reventa, un uniforme de colegio que siempre fue heredado de primos y

hermanos mayores, el pequeño búho de cerámica recibido como obsequio y convertido

en amuleto, un estropajo vendido como instrumento de aseo, un carrito de mercado

adaptado para ser “todo terreno”, un baño decorado con forros tejidos, un cepillo para

el cabello que lleva escrito el nombre de su propietaria, una carreta de construcción

que sirve a un obrero para hacer la siesta, una rama de penca sábila convertida en

objeto con atributos mágicos, una jarra de porcelana que cumple funciones de pieza de

museo doméstico, una herradura vieja convertida en objeto para la buena suerte, la

imagen de un pollo con rasgos humanos que ofrece porciones de ala y muslo a mil

pesos, una olla relegada –por su uso infrecuente- al cuarto útil, una grabadora viejísima

que sigue a pesar de esto siendo usada, las calcomanías de Jesucristo y de Piolín

mezcladas, una tapa roja de Coca-Cola en medio de una manga, un ramillete de

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envases vacíos en la entrada de un centro de acopio de reciclaje, un matamoscas

reparado rústicamente con un palo que se le ha amarrado, un coca de lavaplatos

Cristal que guarda sobras del almuerzo en la nevera, cajas de dientes –de personas

que probablemente ya han muerto- puestas en venta para ser de nuevo usadas, un

incensario hecho con una lata de Ensure y vendida en una plaza de mercado por mil

quinientos pesos, un teléfono viejo y descompuesto ofrecido como reliquia, una bolsa

de Almacenes ÉXITO sacada a la calle llena de basura dentro. Estos son los objetos

que muestran lo que somos, en dónde estamos y qué hacemos.

Imitado

Revendido

Heredado

Regalado

Objetualizado

Reformado

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Marcado

Mágico

Personalizado

Redefinido

Sagrado

Museificado

Humanizado

Desusado

Desgastado

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Criollizado

Recargado

Remercantilizado

Desechable

Reciclado

Reparado

Resusado

Reutilizado

Basura

Podría uno pensar, desde estos ejemplos, que mientras son consumidos los objetos

son re-hechos desde otra dimensión, y en este sentido los objetos se hacen,

precisamente por que mientras se hacen cosas con ellos es como si se volvieran a

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hacer. Desde este punto de vista -y como se explicará más adelante- cada objeto tiene

una doble existencia: la primera como “lo que él es” representado en su “figura”, y la

segunda como “lo que se hace con él” y que se representa a través sus

“configuraciones estéticas”.

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Cultura material “Una cultura material –dice Pardo- al disponer las cosas en orden a crear ciertos espacios, establece las condiciones para que tal o cual acontecimiento ‘tenga lugar’, y del acontecimiento sólo sabemos, por las huellas que ha dejado en el espacio, por el espacio que ha constituido con esa suerte de decoración cultural”3.

El concepto de cultura material plantea el hecho de la materialización de la cultura, de

ahí que para poder comprenderlo, es necesario entrar a definir primero el concepto de

cultura, para desde allí tratar de responder luego a la pregunta sobre su dimensión

material, y a la vez por lo cultural del entorno material.

Jesús Mosterín para definir el concepto de cultura, parte de un enfoque antropológico

enmarcado en las definiciones previamente elaboradas por Edward B Taylor ("Cultura...

es aquel todo complejo que incluye conocimientos, creencias, arte, leyes, moral,

costumbres y cualquier otra capacidad y hábitos adquiridos por el hombre en cuanto

miembro de una sociedad"), y Edward Sapir ("El conjunto socialmente heredado de

prácticas y creencias que determinan la textura de nuestra vida"), y concluye

definiendo la cultura como el conjunto de “información transmitida socialmente” por un

grupo, estableciendo con esto una oposición diferencial con la natura (término que

utiliza para definir la naturaleza, o la vida biológica y no cultural) que es la “información

heredada genéticamente”, diferenciando una de otra principalmente por sus formas de

difusión (lo biológico en la natura y lo social en la cultura). “Tanto la natura como la

cultura son información recibida de los demás –dice Mosterín- pero la cultura se opone

a la natura como lo adquirido o aprendido de los otros se opone a lo genéticamente

heredado”4.

A pesar de ser información y por esto mismo ser inmaterial, Mosterín aclara que en un

sentido comunicativo no hay información sin la mediación de un soporte material que la

represente, por lo que es imposible desligar el concepto de información cultural de tres

sentidos o tres dimensiones de la información que están articulados entre si:

información sintáctica, como forma o estructura, como la representación material de

esa información; información semántica como correlación de sentido entre un

significante y un significado, como el mensaje contenido en la forma en que se

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materializa; e información pragmática, entendida como la capacidad que tiene ésta

para cambiar el estado de ánimo o el comportamiento de un receptor, de informarle la

manera en que se debe hacer algo (sentirse y/o comportarse).

Sin desconocer la dimensión sintáctica y la semántica, Mosterín aclara que la

información cultural está limitada a la dimensión pragmática de la información, es decir

al tipo de información que es capaz de comunicar y transmitir a su receptor mensajes

que informan sobre cómo debe ser su comportamiento. Éste tipo de información

presupone como condición de posibilidad su dimensión sintáctica o su representación

material y su dimensión semántica como significación capaz de proveer a algo un

sentido pragmático.

Clifford Geertz en “La interpretación de las culturas”, definió la cultura como una trama

de significados en función de la cual los humanos interpretan su experiencia y guían su

acción 5 , de esta apreciación y de la definición propuesta por Mosterín, podemos

concluir que la cultura es in-formación que funciona como una instrucción para las

personas, indicándoles las acciones que deben realizar. Cada unidad de información

cultural, que bien puede estar representada por un objeto, puede ser entendida según

esto, como una instrucción, como algo que guía y a la vez da forma a la acción de las

personas que la comparten. Cada una de estas unidades tiene una forma o estructura

determinada (significante), ocupa un lugar en el espacio y gracias a esto podemos

percibirla con los sentidos. Esa forma se puede correlacionar con un significado a

través del cual se le otorga un valor más allá de “por lo que sea” y “para lo que sirva”, y

a la vez modifica de alguna manera la disposición de quien lo recibe o lo percibe,

indicándole cómo se hace algo, impulsándolo a hacerlo, o simplemente modificando su

estado de animo.

La información cultural, es decir la pragmática, se clasifica en tres tipologías, de las

cuales cada una ofrece instrucciones diferentes sobre cómo comportarse en el mundo

de la cultura. Información descriptiva, que dice cómo es el mundo; valorativa, que

informa sobre qué hacer en él; y práctica, que se refiere a cómo hacer esas cosas.

Este carácter pragmático e instructivo de la información cultural hace pensar que la

cultura –llevada a la práctica- se compone del conjunto de hábitos (creencias,

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conocimientos, capacidades) que un grupo social implementa en el desarrollo de sus

experiencias –tanto ordinarias como extraordinarias- convirtiéndose por lo tanto en algo

representativo y diferenciador ante los demás.

Según esto, y en resumen podría decirse que la cultura, es ante todo información que

guía o pauta el comportamiento de las personas por medio de diferentes

representaciones, de ahí que a diferentes culturas correspondan diferentes

comportamientos, diferentes formas de ser, hacer y estar en el mundo que se

manifiestan en diferentes rasgos, y también en diferentes objetos. Si la cultura es

información que guía o pauta nuestro comportamiento, o que nos indica cómo

comportarnos en la vida cotidiana, lo que se hace tangible en la cultura material serán

esas pautas o unidades de información capaces de modificar nuestro estado.

Retomando la distinción conceptual que establece Mosterín entre natura y cultura, se

puede pensar que si comúnmente se dice que los animales se comportan

instintivamente, siguiendo su naturaleza, podemos decir que las personas se

comportan culturalmente, pues su cultura es su naturaleza, y de algún modo su instinto.

Si la natura, eso que se hereda genéticamente, es la que determina cómo debe ser el

cuerpo de un organismo para que éste pueda adaptarse a su entorno, uno pensaría

que es su naturaleza (representada en su programa genético) la que se ha

materializado en la forma de su cuerpo y cada una de sus partes. Así mismo,

metafóricamente, uno diría que la cultura, eso que se aprende socialmente, se ha

materializado en objetos que son como órganos artificiales (o culturales), partes

externas del cuerpo, en los que han tomado forma extensiones y funciones del

organismo, y que no es tan dadas por su natura, sino más bien por su cultura y por su

programa cultural.

El lenguaje por ejemplo, hace parte de la cultura, es un rasgo cultural. En éste los

mensajes que se componen en el cerebro como ideas se materializan en palabras

(dimensión sintáctica) a las que se asocia una idea (dimensión semántica) que es

capaz de modificar la disposición de quien las recibe (dimensión pragmática). Con los

objetos sucede lo mismo, podemos decir que son rasgos culturales, puesto que en

ellos se materializa información de diferentes maneras (en su forma, en su significado,

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en su utilidad) y cada uno de esos tipos de información representa una dimensión

diferente de cada objeto (estructural, comunicativa, funcional). Un objeto es un

significante, esto quiere decir que es información que a tomado una forma concreta por

medio de la transformación de un material que aparece como su materia prima

(dimensión sintáctica); en la medida que cada objeto significa algo decimos de él que

comunica o que nos transmite un mensaje sea figurativo o abstracto (dimensión

semántica); y de alguna manera cada objeto –y no sólo en un sentido operativo o

funcional – guía o pauta nuestro comportamiento en las situaciones que aparece, es la

representación más o menos pautada de una acción (dimensión pragmática).

Dimensiones de la información natural y cultural.

NATURA CULTURA

PRAGMÁTICA Instinto Hábitos SINTÁCTICA Cuerpo Objetos SEMÁNTICA (no aplica) Significados Tabla N° 1. Formas de representación de las dimensiones de la información natural y cultural

Los objetos son la dimensión material de la cultura. A través de ellos, y especialmente

en la manera en que son puestos en práctica se hacen visibles las normas, los valores

y actitudes de la sociedad.6 La cultura y los objetos están estrechamente relacionados

y una de las maneras en las que las categorías culturales pueden ser comprobadas, es

a través de los objetos materiales de una cultura7. En el marco de la estética del

consumo, el concepto de cultura material define un conjunto de objetos en los que se

materializan los hábitos (comportamientos, actividades, saberes, recursos, significados

y formas de valoración) de un grupo social. Son finalmente los objetos que llevados a

la práctica materializan lo que las personas son, hacen, creen y piensan.

Para facilitar un análisis de las formas en que se materializa la cultura vale la pena

distinguir tres categorías de la cultura material: la espacial, que nos recuerda que los

lugares se configuran como contextos a partir de los objetos que pueblan un espacio, y

a partir de los cuales es posible diferenciar entre entornos, públicos, privados o

laborales; la personal, que está determinada por los objetos que tiene y usa una

persona; y la accional, determinada por la relación que existe entre una actividad

determinada y el conjunto de objetos necesarios para desarrollarla 8 . Estas tres

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categorías juntas conforman el entorno material, en el cual podemos distinguir unos

hábitats, unos habitantes y unos hábitos.

¿Qué sucede entonces cuando la información cultural, materializada en un objeto, es

puesta en práctica? ¿Qué sucede cuando esos objetos entran a formar parte de un

espacio concreto, a pertenecer a alguien y a ser implementados en diferentes acciones?

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El objeto “…el objeto es un elemento móvil y artificial del mundo circundante, fabricado por el hombre, accesible a la percepción y destacable de su entorno; hecho a la escala del hombre, es esencialmente manipulable y subsiste a través del tiempo con una gratitud de permanencia”. A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 181

Los objetos –en su sentido más amplio y general- reflejan bajo la óptica de la estética

del consumo las formas en que se materializa la cultura cuando es llevada a la practica

por la sociedad, son elementos que encierran además de la materialidad de la

información cultural, la trama de significados, actividades y comportamientos que la

constituyen.

Los objetos como cosas artificiales Ya hemos visto como Jesús Mosterín define la cultura a partir de aquello que no lo es:

la natura, poniendo en evidencia ese carácter artificial de la misma, en esta misma

perspectiva y desde una óptica a la vez paleontológica y biológica, Andre Leroi

Gourhan definió el útil desde su origen prehistórico “como una verdadera secreción del

cuerpo y del cerebro de los antrópidos9”, como un órgano artificial que no dista mucho,

en sus formas físicas y procesos de conformación de los procesos adaptativos y

evolutivos de la naturaleza. Con mayor precisión Bernard Stigler10 al comentar la obra

de Leroi Gourhan observa como la evolución del hombre es una evolución que se

exterioriza en formas artificiales, es decir, en objetos que al representar extensiones

del cuerpo y sus funciones permiten al ser humano mantener la vida, esto es sobrevivir

como individuo y evolucionar como especie, por medios que van más allá de lo

biológico y que trascienden la naturaleza: son la cultura, a través de los cuales se

desarrolla una vida post-biológica: la vida social.

Es esta memoria exterior la que se convierte en soporte de la memoria humana, a la

vez que en el medio de transmisión de su cultura: del conjunto de informaciones que le

resultan indispensables para poder vivir normalmente. En resumen los objetos son una

materialización de lo que los humanos hacen para sobrevivir, no sólo en un sentido

funcional o pragmático, sino también desde un punto de vista cognitivo, afectivo,

simbólico o emotivo.

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Desde otro punto de vista, aunque con cierta similitud y basándose en otros referentes

Abraham Moles, al teorizar sobre los objetos, los define de la siguiente manera:

“Etimológicamente [objectum] significa lanzado contra, cosa existente fuera de

nosotros mismos, cosa puesta delante de nosotros que tiene un carácter material: todo

lo que se ofrece a la vista y afecta los sentidos [Larousse] 11”. Más allá de la validez

que puedan tener hoy las teorizaciones de Moles sobre el objeto, lo que interesa es

ese carácter de exterioridad con el que lo presenta y que se relaciona con el sentido de

artificialidad que venimos manejando. Sin embargo, no se trata de pensar que esa

exterioridad corresponda a algo que ha salido de alguna parte donde estaba guardado,

y mucho menos a que el objeto como algo externo se oponga a algo interno, que

supuestamente está dentro de alguien, de un sujeto. Vale hacer está aclaración, pues

como el mismo Moles lo advierte: “los filósofos empelan el término en el sentido de lo

pensado, en oposición al ser pensante o sujeto12”.

Ese carácter artificial que hemos destacado del objeto no excluye la posibilidad de que

elementos naturales sean convertidos en objetos, bien sea en el momento de su

producción (de manera consciente), o bien sea en el consumo (de manera

inconsciente). Los objetos como producciones humanas –dice Moles- se diferencian de

las cosas como producciones naturales. “En nuestra civilización, el objeto es artificial.

No se dirá que una piedra, una rana o un árbol es un objeto, sino una cosa. La piedra

se convertirá en objeto cuando ascienda al rango de pisapapeles y se le pegue una

etiqueta (precio… calidad…) que la haga ingresar en el universo social de referencia13”.

De ahí que el concepto de producción humana no se debe limitar a intervenciones o

acciones tecnológicas que tiendan a transformar las propiedades de la materia, pues

como vemos cualquier elemento natural: una piedra o una rana, pueden ser

convertidos en objetos sin modificación alguna de su estructura, y sin la intervención de

procesos propiamente técnicos, simplemente por medio de producciones prácticas

(hacer con él alguna cosa) o de sentido (atribuirle propiedades o significados).

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Del mapa al territorio “Toda sociedad lo es de lugares, es decir de puntos o niveles en el seno de cierta estructura espacial. De igual modo, y por lo mismo, todo espacio estructurado es un espacio social, puesto que es la sociedad la que permite la conversión de un espacio no definido, no marcado, no pensable –inconcebible en definitiva antes de su organización- en territorio”. Manuel Delgado. El animal público. Editorial Anagrama. Pág. 177

Así como hemos planteado el termino “consumo” para definir las puestas en práctica

de la cultura material, “urbano” es el término que define las puestas en práctica de la

ciudad; mientras que la ciudad, hace referencia a una composición espacial definida

por la alta densidad poblacional y el asentamiento de un amplio conjunto de

construcciones estables –algo comparable con un objeto- , lo urbano es considerado

más que un espacio, un estilo de vida, definido por la abundancia de relaciones

deslocalizadas y precarias que tienen extraños entre sí14. Si la ciudad es un conjunto

de calles, parques y construcciones, lo urbano hace referencia al transito de esas

calles, a lo que sucede en esos parques, y las vidas que transcurren en esas

construcciones. Si comparamos la ciudad con un objeto, lo urbano sería lo que las

personas hacen con él: apropiarlo, usarlo, remodelarlo, desalojarlo.

Una distinción se ha impuesto de entrada: la que separa la ciudad de lo urbano. La ciudad no es lo urbano. La ciudad es una composición espacial definida por la alta densidad poblacional y el asentamiento de un amplio conjunto de construcciones estables, una colonia humana densa y heterogénea conformada esencialmente por extraños entre sí. (...) Lo urbano, en cambio, es otra cosa: un estilo de vida marcado por la proliferación de urdimbres relacionales deslocalizadas y precarias” Manuel Delgado. El animal público. Pág. 23

Y son precisamente los estudios de la Antropología Urbana15 los que a partir de está

oposición han diferenciado entre una ciudad concebida (una construcción) y una

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ciudad practicada (un estilo de vida), idea que hace pensar en dos modos de

representar e imaginar la ciudad: la primera como un mapa y por medio de registros

cuantitativos: cantidades, medidas, numeraciones, convenciones, escalas y longitudes;

la segunda como un territorio y por medio de registros cualitativos: cualidades, marcas,

ritmos, movimientos, tránsitos y valores. La ciudad concebida (como construcción) y la

ciudad practicada (como estilo de vida) no son entidades opuestas ni antagónicas, son

más bien complementarias en la medida que la una sin la otra carece de sentido, más

si se piensa que la segunda, la practicada y que hace referencia a lo urbano,

representa ante todo la apropiación de la primera, es decir, su uso, su puesta en

práctica, y de alguna manera la conversión de ese espacio construido en espacio

vivido.

A pesar de la exactitud y lógica del mapa como representación de la ciudad, éste no responde a la pregunta sobre cómo este espacio construido es convertido en espacio vivido; pregunta que nos hemos venido haciendo en relación a los objetos. En la imagen que presentamos se observa un fragmento del mapa del Centro de Medellín, en el que aparece el Barrio San Benito. A pesar de lo detallado que puede ser este registro, a través de él no se logran comprender las dinámicas que habitan el sector, y la pregunta por cómo San Benito es puesto en práctica queda sin responder. ¿Cómo registrar no cantidades sino cualidades? ¿Cómo representar no un espacio, sino la forma de vida que lo habita?

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En estas quince fotografías queda registrado parte las marcas cualitativas que definen el estilo de vida de San Benito, religiosidad, comercio y tránsito definen el sector. Las imágenes que presentamos captan la fugacidad de cada momento, son fotos “instantáneas”, como las de un paseo: desenfocadas, inexactas, descuadradas y caprichosas, a pesar de esto captan la “esencia” del momento, el uso y la significación del espacio construido, de cómo éste día a día es convertido en espacio vivido a través de su puesta en práctica.

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¿No será posible establecer también esa distinción que permite lo urbano entre la

ciudad concebida y la ciudad practicada en el plano de los objetos? ¿Será posible

demarcar diferencias entre un objeto concebido y un objeto practicado? ¿Cómo

llamarlos y cuáles serian entonces esos modos de representación de la cultura material?

Desde un principio hemos planteado –haciendo referencia al lenguaje- dos momentos

o dos perspectivas al abordar el estudio de la cultura material: desde lo esencial (la

lengua y cómo las cosas son hechas) y desde lo inesencial (el habla y cómo las cosas

se hacen). Esta misma diferencia se puede establecer en el campo de la cultura

material dividiendo sus formas de representación en dos momentos: la de su

producción (diseño, fabricación, comercialización) a través de la cual los objetos son

hechos y la de su consumo (adquisición, uso, desecho) en la que con los objetos se

hacen cosas. Cada una de estas perspectivas representan de manera analógica esas

dos formas de representación de la ciudad, pudiendo así hablar –metafóricamente- de

un “objeto mapa” (el objeto concebido y representado cuantitativamente) y de un

“objeto territorio” (el objeto practicado representado cualitativamente).

El “producido” y el “consumido” no son dos objetos diferentes, son tan solo dos formas

de representación de la cultura material, en dos momentos diferentes: el de su

concepción y el de su puesta en práctica. Las diferencias que presentan cada una de

sus dimensiones (estructural, funcional, comunicativa) en su fase de consumo,

respecto a cómo aparece cada una en su fase de producción, son las cualidades que

constituyen los registros de las estéticas del consumo.

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Las dimensiones del objeto Leroi-Gourhan dijo que eran tres los valores que intervenían en la forma de un objeto:

la función mecánica ideal, la tecnológica demostrada en la solución material a esa

función ideal, y el estilo que el grupo humano o la etnia confiere al objeto 16 .

Paralelamente para nosotros estas dimensiones son la funcional: que determina para

qué sirve o qué se hace con el objeto; la estructural: referida a la constitución física del

objeto; y la comunicativa: que agrupa el conjunto de significados y mensajes que

representa. Cada una confiere al objeto ritmos, apariencias, y valores que varían

notablemente entre el momento en que es producido y en el que es consumido,

pudiendo llegar a mutar por completo su sentido.

VALOR DIMENSIÓN Función mecánica ideal Funcional

Soluciones materiales según estadio técnico Estructural Estilo de la figuración étnica Comunicativa

¿A qué se refiere cada una de estas dimensiones? ¿Cómo se ven reflejadas en el

objeto al momento de la producción y al momento del consumo? ¿Cómo se

transforman o cómo se deforman al pasar de un momento a otro? ¿De qué manera, o

desde qué perspectivas es que la cultura se materializa en ellos? ¿Qué es entonces lo

qué representan los objetos? ¿Qué variables agrupa el objeto producido y cuáles el

consumido? ¿Qué valores del objeto representa cada uno?

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Dimensión estructural

La dimensión estructural del objeto está referida más que a su estructura, a los modos

de transformación, ya sean físicos o simbólicos que se han implementado en la

figuración y configuración de su forma. Desde un punto de vista morfológico –tanto

desde lo producido como desde lo consumido- el análisis de esta dimensión nos

permite reconocer qué es el objeto a partir de comprender ¿cómo? y ¿con qué? está

elaborado.

Al analizar un objeto desde esta dimensión nos fijaremos esencialmente, y desde lo

que tiene que ver con el modo en qué está hecho, en los materiales con qué está

fabricado, así como en los procesos de producción, incluyendo útiles y máquinas, que

permitieron dar esta forma determinada al material, para que tomara la forma del objeto.

Desde esta perspectiva, lo esencial de la dimensión estructural de un objeto como el

exprimidor manual de plástico que tomaremos como elemento de referencia, queda

representado en su forma, también en los puntos de inyección, en los refuerzos

logrados por medio del material y en las rebabas y demás sobrantes que aparecen en

el objeto terminado, así como en otras inscripciones que indican la marca del fabricante,

el tipo y las propiedades del material, etc. Inesencialmente, es decir desde el punto de

vista del consumo, podríamos observar cómo con el paso del tiempo esos materiales

se desgastan, creando sobre la estructura del objeto otra superficie creada por el uso y

no por el diseño. Estos patrones son idiosincrásicos –su presencia recae sobre la

presencia del usuario, y refleja de modo exacto las maneras en que ha sido usado17.

Estas marcas del uso –como lo anota Tom Fisher- son capaces de representar las

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transformaciones a las que ha sido sometido (si es que tiene alguna), ofreciendo

además información sobre su edad y a la vez sobre la historia del objeto consumido

(convirtiéndose incluso en elementos significativos y de algún modo comunicativos).

Desde un punto de vista de la producción, se presupone que todo objeto para ser tal,

tendría que ser el resultado de un proceso de producción consciente –de un proyecto-

en el que el objetivo final es transformar y ajustar una materia prima a la forma de un

objeto concebido, sin embargo como más adelante lo demostrará la estética del

consumo, existen –del lado del consumo- muchos objetos que no presentan ningún

plan que guíe su elaboración, o cuya materialidad carece de cualquier proceso de

transformación, siendo simplemente el uso (útil o simbólico) o la atribución de

significados lo que confiere a la materia las propiedades de objeto. Es interesante

preguntarse desde la estética del consumo, por los procesos que convierten un tronco

de madera en silla, una figura de plástico en un objeto sagrado, o un envase de

Postobón vació en maceta. Del lado del consumo son otras lógicas –más bien

inconscientes-, y ligadas a la cultura popular, las que representan esa dimensión

estructural del objeto, son por lo tanto otras las maneras en que se responde el ¿cómo?

y ¿con qué? de su estructura.

Sin mayor tecnología que el sentido común los trozos del tronco de un árbol –sin sufrir ninguna transformación- son convertidos en el mobiliario semi-público de una residencia en Belén-Miravalle.

Una figura de plástico inyectado, a la que no se le ha quitado la rebaba sobrante de material en sus bordes, y pintada rudimentariamente a mano, adquiere –a través de una producción simbólica- la capacidad de representar a Dios.

Unas cuantas operaciones técnicas (el corte de su parte superior) y conceptuales (encontrar valor en la basura) convierten el envase de una gaseosa Postobón con sabor a uva, en la maceta perfecta para una planta.

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Cada dimensión del objeto refleja o materializa la cultura desde diferentes ámbitos. La

estructural representa la capacidad que un grupo humano tiene para modificar su

entorno y de trans-formar sus elementos para que se ajusten a sus expectativas y

necesidades de supervivencia, es por lo tanto un registro de: a) los medios, útiles y

herramientas implementadas en la transformación de la materia, y con esto de todo el

aparataje técnico y toda la infraestructura con que cuenta un grupo humano para

modificar su entorno; b) de los insumos y materias primas que utiliza de su entorno, es

decir, de los materiales que tiene a su disposición y considera útiles, así como de

aquellos que por sus atributos considera sagrados, o costosos por su escasez; y c) de

los procesos tecnológicos, es decir, de la capacidad cognitiva que tiene para organizar

una serie de acciones técnicas para lograr un fin.

De este modo en el exprimidor que hemos seleccionado como ejemplo se puede

reconocer a) que existe cierta infraestructura (inyector de plástico) que ha permitido

que la materia prima de que está hecha se haya hecho tan maleable como para poder

ser ajustada a la forma de un molde tomando la forma de éste; b) que existe un

material (polímero) que además de tener esas propiedades de maleabilidad por medio

de alteraciones de su temperatura, es tan económico y abundante que permite que el

objeto sea considerado casi como algo desechable (no será usado toda la vida así lo

resista, fácilmente puede ser reemplazado por uno nuevo); y c) que el grupo humano

que la elaboró tiene la capacidad cognitiva organizar diferentes dispositivos técnicos y

procesos físico-químicos en una cadena productiva que permite producir el exprimidor

en serie y de una manera tan eficiente que reduce al máximo sus costos.

Sin embargo en el caso de otro objeto como una piedra que hace las veces de tope de

puerta, de cerco de un árbol o de utensilio de cocina (cosas de la cuales no se puede

negar que cumplen las veces de objeto) este reflejo de la cultura no es tan lógico

desde el punto de vista de la producción, a) por una parte la materia no ha sido

transformada, más bien el proceso que ha dado pie al objeto, es más de selección de

un elemento natural entre otros tantos de su clase por cumplir con propiedades

referentes a la función que se busca que cumpla (tal vez el tamaño, la apariencia y el

peso); b) su materialidad nos dice que a pesar de que las piedras no tienen mayor

valoración por su composición, pueden llegar a ser valoradas por su utilidad o hasta

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por su apariencia; y c) por ultimo, el proceso de “fabricación” demuestra simplemente,

cómo desde lo cognitivo se puede elegir cierta forma natural para cumplir una función

(algo que sin duda entra a relacionarse con lo emotivo). En este caso estos objetos han

sido producidos de manera inconsciente y más desde los hábitos de consumo.

De manera espontánea, una piedra deforme y sin ningún atributo estético, es escogida para ser convertida en tope de puerta.

Unas cuantas piedras, sin mayor transformación que estar pintadas de blanco, forman el cerco de un árbol en el improvisado parque de un sector residencial.

En la alacena, con los demás utensilios de cocina, una piedra que no evidencia más procesos de transformación que los producidos por el uso, cumple múltiples funciones.

Como vemos desde la dimensión estructural podemos preguntarnos por cómo y con

qué están hechos los objetos, y darnos cuenta que además de los procesos de

fabricación industrial o artesanal, existen otros tan simples como la generación de

nuevos sentidos prácticos o emotivos.

En esta dimensión se agrupan todas las variables que determinan la apariencia física

del objeto (forma, tamaño, material, color, textura) y los procesos que han dado como

resultado su forma.

La forma en que se valora la estructura de un objeto, destaca de él su composición

material y la cantidad de trabajo (conocimiento técnico y teórico) necesario para su

fabricación. Esta perspectiva es útil para determinar el valor de cambio de un objeto,

valoración que está basada en el costo puro del material y del tiempo de trabajo

requerido para su transformación y ajuste en la forma de un objeto. Este valor es

diferente al comercial, en el cual además del costo estructural del objeto (su producción,

sus componentes), se agrega su valor práctico o útil (la efectividad en el cumplimiento

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de una tarea) y su valor semiótico (la capacidad de representar algo que no es) y

estético (la capacidad de producir emociones en los usuarios).

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Dimensión funcional “Guarda un objeto durante siete años y le encontrarás un uso” (Proverbio Irlandés) El diseño del siglo XXI. Pág. 340 “Comúnmente definimos el objeto como <una cosa que sirve para alguna cosa>. El objeto es, por consiguiente, a primera vista, absorbido en una finalidad de uso, lo que se llama una función.” Roland Barthes. La aventura semiológica. Semántica del objeto. Pág. 245

Esta dimensión está definida por lo “qué se hace con el objeto” (o podría llegar a

hacerse con él), es decir a sus puestas en práctica desde un sentido utilitario. Del lado

del objeto producido entraríamos a analizar en él la función primaria y la correcta forma

de manipulación y operación, dejando de lado cualquier forma de desviación de esa

funcionalidad original; mientras que del lado del objeto consumido, podríamos

comprender mucho acerca de las funciones secundarias y de formas de usar el objeto

diferentes a las concebidas. Se trata entonces básicamente de ¿para qué sirven los

objetos? (qué función prestan o podrían llegar a prestar), y ¿cómo funcionan? (cómo

deben ser operados para cumplir su función).

En el caso analizado anteriormente desde un punto de vista estructural, pero ahora

desde los esencial de la función, el análisis del exprimidor plástico, nos mostrará

claramente que podemos descomponer su estructura en tres partes: una protuberancia

que permite exprimir frutos al colocarlos y girarlos sobre ella, una cavidad que permite

la contención del liquido exprimido, y de una pequeña agarradera de la cual permite ser

sujetada. Estos elementos articulados entre si representan la dimensión funcional del

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exprimidor: extraer y contener el jugo de ciertos frutos. Desde otros puntos de vista

inesenciales y tendientes más al consumo (a la puesta en práctica) que a la producción,

destacaríamos que este exprimidor puede ser utilizado de otras maneras (como

cenicero o contenedor) o que incluso puede llegar a almacenarse en una alacena sin

ser usado (en una fase de des-uso cumpliendo ninguna función), y que a pesar que

sus materiales y su estructura determinan un tiempo de utilidad, el objeto puede llegar

a seguir “vivo” más allá de lo previsto por su fabricante, y seguir siendo usado como

exprimidor, o ser convertido tal vez en reliquia.

Se supondría entonces que todo objeto tiene –desde la perspectiva de la producción-

una función lógica para la cual está hecho, así como unos modos de operación que lo

harán funcionar y que aparecen registrados en las instrucciones que acompañan al

objeto y en su manual de uso. Sin embargo estas suposiciones sobre un objeto ideal

se contradicen en la práctica al ver que existen objetos que carecen de una función

clara (sirven para muchas cosas, o no sirven para nada), o en ocasiones su función no

es del todo lógica. Los habitantes del Brasil amazónico –por ejemplo- creen que los

botos –como llaman a los delfines de agua dulce- tienen la capacidad de salir del río y

seducir con suerte a las mujeres, creencia por la cual utilizan partes del cuerpo del boto

para adjudicarse así sus poderes. Por lo que el ojo de este delfín es utilizado como un

elemento para atraer a las mujeres18, convirtiéndolo en un objeto en el que la función –

a pesar de estar claramente definida- no es del todo lógica pues ni el objeto representa

los dispositivos que le permitirían cumplir la función, ni están definidos los procesos

cognitivos o físicos que se deben realizar para que “el ojo funcione”; así como tampoco

es clara la función de los objetos que se conservan en cuartos útiles, o la de aquellos

que permanecen en algún lugar de la casa pero nunca son usados, así como tampoco

la función que cumplen los objetos que hacen parte de una colección. En este caso son

otras las lógicas las que determinan la dimensión funcional del objeto, son lógicas

diferentes a las de la producción las que dicen para qué sirve y cómo funciona este

objeto, son las lógicas simbólicas del consumo.

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Tras la puerta de un cuarto útil con el número 202, y en medio de la oscuridad, un triciclo plástico sin pedales funciona como vínculo entre el pasado y el presente, sirviendo para traer a la memoria momentos ya vividos.

En una esquina recóndita del mueble de la cocina, la figura de la Virgen María y el Niño Jesús, han perdido su función por la falta adoración y fe de sus propietarios.

En la parte más alta de una alacena, y con la rotunda prohibición de ser usados, diferentes termos obsequiados como promoción de variadas marcas se agrupan formando una incipiente colección.

Esta dimensión refleja la cultura desde un sentido pragmático por lo que a través de un

análisis de los objetos desde este punto de vista uno podrá ver cristalizados en ellos

las actividades humanas 19 , tanto desde sus tareas cotidianas como desde sus

ocasiones extraordinarias. De este modo un objeto representa: a) lo que un grupo de

personas hacen, el conjunto de actividades que constituyen su vida cotidiana (o lo que

se concibe por ella) y con esto los modos prácticos en que se adaptan a su medio;

también b) lo que utilizan para hacer algo, los útiles que implementan en esas tareas

cotidianas; y c) las cadenas de acción que implementan en su ejecución, es decir, el

conjunto de movimientos corporales y acciones mentales (propiamente cognitivas) que

les son necesarias para realizar tal o cual tarea, y junto con esto actividades o series

de operaciones que se convierten en los rituales del uso. De este modo uno se puede

dar cuenta también de cuales son las tareas que se consideran como importantes,

rutinarias, masivas, ocasionales, etc.

En este caso, al analizar el exprimidor plástico se hace evidente, a) que las personas

dentro de sus rutinas alimenticias extraen el jugo de ciertas frutas para tomarlo, y que

esta actividad ha sido regulada, estilizada e higienizada por medio de este objeto; b)

que la acción –aparentemente tan complicada- de extraer el juego de un fruto se ha

simplificado al máximo en este elemento que resume la tarea de extracción y además

de contención en un elemento monolítico, que se ajusta formalmente tanto a su función

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(extraer y contener) como a su operación manual (presionar y rotar); por último c)

desde lo funcional vemos que gracias a este objeto esa actividad se ha resumido a

unas cuantas acciones que constituyen el ritual –muchas veces cotidiano- de preparar

“jugo de naranja”.

Esta claridad de lo funcional que observamos en el uso convencional del exprimidor, se

disuelve cuando analizamos –por ejemplo- un amuleto para la buena suerte, acá nos

daremos cuenta que a) como actividad aparece algo que no está bien definido y es la

necesidad de protegerse de fuerzas externas a la realidad inmediata y que de algún

modo son inverificables; b) para realizar esa tarea que se puede resumir en

“protección” observamos que se han escogido todo tipo de elementos: patas de conejo,

cruces, imágenes, pulseras de plástico, semillas, en los cuales no son claros los

dispositivos que protegen, ni el modo en que son operados; c) dicha operación en

algunos casos consiste solo con portar o colocar el objeto en tal o cual lugar, o en

casos más complejos la función se activa al decir ciertas frases o ciertas oraciones que

invocan los poderes funcionales del objeto. En este caso y en muchos otros la función

resulta de una adaptación de sentido (una función simbólica) que ha conferido al objeto

–en este caso- un poder mágico, una función sobrenatural.

Colgado de la pared este objeto híbrido (herradura-crucifijo) conjuga funciones sagradas (la adoración a Cristo) con creencias paganas (la herradura como portadora de buena suerte).

Por cada una de las semillas que componen esta camándula se recitan mentalmente diferentes oraciones que activan su funcionamiento.

Este crucifijo plástico con la imagen de la Virgen María, ejerce su poder sagrado desde el tobillo de la persona que lo usa.

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Un objeto es entonces desde esta dimensión algo que sirve para realizar una actividad,

por medio de la operación (manipulación, programación) de alguien, es decir, un todo

cuyas partes se han integrado para lograr un fin útil.

En esta dimensión se agrupan todas las variables que determinan la utilidad del objeto

(los dispositivos técnicos que permiten que funcione) y el modo en que éste es operado

por las personas (las cadenas de acción necesarias para hacer que funcione). De esta

manera la dimensión funcional le confiere un nombre (destornillador, trapeador) y lo

clasifica dentro de un grupo o en una tipologia de objetos, es decir, dentro de un

conjunto de objetos que a pesar de ser diferentes en su apariencia física o en su

estructura sirven relativamente para lo mismo.

Desde lo funcional, podemos definir el valor útil de un objeto, determinado por la

practicidad del objeto, por la capacidad que tiene éste para prestar una función o lograr

determinado fin. La gradación en la escala del valor útil puede establecerse según la

efectividad de un objeto para satisfacer necesidades o deseos de una persona, sean

prácticos o simbólicos. A pesar de parecer de gran importancia, muchas veces el valor

comercial, no tiene en cuenta el grado de utilidad del objeto, sobreponiendo sobre la

practicidad y efectividad del objeto los valores estéticos (de marca, de estatus, de

estilo), que son los que finalmente determinan el precio de la mercancía.

