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FABRICANTES DE MISERIA (1998) Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa INTRODUCCIÓN EL PECADO ORIGINAL Vamos al grano: ¿de qué trata este libro? Trata de las ideas y de las actitudes que mantienen en la miseria a grandes muchedumbres latinoamericanas y a algunos bolsones de españoles y de otros europeos de la zona mediterránea. Trata de los gobiernos que con sus prácticas antieconómicas ahogan las posibilidades de generar riquezas. Trata de las órdenes religiosas que, encomendándose a Dios, pero con resultados diabólicos, difunden nocivos disparates desde los púlpitos y los planteles educativos. Trata de los sindicatos que, enfrascados en una permanente batalla campal contra las empresas, acaban por yugular la creación de empleo, impiden la formación de capital, o lo ahuyentan hacia otras latitudes. Trata de los intelectuales que desprecian y maldicen los hábitos de consumo en los que suelen vivir, prescribiendo con ello una receta que hunde aún más a los analfabetos y desposeídos. Trata de las universidades en las que estos

Fabricantes de Miserias Apuleyo Mendoza Plinio Fabricantes de Miseria 1

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FABRICANTES DE MISERIA (1998)Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y

Álvaro Vargas Llosa

INTRODUCCIÓN

EL PECADO ORIGINAL

Vamos al grano: ¿de qué trata este libro? Trata delas ideas y de las actitudes que mantienen en la miseriaa grandes muchedumbres latinoamericanas y a algunosbolsones de españoles y de otros europeos de la zonamediterránea. Trata de los gobiernos que con susprácticas antieconómicas ahogan las posibilidades degenerar riquezas. Trata de las órdenes religiosas que,encomendándose a Dios, pero con resultadosdiabólicos, difunden nocivos disparates desde lospúlpitos y los planteles educativos. Trata de lossindicatos que, enfrascados en una permanente batallacampal contra las empresas, acaban por yugular lacreación de empleo, impiden la formación de capital, olo ahuyentan hacia otras latitudes. Trata de losintelectuales que desprecian y maldicen los hábitos deconsumo en los que suelen vivir, prescribiendo con ellouna receta que hunde aún más a los analfabetos ydesposeídos. Trata de las universidades en las que estos

errores se incuban y difunden con una pasmosaindiferencia ante la realidad. Trata de los políticos quepractican el clientelismo y la corrupción. Trata de losmilitares que, convertidos en sector económicoautónomo, consumen parasitariamente una buena partedel presupuesto, y han gobernado o aún amenazan congobernar nuestras naciones como si fueran cuarteles.Trata de los empresarios que no buscan su prosperidaden la imaginación, el trabajo intenso y en los riesgos delmercado, sino en los «enchufes», la coima y el privilegiotarifado. Trata de los políticos que creen, erróneamente,que los salarios bajos son una «ventaja comparativa»,sin entender que de la pobreza se sale aumentando laproducción y la productividad, no pagando sueldos dehambre. Trata —también— de quienes enfrascados en eldiscurso de una pretendida solidaridad con loshumildes, ponen en práctica medidas antieconómicasque provocan males mayores que los que pretendencorregir. Trata, en fin, de los que llamamos «fabricantesde miseria»: esos grupos que, unas veces de buena fe, yotras por puro interés, mantienen a millones depersonas viviendo, a veces, peor que las bestias. Ojaláque este libro contribuya a sacar del error a losequivocados y a desenmascarar a quienes actúanmovidos por la demagogia, la mala fe o la másdevastadora ambición personal.

De los casi cuatrocientos millones deiberoamericanos, aproximadamente la mitad vive muypobremente. Ese es el gran fracaso y la gran vergüenza

Huntington, Samuel, El choque de civilizaciones,1

Paidós, Barcelona, 1997.

de nuestro universo cultural y étnico. Formamos partede Occidente. Nuestras lenguas fundamentales (elespañol y el portugués), nuestras creencias religiosas,nuestro derecho, nuestras instituciones, nuestracosmovisión, en suma, tienen una raíz que nosidentifica como un enorme segmento de Occidente,pero, lamentablemente, constituimos el más miserabley atrasado de todos.

Quizá esto explica que Samuel Huntington en supolémico libro El choque de civilizaciones no incluya a1

Iberoamérica como parte de Occidente. El ensayistanorteamericano no sabe cómo «encajar» nuestra piezaen el rompecabezas. Es capaz, correctamente, de incluira España y a Portugal entre las matrices del mundooccidental, pero no al universo desovado por ellas alotro lado del Atlántico. Estados Unidos y Canadá sí,hijos de Inglaterra y, en gran medida, de Francia, sonparte esencial de Occidente, pero no Iberoamérica. ¿Porqué? Básicamente, porque la miseria iberoamericanamuestra una serie de pavorosos síntomas que ya noestán presentes en ningún rincón de Occidente: esetodavía altísimo porcentaje de analfabetismo en paísescomo Bolivia o Guatemala; ese cuadro de poblacionessin agua potable o electricidad; esos campesinos quetodavía cultivan la tierra con sus manos y malvivencomo en el siglo XIX, no encajan en el perfil de los

pueblos cultural e históricamente vinculados alOccidente de la Europa cristiana. Los «ranchitos» deCaracas, las «favelas» brasileras, los «pueblos jóvenes»peruanos, los «gamines» colombianos, las «villasmiserias» argentinas, los barrios de «chabolas»españoles, la indigencia de cascote y chapa de algunosbarrios habaneros —como los que llevan los derrotadosnombres de «El Fanguito» y «El Palo Cagao»—, de laque muchas jóvenes sólo pueden evadirse por medio dela prostitución, se parecen más a rincones de Lagos, delCairo o de Manila que a los paisajes urbanos del mundooccidental del que procedemos.

Entre las naciones ricas, por supuesto, también haypobres, pero la pobreza de los países desarrollados noadmite comparaciones con la nuestra. La línea depobreza en Estados Unidos se calcula en algo más dequince mil dólares anuales por familia. Y pobres, segúnla Unión Europea, son aquellos que perciben menos dela mitad del promedio comunitario: unos quince milecus. Técnicamente, se considera indigentes a loshabitantes incapaces de acceder a la canasta alimenticiaque permita evitar la desnutrición. El informe del BancoMundial de 1990 define como pobres en la zonalatinoamericana a quienes se esfuerzan por subsistir conmenos de 370 dólares anuales. Dichos límites sonrelativos. En México, la pobreza moderada se sitúa pordebajo de 940 dólares per cápita, pero esta suma seríaobviamente redentora para los indigentes de Haití y deAmérica Central.

La mayor parte de los pobres latinoamericanos sonniños; y los niños son en su mayoría pobres. Tales niñosestán abocados a la mendicidad y al robo. Según laComisión Económica para la América Latina (CEPAL),el número de pobres se ha duplicado en América Latinadesde la década de los setenta. Se calcula que hoysobrepasa los doscientos millones de personas, lo queequivale al 45 por ciento de la población. La pobreza, osus secuelas, es la primera causa de mortalidad infantil.Causa un millón y medio de muertes al año.La pobreza, que es sobre todo visible en los cinturonesde miseria que rodean las ciudades, cuyos habitantespadecen de índices elevados de desempleo o desubempleo y están expuestos a enfermedadesinfecciosas y parasitarias, ha producido brotes deviolencia social y política en países como Brasil, Haití,Perú y Venezuela e inclusive en Cuba y Nicaragua.Hay una relación estrecha entre pobreza, educación ybaja productividad, sobre todo teniendo en cuenta quela productividad hoy en día está estrechamenterelacionada con la creatividad, la difusión y el uso deniveles de conocimiento. Las investigaciones del Nobelde Economía Gary Becker lo demuestran. Otros factoresque afectan a las economías latinoamericanas, y que serelacionan con la pobreza, son la estrechez de losmercados locales, la criminalidad y la violencia. En casitodos los países latinoamericanos se registranpreocupantes aumentos de la criminalidad urbana. Sóloen Colombia se contabilizan veintiséis mil asesinatos

por año.La economía informal es vista simultáneamente

como problema y solución. Nace de la pobreza y es unadefensa ante la situación de los campos, la virtualimposibilidad de adquirir un estatus legal, crearempresas o construir viviendas. Las actividadesinformales son su único medio real de subsistencia. Seestima que el dinamismo y la creatividad de estossectores —libre expresión de mercados espontáneos—podrían impulsar considerablemente el crecimientoeconómico. Pero, desde luego, tiene sus inconvenientes,pues no media para ellos ningún sistema jurídico,carecen de toda protección social, no asumen ningunabase impositiva al margen del esfuerzo productor delpaís, con frecuencia roban agua, electricidad y materiasprimas a los canales de suministro, y contribuyen algrave deterioro del medio ambiente en las zonasurbanas.

Naturalmente, en América Latina no se observa unamiseria uniforme que defina el perfil de nuestracivilización, y de ella no se puede deducir que estemosante una sociedad refractaria al progreso. Una buenaparte de la sociedad iberoamericana, por el contrario,exhibe formas de vida perfectamente intercambiablescon las de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea.Buenos Aires, exceptuados sus barrios marginales, esuna maravillosa ciudad comparable a cualquiera deEuropa. Nadie que conozca a Uruguay puede hablar deindigencia o de pobreza abyecta. En Brasil —se ha dicho

muchas veces— conviven dos países: uno es Bélgica y elotro Senegal. Es decir: hay decenas de millones depersonas que se alimentan, comunican, informan otrasladan como los habitantes del Primer Mundo. Perojunto a ellas hay otras tantas decenas de millones deseres humanos que viven en una miseria perfectamentecalificable como tercermundista.

Y es tan desesperante este contraste que, de untiempo a esta parte, comienza a observarse una especiede fatiga en la lucha contra la pobreza, y surgen vocesfatalistas que nos hablan de segmentos de población«naturalmente excluibles». Esto es: grupos humanosque supuestamente nunca podrán abandonar ladesdichada forma en la que viven, pues en la sociedadmoderna no hay la menor esperanza para ellos o parasus descendientes. Sencillamente —opinan estosagoreros— perdieron la posibilidad de integrarse en losmecanismos productivos de la sociedad contemporánea,y es muy probable que jamás puedan educarse, teneracceso a un puesto de trabajo estable y, en algunos casosextremos, ni siquiera a un techo permanente. Gente quenacerá en la calle y en ella morirá tras una vida deviolencia, privaciones y enfermedades.

¿Es esto cierto? Por supuesto que no. Ese cruelpesimismo es un disparate. Si algo hemos aprendido enlas últimas décadas del siglo XX es que los pueblospueden abandonar la miseria a un ritmo tal que esposible nacer junto a un charco inmundo, comido deparásitos, pero alcanzar la madurez dentro del

razonable confort de los niveles sociales medios. Lodemostraron los taiwaneses, los coreanos, los españoles,los portugueses, y hoy, pese a los altibajos de laeconomía, lo están demostrando los malayos, lostailandeses y —entre nosotros—, con más éxito queningún otro pueblo, los chilenos.

Claro que hay esperanzas para los pobres deAmérica Latina. El crecimiento económico en la región,en las primeras ocho décadas del siglo, fue uno de losmás altos del planeta: un promedio del 3,8 por ciento.Muy superior al de Asia y desde luego al de África. Algoque se explica por el incremento de la demanda deproductos básicos por parte de los países desarrollados,por la vigorosa industrialización de la región, y por lafinanciación extranjera. Crecimiento desigual, sinembargo, pues se estima que la concentración deingresos se incrementó en países como Argentina,Brasil, Chile, Colombia y México.

De todas maneras, este crecimiento se reflejó en losíndices de empleo, en el suministro de agua, en la mejoratención médica y en la salud. Subieron notablementela esperanza de vida infantil y la ingestión de calorías,mientras disminuyó la mortalidad. Aumentarontambién las tasas de ingreso escolar y alfabetización.Globalmente, la esperanza de vida ha escalado en lasúltimas cuatro décadas, de 40 a 67 años, pero es muyprobable que esa disminución de la mortandad se debamás a la difusión de antibióticos y vacunas que acualquier otra causa. Igualmente, se ha reducido el

crecimiento demográfico.En cierto sentido, dos países con estadísticas fiables

son ejemplares en América Latina: Chile y Costa Rica.En ambos la mortalidad infantil ha descendido del 70 o75 por ciento a menos del 13 por ciento. Más del 90 porciento de la población puede acceder a los serviciosmédicos primarios. También estos dos países, junto aCuba, Uruguay y Argentina, son los que registran unmenor nivel de analfabetismo en todo el continente yuna de las tasas más elevadas de esperanza de vida.

En la llamada «década perdida» de los ochenta, lapobreza aumentó como consecuencia de la difícilcoyuntura económica entonces vivida por la mayoría delos países latinoamericanos. No obstante, el aumento dela pobreza fue muy desigual según los países. Fue bajo,por ejemplo, en Uruguay y Costa Rica, y muy alto enMéxico, donde la proporción de pobres se incrementóde una tercera parte del censo en 1970 a la mitad amediados de los ochenta. También registraron cifrasmuy desfavorables países como Bolivia, Honduras yGuatemala.

Otra característica de la evolución de la pobreza enel área: de fenómeno eminentemente rural pasó a ser unfenómeno urbano. El número de menesterosos es mayoren las ciudades, debido esencialmente a la emigraciónde pobres hacia los centros urbanos. Esta concentraciónse ha incrementado en Colombia por el fenómeno de laviolencia. La mayor pobreza urbana se registró enciudades del Brasil y del Perú. En este último país, sin

embargo, la pobreza de la selva o de las regiones ruraleses aún mucho mayor que la que se concentra en Lima.

Pero hay esperanzas. En la década de los cincuenta,por lo menos seis países de América Latina tenían uningreso per cápita más alto que el de España (Argentina,Chile, Uruguay, Cuba, Venezuela y Puerto Rico), datoevidenciado por el signo de las migraciones (losespañoles pobres viajaban a estos países en busca deoportunidades), más hoy España casi duplica la rentapor persona de Argentina, el país de más alto nivel devida en toda América Latina. Es decir, en nuestros díasse sabe con bastante precisión cómo aliviar y erradicarvelozmente la pobreza, hasta conseguir modos de vidaconfortables. Es una fórmula al alcance de todas lassociedades, que nada tiene de secreta, y que consiste enuna suma relativamente sencilla de políticas públicas,un enérgico esfuerzo en materia educativa, legislaciónadecuada, y un sosegado clima político, económico ysocial que propenda a la creación de riquezas, estimuleel ahorro y genere montos crecientes de inversión.

Y si, aparentemente, la batalla contra la pobreza noes tan cuesta arriba, ¿por qué los latinoamericanos nohemos podido «ganarla»? México, por ejemplo, quegoza de estabilidad desde 1928, y durante setenta añosha sido gobernado por un partido «revolucionario» quedice defender los intereses de los oprimidos, mantieneen la pobreza a cuarenta y cinco de sus noventa millonesde habitantes: ¿por qué? La respuesta acaso no sea muycompleja: porque prevalecen las ideas y actitudes

equivocadas. Las ideas y las actitudes tienenconsecuencias, y las malas ideas y las malas actitudesgeneran, por supuesto, malas consecuencias. Ahoraentremos en materia.

I. LOS POLÍTICOS

EL VENDEDOR DE MILAGROS

Comencemos por los políticos. Son nuestrosfabricantes de miseria por antonomasia. Es contraquienes primero se alza el dedo acusador de la sociedad,quizá por ser los más visibles de todos nuestrosciudadanos. Ser político, en nuestros días, es ser elpayaso de las bofetadas. El prestigio es mínimo. Eldescrédito es enorme. Las burlas son constantes. Lafalta de credibilidad resulta casi total. Hemos llegado alextremo de que los políticos tienen que asegurar queson otra cosa si desean aspirar a un cargo público.Tienen que disfrazarse. Jurar que son outsiders. Esa fuela táctica de Noemí Sanín y —en cierta medida— deAndrés Pastrana durante las elecciones que tuvieronlugar en Colombia en el verano boreal de 1998. Fue, enel pasado, la estrategia de Fujimori y hoy es la táctica deIrene Sáez y del teniente coronel Chávez, «la bella y la

bestia» de la contienda electoral venezolana. Es, ensuma, lo que intenta cada aspirante a presidente,senador, diputado o alcalde: proponer su candidaturaasegurando que cualquier parecido con los políticosconvencionales es pura coincidencia.

¿Por qué esta etapa de intenso desprestigio? Sinduda, porque casi todas las sociedades, según lasencuestas, piensan que los políticos les han fallado. Nosuelen verlos como hombres de Estado que cumplenuna función o como los guardianes del bien común, sinolos ven como unos tipos deshonestos y mentirosos,dispuestos a hacer cualquier cosa por enquistarse enalgún pesebre gubernamental con el ánimo dedesangrarlo. «Vivir fuera del presupuesto es vivir en elerror», suelen decir los políticos mexicanos, tal vez losmayores expertos del planeta en apropiarse del dineroajeno. Y vivir dentro del presupuesto es lo que intentanmillares de nuestros pretendidos servidores públicos.Las historias son tantas que no vale la penaconsignarlas. Se dice que los Salinas se apoderaron decentenares de millones de dólares. Alan García llegó alPalacio de Pizarro con una mano delante y otra detrás.Cuando se exilió en París se las enseñó a la prensa y lastenía llenas de diamantes. Es decir, ya era un hombremuy rico. El ecuatoriano Bucaram y el guatemaltecoSerrano no sorprendieron tanto por las deshonestidadesen que incurrieron como por la rapidez con que lohicieron. Visto y no visto. Robaron a la velocidad de laluz. La revista Forbes atribuye a Fidel Castro una

inmensa fortuna de decenas de millones de dólares,mientras los cubanos se mueren de hambre. «¿Por quéroba bancos?» le preguntaron alguna vez a un famosoasaltante norteamericano. «Porque es ahí dondeguardan el dinero», contestó con lógica cartesiana ycierta incredulidad ante la tonta duda del periodista.Algo así pueden contestar algunos políticoslatinoamericanos manifiestamente sinvergüenzas:«¿Por qué quiere llegar a la presidencia?» «Porque esahí donde está el dinero.»

Claro que hay decenas de excepciones. Ni Aylwin, niLuis Alberto Lacalle, ni Osvaldo Hurtado, ni BelaúndeTerry, ni Lleras Camargo o Rómulo Betancourt —porsólo citar media docena de gobernantes— salieron de lapresidencia con un dólar más de los que tenían cuandola recibieron. Pero, lamentablemente, las figurashonradas pesan poco a la hora del recuento. La imagengeneralizada, la que la sociedad mayoritariamentesustenta, es la del político corrompido que prometevillas y castillas, pero acaba alzándose con el santo y lalimosna.

Sin embargo, tal vez la corrupción que más cuestano es ésta muy visible de la coima y el sobreprecio, sinootra más sutil y escondida que consiste en utilizar alEstado como un botín para comprar conciencias. Es elpolítico que cede ante peticiones abusivas de ciertossectores del electorado para ganarse sus favores a costade arruinar el país. Esa es la otra corrupción, lasilenciosa, casi indetectable, porque quien la autoriza no

se mancha las manos. No se queda con lo que no lepertenece. Sencillamente, lo entrega a otro. Esto es,dilapida los bienes comunes en beneficio de un grupopoderoso y en perjuicio de quienes no tienen fuerzaspara defender sus intereses y derechos. Y todavía hayotra clase de nefasto político que, si cabe, es aún peor,pues cínicamente combina la virtud personal con lasflaquezas ajenas. Es el político al que no le interesa eldinero o el lujo, se coloca más allá del bien y del mal,pero tolera y hasta estimula la corrupción de sussubordinados. Para esta fauna la corrupción es uninstrumento de gobierno, un apaciguador de enemigosy una forma de recompensar a aliados circunstanciales.¿Un buen ejemplo? Joaquín Balaguer: caso clásico decorruptor incorruptible, además del patriarcal FranciscoFranco de los españoles.

El asunto es peliagudo, porque en Iberoamérica—especialmente en América Latina— estamos ante unfenómeno de descrédito generalizado de los políticos,como consecuencia, entre otras razones, de lasdesvergüenzas que hacen los gobernantes paracomplacer a un electorado que, simultáneamente, lospremia y los condena por las mismas razones. Loseligen para que otorguen prebendas y los despreciancuando las distribuyen. De ahí que en épocas debonanza nuestras sociedades no sean muy críticas conla deshonestidad de los políticos. Si «reparte», hasta loreeligen sin miramientos. El desfachatado lema de unpopularísimo político cubano de principios de siglo,

José Miguel Gómez, refleja esta cínica actitud: «Tiburón—así le decían— se baña, pero salpica.» Y el pueblo loamaba intensamente.

La tragedia radica en que, desde el momento mismode la fundación de América Latina, el Estado fue unafuente de rápido aprovisionamiento para políticos ygentes influyentes. La sociedad —la clase dirigente—vivía del Estado y no al revés, que es lo conveniente. Yesta perversa relación de fuerzas acabó convirtiéndoseen un rasgo permanente de nuestra manera devincularnos. Los políticos y funcionarios arribaban alpoder para saquearlo. Era lo natural. Y cuando llegó lahora de las repúblicas, y luego de la democracia,nuestras

sociedades no demandaban honestidad y buenmanejo de la cosa pública, sino tajadas, privilegios,porciones del botín. La noción del bien común se habíadesvanecido o nunca había existido del todo.

Así ha sido hasta nuestros días. Con frecuencia, los«líderes» de los partidos y sus familiares cercanosentran a saco en el tesoro común. Luego les siguen losdirigentes nacionales o regionales, quienes aspiran acargos públicos bien remunerados en los que sea posiblellevar a cabo uno que otro «negociete» que les asegureuna existencia muelle para el resto de sus vidas. Lossimples militantes se conforman con menos. Quieren unseguro puesto de trabajo para ellos o para sus parientes,porque la noción del nepotismo no existe. Para losmilitantes lo más natural del mundo, lo que esperan de

su partido cuando llega al poder, es algún trato de favor,una canonjía, en suma, un salario. «Nepotismo» —hadicho con amargura Ricardo Arias Calderón, unhonrado político panameño— «es cuando uno coloca asu sobrina; cuando uno coloca a la sobrina de otro, a esolo llaman solidaridad». Esto es propio de países pobres.En España, hasta hace relativamente poco tiempo, noera distinto. A Romero Robledo, un cacique deprincipios de siglo, solían recibirlo en los mítines conuna consigna coreada: «Romero, colócanos a todos.» Esconveniente entender este fenómeno para no cargar lastintas injustamente. Los políticos latinoamericanos noson más ni menos corruptos que las sociedades en lasque actúan. Aquí no hay víctimas y victimarios, sino untriste sistema de complicidades en el que los méritospersonales suelen tener menos calado que los«enchufes» y las «palancas». Sólo que ese«clientelismo» envilece el aparato de gobierno hastahacerlo prácticamente inservible.

¿Por qué sucede algo así en Iberoamérica? Larespuesta es muy simple: porque la debilidad de nuestrasociedad civil es extrema. Vivir fuera del presupuesto,más que vivir en el error, es vivir en peligro de morirsede hambre, pues no hay suficientes empresas, y las quehay, en líneas generales, no han creado riquezas comopara ofrecerles a las personas un destino mejor o másseguro que el que pueden obtener del Estado. Añádaselea este dato un rasgo fatal de los pueblossubdesarrollados: la falta de especialización de la

población. Donde todos saben hacer lo mismo, eltrabajo vale muy poco, la competencia por un empleo esferoz, desaparecen las oportunidades, y sólo queda unatabla de salvación: el sector público, ese delta de aluviónen el que van acumulándose legiones de gentes sinoficio ni beneficio hasta constituir un fragmento laboralal que no se le pueden exigir responsabilidades. Másque burocracias estatales son viveros de partidarios: unejército indómito e inepto que trabaja poco, pero al quese le paga menos, porque las arcas del Estado siempreestán exangües.

No es nada fácil romper este círculo vicioso.Supongamos que un político honrado y moderno,sabedor de estas dolorosas verdades, decide hablar claroy en lugar de prometer «colocaciones», prometeestablecer una administración basada en el mérito, elconcurso y la utilización cuidadosa de los bienespúblicos, ¿lograría el apoyo de la ciudadanía? ¿Votaríanlos latinoamericanos, especialmente en los países máspobres, por políticos que ignoren las necesidadesmateriales de sus correligionarios de partido?Probablemente tendrían grandes dificultades en salirelectos porque inmediatamente entrarían en conflictodos sistemas de valores contradictorios que suelenanidar en nuestras sociedades. Teóricamente creemosen la equidad, la meritocracia y el imperio de las reglasjustas, pero simultáneamente cultivamos la lealtad alamigo en desgracia y el otorgamiento de privilegios y eltrato de favor como forma de mostrar nuestra

solidaridad y nuestro poder. De donde se deduce unaincómoda lección: es probable que nuestros políticos sehayan ganado a pulso la mala imagen que lesendilgamos. Pero es seguro que cada pueblo tiene lospolíticos que se merece. Que nos merecemos, que noshemos buscado.

¿Hay alguna forma de adecentar los gobiernos y dedevolverle a la clase política la dignidad que ha perdidoy que tanto necesita? Sí, pero esto sólo ocurrirá cuandola sociedad civil sea lo suficientemente poderosa comopara ofrecerles a las personas un mejor destino que elque brinde el sector público. En los países del PrimerMundo —y ése es uno de sus síntomas más elocuentes—es mucho más rentable ser ejecutivo de una empresasolvente que diputado o funcionario. ¿Quién, porejemplo, pudiendo ser presidente o jefe de operacioneso director de marketing de General Motors o de Nestléaceptaría convertirse en un pobre y atribulado senador?Muy poca gente, por supuesto.

Los partidos políticos

No obstante la clara voluntad actual de alejarse delos partidos, los políticos saben que, finalmente, nopueden operar en el vacío. Tienen que crear o formarparte de alguna estructura. Es inevitable. No haydemocracia sin contraste de pareceres, sin opinionesdivergentes, sin pluralismo. En una democracia es

básico que todos los individuos que lo deseen puedanparticipar. Pero para participar de una maneracoherente, sin que se produzca una caótica Torre deBabel, hay que contar con cauces que organicen esasopiniones de manera que puedan convertirse enefectivos cursos de acción. Esos cauces son (o debieranser) los partidos políticos. Constituyen algo así como laarmazón sobre la que descansa el proceso democráticoy es urgente restaurarles el prestigio perdido porque enello puede que nos vaya la convivencia civilizada.Cuando y donde no hay diversos partidos políticos seproducen formas autoritarias de gobierno. Mandanciertos grupos privilegiados, como sucedía en la URSS,o mandan los hombres fuertes, los autócratas,convencidos de que sólo ellos son capaces de encarnary representar la voluntad del pueblo. Napoleón lo teníaperfectamente claro: «Gobernar a través de un partidoes colocarse tarde o temprano bajo su dependencia.Jamás caeré en ese error.»

La segunda premisa tiene un fuerte vínculo con laanterior. Sin democracia es difícil crear sociedades enlas que esté presente el desarrollo intensivo. Es decir, enlas que de manera creciente, aunque pudieran surgiraltibajos, la inmensa mayoría de la población veamejoras sucesivas en su forma de vida y en la cantidadde bienes y servicios a su disposición. No en balde —y esbueno reiterarlo machaconamente— las veintesociedades más prósperas del planeta son democracias.Son prósperas porque son democracias y

—admitámoslo— también son democracias porque sonprósperas. Es más fácil ser demócrata con el estómagolleno. Estas democracias se legitiman porque sabensuperar las crisis económicas, porque brindan coneficiencia ciertos servicios mínimos y porque, auncuando existen enormes desigualdades, la franja máspobre de la población es objeto de un trato solidario porparte de los más afortunados.

Nadie nace demócrata o autoritario. Es laexperiencia lo que inclina a las personas en una u otradirección. Cuando esto sucede, cuando la ciudadaníaobserva que el sistema democrático opera en suprovecho, y cuando comprueba que los partidos,realmente, recogen las diversas voluntades de lasociedad, hay satisfacción y respaldo tanto para elmodelo democrático como para los partidos. Perocuando no resulta claro que la democracia y los partidosson instrumentos parala mejora de los individuos,entonces se produce el rechazo global al sistema o unaletal indiferencia. Esto se vio en Alemania, Italia yE s p a ñ a e n lo s a ñ o s v e i n t e , t r e i n ta , y—lamentablemente— es el pan nuestro de cada día enAmérica Latina. No es que los latinoamericanos sean,por naturaleza, autoritarios o estén genéticamentepredispuestos a rechazar el sistema plural de partidos.Es que no ven una mínima coherencia entre el bellodiscurso oficial y los resultados tangibles que seobtienen. El fascismo y el comunismo —las dos caras dela misma moneda— se nutren de los fallos prolongados

del sistema democrático.¿Cómo sorprenderse de que los venezolanos

aplaudieran al teniente coronel Chávez tras su intentonagolpista de 1992 si tres décadas de democracia adeca ycopeyana, empapadas en una enorme corrupción, nohabían conseguido erradicar la miseria de grandesmasas de la población y ni siquiera organizar un serviciode correo que sirviera para algo? La empresa Datos deCaracas dio a conocer en octubre de 1995 una encuestasobre el «Pulso Nacional» que reflejaba el rechazo de losvenezolanos al sistema. Sólo un 3 por ciento pensabaque Venezuela gozaba de un sistema eficaz y modernode organizar la convivencia. El 71 por ciento, en cambio,lo calificaba de «obsoleto» y «caduco». La inmensamayoría veía el futuro con un enorme pesimismo. ¿Porqué extrañarnos de la reacción peruana de apoyo alautogolpe dado por Fujimori en Perú en ese mismo año,cuando todavía estaban vivos en la memoria colectivalos desmanes del gobierno de Alan García y la fataldesorientación de todas las fuerzas políticas del país?Los peruanos no eran «fujimoristas». Estaban hastiadosde partidos políticos corruptos e inoperantes.Naturalmente, esos espasmos autoritarios de nuestrospueblos, inducidos por los fallos de nuestro sistemapolítico y por la incapacidad de nuestros partidos paraorganizar eficientemente la vida pública, tiene unaltísimo costo, pero éste es de casi imposibleponderación. Con grandes dificultades podemoscalcular lo que nos cuestan la guerrilla, el militarismo o

la corrupción, pero resulta casi imposible hacer lomismo con el mal manejo de nuestros partidos políticos,más es posible asegurar que aquí radica uno de losproblemas clave de nuestra sociedad. En todo caso, esfactible hacer un inventario, aunque resulte somero, delos principales defectos que aquejan a nuestros partidos,y de ahí podremos extraer las conclusiones pertinentes.Comencemos por un fenómeno que aunque no acaecesolamente en Iberoamérica, es aquí donde tal vez haalcanzado su mayor arraigo: el caudillismo.

El caudillismo

El origen de la palabra es latino —el diminutivo decaput, cabeza—, pero entre nosotros eso quiere deciralguien que ejerce un liderazgo especial por suscondiciones personales. Generalmente el caudillo surgecuando la sociedad deja de tener confianza en lasinstituciones. Es ese político concreto, con una cara yuna voz, que aparece cuando «falla» el sistema. Esalguien al que le atribuimos un liderazgo que lo ponepor encima de nuestras instituciones y leyes porque laesencia del caudillismo es precisamente ésa: no soniguales ante las normas. Pueden saltarse losreglamentos a la torera porque ésa es la demostraciónde su singularidad. Por otra parte, los caudillos pesanmucho más que sus propios partidos. Pesan tanto, quea veces los aplastan. Y ni siquiera tienen que ser

Pendle, George, Argentina, Royal Institute of1

International Affairs, Londres, 1955.

dictadores feroces, como el paraguayo Rodríguez deFrancia o el mexicano Santa Anna. América Latinaconoce varios tipos de caudillos, y algunos de ellostuvieron una vida política razonablemente democrática.Un caso notable de caudillismo democrático fue el delargentino Hipólito Yrigoyen, la figura dominante en laUnión Cívica Radical durante el primer tercio del sigloXX.

