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Exigencias necesidades y garantias de la revolucion la

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Page 1: Exigencias necesidades y garantias de la revolucion la
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noventa y un alÍos de iniciada

la gesta revolucionaria de 1910, la intenci6n simplista de buscar analogías o hacer comparaciones entre el pasado y el

presente se torna lugar comlU1 por ello quizá convenga de entrada parafrasear a Marx con la socorrida expresi6n,

cargada de ironía, de que la historia no se repite, sino que se presenta primero como tragedia y luego como comedia.

Cada quien puede sacar sus propias conclusiones al respecto. Lo cierto es que repensar el pasado a partir de nuevas

lecturas y nuevas formas de comprender la historia permanece como el desafío de los historiadores.

Es por ello que reconozco la oportlU1idad y el acierto del INEHRM al celebrar un aniversario más de la Revoluci6n

mexicana con este coloquio sobre Madero y el maderismo, temas que son de primerísimo orden en el historial del

siglo xx, en esa etapa inicial de lucha por la democracia y de expresiones incipientes sobre el concepto mismo de una

doctrina política que acepta el predominio del pueblo.

Pero más allá de esta primera intenci6n, es preciso entender que las tres décadas del porfirismo, en efecto,

anularon las posibilidades de participaci6n, crecimiento y madurez política, como también de movilidad social.

Luego de los años de prosperidad y de relativa estabilidad -porque no podemos ignorar las rebeliones indígenas, los

levantamientos campesinos y las expresiones de inconformidad obrera que signaron el periodo-- tras la inserci6n del

país en la modernidad se requería de W1 cambio que permitiese a los mexicanos aSlU11irse como políticamente

~ Madero. Arte y crónica de la Revolución mexicana.

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preparados para ejercer y vivir en democracia, según expresó e! propio Porfirio Díaz,

aWlque sin una intención deliberada.

Vale la pena recordar que los primeros demócratas de los novecientos -como los

magonistas y otros- habían planteado la necesidad de reformar e! status quo mucho

antes de que Francisco 1. Madero, e! apóstol y e! místico de la libertad, se propusiera

trazar, casi como ilLUninado, un bosquejo de nación totalmente nuevo.

Para las nuevas generaciones, instruidas en e! positivismo, se trataba de un cambio

que, en primera instancia, renovara la cuestión política, para atender entonces -y solo

entonces- las cuestiones de carácter social y económico.

La propuesta de que los mexicanos retomaran la vía democrática para hacer frente a

la caducidad gerontocrática de! régimen, parecía más una ilusión que un propósito

sólido, y sin embargo empezó a tomar fuerza como un reclamo de grupos diversos,

entre ellos los ree!eccionistas, los reyistas, los científicos, los de! Partido Democrático,

de! Partido Liberal Puro y de! Partido Antirree!eccionista.

Todos ellos representaban los nuevos tiempos y las nuevas circunstancias, de cara a

la búsqueda de soluciones para un nuevo país, en un nuevo siglo, con nuevas ideas y

nuevos proyectos de nación. Las viejas guardias, los sobrevivientes de la generación de

la Reforma y de las luchas en contra de! intervencionismo extranjero habían quedado

atrás. Eran ya parte de las efemérides cívico-patrióticas.

Así, los jóvenes profesionistas -abogados, médicos, maestros y hasta los hijos de los

viejos hacendados- se apiii.aron alrededor de LUla propuesta comlU1: la de un México

diferente con más oportlmidades políticas y económicas. Es ahí donde se empezó a forjar

un valladar entre lU10S y otros, que de ningwla manera menguó en e! ánimo general.

Tal fue el caso de los Madero, familia plutocrática indiscutiblemente beneficiada por

e! régimen de Díaz, que representó, con mucho, a la ideología liberal de! siglo XIX,

aunque sin e! jacobinismo de aquella. Francisco 1. Madero no podía permanecer ajeno

a la nueva oleada democrática, de alú que arremetiera con entusiasmo renovado en la

vida política de! país, ante la invitación velada que el viejo dictador había hecho en

la entrevista que SOSnlVO con J anles Cree!man para la Pearson Magazine.