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Dimensión comunicativa “Hasta el presente, una ciencia ha estudiado de qué manera los hombres dan sentido a los sonidos articulados: es la lingüística. Pero, ¿Cómo dan sentido los hombres a las cosas que no son sonidos? Roland Barthes. La aventura semiológica. Semántica del objeto. Pág. 245

La dimensión comunicativa de un objeto hace alusión al conjunto de significados

(comerciales y/o culturales) que a él se atribuyen, bien sea desde su producción o su

consumo. Del lado del objeto producido esta dimensión encierra todo el conjunto de

atributos intangibles que los fabricantes del objeto proyectan a través de su diseño, su

marca, su promoción y sus formas de comercialización. Como objeto consumido se

agrupan el conjunto de emociones y afecciones que una persona puede llegar a sentir

(no necesariamente placenteras) al interpretarlo, ya sea desde su percepción como

entidad física (lo que me produce al sentirlo, verlo, olerlo, tocarlo, gustarlo, oírlo), desde

su operación como útil (lo que me produce al hacerlo funcionar, al relacionarme con el

desde un sentido práctico y cognitivo), o desde su significación como signo (el

significado que se le da a algo, lo que representa sin necesidad de serlo). Se trata

entonces, en este caso del sentido que damos a los objetos, desde ¿lo qué significan?

y ¿lo que se siente por ellos?

El exprimidor que hemos analizado anteriormente se presenta ante nuestros sentidos

como un objeto monolítico, de textura lisa, bordes redondeados, y color plano; a partir

de la forma en que es percibido comienza a ser interpretado y comienzan a generarse

significados (expectativas y explicaciones) acerca de su apariencia y con esto a formar

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el carácter del objeto. En principio y desde un punto de vista esencial, es decir,

analizando el exprimidor como producción, el primer significado que produce viene

desde lo cognitivo y lo asocia a patrones formales que permiten reconocer -a través de

las partes que lo componen y de su apariencia en general- que es un exprimidor, y a

partir de esto intuir “para lo que sirve” y “cómo funciona”. Además de la interpretación

cognitiva, es posible reconocer en la apariencia del objeto -desde el sentido cultural- un

carácter más particular, y asociar su material –el plástico- (por su apariencia, su costo

e incluso por su tiempo de vida útil) a significados que están relacionados con la

asepsia y la higiene, su forma con la de los objetos domésticos o su peso y textura a su

resistencia y tiempo de duración. Sin embargo estos sentidos lógicos pueden

difuminarse en el consumo, comenzando a aparecer otos significados, por demás

inesenciales; este exprimidor puede estar cargado de recuerdos especiales, por la

manera en que fue adquirido, por el tiempo que viene siendo usado (y a su vez estos

significados inesenciales modifican directamente los usos que se le dan al objeto); en

el tiempo a medida que se vaya convirtiendo en un exprimidor usado, antiguo y en una

fase terminal puede llegar a ser recuperado como antigüedad y ser llevado a un museo

donde será convertido en objeto de culto. Los significados racionales que pueda llegar

a tener un objeto desde su producción, pueden convertirse en algo aparentemente

irracional desde su consumo, desde el momento en que las personas comienzan a

atribuir un carácter al objeto y a definir para él una personalidad.

De este modo vemos que los productores determinan unos significados genéricos para

los objetos, que en este caso supondrían unos significados oficiales, asociados a las

características funcionales del producto, a la marca o el fabricante, y la idea general

que se tenga del objeto culturalmente. Por otra parte los consumidores le confieren a

los objetos otros significados a través del tiempo, que están determinados por las

vivencias que comparten con ellos y por sus modos de interacción e interrelación con

su inmaterialidad (con su semántica), es así como los objetos pueden ser

representaciones de momentos y ocasiones, de personas o de divinidades, etc. De la

misma manera que el productor del objeto inscribe sobre este las marcas comerciales

que lo diferenciarán en el mercado, los otros significados que adquiere el objeto en el

tiempo pueden estar relacionados con su estructura (según las apropiaciones y

transformaciones que sufra su estructura), estos están inscritos sobre el objeto a través

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de las huellas del uso: manchas, incisiones, despicados o quemaduras que le dan otro

sentido y lo hacen distinguible y ante todo singular para alguien. Pero también desde el

significado que se les atribuya desde el uso que se les dé, y de los símbolos que

representen. Las apropiaciones (físicas y simbólicas) que los dolientes realizan sobre

las tumbas de los seres que “se han ido”, son las que llenan de sentido personal el

nombre casi anónimo de una lapida, a través de estas el muerto se proyecta al mundo

de la vida, en sus gustos y aficiones o por medio de su fotografía. Los elementos

decorativos que sirven para rendir culto a los muertos materializan los sentimientos que

por ellos se sienten y lo que de ellos se piensa.

Una calcomanía del Deportivo Independiente Medellín adherida sobre la lapida de una tumba en el Cementerio San Pedro, proyecta –desde la muerte- la afición deportiva de un difunto.

Junto a flores de diferentes naturalezas, un nombre escrito a mano sobre la lapida de esta tumba (y que remplaza el original que ha sido tachado), personaliza la “morada final” de esta persona.

Una fotografía, un candelabro, una motocicleta de juguete y diferentes imágenes y figuras religiosas configuran algo similar a la decoración de una sala donde el muerto proyecta sus gustos personales a sus visitantes.

En este sentido esta dimensión refleja la cultura desde el valor que las personas –

colectiva e individualmente- confieren a los elementos de su cultura material a partir de

las emociones que los objetos producen en las personas y de los vínculos afectivos

que establecen con los ellos. A través de esta dimensión y desde la perspectiva de la

estética del consumo interesa observar lo que los objetos representan para las

personas desde las interacciones que tienen con estos, ya sean a un nivel

contemplativo o activo. Es así como a través de esta dimensión quedan reflejados en

los objetos a) lo que las personas piensan y sienten, es decir, los significados y las

sensaciones que se asocian a los objetos; b) las maneras, en que lo que Leroi-

Gourhan denominó “estilo étnico”, se materializa en diferentes formas, no sólo en la de

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los objetos, también en los comportamientos y emociones, algo que podría

considerarse las maneras de materializar su existencia”; y por último c) los procesos

emotivos y afectivos a través de los cuales se confiere valor y sentido a la vida y la

existencia, reflejados en los modos de relacionarse afectivamente con el entorno

material que los rodea.

El exprimidor que venimos analizando lo asociaremos a) en primer instancia con unos

significados, emociones y conceptos, que ligan al exprimidor por su material y su forma,

a la tipologia de los objetos domésticos y más exactamente a los utensilios de cocina,

por lo que sabremos de él, que es un objeto aséptico e higienizado en el que se busca

que no genere ningún tipo de alteración en los alimentos; b) en la forma de este

exprimidor se refleja claramente el estilo étnico de una sociedad industrial, sus formas

simples median entre una forma que se ajuste a las necesidades funcionales del objeto

y las capacidades productivas de la infraestructura técnica con que se elabora,

podemos presumir de el que representa la estética del “listo para tirar” característica de

los productos desechables; y por ultimo veremos c) que los objetos más cotidianos –

dentro de ellos el exprimidor- pueden pasar desapercibidos y ser poco valorados, a

pesar de hacer parte integral y fundamental del paisaje doméstico.

Desde la producción, los significados y emociones que puede producir un objeto están

restringidos a su discurso publicitario, sin embargo haciendo un análisis de lo

inesencial que los objetos encierran podríamos darnos cuenta que a través de su

consumo pueden asociarse a ellos otros significados, que desde lo emocional pueden

llegar a transformar las sensaciones que nos producen y con esto lo que sentimos por

ellos. Si se trata por ejemplo, de un ajuar de bautismo, adquirido hace 60 años,

sirviendo para bautizar a más de 30 personas de dos familias, el significado que

permanece en el objeto deja de ser el que tenia cuando se adquirió como producto

comercial, y las razones que aparecen para conservarlo, repararlo y re-usarlo una y

otra vez, así como el sentido y los significados que encierra comienzan a ser otros,

comprensibles tan solo por los propietarios y ocasionales usuarios del objeto. Sucede

lo mismo con la figura humana de un Sagrado Corazón de Jesús que más que un

Santo es un amigo para su propietaria. Es en la biografía de este tipo de objetos,

donde su morfología no evidencia tanto lo “que son” o “para qué sirven” ni tampoco los

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significados culturales que encierra como objeto producido, todos estos referentes se

difuminan para dar paso a las formas de valorización y singularización individual. Lo

que las personas piensan y sienten por los objetos, el estilo que estos representan y

los valores que estos materializan pueden verse modificados infinitamente mientras

son consumidos.

Un ajuar de bautismo con sesenta años de edad, le recuerda a doña Cilia el bautismo de sus 14 hijos.

Una escultura del Sagrado Corazón de Jesús, trae a la mente de doña Berta el recuerdo de su cuñada y de su esposo muerto.

Este juego de cubiertos a pesar de estar incompleto (el tenedor está perdido), significan mucho para Julio quien los obtuvo cuando era niño como obsequio de su padrino.

Desde esta dimensión un objeto es una entidad física perceptible por las personas

como una señal capaz de adquirir un significado a partir de la interpretación que de ella

se hace implementando los patrones culturales que dotan de sentido y valor la vida.

En esta dimensión se agrupan todas las variables que determinan las emociones, y

afecciones que un objeto puede producir en alguien que lo percibe al ser interpretado

bajo sus patrones culturales, incluyendo aquellas formas de relación más allá de su

sentido útil o meramente lógico, y por lo tanto toda la serie de valores que se pueden

atribuir a un objeto, más allá del valor de uso o mercantil.

El valor que representa esta dimensión del objeto es el valor estético, es decir, lo que

el objeto representa y significa (emotiva o afectivamente) para las personas sin

necesidad de serlo, generando en ellos diferentes emociones o estados de ánimo. El

valor estético estará entonces, ligado al placer sensual que obtiene el individuo con la

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posesión de un objeto al margen de sus utilizaciones específicas: placer de los ojos,

placer del tacto, placer del olfato, placer personal e íntimo20.

ANÁLISIS SOCIOCULTURAL

DE LAS DIMENSIONES DEL

OBJETO

ESTRUCTURAL FUNCIONAL COMUNICATIVA

Lo que es el objeto. Lo que se hace con el objeto.

El sentido que tiene el objeto. A que hace

referencia ¿Cómo está hecho? ¿De qué está hecho?

¿Para qué sirve? ¿Cómo funciona?

¿Qué significa? ¿Qué se siente por él?

Esencialmente La forma de la estructura

La función que lo define

El significado que le da sentido

Insencialmente Las transformaciones de la estructura

Las redefiniciones de su función

La resemantizaciones su significado

Lo que las personas hacen para modificar su entorno.

Lo que las personas hacen en su vida ordinaria y extraordinaria.

Lo que las personas piensan y sienten.

Los materiales con que cuenta y considera útiles desde diferentes puntos de vista.

Los implementos que utilizan en las actividades que realizan.

Los objetos que materializan su existencia.

Materialización de la cultura

De la capacidad cognitiva que tiene para encadenar una serie de acciones técnicas con un objetivo particular.

Las cadenas de acciones que constituyen su relación con los objetos y que se convierten en ritos de uso.

Las formas de valoración emotiva y afectiva que implementan para dar sentido a lo que les rodea.

Variables que representa

La apariencia física del objeto y los procesos técnicos que han dado como resultado su forma.

La utilidad del objeto y los procesos físicos y cognitivos necesarios para ser operado.

El significado del objeto y los procesos culturales que –a través de él- dan sentido a la vida.

Valor que determina De cambio De uso Estético Tabla N° 2. Análisis sociocultural de las dimensiones del objeto.

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Producido y consumido Las dimensiones estructural, funcional y comunicativa permitan abordar el estudio de

las generalidades morfológicas de cualquier objeto: ¿Cómo y de qué está hecho?

¿Para qué sirve y cómo funciona? ¿Qué piensan y sienten las personas por él? Cada

dimensión está en el objeto durante todo su ciclo de vida, pudiendo variar entre el

momento de su producción y el de su consumo; mientras que los productores de los

objetos prefiguran cada dimensión según el mercado, los consumidores entran a

configurar esas dimensiones a partir de las relaciones que tienen con lo que consumen,

transformando con esto cada dimensión de los objetos. De este modo los registros

estéticos del consumo son los que aparecen a través de estas (estructural, funcional,

comunicativa) dimensiones en el paso del objeto de producido a consumido.

Estas dos formas de representación no deben verse como dos caras opuestas del

mismo fenómeno, son más bien dos dimensiones complementarias que abarcan los

dos momentos en los que transcurre el ciclo de vida de un objeto, el primero

corresponde al de su producción, como algo en lo que se materializan de diversos

modos (tecnológicos, funcionales, simbólicos) los rasgos de una cultura; el segundo a

su consumo como objeto social, y desde este punto como algo donde aparecen los

actos de las personas.

Objeto producido Este objeto es algo concebido, en el cual se agrupan y toman forma características y

cantidades que lo hacen representable. Producir no quiere decir simplemente que es

un producto, el objeto producido ha sido diseñado, fabricado, empacado, distribuido y

puesto en venta, por lo general bajo estrictas medidas que controlan su “calidad” desde

la extracción de su materia prima, hasta las sofisticadas estrategias promocionales que

lo publicitan.

Este objeto se distingue por ser una mercancía, que se diferencia de las demás –entre

otros de su misma tipología – por su marca, la cual le ubica dentro de una serie de

cadenas de valor y unos rangos de sentido. Es un objeto extraordinario,

completamente terminado, estable y homogéneo. Estas propiedades son el resultado

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de un complejo sistema de fabricación en el cual uno o varios materiales –cosas de la

naturaleza y también creadas por el hombre- han sido procesados y trans-formados

para ajustarlos a formas perfectas.

Una plancha marca “General Electric” exhibe con orgullo su precio, las formas de pago que tiene el almacén que la vende, sus especificaciones técnicas, y el tiempo que dura su garantía. Esta misma información es contenida en un código de barras comprensible solamente por un lector infrarrojo ubicado en la caja registradora.

Apiladas una sobre otra, diferentes sillas marcas “Rimax” presentan en adhesivos azules palabras como “Fiesta” o “Mariposa” que son los amañados nombres de sus referencias.

En la sección “Vestuario” de un hipermercado, un maniquí sin cabeza sirve para representar al usuario ideal de los productos que ofrece en su basta superficie.

Este es un objeto representable de muchas maneras: planos, cartas de producción,

listados de especificaciones, fotografías descontextualizadas de la realidad,

descripciones, contraindicaciones, instrucciones, garantías y fechas de vencimiento,

dibujos y todo tipo de información coherente, normativa y normalizada.

Esta producción es reconocible también por un nombre dado desde su función, que a

la vez que lo bautiza es la que permite clasificarlo dentro de una tipología determinada.

Para sus productores, sobre la función del objeto ya todo está dicho, y para esto han

elaborado minuciosamente un manual de uso que consta de unas instrucciones

escritas en el lenguaje más parco, acompañado por diagramas que muestran el dibujo

de una persona que sonríe tenuemente al operarlo. Lo que no se debe hacer con el

objeto es explicado en la parte de contraindicaciones y advertencias, donde se

especifican los daños que cubre la garantía, así como los riesgos que correrá la

persona que use el objeto si lo opera de forma equivocada. Toda una serie de iconos

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impresos sobre una etiqueta o al reverso del objeto informan sobre el correcto

funcionamiento.

Este objeto presupone un usuario ideal, un estereotipo que ha dado forma a sus

medidas y proporciones. El objeto ha sido producido para él, lo que lo hace

ergonómicamente perfecto y justo a la medida. En su superficie podemos encontrar –

como instrucciones para su usuario – toda serie de indicadores sobre su operación:

índices, comandos, flechas y botones luminosos, zonas de agarre, perforaciones,

adelantes y reversos. Todos ellos le dan sentido a la hora de ser operado, indicando de

qué manera debe ser sujetado, colocado o almacenado.

La forma del objeto –más allá de su función – deja entrever muchos aspectos sobre él

mismo, sus colores, líneas y curvas, proporciones y demás lo ubican dentro de un estilo,

una corriente o una moda; de uno u otro modo prefiguran lo que el objeto comunica,

podría decirse que estas señales son las que hacen del objeto en su integridad un

mensaje.

Diferentes utensilios de cocina fabricados en plástico y madera se agrupan bajo un orden ficticio y efímero en las estanterías de su punto de venta según las formas de sus diversas funciones, sus marcas y sus colores.

La valoración, la marca, el lugar donde se vende, el empaque y el sistema de exhibición

son parte de un conjunto de atributos que generan en el objeto producido un valor

agregado, que aunque abstracto es evidente en su precio al público. Podría decirse que

este objeto comercialmente está definido por su código de barras, en éste, además de

su precio está contenida información sobre su productor, su nombre genérico, país de

origen, fecha de caducidad y código de inventario. Información que pasa desapercibida

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para cualquiera ya que sólo es comprensible y reconocible por el lector de la caja

registradora. Su paso por dicho dispositivo redefine el objeto que estaba en venta y que

ahora ha sido adquirido, de ahí en adelante comienza una nueva historia para él, se

inicia su fase como objeto consumido.

Objeto consumido “… no se trata de objetos definidos según su función, o según las clases en que podríamos subdividirlos para facilitar el análisis, sino de los procesos en virtud de los cuales las personas entran en relación con ellos y de la sistemática de las conductas y de las relaciones humanas que resultan de ellos.” J. Baudrillard. El sistema de los objetos. Pág. 2

Este objeto toma forma en las puestas en práctica, donde un grupo de características y

de ciertas cualidades lo presentan como consumido. Consumo –como ya se ha dicho-

no se refiere solamente a un momento de compra, el objeto consumido es adquirido,

usado y desechado; casi siempre de una manera tan inconsciente que lo que le sucede

del punto de venta hasta la caneca de basura permanece por lo general oculto al

conocimiento.

Las formas continuas de una plancha de plástico se funden en medio de un paisaje doméstico con objetos y productos de diferentes épocas y estilos, componiendo una composición pintoresca.

Una silla plástica sin marca visible ni referencia, es amarrada de la reja del jardín de una residencia como una extensión del entorno doméstico sobre el espacio público.

Personas de diferentes edades y con variadas características deambulan por los pasillos del hipermercado, confundidos al no poder encontrarse a sí mismos en los productos que les son ofrecidos en venta.

Este objeto no es precisamente una mercancía, es un objeto usado, que en el mercado

puede ser visto simplemente como una baratija de segunda mano. Nada lo distingue,

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tan solo marcas cualitativas reconocibles sólo por quien lo ha consumido, marcas que

sólo para él o ella tienen sentido. Es un objeto ordinario, incompleto, deforme e

inestable. No tiene que ser necesariamente el producto de un sistema de fabricación,

una cosa –es decir, algo natural –puede convertirse en la práctica en un objeto

adquiriendo funciones y significados como cualquier otro.

El objeto consumido es un objeto irrepresentable por otros medios que no sean

fotografías caseras o “de paseo”, historias de vida y narraciones discontinuas, la

información que de él se tiene es anormal, incoherente y siempre inconclusa.

A través de su consumo el objeto sólo puede ser nombrado por medio de los apodos

que adquiere en su uso, estos a su vez lo hacen inclasificable, por lo que su tipologia

es indeterminada. Pues inmediatamente sale de su envoltorio es puesto en uso,

trasgrediendo en ocasiones su función, adquiriendo en la práctica otras funciones que

son las que pasan a re-definirlo. Instrucciones, contraindicaciones, advertencias y

garantías pasan desapercibidas ante el consumidor quien en cuestión de diagramas e

iconos abstractos permanece analfabeta.

Este objeto supone y evidencia un usuario real, un ser concreto e imperfecto, cuya

forma dista enormemente de ese usuario ideal para el que fue producido. El objeto

consumido ha sido ajustado durante su uso para él, haciéndose casi intransferible. La

superficie del objeto consumido delata su uso, esas marcas se ubican en las zonas

donde fue agarrado, donde fue puesto y donde entro en contacto con otros. Más allá

de las maneras en que ha sido operado, estas marcas del consumo muestran las

formas en que el objeto ha sido adaptado a unas formas de uso y condiciones de vida

particulares.

El objeto a la vez que es consumido es reconfigurado en todo sentido, además de los

cambios que pueda presentar en su estructura (transformaciones), o su función

(redefiniciones), este objeto ha sido re-semantizado, adquiriendo así en su colocación,

en su uso o en su valoración otros significados, que por incoherentes están lejos de

comunicar, o de decir algo comprensible para alguien más que no sea quien lo ha

consumido.

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Al entrar en uso los referentes de forma, marca, función o color que una vez sirvieran para organizar los productos en sus puntos de venta se desvanecen y pierden sentido ante las necesidades y deseos incoherentes a los que dan satisfacción. Son ahora las marcas del uso, las estructuras de colocación y los significados que se les atribuyen los referentes que permiten clasificarlos en las estéticas del consumo.

Más allá de su valor comercial el objeto consumido –como parte del mismo proceso de

consumo – ha adquirido otros valores que pueden ser relativos al no estar definidos

más que por emociones y afectos, haciendo que su valor no sea ya económico sino

emotivo. Puesto que carece de valor comercial (pudiendo convertirse en una de esas

cosas que no tienen precio), son códigos emocionales los que lo definen a la vez que

lo vinculan con recuerdos, momentos, ocasiones y personas. Estos códigos inscritos

tácitamente en el objeto son irreconocibles por dispositivo tecnológico alguno y pueden

pasar imperceptibles para muchos. Sin embargo son estos los que son valorados por

su consumidor, y a través de los cuales el objeto se ha convertido en un acto social.

PARALELO ENTRE EL OBJETO HECHO Y CON EL QUE SE HACEN COSAS

OBJETO PRODUCIDO OBJETO CONSUMIDO

DETERMINANTES DE SUS CARACTERISTICAS

Figurado según las características de los sistemas de producción.

Con-figurado según las características de los actos de consumo.

CARACTERÍSTICAS QUE LO DEFINEN

Cantidades que lo hacen representable.

Cualidades que lo hacen irrepresentable.

CICLO AL QUE PERTENECE Producir: diseñado, fabricado, empacado, distribuido y puesto en venta.

Consumir: adquirir, usar desechar.

PROCESO QUE DETERMINA SU MORFOLOGÍA

Proceso consciente Proceso inconsciente

REGÍMENES DE VALOR Extraordinario, completamente terminado, estable y homogéneo.

Ordinario, incompleto, deforme e inestable.

FORMAS DE Representable por planos, Irrepresentable por otros

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VISUALIZACIÓN cartas de producción, listados de especificaciones, descripciones, contraindicaciones, instrucciones, garantías y fechas de vencimiento, dibujos y todo tipo de información coherente, normativa y normalizada.

medios que no sean fotografías caseras o “de paseo”, historias de vida y narraciones discontinuas, la información que de él se tiene es anormal, incoherente y siempre inconclusa.

FORMAS DE ORDENAMIENTO

Clasificable tipológicamente Inclasificable tipológicamente

SER CON EL QUE SE RELACIONA

Usuario ideal Usuario real

INFORMACIÓN DE LA SUPERFICIE

Indicadores de cómo debe usarse

Huellas de cómo fue usado

REPRESENTACIÓN DE SU VALOR

Su valor está representado por el código de barras.

Su valor está determinado por códigos emocionales.

Tabla N° 3. Paralelo entre” el objeto hecho” y con el objeto “con el que se hacen cosas”.

Apropiación de la cultura material Más que las formas en que la cultura se materializa en los objetos, lo que interesa

como fenómeno de estudio a la estética del consumo, son las maneras en que esa

información cultural materializada es interpretada a través de la puesta en práctica del

objeto. El paralelo entre el objeto producido y el consumido, ponen en evidencia que en

esas puestas en práctica en las que aparecen las maneras de hacer y pensar propias a

cada individuo, la cultura material, los objetos en sí mismos (en su forma, su utilidad y

su sentido) son adaptados, entendiendo la adaptación como el conjunto de

modificaciones que sufre un organismo –para nosotros el objeto- para poder ajustarse

a un entorno. Lo que sucede al objeto consumido es precisamente esto, su forma, su

utilidad y su sentido se modifican para poder acomodarse a lo qué las personas hacen

y piensan, al entorno donde están ubicados y en general a las prácticas activas y

pasivas, interactivas y contemplativas.

Las adaptaciones que sufre un objeto modifican cada una de sus dimensiones, y la

ajustan o acomodan a condiciones particulares. Son esos procesos de cambio, de

ajuste, de apropiación los que reflejan cómo las instrucciones culturales se convierten

en acciones sociales, como esa trama compleja de significados que componen la

cultura son interpretados y dotados de sentido pragmático. Volviendo a la comparación

que hemos planteado entre el lenguaje y los objetos, vemos que esto mismo sucede a

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la lengua a través del habla, es adaptada y no sólo en cuanto a la composición de las

palabras, sino también –y esto está claramente demostrado en el parlache- en el

significado y las funciones de cada palabra. En general a través de los actos que

ponen en práctica cualquier sistema se evidencia cómo lo concebido es practicado y

cómo los ideales culturales se convierten realidades sociales.

Con el propósito de un posterior análisis de las puestas en práctica de los objetos,

descubriendo en la cultura material un “parlache de objetos” definimos las diferentes

formas de adaptación de la siguiente manera, estableciendo para cada dimensión una

forma de ajuste y un nombre.

DIMENSIÓN ADAPTACIÓN MANIFESTACIÓN Estructural Transformaciones Cambios en la forma del objeto, en los materiales que lo

componen y los procesos que lo conforman. Funcional Redefiniciones Cambios en la función del objeto, funciones agregadas o

eliminadas y nuevas formas de operación. Comunicativa Resemantizaciones Cambios de sentido, nuevos significados que se

sobreponen sobre el original, emociones, sentimientos y afectos sentidos por el objeto.

Tabla N° 4. Adaptación de las dimensiones del objeto.

Cada forma de adaptación dará cuenta más adelante por la forma en que el lenguaje

de los objetos es hablado, y de cómo estos son vividos cuando su racionalidad técnica

choca con la irracionalidad de las necesidades y deseos humanos.21

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Referencias 1 Klaus Roth. Material culture and intercultural communication. International journal of Intercultural Relations. 25 (2001) 563-580. 2 Edward T. Hall. Silent Language. Garden City, New York. 1959 3 José Luis Pardo. Las formas de la exterioridad. Págs. 16 y 17. 4 Jesús Mosterín. Filosofía de la Cultura. Pág. 18 5 Clifford Geertz. “La interpretación de las culturas” 6 Klaus Roth. Material culture and intercultural communication 7 David Howes. Commodities and cultural borders. 8 Klaus Roth. Material culture and intercultural communication 9 Andre Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 93 10 Bernard Stiegler. Leroi-Gourhan. La inorgánico organizado. En: Les cahiers de médiologie. N°6. Traducción de Jairo Montoya Gómez (Universidad Nacional de Colombia) 11 Abraham A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 29 12 Abraham A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 29 13 Abraham A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 29 14 Manuel Delgado. El animal público. Editorial Anagrama. Barcelona. 1999. Pág. 23 15 Ver: Manuel Delgado. Disoluciones Urbanas. Editorial Universidad de Antioquia. Lo urbano plantea ante todo un proceso de apropiación de la ciudad, de la conversión del espacio construido en espacio vivido. A través de lo urbano la ciudad es adaptada día a día, hora a hora, a las prácticas sociales y a toda forma de situación que en ella se desarrolla. 16 Andre Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 300 17 Tom Fischer. What we touch, touches us: Materials, affects, and affordances. Design Issues. Vol. 20, N° 4. 2004 18 “Lleva siempre un ojo de delfín y las mujeres te encontraran irresistible, dice Tereza Maciel, que vende hierbas y partes de animales con supuestos poderes mágicos en su tenderete de Ver-O-Peso (Vigila el Peso) de Belem de Parca, cerca de la desembocadura del amazonas”. COLORS Magazine. Extra/ordinary objects 1. TASCHEN. Italy. 2003. 19 Alan Costall. “Socializing Affordances” Theory & Psychology. Vol. 5 N° 4. 1995 20 A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 87 21 Jean Baudrillard. El sistema de los objetos. Pág. 6

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-03- CONSUMO

El consumo como un trabajo, puede definirse como aquél que traslada los objetos de una condición alienable a una inalienable; esto es, de ser un símbolo de enajenamiento y valor-precio a ser un artefacto investido con inseparables connotaciones particulares. Daniel Miller. Material Culture and Mass Consuption. Pág. 190 “La circulación, la compra, la venta, la apropiación de bienes y de objetos/signos diferenciados constituyen hoy nuestro lenguaje, nuestro código, aquél mediante el cual toda la sociedad comunica y se habla. Tal es la estructura del consumo, frente a cuya lengua las necesidades y goces individuales no son más que efectos de palabra.” Jean Baudrillard. La sociedad de consumo. Pág. 117.

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Consumir Definiremos el consumo como el conjunto de dinámicas socio-culturales que se

desarrollan en torno a la adquisición, el uso y el desecho de la cultura material,

entendida ésta como una serie de objetos en los que se ha materializado

información referente a lo qué un grupo social hace y piensa, a sus ritmos, valores y

saberes técnicos y conceptuales.

Esta definición se puede constatar de algún modo con la propuesta por Zigmunt

Bauman en la que se contempla el consumo como un proceso, y no simplemente

como una situación de compra, aislada del resto del ciclo de vida del objeto. En su

significado habitual – dice Bauman – consumir significa apropiarse de las cosas,

pagar por ellas y de este modo convertirlas en algo de nuestra exclusiva propiedad,

impidiendo que los otros las usen sin nuestro consentimiento (…) usar las cosas,

comerlas, vestirse con ellas, utilizarlas para jugar, y en general, satisfacer - a través

de ellas- nuestras necesidades y deseos. Consumir significa, también, destruir. A

medida que las consumimos, las cosas dejan de existir, literal o espiritualmente. A

veces se les 'agota' hasta su aniquilación total; otras, se les despoja de su encanto

hasta que dejan de despertar nuestros deseos y pierden la capacidad de satisfacer

nuestros apetitos: un juguete con el que hemos jugado muchas veces, o un disco al

que hemos escuchado demasiado. Ésas cosas ya dejan de ser aptas para el

consumo.1

El tema de estudio de la estética del consumo agrupa a toda serie la de hábitos

(activos y pasivos) que se despliegan ante los objetos como puestas en práctica de

la información cultural. Los hábitos son - en palabras de Baudrillard - la manera en

que los objetos como "lenguaje" son "hablados", para generar un sentido

comunicativo, para establecer vínculos sociales, en tanto que no son actos unitarios

los que constituyen ése "hablar los objetos" sino colectivos. Es de suponer –como

ya lo hemos anotado- que las mismas variaciones que sufre el lenguaje al ser

hablado a causa de su apropiación por parte de los hablantes, se presentan en los

objetos cuando son puestos en práctica, o en el “lenguaje de los objetos” -usando

los términos de Baudrillard- cuando es hablado. Estas variaciones son las que

caracterizan el paso del objeto producido al objeto consumido, que hemos llamado

adaptaciones y consisten en variaciones que llenan los objetos de sentido propio y

singularidad, vinculándolos inextricablemente a las personas. Lo interesante de las

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puestas en práctica de la cultura material no es tanto la manera en que los objetos

prestan su función, sino toda una serie de dinámicas socio-afectivas que varían y se

desvían de sus usos y sentidos concebidos, permitiendo a las personas de un

grupo establecer sus propios referentes de identificación colectiva y por supuesto

de diferenciación cultural, sobre unos objetos comunes: los qué adquieren, los qué

usan, los qué desechan, y que a la vez representan lo qué hacen y piensan,

demostrando que ésos haceres y pensares son, en términos generales, los mismo.

Y que son por lo tanto esos objetos -sobre los que recaen las marcas de esos

hábitos, de ésas puestas en práctica- los registros de su sensibilidad y la

cristalización de su cultura. En este sentido adquirir, usar y desechar son paquetes

de hábitos que definen las relaciones que las personas tienen entre ellos por medio

de los objetos y con los objetos a lo largo de su ciclo de vida. A la vez representan

tres modos distintos de valorar y percibir la cultura material. No importa tanto qué se

adquiere, qué se usa o qué se desecha, sino ante todo las maneras y modos de

adquirir, usar y desechar, pues si bien las tres acciones son comunes a todas las

culturas que componen la especie humana, cada acción varía según quién, cómo y

dónde la desarrolle, y es en ésas variaciones individuales y colectivas donde toman

forma las personalidades e identidades contemporáneas.

Nestor Garcia Canclini define nuestro tiempo como heterogéneo y lleno de

fracturas, donde los códigos que unifican a las personas dejan de ser - cada vez

más - los de la etnia o la nación en la que se nace y comienzan a estar definidos

mundialmente. Afirma él, que una nación ya no se define por sus limites territoriales

o por su historia política, sino que son más bien sus hábitos tradicionales como

consumidores los que llevan a sus habitantes a relacionarse de un modo peculiar

con los objetos, encontrando así un sentido de cohesión y de pertenecía entre

ellos2. Según lo dicho por Canclini no son tanto los objetos, como si esos modos de

consumirlos, de relacionarse con ellos y de ponerlos en práctica, o de celebrarlos,

los que definen la identidad de un grupo social, ésta finalmente se materializa en los

objetos consumidos que a su vez son el verdadero registro de sus hábitos.

El consumo - ya hemos dicho- es un proceso sociocultural, en el que cada sociedad

hace uso de su cultura materializada. De hecho lo que representan los objetos, son

los significantes en los que se materializa el sentido cultural (instrucción) que guía

la sociedad, son los soportes de ésa trama compleja de significados que guían su

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acción. El consumo corresponde al momento en que ésa información cultural

materializada es puesta en práctica, es decir es interpretada, adquiriendo sentidos,

usos, y significados. De ahí que lo que representa el objeto consumido sean

registros de las “producciones” de la gente, aquéllo por lo que se pregunta De

Certau, cuando indagaba por lo qué los consumidores “fabrican” mientras

consumen3, y que no es otra cosa que su propia realidad, o sus propias formas de

interpretar y dar significado a la información cultural, y saber así “cómo es el

mundo”, “qué hacer en él” y “cómo hacerlo”.

El ciclo del consumo Ya indicamos antes… que el objeto creado por la manufactura va y viene de la cuna, del prisunic, a esa tumba que es el cubo de basura, sufriendo un destino, que se caracteriza por una estancia de cierta duración en la esfera personal del ser. Circuito elemental de los objetos: parten del supermercado, penetran en la concha personal mediante la compra, permanecen un tiempo medio o, y luego son evacuados. Es un flujo continuo, permanente, que organiza la circulación de los objetos en la sociedad de la abundancia. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 44

El consumo lejos de ser un proceso representado linealmente, es cíclico y

rizomático, interconectado con cada uno de los momentos que lo compone

interconectado entre si. No es algo que valla necesariamente de la adquisición

directamente al desecho, sino que puede retroceder, dar saltos o permanecer

inmóvil por mucho tiempo en un mismo estado.

Consumir es poner en práctica el objeto: pensar en él, ansiarlo y desearlo, hacerlo

propio al comprarlo, al encontrarlo, al heredarlo o al fabricarlo; “bautizarlo”, darle un

nombre, habitarlos y reflejar la personalidad en él, hacer cosas con ellos,

acomodarlos, asignarles posiciones dentro de ciertos ensamblajes, generar lugares,

paisajes y atmósferas, delimitar nuestros territorios, pensar en ellos y valorarlos,

amarlos y odiarlos, atribuirles poderes y recuerdos, decir que son malos o que son

buenos, preocuparnos ante las disfunciones, regocijarse al verlo reparado; también

es acostumbrarse a los objetos, desenamorarse y hacer que dejen de importar,

despojar de ellos todo significado, romper con todo vinculo, desecharlos y

asquearnos con su presencia; verlos “revivir” y aparecer de nuevo en una segunda

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vida; toda esta serie de configuraciones de la cultura material componen las

estéticas del consumo.

El consumo podemos relacionarlo con lo que A. moles denominó “relación temporal

ser-objeto” para referirse a un momento en el que una persona y un objeto entran

en un proceso de interacción que marca la vida de ambos, quedando el uno inscrito

en la biografía del otro. En los procesos referentes al consumo, lo qué se consume,

y quién consume se ve mutuamente afectados. La adquirir, usar y desechar, son

actos humanos que determinan fases en la vida del objeto: la mercantil, la útil, la

terminal; en cada acto y en cada fase lo fisiológico, emotivo y cognitivo del ser

humano, se trama con lo estructural, lo funcional y lo comunicativo de los objetos.

Los actos y fases del consumo, determinan un periodo de tiempo de cierta duración

en la que los objetos transcurren en la esfera personal del ser, y a la vez, durante

ese periodo el ser discurre en ellos al ponerlo práctica: haciendo cosas,

modificándolo y cargándolo de sentido, plasmando sobre él marcas y registros que

definen las formas en que ha sido consumido, poblando y dotando de sentido al

espacio configurando paisajes artificiales.

Personas y acciones, lugares y tiempos A lo largo de esta relación entre el ser y el objeto que es el consumo, las personas

materializan (por medio de las tres formas de materialización cultural4) en ellos “lo

que son” (dimensión personal de la cultura material), “lo que hacen” (dimensión

accional) y “dónde están” (dimensión espacial), convirtiéndose en extensiones del

cuerpo, tal y como lo han dicho desde diferentes puntos de vista E. T Hall5 y Leoroi-

Gourhan6. En el marco de esta relación los objetos se convierten también en

indicadores del tiempo transcurrido, en elementos que materializan sucesos,

frecuencias y estancias, en huellas que nos informan sobre los acontecimientos que

a través de él han tenido lugar, configurando así lo que Pardo llama “decoración

cultural”7, que no es otra cosa que la existencia especializada, plasmada en

lugares, personas y objetos.

Desde la dimensión personal los objetos tanto los que abundan por ser producidos

en masa como los más únicos y especiales, tienen mucho que decir acerca de sus

propietarios y usuarios (acerca de quiénes son), y en ellos se logran reflejar en gran

medida aspectos referentes a su personalidad, y que van más allá del gusto que los

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lleva a elegir entre uno y otro, logrando cristalizar también sus creencias, las

normas que guían su actuar en el mundo, sus temores y actitudes. En la

perspectiva de las acciones (lo qué hacen), las actividades que realiza una persona

y que constituyen su rutina cotidiana se concretan en una serie de útiles que

determinan a la vez ésas acciones diarias, las frecuencias y los modos en las que la

realiza, a la vez el significado o la carga afectiva que confiere a cada una de ellas.

