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ESTOICA MEMORIA JOSÉ GONZÁLEZ GANCEDO MIKADO LIBROS · TRAVIESAS DE POESÍA · 10 e-bookprofeno · malas compañías LEÓN · 2012

"Estoica Memoria". José González Gancedo

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Colección: Traviesas de Poesía, nº 10. / Con prólogo de Eloy J. Rubio Carro. / Al cuidado de la edición: Eloísa Otero. / León, 2012. / Libro editado en colaboración con ebookprofeno, el sello de Felipe Zapico y Sol Cabañas, y en complicidad con la galería de arte leonesa Ármaga.

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ESTOICA MEMORIAJOSÉ GONZÁLEZ GANCEDO

MIKADO LIBROS · TRAVIESAS DE POESÍA · 10e-bookprofeno · malas compañías

LEÓN · 2012

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Estoica memoria© José González Gancedo, 2012

Edita: Mikado Libros Colección: Traviesas de Poesía Principio activo de: e-bookprofeno / malas compañíasebookprofeno.blogspot.com

En complicidad con: Galería Ármaga (León)

Ilustración de portada: Teresa Gancedo Prólogo: Eloy J. Rubio CarroDiseño y maquetación: Eloísa Otero

1ª Edición León (España), otoño de 2012

Nº 10 de la Colección: TRAVIESAS DE POESÍA

Al cuidado de esta edición: Eloísa Otero

Esta obra está bajo licencia de Creative Commons Reconocimiento 3.0 Unported. / Cultura libre.

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EL AUTOR

JOSÉ GONZÁLEZ GANCEDO (1936-2004)

Nació en Madrid en 1936, de padres leoneses. Los años de la guerra los vivió en Tejedo del Sil, con su madre y abuelos. Acabada la contien-da regresó a Madrid, aunque también pasó grandes temporadas en el pequeño pueblo leonés, lugar donde decía que se encontraba más feliz. Estudió en los Jesuitas de Madrid y cursó la carrera de Ingeniero de Caminos. Desde niño tuvo gran amor a la literatura, las artes plásticas y la música, logrando ser un hombre de gran cultura. Escribió desde muy joven textos biográficos y poesía. Realizó estudios acerca de los gauchos de Argentina, país que amó por el recuerdo de su abuelo emigrante, y escribió varios libros sobre caza y fauna de la provincia de León. Murió en 2004, en la montaña leonesa que tanta felicidad le dio.

(El libro de poemas inéditos que aquí se reproduce, Estoica memoria, lo conserva su hermana Teresa Gancedo, y está fechado en los años 80.)

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PRÓLOGOSi entiendo el estoicismo como una postura intelectual vigilante, donde el profeso va descubriendo la necesidad del universo en un orden pleno de belleza que alcanzara hasta la última minucia, al yo mínimo del que formamos parte; la poesía de José González Gan-cedo abjura de esta adscripción intelectual de la que parece haber bebido su vida. Rememora vívidamente el momento en que torció la andadura a causa de una decisión filosófica. Descubre el error, añora la infancia en que aún era capaz de trampear el engranaje de la máquina y donde toda cosa era aún posible. Luego recuerda el tiempo del amor, la fascinación por su amada y llora el momento en que dio en vivir de modo razonable, acordado a esa ley que rige los destinos.

Hay una felicidad posible que consiste en adecuarse al orden que te toca. Hay una felicidad imposible y esta, en aras de la felicidad tiene que ser descartada.

En ‘Estoica memoria’ José González Gancedo hace una lectura crítica de su vida, en la que se afanó por conocer esa ley cósmica que manda en los destinos y regirse por ella. Una vida en la que vislum-bra ahora los desatinos del destino, el desencanto como resultado de la búsqueda de la felicidad, la hez contaminando los más alegres rincones.

Entiende el saber como un saber estar, aceptar ser el que se es, conformarse a sí, ser el sí que es conformado, otro; de ahí el hallazgo en la poesía de Rimbaud: “Yo es otro”. Yo es aquel de mi destino y la felicidad posible es ser aquel. En ‘Memoria estoica’ José González Gancedo denuncia esta verdad: la de que saber es ser el otro, el del destino, y sería decepcionante ser aquel que no se sabe o el que sabe y dice no, el de la felicidad imposible e inconsciente. Ser así es impo-sible, dice la ley, es no ser; luego, tendremos que ser el otro, el otro que somos, el que ordena su ser de acuerdo a un orden que impera. Un orden así es una orden. Pero ¿Quién da la orden? La promesa de la felicidad posible.

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No ser es imposible. Ser otro del otro, puro, es imposible. La felici-dad es imposible. La memoria estoica es imposible. El ser es imposible. El no ser es lo que es. La vida así es la imposibilidad.

El enigma lleva a estos trampantojos, das con la solución y se acaba la fiesta. Así sucede con el chiste, con la resolución matemática, no así en el poema.

Algunos de los poemas de José González Gancedo se postulan como un enigma, es el caso del poema de la página 42: “Recuerdo una pasión de olas caprinas”. Una vez interpretado queda mucho mar-gen de seguir interpretando, no se agota en la lectura; pero tampoco radica ahí lo que le hace poema, sino en cierta imposibilidad, esa imposibilidad es la clave del enigma, el enojo del enigma; la imposibi-lidad de darle alguna vez alcance,. Fuera su naturaleza la de que no se le diera alcance, su ley carecer de ley, ser esta ley la ley que tiene, resulta entonces que el poema es la propuesta de aquella felicidad que no es posible.

El poemario funciona como una reducción al absurdo de aquello que se propone. ¿Qué se propone? Una vida feliz. La vida feliz es aquella que se ata a la ley universal. He seguido esa ley y he dado en el desencanto, por otra parte al recordar mis momentos felices, encuentro que precisamente son aquellos de la infancia y del amor enamorado, también la madre y los amigos de la niñez.

Entonces la vida feliz no era la de seguir esa ley.

Son varios los itinerarios que se recorren en ‘Memoria estoica’: El primero, el recuerdo del amor y del desamor. La verdad del des-amor asumida como condición inevitable del amor. Es el recuerdo del amor lo que le permite seguir amando en el patetismo del asco, una forma de conformación al ser posible.

El ser imposible no se recuerda, se añora en algunos poemas. El yo poético ha idealizado su originaria pasión, lo que choca con la realidad de deterioro físico y de distanciamiento de la que es muy consciente.

En ocasiones llega a recriminar la rotura de esa pasión: “Pasión de alas de aves crecidas en los mundos al mar. / Pasión por ti decapitada. / Rota.”

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No obstante el recuerdo de aquellos primigenios momentos de amor será refugio al desencanto, y en última estancia vía del desvela-miento del error.