El libro La sucesión presidencial en 1910. El Partido Nacional Democrático) que escribie­

ra Madero, puede tener muchas lecturas, pero estaba claro que sugería un cambio

gradual, sin violencia ni mpturas. Se trataba de retornar a la democracia y la legalidad,

desechando de antemano la vía revolucionaria. Con ingenuidad y entrega, Madero se

aprestó a construir e! Partido Antirree!eccionista para luego protagonizar la campaii.a

presidencial que habría de can1biar los destinos de! país en 1910.

Sin embargo, la interrogante que se plantea de primera intención es: ¿A qué tipo de

democracia se refería e! coalmilense? Porque no hay duda que e! término mismo signi­

ficaba y significa diferentes cosas para los diversos grupos e individuos.

Sobre todo significaba la búsqueda de una vía pacífica que consideraba escasamente

-{) de plano ignoraba- los grandes problemas nacionales a los que se había referido con

tanta profimdidad y acierto Andrés Molina Enríquez. Pretendía reconocer las exigencias de

las diversas clases sociales, respetando el orden establecido, y emplear lU1 lenguaje similar

con todos los mexicanos, sin distingo algtU10. Sin embargo, la diversidad de la población y

sus necesidades hacía difícillU1a comprensión homogénea de las propuestas políticas.

Los problemas de! canlpo, las necesidades de la población indígena, la pobreza y la

ignorancia apenas se mencionaban. De cualquier forma, Madero encarnó la esperanza

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del cambio. Así las cosas, en su proyecto empezaron a colaborar hombres de gran

capacidad procedentes de diferentes ideologías y orígenes. Muchos de ellos, más gue

convencidos de las ideas maderistas, se aproximaron al movimiento ante el vacío de

propuestas de otros grupos y la falta de respuestas claras a sus inguiemdes.

Desde el arrangue del movimiento antirreeleccionista surgieron también muchas

voces disidentes, con críticas agudas o demoledoras, según fuera el caso, y gue tras el

trilUlfo de los primeros revolucionarios y luego el inicio del gobierno maderista, gene­

raron exacerbadas discusiones y diferencias insalvables. Quizá el ejemplo más claro de

ello fue la confrontación en la gue se vio envuelto el presidente Madero, defensor de la

democracia y del respeto a la división de poderes, con la XXVI Legislatura Federal . Ahí

la lucha fue enconada, frontal, permanente. Expresó de muchas maneras la incapacidad

del Ejecutivo para discutir con los representantes al Congreso las vías para salir adelante

en la empresa gue se habían trazado y por la cual habían recibido el voto populal:

U na de esas voces críticas fue la de Luis Cabrera, reyista de cepa, guien ante el

timbeo y luego la claudicación del octogenario general a participar en la lucha electoral

retando al compañero de armas, al jefe y amigo, el joven litigante y periodista optó por

afiliarse al antirreeleccionismo, sin comulgar del todo con las ideas de Madero.

Convencido sin duda de la necesidad de la práctica democrática, se swnó a la lucha

desde la tribuna del periodismo gue la arena independiente ofrecía, alll1gue ni en El

Antirreeleccionista, dirigido por Félix F. Palavicini, ni en elMéxico Nuevo, encabezado por

Juan Sánchez Azcona, se publicaron jamás sus artículos.

El epistolario de Madero da cuenta de lll1a relación cordial y de respeto con el

articulista y novel abogado, a guien asignó una serie de tareas de todo orden, como

la de proceder legalmente para exigir la devolución de las prensas confiscadas al

órgano de difusión de su partido. Con frecuencia giró instrucciones a sus colaborado­

res -especialmente a Emilio V ázguez Gómez- para gue atendieran las propuestas de

Cabrera previas a la Convención Antirreeleccionista en la ciudad de México.