Desde este punto de vista, la capacidad de los objetos para poner en evidencia lo

qué se hace no está limitado a las personas, pues la capacidad que tienen para

configurar lugares y determinar el comportamiento, las actitudes y las actividades

que se deben desplegar en ellos es inmensa.

En cuanto a la dimensión espacial los objetos configuran sobre el espacio los

territorios de nuestra existencia, y permiten reconocer desde un punto de vista

emotivo y afectivo “dónde estamos”. El territorio –como es sabido- se configura a

partir de marcas cualitativas, de elementos que al devenir en marcas de expresión

se convierten en las cualidades y en los significados que dan un sentido estético al

lugar. Los objetos, en su sentido espacial, median entre las personas y el entorno,

para configurar hábitats delimitados transitoriamente (mientras que se está allí) con

lo que en ellos se hace por un momento, territorios temporales constituidos a través

de marcas que no son otra cosa que actos, comportamientos, objetos, colores y

sonidos. El hogar –por ejemplo- es un espacio construido material y afectivamente,

configurado por las prácticas de todos los días, por las experiencias vividas, las

relaciones sociales, las memorias y las emociones, y en este sentido los

significados que se asocian a éste son diversos (pertenencia, alienación, intimidad,

violencia, seguridad o miedo)8. Los objetos delinean los escenarios en los que se

despliega la existencia humana a través de los modos de ser, hacer y estar, que

visto desde la relación ser-objeto, no son otra cosa que los lugares para adquirir (el

hipermercado, la plaza, el centro comercial, la tienda), usar (la calle, el trabajo, la

casa y en ella la mesa, el baño, la cama) y desechar (la caneca de cada habitación,

los desagües, la calle, el basurero).

En cuanto a los objetos como indicadores del tiempo, es mediante el desgaste que

éstos se convierten en memoria y aportan a la percepción de las acciones del

tiempo sobre el mundo, y es Moles el que hace caer en cuenta de esta propiedad,

al decir que el objeto que se usa es, en la medida que tomamos conciencia de su

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uso, análogo a un calendario; y reflexiona sobre cómo la tasa de uso del objeto

inscribe el tiempo en el entorno, lo fecha a la vez que lo materializa, no de forma

abstracta como lo haría un reloj, sino de manera concreta. “La sedimentación de

capas de suciedad en la cazuela del ama de casa descuidada, o en el mango de la

herramienta del artesano, son referencias temporales, marcos materiales de la

memoria”9.

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Adquirir, usar y desechar. El transcurso de la duración de ésa relación entre el ser y el objeto que hemos

relacionado con el consumo la hemos dividido desde el principio en tres momentos:

adquisición, uso y desecho. A su vez cada uno de estos momentos presenta a su

interior instantes que se diferencian por la intensidad y el sentido de la relación

entre la persona y el objeto, es decir, por la forma en que es valorado por: su

utilidad (sea simbólica o práctica); su sentido (por los significados que se le

atribuyen y el sentido que genere como novedad, reliquia, objeto sagrado); y por su

estructura (por el valor de sus materiales, por el trabajo encarnado). Los gradientes

de esta relación y de las formas de valoración del objeto por parte de las personas,

Moles los enumeró ordenadamente de la siguiente manera: deseo, adquisición,

descubrimiento, enamoramiento, habituación, mantenimiento y sustitución. A pesar

de que son raras las ocasiones en las que este proceso se presenta linealmente, el

paso del objeto por cada una de estas estancias sirve para graficar la historia de su

vida, relato que, a pesar de ser de un objeto en particular puede estar referido a

diferentes personas, que en distintos momentos aparecen en la vida del objeto

como propietarios, vendedores o usuarios, llegando a tener –los objetos- biografías

más extensas y ricas en experiencias que las de las personas con las que se

relacionan.

El keda (que significa: camino, ruta, sendero) es el termino que sirve para describir

el viaje experimentado por los collares decorados y brazaletes de conchas que los

Massim (habitantes de un conjunto de islas en el estado de Papúa, Nueva Guinea)

intercambian con sus coterráneos de otras islas. Estos objetos –considerados

valiosos por los Massim- adquieren biografías muy especificas al moverse de lugar

en lugar y de mano en mano; del mismo modo los hombres que los intercambian

ganan o pierden prestigio al adquirir, retener o desprenderse de estos objetos, por

lo que el keda sirve también para definir los lazos establecidos por las personas que

integran ésos caminos, y también a la ruta creada a través del intercambio de

objetos valiosos hacia la riqueza, el poder y el prestigio de los hombres que los

poseen.10 El ciclo –ya sea completo o parcial- del consumo de un objeto, es decir,

las diferentes estancias y singularizaciones por las que pasa pueden ser

comparadas con el concepto de keda, pues a través del intercambio de objetos

tanto en los entornos urbanos como comunales (tanto en la ciudad como en el

campo) la vida de un objeto es capaz de encerrar a través de su circulación

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recuerdos y prestigios así como diferentes formas de distinción social, no sólo de

clases, sino también de edades y de géneros.

La adquisición el uso y el desecho son acciones (prácticas y simbólicas) que se

realizan sobre los objetos, poniéndolos en marcha por las rutas y desviaciones que

constituyen su vida. Cada una de estas acciones marca una fase en la vida del

objeto, según las formas en que es valorado en su paso por cada acción, y son

estas fases, las que definen –más allá de las personas- la vida del objeto.

Con el objetivo de diferenciar más adelante entre los momentos del consumo (un

acto humano) y las fases del objeto (una forma de valoración), establecemos el

siguiente paralelo.

MOMENTO DEL CONSUMO

FASE DEL OBJETO

VALORACIÓN

ADQUISICIÓN Mercantil Valorado por su intercambiabilidad, ya sea por dinero o por otras cosas.

USO Útil Valorado por la utilidad (física o simbólicamente) y por la posibilidad de hacer o pensar algo de él.

DESECHO Terminal Definido por una reducción de su utilidad (por la insuficiencia frente a ciertas funciones). Desvalorado por un desgaste físico y/o simbólico.

Tabla N° 1. Momentos del consumo y fases del objeto.

Para facilitar el análisis de ése camino que recorren los objetos a medida que son

consumidos, y de las singularizaciones a las que son sometidos en cada una de

ésas instancias, agruparemos los siete momentos descritos por Moles en los tres

grandes momentos y fases que hemos propuesto de la siguiente manera: en la

adquisición (fase mercantil), el deseo y la adquisición del objeto; en el uso (fase

útil), su descubrimiento, el enamoramiento, y la habituación; y en el desecho (fase

terminal): el mantenimiento y la sustitución, a esta categoría del desecho

agregamos otro aspecto fundamental para el análisis de lo que es la vida de un

objeto y es su reaparición (enlivenment), término que tienen que ver con prácticas

tan mundanas como la apropiación de los objetos y con su revalorización11 (ya sea

funcional, comunicativa, o estructural) y que asociamos a la capacidad que tienen

ciertos objetos para tener una segunda vida, luego de que en una primera han sido

desechadas.

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Adquisición “Hoy por hoy no es el valor mágico lo que se añade al objeto útil, al revés: los objetos a la venta en el sistema de consumo contemporáneo (saturados de virtudes fascinatorias), en algunos casos pueden llegar a servir para algo” Manuel Delgado. La magia. Pág. 88.

La adquisición marca el comienzo de la puesta en práctica del objeto, es una

especie de transito entre la fase mercantil y su fase de uso. En este momento se

inicia el ciclo del objeto consumido: es adquirido, y obtiene desde allí su primer

forma de singularización: ser la propiedad de algún individuo o de un grupo. En

general el proceso de adquisición consiste en la selección de un objeto entre otros

tantos que pueden ser masivos o especiales, para que pase a la esfera personal del

sujeto, comenzando ése ciclo de la relación entre ambos.

Según Moles, el momento de la adquisición tiene una etapa previa: la del deseo, y

ésta es la primera forma de relación con el objeto, desde su inmaterialidad. El

deseo puede presentarse como un antojo, y de este modo ser variable e

inconstante para desaparecer luego, pudiendo aparecer también bajo la forma de

necesidad y ser permanente y constante, manteniéndose reiterativamente. En la

generación del deseo –como apunta Appadurai- juega un papel importante la

publicidad y sus estrategias, las cuales consisten –la mayoría de las veces- en

tomar productos ordinarios, producidos en masa, baratos e incluso de mala calidad,

y presentarlos como artículos deseables y asequibles. Bienes del todo ordinarios

son colocados en una especie de zona pseudo aislada, como si no estuvieran al

alcance de cualquiera que pudiera pagar su precio12.

Y es precisamente el discurso publicitario el que en ocasiones genera cierta aura

mágica sobre las mercancías, haciendo que en torno a ellas se creen los más

hermosos sentimientos, así como las más ingenuas expectativas. Acerca de la

publicidad como generadora de deseo –dice Manuel Delgado- que es fácil

encontrar en sus mecanismos, los mismos resortes que el chamán utiliza para el

logro de resultados psicológicos basados en la espectacularización del deseo,

siendo así como el poder de la magia se ve reflejado hoy día en el de la

publicidad13. Es tal vez por esto que ante los objetos “nuevos”, o mejor en un estado

mercantil, las personas lucen angustiadas por no tenerlo, pero esperanzadas en

poderlo comprar. Atributos como la marca, la calidad o el precio, son las cualidades

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que sirven de referente para la fijación del deseo y como motivación para la

decisión de compra.

Adquirir –sin embargo- no implica obligatoriamente una compra, es decir, un

intercambio monetario; a pesar de que la compra es la forma de intercambio

mercantil institucionalizado, los objetos (mercancías o no) pueden ser obtenidos de

muchas maneras: que van desde formas tan simples como encontrarlo, hasta

rituales tan complejos como el intercambio de regalos en fechas comerciales. Como

lo que reflejan las estéticas del consumo son las materializaciones de los hábitos de

la cultura popular, las formas de adquisición que se analizarán más adelante son en

gran medida aquéllas que se mantienen al margen de la cultura oficial y los

patrones de consumo de masas, son las que encierran los saberes técnicos y

conceptuales presentes en la cultura popular.

Existen, aunque permanecen ocultas en las formas de la cotidianidad, otras formas

de adquirir un producto, diferentes a la compra. Formas de apropiarse de lo que es

ajeno y de darle un sentido de objeto-útil a cosas que no lo son: usamos como

objetos piedras, conchas de caracoles, palos o semillas; encontramos objetos o los

adquirimos por casualidad; también los heredamos, tanto de personas vivas que ya

no los usan como de muertos que ya no los necesitan; los pedimos prestados para

a veces devolverlos, pero también para imponer nuestro sentido de propiedad sobre

ellos, e inocentemente, robarlos; los recibimos, en ocasiones especiales, como

obsequios, estableciendo compromisos tácitos de intercambio; nuestras mañas a la

hora de tener algo que deseamos puede llevar a las personas al limite de hacerlo,

de construirlo ellos mismos con lo que se tenga “a mano”, convirtiéndose así, en

productores inconscientes. Frente a estos objetos se crean en ocasiones vínculos

afectivos más fuertes que los que vinculan al ser con las mercancías compradas,

vínculos desprendidos la mayoría de las veces de la forma o el momento en que se

adquieren demostrando que, curiosamente, los objetos más amados no son tanto

los nuevos como los usados; siendo no sólo el objeto nuevo y mercantilizado aquél

capaz de despertar el deseo.

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Lo que se adquiere no siempre tiene que estar nuevo. Los procesos iniciales de la relación entre las personas y los objetos pueden darse por una herencia (algo ya usado) o por un regalo (algo nuevo), también por la compra de algo viejo. Igualmente la reputación de los productos puede ser encomiable para aquellos de alto reconocimiento comercial por sus elogiables macas, existiendo también otros no tan loables, como los de las marcas populares, desconocidas en las altas esferas del comercio, llenos de perjuicios y descréditos por parte de la cultura oficial.

Son entonces todas estas formas de adquisición, tanto las sagradas (la compra

hedonista en el hipermercado o el centro comercial) como las más profanas

(comprar algo ya usado en la calle), o mejor sus registros (los objetos configurados

en base a diferentes formas de singularización), los que constituirán las estéticas

del consumo.

Los gradientes de la situación de compra, tienen lugar en sitios tan sagrados como el hipermercado, templo en el que las mercancías son sacralizadas y convertidas en objeto de culto para los compradores; también tiene como escenario lugares profanos como los bazares de productos usados, donde –como si fueran basura- los objetos terminales remercantilizados son tirados en el piso o arrumados sobre paredes, en todo caso, puestos al paso de quienes asisten a este pandemónium comercial.

Como sea que los obtengamos, el momento de la adquisición del objeto es un

momento trascendental y de catarsis, que produce en nosotros un cierto éxtasis en

el que el deseo es colmado momentáneamente, encontrando el placer de la

satisfacción en la morfología (estructura, función, significado) de un objeto. Como

experiencia, la adquisición tiene una gran carga emocional y es un punto sin

retorno, que determina el paso del objeto desde un universo colectivo a la esfera

personal del ser, y por tanto la renuncia personal a las demás alternativas posibles.

Lo que sucede en este momento es algo comparable con el amor a primera vista,

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tratándose en este caso de un amor ciego, pues como dice Moles: en este

momento se ama algo que no se conoce14. Para conocer y comprender el objeto no

basta con desempacarlos y probarlo una vez, es necesario entrar en un contacto

más directo e íntimo con él, y esto sólo sucede cuando es usado.

Uso A pesar de que los sentimientos que genera el objeto nuevo en las personas –en

especial el deseo- son fuertes, éstos no pueden compararse con los que se puede

llegar a sentir por el objeto usado. Si la compra y en general todas las formas de

adquisición se pueden considerar como momentos catárticos e instantáneos, algo

así como rituales de paso, el uso no es en sí un momento único, sino un conjunto

de experiencias.

El uso comienza por lo que Moles denominó como el “descubrir el objeto”, el

momento en que se le conoce, se reconoce como algo propio y se descubre ante

todo lo que se escondía detrás de la forma que albergaba el deseo. Realmente

durante la compra –o de cualquier forma de adquisición- no se tiene ningún

contacto directo con el objeto que se adquiere, la relación entre las personas y él,

está mediada durante la adquisición comercial por el empaque y toda la información

contenida en él y a sus alrededores con el objetivo de atraer al comprador que se

desliza por los pasillos. Mientras compran las personas tienen contacto únicamente

con la muestra del producto, con el objeto de exhibición, el cual nadie querría llevar:

lo consideran sucio, desgastado, manoseado, y en esencia usado; además en gran

medida el atributo de nuevo radica en que el producto viene en un empaque

sellado, lo que garantiza que nadie lo ha tocado. Es por lo general en casa donde

los productos nuevos salen de su empaque, es allí adonde se rompen los

envoltorios y se descubre. Allí es sentido: tocado, olido, escuchado y mirado en

detalle, cada parte es inspeccionada, su funcionamiento es revisado y admirado.

Luego de éste primer contacto el objeto está listo para ser usado.

En el tiempo que transcurre durante el uso, los objetos son todo el tiempo re-

descubiertos, y al encontrar en ellos nuevos atributos sus sentidos y funciones, e

incluso sus propiedades estructurales se ven modificadas, llegando a ser

convertidos en piezas de museo (al encontrar en ellos atributos pseudo-artísticos

que los hacen merecedores de la contemplación más que de la interacción), en

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representaciones sagradas (descubriendo y atribuyendo a ellos propiedades y

atributos religiosos que los hacen merecedores de ser adorados), o en objetos poli-

funcionales (encontrando en ellos funciones distintas a las conferidas por sus

productores). Cada redescubrimiento tiene que ver con las formas de adaptación

que hemos definido como: transformaciones: referentes a cambios estructurales;

redefiniciones: consistentes en modificaciones de su función; y resemantizaciones

determinadas por un cambio en el significado y el sentido lógico del objeto. Cada

uno de estos fenómenos, lejos de presentarse por separado y unitariamente en un

objeto aparecen combinados y mezclados entre sí, esto es lógico si se piensan las

adaptaciones en un sentido sistémico y co-adaptativo, en el que –por ejemplo- un

cambio en la estructura afecta directamente la comunicación y la función, y así en

cada caso.

Mientras transcurre su fase útil es que los objetos son sometidos a un mayor número de apropiaciones, en cuanto a las modificaciones que sufre cada dimensión que lo compone. En los casos expuestos por las imágenes, podemos destacar los objetos museificados, en los que se presenta como patrón una anulación de la función práctica del objeto para su posterior conversión en un elementos decorativo, ya sea por presentar atributos pseudo-artísticos para su propietario, o bien, por hacer parte de una colección; también procesos de sacralización que consisten en la atribución de propiedades sagradas o religiosas a un objeto, sin que éste presente connotaciones religiosas en un principio, de este modo la función primaria se ve desplazada para dar paso a funciones extraordinarias a través de su adoración, también en ésta misma vía podemos ver intentos por santificar otros objetos o lugares, por medio de elementos que se anexan –como es el caso del ejemplo- figuras originalmente divinas; las funciones también pueden ser trastocadas por otras, y en este sentido está claro que cualquier recipiente sirve para colocar en el una planta o una flor.

Durante el uso, los valores que definen lo que se siente por el objeto cambian, y

son otros criterios diferentes a los del momento de la adquisición, los que entran a

medir la relación de afecto entre quien usa y el objeto usado. Estos criterios no son

los mismos que los del objeto nuevo: marca, calidad y precio comienzan a significar

muy poco frente a los afectos que puede llegar a traer el recuerdo –a través del

objeto- de un momento vivido, o frente al placer y la satisfacción que genera cuando

es usado, o al acoplamiento perfecto –logrado a través del tiempo- al cuerpo

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cuando es utilizado o cuando es llevado de un lugar a otro, nada del objeto nuevo

es comparable con las manchas, los golpes, o lo desgastado del objeto usado, más

cuando estas marcas son las que se convierten en el motivo para que el objeto sea

amado. Es en este momento del enamoramiento cuando los objetos son

personalizados (reflejo de la personalidad del usuario) e incluso humanizados

(cristalización de una personalidad propia a través de conferir al objeto rasgos

humanos).

En las sociedades contemporáneas, donde la identidad se construye a través del consumo, los procesos de configuración de la personalidad se reflejan en parte por medio de la decoración de los objetos y del espacio considerado como propio. El proceso de conversión de una casa en hogar, es ante todo un proceso de personalización que consiste en plasmar en cada rincón de la casa el estilo de vida, los gustos y preferencias formales de sus residentes, de este modo el espacio se llena de significación y de sentido de pertenencia. Como elementos decorativos podemos observar estéticas grotescas que implementan restos de animales convertidos en objeto (colgada de la pared el esqueleto de la cabeza de una vaca se dispone a la contemplación de los visitantes de casa); otras en las que los elementos religiosos se encargan de dar cuenta sobre las creencias de las personas (Jesucristo adorado en varias de sus multifacéticas representaciones); también las que demuestran aficiones deportivas (un perro de peluche que cuelga del retrovisor de un taxi) así como estéticas desgastadas, reflejo de gustos pasados que a pesar de haberse ido siguen vigentes en su materialidad a través de los elementos que los constituyeron (adhesivos envejecidos en la superficie de una nevera).

Con el paso del tiempo y a través del uso los objetos se agotan, y así su gracia y su

sentido se acaban. Con el desgaste el placer decrece, y el objeto deja de servir y de

significar algo, se deteriora y se hace inútil. Sea por un defecto físico, funcional o de

su sentido, los objetos caen en des-uso entrando así en un espacio liminar entre el

uso y el desecho, del cual pueden ser llevados al cuarto útil o ser tirados para ser

reemplazados.

Desecho Abraham Moles observó como, una característica del objeto industrial era el hecho

de ser siempre destruible y reemplazable por otro nuevo. Esta es una diferencia

radical del objeto de nuestra época con el de otros tiempos, que a su vez deja

entrever los rasgos esenciales de la cultura material en la sociedad de consumo:

antes los objetos estaban pensados y hechos para pasar de generación en

generación, cuando menos para durar toda una vida, eran en si mismos mitificados

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a través del uso; sus ciclos de vida eran muy largos respecto a los objetos de ahora

que están pensados y hechos para durar muy poco tiempo antes de ser

desechados, hoy se des-mitifican en el uso, pues no es tanto el objeto lo que

adquiere ése sentido mágico sino el momento en el que se compra, es ése

momento el que se quiere revivir, y para esto es necesario desechar.

El desecho comienza por el desuso del objeto, y éste se puede producir por varios

motivos: los primeros referente a su dimensión estructural consisten en defectos

físicos o averías sobre la superficie o sobre su interior: una fractura, una contusión

o un desajuste entre las partes; pero también la obsolescencia de su forma y

apariencia respecto a los patrones formales de un momento pueden llevarlo a una

perdida de sentido y con esto al fenómeno de la obsolescencia psicológica15, esta

perdida de sentido, representada en el desgaste comunicativo y en la incapacidad

del objeto usado para significar puede ser también motivo para que sea tirado, y

ante esta instancia no hay ninguna esperanza de vida, más que la del

redescubrimiento del mismo como antigüedad o reliquia. Otro motivo relacionado

esta vez con su dimensión funcional puede ser la disfunción del objeto, en estos

casos, aunque el objeto puede ser revalorizado por medio de reparaciones, como

apunta Richard Fryers16, el costo del mantenimiento puede llegar a ser igual o más

costoso que el objeto nuevo, convirtiéndose así, ante la más mínima disfunción en

un objeto desechable.

Gran cantidad de aquellos objetos que desde el principio de su vida se consideran terminales se encuentran en el campo de los empaques, envases, frascos y todo tipo de envoltorios. A pesar de su carácter desechable la gran mayoría de estos objetos son implementados luego en otras tareas que dan –modestamente- continuidad a su función.

Antes de morir y de ser convertido en basura los objetos puede pasar por varias

etapas, entre el desuso y el desecho está algo comparable con el purgatorio de los

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objetos, una etapa oscura en la que todavía no es claro que sucederá con ellos, y

donde pueden ser sometidos a diferentes intervenciones que van: desde la

reparación, y otros intentos por hacer que vuelva felizmente a la vida para ser

usado de nuevo, hasta su reutilización en la fabricación de nuevos objetos. Dentro

de éstas formas de reaparición del objeto desechado cabe la pena destacar las

formas de revalorización funcional: como el reuso de objetos tirados por alguna

persona y recuperados por otra, así como la segunda vida que se le da a las

mercancías terminales como empaques y envases; también las formas de

revalorización estructural, entre las cuales se destaca el reciclaje como la

recuperación de los componentes estructurales del objeto para ser procesados y

convertidos en materia prima de otros nuevos, y la reutilización, que consiste en la

desmembración del objeto desechado para obtener de él piezas y partes que pasan

a ser componentes de un nuevo objeto hecho con sobras y restos; así mismo las

formas de revalorización comunicativa pueden hacer que aquellos objetos que se

redescubren como piezas de museo, figuras sagradas o reliquias, provengan

directamente de la basura; por ultimo vale destacar las formas de revalorización

mercantil, en la que los objetos desechados son re-mercantilizados y puestos en

venta, cerrando así un ciclo de vida que parece eterno. Cada una de las formas de

revalorización que permiten que los objetos reaparezcan, demuestran que las

personas siempre buscan la manera de extender sus ciclos de vida, de hacer que

duren más, tratando de posponer para después el momento la fase terminal y el del

desecho.

En su fase terminal muchos objetos pueden ver revalorizadas cada una de sus dimensiones, volviendo de este modo a la vida. Los procesos de revalorización y las diferentes tipologías de objetos que se configuran a través de éstas son los que hemos de llamar reapariciones, entre las cuales se destacan las re-mercantilizaciones, el reciclaje, la reparación, la recarga, el reuso y la reutilización; cada una definida a partir de la conjugación de las diferentes revalorizaciones de cada dimensión. En los ejemplos que mostramos destacamos la facilidad que presentan algunos objetos como un frasco de café, una llanta, un envase de gaseosa, o un balde, para contener una planta, y encontrar una segunda vida a través de esta función.

Desechar como tal es muy distinto y no tan agradable ni tan gratificante como

adquirir o usar. Este momento no tiene la solemnidad ni el carácter festivo y ritual

de la compra, en realidad no se celebra nada cuando se desecha, pudiendo llegar a

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ser un ritual tedioso (sacar la basura, tirarla por el shoot, reponer la bolsa del

contenedor), asociado a momentos de transición en los que las personas para

cambiar su vida renuevan sus cosas. Por otro lado, cuando se desecha ya no se

ama el objeto, y éste puede llegar a producir –igual que la basura- asco.

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Referencias 1 Zigmut Bauman. Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Pág. 43 2 Néstor Garcia C. Consumidores y ciudadanos. Editorial Grijalbo. México. 1995 3 Michel de Certeau. La invención de lo cotidiano. 1 Artes de hacer. Pág. XLLII 4 Klaus Roth. Material Cultura and Intercultural Communication. 5 Edward T. Hall. Silent Language. Garden City, New York. 1959. 6 Andre Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 93 7 José Luis Pardo. Las formas de la exterioridad. Págs. 16 y 17. 8 Alison Blunt. Cultural Geogrphy: cultural geographies of home. Progress in Human Geography 29, 4 (2005) Pág. 506 9 Abraham Moles. Teoría de los objetos. Pág. 102 10 Arjun Appadurai. Introducción: Las mercancias y las politicas del valor. En: La vida social de las cosas. Pág. 34-35 11 Andrew Skuse. Enlivened Objects. The Social Life, Death and Rebirth of Radio as Commodity in Afganistán. Journal of Material Culture. Vol. 10 N° 2 Págs. 123-137 12 Arjun Appadurai. Introducción: Las mercancias y las politicas del valor. En: La vida social de las cosas. Pág. 76 13 Manuel Delgado. La magia. Montesinos Editor S.A. Barcelona. 1992 Pág. 88 14 Abraham Moles. Teoría de los objetos. Pág. 94 15 Abraham Moles. Teoría de los objetos. Pág. 101 16 Richard Fry. This Product Will Self Destruct in 5 Seconds: A celebration of trash.

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-4- ESTUDIOS DE LA CULTURA MATERIAL

El retorno a la cultura material... en esta era post-estrucutural y post-procesual corresponde, en mi parecer, a un movimiento de lo distante a lo inmediato, de lo abstracto a lo concreto, y más que cualquier cosa, a un movimiento desde la fría elegancia del cerebro, a la calurosa pasión de la mano. Reynolds, Barrie and Margaret A. Stott. “Material Anthropology: Contemporary Approaches to Material Culture” 1987.

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Análisis “morfológico” y “biográfico” Se ha hablado ya ampliamente –en los capítulos precedentes- acerca de lo “qué es” y

“qué estudia” la estética del consumo; también de la cultura material y del consumo

como su puesta en práctica. Falta por ahora responder a la pregunta sobre cómo

convertir este marco conceptual en una metodología (un conjunto de procedimiento

llevados a través de técnicas e instrumentos) para estudiar los objetos (definir un

¿cómo estudiar? Los objetos), más precisamente sus puestas en práctica y las

diversas formas de relación entre estos y las personas. Para esto plantearemos dos

modelos de análisis, el primero está basado en las dimensiones del objeto (estructural,

comunicativa y funcional) y nos permitirá reconocer a través de su morfología como la

cultura –los hábitos colectivos e individuales de las personas- se materializan en ellos;

y un segundo modelo, que basado en las fases del objeto a lo largo de los momentos

del consumo (adquisición, uso, desecho) permitirá comprender las formas de

apropiación que el objeto sufre al pasar de una fase a la otra y conocer así su biografía.

Análisis morfológico El primer modelo de análisis propone estudiar los objetos desde su morfología, para

reconocer a través de cada una de sus dimensiones, las categorías culturales que

cada uno cristaliza, y cómo cada individuo pone en práctica la información cultural que

cada objeto contiene. Aquí más que las dimensiones del objeto producido y las formas

de materialización de la cultura en cada una de ellas, interesa conocer el objeto

consumido y éste es solamente reconocible a través de las apropiaciones que las

personas hacen de cada una de las dimensiones culturales a través de las

transformaciones físicas (apropiaciones estructurales), las redefiniciones de las

funciones (apropiaciones funcionales) y las resemantizaciones de su sentido

(apropiaciones comunicativas).

Para formular este modelo analítico partimos de las apreciaciones de Andre Leroi-

Gourhan sobre la forma de un útil, en las que aclara que en la morfología de los

objetos intervienen tres valores: la función mecánica ideal, las soluciones materiales de

aproximación funcional según el estadio técnico, y el estilo propio de la figuración

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étnica.1 Es claro por ahora que a cada uno de estos valores de la forma de un objeto

hemos hecho corresponder una dimensión de la siguiente manera:

VALOR DIMENSIÓN Función mecánica ideal Funcional

Soluciones materiales según estadio técnico Estructural Estilo de la figuración étnica Comunicativa

Tabla N° 1. Valores de la cultura que se materializan en las dimensiones del objeto.

Es desde las dimensiones generadas a partir de los valores articulados en un objeto,

que proponemos realizar un estudio de las formas de interpretación cultural desde las

apropiaciones de sus representaciones materiales, es decir desde lo inesencial de los

objetos y sus puestas en práctica, o dicho de otro modo, desde las maneras en que

estos como “lenguaje” son “hablados”. Esto debe quedar claro para comprender que en

el marco de la estética del consumo no interesa tanto conocer las formas de

materialización de la cultura oficial, sino más bien como esa cultura es apropiada a

través del objeto y modificada a través de las transformaciones, redefiniciones y

resemantizaciones de su estructura, su función y su comunicación.

Para convertir cada una de estas dimensiones conceptuales en instrumentos de

análisis y proceder así a construir un modelo analítico, es necesario convertir cada una

de ellas en un conjunto de interrogantes que permitan preguntarse por los objetos,

develando en ellos cada uno de los hábitos, saberes y sensibilidades que materializan.

Para tal motivo se ha formulado para cada dimensión dos preguntas que permiten

realizar ese análisis morfológico del objeto desde cada una de ellas.

DIMENSIÓN REFERENCIA PREGUNTAS Materiales y componentes ¿De qué está hecho? ESTRUCTURAL

Determina: lo qué el objeto es. Procesos de fabricación ¿Cómo fue fabricado? Tabla N° 2. Análisis morfológico de la dimensión estructural.

Como se aclaro en el análisis que se realizó sobre cada una de las dimensiones del

objeto y su relatividad respecto al momento de la producción y al del consumo; lo qué

un objeto es (de lo qué está hecho y según cómo fue elaborado), no está determinado

solamente por procesos de fabricación físicos ni por materialidades particulares, sino

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que además de esto, esa identidad puede determinarse por reinterpretaciones

funcionales (redefiniciones) o por la generación de nuevos sentidos (resemantizaciones)

en esa materialidad, y sabemos también que lo qué un objeto es, o el cómo se

presenta a nuestros sentidos puede variar mucho, según las transformaciones físicas

que sufra su estructura al ser puesto en práctica, y son precisamente estas formas de

apropiación las que interesan al análisis estructural de un objeto consumido, las que a

través de saberes técnicos populares modifican su forma agregando o eliminando

elementos o diferentes materiales que alteran por completo su estructura, y con esto

posiblemente su función y su sentido.

DIMENSIÓN REFERENCIA PREGUNTAS Función que cumple ¿Para qué sirve? FUNCIONAL

Determina: lo qué se hace con el objeto.

Modo de operación ¿Cómo funciona?

Tabla N° 3. Análisis morfológico de la dimensión funcional.

De esta dimensión –al igual que de la estructural- no importa tanto reconocer las

funciones originales del objeto cuando fue producido y a las que hemos llamado

funciones primarias, sino ante todo esas funciones adquiridas y usos encontrados

mientras es puesto en práctica y las que hemos llamado funciones secundarias (y por

las cuales Baudrillard –como se ha mostrado en el primer capitulo de este trabajo- se

había ya preguntado). Interesa en este sentido reconocer como las apropiaciones

funcionales, logran redefinir el objeto desde “lo qué con él se hace” convirtiéndolo

literalmente en otra cosa al variar las actividades que con él se realizan. También surge

como inquietud del análisis funcional, los modos de operación del objeto (de relación

física y mental) que contradicen el manual de uso y las instrucciones, así como los que

en ocasiones –en objetos re-semantizados por ejemplo- parecen ilógicos (como los

modos de operación de un amuleto).

DIMENSIÓN REFERENCIA PREGUNTAS Significados que se le atribuyen

¿Qué significa? COMUNICATIVA Determina: lo qué se siente por el objeto. Formas de valoración ¿Qué se siente por él? Tabla N° 4. Análisis morfológico de la dimensión comunicativa.

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Desde el punto de vista comunicativo interesa ver como el significado otorgado por el

discurso publicitario al objeto en su fase mercantil, se ve modificado al entrar en uso,

adquiriendo otros nuevos, que son más personales que colectivos, pudiendo convertir

ése significado original del objeto en diferentes formas de mediación entre éste y las

personas (un vinculo), o entre éste y el tiempo (un recuerdo), o bien como un

diferenciador social (de clase, estatus, o género). Cambiando también con esto las

formas en que el objeto es apreciado y valorado estéticamente, para convertirse en

obra de arte, en objeto sacro o incluso en parte representativa de alguien. Desde el

análisis comunicativo podemos ver como eso que se siente por los objetos cambia en

cada una de sus instancias, y con ello las formas de valoración.

Finalmente para concretar este modelo de análisis en un instrumento, se ha construido

una “Ficha de análisis morfológico” que funciona como guía para la recolección de los

datos referentes a cada dimensión del objeto, y que se anexa a continuación.

DIMENSIÓN ADAPTACIÓN MANIFESTACIÓN Estructural Transformaciones ¿Qué partes o componentes se anexan o extirpan de la

estructura? ¿Qué procesos o saberes técnicos son necesarios para anexar o extirpar partes?

Funcional Redefiniciones ¿Qué funciones se agregan o eliminan por medio de nuevas formas de implementación? ¿Qué nuevos modos de operación (manipulación, postura, conocimiento) son necesarios para que funciones?

Comunicativa Resemantizaciones ¿Qué procesos y saberes conceptuales son necesarios para dar un nuevo significado al objeto? ¿Qué sentimientos, emociones y afectos diferentes a los culturales refleja?

Tabla N° 5. Dimensiones del objeto y formas de apropiación.

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Anexo N°1. Análisis morfológico

ESTÉTICAS DEL CONSUMO c o n f i g u r a c i o n e s d e l a c u l t u r a m a t e r i a l

ANÁLISIS MORFOLÓGICO

Esta entrevista tiene por objetivo conocer tres aspectos de un objeto: su forma, su función y su significado para comprender a través de él rasgos culturales. Si usted lo desea el origen la información puede permanecer en la confidencialidad. FUENTE DE LOS DATOS LUGAR Complementar con fotografías del entorno en el que está el objeto. Zona de la ciudad Barrio Entorno (público/privado) Dirección IDENTIFICACIÓN Complementar si es posible con una fotografía cuerpo entero de la persona. Nombre Género Año de nacimiento Ocupación Nivel de estudio Relación con el objeto DATOS GENERALES DEL OBJETO Complementar con fotografía del objeto Nombre Tipología Dimensiones Composición Valor comercial Ubicación Fase actual (mercantil-útil-terminal) Pregunta inicial Si el entrevistador tiene el suficiente conocimiento sobre el tema, él mismo podrá seleccionar el objeto que se analizará. De lo contrario deberá indagar por objetos que se destaquen por alguno o varios de los siguientes aspectos: Estructural: intervenciones formales, reparaciones evidentes, adición o sustracción de partes y otros elementos (con fines prácticos o decorativos), huellas del deterioro Funcional: funciones secundarias, disfunciones, sin ningún uso, fuera del entorno original, trasgresiones tipológicas. Comunicativo: colocación especial (exhibido, adorado, escondido), elementos decorativos, sentido religioso. La categoría estructural, funcional o comunicativa corresponde a una nueva tipología del objeto

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de acuerdo a las apropiaciones a las que haya sido sometido. ANÁLISIS MORFOLÓGICO MORFOLOGÍA ESTRUCTURAL ¿CÓMO ES EL OBJETO? 1. ¿De qué está hecho el objeto? Materiales predominantes. Maneras de ser percibido. Apariencia general. 2. ¿Cómo está hecho el objeto? Procesos de fabricación. Ensambles. Partes que lo componen 3. ¿Qué cambios ha sufrido su forma? Causas. Causantes. Efectos. Elementos. Procesos. Materiales. Cambios en la forma. Modificaciones involuntarias (desgaste, accidentes) y voluntarias (prótesis, amputaciones). 4. Categoría estructural. MORFOLOGÍA FUNCIONAL ¿QUÉ SE HACE CON EL OBJETO? 1. ¿Qué función principal cumple el objeto? Para que sirve. Funciones que presta. Mecanismos. 2. ¿Cómo se hace funcionar el objeto? Operación del objeto. Secuencias de uso. Manipulación. Posturas. 3. ¿Qué cambios ha sufrido su función? Causas. Causantes. Efectos. Funciones. Operaciones. Nuevas funciones. Desaparición de la función. Nuevas maneras de hacer funcionar. 4. Categoría funcional. MORFOLOGÍA COMUNICATIVA ¿QUÉ SE SIENTE POR EL OBJETO? 1. ¿Qué significados culturales se asocian al objeto? Ideas mentales asociadas. Marca, status, estilo de vida. 2. ¿Qué siente la gente por el objeto? Valoración estética (agradable, desagradable / bello, feo) 3. ¿Qué sentido especial o diferente al original ha tenido el objeto? Causas. Causantes. Efectos. Sentidos. Nuevos significados. Sentimientos personales o colectivos vinculado a él. Nuevas formas de valoración. 4. Categoría comunicativa.

