Express. Arquitectura Literatura y Ciudad, Juan Carlos Pérgolis

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    ExpressArquitectura, literatura y ciudad

    Juan Carlos Prgolis

    1995

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    A mis amigos de La Plata, que estn lejos o ya no estn

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    NDICE

    PRLOGO

    INTRODUCCIN

    UNO: UTOPAS-FANTASASMETRPOLISLa redEl tranva 25La peste

    DOS: LABERINTOSBORGES Y LA ARQUITECTURALa trazaLas sombras de la calle 53Un reflejo

    TRES: SILENCIOSCRNICAS MARCIANASLos susurros en los capitelesEl guila de Plaza Italia

    En el micro 8

    CUATRO: NARRATIVALA CIUDAD Y LOS PERROSLa memoria 1La memoria 2Viajeros 1

    CINCO: LMITESTRISTE LE VILLE

    DescubrirLa mujer desnudaEl lmite

    SEIS: FRAGMENTACINSEIS PROPUESTAS PARA EL PRXIMO MILENIOHollywood ParkViajeros 2Desde BogotBIBLIOGRAFAAutores referidos por orden de aparicin en el texto

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    PRLOGOLA ARQUITECTURA Y LA PALABRA

    La arquitectura ha adquirido una nueva dimensin, la de la palabra.

    Esto no quiere decir que ahora se escriba sobre arquitectura. Vitruvio

    inaugur ese captulo en Occidente hace ya veinte siglos. Bajo su

    influencia surgieron los tratados del renacimiento, los ensayos del siglo

    XVIII, los manuales del siglo XIX y los manifiestos y programas del siglo

    XX. Ahora el asunto es bien distinto.

    Hablar sobre arquitectura, escribir sobre ella, posee hoy en da una

    dimensin especial en la cual las ideas priman sobre la materia. No se

    trata ya de contar cmo son o deben ser los edificios, ni de analizar sus

    estilos o sus propiedades materiales. Tampoco se trata de reescribir su

    historia, de teorizar sobre ella o de insistir en la aguda y necesaria

    crtica social sobre sus agentes y sus resultados. A travs de una

    liberacin de la mente, la arquitectura puede convertirse en otra cosa,en muchas, incluso en algo etreo, liviano como propone Juan Carlos

    Prgolis en este libro.

    Hacer liviana la arquitectura no es una tarea fcil. Sobre ella se

    acumulan incontables y pesadas cargas: la de su propia historia, la de

    explicaciones y argumentos que requiere para ser entendida, la del

    dinero que contribuye a producir y que la aplasta, la de las leyes que lareglamentan, y la estupidez que la empequeece... Slo el poder de la

    palabra y la libertad de la imaginacin permiten hablar de arquitectura

    en dimensiones inmateriales y recorrer, casi volando, diferentes

    espacios, diferentes mundos.

    La Plata expresses un libro inslito en su contenido y en su forma. Es

    un libro sobre arquitectura y es una meditacin sobre la ciudad, sobre

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    una ciudad, mejor an, sobre el recuerdo de una ciudad. Es uno y

    muchos ensayos a la vez. Al leerlo se desentraan sensaciones acerca

    de ese fenmeno obvio y enigmtico del espacio y del tiempo. Es prosa y

    es poesa. Es difcil clasificarlo en una de las categoras convencionales.

    Es historia? Es teora? Es crtica?

    Juan Carlos Prgolis no es un novato en las lides literarias, cuenta ya

    con varios libros e infinidad de ensayos y artculos publicados. Aqu, sin

    embargo, ofrece una cara desconocida de su personalidad, la de un

    escritor avezado que puede pasar confortablemente de lo puramente

    arquitectnico a un sencillo relato de memorias; del difcil argumento a

    la frase evocadora. Su memoria y su amplio conocimiento del mundo de

    la arquitectura y de los otros mundos se manifiestan aqu con plenitud.

    Y sin decirlo abiertamente, rinde en su libro un homenaje personal y

    profundo a Borges y a Calvino.

    La Plata express es un libro de texto que ensea, de manera muy

    distinta, a entender la arquitectura a travs de ese intrincado laberinto

    de ideas, sensaciones, intuiciones y recuerdos que existen en el interior

    de la mente, no en las obvias explicaciones del exterior que nos rodea y

    que tenemos que sufrir o disfrutar, apreciar o rechazar todos los das.

    ALBERTO SALDARRIAGA ROA

    Coordinador AcadmicoMaestra en Historia y Teora del Arte y la Arquitectura

    Universidad Nacional de Colombia

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    INTRODUCCIN

    La palabra express ha sido utilizada casi exclusivamente en el mbito

    del correo postal para designar la correspondencia tramitada con

    prelacin y, por ello, con mayor rapidez en la entrega. Sin embargo, en

    los ltimos aos se ha generalizado su uso en otros campos: una marca

    fotogrfica con el agregado express sugiere un ms rpido proceso de

    revelado; un supermercado-express indica un modo ms gil de realizar

    las compras. En estos usos aparentemente arbitrarios del trmino se

    puede detectar un carcter emergente en el llamado gusto de la poca:

    la agilidad y rapidez logradas por la simplificacin de los aparatos

    operativos.

    Hoy vemos que esta palabra en el marco del habla, la parte ms

    dinmica y cambiante del lenguaje, proyecta significaciones

    (significados de uso) referidos a la ligereza lograda mediante estructuraslivianas, leves, en el lmite de la inestabilidad: ese otro carcter que

    surge y da a entender el juego arbitrario de partes independientes

    (fragmentos) sobre estructuras casi imperceptibles por su levedad.

    Con esa intencin fue estructurado (o desestructurado) este texto.

    Aunque cada captulo se inicia con el comentario sobre algn aspecto

    que caracteriza el manejo del espacio arquitectnico y urbano en estefin de siglo, la aparente coherencia que nos debera conducir a la

    inmediata observacin de ejemplos grficos se rompe ante el anlisis de

    un texto literario. A esto le sigue, en cada captulo, una serie de tres

    ancdotas, que basadas en mi nostalgia por la ciudad de La Plata,

    intentan con las dificultades del caso- sugerir conformaciones

    emocionales y espaciales, o ambas a la vez, ya que no hay espacio ajeno

    a las emociones ni, recprocamente, emociones sin espacialidad.

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    Este esquema aleatorio result de algunas convicciones que el paso del

    tiempo fue modelando como obsesiones. La primera, que surgi de las

    lecturas de Calvino, Eco, Lyotard, Calabrese y otros autores

    contemporneos, es el profundo rechazo que siento por las tesis

    magistrales, indiscutibles y de una nica lectura referida al marco de

    los grandes horizontes, en palabras de Eco, o de los metarrelatos en las

    de Lyotard: La Cultura, El Urbanismo, Las Teoras, etc., cuyas

    inabarcables amplitudes y obligatorias referencias (Las Referentes)

    terminaron por ahogarlos en discursos densos que encuentran su razn

    de ser solamente en el regocijo de usar el lenguaje.

    Ante esta peste del lenguaje, que se manifiesta como prdida de fuerza

    cognoscitiva y de inmediatez, Calvino sugiere que la literatura (y quiz

    solo ella, enfatiza) pueda crear los anticuerpos que la contrarresten. La

    literatura muestra un camino: el de la levedad que se crea en la

    escritura con los medios lingsticos propios del poeta. Sus imgenes

    son emociones concebidas a priori y luego proyectadas como tales.

    Observar el espacio arquitectnico o urbano en la narrativa nos permite

    alejarnos de esos grandes horizontes, descubrir los pequeos relatos,

    los acontecimientos que le dan sentido en el cercano entorno de la

    experiencia emocional, ms ntimo y profundo que los significados que

    intentan explicarlo en las referentes lejanas de algn horizonte

    establecido. Esta es la segunda conviccin, la prev el reemplazo de los

    sistemas rgidamente jerarquizados por redes menores, locales, sin

    jerarquas visibles y que se van entretejiendo sobre la urdimbre del

    mundo afectivo.

    Esa misma intencin intervino en la conformacin, pretendidamente

    leve de la estructura de este texto, que no existe ms all de las partes

    que se arman como redes locales en torno a cada aspecto observado

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    en la arquitectura o en la ciudad. Pero an en el interior de esas partes,

    las relaciones intentan ser tan ligeras, que pueden romperse

    (fragmentarse) con facilidad. Cada lector arma su propia red a partir de

    sus emociones, siguiendo el hilo conductor que stas le van trazando en

    el interior de cada captulo o entre los fragmentos que escoja de cada

    uno de ellos. El sentido del espacio resulta entonces de la experiencia

    emocional; as enunciado, quiz se podra decir que sa es la tercera

    conviccin.

    Los vacos entre las partes, los silencios entre las frases, las tensiones

    entre los volmenes construidos, permiten armar esas infinitas redes: la

    reflexin (y la emocin) que el silencio posibilita, el vaco que da

    sentido al texto puesto que rompe la actitud discursiva y posibilita

    que aparezca (o se cuele) el relato. Ojal que este texto permita esa

    libertad.

    Varios de los temas que inician los captulos y algunos comentarios

    sobre obras literarias han sido presentados a modo de ensayos

    temticos en el Magazn Dominicaldel diario El Espectadorde Colombia

    y otros en conferencias acadmicas en diferentes universidades. El tema

    de la fragmentacin pude discutirlo en la Ctedra UNESCO de

    Comunicacin Social que se desarroll en Bogot y en la Bienal

    Panamericana de Urbanismo realizada en Lujn, Argentina. Todo este

    debate permiti hacer ajustes y aclaraciones, buscar algunas lneas de

    coherencia y romper intencionalmente otras para facilitar la arbitraria

    lectura del texto. Tambin el seminario electivo sobre este tema, dictado

    durante dos semestres en la Universidad Nacional de Colombia, me

    aport una valiosa discusin y diferentes puntos de vista que se

    incluyeron en el texto.

    El desplazamiento de las utopas en favor de las fantasas, la intencin

    laberntica, el nfasis en el silencio, la ambigedad de los lmites, la

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    confrontacin entre discurso y narrativa y la fragmentacin como

    carcter surgente en el gusto de la poca, son los aspectos que he

    considerado notables en el manejo de los espacios urbanos y

    arquitectnicos hoy. El texto intenta verlos desde otro ngulo, el de los

    escritores, los que con sus medios lingsticos trabajan el espacio y las

    emociones con habilidad ms explcita que la que nos permiten

    nuestros recursos de arquitectos.