Otro itinerario temático es la soledad cósmica: La visión del mundo le abruma, como la de esos espacios siderales pascalianos. Se está solo en el mundo, varado en una calle sin saber qué dirección tomar, nada le inmuta ni nada le puede tocar, no le importaría ser engañado y que le dieran unas señas falsas, si esto conllevara algún encuentro, aunque fuera el propio. La soledad alcanza incluso más allá de la muerte, sin pretender tras ella una pervivencia vital. Pues la materia de la amada y la propia siendo de lo mismo, continúan separadas y mudas en el remolino en que caen.

Es en los poemas en que añora la infancia donde expresa y repudia más intensamente la filosofía adoptada, es allí donde recuerda la fe-licidad, el mundo imposible, inconformado, el mundo de los deseos no sujetos a ley: “Me asomaré a mi boca diminuta / llena de gritos esperando el salto paracaidista”, donde todo es ya posible. “Y contaré mis pies con alas e impaciencia todavía.”

La vejez desdice también la vida santa, la vejez con la enfermedad y la muerte, la muerte primero de los mayores, la muerte luego de su amor, la desgana y la muerte propias. La pena es que la muerte lo niega todo, hasta la negación niega la muerte. Y es aquí donde triunfa el estoicismo, en su radical fracaso.

Así da fin al libro en los siguientes versos:

“Oh tiempo transcurrido / en agostos e incendios, / como habré pasado yo de aquella ciega fiebre / a la pura negación de la ira santa / por los duros caminos de la razón y el desencanto.”

ELOY J. RUBIO CARROValdespino de Somoza (León)Septiembre-Octubre de 2012

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A Teresa, en su singladura americana

Cuando ya los años borren los nombres y las fechasy el viento haya arrasado grano a grano los túmulosque el mismo viento construyó.Cuando de aquel dolor quede tan solo el aveque anida entre las piedrasjunto a la ortiga del veneno y el látigo;cuando esas mismas aves del dolorregresen ya sin nombre,desde los calendarios prófugos,a posarse en mi mesa con la insolencia de un deudoo a picotear malignamente por los vidrios quebrados.Cuando se limpien por última vez los pozos negrosdonde se amontonan caídas plumas,arrancados cabellos,uñas que cortó el frío,ojos definitivamente abiertos o asombradosde la espantosa necesidad de luz.Cuando algún día miremos con los prismáticos al revés,equivocadamente,hacia la hondura miserable del tiempodonde yacen todavía los juveniles gritos,o bien salgamos a buscar mariposas como hacíamos ayer,y palpemos únicamente lo que quedade las grietas y el mármol,de los surcos que labró la costumbre del llanto,o simplementenos haga morir el familiar ronquido de la tierra,tan humano,

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tan entrañablemente resto de inacabadas siestas.Cuando ya los pequeños terremotos hagan trizas la imagen feliz,y los saltamontes más niñosse apoderen otra vez de los campos.Cuando todo perezca al finen algún caos irreversible,y solo quede quizá la rata grisque asegure la vida con su preñez furiosa,entonces,quedarán por lo menos siempre blancos tus canutos quirúrgicos,semivacíos de las ramas que nunca fueron flor,los restos de las ofrendascuyo interior nunca podrá ser llama,los pliegues de los sudarios huecos de esperanza y calor,las memorias fragmentadas,el azar de una mirada de poeta.Y te verán entoncesduramente cavar día tras día,por las telas y los escombros,en los inviernos largos y en la sed,encorvada de los hallazgos más inútiles,desenterrar y limpiar con manos puraslos flecos dorados y litúrgicos,las estampas tenaces de las hornacinas,y las cruces perseguidas por las gordas lombrices de los cirios.

JOSÉ GONZÁLEZ GANCEDO25 - 12 - 1979

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JOSÉ GONZÁLEZ GANCEDO

Estoica memoria

Nº 10TRAVIESAS DE POESÍA

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Porque me fue dado sufrir lo que es precisopara la sangrazón de las palabras,ni fui capaz de encontrar bajo los llantos y la adversidadalgún humano dolor que me sirviera,no tuve más remedio que inventara fuerza de tardes extenuadamente felices,(plenas quizá de lo que llamo amor para entenderme),los dolores traídos imaginariamente a cuentode eternidades, incertitud y metafísica,angustias que no siento ni sentiré,desconocidas almas inexistentes salvo en esosinnumerables papeles míos de artificios y luces,y tuve asimismo que inventarme cada nochelos sonidos horribles de la horda,la existencia “ad absurdum” de los agujeros negros del cieloy el vedado misterio de los magos desaparecidos.

Y cuando todo lo inventé al finalvinieron a mi frente como un soplo las víboras del miedo,las cucarachas de la razón a mis sábanasy a mi ventana abierta las palomas terribles de mi identidad.

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Como golpes de cascosen las laderas que desnudó el incendioresuenan en mis sieneslas voces funerales de los péndulosy los aldabonazos impacientes del reloj.

Son esos golpes rudosque afligen las ennegrecidas superficiesdonde los vellos retorcidos y secoshacen más infamante la desnudez del mundo,nuevo galope de sólidos Atilas:el extinto fragor del fuego,los ceños o patadas de Dios.

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Por las indescifrables hendidurasentró en mi casa el dolorcomo una sombra de humedad en el inviernosobre los entrañables muros encaladosdel rincón más alegre; y nunca supeel camino que siguió,por qué tan pronto las figurasse revelaron de los ángeles malosesa presencia de las ruinosas manchas,los posos últimos del caféo herrumbe de abandonados orinales.

Por una cualquierade las indiscernibles hendidurasapareció lo amargo en mi hábitat infantil,despreocupado,tan lejos de la angustia,tan lleno de gratificaciones infantiles,tan aparentemente inmune a la vejez y al ácido.

Desde aquel díase agazapan ya en mi oído los chillidospequeños de la carcoma,el rumor incesante de los topos diminutosdel odio y de la dudapor los muros que vulneran las aguas;y también desde entonceslos escucho continuamente maduraren medio de los sopores,en el fugaz momento culminantedel amor o la llama,en el duro silencio de los gritos.

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Cuando por fin las húmedas fronteraslas sobrepase el miedoarribarán al lienzo las vanguardiasa dibujar definitivamentelos retratos adustos de la decepcióny las sucias señales del asco y del invierno.

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A mi lado, la irreconociblemujer que amé, la que fue fuente,clamor y pájaro,entre dos sábanas o páginas leídasduerme.

Duerme acechada,custodiada,abrazada,por este afecto mío tan ritualque, veneno sutil, robael brillo a las espadasy el clarín a la voz,y permanece como una estatua funeralo ramo de amanecidas hojas secas.

A mi lado se extiendeen sueños de juventudes,de enhiestos índices,o sexos,o retornar por los viejos pianos afinadosen mágicas devueltas melodías.

Trae su pena del ceremonial tristede los pies saludándosey los vientres fingiendo amor,o de cómo no van a sonreírseen sueños nuestras manosal vagamente tan recordar esas caricias.

La boca entreabiertapor donde entran y salenlos besos, las mentiras,

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el aliento apaciguado y una brisa de mar,los duendes de los deseos idosa diminutas cuevaso caries del desamor.