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Análisis biográfico “Entre los suku de zaire, la expectativa vital de una choza es de diez años. La biografía típica empieza con su ocupación por parte de una pareja o, en el caso de las poligamias, por parte de una esposa con sus hijos. Una vez que la choza envejece, se transforma sucesivamente en casa de huéspedes, hogar de alguna viuda, refugio para adolescentes, cocina y, por último, cobertizo para las cabras o las gallinas; al final las termitas resultan victoriosas y la estructura se derrumba. El estado físico de la choza corresponde a un uso específico”. Igor Kopytoff. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso.

Si el análisis morfológico permite un análisis estático de los objetos y de cada una de

sus dimensiones en un momento dado, se hace necesario desarrollar otro modelo de

análisis que permita comprender cómo, en el proceso de su puesta en práctica, el

objeto pasa de un estado a otro por medio de las apropiaciones a las que es sometido,

y éste es el tipo de análisis que se propone a través del modelo biográfico. Si el

primero se centra en un momento particular, en un estado o una instancia del objeto, el

segundo hace énfasis en un proceso y en las transiciones que marcan el paso de un

estado al otro.

Para entender el análisis biográfico es necesario partir del fenómeno de la

humanización de los objetos, que consiste en atribuir a estos rasgos y atributos de

naturaleza humana, no necesariamente físicos sino también simbólicos. En sentido

estricto, una biografía es la historia de vida de una persona2, por lo que el análisis

biográfico parte del hecho de que los objetos a su paso por las diferentes fases de su

consumo van formando una vida que es documentable a través de las personas que

han sido sus propietarios, así como a través de otros recursos dentro de los que se

destacan los álbumes fotográficos. Como lo plantea Koppytof "Las sociedades

restringen a ambos mundos (el de las cosas y de las personas) de forma similar y

simultanea, motivo por el cual construyen objetos del mismo modo que construyen

individuos3". Desde éste sentido, resulta lógico pensar que ellos, al igual que las

personas, tienen una biografía, es decir una historia que relata su vida.

El análisis biográfico, tal y como lo propone Koppytof, se centra en hacer evidentes las

formas de singularización que tiene o puede llegar a tener un objeto a lo largo de su

vida y del paso por cada una de sus fases. Para esto parte del hecho que un objeto

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que es considerado una mercancía puede serlo en un momento y en otro no, o ser

considerado por alguien como mercancía pero no por otra persona. Desde esta

perspectiva y en relación a los momentos que hemos establecido previamente para

estudiar el ciclo del consumo (y a la vez las formas de relación ser-objeto), hemos

propuesto para cada objeto tres fases, que corresponden a cada uno de los momentos

del ciclo del consumo: la primera una fase mercantil, correspondiente al momento en

que el objeto es una mercancía (lo que quiere decir que está determinado por

intercambiabilidad económica 4 ) y que desde la relación ser-objeto corresponde al

momento de la adquisición; una segunda fase denominada utilitaria, correspondiente al

momento en que el objeto resulta útil (física o simbólicamente) para hacer algo con él,

y que hemos hecho coincidir con el momento del uso; y por ultimo una fase terminal,

que corresponde al momento del desecho. Lo interesante del objeto es que su vida no

se agota en la fase terminal, por el contrario en esta etapa puede volver a ser útil e

incluso una mercancía con un valor comercial que puede ser más elevado que el

original. Cabe anotar, que por tal motivo, en esta última fase hemos ubicado lo

concerniente al fenómeno de las reapariciones5 mencionado en el capitulo anterior; ha

sido ubicado dentro de la fase terminal, y por esto dentro de las estéticas del desecho,

porque aunque las reapariciones representen una revaloración funcional o mercantil

del objeto desechado, éste no deja por esto de ser un desecho (continua siéndolo así

funciones o este a la venta), y a esto se refiere precisamente el concepto de

reaparición: a la de un objeto que vuelve a ser puesto en práctica luego de haber sido

desecho.

Como se ha aclarado con anterioridad, del análisis biográfico no importa tanto el

estado o fase en la que se encuentre el objeto (asunto más bien del análisis

morfológico) sino cuál fue el proceso que lo llevo allí.

Como apunta Koppytof, al elaborar la biografía de una cosa se formulan preguntas

similares a aquéllas relacionadas con las personas desde la perspectiva sociológica:

¿Cómo ha cambiado el uso de la cosa de acuerdo a su edad, y qué sucederá cuando

llegue al final de su vida útil? ¿Cuáles son las posibilidades biográficas inherentes a su

"estatus", periodo y cultura, y como se realizan tales posibilidades? ¿Cuál ha sido su

carrera hasta ahora, y cuál es, de acuerdo con la gente, su trayectoria ideal? ¿De

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dónde proviene la cosa y quién la hizo? ¿Cuáles son las "edades" o periodos

reconocidos en la "vida" de la cosa, y cuáles son los indicadores culturales de estos?6

Para tal efecto –en la construcción del modelo de análisis biográfico- se han definido

tres tipos de preguntas: las primeras referidas a los modos de adquisición, no solo las

que se refieren al intercambio mercantil, sino también las que representan las

diferentes formas de adquisición e intercambio no monetario; el segundo grupo de

interrogantes, está referido a los modos de uso, haciendo énfasis en las formas de

singularización del objeto; y el tercer grupo reúne las preguntas que conciernen a la

fase terminal del objeto, a su expectativa vital y las formas de reaparición que presenta.

Estas preguntas necesitan obviamente de un interlocutor que hable por el objeto, por lo

que están formuladas a manera de entrevista, y para las cuales se propone la siguiente

guía que se anexa a continuación.

MOMENTO DEL CONSUMO

FASE DEL OBJETO DEFINICIÓN

ADQUISICIÓN Mercantil

Se llega a esta fase o estado a través de procesos de mercantilización o re-mercantilización, que se caracterizan por definir el objeto desde un valor comercial y de intercambio.

USO Útil

Los objetos entran en esta fase o estado mientras son útiles para hacer algo con ellos o para pensar algo de ellos, se caracterizan por ser útiles para algo, ya sea una utilidad práctica o simbólica, activa o pasiva. En esta fase la utilidad puede cambiar, verse intensificada o atenuada y los objetos permanecen en ella mientras no sean mercantilizados o desechados.

DESECHO Terminal

Esta fase o estado lleva al objeto a un estado de inutilidad y de carencia de valor para el intercambio. No representa necesariamente el final de la vida del objeto, desde aquí puede volver a ser mercantilizado o recobrar su utilidad original o una nueva.

Tabla N° 3. Momentos del consumo y fases del objeto.

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Anexo N°2. Análisis biográfico

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ANÁLISIS BIOGRÁFICO

Esta entrevista tiene por objetivo conocer la historia de un objeto y como los usos, el significado y su forma cambiaron la forma de relacionarse física y mentalmente con él. La información consignada será utilizada con el fin de comprender aspectos culturales a través de él; si usted lo desea el origen la información puede permanecer en la confidencialidad.

FUENTE DE LOS DATOS LUGAR Complementar con fotografías de la fachada y/o del diseño arquitectónico de la vivienda Zona de la ciudad Barrio Casa / Apartamento Dirección Estrato socioeconómico Número de habitantes Relación entre ellos IDENTIFICACIÓN Complementar si es posible con una fotografía cuerpo entero de la persona. Nombre Género Año de nacimiento Ocupación Nivel de estudio Relación con el objeto Primeras preguntas Tiempo que lleva habitando la vivienda Relación con los vecinos Sentido de pertenencia al barrio Expectativas sobre la permanencia en la vivienda Introducción Sin importar el hecho de que se use o no, de que sea nuevo o viejo, de que esté a la vista o guardado, ¿cuál de los objetos de su casa considera usted que tenga un sentido especial por la historia que tiene, o por representar aspectos importantes de su pasado, su presente, su personalidad? DATOS GENERALES DEL OBJETO Nombre Tipología Dimensiones Composición Complementar con fotografía del objeto

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FASE MERCANTIL Y FORMAS DE ADQUISICIÓN ¿Cómo adquirió el objeto? Descripción de la situación. Recuerdos particulares del día o del momento. ¿Cuándo lo adquirió? Fecha. Momento. Fase personal. ¿Dónde lo adquirió? Ciudad. Punto de venta. Lugar. ¿Por qué lo adquirió? Finalidad de la adquisición. Finalidad. Motivaciones. Necesidad y/o deseo. ¿Cuánto le costo? Valor comercial. Dificultades para conseguirlo. ¿Le pareció caro, barato o un “precio” justo? (El concepto de “precio” es relativo, puede referirse al elemento intercambiado) Forma de valoración original. ¿Qué precio tendría ahora si lo fuera a vender? (El concepto de precio puede relacionarse al elemento por el cual se intercambiaría). Forma de valoración actual. Posibilidad de mercantilización. Destino próximo. ¿Lo qué esperaba del objeto se cumplió? Expectativas. Afectos y desafectos. ¿Adquirió otros objetos con él? Relación de los otros con éste. ¿De quién(es) es el objeto en este momento? Comprador. Propietario. Usuario. Decisiones sobre el objeto FASE ÚTIL Y FORMAS DE USO ¿Recuerda la primera vez que lo uso? Descubrimiento. Ocasión de uso. ¿Cada cuánto usa este objeto? Frecuencias. Intervalos de tiempo. ¿Qué usos diferentes le da al objeto? ¿Ha cambiado de función alguna vez? Redefiniciones funcionales. ¿Qué le gusta y qué le disgusta de este objeto? Valoración estética. Formas de percepción. ¿Cómo se refiere a él? Humanización. Nombre del objeto. ¿Qué o a quién le recuerda este objeto?

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Vínculos pasado – presente. Recordación ¿Tiene algún significado para usted? ¿Qué siente por el objeto? Resemantización. Referentes. Ideas asociadas. Sentimientos. Conceptos. ¿Tiene alguna marca física o una señal con la que lo reconoce? Marcas del uso. Identificación por personalización o decoración. ¿Quién(es) más lo usan? Personas entre las que media. ¿Cuál es el puesto del objeto? Estructura de colocación: exhibido – escondido. Objetos cercanos y lejanos. Coherencia con la tipología. Lugar de permanencia. FASE TERMINAL Y FORMAS DE DESECHO ¿Cómo lo cuida o qué mantenimiento requiere? Limpieza. Mantenimiento. ¿Cuánto tiempo más espera o piensa que lo tendrá? Expectativa de vida. ¿Tiene alguna avería física o funcional? Daños no reparados. Disfunciones. Gravedad. Causas/causantes. ¿Ha sufrido alguna reparación? ¿A causa de qué? Fecha. Motivos. ¿Quién y dónde lo repararon, cuánto costo? Relación con el lugar/persona. Satisfacción con el trabajo. ¿Cuál es el futuro inmediato del objeto? Especificar la etapa en la que está. Planes a corto y mediano plazo. ¿Tendría algún motivo para conservarlo aún cuando no tenga ninguna utilidad? Conservación en desuso. Remercantilización. Recuerdo. ¿Cuál piensa que será el fin de este objeto? Determinantes del final de su vida. Causas que lo generaría. ¿Cómo sería su eliminación y disposición final? Modo de eliminación.

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Referencias 1 Andre Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 300 2 Carmen Ascanio. Biografía etnográfica. En: Etnografía. Metodología cualitativa en la investigación sociocultural. Pág. 209. Editado por Angel Aguirre Baztan. 3, Igor Koppitof. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso. En: La vida social de las cosas. 4 Arjun Appadurai. Introducción: las mercancías y las políticas de valor. En: La vida social de las cosas. 5 Juan Diego Sanín. Reapariciones. Revista Iconofacto. Universidad Pontificia Bolivariana. Vol.1 N° 2. 6 Igor Koppitof. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso. En: La vida social de las cosas.Pág. 92

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-5- ESTÉTICAS DEL CONSUMO

A través de los capítulos precedentes se ha construido un marco teórico sobre los

conceptos de cultura material y de consumo, así como también un marco metodológico

que, basado en modelos de análisis morfológicos y biográficos permitirá realizar

estudios sobre la cultura material, y particularmente sobre sus puestas en práctica.

Esta construcción teórica y metodológica se ha realizado con el fin de crear un

contexto lógico desde el cual responder a la pregunta que se ha planteado desde un

principio, sobre la manera en qué los objetos son vividos.

Ha llegado ahora el momento de proceder a responder la pregunta, ya no desde una

teoría ni de una metodología, sino desde la articulación de estos dos elementos en un

trabajo de campo que indague sobre lo que sucede con los objetos mientras son

consumidos: mientras son adquiridos, usados y llevados a su fase terminal, haciendo

un énfasis particular en las formas de apropiación a las que son sometidos para ser

transformados, redefinidos y resemantizados, convirtiéndose así en otros objetos, no

en los objetos construidos sino en los objetos vividos.

El estudio que se presenta a continuación constituye un ejercicio etnográfico en el cual

se analizaron objetos de diferentes personas que funcionaron como interlocutores de la

historia del objeto. A partir de la fase en que fue encontrado el objeto (mercantil,

utilitaria, terminal) y de las apropiaciones que había sufrido en cada una de sus

dimensiones se creó una clasificación de diversas tipologías, que corresponden cada

una, de forma abstracta, a diferentes tipos de objetos. Cada objeto fue analizado desde

sus tres dimensiones, tocando en ocasiones aspectos de su biografía, y a partir de este

análisis fueron clasificados en los diferentes grupos. Cada uno de estos grupos

constituye un registro de las estéticas del consumo.

Como vimos anteriormente el consumo, lejos de ser un proceso lineal, se presenta

como un ciclo, en el que los objetos van y vienen de una fase a otra, a veces de

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manera ordenada pero otras veces no. Esto hace que algunos objetos pertenezcan a

varias tipologías, por que pueden presentarse en dos fases simultáneamente, o por

representar formas de apropiación similares pero en diferentes contextos. Así mismo

se debe advertir que esta clasificación no es la única, y que tampoco está completa, es

obvio que en la medida que el análisis avance y que las herramientas teóricas y

metodológicas se fortalezcan irán apareciendo muchos más, que incluso pueden

reordenar las tipologías que se han establecido. Lo interesante de este ejercicio no es

tanto mostrar un resultado, como demostrar la posibilidad que existe de estudiar la

cultura desde la manera en que los objetos son llevados a la práctica, puesto que en

esas puestas en práctica es donde se hacen visibles aspectos que de otro modo no lo

serían.

En las páginas que se presentan a continuación se espera dar respuesta –al menos en

parte- a la pregunta de cómo es qué los objetos son vividos.

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-5.1- ESTÉTICAS DE LA ADQUISICIÓN

“…la tienda es una pared sociológica repleta de objetos. El ser refleja aquí su imagen mediante el acto de la elección, y el vendedor mediante el acto de la presentación.” “…ofrece objetos en masa, supuestamente <nuevos>, es decir, no utilizados, esencialmente fuera de la esfera de la apropiación: los objetos, salvo en el sentido jurídico y económico, no pertenecen todavía a nadie, ni siquiera al vendedor, que quiere desembarazarse de ellos.” A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 40 “Los caminos para llegar a la propia identidad, a ocupar un lugar en la sociedad humana y vivir una vida que se reconozca como significativa exigen visitas diarias al supermercado.” Zigmunt Bauman. Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Pág. 48

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Adquirir La adquisición es por lo general un momento muy corto, un suceso instantáneo de

tanta intensidad que puede convertirse en una experiencia memorable, en recuerdo

para toda la vida. A excepción de compras extraordinarias como una casa, un carro o

un electrodoméstico, la situación de compra no dura más de unos minutos.

Por la brevedad e intensidad de este acontecimiento, el comportamiento que tienen los

compradores, o las personas que adquieren objetos es casi inconsciente, y el cuerpo

funciona en este transcurso de tiempo como si estuviera sincronizado con toda una

serie de señales que aparecen en el entorno, y que funcionan como desencadenantes

de los recorridos físicos y visuales que debe realizar, y de cada una de las cadenas de

acción que debe ejecutar para cumplir su tarea. En los espacios destinados a comprar,

en algo así como los templos del consumo, las señales que guían la conducta de los

compradores consisten en diferentes intensidades lumínicas, en sonidos sintéticos (bip,

pin, sssssip) que se combinan con la musicalización del lugar (himnos, villancicos,

canciones de amor y música clásica), en sonrisas tenuemente fingidas, saludos

estandarizados, y toda serie de señales visuales que informan sobre precios,

descuentos, cantidades y atributos de los productos.

En estos lugares, ya sean privados o en el espacio público uno puede observar en el

comportamiento de las personas una sincronía comparable con la que describe Manuel

Delgado al hablar sobre el viandante, el transeúnte usuario del espacio público1. En los

lugares de la adquisición también se observan coreografías, conformadas en este caso

por enérgicos compradores que se mueven por el afán relativo que genera en ellos la

situación de compra y la satisfacción del deseo.

Los lugares para comprar, o los recintos ciudadanos de la era del consumo, son

escenario de las formas de vida urbana. Poco a poco éstos, junto a los sistemas de

transporte público y privado, se han convertido en los espacios públicos de la ciudad,

es decir, los lugares en los que la ciudadanía entra en contacto y se pone en escena,

son espacios que median entre la ciudad y sus habitantes, en ocasiones, más que la

misma calle.

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El hipermercado El primer lugar en que se piensa en relación a la situación de compra es el

hipermercado: tiendas de gran formato, que ofrece una variada y extensa gama de

productos, servicios y experiencias (momentos memorables). Generalmente -a

diferencia de los países de donde es originario- los hipermercados latinoamericanos se

ubican en medio de zonas residenciales, ubicándose estratégicamente en lugares de

fácil acceso a través de medios de transporte masivo y particulares.

Desde su fachada, el hipermercado proyecta toda su identidad: las masas vehiculares, el ocio y la diversión, el servicio, las promociones y el crédito. Al entrar al hipermercado el cuerpo y la mente se aíslan en todo sentido del entorno. Almacén Exito. Bello – Antioquia.

Si se observan gráficos o fotografías de la ciudad de Medellín de un siglo atrás, se

observa cómo, respecto a la importancia en el espacio, la fábrica comienza a competir

e incluso a desplazar a la iglesia, tanto en términos de la construcción como en

relación a la importancia de cada una en la vida cotidiana. Si hoy en día se realiza éste

mismo ejercicio hará evidente, la cada vez más preponderante importancia que cobran

hipermercados y centros comerciales, no sólo en área de metros construida, sino sobre

todo en la capacidad que tiene para estructurar en torno suyo una reordenación del

espacio y de las dinámicas sociales: haciendo que la ciudad crezca hacia nuevas

zonas o que se densifique en otras, genera nuevas rutas de transporte o modifica las

existentes, se trama de tal manera en la vida de las personas que se convierte no sólo

en referente, sino en parte activa de lo que cada individuo concibe como su territorio.

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En las áreas del parqueadero y en cada una de las entradas el hipermercado pone a disposición de sus visitantes y completamente gratuito el servicio de canastillas gigantes rodantes, en las que además de transportar las mercancías pueden llevar a los niños más pequeños. Para los infantes que apenas se inician en el mundo de las tiendas por departamentos el almacén ha dispuesto otros carros más pequeños que se ajustan mejor a su medida.

La noción arquitectónica del hipermercado es la de una gran bodega, en lo posible

cuadrada, que presenta en una de sus caras una gran fachada, compuesta por lo

general por una gran valla o una torre que exhibe en gran tamaño su nombre,

permitiendo que se haga visible desde la distancia, convirtiéndose en lago así como un

faro que guía en su camino a los conductores. Para ellos además de este faro, el

hipermercado a dispuesto a sus alrededores miles de parqueaderos que prestan el

servicio gratuitamente, pero no se hacen responsables por la perdida o el daño de

objetos dejados dentro del automóvil. Una vez que se entra al hipermercado, incluso

desde el parqueadero todos sus comportamiento comienzan a ser grabados por las

cámaras de seguridad, todo lo que compre quedará codificado en el registro de las

tarjetas débito y crédito, y un patrón de sus pautas y preferencias de compra quedará

registrado a través del código de la tarjeta de puntos, un instrumento que a la vez que

anima a comprar se convierte en un registro estadístico y a la vez estético de la

sensibilidad de los compradores.

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! Bienvenido a casa!, es el mensaje escrito que emite el ícono de una cara feliz que se exhibe en la entrada. Sobre un vidrio los diagramas tachados de un perro, de una cámara y de un cigarrillo, indican las restricciones que impone el lugar a sus visitantes, a cambio de esto pueden comprar y llevar a casa todo lo que quieran. Cualquier inquietud será atendida en el "centro de servicio al cliente", cualquier pregunta encontrará respuesta en "información", las sugerencias se escriben en formularios que se depositan en buzones, los seres queridos que se habían perdido se reúnen de nuevo regocijados en el "punto de encuentro".

La experiencia del hipermercado se caracteriza por ser multitemática, desde los más

primario y natural: frutas y verduras hechas por Dios, hasta las creaciones más

agnósticas y sofisticadas como flores de plástico. De uno a otro de los extremos que

componen este espectro las mercancías se ofrecen a sí mismas a través de todo tipo

de registros, señales, marcas y posturas, que emiten llamados de atención a los

“comprandantes”.

Por las características de la situación, los escenarios que configura en su interior el

hipermercado son por lo general demasiados transitorios para que las personas se

apropien de ellos y lo sientan como un territorio, están allí de paso, incluso nada de lo

que hay allí les pertenece. En estos sitios las personas se hacen anónimas y extrañas

entre sí, se convierten todos en extras de una función en la que su papel consiste en

Una vez dentro -y luego de haber tomado un carrito- lo único que se deben hacer los compradores es dejarse llevar por el recorrido serpeante de los pasillos. A su paso se exhibirá de principio a fin el mundo, convertido en mercancía. Además de mercancías: productos y servicios, el hipermercado y sus grandes marcas ofrecen experiencias: momentos memorables por los cuales la gente está dispuesta a pagar.

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deambular por unos pasillos, por un recorrido que de algún modo ya es fijo. Las únicas

formas de apropiación del lugar son las del uso del espacio, unos usos que son

restringidos bajo normativas precisas, de ahí que las únicas marcas que el comprador

puede trazar sobre el espacio son las de su recorrido, complementadas a veces con

gestos inmóviles, sonrisas y miradas tenues.

Los plátanos verdes no se exhiben en los racimos que vienen originalmente, a diferencia de esto, y para brindar mayor comodidad se fragmentan en la bodega en unidades de medida menor.

Maniquís sin cabeza exhiben de manera homogénea los colores que uniformaran la apariencia de las prendas de vestir para la temporada.

Flores plásticas de diferentes motivos se exhiben en la sección hogar. Las flores naturales están ubicadas con las frutas y verduras.

En su camino las mercancías se dividen al comprador en secciones que se segmentan

a través de modificaciones en las formas de exhibición y conservación que se hacen

necesarias para cada una. A cada sección se le asigna además de un nombre un

número, en los pasillos que la componen las estanterías, góndolas y refrigerados

exhiben avisos decorativos e informativos sobre la oferta. A cada mercancía se le

adhiere en su empaque un código de barras blancas y negras que contiene

información técnica de cada producto, de no ser posible -como en el caso de algunas

legumbres- el personal encargado de facturar tendrá que memorizar un número, o

recordarlo mirando para esto una tabla en la que hasta el vegetal más irregular se

estandariza para poder ser mercantilizado.

Un rasgo particular del hipermercado es la asepsia extrema que aparentan. Todo es

puesto ordenadamente: formando filas, agrupado por tipologías, ordenado por tamaños,

arrumado por formas, los elementos encajan unos con otros, sus formas son apilables,

modulan entre sí, todo ajusta y encaja, todo coincide, todo coordina. Desde la entrada

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a la salida todo es nuevo, nada ha sido usado, y el más mínimo rastro de suciedad

desaparece de inmediato cuando tras una voz femenina que anuncia: "artículo dos caja

21", aparece tras una cortina una trapiadora que limpia al ritmo que le imprime una

persona de uniforme azul claro, que desaparece sin dejar rastro en cuestión de

segundos por donde vino.

Las canastillas dejadas al paso de los compradores por los pasillos del almacén, junto con los productos abandonados que contienen son recogidos y puestos de nuevo en orden: las canastillas a los puntos donde se suministran y los productos a sus respectivas estanterías.

Canecas con tapas de cuatro diferentes colores establecen las normativas en cuanto a la eliminación de desechos, de llegar a producirse alguno se estandarizará tanto como cualquier mercancía.

“Artículo dos” es el nombre con el que se conoce a la trapeadora dentro de los códigos lingüísticos del hipermercado.

A pesar de que en estos lugares se desarrolla la mayor parte de la sociabilidad de los

ciudadanos contemporáneos. Los centros comerciales y los supermercados no dejan

de ser lugares de transito, sitios –como un corredor o una calle- concebidos para no

estar más que de paso, para pasar por ellos. De ahí que las formas de relación entre

las personas se desarrollen a través de los encuentros entrecortados que tienen en su

deambular por los pasillos mientras empujan un carrito o cargan una canasta.

Encuentros cuya duración es la aproximada a la de la selección de un producto: se

saluda y se conversa sobre la marcha, es difícil detener un cuerpo cuando viaja en

éxtasis.

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Una porción de cinco chorizos es sometida a los patrones estéticos del hipermercado para poder ser comercializada dentro del recinto del fruver. Se les ha marcado como “chorizos de la casa”, se les ha asignado un valor exacto según su peso en gramos, tan preciso que resulta inexacto operativamente en el momento de la transacción (4730 pesos), una fecha de caducidad, una advertencia y un código de barras complementan el proceso de homogenización.

Ante la irregularidad de su forma tanto individual como en conjunto, las estrategias comerciales que se encargan de dar marca a frutas como el banano consisten en la adhesión de un sticker que nombra y codifica el producto, haciendo que ingrese con honores al universo mercantil.

Una bandeja de icopor y una película de papel vinelpel bloquean el aroma del pescado crudo para que no pueda ser percibido por los dispositivos olfativos del comprador, a cambio de esto la transparencia del envoltorio sumado a la intensidad lumínica del entorno resaltan los colores y las formas perfectas del animal, aunque éstas varían notablemente con la apariencia que adquirirá a la hora de ser comestible.

Por medio de los empaques y de su posición las mercancías generan deseo en los

compradores. A pesar de esto, muchos de ellos vienen ya decididos, motivados por

publicidades televisivas, radiales o impresas, en todos los casos masivas y presentes

en cada rincón de la ciudad.

Los productos en oferta son apilados formando pirámides y otras figuras geométricas que generan un espectáculo estructural con las mercancías. Sobre formatos gráficos preestablecidos institucionalmente, se escriben a mano, pero con una tipografía homogénea los precios que informan sobre el precio de los productos en oferta.

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Una por una es seleccionada y puesta dentro del carro, en el interior de la canasta o

llevada en la mano hasta la caja registradora, donde luego un cordial saludo una por

una pasan por el lector infrarrojo que captura su precio, y también la identidad del

propietario de la tarjeta de puntos. El valor de la transacción aparece escrito en la

pantalla de la registradora con números compuestos por líneas verdes sobre un fondo

negro, en la pantalla del datáfono la frase "transacción exitosa" o "transacción

aprobada" dependiendo de si el pago se hace con débito o crédito, informa que la

adquisición finalizó, los objetos han sido desmercantilizados, están listos para entrar en

uso.

Además de estos gloriosos lugares, existen otros para comprar que no representan

tanto las formas de vida urbana como si las comunales, las que se dan cuando las

personas viven en comunidad. Lugares como una tienda de barrio, como una plaza de

mercado o un punto de venta callejera resultarían ser profanos comparados con los

templos del centro comercial o el hipermercado, sin embargo son esos lugares no

sagrados los que mejor definen la experiencia de compra de ciudades “en vía de

desarrollo”, y son éstos los que representan los rasgos culturales en que se reflejan los

modos de adquirir las mercancías.

En ellos la sociabilidad entre las personas se da a través de formas más calidas,

permitidas en parte por el contacto directo que se tiene con el vendedor e incluso con

las mercancías que muchas veces han sido ya desempacadas o vienen sin envoltorio,

éste hecho da lugar a las más diversas conversaciones y a diferentes matices,

intensidades y duraciones en las formas de relación.

En las tiendas de barrio, así como en las plazas de mercado se recrean formas de

sociabilidad campesina, que siguen vigentes luego de un centenario de la

modernización o industrialización de la ciudad. En estos lugares el desorden y la

informalidad dan pie a formas de relación social más emotivas, y por lo tanto a

maneras de comprar más espontáneas donde la normatividad del mercado desaparece:

cuentas que se pagan a fin de mes, descuentos, e incluso regalos son frecuentes en

este tipo de lugares.

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La plaza de mercado Un escenario comercial de la cultura popular que prevalece en el tiempo, y convive con

las postmodernas tiendas de gran formato es la plaza de mercado. Espacio en el que

una oferta igual o incluso más amplia que la del hipermercado se pone en venta bajo

otros sistemas e ordenación. En la plaza las políticas del valor son otras y las estéticas

mercantiles contrastan con las del hipermercado.

Amontonados de manera desordenada y amarrados con cadenas y candados a una barra de metal, los inmensos carros de la plaza de mercado se ofrecen en alquiler para los visitantes, quienes además del servicio adquieren la experticia compañía de su conductor.

En los comienzos del siglo XX, la Plaza de Cisneros marco la actividad comercial de la

ciudad de Medellín, estableciendo un flujo constante -apoyado en el Ferrocarril- de

entrada y salida de mercancías. Estas formas "primitivas" de comercialización, en las

que los bienes y servicios son puestos en venta a través de formas de presentación

espontánea e incluso primaria, sobreviven hoy en diferentes plazas de mercado.

Aunque con mermada importancia estos lugares estructuran todavía formas de

socialización comunal en el entorno urbano gracias a las formas de participación que

permiten a los ciudadanos.

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Al interior de la plaza de mercado se puede acceder desde muchos puntos y con pocas restricciones, dando autonomía al comprador en la manera que configura sus recorridos.

Pasillos descubiertos que lucen mojados en días de lluvia son frecuentes en estos espacios comerciales. No existe en estos entornos un aislamiento radical del entorno exterior, por lo que siempre queda la sensación de estar afuera y adentro al tiempo.

Por los pasillos de la plaza se siente el bullicio que generan las voces que promocionan as mercancías, mezcladas con las preguntas y el constante recateo de los compradores.

Aunque anteriormente la Plaza guardaba una similitud arquitectónica con la concepción

de palacio e incluso con la iglesia, hoy en día ésta, en comparación al supermercado,

sería vista como una construcción medieval, compuesta por pasillos oscuros, túneles,

puentes y escaleras.

Racimos de plátano verde son descargados desde un automóvil particular en horas de la mañana. En el mismo momento y lugar en que se descarga comienza a ser comercializado.

El transporte interno de alimentos se realiza por medio de rusticas carretas de madera que llevan las mercancías de un punto de venta a otro entre guacales.

A diferencia de la gran variedad de componentes que se pueden encontrar en los desechos de un hipermercado los de la plaza son principalmente orgánicos, demostrando la naturaleza primigenia de su oferta.

Las plazas de mercado que sobreviven mantienen su ubicación original, siendo

testigos de como las zonas residenciales o comerciales de la ciudad se transforman y

con esto sus visitantes y las formas de acceso. A diferencia del hipermercado a la

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plaza se llegó primero a pie y hoy en día por medio de los dispositivos de transporte

público.

Hecho con una plantilla para dibujar letras, este aviso que se ha despegado en uno de sus lados informa sobre el nombre y el teléfono de un local de plantas mágicas y medicinales: EL BIENESTAR.

Sobre una cartulina color naranja que cuelga del techo se informa sobre la disponibilidad de un local en arrendamiento, se agrega el nombre y la ubicación (aquí) de la persona responsable por la información.

El espacio periférico destinado a los parqueaderos, además de ser reducido se

convierte por lo general en zona de descargue, donde las mercancías hacen su ingreso

entre costales y guacales que son llevados en carretas o alzados al hombro, y también

se reúnen allí, las zonas de eliminación para todo tipo de desechos orgánicos.

La decoración general del lugar y de cada punto de venta refleja más que la promesa de marca del local los rasgos estéticos de la cultura popular, manifestados en elementos de la icnografía religiosa de los habitantes de la ciudad.

Una estatua de la Virgen María, acompañada de dos ramos de rosas no perennes, sacralizan una carnicería que ofrece sus productos en la Plaza de Florez de Medellín.

Personas de todos los estratos y de diferentes edades circulan por los corredores de la plaza cargando entre canastas o costales los productos que han comprado.

Comercialmente la plaza no impone ningún trayecto, ninguna forma de acceso, lo lineal

y premeditado del hipermercado se desdibuja y es reemplazado por flujos en forma de

rizoma. Los compradores una vez que acceden por alguna de las entradas más que

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iniciar un recorrido comienzan un paseo, cuyo trayecto y duración puede variar en cada

visita, dependiendo de las estaciones que se realicen o los inconvenientes que puedan

aparecer en el camino.

Las mercancías se distribuyen por pisos y secciones, cuyos límites y diferencias nunca

son del todo claros. La plaza es un laberinto sin solución premeditada, cada comprador

que la visita dibuja son su trayecto sobre el espacio nuevas posibilidades de recorridos

comerciales, el éxito que tenga en cuanto a la satisfacción de su demanda depende en

parte del conocimiento previo y de las destrezas desarrolladas en las anteriores

vivistas. Lo que en el hipermercado es evidente acá en la plaza tiene que ser

aprendido.

En la planta baja de la Plaza de Florez en el Centro de Medellín las verduras son exhibidas en los mismos costales que se recogen en sus lugares de origen, algunas se reempacan en bolsas o se ofrecen de manera individual. Como constante siempre carecen de marca, de información técnica o nutricional.

Los bienes y servicios que se ofertan no presentan los mismos niveles de

transformación e higienización que los del hipermercado, los vegetales aún conservan

las raíces y vienen envueltos en capaz de tierra, los pescados casi chapalean mojados

todavía de mar, las vacas y los cerdos entran aun completos sin ser cortados en las

porciones que los caracterizan. Las mercancías se exhiben sin empaque, muchas

veces sin divisiones entre ellas, casi nunca tienen marca, se presentan por el nombre

genérico del producto, o por el nombre de su fabricante. Sin envoltorios ni capaz

protectoras las mercancías de la plaza no mienten, son reales, afectan los sentidos.

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Las formas de comercialización e intercambio en la plaza de mercado implican la participación en diferentes puntos de venta. En ellos el intercambio se realiza directamente con el vendedor, éste media entre el comprador y la mercancía, generando formas de socialización espontánea y sin mucha etiqueta o cortesía. No existen códigos ni precios estandarizados, no hay avisos que informen o decoren, de existir no podrían ser vistos, el ruido, los gritos y silbidos, las voces y los rumores hacen las veces de estrategias promocionales.

En muchas plazas lo ya usado encuentra un lugar que le abre participación en el

mercado, por lo que las prendas de vestir y los zapatos están todavía sucios de la

última vez que fueron usados, muchos electrodomésticos han sido reparados, el

concepto, la apariencia y las formas de valoración de lo nuevo son diferentes.

Pares de zapatos ya usados por alguien, y que han sido reparados y lustrados se ofrecen a módicas sumas en la sección de ropa usada de la Plaza Minorista. Medellín-Antioquia.

Carcazas metálicas de fogones de gas que han sido descuartizados para ser vendidos como repuestos se exhiben con rastros de mugre y oxidación sobre el piso de un pasillo del Centro Comercial Medellín.

Prendas de todos los estilos, de diversas tallas y en distintos estados de conservación se exhiben dobladas dentro del Cambalache, un local de ropa usada que alude con su nombre a las formas de comercialización alternativa que tienen a disposición.

Luego de seleccionar alimentos, prendas de vestir o electrodomésticos se acuerda un

precio si es que antes no se ha definido. Las cosas, todas juntas van a una bolsa o un

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canasto, algunos de fique, otros de material sintético. De las transacciones que han

acontecido no queda registro alguno.

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La calle La calle es un lugar propicio para adquirir todo tipo de bienes y servicios. Comprar de

paso, mientras se va de un lugar a otro, caminando, en medio del transporte público o

desde un vehículo son diferentes modos en los que se puede presentar esta opción.

Vistos en conjunto, los puntos de venta callejeros de la calle Alambra componen un Boulevard Comercial al mejor estilo de la cultura popular: abundancia y saturación de la oferta, productos que se debaten entre la ilegalidad y la norma, entre lo original y la copia, todas tácticas de los consumidores.

Las ventas callejeras son un recuerdo vivo de los mercados de domingo que se

realizaban a principios del siglo XX en la Plaza Principal de la ciudad, donde las

mercancías -principalmente alimenticias- eran comercializadas en improvisados toldos

que recreaban un gran mercado. En estas formas primitivas de intercambio comercial

callejero, el consumo -como participación en la oferta del mercado- comenzó a

establecerse como una forma primordial de socialización, un ritual de participación

social colectiva, que a pesar de presentar rasgos rurales y comunales, se convirtió en

el tiempo, en la principal actividad directa e indirecta de cohesión social en los entornos

urbanos. Hoy en día las ventas callejeras son un rasgo propio y predominante de la

ciudad, de su espacio público y en general de los entornos urbanizados, más que un

ritual de cohesión y participación esta forma de comercio refleja en sus dinámicas y en

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las mismas situaciones que genera la esencia del estilo de vida urbano: el transito, la

movilidad como estructura, el desconocimiento de los demás, la individualidad y el

anonimato en medio de la multitud.

Las ventas callejeras pueden tener ubicaciones fijas y estar siempre en un lugar

determinado, influyendo en los recorridos de los transeúntes, quienes las incluyen

como puntos de referencia o de estación en sus caminatas, pero en otros una

característica constante es su constante movilización, en éstas más que una ubicación

hay un trayecto que dibuja sobre la ciudad las marcas constitutivas de los territorios

comerciales ambulantes.

Punto de venta fijo compuesto por una estructura de madera emplazada sobre el espacio público. Ha sido pintado con los colores representativos del Municipio de Envigado (Antioquia) para hacerse pasar por institucional.

Venta estacionaria de aguacates; los mismos elementos que se utilizan para su exhibición (canastas y trozos de tela sintética) son los que permiten su transporte.

Punto de venta ambulante de pasabocas y golosinas logrado por medio de la adaptación de un carro de hipermercado.