Electo en 1916 en unas elecciones impecables en lasque por primera vez se estableció el voto universal ysecreto —aunque sólo para varones adultos como era lacostumbre en esa fecha— mantuvo un férreo control desu partido, donde se le tenía como una especie dehombre providencial. En 1928, tras la presidencia deMarcelo T. Alvear, se hizo reelegir. Tenía 75 años yestaba decrépito. Gozaba, justamente, de la fama dehombre honrado, pero no así su gabinete. GeorgePendle, que ha estudiado a fondo este período, lodescribe así: «El presidente, que no había sido nuncauna persona de claro juicio, se encontraba ahora senil;su rapaces subordinados, sin que él lo supiese,saqueaban todos los departamentos de laadministración, y él mismo fue incapaz de cumplir conla rutina corriente de su despacho (...) Los documentospermanecían sin firmar, los salarios no se pagaban y seolvidaba la cita que tenía con sus ministros.»1

La consecuencia de este desastre no se hizo esperar.En 1930, tras la debacle financiera de 1929, el generalJosé F. Uriburu dio un golpe militar y puso fin al largoperíodo de la restauración de la democracia, comenzadatras la derrota de Rosas en 1853, era gloriosa quecontara con estadistas como Mitre, Sarmiento,Avellaneda o Carlos Pellegrini. Período de casi ochodécadas en el que Argentina se había convertido en unade las seis naciones más ricas del planeta, mientrasrealizaba la proeza de absorber millones de industriososinmigrantes europeos, predominantemente de origenitaliano.

Es cierto que la década de los treinta fue en todo elmundo la época de la expansión del fascismo y de lapreponderancia de los militares, pero es razonablepensar que si el radicalismo no hubiera estado —comoestaba— en el puño de Yrigoyen, un presidente másjoven y vigoroso, con la cabeza fresca, tal vez hubierapodido salvar la democracia en Argentina, ahorrándolela triste historia que luego sobrevino. Ese medio siglo deatropellos, sobresaltos y empobrecimiento paulatinoque permite asegurar que Argentina es casi el único paísdel mundo que ha pasado por un proceso desubdesarrollo progresivo. Sin abandonar la cabeza deAmérica Latina —todo hay que decirlo— dejó de ser unode los países punteros del mundo para sumergirse enuna innecesaria mediocridad. En todo caso, en 1933,cuando Yrigoyen murió, es probable que muchosargentinos ya comprendieran el peligro en que incurre

una sociedad en el momento en que desaparece la ley.El entierro de Yrigoyen fue un espectáculo de masascomo no vería Argentina hasta el surgimiento de Perón.

En 1946, en efecto, apareció en Argentina otramodalidad de caudillo: en ese año el coronel JuanDomingo Perón alcanzó la presidencia con un ampliorespaldo popular, del que gozó toda su vida. En laselecciones de 1951 obtuvo el 63 por ciento de lossufragios, y en 1973, tras un largo período de exilio,recibió nada menos que el 61 por ciento de los votos. Ya diferencia de Yrigoyen, que fue un caudillo dentro desu partido, pero respetó las libertades, Perón siemprefue un dictador electo democráticamente. Es decir, unafigura autoritaria a la que los argentinos, con ciertadosis de irresponsabilidad, le entregaron el Estado asabiendas de que no respetaría la Constitución vigenteni tendría en cuenta los derechos de las minorías.Incluso, es probable que para eso mismo le dieran susvotos, para que gobernara a su antojo, pues ésa es lafunción de los caudillos: tomar personalmente y demanera inconsulta las decisiones que afectan alconjunto de la sociedad; sustituir la voluntad popularpor la de una persona a la que se le atribuyen todas lasvirtudes y talentos, y en cuyo beneficio la mayoría o unasustancial cantidad de ciudadanos abdica de susfacultades de pensar por cuenta propia.

¿Por qué los caudillos —y específicamente Perón—son «fabricantes de miseria»? En primer término,porque al no tener frenos constitucionales,

inevitablemente confunden los bienes públicos con lospropios y disponen de ellos con absoluta impunidad.Todavía es frecuente escuchar en Argentina,generalmente en un tono de cierta nostalgia, lasanécdotas de cuando Perón «regalaba» casas omotocicletas, olvidando que la procedencia de esosbienes era siempre la misma: los impuestostrabajosamente pagados por el pueblo.

Todos los caudillos latinoamericanos, en mayor omenor medida, han actuado de forma similar,dilapidando insensiblemente los recursos del Estado alcarecer de cualquier clase de control. Así «operaban»Torrijos y su discípulo Noriega, propiciando elenriquecimiento de sus amigos o partidarios y la ruinade sus adversarios. Así actuaban Somoza y Trujillo,aunque estos últimos estaban más cerca del dictadorintimidante que de los caudillos propiamente dichos.Sin embargo, acaso el más «caro» —el que más le hacostado a su pueblo— de todos los caudilloslatinoamericanos ha sido Fidel Castro, siempre con susfaraónicos proyectos en el bolsillo de la chaqueta verdeoliva, sin importarle el costo o la factibilidad real de susfantasías. Nada menos que cien mil millones de dólaresle entregó la URSS en forma de subsidios a lo largo detreinta años —una suma ocho veces mayor que el PlanMarshall con que Estados Unidos reconstruyó Europatras la Segunda Guerra Mundial—, y con ese dineroMoscú y Castro sólo lograron que Cuba se convirtiera enuno de los países más pobres del continente.

Otros males

Si algo hay de vinculación tribal y atávica en el cultopor los caudillos en Iberoamérica, otro rasgo antiguo yantidemocrático de nuestros lazos políticos hay querastrearlo en la militancia genética. Esto es, en elpartidarismo que se trasmite y recibe como una formaciega e inevitable de relación hereditaria. ¿Cuántaspersonas hay en Colombia, Honduras o Nicaragua quese califican de liberales o conservadores porque suspadres, sus abuelos y sus bisabuelos así sedenominaban? ¿Cuántos «blancos» y «colorados» hayen Uruguay que son lo que son por razones de estirpefamiliar? ¿Cuántos paraguayos son «colorados» comoconsecuencia de la tradición y no de una conviccióníntima y profunda?

Los partidos políticos son, en realidad, un fenómenorelativamente moderno, surgido en el siglo XIX tras eldesmoronamiento de las monarquías absolutistas. Y noconstituiría un mal augurio que algunos de los partidosdemocráticos más viejos del mundo seanlatinoamericanos, a no ser por la dosis de irracionalidadcon que muchas de las personas militan en ellos. Estaafiliación hereditaria, a la que no concurre laponderación de las ideas sino la tradición familiar,contribuye a la ingobernabilidad de nuestros Estados ya la falta de esa mínima coherencia que debe existirentre los partidos y los programas de gobierno.

No menos dañina es la falta de democracia interna

que exhiben nuestras agrupaciones políticas. Es lo quelos puertorriqueños llaman, en son de broma, la«democracia digital». Es decir, la selección de laspersonas en virtud del mágico dedo índice de loscaudillos y no por la voluntad soberana de los afiliados.Lo que no deja de ser un contrasentido, porque si lospartidos, una vez instalados en el gobierno, pretendenadministrar la democracia, más les valiera comenzarpor practicar en casa las reglas del juego recurriendo,por ejemplo, a elecciones primarias para seleccionar alos candidatos, en lugar de delegar esa tarea en el lídersupremo del partido.

A Borges le gustaba decir que «la democracia era unabuso de la estadística». Broma aparte —a la que tanaficionado era—tal vez el autor de El Aleph no entendíael sentido último de la ceremonia electoral: legitimarracional e inapelablemente la autoridad de ciertaspersonas para poder mandar. Nadie en sus cabalespiensa que la democracia garantiza la selección de losmejores. Ese es un buen objetivo, pero no el másimportante. Lo vital es dotar de autoridad a los elegidospor un procedimiento basado en la razón objetiva, algoque sólo puede derivarse de la aritmética: nunca sepodrá asegurar que A es más inteligente y honrado oestúpido que B, pero no hay la menor duda de que diezes más que ocho. Esa es la única certeza que nos esdable alcanzar.

¿Cómo afecta la falta de democracia interna albolsillo de la población? ¿Por qué incluimos esta

práctica nefasta como un elemento «fabricante demiseria»? Muy sencillo: es probable que un político quedebe su cargo al escrutinio democrático y no a ladesignación arbitraria del líder del partido, puedaresponder mejor al bien común. En Estados Unidos, porejemplo, donde los políticos tienen una vinculacióndirecta con quienes los eligen, no están obligados a laobediencia partidista, y mucho menos a la sujeción a laautoridad de los dirigentes máximos de su bancada.Votan —o deben votar— de acuerdo con su conciencia,y tratando siempre de interpretar la voluntad de lamayoría de sus electores, pues de eso se trata la«democracia representativa».

Naturalmente, este proceso de consultas periódicassuele ser caro, y ahí radica uno de los aspectos másdébiles y discutibles de la democracia: ¿cómo financiara los partidos y a los candidatos para que puedanparticipar en la contienda política? Y no se trata de unvago asunto técnico, sino de un tema fundamental en lautilización de los escasos recursos de la sociedad.

Elegir a un presidente en El Salvador —el máspequeño de los países de América Latina y uno de losmenos poblados—cuesta veinte millones de dólares.Diez —por lo menos— a cada uno de los dos grandespartidos del país. Esto quiere decir, si tenemos encuenta la población y el PIB, que a los salvadoreños lescuesta seleccionar a un presidente muchísimo más quea los estadounidenses, y es probable que no exista unaforma humana de rebajar sustancialmente el monto de

esa factura, pues los costos de los medios decomunicación son cada vez más altos. El problema,pues, no consiste en reducir la propaganda y lainformación que se les brinda a los ciudadanos para quetomen sus decisiones, sino en determinar de dónde vana salir los fondos de campaña para que la sociedad noresulte perjudicada.

En esencia, hay tres formas de financiar lasactividades electorales de los partidos. O se pagan confondos públicos, o se recurre a donaciones privadas, ose utiliza una combinación de ambas fórmulas. Quienesdefienden el financiamiento público suelen alegar quees la manera de evitar que los políticos contraiganobligaciones onerosas con grupos poderosos que luegoexigirán contrapartidas y favores especialesfrecuentemente impropios o ilegales. Quienes defiendenel financiamiento privado opinan que dar dinero es unaforma de participación democrática y que no debenprohibirse estas dádivas a las personas que deseancontribuir con una particular causa política. Por último,los que propugnan la fórmula mixta aceptan las doshipótesis, pero exigen total transparencia y limitan lasegunda a cantidades pequeñas que no comprometen laintegridad de quienes la reciben.

Probablemente, la primera sea la menos imperfectade las fórmulas de financiamiento de los partidos, y laque, al menos teóricamente, mejor protege a la sociedady a los políticos de la presión de los poderosos y de losgrupos de interés. No hay duda de que para los países

esto resulta costoso, pero tal vez ese gasto sea muchomenor que el que se deriva de luego devolver favores enforma de industrias subsidiadas, absurdas tarifasarancelarias o compras amañadas en las que la sociedadabona un altísimo sobreprecio para compensar el aportedel empresario que pagó la campaña de políticotriunfador. ¿Y por qué no la fórmula mixta? Porque laexperiencia demuestra que cuando se establecen loslímites a las contribuciones individuales, el modo deviolar esa regla es relativamente simple: el grandonante, generalmente de acuerdo con el políticonecesitado de dinero, busca una serie de personas queaparentan ser ellos quienes aportan los recursos. Alfraude, pues, se le añade el envilecimiento masivo delproceso democrático.

En todo caso, hay síntomas claros de que enIberoamérica, como en el resto del mundo, el peso de latelevisión y de los medios de comunicación —entre losque ya hay que incluir Internet— va cambiando lafisonomía de los partidos. Si a mediados de sigloDuverger advirtió la dicotomía entre partidos decuadros y partidos de masas, diera la impresión de quepoco a poco la balanza se inclina hacia las agrupacioneso partidos de cuadros.

Tradicionalmente, los partidos ha reducido a sietesus objetivos principales: influir sobre la opiniónpública; profundizar la formación política de susmilitantes y de la sociedad; fomentar la participación delos ciudadanos en la vida política; capacitar ciudadanos

para asumir responsabilidades públicas; seleccionarcandidatos a participar en elecciones; influir sobre losgobiernos y parlamentos en la dirección elegida por elpartido; y aumentar una relación fluida entre pueblo ygobierno en beneficio del bien común. Y lo cierto es quepara llevar a cabo adecuadamente esas tareas acaso nosea necesario contar con organizaciones de masas ni conlegiones de militantes aguerridos, sino tal vez baste conla existencia de «cuadros» capaces, tener claras lasideas, saber comunicarlas con eficacia, adoptar unaconducta coherente con los valores que se defienden yasumir la lógica humilde del servidor público. Por esecamino, probablemente los políticos tal vez un díadejarán de ser payasos y de recibir bofetadas.

II. LOS MILITARES

HOMBRES SIN CUARTEL

A fines de la década de los noventa, se estira sobreel panorama político de los países de lengua españolauna sombra militar creciente. Esos viejos fabricantes demiseria política, económica y moral en América Latinavuelven a la carga, a veces disfrazados, otras a cara

descubierta. Después de haberse retirado a sus cuartelesen los años ochenta, forzados por la olademocratizadora, han vuelto a poner las botas sobre lamesa, si bien no es posible comparar todavía lapresencia militar en la vida política, el autoritarismocivil apoyado en los ejércitos y la anemia de lasinstituciones democráticas con la última era dedictaduras latinoamericanas.

Varios casos conforman, en esta década, un cuadrocontinental. En Chile, el ex dictador Augusto Pinochet,cuyo régimen supuso la desaparición de 3.197 personasy la violación sistemática de los derechos humanos y laslibertades cívicas, ha asumido el puesto de senadorvitalicio, de acuerdo con la constitución que él mismodictó. Da una idea del peso —en este caso disuasorio—que tienen los militares chilenos, el hecho de que laDemocracia Cristiana haya protegido a Pinochet en elCongreso contra los esfuerzos de un sector, que incluíaa algunos miembros de la propia coalición de gobierno,por desaforarlo de manera legal. Y los dos partidosherederos de Pinochet, agrupados en el Pacto Unión porChile, obtuvieron el 36 por ciento de los votos en laselecciones parlamentarias de 1997. En Venezuela, vimosa Hugo Chávez, el ex teniente coronel que en 1992intentó derrocar a Carlos Andrés Pérez, colocarse en1998 a la cabeza de los sondeos en la campaña electoralpara la presidencia de la república. En el Paraguay, el exgeneral Lino César Oviedo, que en 1996 intentó ungolpe de Estado contra el presidente Juan Carlos

Wasmosy, también logró en 1998, antes de ser impedidolegalmente de seguir adelante con su candidatura,ponerse adelante en los sondeos presidenciales, comocandidato del siempre poderoso Partido Colorado, apesar de estar entre barrotes con una condena de diezaños. En Bolivia, los ciudadanos eligieron presidente alex general Hugo Bánzer, dictador de su país entre 1971y 1978. En Colombia, el ex ministro de Defensa y ex jefedel ejército Harold Bedoya, que renunció en 1997 pordiscrepancias con la política gubernamental frente a lanarcoguerrilla, arrastró inicialmente simpatías en elproceso electoral, en el que también participó. EnEcuador, Paco Moncayo, jefe del ejército hasta febrerode 1998, pasó a la política después de dejar cl cargo, almando de una lista parlamentaria. Ninguno de estoscasos alcanza la gravedad de la situación peruana,donde el golpe de Estado fue consumado el 5 de abril de1992 e institucionalizado a partir de entonces, con losviejos elementos de siempre: violencia de Estado yrepresión, corrupción, eliminación de institucionesdemocráticas, copamiento de las instancias de poder.En Guatemala, Serrano Elías intentó en mayo de 1993el «fujimorazo» y terminó exiliado en Panamá, graciasal sobresalto democrático de sus compatriotas.

No todos estos casos son comparables, porquealgunos tienen que ver con una afrenta directa a losvalores de la democracia y otros con el legítimo derechopolítico de ciudadanos que pasaron antes por lainstitución militar sin violar la ley o la constitución.

Pero es evidente, si sumamos a estos hechos las ínfulasautoritarias de muchos mandatarios democráticos, queen todos lados se cambia constituciones para conseguirla reelección, los gobiernos exprimen las institucionescomo trapos mojados y la democracia está perdiendovigor, y en ciertos lugares pudriéndose, a pesar de loscambios económicos suscitados en los años noventa.

«El Perú ha vuelto a la normalidad», decía el poetaMartín Adán tras el golpe de Estado del general Odríaen 1948. Las cosas aún no vuelven, exactamente, a lanormalidad en América Latina, pero ya asoman en latrastienda los viejos súcubos de siempre. En verdad, elautoritarismo y el militarismo han rondado por elcontinente desde la primera parte de esta erademocrática inaugurada en los ochenta. Rebelión deFrank Vargas en una base aérea del Ecuador, en 1986,posterior secuestro del presidente Febres Cordero,asonadas de los «carapintadas» en la Argentina de 1987y 1988, rumores de golpe en el Brasil de 1988: la décadademocrática ya estaba preñada de amenazas. Eraexplicable: los ochenta venían a remolque de unadécada atroz. Entre 1972 y 1982 tuvimos diecisietegolpes de Estado en América Latina, más de cientoveinte mil desaparecidos por la represión, cientos demiles de muertos por el fuego cruzado de militares yguerrillas terroristas, y éxodos que hacen palidecer lasmigraciones bíblicas, con uno de cada cinco uruguayosdesterrados o cerca de un millón de chilenos endesbandada.

Pocos factores han sido tan perturbadores de la vidapolítica, tan decisivos en nuestra incapacidad paraafincar instituciones que rigieran la vida de las gentesde una manera estable y decente, como los militares.Ellos no han sido ajenos a las dolencias de la sociedadcivil —«No conozco un general que resista un cañonazode cincuenta mil pesos», dicen que dijo Alvaro Obregónen el México revolucionario—, pero su caso representaun agravante con respecto a los civiles corruptos yantidemocráticos. Sin la acción de los militares,nuestras repúblicas habrían visto fortalecerse susinstituciones civiles y buena parte de nuestrasdemocracias no se hubieran venido abajo cuando lohicieron. Quizá nuestras revoluciones exitosas tampocolo habrían sido si nuestros ejércitos se hubieranimplicado menos en la vida política. Un elemento clavedel subdesarrollo latinoamericano —y del español hastafines de los años setenta— han sido, pues, los militares,que en lugar de funcionar como institución han queridohacerlo como gobierno, y a veces como Estado, auncuando el déspota no lucía charretera.

La guerra ha sido, por supuesto, uno de los aportespolíticos de nuestros militares, con la colaboraciónresuelta de muchos civiles, al subdesarrollo. A pesar delas voces lúcidas que bramaron contra lasconflagraciones inútiles y contraproducentes, como ladel Alberdi de El crimen de la guerra, nuestro siglo XIX

parece, visto desde aquí, una sucesión de conflictosbélicos. Ni la guerra de la Triple Alianza, ni la guerra del

Pacífico, para citar sólo a las dos más importantes, sehubieran producido si no hubiera habido militares yciviles expansionistas e ideólogos para quienes lagrandeza de un país tenía que ver con el tamaño de suterritorio o los recursos naturales y no con los factoresque realmente deciden la riqueza o pobreza de unanación. Cuando, en otro episodio bélico del XIX, Chile ysu ideólogo Diego Portales, hombre de muchos otrosméritos, decidieron destruir la Confederación Perú-Boliviana (con la ayuda de militares peruanos comoGamarra), incurrieron en el error de creer que el pesoespecífico de un país es una función importante de lageopolítica, es decir de factores externos, y noesencialmente de sus méritos intrínsecos y de susenergías empresariales, como la de un Tomás Brassey,que iba sembrando el mundo de ferrocarriles mientrasnosotros nos entrematábamos. Es una lección que nosha dado, con renovada actualidad, la superpoderosa exUnión Soviética, que resultó tener los pies de barro yhoy se debate en unas arenas movedizas donde pareceimposible construir nada sólido.

En este siglo, en el que, a diferencia del XIX, nohabía el pretexto de la definición de los territoriosindependientes pues éstos ya estaban bien definidos,también nos hemos enfrascado en estúpidas guerras,desde la del Chaco hasta la que enfrentó brevemente, enla región del Cenepa, en 1995, a peruanos yecuatorianos, pasando por otros conflictos yescaramuzas que de tanto en tanto han librado

Alberdi, Juan Bautista, El crimen de la guerra, AZ2

Editora. Buenos Aires, 1994. Alberdi fue declaradotraidor a la patria por el gobieno de su país por suoposición a la guerra de la Triple Alianza.

ecuatorianos y peruanos, colombianos y venezolanos,argentinos y chilenos. «La guerra es la realización delself-government judicial de los Estados en su sentidomás primitivo y bárbaro; es decir en el sentido deausencia absoluta de autoridad común» , dijo Alberdi,2

al señalar que su país, la Argentina, había perdido encincuenta años la mitad de su territorio virreinal. Casiun siglo y medio después de pronunciada esta frase, notenemos ningún mecanismo que reproduzca a nivelcontinental el Estado de Derecho de modo que nuestrosmilitares ávidos de guerra y nuestros eternos golpistasno prosperen. No todas las guerras son injustas: hayguerras inevitables, cuando uno se defiende de laagresión externa, por norma proveniente de dictadores.Pero, en todo caso, nuestros militares han sido el factordeterminante en la crueldad, el costo y las nefastasconsecuencias políticas derivadas de dos siglos condemasiadas guerras.

La caricatura política ha querido hacer de Bolivia elparadigma de la inestabilidad. Hablan por ahí dedoscientos golpes de Estado desde la independencia. Enverdad, han sido menos, pero han sido demasiados, y,lo que es peor, Bolivia está muy bien —muy mal—acompañada. En las últimas dos centurias, los cinco

Mesa, Carlos, Presidentes de Bolivia: entre urnas3

y fusiles, Gisbert y cía., La Paz, 1990.

países más inestables han sido El Salvador, Panamá,México, Colombia y Bolivia, a pesar de que Colombia yMéxico han registrado la mayor estabilidad delcontinente en los últimos cincuenta años.Curiosamente, entre los seis países más estables deestos dos últimos siglos están Haití, Guatemala yParaguay, estadística muy elocuente sobre la historia dela democracia en América Latina desde el nacimiento delas repúblicas. Ecuador, República Dominicana,Uruguay, Perú y Argentina tienen en promedio períodosde estabilidad de entre dos años y dos meses, y dos añosy seis meses. Desde 1825, «el 61 por ciento de losgobiernos de Bolivia han sido castrenses y la mitad desus gobiernos no han durado más de un año» . En3

suma, la inestabilidad es un problema continental, y elmilitarismo una enfermedad de todos los países, con lasexcepciones, recientes en la historia, de Costa Rica y,hace muy poco, Panamá, que han eliminado susejércitos.

Fauna con charreteras

Por desgracia, nuestra fauna política militar no espura leyenda. Hemos tenido caudillos militares queparecen fugados del magín de Asturias, Carpentier o

García Márquez, pero que han sido demasiadoverdaderos. Antonio López de Santa Anna, el dictadormexicano, enterró su propia pierna, perdida en laguerra, con funerales de Estado. El general GarcíaMoreno del Ecuador azotaba a sus ministros en la plazapública y su cadáver fue velado sobre la sillapresidencial. El doctor Francia prohibió las cerradurasy los pestillos en las casas del Paraguay para demostrarque en su paraíso político nadie robaba. MaximilianoHernández Martínez es recordado como autor de lamasacre de veinte mil campesinos salvadoreños yporque se enfrentó a la epidemia de escarlatinaempapelando el tendido eléctrico con papel rojo. YMariano Melgarejo, el bárbaro boliviano, hizo desfilara sus soldados hacia el interior del Palacio presidencialen honor de un dignatario extranjero, con tantapersuasión en la voz de mando que los soldados, al norecibir instrucciones para detenerse, siguieronmarchando más allá del balcón y cayeron al vacío.Nuestros déspotas han sabido desbordar con laimaginación los límites de la realidad sólo para ejercerla prepotencia y la brutalidad, y han incrustado en lavida verdaderas locuras que hubieran sido menosmalignas en los libros de aventuras maravillosas.

En nuestro siglo, cada país tiene también su déspotaemblemático, y en algunos casos más de uno. RafaelLeónidas Trujillo marcó buena parte del siglodominicano desde que en 1930 asaltó el poder sobre ellomo de la Guardia Nacional. En Nicaragua se trató de

la dinastía Somoza, inaugurada por el «liberal» (¡ay!)Anastasio Somoza, también salido de las entrañas de laGuardia Nacional. En Brasil, el simbolismo despótico loencarna Getulio Vargas, por más que no fue muysangriento y llegó al poder en hombros de unarevolución que denunciaba un fraude electoral. Suautoritarismo —también encabezaba una AlianzaLiberal— se combinó con la obra pública, eldesarrollismo, el Estado Novo —el de siempre pero másgrande y voraz—. Aunque no se trató de un militar, lomilitar fue un factor decisivo, tanto para auparlo alpoder y sostenerlo allí catorce años como para acabarcon él después. El militar paraguayo Alfredo Stroessnerduró cuatro décadas en el poder, y aún hoy es visible laherencia de su régimen vertical. En Argentina, que hatenido más dictaduras, como la que «desapareció» anueve mil personas, Juan Domingo Perón, otro hijo dela institución castrense, ha quedado registrado como eltirano estelar, no sólo por su dictadura sino porquevolvió a su rico país un laboratorio de crear miseria.Como buena parte de los regímenes no democráticos,tuvo el efecto pernicioso de convertir la fuerza en elmecanismo de relevo, y en 1955, tras sufrir un golpe deEstado, logró refugiarse en una embarcación militarparaguaya en el puerto de Buenos Aires (como se sabe,18 años después volvió en loor de multitud y fue elegidoen las urnas). Velasco Ibarra, en Ecuador, superó losrecursos demagógicos de todos los compatriotas suyosque pasaron por el poder antes y después, que no han

sido demasiados porque él mismo fue elegido cincoveces (en algunas de las cuales debe escribirse«elegido», con unas elocuentes comillas), la última en1968, cuando tenía 75 años. Sus gobiernos tambiénfueron autoritarios y estuvieron apoyados en lostanques. En el Perú, Juan Velasco Alvarado, el militarsocialista, puso a su país muy cerca de la órbita soviéticasin atreverse a cruzar al otro lado y se las arregló paraintroducir nuevas formas de subdesarrollo institucionaly económico bajo un régimen represivo aunque másbien incruento. Fidel Castro, que ha igualado en años deimperio a Francisco Franco, el dictador españolcaracterístico, es el tirano cubano por excelencia. RojasPinilla es quien acude a la lengua más rápido en el casode Colombia, no porque fuera más violento que otros niporque detentara el poder más tiempo, sino porque, apesar de estar en el gobierno muy pocos años fue la gotaque colmó el vaso de la paciencia de sus compatriotas yprovocó el pacto de Sietges entre liberales yconservadores para garantizar la alternancia civil ypacífica en el gobierno. A pesar de tener muchosaspectos criticables desde el punto de vistaestrictamente democrático, ese arreglo devolvió aColombia al civilismo. Pérez Jiménez, el campeón de loscorruptos, fue el dictador emblemático venezolano, loque no desmerece los pergaminos de Juan VicenteGómez, «el benemérito», que gobernó más tiempo queél. Porque marcaron una época, encarnaron unaideología o una práctica distintiva y nociva, o vinieron

inmediatamente después o inmediatamente antes dehechos y períodos significativos, estos déspotasmilitares o cívico militares nos hablan de un siglo XX nomenos rico en acrobacias antidemocráticas que nuestro«real maravilloso» siglo XIX caudillista, aunque sí másdiligente en la elaboración de distintas formas demiseria.

Uno tiene, comprensiblemente, la tentación de lahipérbole cuando habla de nuestra vida política. Notodo ha sido inestabilidad o estabilidad vertical, y quizáde algo sirva recordar que hubo períodos «anormales»en relación con la historia política común. Laconstitución chilena de 1833 duró hasta 1925 (con unabreve interrupción en 1891) y sirvió de base para unalegalidad civilista que permitió crear cierta prosperidady, a pesar de muchos vicios autoritarios, reducirdrásticamente el despotismo. Fue hechura de DiegoPortales y sus«pelucones», una casta de oligarcasconservadores con visión de futuro que reaccionaroncontra el caos de la postindependencia aliados con unsector militar. En el poder, purgaron al ejército demilitares con vocación de interferencia en la política ydotaron a su país de un marco estable dentro del cualhubo gobiernos no sólo conservadores sino tambiénliberales. Aunque ese marco permitió un ejercicio aveces autoritario del poder, en general interfirió pococon la vida de las gentes e hizo posible también laalternancia. El desarrollo económico no tardó en llegarpara ciertas zonas, especialmente el norte, gracias a la

Debray, Régis, The Chilean revolution:4

Conversations with Salvador Allende, Vintage Books,Nueva York, 1971.

inversión extranjera. El fascista Carlos Ibáñez, quienllegó al poder tras el golpe de 1924 —sólo un añodespués del golpe de otro fascista, el español Primo deRivera—, interrumpió el proceso. Aun así, Chile fuecapaz, otra vez, de poner un poco de orden institucional,y hasta el golpe de 1973 logró la estabilidad, si bien congobiernos más bien mediocres, que desembocaron en eldelirio socialista de Salvador Allende. Este panoramachileno ha llevado a Régis Debray, en la frase feliz de suvida, a decir: «Las democracias liberales europeas,Francia por ejemplo, con sus regímenes cambiantes ysus bandazos políticos, parecen repúblicas bananeras encomparación con Chile. »4

Bastante mayor prosperidad logró la Argentina,cuya constitución de 1853, inspirada en el liberalismode Juan Bautista Alberdi, rigió hasta el primer cuarto desiglo, cuando volvió a hacer su aparición elsubdesarrollo político. Y también Brasil tuvo un sigloXIX muy estable, con notable ausencia de intervenciónmilitar en la política, en buena parte gracias alparticular proceso de independencia en ese país, dondela permanencia del hijo del rey portugués comomonarca una vez rota la amarra colonial facilitó unatransición sin ruido de sables. Una vez que, décadas mástarde, los republicanos cambiaron el signo

constitucional del país, los cuarteles se desataron. Elrelevo de la estabilidad en la región del Plata lo tomóUruguay a principios de siglo. A partir de 1903,ese paísvio a los gobiernos civiles sucederse de un modocivilizado y pacífico, proceso que sobrevivió a lossobresaltos de la vecina. Argentina y que no fueinterrumpido basta 1973. En la segunda mitad del siglo,la estabilidad política la han encarnado Costa Rica—que ya tuvo democracia en la primera mitad con unamuy breve interrupción y que desde su revolución de1948, surgida de unas elecciones cuestionadas, abolióformalmente el ejército—, Venezuela, que supo pactarun sistema civil después de Pérez Jiménez, y Colombia,donde en 1957 liberales y conservadores tambiénpactaron (la «estabilidad» mexicana, donde el PRI evitólos golpes con un Estado corporativista que convirtió atodas las instituciones, incluida la militar, en parte delEstado-Partido, es un caso distinto por tratarse de unrégimen no democrático). Estos pactos civilesentrañaron otros males —la práctica de la componenda,la ausencia de grandes líneas maestras, el gradualismoparalizante—, pero eliminaron la interferencia militaren la política. Gracias a ello, Colombia pudo durante losaños setenta y ochenta dotarse de una economíabastante solvente mientras el resto del continente seempobrecía.