    JUAN CARLOS PRGOLIS

    Bogot, 1995

    _____________________________________________________________________________________

    1UTOPAS-FANTASAS

    En una publicacin sobre la arquitectura actual en Mosc, Alexandre

    Rappaport analiza la llamada arquitectura de papel que estn

    experimentando algunos grupos de esa ciudad: una serie de dibujos,

    pinturas y batiks de gran contenido plstico, que intentan ser una

    arquitectura fantstica e irrealizable (por eso el nombre: queda en el

    papel) la confronta con la arquitectura visionaria de los aos veinte,

    cuando el apogeo utpico de la Revolucin y observa que no se trata ya

    de una utopa, sino de una fantasa contestataria que no pretende

    descubrir las necesidades histricas o metafsicas del proyecto

    arquitectnico.

    Ya no existe una identificacin utpica de las intenciones subjetivas, la

    fantasa propone un esquema posible pero no obligatorio o normativo...

    la fantasa es libre de aquella doctrina terica dogmtica que acompa

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    los parmetros de la arquitectura utpica de la primera mitad del siglo

    XX.

    No todos los espacios arquitectnicos se manifiestan necesariamente a

    travs de su construccin. Se puede hablar de muchos otros modos de

    expresin, capaces de concretar una idea espacial: la literatura de

    Borges, la msica de Edgar Varesse, la pintura de Piero della

    Francesca, etc. Han conceptualizado excelentes ejemplos de

    arquitectura no construida; sin embargo, lo que aleja a estas

    manifestaciones rusas actuales de la condicin arquitectnica no es su

    expresin sino la falta de un discurso que las contextualice, que les d

    coherencia como resultado de un pensamiento.

    . . .

    Del nmero de ciudades imaginarias hay que excluir aquellas donde se

    suman elementos sin un hilo que los conecte, sin una regla interna,

    una perspectiva, un discurso, responde Marco Polo cuando Jublai Kan

    en Las ciudades invisibles de Italo Calvino- le describe una ciudad

    fantstica, llena de elementos absurdos y sin relacin entre s.

    A travs de este prrafo de Calvino, se hace evidente que la fantasa no

    basta para imaginar la ciudad o la arquitectura- si los elementos

    imaginados, por fantsticos que sean, no estn integrados a un

    discurso.

    La existencia de ste, como estructura que soporta las imgenes

    fantsticas, es lo que diferencia a la utopa de la fantasa, pues la

    primera implica un pensamiento global, ordenado y racional, en el cual

    las formas (urbanas o arquitectnicas) son solamente una de sus

    expresiones.

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    Histricamente, las utopas han buscado la definicin de sociedades

    ideales, aunque sus manifestaciones ms visibles hayan sido los

    modelos urbanos o las formas arquitectnicas en que esas sociedades

    se desarrollaran.

    Mientras que en la fantasa el nico objetivo es la imaginacin en s

    misma, en la utopa prevalece un pensamiento social, una perspectiva

    de condiciones idealmente perfectas. Estas utopas son inherentes al

    carcter social del hombre, a sus pensamientos e ideales, a sus

    aspiraciones y a sus ansias de perfeccin; aparecen como seala

    Tafuri- en los laboratorios de ideas de los intelectuales, donde se

    generan proyectos ideolgicos que esperan hipotticas posibilidades o

    coyunturas de realizacin. As, han acompaado a los procesos del

    pensamiento occidental concretando y protegiendo las ideas como los

    mandalas en oriente.

    El pensamiento utpico est siempre presente en los momentos de

    transformacin social y va convirtindose de un modelo inaplicable (por

    carecer de condiciones que permitan su insercin histrico-geogrfica)

    en otro modelo que, basado en las posibilidades de cambio de la

    realidad, se expresa como un proyecto resultado de la planificacin.

    Una sociedad que no apunta al cambio es decadente en lo intelectual y

    en sus estructuras. Esto equivale a decir que una sociedad sin utopas

    que son la expresin de la voluntad de cambio- muestra la falta de

    dinmica, propia de la agona del ente colectivo y da lugar a todas las

    manifestaciones del individualismo y sus fantasas. La utopa con su

    intencin social apunta a lo colectivo, la fantasa surge del punto de

    vista particular y de los objetivos y anhelos individuales.

    Karl Manheim defini las utopas como aquellos estados del espritu

    que resultan desproporcionados en relacin con la realidad en que

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    ocurren; observ tambin el carcter colectivo de ese estado, ese

    consenso o reconocimiento de la correlacin utopa-orden social y

    resumi as el concepto: un individuo por s solo no puede desgarrar la

    situacin histrico-social en que vive. Se podra completar esa frase,

    diciendo que si bien un individuo solo no puede desgarrar la situacin

    histrico-social en que vive, si puede disimularla o maquillarla, ya sea

    con sus propias fantasas o con fantasas provenientes del orden

    establecido. Una fantasa as manejada se convierte en un elemento de

    control que anula el pensamiento utpico permitiendo, incluso, una

    sensacin de cambio a nivel individual que satisface la necesidad y la

    expectativa de transformacin del ente colectivo: fomenta la llamada

    salida individual con todas sus connotaciones de arribismo que,

    vistas en ese contexto, no se consideran de ese modo, sino que sugieren

    la idea de progreso personal...

    Hoy vemosalgunos con asombro- cmo las fantasas de ese progreso,

    a travs del consumo anularon el pensamiento utpico, convirtiendo los

    objetivos sociales en una serie de manifestaciones del ms desenfrenado

    individualismo. Y la arquitectura no escapa a eso.

    La utopa es moral, la fantasa no necesita serlo (y esa facilidad es uno

    de sus atractivos) ya que siendo el resultado del pensamiento

    individual, no necesita del consenso colectivo, ese que fija las pautas de

    aquello que es moral y aquello que no lo es. La fantasa, vista de esa

    forma, es atomizante del todo-social y quiz, as haya sido manejada a

    travs de las imgenes de bienestar sugeridas por el consumo como

    parte de un programa, de un orden establecido que busca satisfacer la

    necesidad de cambio a nivel individual, para que en la realidad nada

    cambie: la fantasa conservadora contra la utopa progresista.

    . . .

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    La arquitectura actual carece de utopas porque la sociedad actual

    carece de un proyecto ideolgico, ya que alegremente reemplaz el

    pensamiento social (con su enorme carga utpica) por la bsqueda de

    un bienestar individual inmediato; y es precisamente esa inmediatez en

    el logro de los objetivos lo que impide cualquier proyecto utpico, an

    en arquitectura.

    A la vez, esa misma arquitectura de hoy, trata de explicarse a travs de

    una asombrosa acumulacin de gestos y formas en su lenguaje,

    olvidando que los elementos de la fantasa, sin un discurso que los

    conecte, no tienen la capacidad de explicar el mensaje de la

    arquitectura, ms all de hacer evidentes los rasgos de una u otra moda

    ocasional. Retomando la conclusin de la ya citada frase de Calvino: es

    evidente que la sola fantasa no basta para imaginar la ciudad o la

    arquitectura. La forma particular, el gesto aislado, resultado ambos de

    la fantasa individual del proyectista, son incapaces de explicar el hecho

    arquitectnico que los contiene; les falta el consenso social que les de el

    reconocimiento y el contexto histrico que los enmarque.

    Es ms, esa acumulacin de gestos y formas sin contenido pueden

    transformar fcilmente el concepto de ciudad amena en su variedad

    en el de ciudad agobiante.

    La arquitectura consecuente con el pensamiento utpico cualquiera

    que este sea, como lo mostr la historia- es decir, inserta en una

    ideologa que al buscar un cambio exprese la dinmica vital de la

    sociedad, manifiesta una dimensin temporal ms all de la

    eventualidad de la moda y sus gestos, por fantsticos que stos sean.

    Es muy significativo que actualmente las propuestas fantsticas rusas

    estn tan cercanas al concepto occidental de moda y por lo tanto sean

    las ms empecinadamente antiutpicas e individualistas. En ellas la

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    forma ya no es el objetivo final del proyecto; no existe memoria, ni

    siquiera algn nivel histrico del desarrollo de las estructuras socio-

    culturales. La forma pierde su significado simblico y la idea utpica del

    tiempo y la eternidad busca ser un nico flujo del tiempo, como

    episodios temporales que se insertan en la corriente de las diversas

    situaciones.

    La actitud rusa responde a una situacin extrema, comprensible en su

    contexto, como golpe de pndulo hacia el lado opuesto. Pero fuera de

    ese contexto (y se podra decir que an dentro de l) duele ver la

    intrascendencia de una arquitectura sin contenido, que responde

    solamente a formas o a forzados discursos de una moda que el

    consumo acelera cada da ms y por ello la hace ms rpidamente

    deshechable.

    . . .

    El Movimiento Moderno propuso la gran (y ltima) utopa arquitectnica

    de nuestro siglo: hacia los aos veinte concret, en su intencin de

    cambiar la sociedad a travs de la arquitectura y del urbanismo, todas

    las ideas sociales y las utopas del siglo XIX, sobre la base del

    pensamiento racional heredado del siglo XVIII. Se puede estar o no de

    acuerdo con sus formas, aun con sus resultados (a nivel urbano, muy

    dudosos) e incluso con su mismo contenido terico, pero es innegable

    que la audacia del pensamiento utpico y la magnitud de la reflexin

    social que encierra, no han podido ser reemplazados por las mltiples

    intenciones que aparecieron ms tarde.

    El Movimiento Moderno no muri el da en que derribaron algunos

    bloques de vivienda masiva que se haban convertido en comunidades

    marginales (creerlo as sera como querer explicar el mundo a travs de

    una ancdota). El Movimiento Moderno fue muriendo lentamente a

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    partir de la Segunda Posguerra, cuando comenz a ser absorbido por la

    sociedad de consumo como bandera de un modo de vida occidental y

    moderno, al tiempo que el mundo fue transformando la utopa que

    encierra la conciencia social, en la individualista fantasa de las formas

    por s mismas.

    Esta observacin aparece teida, indudablemente, por una ptica

    moralista que contempla la necesidad de justificacin social y

    reconocimiento consensual del proyecto arquitectnico.