Hasta el delgado subir y bajar,cuando respira,las amarillas larvas que asoman por la oreja,el moco pequeño en la nariz,las lágrimas invisibles,hasta el lejano corazón.

Si no te hubiera amado tanto como dijepor dónde escaparíase esta noche la tristeza,y todos los que te di cariños yertoscómo.

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Me azotan en esta esquinaa la que estoy clavado,con el frío de los pantanosen las piernas hirviéndome los vellos y las pesadumbres,aquí de pie,quién me azota no sé bien si los toros,o los vendavales del terror por las aceras,jadeos incesantes que desconozco,yo no sé.

Puede el cuerpo viraren una dirección u otra,rumbo hacia el mal o el miedo,quizá por donde vienen los jinetes invasores,los mugidos galopantes,sirenas de amanecidas inundaciones.

Qué necesidad de amor no me desclavará,ni un recuerdo de un calor de almohadas,ni la forma funeral de un cuerpo,ni la perdida solución de partir,oh fútil necesidad de las palabras justas, claves, necesarias.

Pasa la gente o muere gris,entre la niebla.Despacio, la ciudad gira copernicanamente.Veo sus elipses. Soy un fococon ilusión naif de serlo.Cómo es posible.

Que nadie tropiece sideralmente conmigo,y el espacio entre otros y yo no se pueda llenar,

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y nadie me engañe como a un ciegopara sacarme así de dudasy llevarme,danzante de gratitud y de tedéums,por la desconocida sola calle de la izquierda.

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En tus inmensos brazos que aniquilan distanciashoy vuelvo a repetirme las tempranas quimeras,y un clamor de violencias y ternuras atrocesensordece el vacío vegetal de tus venas.

Tu boca como un mundo, hueco al fin de misterios,se desploma en un vértigo sobre mis otros mundos,y en salvaje tormenta de salivas y voltiosirrumpe tu alarido de perjurios enormes.

Eres la voz antigua, la de las fuertes bóvedasdonde los ritos mueren, esa voz que renacebajo los dientes fósiles, y unas ávidas lenguas,y ese dolor que muerden tus labios pertinaces.

Te contemplo volando desde nulas distanciassobre tu piel, desierto de signos y de cráteres,y la sombra más negra de mis alas te insistela vigilia incesante de mis horas más negras.

Hoy acuden tus ojos como dos llamas líquidasa encender esta hoguera donde el aire perece,mientras yo encadenado te suplico, y tu alientoavienta las cenizas de mi cuerpo de hereje.

Y en tus inmensos brazos, en la nula distancia,desaparecen mapas, apetitos, canciones,para quedar tan solo las ruinas de dos gritospenetrados, y el tiempo, y el amor, lo que fuiste.

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(A José Carrillo)

Viniste como el aguaque súbitamente se desbocapor las hoscas laderas del quemadodonde la luz acaba;viniste como fugaz tormenta malhechoraa desnudar mi cuerpo de la arcilla.,a descarnarme los nudos más resecos,a tocarme lo virgen.Me diste la limpieza y el momentopasajeramente felizde las primeras yemas vaginales,el color primo y álgido,el brillo de la veta mineral.Te llevaste el gusano.Rendiste mis áridos caloresy la memoria polvorienta y suciade los incendios sidos.Pero a la vezme quitaste los mantos y la tierraen cuyo seno fructifica el dolor,y las sueltas raícescómo las vi morir en ese vasto mardonde qué vida nueva nacerá,y las aves que picotean ya mis huesosindefensos y rocasde donde me arrancaste el barro y la semilla.

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No sé qué día será, pero algún díame sentaré definitivamente,cerraré bien los ojos desde dentro,apartaré de mí la absurda obsesión de lo presente,de mi futuro sin ciernes ni certeza,y emprenderé el regreso hacia el origen,cruzaré el océano invirtiendo estelas de emigrantes,desvaneciendo espumas e ilusiones,y arrojando al mar el lastre de tantos años huecos.

Me recogeré sobre mi propia pielmanchada de renuncias y torpezas,y acomodaré el transido cristalinoa la corta distancia de las vísceras,al diminuto cáncer que ya muy probablemente las mina.

Y aquel día —que no sé cuál será— volveré a vermecomo fui sin disfraz, sin algas y sin óxidos,con cabellos al viento tan tupidos,con mi piel más temprana y presumida.

Me asomaré a mi boca diminutallena de gritos esperando el salto paracaidista,registraré mis manos anhelantesde gloria y de infinito,y contaré mis pies con alas e impaciencia todavía.

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(A Sergi Aguilar)

Mucho antes del amor. Antes del tacto.Antes del bien y el mal, del sentimientocorruptor y curvado.Antes de que la piedra se plegaraa las encadenadas formas de la mano,ya eran la línea, el volumen y el plano,la nuda geometría de lo eterno,lo frío mineral sobreviviente.

Ya la belleza esquiva de unos bordes o el número,del color de lo yerto, lo rotundo y sus nombres.Ya la pura abstracción lunar y primitivasobre el tiempo fugaz que miden con la frente los humanos.

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En tu pared apoyo blanca y viejami humanidad vencidaque recorriste con la misma dulcearaña digital.

Escucho parlamentos y qué durono entender qué hablan.

Las huellas de tus arpas, la fotografíade las mil persianas,el error del artista,el rastro de una mosca feliz.

Cómo no va a ausentarse la saliva.Cómo no van estas encías a dolerme de ti.Cómo es que todo.

Y amanecer las cales desgajadas,las cales entre la uña y la fiebre,la piel blanca de secretos de alcoba,toda la cal ardiendoen mis ojos de contenidos plantos,de doblados futuros.

Cómo no van a desvelarse las guitarras,los encerados húmedos,la tiza de ayer.

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En algo creo sin embargo.No en las palabras elefantes edredones aéreas.No en los gestos de ya verán o tengo en mi mano las pirámides.No en los vanos sacrificios de vidas por qué por mí.Creo sin embargo en los que común sienten,comiendo sonoramente sopas,haciendo ásperamente amor.En los que como yo olvidan este tránsitode qué nuevas mañanas no vendrán.Creo firmemente en el valor del minuto.En la caries y el grano.En los que sin rencor inútil se someten.Qué más da, qué más da, qué más da.Creo en nuestra nada, no en el premio.En el egoísmo natural,estático,y en mi sustancia mineral y en este cántico.

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Este mundoque a sí mismo se inventa y no se inventa. (Rincón doméstico donde los fuegos rigen, aceleran desacompasadamente el browniano furor).

Solo quizá los gestos de mi almapodrán no ser condensaciones de energía,sino energía pura, libre, permitida.

Inventor es cada uno en su retina,en sus sensores térmicos,en los sentidos todos.

Con qué delicadezasme acercaré al engañoso, transparentecolor.

A la forma inimitable del cuerpo,temerosos los índices del diminutovacío final.