La independencia y la tradición del fusil

Nuestras guerras de independencia iniciaron unatradición militarista en la vida política de nuestrasrepúblicas. A la vieja clase dirigente colonial —laaristocracia virreinal—sucedió una nueva aristocracia:la de los generales. Nuestros militares habíanpertenecido, en muchos casos, a los ejércitos realesantes de volverse contra España, y en otros se habíanforjado desde las primeras rebeliones. Hombres comoel peruano Gamarra, el boliviano Santa Cruz, losmexicanos Santa Anna, Bustamante y Herrera, figurasde la vida política de la primera hora independiente,habían sido en su momento generales de los ejércitosreales enfrentados a los patriotas. El propio AgustínIturbide, el mexicano que conquista la independenciaincruenta de su país al firmar el Plan de Iguala conVicente Guerrero, había sido antes un militar dedicadoa acogotar a los insurgentes. En el Perú, los generalesdel virrey, entre los que había ciudadanos de muchasnacionalidades, se pasaron al bando independentista;luego formaron, bajo Riva Agüero, el primer presidente,un gobierno netamente militar.

Una vez liberados sus países de España, nuestrosmilitares se dedicaron a disputarse el poder a punta de«pronunciamientos» (palabra y costumbre hispánica dela que nunca nos independizamos), bajo la aparienciade una lucha entre liberales y conservadores, y entre

partidarios del federalismo y partidarios del centralismo(y en el Perú, por ejemplo, entre defensores yadversarios de la unión con Bolivia). Esos mismosmilitares mexicanos antes mencionados son los que sehicieron cargo del poder en México hasta las reformasliberales de los años cincuenta del siglo pasado. Elcambio de soberanía y, una vez ocurrida laindependencia, a veces también de ideología, nosignificó un cambio de protagonismos políticos ni dementalidad militarista. En Bolivia, Santa Cruz tambiénhace el tránsito de la lucha militar contra España alejercicio militarista del poder. En Ecuador, el generalvenezolano Juan José Flores se queda en el mando de lanación gracias a la fuerza militar que ha participado enla guerra patriota. Ni siquiera los mejores nombres dela gesta independentista fueron inmunes a la tentaciónmilitarista en los asuntos posteriores del gobierno. SanMartín se declaró en 1921, al proclamar laindependencia peruana, «Protector» del Perú y Bolívarse declaró un poco después dictador vitalicio de esemismo país, hasta que en 1927 fue obligado aabandonar semejante cargo. El militarismo, que mástarde será acérrimamente nacionalista, es en esa época,por fuerza, multinacional, tal es la composición de losdistintos ejércitos que han logrado la independencia: losgenerales y mariscales de nacionalidad peruana son unaminoría en el primer ejército peruano (y los extranjerosintuyen que la manera de ganar apoyo de la poblaciónlocal es promover a militares peruanos en su propio

En el Río de la Plata el fenómeno es más acusado5

a causa del ataque corsario inglés de 1806 y 1807 queconvirtió a la aristocracia colonial en aristocracia military fue a la vez base del futuro caudillismo.

país).Los valores militares impregnan de tal modo la vida

política que sólo los líderes que representan esos valoresdespuntan en sus países, aunque los combinen conotros valores. En Argentina, Alvear alcanza la gloriaporque es militar y hace política porque ha triunfado enel terreno militar. Lo mismo pasa con Artigas enUruguay. El sello militarista de las repúblicas5

permanece y los posteriores líderes también tendránque tener el respaldo de la fuerza, justificada o no. EnArgentina, un Rosas, un Mitre, un Sarmiento, con todaslas diferencias que los separan, que son muchas, reúnenesa combinación de valores militares y políticos quecontinúa signando la cosa pública latinoamericana yapasada la oleada de la liberación. Lo mismo ocurre conotros caudillos, como Nicolás de Pierola en el Perú:nacen y se hacen en la fuerza (en su historia hay unaguerra con Chile de por medio) y cuando gobiernan,aunque, como es su caso, hacen muchas cosasadmirables, alimentan al sistema con ese caudillismopersonalista y ejercicio vertical del poder que son loselementos constitutivos de la cultura política.

El caso de Brasil fue distinto, y acaso más frustrante.Los brasileños idearon una fórmula inteligente,

evitando a ese país las convulsiones de sus vecinos:negociaron con Portugal una independencia quemantuvo amarras simbólicas con la metrópoli aunqueen la práctica funcionó con libertad. El hombre quepersonificó ese nexo, clave de la transición ejemplar, fueel nuevo rey, luego emperador. La monarquía ahorró alBrasil ese violento, inestable y desarticulado siglo XIX

institucional y político de las repúblicaslatinoamericanas. Brasil vio de lejos cómo en Bolivia,entre 1825 y 1884, todos los presidentes, con lasexcepciones de Calvo, Linares y Frías, fueron militares,y cómo en el Perú no hubo un gobierno civil hasta lallegada de Manuel Pardo en 1872. Pero en 1889, losmilitares brasileños, espoleados por una oligarquíacafetalera que pugnaba por torcer el brazo del Estado enfavor de sus intereses, decidieron ponerse al día con susvecinos y dieron un golpe de Estado. La república, pues,en lugar de suponer una modernización de un sistemaantiguo, viajó atrás en el tiempo de la civilizaciónpolítica: sus primeros dos presidentes, Deodoro daFonseca y Floriano Peixoto, fueron también mariscales.Ante la ausencia del monarca, elemento aglutinante delsistema anterior, los militares se convierten en la únicainstitución capaz de articular al archipiélago deintereses regionales que empiezan a tirar del centro endirecciones opuestas.

Las presiones regionales también están presentes enotros países: en Venezuela y Argentina, el regionalismoes uno de los factores entremezclados con el

militarismo, y los caudillos del mundo rural empuñanlas bayonetas con excitación. Cubriéndose deinvocaciones «gloriosas», por ejemplo a Napoleón III,cuyo imperio en Francia había devuelto a ese país aldespotismo apoyado sobre un respaldo rural decisivo,nuestros militares regionalistas de carrera o inventadosse desempeñaron con no menos brutalidad que los delcentro.

Los caudillos militares del siglo XIX —esa herencia,al decir de Octavio Paz, del caudillo hispano-árabe— noposeyeron la obsesión de la legitimidad que sí tendríanlos posteriores. No tuvieron que dar demasiadasexplicaciones para justificar que dos terceras partes delpresupuesto latinoamericano fuera para asuntosmilitares. Un José Gaspar Rodríguez de Franciagobernó Paraguay durante 35 años, hasta 1840, sinpreocuparse por darle una casuística a su régimen,plácidamente asentado sobre las oligarquías rurales. Ensus intermitentes gobiernos de los años veinte, treintay cuarenta del siglo XIX, el histriónico Santa Anna de losmexicanos no sintió la necesidad de darse a sí mismouna ideología constitucional para legitimar a su régimencastrense. También en la Argentina de Juan Manuel deRosas, el enemigo de los unitarios que mandó con uncelo centralista pocas veces igualado, la vida políticaestaba confinada en un pequeño mundo criollo mientrasel resto del país se ocupaba de otras cosas, dejando a losmilitares que hicieran y deshicieran a su antojo. Estossólo se tienen que entender con la oligarquía

terrateniente para gobernar sin molestias el tiempo quequieran.

Más tarde, los gobernantes militares empiezan aincorporar a grupos de civiles más amplios, pues elcrecimiento de la industria y el comercio obligan aexpandir el radio de intereses que intervienen en eltráfico político, y la relativa modernización de la vidasocial exige buscar mayores bases constitucionales paraseguir ejerciendo el viejo despotismo. Por otro lado, enalguna parte los liberales toman el poder y, aunque noson ajenos al autoritarismo propio de la práctica políticacomún, el despotismo empieza a ser una mala palabraque necesita justificarse frente a algo y a partir de unacierta visión redentora de la función gubernamental.Las reformas de los reformistas obligan a hacerconstituciones (Ramón Castilla, en el Perú, promulgatres y también un estatuto). Los menos reformistas, olos detractores de las reformas, sólo pueden reemplazarpor «algo» —en lugar de volver a esa «nada» despóticade años previos— aquello que los liberales han dejado asu paso por la cúspide.

Posteriores generaciones de dictadores tendrán, así,signos «positivos» como la obra pública, la legislaciónlaboral, la reforma agraria: maneras de sustentar susregímenes sobre una justificación social. El caudillomilitar de la obra pública —versión tardía ylatinoamérica del faraón egipcio— encarna en un PérezJiménez, un Trujillo, un Odría. El caudillo socializantedespunta en un Vargas, un Perón, un Arbenz, un

Huntington, Samuel, «Reforming CivilMilitary6

Relations», Civil Military Relations and Democracy,editado por Larry Diamond y Marc F. Plattner, JohnHopkins University Press, Baltimore, 1996.

Torrijos, un Velasco y —versión extrema— un Castro. Elmilitar anticomunista que quiere salvar a la patria delanticristo rojo palpita en un Videla, un Pinochet.

Si el siglo XX ha significado una mayor variedad detipos militares, de regímenes de fuerza, la tradiciónmilitarista del siglo XIX nunca fue desarraigada denuestros países. Nuestras dictaduras militares no hansido las únicas del planeta, desde luego. En 1985, aapenas quince años del siglo XXI, 56 de los 107 países«en vías de desarrollo» (para usar el eufemismoburocrático internacional) estaban bajo el gobierno delos militares, y en la década de los noventa SamuelHuntington calcula cerca de cuarenta golpes de Estadocontra gobiernos civiles en el mundo. Hasta los años6

sesenta, sólo Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y CostaRica habían logrado, en el siglo XX, al menos unatransferencia de poder ordenada y constitucional. Uncaso como el de El Salvador, que sufrió en 1931 un golpede Estado para no regresar a la democracia hasta 1979,no ha sido excepcional sino común. En un país como elPerú, la democracia ha sido un suspiro, como los tresaños de Bustamante y Rivero o los doce añostranscurridos entre 1980 y 1992, con el telón de fondode una centuria por la que desfilan los Billinghurst, los

Leguía, los Sánchez Cerro, los Benavides, los Prado, losOdría, los Velasco, los Morales Bermúdez, los Fujimori,es decir diversas formas de despotismo militar o cívico-militar. Hemos producido no pocas dictaduras militaresencabezadas por civiles —Ospina Pérez en Colombia, losvarios títeres de Torrijos y Noriega en Panamá, elpropio Fujimori—, y hasta hemos introducido en elléxico político, una nueva palabra: «bordaberrización»,por José María Bordaberry, el presidente uruguayo delos años setenta, para designar la situación en la que losmilitares son el poder detrás del trono y el presidentecivil un mero fantoche.

Aunque los períodos castrenses de mayor represiónen América Latina han alternado con otros menossalvajes —la peor década fue la de los años setenta,también signada por insurrecciones revolucionarias—,la dictadura ha sido una constante, con brevesinterrupciones, a lo largo del siglo que termina. Cadapaís ha tenido su propia modalidad dictatorial —larevolución mexicana, por ejemplo, no podíareproducirse en la Argentina, país más urbano—, peronos interesa subrayar el carácter militarista de nuestrossistemas políticos, visible incluso bajo presidentes yejecutivos civiles.

La represión profesional

Las convulsiones políticas en las que participaron

los militares latinoamericanos a lo largo del XIX, con laproliferación de logias, facciones y conspiracionesintestinas, postergaron su profesionalización. Incluso enpaíses, como Brasil y Chile, donde no hubo a lo largo dela mayor parte del siglo pasado las turbulencias político-militares de otras partes, el control que las élites teníandel ejército, y que hacía de él casi un instrumento deuna casta social privilegiada, también postergó suprofesionalización. En realidad, no hubo ejércitosprofesionales propiamente hasta fines de la centuriapasada y comienzos de ésta. Todavía en los añosnoventa del siglo XIX los «irregulares» derrotan a losmilitares «regulares» en Colombia, Venezuela y Perú, yen años anteriores no era raro en otras partes que los«irregulares» se impusieran. La guerra que el Brasil leganó con muchas dificultades al Paraguay entre 1865 y1870 fue, en cierta forma, el último gran episodiomilitar del ejército pre-profesional.

Brasil, y en parte el Perú, estuvieron a la vanguardiade la profesionalización de los ejércitoslatinoamericanos una vez que este movimiento se pusoen marcha. Chile, Colombia y Venezuela, donde lasluchas entre facciones y las interferencias de las élitesciviles siguieron complicando las cosas, laprofesionalización tardó algo más. En la Argentina,aunque la profesionalización se inició antes de Perón, elperonismo, que llevó su infinita vocación conspirativaal interior del ejército, interrumpió la transiciónprofesional hasta las años sesenta de este siglo.

Una de las consecuencias posteriores de estaprofesionalización fue la emergencia de un nuevo tipode dictadura castrense: la institucional. A ese géneropertenecen, con todas sus diferencias, las dictaduras deBrasil, la Argentina y el Perú en los años sesenta ysetenta. Es una de las razones por las que al referirse aesas dictaduras, especialmente las de Argentina y Brasil,uno no suele mencionar los nombres de los dictadores—fueron varios— sino el término genérico, institucional:«dictadura militar argentina», «dictadura militarbrasileña». Es lo contrario de lo que ocurre con lasdictaduras caudillistas.

Los modelos extranjeros desempeñaron un papel deimportancia en la profesionalización. En particular elmodelo «prusiano», con su rígida verticalidadjerárquica y su capacidad de organización, atrajo muchola atención. Algunos países, como Chile, lograron copiarel ejemplo prusiano con bastante éxito, aunque otrosfueron incapaces de resistir un sistema que pasaba porel respeto del orden interno y la ausencia, o disminucióndrástica, de la corrupción.

Una de las consecuencias de la profesionalización,y de la consiguiente mejora de la organización, fue elaumento de la capacidad represiva y de las labores deinteligencia. La profesionalización ayudó a superaralgunos de los viejos vicios, como la proliferación defacciones y de alianzas con grupos civiles, pero dio unamayor consistencia a la institución, que siguióinterviniendo en política y en algunos casos copando

sectores enteros de la economía. Los militares seconvirtieron en un Estado dentro del Estado.Melancólico, Golbery do Couta e Silva, el militarbrasileño que en 1964 asaltó el gobierno con un golpe deEstado, dijo, ya retirado del poder: «He creado unmonstruo.» Se refería al Servicio Nacional deInteligencia que él mismo había montado y que para1980 contaba ya con sesenta mil oficiales retirados endistintos lugares del gobierno federal, de los cuales lamitad vegetaban en empresas públicas. Un poco antes,también Pérez Jiménez, en Venezuela, había hecho desu sistema de inteligencia, la Seguridad Nacional, unbrazo armado de la represión, y en Argentina la Tripe Acivil había establecido con miembros del ejército unamable grupo de espías y policías políticos al servicio dePerón. Fidel Castro, estirando la ley de probabilidades,convirtió al G2 cubano en una réplica caribeña de laeficiente Checa leninista. Fuera del cubano, que comotodo sistema totalitario es de una eficacia represivaabsoluta, el servicio de inteligencia más tristementecélebre es el de la era Pinochet, la DINA, creada en1974. Tuvo la particularidad de centralizar todas laslabores de inteligencia, que antes estaban repartidasentre las distintas armas. La DINA agrupaba a unasseiscientas personas, de las cuales el 20 por ciento eranciviles, y respondía personalmente a Pinochet, el jefe«prusiano». Ese mismo modelo inspiró —con menoseficiencia y bastante más corrupción— al Servicio deInteligencia Nacional en el Perú de Fujimori,

reorganizado por Vladimiro Montesinos paraconcentrar las labores de inteligencia de todas las armasy de la policía. Algunos de los mecanismos y buenaparte de las personas utilizadas por Montesinos hansido herencia directa de la dictadura castrense de finesde los sesenta y de la década de los setenta, que potenciólos servicios de inteligencia establecidos para combatira las guerrillas marxistas durante el primer gobiernodemocrático de Belaunde.

La institucionalización del ejército profesional noacabó con las facciones y las logias. En los sesenta, porejemplo, ellas siguieron causando estragos, bajo distintaforma. En Ecuador, en 1961, se enfrentaronabiertamente el ejército y la aviación, y lo mismoocurrió al año siguiente en Guatemala. En 1962, elejército y la aviación venezolanos la emprendieroncontra la marina, mientras que un año después les tocóel solemne turno al ejército y la marina argentinas.También ha habido escaramuzas en el interior de unmismo ejército, como las que protagonizaron losingenieros y los infantes del ejército ecuatoriano en1961, y las armas de caballería e infantería en laArgentina, en 1962. No siempre se trató de armasenteras: también de facciones o logias. Los «azules» ylos «colorados» formaron sus bandos en el interior delas fuerzas armadas argentinas en los años sesenta, y, entiempos de Perón, la Triple A de López Rega incrustóuna psicología de logia en aquellos sectores militarescon los que trabó alianza. Más recientemente, el ascenso

al poder de Vladimiro Montesinos en el Perú, en losaños noventa, tuvo que ver, en parte, con unmovimiento de logias al interior del ejército,específicamente centrado en la promoción del propioMontesinos en el arma de artillería. La logia es unaconstante de la vida político-militar latinoamericana,desde la independencia, en cuya gesta estuvo muypresente, hasta la época contemporánea, pasando porcasos como el de la «Liga militar», formada en el senodel ejército chileno a comienzos de este siglo parafomentar el «progreso» de los militares.

El crecimiento institucional ha venido aparejado deuna cada vez mayor participación en la economía. Losmilitares se han vuelto hombres de negocios. Allí están,entre otros, casos como el de los militaresguatemaltecos de la década de los setenta, que seapoderaron de la llamada Franja Transversal Norte paraconvertirla en su propiedad; el de la «piñata»sandinista, que llevó a los muchachos de verde olivo adar un zarpazo nada infantil a miles de propiedadesajenas que conservaron una vez que fueron arrojadosdel poder; el de los militares peruanos implicadosorgánicamente en el narcotráfico a través de una vastared de empresas durante la etapa de Montesinos; el delos militares hondureños que acuden a las subastas deempresas públicas con la misión de adquirirlas para suinstitución y que a través del Instituto de PrevisiónMilitar han acumulado bancos, cementeras, compañíasde seguros e innumerables otros negocios, y que a

Cerdas, Rodolfo, El desencanto democrático, REI,7

San José, 1993.

comienzos de los noventa, una década después de haberrecuperado la democracia, todavía operaban lacompañía telefónica, los puestos de aduana y la mayorparte de los puertos y los aeropuertos; o el de Chile,donde el ejército reserva para sí el 25 por ciento de larenta del cobre. Los militares, no contentos con7

nacionalizar empresas «estratégicas» o preservar enmanos del Estado las ya nacionalizadas, hanmilitarizado ciertas áreas de la economía, o, si seprefiere, convertido al Ejército en un empresario.¿Quién compite contra un cañonazo?

Los militares y el águila del Norte

Nuestros militares del siglo XX tienen bastante quever con las malas relaciones entre América Latina yEstados Unidos. El hecho de que, aplicando la políticadel mal menor, muchos gobiernos estadounidensestoleraran, en el mejor de los casos, y respaldaranmilitarmente en no pocas ocasiones, a regímenescastrenses latinoamericanos, contribuyó a alimentaruna fobia contra el país más poderoso de la Tierra queno necesitaba de muchos pretextos para expresarse. Deigual modo a pesar de vaivenes en las relaciones entreMadrid y Washington en aquellos tiempos, la decisión

de Estados Unidos de tolerar, a partir del fin de laSegunda Guerra Mundial, a la dictadura española deFranco, de acuerdo con su esquema geopolítico contrala Unión Soviética, ayudó a dar argumentos a quienesen la Península, herederos de las viejas pasiones de1898, desconfiaban de los norteamericanos. Todavía sehabla en España de la visita de Eisenhower algeneralísimo.

Estados Unidos llegó a otorgar la Legión del Méritoa dictadores como el venezolano Pérez Jiménez y elperuano Manuel Odría, en los años cincuenta, quizá laépoca más infamante de la política exteriorestadounidense al sur del Río Grande, cuando elpresidente Eisenhower, apoyado en la filosofía de susecretario de Estado, John Foster Dulles, para quien losdictadores anticomunistas latinoamericanos eranaceptables por ser «nuestros hijos de perra» (fraseadjudicada a Roosevelt con respecto a AnastasioSomoza), dio el abrazo de Washington a cuanto déspotapobló nuestras tierras. En realidad, el apoyo a lasdictaduras se había dado antes también —las GuardiasNacionales de las que salieron un Somoza y un Trujillofueron en buena parte hechura norteamericana— y seseguiría dando después, con intervenciones como la deKissinger en el golpe de Pinochet, en Chile. El propioKennedy, con su aureola de defensor de los derechoshumanos, debió resignarse a tolerar varios golpes en suépoca: el de los militares argentinos contra Frondizi, elde los peruanos en 1962 para impedir la victoria de

Haya de la Torre, o el de los ecuatorianos, que elpresidente llegó a elogiar. A veces, debió dar marchaatrás cuando su reacción inicial contra algunainterrupción constitucional lo dejó aislado en uncontinente que ha practicado por lo general la políticaexterior de Poncio Pilatos: es lo que ocurrió con el golpede la República Dominicana contra Juan Bosch,presidente, por cierto, apoyado por la CIA cuando eracandidato. Hay que reconocerle que, en cambio, fueramuy firme contra los golpistas hondureños ysuspendiera la asistencia económica.

No hay que olvidar que, en los años de la guerrilla,la ayuda militar de miles de millones de dólares a losejércitos centroamericanos —a su vez entrenados por laCounterinsurgency School of the Americas— no estuvosujeta, la mayor parte del tiempo, a la conducta de esosmilitares. Washington a veces creó monstruos comoFrankenstein: el caso de Manuel Antonio Noriega, nadamenos que ex agente de la CIA, es tan absurdo queparece un invento del antiimperialismo. Y tampocopuede dejar de mencionarse que los norteamericanos sevieron en situaciones en las que, por retirar el apoyo auna dictadura, facilitaron la instalación de otra —Cuba,Nicaragua—. Culparlos de las dictaduras de Castro y lossandinistas sería maniqueo, pero es probable que si lasdictaduras de Batista y de Somoza no se hubieransostenido hasta el momento en que lo hicieron, lasrevoluciones que acabaron con ellos no hubierantriunfado (es bueno recordar que el primer embargo

contra Cuba no fue contra Castro sino contra Batistacuando Washington prohibió la venta de armas a LaHabana en plena insurrección barbuda).

En todo caso, este muy somero recuento deejemplos de política norteamericana que favoreció elmilitarismo antidemocrático no exculpa a losdictadores. La responsabilidad esencial es la de lospropios latinoamericanos. Ningún ejemplo más insignedel comportamiento de América Latina ante lasdictaduras que la Organización de Estados Americanos,que desde su creación, a mediados de siglo, hasta hoy,ha protegido, por acción u omisión, a los tiranos ogolpistas de turno, llámense Somoza, Trujillo, Batista,Castro, Ortega o, en tiempos más recientes, Fujimori,cuyo golpe de 1992 fue legitimado por el secretariogeneral Baena Soares. A veces, esta actitud se explicaporque los tiranos eran quienes conformaban laorganización, otras, porque los demócratas estabanparalizados por el miedo; y en no pocas ocasiones,porque reflejaba la opinión de Washington.

Los mismos antiimperialistas que culpan a EstadosUnidos por nuestras dictaduras militares suelendefender a las que cuentan con la hostilidad de ese país.Así, es frecuente que hagan una distinción entredictaduras de derecha y dictaduras de izquierda (a estasúltimas nunca las llaman «dictaduras», claro),olvidando la raíz común del problema que planteantodos los regímenes autoritarios en América Latina. Enla clasificación de «derecha» destacan sobre todo, en las

El Centro de Altos Estudios Militares, lugar de8

formación ideológica de los militares peruanos, sufrióun viraje a la izquierda como parte de ese mismoproceso ideológico que produjo a Velasco en los años

décadas recientes, las de Argentina (1966-1983, con lainterrupción del regreso de Perón en la primera mitadde los setenta), Brasil (1964-1985), Uruguay (1973-1985), Paraguay (1954-1989), Guatemala (1954-1985),y Chile (1973-1989). Se las ha comparado, a algunas deellas, en especial las de corte institucional en lugar decaudillista, con el modelo «griego» de 1967-1974. Noson las únicas dictaduras militares de derecha —hahabido muchas más—, pero sí las más emblemáticas deese sector ideológico. En el otro lado del espectro, el dela izquierda, las dictaduras militares han abundadotambién. En realidad, toda dictadura es militar, si setiene en cuenta que la fuerza de las armas es susustento. La izquierda ha logrado que «dictaduramilitar» parezca sinónimo de «derecha», cuando lasdictaduras de signo contrario no se diferencian de las«dictaduras militares» en el aspecto esencial: el uso dela fuerza. Hemos tenido regímenes populistas basadosen ella, tanto de corte nacionalista, «a lo Nasser», comode corte socialista, vagamente semejantes almovimiento militar portugués de 1974-1976. Nuestrosdespotismos populistas o socialistas de tipo castrenseincluyen a militares como el panameño Torrijos y elperuano Velasco, pero también a Fidel Castro y Daniel8

sesenta y que él potenció en el ejército.

Ortega, pues, aunque el cubano y el nicaragüense noeran militares propiamente en la etapa revolucionaria,se convirtieron en los hechos exactamente en eso unavez que tomaron el poder; el apelativo de«comandante» que todo revolucionario suele asumirexpresa bien esta realidad. Perón, a pesar de presidir ungobierno de tinte fascista, fue por mucho tiempo unicono de la izquierda, y en ciertos círculos lo siguesiendo, en buena cuenta por su antiimperialismo, esdecir su antinorteamericanismo. Ese antinorteame-ricanismo llevó a la izquierda a apoyar al propio ManuelAntonio Noriega en su enfrentamiento contraWashington (¿recuerdan el machete en la tribuna?)poco antes de la invasión de Estados Unidos, endiciembre de 1989, y a hacer la vista gorda contra lavictoria de la coalición de Guillermo Endara con el 70por ciento de los votos que «cara de piña» desconoció.Lázaro Cárdenas, en México, fue otra variante delpopulista de izquierda apoyado en la fuerza paragobernar con escasa o nula legitimidad democrática. Hahabido, además, intentos fallidos o efímeros, como elepisodio de la toma del gobierno militar salvadoreñopor una facción semicomunista a fines de los añossetenta, gran pretexto para la emergencia del mayorD’Aubuisson como símbolo de los escuadrones de lamuerte.

Las revoluciones victoriosas siempre han destruido

al ejército para reemplazarlo por otro ejército, con laexcepción de Costa Rica. La revolución mexicana de1910 acabó con el ejército de Porfirio Díaz, pero losrevolucionarios, en sus luchas fratricidas, se apoyaronsobre sus propias fuerzas militares, a las queincorporaron en mayor o menor grado a miembros delejército derrotado. La revolución de Paz Estenssoro, enla Bolivia de 1952, no acabó con el ejército, aunque sí loredujo sustancialmente: más bien, lo instrumentalizópara convertirlo, mediante promociones y favores, enun brazo armado del proyecto revolucionario. Sinembargo, el MNR no logró, como el PRI mexicano, crearun sistema corporativista en el que el clientelismo y larotación de las protecciones políticas garantizaran unsistema permanente dentro del cual el ejército fuera unapieza más del mecanismo del partido. Además de lapresión norteamericana, conspiró contra la absorcióntotal del ejército por parte del MNR el hecho de que PazEstenssoro necesitara de los militares para controlar alas radicalizadas milicias sindicales y rurales; encualquier caso, el ejército sufrió un aumento de supolitización, y el resultado fue el golpe de RenéBarrientos contra Paz en 1964. El ejército de Costa Rica,en cambio, sí fue disuelto como consecuencia de larevolución de 1948. Ese país ha gozado desde entoncesde una estabilidad política sustentada en la alternanciademocrática, inclusive durante los años del granincendio ideológico y político centroamericano, en ladécada de los ochenta. Pero, en suma, la dictadura

militar no es, como ha querido la izquierda, un mal de«derecha» sino un mal a secas, del que la izquierda haformado parte constitutiva, con el agravante de que hadesarrollado todo un discurso confusionista para hacerpasar por democracia lo que era otra variante del viejoproblema militar latinoamericano. Del mismo modoque, en la España de principios de siglo, lamilitarización del sector totalitario del bando de larepública no era la antítesis de los nacionales, es decirde los militares de Franco, Mola y Sanjurjo, sino sureflejo en el lado opuesto del espectro. Al medio, losdemócratas como Azaña, quedaron aplastados entre dosmilitarismos, y los liberales perdieron todo espacio.

Una de las consecuencias del militarismo es elelevado gasto en asuntos relacionados con la defensa.Los países bajo regímenes militares o militarizadosdedican muchas horas-hombre a alimentar lamaquinaria de la que son víctimas. Es una de lasperversiones de toda dictadura. Otra perversión es laque hace que las guerrillas y terrorismos contribuyan apotenciar los ejércitos que combaten, supuestamentepara acabar con el militarismo. La etapa de mayorexpansión del gasto militar es siempre la dictatorial, yen América Latina basta, para comprobarlo, con echarun vistazo a ciertas épocas de gobierno antidemocrático.Entre 1968 y 1980, el gasto militar subió en el Perú,cada año, un promedio de 11 por ciento. Entre 1972 y1979, la cifra de aumento anual del gasto militar en elEcuador fue 13 por ciento. Argentina superó por un

World Military Expenditures & Armed Transfers,9

U.S. Arms Control & Disarmament Agency, WashingtonD.C.

punto ese ritmo de aumento entre 1976 y 1983. Chile viocrecer su gasto 10 por ciento cada año entre 1973 y1988, mientras que el Paraguay sostuvo un aumentoanual de 6 porciento entre 1954 y 1988. El gasto militarrepresentaba en Guatemala poco menos del 17 porciento del presupuesto nacional a mediados de losochenta, en plena confrontación con la guerrilla. En esamisma década, Estados Unidos destinó a la guerracontra los comunistas centroamericanos cerca de cincomil millones de dólares, canalizados directamente a losejércitos de la región, que no lograron derrotar en elcampo de batalla al enemigo aunque sí desnaturalizaronla democracia que sufría, además, la inclementeviolencia de los insurgentes. En la segunda mitad de la9

década de los años noventa, es decir en la actualidad, elgasto militar promedio de América Latina bordea el 2por ciento del producto bruto y está menos de mediopunto porcentual por debajo de la cifra europea (2,2 porciento), es decir de los países que forman uno de losbastiones de la Alianza Atlántica.

El uniforme y el oro

Los intereses civiles, especialmente los económicos,

han tenido un papel de primer orden en el militarismo.No hay dictadura que no se alíe con intereseseconómicos. La concatenación de intereses económicosy políticos civiles y militares es lo que hace posible,junto con la fuerza bruta, sostener a un gobiernoespurio. Incluso los gobiernos militares que han llevadoa cabo políticas económicas liberales han beneficiado agrupos de civiles, a los que han incorporado a suestructura, en unos casos, y a los que han beneficiadofuera del poder en otros. En el régimen de Pinochet, porejemplo, los civiles empezaron representando sólo un 13por ciento del total de ministros en el gabinete, pero en1987 ya constituían el 70 por ciento del Ejecutivo. EnChile la derecha alcanzaba tradicionalmente entre el 20y el 30 por ciento del voto, a diferencia de lo que ocurríaen Argentina o Uruguay. Ello, sin duda, dio a Pinochetuna base de sustentación que las dictaduras militaresargentina y uruguaya no tuvieron. Aun así, estas últimastambién gozaron, como todas las demás, de lacolaboración —el servilismo— de sectores civiles, a losque beneficiaron dentro y fuera de la estructura mismade poder.

La premisa de que toda dictadura se alía conintereses económicos, y civiles en general, vale para lasde cualquier signo. El régimen del general socialistaVelasco Alvarado, en el Perú, gozó del apoyo de unsector de la oligarquía peruana: la familia Prado,símbolo, por aquel entonces, de esa oligarquía, mantuvounas relaciones de cama y mesa con el dictador, que

expropió haciendas y arruinó industrias con leyesdemagógicas, además de que apeló a un ciertocorporativismo estilo Lázaro Cárdenas o Juan DomingoPerón al tratar de organizar a la población. La dictadurade Castro cuenta hoy, aunque en pequeña escala, con laentusiasta participación de inversionistas extranjerosque aprovechan el desastre económico de la isla, y lasúbita hospitalidad del desfalleciente caribeño, parahacer negocios en ese sistema del apartheid donde sólolos turistas acceden a los buenos hoteles o restaurantes.