    En este sentido, el Movimiento Moderno, especialmente en su perodo

    de preguerra, fue el resultado de una actitud moral inscrita en un

    pensamiento de ideal social expresado en la utopa.

    Sin embargo, muchos autores contemporneos tratan de explicarlo y

    tambin de atacarlo- a travs de su esttica inmediata. Tambin

    muchas corrientes arquitectnicas en la dcada de 1980 intentaron

    superarlo e ir ms all mediante actitudes estetizantes nuevas en

    relacin con el discurso de las formas del Movimiento Moderno, sin ver

    que de ese momento de la historia de la arquitectura es ms interesante

    descubrir en las formas- la presencia de la utopa y la voluntad de

    cambio hacia un ideal social, que la simple denotacin formal, que

    podemos o no compartir, pero que sin duda encierra la potica (no

    siempre accesible) del pensamiento utpico.

    Esto no significa confrontar una supuesta polaridad moral/utopa

    contra esttica/fantasa, sino tratar de ver, de descubrir, a travs de

    una potica (la de las formas de la utopa), que el mensaje esttico del

    pensamiento utpico va ms all de sus formas, subyace en su

    contenido social.

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    METRPOLISUTOPA-FANTASA EN LA NOVELA DE THEA VON HARBOU

    Sin duda, el nombre de Fritz Lang, director de Metrpolis, resulta ms

    conocido que el de Thea von Harbou, su mujer y autora de la novela

    homnima en la que se bas el filme. Entre ella y la pelcula existe una

    gran coherencia, ya que la versin cinematogrfica es respetuosa y fiel

    respecto de la novela. Pero la idea de Modernidad que surge de una y

    otra difiere en algunos aspectos. El cine permiti una expresin

    fragmentaria, donde cada secuencia constituye un manifiesto,articulado en la totalidad por los muy pocos carteles con texto (propios

    del cine mudo) que el director logr definir como vacos que exaltan el

    valor de las partes. La continuidad del texto literario, por momentos

    demasiado discursivo, enfatiza una totalidad en la que los captulos no

    detallan partes sino que organizan un recorrido sin interrupciones entre

    principio y fin.

    Esa ruptura de la unidad en el filme, expresa el significado de la

    Modernidad quizs tanto como las imgenes urbanas que muestra,

    ligadas a la iconografa de los futuristas y al Constructivismo ruso; a

    diferencia de lo estrictamente arquitectnico que connota las

    construcciones de los aos previos a la expansin del Movimiento

    Moderno, cuando subyaca, de un modo evidente, el peso de la tradicin

    clsica en ritmos y referencias formales por detrs de los volmenespuros: imgenes que an hoy asociamos con los regmenes totalitarios

    y nos permiten evocar los diseos de la poca fascista o la fra sntesis

    del neoclasicismo de Albert Speer. Pero el sentido de Modernidad est

    en el texto.

    As como en la Ilada, el tema (la ira de Aquiles) permite narrar una

    guerra (la de Troya) y un episodio emocional (el tringulo Agamenn-

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    Helena-Paris), en la novela de Thea von Harbou el tema surge de la

    venganza de Rotwang el inventor de las mquinas de la ciudad, cuya

    mujer lo abandon por Fredersen, el amo y dictador de Metrpolis. A

    partir de este nudo temtico y con el teln de fondo de la ciudad,

    encontramos dos niveles de discurso o medios para desarrollarlo: la

    tensin y posterior revuelta obrera y el romance entre el hijo de

    Fredersen y una lder proletaria.

    Sin embargo, la importancia de la lucha de clases en el desarrollo del

    texto y las imgenes de vrtigo urbano y velocidad (mejor expresadas en

    la novela que en el filme) presentan a la Modernidad como nico y gran

    tema, al que los desarrollos argumentales concurren como partes:

    Las casas recortadas en conos y cubos por las guadaas en

    movimiento de los reflectores, brillaban, parecan alzarse, descender,

    danzar al comps de la luz que acariciaba sus flancos como la fina

    lluvia (...) el estruendo del trfico de cincuenta millones, la locura

    mgica de la velocidad...

    El significado de la ciudad vertiginosa y la contradiccin entre el

    proletariado y los seores de la ciudad como paradigmas de la

    Modernidad, quedan expresados en el comportamiento del operario que,

    cuando es reemplazado por el hijo del amo de Metrpolis, sale a la calle

    a ocupar el lugar social de ste y se deslumbra con lo que ve:

    ...el obrero 11811, el hombre que viva en una casa-prisin bajo el tren

    subterrneo de Metrpolis, que no conoca otro camino que el que iba

    desde su agujero a la mquina y viceversa, este hombre vio por primera

    vez en su vida la maravilla del mundo que era Metrpolis: la ciudad de

    noche, brillando bajo millones y millones de luces.

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    Vio el ocano de luces que inundaba las avenidas y calles interminables

    con un brillo plateado. Vio el rpido parpadeo de los anuncios elctricos

    (...) Una voz le haba dicho: en mis bolsillos encontrars dinero ms

    que suficiente.

    Dinero suficiente... para qu? Para arrastrarse por aquella ciudad,

    aquella ciudad poderosa, celestial, infernal: para abrazarla con todas

    sus fuerzas, aun en la impotencia por dominarla; para desesperarse,

    para lanzarse a ella...

    As, el hombre de la ciudad moderna accede y participa de ella a travs

    del dinero; el ltimo texto transcrito, sita a Metrpolis en la rbita

    capitalista: la ciudad de la burguesa, esa que encuentra en hacer

    dinero la nica actividad que realmente significa algo para sus

    miembros, segn palabras de Marshall Berman, que explican el

    objetivo de la vida frentica que corre por las calles de Metrpolis.

    Pero el mismo prrafo tambin sita temporalmente la ciudad y lo hace

    tan profundamente como las imgenes tecnolgicas; Metrpolis es de

    nuestro siglo o del futuro, ya que un hombre como el obrero 11811 no

    pudo existir antes, no slo por su identidad proletaria sino por su

    conducta en relacin con la ciudad.

    11811 no se comporta como el hombre de la calle que Berman

    describe caminando por la Avenida Nevski en San Petersburgo, ni como

    el ciudadano moderno que refiere Baudelaire, ese que aparece en la

    escena urbana cuando las transformaciones fsicas y sociales que

    quitaron a los pobres de la vista, ahora los traen de nuevo,

    directamente al campo visual de todos (...) los bulevares, al abrir

    grandes huecos a travs de los vecindarios ms pobres (se refiere a las

    intervenciones urbanas del Barn Haussmann en Pars) permiten a sus

    habitantes pasar por esos huecos y salir de sus barrios asolados,

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    descubrir por primera vez la apariencia del resto de la ciudad y del resto

    de la vida.... El operario 11811 descubre las partes para l-

    desconocidas de la ciudad por una causa fortuita, pero stas no son

    partes de su ciudad, ya que la de los trabajadores de las mquinas no

    es Metrpolis sino una contraparte (de la cual depende) que se

    encuentra bajo tierra, ms profunda que las vas de los trenes

    subterrneos. Tampoco nuestro obrero es el hombre del subsuelo, al

    que Chernichevski hace decir: Tena miedo a ser visto, a ser

    reconocido. Ya tena el subsuelo en el alma... y que ante un

    acontecimiento violento (una pelea en un bar) despierta a la vida y

    busca ser reconocido, identificado por la sociedad. Nada de eso ocurre a

    nuestro 11811, quien encontr por casualidad su salida individual; no

    quiere reconocimientos, slo quiere aprovechar, vivir. En este sentido,

    von Harbou propuso un hombre ms cercano a nuestros aos que a la

    dcada de 1920, cuando escribi la novela.

    Metrpolis no se relaciona con territorio alguno. Es un fenmeno

    grandioso pero aislado: no forma parte de ningn pas o sistema de

    ciudades. Presuponemos (sin saberlo) que es una capital, o quizs

    solamente sea una ciudad con un amo, sin otra estructura poltica

    que esa; algo as como una ciudad-estado del Medioevo; y es esa falta

    de insercin territorial lo que permite una gran libertad a von Harbou

    para plantear el tema.

    Como fenmeno de la Modernidad, Metrpolis termina bruscamente en

    el deslinde con un medio rural atrasado y muy cercano: un campo que

    incluso desconoce la existencia de la ciudad-maravilla. Este rasgo

    contradictorio es propio de la gnesis de la ciudad moderna del siglo

    XIX; podra ser la imagen que Sskind muestra de Pars en su novela El

    Perfume. Sin embargo, es algo an presente en la estructura urbana de

    Alemania en la dcada de 1920. Cuando Josafat amigo del hijo de

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    Fredersen- es obligado a abandonar Metrpolis, cae en paracadas, al

    poco tiempo de vuelo, en un campo donde lo recibe una nia:

    Dnde estaba la ciudad ms prxima? No haba ninguna ciudad en

    muchos kilmetros a la redonda. Dnde estaba el ferrocarril ms

    cercano? No haba ferrocarril en muchos kilmetros a la redonda.

    Josafat se incorpor. Mir a su alrededor. Hasta donde alcanzaba la

    vista se extendan campos, praderas y bosques serenos a la luz

    crepuscular. El escarlata del cielo iba desvanecindose ya. Cantaban los

    grillos. Sobre las colinas distantes se adivinaba una tenue neblina y las

    primeras estrellas aparecan con su brillo inmvil en el cielo sin

    mcula.

    Esta imagen romntica del medio buclico que contradice a la gran

    ciudad es la misma que define a la madre del amo Fredersen cuya

    actuacin es una referencia moral frente a la conducta moderna:

    Era ya la una de la madrugada cuando Joh Fredersen lleg a casa de

    su madre. Se trataba de una granja de un solo piso, con tejado de paja,

    edificada en lo ms alto de uno de los gigantes de piedra de Metrpolis,

    no lejos de la catedral. La rodeaba un jardn rebosante de lirios,

    malvarrosas, guisantes de olor, amapolas y narcisos, todo ello presidido

    por un enorme, majestuoso castao.

    Joh Fredersen era hijo nico y su madre le haba amado mucho. Pero el

    Amo de la gran Metrpolis, el Amo de la ciudad-mquina, el cerebro de

    la Nueva Torre de Babel se haba convertido en un extrao para su

    madre y tambin ella le era hostil....

