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Mar Cabezas Ética y emoción El papel de las emociones en la justificación de nuestros juicios morales Prólogo de Fernando Broncano www.elboomeran.com

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Mar Cabezas

Ética y emoción

El papel de las emociones en la justificación de nuestros

juicios morales

Prólogo de Fernando Broncano

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www.elboomeran.com

Primera edición: 2014

© Mar Cabezas, 2014© del prólogo, Fernando Broncano, 2014© Plaza y Valdés Editores, 2014

Colección: DILEMATA. Ética, filosofía y asuntos públicos.Directores de la colección: Txetxu Ausín y Marcos de Miguel.

Derechos exclusivos de edición reservados para Plaza y Valdés Editores. Queda prohibidacualquier forma de reproducción o transformación de esta obra sin previa autorizaciónescrita de los editores, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Es-pañol de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algúnfragmento de esta obra.

Plaza y Valdés, S. L.Murcia, 2. Colonia de los Ángeles.28223, Pozuelo de Alarcón.Madrid (España).(34) [email protected]

Plaza y Valdés, S. A. de C. V.Manuel María Contreras, 73. Colonia San Rafael06470, México, D. F. (México)(52) [email protected]

ISBN: 978-84-16032-45-7D. L.: M-19840-2014

Diseño de cubierta: María Rosa Encinas Corrección de textos: María ArobesEdición: Carlos Javier González Serrano

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A Nuria, Manuela y Ros: por hacer de mí alguien afortunada

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Índice

PRÓLOGO DE FERNANDO BRONCANO. EL VALOR DE LAS EMO-

CIONES ...............................................................................................

INTRODUCCIÓN .............................................................................

1. CUESTIONES PRELIMINARES ........................................................

2. ACLARACIONES TERMINOLÓGICAS: EMOCIÓN, COG NI CIÓN,

RAZÓN Y RACIONALIDAD PRÁCTICA ..............................................

3. LÍMITES DE LA JUSTIFICACIÓN RACIONAL. EL PRO BLE MA DE

LOS CRITERIOS DE LA MORALIDAD DE LA RAZÓN ..........................

4. RESPUESTAS NO OBJETIVISTAS Y/O ANTI-REALISTAS ANTE LA

LIMITACIÓN DE LA RAZÓN EN LA JUSTIFICACIÓN MO RAL ...........

5. EL EMOCIONISMO: LA INTRODUCCIÓN DE UNA VÍA EMO -

CIONAL EN LA JUSTIFICACIÓN MORAL ..........................................

6. EL NÚCLEO DE LAS JUSTIFICACIONES MORALES: EL DAÑO Y

LA RELEVANCIA MORAL ...................................................................

7. LAS EMOCIONES NEGATIVAS COMO ADVERTIDORES DE DA ÑOS

8. LA INCLUSIÓN DE LA PERSPECTIVA EMOCIONISTA Y LOS CRI-

TERIOS DE RELEVANCIA MORAL ......................................................

COROLARIOS ....................................................................................

CONCLUSIONES ................................................................................

BIBLIOGRAFÍA ...................................................................................

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El valor de las emocionesFERNANDO BRONCANO

La moralidad que todas las culturas manifiestan consiste enreacciones, actitudes y juicios evaluativos ante ciertas ac-ciones, sean estas parte o no de las mores o costumbres de

la cultura respectiva. Alabamos y premiamos o rechazamos y cas-tigamos aquellas acciones que consideramos que, o bien tendríanque hacerse, o que en ningún caso tendrían que haber ocurrido.Estas acciones tienen una propiedad que denominaríamos la «re-levancia» moral. Son acciones que al ocurrir (en algunas situacio-nes, al no ocurrir cuando tendrían que haberlo hecho) provocanestas reacciones que llamamos evaluaciones morales. La ética, entanto que la forma social y cultural que se ocupa de examinar losdiversos ethos o caracteres morales de las personas y las socieda-des, trata de explicar las diferencias, los acuerdos y desacuerdosrespecto a las reacciones evaluativas y los juicios que provocan.Se ocupa de ello porque la base sobre la que se apoyan las reac-ciones es complicada de determinar. Hay un elemento que, comobien explica Mar Cabezas, tiene que ver con la sensibilidad a laspropiedades morales de la acción y otro elemento que tiene quever con la justificación de la reacción y el juicio evaluativo. Estedoble componente nos remite tanto al carácter de las accionescomo a la constitución del sujeto que reacciona y la de la comu-nidad a la que pertenece. Y esta relación entre sujeto y acción esclaramente distinta a la que existe entre sujeto y mundo cuando