Su correspondencia deja ver gue leía con minuciosidad los artículos gue -bajo el

anagrama de Lie. Bias U rrea- se publicaban princi palmente en El Partido Democrático

de Jesús Urueta, y sobre los cuales expresó a menudo su admiración, aWlgue no dejaba de

inguietarle el estilo frontal y comprometido gue empleaba el periodista. 2

Madero fue sensible a la distancia gue el poblano manmvo respecto del reyismo,

convencido de gue había reyistas de buena fe a guienes habría gue atraer a la causa, e

incluso escribió a Cabrera para comninarlo a luchar junto a él con el argtll11ento de gue

"es lll1a persona a guien aprecio altamente y Wl elemento gue considero de gran impor­

tancia para nosotros".3

Sin embargo, las relaciones entre ellos no fueron fáciles. De hecho, el norteño repro­

baba el tono directo de Cabrera, casi de denw1Cia, y los atagues gue hacía a los viejos

jerarcas por considerarlos excesivamente peligrosos. Creía gue el abogado vivía desa­

fiando el peligro y en permanente zozobra, a Wl paso de ser aprehendido, pero recono­

cía gue de algún modo los atropellos sufridos por la familia de aguélle beneficiaban

porgue tenían gran resonancia y contribuían al desprestigio del gobierno porfirista.

Más aún agregaba sin empacho:

También redundará en bien de nuestra causa, porque usted, que por razones que me son perfec­

tamente conocidas, había estado relativamente tranquilo, ahora acometerá con más energía con­

tra nuestros adversarios, pues no es de los espíritus que se amilanan con esa clase de persecusiones4

.. Félix F. Palavicini.

Archivo Fotográfico

INEHRM

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Page 5: Exigencias necesidades y garantias de la revolucion la

• Luis Cabrera. Archivo

Fotográfico INEHRM

Aunque miembro del Partido Antirreeleccionista, Cabrera nunca fue invitado a formar

parte de la lucha armada. Tiempo después, recapitularía al respecto y a manera de

explicación, advirtió que ello se debió quizá a que "no se le creía capaz de empuñar las

armas, o porque se le consideraba demasiado independiente de carácter".5

Si bien reconoció las cualidades y compromisos del jefe de la Revolución, mUlca lo

consideró preparado para tomar el mando del movimiento que se avecinaba, a tal grado

que, por precavido o premonitorio, anticipó las consecuencias dramáticas que podrían

suscitarse. Esta especie de advertencia guiará su conducta desde el arranque mismo de la

gesta revolucionaria. Luego de las fraudulentas elecciones y la consecuente huida de Made­

ro hacia territorio estadunidense, desde donde lanzaría su Plan de San Ltús llamando a

tomar las armas para derrotar al dictador; Cabrera permaneció alerta ante el desarrollo de

las acciones, presto con la pluma )í comprometido con la causa, pero no con las armas.

Apercibido de las diversas medidas para debilitar la Revolución, y ante la posibilidad

de un armisticio en los primeros meses de 1911, Cabrera no tuvo empacho en señalar

que aquél sólo se traduciría en el "aborto del triunfo revolucionario".6

Fue entonces cuando publicó dos artículos fundamentales: "La situación política en

fines de marzo de 1911"7 y "La solución al conflicto",8 que sirvieron como preámbulo

a su "Carta abierta a don Francisco 1. Madero con motivo de los rratados de Ciudad

Juárez", del 27 de abril de 1911.

Se trataba de señalar los gravísimos peligros que entrañaría el acto a realizarse en la

frontera norte, insistiendo en que la renuncia del general Díaz, todavía incierta, debía

ser entendida sólo como la base de las negociaciones y que era evidente y urgente

evidenciar la necesidad de que el gobierno quedase controlado por los renovadores, a

fin de que se realizara no sólo el ideal político, sino el de las posibles reformas sociales

que, a fin de cuentas, habían sido la razón nmdanlental por la que tantos mexicanos se

levantaron en armas.