    La contradiccin acenta la imagen fustica de Fredersen; el ambiente

    romntico en el que vive la madre, su carcter duro y su rigidez ante

    principios tradicionales, la acercan al significado de la pareja de

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    ancianos, que en la ltima parte de la obra de Goethe aparecen

    amenazadores desde su pasividad campesina. Pero a diferencia del

    Fausto, la salida que propone von Harbou no es la inevitable alternativa

    del progreso (la Modernidad) sino un retorno al sentimiento o un ir ms

    all del progreso: aqu, el proceso lleva a travs de la ideologa a lo

    sensible.

    En la novela subsiste la confrontacin clsico-romntico en una

    dialctica similar a la que encontramos en la arquitectura de Schinkel,

    en las primeras dcadas de 1800; o en el Faustode Goethe (terminado

    en 1831, un ao antes de su muerte). La dicotoma clsico-romntico

    entendida como la oposicin razn-sentimiento, en la que la primera

    conduce inevitablemente al progresoparadigma de la Modernidad- y el

    segundo se relaciona con la tradicin, muestra la ciudad impura,

    ambiciosa y egosta contra el campo, ese medio rural de nobles y firmes

    principios morales.

    Esta dicotoma y la fuerte ruptura entre Metrpolis, la ciudad de las

    mquinas y el campo cercano, permitira ubicar la ciudad en un Tercer

    Mundo que an no exista (o no haba sido definido como tal) en el

    momento de la creacin de la novela. Por otra parte, la imagen feudal de

    Fredersen, el amo, nos recuerda otra frase de Marshall Berman: En el

    siglo XX, los intelectuales del Tercer Mundo, portadores de una culturas

    de vanguardia en una sociedades atrasadas, han experimentado la

    escisin fustica con especial inters.

    Esta escisin no la experimenta el amo Fredersen, un hroe moderno

    que significativamente no conforma un personaje malo ni en la novela

    ni en el filme; la experimenta su hijo Freder, quien constituye una

    especie de antihroe dbil y de convicciones romnticas, cuya

    personalidad se articula en torno al sentimiento.

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    El desenlace de la novela, a travs de este antihroe y del antimoderno

    sentimiento de venganza en Rotwang el inventor, es la destruccin de la

    ciudad y la sociedad modernas para ser reemplazadas por otras,

    posiblemente premodernas (posmodernas?), ms cercanas a las

    emociones, como la autora indica al introducir el libro: Entre el cerebro

    y el msculo debe mediar el corazn.

    Pero es justamente en esa destruccin donde encontramos la ltima y

    ms notable imagen de Modernidad: Metrpolis, el gran pensamiento, el

    gran logro del progreso, la gran construccin que se destruye a s

    misma confirmando las palabras de Marx y su parfrasis en el ttulo de

    la obra de Berman: todo lo slido se desvanece en el aire.

    von Harbou, Thea. Metrpolis. Ediciones Orbis,Barcelona 1977.189 pgs.Siguiendo el texto de la primera edicin publicadaen lengua inglesa en 1927.

    LA RED

    Algunas veces, los platenses nos hemos sentido muy seguros

    movindonos sobre una trama urbana ntidamente ortogonal

    o deslizndonos por los claros ngulos de las diagonales. No

    me puedes negar la satisfaccin que sientes (y no deberareferirme slo a ti) cuando asocias tu pensamiento racional

    con la perfecta forma de la ciudad. Sin embargo, la vida

    diaria con sus incertidumbres, explosiones y ansiedades, con

    sus aciertos y desengaos, no surge del orden de esta trama

    sino del caos y laaparente- arbitrariedad de una malla tejida

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    con hilos de tensin y lneas de fuerza que como una red de

    pescadores cubre la ciudad.

    Quizs no lo has notado (yo tampoco haba reparado en ello)

    la gran cantidad de torres y agujas que hay en La Plata,

    aunque su presencia no sea tan significativa como en otras

    ciudades latinoamericanas de origen colonial. Ms all de la

    Catedral, que domina el panorama platense, hay iglesias

    menores, parroquias barriales y capillas de colegios einstituciones religiosas, visibles en otra poca por la

    presencia de sus torres, hoy ocultas por las nuevas

    construcciones en altura.

    Pero afortunadamente an existe la red que se genera entre

    las agujas que sealan al cielo, aunque se estrelle contra lasfachadas de los nuevos edificios de departamentos o se

    rompa irremediablemente en los pararrayos de los edificios de

    oficinas. El dao que esta ambiciosa arquitectura hace en la

    malla virtual es irreparable: por cada orificio que quiebra su

    continuidad, escapa sin retorno alguna vieja emocin de la

    ciudad.

    Nunca se sabr cuantas ilusiones susurradas en torno a un

    helado de Prsico, se fueron para siempre por un

    irresponsable agujero causado en cercanas a San Ponciano,

    ni cuantas expectativas de domingo por la maana se

    escaparon por otro dao, vecino a San Jos. La rotura del

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    invisible hilo que una la aguja de la Catedral con la torre

    roma del Sagrado Corazn no pudo impedir que ideales

    progresistas y utopas ya no sean.

    An recuerdo y ojal perdure- la imagen de la torre de la

    iglesia de Tolosa, destacndose como un dedo sobre el bajo

    perfil de la ciudad, cuando los platenses mirbamos hacia

    donde los hitos sealaban, sin tener la pretensin de querer

    estar all.

    EL TRANVA 25

    A veces temo (porque s lo distrada que puedes ser) que te

    hayas encontrado con el fantasma del tranva 25; ese que

    algunas noches no todas- recorre las penumbras platensesarrasando a quien se le atraviese. S tambin que nadie (o

    casi nadie) puede verlo, aunque muchos hayamos odo los

    espantosos alaridos de su cobrador deforme, desvaro

    gentico, alucinacin gris, desde la plataforma trasera.

    No hay otro motivo para tu silencio.

    Tambin hay quienes aseguranaunque con una sombra de

    duda- haber visto los chispazos que produce el trole cargado

    de nostalgias de obreros que van a un frigorfico que ya no es;

    destellos en un cable inexistente an envuelto en las nieblas

    tempranas del camino a Berisso y en los alientos brutales de

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    los italianos que vuelven a su Isla Paulino. Nada de eso se ve

    en la incierta presencia del tranva fantasma. Pero su

    encuentro en alguna empedrada calle platense puede serdefinitivo...

    No hay otro motivo para tu silencio.

    Yo nunca lo vi, pero intuyo haber olido el tufo (que hoy es

    pieza de coleccin en mi memoria) mezcla de petrleos viejos,vino cido de la Isla, axilas progresistas y eructos

    trasnochados que impregnaban sus asientos de madera con

    tablitas: una clara, una oscura, una clara... un infinito que

    mis dedos nunca acabaron de contar, aunque estuvieron

    cerca, casi pisando un lmite en el que ahora prefiero no

    pensar. Pero triste de aquel que en estas noches se encuentracon la equivocada y errtica mole plateada cuyas ruedas

    chirran eternas consignas populares al doblar lentamente la

    esquina de 1 y 60...

    No hay otro motivo para tu silencio. Me preocupa.

    LA PESTE

    En mi reciente viaje a La Plata me dediqu casi

    obsesivamente a recorrer los lugares de mis recuerdos. Casi

    no qued rincn de la ciudad que no volviera a pisar, como

    queriendo reafirmar mis huellas anteriores. Sin embargo, no

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    tuve valor para volver a la gruta del Bosque, esa inslita

    manifestacin (rocas y cuevas artificiales) que nos dej algn

    trasnochado gesto del Romanticismo; ese lugar misterioso demi infancia, paseo de los domingos y territorio de tanta

    historia trgica en aos de la dictadura.

    Vi la gruta desde lejos, una tarde en que caminaba con un

    amigo por la orilla del lago. Me pareci verla blanca, pintada

    con cal, aunque tal vez fue una alucinacin. Una horriblealucinacin que me hizo pensar en el antiguo blanqueado

    sanitario a las casas de los muertos por la peste...

    No quise acercarme ni hacer comentarios. Cmo pudo haber

    sido lugar de tortura y muerte el mismo de nuestros juegos y

    fantasas infantiles?

    S que all no podr ser jams, pero quisiera que aqu, en mi

    memoria, la gruta del Bosque fuera siempre el lugar de las

    coronas de novia, esas flores blancas que crecen en largas

    ramas bajo el fro sol de otoo y que quizs ahora no sean tan

    blancas, aunque echen cal sobre el recuerdo de la peste.

    Los muertos testimonian para que la memoria no se

    confunda.

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    2LABERINTOS

    Cuando Evans descubri el Palacio de Cnossos, lo asoci con el

    laberinto del mtico edificio que Ddalo construy para el rey Minos en

    ese lugar de la isla de Creta. El arquelogo fundamentaba esa

    asociacin en la complejidad de la planta del palacio y en la derivacin

    de la palabra laberinto del lidio hacha, por la gran cantidad

    de smbolos de doble hacha encontrados en Cnossos, pintados otallados en las paredes...

    ... en todo laberinto subyace una duda

    . . .

    La duda aparece ante una situacin ambigua, pero, qu rasgo de laambigedad en la arquitectura expresa su condicin laberntica?

    En el Palacio de Cnossos, la complejidad de la planta sugiri a Evans la

    presencia del mtico rey Minos; sin embargo, Cnossos es complejo sin

    ser aparentemente ambiguo y sus rasgos labernticos surgen de la

    repeticin de un nico tipo de espacio: el recinto al final del corredor.

    Innumerables pasillos ordenados ortogonalmente- conducen ainnumerables salas.

    Cuando el nmero de un fenmeno o una situacin sobrepasa el

    umbral que nuestra razn admite, surge la duda. As, Cnossos es ms

    ambiguo en nuestro mundo de significaciones espaciales que en su

    realidad fsica.

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    Al mismo tipo de laberinto corresponden las descripciones de Jorge Luis

    Borges, en particular la Biblioteca de Babel: El universo (que otros

    llaman la Biblioteca) se compone de un nmero indefinido y tal vez

    infinito de galeras hexagonales (...) la distribucin de las galeras es

    invariable, una de las caras libres da a un angosto zagun, que

    desemboca en otra galera, idntica a la primera y a todas.