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el juicio es epistemológico, es decir, cuando distinguimos, com-prendemos y explicamos un hecho. Gilbert Harman lo enseñamuy visualmente con el siguiente ejemplo:1 supongamos que unfísico observa un rastro en una cámara de niebla y dice: «Mira,eso es un protón». Nos encontramos ante un juicio de hecho queestá basado en la pericia teórica y observacional del físico, esdecir, en su sensibilidad ante ciertos hechos y su capacidad inter-pretativa. Supongamos ahora que un sujeto observa que un ciertopersonaje toma un gatito y lo introduce en un microondas paraobservar sus saltos y maullidos cuando enciende el aparato. Alobservador le repugna el hecho y emite un juicio: «Eso es unabarbaridad». Tenemos aquí un caso de reacción y juicio moralesante algo que está ocurriendo. La actitud moral y la justificaciónética comienzan, y no terminan, cuando se ha emitido el juicio,pues el observador, dejando aparte que acompañe o no su juiciocon una reacción práctica ante el hecho, debe justificar su reac-ción ante un espacio social constituido por prácticas y mores.Imaginemos que en esa comunidad hay gente que le responde:«No, mira, esto es una fiesta. Montamos este espectáculo porquetenemos experiencias estéticas sublimes al ver cómo el animal esvaliente y se defiende, y al analizar la habilidad con la que el ma-tador introduce al gatito en el microondas. Es más, esta raza degatitos no existiría si no la hubiésemos cuidado para los micro-ondas». Aparece entonces un grave desacuerdo moral que noslleva a considerar tanto las mores como la adecuación de las reac-ciones de las dos clases de observadores. Mar Cabezas nos explica muy bien en este libro la estructura

fina de lo que hemos llamado reacciones y juicios morales. Lohace proponiendo una concepción ética, el emocionismo débil,que postula que en el juicio moral deben darse necesariamenteciertas emociones adecuadas, las emociones morales. Son emo-ciones que constituyen la sensibilidad del sujeto ante la moralidad(esa extraña propiedad) de las acciones. Como el físico, que escapaz de clasificar un rastro como un caso de un concepto cien-

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1 Harman, Gilbert (1977): The Nature of Morality, Oxford: Oxford Uni-versity Press, pp. 6-7.

PRÓLOGO DE FERNANDO BRONCANO. EL VALOR DE LAS EMOCIONES

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tífico que se refiere a una extraña entidad, el sujeto moral debetambién clasificar esa acción como un caso de un concepto de na-turaleza esencialmente moral: daño. Esa acción no debería ocurrirporque produce un sufrimiento que no tendría que producirse yque no debe ni puede producirse nunca. Eso es lo que llamamosdaño moral (a diferencia de otros sufrimientos o daños que notienen esa característica, y que por tanto no los juzgamos bajo esacondición de necesidad). Carlos Thiebaut ha desarrollado en mu-chos escritos el carácter modal necesitarista de la percepción y eljuicio del daño.2 El carácter moral del sujeto se demuestra en unadisposición a sostener «¡Nunca más!» respecto a esa clase de ac-ciones, y a cambiar el mundo para que ese nunca más se haga efec-tivo. Ahora bien, necesitamos que el sujeto perciba el daño queestá ocurriendo. Es aquí donde la hipótesis de Mar Cabezas sehace sugestiva. Sostiene que la percepción ocurre porque el sujetocapta la relevancia moral de la acción. Pero esa relevancia debeapoyarse en algunas disposiciones del sujeto. Y entre esas dispo-siciones están las emociones morales. Las emociones no son puros hechos psicológicos, sino víncu-

los reales con el mundo. Son actitudes reactivas, disposicionesque alertan, evalúan un hecho y activan y preparan al sujeto parahacer algo. Las emociones morales, nos dice Mar, se dividen enevaluativas, que son aquellas por las que el sujeto reacciona antesu propia condición: culpa, vergüenza, orgullo…, y emocionesretributivas, que son las que activan reacciones afectivas hacia elagente que ha realizado la acción: indignación, venganza, repug-nancia… Sin estas emociones, postula el emocionismo débil, es-taríamos incapacitados para captar la relevancia del dañoproducido. Es cierto que se necesitan más cosas para el juiciomoral: elaborar públicamente las razones que permiten calificarla acción como daño. Pero sin las emociones reactivas los agentessufren de falta de sensibilidad, de ceguera moral. Su constituciónmoral es defectuosa.