El fenómeno del mercantilismo, es decir de losgrupos de poder económico protegidos por el Estado, esindesligable de las dictaduras militares. Aunque estaconexión existió siempre, fue sobre todo en el siglo XX

cuando ella se manifestó con más fuerza. Entre 1870 y1920, o incluso 1930, los países con las economías másdinámicas y las élites más europeizadas eran tambiénlos más democráticos, con la excepción de México. Enlos años veinte empieza la nueva racha de golpesmilitares; los países de democracia más sólida, dondelas élites económicas son pujantes, sucumben aldespotismo nuevamente. En ese fenómeno elmercantilismo tuvo mucho que ver. Las economías eranel coto vedado de un pequeño grupo oligárquico, por logeneral vinculado a la tierra, que cerraba el acceso anuevos intereses, especialmente los urbanos, quepugnaban por un espacio en el mercado, mientras quela clase media se veía limitada en su posibilidad decrecimiento. Este conflicto, derivado en buena parte del

cuello de botella de la economía oligárquica, fue unpretexto para la intervención de los militares en lugarescomo Chile, en 1924, y Brasil, en 1930. En Chile laintervención no duró demasiado, y más tarde ArturoAlessandri devolvió a los civiles al gobierno bajo laconstitución legítima sin restaurar demasiado el poderoligárquico, aunque su protocepalismo populista noestimuló, precisamente, esa economía abierta y libreque el nuevo siglo pedía a gritos en un contexto decaducidad del viejo orden terrateniente. En Brasil,Vargas y sus militares introdujeron el Estado Novo, alque ya hemos mencionado, y en Argentina, aunquehubo un golpe en 1930, el fenómeno continental noapareció realmente hasta 1943, con la rebelión militarque permitió la llegada del populista Perón. En el Perúocurrieron las cosas al revés: en lugar de que elsurgimiento de la reacción urbana, proletaria, y encierta forma de clase media, contra el viejo sistemallevara al poder a las expresiones políticas de estefenómeno, los militares se endurecieron para impedirlo.Es lo que mantuvo a Haya de la Torre, y por supuesto,al socialismo de Mariátegui, lejos del Palacio de Pizarro.Pero en todo caso, este conflicto económico relacionadocon las oligarquías mercantilistas potenció elmilitarismo, ya fuera como reacción contra el viejosistema, o para protegerlo de las nuevas amenazas. Losmilitares que llegaron al poder en nombre de lasmayorías, y en contra de las oligarquías, entronizaron anuevas —a veces a las mismas— oligarquías y

dispararon el tamaño del Estado. Los que reaccionaronen contra terminaron haciendo lo mismo, contagiadospor la moda estatista y temerosos de la nueva amenazasocial.

El ejército, pues, abrió las puertas al nacionalismourbano en los años veinte y treinta. En Brasil yArgentina los ejércitos vincularon por primera vez laideología nacionalista a la sustitución de importaciones,y así surgió con fuerza el nacionalismo económico, unavariante del político, al que los militares han prestadoen este continente su funesta contribución.Irrumpiendo contra el elitismo para democratizar y«nacionalizar» las economías, los militares,aprovechando la caída de los precios de los productosde exportación y el consiguiente debilitamiento de lasoligarquías, además de las presiones de la nuevaindustria y en algunos casos del petróleo, practicaronnuevas formas de barbarie política y barbarieeconómica. Reemplazaron al Estado patriarcal de lacolonia y el siglo XIX por el corporativismo nacionalistay burocrático. Hizo su ingreso al escenario el conceptode la empresa «estratégica». Al nacionalismo cultural ypolítico, los militares —y no pocos civiles— añadieron eleconómico. La nueva ola de dictaduras militares, la delos años sesenta y setenta, ya llega, con las excepcionesde Pinochet (después de la entrada de Sergio de Castroy los Chicago boys al gobierno) y, en menor medida, deOnganía (a través de Martínez de Hoz), bajo el imperiode esas ideas. Los militares brasileños, por ejemplo,

El ejército del siglo xix, en el que la población10

indígena, por lo menos en las primeras seis décadas dela centuria, no representaba más del diez por ciento delos miembros, fue en algunos países el látigo de losindios porque organizó campañas militares contra ellos—por ejemplo contra los araucanos, o contra losindígenas argentinos— para facilitar la colonización delpaís por los descendientes de europeos; el ejército delsiglo xx lo siguió siendo no sólo por la represión sinopor fabricar grandes cantidades de miseria económica.

fueron determinantes, en los años sesenta, para laentronización de las prácticas derivadas de la «teoría dela dependencia» que buscaba profundizar las políticasdel desarrollismo latinoamericano de los años cuarentay cincuenta por considerar que su fracaso en Brasil,Argentina y Uruguay no era intrínseco sino debido afactores externos. La deuda externa se disparó junto conel gasto público, a la vez su consecuencia y su causa.Todo esto golpeó a los sectores más desfavorecidos, loque en muchos países con raíces precolombinas todavíasólidas incluye, por supuesto, a los indios.10

En España, el nacionalismo económico, y su primohermano, el corporativismo, campearon durante lasprimeras décadas de la dictadura franquista, hasta queen los años sesenta el régimen empezó un lento procesode modernización económica. Este proceso, impulsadoen años siguientes sobretodo por el Opus Dei, que entróa formar parte de la estructura de poder, permitió un

despegue español del que la democracia se viobeneficiada después. El corporativismo no disminuyóen la medida en que disminuyó el nacionalismoeconómico, lo que, además de impedir unamodernización más acelerada, legó a la democracia unapesada herencia de la que todavía no se desprende deltodo. Dicha herencia —vaya ironía— fue especialmenteapreciada por el socialismo español, que, a pesar de suaggiornamento ideológico, tiene la natural tendencia desus pares al clientelismo, el subsidio y elcorporativismo.

En cualquier caso, los militares, de izquierda o dederecha, gobernaron aliados con grupos de civiles, y conintereses económicos, a los que protegieron yfavorecieron a cambio de una cierta legitimidad civil yeconómica. Esa retroalimentación entre intereseseconómicos y militarismo tiene también una expresiónen el crecimiento de la actividad económica de laspropias castas militares al que nos hemos referidoantes.

Existe el mito, en buena cuenta entronizado por elejemplo chileno, de que los militares producen buenosresultados económicos. A partir, sobre todo, de los añossesenta y setenta, cuando nuestras dictaduras tendierona ser un poco menos caudillistas y más institucionales,los regímenes castrenses buscaron la ayuda detecnócratas y otros civiles más capacitados que ellosmismos para ocuparse de la economía, mientras losasuntos de la seguridad y el orden quedaban bajo su

Las cifras figuran en los informes del Fondo11

Monetario Internacional IMF, Monthly FinancialStatistics 19541987 e IMF International FinanceStatistics 1954-1985.

responsabilidad directa. La estadística muestra a lasclaras que los militares no sólo no han sido mejoresadministradores que los demócratas sino inclusopeores. Entre 1954 y 1985, el crecimiento del gastopúblico real de los gobiernos dictatoriales en AméricaLatina fue de 13 por ciento al año, mientras que el de lasdemocracias fue de 5 por ciento al año. El déficit fiscalpromedio de las dictaduras en ese mismo período fue3,4 por ciento y el de las democracias 1,8 por ciento. Elcrecimiento económico promedio de la dictadurauruguaya, entre 1973 y 1985, fue 1,5 por ciento, el de lacolombiana, entre 1956 y 1957, 2,2 por ciento, el de laperuana, entre 1968 y 1980, 3,8 por ciento, el de laargentina, entre 1966 y 1973, 3,4 por ciento y el de lachilena, entre 1974 y 1986, 2,4 por ciento. Todas estascifras son muy pobres si se tiene en cuenta elcrecimiento de la población y ciertamente no justifican,desde el punto de vista macroeconómico, el tipo derégimen que las acompañó. Entre 1954 y 1984, losprogramas de estabilización que más fracasaron enAmérica Latina fueron los realizados por gobiernosmilitares. En el caso chileno, el crecimiento entre 197311

y 1986 fue menor que el registrado entre 1950 y 1972,que ascendió a 3,9 por ciento al año. El despegue de la

dictadura chilena fue sólo en los últimos años, no sólopor razones relacionadas con la maduración de lasreformas sino también por las limitaciones del sistemay los errores cometidos. No hay que olvidar que ese paísrepresentaba en 1970 el cuarto ingreso per capita deAmérica Latina, mientras que en 1986 el ingreso habíacaído al séptimo lugar (y no todo se debía al desastre1970-1973). Los resultados económicos de lademocracia reinstaurada en 1989 han sido muysuperiores a los de la era Pinochet, algo que, porejemplo en el área del desempleo, coloca a Chile en unlugar prominente incluso frente a países desarrollados.

Los otros gobiernos militares con fama de«liberales» son el argentino y el uruguayo. Fueronliberales sólo sobre el papel. En la práctica, produjerondéficit fiscal, no redujeron los aranceles de manerasignificativa y sólo lo hicieron al final, y Uruguayprivatizó una sola empresa, mientras que Argentina,que privatizó algo más, vio crecer la presencia delEstado en otras áreas de la economía; ninguno de losdos emprendió una desregulación importante de la vidaeconómica. Con excepción de la chilena, gracias a quePinochet dejó en manos de los Chicago boys el temaeconómico, que no entendía, y sólo a partir de unaúltima etapa, nuestras dictaduras no han representadouna mejora sustancial de la economía, incluso si encasos aislados han hecho las cosas menos mal que susantecesores o se han beneficiado de altos precios en losmercados de exportación.

Coletazos españoles

El episodio golpista del 23 de febrero de 1981 enEspaña recordó a los españoles que de una dictadura decuarenta años no se sale fácilmente y que institucionescurtidas en un clima político bestialmente autoritario,como era el caso del ejército y la policía bajo elfranquismo, tardan mucho tiempo en adaptarse a lademocracia y el Estado de Derecho. Los protagonistas,como el teniente coronel Antonio Tejero, que tomó elCongreso, junto con el capitán de infantería RicardoSáenz de Ynestrillas, con uniforme, correajes, tricornioy pistolas, enmedio de las ráfagas de los subfusiles Stary los Cetmes, o Jaime Milans del Bosch, capitán generalde Valencia, que sacó los tanques a la calle casi al mismotiempo, eran sólo caricaturas de un problema más defondo. La conspiración tocaba puntos neurálgicos delejército —incluyendo al general Alfonso Armada,segundo jefe del Estado Mayor— y, de no ser por elhecho de que la división acorazada Brunete, que debíatomar Madrid, rehusó sumarse a los golpistas, pudohaber tenido éxito.

La dictadura politiza a los militares, los convierte enuna institución al servicio de determinada causa, opartido, o caudillo, modificando así la naturalezaesencial de su función, que debe ser políticamenteneutra, abarca al conjunto de la sociedad y no estáexenta de las obediencias que impone la legalidad a los

civiles. Los militares españoles se curtieron en unafilosofía conservadora autoritaria a lo largo de losúltimos dos siglos, con la excepción de los militaresliberales del primer tercio del XIX y, luego, los llamadosjóvenes oficiales árabes. La república politizó tambiénla función militar, ya sea porque añadió a lasinstituciones de la seguridad nuevos militares al serviciode una ideología, o porque provocó una reacción de losconservadores, o porque fue débil frente a laproliferación de milicias, que no son otra cosa queciviles convertidos en militares, enteramentepartidarizados. Pero el franquismo, que triunfó en laguerra y gozó de la estabilidad necesaria, acabó deconvertir al ejército, la policía y el servicio deinteligencia (CESID, creado en 1977), en los brazosarmados de una cierta visión de España, situada en lasantípodas de la modernidad europea. Una vez llegada lademocracia, los militares se debieron adaptar a unasituación que les era ajena —tan ajena como que lamayoría de ellos, incluyendo a los golpistas de 1981,habían sido formados en las academias militaresfundadas por el dictador—. Los primeros añosdemocráticos, con su carga de huelgas, atentados deETA contra militares, aislados ramalazos golpistas comola «operación Galaxia» y pasiones desatadas por elEstado de las autonomías, exacerbaron un ánimo queno estaba todavía hecho para la democracia ni leguardaba, en todos los casos, la lealtad indispensable.Otros españoles sí lo estaban —empezando por el Rey

Juan Carlos, y contando a muchos militares, porsupuesto—, y por ello el golpe fracasó. Pero la tarea dedesideologización y despolitización del ejército y lapolicía, que hizo grandes avances desde el susto de 1981,ni siquiera en años recientes ha terminado del todo,como lo demuestran ciertos sectores del aparato de laseguridad, especialmente el CESID, dedicado a tareasque poco tienen que ver con la verdadera seguridadnacional y mucho con el espionaje y el chantajepolíticos. El CESID bajo el gobierno del PSOE era, encierta forma, el CESID de Franco, es decir, heredero deuna cierta visión de la política y el papel de lasinstituciones oficiales, y por ello fue fácil que ciertossectores entraran, arrastrados, o por lo menosacompañados, por civiles, a formar parte del entramadopolítico de la corrupción, una nueva forma de golpismoporque contribuía a devaluar la democracia y lalegalidad. Y, por supuesto, allí está la barbarie de ETA,que, como en todas partes donde el terrorismo seenfrenta a la democracia, ha provocado en estos años unescandaloso abuso del Derecho por parte del enemigodedicado a combatirla. El desfase entre la modernidadde España, por un lado, y sus servicios de inteligencia ysus quistes antidemocráticos, por el otro; como losescuadrones de la muerte formados en los años ochentabajo el apelativo GAL, demuestra que la tarea de purgara las fuerzas de seguridad españolas de los malesseculares de una centuria con más dictadura quedemocracia es lenta. Que España haya tomado ahora la

valiente —aunque tardía— decisión de eliminar elservicio militar obligatorio y profesionalizar al ejércitodemuestra que, a pesar de estos casos aislados, elconjunto avanza en la buena dirección, algo que laintegración creciente con Europa afianzará.

Es hora de que nuestros países encaren la relaciónentre civiles y militares como la encaran los países máscivilizados de la Tierra para que deje de ser, como haocurrido a lo largo de dos siglos, una de las fuentes denuestro subdesarrollo tanto político como económico.Decir esto no es desconocer que en la historiarepublicana de nuestros países hay militares heroicosque han dado su vida por defender a su patria, tantocontra enemigos externos como contra enemigosinternos, ni que, al mismo tiempo que escuadrones dela muerte y generales incapaces de resistir cañonazoscrematísticos, ha habido militares honrados. Pero,hechas las sumas y las restas, los militares han sidoprincipalísimos factores de miseria en América Latinapor dedicarse, precisamente, a aquellas tareas para lasque no fueron mandatados por las sociedades que lesconfirieron el monopolio de la fuerza con la condiciónde usarla para proteger, en lugar de destruir, lalegalidad y el Derecho. Porque esta últimadesnaturalización de la función militar ha hecho denuestros ejércitos enemigos de la libertad, los mejoresejércitos latinoamericanos han sido, como el

costarricense desde hace medio siglo, los que no hanexistido. No tendría que ser necesario disolver losejércitos para que éstos gocen del respeto de losciudadanos: la existencia de ejércitos leales a lademocracia en los países donde el Estado de Derecho esparte de la normalidad cotidiana hace de la funciónmilitar algo tan respetado que hasta confiere estatussocial el pertenecer a alguna de sus armas. Es la razónpor la que en el Reino Unido, por ejemplo, los varonesde la Familia Real por lo general han escogido hacercarreras militares. En todo caso, América Latina deberátener claro, ahora que se plantea frenéticamente eldesafío de la modernidad, que uno de los obstáculos quefrenan el despegue real —es decir integral, no sóloeconómico sino también político— de nuestras nacioneses la distorsión de la función castrense. Y que, siprefiere no disolver unos ejércitos que van quedandomuy desfasados de las necesidades de la vida actual (conexcepciones de países que enfrentan subversiones, enlos que la disolución sería ahora mismo suicida), deberásacudirles doscientos años de polvo en el uniforme.

III. LOS GUERRILLEROS

ROBIN HOOD CONTRA LOS POBRES

El 27 de diciembre de 1980, en la incierta luz delamanecer, los primeros limeños que acudían a sutrabajo en el centro de la ciudad fueron estremecidospor un espectáculo insólito: de los postes del alumbradopúblico, a diez cuadras a la redonda, colgaban docenasde cadáveres de perros degollados, con su pelambreembadurnada de negro y con letreros que decían «DenXiao Ping, hijo de perra». A la vista de estos carteles, lostranseúntes más informados debieron suponer que setrataba sólo de una espeluznante protesta, a cargo dealgunos energúmenos, por la llegada al Perú delcanciller de la República Popular China. Pero nadiellegó a imaginar entonces que aquella masacre de perrosanunciaba el desarrollo de una acción terrorista que, alo largo de la década de los ochenta y buena parte de losnoventa, iba a ocasionar en el Perú la muerte deveinticinco mil personas, si no más, y un costo calculadooficialmente en cerca de veinte mil millones de dólares(exactamente $19.440.984.000 millones).

Detrás de esta acción terrorista, las alucinacionesideológicas de un oscuro profesor de provincia. Pormuchos años, antes de su captura el 12 de septiembre de1992, Abimael Guzmán dejó flotar en torno suyo unaatmósfera casi sobrenatural de enigmas y pavor. Hijo

natural de un importador mayorista, nacido en Tamboy educado en el Colegio La Salle de Arequipa, Guzmánse haría notar como un férreo estudiante de filosofía enla Universidad Nacional de San Agustín de dichaciudad, admirador de Kant (su tesis de grado se llamóSobre la teoría kantiana del espacio) y a la vez devotode Pablo Neruda y de César Vallejo. Casado con unajoven comunista llamada Augusta la Torre, se haríamilitante del Partido Comunista del Perú y seestablecería en Ayacucho, una tranquila y casi olvidadaciudad de la sierra peruana, llena de soberbios iglesiascoloniales, en cuya Universidad, la recientementereabierta Universidad de Huamanga, obtuvo unacátedra de filosofía al lado de un hirviente grupo decatedráticos marxistas. Como profesor, Guzmáninspiraba en sus alumnos una reverente fascinación.Como militante, resultó ser un intransigente defensorde la ortodoxia marxista y un admirador de la dura líneade Stalin. Jamás le produjeron alarma las purgas,genocidios y «gulags»: en efecto, ¿qué importaban uno,cien, mil o un millón de vidas cuando se trataba deabrirle paso al futuro y hacer girar la rueda de lahistoria? bueno de esta concepción apocalíptica, losgrises sucesores de Stalin fueron para él sólo una bandadespreciable de revisionistas. Considerándolos tibios ycómplices del capitalismo decidió apartarse parasiempre de la línea de Moscú para ingresar en la versiónmaoísta del Partido Comunista del Perú Mao Tse Tungse convirtió en su guía supremo, la figura sacramental

de su culto revolucionario. Guzmán viajó a la China,donde ardían ya las primeras hogueras de la revolucióncultural. Cuando murió el presidente Mao, sussucesores volvieron a ser vistos por Guzmán como otrabanda de traidores revisionistas que habían dadosepultura definitiva a la revolución cultural yencarcelado a la camarada Ciang Ching, viuda de Mao,y a sus amigos. A partir de aquel momento, el micocentinela de la pureza y de la ortodoxia revolucionariaabsoluta fue para él el camarada Pol Pot. Lo que elmundo llamó genocidio en Camboya, para Guzmán fueuna necesaria empresa depuradora digna de ser tomadacomo ejemplo. Ese fundamentalismo suyo, sin embargo,no fue aceptado por la totalidad del partido, cuyaunidad se quebró en dos líneas: una blanda, que adoptóel nombre de Patria Roja y una línea dura, que se llamóBandera Roja. A la cabeza de esta última quedaronGuzmán y el llamado grupo de Ayacucho. Bandera Rojase convertiría en Sendero Luminoso. Los perros queeste grupo de maoístas fanáticos hicieron colgar pocodespués en los postes de luz no sólo expresaban sucondena al revisionismo de Den Xiao Ping: erantambién el macabro anuncio de que dejabandefinitivamente la lucha legal para iniciar la acciónarmada en el Perú.

La enajenación ideológica

El desvarío ideológico que lanzó a Guzmán y a susamigos y seguidores en esta aventura era sólo unavariante, más alucinada y absolutista, del que hizosurgir guerrillas en buena parte del mapa continental enla década de los sesenta; guerrillas que ensangrentaronhasta hace poco a Guatemala y El Salvador y que aúnhoy, pese a todo su anacronismo, amenazan muyseriamente a un país como Colombia. Tal desvarío esnaturalmente de estirpe marxista y tiene comofundamento la idea de que la cirugía revolucionaria esel único remedio eficaz para rescatar al pueblo de supobreza ancestral. Al gradualismo en el proceso de lalucha de clases y al desarrollo de unas supuestascondiciones objetivas que harían posible un procesorevolucionario —concepción ortodoxa de los partidoscomunistas— el Che Guevara opuso en los años sesentala opción redentora y supuestamente más expeditiva yeficaz de las armas. Para estos apóstoles de la luchaarmada, todavía inmunes al fracaso del comunismo ydel llamado materialismo histórico, la violencia, segúnla frase marxista tantas veces repetida por el Che, seríala gran partera de la historia. Con ella se liberaría a lospueblos de una doble explotación: la del imperialismoy de las clases opresoras.

Mirada en la luz crepuscular de este fin de siglo,cuando el comunismo sólo aparece como un accidentemás en la historia teñida en sangre de las utopías

Revel, Jean Fangois, El conocimiento inútil,12

Planeta, Barcelona, 1989.

totalitarias, la realidad de la llamada opciónrevolucionaria no puede ser más desastrosa. Quienespretendían liberar a los pobres con ayuda de bombas yfusiles, destruyendo los fundamentos de un régimendemocrático, sólo han traído a sus países ruina y sangre.Tal vez han sido ellos —ya lo veremos— los mayoresfabricantes de miseria. Pero, allí donde todavíaprosiguen su sangrienta empresa, esta evidencia no losdesarma porque tienen de su lado el amparo de unaideología que, a espaldas de la realidad, suministra a suacción toda suerte de justificaciones. Pues como bien loha señalado en El conocimiento inútil Jean FrançoisRevel, la ideología les suministra tres peligrosas12

dispensas.La primera de ellas es una dispensa intelectual pues

sustituye el análisis objetivo de los hechos y elconocimiento de realidades complejas, con todas susvariables, por esquemas teóricos más o menossimplistas que retienen sólo los elementos útiles a suspretendidos postulados o demostraciones desechandou omitiendo aquellos susceptibles de contradecirlos orefutarlos. En particular la ideología marxista—disfrazada, por cierto, de método de análisis científicoaplicado a la historia— suministra fáciles cartillas deinterpretación política y económica y afirma dogmascomo el de la lucha de clases, el de la dictadura del

proletariado o el del partido único, base de una nueva yasupuesta forma de democracia, sin confrontarlos conla realidad, confrontación que resultaría demoledorapara esas frágiles construcciones teóricas.

La segunda dispensa es moral. Ella, dice Revel,«liquida toda noción de bien o de mal para los actoresideológicos; o más bien, el servicio de la ideología ocupael lugar de la moral». Así, lo que para cualquierciudadano sería un crimen, un delito execrable, para eldirigente de una organización guerrillera es sólo unaacción puntual de una justificada guerra revolucionaria.«Objetivo militar» es todo cuanto se oponga a ella. Así,por ejemplo, el asesinato a sangre fría de setenta pobrescampesinos, el 3 de abril de 1983, en los poblados deSantiago de Lucanamarca y de Huancasancas, en eldepartamento de Ayacucho (Perú), realizado porSendero Luminoso, fue justificado por Abimael Guzmándiciendo: «lo principal es que allí dimos un golpecontundente y los sofrenamos» (a los indígenas) y «nohay construcción sin destrucción». Los miles desecuestros realizados en Colombia por el ELN y por lasFARC son presentados como «retenciones con unaliberación bajo fianza» y los asaltos a las entidadesbancarias como «expropiaciones anticipadas». Lassetecientas voladuras del oleoducto petrolero CañoLimón-Coveñas, que produjeron pérdidas millonarias yuna verdadera catástrofe ecológica en la zonanororiental de Colombia y aun en Venezuela por lacontaminación de las cuencas hidrográficas, eran

explicadas por el cura Manuel Pérez, jefe del ELN hoydesaparecido, como una medida patriótica «a fin deevitar que las multinacionales se llevaran nuestropetróleo». Cada bala disparada sobre un enemigo de larevolución —y ese enemigo puede ser simplementequien por respeto al ordenamiento jurídico de un paísno apoya la subversión— está encaminada, como decíael propio Che Guevara, a asegurar un futuro radiante alos niños por nacer. En suma, en esta «hoguera decreencias» que constituye una ideología, los escrúpulosmorales desaparecen o se confunden con el objetivoseñalado por ella. Por esa vía, hasta el genocidio puederesultar santificador. El dogma ideológico, como eldogma religioso, se alimenta de una fe ciega y reverente.En una entrevista para El Diario, Guzmán decía: «Laideología del proletariado, el Marxismo-Leninismo-Maoísmo, y en especial el Maoísmo, es la únicaideología todopoderosa porque es verdadera.» Y si se lehubiese preguntado por qué era verdadera, habría dichoseguramente: «porque es todopoderosa». Como se ve,en estos fanáticos la indigencia intelectual pisaabiertamente ciertas formas de cretinismo.

La tercera dispensa es práctica. No es necesarioverificar si los presupuestos ideológicos llegan acumplirse. Los fracasos no cuentan. Siempre hay unaexcusa, una explicación para los terminantesdesmentidos que la propia realidad inflige a los sueñosdel revolucionario. Para éste, por ejemplo, la Cuba deCastro será un paradigma, el único país donde se ha

eliminado la explotación capitalista y la pobreza. Denada le servirán las evidencias estadísticas. Sería, enefecto, fácil demostrarle que los salarios allí oscilanentre cien y cuatrocientos cincuenta pesos cubanos almes (es decir, de cinco a veinte dólares), lo cual colocaa la población de ese país entre las más pobres delcontinente, al borde mismo de la desnutrición, y exponea miles de cubanas a la prostitución para sobrevivir.Inútil: la ideología es testaruda. En nombre de ella, a lapobreza se la combate prodigando la muerte comoremedio quirúrgico y poniendo como meta el paísdonde los únicos que escapan a la penuria general sonlos turistas provistos de dólares.

Sin esa flagrante enajenación, no se explican en elcontinente latinoamericano las guerras de liberaciónemprendidas en varios países, hace algo más de treintaaños, bajo la inspiración de la revolución cubana o, loque es aún más extravagante, del Vietnam o de loskémeres rojos de Camboya. Hubo en muchos de susiniciadores, desde luego, el poder hipnótico producidopor la llegada de los barbudos a La Habana y toda lamitología que, con ayuda de la prensa internacional ysobre todo de la izquierda europea, se tejió en torno aellos. La revolución cubana y la revolución sandinistafracasaron en su propósito de crear una sociedad másjusta. Quizá acabaron con los ricos pero no con losp o b r e s ; a l c o n t r a r i o , l o s a u m e n t a r o nconsiderablemente. No obstante, muchos siguieron suspasos en otros países con una iluminada y sin duda

honesta convicción. Algún día se escribirá la historia deese sueño revolucionario que la violencia oscurecióhasta convertirlo en una pesadilla. Quienes murieronantes de verle su verdadera cara tuvieron la suerte dequedar para los suyos en el mausoleo de los románticosy de los mártires. La lista es larga en cada país y en ellasobresalen algunos nombres emblemáticos que recibentodavía, de parte de intelectuales y artistas, el homenajede discursos, canciones y poemas. Bienes sabido ya quela izquierda continental y tal vez la del mundo entero esuna mezcla de emociones fuertes y de ideas simples. Porello es propensa a fabricar mitos.

Héroes y tumbas

Quizá el más difundido de todos ellos es el creado entorno a la figura del Che Guevara, objeto de una curiosaidolatría sin fundamento en la realidad. Según esaimagen enteramente subliminal, el Che Guevara es vistoen el imaginario colectivo como una especie de Cristorevolucionario que dio su vida por una causa redentorade los pobres. Ese mito fue levantado sobre dosartificios. El primero se detiene en las intencionesgenerosas de su lucha sin ver los medios que puso a suservicio y las supersticiones ideológicas que lasustentaron. El otro artificio es de carácter iconográficoy se relaciona con la imaginería cristiana puesta alservicio, en esta ocasión, de la cruzada revolucionaria.

Tal es el efecto subliminal de la famosa fotografía deKorda, reproducida en millares de carteles a lo largo yancho del mundo, y sobre todo esa imagen final,fotográfica también, que nos lo muestra tendido en unamesa, en Vallegrande, muerto y con una extrañaplacidez en el rostro, misteriosamente parecido al Cristoyacente de Mantegna.

La aureola que rodea su nombre, sin embargo,empieza a ser pulverizada fríamente por sus biógrafosmás objetivos. Pierre Kalfon, Jorge Castañeda o JonAnderson, nos revelan, es cierto, a un hombreinteligente y valeroso, pero también duro y pormomentos inhumano en su afán de ponerdesaforadamente su voluntad al servicio de utopíassangrientas inspiradas en el catecismo marxistaleninista. Fervoroso admirador de Stalin (hasta el puntode firmar algunas cartas suyas con el seudónimo deStalin II), el Che Guevara consideraba comoinstrumentos esenciales de lucha a la violencia y al odio;«el odio intransigente al enemigo, que impulsa más alláde los límites naturales al ser humano y lo convierte enuna eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar».Tales eran sus palabras. Impregnado de un inflexibledogmatismo, empeñado en crear a cualquier precio un«hombre nuevo» capaz de renunciar a todo en busca deun mañana mejor —ese mito del mañana, siempreinalcanzable por cierto, que hace de la historia unsustituto de Dios—, todo dentro de él estaba dispuestopara convertirlo en el amo de una cruzada totalitaria.

¿Qué habría sido de él si hubiese triunfado su empresade crear en América uno, dos, muchos Vietnams? Lamanera como confirió a su propia voluntad un podertiránico, que le imponía esfuerzos y sacrificiossobrehumanos, lo impulsaba a exigir lo mismo dequienes comandaba. Y cuando esto ocurre, cuando unfurioso empeño individual hecho sólo de voluntarismociego se quiere convertir en empeño colectivo, losobrehumano se vuelve simplemente inhumano ydespótico. De esta madera están hechos todos losRobespierre de la historia.

La leyenda del Che y la de otros hombres que dieronsu vida por este ensueño revolucionario, propagada porla izquierda en todo el mundo, acaba por ocultarnos, enprimer término, las manipulaciones y fríos cálculospolíticos que hubo detrás de la acción guerrillera en losaños sesenta y, luego, las realidades atroces que éstadesencadenó y sigue produciendo en los países dondesubsiste. Ahora es de dominio público que Castro, enaquella época, alentó la creación de movimientosguerrilleros a lo largo y ancho del continentesimplemente como una estrategia defensiva, cuando sesintió amenazado por Estados Unidos. Era una manerade distraer la atención del Departamento de Estadotrasladando a un escenario continental los factores deconflicto en vez de dejarlos concentrados en el ámbito,para los norteamericanos vecino y provocador, de Cuba.Para ello, entrenó cientos o miles de jóveneslatinoamericanos en la isla y los envió a las montañas de

sus respectivos países, cuando no secundó su nacienteacción subversiva con el suministro de armas y a veces,con el envío de destacados oficiales suyos a los frentesde combate como ocurrió en Venezuela con el futurogeneral Arnaldo Ochoa.