Por la espontaneidad, irregularidad e incluso no oficialidad de estos escenarios

comerciales, encontramos que los artefactos a través de los cuales se configuran estos

puntos de venta son en cierta medida artefactos vernáculos, objetos reutilizados,

fabricados con sobras y restos de otros objetos, reconextualizados funcional,

comunicativa y estructuralmente, para ser convertidos en elementos multifuncionales

que almacenan, exhiben, transportan, dosifican, promocionan, para lo cual presentan

estructuras rodantes, plegables y desplegables, que se arman y se desarman todo el

tiempo.

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La ordinariez de una caneca de pintura que se arrastra sobre una estructura rodante de madera, es disimulada con un forro que tiene la figura de un conejo y bombas de colores a las que se ha pintado un rostro. Ordinariez y decoración se combinan en un punto de venta.

La deteriorada estructura de un coche de bebes es transformada en punto móvil para la venta de tintos en el centro de la ciudad.

Una carreta desechada del sector de la construcción es implementada en labores comerciales a través de la venta de bananos.

La "compra de paso" es por lo general impulsiva, determinada por la aparición sorpresiva de un producto, del cual se informa su precio y otros tantos atributos a gritos, o por medio de demostraciones improvisadas en las que se ponen a prueba sus propiedades.

Las mercancías dispuestas al paso de los peatones no disimulan en su apariencia, las

verduras además de sucias no disimulan estados de descomposición. Los aromas, las

texturas y colores de los alimentos atacan los sentidos, sus formas de seducción

atacan al transeúnte a su paso.

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Calculada con la exactitud que da “el ojo” una libra de zanahorias de formas irregulares y colores opacos, es exhibida dentro de una coca de plástico en la acera de la calle Bolívar.

Sin empaque, ni estrategia de protección, ni ningún tipo de conservación mayor a la sal espolvoreada diferentes productos marinos se venden en medio de una calle del centro en la que las normas de higiene creadas por el mito urbano desaparecen.

Sin importar las muestras de descomposición o los imperfectos físicos que puedan presentar estos plátanos apilados se venden por mil pesos la pila.

Frutas, verduras, alimentos preparados, prendas de vestir, mobiliario y todo tipo de

"cachivaches" configuran la oferta de los mercados en la calle. Las mercancías se

exhiben amontonadas, sin empaque ni marca, en muchos casos con los mismos

rasgos de la plaza de mercado sólo que derramados en el espacio público, esparcidos

por toda la ciudad. Los productos callejeros son anónimos, su origen o la identidad de

su fabricante no está definida, las unidades de medida son imprecisas, la información

técnica es inexacta, e incluso el precio puede variar de hora en hora, de un lugar a otro.

La amplia oferta callejera de verduras recrea sobre el espacio público raros paisajes que evocan la organización de la sección de frutas y verduras (fruver) de un hipermercado.

Diferentes elementos de mobiliario doméstico son comercializados ambulantemente por medio de una estructura rodante.

A diferencia de los utensilios de cocina que comercializa el hipermercado en los que es característico el color negro y las superficies de teflón, los utensilios que se venden en la calle se distinguen por sus superficies plateadas.

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El deseo que generan las mercancías en la calle es primario y primitivo. Los alimentos

se exhiben revueltos en cajones, amontonados en pilas estructuradas por su misma

forma, se transportan en carretas o en guacales. Las tipologías de bienes que se

ofertan abundan: accesorios, electrodomésticos, utensilios de limpieza y elementos

domésticos se exhiben a través de elementos colgantes o tirados en el piso.

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Los objetos A pesar de la gran variedad que existe en cuanto a formas y lugares para adquirir un

objeto la situación de compra siempre está concebida como un momento de

intercambio mercantil, lo que hace que en todos estos lugares, desde los más

sofisticados hasta los más populares, siempre aparezca la mercancía como

protagonista de los intercambios comerciales.

K. Marx definió la mercancía como un producto destinado al intercambio, propiciada

por las condiciones generador por el capitalismo. Appudarai por su parte precisa que la

mercancía no es en sí un producto, es decir un objeto, sino un juicio de valor que se

emite sobre un objeto en una determinada fase de su vida. Se puede pensar entonces,

lo mercantil como una fase en la vida del objeto, en la que en un contexto determinado

aparece cubriendo los requisitos necesarios que dicho contexto impone para que los

objetos y las cosas sean mercancías. Desde éste punto de vista surge la posibilidad,

ya mencionada, de que algo sea considerado en un lugar y por determinadas personas

como mercancías pero en otro simplemente no sea así.

Lejos de ser la encarnación del trabajo humano que la produce, la mercancía se

independiza su origen técnico hasta inscribirse en el concierto de las relaciones con los

hombres, determinando costumbres y capacidades, invitando a las personas a seguir

comportamientos y conductas impulsadas por la fuerza cultural que contienen.

El estado mercantil –explica Appadurai- se puede presentar de diferentes maneras, por

lo que los criterios que definen algo como mercancía son absolutamente relativos y

están determinados por la situación. En primer lugar están las mercancías por destino,

que son aquellos objetos destinados originalmente por sus productores a contextos de

intercambio; las mercancías por metamorfosis, son objetos que sin ser mercancías y

estando destinados a otros usos llegan por diferentes razones a la situación mercantil;

las mercancías por desviación, que son un caso especial de metamorfosis aplicada a

objetos originalmente protegidos de entrar en estado de intercambio; y por último las

ex-mercancías, que son aquellos objetos que se retiran temporal o permanentemente

de la situación mercantil siendo colocados en otro espacio2.

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En el marco del análisis que hemos venido tratando, los atributos mercantiles de un

objeto, coinciden con los que hemos definido como rasgos del objeto producido: un

objeto representable y mensurable, tanto en sus propiedades físicas y simbólicas como

en su valor, reconocible e identificable a través de la marca de su fabricante y ante

todo un producto nuevo. Las apreciaciones de Appudarai abren sin embargo otra

perspectiva, la de considerar como mercancías objetos que a través de las dinámicas

del consumo (y no de la producción) se sitúan por un momento en una fase mercantil,

sin tener por esto que ser el resultado de ningún sistema de producción cultural, sin

necesidad de estar nuevas o en buen estado respecto a su funcionamiento.

Así como existen otros lugares para comprar, diferentes a los templos del consumo, lo

adquirido no tiene que ser necesariamente comprado, ni estar representado por una

mercancía. Existen deviersas formas de comportamiento a la hora de adquirir un objeto.

En un principio se pensaría que la oferta del mercado lo abarcaría todo, que lo

ofrecería todo, sin embargo su enfoque -por ejemplo el del centro comercial- está en

ofrecer productos suntuosos, para compradores ideales, por lo que los deseos y

necesidades básicas de los compradores reales y los objetos que las suplen tienen que

ser conseguidos en otras partes o de otras formas, pues en ocasiones son objetos que

nadie ha producido, y el consumidor tiene que arreglárselas como pueda.

La mayoría de objetos que pueblan los territorios de la vida cotidiana son adquiridos de

maneras profanas respecto a la norma oficial de la sociedad de consumo, que

determina el intercambio de objetos económicos por dinero, en transacciones de

carácter más comercial que social, como el más correcto. Incluso algunos de esos

objetos que se adquieren cotidianamente no son en sí mismo objetos sino cosas

objetualizadas y colocadas en estado mercantil. Otro tanto de lo que se tiene ha sido

heredado, encontrándose dentro de estos objetos provenientes de vivos o muertos,

muebles, utensilios de cocina y vestidos. Existen además objetos que se adquieren al

cambiar unos por otros, reviviendo formas de adquisición tan primitivas como el

trueque. También están aquéllos que se compran de segunda, ya usados por

desconocidos, y también los propios que se revenden.

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La adquisición, desde la estética del consumo, es abordada preferentemente como una

estética de los procesos de mercantilización no oficial, es decir, los que crean

mercancías manteniéndose al margen de los sistemas de producción. También se

retoman como elementos de análisis las formas de intercambio no mercantiles, ni

monetizadas, en las que aparecen objetos adquiridos a través de medios diferentes al

intercambio comercial, materializando de manera singular, los rasgos culturales que

aparecen en hábitos diferentes a los de la compra.

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Objetualizados (mercantil) En este caso se analiza la objetualización como un proceso de mercantilización a

través del cual diversos elementos naturales entran por destino al comercio

adquiriendo a parte de su estructura, atributos funcionales y comunicativos que lo

convierten en objeto, siendo extraídos del entorno natural para entrar a hacer parte de

las configuraciones de la cultura material. En otro momento (en las estéticas del uso)

se analizará éste mismo fenómeno no desde lo mercantil sino desde lo utilitario, es

decir, cuando es el uso (acción que convierte el objeto en útil) el que hace que lo

natural se transforme en objeto.

En las plazas de mercado son comunes los estropajos que se venden como elemento de aseo personal. La necesidad de limpiar el cuerpo frotando la piel contra una superficie abrasiva coincide con la textura carrasposa de este fruto.

Los procesos de objetualización mercantil pueden darse por motivos prácticos o

simbólicos, en el primer caso se le da a las cosas un sentido útil desde lo pragmático

dependiendo de lo qué se pueda hacer con ellas, en el segundo se engendra en la

cosa un útil desde aspectos semánticos, según sea lo qué se piensa o se siente por el

elemento.

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En el fruver del hipermercado las hojas de bijao se comercializan por paquetes que presentan el exótico producto en unidades homogéneas y estandarizadas. Las propiedades físicas de esta hoja se convierten en las propiedades funcionales de un excelente empaque de comidas.

En la plaza de mercado, en un establecimiento que se venden diversos productos esotericos, se ofrecen –colagadas al revés- plántulas de penca sábila. Con sus hojas se pueden preparar productos caseros con fines medicinales y cosméticos; al parecer estos atributos han generado en las personas la creencia en sus poderes mágicos para proteger un lugar, colocándola para esto cerca al sitio de la entrada.

En la calle un punto de venta fijo ofrece diferentes plantas y semillas. Las funciones mágicas y medicinales que se atribuyen a esos elementos naturales, hacen que las personas los conviertan en mercancías.

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Imitados Los productos imitados que se analizan a continuación se consideran registros de la

estético del consumo, porque más que ser una estrategia de la producción oficial, es

una táctica de la que se valen productores no oficiales y consumidores para colocar las

adversidades de la sociedad de consumo y el mercado de masas a su favor, pudiendo

de este modo participar –a su manera- en sus dinámicas.

Un frasco de aceite Jeferson (hecho en Colombia) que no deja de traer a la mente la imagen de otro producto, se vende en una tienda de “remates de aduana” por 500 pesos.

Los estilos de vida, idealizados por la cultura dominante del consumo de masas, se

han encargado de idealizar en sus pautas de compra algunas marcas, como las más

representativas de las mercancías que definen la época. Son las elegidas para

representar la identidad de la cultura mundializada, convirtiéndose en iconos de niños,

jóvenes y adultos, quienes compran al ritmo que éstas imponen. Las marcas se han

convertido metafóricamente en los estados de la globalización, y así como antes la

identidad, o la nacionalidad estaban determinadas por los estados de los países, hoy

en día, en un mundo sin fronteras territoriales, las marcas comerciales definen esos

vínculos que unen e identifican a las personas como parte de algo. El hecho de que las

principales marcas, o las idealizadas por la era del consumo, sean culturalmente

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mundiales, no significa que por esto no sean susceptibles de ser apropiadas por

sociedades locales, y vueltas a hacer en todo el sentido de la palabra, adquiriendo en

este proceso nombres y representaciones gráficas levemente diferentes que se

materializan en unos tenis marca Escamoso All Sports, que recuerdan en su logotipo

los mundialmente reconocidos Converse All Stars. Las pilas marca SQNY o las

plantillas para zapatos abidas, son algunos de las mercancías que componente esta

tipología.

Los referentes morfológicos de “Converse All Stars” son combinados con los del nombre de una popular novela, juntos sirven para crear una nueva marca de tenis: “Escamoso All Sports”, los cuales se comercializan en un mercado callejero. Se genera así una estética internacional en la que se articulan las marcas tradicionalmente norteamericanas con la idiosincrasia popular de las novelas colombinas.

El sutil cambio de la “O” por la “Q” en estas pilas “AAA” hacen que su nombre (SQNY) al ser impronunciable, remita la mente del comprado de manera inmediata a la imagen y nombre del producto original.

Unas plantillas de zapatos marcas “abidas” que se venden en la calle por 800 pesos, pretenden dar al zapato en el que se coloque una personalidad un tanto distinta con cierta similitud a la marca alemana “adidas”.

El fenómeno de las marcas y productos imitados está en estrecha relación con el

fenómeno de apropiación cultural de las mercancías conocido como criollización

(creolization) descrito por Klaus Roth3, y tratado ampliamente por David Howes4, quien

lo define como “el proceso de recontextualización a través del cual a los bienes

importados se les asignan usos y significados por la cultura receptora”. Éste concepto

contrasta –en lo referente a la cultura material- con el de la mundialización de la cultura,

llamado también “Coca-Colonización” o “Mac-Donalización” de las sociedades y nos

recuerda que los objetos siempre tiene que ser contextualizados (dándoles significados,

insertándolos en relaciones sociales particulares) para ser utilizados, y nada garantiza

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que la intención del productor sea reconocida, mucho menos por el consumidor de otra

cultura.

La criollización tiene como una de sus formas de representación, el fenómeno del “re-

made”, que consiste en que los productos "Made in Usa" se vuelven "Re-Made in

Japan" (en el sentido que son japonizados), o "re-made in South Africa" y de esta

manera adquieren nuevos usos y significados alternativos con cada nuevo borde

cultural que atraviesan. Los productos imitados de los que venimos hablando se

relacionan también con este fenómeno en un sentido amplio, pues demuestran cómo

esas apropiaciones no son sólo comunicativas o semánticas, sino que en el caso de

las marcas que analizamos como ejemplos, llegan a tocar la dimensión estructural, sin

perder el sentido de la estructura original que se imita, convirtiéndose más bien en

marcas nuevas, que representan tanto en sus grafismos, como en los productos que a

través de ellas se comercializan, las marcas propias de la criollización: Jefferson &

Jefferson, Ardren for men o Panasuanic, marcas híbridas que materializan los

contactos mercantiles y culturales entre lo global y lo local.

Los productos imitados se fabrican diariamente, tanto en pequeños locales

improvisados en garajes residenciales, como en grandes complejos industriales, sin

temor de Dios, ni remordimiento. Algunos son comercializados utilizando nombres que

presentan pequeñas modificaciones respecto al original, o con leves variaciones en las

etiquetas o el logotipo, convirtiéndose –sin ser las originales- en las más reconocidas,

al ser las más asequibles para la gente.

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Remercantilizado La remercantilización es un fenómeno que consiste en la reactivación mercantil de

objetos que se encuentran en un estado en el que no son propiamente mercancías. No

consiste en ninguna de las formas de mercantilización por metamorfosis o desviación

que describe Appadurai en su texto sobre las políticas del valor, pues en este caso

estamos hablando de objetos –como un equipo de peluquería, una caja de dientes o

una silla de oficina- que regresan a esta categoría, suponiendo entonces que en algún

momento de su vida estuvieron en dicho estado mercantil al que han regresado, son

más bien ex-mercancías que retornan a las dinámicas del comerciales.

Sobre un poste de luz, ubicado en la calle La Playa, un aviso hecho con una hoja de papel bond y caligrafía manual, anuncia que las políticas del valor traen de regreso un equipo completo de peluquería, a la fase mercantil: “SE VEDE EQUIPO COMPLETO DE PELUQUERÍA 2392320”.

La remercantilización puede estar asociada, en una primer instancia, a objetos que

desde la fase del uso vuelven a activarse mercantilmente porque poseen esa condición

que Moles denomino “valor de re-venta”, que consiste en una forma de valoración del

objeto basada en el precio que puede llegar a tener a pesar de haber sido ya usado, y

que está presente de manera muy importante en objetos como automóviles o

electrodomésticos.

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Entre un frasco de vidrio, en el que muy probablemente hubiera antes salsa de tomate, se exhiben actualmente las cajas de dientes ya usadas que se venden en la Plaza Minorista de Medellín. Allí mismo se reparan y fabrican.

En el pasaje peatonal que atraviesa al barrio San Benito, en Medellín, una silla de oficina que se vende de segunda, sirve para sostener el anuncio de un local comercial de objetos usados entro los que se destaca el mobiliario de diferentes tipologías.

En un local de antigüedades, unos frascos que se remontan a la época en la que la leche se comercializaba en envases de vidirio, han sido desviados de su carácter institucional y llevados a una fase mercantil en la que se han convertido en reliquias.

Un teléfono de disco para colgar en la pared, se ofrece como antigüedad a pesar de estar descompuesto y no servir más que de adorno.

Diferentes motivos de relojes de cuerda que no funcionan y en los que se aprecia un evidente estado de deterioro se ofrecen –a pesar de esto- comercialmente como mercancías.

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Los procesos de remercantilización son frecuentes en el fenómeno de las

reapariciones (que serán analizadas en las estéticas del desecho), que consiste en la

mercantilización de objetos terminales. En el reciclaje los objetos vuelven al ciclo del

consumo para ser comercializados como basura o como materia prima; en el caso de

los objetos desechados por mal funcionamiento que luego de ser reparados reingresen

al universo mercantil; los empaques son frecuentemente recargados con mercancías

alimenticias; es frecuente que algunos objetos como las prendas de vestir sean

puestas en reventa luego de un tiempo de haber sido usadas y tiradas; por ultimo en la

reutilización es común encontrar mercancías fabricadas con material de desecho.

En el caso del re-uso es frecuente encontrar almacenes especializados en la venta de

ropa usada. Acerca de ésta José Navia en “Historias nuevas para la ropa vieja”5

documenta las formas de remercantilización de la ropa vieja en Bogotá, describiendo

en detalle el proceso desde el momento en que la ropa es recolectada casi como

basura por los “ropavejeros” o intercambiada por afiches o vajillas chinas, relatando

cómo es reparada, remercantilizada y por ultimo vendida, mostrando lo interesante que

pueda resultar la biografía de alguna de estas prendas.

Sobre la carrera Séptima, en Bogotá, una venta callejera de libros usados rompe con las barreras creadas por las normas de clasificación de las librerías, para poder ofrecer libros de todo tipo, época y calibre revueltos y a 1000 pesos cada uno, con la misma ausencia de orden discos de “Julio Iglesia”, “Cuco Valoy” y “El Gran Combo” se ofrecen a 2000 pesos. En la misma acera, y sin ningún tapujo, el “amlodipino”, la “metmorfina”, la “lovastatina” y otras medicinas se venden sin necesidad de presentar muestra médica.

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Panorama comercial del sector de compra y venta de ropa usada en Plaza España, Bogotá. Escenario de la crónica “Historias nuevas para la ropa vieja” de José Navia.

De otro lado, en la reutilización de objetos, o de partes de objetos, en la construcción

de otros nuevos es frecuente encontrar mercancías, que bien puede ser relativamente

novedosas, como el caso de los objetos decorativos elaborados con latas de aluminio,

así como también objetos que morfológicamente siempre han prevalecido en la cultura

popular como las canastas tejidas en zuncho, o los incineradores fabricados con latas

que presentan estéticas híbridas producto de la configuración de estructuras

gráficamente sofisticadas con actividades mundanas en la forma de un objeto.

Bolsos de zuncho usado, incensarios fabricados con latas de suplementos vitamínicos y aviones decorativos elaborados con latas de cerveza son algunas de las mercancías que utilizan como materia prima materiales de desecho.

Como parte del proceso de la remercantilización aparece un sector dedicado a la

“desmembración” de objetos descompuestos para vender sus partes como repuestos,

confiriendo valor de cambio a elementos que en principio nunca lo tuvieron. Los

paisajes generados en estos lugares, exhiben todo tipo de ex-mercancias totalmente

descuartizadas, y sus partes tanto internas como externas se ofrecen a la venta.

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La remercantilización es tal vez un fenómeno cultural representativo de sociedades

donde el capital no abunda ni en la forma de dinero ni representado en objetos, pues

es un claro hecho que en ocasiones, a pesar de los modelos de consumo masivo

institucionalizados, actividades como el reuso, el reciclaje o la reparación resultan ser

más viables que la renovación que imponen los acortados ciclos de vida de los

productos masivos, que se comercializan con periodos de vida muy similares en su

duración a la vida de un producto desechable.

Las partes de diferentes electrodomésticos descuartizados (licuadoras, hornos y teléfonos monederos) vuelven al ciclo del consumo en el Centro Comercial Medellín (Plaza Minorista) ofrecidos comercialmente como repuestos que revivirán objetos descompuestos.

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Heredado La herencia es una forma de intercambio no monetario y restringido (de él sólo

participa un reducido número de personas), en el que el paso de objetos (generalmente

ya usados) de un propietario a otro se realiza generalmente entre personas de una

misma familia o en grupos que se encuentran unidos por fuertes vínculos afectivos,

representados en el hecho de compartir los objetos, de hacer que pasen entre ellos de

mano en mano (tanto que se diluye el sentido del propietario original) cristalizando en

su morfología –más que funciones- sentidos y significados. Son, por este motivo,

objetos des-mercantilizados, y protegidos del estado mercantil, al ser valorados más

como símbolos que como objetos representativos de valor económico, o incluso en el

tiempo, de una función.

Dentro de esta categoría de objetos heredados se encuentran objetos que han sido adquiridos, no como nuevos (seria un regalo y no una herencia) sino ya usados∗ y a cambio de nada: un uniforme del colegio “La enseñanza” usado por las hermanas mayores, el ajuar con el que todos los hijos y nietos de la familia Duque han sido bautizados.

Como el hecho que motiva estos intercambios no es un interés económico, sino un

vinculo afectivo entre quienes participan de él, por lo general, al cabo del paso por

diferentes propietarios logran tener biografías llenas de cargas afectivas y emocionales,

y de toda una serie de elementos intangibles que se registran sobre su sentido y

significado, convirtiéndolos en ocasiones en objetos sagrados o en piezas de museo.

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Es también probable, que luego de pasar por varias generaciones, el objeto heredado caiga en total desuso, pero que a pesar de esto, objetos como unos vasos con bordes pintados en oro, sean conservados (mantenidos es desuso), aunque no se tengan claros quienes han sido sus propietarios, cuales son los vínculos que lo han traído hasta allí, ni que representan.

A diferencia del regalo que es el claro reflejo de un ritual social, asociado al intercambio

simbólico, y anclado muy fuertemente a eventos, fechas y motivaciones impulsadas por

el comercio y el mercado, la herencia está marcada por ritos de paso, asociados a

etapas de transición en la vida de las personas: el uniforme es entregado a las nuevas

generaciones luego de finalizados los estudios; un anillo es recibido para ser usado en

el matrimonio; los objetos ordinarios, y por lo tanto no incluidos en el testamente del

difunto, son repartidos entre sus más allegados.

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Regalado El obsequio, o mejor la acción de obsequiar representa el ritual social del intercambio

de regalos, que consiste en intercambiar mercancías (unas por otras) a través de un

compromiso tácito y de una relación cambiaria inconexa y discontinua, en la que el

intercambio como tal, tiene lugar entre lapsos de tiempo que hacen que la relación que

propicia entregar otro obsequio a cambio, se extienda y no tenga un final determinado,

distinto al trueque en el que el intercambio es inmediato y la relación generada por éste

es terminal, permaneciendo sólo por el tiempo en que se realiza la transacción. A

diferencia de la herencia que está representada por objetos usados que pasan de

propietario en propietario permaneciendo siempre en la fase utilitaria (cabe recordar

que éstos nunca son desechados), el regalo se encuentra en un estado mercantil

(representado usualmente por un producto nuevo) del cual es desactivado para ser

convertido en obsequio.

El regalo se obsequia en un nivel macro cultural, para evocar la obligación de recibir

otro a cambio, el cual producirá a su vez una obligación similar: una cadena

interminable de regalos y obligaciones, que sirve –entre otras- para reforzar los

vínculos afectivos y celebrar fiestas en las sociedades de consumidores. Los

obsequios pueden ser cosas que normalmente se usan como mercancías, pero la

relación generada a través del intercambio no es inconexa, ni terminal6 (como si lo es

en las transacciones tradicionales de compra-venta); y como Moles apunta, es ése

mismo carácter de reciprocidad y de obligación tacita generado en el intercambio de

regalos lo que hace que este modo de adquisición represente uno de los aspectos

esenciales de las relaciones interhumanas a través de los objetos7.

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La figura de un pequeño búho elaborada en cerámica es convertida en amuleto luego de ser obsequiada por una persona especial. La emotividad del momento es tan fuerte que sacraliza el ordinario objeto.

Dentro de la categoría del objeto regalado se encuentran aquellos objetos que son

adquiridos al ser recibidos de manos de otras personas como obsequio, casi siempre

en el marco de un ritual de cohesión social, ligado siempre a la celebración de un

evento particular de carácter colectivo o individual, y que puede tener un carácter

festivo o sagrado pero por lo general impulsado comercialmente. Los regalos

intercambiados dependen directamente del tipo ritual que se celebra, a su vez el

significado del rito que se transfiere al objeto atribuyéndole así un carácter diferente a

su sentido original.

En vísperas al “Día de la madre”pequeños avisos que sobresalen de la estantería de un supermercado motivan a los visitantes a comprar un regalo para mamá. Mejor si es uno de los productos anunciados en la revista publicada para tal fin.

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A pesar de que Appadurai piensa que los obsequios suelen ser concebidos en rigurosa

oposición al espíritu calculador, egoísta y orientado de la ganancia mercantil,

precisamente por el espíritu de reciprocidad, sociabilidad y espontaneidad con el que

suelen ser intercambiados8, los contextos que determinan actualmente estas formas de

intercambio tiene fuertes connotaciones comerciales y publicitarias. A pesar de esto se

debe reconocer que la transmisión de los obsequios, además que vincula objetos a

personas e introduce el flujo de las cosas en aquél de las relaciones sociales, es algo

que está mediado más por la sociabilidad que por el dinero.

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Cambiado El objeto cambiado es aquél que se obtiene a través del trueque. Ésta es la forma de

intercambio mercantil en el que la circulación de cosas está más divorciada de las

normas sociales, políticas y culturales (...) puede verse como una forma especial de

transacción comercial; una forma en la cual, el dinero no desempeña ningún papel, o

uno completamente indirecto (como mera unidad contable)9. A diferencia del regalo,

forma de intercambio en la que se establece una obligación de recibir algo a cambio de

manera tacita e inconexa respecto al tiempo, el trueque exige el intercambio inmediato

de una cosa por otra, generando una transacción terminal.

El objeto intercambiado –que bien puede ser nuevo o ya usado- se caracteriza desde

el punto de vista de los modos de adquisición, por que para ser cambiado, debe entrar

en una especie de fase cambiaria (similar a la fase mercantil en la que el intercambio

está restringido al dinero), en la que está determinado por la posibilidad de ser

cambiado, no por dinero como en el caso de las mercancías, sino por otro objeto.

Como el caso de los brazaletes y collares que intercambian los massim de Nueva

Guinea a través del sistema kula, los objetos cambiados pueden permanecer en una

fase de intercambiabilidad permanente, de la cual salen o son extraídos

ocasionalmente con fines simbólicos más que funcionales, desapareciendo así el

sentido mismo del objeto (de lo qué él es, para lo qué sirve, y lo qué significa) para

estar definido por su capacidad de representar los vínculos sociales que existen entre

las personas que participan del intercambio. Al igual que los collares y brazaletes que

circulan por el kula, los objetos intercambiados tienen biografías extensas y

enriquecidas por las formas de relación que tienen con cada propietario, así como por

las diferentes apropiaciones a las que es sometido.

Como en estos casos lo que define el valor del objeto no es el hecho de poder ser

adquirido por cierta cantidad de dinero, sino la posibilidad de apropiarse de él al

intercambiarlo, es sometido a escalas de valoración en las que se fija aleatoria e

inconscientemente una unidad de medida para el cambio. Este “precio” o el “valor” que

se fija para la transacción, pueden establecerse según el material del que está

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compuesto, también por su antigüedad o por su función, pero lo que es claro es su

variabilidad y su capacidad para ajustarse a diferentes escalas de valoración, en las

que ocasionalmente el dinero puede aparecer como un complemento, como es el caso

de las conocidas formas del ven-cambio, transacciones en las que se ofrece un objeto

a cambio de otro. En estos casos, cuando el valor de un objeto es mayor al otro, la

diferencia se compensa monetariamente.

Han quedado esbozadas, de manera general e incluso incompleta las estéticas de la

adquisición: los registros de las formas en que los objetos son adquiridos por las

personas, a través de transacciones comerciales que tiene lugar en diferentes

escenarios, así como también por medio de prácticas cotidianas en las que las normas

dogmáticas del mercado de masas son eliminadas para abrir paso a las tradiciones de

la cultura popular.

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Referencias 1 DELGADO, Manuel. Disoluciones Urbanas. Universidad de Antioquia. 2 APPADURAI, Arjun. Introducción: las mercancías y las políticas del valor. Pág. 32 3 Klaus Roth. Material culture and intercultural communication. 4 David Howes. Cross-Cultural consumption: Global markets, local realities. London, Routledge. 1996 5 José Navia. Historias nuevas para la ropa vieja. Editorial U. de A. ∗ Aunque la herencia esté representada por objetos que son usados más de una vez, o incluso muchas veces, no es considerada una forma de reuso, pues este concepto –bajo los términos de la estética del consumo- implica que el objeto haya sido desechado antes de volver a ser usado. A diferencia de esto, la herencia nunca margina al objeto de su fase utilitaria, permaneciendo siempre dentro de las esferas del uso. 6 Igor Koppytof. La biografía cultural: la mercantilización como proceso. Pág. 95. 7 Abraham Moles. Teoría de los objetos. Pág. 153 8 Arjun Appadurai. Introducción: las mercancías y las políticas de valor. Pág. 27 9 Arjun Appadurai. Introducción: las mercancías y las políticas de valor. Pág. 26

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-5.2- ESTÉTICAS DEL USO

“Las formas cotidianas están sometidas a un modelamiento lento e inconsciente, como si los objetos y los gestos corrientes se moldearan progresivamente, en el curso de su uso, l capricho de la disposición de una colectividad cuyos miembros se conforman unos con otros” André Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Pág. 273 “De todos los objetos, los que ya han servido son los más queridos para mi. Útiles para muchas cosas, modificados a menudo, mejoran su forma y resultan preciosos por frecuentemente apreciados” Bertold Brecht A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 85 (epígrafe).

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Usar La relación de uso que se tiene con un objeto no es una experiencia única y

prácticamente instantánea como la de la adquisición, y aunque puede existir una

ocasión de uso excepcional, como la primera vez que se usa algo, esta instancia en la

relación ser-objeto transcurre –por lo general- a lo largo de momentos y ocasiones que

se convierten en el sustrato de la vida cotidiana. El uso puede representar entonces un

momento tan extraordinario como ordinario, y los registros materiales que quedan de

éstos, están determinados por el tipo de vínculo que se tenga con el objeto, lo que se

“haga con él”, o dicho de otro modo, según las formas en que haya sido apropiado.

Es en las situaciones de uso donde las dimensiones humanas (fisiológica, emotiva,

cognitiva) se traman con las del objeto (comunicativa, estructural, funcional) dando

forma al conjunto de referentes materiales que configuran tangible e intangiblemente la

identidad colectiva de un grupo. Esto desde la perspectiva humana se hace evidente

en los comportamientos (en ocasiones casi mecánicos) a través de los cuales se

somatiza el objeto, no sólo desde lo fisiológico, sino también desde una relación

cognitiva, práctica y emotiva; desde la perspectiva del objeto esas tramas quedan

materializadas en las apropiaciones de cada una de sus dimensiones, en las marcas

que evidencian deformaciones y tergiversaciones de su función, su estructura física o

su significado, y que son comunes y repetitivas dentro una cultura material.

Cada situación de uso, se compone a su interior de una secuencia de “acciones

encadenadas” (actions chains1), que van más allá de la simple operación del objeto

(agarrar, presionar un botón, apagar) pues tienen que ver también con la gestualidad,

las posturas, los estados de animo de los usuarios, sus creencias y sus formas de

penar. A través de las cadenas de acción propias de cada usuario se materializan y se

ponen en escena sus “modos de hacer”, esto es –de algún modo- su comportamiento

estético: la forma en que el individuo existe dentro del seno de un grupo al reconocerse

como parte de éste en las formas comunes de usar y dar significado a los objetos.

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La vida cotidiana transcurre a través de diferentes situaciones, y cada una de ellas está

constituida por una o varias actividades en las que las personas despliegan las

cadenas de acción que les son propias. Sobre las situaciones –decía E. T. Hall- que

eran sus entramados y las maneras en que son desarrolladas, los elementos que

constituyen la unidad para el estudio y la comprensión cultural2. Es entonces, a través

de las situaciones de uso, o de los momentos en los que “se hacen cosas” y “se hacen

de un modo”, donde salen a relucir las maneras en que se exterioriza la sensibilidad

humana, a través –en este caso- de la relación que tienen las personas con los objetos

usados; estas sensibilidades quedan plasmadas en los diferentes paisajes de objetos

que se configuran como escenarios de la cotidianidad.

Los utensilios propios para la preparación de alimentos a través de la licuefacción o la cocción, pueden convertir temporalmente un espacio público en cocina.

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Lugares Los objetos –dice José Luis Pardo- predisponen a que en cierto espacio suceda algo, y

a su vez, de los acontecimientos que suceden allí sólo se sabe por las huellas

materiales que quedan de lo que aconteció. A través del uso los espacios prefigurados

pueden reafirmar su naturaleza o función primaria, pero también a través del uso se

pueden llegar a configurar espacios de naturaleza diferente a la prevista. Más que

espacios para usar, o predispuestos para ser usados, podemos decir que es el uso el

que genera la condición de lugar, dando una idea de lo que allí sucedió y sucederá,

convirtiendo a la vez un espacio anónimo en una especie de máquina para hacer algo:

máquinas para habitar, máquinas para transitar, máquinas para descansar y

entretenerse.

Más que para ser habitada –como dijera Le Corbusier- la casa es más que una máquina una gran fábrica en la que cada lugar se convierte en una pequeña máquina con funciones determinadas. Además de funciones mecánicas, estas máquinas domésticas, cumplen tareas simbólicas.

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Domésticos El uso delimita, designa y define toponímicamente los espacios de la existencia

humana, los de la vida cotidiana. Son las marcas que el uso deja en cada lugar, las

que definen las diferencias entre lo público y lo privado, las que establecen territorios

en la calle o en la casa. A la vez las cadenas de acción, los gestos y posturas que

constituyen cada puesta en práctica pueden ser vistos como los ritornelos que

organizan las fuerzas del caos, nivelándolas y ritmándolas en un conjunto armónico y

organizado, de espacios convertidos en lugares, y del tiempo convertido en eventos.

Los objetos y los usos que hacemos corresponder a cada uno (usos que no tienen que

ser activos, pueden ser simplemente de culto o contemplativos) se convierten en las

marcas que dan sentido y permiten que los lugares sean reconocidos. La casa por

ejemplo, está definida por los usos que hacemos de sus espacios: se cocina, se

consumen los alimentos, se almacenan las propiedades, se mira televisión, se duerme;

reconocemos la casa, el hogar o el sentido de lo doméstico en los espacios que

materializan los hábitos que reconocemos como domésticos.

Un solo plato y las manos componen los elementos necesarios de la vajilla para comer viendo televisión. El poder adictivo de este popular electrodoméstico a transformado entre otros los hábitos de socialización y alimentación doméstica y con esto la cultura material que caracterizaba estas actividades.

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Cada una de las variaciones generadas en un espacio a través de la colocación y la

acomodación de los objetos en uso por parte de sus usuarios, configura algo que es

llamado “ensamblajes” (‘assemblages’), y que puede ser entendido como la

materialización de un código cultural por medio de la ordenación de un set entre todas

las opciones que ofrece el repertorio del “sistema de los objetos” de una cultura, y que

en la medida que puede ser decodificado o interpretado por otras personas, es útil para

proyectar una imagen de quién se es o de dónde se está3. Es así, como cada comedor,

cada baño o cada cocina refleja las formas de vida (los modos de ser, hacer y estar) de

las personas que comparten el espacio.

Así mismo, a través de la disposición, la colocación y el uso de ciertos objetos, se

pueden recrear en diferentes espacios las puestas en escena de ciertas actividades.

Un ejemplo de esto, son las diferentes formas en que se puede configurar o

“ensamblar” la mesa servida, no sólo en un entorno propiamente doméstico, sino

también en espacios públicos, laborales o comerciales, en los que de diferentes

Sobre un plato ovalado, decorado con pinturas de flores en los bordes, se sirve una “bandeja paisa”, tradicional alimento propio de restaurantes urbanos y rurales. La complejidad que implica el uso de diferentes platos y cubiertos se reduce en esta escenificación de la mesa servida a un solo útil, que genera además de un paisaje “típico”, una puesta en escena particular en el momento de comer (revolverlo todo) que caracteriza los hábitos alimenticios de la sociedad antioqueña.

En los entornos laborales, en las horas de almuerzo, cocas, frascos y otros elementos contenedores, despliegan sobre las áreas comunes comedores transitorios con una duración aproximada de 50 minutos. La necesidad imperativa del transporte y la conservación modifica por completo las morfologías de los utensilios que se implementan en la configuración de la mesa servida en el trabajo.

En un lugar marginal de la ciudad: una zona verde debajo de un puente sobre un riachuelo, al cual no llegan ni la cortesía, ni los modales de etiqueta, dos latas vacías sirvieron la noche anterior para la preparación y el consumo de lo que fue la comida: arroz y caldo. Los procesos propios a la preparación de alimentos desarrolladas en el espacio público sin utensilios propiamente de cocina, dejan entrever la esencia primitiva y humana de estas actividades.

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maneras y a través de diversos objetos se generan y se construyen tanto desde lo

práctico como desde lo simbólico lugares para preparar y consumir los elementos.