ÉTICA Y EMOCIÓN

2 Thiebaut, C. (2010): «On the negative basis of normative agreements»,Congreso Internacional, Philosophical Dialogue. Tel-Aviv University, 10-12,noviembre de 2010 Ms.

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Esta es la tesis que este libro defiende de manera justa, por-menorizada, cuidadosa y claramente expuesta. Nos encontramoscon un volumen clarificador, controvertido y controvertible queeleva el nivel de la discusión metaética por la complejidad de susargumentaciones y la cantidad de información que maneja en laconstrucción de la tesis.

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PRÓLOGO DE FERNANDO BRONCANO. EL VALOR DE LAS EMOCIONES

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Introducción

TEMA

Era ya el día destinado, en él debía también el hombre surgir de latierra hacia la luz. Así que Prometeo, apurado por la carencia de re-cursos, tratando de encontrar una protección para el hombre, robaa Hefesto y Atenea su sabiduría profesional junto con el fuego [...].De este modo, pues, el hombre consiguió tal saber para su vida; perocarecía del saber político, pues éste dependía de Zeus. [...]Ya intentaban reunirse y ponerse a salvo con la fundación de ciu-

dades. Pero, cuando se reunían, se atacaban unos a otros, al no po-seer la ciencia política; de modo que de nuevo se dispersaban yperecían.Zeus, entonces, temió que sucumbiera toda nuestra raza, y envió

a Hermes que trajera a los hombres el sentido moral y la justicia,para que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amis-tad. Le preguntó, entonces, Hermes a Zeus de qué modo daría elsentido moral y la justicia a los hombres: «¿Las reparto como estánrepartidos los conocimientos? Están repartidos así: uno solo que do-mine la medicina vale para muchos particulares, y lo mismo los otrosprofesionales. ¿También ahora la justicia y el sentido moral los in-fundiré así a los humanos, o los reparto a todos?». «A todos, dijoZeus, y que todos sean partícipes. Pues no habría ciudades, si soloalgunos de ellos participaran, como de los otros conocimientos.Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar delhonor y la justicia lo elimine como a una enfermedad de la ciudad»(Platón, Protágoras: 321c-322e).

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Parece una asunción presente desde el inicio de la historiade la filosofía que el sentido moral es, y debe ser, universal.Pero si todos los sujetos morales poseen dicho sentido

moral, el mismo sentido de justicia, la misma conciencia moral,y si la universalidad es un requisito necesario de todo juiciomoral, entonces, ¿cómo es posible la diversidad moral?, ¿cómose explica la falta de acuerdo a la hora de justificar qué es correctoy sobre todo, qué es incorrecto?¿Indica esta pluralidad que, a pesar de estar dotados todos de

ese mismo sentido moral, estamos condenados cuando debatimoscon aquellos que no comparten nuestro mundo moral a no poderdistinguir cuándo existen buenas razones morales para justificarun juicio y cuándo no?Así, la pregunta inicial de este trabajo no es otra que la pregunta

clásica por los criterios de validez de los juicios morales. ¿Pode-mos distinguir y reconocer buenas razones morales, compartiblesy/o universalizables? Y, si es así, ¿cómo podemos justificar nuestraargumentación?, ¿son los universos morales traducibles o, por elcontrario, estamos condenados a una intraducibilidad de los di-versos lenguajes morales?La historia de la filosofía está colmada de respuestas a la cues-

tión por los criterios de validez moral, esto es, a preguntas acercade cómo justificamos qué es moralmente correcto o incorrecto,bueno o malo; sin embargo, estas respuestas se pueden agrupar,en términos generales, en dos posiciones principales, a saber, laracionalista y la sentimentalista, o, si se prefiere, posturas que,según la posición sobre la naturaleza de los conceptos morales,se incluirían en las perspectivas objetivistas u subjetivistas.Aunque la elección entre racionalismo-sentimentalismo no

tiene por qué ser análoga a la aceptación del objetivismo-subjeti-vismo, pues podría darse un subjetivismo racionalista —se podríaser subjetivista sin por ello aceptar el papel de las emociones enla experiencia moral—, las dos posturas clásicas entre las que lafilosofía ha pendulado responderían a esta cuestión afirmando,bien que los conceptos morales son racionales y, por ende, obje-tivos, bien que son emocionales, y, por tanto, subjetivos. Obvia-