En dicho documento le expresa a su "distinguido y estimado amigo" que no puede,

ni quiere, discutir con él si hizo bien o mal en recurrir a la lucha armada para sostener

los principios de no reelección y de efectividad del sufragio. Sin embargo, reconoce

que la Revolución es ya un hecho, que el movimiento iniciado por Madero en Chihualma

había logrado una sacudida nacional, que el país se hallaba, casi por completo, envuelto

en una conflagración mucho más poderosa y vasta de lo que Madero pudo suponer

o esperar, es decir; un gran movimiento que amenazaba con ser irrefrenable y que, por

10 mismo, era menester que todos los mexicanos trabajaran para "apagarlo" cuando, al

menos en apariencia, alm gobernaba el viejo dictador.

Cabrera le lanza, a bocajarro, el desafío de reflexionar con urgencia sobre la inmensa

responsabilidad que el norteño tenía ante la historia, "no tanto por haber desencadena­

do las fuerzas sociales cuanto porque, al hacerlo, ha asumido usted implícitanlente la

obligación de restablecer la paz y el compromiso de que se realicen las aspiraciones que

motivaron la guerra, para que el sacrificio de la Patria no resulte estéril". 9

Asimismo, se anticipa a recordarle y prevenirlo de que 10 que va a discutir y nego­

ciar en las pláticas serán las bases de la paz, que no precisamente las pretensiones de la

Revolución, sino, en esencia, la "suerte de nuestras libertades políticas". 10

Si bien es cierto que Cabrera había instado ya al general Díaz a transigir; se muestra

contrario a que lo haga Madero al abrirse las negociaciones de Ciudad Juárez. En el

primer caso se refería a la retirada del gobierno, que sólo tendría consecuencias ad-

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ministrativas. Por el contrario, si los revolucionarios cedieran ello implicaría sacrificar

la propia Revolución.

Reinaba igualmente la incertidwllbre y la preocupación frente a la posibilidad de un

gran derramamiento de sangre por la injerencia de los parientes y amigos de Madero,

casi todos miembros del grupo de los científicos.

No soslayaba tampoco la habilidad de Limantour, el ministro de Hacienda que bien

podia tornarse en el "príncipe de la paz", y pOlúa énfasis en la importancia que tendrían

los sucesos internacionales que podrían sobrevenir como consecuencia.

De este modo, el Cabrera de los años de la rlWolución de entonces lanza su conocida

arenga:

Las revoluciones son siempre operaciones dolorosísimas para el cuerpo social; pero el cirujano

tiene ante todo el deber de no cerrar la herida antes de haber limpiado la gangrena . La opera­

ción, necesaria o no, ha comenzado; usted abrió la herida y usted está obligado a cerrarla, pero

guay de usted, si acobardado ante la vista de la sangre o conmovido por los gemidos de dolor

de nuestra patria cerrara precipitadamente la herida sin haberla desinfectado y sin haber arran­

cado el mal que se propuso usted extirpar; el sacrificio habría sido inútil y la Historia maldecirá

el nombre de usted, no tanto por haber abierto la herida, sino porque la patria seguiría

sufriendo los mismos males que ya daba por curados y continuaría además expuesta a recaídas

cada vez más peligrosas, y amenazada de nuevas operaciones cada vez más agotantes y cada vez

más dolorosas. 11

Lo que se proponía Cabrera, valiéndose de una retórica muy decimonónica, era presio­

nar a Madero para que, como responsable del estallido de la Revolución, asumiera su

deber de sofocarla, de manera radical y absoluta, a fin de no dejar rescoldos. Sólo

entonces se evitaría que el país estuviese expuesto a un sÍlmúmero de crisis, toda vez

que el camÍllo de las revoluciones había sido mostrado ya a Wl pueblo que, levantado en

armas, pretendla conquistar sus libertades y no toleraría que éstas quedaran pendientes.

Insistió entonces en que los mexicanos todos anhelaban la paz, esa misma que había

prometido el general Díaz al llegar a la presidencia en 1877, argtU11ento que por lo

demás le serviría para perpenlarse en el poder por más de tres décadas.

Paz por el ímpetu popular y las demandas de la Revolución. En este escenario, la

opÍlúón pública se había mantenido firme en su propósito de no levantarse en armas. A

esta actitud de sensatez debía la Revolución su fuerza que, paradójicamente, habría de

obligar a don Porfirio a doblegar su hasta entonces inquebrantable vollU1tad.