    La uniformidad lograda por la repeticin del tipo espacial impide la

    orientacin y genera la duda ante la ambigedad que caracteriza al

    laberinto. Pero la observacin recproca no es vlida: existen tambin

    arquitecturas ambiguas que no producen dudas sino inquietud; en

    estos casos la expresin espacial no es laberntica sino contradictoria.

    Estos ejemplos han sido observados por Robert Venturi en su texto

    Complejidad y contradiccin en la arquitectura (en el que curiosamente

    no se habla de laberintos). Venturi sita la contradiccin en el contraste

    paradjico que sugiere la conjuncin aunque. As, se puede hablar de

    edificios cerrados aunque abiertos, sencillos por fuera aunque

    complejos por dentro, simtricos aunque asimtricos, etc.; todos son

    ejemplos en los que el fenmeno de lo uno y lo otro no implica ni la

    condicin laberntica ni la duda, sino la inquietud ante el contraste.

    San Carlo alle Quattro Fontane, la pequea iglesia barroca de

    Borromini en Roma, es uno de los edificios ms ricos en este tipo de

    manifestaciones: el tratamiento casi igual de las cuatro alas insina

    una planta en cruz griega, pero las alas distorsionadas segn el eje

    este-oeste sugieren una cruz latina y la continuidad de los muros da a

    entender una planta circular deformada.

    . . .

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    La citada inscripcin en grafa lineal () es el nico testimonio del

    laberinto anterior a Herodoto, quien no se refiere al laberinto cretense

    que es mencionado slo en textos posteriores- sino a uno egipcio, quizs

    el templo funerario de Amenhemet III en Heraclopolis. Despus de

    Herodoto, la palabra laberinto es aplicada a otros edificios sacros de

    particular complejidad como las grutas de Nauflios, el santuario

    hipstilo de Lemnos o el subterrneo de la tumba de Porsena en Chiusi.

    La entrada y salida del laberinto tendra un significado inicitico de ida

    al Ms All y de regreso...

    ... el laberinto implica una situacin de reflejo.

    . . .

    Los reflejos (y los espejos) duplican realidades, pero todos sabemos que

    detrs de una situacin doble existen una verdad y una mentira. El

    laberintocomo la vida- propone ambas simultneamente y el atractivo

    que ofrece es el de permitirnos escoger: la verdad resulta de nuestra

    opcin y no hay verdad ms cierta que aquella que escogemos como tal.

    Realidad y reflejo son igualmente vlidos y entre ambas instancias se

    conforma una nueva realidad mayor en la que, muchas veces, ambos

    trminos son inseparables y cada uno de ellos existe porque ah, muy

    cerca, est el otro para confrontarlo o completarlo. La realidad (y la

    arquitectura es realidad) tampoco existira sin la ilusin y su magia

    reside en nuestra posibilidad de alterarla, porque modificando el reflejo

    podemos cambiar una realidad.

    Desde el Renacimiento, es decir desde cuando se volvi a concebir la

    representacin en perspectiva, realidad y reflejo alcanzan una nueva

    dimensin.

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    Junto al pequeo templo de San Stiro en Miln, Bramante concluy la

    ya iniciada iglesia de Santa Mara presso San Satiro con la planta en

    cruz latina. All, la dificultad creada por la falta de espacio para el

    presbiterio fue solucionada con un recurso pictrico: se sugiri la

    existencia de un amplio espacio mediante un efecto ptico de

    perspectiva conseguido con pintura y relieves sobre el estuco del muro;

    as se sustituy el espacio real inexistente por una ilusin en un efecto

    de tpico sesgo laberntico, el de los espejos enfrentados.

    Pero es en la dualidad ciudad-jardn donde realidad e ilusin (o reflejo)

    muestran su mxima significacin. Las villas seoriales que se

    construyeron en los lmites de las viejas ciudades de trazado medieval

    abren uno de sus frentes a la ciudad y el otro a los jardines que se

    pierden en los bosques vecinos; en medio, el edificio juega el papel del

    plano del espejo entre una realidad urbana con su traza laberntica de

    callejuelas y plazas y el jardn ilusorio, ordenado y simtrico,

    intencionalmente laberntico para ser fiel a la realidad que duplica. Sin

    embargo, la lectura puede hacerse en ambos sentidos y cualquiera de

    los dos lados puede ser realidad o ilusin reflejada en el todo ciudad-

    villa-jardines.

    De este modo, la simetra se asimila conceptualmente a la imagen del

    laberinto (no se puede negar la simetra como instancia de reflejo) y

    cobra vida propia a travs de diseos puntuales en los jardines; como

    tales los vemos en la Villa dEste en Tivoli (1550) o, ms tarde en

    Schnbornschlosser (1726) hasta llegar a principios del siglo XIX con la

    reflexin de Karl F. Schinkel quien propona la ciudad como foro del

    pensamiento la razn- y el jardn como imagen de la ciudad el

    sentimiento-.

    . . .

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    El signo grfico del laberinto puede representar una planta circular o

    cuadrada, que muestra siempre un complejo de recorridos, uno de los

    cuales conduce desde el exterior hasta el centro. La forma cuadrada es

    la ms antigua, est documentada sobre una tablilla micnica de Pilos,

    reaparece ms tarde sobre una teja de la Acrpolis de Atenas y luego en

    varias monedas de Cnossos y del Atica. La forma circular aparece por

    primera vez en la cultura etrusco-itlica de Tagliatella y luego en una

    moneda (tambin de Cnossos) del siglo III a.C. ...

    ... en el centro de cualquier laberinto se encierra una verdad.

    . . .

    La verdad se revela progresivamente. Acceder a la Verdad a travs de un

    recorrido fue objetivo, a la vez que expresin, de los primeros cristianos

    en cuyas baslicas el eje entrada-altar simbolizaba el camino entre el

    mundo terrenal exterior y el mundo celestial interior que el fiel deba

    recorrer pausadamente, solo y observado desde la distancia por las

    impersonales columnas que flanquean la nave del templo. En estos

    edificios el recorrido no es laberntico, es una tensin recta, direccional

    y rtmica; los meandros que anteceden a la Verdad estn en el fiel, en

    su laberinto ntimo de acceso a la Revelacin.

    Ludovico Quaroni compara la estructura de la Ciudad Prohibida de

    Pekn con las llamadas cajas chinas que se ubican unas dentro de

    otras en largas secuencias o sea, un conjunto de espacios concntricos,

    cercados, colocados tambin unos dentro de otros, para determinar a lo

    largo de un recorrido axial, una sucesin de perspectivas centrales.

    Atravesando la puerta de un recinto se encuentra un espacio nuevo,

    ms pequeo pero ms interesante, que se deja atrs para entrar en

    otro mbito an menor pero ms atractivo. La jerarqua de valores

    selecciona los espacios en el tiempo, juntndolos en precisas

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    secuencias, dosificadas y rtmicas. La Ciudad Prohibida de Pekn que

    encierra al Palacio Imperial, est precedida por la Ciudad China y

    rodeada por la Ciudad Trtara.

    Angkor Vat en Camboya y Madura en la India son ciudades-santuario;

    la primera es una composicin regular y controlada que constituye un

    enorme monumento budista cuyas partes funcionales se pierden entre

    una decoracin que compite con la exuberancia de la selva que las

    rodea. La segunda es una composicin espontnea de prticos y

    piscinas, dispuestos en torno a un santuario hind, encerrados en un

    primer cinturn de murallas en los que los gopuram suceden a las

    puertas, luego un segundo cinturn protege a las nuevas

    construcciones agregadas y as, sucesivamente, en una serie

    homognea de reas crecientes en dimensiones y riqueza de las torres.

    La misma estructura cerrada, unitaria y de lectura laberntica de los

    santuarios-ciudad, la tienen algunas ciudades-palacio, como la que

    construy la dinasta aquemnida en la llanura de Perspolis. En este

    conjunto, la sucesin de apadanas, salas con columnas, escaleras

    menores y habitaciones se modulan a partir de la geometra del

    cuadrado como forma generadora. Sin embargo, la falta de ejes

    ordenadores dominantes en la composicin y la arbitraria disposicin

    de los mdulos, producen la desorientacin propia de la imagen

    laberntica.

    . . .

    En el mundo romano, el laberinto est presente en un grafismo

    pompeyano y en muchos mosaicos de piso en Italia, Espaa, las Galias

    y en Africa del Norte. La forma ms frecuente en estos pavimentos es el

    laberinto cuadrado. Ms tarde, el signo fue acogido por el arte

    paleocristiano, el ejemplo ms antiguo es el mosaico de la baslica de

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    San Reparato en Orlansville, Tnez, hacia el ao 328. En las alegoras

    cristianas del alto medioevo, el laberinto simbolizaba las pruebas que el

    devoto debe afrontar antes de alcanzar la Jerusaln celestial...

    ...un laberinto es una imagen de muchas imgenes.

    . . .

    Desde este punto de vista, el laberinto se asocia con la idea de caos,

    aunque su expresin formal busque una geometra ordenadora y el

    signo que lo representa ya sea cuadrado o circular- se convierta en

    una imagen cerrada y de fcil lectura.

    Para entender el laberinto como expresin del caos, debemos atenernos

    a dos consideraciones: la primera, entender que el caos se manifiesta en

    el interior del sistema, en cada uno de los recorridos errticos, en tanto

    que solamente una alternativa (la que conduce al destino y no es

    manifestacin catica sino ordenada), escapara a esta pauta.

    De este modo, un laberinto no es cualquier recorrido o situacin

    tortuosa e inconclusa: es la evidencia simultnea de varias alternativas,

    de las cuales slo una culmina felizmente. As, el caos se expresa ms

    en la multiplicidad de posibilidades que en el colapso o falla de la

    mayora de ellas. El laberinto plantea una escogencia entre una gama

    de alternativas similares y es tambin en esa homogeneidad de la oferta

    donde se genera la situacin catica.

    Algo similar ocurre en la arquitectura, cuando la obra ofrece mltiples

    lecturas, entre ellas varias errticas desde el concepto racional de la

    significacin arquitectnica. Este sera el caso de algunas obras de

    Antoni Gaud como la casa Battl o en especial, las construcciones del

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    parque Gell, en las cuales la posibilidad de significaciones metafricas

    ofrecen alternativas fallidas para la comprensin de la obra.