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INTRODUCCIÓN

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mente, la división entre racionalistas y sentimentalistas respondea su vez a la vieja dicotomía razón-emoción.Asimismo, no se puede dejar de mencionar que tradicional-

mente ha sido el racionalismo la postura dominante y defendidamayoritariamente desde la filosofía moral, siendo las corrientesde corte subjetivista teorías con menos impacto y peso. De hecho,es fácil observar, como ya señaló D. Hume, que se ha dado fre-cuentemente una identificación de la capacidad de razonar, nosolo con la corrección lógica, sino con la corrección moral, siendotratada como criterio de normatividad y de validez moral:

Nada es más corriente en la filosofía, e incluso en la vida cotidiana,que el que, al hablar del combate entre pasión y razón, se otorgueventaja a esta última, afirmando que los hombres son virtuosos úni-camente en cuanto que se conforman a los dictados de la razón. Y sialgún otro motivo o principio desafía la dirección de la conducta deesa persona, ésta tendrá que oponerse a ello hasta someterlo porcompleto, o al menos hasta conformarlo con aquel principio supe-rior. La mayor parte de la filosofía moral, sea antigua o moderna,parece basarse en este modo de pensar; no hay tampoco campo másamplio, tanto para argumentos metafísicos como para declamacionespopulares, que esta supuesta primacía de la razón sobre la pasión(Hume, Tratado de la naturaleza humana, II, III: 413).

Sin embargo, el racionalismo no parece resolver por sí mismoel problema de la justificación moral, pues existen multitud derepuestas y enfoques dentro de este grupo de teorías sobre loscriterios de validez moral: deontológico, consecuencialista, de lavirtud, etc. Asimismo, por reducción al absurdo, si la razón fuerasuficiente, no tendría por qué existir la pluralidad de visiones mo-rales ni los conflictos en este terreno. Aun sin aceptar premisasemotivistas ni sentimentalistas, aquellos que debaten desde el ra-cionalismo sobre los filtros y criterios de racionalidad práctica,sobre la validez de un juicio moral, no parecen llegar a justificarde manera absoluta por qué lo que parece malo, aceptable o re-probable es, en definitiva, de tal manera. Evidentemente, no sonjuicios científicos, por lo que no se comportan igual ni se puedeencontrar validez deductiva, inductiva, lógica, de la misma ma-

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nera que se haría en el caso de los juicios empíricos. La preguntaes, pues, como ya señaló Stevenson, si «existe algún otro tipo devalidez peculiar a las argumentaciones normativas, que merezcauna atención similar a la que se presta a aquellas» (Stevenson,1971: 147) y qué hacer en los casos paradójicos en los que la ar-gumentación racional parece llevarnos a poder argumentar lógi-camente a favor de una cosa y la contraria sin cometer ningúnerror formal.Se partirá, por tanto, de la exploración de la vía racional en un

sentido «puro» en la justificación de los juicios morales, ahon-dando en sus limitaciones, su naturaleza y sus posibles causas,para, a continuación, explorar el potencial de la inclusión de la di-mensión emocional en la metaética como una vía complementariay no ajena a la racionalidad práctica. Esto es, este trabajo trata deadentrarse en las posibilidades que ofrece la inclusión de otra vía,la emocional, en la búsqueda de criterios o filtros para reconocerque algo sea una buena o mala razón moral para justificar o no unjuicio moral —sin por ello abandonar un discurso racional, puesen definitiva justificar no sería sino dar razones.Esta elección se debe, por un lado, a la limitación para contes-

tar a la pregunta de la justificación de los juicios morales desdeuna postura exclusivamente racionalista, y, por otro, a la críticamuy presente últimamente en la filosofía a la dicotomía razón-emoción, dicotomía cada vez más desdibujada, si no rechazada,sobre todo desde las últimas décadas, por los teóricos de las emo-ciones, tanto filósofos como psicólogos y neurólogos. En pala-bras de A. Damasio, esta sería una distinción, al menos, algoobsoleta, pues «la oposición artificial entre emoción y razón hasido cuestionada y no es tan fácilmente admisible»1 (Damasio,2000: 13).Téngase en cuenta que la crítica a esta dicotomía seguramente

también significa el derrumbe de otras dicotomías derivadas dela misma. Si se acepta que la línea divisoria entre los constructos«razón» y «emoción» no es tal línea, o si se acepta que la emoción

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1Las citas de obras en inglés no traducidas serán citadas según la traducción

de la autora.