Esta aventura tuvo un catecismo muy oportuno,auspiciado por el propio Castro: fue el libro de RégisDebray ¿Revolución en la revolución?, que introdujomodificaciones cosméticas a la ortodoxia marxistaacerca de las condiciones objetivas necesarias paradesencadenar un proceso revolucionario. Según dichaobra, que aspiraba a sacar las conclusiones teóricas dela experiencia revolucionaria cubana, bastaba un focoarmado, compuesto por hombres intrépidos, paraabrirle a la revolución, de manera inmediata, uncamino. Con este catecismo en su mochila, muchosjóvenes idealistas se fueron al monte. ¿Cuántosmurieron? Nunca se sabrá. Delirio, en unos casos,interesada manipulación desde La Habana en otros, elmito revolucionario devoró vidas valiosas a todo lo largodel continente. Hubo figuras como el cura CamiloTorres o Manuel Vásquez Castaño en Colombia, comoFabricio Ojeda en Venezuela, Jorge Ricardo Masetti enla Argentina, Javier Heraud, Guillermo Lobatón o Luisde la Puente en el Perú, Alejandro de León o LuisAugusto Turcios Lima en Guatemala que, buscandorepetir en sus respectivos países la empresa exitosa deCastro en Cuba, murieron en la década de los sesenta,algunos de ellos en la primera fase de la lucha armada.

Otros, como el poeta Roque Dalton en El Salvador oJaime Arenas, Julio César Cortes o Ricardo Parada enColombia fueron «ajusticiados» por sus propioscompañeros de armas acusados de supuestos desvíosrevolucionarios. Mejor suerte corrieron quienes enalgún momento de su actividad subversiva fuerondetenidos, encarcelados o juzgados, y posteriormenteamnistiados como fue el caso del trotskista HugoBlanco, en el Perú, de Teodoro Petkoff en Venezuela yAntonio Navarro Wolf en Colombia. Jefes demovimientos políticos legales de izquierda, llegarían alCongreso; dos de ellos, Petkoff y Navarro, serían,además de candidatos a la presidencia, ministros en susrespectivos países de gobiernos, por cierto, bastantelejanos a sus concepciones marxistas de juventud.

De los nombres atrás citados, vale la pena retener eldel cura Camilo Torres. No sólo por haber quedadoiluminado, como el del Che Guevara, por una aureola deleyenda sino especialmente porque, en virtud de esehalo santificador, se convirtió en ejemplo y referenciade los eclesiásticos todavía enajenados en el continente,y tal vez en otras latitudes, por la llamada Teología de laLiberación. La realidad no oscurece, en realidad, laaventura de este sacerdote y sociólogo colombiano, muycarismático entre los universitarios de su país enaquellos febriles años sesenta, pero sí permiteexaminarla con mayor objetividad. Condiscípulo yamigo de García Márquez en la Universidad Nacional,antes de ingresar en el seminario, Camilo Torres tuvo

desde su adolescencia una generosa vocación apostólica.Seducido por el precepto cristiano del amor al prójimo,quería hacer el bien y, sobre todo, compartir la suerte delos pobres y ayudarlos. Sus estudios en la Universidadde Lovaina, en Bélgica, no hicieron sino conferirle a estavocación una dimensión académica. El joven sacerdotefue, desde entonces, un estudioso de los problemassociales de su país. Alternando sus cátedras conexperiencias directas en los barrios pobres de Bogotá,debió resultarle a la postre irrisoria, desalentadora, todala acción caritativa que cumplió en aquellos suburbiosy tal vez insoportable el contraste de tanta miseria conla vida de la alta clase social bogotana, en cuyavecindad, por familia y apellidos, había crecido. Laefervescencia revolucionaria que hervía en las aulas dela Universidad Nacional, el ejemplo cubano y sobre todola idea de que el amor cristiano para ser efectivo —oeficaz, como él decía— requería un orden social distinto,lo llevaron, sorpresivamente para sus propios amigos,a crear un movimiento político, el Frente Unido, y luegoa la lucha armada que el llamado Ejército Nacional deLiberación había emprendido en el montañosodepartamento de Santander, al nororiente del país. Suaventura guerrillera terminó muy pronto. Hombremontaraz, entrenado en Cuba sin que por ello perdieralos bigotes y la arrogancia de un caudillo rural de otrostiempos, Fabio Vásquez Castaño, fundador del ELN, lovio llegar a las montañas con sumo recelo. No queríaque nadie le hiciera sombra. Aspiraba a ser el Castro

colombiano. Así que le recordó al recién llegado sucondición de simple soldado, sometido a sus órdenes, ylo lanzó al primer combate, de una manera suicida, sinarma alguna y exigiéndole que recogiera la primera queencontrara entre los soldados caídos. Y así,estúpidamente, murió Camilo Torres. Quizá esteprematuro y trágico desenlace fue, después de todo, unasuerte suya, pues no tuvo tiempo de ver la pesadilla quesiguió después: todos los líderes universitarios amigossuyos, que, siguiendo su ejemplo, se enrolaron en laguerrilla, fusilados o asesinados por orden de VásquezCastaño, tras sumarios consejos de guerra. Vásquez noquería universitarios incómodos a su lado que hicieranpatente la rusticidad de su formación. Los suprimió. Ysobre todas estas tumbas que él mismo hizo cavar, alzóen su favor el mito del cura guerrillero y dejó que éste sepropagara a los cuatro vientos (hoy el ELN se llama, enrealidad, Unión Camilista Ejército de LiberaciónNacional).

Con el mismo poder sugestivo que siglos atrás tuvoel del buen salvaje, dicho mito cruzó el Atlántico y llegóa España para encender la imaginación de tres curasaragoneses. José Manuel Pérez Martínez, Domingo Laíny Juan Antonio Jiménez tenían en común el sueñoapostólico de compartir la vida y desventuras de lospobres siguiendo el ejemplo de los curas obreros deFrancia y la acción, en París, del abate Pierre y de lostraperos de Emaüs. Con la idea de «ser uno más de losque en el mundo no tienen casa, ni cama, ni mesa»,

como decía Laín, abandonaron sus pueblos en aquellastierras de viñedos y cultivos de remolacha y se fueronprimero a París, luego a Arras y más tarde a las minasde carbón del norte de Francia y de Bélgica. Finalmente,detrás del mismo empeño de llegar a los parajesextremos de la pobreza, recalaron en la RepúblicaDominicana, vivieron en la provincia de San Juan de laMajuana, muy cerca de la frontera con Haití, habitadapor una población negra y analfabeta. Expulsados porlas propias autoridades eclesiásticas del país, llegaron aCartagena de Indias, en Colombia, se instalaron en losbarrios miserables que se extienden en torno a laCiénaga de la Virgen, dispuestos, como en la RepúblicaDominicana, a compartir la vida de los pobres. Lamiseria que veían en torno suyo, las censuras alcapitalismo hechas en la encíclica PopulorumProgressio y las justificaciones dadas a la opciónrevolucionaria por el Concilio Vaticano Segundo y sobretodo por la II Conferencia General Episcopal deMedellín los llevarían muy poco tiempo después aenrolarse, como años atrás lo había hecho CamiloTorres, en el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Enesta aventura guerrillera, la suerte de los tres curas seríamuy diversa. Laín moriría en un enfrentamiento con elejército y José Antonio Jiménez a consecuencia de laspenurias sufridas en sus largas marchas por la selva.Pérez sobreviviría milagrosamente a un combate dondelos suyos fueron diezmados y más tarde a un consejo deguerra ordenado por Vásquez Castaño por motivos

disciplinarios: condenado a muerte, la pena le fuefinalmente conmutada por una expulsión temporal dela guerrilla. Reincorporado a filas, acabó sustituyendoal propio Vásquez, fundador del ELN, comocomandante supremo de esta organización guerrillera.La enajenación ideológica, propia de la llamada opciónrevolucionaria, no tardaría en convertir al apóstol,amigo de los pobres, en la temible cabeza de unasangrienta organización terrorista. Su idea del «amoreficaz», expuesta muchas veces por él para justificar sudoble condición de sacerdote y guerrillero, lo llevaría aver a la violencia revolucionaria como una terapiaredentora y a considerar como legítimo todo lo quecontribuyera al triunfo del movimiento armado: asaltos,asesinatos, bombas, secuestros. Antes de morir en Cuba,a comienzos de 1998, a consecuencia de una hepatitis,Pérez le infligió a Colombia, durante sus largos añoscomo supremo comandante del ELN, un abrumadorbaño de sangre. A él se debieron las tristemente célebresminas «quiebrapatas». Fabricadas en los campamentosguerrilleros, según modelos importados del Vietnam, ycolocadas en fincas y plantaciones, han dejado en lasaldeas colombianas renuentes a la guerrilla docenas decampesinos y campesinas sin piernas. Comoconsecuencia de esta supuesta guerra de liberación, lospobres de las extensas zonas rurales del país sevolvieron más pobres, pues para salvar sus vidas más deun millón de ellos han tenido que huir de los campos yengrosar los cinturones de miseria de las ciudades

colombianas. Obligados a pagar elevados impuestos a laguerrilla —la famosa «vacuna»— y frecuentementeamenazados de secuestro, muchos propietariosagrícolas debieron abandonar fincas y haciendas, lo cualha representado una considerable baja en la producciónagrícola y ganadera del país y, por lo consiguiente, másdesocupación y penuria en el campo. Víctimas deldelirio terrorista, que señala como «objetivo militar» aquien se considere un obstáculo para el avance de lasubversión armada, han muerto en Colombia no sólomilitares y policías, sino también periodistas, dirigentespolíticos, alcaldes, jueces, parlamentarios y concejalesmunicipales por el solo hecho de no plegarse a losdictámenes de la guerrilla o por oponerse a ella. Inclusojerarcas eclesiásticos: en octubre de 1989, un obispo,monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, fueasesinado por el frente Domingo Laín del ELN, en eldepartamento de Arauca. Y tres años y medio mástarde, en mayo de 1993, un sacerdote español, ManuelCirujano, muy popular entre los campesinos de SanJacinto, una aldea de la costa colombiana donde sehabía establecido treinta años atrás, fue secuestrado,castrado y muerto a golpes por el frente guerrilleroFrancisco Garnica como represalia por sus sermones, enlos cuales condenaba a la Teología de la Liberaciónconsiderando que la violencia no era evangélica nicristiana. No obstante estas atrocidades, la guerrilla enColombia ha contado con el apoyo de numerosossacerdotes y de algunos altos jerarcas de la Iglesia

Católica, comprometidos, desde el Concilio Vaticano II,con las diversas formas de la llamada acciónrevolucionaria.

El Pol Pot de los Andes

Abimael Guzmán no tuvo necesidad de losmalabarismos ideológicos de Pérez y otros clérigosempeñados en conciliar sus principios religiosos con losde la lucha armada, aunque su objetivo fuera el mismo—la supuesta redención de los pobres— y pusieran en lamira idénticos enemigos: el imperialismo y la llamadapor todos ellos «burguesía neocolonial». El fundador deSendero Luminoso, que en la guerra adoptaría elnombre de Presidente Gonzalo, tiene el triste mérito dehaber sido siempre consecuente con las ecuacionesteóricas que predicaba en sus cátedras universitarias:un marxismo leninismo maoísmo supuestamenteenriquecido o adobado con algunos aportes suyos. Enefecto, desde su primera proclama de guerra, en 1980,titulada «somos los iniciadores», Guzmán se definió sinmodestia como la cuarta espada de la revolucióndespués de Marx, Lenin y Mao. «El vórtice se acerca—escribió entonces en un arranque de apocalípticolirismo— el vórtice está comenzando, crecerán lasllamas invencibles de la revolución convirtiéndose enplomo y acero, y del fragor de las batallas con su fuegoinextinguible saldrá la luz, de la negrura a la

luminosidad y habrá un mundo nuevo... Sueños desangre de hiena tiene la reacción, agitados sueñosestremecen sus noches sombrías; su corazón maquinasiniestras hecatombes, se artillan hasta los dientes, perono podrán prevalecer, su destino está pesado y medido.Ha llegado la hora de ajustarle las cuentas.» Mezclandoprofecías de la cultura incaica con las leyes delmaterialismo histórico, Guzmán decidió dividir lahistoria del Perú en tres etapas: una oscura, «de cómoprevalecieron las sombras»; otra esperanzadora, «decómo surgió la luz y se forjó el acero» y una terceraabiertamente triunfalista, «de cómo se derrumbaron losmuros y se desplegó la aurora». Todo el lenguaje y elceremonial de Sendero Luminoso, impuesto porGuzmán, provenía de una extraña amalgama de ritosandinos ancestrales y de letanías maoístas. Así, porejemplo, los guerrilleros de Sendero Luminoso teníanen su agenda cotidiana más de veinte saludos a su jefe,uno de los cuales lo exaltaba como «el más grandemarxista-leninista-maoísta pensamiento Gonzalo hoyviviente, gran estratega, político, militar, filósofo,maestro de comunistas».

Esta explosión de megalomanía, de admonicionesbíblicas y de fanatismo produciría hilaridad, si nohubiese venido acompañada de reales horrores. Lasupuesta etapa histórica iniciada por Sendero Luminosoy expresada metafóricamente en el derrumbe de murosy el despliegue de la aurora, se inició en la década de losochenta y de los noventa con más de veintitrés mil

Strong, Simon, Sendero Luminoso, Emecé13

Editores, Buenos Aires, 1993.

acciones que, además de asaltos, atentados y masacresde campesinos, incluyeron voladuras con dinamita deinstalaciones eléctricas, telefónicas o de televisión,líneas férreas, represas, puentes y tanques de agua ybombas incendiarias en juzgados, empresas estatales,locales de partidos políticos, bancos, fábricas,almacenes, embajadas e iglesias, El periodista inglésSimon Strong, en su libro Sendero Luminoso nos13

recuerda: «En las calles, sobre todo del distrito de clasealta de Miraflores, estallaron cartuchos de dinamita,también hubo bombas en las oficinas de los periódicosy ocupaciones de las estaciones de radio. El Hipódromode Arequipa fue blanco de un ataque con dinamita, aligual que la sinagoga de Lima, el Congreso y la torre decontrol del aeropuerto de Ayacucho. Las haciendassufrieron incursiones y su ganado y cosechas fueronrepartidos entre los campesinos más pobres. Losterratenientes más ricos fueron asesinados, también loslíderes campesinos a los que se consideraba del lado deellos o del gobierno, y las autoridades políticas yestatales. Patrullas policiales fueron emboscadas y lascomisarías asaltadas... Aunque la violencia se diomayormente en Ayacucho, Lima, Junín y Apurímac,sólo dos de los veinticuatro departamentos del paíspermanecieron indemnes.»

Los costos de semejante empresa sediciosa fueron

muy grandes para el Perú. En la sola década de losochenta, se calcula oficialmente que veintiún milperuanos perdieron la vida como consecuencia de laguerra adelantada por Sendero Luminoso y por elMovimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).Pero es posible que hoy, para fines de la década de losnoventa, esa violencia se haya cobrado cerca de treintamil vidas. Como dijimos al comienzo de este capítulo, elcosto económico, según la Comisión (parlamentaria) deViolencia y Alternativas de Pacificación, presidida porel senador Enrique Bernales, se aproxima a los veintemil millones de dólares hasta 1991, suma equivalente, oligeramente superior, al 80 por ciento de la deudaexterna peruana y al 75 por ciento de su producto brutointerno anual. Sin embargo, hoy se menciona como másaproximada la cifra de veinticinco mil millones dedólares. Los mayores desastres de la acción terroristalos sufrió la ya insuficiente infraestructura eléctrica yvial del país. Según la mencionada Comisión delSenado, el total de torres eléctricas derribadas entre1980 y 1991 fue de 1.414. A este rubro catastrófico,habría que agregar otros: la fuga de capitales, los gastosen seguridad privada, el abandono de los campos y elintenso crecimiento de una miserable poblaciónmarginal en Lima y los llamados pueblos jóvenes, eléxodo de técnicos y profesionales calificados a EstadosUnidos y otros países y, en general, la emigración alextranjero de peruanos de muy diversa condición social.Los apagones y las alteraciones en el suministro de agua

provocaron en la década de los ochenta unaconsiderable baja en la productividad industrial y unincremento del desempleo. Sendero Luminoso decidiósabotear también la producción agrícola y pecuaria conuna barbarie que parecía inspirada en los delirios de unPol Pot. Así, por ejemplo, importantes centros deinvestigación como el Centro Internacional de la Papay el Banco Nacional de Semen fueron dinamitados.Igual suerte corrió, en noviembre de 1989, unaimportante empresa cooperativa agroindustrial, la SaisCahuide, cuyas instalaciones y camiones de transportefueron pulverizadas y cientos de ovejas, vacas y alpacasdegolladas e incineradas con fanática ferocidad. Dentrode este propósito de aniquilamiento de todo el aparatoproductivo del país (no hay construcción sindestrucción, explicaba Guzmán a sus seguidores), elterrorismo tuvo también, como blanco, la florecienteindustria turística: hubo trenes dinamitados, turistasmuertos salvajemente y bombas colocadas en losrestaurantes de lujo de Lima y otras ciudades. En suma,Sendero fue el protagonista de una verdadera catástrofenacional, que salpicó de sangre al país, aterrorizó yempobreció aún más a su población campesina y pusode rodillas a la economía peruana.

No fue, desde luego, el único agente de violencia,porque también en parte de estos desastres llevóacciones otro grupo guerrillero, el MRTA. Señalado porlos senderistas como revisionista (impugnación hechapor ellos a quienes obedecían la línea de Moscú o de La

Habana), este movimiento nació de una confusaamalgama de izquierdistas del Apra, indigenistas,militares nacionalistas que añoraban la dictadura delgeneral Velasco Alvarado, devotos del Che Guevara y dela revolución sandinista y otros cuantos especímenes dela fauna revolucionaria latinoamericana. Poco importanlas divergencias ideológicas o de estrategia quedirigentes suyos, como Víctor Polay, expusieron enrelación a Sendero. El hecho es que también el MRTAcontribuyó al caos económico y político del país,utilizando no sólo la guerrilla sino el terrorismo urbanocomo arma de lucha y rivalizando con los maoístas enrobos y atentados a empresas norteamericanas ybancos.

La captura de Abimael Guzmán, el 12 de septiembrede 1992, y la muerte, en abril de 1997, de los guerrillerosdel MRTA que se habían tomado la embajada del Japónen Lima y retenido un considerable número de rehenes,debilitaron evidentemente a los movimientos sediciososen el Perú y permiten considerar que su aventura haentrado en una etapa agónica. No por ello dejan deaparecer asociados en el Perú a otros presuntosliberadores de pobres que han sido y siguen siendofabricantes de miseria. Extrañamente, este país ha sidocampo privilegiado para alternativas igualmenteruinosas, unas abiertamente populistas como la de AlanGarcía, otras, como la de Fujimori, ligadas almilitarismo represivo y a la corrupción y todas ellas deespaldas a un modelo fundado en la libertad política y

económica, en un respeto de los derechos humanos y enuna justicia confiable.

El caso colombiano

Para Colombia, el costo representado por la guerrillaes aún mayor que el del Perú. En primer lugar, porquees una guerrilla antigua —la más antigua hoy delcontinente—. Abarca dos generaciones y, lejos de estardeclinando, tiene en jaque a un Estado débil, por largotiempo corroído por la corrupción y el clientelismopolítico, y a unas Fuerzas Armadas con escasacapacidad de respuesta. No es tampoco una guerrillapopular. Según las encuestas, sólo un 3 por ciento de laopinión —el eterno nicho electoral de una extremaizquierda encerrada como ninguna en los polvorientosesquemas de un marxismo primario— le da subeneplácito, en tanto que el 97 por ciento la teme y larechaza. Colombia vive lo que ha dado llamarse unaguerra irregular. No es una guerra civil; ella no divide ala nación: solamente la horroriza. Y no obstante suimpopularidad, dicha guerra, conducida por las FuerzasArmadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y por elEjército de Liberación Nacional (ELN), al lado de otrasorganizaciones de menos importancia, crece y seextiende como un cáncer a lo largo y ancho del territoriocolombiano dejando suspendida una grave amenazasobre el futuro inmediato del país, sobre su orden

jurídico y sus instituciones democráticas. ¿Cómoexplicarlo? ¿Por qué en Colombia lo que en otros paísesfue un intenso pero efímero sarampión revolucionariode los años sesenta echó raíces tan profundas? Tresrazones lo explican.

La primera es de carácter histórico. A diferencia delo ocurrido en otros países latinoamericanos, lasguerrillas colombianas no fueron exclusivamente unaempresa revolucionaria inspirada en la experienciacubana. Tuvieron, en realidad, un origen más profundoy antiguo: la situación de violencia vivida por el país enla década de 1947 a 1957. Dicha violencia, que sacudiócon su barbarie el mundo rural del país provocandocerca de trescientos mil muertos y el éxodo de millaresde campesinos a las ciudades, fue como unaprolongación, en plena mitad del siglo XX, de lassangrientas guerras que a lo largo del siglo anteriorenfrentaron a conservadores y liberales. Dueños delgobierno en 1946, a merced de una división del partidoliberal, los primeros quisieron evitar el regreso al poderde los segundos mediante la represión y la violencia,una violencia que llegó a su punto más dramático con elasesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9de abril de 1948, ocasionando una de las más tremendasrevueltas populares que se hayan conocido en elcontinente: el famoso «bogotazo». La desigual guerracivil que siguió a esta revuelta empujó a muchosliberales a los llanos y a las montañas. Surgieron así enColombia las primeras guerrillas, como réplica a una

feroz represión realizada por los gobiernosconservadores y por la dictadura militar de RojasPinilla, mucho antes de que se tuviera noticia de losbarbudos de Fidel Castro en la Sierra Maestra.Convertidas más tarde en autodefensas, catequizadaspor el partido comunista, fueron la semilla de las FARC.El ELN, en cambio, aparecido a mediados de los añossesenta, fue en su origen un movimiento guerrilleroorganizado por estudiantes entrenados en La Habana.Pero una y otra organización contaron con el apoyo deuna base campesina forjada de tiempo atrás en la luchaarmada y para la cual ejército y policía eran ya susenemigos naturales. Y éste es un rasgo muy particular ydistintivo de la guerrilla colombiana: sus raíces en unainfortunada tradición nacional.

La segunda razón que explica el alcance logrado encuatro décadas por la subversión colombiana es elhecho de haberse trazado una exitosa estrategia, que esa la vez militar, política y económica. La primera buscael control efectivo y gradual del territorio mediante latáctica, inspirada en el ejemplo del Vietcong, defragmentar las fuerzas militares dispersándolas ycolocándolas en una posición defensiva, mientras laguerrilla conserva toda su movilidad y la iniciativa y lasorpresa en sus ataques e incursiones. De hecho elcrecimiento militar de la guerrilla ha venidocumpliéndose conforme a las metas que sus dirigentesse propusieron desde el comienzo mismo de la luchaarmada. Así, los quince frentes con mil doscientos

hombres que tenían las FARC en 1978, veinte añosdespués llegan a sesenta y el número de sus integrantesse calcula entre doce y quince mil. De su lado el ELN,que sólo disponía en aquel entonces de cuatro frentescon 230 hombres en armas, hoy tiene treinta y dosfrentes con cerca de cinco mil hombres.

La estrategia política, muy hábil, busca debilitar alEstado arrebatándole poderes y herramientas en lalucha antisubversiva, para lo cual mueve sus alfiles en elCongreso e infiltra la Justicia y órganos neurálgicoscomo la Procuraduría, la Fiscalía y la Defensoría delPueblo. También toma posiciones claves en elestablecimiento sindical y aun en las organizaciones deDerechos Humanos. Al mismo tiempo, la subversión enColombia ha logrado la toma sistemática y progresivade las administraciones municipales mediante el terror,al punto que más de quinientos municipios (la mitad delos que existen en el país) se encuentran bajo su poderde intimidación. Los comandantes guerrilleros colocangente suya en los cargos públicos, obtienen contratos,retienen porcentajes de sueldos e imponen condicionesa quien quiera hacer en estas zonas campaña política.

La tercera estrategia, también triunfante, sepropone dotar al movimiento insurreccional de unconsiderable poder económico con base en los ingresosobtenidos del narcotráfico, los secuestros, los asaltos yel impuesto forzado a agricultores y ganaderos. Estasacciones combinadas han tenido un efecto desastrososobre la economía colombiana y, por ello mismo,

constituyen un factor primordial de empobrecimiento.Narcotráfico y guerrilla se necesitan y seretroalimentan. Se trata de un verdadero matrimonio deconveniencia. La permanencia y auge del primerorequiere la capacidad armada de la segunda, queprotege cultivos de coca y los laboratorios donde lapasta de coca se procesa y los aeropuertos clandestinosdonde aterrizan y despegan las avionetas utilizadas parael transporte de estupefacientes. A su turno, lacontinuidad y desarrollo del proceso guerrillero noexistiría sin los ingresos provenientes del narcotráfico.Gracias a esta colaboración estrecha, los cultivos de cocahan pasado en sólo siete años de cuarenta mil hectáreasa ochenta mil y los cultivos de amapola de cero a diezmil, pese a las fumigaciones. Las FARC son dueñas hoy,según el Ministerio de Defensa Nacional, de 13.765hectáreas de coca (fuera de las doce mil que protegen)y de 1.271 pistas de aterrizaje. La guerrilla colombiana,una de las más temibles, anacrónicas y despiadadas delmundo, ha puesto al servicio de sus objetivosideológicos una verdadera y bien organizada empresacapitalista. Sus ingresos han sido oficialmentecalculados en algo más de dos millones de dólaresdiarios (la DEA norteamericana habla de mil millonesde dólares anuales), la mitad de los cuales proviene delnarcotráfico y la otra mitad de los secuestros y lasextorsiones a hacendados y ganaderos. No essorprendente, pues, que contando con recursos tangigantescos esté mejor equipada que el ejército: dispone

de modernos equipos de telecomunicaciones, de unaflotilla de aviones y de un sofisticado armamento queincluye misiles y lanzacohetes.

La tercera razón que explica su amenazador avancecorre por cuenta del propio Estado colombiano, que hasido débil y corrupto y sin voluntad ni estrategia paraenfrentarla. Desde 1982, cada nuevo presidente sólotiene en su menú de gobierno un plan de paz que laguerrilla, consciente de su poder y de lo que dicho poderbasado en la guerra le reporta, no tarda en desdeñar.Mal preparadas, mal equipadas, las fuerzas armadascolombianas sólo disponen de ciento veinte milhombres, efectivos insuficientes para un país en guerray con un accidentado y vasto territorio de 1.147.000kilómetros cuadrados. Buena parte de estos efectivoscumplen funciones policiales de protección de lainfraestructura petrolera, vial y de comunicaciones, desuerte que sólo están disponibles para el combate unnúmero no superior a treinta mil hombres, la mayorparte de ellos reclutas sin mayor experiencia yconocimiento del terreno. Por otra parte, los militaresen Colombia han sido despojados de las herramientaslegales que tenían en otro tiempo y que todavía tienenlas Fuerzas Armadas de países vecinos para enfrentar lainsurrección o el terrorismo: la justicia penal militar nopuede investigar, interrogar o juzgar rebeldes, el fueromilitar ha sido desmantelado y la justicia civil,intimidada o infiltrada, se muestra inepta para cumplirestas tareas. Sobre la legislación colombiana pesa un

fantasma histórico común a todo el continente: el temoral despotismo o autoritarismo militar, tan presente enel pasado latinoamericano. Hasta el punto de que, hasta1998, se mantuvo vigente en el código penal unestrambótico artículo según el cual «los delitoscometidos por los sediciosos en combate no sonpunibles». En Colombia, el romanticismo legalista, muyarraigado en la tradición del país, deja a la nacióndesamparada frente al triple flagelo del narcotráfico, laguerrilla y los llamados grupos paramilitares.

El costo de la guerra en este país es enorme: secalcula en cinco mil millones de dólares por año; esdecir, una quinta parte de la deuda externa colombiana.Y su efecto se hace sentir sobre todo en los estratos másbajos de la población. Los ingresos anuales de las FARCy del ELN equivalen al 0,58 por ciento del ProductoBruto Interno. El ingreso per capita de la guerrilla es 62veces más alto que el ingreso de un colombiano que vivedentro de la ley. Los ingresos obtenidos sólo por lasFARC con el narcotráfico, el secuestro y la extorsión,calculados en 685 millones de dólares anuales, sonmayores que las utilidades reportadas por el grupoempresarial Bavaria, el mayor del país (670 millones).

Los mayores costos que ocasiona la guerrillaprovienen de los atentados contra los oleoductos y lastorres de transmisión de energía. Entre 1986 y 1997 laEmpresa Colombiana de Petróleos, Ecopetrol, depropiedad estatal, fue objeto de 699 atentados. Cadauno de estos ataques representa tres graves perjuicios a

la economía colombiana. El primero es el costoecológico por la contaminación de las aguas, por culpade la cual disminuyen o desaparecen los recursosnaturales que aprovechan los moradores de vastaszonas campesinas para la pesca o riego de tierras. Elsegundo es el costo económico que representa el crudoderramado. El tercero es el costo de las reparaciones yel del crudo, que mientras éstas se efectúan, se deja deproducir.

Igualmente ruinosos son los daños infligidos alsector agrícola por culpa de las extorsiones y sobre todode los secuestros. Sólo estos dos delitos le han reportadoa la guerrilla, desde 1991, mil setecientos millones dedólares. En ese lapso, 2.668 personas —comerciantes,ganaderos y agricultores—, vinculadas a este sector,fueron secuestradas. Debido a esta situación, laproducción agrícola ha registrado un dramáticodescenso y la desocupación ocasionada por tal crisis haempujado a millares de campesinos, que antes vivían delos cultivos de algodón, café y otros productos, aemigrar hacia las zonas selváticas, en el sur del país,para trabajar en los cultivos ilícitos de coca y amapolaauspiciados por la guerrilla y el narcotráfico.

Otra parte importante de los costos de la violenciaen Colombia tiene relación directa con los gastosmilitares. En promedio, América Latina utilizó en 1995el 1,7 por ciento de su Producto Bruto en defensa,mientras que Colombia destinó a este rubro el 2,6 porciento en el mismo año. Expertos internacionales, al

analizar la situación colombiana, hablan con razón del«exceso del gasto militar», al tiempo que fundándose enla dramática situación del país y, por desgracia, tambiéncon fundamento, los mandos militares lo consideraninsuficiente. Como sea, el hecho evidente es que lapérdida del monopolio de la Fuerza por parte delEstado, el millón de desplazados por la guerra interna,el debilitamiento en los mecanismos de la justicia (el 98por ciento de los delitos quedan en la impunidad) y lasdificultades para consolidar en algunas regiones del paíslas políticas macroeconómicas, afectaron gravemente lacapacidad productiva y la competitividad del país en losmercados internacionales. Los efectos sociales de talsituación, cuyo vórtice explosivo es la guerrilla, soninocultables: desempleo, pobreza, inseguridad. Y lasprimeras víctimas de la guerrilla han sido precisamentelos pobres que pretendía redimir.

La guerra en Centroamérica

Igual cosa puede decirse de Guatemala y de ElSalvador. En el primero de estos dos paísescentroamericanos, la guerra duró cerca de 36 años.Concluyó el 29 de diciembre de 1996 con la firma de unAcuerdo Global de la Paz, firmado por el gobierno delpresidente Alvaro Arzú Irigoyen y la UnidadRevolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Fue laculminación de un largo proceso, iniciado bajo el

gobierno del presidente Vinicio Cerezo, que tuvo comopunto de partida los Acuerdos de Esquipulas suscritospor los Presidentes Centroamericanos el 25 de mayo de1986 con miras a lograr la pacificación del istmo. Perolas negociaciones propiamente dichas se iniciaron enOslo, en 1990, con un acuerdo entre la URNG y laComisión Nacional de Reconciliación encabezada por elobispo Rodolfo Quezada Toruño.