Cabrera, en un reto propio de su plmna combativa, le advertía al jefe de la Revolución que

quizá la ruptura del amústicio y la reanudación de hostilidades sería lUl mal sensible mucho

menos grave que no lograr la paz más que a medias, en algtU10S lugares o por poco tiempo.

Esto es, ejercía toda la presión moral e Íl1telectual para que se tomaran posiciones

más radicales y absolutas a fin de no quedarse en las medias tÍl1tas. Antes de firmar

cualquier acuerdo de paz, Madero debía tener clara la urgencia de satisfacer prÍl11ero

las necesidades nacionales. Era menester insistir en que no podrían hacerse concesio­

nes y mostrarse cautos frente a los posibles arreglos colaterales o soluciones parciales

que pudieran proponer las fuerzas del viejo orden.

A f111 de cuentas, ellUÚCO camino posible era aquel que reconociera las exigencias de

la Revolución, las necesidades del país y las garantías que ofreciese el porfirismo para

cmnplir con sus compromisos.

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Page 7: Exigencias necesidades y garantias de la revolucion la

Pero ¿qué entraí'íaba esta tirada de definiciones? Ante roda e! compromiso histórico

que Madero no debía obvia!; porque fmalmente la bonhonúa, la candidez y la presteza

de! líder de la Revolución podrían soslayar cuestiones medulares y trascendentes.

Había que puntualizar y precisar las exigencias: amnistías, indemnizaciones, condi­

ciones de sumisión, formas de disolución y de desarme. De lo contrario, la lucha no

podría darse por terminada y ello generaría condiciones permanentes de caos, sin solu­

ción defmitiva. Cabrera era cauto, a la vez que enérgico, al insistir en que Madero debía

contar con e! consentimiento expreso de cada subjefe local o delegado y tomar en cuenta

las condiciones particulares de cada lugar en donde habían dado inicio las acciones arma­

das, para así escuchar a los diversos sublevados y pactar los acuerdos pertinentes antes de

someterse a entregar las armas. De lo contrario los expondría a un exterminio sangriento.

Ya desde entonces Cabrera reconocía las diferencias entre los levantados en e! norte

-provenientes de Chihuahua o Coahuila- y los de! centro y sur de! país -gente de

Sinaloa, Puebla o Yucatán-. Por ello mismo, tuvo la madurez de advertirle a Madero

que debía ser precavido al atender las necesidades de hombres y mujeres de cada re­

gión, zona o estado de los que conforman la diversidad del país.

Se trataba de satisfacer las demandas económicas a fin de resolver e! malestar social

que había dado origen a la lucha revolucionaria. Porque, finalmente, las necesidades

políticas y democráticas no eran más que manifestaciones de las necesidades económi­

cas, mismas que pretendían restablecer e! equilibrio entre los múltiples pequeños inte­

reses que se encontraban desventajosamente oprimidos frente a los grandes intereses

que, en contraste, se hallaban privilegiados en grado sumo.

En e! orden político, la mayor exigencia era e! cumplimiento de los principios legales

que garantizaran la vida de los individuos y sus libertades, tanto civiles como políticas,

para lo cual era menester, ante roda, contar con tma sana administración de justicia.

Para lograr los cambios no bastaba con mover a unos y otros de los cargos públicos

que ocupaban, pues ello sólo se refería a cuestiones de personalidad que desviaban la

atención de las verdaderas necesidades. Por e! contrario, reconocer y aceptar esa reali­

dad permitiría formular Wl verdadero programa de gobierno, pues

la responsabilidad de usted en este pWlto es tan seria, que si no acierta a percibir con claridad las

reformas políticas y económicas que exige el país, correrá usted el riesgo de dejar vivos los

gérmenes de futuras perturbaciones de la paz, o de no lograr restablecer por completo la

tranquilidad en el país. 12

Poner en marcha una serie de garantías ofrecidas por e! gobierno para realizar los

cambios o las reformas acordadas, implicaba sin duda proceder a emitir Wla serie de

medidas legislativas encaminadas a obstaculizar y hasta impedir el abuso de las autori­

dades ejecutivas. Por tanto, resultaba prioritario e! cambio de hombres, en los niveles

local y federal, para que aquellos que comulgaban con e! ideario de la Revolución

vigilaran e! cwnplimiento de los compromisos adquiridos.