INTRODUCCIÓN

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tiene un papel en la racionalidad práctica, quizás haya tambiénque explorar la exactitud de la validez del presupuesto clásico deque la razón justifica y la emoción solamente explica.Aunque no sea necesario para la argumentación que se desa-

rrollará en este trabajo asumir ninguna premisa concreta sobre elpapel específico de las emociones en el origen de la dimensiónmoral —pues esa sería una cuestión sobre la naturaleza de la con-ciencia moral, y no sobre cómo justificamos el contenido de losproductos de esta conciencia—, no se puede negar que este sinto-nizaría con la idea de que las emociones y los sentimientos jueganun papel necesario en la moralidad —para emitir juicios moralesy/o para el desarrollo de la conciencia moral—, postura que hacrecido en las últimas dos décadas en el plano descriptivo.En efecto, desde la década de los noventa hasta hoy se ha ex-

perimentado un auge evidente de posturas que reconocerían unpapel, en mayor o menor medida, a las emociones en la moral,tanto desde la filosofía moral como desde la psicología de la emo-ción, especialmente en el ámbito anglosajón (Blair, M. Nussbaum,M. L. Hoffman, P. Ekman, J. Greene, J. Prinz, A. Damasio, F. De-Waal, o S. Nichols, entre otros). Parece evidente que, como afirmaJ. Panksepp (2004: 174), una mejor comprensión de la naturalezade las emociones llevaría seguramente a una mejor comprensiónde las distintas formas de conciencia del ser humano, incluida lamoral. Dicho de otro modo, otorgar a las emociones este papelintegral en la moral implica darles un papel en el razonamientopráctico; y si las emociones son parte integral de la racionalidadpráctica, entonces se puede inferir que la frontera ampliamenteadmitida desde la filosofía moral entre razón y emoción es sus-ceptible de ser revisada, en tanto que la emoción deja de ser ajenaa la razón, al menos a un tipo de razón, a saber, la práctica.En este punto cabría preguntarse si, más allá de la ética des-

criptiva, las emociones tienen algo que decir en la ética normativay en la metaética, campo en el que se encuadra esta tesis. Si el ám-bito de la justificación sigue vetado para la dimensión emocional,siendo el campo por excelencia de la razón, pues al fin y al cabose trata de dar razones, entonces, poco o nada importaría el re-conocimiento del papel de las emociones en el origen de la moral.

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Hasta cierto punto daría lo mismo decir que somos sujetos mo-rales porque somos racionales o porque somos emocionales, oambas —de ahí que no sea necesario para la argumentación deeste trabajo comenzar asumiendo ninguna premisa sobre el ori-gen o la naturaleza de la conciencia moral.Este trabajo intentará, por tanto, mostrar otras posibles líneas

de argumentación ahondando en las soluciones viables que pro-vienen de la consideración de la dimensión emocional en el pro-ceso de justificación moral, en la búsqueda de filtros o criteriosde validez moral. Desde esta base, se profundizará en la idea deque, a pesar del carácter subjetivo que tendrían los conceptos mo-rales, sobre todo si se admite su naturaleza emocional, los distin-tos horizontes morales podrían ser comunicables, entendibles ytraducibles a través de su componente emocional, diluyendo asíla paradoja que hace de esta dimensión una condición necesariapara la moral según las investigaciones de las últimas décadas y asu vez un obstáculo para la normatividad y la metaética.Se trata, pues, de comprobar la viabilidad de esta hipótesis ini-

cial, a saber, que la consideración de la dimensión emocional enla búsqueda de criterios de validez moral puede ser un elementoclave para establecer un criterio de relevancia moral compartible,para identificar daños, para evitar los distintos tipos de solipsismomoral y para, en definitiva, hacer traducibles los distintos univer-sos morales.En otras palabras, dadas las conexiones entre las teorías senti-

mentalistas, el subjetivismo y, finalmente, el relativismo y/o el es-cepticismo moral, parecería que solamente podríamos haceréticas, sin llegar a puntos de encuentro o mínimos básicos, uni-versalmente aceptables. Sin embargo, el objetivo de este trabajoes también argumentar a favor de la idea de que se pueden en-contrar otras vías, otras maneras de entender el papel de la di-mensión emocional en la filosofía moral, sin necesidad de aceptarlas consecuencias teóricas del subjetivismo que habitualmente sehan entendido como los grandes peligros para la moral; y que sehan utilizado como argumento para no incorporar las emocionesen la filosofía moral. Todo esto llevaría a plantearse, finalmente—como ya hicieran las corrientes intermedias, característica de

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