Todavía es difícil evaluar en Guatemala el costo dela insurgencia armada y aún más conflictivo situar lasresponsabilidades de todo lo ocurrido en las tresdécadas y media del conflicto. Una Comisión, quetrabaja bajo los auspicios de las Naciones Unidas,adelanta un copioso y terrible inventario de losatropellos a los derechos humanos cometidos porambas partes. De su lado, el Arzobispado de la Ciudadde Guatemala ha publicado recientemente dos de loscuatro volúmenes con los innumerables relatos de lasatrocidades perpetradas en el país durante los 36 añosdel conflicto. Investigadores y académicos adelantaninvestigaciones sobre las víctimas de los camposminados por la guerrilla, los daños a la infraestructura,a la economía y al tejido social del país, especialmenteaquellos que afectaron al Estado de Derecho, la familia,la moral y las instituciones. La Asociación Nacional delCafé ha recopilado en cinco volúmenes, no publicadosaún, todos los ataques de la guerrilla a las fincascafetaleras. Los cálculos sobre pérdidas en vidashumanas oscilan entre cuarenta y cinco mil muertos

(cifra prudente, citada dentro del país) y los cientocuarenta mil de que suelen hablar entidadesinternacionales. El ejército por su parte, reconoce cincomil bajas y nueve mil incapacitados.

Como sea, el balance de la subversión armada escatastrófico sobre todo si se tiene en cuenta que más deveinticinco mil campesinos perdieron la vida y que enlas zonas urbanas fue incontable el número deempresarios, profesores, universitarios y dirigentessindicales asesinados. Los daños a la infraestructurafísica del país (voladuras de puentes, destrucción decosechas, atentados a los oleoductos, quema devehículos privados y de transporte público, incendios ydaños a las instalaciones eléctricas) han sido calculadosen veinte mil millones de dólares sin contar las pérdidasrepresentadas por la fuga de capitales al exterior y lasinversiones que dejaron de hacerse en el país porrazones de seguridad.

Alguna vez serán reconocidos objetivamente losdetonantes de esta cruenta acción subversiva y de lasconsecuencias que ella tuvo en Guatemala: golpesmilitares, quiebra de todo un orden jurídico y apariciónde un vasto rosario de grupos paramilitares ocontrainsurgentes que contribuyeron, con los mismosmétodos de la guerrilla (asesinatos, secuestros,torturas), a salpicar de sangre campos y ciudades.Dictaduras y guerrillas: en la aparición de unas y otrasjugaron agentes internacionales de signo contrario.Concretamente Estados Unidos y Cuba.

No cabe duda, por ejemplo, que la intervención dela Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos enel derrocamiento del gobierno izquierdista del coronelJacobo Arbenz Guzmán, en junio de 1954, tuvo unaperniciosa influencia en la aparición de movimientosguerrilleros no sólo en Guatemala sino en el resto deAmérica Latina. Equivocada o no, surgió en aquellaépoca, entre muchos latinoamericanos, la idea de que elgobierno norteamericano, cuyo amenazador exponenteen las conferencias internacionales era el señor JohnFoster Dulles, amparaba las dictaduras militares delcontinente a tiempo que era abiertamente hostil agobiernos empeñados en sustanciales reformaseconómicas y sociales. La idea, confirmada pocos añosdespués por la propia revolución cubana, de que losverdaderos cambios sólo podrían efectuarse ydefenderse con las armas, ante la fragilidad de lasestructuras legales, prosperó en buena parte de lajuventud de entonces.

Sin duda esta semilla debió quedar también en loscuarteles de Guatemala. Lo cierto es que el 13 denoviembre de 1961 se produjo allí un levantamientomilitar contra el dictador Ydígoras Fuentes encabezadopor el coronel Rafael Sessan Pereira. Algunos analistasguatemaltecos aseguran que se trató de una sedicióntípicamente nacionalista, sin sustentación ideológica,motivada por el entrenamiento militar de exiliadoscubanos en suelo guatemalteco, impuesto por elgobierno norteamericano como paso previo a la llamada

invasión de Bahía Cochinos. Otros consideran querealmente aquellos oficiales tenían simpatías por elmarxismo y querían seguir en su país los pasos deCastro. De cualquier modo, develada la insurrecciónmilitar, los principales dirigentes de esa rebelión, entreellos los tenientes Marco Antonio Yon Sosa y LuisTurcios Lima, serían cabezas primero del MR13 y luegodel grupo guerrillero Fuerzas Armadas Rebeldes, FAR.

Fidel Castro sería, en realidad, el principal promotorde esta empresa subversiva, así como la que tuvo lugaren El Salvador por parte del movimiento guerrilleroFarabundo Martí. Bajo sus directos auspicios y los delChe Guevara, las FAR guatemaltecas nacieron en LaHabana en septiembre de 1962. Allí se convino que losmilitares insurrectos crearían varios frentes de guerrillay que los dirigentes del partido comunista (el PartidoGuatemalteco del Trabajo) se ocuparían del trabajopolítico. Desde entonces, Cuba fue el eje de esta larga ysangrienta guerra, no sólo en el plano militar sinotambién ideológico. Así, cuando Yon Sosa decidiódeclararse trotskista, Turcios Lima lo apartó de las FARen nombre de la ortodoxia imperante en La Habana yMoscú. Y en 1980, fue Fidel Castro quien intervino paraimponer, como condición a su apoyo logístico, la uniónde las tres organizaciones subversivas que operaban enGuatemala: la Organización Revolucionaria del Puebloen Armas (ORPA), el Ejército Guatemalteco de losPobres (EGP) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias(FAR).

Por esas distorsiones daltónicas que le son propias,la izquierda, no sólo de América Latina sino también deEuropa, suele vestir de insurgencia legítima, productode la explotación y de la pobreza, lo que ha sido en todaspartes una subversión fríamente organizada con apoyoexterno. Al mismo tiempo, en los países que sonvíctimas de esta acción guerrillera, hace recaerexclusivamente la responsabilidad de la violencia en lasFuerzas Armadas o en los grupos llamadosparamilitares que inevitablemente aparecen como unarespuesta, igualmente bárbara, a la guerrilla marxista.Haciéndole eco a esta manipulación, las ONGs que seocupan de los derechos humanos suelen tomar comocausa lo que es una consecuencia derivada de laempresa subversiva.

Naturalmente que en este proceso satánico la propiaamenaza que representa la guerrilla y el terrorismoconduce, como ocurrió en Guatemala en los añossesenta y setenta a la instauración de gobiernosrepresivos apoyados en el ejército y a la utilización deescuadrones de la m uerte o grupos decontrainsurgencia, dejando a la población campesinaemparedada entre dos tipos de violencia. No hay nadatan terrible para un país como esta polarización. Elterrorismo de izquierda casi fatalmente conduce a unterrorismo de derecha: sin que ello representejustificación alguna para las sangrientas dictaduras quepadeció la Argentina y a sus métodos horrendos, esclaro que sin la acción de Los Montoneros no se explica

un Videla. La dictadura y la represión ciega nunca hansido una respuesta efectiva al hecho guerrillero; másbien, le hacen el juego. Pero tampoco puede enfrentarloexitosamente una democracia débil como la deColombia. Quizá el único ejemplo de luchaantisubversiva recuperable es el de Venezuela en ladécada de los sesenta. La movilización firme de toda lanación, representada por los partidos, gremios, mediosde comunicación, autoridades civiles, eclesiásticas ymilitares, permitió a Rómulo Betancourt derrotar a unavasta insurrección armada apoyada abiertamente porCuba. Es cierto también que a la pacificación del paíscontribuyó el lúcido examen autocrítico de los propiosguerrilleros, que contaban entre sus dirigentes hombrestan bien dotados y tan poco ortodoxos, desde el puntode vista marxista, como Teodoro Petkoff o PompeyoMárquez, fundadores del Movimiento al Socialismo(MAS).

Petkoff, por cierto, es autor de un libro de muchaagudeza crítica titulado Proceso a la Izquierda, que lospartidarios de esa llamada por él mismo «izquierdalitúrgica» prefieren ignorar con un incómodo desdén.Se explica: allí hay una severa denuncia de esa cartillamarxista, indigestada de dogmas primarios, que hanhecho en el continente latinoamericano, y fuera de él, lagloria de un Galeano. No es extraño, dada la revisión deestas posiciones ortodoxas, que Petkoff, como ministrodel presidente Rafael Caldera, haya sido el inspiradordel viraje que salvó a Venezuela de una catástrofe

económica en la década de los noventa. El camino quepropone este antiguo guerrillero es el mismo de un TonyBlair o de los laboristas neozelandeses: el único quepodría rescatara la izquierda latinoamericana de losviejos y desastrosos modelos que ha recorridocircularmente desde hace décadas. Estatismo,populismo y, en el confín de sus desvaríos, la llamadaopción revolucionaria por la vía armada, sólo hanservido para dejarnos en el subdesarrollotercermundista y en la pobreza más abrumadora.

Las guerrillas del sur

La fiebre revolucionaria que sacudió al continenteen los años sesenta alcanzó dos países que, por madurezintelectual y por sus afinidades culturales con Europa,parecían en principio vacunados contra las aventurasguerrilleras: Argentina y Uruguay. La tradición cívica ydemocrática de este último país parecía una sólidadefensa contra los virus propagados desde Cuba. LaArgentina, en cambio, ofrecía un paisaje político muyrevuelto tras la caída de Perón, en septiembre de 1955.El hecho es que la dictadura populista ejercida anombre del justicialismo, la imagen santificada de Evitay toda la desaforada demagogia que puso de su lado almundo sindical, habían producido una polarizaciónmuy profunda en la sociedad argentina: la clase popularseguía fiel a Perón en tanto que las capas medias y altas

eran abiertamente antiperonistas. Este conflicto socialy cultural —especie de guerra civil no declarada— estabaen su punto de ebullición cuando se produjo el triunfode la revolución cubana, cuyo segundo granprotagonista era precisamente el argentino CheGuevara. Probablemente el ejemplo de los guerrillerosde Sierra Maestra inspiró la primera aventurainsurreccional de los peronistas: los llamadosUturuncos que, con la bandera del retorno de Perón,organizaron un minúsculo grupo armado en lasmontañas de Tucumán. Aunque para el año 1960habían desaparecido, sectores importantes de lajuventud y de los trabajadores argentinos fuerondeslumbrados por las figuras de Castro, el Che y CamiloCienfuegos y aun la del líder africano PatricioLumumba. Bajo el gobierno de Illia, aparecieron losprimeros focos guerrilleros. Jorge Ricardo Masetti, elfundador de la agencia cubana Prensa Latina, fue, bajoel nombre de Comandante Segundo (se suponía que elComandante Primero sería el propio Che Guevara) elorganizador de un grupo armado, rápidamenteliquidado por el ejército en el norte del país. Este trágicodesenlace no desanimó a los movimientos insurgentesde izquierda, de origen marxista, que en la mismadécada promovieron toda suerte de organizacionesarmadas: el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP),liderado en las montañas tucumanas por MarioSantucho; las FAL (Fuerzas Armadas de Liberación), deorigen maoísta; el movimiento católico Tierra Nueva,

inspirado en el ejemplo del cura colombiano CamiloTorres y en las conclusiones del Concilio Vaticano II.Los jóvenes peronistas, de su lado, promovieron lasFuerzas Armadas Peronistas (FAP), Los Descamisadosy, finalmente, el más importante de todos los gruposarmados, Los Montoneros, que, como formas de lucha,combinó el atentado individual, el secuestro, los asaltosa cargo de sus milicias urbanas.

Todos estos brotes insurreccionales, inspirados enel ejemplo cubano y, en algunos casos, apoyados por elgobierno de Castro (que auspició el entrenamientomilitar de numerosos jóvenes) tendrían, en laArgentina, graves consecuencias políticas, económicasy sociales. Entre estas aventuras y las dictadurasmilitares que ensangrentaron al país y fueronresponsables de torturas, desapariciones y otras salvajesoperaciones represivas, existe una evidente relación decausa a efecto. Ninguno de esos horrores cometidos porla cúpula militar es justificable. Pero nunca debeolvidarse que la violencia genera violencia, aunquevenga acompañada de los más altruistas propósitos. Porotra parte, la acción insurgente y en particular lossecuestros, que fueron su forma predilecta definanciación, produjeron el éxodo de muchosempresarios y ejecutivos de empresas extranjeras. Todoesto representó graves lesiones al aparato productivodel país y a su propia estructura institucional y jurídica,y fue, por lo consiguiente, una causa más delempobrecimiento de la población.

Los tupamaros

Con domicilio conocido, ocupando cargos públicos,participando activamente en política o dedicados a susnegocios partitulares, los supervivientes de la cúpuladirigente del Movimiento de Liberación Tupamaros seencuentran integrados en la vida del país, muchos deellos militando como un segmento menor en el FrenteAmplio que llegó a situarse a veinte mil votos de lograrel gobierno de Uruguay. Sin embargo, no faltanobservadores que suponen que la adhesión de los«tupas» al Frente Amplio debilita a esta coalición, pueslos hacen responsables de las acciones que llevaron alpaís al borde del caos, el golpe militar y a la ruptura dela ejemplar legalidad que la nación había conocido a lolargo de casi todo el siglo XX.

El movimiento de los tupamaros fue uno de lospioneros entre los creados bajo el resplandor de lasprimeras horas de la revolución cubana. Susfundadores, hijos de familias de clase media lideradospor Raúl Sendic, soñadores y utópicos, convulsionaronal continente con su audacia, la captura de la ciudad dePando, la fuga de sus presos de la prisión PuntaCarretas, y los sangrientos actos terroristas en los queincurrieron con el objetivo de crear en ese pequeño país—uno de los de mayor tradición democrática enL a t in o a m ér ica — u n a d i c ta d u ra d e c o r tecubanosoviético. Su final relativamente civilizado, pesea los abusos del régimen militar, constituye una

expresión original de transición hacia la democracia.

El caso de España

Si en Colombia o Centroamérica el daño económicode la guerrilla y de los terroristas se puede cuantificar encientos de millones de dólares, en España no es muydiferente, aunque ese costo terrible se concentra en lastres provincias vascas —Álava, Guipúzcoa y Vizcaya— y,en menor medida, en la vecina Navarra, territoriotambién reivindicado por los nacionalistas de Euskadijunto a la zona vasca de los Pirineos franceses.

ETA, naturalmente, es el protagonista principal deeste desaguisado. Las siglas provienen de «Euskadi taAskatasuna», frase que pudiera traducirse al castellanocomo «Vasconia y Libertad», una organizaciónterrorista surgida con el propósito de «liberar a Euskadidel control de los españoles», aunque inicialmente setrataba de un grupo de origen católico, creado en 1951,llamado «Ekin», palabra que en esa lengua vasca quieredecir «actuar».

Esto no es sorprendente, porque el nacionalismovasco tiene un fuerte componente católico desde los díasen que Sabino Arana, el fundador del PartidoNacionalista Vasco, a fines del siglo pasado formularalas bases en las que se asentaba la agrupación que habíacreado. Se era vasco por razones raciales, culturales,lingüísticas y morales. Y entre estas últimas estaba el

acendrado y estricto catolicismo que Arana le atribuíaa sus coterráneos frente a las debilidades einmoralidades propias de la «degenerada» razaespañola.

Sin embargo, a lo largo de la década de los sesenta,el catolicismo originario de ETA fue perdiendo fuerzadentro del grupo dirigente —pese al apoyo de gran partedel clero vasco—mientras la organización se fueradicalizando paulatinamente en el sentido delmarxismo-leninismo. En 1968, al calor del mayofrancés, y ya en contacto con otros grupos terroristas delmundo —el Ejército Rojo, Baader Meinhoff, BrigadasRojas— ETA firma documentos junto al IRA de Irlanda,el Frente de Liberación Bretón de Francia, el Fatahpalestino y el PDK kurdo. En esa fecha ya no es unmovimiento nacionalista que reivindica el derecho deuna nación a contar con un Estado propio ydemocrático —aspiración legítima para cualquieretnia—, sino es una banda convencida de laconveniencia de establecer en Euskadi un Estadocalcado del modelo soviético, una especie de Albaniapirenaica. Algo que se trasluce con brutal franqueza enlos archivos del KGB moscovita y la STASSI alemana,abiertos tras el derrumbe del campo socialista de 1989.

La peor labor destructiva de la ETA se puederesumir en casi un millar de asesinatos, aunque algunode ellos, como el del almirante Carrero Blanco, presuntoheredero de Franco, ocurrido el 20 de diciembre de1973, acaso despejó el camino de la transición

democrática. En todo caso, el 90 por ciento de loscrímenes de ETA no han sido cometidos durante lalucha contra el franquismo, sino en la etapademocrática, tras una amnistía y la mano abierta de losdemócratas para que se integraran en el ruedo de lacontroversia política parlamentaria, y entre estoscrímenes se incluyen bombas en supermercados,cafeterías, en la vía pública y en sitios donde lasvíctimas tenían que ser niños, mujeres y simples einocentes transeúntes que fatalmente acertaban a pasarpor el lugar de la explosión.

Esta estrategia de terror, en cuya fatídica cuenta hayque incluir a algunos políticos socialistas yconservadores asesinados con tiros en la nuca y pormedio de explosivos —el propio José María Aznar sesalvó milagrosamente de un atentado dinamitero—, hasido acompañada de por lo menos tres fórmulas ilícitasde recaudación de fondos: los asaltos a bancos, lossecuestros, y el llamado «impuesto revolucionario». Lossecuestros han producido sumas enormes de dinero aunos terroristas cuyo presupuesto anual de operacionesse ha calculado en por lo menos quince millones dedólares. El secuestro de Emiliano Revilla se saldó cononce millones de dólares. El de Julio Iglesias Zamora,padre del famoso cantante, costó casi cuatro; JoséLipperheide, Miguel I. Echevarría y J. Guibert, millón ymedio cada uno; Luis Suñer, casi tres; Pedro Abreu,uno; por sólo citar los más sonados.

Pero tal vez más suculentos son los ingresos

Baeza, Alvaro L., ETA nació en un seminario, ABC14

Press, Madrid, 1997.

«fiscales». Es decir, la cantidad extorsionada a losempresarios para no matarlos o destrozarles sus talleresy oficinas. «Impuestos» revolucionarios cuya «evasión»a veces se paga con la vida o con disparos en las rodillas,práctica, por cierto, muy habitual entre la mafia.

Este permanente chantaje sobre la claseempresarial, inevitablemente se revierte en lostrabajadores, que ven cómo los empresarios,discretamente, trasladan sus actividades a otras zonasde España, o a otros países más seguros,empobreciendo progresivamente a los más necesitados.El investigador Alvaro Baeza lo resume en un párrafoexacto: «Años después el “impuesto” se convertirá enuna lacra, y la situación se irá minandoprogresivamente. Los empresarios abandonan muchasde sus empresas, o simplemente dejan de invertir enEuskadi para zafarse de este acoso. El trabajo seconvierte en un lujo, y los izquierdistas verán algo quedesde el punto de vista teórico de estos años les parecíaimposible: los trabajadores apoyarán, secundarán yarroparán a sus patronos en contra de la organizaciónliberadora etarra.»14

Esta contradicción, sin embargo, no es la única: nodeja de ser una ironía de gran calibre que la ETA,enemiga de lo que ellos llaman España, de ciertamanera beneficia a los «españoles» en perjuicio de los

vascos cada vez que una empresa de esa región setraslada a otro punto de la Península. Fenómeno sinduda parecido al de los terroristas latinoamericanos,feroces enemigos del imperialismo yanqui, que cada vezque secuestran a un rico industrial o ganadero, o cadavez que con sus actos brutales estremecen lassociedades en las que viven, lo primero que provocan esuna fuga de capitales hacia Miami y un grado mayor depobreza entre su propia gente.

¿Se percatan estos guerrilleros y terroristas de queellos son unos (desgraciadamente) eficaces fabricantesde miseria? Probablemente no. La acción revolucionariaes como una especie de opio que adormece lasentendederas y anestesia las sensaciones humanas máselementales. Se equivocan quienes creen que losterroristas sienten remordimientos ante el niñodespanzurrado por una bomba o ante los obreroshambrientos porque su centro de trabajo ha tenido quecerrar. Esos son dos meros accidentes de la lucha,anécdotas sin importancia. Lo importante, lotrascendente no es el hombre pequeñito, municipal yespeso, sino el Hombre Histórico, así con grandesmayúsculas llenas de intenciones patrióticas. ¿No lodijo, en otro contexto, un poeta romántico español delXIX? «Que haya un cadáver más ¿qué importa almundo?» Como si son diez millones. Lo que importa esla revolución.

Es que la guerrilla nunca ha sido solución de nadaen ninguna parte. En cambio, su capacidad destructivaen todos los campos: económico, moral, ecológico,jurídico; sus enormes costos en vidas, en dinero, enrecursos, la ubican en un puesto de primera línea entrenuestros fabricantes de miseria, por encima del propioEstado burocrático y dirigista que hemos padecido, delas oligarquías sindicales, de los empresariosmercantilistas, de los anquilosados partidos y de lapauperización académica, aunque sí muy cerca de loseclesiásticos que le dan su apoyo en nombre de laTeología de la Liberación. Es un mal nefasto quedesencadena con frecuencia remedios o respuestasigualmente deplorables. Guatemala, El Salvador, Perúy sobre todo la infortunada Colombia son el mejorejemplo de los horrores y desastres que el cáncerrevolucionario puede ocasionar en el organismo de unanación. Aun si llega una paz negociada, como ocurrió enCentroamérica, luego de un largo proceso, las secuelasque deja en el tejido social son gravísimas.Desmovilizados, muchos colaboradores de la guerrillase convirtieron en delincuentes comunes y lainseguridad en un país como El Salvador, ya concluidoel conflicto armado, bate todos los récords. Adoptandoal servicio de una ideología ya anacrónica los métodosde la delincuencia (asaltos, secuestros, robos), laguerrilla corrompe a sus propios militantes. Cuando elobjetivo político desaparece, las armas se conviertenpara muchos en un instrumento de trabajo y de

sobrevivencia económica: no hay nada más peligroso. Eldilema de Sarmiento —civilización o barbarie— volvióa cobrar vigencia en América Latina con los postuladosviolentos de la guerrilla y su abierto desconocimientodel orden democrático y legal. El mito revolucionario noconduce a ningún futuro mejor. Al contrario, no ha sidosino un regreso a ese bárbaro pasado nuestro, marcadopor el desprecio a la ley, donde las armas y la sangrevertida tenían la última palabra, así provocaran ruina ypobreza.

IV. LOS CURAS

CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO

Díjole uno de la muchedumbre: Maestro, dia mi hermano que parta conmigo la herencia.

Él le respondió: Pero hombre, ¿quién me haconstituido juez o repartidor entre vosotros?

SAN LUCAS 12:13-14

Entre todos los fabricantes de miseria,probablemente de los más perniciosos —y los mejorintencionados—, sean algunos miembros de laestructura religiosa católica. Y la razón de esta dañinapotencialidad radica en la capacidad que tienen comomaestros de jóvenes y como orientadores de la opiniónpública; todo ello, además, legitimado por lospropósitos que los animan: suelen ser hombres ymujeres bondadosos que buscan el bien común. Estánllenos de buenos deseos. Gozan de un admirableespíritu de servicio. Aman a los seres humanos yquieren su bienestar. Pero, simultáneamente, sostienenideas equivocadas y las enarbolan con la pasión dequienes se creen poseedores de la verdad final. Soncapaces de identificar correctamente los problemas,pero proponen modos contraproducentes deafrontarlos. No es una cuestión de maldad, sino de

ignorancia.En América Latina esto es especialmente grave

porque la Iglesia Católica posee una indudableautoridad moral reflejada en acciones como evitar laguerra entre Argentina y Chile o en la estabilización deArgentina tras la guerra de las Malvinas. Cuando hablanlos curas, los obispos, o las conferencias episcopales, ycuanto dicen sobre cualquier cosa, suele ser tomadomuy en serio, pues siempre se les presume buena fe, quesuelen poseer, y peso intelectual, tal vez menosabundante. No obstante, hay que aclarar que elcatolicismo latinoamericano no tiene una sola voz enmateria de análisis social o económico. Una cosa es loque opinan los jesuitas —populistas o cuasimarxistas enCentroamérica, especialmente en El Salvador yNicaragua—, y otra muy distinta lo que sostienen elOpus Dei —elitista, defensor del mercado y de la libreempresa— o, los anticomunistas Legionarios de Cristo.No es lo mismo lo que aseguran las teresianas que lasHijas de la Caridad. Incluso, a veces dentro de lasmismas órdenes suelen existir discrepancias de fondo.Entre los jesuitas de la Universidad Centroamericana(UCA) predomina un discurso bastante más radical queen la Javeriana de Colombia o que en la UniversidadCatólica Andrés Bello que dirige en Venezuela el padreUgalde. En la Argentina de la dictadura militar de lossetenta la jerarquía eclesiástica apoyó la represión,mientras en Chile se opuso a ella. También esconveniente aclarar que cuando los sacerdotes, obispos,

y hasta el Santo Padre, hablan de problemas sociales yeconómicos, no lo hacen con carácter dogmático. Sóloson opiniones que en modo alguno obligan a loscatólicos. Es posible, por ejemplo, ser un católicoejemplar y pensar que la Doctrina Social de la Iglesiaestá llena de errores e incoherencias, y hasta que setrata de un perfecto disparate teórico. La infalibilidadque se le supone al Papa no se refiere a estas cuestionesmundanas. En este terreno el inquilino del Vaticano estan falible como cualquier hijo de vecino.

De ahí las diferencias de opinión entre los propiosjerarcas católicos. Precisamente, lo que desde susorígenes caracteriza a la posición social de la Iglesia esla confusión, la ambigüedad y —a menudo— lacontradicción. En una investigación inédita deFrancisco Pérez de Antón, titulada «El socialismo derostro cristiano» y a la que mucho debe este capítulo, sehace un minucioso recorrido por los textos de las másdestacadas figuras de la Iglesia hasta llegar a unainesquivable conclusión: los católicos pueden tenercualquier opinión sobre el modelo económico que mejorconviene a la sociedad, o sobre las actitudes que debenadoptar los cristianos ante los fenómenos económicos.

De esta suerte, mientras se suele citar la conocidametáfora «primero pasará un camello por el ojo de unaaguja que un rico por la puerta de los cielos», se olvidaque San Mateo (25:1430), en la Parábola de lostalentos, recoge las censuras de Jesús a quien noinvierte convenientemente su dinero —lo que de algún

modo significa el aprecio por la prosperidadindividual—. Precedente que no obsta para que,posteriormente, San Gregorio de Nisa sea capaz decensurar a quienes ejercen la caridad porque,supuestamente, esos excedentes con los que pretendenaliviar la miseria de los menesterosos provienen,precisamente, del despojo de éstos: «Quizá tú deslimosnas, pero ¿de dónde las sacas, sino de tus cruelesrapiñas, del sufrimiento, de las lágrimas y los suspiros?¿Qué bien puedes hacer consolando a un pobre cuantotú creas cientos?» (Sermón contra los usureros).Ataque —por cierto— que contradice al mismísimo SanPablo, quien en su Segunda Epístola a los Corintios8:13-14, defiende el ejercicio de la caridad admitiendo,naturalmente, que para que unos den y otros reciban esindispensable la existencia de diferencias económicas:«Porque no se trata de que para otros haya desahogo ypara vosotros estrechez, sino de que ahora, con equidad,vuestra abundancia alivie su penuria...»

Por su parte, Juan Crisóstomo, Patriarca deConstantinopla, en su Homilía sobre Eutropio, aseguraque sus «diatribas no van dirigidas contra los ricos, sinocontra los que usan mal de sus riquezas,... pues tanamigos míos son los ricos como los pobres. Ambost i e n e n u n m i s m o o r i g e n y u n m i s m odestino».Equivalencia que ni siquiera sostiene siempre,pues en la Homilía sobre la Primera Epístola a losCorintios, 34 afirma que «las riquezas no proceden deDios sino del pecado».

Es lógico que los dirigentes de una instituciónsometida desde hace casi dos mil años a los naturalescambios de perspectiva, no digan siempre las mismascosas, pero sucede que el mecanismo por el que laIglesia arriba a conclusiones no está basado en laobservación de la realidad, sino en la palabra de lasautoridades. Como se trata de una religión organizadaen torno a creencias reveladas, la «verdad» y la«mentira» no son lo que se puede extraer de laexperiencia, sino lo que afirman los textos escritos porpersonas investidas de poderes religiosos. Ese es,exactamente, el razonamiento escolástico, que explicapor qué Giordano Bruno acabó en la hoguera, o por quéGalileo tuvo que retractarse: las investigaciones deambos contradecían las aseveraciones de Aristótelesconvertidas por la Iglesia Católica en artículo de fe, ysustentaban la falsa racionalidad con que ésta pretendía«probar» sus dogmas.

Lamentablemente, esa tendencia al dogmatismo quese observa en la Iglesia Católica —y que llega hastanuestros días— comenzó (y no ha cesado) exactamentecon el Edicto de Tesalónica (380 d.C.) promulgado porel Emperador Teodosio (de origen hispano), en elmomento mismo en que convierte al catolicismo en lareligión oficial del Imperio. Dice así este canto a laintolerancia: «Queremos que todos los pueblos regidospor nuestra clemencia y templanza profesen la religiónque el divino apóstol San Pedro enseñó a los romanos,como lo declarara la religión que él mismo introdujo y

es la que profesa el Pontífice Dámaso y Pedro deAlejandría, obispo de apostólica santidad. Mandamosque los que siguen esta ley tomen el nombre decristianos, católicos. Los demás son unos dementes yunos malvados, y mandamos que soporten la infamia desu herejía, que sus conciliábulos no reciban el nombrede iglesias, y que sean alcanzados por la venganzadivina, primero, y luego también por nuestra acciónvindicativa, que hemos emprendido por determinacióndel cielo.»

Sin embargo, la romanización del catolicismo —loque algunos llaman el catolicismo «constantiniano»,por haber sido Constantino el primer emperador que seacercó a esta religión—, entre otras consecuencias tuvola de haber conciliado a los padres de la Iglesia con lapropiedad privada consagrada por el Derecho Romano,y con la posesión de bienes materiales abundantes,circunstancias que en modo alguno repugnaban a lamentalidad de esta civilización.

San Agustín de Hipona —testigo él mismo de ladecadencia política de Roma— en sus Sermones 107 y113 lo dice con absoluta claridad: «Si tienes riquezas, nolo censuro, son de herencia, tu padre hombre rico te lasdejó, tienen origen honesto, son el fruto acumulado deun honrado trabajo, nada tengo que reprocharte (...)Amar lo tuyo y no pretender lo de otro; trabajo tuyo es,en justicia lo que posees; te lo mandaron en herencia, telo dio un agradecido; navegaste, afrontaste peligros, nohas engañado a nadie, no juraste con mentira,

adquiriste lo que a Dios plugo, y esto guardasávidamente con sosegada conciencia, porque ni loallegaste de mala manera ni buscas lo ajeno.»

El mismo santo, principal pilar intelectual de laIglesia hasta la aparición de Santo Tomás de Aquino, loasegura con precisión de jurista en el epígrafe 26 de suEpístola 153: «bien no ajeno es aquel que se posee conderecho; con derecho se posee lo que se poseejustamente; y justamente se posee lo que se poseebien». Para San Agustín, como para Jesús, la posesiónde riquezas no era un obstáculo en el camino de labondad, siempre que esa riqueza se utilizaracorrectamente: «No seáis amantes del dinero, pero si lotenéis, usad de él convenientemente» (Sermón 56). Y dela misma forma que la riqueza no hacía malas a laspersonas, la pobreza tampoco les confería una mejorcategoría: «En la posesión no está necesariamente lavirtud; un pobre concupiscente es peor que un rico.»

Esta opinión contrasta con la afirmación de losobispos católicos reunidos en Puebla, México (1966),cuando aseguraron que «los pobres son los predilectosde Dios», contrasentido que el citado Pérez de Antóndeshace con una lógica aplastante: si los pobres son lospredilectos de Dios, en el momento en el que se consigarescatarlos de la pobreza «dejarán de ser hijos de Dios»;marginación teológica que parece, por lo pronto,tremendamente injusta.