Descansa el alma en la unidad soñada.Ocultos lazos retienen aún mi pobre energíadentro de los confines.Cuándo quedará por fin liberada en nuestro negro,universal cementerio,espacio aquietado, colmada su entropía,y mi respuesta planadefinitivamente ajena a todas las humanaslocuras e invenciones del sentido.

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Me he quedado sin odios ni violenciaen el medio camino que aún recorro.Se doblaron mis puños y no hay fuegoni tormentas de sangre en mi garganta.

Soy ya incapaz del justo salivazosobre la faz indigna que hoy soporto;y me trago su aliento, y hasta tocolas sucias manos y la piel infame.

Se apagaron los rayos de mis ojosante la injusta suerte. Se extinguieronel fervor por la vida y el estruendode mi dolor hermano, y ya se fueronlas espumas de rabia de mi boca,y el duro látigazo, y el estrépito.

Todo se acabó al fin: la prisa perentoria,la cólera infantil, la carcajada,los dientes y los sueños, el insulto,el mordisco impaciente a la manzana.

Todo es historia ya. Me quedó solamente la sonrisa,y un distante calor en paz de luna machacada.

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Cánticos de ti.Notas en mi garganta. Con tus nombres.Espadas en la nuca gloriosas, al sol nuevo.Siempre ávidas de más, tan siempre tuyas.El mundo en tu aposento.Gozándose de ti, llenándote.Paraíso de aves en tu pelo.Como nacidas en ti.Aves y aves y aves y otras aves.Pasión de alas de aves crecidas en los rumbos al mar.Pasión por ti decapitada.Rota.

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Sólo tú eres real.Sólo tú permaneces.Tú sola importas detrás de las heridas y los tránsitos.Sola tú.

De nada me sirven la sonrisa reptil del último dólar,ni el gesto serio y vano del político,ni el vestigio de Dios en los maderos,ni el padre ni los hijos hermanos.

De nada me sirve todo estopara pisar fuerte sobre el mundoy poder mover hacia adelante mi humanidadsin arrastrarme como las muecas lombrices.

Sólo me sirves tú.Tú sola ereslo único real en medio de las pesadillas y los filmes.Sola tú.

Y sin embargo,bien sé que serás frágil algún día,que algún día es posible que pases ya de largo,disuelta luz entre los peines y las arpas,y que incluso amenaces cesar como las últimasdesfallecidas nubes de la tarde.

Pero aún así tú serás siempreinagotable como esa misma luz,la que aun vencida ilumina en mi oscuridad otras regiones,otros quizá universos ya distintos,o un mero pliegue marginal de mi alma permanecida y tanta.

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Quién sabe qué rigor,qué ácido seco llevaríahasta mis ojos los átomos de puisacuando el viento pasó.Quién sabe las deliciasdel ciego escozor, sentirse bajola lluvia feroz y lateral,cernido,en medio del callejón más solo,la calecha olvidada de Dios,niño que empezaríasu andar apostillado,su dolor de ojos arañados,mientras todos los otros pensamientosrecién purosse iban con el mísero viento renacidoa buscar otras muertes otros párpados.

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Si tendré tan el alma picada de viruelasque yo mismo me espanto ante la luz que hieredesde el manchado espejo de mi memoria, y duelecon el dolor suave de una antigua tristeza.

La cubro cada día de talcos y cenizaspara acudir al mudo carnaval de la gente,como si no existieran los vientos o esa lluviaque nos deja desnudos de engaño nuevamente.

Detesto hasta los dedos que quisieran celestesaventar los temores aquellos ¡qué lejanos!,como si el cáncer fuerte pudieran unas manosextinguir con caricias y piedad solamente.

Recuerdo aquel mordisco, la indignidad primeraque restañé tan pronto, sin cicatriz apenas,con solo un leve susto de viejas porcelanas,un apretar de dientes, una firme promesa.

Pero quedaba el germen. Y el corazón inmensose me fue envenenando.A golpes.En silencio.

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Niño contemplando la muerte roja y súbitaresbalar como un flujo de asesinadas hembraspor el hierro hasta el cubo donde fraguan las pasiones,los brazos que impiden las patadas al destino cruel,el fulminante apóstrofe a la vidaque acallarán sucios dedos, risas, himnos.

Niño ante el que se abría un volcán o las entrañas,los blancos panes, las tripas o la dudade qué hubo allí que se marchó o no hubo nadade lo que habrá en mi pecho niño no lo sé,o si también alguna vez la segur garraha de llegar azul como una sombrahasta mi despoblado corazón inexistente.

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Hoy contemplo qué tarde este despachode paredes abruptas, de moquetaen que perduran huellas de tanta humana mediocridad,de tanta vida estéril que de pronto aborrezco,y se me hace duro pensar que éste es el aire cotidiano,la hermana realidad,el espacio más afín de mi universo.

Detrás de mi cabeza, la ventaname lleva a la locura sin pretextodel aire libre duro de la calle,donde los enanos cómicamente se mueven,y entre una y otra visión siento un escozor de cicatricesde alas afeitadas a la espalda,dolor de ojos nacidos para el inmenso asombro de otra luz,o para una imposible lágrima distinta,de miembros implorantes de algún brinco sideral e intrépido,de pulmones que escupen su desprecio horrorosoy piden aire, amor para la voz, aliento claro.

Y cuando más me miro y más contemploesta tristísima cadenaarrollada a mis ansias, tanto tiempopodrido sin remedio ante mis pies,mataría con gusto a este recién llegado,a este pobre verdugo que a mi puerta golpea cortésmente,que una vez más me lanza su aborrecido aliento humanoy me humilla en su amable voz, en su suaveatornillarme más a mi sillón de paralítico,a mi morir continuo frente a un tiempocada vez más pequeño,más perdido en las brumas de mi diario hastío,más espantosamente ajeno cada díaa mi yo sólo ser idéntico y anónimo.

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Cuando agonizo dentrodel negro tubo cóncavolisodel desamor que tuyo empieza,abrazndo de ti solo lo lejos,buscándote la huella por los mojones kilométricos,o cuando vuelve a mílo sepia de las soledades más antiguas,los estaqueados cueros del desvándonde se ocupan intensamente las abuelas,o cuando al recordarte siento todavía quizáel dormido terror de las manzanasen mi penumbra de paladares y bodegas,sé que hice bien en apartar de ti aquel díadefinitivamentela mirada y el pánicoy en comenzar a recorrer los olvidadoscaminos de la luz y los espejosdonde mi CONDENA se escribirá seguramentecon los lápices más fuertes del destino.

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Todavía nunca las cerbatanas del odiohabían envenenado mi antigua juventud,ni mis fronteras de innumerables ósmosislas habían franqueado alguna vez las víboras.No era aún la hora vestibular de los cafés o los cadalsos,ni tampoco la hora de los cabellos caídos,todavía las frentes admitían relámpagos,ignoraban pliegues y cicatrices,y reflejaban la incierta sonrisa del tiempocon la mínima fidelidad de las rocas.