Esta condición, como era lógico suponer, sólo podría ponerse en práctica si Díaz

renunciaba al poder En consecuencia, había que resistir la seducción de! viejo régimen y

sus persuasivas formas de convencinúento. Desengañarse de plano, mantenerse firmes,

enérgicos y contwldentes. Sólo se podría garantizar la regeneración política de! gobierno

con e! cambio de hombres, la retirada de Díaz y e! nombramiento de Wl vicepresidente

renovador y honrado que esmviese dispuesto y comprometido con la Revolución.

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Proponía pues llevar a cabo "una limpia", arrasar con el mal desde lo más profundo

de sus raíces. De lo contrario, las medidas parciales o tibias sólo servirían para perpe­

tuar la agonía nacional. Se requerían decisión y firmeza frente a los embates del viejo

orden a fin de renovar y transformar el poder público en todos sus niveles)' en todas las

circunstancias. Eso significaría, a fin de cuentas, una verdadera revolución, el cambio

demandado y requerido.

En este caso, como en tantos otros, Cabrera se tornó en mensajero de los malos

augurios, mismos que pronto le darían la razón. La falta de radicalismo, la ingenuidad

y las concesiones que se impusieron en los ll-atados de Ciudad J uárez, por la premura y

la falta de malicia y experiencia, habrían de acelerar lU1a serie de acontecimientos que

terminaron en tragedia.

En efecto, al obligar a sus hombres a deponer las armas, precipitó la lucha de Zapata

y el ejército libertador del sur compuesto por campesinos despojados que reclaman

justicia y libertad; a su manera y con sus propios recursos, pugnaban por retornar a

formas de vida que les eran entrañables. Fue así como iniciaron una contienda que ya

no podía esperar, que se desbordó ante la marginación en que el porfiriato los colocó y

la brecha insalvable que produjeron las decisiones y los hechos que el maderismo triw1-

fante trataba de imponer.

Poco después, los desarraigados del norte, primero con Pascual Orozco y luego del

asesinato de Madero con Pancho Villa al frente, el de la leyenda popular y la historia

no autorizada, encuentran en la lucha el camino para exigir la justicia ante el incum­

plimiento de las promesas emanadas de la rebeldía inicial. En poco tiempo, unos y

otros se constituyen en el contingente popular de la etapa social de la Revolución .

No cabe duda que el Madero de la campaJía aJltirreeleccionista fue muy distinto del

canclidato que al cobijo de un nuevo partido, el Progresista ConstinlCional, y separado

de sus antiguos correligionarios, llevaría a cabo W1a campaña que hoy podemos califi­

car de c1ientelista. En realidad tuvo un concepto muy particular de la democracia, así

como de las concliciones que debÍaJl preservar al ejército federal y que, a fin de cuentas,

resultarÍaJl un error fatal para su causa y para él mismo. Aunque estaba en contra de la

servidwnbre agraria, no pretenclió caJl1bios sustantivos en este orden, no los entendía o

quizá no los deseaba. Sin embargo, ofreció a la gente del caJnpo la opornmidad de que su

voto fuese útil y, asimismo, se comprometió con la clase media incipiente para que, por

vez primera, fuera tomada en cuenta en el nuevo escenario nacional.

Cabrera se constimyó en el crítico que quizá con mayor claridad, y sin cegarse por

los éxitos momentáneos del maderismo, intentó develar y denunciar los peligros de que

el viejo orden siguiera controlaJldo, en una segunda instancia, los escaños más altos del

gobierno. Con todo, Madero, que en cierta maJlera lo telúa por muy raclical, en atención

a sus faJlliliares cercanos, como Ernesto Madero y Rafael Hernández, desistió de ofrecer­

le la cartera de Gobernación o de Fomento a quien, al paso del tiempo, se convertiría en

ideólogo del carrancismo y de la Revolución triunfante.