Legitimado el derecho a la propiedad privada, a laposesión de bienes e, incluso, a cierta ostentación de la

riqueza, fue fácil para la Iglesia Católica recibir enormesdonaciones de bienes muebles e inmuebles por parte delpoder político, así como el diezmo de la renta quepercibía de los creyentes y no creyentes sujetos a su ley(un impuesto que, en términos reales equivale al 30 porciento de las utilidades). Estos ingresos convirtieron aRoma en el primer poder económico del mundo, y semantuvieron hasta los siglos XVIII y XIX, cuando elcreciente proceso de secularización surgido a partir delRenacimiento y acelerado tras la Revolución Francesa,provocó la separación de la Iglesia y el Estado. Estaruptura, en su momento, condujo a la confiscación odesamortización de los bienes eclesiásticos,generalmente mediante una limitada compensacióneconómica. En España, la desamortización deMendizábal llevó al abandono de los monasterios porparte de la Iglesia y a la pérdida o expolio de un enormetesoro artístico.

La Doctrina Social de la Iglesia

La pérdida del poder económico fue pareja a supérdida del poder político, como se refleja en ladesaparición de los Estados Pontificios (1870), aunquela Iglesia defendió hasta el último momento sus viejosprivilegios. De 1864 es el sílabo de Pío IX en quereivindica el antiguo régimen antidemocrático, y es poraquellos años cuando se abre paso la afirmación de que

«el liberalismo es pecado». En 1870 el Concilio VaticanoI, asediado por fuerzas que percibe como hostiles, en unmundo en el que el anticlericalismo había ganadonumerosos adeptos, intenta mantener la autoridadmoral de Roma y declara la infalibilidad del Papa, almenos cuando habla de cuestiones religiosas.

Afortunadamente para la Iglesia, en 1878 es elegidoGioacchino Pessi al trono de San Pedro, quien elige elnombre de León XIII, y se da a la tarea de tratar dedevolver a la institución el peso que el catolicismo habíaperdido en su lucha contra las ideas liberales. Fijado eseobjetivo, el nuevo Papa advierte que sus enemigos noson ya los liberales decididos a implantar una sociedadlaica y democrática, sino los socialistas y comunistasque niegan el carácter de derecho natural que Romaconfiere a la tenencia de bienes.

En el epígrafe 10 de la carta encíclica Quodapostolici muneris, León XIII afirma: «Porque mientraslos socialistas presentan el derecho de propiedad como“invención” que repugna la igualdad natural de loshombres y, procurando la comunidad de bienes,piensan que no debe sufrirse con paciencia la pobreza yque pueden violarse impunemente las posesiones yderechos de los ricos; la Iglesia, con más acierto yutilidad, reconoce la desigualdad entre los hombres—naturalmente desemejados en fuerza de cuerpo yespíritu— aun en la posesión de bienes, y manda quecada uno tenga, intacto e inviolado, el derecho depropiedad y dominio que viene de la misma

naturaleza.»No es extraño, pues, que León XIII, hombre bien

versado en los clásicos católicos, especialmente en sucompatriota Tomás de Aquino, en 1891 publicaraRerum Novarum, una encíclica que sería la piedrafundacional de lo que luego se llamó Doctrina Social dela Iglesia (DSI). En este texto, que defiende la caridady las actitudes piadosas que debe exhibir todo buencristiano, hay además, una manifiesta voluntad de dejarmuy en claro que la Iglesia Católica no es clasista —noes una institución creada para servir solamente a losdesposeídos—, y, al mismo tiempo, sostiene y apruebala existencia de la propiedad privada. En su epígrafe 2,desmintiendo a las entonces pujantes ideas marxistas,dice este Papa: «creen los socialistas que en el trasladode los bienes particulares a la comunidad se podríacurar el mal presente. Pero esta medida es taninadecuada para resolver la contienda que incluso llegaa perjudicar a las propias clases obreras; y es, además,sumamente injusta, pues ejerce violencia contra loslegítimos poseedores, altera la misión de la república yagita fundamentalmente a las naciones». Algunos párrafos más adelante, en el epígrafe 6 dela misma encíclica, León XIII hace a Dios partidario delmercado y de la competencia entre las personas, altiempo que ratifica su aprecio por la existencia de lapropiedad privada: «El que Dios haya dado la tierrapara usufructuarla y disfrutarla a la totalidad del génerohumano no puede oponerse en modo alguno a la

propiedad privada. Pues se dice que Dios dio la tierra encomún al género humano, no porque quisiera que suposesión fuera indivisa para todos, sino porque noasignó a nadie la parte que habría de poseer, dejando ladeterminación de las propiedades privadas a laindustria de los individuos y a las instituciones de lospueblos.»

Tras la muerte de León XIII en 1903, nada diferentese proclamó en Roma en materia de doctrina social.Benedicto XV y Pío X, los papas sucesivos, nopromulgaron una letra que contradijera lo proclamadopor León XIII en Rerum Novarum.

En 1922 fue elegido Pío XI, quien en 1931, en mediodel ácido debate que dividía a los fascistas, comunistasy demócratas, aprovechó los cuarenta años de la RerumNovarum para dictar una nueva encíclica, laQuadragesimo Anno, en laque se ratifica el carácternormativo de lo expresado por León XIII. El epígrafe 39lo afirma rotundamente: «La Rerum Novarum es laCarta Magna del Orden Social.» Y para que nadie sellame a engaño con respecto a la posible relación de loscristianos con el socialismo o el comunismo, su epígrafe120 asegura que: «socialismo religioso, socialismocristiano, implican términos contradictorios; nadiepuede ser a la vez buen católico y verdadero socialista».En 1937, poco antes de desatarse la Segunda GuerraMundial, en otros dos documentos que lo honran, PíoXI condena al nazismo (Mit brennender Sorge) y alcomunismo (Divini Redemptoris).

Su sucesor, el cardenal Eugenio Pacelli, elegido Papaen 1939 con el nombre de Pío XII, tampoco se apartó enlo más mínimo de esta línea de pensamiento. Más aún:al cumplirse medio siglo de la Rerum Novarum, en1941, mediante un difundidísimo mensaje radial quellegó al mundo entero por medio de la onda corta, elnuevo Pontífice reiteró la posición oficial de la Iglesiacon relación a la propiedad privada y a las ideascomunistas.

A fines de la década de los cincuenta, laspercepciones políticas y los juicios económicos deOccidente comienzan a dar un giro significativo, del quela Iglesia Católica no queda excluida. Las ideasmarxistas y los gobiernos comunistas empiezan avalorarse de otro modo, pues la URSS muestra unimpresionante crecimiento económico desde el fin de laguerra (1945), así como un envidiable desarrollotecnológico que se pone de manifiesto con ellanzamiento en 1957 del primer satélite colocado por elhombre en el espacio. Ser anticomunista en aquellosaños podía ser un estigma, y hasta merecer elcalificativo de «perro», como en 1953 proclamaradespectivamente Jean-Paul Sartre.

Por otra parte, las ideas keynesianas parecenenterrar definitivamente las concepciones de laeconomía clásica y se abre paso el criterio de que elEstado tiene un importante papel que desempeñar en eldesarrollo económico de las naciones. John MaynardKeynes, economista británico sin veleidades marxistas

en su juventud había sido asesor de los rusos blancosque combatían la instauración de los bolcheviques enRusia, publicó en 1936 un influyente libro tituladoTeoría general de la ocupación, el interés y el dinero,en el que proponía la utilización del presupuestopúblico para estimular la demanda, generar empleo,garantizar el crecimiento sostenido de la economía yevitar las crisis cíclicas que estremecían a la sociedadcomo la ocurrida en 1929. En realidad se trataba de unapropuesta técnica, basada en la manipulación de losequilibrios macroeconómicos y no en una posturaideológica.

Pero lo que el economista inglés prescribía comofórmula de salvación del capitalismo ensayada concierto éxito por Franklin D. Roosevelt en EstadosU n id o s , a u n s in p ro p o n ér se lo , co inc id íatangencialmente con la visión que fascistas ycomunistas le atribuían al Estado. Esto es: un rol centralcomo creador de riqueza y asignador de recursos, y nocomo un conjunto de instituciones neutras al servicio delos individuos. Sólo que Keynes no pudo prever que, almargen de las presiones inflacionistas, su propuesta,pasada en América Latina por la CEPAL, daría lugar aineficientes y corruptas burocracias creadas por Estadosempresarios que se convirtieron en la mayor fuente dedespilfarro que había conocido el continente.

En cualquier caso, la Iglesia Católica acusó elimpacto de esta reformulación del papel del Estado. En1958 el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli se convierte

en el papa Juan XXIII y lleva al Vaticano una imagen debonachona generosidad, un tanto diferente a la cultapero más bien fría que había proyectado su antecesorPío XII. Poco después de asumir la dirección espiritualde la Iglesia Católica, Juan XXIII proclama la encíclicaMater et Magistra, en cuyos apartados 117 y 118, muy«keynesianamente», admite que «la época registra unaprogresiva ampliación de la propiedad del Estado y lacausa es que el bien común exige hoy de la autoridadpública el cumplimiento de una serie de funciones».

¿Quién las llevaría a cabo? La burocracia estatal,según Juan XXIII, investida de virtudes casi angelicales:«[las funciones] confiadas a ciudadanos que destaquenpor su competencia técnica y su probada honradez (...)cumplirán con fidelidad una función social encaminadaal bien común». De alguna manera, esta nueva visión dela Iglesia desmentía el «principio de subsidiaridad»proclamado varias décadas antes, es decir, la convicciónde que el Estado sólo debía sustituir a la sociedad civilen los asuntos económicos cuando ésta no pudiera oquisiera acometer alguna actividad fundamental para elconjunto de los ciudadanos.

Ello no quiere decir, por supuesto, que Juan XXIIIrectificara la tradición romano-tomista de la Iglesia conrelación al derecho natural que asistía a las personas deposeer bienes con carácter individual, posición que fijafirmemente en el epígrafe 109 de la citada encíclica:«Los nuevos aspectos de la economía moderna hancreado dudas sobre si, en la actualidad, ha dejado de ser

válido, o ha perdido, al menos, importancia, unprincipio de orden económico y social enseñado ypropugnado firmemente por nuestros predecesores:esto es, el principio que establece que los hombrestienen un derecho natural a la propiedad privada debienes, incluidos los de producción. Estas dudas carecende absoluto fundamento, porque el derecho depropiedad privada, aun en lo tocante a bienes deproducción, tiene un valor permanente, ya que es underecho contenido en la misma naturaleza, la cual nosenseña la prioridad del hombre sobre la sociedad civil.»

Y, todavía dentro de la mejor tradición liberal, elmismo texto señala a continuación el grave peligro quesobreviene para el mantenimiento de las libertadescuando se suprime el derecho de propiedad, tal y comosucedía en las naciones organizadas de acuerdo con elmodelo comunista: «La historia y la experienciademuestran que en regímenes políticos que noreconocen a los particulares la propiedad, incluida la delos bienes de producción, se viola o suprime totalmenteel ejercicio de la libertad humana en las cosas másfundamentales, lo cual demuestra con evidencia que elejercicio de la libertad humana tiene su garantía y almismo tiempo su estímulo en el derecho de propiedad.»

Sin embargo, Juan XXIII no pasaría a la posteridadpor Mater et Magistra o por Pacem in terris —unaencíclica relacionada con los peligros de la guerra fría—,y ni siquiera por su notable papel durante la llamadaCrisis de los Misiles (1962) que puso al mundo al borde

de la destrucción, sino por haber convocado en 1959, alos pocos meses de su elección, al Concilio Vaticano II,evento que se llevaría a cabo entre 1962 y 1965, y queculminaría su sucesor Giovanni Battista Montini,arzobispo de Milán, conocido como Pablo VI a partir desu elección en 1963.

El Concilio Vaticano II

Entre los antiguos romanos se llamaba «concilio» alas asambleas de los patricios, pero dentro de latradición católica desde los orígenes cristianos seempezó a calificar de esta forma a las reuniones deobispos. No obstante, los concilios ecuménicos —detoda la cristiandad— tuvieron su origen en Nicea, en el325 d. C., cuando el emperador Constantino convocó alos jerarcas católicos a uno de sus palacios imperialespara ponerlos de acuerdo en las creenciasfundamentales de la religión —luego expresadas en el«Credo» que todavía se reza—, y para expulsar al herejeArrio del seno de la Iglesia por sus opiniones teológicassobre la real naturaleza de Jesús.

Ese primer concilio marcaría el objetivo de este tipode evento durante quince siglos —del 325 al 1870—, ydentro de ese espíritu de ajustar las posiciones oficialesde la Iglesia frente a innumerables problemas, sellevarían a cabo una veintena de estas magnasreuniones. Sin embargo, al declararse en 1870, como

resultado del Concilio Vaticano I, que el Papa erainfalible, que no se podía equivocar cuando creíainterpretar la voluntad de Dios, súbitamente la utilidadde estos Concilios quedó devaluada: si el Papa no errabanunca, la Iglesia no debía debatir sino, simplemente,obedecer.

De ahí la extraordinaria importancia del ConcilioVaticano II: no era un concilio más. Era la oportunidadde revisar la postura de la Iglesia ante una infinidad deproblemas, pero ahora los desacuerdos no eran tantoteológicos como sociales. Al fin y al cabo, desde lacelebración del último Concilio (1870) habían sucedidodos guerras mundiales, la instauración del comunismoen la URSS, Europa Oriental, China, Mongolia, Corea yVietnam del Norte, y hasta en Cuba, donde la revoluciónque había triunfado en 1959 había confundido anumerosos jóvenes radicales del Tercer Mundo,especialmente en América Latina. Incluso el propioJuan XXIII, poco antes de morir, en un gesto en el quereconocía la necesidad de llegar a una suerte deentendimiento con un poder tan formidable como el queexhibían los comunistas, había recibido en audienciaprivada al director de Pravda, Serguéi Adzhubei, yernode Nikita S. Jruschov, entonces máximo dirigentesoviético.

Es interesante constatar algunas diferenciasdemográficas entre los Concilios Vaticanos I y II. El queconvocó Pío IX en el siglo XIX tuvo una participación de793 prelados, de los que apenas una veintena provenían

de América Latina. Los italianos, en cambio, con 285representantes, alcanzaban más de un tercio de lospresentes. En Vaticano II la asistencia media total fueen torno a los dos mil quinientos religiosos, de los quemás de cuatrocientos procedían de América Latina.Italia seguía siendo la nación con una mayor presencia(385), pero su peso relativo había disminuido. Porprimera vez la presencia del Tercer Mundo comenzabaa ser muy notable en las decisiones de la Iglesia: Congocon 44 obispos, Tanganika con 23, India con 72,Filipinas con cuarenta. Los representantes de Albania,Bulgaria, República Popular China, Corea del Norte yVietnam del Norte no pudieron asistir.

Pese a esta «democratización» del Concilio VaticanoII, en realidad el Papa mantuvo el privilegio de elegir alos expertos que asesorarían a los obispos (casi todos losasistentes lo eran) y a otros dignatarios de la Iglesia,grupo que sobrepasó los cuatro centenares de personas,abrumadoramente procedentes de los paísesdesarrollados del Primer Mundo. Italia —tanto conRoncalli como con Montini— aportaba más de un terciode estos notables asesores. Los laicos, invitados comooyentes o «auditores», fueron muy pocos, y las mujeres—a las que se les vedó el acceso en las dos primerassesiones generales— sólo tuvieron una mínimapresencia de 23 personas, diez de las cuales eranreligiosas y trece laicas. Indudablemente, la viejatradición sexista de la Iglesia prevalecía, aunque algodebilitada por los tiempos modernos.

Vaticano II, como hemos señalado, duró tres años(1962–1965), algo más que Vaticano I (1869–1870),cuyo trabajo se vio interrumpido por la Guerra Franco-Prusiana, período no demasiado largo si sabemos que elConcilio de Trento tardó nada menos que dieciochoaños, tras una convocatoria de ocho. Y el fruto de estostres años de trabajo intenso, de reuniones interminablesy de debates en los que participaban centenares deexpositores, algunos conducidos en latín, generódieciséis documentos conciliares.

Naturalmente, la discusión más espinosa fue lareferida a Gaudium et Spes, pues en este texto seabandona la tradición tomista de considerar lapropiedad privada como un derecho natural, y hasta seignora la petición de 332 obispos que habían propuestouna contundente condena al comunismo. En ciertaforma, queda abierto el camino para lo que luego sellamaría «Teología de la Liberación».

Populorum Progressio

Poco después del Vaticano II, y basado en Gaudiumet Spes, Pablo VI proclama su encíclica PopulorumProgressio, cuyo epígrafe 22 muestra la ruptura con elpasado: «El reciente Concilio lo ha recordado: Dios hadestinado la tierra y todo lo que en ella se contiene parauso de todos los hombres y de todos los pueblos, demodo que los bienes creados deben llegar a todos en

Rostow, Walt, The stages of economic growth, 3.15 a

ed. Cambridge University Press, 1990.

forma justa, según la regla de la justicia inseparable dela caridad. Todos los demás derechos, sean los que sean,comprendidos en ellos los de propiedad y comerciolibre, a ello están subordinados; no deben estorbar,antes al contrario facilitar su realización, y es un debersocial grave y urgente hacerlos regresar a su finalidadprimera.» De manera dulce, sin decirlo, perodiáfanamente, en Populorum Progressio la Iglesiarompía con Rerum Novarum y se acogía a lo que CarlosRangel luego llamaría «la mentalidad tercermundista».

¿Cómo había surgido esta transformación?Probablemente, como consecuencia de la frustraciónante el fracaso de las teorías económicas que explicabanel origen del subdesarrollo. A lo largo de la década delos cuarenta y cincuenta, la hipótesis desarrollistacepalina —planificación, protección arancelaria,Estados empresarios, sustitución de importaciones,industrialización forzada— había naufragado, y lo queen 1960 proponía Walt Rostow en su libro Las etapasdel crecimiento económico no parecía compadecerse15

con los hechos. La verdad es que alcanzar un cierto PIBpor habitante —el «umbral» mítico— o unadeterminada tasa de formación de capital interno, nofranqueaba automáticamente las puertas de laprosperidad. El «problema» parecía estar en otro lado.

Es entonces cuando comienza a abrirse paso la

Lebret, Louis-Joseph, Dinámica concreta del16

desarrollo, Herder, Barcelona, 1966.

llamada «teoría de la dependencia» —originalmenteproclamada por los cepalinos, luego formulada porFernando Henrique Cardoso en un libro que llevaría esenombre—, mediante la cual los políticos y académicosdel vecindario marxista atribuyen la pobreza del«periférico» Tercer Mundo a una especie de diseño aque le condenan los centros de poder del capitalismo«central», pues lo inducen a producir aquello queconviene y cuanto conviene a las naciones del PrimerMundo.

Dentro de este contexto intelectual Pablo VIproclama en 1967 la encíclica Populorum Progressio,tras recibir la ayuda decisiva del dominico Louis-JosephLebret, un científico social que en el libro Dinámicaconcreta del desarrollo había demostrado su rechazo16

a la economía de mercado y su orientaciónmarcadamente radical.

Esta encíclica muy bien puede considerarse comouno de los documentos clave para percibir los errores dejuicio que convierten a la Iglesia en un fabricante demiseria. Y —como veremos más adelante— laPopulorum Progressio (P.P.) construyó el equivocadoparadigma sobre el que se constituyó, primero, lallamada Teología de la Liberación, y luego y hasta hoy,la base de los razonamientos económicos sobre los queobispos y órdenes religiosas suelen edificar sus

propuestas en América Latina.Es tal el galimatías ideológico y la confusión

provocados por estos textos, que en el otro extremo delabanico político los militares argentinos másreaccionarios solían invocar las mismas encíclicas quedefendían los partidarios de la Teología de laLiberación.

La primera objeción que hay que hacerle a este textotiene que ver con su raigal irracionalidad teórica. Todoel juicio crítico está montado sobre la base de unacomparación. Hay países ricos en los que el lujo puedellegar a ser ofensivo, y hay países pobres en que laspersonas están desprovistas de los bienes máselementales. Hay personas ricas que gozan de toda clasede comodidades y, en la misma región, hay personasmiserables que, literalmente, mueren de hambre y deenfermedades perfectamente curables.

Es decir: lo que la Iglesia está haciendo es unacomparación cuantitativa y cualitativa de la riqueza.Está comparando viviendas, alimentación, vestido,atención médica, educación, medios de transporte,disponibilidad de ocio, etcétera. Al Papa —y con él a laIglesia— le duele, le lastima, que unos tengan más queotros, postura, por demás congruente con la más viejatradición cristiana.

Nótese que lo que provoca la indignación de laIglesia son las diferencias materiales. En ningúnmomento el Papa, a través de su encíclica, censura lasposibles diferencias espirituales o morales entre ricos y

pobres, probablemente porque no existen, o porque noson observables y —por tanto— resulta imposiblecuantificarlas. Pero esta omisión no le impide asegurarque: «El desarrollo no se reduce al simple crecimientoeconómico (...) para ser auténtica [la transformación]debe ser integral, es decir, promover a todos loshombres y a todo el hombre» (P.P. 14).

Para la Iglesia, «integral» es lo opuesto a loeconómico, a lo mensurable. Es algo impreciso queengloba todas las dimensiones de la persona, mostrandocierto ascético desprecio por la satisfacción de losaspectos materiales. «El tener más, lo mismo para lospueblos que para las personas, no es el fin último. Todocrecimiento es ambivalente» (P.P. 19).

¿En qué quedamos? La Iglesia sabe que haypersonas que tienen muy poco porque las compara conotras que tienen mucho. Es obvio que el desarrollo essiempre una categoría comparativa. Si todos loshumanos vivieran miserablemente, la pobreza o lariqueza habrían desaparecido. Sabemos que Paraguayes pobre porque lo comparamos con Dinamarca. Ysabemos —exactamente igual que lo sabe la Iglesia—que es más pobre porque consume menos.

La ambigüedad en el lenguaje puede ser una formade enmascarar la ignorancia o —en el peor de loscasos— un síntoma de poca seriedad intelectual.Cuando la Iglesia —o las instituciones que lacomponen— reclaman el desarrollo integral de lapersona y la relación que esto tiene con la posesión de

bienes materiales ¿qué es, exactamente, lo que estánproponiendo? ¿Quiénes son los modelos humanos quese comportan con arreglo a lo que la Iglesia suponemoralmente aceptable y qué bienes poseen? ¿Es la clasemedia canadiense o la sueca? ¿A quiénes quiere laIglesia que se parezcan los pobres del mundo?Supongamos que la justa medida es la que se refleja enel modo de vida de la mayor parte de los obispos ycardenales, pues si ellos son los que dictan las normas,y ellos, junto al Papa, interpretan la voluntad de Dios,ellos deben constituir el canon. ¿Cómo suelen vivir losobispos y cardenales hoy, tras el Concilio Vaticano II?No nos referimos al de Trento, en el que el cardenalGonzaga llevaba ciento sesenta sirvientes y ayudantes,o al de Constanza, en el que el arzobispo de Maguncia sepresentó con quinientos.

Pues hoy los obispos y cardenales suelen tenerviviendas confortables, agradablemente «climatizadas»,coche, medios de comunicación modernos (TV,teléfono, fax, Internet), comida suficiente y balanceada,y ayuda doméstica. Grosso modo, estos dignatarios dela Iglesia viven como vive la clase media alta encualquier nación del Primer Mundo, como viven losejecutivos de las grandes corporaciones. No tienen yates(en una época los tuvieron), ni coches muy lujosos, perotampoco la clase media alta puede disfrutar de estoslujos costosos.

¿Qué parte de los bienes que los obispos ycardenales utilizan son realmente necesarios? Y si es

cierto que las diferencias en los modos de vida y en eluso de ciertos bienes ofenden a Dios ¿es eso lo quesucede cuando se compara el estándar de vida de lajerarquía eclesiástica con la de los pobres que malvivenen los peores tugurios de los cinturones urbanos o en losinmundos caseríos rurales?

Otra duda surge, simultáneamente, que merece unaprecisa respuesta de la Iglesia. En la P.P., y en decenasde documentos de la Iglesia desde su fundación hastahoy, se insiste en la relación perversa de quienes tieneny quienes no tienen, achacándoles a los primeros lasdesdichas de los últimos. Cuando un obispo o uncardenal de esos que, en un elegante latín, redactaron elGaudium et Spes, o cuando el Papa, tras proclamar laPopulorum Progressio, contrastaron sus modos de vidacon los de quienes Franz Fannon llamaba «loscondenados de la tierra», ¿se preguntaron cuántos delos bienes que ellos consumen y cuánto del costo de lavida confortable que ellos disfrutan es el producto deldespojo de quienes nada tienen? Porque si la lógicaeconómica de estas personas —afortunadamente parasus conciencias, notablemente disparatada— las incluyea ellas mismas en sus conclusiones, si no están exentasde sus propios juicios universales, hay gentes en estemundo injusto que «pagan» por lo que ellos gozan.

Sigamos con las contradicciones. Según se infiere dela Populorum Progressio, el objetivo de la Iglesia esrescatar a los pobres de su miseria y elevarlos a unestándar de vida digno, comparable —ya lo hemos

dicho— al que se observa en los países explotadores.Pero ¿cómo alcanzaron las sociedades del PrimerMundo el nivel de vida que poseen? Lo hicieron, a juiciode la Encíclica, de una manera reprobable, que recuerdaa la etapa de la «acumulación primitiva» señalada porlos marxistas en sus textos. La Populorum Progressio esterminante: «Pero, por desgracia, sobre estas nuevascondiciones de la sociedad se construyó un sistema queconsideraba el lucro como el motivo esencial delprogreso económico, la competencia como la leysuprema de la economía, la propiedad privada de losmedios de producción como un derecho absoluto, sinlímites ni obligaciones sociales correspondientes.»

Este liberalismo económico conducía a la dictadura,justamente denunciada por Pío XI como generadora delimperialismo internacional del dinero. Pero si es verdadque un cierto capitalismo fue la causa de muchossufrimientos, de injusticias y de luchas fratricidas, cuyosefectos duran todavía, sería injusto que se atribuyera ala industrialización misma los males que son debidos alnefasto sistema que le acompañaba (P.P. 26).

Es interesante que, en las tres o cuatro primeraslíneas del párrafo citado, Pablo VI consigna las tresfobias que, por razones morales, una y otra vez fustigael catolicismo: la búsqueda del lucro, la competencia yla propiedad privada. Es como si el Santo Padre o susasesores en materia económica no entendieran lanaturaleza humana y mucho menos los mecanismosíntimos que rigen la creación de riquezas, algo difícil de

comprender en una sabia institución que cuenta con dosmil años de existencia, casi todos en compañía,precisamente, de las clases dirigentes y adineradas.

Sin el afán de lucro, sin la voluntad de sobresalir, laspersonas no consiguen prosperar. ¿Conocía Pablo VI loque sucedía en las dictaduras comunistas, en las que sehabía demonizado el afán de lucro? ¿No sabía de esasmuchedumbres impasibles, apáticamente marginadasde la actividad económica por la falta de motivaciones?¿Sería cierto, como en 1905 escribió Max Weber, que lascomunidades protestantes son más ricas que lascatólicas porque cultivan una ética de trabajo que nopenaliza el afán de lucro, siempre que se mantengadentro de los límites que marca la ley? Y si el «afán delucro» forma parte de la ética de trabajo que impulsa lacreación de riquezas, lo que se traduce en unas formasmás ricas de vida, ¿cómo aspirar lógicamente a losniveles de confort y prosperidad que caracteriza a lassociedades ricas si se renuncia al resorte sicológico quemejor los propicia?

En cuanto a la competencia, sucede exactamente lomismo. De acuerdo con la P.P., no hay duda de que SuSantidad tiene serias dificultades en entender el papelque desempeña la competencia en la mejoría de lasociedad. Sin ella, sencillamente, no hay progreso nidesarrollo. La competencia es el modo que tiene lasociedad de purgar sus errores y de crear formas de vidacada vez mejores y, allí donde funciona el mercado, másbaratas. Es cierto que la competencia coloca sobre la

persona una durísima tensión o estrés, como se dice ennuestros días, pero de ella depende la posibilidad demejorar el mundo en que vivimos.

Hace ochenta años que esto lo explicó con todaclaridad un economista austríaco llamado JosephSchumpeter. La competencia dura, demandante, a vecesagónica, es lo que hace que las personas y las empresasse esfuercen por hacer las cosas mejor y a mejoresprecios. ¿Que en el camino hay personas y empresasque fracasan? Por supuesto. Si no hubiera fracasos, sidiera igual producir poco o mucho, bien o mal, ¿por quélas personas o las empresas se iban a esforzar?

Los mejores ejemplos para ilustrar lo queSchumpeter —que era liberal ma non troppo— llamabala «destrucción creadora» del mercado y el efecto de lacompetencia hay que buscarlos en aquellos países endonde ese mecanismo dejó de funcionar. Había dosAlemanias. En una, la Occidental, los productores vivíanatenazados por la necesidad de competir. Se competíaentre empresas que fabricaban los mismos productos—Mercedes, BMW, VW—, entre personas que aspirabana los mismos puestos de trabajo, entre políticos quedeseaban ocupar los mismos cargos. En la otraAlemania no se competía. La moral marxista tampococreía en la deshumanizante tensión que eso generabaentre las personas. ¿Resultado? La Alemania comunistaera infinitamente más pobre, desesperanzada y ruin quela capitalista, y quienes vivían «protegidos» por unmuro de los efectos de la competencia, corrían toda

clase de riesgos para trasladarse al otro lado. Hasta eldía que consiguieron derribar la infausta pared.

Algo similar puede alegarse de la propiedad privada.Sin propiedad privada —y así lo sostuvo la Iglesiadurante quince siglos— es muy difícil mantener lalibertad de las personas. Es un derecho natural, porquees algo que las gentes conquistan con su trabajo.Cuando se pierde esa relación entre el esfuerzo personaly la obtención de bienes privados, los seres humanosquedan a merced de quien detenta los derechos depropiedad, sea el Estado u otra entidad colectiva. Apartir de ese momento las posibilidades de decidir sobrela propia vida se reducen notablemente, porque elcontrol de nuestros actos queda en las manos de otraspersonas.

Pero hay más. Al margen de este debate abstracto—aunque de muy concretas consecuencias— estáarchidemostrada la vinculación que existe entre laprosperidad y el respeto por la propiedad privada.Douglas North y Ronald Coase han obtenido el PremioNobel por exponer esa relación sin la menor duda.Violar esos derechos, redistribuir tierras o riquezas«revolucionariamente» para lograr un mayor grado deequidad, suele ser una receta infalible para provocar elfracaso. América Latina ha comprobado este fenómenoinnumerables veces. Lo ha visto con Perón, con Castro,con Velasco Alvarado, incluso con la tan alabadarevolución agraria mexicana, que al cabo de más desetenta años mantiene a la mitad de la población

—mayoritariamente la de carácter rural— por debajo delos niveles de pobreza.

No estamos diciendo que la P.P. se coloque al ladode la subversión —aunque al comunismo sólo locondena implícitamente—, porque sería ignorar elsiguiente párrafo: «Sin embargo, como es sabido, lainsurrección revolucionaria —salvo en el caso de tiraníaevidente y prolongada, que atentase gravemente contralos derechos fundamentales de la persona y dañasepeligrosamente el bien común del país— engendranuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios yproduce nuevas ruinas. No se puede combatir un mal alprecio de un mal mayor.» (P.P. 31)

Lo que afirmamos es que, cuando una y otra vez laIglesia subordina el derecho de propiedad a que éstecumpla esa vaporosa «función social» que se le exigepara que sea moralmente justificable, fórmula imprecisaque alienta cualquier arbitrariedad, lo que se consigueno es una sociedad más equitativa, sino una sociedadmás pobre, en la que los capitales nacionales —elahorro— se destruyen, y los capitales internacionales noacuden por falta de garantías. Lo que afirmamos es queen el lenguaje de la Iglesia Católica —especialmente apartir de la Populorum Progressio— hay unapermanente censura moral contra el capitalismo que lehace un flaco servicio a los menesterosos del TercerMundo, que padecen, precisamente, la desgracia de noposeer suficientes capitales y un número adecuado deempresas vigorosas.