Era —aunque engañosa— una sutil inexistencia de escarabajos negros,de orugas verdes, blancas, venenosas,de esporas abatidas.Esa inexistencia que —por eso digo engañosa—encubría la azarosa y mística realidad del germen.

No. No era tampoco aún el tiempo resignadode las sandalias polvorientas,que no hacía falta sacudir porque la sola iralimpiaba el airecon un vendaval de guillotinas.Y tampoco era llegado el tiempode los búhos horribles del silencio y la vejez,de las llanuras que fabrican los vientos ásperos del Norte,o la asombrosa decadencia de los péndulos.

No. No había llegado todavía —como hoy sí— esta presencia amargade los sangrantes forros,la dentera maligna,la asfixia precoz.

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Misterio claro comolas integrales o la música,como sumas de seriesque tenderán a cero o a infinito,el límite,el sutil equilibrio de las tangentes,todo lo que es diferencial o ínfimo,o tan millar como el conjunto de los números primos,como los elipsoidesque adivinaron hace siglos las leyes de Kepler,o el algoritmo labrador del lírico misterio del tiempoque desvelaron el álgebra y el cáncer.

Adelantan, atrasan, rigen el corazón esos relojessegún la velocidad de nuestro péndulocordial y relativo.

E = mc2

Lo que mantiene todavía mis ganas de soñar y morires tan solo mi artística creenciaen el Dios solitarioinclemente y justo de las matemáticas.

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La vida transcurre a veces por llanuras interminablesdonde pájaros ominosos cuelgan de las bóvedas altas,levemente advertidos por un aletear mínimo y tembloroso,y las espigas se mueven como algas semiflotantesbajo un sol detenido que no es posible mirar,y las moléculas de polvo encantadoramente coloidalesnos van introduciendo al buen pastornavegante por rumbos de ocarinas y dólmenes.

Atrás en la fina línea de los labios horizontalesse confunden en la disolución de la sequíamaterias y deseos,alas y pezuñas,y desaparecen los caminos hasta solo quedar un punto blancocomo un mojón o una camisa al aireque no se sabe si va o viene.

Por las llanuras vagan siempre jinetes casi transparentesque abatió la canículaen incendios misteriosos y pálidos,al este y al oeste,al norte y al sur,apariciones de ángeles exterminadores y raudos.

Como un ara tendida donde cuchillos de obsidianaperecieran cayendo desde las constelaciones,se cruzan y entrecruzan las rutas al designio azaroso del viento,oh soledad y vida, llanuras de signos y aeródromos.

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Me sumerjo en tu cuerpo como en unanube blanca mentirosa de inercias,que abandona jirones al vértigo de un paso:mi caída febril, mi contrición perfecta.

Me abrevo en tu rezumo como en esasfuentes de arenas leves que succiono,y arañan mi garganta con saboresde las más duras tierras que conozco.

Me olvido del espacio salvo el pocoque queda entre nosotros, ese espaciodonde sufren los mástiles del vellosu fortuna de vientos y de tactos.

Pero me olvido como quien se olvidade esa mañana nueva ya sin verte,en el sueño agotado, con la tierraentre las uñas negras, y la injusta suerte.

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Solo.Solo.La música yo solo.Los mundos y el amor yo solo solo.Converso con yo solo, no conmigo.El tiempo sólo yo.Solo yo ni mi piel.

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Me he cansado de tanta ofrecida libertad.No la necesito.He resuelto no doblar más la rodilla ante su imagen,ni recoger más mi baba pronunciando su nombre,ni por supuesto ofrecer más mi pecho ni mi cántico.He decidido.

Yo no sé de qué me hablan sus sumos voceadores,ni sé qué significa ser dueño de los propios destinos.Quizá signifique ser librecomo una mosca en la tela de araña,donde dispone de minutos o segundospara desplazarse cortamente,mientras espera el abrazo que ha de llegar sin dudacon la certeza de la muerte.

Para qué quiero esa libertad tristísima y vigilada.Para qué quiero ser libre en las delgadas raspaduras o migajas.Para qué.

Qué me importan las cadenas de hierro,o la simple presión física de unos átomosde que también me desprenderé.Incluso nada me importan las cadenas del espíritu,porque sé que al final seré tan libre como los sabios o los poderosos,como los vanos hechiceros que conocenlas palabras mágicas.Porque sé que al final pereceremos todos en esa misma tela de araña,donde agonías y designiosson meros hitos del cronómetro.Porque sé que siempre habrá un último espacio donde todosseremos tan dueños y librescomo las moléculas de un gas enrarecido y noble.

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En el colegio púnicomaduraban los versos y una florse desvanecía de ventana en ventana.Vestidas ya de negro las cigüeñasdel mal adolecían.Ojos adustos, calvas como mundos,entre ángulos de incidencia y reflexión,de Dios a Homero, de Balmes a Loyola.En el billar satánico de gritossufríanse el aceite y los rectorescon largos tenedores, rabos largospinchándonos la pollita tiesa,todos los desconsuelos de las horas,y el no saber al fin que nuestra infanciaera sucia y salóbrega,y que sólo podría quedar adolescenteel orín del esperma sin un llanto,la pátina y la niebla,lo incoloro y el ganchode la nariz, el tedio perdurableque hoy rasco como barniz redescubiertoentre las cosas viejas…

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Se acercó golfeando por la esquina,llena de cuerdas verdes y de combas,aquella mujer alada,tachonada de peines cicatrizados y lechuzas,qué vidriería la de sus ojos bélicos,mujer de globos.

Desde el kiosco me llevé su trasluz a la cartera,la piedad de sus gravas desdentadas,me descarté de velos suyos o plumajesque por las aceras corrían deambulaban,el corazón sonaba dormido sobre el Times,tacones y tacones sobre colillas zigzagueantes,la mujer que nunca soñé.

Se alejó. Contoneos y firma trashumantes.El kiosco vaciado de cartas y revistas,hojas de calendarios todo antiguo,desaparecida cada noche más rauda entre los claxons,el culo pregonando y la tortilla reina por la calle.

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Oculta claridad.Oscuridad incierta: fantasía.Agua en lívidas gotas rezumada.Oh vapor del esfuerzo, oh voluntad de altura.Paso a paso hacia ti.Intrépida,desvanecida noche feneciente.Dígitos del viento entre los húmeros.Notas que desconozco persuadidas, quizá del animal, oh errante.Qué oscura claridad que así confluye transida de ramajes.Geodésicas antiguas, camellos, cordilleras.Misterios hora a hora desvelados, azules.Siempre nuevos en mí.Las músicas informes, los arroyos abiertos, la luz amanecer.Alba impávida y ausente.Cómo eterna.