Ante esta simación, el visionario abogado poblano ni se sintió decepcionado ni se

amilanó. Optó por participar activaJTIente en la vida política nacional, enfilando sus

acciones hacia la representación popular como diputado de la XXVI Legislamra Federal.

Ya en el Congreso arengaría abiertaJllente a sus compañeros de curul para reconocer la

urgencia de llevar a cabo los can1bios legislativos que consolidaran la renovación, advir­

tiendo que nada de eso se podía esperar de

T Pascual Orozco, 1911.

Archivo Fotográfico

INEHRM

1:) e O· ;:tJ e ~

Page 9: Exigencias necesidades y garantias de la revolucion la

... José María Pino Suárez.

Archivo Fotográfico

INEHRM

don Francisco 1. Madero, no hay que esperarlo de su gabinete, no hay que esperarlo de la

autoridad polltica en todas sus manifestaciones, hay que promoverla, iniciarla, luchar por ella,

perseguirla aquí, en el seno de la Representación Nacional[ ... ] No, señores; precisamente

venimos a reformar leyes, precisamente venitnos a cambiar muchas condiciones de la existen­

cia polltica y, sobre todo, económicas y sociales de nuestro país[ ... ] 13

Quizá por su bregar como periodista político en el último tramo del porfiria­

to, quizá por haber protagonizado las primeras luchas por la democracia, tuvo una

visión más amplia e incluso más completa de los maderistas. Hablaba sin empacho

de la urgencia de enarbolar la bandera de la no reelección, la supresión de las

jefaturas políticas, la restitución de la libertad municipal )s' la eliminación del

sistema de la leva, que defll1ió como "contingente de sangre". Sugirió

también, ya temprana hora, la disolución de los latifundios y la protección

a la pequeña propiedad, así como la necesidad de reconstinúr el ejido como

medio para suprimir la esclavitud de los jornaleros.

Señalaba igualmente la necesidad de abolir los privilegios -sobre todo del

capital extranjero-, la transformación legislativa en materia civil y penal, la modifica­

ción del amparo, la libertad de imprenta, la responsabilidad de los funcionarios públi­

cos, el mejoramiento de los jornaleros y obreros de las fábricas y la independencia del

Poder Judicial.

Las ideas y los hechos no coincidieron. El llamado Bloque Renovador en la Cámara

fue incapaz de hacerse escuchar, o bien, no supo sensibilizar al presidente sobre la im­

portancia de continuar por el camino de la Revolución. Los intentos de advertencia y

las llamadas de atención de los diputados fueron desatendidas por Madero, y la contrarre­

volución comenzó a tomar fuerza. Cabrera salió del país yen el extranjero se enteraría de

los trágicos sucesos que culminaron con la muerte de Madero y Pino Suárez. Al poco

tiempo retornó para unirse al movimiento constitucionalista en su lucha por derrocar al

gobierno de Victoriano Huerta. De esa manera cerraba el ciclo que había empezado

a trazar en 1911, cuando reconoció las cualidades de quien hasta entonces era práctica­

mente lID desconocido fuera de Coalllúla: Venustiano Carranza.

En las Obras políticas del Lie. Bias Urrea, editadas en 1920 luego de los hechos de

Tlaxcalantongo y el magnicidio del varón de Cuatro Ciénagas, Cabrera advertía a pie

de página que desgraciadanlente, desde que escribiese allá en 1911 aquella carta a

Madero, ni IDl instante había dejado de correr sangre en la prolongada cadena de

rebeliones armadas que sobrevino.