    En el edificio de la Lwengasse, en Viena, obra del pintor

    F.Hundertwasser existe una cantidad tan grande de elementos,

    lenguajes, formas y vegetacin, de equivalente jerarqua sgnica, que

    resulta imposible involucrarlos en una nica lnea de lectura; all

    siempre se produce la sensacin de haber accedido a la comprensin de

    la obra por el camino equivocado. El laberinto que aparece en el proceso

    de comprensin y significacin de las formas adquiere una dimensin

    mayor que la complejidad ofrecida por la obra misma.

    La segunda consideracin que debemos hacer para entender al

    laberinto como expresin del caos, se refiere a la dimensin temporal.

    Considerado en la imagen borgiana, el laberinto propone una infinitud;

    sin embargo nuestra percepciny comprensin- parcial de esa escala,

    limita la observacin a un perodo o fragmento del todo que se

    considera como una estructura de comportamiento estable. La

    repeticin de situaciones indiferenciadas jerrquicamente, produce una

    monotona de particular ritmo en la cual la duda subyace como

    detonadora del caos.

    Este es un caso particular de secuencia rtmica, a la vez que expectativa

    ante la incertidumbre que sugiere que el tiempo y la forma pueden

    romperse en cualquier momento. En esta observacin, la indefinicin

    temporal en las formas arquitectnicas implicara una alternativa de

    origen laberntico, como la situacin planteada en los edificios con

    curtain-wall de Mies van der Rohe en la dcada de 1950. Los bloques

    del conjunto de Lake Shore Drive en Chicago o el Seagram en nueva

    York se expresan en fachada como fragmentos indiferenciados de una

    textura aparentemente infinita, en los que intencionalmente el

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    arquitecto no enfatiz los remates ni las aristas para acentuar esa

    infinitud opuesta a una tradicin arquitectnica que siempre busc la

    imagen del edificio contenido entre lmites.

    . . .

    En las iglesas francesas e italianas de la plena Edad media, el laberinto

    (llamado Ddalus en esa poca) se repite con cierta frecuencia como

    tema decorativo; y en determinados ambientes alcanza un valor

    esotrico en relacin con su naturaleza inicitica. A partir de las siglos

    XV y XVI, el laberinto fue adoptado por los diseadores de jardines que

    realizaron laberintos con recorridos entre arbustos. Por lo menos en la

    disposicin de los primeros jardines existi una connotacin esotrica

    enmarcada en la simbologa del Humanismo...

    ... el laberinto est en cada uno de nosotros.

    . . .

    En la dualidad entre el mundo de la razn y el mundo del sentimiento,

    el concepto de laberinto pertenece al segundo. La razn, circunstancia

    de una sola variable es lineal. Pero los meandros de la esfera del sentir

    son resultado de muchas variables simultneas (algunas inmanejables)

    que se expresan en la imagen laberntica. Quizs por ese motivo, en la

    arquitectura utpica, que es expresin del pensamiento racional, no

    encontramos espacios labernticos sino regularidad y orden.

    Desde la Isla de Toms Moro hasta el Movimiento Moderno en

    arquitectura, la razn acompa a la utopa en su contenido social y en

    el camino hacia las formas puras y recibi de la psicologa

    fenomenolgica (bsicamente de la escuela de Graz) el aporte terico de

    la univalencia de las percepciones y del proceso de significacin

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    racional fundamentado en la descomposicin del todo en sus partes. Ni

    el arte cubista de las Vanguardias, ni la arquitectura moderna, ambos

    expresiones de ese aporte terico, plantean laberintos: la razn los

    explica o nos acompaa en el proceso de comprensin.

    Contrario a la dispersin y a la individualidad de las formas en la

    urbanstica moderna, la ciudad vista por el gran maestro de la imagen

    laberntica, Gian Battista Piranesi, es un tejido de elementos continuos,

    sin jerarqua en la organizacin y sin relaciones definidas entre los

    monumentos; son imgenes del sentimiento y como tales, lo son

    tambin de la fantasa: expresan la contraparte de la utopa y en ellas

    no hay arquitectura del objeto, del edificio como entidad autnoma y

    perfecta, sino el laberinto onrico de formas urbanas que se desvanecen

    y entremezclan, quiz muy cercano no como imgenes sino como

    contenido subyacente- a esa ciudad que cada uno de nosotros lleva por

    dentro. Una ciudad-sentimiento en la que la trama urbana real se

    pierde para dar lugar a otra trama virtual, producto de nuestras

    significaciones, emociones, recuerdos, presente, espacios y vivencias

    que conforman una ciudad laberntica, que no por imaginada es menos

    real.

    BORGES Y LA ARQUITECTURALOS LABERINTOS DE BORGES EN EL ENSAYO DE

    CRISTINA GRAU

    Cristina Grau es arquitecta y profesora de la escuela de Arquitectura de

    la Universidad Politcnica de Valencia, Espaa. Con esa ptica sondea

    la idea del espacio y la presencia de la arquitectura en la obra de Jorge

    Luis Borges. Como era de esperarse ya que nos ha ocurrido a casi

    todos los arquitectos- el anlisis de Cristina Grau se origina en las

    imgenes de laberintos que el escritor propone en su obra.

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    La reflexin sobre el laberinto lleva a la autora a plantearse la relacin

    entre espacio literario y espacio de la realidad. Pero esta confrontacin

    deja por fuera otra observacin, que de haberse hecho hubiera

    cambiado, quizs, el tono del ensayo: por qu a los arquitectos nos

    cuesta tanto asumir como real el espacio narrado?

    Con la misma tranquilidad con que describimos y explicamos una obra

    arquitectnica construida, a diario encontramos en textos y revistas de

    arquitectura el anlisis de proyectos no construidos... esto es, reflexin

    y crtica sobre la espacialidad a partir de planos y dibujos. Esta

    arquitectura no construida, pero s dibujada, puede ser tan real o irreal

    como la descrita en la literatura. Pero es evidente que para el

    arquitecto, el dibujo como sistema de codificacin del espacio implica

    realidad, la narracin en cambio, expresa irrealidad.

    Con la formacin arquitectnica, Cristina Grau se interna, ordenada

    mental y metodolgicamente en los laberintos de Borges. As, el ensayo

    adquiere un fuerte tono acadmico, una innegable connotacin de

    discusin de facultad de arquitectura y el carcter de resultado de

    una cuidadosa y estructurada investigacin. Tal vez muchos, aun

    siendo arquitectos, disfrutemos ms perdindonos en la realidad de los

    laberintos de Borges que en la irrealidad del ordenado anlisis que

    busca explicarlos.

    La autora inicia el recorrido por los espacios borgianos a partir de los

    primeros poemas, publicados en Espaa antes de su regreso a Buenos

    Aires en 1921. All encuentra referencias a Madrid, Sevilla y Palma de

    Mallorca, al mar y a la catedral de palma, como un barco que puja por

    romper las mil amarras y aqu hay un logro metodolgico en la

    investigacin, ya que estos poemasquizs no tan difundidos- dieron a

    Cristina Grau una base para entender las imgenes que Borges

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    confronta al volver a su ciudad, una ciudad casi desconocida, distinta

    tambin de la que idealizara en el recuerdo...

    Realmente, el Buenos Aires de Borges es ms Borges que Buenos Aires,

    aunque no por ello sea menos real. Como todas las ciudades, tambin

    Buenos Aires es muchas ciudades a la vez. Una de esas es la de Borges,

    asumida e interiorizada por los porteos, fcil de ver con un mnimo

    esfuerzo all donde no existe y quizs, tampoco existi.

    Pero Buenos Aires, pese a los millones de destinos individuales que lo

    abarrotan, permanecer desierto y sin voz, mientras algn smbolo no

    lo pueble... y fue Borges, quien dijo esa frase, quien invent el smbolo

    que para muchos hoy puebla Buenos Aires, porque la ciudad est en

    m como un poema/ que an no han logrado detener las palabras (del

    poema Vanielocuencia) y tambin: Yo soy el nico espectador de esta

    calle/ si dejara de verla se morira (del poema Caminata).

    Grau analiza estas y otras imgenes, quizs con mayor rigor que

    emocin, por eso concluye diciendo que la ciudad de Fervor de Buenos

    Aireses como esos libros de arquitectura en los que el fotgrafo, en un

    exceso de celo, aparta todo lo que estorba, muebles y personas, para

    que el lector no pierda ningn detalle. El resultado es tan asptico, tan

    impersonal, que se hace imposible localizar las imgenes; ponerle

    nombres a las cosas, pies a las fotos.

    Como todas las ciudades, Buenos Aires es una suma de ancdotas,

    rincones, detalles, alucinaciones y fantasas. Entrar a una ciudad, ya

    sea narrada, dibujada o construida, abiertos a la emocin, nos acerca a

    otra realidad, a esa que no siempre la ciudad deja ver...

    Mi patria Buenos Aires- no es el dilatado mito geogrfico que esas dos

    palabras sealan; es mi casa, los barrios amigables, y juntamente con

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    esas calles y retiros, que son querida devocin de mi tiempo, lo que en

    ellas supe de amor, de penas, de dudas.

    Vale la pena leer con detenimiento este primer captulo del libro de

    Cristina Grau, donde se sealan muchas, muchsimas referencias a la

    arquitectura y a la ciudad. La secuencia cronolgica de los ejemplos

    escogidos por la autora permite entender parte de la historia de Buenos

    Aires, la ciudad difcil y cambiante, de spera poesa, a la vez que

    descubrir el Buenos Aires de Borges, el de los barrios amigables y la

    periferia maleva, que pudo o no haber existido, pero que est all,

    materializndose en los textos tanto como el otro Buenos Aires se

    materializa a orillas del Ro de la Plata.

    El resto del libro se dedica a los laberintos, la imagen espacial de mayor

    relevancia en la obra de Borges, a la vez que la ms inquietante para el

    lector: Cristina Grau los asocia con Kafka y observa dos modos de

    expresar la identidad laberntica en los relatos: como estructura del

    texto (argumentos que contienen otros argumentos, secuencias

    recurrentes, etc.) y como figura que forma parte del contenido de la

    narracin.