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Según tu ley, tampoco habríamos llegado todavíaa los terrores de la sed, a los desquiciamientosde las vértebras,a los podridos lamentosde las rótulas sucias de perdón;no, no habríamos llegadoa pesar de los siglos de contarnosque es amor esta prolongación de tubos y de noches,de rastros y de agujerosnegros.Según esa ley especialísima, tampocoestaríamos aún en los clamoresde los huesos y los paladares,ni los saltamontes de las niñeces invividasevocarían las mismas bielas o catástrofes.Tanto nos faltaría aúnpara llegar al preciso claror de las alas abiertas,a la vejez sabia del tacto y las espinas,o para tan terriblemente comprobar que las renuncias todasno nos permitirán nunca llegar a los más escondidospliegues y pestilencia.

Entonces para qué seguir persiguiendo la luzdetrás de las persianas, de los filtros,para qué la agonía de los corredores,el brazo sangrante de los veterinarios,las totales cesáreas,mis rayos X.

No será mejor quebrantar de una vez todas las leyesy asumir esa traición irreparablede las clavículas alzadas,las discretas pantallas,la prisa feliz.

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Entonces todo el mundo era una inmensa sandía devorable,el mar, un papel blanco para mi tiralíneas,los montes, simples barreras para los cien mil metros obstáculos, y el aire, un duende azul escapado de las botellas.

Entonces, la vida se escondía siempre bajo la madera de las tarimas,o en el misterio de los caracoles vacíos,y el calendario era tan solo un mágico pronóstico de dichasque gobernaban a la vez el viento y el reloj de bolsillo.

Era posible entonces la vejez sin fatigade la abuela marina, y era posible el cierto devenir de los díassin tragedias ni músicas,y era posible amarte sin nombre y sin estrépito,y sin cómo cambiaste, y qué pena, o cuánto tiempo.

Entonces, todo era cualquier traje estrenadosin culpas y sin manchas en los días de fiesta,y nadie nos decía por qué el rostro cansado,por qué el odio y el miedo, por qué las hojas muertas.

Entonces, aquel chopo, que aún existe, contabacausas de malhumores de la vida, la muertedel abuelo aquel día, la temprana injusticia,aquel su alzarse al cielo con su vuelo de siempre.

Y cuando pasó entonces y vinieron las lluvias,se agotaron el mundo, el mar, los calendarios,se callaron el chopo, la abuela y el tic-tac,se pudrió la tarima, se acabó el solitario.

Y se quebraron luego en mi garganta todaslas cuerdas doloridas y el silbo de cristal.

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Sacrílegamente te imaginodesnuda de casullas doradas,paseando levemente por las barandillas,como una Mónica Vitti,soñolienta en medio del vaho de las mañanas,con la expresión de los placeres aprendidosy olvidados,y con las legañas y estalactitas de la nocheen los ojos casi circuncidados.

Pasivamente escucho luego tu paso muelle y largopor el césped de los jardines,como alejándose de los sueños y las residencias,y entonces siento no poder injuriarcomo quisieraa los que reglamentadamente opositan al amorfuera de los aullidos de los lobos,a los que resignadamente o por la decadencia de los gritosno pueden ya maldecirse en el placer, en la agonía,ni arrancarse la piel de las mordazas,ni cegarse de sí, como me ciego yocuando miro tu desnudez más gregorianacorrer largamente como una voz por entre los paisajes y hendiduras de la niebla.

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Como ofrecido al sol inexistente,el alzado ataúdentre pálidas calvas arrecidascruza el blanco maná.Advienen con mudo paso interrumpidolas miradas caídas y el distraído amor,aquella cancilla abiertapor donde pasó tantas veces mi niñez imprevistay devolvió el denuesto blandosobre los perros ázimos difuntos.Escucho levemente caerla nieve cómo oprimela tierra vencida y agria,así el talón querido despertabalas tablas vacilantes o la edad que traían,su mano tantas veces el caliente ladrillo,la manta coloquial o la cazuelaacariciada en humos tiernamentecon qué rumiantes sopas de ajo en las mañanas.

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Estos como hoy días que pasaninformes, sin sentido,mirados en la neutral blancura de un papel,callado mundo incógnito,ciego,colmado de la justa palidez del exánimehondísimo agujero de la nada.

Pasean lápices su torpeza cansada,divagando,delineando curvas azarosas donde otra vezhirvió la vida,y sonaba el latigazo de la súbitaconfirmación del verso.

Va su punta a la bocacomo si la estéril humedad significaraalgo más vital y suficiente.Los ojos al techo incomprensivos,la memoria a unos cuantos días atrás,cuando en el extremo de los dedos y los lápicesse agolpaban las electricidades y ese ciertodesconocido afán.

El sueño a tanta fácilevasión de lo hecho.Las iras ya templadas.El dolor ido.

Y si por una vez insiste la osadíay aflora la palabra, me espanta este esqueleto atroz,esa sonrisa desdentada,

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el absurdo ballet de sílabas y horrorque desconozco.

Y concluyo una vez más mis manos asfixiandoel papel no habitado mientras sigocon la mirada allí,en la distante nada de otro día,otro pozo sin luz,otro papel: lisura de desgana o agonía.

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Cuando ya de las costumbres o las hojaspresentí crudamente los primerosalbores de lo cano,cuando ya los sentimientos imitabanel cansino palpitar de las vísceras—mi propia luz envejecida y lágrima—,cuando creí al fin que nada de ello persistía,y era verdad, apareciste solacomo lozana redentora de los días,llegaste a mí como el milagro verdecidode las ramas que orillaron los incendios,viniste a trazar la línea blanca y divisoriasobre los encerados más oscurosde mi desván de niño, y me trajistela clorofila antigua y soleada,el corazón del vidrio y los contornosde la fiel realidad.

Así seríacuando arrumbé los fardos y las cruces,cuando tracé tu magia por el álbum,y retomé los pocos años imborrablesque acumuló el amor, ya tú rendida.

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(A Eduardo Romero)

Ni yacer con la almohadaoprimiéndome los puses y los pensamientosni levantarme a comer algo superfluo,no a las ondas que me traen a Granados tristemente,ni el picor de presentir el cáncer infalible comenzando,ni apoyarme sobre un papel,ni resbalar la vista sobre lo que quizá fue algopero ahora qué.

Me duele la cabeza poco a pocoy el sueño más ajeno que perdícompóngolo en poemas arruinados yo solo.

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Casi todos los ángeles se hospedan esta nocheen tu cuerpo signado de júbilos y éxtasis.Casi todo lo eterno se desvela en tus mapas.Casi toda la voz, la mirada, la carne.

Llevo las pobres manos desde la dura fiebrehasta el mundo distante que ofreces a mis brazos.Y descubro el callado crecer de tu certeza:el ancho más pequeño, tu próximo lejano.

Tus mares los deseco con mis labios más tuyosque acechan la locura de tus venas fluviales.Y bajo el toldo nuestro de ternuras y tránsitosvivimos un portento de renuncias totales.