En cuanto a las configuraciones del espacio doméstico Andrew Skuse relata como en

Afganistán el radio es un objeto que diferencia socialmente a las personas al ser un

indicador del estatus, y como este modo de interpretación del objeto le confiere –en el

espacio doméstico- un lugar especial (semejante a un altar), diferentes cuidados

(permanecen cubiertos con mantas y sólo son descubiertos para ser usados) y

diferentes tipos de decoración a sus alrededores (generalmente flores de plástico y

fotografías retocadas a mano, de familiares martirizados durante la jihad) 4 . Esto

demuestra, que los objetos no son usados solamente para lo que sirven, sino que a

través de ellos se tiene la oportunidad de proyectar aspectos propios de las formas de

vida de las personas.

La nevera, además de cumplir con labores de refrigeración, congelamiento, almacenamiento y conservación, es un substrato cambiante sobre el cual se registran partes de las dinámicas domésticas. Un objeto en el que los usos prácticos, decorativos y simbólicos se entremezclan en la configuración de paisajes espontáneos que reflejan la personalidad y los gustos de sus creadores.

En nuestro contexto por ejemplo, los usos que se le dan a la nevera, reflejan patrones

estéticos de manera similar al radio en Afganistán. Es común que sobre la superficie de

las puertas de este electrodoméstico, tomen forma a través de diferentes elementos los

rasgos de las formas de vida del hogar que habitan, encontrando dentro de estas

formas de apropiación elementos que ponen en evidencia los vínculos entre las

personas, a través de notas que se dejan unos a otros; los patrones de gusto del hogar,

a través de las decoraciones imantadas que se colocan; así como parte de sus hábitos

alimenticios, en los adhesivos e imanes que promocionan ciertos tipos de domicilio;

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mientras que en las neveras de los estratos 2 y 3 los elementos que se encuentran son

por lo general decorativos, en el 5 y 6 la decoración pasa a un segundo plano y se le

da relevancia a información sobre domicilios de comidas y de productos farmacéuticos,

quedando materializados en estos registros esas formas de vida de las que hablamos.

El análisis del uso de un objeto, abarca también los momentos en que no es usado.

Por lo que parte del uso está en asignarle un lugar a las cosas: "el puesto del objeto",

que muy seguramente tendrá que compartir con otros de su misma clase y tipología.

La colocación, o las estructuras de colocación, pueden definirse como la manera en

que es valorado un objeto, ya sea por su función o por su significado, se hace evidente

según el lugar donde se le coloca, o del puesto que se le asigna, en relación a los otros

objetos con los que comparte un espacio o un propietario; de este modo algunos

artefactos aparecen en constante exhibición como si fueran trofeos, otros en cambio, a

pesar de ser altamente valorados permanecen casi toda su vida guardados en un

oscuro cajón, del cual sólo salen en ocasiones especiales. Las colocaciones y

acomodaciones de los objetos cuando no están siendo usados, hacen también parte

de lo que hemos llamado paisajes domésticos, y que son “ensamblages”

(‘assemblages’) en los que se materializan rasgos colectivos de la cultura.

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Públicos Así como existen los que hemos llamado paisajes domésticos: configuraciones de la

cultura material que dejan ver las formas en que la casa como construcción es puesta

en práctica, aparecen también entro de los usos del espacio público lo que llamaremos

paisajes urbanos, y que consisten en aquellas configuraciones que reflejan

materialmente los estilos de vida urbanos. El espacio público a pesar de ser concebido

como un espacio de tránsito es sometido por sus transeúntes y habitantes a diferentes

tipos de apropiación que modifican su estructura, su función y significado, generando

sobre su superficie entornos y escenas que reflejan lo qué la gente hace y piensa en la

calle. Podemos encontrar adaptaciones que lo convierten en un entorno: doméstico, a

través de diferentes anexos que extienden el territorio de casa; laboral, a través de

ciertas herramientas que permiten que un trabajo sea desarrollado; lúdico, por medio

de elementos que propician el juego; o comercial, en el caso de objetos ambulantes o

itinerantes que convierten el espacio público en un punto de venta callejero, como se

ha mostrado en las estéticas de la adquisición.

Una caja para embolar zapatos, humanizada con el rostro de un indio, configura un puesto de trabajo en el Parque de Belén.

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Las adaptaciones laborales del espacio público, tienen por objetivo la configuración de

diferentes puestos de trabajo en la calle, transformando el espacio público en un

entorno laboral. Por lo general las formas de trabajo en el espacio público están

referidas a la comercialización de bienes y servicios. Estas adaptaciones se logran por

medio de herramientas muchas veces creadas espontáneamente para la realización de

tareas específicas, recontextualizando y reutilizando diferentes elementos en la

creación de nuevos objetos y puestos de trabajo. También por medio de técnicas

vernáculas, se construyen máquinas de un alto nivel de complejidad, que sirven para

procesar y preparar alimentos.

Una bascula precisa con exactitud el precio de una pila de frutas en la calle Cundinamarca.

Los escudos del Atlético Nacional y del Deportivo Independiente Medellín decoran y personalizan las herramientas de exhibición y transporte de un punto de venta ambulante.

La imagen de Jesucristo, la Virgen María y el Divino Niño adheridas a una caja para lustrar zapatos sacralizan la herramienta de trabajo de un embolador.

Tanto los puestos de trabajo como los objetos herramentales presentan diferentes

formas de apropiación estética en las que se refleja la iconografía religiosa y popular

así como los gustos personales del trabajador, los cuales se hacen evidentes en

diversas formas de decoración, en las que se mezclan dioses, escudos de fútbol e

íconos del consumo.

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Por medio de diferentes elementos los trabajadores de la calle elaboran el mobiliario de sus puestos de trabajo, ajustándolo a posturas y tareas precisas de sus actividades. Como una constante en este tipo de construcciones, aparecen los procesos de recontextualización y reutilización, que consisten en retomar materiales u objetos desechados en un contexto determinado e implementarlos en la fabricación de nuevos artefactos a través de técnicas populares.

La calle por su misma condición de espacio público se presta para ser adaptada con

fines lúdicos dentro de los que se destacan las prácticas artísticas, deportivas y de

juego, haciendo que aparezcan sobre la ciudad de manera espontánea, diferentes

registros gráficos y objetuales que recrean espacios para el esparcimiento y la

diversión de los ciudadanos. La cultura material de lúdico va de lo simple a lo complejo.

Una cuadricula para jugar “triqui” dibujada sobre el mobiliario público del Pasaje San Benito, le sirve a los vendedores del sector para distraerse y matar el tiempo, mientras juegan a formar líneas continuas con piedras y monedas.

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Un grupo de músicos que interpretan música andina convierten las afueras de la Iglesia San José en un escenario artístico.

Desde el Metro Cable se observa una cancha de fútbol dibujada sobre una calle del barrio Santo Domingo.

En sus manifestaciones el objeto puede llegar casi a desaparecer, en actividades que

prescinden de él como medio, siendo reemplazado por el cuerpo y sus movimientos;

en otras ocasiones, su presencia es indispensable, convirtiéndose el objeto mismo, su

materialidad en el único medio para configurar las dinámicas de lo lúdico. Por más

efímeras y espontáneas que sean estas adaptaciones, quedan por lo general

diferentes registros gráficos de ellas que le dan permanencia y continuidad en el

tiempo a estos territorios haciendo que no sean tan efímeros.

Una primitiva “Rueda de Chicago” recrea un parque de diversiones en el Parque Obrero.

Cerca de la estación Niquía del Metro de Medellín, una golosa dibuja en el piso configura la zona de juegos de los niños que residen en el sector.

En las actividades referidas a la expresión artística encontramos intervenciones

musicales y escénicas, en las que además de músicos o estatuas humanas, aparecen

saltimbanquis y faquires criollos. Dentro de cada manifestación encontramos toda una

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indumentaria conformada por instrumentos musicales, llamativos atuendos, disfraces y

elementos para hacer trucos de circo. Las prácticas deportivas que tienen lugar en la

calle están lideradas en mayoría, por el fútbol. La delimitaciones de las áreas se logra

generalmente a través de grafías que se realizan sobre el asfalto recreando, por medio

de lineas arcos, medias lunas, centros y puntos para tiros penalti. Los espacios para el

juego se caracterizan por una connotación infantil, en las que aparecen desde

improvisados “carruseles” o “ruedas de Chicago”, que demuestran la pericia técnica de

su fabricante-, hasta simples trazos que dibujan en el piso “golosas” o cuadriculas para

jugar triqui.

Una banca de madera sacada a la calle en el barrio Malibú, extiende el área social de una residencia hasta el espacio público.

Las adaptaciones domésticas del espacio público son las que extienden el territorio de

“la casa” al exterior de ésta, llevando consigo parte de los hábitos que configuran el

hogar: la decoración, el mantenimiento, la socialización. A través de estos objetos se

delimitan espacios y se hacen propios.

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Con palos de madera cortados en tamaños irregulares se crea un cerco que protege y decora el jardín exterior de una residencia.

Piedras, macetas y restos de tubería pintados de blanco decoran una zona verde del Barrio Fátima.

Las extensiones del territorio hogareño son propias de barrios compuestos por casas,

en las que las relaciones sociales se dan de forma horizontal (no vertical como un

edificio) y en la calle, por lo que se hace necesaria y surge espontáneamente una

tipologia de mobiliario público que mezcla lo doméstico, lo campirano y lo urbano. En

casos particulares estas extensiones de la casa generan en su exterior sitios para el

encuentro de sus habitantes, extendiendo formas de ocio y la socialización. En estos

casos los muebles que se destacan son fabricados con sobras de elementos naturales

y restos de construcciones.

Algunas manifestaciones sociales generadas colectivamente entre los habitantes del

barrio se ven materializadas en tipologías de mobiliario público que a pesar de surgir

de forma espontánea entran a reemplazar muchas expectativas no cubiertas por las

estrategias urbanísticas y residenciales. Una muestra de esto son las apropiaciones

colectivas que configuran en pequeñas zonas verdes “parques” en cuya construcción

trabaja gran parte de la comunidad.

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Materiales de desecho orgánico (ramas, troncos, palos) y urbano (ladrillos, lozas de cemento) los habitantes del barrio Miravalle han construido diferentes piezas de mobiliario público que ha sido ubicado afuera de sus casas y a la orilla de la canalización La Picacha, propiciando zonas de encuentro y socialización entre los vecinos.

En ellos además del mobiliario característico de este tipo de apropiaciones, aparecen

elementos decorativos y que prestan otras funciones, que pueden incluso no ser

propiamente domésticas, como es el caso de aquéllos que configuran espacios para

actividades religiosas.

Es usual que en las zonas verdes o pasos peatonales que existen dentro del perímetro de un barrio, los vecinos del sector generen parques públicos por medio de la construcción e implementación de sillas, mesas y diferentes elementos decorativos. En las imágenes “parques” de los barrios Fátima, Miravalle y Laureles.

Estructuralmente los artefactos domésticos que se encuentran en la calle son

fabricados con restos del entorno urbano: restos de insumos de construcción o

elementos naturales que quedan a disposición de los ciudadanos y que se

complementan con otros elementos.

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Es común encontrar en los “parques” creados espontáneamente por los residentes de un sector elementos que cumplen funciones anexas a la socialización, como lo son imágenes religiosas o cebaderos para pájaros.

Desde otra perspectiva, también en un sentido doméstico, aparecen apropiaciones en

las que vivir en la calle se convierte en una situación permanente, desarrollada por

medio de diferentes artefactos. Dentro de éstos y como producto de la indigencia

surgen los llamados “cambuches”, que consisten en habitáculos por lo general móviles

que sirven de refugio nocturno, así como de medio e transporte, puesto de trabajo y de

almacenamiento en horas del día.

La cultura material doméstica de los habitantes de la calle se reduce por lo general elementos para el abrigo nocturno, que son almacenados y transportados durante el día entre un costal, recreando formas de vida primitivas y nómadas en el entorno urbano.

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Los indigentes configuran su entorno doméstico a través de la implementación de desechos urbanos en la construcción de “cambuches”, edificación que más que una casa consiste en un resguardo.

A través de la indigencia también se configuran en diferentes zonas de la ciudad

espacios que tratan de recrear espacios tan privados e íntimos de la casa como lo son

la cocina o el baño, en éstos también surgen artefactos que recrean formas de “vida

primitiva” pero por medio de elementos urbanos y poco naturales. En estos casos las

actividades se realizan prescindiendo

Las formas de vida de la indigencia (“home lees” o “sin techo”) o de las personas que “viven en la calle”, recrean en el espacio público escenarios y escenas domésticas a través de fogatas, de baños improvisados, de colchones y diferentes formas de “cambuches”, que dispuestos en la calle configuran a su manera, un estilo diferente de hogar5.

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Los objetos Los objetos usados han perdido en todo sentido los rasgos que le atribuían la cualidad

de nuevo, el objeto usado se ha hecho personal (así su uso sea colectivo), y por lo

tanto son otros registros, otras marcas y atributos los que le dan sentido y lo mantienen

vigente ante los usuarios. Estos objetos presentan por lo general diferentes formas de

apropiación, y ya sea estructural, funcional, o comunicativamente, siempre son

modificados a través de su puesta en práctica. Son objetos que por lo general están

desgastados y esto se hace evidente en casos en que han perdido alguna pieza

(amputaciones) o se le han agregado otras nuevas (prótesis) ya sea para mejorar su

función o simplemente para decorarlo. En cuanto a la función, es a través del uso que

el objeto adquiere funciones secundarias, resultando útil –por lo general- para hacer

algo para lo cual no estaban hechos; esas transformaciones funcionales tienen también

que ver con el sentido del objeto, es decir con lo que las personas piensan acerca de él,

es así como surgen en el uso objetos humanizados, con nombre, apodo y personalidad;

también objetos personalizados, acomodados en el tiempo a las preferencias de quien

los usa; en algunos casos encontramos artefactos mágicos, artilugios a los que se

atribuyen diferentes poderes; así como fenómenos domésticos en los que las cosas

más simples –como si adquirieran atributos artísticos- son museificadas.

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Objetualizados (utilitaria) De la misma forma que las personas tienden a humanizar los objetos, algunas cosas

de la naturaleza son objetualizadas, y convertidas en mercancías (como se analizó

anteriormente en las “Estéticas de la Adquisición”) y/o en útiles de diferente índole. La

objetualización utilitaria –registro de análisis de las estéticas del uso- consiste por lo

general en una apropiación funcional (redefinición) de la cosa natural, o en una

resemantización que la dota de algún sentido más allá de lo tangiblemente útil;

convirtiendo así cualquier elemento de la naturaleza e una herramienta o en un

símbolo a través del uso.

La objetualización utilitaria se diferencia de la mercantil, en tanto que en la primera a

través del uso se genera un objeto carente de valor económico que se ubica

inmediatamente después de creado en una fase útil, a diferencia del segundo proceso

(el mercantil) en el cual un elemento natural es mercantilizado, convertido en producto

comercial, para que otra persona lo adquiera y lo use. Otro rasgo distintivo de estos

dos procesos tiene que ver con el productor del objeto, mientras que en la

Piedras de diferentes formas y tamaños son comunes en cajones y despensas de la cocina.

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objetualización con fines utilitarios es el usuario quien fábrica su propio objeto, en la

que tiene fines comerciales el objeto es creado por un productor anónimo.

Las formas de adquisición de los “útiles naturales” se caracterizan por ser no

monetizadas, relacionándose directamente con las estéticas del objeto encontrado, el

heredado y el regalado: caracoles recogidos en el mar que se convierten en topes de

puerta, piedras para amolar cuchillo que se heredan a través de las generaciones de

una misma familia, casos, obsequios decorativos fabricados con conchas de mar y

semillas. Estos objetos “no valiosos” representan ésa categoría descrita por Kopytoff

como la de los “objetos singularmente carentes de valor”, con las que (de manera

similar a la mandioca de los arghem de Camerún) “nadie comercia”6.

Un recipiente elaborado con la mitad de un “totumo” con algunas piedras en su interior componen un adorno simple y vernáculo, donde la el sentido de la belleza es personal (está referido al individuo que lo fabrica) y a la vez primitivo, en el sentido que no presenta mayor elaboración o transformación de los elementos, sino solamente una acomodación de ellos.

Un árbol podado en forma de casa sirve como elemento decorativo del espacio público en una calle de la ciudad de Cali.

Piedras y semillas de colores son convertidas sin ninguna razón ni sentido lógico aparente en elementos decorativos del entorno doméstico, recreando escenas bucólicas que evocan fases de la naturaleza en un espacio tan artificial y técnico como una casa.

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El sentido de los objetos naturales está representado por su funcionalidad física y/o

simbólica, es decir por la capacidad que tengan de servir para hacer algo con ellos o

representar alguna cosa a través de su forma. Las estructuras de las cosas que se

objetualizan no sufren –por lo general- ninguna modificación física, ni son sometidos a

ningún proceso de transformación. A pesar de esto con el tiempo se van amoldando y

ajustando con precisión a las tareas en que son implementados. Cuando el sentido o el

significado atribuido al objeto sobrepasa su función lógica se genera el proceso de la

sacralización (la hoja de penca detrás de la puerta) o de museificación (el meteorito

exhibido en el planetario), constituyendo así otras estéticas.

Una piedra con una de sus superficies totalmente plana sirve para afilar cuchillos.

En el patio de ropas una piedra redondeada sirve para restregar las prendas de vestir mientras se lavan.

Algunas piedras de diferentes formas y tamaños hacen parte del mobiliario público que los habitantes del barrio Miravalle han creado para su esparcimiento.

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Criollizado

“Las biografías de las cosas pueden destacar aquéllo que de otro modo permanecía oscuro. ... en situaciones de contacto cultural, pueden mostrar lo que los antropólogos han enfatizado con frecuencia: lo significativo de la adopción de objetos -y de conceptos- extranjeros no es el hecho de que sean adoptados, sino la forma en que son redefinidos culturalmente y puestos en uso”. Igor Koppytof. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso.

Referentes gráficos propios y adoptados articulados en una misma imagen (Tolú-Sucre).

Lo cultural, entendido como conjunto de diferencias y contrastes de un grupo social

frente a otro, se materializa en un conjunto de objetos con esos mismos rasgos

diferenciales, lo que hace que exista entre cultura material e identidad una relación

directa pero cambiante en el tiempo. Si bien antes la cultura material de un grupo se

componía por objetos únicos a ellos que reflejaban una identidad ligada al territorio,

hoy, los objetos que sirven como referente para los procesos de construcción de la

identidad están en contraste transito por las sociedades del mundo, yuxtaponiéndose,

hibridándose y mezclándose con los hábitos cotidianos de a donde llegan,

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configurando así identidades que articulan referentes del territorio, des-territorializados

y re-territorilizados y que se reflejan en objetos propios, adoptados, adaptados y ajenos.

En un mundo donde el paso de mercancías de una cultura a otra es cada vez más

común, surge entre algunos la idea que la similitud en los bienes materiales dará como

resultado una unificación en sus usos, significados y funciones en todos los países y

culturas, y que por consiguiente eventualmente todas las culturas convergirán en un

mundo unificado7. De acuerdo a este paradigma de la homogeneización las diferencias

culturales –que sirvieran antes como referentes de identidad- se han desgastado a

través del reemplazo mundial de los productos locales con bienes producidos en masa,

usualmente originales de Norteamérica y Europa. Una mercancía cultural,

característica de este paradigma y que incluso ha servido para darle nombre (coca-

colonization) es la Coca-Cola, bebida que desde su lanzamiento en 1920, con la

campaña "la pausa que refresca", ha sido identificada como el refresco universal, que a

pesar de relacionarse fuertemente con la cultura e ideales de vida de Norteamericanos

(el sueño americano de vivir en una democracia consumista), es también la bebida

para hombres y mujeres, sin importar si son jóvenes o viejos, blancos o negros,

americanos o extranjeros, ricos o pobres.8

Escudo de Colombia que espera el 20 de julio para exhibir orgulloso la Bandera (Bello-Antioquia).

La “pizza”, elemento culinario propio de Italia ha sido adaptado a patrones alimenticios y estéticos locales (Tolú-Sucre).

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En este mundo globalizado, cuyas dinámicas socioculturales giran en torno al consumo,

las instituciones que anteriormente se encargaban de respaldar la identidad han

perdido fuerza, dejando esta tarea a las nuevas instituciones del mercado: las marcas,

los productos, sus promesas publicitarias; quienes producen y transmiten mercancías

culturales en los medios de masas, convirtiendo la cultura en un hábito de compra y en

una pauta de consumo masivo. Los referentes que estas nuevas instituciones

proponen para la construcción de la identidad son por lo general mercancías globales

adoptadas por diferentes sociedades a lo largo y ancho del mundo, quienes al ponerlas

en práctica recrean formas de vida que, a pesar de no serles propias, comienzan a

hacer parte de una identidad des-territorializada y construida sobre referentes ajenos

que se toman como propios en diferentes partes del mundo.

Pero en oposición al paradigma de la homogenización aparece otro como su inevitable

consecuencia que consiste en el proceso de recontextualización a través del cual a los

bienes importados se les asignan usos y significados por la cultura receptora. Si la

homogenización resalta el flujo de mercancías de una cultura dominante (la

norteamericana y europea) a otras partes del mundo, la criollización destaca el influjo

de esas mercancías, la recepción, domesticación y adaptación a su nuevo contexto.

Incluso a productos como Coca-Cola se le atribuyen en culturas particulares usos y

significados muy distintos a los imaginados por su fabricante: desvanece arrugas en

Rusia, revive muertos en Haiti, convierte cobre en plata en Barbados, es mezclada con

Ron en Cuba, habiendo incluso gente en cada lugar del mundo que cree que es

originaria de su país, desconociendo que proviene de EEUU. La criollización supone la

adaptación de lo que se ha adoptado, por medio de la apropiación local de sus usos

(redefiniéndolos) y significados (resemantizándolos), e incluso de su estructura

(trasformándola); dibujando así una nueva forma de expresión material de la identidad,

basada en referentes des-territorializados que se re-territorializan para sentirlos casi

como propios, sin que lo sean.

Sin embargo la globalización no se limita a generar oposiciones entre ella misma, es

decir entre la homogeneización y la criollización, sino que se manifiesta también -como

lo anota Castells- en una marejada de vigorosas expresiones de identidad colectiva

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que desafían la globalización y el cosmopolitismo en nombre de la singularidad cultural

formando trincheras de resistencia en nombre de Dios, la nación, la etnia o la familia9.

En la vereda EL Chispero, en Santa Elena, una caseta pintada con la publicidad de Coca-Cola, anuncia con un letrero hecho a mano sobre una hoja de papel: “venta de arepas”

En el Mercado de la Boquería, en Barcelona, el Aguardiente Antioqueño, el maracuya y las gaseosas Postobón exhiben su precio en Euros. Desde el techo la figura de un Divino Niño Jesús las bendice.

Esta búsqueda por unos referentes que liguen la identidad al territorio se hace evidente

en un interés académico, publicitario y de marketing estatal, concentrado en la

búsqueda de elementos propios que reflejen (así sea de manera mentirosa), ese

sentido de diferencia cultural que sólo permite lo autóctono, aunque éste no se

represente más que por medio de clichés. Este fenómeno se ha materializado

fuertemente en un resurgir de elementos de la cultura popular de cada país, que han

sido convertidos en íconos mercantiles a través de productos comerciales (el che, el

Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen de Guadalupe), permitiendo a las personas

(tanto los que tienen una relación local como los que no) facilidades la relación con sus

atributos culturales y referentes de identidad, en una sociedad estructurada a partir del

consumo.

Y es precisamente esa especie de resurgir de lo local como mercancía cultural

globalizada, lo que permite reconocer de nuevo las diferencias (más allá de las

variaciones producidas por la criollización en las formas de dar uso y significación a los

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productos globales), haciendo que eso propio de los otros, trace los rasgos de lo que

“no es uno”, haciendo que lo extranjero, se convierta en una fuente de sentido para

reconocerse así mismo, aunque sea a través de lo exótico y de la espectacularización

de los otros.

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Reformados Durante la fase del uso, la dimensión estructural de los objetos, es decir, su forma,

representada por cómo es fabricado y de qué está hecho, puede verse modificada,

alterada o transgredida, por medio de apropiaciones realizadas sobre su composición y

estructura. Hablamos en este caso de las reformaciones: cambios físicos que sufren

los objetos durante el periodo en que son usados, los cuales no implican –

necesariamente- una avería o una disfunción del mismo, permitiendo así que el objeto

pueda seguir siendo usado sin necesidad de ninguna reparación. Las reformaciones

suelen suceder por acción del tiempo, por el desgaste producido sobre la forma, o

también por acciones intencionadas de las personas, que buscan en determinados

objetos cambios estructurales con una finalidad específica. Estas apropiaciones

estructurales se caracterizan por tener finalidades funcionales más que simbólicas, por

lo que no se consideran formas de personalización (en las que se hace una

apropiación comunicativa a través de modificaciones físicas).

En las tiendas de barrio los encendedores son sujetos al mostrador o a una reja por medio de diferentes elementos: nudos, cáncamos y abrazaderas son los más comunes, esta costumbre se hace extensiva también en el caso de destapadores y lapiceros.

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Productivamente los procesos técnicos que se implementan para modificar la forma

son tan simples como agregar o quitar una parte, sobreponer un elemento a otro

amarrándolo, o adhiriéndolo con lo que primero aparezca, extraer una parte o casi la

totalidad del objeto, arrancándolo o partiéndolo; por tales motivos los objetos

transformados presentan estéticas confusas en las que visualmente las partes no

encajan o se contradicen unas con otras, pero que finalmente se integran y articulan de

manera perfecta cuando prestan su función.

En estos objetos reformados la función original prevalece: una maceta sigue conteniendo una planta, un inodoro sigue sirviendo para realizar necesidades fisiológicas y un carro-canasta sirve aun para el transporte de otros objetos; lo que implica la transformación es, en la mayoría de ocasiones que la función sea cumplida de mejor manera, o con mayor precisión por medio de la integración o eliminación de ciertos elementos a la forma del objeto: un vidrio que sirve para canalizar el desagüe de una maceta, una tabla de madera que sirve para tapar el contenedor de agua de un inodoro, o una estructura metálica y llantas neumáticas que permiten que el carro canasta se convierta en todo terreno.

Las reformas más comunes se presentan generalmente a través de tres procesos:

eliminar partes de la estructura, agregar otras, y dentro de éstas encontramos las que

tienen por objetivo fijar el objeto a un lugar determinado, delimitando así un perímetro

dentro del cual puede ser usado. A estas tres operaciones las hemos llamado:

amputaciones, prótesis y amarres.

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Un tubo de PVC amarillo se convierte en elemento para permitir que el aire entre a un taxi, a pesar de la diferencia morfológica de los elementos integrados (el tubo y el automóvil) juntos se integran para funcionar como aire acondicionado.

Las amputaciones consisten en acciones que eliminan partes del objeto. Pueden ser

voluntarias, es decir, arrancar algo siendo consciente de lo que se hace; o pueden

darse por acción del tiempo cuando los objetos pierden partes mientras son usados.

Por lo general – las voluntarias – tienen como finalidad reducir el tamaño del objeto,

para que se ajuste a un espacio o a la persona que lo usa. Las que suceden a causa

del tiempo pasan casi desapercibidas, siempre y cuando el objeto siga cumpliendo su

función, y son las que representan las marcas del uso, a través de las cuales el objeto

puede llenarse de significados.

Un segundo asiento es añadido a la estructura original de una bicicleta. Las diferencias entre ambos materiales así como en los procesos de fabricación de cada pieza no afectan en nada la nueva función que la prótesis añade al objeto original.

Haber perdido una mano no le impide a este Divino Niño Jesús seguir cumpliendo funciones sagradas en un improvisado altar doméstico.

Las prótesis, a diferencia de las amputaciones consisten en partes que se agregan a

los objetos. Principalmente se realizan para que el objeto cumpla una función

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secundaria, que el nuevo componente le permite adquirir: un clavo que se añade en el

extremo superior de un palo de escoba para convertirse en un instrumento que sirve

para coger frutas de un árbol, o elementos colgantes que están a determinada altura;

pueden presentarse también como extensiones del objeto, intentos por aumentar su

tamaño, su altura o su peso.

Por su parte los amarres consisten en piezas que se añaden a los objetos para que

permanezcan limitados a ser usados en un lugar. Pueden ser fijos o temporales, así

como presentar cierta movilidad del objeto en un área determinada.

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Personalizados Contrarios a los modelos industriales de personalización, conocidos bajo el nombre de

“customización” y que se ofrecen como solución premeditada de transformación física

a la hora de comprar el producto, los procesos a través de los cuales los objetos se

hacen propios, están dados por las apropiaciones que sufren mientras transcurre la

fase de uso y las cuales sólo son posibles en la medida que la relación que se tenga

con ellos lleve al usuario a alterar su estructura, modificándola, no para agregar

funciones (como en las reformaciones), sino para reflejar sus gustos y su personalidad

sobre su forma, cargándolos con esto de sentidos y significados más personales e

individuales, sin que por esto dejen de reflejar patrones de gusto colectivos y presentes

en gran parte de la sociedad.

Placas con el escudo del Deportivo Independiente Medellín, un adhesivo con la figura de un aguila que lleva un su pico un estandarte de “Espacio Público” y otra calcomanía que dice: “Adiós Putita” decoran la parte trasera de una carreta para venta de frutas.

No debe confundirse este conjunto de fenómenos socioculturales de la personalización

con la tendencia comercial de la customización, que se define como el “ajuste al

usuario”, ya que éste consiste más en la selección entre un conjunto de opciones, de

elementos que modifican la apariencia del objeto, siendo en resumen una estrategia

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comercial de los productores, más que una táctica 10 de apropiación y de

reinterpretación de los consumidores; la customización no consiste en un proceso en

que el usuario adapta el objeto a sus preferencias, sino que la persona tiene que

adaptarse o ajustar sus gustos a unas opciones predeterminadas de antemano por el

objeto producido.

Es común que para productos masivos como los teléfonos celulares, se comercialicen elementos complementarios para que los compradores puedan personalizar su apariencia a partir de un conjunto de opciones determinadas, homogenizando así los criterios de gusto de los individuos.

La decoración, como forma de personalización consiste en una transformación (una

apropiación estructural con fines no funcionales sino comunicativos) que se realiza

sobre la superficie del objeto y que consiste –por lo general- en agregar algo (un

adhesivo, una imagen, un forro), con la finalidad de embellecer su apariencia. Dado

que las preferencias estéticas se presentan –la mayoría de las veces – como

convenciones culturales, en estas adaptaciones que “decoran” al objeto, se ponen en

evidencia los rasgos estéticos – es decir, los significados y valoraciones – de una

sociedad, materializados en este caso en la forma en que los usuarios personalizan los

objetos, para identificarse con ellos, e indudablemente para decirle al otro quienes son.

Es frecuente que la apariencia anónima y aséptica de los baños residenciales se vea personalizada por parte de sus usuarios, quienes reflejan sus propios gustos utilizando forros, papeles de colgadura y objetos decorativos, territorializando así cada rincón del espacio dándole además un sentido de hogar.

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Es entendible que la belleza o el sentido de belleza generado por medio de una

decoración no corresponde al concepto de belleza artística, sino más bien a unos

patrones de lo que puede entenderse como una belleza prosaica, en la que se

manifiestan los patrones de gusto de la gente de todos los días (relacionados en

muchas ocasiones con el consumo de masas) que sin pretensiones artísticas intenta

ordenar armónicamente su entorno.

Las decoraciones generan un sentido de propiedad y de vinculación afectiva entre el

usuario y su objeto, pues a través de éstas se logran reflejar en su materialidad rasgos

invisibles de la personalidad, de los gustos de ciertas afinidades sociales, culturales y

religiosas. Las decoraciones están determinadas por gustos u ocasiones momentáneas:

las modas, las fechas especiales, los gustos colectivos, por lo que en ocasiones estas

estéticas del uso tengan también una apariencia temática: equipos de fútbol, navidad,

día de brujas, etc.

Como ya se mostró, dentro de la objetualización utilitaria pueden aparecer elementos naturales cumpliendo funciones decorativas. Es el caso de este cráneo vacuno que hace parte de los adornos de una residencia.

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Imágenes, objetos y escenas religiosas como El Sagrado Corazón de Jesús, la Ultima Cena, o la Sagrada Biblia, se convierten en parte tradicional del decorado doméstico reflejando con esto la personalidad y las creencias de las personas que habitan la casa, así como su participación individual en dinámicas culturales generales a la sociedad en general.

La decoración no modifica la función del objeto; a pesar de esto, como lo anota Donald

Norman en el libro “Emotional Design”: las cosas bellas funcionan mejor, por lo que es

posible que la operación del objeto, la relación física con éste, y en general toda forma

de interacción entre él y su usuario mejore.

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Marcado Las marcas consisten en un proceso de personalización que no tiene fines estéticos o

decorativos sino funcionales en un sentido muy preciso: el de ratificar y hacer evidente

por medio de elementos físicos la propiedad que se tiene sobre algo. Desarrolladas

generalmente por el propietario del objeto, consisten en la escritura, inscripción o

adhesión de marcas distintivas que diferencian al objeto de los demás de su misma

clase o apariencia y reafirman o aclaran la propiedad que una persona tiene de él.

A través de letras compuestas de líneas trazadas con esmalte pintauñas la palabra “CILIA” ratifica la propiedad de una persona sobre un cepillo para el cabello.

Estas marcas –de las cuales el ex-libris es la más común- pueden aparecer con la

forma del nombre del propietario, o con sus iniciales, a través de dibujos o ideogramas,

también como marcas indistintas pero que hechas con cierta intencionalidad sirven

para reconocer al objeto.

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Redefinido “Ellos (los objetos) nos invitan y nos constriñen para usarlos de ciertas maneras, incluso si ése uso no corresponde a su función correcta”. Alan Costall. “Socializing Affordances”. Theory & Psychology, 5: 4 (1995) Pág. 471.

Si en las reformaciones encontramos objetos cuya forma ha cambiado pero permanece

su función, en el caso de las redefiniciones encontramos algo particularmente contrario,

y es el hecho de encontrar objetos que –sin que su estructura se vea transformada

radicalmente- adquieren otro significado y otro sentido práctico, haciendo que desde el

uso se conviertan en otra cosa a partir de la apropiación de su función, y comiencen a

servir para algo para lo cual no estaban hechos.

Un contenedor de bolsas de leche es utilizado ocasionalmente para colocar dentro los “piecitos” de diferentes plantas con la esperanza de que retoñen.

Los objetos se definen tradicionalmente por su función11, e incluso encontramos en

muchas de las formas que son nombrados pistas para lo cual sirven (especialmente en

los objetos con una connotación herramental: licua-dora, telé-fono, destornilla-dor,

computa-dora); la función a su vez sirve como guía para su clasificación tipológica y

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con esto para su ubicación al momento de ser vendidos así como para su

acomodación y almacenamiento en la fase del uso. Cuando se produce una alteración

funcional y el objeto comienza a ser utilizado de manera distinta y manipulado de una

forma que pareciera irracional su tipologia es trasgredida y con esto una redefinición de

“lo qué es” y “para lo qué está hecho” el objeto.

Una carreta de construcción sirve temporalmente a un obrero para hacer la siesta a la hora de almuerzo.

Un multi-gancho para colgar medias en el tendedero es convertido permanentemente en exhibidor de comida chatarra en un punto de venta callejero.

Las redefiniciones (a diferencia del reuso que siendo un registro de las estéticas del

desecho, consiste en el regreso de ciertos objetos desde la fase terminal a la fase

utilitaria con la misma o con diferente función) suceden mientras el objeto está en su

fase útil, desde el momento en que las personas al encontrar en él otra función, le

asignan otras formas de manipulación, de colocación, almacenamiento, valoración o

mantenimiento. Se presentan también casos en que la redefinición de un objeto se

hace colectiva y se institucionaliza socialmente, con lo que comienza a presentarse ya

no desde el uso sino desde su fase mercantil, y son ofrecidos y puestos en venta “para

lo qué no son” pero “para lo qué también sirven”, entrando a formar parte de la puesta

en escena de ciertos hábitos donde los gestos y las formas de relación humana con los

objetos se hacen confusas en el despliegue de cadenas operatorias que no

corresponden a sus morfologías.

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Cocas plásticas perforadas y colgadas al revés han sido convertidas en exhibidores en una feria de “cachivaches”.

Una canasta para sembrar plantas es redefinida como exhibidor de frutas en punto de venta de jugos.

Las redefiniciones –desde el punto de vista de como se producen- son apropiaciones

comunicativas desde su sentido lógico, en las que no se actúa directamente sobre la

estructura del objeto (no lo transforman), sino sobre su función y en la manera en que

el objeto es interpretado e implementado, pues algo distintivo de la redefinición

respecto a otras apropiaciones comunicativas, es la permanencia de una función

utilitaria y de una serie de cadenas operatorias activas, en las que el uso o la nueva

función del objeto no se limita a lo contemplativo (como sería el caso de la

museificación y en la sacralización, casos en los que la relación con los objetos deja de

ser activa, y pasa a ser pasiva, basada en la contemplación y en la adoración,

respectivamente).

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Museificado Museificar es la redefinición y por lo tanto la conversión de un objeto de cualquier

tipologia en un objeto estético, al atribuirle un sentido artístico que lo hace digno de ser

contemplado, ya sea individualmente o colectivamente, al escondido o en público, por

usuarios que permanecen pasivos ante él, conformándose con el hecho de mirarlos o

tocarlos y dejarse llevar por las emociones, sentidos y significados que éste transmite.

La función de unas bandejas de electroplata, de una pipa para fumar opio, o de un jarrón de porcelana nunca fueron claras. A sabiendas que a cada uno de estos objetos corresponde una función práctica sus propietarios han hecho que pese sobre ellos un sentido estético que los ha marginado de su utilidad primaria y los ha restringido a formas singulares de decoración artística.

Los objetos museificados –desde un punto de vista práctico- entran en una etapa de

desactivación de su función original, al dejar de ser utilizados para lo que eran (a

diferencia de los objetos redefinidos funcionalmente, de los museificados desde un

sentido práctico podría decirse que la relación de las personas con ellos se limita a

contemplación), desaparecen su función y su significado original y terminan por

convertirse en obras de arte, reliquias o antigüedades.