    La autora se introduce en el mundo de los laberintos tratando de

    descifrarlos, transformando en dibujos las narraciones de Borges. As

    descubre sucesiones de espacios por adicin: El universo (que otros

    llaman la Biblioteca) se compone de un nmero indefinido, y tal vez

    infinito, de galeras hexagonales, con vastos pozos de ventilacin en el

    medio, cercados por barandas bajsimas. Desde cualquier hexgono se

    ven los pisos inferiores y superiores interminablemente. La distribucin

    de las galeras es invariable....

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    Logra representarlo y por supuesto, quitar la magia que la narracin

    encierra, al suponer que es sencillamente la uniformidad espacial lo que

    impide la orientacin del lector.

    Se trata, sin duda, de un excelente ejercicio acadmico que le pone

    razn a la fantasa, concretndola en dibujos y planos el cdigo de

    expresin ms inmediato en las facultades de arquitectura- pero que

    cae como un roco qumico desfoliando los rboles del bosque de la

    fantasa...

    Es mucho ms feliz el resultado del anlisis de los laberintos de las

    duplicaciones y simetras y de los laberintos de va nica (captulos III y

    IV). El primero con la referencia a los espejos: Yo conoc de chico ese

    horror de una duplicacin o multiplicacin espectral de la realidad, pero

    ante los grandes espejos. Su infalible y continuo funcionamiento, su

    persecucin de mis actos, su pantomima csmica, eran sobrenaturales

    desde que anocheca... (de El hacedor) o La tierra que habitamos es un

    error, una incompetente parodia. Los espejos y la paternidad son

    abominables porque la multiplican y la afirman (en Historia universal de

    la infamia).

    En el captulo IV, el laberinto de va nica es observado como el

    resultado de adiciones o subdivisiones infinitas: Alguien me dijo: no

    has despertado a la vigilia sino a un sueo anterior. Ese sueo est

    dentro de otro y as hasta lo infinito, que es el nmero de los granos de

    arena. El camino que habrs de desandar es interminable y morirs

    antes de haber despertado realmente.

    El captulo V, La ciudad como laberinto, aparece como el ms

    atractivo del libro, tal vez por el juego que la autora realiza entre las

    imgenes de Borges y las de Piranesi, entre textos y dibujos. Toma como

    ejemplos las Carceri dinvenzione y el cuento La ciudad de los

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    inmortales e incluso conduce una entrevista con el escritor hacia el

    tema del cementerio de la Recoleta en Buenos Aires y descubre el

    recinto que hay por detrs de la portada neoclsica, esa pequea ciudad

    de los muertos, que si se hace una abstraccin de la escala, tiene

    grandes coincidencias con la ciudad que Borges describe en el cuento El

    inmortal. As, parece cerrarse un ciclo, que comenz con las imgenes

    del Buenos Aires de Borges para terminar con las imgenes del Buenos

    Aires real.

    Una lectura especial merecen las conversaciones entre Borges y Cristina

    Grau, transcritas en el libro. All el escritor habla de la arquitectura y

    de la ciudad, de Frank Lloyd Wright y del Palacio de Cnossos en Creta,

    desde su percepcin de no-vidente. Ese espacio, mezcla de presente y

    de recuerdos, donde las duplicaciones y las simetras articulan en la

    mente todo aquello que la visin niega.

    Grau, Cristina: Borges y la arquitectura

    Ediciones Ctedra. Madrid 1989.189 pginas

    LA TRAZA

    El plano de La Plata es una rplica del Universo. Esa verdad

    que subyace en la geometra del cuadrado, en la exacta

    disposicin de las diagonales, en el nfasis en el punto

    central y las simetras, la desconocen los platenses, aunque

    intuyan o sospechen que hay algo ms all del simple trazado

    de la ciudad.

    No quiero entrar en los detalles que me condujeron a esa

    conclusin que explica, en parte, la relacin de los platenses

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    con su ciudad y, en especial, la preocupacin que

    compartimos- por el estudio de la traza. Creo tambin, que

    los fundadores de la ciudad no llegaron a esa solucinmirando hacia arriba, sino observando cuidadosamente hacia

    abajo, reflexionando sobre estructuras mucho ms pequeas

    que son reflejos de una misma (y nica) estructura que se

    repite infinitamente. La Plata es un paso intermedio en un

    continuo sin origen ni final, pero lo que cambie en La Plata

    deber inevitablemente cambiarse arriba y abajo paramantener el orden de algo que no comienza ni termina.

    Me preocupa que alguna alucinada voluntad urbanstica

    quiera alterar la precisa traza platense, romper un equilibrio

    del cual la ciudad es solamente una instancia, un momento.

    Nadie sabr nunca cuntas estrellas se apagaron por la intilapertura de la Plaza Italia, ni se conocern los desrdenes

    que a modo de locos istopos (o en el confn del Universo)

    producen las arbitrarias urbanizaciones en la periferia de la

    ciudad.

    A veces me pregunto si habr un anverso de La Plata, unaciudad invertida y exacta, como el otro lado de una misma

    hoja, que refleje la continuidad hacia abajo as como esta La

    Plata reflejaaparentemente- la continuidad hacia arriba.

    LAS SOMBRAS DE LA CALLE 53

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    Ayer pensaba que en tus recorridos cotidianos por La Plata,

    poco tienes que caminar por la calle 53 entre 7 y 12; sin

    embargo, vale la pena hacerlo. Las sombras que proyectan enel piso los rboles de la calle 53 en ese tramo- son huecos

    profundos y negros, aunque nunca nadie haya cado dentro

    de ellos. Si miras con cuidado en su interior, unos minutos

    antes del medioda, vers cosas asombrosas.

    Me deca un amigo, que all cada uno ve lo que quiere ver; yoen cambio, creo que vemos todo aquello que el mundo (no se

    por qu razn) no se atreve, no quiere o no puede mostrar en

    la superficie. Este mundo tiene, sin duda, mucho ms de lo

    que nos muestra en su ordenada cronologa.

    Hay quienes afirman que a travs de esas sombras ven a susmuertos queridos, todos juntos, en lugares y momentos que

    jams pudieron compartir. Yo una vez vi, llegando a calle 11,

    en la mancha negra que proyectaba una rama de tilo apenas

    florecida, el eterno pasar de una misma pareja por una

    misma esquina (que reconoc en Plaza Rocha) como si el disco

    del tiempo se hubiera rayado y sonara siempre la mismaimagen. El tiempo no existe ms all de la sombra.

    Ese da busquinfructuosamente- mis huellas en el patio de

    la Escuela N 2 o en las galeras del segundo piso del Colegio

    Nacional, pero la mancha negra me mostr otras huellas, que

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    no entend, en otros patios y en otras galeras que ahora

    estoy pisando y recin ahora entiendo.

    No quieras explicarte lo que all veas, aunque tengas la

    certeza de que es parte de tu vida: el tiempo se confunde en el

    fondo de las sombras de los rboles de la calle 53.

    UN REFLEJO

    Siempre me inquiet esa extraa posibilidad que ofrece el

    Observatorio Astronmico del Bosque, con sus telescopios

    para mirar las estrellas y con las profundas sondas de sus

    sismgrafos que permiten escucharo ver- lo que pasa en el

    interior de la tierra.

    Visitar el Observatorio era como pisar un umbral en medio de

    dos infinitudes y as lo senta cuando caminaba entre las

    pequeas construcciones neoclsicas, con balaustradas y

    columnas, abiertas al bosque de eucaliptus, al universo de

    los astros y a las entraas del planeta.

    En uno de esos edificitos perdidos entre los rboles, detrs de

    la cpula enana del llamado Buscacometas hay una puerta

    metlica, ya oxidada y cubierta de yuyos en mis aos de

    adolescencia. All nace una escalera, que con signos de poco

    uso, desciende algunos escalones. Despus de varios

    intentos, una tarde hmeda, otoal, baj hasta encontrar, al

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    final, otra puerta igual a la que haba dejado atrs, que se

    abra (con el mismo xido y el mismo pastizal) en una

    idntica fachada blanca frente a otro bosque de eucaliptusigual, humedecido por la tarde de otoo.

    Algo me decepcion; el Observatorio ya no era como un

    umbral mgico entre dos firmamentos, sino como una

    maqueta apoyada sobre un espejo que separa (o une) dos

    escenas iguales.

    Cuando baj la segunda vez, llev un pedazo de ladrillo para

    escribir, como testimonio de mi aventura, mi nombre en la

    pared que enfrentaba al mundo del otro lado. Pero algo no

    estaba bien, una imperceptible diferencia me intranquilizaba.

    Tard mucho rato en darme cuenta que all yo era zurdo yque el otro lado es solamente un reflejo, una ilusin, como las

    estrellas o las vsceras de la tierra...

    Esa sensacin de estar pegado a una estrecha capa de

    realidad entre dos mundos ilusorios me alej para siempre

    del Observatorio, de sus telescopios y de esa puerta quequizs no deb abrir jams, para mantener la fantasa de los

    astros en el cielo y las incgnitas subterrneas que enmarcan

    y agrandan nuestra estrecha realidad.

    No vayas al Observatorio, pero si lo haces, ve a mirar hacia lo

    lejos, evita abrir puertas cotidianas.

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    Piranesi: Crceles

    Laberintos en los jardines de la Villa dEste, Roma. El laberinto por repeticin: imagende la biblioteca de Babel a partir del cuento de Borges (Cristina Grau)

    3

    SILENCIOS

    Recorrer un plano arquitectnico con la vista, imaginar un espacio,

    recrearloo crearlo- en el pensamiento, son actividades del silencio. Ese

    silencio de las formas, cuyos inaudibles bajos parecen resonar

    golpeando nuestro interior.

    Porque la actividad comunicante de las formas (y por ello de la

    arquitectura) excluye el sonido, aunque nos da a entender que deriva de

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    l. Quizs por esto, el dilogo que mantenemos con el espacio

    arquitectnico es una experiencia personal, ntima, un contacto entre

    formas que emiten su silencioso mensaje y nuestro yo ms profundo.

    Por ese motivo, enfatizar el silencio de los muros (que son la piel de la

    arquitectura) crea distancias en la comunicacin, ya que al espacio lo

    entendemos por los lmites que lo contienen: membranas, bordes, piel o

    muros que lo definen.