Son las perdidas horas, los felices momentos,cuando se olvidan rumbos, amarguras y cárceles.Cuando en mi noche inmensa de pájaros azulesse hospedan en tu cuerpo casi todos los ángeles.

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Recuerdo una pasión de olas caprinasrojas y blancas, el belfo impúdico torcer,orgasmos repentinos y roncos, alzarse el viejo chivoaquí estoy yo y abarcar con sus patasanónima y fugaz la bola carnal del mundo,surcar el polvo ajeno al caminar pausadode aquel pastor de tintineantes chapitas en el cuerpo,de abalorios raros, engranajes, resortes,y bolsillos llenos de plumones almados,arabescos, faunos y bocetos de dólmenes.

Espiaba en sus ojos la visión de un placermientras por mis dedos corría el semen espesoy las nieblas del mundo nictitantes palomas¡aquel nublarse a solas el hondo paraje de la vida!ser chivo, cabra, pastor, desafiante crío de vecera.

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Cuando ya consumadareposas, transfundidade ajena identidad,y me inclino sobre ti extraña,y veo y compruebo tu distinción,tu ser único,repaso tus bordes claros,por donde te circunda ese espacio vacíodel que formas parte quizá,veo que nada más entré y salí llamandoa los espíritus del sudor y el gozo,pero que sigo siendo yo,tan lejano de ti,tan imposiblemente tú misma,que necesito aún más de los intérpretes aladospara entender tu virgen condición,aún más si cabe de todo necesitolo que creí por un minuto tan común—ese minuto en que pasó de mí hacia ti la triste confirmaciónde nuestra luchapor el propio ser inconfundible—.

Pienso después con la pena más sabia y sonrienteen la espantosa divergencia de nuestras dos nadas,algún día,en cómo será entonces tu no serdistinto al mío y sin embargotan igual.

A dónde recurrirá tu extinto dolor,a qué rincón de qué otro espacioirás tú, si a alguna partehas de ir.

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En dónde tu disociado acento preferidoy mi resto de amorpodrán cada uno enfrentedecir, tocar, saber, comunicarse,como no hoy.

Eres desde tu mismo fondo tan remotaque sé que nunca llegaré—jamás ni en las disoluciones infinitaspodré ser tú, desde este afueraimposible de entrar, de destruirse,jamás podré.

Siempre serás —amor— algún castillopara mí agrimensor,serás las pétreas murallas disuasorias,el bárbaro repudio de mis voces,siempre tendrás de los tambores de mi angustia,los golpes y los ecos inscritosen los duros frontonesde la piel imputrescible de los cráneos.

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Hoy he sentido qué dura y patente la tristezade no poder ya amar a este lejano prójimo;de que mi fiel perro de lanas y ojos húmedosesté siempre por encima de la casual coincidencia de las especies,y de que hasta mi viejo pavo realencuentre cada día el calor de mis alas,expulsoras de tantos pájaros hermanos.

Es dura ciertamente la tristeza irremediablede comprobar al fin que el amor no es forzosamente un código,y que la simple costumbre de otras piernas y brazos similaressólo me produzca el dudoso placer geométrico de las homologías.

He buscado y rebuscado en los pesados libros codificados,en boletines y gacetas oficiales,en las constituciones que guardan los fríos sótanos de las cancillerías,en los hormigueros y avisperos donde se fabrican las leyes naturales,y no he encontrado ninguna última razón de amar,ninguna causa necesaria que me deba sobrevivir,ninguna convincente explicación de por qué un hombredesconocido y malolienteha de oler mejor que mi gatito perfumado,ni de por qué el trigo que comen mis aves del paraísoha de ser prioritariamente harinapara algún niño así famélico y extraño.

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Con solo que el sonidode las campanas niñasregresase desde la última pared,con la frecuencia de los días en sus ondas,con el polen de todas las primaverasy las esporas de la razón en sus pentagramas.

Con solo esovolverían el brillo, la tersura y el ángel,los cabellos azules más indómitosy la mirada abril más inocente.

Con solo esovolverían también quizá las voces extinguidas,los ecos y los adioses todos,las promesas más íntimas,el impaciente amor.

Con solo que el sonidode esas viejas campanas regresase volverían a mí otra vez los años ofrecidos,con qué vuelo de núbiles palomas,a devolverme el sueño y la mañana.

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Cuarto donde a la súbita niñezse evocaban ruidos clamábamos hedoresde allá lejos donde las vacas eranel cristal percutido y aquella grieta fría;cuarto con los techos de historias onaníasy los muros y su deformidadconocían masturbaciones deteniéndosehijo tú también y los vellos que seríanalquitranes lascivos y paraguaslas abuelas.

Cuarto cuyo interior oscuro ya tan claroapenas ha desvelado la belleza,su cómo expresar su qué tan tristede que saber sea haber ya concluidola inconsciencia feliz de aquella edad,los rumores indescifrados otras cosas,la dudosa frutal.

Revivo imposiblemente averiguo humilde cantocómo era el verde aquel y el alba,los miedos hijos de la luna cereza,la mirada vacuna y el decaído olor;y desde el pus, el cuero, las cagadasexiste el mismo espacio seguramente único,tengo siempre mis versos de zahorí y el sueñopara encontrar el rastro cierto que se fue;existe bienhechor el cuarto todavía o lo demolióla madurez y el frío,los fósforos las velas cuando anegadamente vuelvo apátriday se me escapa el tiempo cicatrizando labios por fisuras.

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Ya ves qué lluvias ciertas, qué cenizasdisolverán mi rastro, qué tristezas.Ya ves qué tantos años,cuánto aldabón del tiempo habrán marcadomis cejas blanquecinas, cómo nuncarecordarán tus ojos estas nievestan frágiles de ti, tan testimonio.

Ya ves, amor, qué inciertos páramos acucianhoy esta frente sobre ti tendida,buscando los descansos, una palma,tu analgésico tacto.

Ya ves que volví a ticuando ya los inviernos o las yedrasme encadenan a tedios, a este hastío,ajena desesperanza de los días.

Ya lo ves. Todo pasa.Todo es carne y ceniza al mismo tiempo.Mi amargura parásita en tu vientre.Mi calor ya archivado entre tus páginas.

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Agoté tu presencia de incienso y de cristalescon ciegos manotazos de réplicas y prisas,y se quedó vacía la catedral, y huistede las húmedas piedras, y el ara, y la ceniza.

Se cerraron los ojos de alabastro que entoncesconsolaban mi angustia crecida en la pobrezade oscuras catenarias, frente a la cruz inmóvil,desde donde me amabas con saña y con certeza.

Yo no sé si era el eco de la propia plegaria,o la hipnosis o el miedo, o mi desesperanza;sólo sé que me hablabas como nunca más tarde,y era un mágico alivio tu delgada palabra.

Te perdí desde entonces, o me perdí yo mismo,y quedó ya en silencio tu boca en el umbral;o quizá se rompieron los tímpanos de tantoescuchar tanto estruendo de tambor y metal.