De la misma forma que Appudarai habla de las mercancías por desviación, como

aquellos objetos que sin estar destinados a ser mercancías –e incluso protegidos o

marginados de esta categoría- entran en una fase o estado mercantil12, podríamos

hablar acá de “obras de arte” u “objetos estéticos por desviación”, es decir, objetos que

sin presentar –oficialmente- atributos artísticos, y sin estar concebidos bajo intenciones

o técnicas propias del arte, son excluidas de su fase de uso normal, para entrar a una

instancia estética, en la que aparece la categoría de “obra de arte” como una fase más

de las muchas que puede tener biográficamente como objeto. Es así como aparecen

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platos y otros utensilios de cocina colgados en las paredes, o exhibidos en vitrinas;

radios, teléfonos y demás electrodomésticos puestos en galerías de arte, o

propagandas publicitarias enmarcadas.

Es frecuente que máquinas o electrodomésticos viejos e incluso descompuestos sean convertidos –por su antigüedad- en pieza de museos domésticos. Es frecuente también que estos mismos objetos sean remercantilizados en tiendas de antigüedades alcanzando valores comerciales mucho más altos que el del objeto original o de uno con su misma función pero nuevo. La museificación además de servir como decoración del espacio, convierte al objeto que la constituye en un vínculo entre el pasado y el presente.

El paso de la fase funcional a la museificación es producto de una resemantización del

objeto, que no implica transformaciones radicales en su estructura o en lo que es su

significante. De presentarse dichas modificaciones se limitan a permitir que el objeto

sea puesto en escena o para que sea exhibido: un marco, una vitrina, o elementos que

le permitan ser sujetado o colgado; de otro lado existen también objetos estéticos que

son guardados y restringidos de la contemplación colectiva, casos en los cuales el

objeto museificado es metido en un cofre, en una caja fuerte o envuelto en un pañuelo

como si fuera un tesoro.

Una variante de las museificaciones son las colecciones: agrupaciones temáticas de

objetos, que se reúnen en gran número sin un fin determinado más que el de

acapararlos en gran cantidad. Por lo general, en las colecciones, cosas del pasado se

convierten de repente en algo que vale la pena coleccionar, trasladándolas de lo

peculiarmente carente de valor a lo singularmente costoso13. Un claro ejemplo de esto,

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y a la vez de las estéticas del desecho son las colecciones de latas de gaseosa y

cerveza, o de objetos antiguos similares en su forma, en su función o material.

Sobre una repisa, latas vacías de diferentes bebidas, algunas con averías considerables, se exhiben como si cada una representara un trofeo, más que la forma –que es casi idéntica en todas- es la imagen gráfica de las marcas más populares, como Coca-Cola, el elemento que se convierte en el objeto de la museificación.

El museificado es un objeto excluido del uso y despojado de su utilidad, por lo que más

que prestar funciones genera experiencias, en este caso estéticas a través su

contemplación (a diferencia de los objetos sagrados a los que corresponderían

experiencias “seudo-religiosas”), se atribuyen a él poderes casi tan mágicos como a los

de cualquier obra de arte. Ante él los usuarios permanecen inmóviles mientras se dejan

sobrecoger por el sentido de su materialidad.

Organizadas tan solo por su tamaño este conjunto de contenderos de vidrio es exhibido en una cocina-galería. La forma, el material, la antigüedad y la técnica podrían ser los criterios que han llevado a estos frascos a una fase estética.

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Sacralizado

Colocada detrás de la puerta de una residencia una herradura que ha sido encontrada en un entorno rural deteriorada y con oxido, es convertida en un objeto sagrado que irradia sobre el espacio arquitectónico la buena suerte.

Hemos visto como la redefinición funcional implica la utilización de un objeto en

funciones distintas para las que fue concebido, entendiendo esto como una

reinterpretación de su sentido práctico, emotivo y cognitivo. Son, como hemos visto,

transgresiones de su sentido útil y su tipología que no alteran radicalmente su

estructura. De otro lado en el caso de la museificación observamos como una

sobrevaloración comunicativa del objeto lo convierte en una especie de obra de arte,

haciendo que la interacción de las personas con él se haga contemplativa y

generadora más que de funciones de experiencias estéticas, en un sentido –si se

quiere- artístico. Ingresamos ahora al campo de las sacralizaciones, un caso particular

en el que los objetos son desviados de sus usos convencionales y llevados a esferas

sagradas en las que se hacen merecedores más que de su contemplación estética, de

una especie de culto. Lo que diferencia a los objetos sagrados de los museificados es

que el objeto estético es contemplado y se busca en él una experiencia estética,

mientras que el objeto sacro es adorado y generador de una experiencia esotérica o

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religiosa, y se recurre a él en busca de algo que se quiere obtener a través de medos

mágicos.

La casa como construcción, es uno de los objetos que trata siempre de ser sacralizado o bendecido por medio de diferentes objetos. Uno de ellos este reloj, que con la frase “danos hoy el nuestro pan de cada día...”, escrita en ingles invoca el poder de Dios en busca de la abundancia.

Una imagen electro-luminosa de Jesús crucificado irradia un halo mágico sobre el espacio arquitectónico. ¿Indica la luz que emana la activación de su poder? ¿Funcionará a pesar de no estar prendido? Son éstas algunas de las preguntas que no quedan claras sobre su funcionamiento.

Como se anotó anteriormente al analizar la dimensión funcional de los objetos, de los artefactos sagrados su funcionamiento, operación o manipulación no es del todo lógica, por lo general para que su magia surta efecto deben mirados o sostenidos en la mano mientras que en voz baja o mentalmente se recitan –como si fueran conjuros- determinadas oraciones.

El proceso que conlleva al objeto sagrado consiste en la atribución a éste de ciertos

poderes mágicos y de la capacidad de mediar entre fuerzas sobrenaturales, ocultas o

divinas y el terrenal mundo de sus usuarios. Estos objetos materializan agüeros de la

buena suerte, creencias paganas e incluso religiones, funcionando así como

representaciones divinas.

Algunos de los elementos naturales que con más frecuencia son objetualizados con fines mercantiles y sagrados son las plantas. Ya sea por sus propiedades medicinales, mágicas o cosméticas a estos “objetos naturales” se les atribuyen diversas capacidades que sobrepasan el conocimiento puramente científico.

Colgada al revés sobre el marco de la puerta de un establecimiento comercial esta plántula de penca sábila protege el local a la vez que atrae a los clientes

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Su uso –desde el momento en que es sacralizado- se limita a ser adorado, para

desplegar su función mágica son generalmente colocados en lugares particulares,

dando lugar a altares improvisados y recintos de culto, desde donde ejercen un poder

sobrenatural sobre determinados espacios (la herradura, o las hojas de penca sobre la

puerta, o en el caso de objetos puramente religiosos: el cristo colocado sobre la

cabecera de la cama). Las formas de interacción –como vimos al analizar la dimensión

funcional de ciertos objetos- se ven también restringidas a la enunciación de ciertas

palabras: rezos, oraciones o conjuros, o de gestos como miradas, o frotaciones, que

hacen que su poder surta efecto.

Ni siquiera un teléfono público ubicado afuera de una tienda de artículos religiosos, está exento del poder mágico de las mercancías sagradas que le han sido adheridas para decorarlo.

Entre los adhesivos que venden afuera del Cementerio de San Pedro para decorar las tumbas, Jesucristo y Piolín comparten un lugar en la fe de los creyentes.

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Amuletos

Las imágenes sagradas de un amuleto devienen iconos de la moda. Jesucristo, la Virgen María y otros Santos pierden su connotación sagrada para ser llevados a la categoría de imágenes publicitarias.

Dentro de los objetos sagrados encontramos una tipologia especial: la de los amuletos;

objetos que generalmente se asocian con la capacidad de atribuir buena suerte a su

portador, por el simple hecho de llevarlo consigo. Dentro de esta tipología podemos

reunir todos aquéllos a los cuales se imputa la función de “dar buena suerte”, a través

de significados y formas de manipulación establecidas arbitrariamente.

Un llavero compuesto por la figura de una tortuga tallada en piedra, es convertido en un talismán para la buena suerte. Éste hecho además de anular su función primaria modifica su estructura de colocación a tal punto que siempre se mantiene escondido dentro de una bolsa de cosméticos desde donde ejerce su función.

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La diferencia de los amuletos con los objetos sagrados está definida desde dos puntos

de vista: el primero en cuanto al tamaño y la colocación del objeto, y el segundo en

cuanto a los significados que encierra. Los amuletos –a diferencia de los objetos

sagrados- se caracterizan por ser llevados todo el tiempo por las personas, es decir, su

poder de acción está más relacionado con la protección de alguien en particular, que

con la de un lugar, como seria el caso de los objetos sagrados; de otro lado, los objetos

sacralizados encierran generalmente creencias colectivas o agüeros comunes a un

gran número de personas, mientras que los amuletos representan creencias

personales, y el sentido que le atribuye el poder está más relacionado con el modo en

que fue adquirido (encontrado, regalado) que con los significados que se le atribuyen

morfológicamente.

Unas gotas mágicas aplicadas por 500 pesos en una calle de Calí, prometen protección para quien se las aplique. El vendedor: un “chaman urbano” ofrece además de esto conjuros que se realizan por medio de un crucifijo.

Aunque se pensaría que en esta categoría se ubican objetos como escapularios,

camándulas y rosarios, éstos se consideran más como objetos religiosos que como

amuletos, pues el significado mágico que se les atribuye ha sido determinado

institucionalmente por sus productores, y no arbitrariamente por el usuario. Aunque

puede darse el caso que a través de apropiaciones comunicativas un objeto religioso

sea convertido en amuleto, dejando de lado su significado original para representar

nuevos sentidos y nuevas creencias establecidas por su portador. Es también común

que las idas y venidas de la moda desacralicen ciertos objetos religiosos y los

conviertan en accesorios y parte del vestuario.

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Humanizado Humanizar consiste en atribuir rasgos humanos a cosas que no lo son, en este caso a

objetos. No debe confundirse esta forma de apropiación con las de las marcas

personales que los propietarios realizan sobre sus objetos para recalcar que son de su

propiedad, y tampoco con aplicaciones decorativas que intentan reflejar una

personalidad (la del usuario) a través de los gustos y preferencias de quien posee y

usa el objeto; a diferencia de estos fenómenos estudiados anteriormente, en la

humanización se crea una nueva personalidad, que a pesar de tener que ver

directamente con patrones de gusto de los usuarios, lo que hacen es darle a los

objetos el sentido de ser personas.

La personalidad que adquieren los objetos humanizados no los excluye de su función. Es el caso de “Floro Zuluaga” una figura de madera que ha adquirido connotaciones humanas para sus propietarios sin que por esto deje de funcionar como decoración, tope de puerta o de elemento para sostener libros.

Una característica de la humanización es que ésta recae sobre los objetos más

preciados afectivamente, sin que importe mucho su valor económico, siendo también

posible que los objetos humanizados tengan marcas personales que aparecen como

decoraciones. Un ejemplo representativo de la humanización es el que encontramos

que realizan los niños sobre los juguetes, los cuales por su personalidad y por los

vínculos afectivos que se tienen con ellos pueden ser queridos tanto como las

personas. Pero también encontramos este fenómeno en personas adultas, como las

que convirtieron una figura tallada de madera en “Floro Zuluaga”, un “personaje” que

durante varios años ha desempeñado varias funciones en el hogar al que pertenece.

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La relación emotiva de los usuarios con estos objetos es afectiva al extremo y son

queridos más que por su función (que puede ser activa o pasiva) por ser

acompañantes en tareas cotidianas. El principal rasgo distintivo de los objetos

humanizados es que tienen un nombre a través del cual las personas lo reconocen y

se refieren a ellos. A través del nombre se reflejan también rasgos más intangibles

como una personalidad, un genio e incluso un “alma”.

Es frecuente que en las expresiones gráficas de la cultura popular aparezcan humanizados tanto objetos como animales, llenando de expresión y sentido elementos que en su representación original pasarían desapercibido o podrían ser incluso desagradables.

Estructuralmente los objetos humanizados pueden presentar algunas modificaciones

(además de las de la personalización y las marcas personales) que consisten

frecuentemente en la escritura, inscripción o adhesión de su nombre. En casos

extremos se adicionan elementos que configuran los rasgos físicos del rostro de una

persona como ojos, nariz y boca. Entre los objetos que se humanizan encontramos

desde medios de transporte (buses, taxis o automóviles particulares) hasta osos de

peluche, pasando por una amplia serie de elementos representados gráficamente.

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Desusado El desuso es la culminación de la fase útil o del periodo de uso de un objeto: las toallas

con las que nadie se seca, la imagen de la virgen a la que nadie le reza, el dispensador

de papel de cocina que siempre ha estado vació. La permanencia de estos objetos en

éste estado es relativa, y está determinada por el nivel de afecto o el sentido de utilidad

simbólica de su morfología; son estos vínculos, y estas formas de valoración sumadas

al contexto en el que se encuentra el objeto, los que pueden llevar a que éste sea

desechado y convertido en basura, o que sea redefinido (museificado como antigüedad,

sacralizado como objeto de culto) o reformado (reparado en el caso de estar

descompuesto), volviendo así a ser usado e incluso re-mercantilizado como un objeto

valioso.

Es común encontrar diferentes objetos religiosos en desuso –como una virgen en un rincón de la despensa- a los que nadie les reza- relegados a cumplir funciones decorativas en el entorno doméstico.

Las causas que llevan al objeto a este estado son principalmente dos: el desgaste

físico y el de sentido. El deterioro físico degrada el objeto, tanto en apariencia como en

su funcionamiento, lo que lleva a que caiga en desuso por esa misma imposibilidad

funcional, sin embargo el objeto no es desechado y es dejado en su puesto o

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almacenado para luego ser reparado, el afecto que se tiene por él no permite que el

desprendimiento de sea tan fácil, requiriendo para esto un tiempo de duelo. Por otra

parte está el desgaste de sentido, que se presenta cuando los objetos pierden su

gracia y agotan su significado, motivo que lleva a que no sean utilizados; estos objetos

agotados tampoco son desechados, en primer instancia porque no están

descompuestos y podrían ser puestos en funcionamiento, y también por lo que algún

día representaron, convirtiéndose en una añoranza, en un objeto-recuerdo que debe

ser preservado, más que por la función que algún día podría llegar a prestar, por el

significado que tuvo (regalo recibido de alguien especial, herencia de un familiar) y que

está desapareciendo.

Unas toallas con las que nadie seca nada permanecen guardadas como recuerdo por haber sido un regalo de bodas. Algunas formas del desuso tienden hacia la museificación y la sacralización inconsciente.

Algunos objetos del entorno doméstico a pesar de no ser usados o serlo muy esporádicamente se convierten en parte de la decoración funcional de los espacios.

A éste útil decadente lo podemos encontrar colocado o almacenado en diferentes

partes; el primer lugar que ocupa al entrar en desuso es su puesto original, allí puede

permanecer mucho tiempo, pasando desapercibido, empolvado y sucio, abandonado

de cualquier forma de limpieza o de mantenimiento, hasta que alguien se acuerda de él,

nota que aún permanece allí y en un acto humanitario no decide desecharlo sino

conservarlo, pero restringido del entorno habitual, marginado de sus usos, y llevado a

otro lugar: el “cuarto útil”, la sede y punto de encuentro de los objetos que ya no sirven,

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lugar de tanta importancia que se conserva como parte constitutiva del hogar moderno

a través del tiempo y de las culturas, es -de alguna manera- inconcebible imaginar una

casa sin un espacio destinado a almacenar estos objetos, y con ellos recuerdos y

añoranzas que han quedado grabadas en las cosas que allí se conservan, es así,

como el cuarto de San Alejo, típico de las residencias de principios de siglo XX, ha

tomado -en la vivienda contemporánea- la forma del "cuarto útil", un lugar, que si bien

no hace parte integral de la casa o del apartamento (está de hecho afuera del hogar)

sirve de punto intermedio o de transición entre lo que sale y lo que entra. A. Moles se

refiere a este lugar como el desván, y lo describe –biográficamente- como un punto

intermedio entre el "infierno" del cubo de basura y el "paraíso" de la tienda del

anticuario (en el caso de que el objeto sea remercantilizado o museificado, pero

también en caso de ser vuelto a usar y recobrar su sentido original) y lo compara con la

figura que cumple el purgatorio en algunas religiones14.

En el desván o cuarto útil, los objetos se van apilando "cronológicamente", para usar un término de Moles, sedimentándose en capas y estratos que dan cuenta y hacen visible procesos evolutivos de la vida de los individuos a los que pertenecían y a sus relaciones sociales a través de la cultura material.

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El objeto en desuso, se encuentra aislado de su función, y a pesar de que ésta se

mantenga vigente, nunca es puesto a funcionar ni siquiera en las formas más pasivas

del uso (que serían la contemplación o la adoración). Dependiendo de cuáleses hayan

sido las causas que lo han colocado en este estado, puede permanecer en su puesto

original con su apariencia exterior intacta, pero también puede aparecer totalmente

desgastado, sin que por esto sea aislado de su entorno original.

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Desgastado

“El prisionero dostoievskiano capta el paso del tiempo más por el desgaste de su fiambrera que por la longitud de su barba” A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 31 “El hombre se reencuentra en el tiempo al margen de los relojes y calendarios gracias al desgaste de su caja de cerillas, de sus hojas de afeitar, de su lápiz de labios, que son funciones lineales, o logarítmicas en ciertos casos de uso (como la adaptación a la forma de la mano)... De este modo, se percibe, a través del objeto que se desgasta según diversas leyes, toda una serie de funciones del tiempo”. A. Moles. Pág. 102

Muchas veces a pesar de haber cumplido su ciclo de vida útil, algunos objetos siguen

siendo insistentemente usados (en cualquiera de las formas de uso y des-uso que

hemos analizado), negándose a pasar a su fase terminal de desecho. En este

fenómeno, se puede observar claramente un comportamiento contrario al de la

desechabilidad que consiste en la reducción del ciclo de vida de algunos objetos por

parte de los productores y los consumidores; contrario a esto, los objetos desgastados

representan intentos y muchas veces convicciones que pretenden extender la biografía

de los objetos explayar su ciclo de vida en el tiempo, y con esto prolongar la condición

de útil que tienen durante la fase de uso.

A pesar de ser algo involuntario y muchas veces inconsciente que puede llegar a pasar

desapercibido, la degradación del objeto desgastado no se considera una forma de

apropiación en el sentido que le hemos proporcionado al término (como una

transformación estructural, redefinición funcional o re-semantización comunicativa). Sin

embargo estos objetos se consideran más propios y personales, pues en cada marca

están inscritas las huellas del uso, que se convierten en vínculos que median entre el

tiempo y las personas, reflejando recuerdos y ocasiones pasadas, que no tienen que

estar relacionadas directamente con su directa implementación. Como apunta Tom

Fischer, lo interesante de estas nuevas superficies que el tiempo y el uso van dejando

sobre la apariencia de las cosas, es que no son parte del diseño original, sino que se

crean a través del uso, trayendo con esto consecuencias afectivas, expresadas en

términos de agrado o desagrado por el objeto15, no tanto por la apariencia del material

o por lo desgastado que pueda estar, sino por lo que cada una de estas huellas

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represente. Acerca del significado de los signos del uso Donald Norman asienta: “los

objetos en sí mismos cambian, ollas y sartenes son golpeados y quemados. Las cosas

se despican y se rompen. Pero podemos decir que esas marcas son las que hacen los

objetos personales, nuestros. Cada uno de éstos es especial. Cada marca, cada

grabado, cada mancha, cada reparación cuenta una historia, y son esas historias las

que hacen los objetos especiales”16.

A pesar de su indiscutible desgaste físico esta grabadora sigue funcionando luego de muchos años.

En un cajón de la cocina diferentes cucharas, cucharones y cuchillos sobre los cuales el tiempo y el uso han marcado huella, se convierten en un registro de la perdurabilidad en el tiempo del hogar al que pertenecen.

Estas marcas del uso así como las generadas por el mugre y la suciedad que algunos

materiales pueden llegar a acumular en el tiempo, son los indicadores del uso, es decir,

signos que muestran las formas en que los objetos son usados, no sólo desde un

punto de vista anatómico o referente a la manipulación, sino que también registra las

frecuencias de implementación, de almacenamiento, acomodación, limpieza y

mantenimiento. Son algo así como las señales personales del objeto, sus arrugas y

cicatrices, y al estar presentes en casi todos, pueden ser tenidos en cuenta para ser

estudiados pues representan rasgos físicos que reflejan cómo ha sido su biografía.

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Referencias 1 Edward T. Hall. Más allá de la cultura. Actions Chains. 2 Edward T Hall. Más allá de la cultura. 3 David Howes. Commodities and cultural borders. Introduction. Pág. 2 4 Andrew Skuse. Enlivened Objects. Journal of material cultura. Vol. 10 N° 2. Pág. 130 5 Sobre arquitectura material e indigencia ver: La arquitectura de los sin techo. Boris Mikhailov. Quadenns 289. Cuaderno de ruta. Pág. 96 6 Igor Koppytof. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso. Pág. 101 7 Klaus Roth. Material Culture and Intercultural Communication. 8 David Howes. Commodities and cultural borders. 9 Manuel Castells. El poder de la identidad. Pág. 24 10 Aquí los términos de estrategia y táctica se utilizan bajo el mismo sentido que les otorga Michel de Certeu en “La invención de lo cotidiano” 11 Roland Barthes. La aventura semiológica. Semántica del objeto. Pág. 245 12 Arjun Appadurai. La vida social de las cosas. Grijalbo. México. 1991. 13 Igor Koppytof. La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso. 14 Abraham Moles. Teoría del los objetos. 15 Tom H. Fischer. What We Touch, Touches Us: Materials, Affects, and Affordances. Design Issues: Volume 20, Number 4 Autumn 2004 16 Donald A. Norman. Emotional Design. Why we love (or hate) everyday things. Pág. 220

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-5.3- ESTÉTICAS DEL DESECHO

“La originalidad de la época tecnológica está, (…) en esta afirmación reciente, (…) según la cual el objeto está inexorablemente condenado a la destrucción y que el consumidor debe aceptar esto como una virtud del objeto industrial, caracterizado por una curva que lleva a sustituirlo, con lo que se renuevan periódicamente los placeres de la adquisición y sobre todo se consigue la perpetua juventud del mundo circundante, ya que queda de él excluida la vejez caracterizada. De este modo se define de un nuevo pliego de condiciones de la materialidad en la civilización; la materia ya no se opone a la evolución dinámica del hombre, simplemente cuantifica esta evolución.

(…) Tal concepción supone una especie de promoción del cubo de la basura y del

incinerador y plantea el problema de la evacuación.”A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 104 y 105 “… el problema de la evacuación, se plantea como uno de los dominantes de la vida cotidiana: el retorno a lo desconocido, al incinerador casero, al cubo de la basura o a la alcantarilla del objeto vendido <para tirarlo> es la cosa más natural para el mundo del espíritu”. “…el problema no es tan simple por que ciertos objetos parten a la reserva del desafecto, hacia el desván (o el sótano) donde un juicio final los valoriza o desvaloriza lentamente bajo el polvo: es el purgatorio del objeto. De hecho, la revaluación que experimentan ciertos objetos al envejecer complica el ciclo del objeto”. A. Moles. Teoría de los objetos. Pág. 44

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Desechar Abraham Moles destaco del objeto industrial una virtud como la más característica: la

de ser destruible, algo que es aceptado abiertamente por los consumidores, puesto

que desechar les abre paso a la renovación, y así de nuevo, a los placeres deliciosos

del deseo y la adquisición. Si se observa hacia atrás en el tiempo, veremos como las

morfologías de los objetos de generaciones pasadas estaban concebidas para

acompañar a las personas a lo largo de su existencia, e incluso para pasar de

generación en generación. A diferencia de esto, los objetos que se producen o hoy en

día están concebidos para no durar más que un momento, para que luego tengan que

ser reemplazados por otros nuevos. Se desecha, más que por el hecho de que las

cosas no sirvan, simplemente porque se desea renovar, y esto conlleva a que las

biografías de los objetos contemporáneos sean muy cortas en comparación a las de

sus antepasados y se deslicen desapercibidos para sus usuarios.

Los restos mortuorios de los objetos contemporáneos se van sedimentando unos con otros formando estratos geológicos que registran los hábitos de consumo del hombre actual. Es esta basurosfera que poco a poco se va formando sobre la capa terrestre la que dará cuenta en un futuro sobre las formas de vida humana en el siglo XXI.

Desechar –respecto a la vida del objeto- puede ser un momento de “muerte súbita”, en

el caso de los objetos que van directamente a la basura, pero por lo complejo que es

para las personas desprenderse de los objetos, en algunos casos, esta etapa terminal

se convierte en un proceso complejo y de duración variable, en la que los objetos que

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ya no se desean ni funcional ni comunicativamente, entran a una instancia de desuso

sin ser eliminados, siendo almacenados en algún lugar. Como ya se ha visto en las

estéticas del uso, en esta etapa de almacenamiento el objeto puede llegar a ser

revalorizado con el paso del tiempo convirtiéndose en antigüedad, o adquiriendo un

nuevo sentido que lo habilita para ser usado de nuevo e incluso para volver a su etapa

mercantil. Aún más curioso que la revalorización de objetos en desuso, son los

procesos a través de los cuales los objetos “muertos”, reencarnan y comienzan una

segunda vida a través de las reapariciones de los objetos terminales.

Parte de la complejidad de la etapa final en la vida de un objeto, radica en el hecho en

que las determinantes que marcan la culminación de su lapso vital, van más allá de

una disfunción o del deterioramiento. El momento conclusivo de la vida de los objetos

contemporáneos no está dado por la durabilidad física o estructural de las cosas, sino

ante todo por el tiempo en que son útiles simbólicamente, es decir, los objetos duran y

son aptos para el consumo siempre y cuando tengan sentido, signifiquen y tengan un

uso, así éste sea secundario o imaginario y nada tenga que ver con su función original.

De ahí que algo que sea considerado basura porque es viejo, pueda ser vuelto a usar,

obteniendo de nuevo valor, convirtiéndose de nuevo en mercancía y hasta en obra de

arte. El desecho, en términos de una patología de la cultura material, podría

considerarse como una enfermedad terminal que lleva a la muerte de maneras

distintas, dependiendo del paciente y su entorno (en este sentido pueden haber casos

de muerte súbita, así como de recuperación total, o incluso de vidas después de la

muerte).

Muchos de los objetos que se eliminan por ser considerados obsoletos –como una pizarra, un zapato o una media- son aún útiles.

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Lo que indica a las personas que algo debe ser desechado varia mucho, en ocasiones

puede ser el desgaste del objeto, es decir, su propia condición física la que lo lleve

directo a la muerte. Pero son por lo general otras las causas para que algo se convierta

en basura: el paso del tiempo y el cambio de la moda (en el caso del vestuario), los

avances de la tecnología, los nuevos modelos (en el caso de los electrodomésticos),

también la publicidad, la época del año, el momento de la vida, o el antojo simplemente

por tener otro nuevo. Sea cual sea la causa, algo curioso de este aspecto de la cultura

material es sin duda el hecho de que lo que se desecha aún sirve (un claro ejemplo de

esto es el reciclaje o la venta de objetos usados), y de que la basura este llena de

cosas que no lo son precisamente.

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Lugares Si los escenarios del uso presentan los objetos como síntomas de lo que está

sucediendo o por acontecer, o de lo que allí sucederá (así sea una y otra vez), los del

desecho presentan los objetos como huellas, como registros de lo que allí paso, de lo

que tuvo lugar. Es por esto que la basura puede considerarse desde varios sentidos

como un registro de “lo qué somos”, de “lo qué hacemos” y “lo qué pensamos”.

Domésticos

La cocina se caracteriza por ser un punto de transición entre el ingreso y la eliminación de los productos domésticos. Generalmente en éste lugar se coloca un contenedor en el que se vierten desechos de todo tipo. Es a la vez en la cocina donde se descargan las bolsas con los productos recién comprados, donde las mercancías alimenticias se almacenan, acumulan y conservan.

En el caso de los entornos domésticos el lugar en el que se deposita la basura está

representado por lo general por una bolsa que la contiene, la cual está a su vez dentro

de un elemento –la caneca de basura- que sirve para contener el desgraciado paquete.

Según las costumbres o las creencias del consumidor, respecto al discurso ecológico

sobre manejo de los desechos, el depósito de la basura puede componerse de una

sola bolsa que contiene todo mezclado, o pueden ser varias, dos o tres, con desechos

de diferente naturaleza cada una. Algo para destacar de las estéticas del desecho, es

esa costumbre que tienen las personas de acumular la basura en las bolsas donde

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vienen empacados los productos cuando son nuevos, cerrando así un ciclo completo,

que comienza en el momento en que las bolsas salen del supermercado llenas de

cosas nuevas y termina con la misma bolsa llena de basura, con las mismas cosas en

su interior, pero procesadas por el uso. Esta costumbre es también una manera de

darle identidad a la basura, de reflejar la personalidad en ellas, de diferenciarla y darle

una marca (basura marca Éxito).

A partir del siglo XXI por efectos de la contaminación producida por el exceso de productos desechables surgen estrategias para recuperar algunos materiales y objetos. Una de éstas consiste en separar los desechos desde la fuente donde se producen; la clasificación que se realiza divide usualmente los desechos en orgánicos y no orgánicos, obligando a usar dos contenedores diferentes, introduciendo una nueva estética –incluso más higiénica- en los procesos de eliminación doméstica.

Muchas de las estrategias concebidas por los productores para la recuperación de desechos sólidos no tienen ningún éxito por consistir en acciones aisladas que no tienen en cuenta todo el ciclo de vida los productos. La estrategia de separación de residuos desde la fuente parece absurda en el momento en que los desechos clasificados son vueltos a mezclar todos en el lugar de acopio de basuras de un edificio o al interior del carro recolector.

Estas bolsas llenas de basura son luego depositadas en shoots comunales en el caso

de viviendas verticales y edificios, de donde salen luego en enormes canecas; en las

residencias horizontales las bolsas son llevadas escuetamente fuera de casa, donde

esperaran que el carro recolector pase por ellas; en las zonas residenciales, en los

días de recolección de basura, canecas y bolsas de basura componen juntas los más

pintorescos paisajes urbanos. De la misma forma que algunos animales delimitan los

bordes de su territorio con excremento, las personas lo hacen inconscientemente con

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la basura; esas bolsas llenas de desechos son de algún modo las marcas que

delimitan los bordes del territorio doméstico.

Durante un día de recolección de basuras es común observar como las calles residenciales y comerciales se llenan de bolsas y recipientes llenos de desechos a la espera del carro recolector. Bolsas de almacenes Éxito que invitan a ser usadas en procesos de reciclaje, canecas color naranja cuya forma se adapta al funcionamiento del vehículo encargado de su recogida, o canecas azules que surgen como sobrantes del almacenamiento de materias primas industriales; estos son algunos de los objetos que configuran el decorado urbano y hacen alegoría a la sociedad del desecho.

Es irónico pensar que el contenido de estas bolsas pueda representar la fuente de

empleo y el sustento de otras personas (otras en el sentido que no son propiamente los

primeros consumidores), que las escarban en busca de algo comestible o de objetos

cuyo material sea recuperable como útil o como mercancía; el costo de los objetos

recuperados ya no está determinado por su función o por su origen, sino por un valor

abstracto determinado por su peso, o la posibilidad que tienen de ser utilizados o

mercantilizados nuevamente.

Cantidades de personas que van a pie, con enormes bolsas o arrastrando carretillas, escudriñan en las bolsas de basura antes de ser recogidas, buscando algo que pueda ser convertido en parte de su capital material o en desechos recuperables mercantilmente para conseguir su sustento.

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Las legiones de recicladores recorren las zonas de la ciudad recolectando desechos en

carretas de madera que se mueven afanadas unos metros delante del camión de la

basura. Este gran carro con su campanear, recorre bastos paisajes de desechos, que

va recogiendo para llevarlos al lugar más representativo y a la vez denostado de la

sociedad de consumo: el basurero, el relleno sanitario, (¿el parque ecológico?), el

deposito de basura; éste consiste en un gran hueco en la tierra, en una zona baldía

que es –literalmente- rellenada con basura.

La cantidad de desechos no asimilables (ni por la naturaleza ni por la técnica humana), que generan las prácticas urbanas, tanto públicas como domésticas en la ciudad contemporánea, hacen necesario la creación de un servicio que se encargue de su recolección. El dispositivo más representativo de dicha institución es el carro recolector de basura: un camión que recorre periódicamente cada calle de la ciudad llevando consigo los desperdicios de las prácticas humanas.

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Públicos Si escudriñáramos en el basurero, y en cada bolsa de basura encontraríamos registros

de las costumbres domésticas. De lo que la gente adquiere y de como lo usa, y a

través de esto conoceríamos –a partir de los objetos desechados- gran parte de lo que

ha sido su vida. De forma similar, la basura que encontramos en la calle es el registro

de las situaciones urbanas, de los ires y venires que en ella se viven. En la calle hay

todo tipo de basura, desde las hojas secas, las ramas caídas, la arena y la tierra, que

evidencian el desgaste de los elementos orgánicos que aún perduran en la ciudad;

hasta los papeles, empaques y envases fabricados con todo tipo de materiales que dan

cuenta de nuestra artificiosa naturaleza.

Una piedra anudada con una cuerda de plástico roja, una peinilla negra y un hueso sin carne y con marcas cortes hechos por un cuchillo son algunos de los objetos desechados que evidencian la presencia humana en una alejada zona rural. La basura en un rastro esencial de la humanidad y su existencia.

La calle es también un lugar para el desecho, en ella, a lo largo de sus principales vías,

las canecas públicas delinean trayectos anaranjados para que el consumidor

reconozca su camino. Cada contenedor indica –como en una procesión- cada una de

las estaciones en las que se celebra el rito de poner “la basura en su lugar”; sin

embargo por fuera de ellas, chorreando por sus paredes y sobre el piso, se esparce

todo tipo de desechos minúsculos, tanto fragmentos sólidos, como líquidos viscosos.

En las plazas, parques y espacios abiertos, grandes contenedores de color azul

aguamarina, llevan orgullosamente impreso el escudo de armas de la ciudad, en los

espacio públicos más contemporáneos, y de los cuales uno podría pensar que son

representativos de lo postmoderno, estos enormes contenedores han venido

sustituyendo a los árboles, convirtiéndose así –sin tapujos- en lugares exclusivos para

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desechar: se va a comer algo que viene por lo general efímeramente empacado (un

helado, un agua, pasteles que son traídos entre una bolsa de papel café), las

necesidades del perro son recogidas en una bolsa plástica (a veces negra, otras veces

con una del mercado), alguien cruza apresurado (de un extremo a otro formando una

diagonal), cada uno deposita lo suyo, para todos hay un contenedor.

Escudo de la ciudad de Medellín, impreso sobre los contenedores de basura ubicados en parques públicos y áreas peatonales.

Canecas plásticas instaladas por las Empresas Varias en los postes de las principales calles de la ciudad para el disfrute de los peatones.

Recipiente para la recolección de basura colocado en un puesto de revistas callejero.

A pesar del esfuerzo, todo este despliegue de canecas no es suficiente, escuadrones

de escobas humanas tendrán que barrer la ciudad: recoger las hojas secas, las ramas

caídas, las envolturas y los empaques; máquinas con cepillos circulares y expulsando

agua con mucha presión lavarán las calles: quitar las manchas del aceite, la grasa y la

gasolina que dejan los automóviles, desprender los chicles y el pellejo de animales

muertos adheridos sobre el asfalto; la recorrerán carretas de madera tiradas de

personas, mulas, burros y caballos, en busca de construcciones que necesiten evacuar

los restos de su producción: recoger escombros, muros caídos, tejas, ladrillos y vidrios

rotos, anillos de tubería plástica, arena y piedras de concreto, todo es llevado a las

periferias de los barrios o tirado en quebradas y ríos.

Para completarlo todo y llevarse lejos lo viejo, lo sucio y lo feo, camiones blancos con

líneas naranja, llevan impresos en su costado imágenes que evocan la pureza de la

ciudad e invitan a sus habitantes a separar las basuras, a “jugarle limpio”; tras de sí

misma, algo así como una enorme boca mecánica que se abre y se cierra va

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devorando y reduciéndolo todo lo que entra en una sola masa de muchos colores que

se aglutina gracias a su consistencia acuosa, al remojo de la intemperie, y a los jugos

que produce. De toda esta suciedad sólo quedan las gotas de lixiviado que va dejando

el carro a su paso.

A pesar de esto, no todo es basura, y diferentes estudios demuestran que gran parte

de los objetos que son desechados vuelven a recuperar su condición útil o mercantil.

Los objetos son reciclados todo el tiempo, no sólo para ser procesados, sino para

entrar de nuevo al ciclo del consumo; cuando las cosas se dañan son reparadas, ya se

por sus propios usuarios o por personal “autorizado” y no autorizado; algunas cosas

son revendidas para ser re-mercantilizadas, y luego de ser compradas de segunda son

vueltas a poner en uso, demostrando la recursividad de las economías domésticas. La

basura, puede incluso llegar a convertirse en materia prima de “nuevos” objetos,

nuevos útiles y nuevas mercancías. Casos como los que se han enunciado son los que

constituyen el análisis de las estéticas del desecho.

Vidrios rotos, tapas de gaseosa, y animales muertos son algunos de los restos que van quedando adheridos al asfalto por la acción del tiempo. Poco a poco se integran tanto a la superficie de las calles que terminan fusionándose y siendo parte de su composición.

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Los objetos Entraremos ahora a analizar más que el proceso de conversión de los objetos en

basura, los procesos a través de los cuales lo desechado, lo supuestamente inutilizable

e inmercantilizable recupera su sentido práctico, también su sentido simbólico e incluso

un nuevo valor comercial.

La estética del consumo, en el sentido que la hemos definido teórica y

metodológicamente, se preocupa en el campo de los desechos, por lo qué la gente

hace con ellos para traerlos de vuelta a nuevas fases mercantiles y nuevos momentos

para el uso, generando en la vida de los objetos fases post-terminales; materializando

de este modo en los objetos recuperados rasgos fuertemente marcados de la cultura

popular, como lo son a recursividad y la innventiva que propicia sin duda la necesidad,

la pobreza y la exclusión.