    La idea del espacio sin lmites escapa a nuestra capacidad comprensiva,

    que elementalmente se basa en la identidad denotativa de las formas,

    en su geometra silenciosa que intuimos como protectora de un

    misterio. Reforzar de algn modo ese silencio es exponer crudamente el

    misterio que se oculta en las formas, ms all de su comprensin, ms

    all de la realidad, exigiendo una excusa a la razn, as como tratamos

    de explicar o justificar las imgenes de Giorgio de Chirico en la irreal

    dimensin del mundo onrico.

    En El regreso del poeta (1911) o en Musas inquietantes (1916), de

    Chirico exalta el silencio de una arquitectura no comunicante y lo hace

    desnudando las formas hasta mostrar el misterio que subyace en su

    interior. De este modo se rompe cualquier relacin entre las imgenes

    (arquitectnicas o antropomorfas) de la composicin y entre stas y

    nosotros : la comunicacin se interrumpe y el callado mensaje de cada

    forma descontextualizada se encierra en un Silencio an mayor, ms de

    lo que la razn admite...

    Observando la obra de de Chirico, podemos concluir que los sonidos de

    la arquitectura provienen de su relacin con el contexto. As, el castillo

    de Ferrara que aparece como teln de fondo en Musas inquietantes

    agrega al mutismo de su forma el hermetismo consecuente de su

    imposibilidad de relacin con el medio en que aparece inserto en la

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    obra. Del mismo modo se apagan los sonidos del tren que se insina en

    el primer plano de El regreso del poeta, como si el hermetismo de las

    imgenes absorbiera cualquier posible sonido.

    Cuanto ms pura es la forma, ms fcilmente deja entrever el misterio

    de su geometra y resulta, por lo tanto, ms silenciosa. No nos extraa,

    entonces, la dificultad para entender el significado de la arquitectura

    moderna entre algunos crticos y tericos posmodernos de las dcadas

    de 1970 y 1980, que ingenuamente confundan significaciones con

    estridentes metforas o con sonoras reminiscencias.

    Por ser el final de un proceso de bsqueda de las formas puras, iniciado

    en el Neoclasicismo, el Movimiento Moderno termin de liberar la

    esencia (el Misterio) de las formas de la arquitectura, silenciando sus

    mensajes connotativos.

    Muy cercana a las propuestas de de Chirico, encontramos la frase de Le

    Corbusier que define la arquitectura como el juego sabio y correcto de

    los volmenes bajo la luz: all no hay seales auditivas, solamente

    imgenes visuales de una plstica descarnada conformada por

    volmenes sueltos, ajenos a todo contexto y relacionados entre s ms

    en la intencin del arquitecto que en la realidad.

    Otra posibilidad de hacer nfasis en el silencio de la arquitectura sin

    disminuir su capacidad comunicante, se encuentra en el manejo de las

    escalas, proporciones y ritmos de los elementos y formas que la

    componen. A diferencia de la presentacin rotunda y descarnada de las

    formas puras que evidencian abiertamente el misterio de la geometra,

    esta otra actitud ha configurado interesantes ejemplos en la historia de

    la arquitectura: en ellos, el dilogo aleja al observador, interponiendo

    un teln de serena gravedad que permite insinuar sin mostrar- la

    esencia que subyace detrs de las formas. La mezcla de inquietud y

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    respeto que esta arquitectura silenciosa pero no hermtica produce en

    quien la observa les vali, a algunas construcciones, el acceso al

    reconocimiento colectivo: los llamados grandes espacios en la historia.

    En el Panten de Pars, Soufflot, al combinar elementos de origen griego

    y romano logr, con proporciones y secuencias rtmicas un espacio

    quieto y callado, que ms que dialogar con el observador, parece

    observarlo framente desde la distancia. En la Escuela Espaola de

    Equitacin en Viena, la solemnidad del tratamiento del mbito de

    presentaciones ecuestres, lograda por medio del lenguaje clsico y la

    escala, consigue que el silencio del espacio acalle aun el golpear de los

    cascos.

    Pero es en el Teatro Olmpico de Palladio, en Vicenza, donde la

    arquitectura se convierte en el mejor ejemplo de un testigo silencioso y

    distante, capaz de albergar (sin interferir) las escenas de edipo Rey,

    obra para la cual fue concebido. Palladio logr, en esta obra, sugerir el

    misterio de las formas por medio de una geometra legible bajo el

    recubrimiento de todo el repertorio clsico de que dispona en los

    ltimos momentos del renacimiento: en el Manierismo.

    Todas estas obras tienen un comn denominador: evidencian que el

    silencio de la arquitectura deriva del sonido como se sugiere al inicio

    de este escrito- y presentan al silencio, no por s mismo, sino por una

    notable y emocionante ausencia de sonido. De esta manera, el cdigo

    del mensaje arquitectnico no sufre interferencias ni desvirta su

    calidad de sistema visual, aunque comparta rasgos, trminos y

    situaciones con los sistemas auditivos; pero su esencia reside en el

    silencio de las formas.

    A esos ejemplos podramos agregar obras de Robert Adam, de Ledoux,

    Weinbrenner, Boulle y otros maestros neoclsicos, cuya discusin

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    esttica gir en torno al concepto de sublime como cualidad subjetiva,

    contrapuesto al de belleza como cualidad absoluta. En todos esos

    arquitectos nos asombra el silencio que emana de sus construcciones,

    que a primera vista parecen excesivamente fras aunque generadoras de

    intensos estados emocionales en el observador. Qu relacin existe,

    entonces, entre estas obras de helado lenguaje arquitectnico y la

    emocin que nos provocan?

    Es evidente que al hablar de emocin ante el espacio, nos referimos al

    estado de nimo o al sentimiento que nos produce una cualidad

    subjetiva del mismo. Es decir, a la respuesta a una sugerencia que

    aparece ms all de la observacin formal y su interpretacin

    denotativa, que como la belleza en el concepto neoclsico, responde a

    un absoluto.

    Esa cualidad subjetiva proviene del Silencio. No del silencio fsico del

    mbito, sino del intencionalmente exaltado silencio de las formas que

    permite entrever una punta de su misterio, la grandeza sobrehumana

    de la que hablan los tericos neoclsicos: la cualidad sublime que

    encierra la perfeccin de las formas

    CRNICAS MARCIANASEL SILENCIO DE LAS CIUDADES MARCIANAS EN LA

    NOVELA DE RAY BRADBURY

    La primera edicin de Crnicas Marcianasde Ray Bradbury apareci en

    la dcada de los aos cincuenta, los aos ms importantes para la

    literatura de ciencia-ficcin, cuando la euforia de la Segunda Posguerra

    comenzaba a diluirse ante los problemas cotidianos de la sociedad;

    cuando el hombre descubra otra vez- que ms all de la empresa

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    comn por la libertad (como denominaron los Aliados a la Segunda

    Guerra Mundial), y que ms all de los afanes antitotalitaristas (que

    reemplazaron unos totalitarismos por otros) segua siendo el mismo

    hombre en su esencia.

    La conquista y colonizacin de Marte no difieren, para el autor, de otras

    conquistas y colonizaciones anteriores, en la tierra. Por eso, las crnicas

    y sus imgenes son nostlgicas y quiz esa sea la respuesta a la

    pregunta que se formulara Borges en los ltimos das del otoo de

    1954, cuando prologaba el libro: Qu ha hecho este hombre de Illinois

    Bradbury- para que episodios de la conquista de otro planeta me

    llenen de terror y de soledad? Bradbury ha puesto, dice Borges, sus

    largos domingos vacos, su tedio americano, su soledad...

    Hay tres tipos de ciudades en el libro: las ciudades marcianas, las

    terrestres y las que los terrestres construyen en Marte. De las primeras,

    Bradbury slo nos deja entrever un modo de vida ideal, casi sin

    descripciones fsicas: sobre ellas hablar ms tarde, cuando estn

    deshabitadas, vacas y abandonadas; cuando sean territorio de la

    nostalgia.

    Las ciudades terrestres, o mejor dicho: la vida en las ciudades terrestres

    es terrible (tambin por ello el hombre busca una nueva vida en Marte);

    son ciudades grises y speras, el ambiente para toda la mezquindad del

    pensamiento humano, para la angustia, la represin, la monotona y el

    miedo. Ms que descripciones de ciudades terrestres (ciudades

    norteamericanas) Bradbury sugiere atmsferas, contextos: excepto

    cuando interviene la nostalgia ante el inminente viaje; entonces

    aparecen lugares, imgenes, esquinas y rboles vistos con los ojos de

    una partida, idealizada como si no fuera posible el retorno...

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    Tambin son terribles las ciudades que los hombres construyen en

    Marte, ciudades provisionales, de urgencia, en las que ni siquiera los

    nombres demuestran entusiasmo ante la empresa colonizadora: Ciudad

    Aluminio, Aldea Elctrica, Detroit II... Afortunadamente para Marte

    como entidad y como lugar- duran poco ya que sus materiales son

    burdos, perecederos y ante una nueva guerra en la Tierra, los

    colonizadores regresarn enloquecidos de patriotismo, olvidando la

    aventura-juego en Marte; regresarn de un lugar donde siempre

    estuvieron de paso, en trnsito y con ese sentimiento hicieron las

    ciudades, regresarn a incinerarse en el holocausto de una guerra, la

    ltima. La vida cotidiana de los marcianos aparece ajena a la ciudad,

    pero sta existe, cercana, como se puede leer en los ltimos captulos

    del libro.

    La primera expedicin terrestre sucumbe fcilmente ya que es

    anticipada en los incomprensibles sueos de las mujeres de Marte. La

    segunda, recorre diversas casas tratando de hacerse or, explicar su

    exitoso viaje desde la Tierra y recibir los consecuentes honores, hasta

    terminar encerrados en un manicomio, celebrados por los locos. En este

    recorrido de casa en casa no se ve la ciudad: es un espacio similar al de

    algunos suburbios con casas dispersas en las ciudades

    norteamericanas.

    El xito corresponde a la cuarta tentativa, cuando los marcianos ya

    haban muerto por los virus de varicela que llevaron las tres primeras

    expediciones; ahora s, los conquistadores pudieron conocer las

    maravillosas ciudades marcianas: A la tarde siguiente, Parkhill se

    dedic a hacer ejercicios de tiro al blanco en una de las ciudades

    muertas, rompiendo los crist