Sólo a veces en raras urgencias del otoñooigo una voz o cántico que no sé descifrar;y aunque cierro los ojos, la oscuridad inventafervores de otro tiempo, vestigios de otra faz.

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Desde la oscuridad del sol,desde la inmensapequeñez de mi alma,desde el odio malignocon que te amé,desde la lejana cercaníade tu piel y mis versos,desde esa viva muerte que me diste tanto,como la pitonisa te llamo y te conjuro,embisto tu altivez con la cabezallena de cuernos ibéricos,atropello tu majestad desnuda por las mesetas,interrumpo tu voz,y arrebatadamente me llevo hacia lo alto tu amada permanencia.

Luego, en la soledad incipiente de los días,ante las negras rocas dondealguna pisada presurosase hizo dura eternidad,grito y grito como un loco desde las orillascon la misma voz ronca de los últimos parientes angustiados,y frente a las cordillerasque nada saben todavía de tu cólera,grito como lo hiciera ante esos humildes árboles del paísque nunca consentirán el frío indeleble de las navajas,grito y grito sobre los ríos sucios de confidencias,grito como le grito a Dios, al trueno o al diluvio,como le increpo a la misma insufrible existenciade bárbaros gestos y ceremonias.Grito de salido amor como para que enmudezcan para siempretodos los náufragos,en esa tempestad raíz de mi más íntima y aniquiladora melancolía.

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Oh tiempo transcurridodesde que mis manosalejé de las banderas,y mis labioscerré a los gritos,ese tiempoen que creció en mí la gris sonrisa escépticacomo hierba quemada en las llanuras,en que tantas veces me vi de piesobre la tierra húmedapasar los ataúdes revestidosy las viudas veladas,los cadáveres que fabricó el inexistente amor,o el odio grabado a fuego,cadáveres de puños cerrados ya,desoladamente secos y vacíos.

En ese tiempo tantovi morir a los hombresfísicamenteo con la muerte inacabable de la resignación;los vi morirpor tantas pequeñas cosas que no entiendo:el cigarrillo mejor o más,una delgada proteína,lo que diariamente tiro al suelo sin mirar.

(También los vi morir—creedme—por el bélico juguete del bisnietoque nunca conocerán,y por esas palabras huecas y largasque en realidad también significan solamente

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algún placer, el alcohol o el ocioo tantas otras banales cosas similares.)

Oh tiempo transcurridodesde que me alejé de todo esodefinitivamente,con la tristeza verde de no creer,de ver pasar diariamente tanta carnede tiro y mataderopor las anchas calzadas del dolor,entonando los cánticosde las esperanzas necias,increpando o ensalzandocon la ínfima discriminación de los locos.

Oh tiempo transcurridoen agostos e incendios,cómo habré pasado yo de aquella ciega fiebrea la pura negación de la ira santapor los duros caminos de la razón y el desencanto.

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ÍNDICE

El autor ���������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������1Prólogo, por Eloy J. Rubio Carro ��������������������������������������������������������������������������������2Poema de J. G. Gancedo dedicado a Teresa ��������������������������������������������������������5ESTOICA MEMORIA, por José González Gancedo �����������������������������������������7Porque me fue dado sufrir lo que es preciso ������������������������������������������������������9Como golpes de cascos ���������������������������������������������������������������������������������������������������� 10Por las indescifrables hendiduras ���������������������������������������������������������������������������� 11A mi lado, la irreconocible ��������������������������������������������������������������������������������������������13Me azotan en esta esquina ��������������������������������������������������������������������������������������������15En tus inmensos brazos que aniquilan distancias���������������������������������������������17Viniste como el agua ���������������������������������������������������������������������������������������������������������18No sé qué día será, pero algún día ������������������������������������������������������������������ ������19Mucho antes del amor� Antes del tacto ����������������������������������������������������������������� 20En tu pared apoyo blanca y vieja ���������������������������������������������������������������������������� 21En algo creo sin embargo �������������������������������������������������������������������������������������������� 22Este mundo ���������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������23Me he quedado sin odios ni violencia �������������������������������������������������������������������24Cánticos de ti ����������������������������������������������������������������������������������������������������������������������25Solo tú eres real �����������������������������������������������������������������������������������������������������������������26Quién sabe qué rigor �������������������������������������������������������������������������������������������������������27Si tendré tan el alma picada de viruelas ��������������������������������������������������������������28Niño contemplando la muerte roja y súbita ������������������������������������������������������29Hoy contemplo qué tarde este despacho ���������������������������������������������������������������30Cuando agonizo dentro ����������������������������������������������������������������������������������������������������31Todavía nunca las cerbatanas del odio �����������������������������������������������������������������32Misterio claro como ���������������������������������������������������������������������������������������������������������33La vida transcurre a veces por llanuras interminables �����������������������������34Me sumerjo en tu cuerpo como en una ����������������������������������������������������������������35Solo � �������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������36Me he cansado de tanta ofrecida libertad �����������������������������������������������������������37

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En el colegio púnico ���������������������������������������������������������������������������������������������������������38Se acercó golfeando por la esquina ��������������������������������������������������������������������������39Oculta claridad ������������������������������������������������������������������������������������������������������������������� 40Según tu ley, tampoco habríamos llegado todavía ������������������������������������������� 41Entonces todo el mundo era una inmensa sandía ������������������������������������������ 42Sacrílegamente te imagino ���������������������������������������������������������������������������������������������43Como ofrecido al sol inexistente ��������������������������������������������������������������������������������44Estos como hoy días que pasan ����������������������������������������������������������������������������������45Cuando ya de las costumbres o las hojas ��������������������������������������������������������������47Ni yacer con la almohada ����������������������������������������������������������������������������������������������48Casi todos los ángeles se hospedan esta noche ��������������������������������������������������49Recuerdo una pasión de olas caprinas ������������������������������������������������������������������ 50Cuando ya consumada ����������������������������������������������������������������������������������������������������� 51Hoy he sentido qué dura y patente la tristeza �������������������������������������������������53Con solo que el sonido �����������������������������������������������������������������������������������������������������54Cuarto donde a la súbita niñez ���������������������������������������������������������������������������������55Ya ves qué lluvias ciertas, qué cenizas ������������������������������������������������������������������56Agoté tu presencia de incienso y de cristales ����������������������������������������������������57Desde la oscuridad del sol �������������������������������������������������������������������������������������������58Oh tiempo transcurrido �������������������������������������������������������������������������������������������������59Índice �����������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������61

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SE ACABÓ DE COMPONER Y EDITAR ESTE LIBRO EN OTOÑO DE 2012, EN LEÓN, CON MOTIVO DE LA EXPOSICIÓN DE LA ARTISTA TERESA GANCEDO, HERMANA DEL POETA, EN LA GALERÍA

ÁRMAGA.

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Principio activo de: e-bookprofeno / malas compañías

COLECCIÓN: TRAVIESAS DE POESÍA

En complicidad con:

Nº 10