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Desechables Vivimos en una sociedad que llamamos de la información, y que en cambio tiende a producir ruido. Tenemos la impresión de que nuestra relación con las cosas se 'desmaterializa' a la vez que la cantidad de desechos aumenta. Ezio Manzini. Artefactos. Celeste y Experimenta Ediciones. Madrid. 1992

De la misma forma que los alimentos perecederos traen impresos en sus empaques o superficies fechas de caducidad que anticipan el momento en que no serán comestibles, las mercancías contemporáneas traen insignias que vaticinan periodos de vida muy cortos para cada objeto convirtiéndolos en desechable.

Richard Fry al analizar el problema de los productos desechables establece tres

periodos de tiempo en la evolución de la economía de lo material: la de subsistencia, la

industrial y de la información; en cada una de estas economías aparecen diferentes

formas de valorar los objetos y por consiguiente diferentes biografías y morfologías. En

la economía de la subsistencia las prioridades en cuanto a los objetos era que estos

satisficieran las necesidades básicas de seguridad y confort, los objetos antes de ser

desechados eran reparados y era necesario compartirlos con otras personas,

conservarlos y re-usarlos; en el periodo de la economía industrial los objetos servían

para construir la autoestima y definir la identidad personal, y los objetos eran

renovados con éste fin; finalmente en la economía de la información los objetos se han

convertido en las excusas para vivir diferentes tipos de experiencias (de compra, de

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uso, lúdicas, extremas), por lo que se convierten en algo tan efímero como la

experiencia que pretenden materializar, es una economía en la que es más fácil

renovar los objetos que repararlos1. Según las anotaciones realizadas por Fry, es

evidente como el concepto de desechable, se extiende hoy a casi todos los objetos de

la vida cotidiana, algo que refleja en parte rasgos de una cultura basada en hábitos

efímeros, que –como lo notó Ch. Alexander desde los años sesenta2- cambian más

rápido de lo que logran materializarse en objetos concretos.

Una característica de la basura de nuestra época, es el hecho de que se encuentre

llena de cosas que –en gran parte– no han perdido su utilidad; es decir, sus

componentes no son piezas desgastadas, sino más bien elementos cuya longevidad es

demasiado corta; en la mayoría de los objetos desechables la función que prestan es

tan transitoria que puede definirse como simbólica, si es que acaso prestan alguna. Por

una parte el interés por hacer más llamativos los productos y de presentarlos mejor los

ha saturado de empaques y envoltorios, elementos que sólo sirven para ser el soporte

de una impresión, o como mediadores en el transporte y la promoción del producto.

Por otro lado algunos productos, por resultar muy económicos, tanto por su material

como por sus procesos de fabricación, se convierten prácticamente en productos

basura, cuya duración es demasiado corta si se comprara con el tiempo que requiere

su fabricación, o su degradación en el medio ambiente. Éste es el caso de todos los

productos que la era del consumo ha optado por llamar desechables, objetos

terminales que están destinados a ser usados sólo una vez, de paso, aunque es

evidente que en nuestra cultura este tipo de objetos vuelven a ser usados, por lo

general en tareas domésticas.

En el detallado análisis que realiza Gavin Lucas sobre la emergencia y consolidación

de la cultura material desechable durante el siglo XX en el Reino Unido3, comenta que

en un principio este tipo de productos colocaron a la sociedad en una encrucijada, por

representar, de un lado y en un sentido negativo el derroche, de otro lado y en un

sentido positivo la higiene (tanto pública como doméstica o personal). Finalmente

muestra como el concepto de higiene comenzó a relacionarse cada vez más con los

productos que eran usados sólo una vez (single use) y estos fueron consolidándose en

el tiempo en una sociedad en la que la asepsia representaba un naciente mito urbano.

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El fenómeno de lo desechable, que tomaría fuerza en nuestro contexto a través de

campañas publicitarias en las décadas finales del siglo XX que promovían la higiene

con la amenazante pregunta de si “¿Usted tomaría donde otros ya han tomado?” y el

lema “No tomo en vidrio, tomo en desechable”, se ha hecho extensivo a otros campos,

más allá de la vajilla pública. Esta estrategia, que es a la vez higiénica y comercial,

está relacionada con la forma de singularización que Koppytof denomina

“mercantilización terminal”, un fenómeno que destina las mercancías a ser usadas

solamente una vez y por un periodo de tiempo determinado (como si tuvieran una

fecha de vencimiento), llegando incluso –como el caso de las etiquetas que tienen los

colchones- a prohibir cualquier forma de re-uso o reciclaje 4 . Sin embargo, como

comenta Appadurai, estos objetos terminales, son vueltos a usar en ocasiones en

tareas menores del entorno doméstico5, configurando así las estéticas de los objetos

re-usados, recargados y reutilizados.

De manera individual o colectiva los objetos desechables forman en el paisaje urbano pinturas similares a bodegones de naturalezas muertas con una gran connotación de artificialidad.

Los objetos que materializan la cultura mundial o mundializada, en especial los que

hacen parte de fenómenos que van al ritmo de la moda, como el vestuario o la música,

tienen un ciclo de vida tan corto, que aunque su uso no implique su desgaste total,

pueden considerarse en este momento como desechables. Por lo cual estos productos

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hacen parte de diferentes paisajes urbanos, creando imágenes que definen bien las

dinámicas socioculturales alrededor del mundo y los modos en que la cultura material

es practicada.

En las calles de cualquier ciudad del mundo los restos que quedan de los envases de Coca-Cola se convierten en un registro material de la cultura mundializada. Si existe un objeto que cristalice y haga tangible un hábito mundial o globalizado ése es el envase de Coca-Cola, será éste el que de cuenta a los arqueólogos del futuro de una actividad común a casi la totalidad de la raza humana.

Si recordamos, que en las sociedades complejas se construyen simbólicamente

objetos de la misma forma que se construyen y se forman las personas, no es raro que

el concepto de desechable se haya hecho extensivo a determinados sectores de la

sociedad como los indigentes (aunque esta imagen estaría también representada en

los mártires que se inmolan por convicciones religiosas), esto dice mucho de la forma

en que las personas se relacionan con otros sectores sociales, (tal vez los que

presentan más ingresos) y con los objetos, presentándose aquí un fenómeno opuesto

al de la humanización (descrito en las estéticas del uso y que consiste en atribuir

rasgos humanos a los objetos), el cual puede denominarse objetualización humana, y

que consistiría según este ejemplo en dar a las personas los atributos de un objeto.

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Reciclado El reciclaje bajo la mirada de las estéticas del consumo hace parte de esa segunda

vida del objeto que ha sido explicada bajo el titulo de las reapariciones del objeto. Se

analiza en esta instancia como algunos objetos desechados vuelven al ciclo del

consumo, siendo reciclados como materia prima (revalorización estructural) o como

mercancías (revalorización mercantil). Ésta vuelta a las políticas del valor puede

colocar los objetos en dos condiciones: como materia prima para ser procesada, o

como mercancía para ser comercializada. En este trabajo, el de reciclar, están

involucrados los bien llamados “recicladores” que se encargan de recorrer las calles de

la ciudad en busca de objetos que sean recuperables, en el sentido de poder ser

vendidos ya sea como mercancía o como material.

En el campo de las reapariciones se estudia lo que la gente hace con la basura, no lo

que la industria o las empresas hacen con ella, por lo que el reciclaje como proceso

industrial que consiste en la recuperación de materias primas es más una estrategia de

los productores, mientras que la recolección, acumulación y comercialización de

objetos tirados a la basura, para revenderlos en volumen o al detal aparece como una

Envases plásticos de diferentes productos son amarrados de una carretilla de reciclaje formando un ramillete con ellos, en el centro de acopio al que serán llevados serán puestos en venta por un valor que oscila entre los 150 y los 500 pesos cada uno.

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táctica de los consumidores, o de algunos de ellos que han formado complejas redes

basadas en trayectos, intercambios y puntos de encuentro.

El tiempo que va desde que el objeto es rescatado de la basura hasta que es

finalmente revalorizado (vendido o procesado) puede considerarse como una especie

de purgatorio en la que se decide entre dos opciones la suerte que correrá “el alma” del

objeto muerto. Un primer destino es el del procesamiento industrial para ser convertido

en materia prima: donde los objetos condenados pierden la función y el significado que

tenían antes, dejando se ser lo que era cada uno: un tarro de Xilol, un envase de

Fabuloso, o una lata de Pilsen para convertirse ahora simplemente en montones de

PET, PEHD y aluminio. Sin valor de uso, ni simbólico, ni de tiempo de trabajo

encarnado, no están definidos más que por un valor económico abstracto, que

establece un precio para un montón de objetos, según el valor establecido para un kilo

del material del que están hechos. Un segundo destino más paradisíaco es el que pone

al objeto en reventa, para reciclarlo como mercancía, encarnando de nuevo un sentido,

un valor y una función. Estos objetos agraciados al ser recuperados conservan su

marca y así su estima, exhibidos en el piso atraen miradas de peatones que pasan

frente a ellos como ante una vitrina en la que las cosas que ya “no tenían precio”

Por medio de rústicas carretillas movidas por la fuerza humana los recicladores recorren la ciudad en busca de desechos que puedan ser remercantilizados de alguna manera.

En los centros de acopio los envases que legan van siendo agrupados por tipos y ofrecidos a la venta para su reuso o reutilización.

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vuelven a tenerlo: imagen de San José 1000 pesos, canasta de “Postobón” 2100 pesos,

maquina de moler “Landers” 2500 pesos.

Imagen de San José ofrecida como basura comercial por un precio de 1000 pesos en el “Bazar de los Puentes”, un centro comercial dedicado a la comercialización de objetos desechados.

Canasta de envases de gaseosa “Colombiana” vendida por 2100 pesos en una chatarrería cercana ubicada cerca del “Bazar de los Puentes” en Medellín.

Restos de una máquina de moler que cuestan 2500 pesos, y que corresponden más a la posibilidad de recuperar el material del que está hecha, que al hecho de poder volver a usarla.

La recolección de esos objetos genera en el espacio público exóticos paisajes en

transito, compuestos por carretillas en movimiento atiborradas de cajas desarmadas,

de ramilletes de envases, de pedazos de máquinas e inodoros rotos, también de

plantas, de llantas, de zapatos y de todo tipo de objeto susceptible de ir a dar en la

calle.

Zapatos tirados en el piso, muñecas incompletas y bolsos colgados de la pared son algunos de los productos terminales que sin importar su mal estado son comercializados en el “Bazar de los Puentes” en el centro de Medellín.

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En los centros de acopio donde llegan son arrumados según su tipo: material, marca,

apariencia y demanda son las variables que entremezcladas sirven para definir para

ellos una ubicación (dónde tirarlos) más o menos cercana con relación al momento en

que se espera su salida, y aunque allí mismo en los acopios muchas veces también

son vendidos, los lugares donde se re-comercializan se caracterizan por exhibir los

objetos en el piso: sin empaque, sin precio fijo y sin letreros, están involucrados en una

compleja red de intercambio que no siempre es monetario.

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Reparado La reparación técnica de un objeto cualquiera en un centro especializado y autorizado

por sus fabricantes puede resultar en ocasiones más costoso que remplazar el objeto

por uno nuevo, convirtiéndolos en este sentido (según la definición de Richard Fry) en

objetos desechables. Por lo general las mercancías vienen acompañadas por una

garantía en la que el fabricante promete por medio de sus servicios técnicos reparar y

reponer piezas descompuestas, estos centros están ubicados por lo general en Tokio,

Miami o el D.F por lo que la gente ante un desajuste no tiene otra solución que

arreglarlos ellos mismos o mandarlo arreglar en talleres de barrio que anuncian por

medio de dibujos de electrodomésticos, o con letras pintadas a mano sus servicios.

Tres sillas plásticas de diferentes referencias subsanan la ausencia de algunas de sus patas con estacas de madera que les han sido añadidas por medio de clavos.

Las reparaciones de las que hablamos no son las que cubre la garantía, ni hacen parte

de las autorizadas por los productores, sin embargo revalorizan funcionalmente objetos

que ya no prestan su función, o mal diseñados que no sirven para lo que están hechos

pues no se ajustan a las condiciones de su contexto. Estas apropiaciones de la función

de los objetos presenta en ocasiones estilos únicos, conseguidos por medio de

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operaciones que ajustan, separan, reemplazan y agregan componentes a un objeto en

el que se reflejan y quedan materializadas las tácticas, técnicas y estéticas de la gente.

La reparación consiste en una revalorización funcional de los objetos llevada a cabo

por medio del arreglo o reposición de elementos descompuestos en su estructura. De

este modo se logra que los objetos sigan funcionando, e incluso en algunos casos para

que presten mejor su función siendo adaptados a tareas particulares, o la postura de

quien lo usa recortando por ejemplo las patas de una silla de Manufacturas Muñoz para

acomodarla a la altura necesaria para un lustrador de zapatos. Técnicamente estos

ajustes pueden ser rigurosamente elaborados utilizando repuestos que dan continuidad

a la forma y apariencia del objeto, pero también puede aparecer reparaciones híbridas

que mezclan partes y procesos de diferentes estratos técnicos: como un automóvil

Renault 4 con puertas de madera (líneas de producción industrial complementadas con

procesos artesanales); o que reemplazan unas piezas por otras que no corresponden a

la morfología y composición del objeto: reemplazar un tornillo por un destornillador. La

apariencia final del objeto reparado lo vincula directamente a su contexto de uso, pues

por lo general son elementos del entorno inmediato (lo que primero aparece a mano)

los que se implementan en las reparaciones, terminando por parecerse al lugar que

pertenecen.

Anuncio de un centro de “reparación y repuestos” de electrodomésticos, sector de “El huevo”, centro de Medellín. La ilustración empleada en el aviso utiliza las formas prototípicas de una licuadora marca “Oster”, reconocible por gran parte de la sociedad.

Sobre la puerta metálica de un garaje residencial del barrio “Las Mercedes”, un letrero escrito con letras temblorosas sobre una lata amarilla dice: “TALLER ENDEREZADA AJUSTE Y PINTURA …PORFAVOR TIMBRE”

En una casa del barrio “Laureles” se tiñen y reparan artículos de cuero, en la imagen que publicita el servicio se mezclan los productos reparados: un tacón, un bolso, una chaqueta, con la herramienta que permite su arreglo: un aspersor de pintura.

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Una silla de oficina desechada es recuperada en un contexto laboral callejero y arreglada para que se ajuste a la altura de un embolador de zapatos.

La puerta trasera de un Renault 4 que se ha perdido, es reemplazada por un trozo de madera, la “carpintería” implementada en su reparación contrasta con los procesos de montaje lineal con la que se fabrican originalmente los automóviles.

A pesar de ser poco costoso, un matamoscas que se ha roto es reparado por medio de palos y amarres para que siga funcionando.

Un inodoro que ha perdido la palanca con la que se activa el dispositivo que elimina su contenido es recompuesto por medio de un rústico amarre.

Las reparaciones conllevan a diferentes formas de revalorización práctica y mercantil,

pues permiten, de un lado volver a usar algo que había caído en desuso y a la vez abre

la posibilidad de ponerlo en reventa como objeto de segunda mano.

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Es frecuente que en los mismos centros de reparación técnica de electrodomésticos algunos productos con averías remediadas sean comercializados. También –como se anotó en las estéticas de la adquisición- que algunas piezas de estos artilugios eléctricos se ofrezcan a la venta como repuestos.

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Recargar Todo lo que compramos: desde las verduras, hasta los vestidos o los

electrodomésticos vienen envueltos: bolsas, cajas, frascos y envases definen el

volumen y componen la mayor parte de una bolsa de mercado. Empaques resistentes

y duraderos para proteger a las mercancías, agradables visualmente para atraer a los

compradores, pero hechos para no durar, y para ser desechados inmediatamente

pierdan su contenido. Desechables en todo el sentido de la palabra, con funciones

pasajeras y transitorias, que se convierten en las huellas que van quedando al paso de

nuestras actividades cotidianas.

Los empaques plásticos en los que viene originalmente el jabón lavaplatos son utilizados frecuentemente como portacomidas; en la nevera, la calle o la oficina son convertidos en parte de una mesa servida portátil.

Recargar, rellenar, reenvasar son tácticas funcionales que ponen en uso, por un tiempo

más algunos empaques, que por sus propiedades funcionales, comunicativas o

estructurales siguen siendo utilizados al reponer su contenido, ya sea por el mismo de

antes o por uno nuevo que transforma por completo su identidad. La revalorización

principal en estas reapariciones es la función de empacar, utilidad que puede en

algunos casos ser complementada por medio de pequeñas modificaciones

estructurales que permiten al contenedor original adquirir otras funciones obtenidas por

el objeto recargado, funciones que se añaden por medio de operaciones técnicas que

varían en complejidad según la espontaneidad del objeto nuevo.

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Los actuales sistemas de empaquetamiento, más que elementos para la protección de los productos cumplen la función de “vendedores silenciosos”. En ellos más que un envoltorio se concretan claramente estrategias de promoción, información y exhibición. Los empaques de mantequilla “Éxito” se apilan unos sobre otros en el espacio que queda entre un refrigerador y otro, para reforzar la atención hacia el producto se informa sobre su valor con carteles que se colocan encima del conjunto.

Como casos extremos (en simpleza o complejidad) observamos en un nivel basico

amarres que se realizan a diferentes envases para poder ser transportados, así como

creaciones más complejas como las que presenta una caneca en la que se ha hecho

una perforación y se ha instalado una llave de paso para poder dosificar los que guarda

en su interior.

Los envases recargados son en ocasiones complementados a través de otros elementos que potencializan su función. Un amarre para que pueda ser transportado, una llave para que dosifique su contenido, o un aspersor para que atomice el liquido que contiene.

Aunque en los objetos recargados se busca primordialmente el ajuste del objeto a un

contenido, en la selección de los empaques que serán recargados intervienen criterios

de gusto que se hacen repetitivos logrando materializar en una serie de artefactos

recargados los patrones estéticos de cada cultura, reflejados en la preferencia por

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ciertas formas, ciertos colores y sin duda por la preferencia por algunas marcas; gustos

que hacen que en el tiempo algunos objetos se institucionalizen para ser recargados,

como: el tarro de “Kola Granulada JGB” popular en las ventas callejeras de alimentos,

el frasco de Nescafé utilizado en ámbitos domésticos para guardar alimentos, o la

bolsa del “Éxito” (y de más supermercados) para tirar y sacar la basura.

Aunque estructuralmente el objeto recargado permanece intacto en su estructura

original: una cavidad envolvente y una cubierta, las estéticas de los objetos recargados

presentan elementos que mezclan y yuxtaponen la parte exterior visible del empaque

con lo que hay en su interior, es decir, entre la identidad original del objeto y la nueva

carga se generan tensiones que terminan por configurar una nueva identidad. Se forjan

así retóricas entre las marcas de las mercancías de consumo masivo y los usos y

actividades cotidianas de todos los días, en las que los empaques de lo qué

consumimos entran a formar parte de los paisajes domésticos: jarras de jugo, termos

de agua, frascos de granos y portacomidas, integrados como muertos vivientes con los

objetos “nuevos”: en la nevera, la despensa y la oficina.

Los frascos de “Kola Granulada JGB” parecen ser ideales para fabricar regaderas de agua para humedecer las frutas en el espacio público. Para hacerlo útil ha sus finalidades los vendedores realizan sobre su tapa algunas perforaciones.

Los vidriosos vidrios de “Nescafé” encuentran una segunda vida en las cocinas domésticas, donde son recargados con granos, salsas y todo tipo de alimentos.

Las bolsas de almacenes “Éxito” han sido institucionalizadas por los consumidores como recipiente para los desperdicios domésticos. A pesar de la invitación que profesa el almacén por medio del mensaje impreso. “Utilízame para reciclar”, terminan finalmente, rellenas de un revoltijo de desechos de todo tipo.

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Los empaques y envases desechados son también objetos aptos para la remercantilización. Los frascos de vidrio del “Nescafé”, el “Menocal” y otras marcas, son utilizados por productores informales para envasar sus mercancías alimenticias; los recipientes que resultan como sobrantes de la producción industrial son vendidos luego como canecas; en el “Bazar de los Puentes” frascos de licores, perfumes y esencias se comercializan para ser recargados con productos clandestinos.

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Reusado La vida media de los objetos que nos rodean a diario, no está determinada –como

antes- por su vida útil, sino que son otros criterios los que determinan por cuánto

tiempo y hasta cuándo son usadas. Se considera desecho a un montón de cosas que

realmente no lo son en un sentido práctico, y las bolsas de basura están llenas de

objetos que aún pueden seguir siendo usados, revalorizados funcional, simbólica o

mercantilmente.

Botellas, frascos, baldes, bolsas y todo tipo de recipientes son utilizados luego de ser desechados, sin transformación alguna, como floreros y materas. Las marcas originales de los envoltorios lucen pintorescas con sus nuevos contenidos.

El reuso puede valorizar “para lo que sirve un objeto” (dimensión funcional) o también

“lo que significa o representa” (dimensión comunicativa), convirtiendo así objetos que

parecían o estaban condenados a la basura en cosas útiles de nuevo, o en objetos

mágicos que sirven de amuleto o adorno. Generalmente está acompañado por

procesos comerciales de reventa o de objetos usados, que presentan flexibilidad en las

formas de intercambio las cuales tienden al trueque o al intercambio, aspectos que

quedan plasmados en algunos nombres de estos locales como: El Cambalache. En

estos puntos de compra y venta los objetos viejos (la ropa y los electrodomésticos

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principalmente) son sometidos a procesos de limpieza, ajuste y reparación que los

mercantilizan de nuevo.

Dentro de las formas del reuso se observan con frecuencia tendencias hacia la remercantilización de objetos ya usados. Un caso particular de este hecho es el del comercio de la ropa de segunda. En almacenes como “El Cambalache” las formas de intercambio son laxas y cambiantes, dando paso en no pocas ocasiones al trueque como forma de adquisición de estos objetos deslucidos.

El reuso como práctica consiste por lo general en volver a usar algo bajo su función

original: una caja de dientes por ejemplo, pero por un nuevo usuario (que la ha

adquirido heredándola, encontrándola o comprándola); también es frecuente que

objetos viejos como cocas plásticas o desechados como vasos con publicidad, sirvan

precariamente como exhibidores de algo. Funcionalmente pueden haber variaciones

entre el objeto original y el reusado que surgen -como el caso de una carreta de

construcción usada para vender bananos- por el acoplamiento o la coincidencia formal

de algunos objetos respecto a diferentes funciones, o por cambios simples como la

escritura de la palabra “banano $100” pero tan efectivos que trasforman por completo

el sentido del objeto, mostrando un ajuste perfecto entre la forma y su nueva función

(en este caso es la función la que sigue a la forma).

Dentaduras postizas de personas fallecidas son mercantilizadas de nuevo y vendidas de segunda para su reuso.

Vasos desechables que una vez contuvieron cerveza son vueltos a usar como contenderos y exhibidores de mamoncillos en una venta estacionaria.

La palabra “BANANO $100” escrita sobre una carreta de construcción desechada permite que ésta sea útil de nuevo en contextos comerciales.

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Además de juicios de valor práctico, en los procesos que llevan a que algo vuelva a ser

usado intervienen juicios estéticos que confieren belleza o un significado simbólico a

los objetos desechados, transformando con esto su sentido funcional y las formas en

que es puesto en práctica. A pesar de no presentar modificaciones físicas (más que las

que se han mencionado) la ropa que se vende de segunda adquiere estéticas vintage

que recuerdan épocas pasadas y que pueden por este hecho hacerlas preferidas e

incluso elevar su valor de reventa; en otros casos las modificaciones pueden ser más

extremas como en el caso de objetos que se sacralizan y se les confiere un poder

mágico: como una herradura que pasa de estar en la pata de un caballo a ser un

amuleto de buena suerte (en este caso concreto es una compleja producción de

sentido la que pone en uso al objeto), o el caso de una muñeca convertida en adorno y

condenada a que nadie pueda jugar con ella, estos dos casos presentan objetos viejos

que a pesar de no volver a funcionar nunca, siguen siendo usados en el sentido en que

todavía tienen un significado que nos hace pensar en ellos.

Ropa “de segunda” de diferentes marcas y de distintas épocas pierden su clasificación por tallas, y son reacomodadas y mostradas al público según su precio.

Los procesos de sacralización conceden a esta herradura una segunda vida como objeto para la buena suerte.

Los caprichos de gusto de sus propietarios han convertida estas muñecas terminales en adornos con los que nadie juega más que de manera contemplativa.

La producción conceptual que lleva al uso un objeto desechado genera entornos

contradictorios en los que objetos descontextualizados de su lugar original adquieren

otros sentidos y significados: ropa vieja que permite lucir a la última moda, carros de

mercado que venden gaseosa, o dentaduras postizas que se venden en una plaza de

mercado.

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Luego de haber sido utilizados en los usos originales de su primera vida, un envase de 600ml de “Coca-Cola”, un frasco de “Nescafé” y un balde plástico, han revivido al ser vueltas a usar como materas y floreros.

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Reutilizado

En las ciudades contemporáneas la basura podría considerase como un recurso más

del entorno urbano, y así como en la naturaleza ciertas morfologías se ajustan a

actividades propias de la raza humana como una piedra para golpear o una cueva

como guarida, en los ámbitos de la morfología artificial y de la cultura material algunos

objetos desechados por su dimensión física y por su composición estructural son

perfectos para la fabricación de elementos característicos de actividades netamente

urbanas. La reutilización –el punto culmine de la creación de artefactos populares con

basura- demuestra que los consumidores producen objetos nuevos con los materiales

de desecho que encuentran en su entorno inmediato, con el fin de satisfacer esos

deseos sin objeto (muchas veces sin resonancia en el mercado) y poder realizar tareas

simples –como sembrar una planta- de forma sencilla y sin “entrar en gastos”.

Para la fabricación del parlante que amplifica el sonido de una grabadora en un punto de venta público se ha utilizado una nevera plástica marca “Rubbermaid” que había sido tirada a la basura. De este modo los rasgos formales de un refrigerador portátil se mezclan con los de un equipo de sonido, en un mismo objeto.

Las formas de reutilización presentan una valorización funcional, estructural y estética

de los desechos cotidianos, en las que por medio de pocas operaciones técnicas y

cognitivas se integran diferentes elementos en la composición de nuevos objetos

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trasgrediendo cada una de las dimensiones del objeto original. Esta forma de

reaparición puede entenderse como una actividad de producción material inconsciente

en la que las personas más que producir objetos acomodan los existentes formalizando

con ellos funciones, pero también como una actividad laboral consciente dedicada a la

producción de objetos tanto decorativos como utilitarios que son fabricados siguiendo

líneas de producción artesanal y comercializados la mayoría de los casos

informalmente, bien sea como una herramienta, un objeto para utilizar, o como una

artesanía sin una función particular en la que lo que se valora es la materialización de

un saber popular, muchas veces tenido de menos y pasado por alto.

La reutilización se diferencia de otras formas de reaparición por presentar formas de apropiación estructurales que tienen que ver con la transformación radical de su forma. En este ejemplo, la estructura de una botella plástica es dividida en dos para convertir la parte inferior en la maceta de una planta.

En la reutilización la función del objeto se redefine absolutamente y con esto el sentido práctico. El cambio en la estructura de colocación de esta llanta, sumado a la palabra “MONTALLANTA” que se le ha escrito encima, son suficientes para convertirla en el aviso de un taller donde las reparan.

Los objetos que aparecen espontáneamente en las construcciones realizadas sobre el espacio público, se identifican por integrar en sus morfologías los materiales de desecho que quedan al paso de las obras urbanísticas.

Productivamente los objetos reutilizados presentan una complejidad que es relativa,

que puede consistir en unos simples cortes en el caso de la producción de objetos

monolíticos: el caso de los recipientes y macetas hechas con todo tipo de envases de

PET, en las que no se busca más que la acomodación del objeto original a una nueva

función, o como muchos otros casos que se limitan a recontextualizar el objeto

solamente escribiendo en el palabras como “montallanta” sobre una llanta vieja;

también pueden presentar procesos de producción más complejos, como la

elaboración de un separador vial que implica además de la planeación de la producción

una dedicación de atención y tiempo en el proceso que consiste en mantener vertical

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una pieza de madera dentro de una lata de “Sica” por medio de su fijación total

vertiendo dentro de la caneca cemento (nótese como los elementos con los que se

soluciona el problema de separación vial hacen parte del mismo entorno de fabricación

y uso). También, con un nivel de complejidad similar pero dentro de procesos de

remercantilización encontramos bolsos tejidos con suncho, aviones fabricados con el

aluminio de empaques de cerveza y gaseosa o recipientes para quemar incienso

fabricados con todo tipo de latas.

Algunos objetos por su morfología permiten ser reutilizados en la fabricación de objetos de diversos tipos. Anuncios, columpios o materos son algunos de los que con mayor frecuencia se fabrican por medio de técnicas simples como cortes y pinturas decorativas.

Las “tecnologías blandas” o saberes populares que se materializan en estos objetos

son transmitidos oralmente entre sus fabricantes y también imitados y apropiados por

casi todo el mundo, generando objetos insólitamente repetitivos: como el coche

adaptado para vender tintos (en el caso de una herramienta laboral) o el del farol

navideño –comercializado cada año- que se fabrica con envases vacíos de dos litros y

medio de “Coca-Cola” (para citar el caso de una reutilización con fines mercantiles),

objetos que por su abundancia en las calles y en las casas hacen parecer que hubiera

detrás de ellos toda una línea de producción en serie.

Esa relatividad técnica repercute notablemente en la estética de este tipo de objetos

presentando por lo general objetos o partes de objetos totalmente descontextualizados

respecto a su entorno ideal, o bien, en su lugar de origen pero cumpliendo funciones

que lo muestran en situaciones contradictorias. Son objetos que comunicativamente

trasgreden tipologías y estilos, confundiendo las marcas, los usos y los objetos en su

manera de ser concebidos, creando con sus puestas en práctica nuevos patrones

tipológicos y estilísticos: llantas convertidas en materas, remaches marca “Pepsi”, o

vajillas completadas con vasos “Respin”.

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Entre muchos de los usos post-terminales que puede llegar a tener un envase de “Coca-Cola”, se destacan aquéllos que destinan la botella vacía a fines de decoración navideña. En este caso lo encontramos reutilizado en la hechura de faroles que adornan un árbol de navidad.

La tapa de un envase de “Pepsi” es reutilizado por los obreros de una construcción en la fabricación de un remache. Esta técnica: la de la producción de remaches espontáneos, ha de hacer parte de los saberes tradicionales de todo constructor.

Los envases de algunos productos vienen prediseñados para tener segundas funciones una vez se agote su contenido. El frasco en que se empaca la mermelada “Respin” se ha hecho famoso por la propiedad que tiene de convertirse en vaso.

En los procesos de fabricación, así como en la totalidad estructural y estética de estos

objetos encontramos aquéllo que Levi-Strauss –en “El pensamiento salvaje”- definió

como bricolaje, para referirse a una ciencia “primera” más que primitiva, a través de la

cual el bricoler, aquél “que trabaja con sus manos, utilizando medios desviados en

comparación con los del hombre de arte6” construye objetos. Veinte años después en

“La Aventura Semiológica”, Roland Barthes –al reflexionar sobre el sentido de los

objetos en la cultura- habla del bricolaje como el proceso de “invención de un objeto

por parte de un aficionado7”. Desde otro punto de vista, estas creaciones vernáculas

ponen en evidencia algo que Christopher Alexander 8 al explicar los procesos de

construcción arquitectónica en las sociedades primitivas denominó “diseño

inconsciente”, ya que en los procesos técnicos del bricolaje podemos encontrar rasgos

similares a los que las llamadas sociedades inconscientes implementan en la

elaboración de sus bienes. Como es un proceso de diseño lento, que guarda similitud

tanto en procedimientos como en resultado, a la artesanía tradicional, ya que se

desarrolla a través del ensayo y el error por los mismos consumidores, logra en el

tiempo unas morfologías que logran un ajuste casi perfecto, pues se conocen con

claridad las especificaciones que debe tener el objeto.

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Lo interesante que presentan los objetos que analizamos en este caso es que no son

creaciones construidas por sociedades “primitivas” o “inconscientes”, pues contrario a

esto las encontramos en entornos urbanos, tanto en los espacios públicos como

privados, poniendo en evidencia la permanencia de estrategias técnicas “primarias” o

“primitivas” en la cultura urbana popular.

Como ya se observo en el capítulo dedicado al análisis de las estéticas de la adquisición, muchos de los artefactos que componen los puntos de venta callejeros están fabricados bajo lógicas de reutilización y recontextualización de los desechos. En este ejemplo vemos como la estructura de un coche para bebés ha sido institucionalizada por la tradición en el objeto perfecto para ser implementado en la venta ambulante de tintos.

Acerca del bricoleur –el aficionado que construye objetos- nos dice Levi-Strauss que

genera estructuras a partir de acontecimientos pasados, a diferencia del sabio que

produce acontecimientos a partir de estructuras pre-existentes. “Opera sin plan previo y

con medios y procedimientos apartados de los usos tecnológicos normales. No opera

con materias primas, sino ya elaboradas, con fragmentos de obras, con sobras y

trozos”9. De ahí que todo su instrumental así como los materiales de trabajo sean

heterogéneos e imposibles de estandarizar o de homogenizar en algo que no sea el

objeto construido, el resultado final, donde las partes, los trozos y las sobras que lo

componen cobran sentido a través de una función que se presta de manera simple,

siendo operado a través de gestos humanos básicos. Es esa naturaleza heteróclita de

la estructura del objeto reutilizado, la que configura sobre él y en su apariencia,

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estéticas híbridas y yuxtapuestas donde diferentes elementos –escogidos o

aparecidos- son integrados casi a la fuerza, para configurar algo, que a los ojos del

“buen diseño” y la “buena forma” podría ser considerado como un objeto monstruo.

Tanto en el espacio público, como en entornos domésticos o laborales estos objetos

abundan aunque pasan desapercibidos, por presentar formas cotidianas así como

marcas y símbolos ampliamente reconocidos. Al fijarse en ellos surgen los rasgos

sociales característicos de un comportamiento técnico y estético, tendiente a disponer

de lo que se impone como basura, como su material de trabajo.

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CONCLUSIONES La cultura material está compuesta por el conjunto de objetos en los que se

materializan los hábitos de un grupo social, por lo que los objetos son la materialización

de la cultura desde lo qué la gente hace, desde lo qué piensa y desde dónde está.

En la vida de un objeto se pueden diferenciar dos momentos: primero cuando es

concebido como un sistema, y luego cuando es consumido y convertido en acto. A

cada uno de estos momentos corresponden dos formas de representación: la del

objeto producido, y la del objeto consumido.

Los objetos pueden ser estudiados desde tres dimensiones: la estructural que

determina lo qué el objeto es, la funcional que se refiere a lo qué se hace con el objeto,

y la comunicativa que se define por lo qué por él se siente. Cada dimensión está

presente tanto en el momento de la producción como en el del consumo. Para un

estudio de la puesta en práctica de la cultura material interesan más las formas en que

cada dimensión es apropiada y de este modo los objetos son transformados desde su

estructura, redefinidos desde su función y resemantizados en su sentido.

Las apropiaciones de los objetos causan en la cultura material desviaciones similares a

las que sufre el lenguaje a través del habla, y son estos registros los que constituyen

las estéticas del consumo.

El consumo más que un proceso lineal constituye un ciclo a través del cual los objetos

son llevados a la práctica, y en este proceso se pueden observar tres momentos: la

adquisición, el uso y el desecho. A cada uno de estos momentos corresponde una fase

del objeto: la mercantil, cuando es ofrecido al intercambio; la útil, cuando es usado; la

terminal, cuando es desechado; y el paso de una fase a otra constituye la vida del

objeto.

La puesta en práctica de un objeto puede ser estudiada desde las apropiaciones que

sufre en cada dimensión, y desde el recorrido que hace por cada una de las fases del

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ciclo del consumo. El primer modelo de estudio lo llamamos morfológico, y al segundo

biográfico.

El análisis morfológico está basado en las apropiaciones que ha sufrido el objeto y así

lo qué el objeto es, lo qué se hace y se siente por él en un momento dado de su vida.

El análisis biográfico estudia el paso del objeto de una fase a otra a medida que es

adquirido, usado y desechado, así como de las causas que lo llevan de una a otra. A

través del análisis morfológico y del biográfico se puede dar respuesta a la pregunta

por cómo es qué se lleva a la práctica lo que se concibe por cultura material.

Como registros de las estéticas de la adquisición encontramos formas de intercambio

mercantil que están exentas del intercambio monetario y que incluso se oponen a él en

su sentido oficial: herencias, regalos e intercambios son algunos ejemplos de éstas

categorías. Encontramos además que los objetos pueden ser colocados varias veces

en la fase mercantil, sin importar si han sido usados o incluso desechados, dando lugar

a los fenómenos de remercantilización.

El momento del uso se caracteriza porque los objetos son apropiados desde cada una

de sus dimensiones generando en ellos otras estructuras (transformaciones, marcas),

otras funciones (redefiniciones) y otros sentidos (museificaciones, sacralizaciones,

humanizaciones), que dan origen a diferentes tipos de objetos. En esta fase los objetos

presentan también modificaciones a causa del tiempo (desgastes) y éstas producen a

su vez en sus usuarios otras formas de valoración.

En ocasiones el momento del desecho no determina la fase terminal del objeto, pues

hemos demostrado como algunas formas de apropiación revalorizan los objetos

terminales haciendo que vuelvan a la vida y reaparezcan. Las revalorizaciones pueden

ser estructurales y conferir valor al objeto según de lo qué esté hecho (reciclaje),

también funcionalmente (reuso, recargue, reparación), o también se puede atribuir

valor a través de un nuevo sentido. En el campo de las reapariciones surgen diferentes

formas de mercantilización de los desechos, así como objetos nuevos construidos a

partir de sobras y restos de otros objetos.

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A través de este recorrido por las estéticas del consumo se han hecho visibles,

aspectos, rasgos y categorías culturales que de otro modo permanecerían ocultas al

conocimiento estético.

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