Pero el hombre que había exigido a Madero aSlIDlir una responsabilidad histórica de

inconmensurables dimensiones, con el tiempo y la distancia que permite mayor sereni­

dad llegaría a reconocer; en lID juicio menos pasional y más certero, lo siguiente:

Bien sabido es cómo el alma piadosa y sentimental del Jefe de la Revolución se sublevó ante la

idea de la continuación de la guerra, y ante el horror de la sangre que habría de seguirse

derramando, no pudiendo o no queriendo en aquellos momentos exigir todo lo que debía y

podia exigir para salvar la Revolución y salvarse él mismo. Creyó ingenuamente que con la

renuncia de Díaz y de Corral se abrían las puertas a todas las reformas, se realizaban todos los

ideales, y la paz orgánica, justa y digna, haría la felicidad de la patria [ ... ] Las consecuencias de

la u'ansacción de Ciudad Juárez fueron terribles para la República y para el mismo caudillo que

apostólicamente las fumara. 14

Page 10: Exigencias necesidades y garantias de la revolucion la

Con todo, Madero, según advierte uno de sus biográfos, 15 no fue el creador de la

Revolución, ésta desde hacía tiempo tenía cimientos y hubiera estallado con o sin

programa, mismo gue se completó y evolucionó en forma gradual y pragmática. El

hombre de San Pedro de las Colonias contribuyó a obtener de la opinión pública el

apoyo para el movimiento. Proveyó a la Revolución de una bandera y de un caudillo y

llegó a ser el símbolo de los descontentos y a encarnar el deseo profundo de un cambio

social, económico y político gue, paradójicamente, nunca planeó ni visllU11bró.

Lo anterior permite concluir gue, sin proponérselo, al desatar la lucha política Ma­

dero abrió las compuertas al ímpeUl y la fuerza del México bronco, gue protagonizaría

la primera gran revolución social del siglo xx. De ahí gue la responsabilidad histórica

gue las efemérides oficiales han guerido atribuirle deba ser nuevamente examinada y

reinterpretada.

Es en esta tarea permanente donde se encuentran la razón y el sentido de la historia;

reconocernos en el pasado evitando comparar el ayer y el hoy implica encontrar salidas

fáciles para eludir con ello el trastocamiento profundo de la vida social, es decir gue en

apariencia todo cambie para gue todo siga igual. De lo gue se trata, por el contrario, es

de comprender ese pasado para entender el presente, sólo así evadiremos la actiUld

fa talista de Ulises, el singular y extraordinario personaje de James J oyce, al sentenciar a

la historia como la pesadilla de la gue trataba de despertar. 16

NOTAS

1 Ponencia presentada en el coloquio El Maderismo. Democracia, Historia y Objetivo, México,

Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana ( fNEHRM), 23 de noviem­

bre de 200l.

2 "Carta a Luis Cabrera", en Epistolario de Francisco I. Madero, vol. II, México, Secretaría de

Hacienda, 1965, pág. 278.

3 "Carta a FélLx F. PaJavicini", 23 de julio de 1919, en Epistolario de Francisco I. Madero, vol. 1,

México, Secretaría de Hacienda, 1965, pág. 347.

4 "Carta a Luis Cabrera", en op. cit., pág. 278.

5 En nota de "Carta Abierta", op. cit., vol. ID, pág. 239.

6 Apud en Stanley Ross, Francisco I. Madero) apóstol de la democracia Mexicana, México,

Biografías Gandesa, 1959, pág. 144.

7 "La situación política en fines de marzo de 1911", El Diario del Hogar, México, 29 y 30 de

marzo de 1911 y La Opinión, Veracruz 5 de abril de 1911.

8 "La solución del conflicto", en La Opinión, Veracruz, 18 y 19 de abril de 1911.

9 Loc) cit. En Luis Cabrera, Obras) op. cit., vol. ID, pág. 240.

10 Idem.

11 Idem.

12 Ibid.) pág. 243

13 "Discurso de Luis Cabrera el 13 de septiembre de 1912, pronunciado en la XXVI Legislatu-

ra", apud en Obrascompletas) obra política, op. cit.) vol. III, pág. XXVII.

14 Luis Cabrera, Obras completas, op. cit.) vol. III, pág. 238.

15 Stanley Ross, op. cit.) págs. 116-117.

16 James Joyce, Ulises) Buenos Aires, Santiago Rueda Edito¡; 1972, pág. 65.

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