¿Es acaso tan difícil de entender uno de losmecanismos que explican la dinámica del desarrolloeconómico? Si no hay ahorro e inversión no es posibleeliminar la miseria. Es el ahorro suficiente o excesivodel que ha superado el umbral de lo imprescindible loque hace posible un aumento de los ingresos de losmenos favorecidos. Al mismo tiempo, es la inversión enbienes de capital lo que suele aumentar laproductividad, reducir los costos y generar uncrecimiento intensivo de la economía, fenómeno queacaba por multiplicar los puestos de trabajo y el montode los salarios.

Demonizado el capitalismo, colocado bajo sospechael mercado, ¿qué fórmula propone la P.P. para sacar alos pobres de su dolorosa miseria? Propone algo tanirreal, tan fuera de este mundo, que no pasa de ser unaposición meramente retórica: sugiere que los países (ylas personas) poderosos transfieran una parteimportante de sus riquezas a los necesitados. Es decir,para la P.P. el modo de abordar la miseria es la caridadinternacional: «Ante la creciente indigencia de lospaíses subdesarrollados, se debe considerar comonormal el que un país desarrollado consagre una partede su producción a satisfacer las necesidades deaquéllos; igualmente normal que formen educadores,ingenieros, técnicos, sabios que pongan su ciencia y sucompetencia al servicio de ellos» (P.P. 48).

Para las personas, la proposición no es menos ilusa:«A cada cual toca examinar su conciencia, que tiene una

nueva voz para nuestra época. ¿Está dispuesto asostener con su dinero las obras y las empresasorganizadas en favor de los más pobres? ¿A pagar másimpuestos para que los poderes públicos intensifiquensus esfuerzos para el desarrollo? ¿A comprar más caroslos productos importados a fin de remunerar másjustamente al productor?» (P.P. 47).

Por supuesto que los países prósperos en algunamedida —generalmente pequeña— ayudan a los másnecesitados. Naciones Unidas ha tratado de generalizarque se done el 0,7 por ciento del PIB para estos fines,pero muy pocos son los Estados que alcanzan esa cifra,una de las partidas del presupuesto que más rechazanlos electores, especialmente en los países católicos (losescandinavos, mayoritariamente luteranos, son los másgenerosos). Y es muy natural que así sea. Quien conozcala historia y el efecto real de esas ayudas no puedemenos que sentirse escéptico ante el planteamiento delPapa: ninguna sociedad ha prosperado con la caridadexterna. Cuando J. F. Kennedy dedicó treinta milmillones a la Alianza para el Progreso, se creía que estoconstituiría una gran sacudida. Y no pasó nada. A lolargo de treinta años Cuba recibió unos cien milmillones de dólares en subsidios soviéticos y, pese a esagigantesca limosna, el país estaba en peores condicionesque cuando se asoció a la URSS.

El problema radica en que el alivio y la solución dela pobreza en América Latina habría que abordarlos conlos métodos que la Iglesia censura: contribuyendo a

crear una cultura empresarial tensa, competitiva,ambiciosa, innovadora; estimulando en las personas eldeseo de sobresalir, y reconociéndoles todos los méritoscuando han logrado triunfar y hacer fortuna. Porque noes con la humilde actitud contemplativa o con eldesprecio olímpico por los bienes materiales con lo quese crea riqueza, sino con el deseo de triunfar, de poseer,de disfrutar. La pobreza no se puede extirpar con elespíritu ascético, sino con el lúdico, con el que norehúye las cosas gratas y el confort que la vida puedebrindar a este no necesariamente «valle de lágrimas».

Cristianismo y marxismo iberoamericanos

A partir del pontificado de Juan XXIII, en todo elmundo político iberoamericano comenzó a percibirseun acercamiento entre ciertos sectores cristianos y lasposiciones marxistas. En esa relación contranatura, losmarxistas, sin renunciar al materialismo dialéctico y asu connatural ateísmo, redujeron al mínimo el habitualanticlericalismo de la secta, y —a cambio— estoscristianos hicieron suyos muchos de los diagnósticoscomunistas, así como el recetario terapéutico que losacompañaba, simbiosis que acabó pagando la sociedadcomo consecuencia de las disparatadas políticaspúblicas defendidas por unos y otros.

En España —o más bien fuera de ella— elsocialdemócrata Partido Socialista Obrero Español

(PSOE), en su X Congreso realizado en el exilio, enagosto de 1967, cita profusamente los documentos deVaticano II y declara que «no es verdad que exista esaescisión maniquea entre un mundo ateo y materialistay un mundo religioso y espiritualista». Y no erasorprendente que se proclamara tal cosa, porque yahabía comenzado un proceso de radicalización de losdemocristianos tradicionales, que terminaron creandoen 1959 la Izquierda Demócrata Cristiana, bajo lainspiración del catedrático de Derecho Manuel GiménezFernández. Algunos de estos democristianos«progresistas», como es el caso de Julio RodríguezArramberri, «avanzarían» tanto en sus posiciones queterminaron por convertirse en ideólogos de la trotskistaLiga Comunista Revolucionaria; otros, en cambio, comoD. Gregorio Peces-Barba, Félix Pons, Juan ManuelEguiagaray o Pedro Altares, se quedarían dentro de lascoordenadas de un dulce socialismo vegetariano,afortunadamente defensor del Estado de Derecho y dela democracia representativa.

Los comunistas españoles de línea soviética tambiénadvirtieron que el cambio que se operaba en la Iglesiapodía ser un buen instrumento estratégico para ganarespacio político. En 1963 inauguran la publicaciónteórica Realidad con un elogio a la Encíclica Pacem inTerris de Juan XXIII, por todo lo que tiene de defensorade la tesis moscovita de la coexistencia pacífica.Tampoco ignoran que los sindicalistas católicos hanalcanzado una gran penetración en el aparato obrero

ante el desprestigio creciente del sindicalismo verticalfranquista. Jorge Semprún, comunista importante en ladécada de los sesenta —y luego uno de sus más lúcidosy efectivos críticos—lo dejó en claro en 1967 en elnúmero 11 de Cuadernos de Ruedo Ibérico: «nuestroesfuerzo ha de ser apoyar a este sector más avanzado delmovimiento católico sin confusionismos ideológicos nioportunismos». Esa política de brazos abiertos prontole dio frutos al Partido Comunista y en 1974 en élingresaba Alfonso Comín, un intelectual cristianonotablemente influyente entre los creyentes y entre losmarxistas, quien en 1970 formaba parte de BanderaRoja y mucho antes había estado entrelos gestores delFrente de Liberación conocido como FELIPE.

Ese desembarco de los cristianos de izquierda en elsocialismo y en el comunismo provocó ciertos reparosideológicos en intelectuales marxistas como ManuelSacristán, a quien no se le ocultaban las contradiccionesque tal cosa entrañaba, pero las ventajas tácticas queofrecía esa colaboración eran mucho mayores que laincoherencia que generaba en un marxista que setomara en serio el pensamiento del autor de El Capital.A fin de cuentas, todo cristiano, por definición, debetener como centro de sus creencias una concepcióntrascendente de la existencia humana, es decir,exactamente lo contrario del punto de partida teórico delas elucubraciones marxistas. Por otra parte, si ladialéctica materialista era cierta, la trascendenciacristiana resultaba falsa, y viceversa. Sólo que en la

década de los setenta ese debate «filosófico», a punto demorir Franco, era tan bizantino como discutir el sexo delos ángeles con los turcos a las puertas deConstantinopla.

En América Latina ocurrió exactamente lo mismoque en España y dentro de un calendario muy parecido.El triunfo de la revolución cubana en 1959 coincidió conel pontificado de Juan XXIII, quien poco antes demorir, en 1962, tras la Crisis de los Misiles que puso almundo al borde de la destrucción, pese a que Castro lepidió a Jruschov que lanzara los cohetes contra EstadosUnidos, no tuvo inconveniente en otorgarle al dictadorcubano una medalla de reconocimiento por medio de laembajada de La Habana ante el Vaticano.

Muy pronto la estrategia castrista y sus vínculos conlos cristianos radicales se hicieron sentir. A mediados dela década de los sesenta, el sacerdote colombianoCamilo Torres moría en un enfrentamiento con elejército tras haber creado un frente guerrillero. Aunqueel término se acuñaría algunos años más tarde por elteólogo peruano Gustavo Gutiérrez, Torres fue el primerrepresentante genuino de la Teología de la Liberación.Esto es, la aceptación, por parte de los cristianos, de lainevitabilidad de la lucha armada, ante la imposibilidadde desmontar las injusticias sociales por vías pacíficas.

Eso era, precisamente, lo que se desprendía contoda lógica de la admisión de la Teoría de laDependencia. Según sus ideólogos, como hemosseñalado, América Latina no podía desarrollarse como

Guevara, Ernesto, La guerra de guerrillas.17

Incluida en Obra Revolucionaria, Era, México, 1968.

Debray, Régis, ¿Revolución en la revolución?, Era,18

México, 1976.

consecuencia de un modo y una clase de producciónimpuestos desde el centro desarrollado —los paísesimperialistas—, aliados con la burguesía local, grupoque no era otra cosa que una correa de transmisión delos grandes poderes capitalistas internacionales. Anteesa infame alianza, no quedaba otra opción que ellevantamiento armado y la creación de un gobiernorevolucionario. ¿Y cómo se llevaría a cabo esa epopeya?Pues, por el procedimiento cubano descrito por el CheGuevara en La guerra de guerrillas y por Régis17

Debray en ¿Revolución en la revolución? Mediante18

focos guerrilleros surgidos en las zonas rurales quefueran desarrollándose y «concientizando» a los gruposradicales urbanos hasta llegar a la toma de las ciudadesy a la destrucción y sustitución del Estado burgués.

Esa tesis insurreccionalista, sin embargo, debiócoexistir con otra de carácter electoralista surgidabásicamente en Chile como consecuencia de distintosdesprendimientos por la izquierda del PartidoDemócrata Cristiano. En 1969 se escindió elMovimiento de Acción Popular (MAPU) y en 1971 secrea C rist ian os por el Social ism o para ,simultáneamente respaldar al gobierno de Allende y

radicalizar en el plano teórico a los democristianos máspropicios.

En ese mismo año, no obstante, en el CongresoNacional de Educación y Cultura celebrado en LaHabana, durante un acceso de estalinismo que superabacon creces al modelo soviético de entonces, trasarremeter contra los homosexuales y los intelectualescríticos, los organizadores del evento, sin dudainterpretando el pensamiento de Castro, declarabanpaladinamente y sin el menor rubor: «no estimular,apoyar o ayudar a ningún grupo religioso ni pedir nadade ellos. No compartimos las creencias religiosas ni lasapoyamos», postura que será la oficial del gobiernocubano hasta el IV Congreso del Partido (1991), tras ladesaparición de la URSS y el fin del millonario subsidioque Cuba recibía de Moscú, fecha en que se decidepermitir el ingreso de los creyentes al partidoComunista, fenómeno, por cierto, que sucedió ensentido contrario. Fueron algunos comunistas quienesse acercaron a la Iglesia para bautizar a sus hijos y areconciliarse con la religión tradicional de Cuba.

México y Brasil son dos de los paíseslatinoamericanos en los que la coincidencia entrecristianos laicos, marxistas y clérigos radicalizados haalcanzado una mayor fusión. En México el motejadocomo «obispo rojo de Cuernavaca», Sergio MéndezArceo, amigo y defensor de la dictadura cubana ySamuel Ruiz, obispo de Chiapas —a quien suscompatriotas sindican como el verdadero Comandante

Díaz-Salazar, Rafael, La Iglesia y el Cristianismo,19

Taurus, Madrid, 1998.

del movimiento zapatista, ya que el famoso Marcos sehace llamar Subcomandante—, son buenos ejemplos delos vínculos entre sectores de la Iglesia y los comunistas.

Pero es en el Brasil donde la Teología de laLiberación y el acercamiento entre marxistas y curasradicalizados ha rendido a los comunistas los mayoresdividendos. Marta Harnecker, chilena y dirigentecatólica en su juventud, maoísta posteriormente, luegoconvertida al castrismo más burdo y represivo, lo afirmócon toda franqueza en 1994: «Todos los movimientossociales que surgieron al final de la dictadura [brasilera]tuvieron su origen en el trabajo de la Iglesia.» Y teníaporqué saberlo. Era la esposa del general cubanoManuel Piñeiro Losada, primero viceministro jefe de laDirección General de Inteligencia y luego director deAmérica Latina del Comité Central del PartidoComunista de Cuba, desde cuyos cargos organizaba lasubversión en América Latina.

En efecto, como afirma Rafael Díaz Salazar:19

«Cristianos formados y alentados por la ComisiónPastoral de la Tierra dieron vida al MST (Movimientode los Sin Tierra) y a organizaciones ecologistascampesinas, uno de cuyos líderes fue Chico Mendes.» Yluego añade: «En el ámbito político, la influencia de laIglesia y del cristianismo de la liberación han sidototalmente decisivas para la creación en 1980 del

Partido de los Trabajadores, el mayor partido deizquierda de toda América Latina.» Algo quetácitamente admite Lula da Silva en una cita recogidapor Díaz-Salazar: «En América Latina gran parte de losavances políticos se deben a la Iglesia Católica a travésde las comunidades de base, de la pastoral de la tierra,de la pastoral obrera, etcétera. Un trabajo fantástico,serio, de la Iglesia Católica en los sectores populares. LaIglesia tiene que servir para eso, para animar al puebloen sus derechos y luchas, darle fuerza espiritual yofrecerle caminos para luchar contra las injusticias,pues al fin y al cabo eso es lo que hizo Jesucristo la vidaentera.»

Según el citado autor, a cuya investigación hemosrecurrido profusamente en este epígrafe, estacolaboración entre el Partido del Trabajo y la Iglesia sepuede demostrar en el éxito de Lula precisamente allídonde la labor de la Iglesia ha sido más intensa.

El peso del CELAM

En el verano de 1998 el presidente del ConsejoEpiscopal Latinoamericano (CELAM), monseñor OscarAndrés Rodríguez, declaró que pensaba recurrir a laCorte Internacional de Justicia para que determinara sies legal cobrarles a los países del continente la deudacontraída con los centros financieros internacionales.

En realidad eso era meterse en camisa de once

varas, pues alguien podía sentirse tentado por elprecedente para preguntar si fue legal cobrarles eldiezmo a los cristianos (y no cristianos) sin suconsentimiento expreso durante mil quinientos años,pero la relevancia que alcanzó esa noticia en la prensasirve para subrayar otra cosa tal vez más importante: elpeso destacado que ha adquirido el CELAM dentro de laconciencia política latinoamericana. Lo que dice elCELAM —nunca mejor dicho— va a misa. Pero el asuntoes que el CELAM suele incurrir en notorios disparatesde tipo conceptual que acaban generando un mayornúmero de problemas que los que pretende solucionar.En cierto sentido, los obispos, cuando se reúnen aopinar de cuestiones económicas, se convierten en unaseficientes máquinas de fabricar miseria.

El CELAM es un organismo oficial de la IglesiaCatólica, creado por Pío XII en 1955 poco antes del finalde su pontificado. Es el punto de encuentro de las 22Conferencias Episcopales del mundo latinoamericano,incluido el Caribe y las Antillas. Cada cuatro años sereúne la Asamblea Ordinaria y los presidentes de estasConferencias locales eligen a los directivos del CELAM.Con bastante justicia puede decirse que la confusión enmateria económica y política introducida por losobispos tuvo su inicio en la convención reunida enMedellín en 1968. Y también sin faltar a la verdad esposible afirmar que los documentos del CELAM, apartir de esta fecha, muestran una variante diferenciadade la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Lo razonable

sería hablar de una «DSI latinoamericana», pero hastaahora, ignoramos las razones, no se ha queridoreconocer esta desviación ideológica.

«Medellín» tuvo su origen, por supuesto, enVaticano II. Tras finalizar el Concilio, los obisposdecidieron adaptar la acción de la Iglesia Católica a lasnuevas directrices, y tras varias reuniones previas ydocumentos de trabajo, las dieciséis comisionesconsiguieron redactar un documento final en el que sehicieron eco de equivocadas formas de interpretar loshechos económicos. En la parte titulada PromociónHumana, en el capítulo llamado Justicia, ya en elprimer párrafo censuraron la globalización económicasin darse cuenta de que ésta —como se demuestra endiversos casos— favorece a las masas:«Los pequeñosartesanos e industriales son presionados por interesesmayores y no pocos grandes industriales deLatinoamérica van pasando progresivamente adepender de empresas mundiales. No podemos ignorarel fenómeno de esta casi universal frustración delegítimas aspiraciones que crea el clima de angustiacolectiva que ya estamos viviendo» (Medellín, 1, 1).

Más adelante, en el epígrafe denominado Empresay economía, con un toque claramente demagógico,descalifican el derecho a poseer empresas, apoyándoseen el peregrino argumento de que, al ser la producciónel resultado de la coordinación entre el capital y eltrabajo, no es posible que nadie posea individuos. Dicenlos obispos: «el sistema empresarial latinoamericano y,

por él, la economía actual, responden a una concepciónerrónea sobre el derecho de propiedad de los medios deproducción y sobre la finalidad misma de la economía.La empresa, en una economía verdaderamente humana,no se identifica con los dueños del capital, porque esfundamentalmente comunidad de personas y unidad detrabajo, que necesitan de capitales para la producciónde bienes. Una persona o un grupo de personas nopueden ser propiedad de un individuo, de una sociedado de un Estado».

Esta última frase los lleva a establecer unaequivalencia moral entre la economía de mercado y laeconomía colectivista defendida por los comunistas, conun párrafo tan injusto como resultaría de afirmar queapenas hay diferencias entre Costa Rica y Cuba o entreHolanda y Corea del Norte. Veámoslo: «El sistemaliberal capitalista y la tentación del sistema marxistaparecieran agotar en nuestro continente lasposibilidades de transformar las estructuraseconómicas. Ambos sistemas atentan contra la dignidadde la persona humana; pues uno tiene comopresupuesto la primacía del capital, su poder y sudiscriminatoria utilización en función del lucro; y elotro, aunque ideológicamente sostenga un humanismo,mira más bien al hombre colectivo, y en la práctica setraduce en una concentración totalitaria del poder delEstado. Debemos denunciar que Latinoamérica se veencerrada entre estas dos opciones y permanecedependiente de uno u otro de los centros de poder que

canalizan su economía» (Medellín, Conclusiones, 1, 10).¿Cómo proponen los obispos poner fin a la pobreza?

Con una cándida falta de imaginación, sin percatarse deque ese terco camino había sido emprendido mil veces,el CELAM asegura que: «Esta promoción [la de loscampesinos] no será viable si no se lleva a cabo unaauténtica y urgente reforma de las estructuras y de lapolítica agraria (...) Es indispensable hacer unaadjudicación de las mismas bajo determinadascondiciones que legitimen su ocupación y aseguren surendimiento, tanto en beneficio de las familiascampesinas, cuanto de la economía del país» (Medellín,Conclusiones, 1, 15).

¡Otra reforma agraria! que, para que dé susmagníficos frutos, deberá ir acompañada de un procesode industrialización que los obispos despachan en unpárrafo lleno de intenciones tan magníficas comovacías: «La industrialización será un factor decisivopara elevar los niveles de vida de nuestros pueblos yproporcionarles mejores condiciones para el desarrollointegral. Para ello es indispensable que revisen losplanes y se reorganicen las macroeconomías nacionales,salvando la legítima autonomía de nuestras naciones,las justas reivindicaciones de los países más débiles y ladeseada integración económica del continente,representando siempre los inalienables derechos de laspersonas y de las estructuras intermedias, comoprotagonistas de este proceso.»

¿Cuáles creen los obispos que son los factores que

«más influyen en el empobrecimiento global» de laregión, «constituyendo por lo mismo una fuente detensiones internas y externas»? Cinco son estosenemigos identificados por la Iglesia: Primero, la injustaasignación de los términos de intercambio. Los paísesdesarrollados pagan menos por las materias primas ycobran más por los productos manufacturados.Segundo, la fuga de capitales económicos y humanos.Tercero, la evasión de impuestos y fuga de ganancias yutilidades. Cuarto, la creciente deuda externa. Y quinto,lo que llaman el «imperialismo internacional deldinero», aquellas fuerzas que «inspiradas por el lucrosin freno, conducen a la dictadura económica...»(Medellín, Conclusiones, 2, 9).

¿No había nadie en Medellín que les explicara a losobispos que la supuesta injusticia de los términos deintercambio es un camelo que no resiste el análisis? Lapregunta correcta no es cuántos sacos de café o azúcarhay que pagar por un tractor; sino cuántas horas detrabajo dedica un agricultor para comprar ese tractor. Elproblema no está en el precio del arroz o del maíz, sinoen la productividad del agricultor. Para un campesinonorteamericano u holandés, trabajadores con unaenorme productividad, un tractor o un televisorcomprado a fines del siglo XX es mucho más barato enhoras de trabajo que el que sus padres adquirieron amediados de siglo. Lo que mantiene en la pobreza anuestros campesinos es la falta de productividad, que asu vez se deriva, básicamente, de la falta de inversión en

bienes de capital y de la ausencia de infraestructuras.Ese mismo economista o persona medianamenteinformada, lamentablemente ausente en la reunión deMedellín, podía haberles contado a los obispos queexiste una probada relación entre la fuga de capitales ycerebros y la puesta en práctica de medidasrevolucionarias como las reformas agrarias, pues elcapital y las personas sensatas suelen huir de donde nohay garantías jurídicas o de donde no se respeta lapropiedad privada.

¿Cómo asombrarse de que los empresarios trasladensus dividendos a Suiza o Miami si tienen que trabajar enun continente en el que nada menos que los obisposcondenan la economía de mercado y advierten que elcristianismo es pacífico, pero «no es simplementepacifista, porque es capaz de combatir»? Es cierto quela deuda externa es un ancla pesada sobre la espalda deAmérica Latina; pero, ¿por qué nos van a prestar en elfuturo si no cumplimos nuestros compromisos previos?Esos préstamos —¿cuántas veces hay que recordarlo?—provienen del ahorro de ciertas sociedades que nogastaron sus excedentes en consumo, sino los pusierona disposición de otros pueblos para que los utilizaranadecuadamente.

Si los gobiernos hubieran utilizado sabiamente esosrecursos, si no los hubieran dilapidado o robado,habrían servido para incrementar la riqueza de nuestrospueblos. El culpable no es el sistema financiero, sinoquienes lo utilizan perversamente. Pagar intereses por

el capital no devuelto no es una práctica infame, sino loque permite la existencia de créditos a largo plazo. Siéstos no existieran, cientos de millones de personas, porejemplo, jamás podrían poseer una vivienda. Lo quehace posible este «milagro» del siglo XX es la existenciade esos créditos, de sus vilipendiados intereses y elcumplimiento de los compromisos adquiridos. Tal vez,al cabo de veinte años, el deudor ha pagado en interesesel doble del préstamo originalmente recibido, pero asíse convirtió él mismo en creador de riqueza, en dueñode su capital —su casa propia— y en sujeto de créditosfuturos.

Once años más tarde, en Puebla, México, el CELAMvuelve a reunirse para examinar los problemas con quese enfrenta la Iglesia en América Latina, y al frente deellos, por supuesto, está el tema de la pobreza. ¿Hanaprendido algo los obispos en esa larga década? ¿Dicenalgo diferente? En realidad, nada, lo cual essorprendente, porque es en esa década cuandocomienzan a verse los resultados de las reformaseconómicas llevadas a cabo en Asia por los llamados«dragones». Mientras la Iglesia condenaba laglobalización, la economía de mercado y la «fieracompetencia», ciertos países asiáticos, tomando elcamino contrario, lograban reducir sustancialmente losniveles de pobreza, y algunos, como Singapur o HongKong, alcanzaban y hasta superaban el per cápita de lasnaciones europeas.

No obstante, ciegos ante la evidencia, los obispos

reunidos en Puebla se permitían opinar que: «Alanalizar más a fondo tal situación, descubrimos que estapobreza no es una etapa casual, sino el producto desituaciones y estructuras económicas, sociales ypolíticas, aunque haya también otras causas de lamiseria. Estado interno de nuestros países queencuentra en muchos casos su origen y apoyo enmecanismos que, por encontrarse impregnados, no deun auténtico humanismo, sino de materialismo,producen a nivel internacional, ricos cada vez más ricosa costa de pobres cada vez más pobres. Esta realidadexige, pues, conversión personal y cambios profundosde las estructuras que respondan a las legítimasaspiraciones del pueblo hacia una verdadera justiciasocial; cambios que, o no se han dado o han sidodemasiado lentos en la experiencia de América Latina»(Puebla, Conclusiones, 30).

¿Quién es el culpable? ¿Quiénes van a ser? Los desiempre: «La economía de mercado libre, en suexpresión más rígida, aún vigente como sistema ennuestro continente y legitimada por ciertas ideologíasliberales, ha acrecentado la diferencia entre ricos ypobres por anteponer el capital al trabajo, lo económicoa lo social. Grupos minoritarios nacionales, asociados aveces con intereses foráneos, se han aprovechado de lasoportunidades que les abren estas viejas formas de libremercado, para medrar en su provecho y a expensas delos intereses de los sectores populares mayoritarios»(Puebla, Conclusiones, 47).

Los obispos, que no han meditado o no sabencuantificar el costo inmenso de eludir las reformaseconómicas y de persistir en la tradicional falsedad del«Estado de Bienestar», como en el Perú de Alan Garcíao en la Colombia de Ernesto Samper, creen que espreferible insistir en las políticas inflacionarias, o en losdispendios de los Estados empresarios, porque lesparece ver cierta «preocupación social» en esa forma deencarar las tareas de gobierno. Por lo menos, eso sedesprende de la Conclusión 50 del mismo documentode Puebla: «Los tiempos de crisis económicas que estánpasando nuestros países, no obstante la tendencia a lamodernización, con fuerte crecimiento económico, conmenor o mayor dureza, aumentan el sufrimiento denuestros pueblos, cuando una fría tecnocracia aplicamodelos de desarrollo que exigen de los sectores máspobres un costo social realmente inhumano, tanto másinjusto que no se hace compartir por todos.»

Es una lástima que el CELAM haya preferidoignorar la Encíclica Centesimus Annus, promulgada porJuan Pablo II en 1991, en conmemoración del siglo quecumplía la Rerum Novarum, pues en este nuevo texto,en el que se advierten las brillantes ideas del teólogocatólico Michael Novak, hay una reivindicación delmercado y de su lógica productiva. Ese texto hubierapodido servir de punto de partida de una revisiónprofunda de lo que ha sido la DSI latinoamericana apartir de Medellín. Y a veces hasta se notan destellos delucidez en los obispos, como cuando en Tertio Millennio

(TM) admiten que «el agotamiento de las economías dela antigua órbita soviética ha desacreditado muydecisivamente la planificación estatal como métodopara guiar y dirigir la economía, y también lasexperiencias populistas tuvieron resultados desastrosos(Argentina y Perú). Por otra parte, hay experienciascuyas fórmulas técnicas ganan mayor legitimidad (unamayor confianza en el mercado como asignador derecursos, la desregulación de importantes sectores paraque haya más competencia, la introducción de mayorcompetencia en las economías locales por la vía demayor apertura al comercio exterior, las privatizacionesde empresas públicas que persiguen mayor eficiencia enlas economías domésticas) y se pide a los gobiernosmayor eficiencia, eliminar lo superfluo, y hacer políticassociales efectivas». (TM, Economía, 2).

Pero una vez dicho esto, en el epígrafe siguientededicado a la política, párrafos 11 y 12, los obispos secontradicen lastimosamente: «El capitalismo mostrótoda su capacidad de instalar como referencias a lassociedades un cuerpo doctrinal no definido, una serie decreencias no fundadas, un conjunto de tópicos y deintereses revestidos de lenguaje pseudocientífico, al quepretende convertir en pensamiento hegemónico bajo elnombre de neoliberalismo. Este, en asociación almercado, pretende erigirse como síntesis del pensar y elhacer de una modernidad que, según esa concepción,será capaz de superar las crisis del presente.»

¿Qué va a suceder, según estos obispos tan

tenazmente adversarios de la libertad económica?Dicen: «Inevitablemente surgirán dos versiones (oconceptos) de la democracia: la una asociada a lademocracia de mercado (¿o mercado de la democracia?)y la otra a la democracia como escenario de lahumanización. La confrontación entre estas dosversiones dará lugar a nuevos conflictos con loscorrespondientes costos sociales porque, aunque lademocracia no repele al mercado, sin embargo hayciertos puntos donde el mercado parece repeler a lademocracia.»

Lo trágico de esta obstinada resistencia de losobispos católicos a admitir la realidad en materiaeconómica —fielmente reproducida por órdenes comola Compañía de Jesús— le hace un terrible daño a lospobres latinoamericanos, porque contribuye aperpetuar políticas públicas contrarias al desarrollointensivo de nuestros pueblos. Esos disparates, dichosdesde las cátedras universitarias, reiterados desde lospúlpitos y difundidos por todos los medios decomunicación al alcance de la Iglesia, provocan comoresultado la involución o la parálisis del proceso decreación de riquezas y un grave estado de confusiónintelectual que aumenta la frustración de todo elcontinente. Es como si estos ilustres purpurados nopudieran darse cuenta que los veinte países másprósperos y felices del planeta son, precisamente,democracias políticas en las que impera la economía demercado.

¿Qué podrían hacer los católicos lúcidos ante estasituación? Probablemente, crear algo así comoCristianos por la Libertad Económica para salirles alpaso a sus equivocados pastores en el mundano terrenode la economía política. No se trata de un problema defe o de teología. No es un cisma. Es, simplemente, undebate de carácter intelectual con unos señoressecularmente anclados en el error, la incomprensión yel desprecio por la razón. Si los obispos no son capacesde entender el enorme peso ético que hay tras la libertadeconómica y lo que eso significa como responsabilidadindividual; si no comprenden el mercado comoexpresión de la soberanía del individuo; si no soncapaces de valorar la importancia de la competencia yno entienden el carácter ineludible del afán de lucro; sipretenden que una burocracia, generalmente ineficientey corrupta, fije «precios justos» a la infinita variedad debienes y servicios que circulan en la sociedad; sipermanecen ciegos ante el único mecanismo racionalque tienen los seres humanos para la satisfacción de susnecesidades materiales; si continúan empeñados enacercase a los fenómenos económicos blandiendo lautopía de crear «hombres nuevos» que no conozcan laambición y disfruten con el aguijón de la pobreza; siinsisten en condenar a los ricos porque poseen losuperfluo y consumen «codiciosamente»; si yerran alpedir niveles dignos de consumo para los pobres, sinaclarar qué es superfluo y qué es esencial; si persistenen desconocer que las necesidades humanas son

infinitas e imprecisables en número y variedad;entonces lo mejor es ignorar totalmente a estos santosvarones, por lo menos en los asuntos que tan pococonocen, y —de paso— perdonarlos porque,francamente, no saben lo que hacen. Ni lo que dicen.

V. LOS INTELECTUALES

LA INTELLIGENTSIA ENAJENADA

Desde hace por lo menos tres mil años, el intelectualva por la vida como un ser superior. Platón creía que lafacultad intelectual otorgaba un don de mando sobre losdemás y proponía coronar a sus escogidos. ParaAristóteles la contemplación intelectual era la actividadmás estimable. En la Edad Media, al intelectual se lellamaba clérigo, en parte porque lo era y en parteporque la inteligencia parecía indisociable de lateología, la actividad suprema. Cuando la razón coló lasnarices por entre la cota de malla de la teología y elderecho divino, los intelectuales fundaron la eramoderna. Nadie se acordó de los comerciantes y losburgos, que habían desarmado, en la práctica, elmuñeco medieval. Desde entonces, todos los sistemaspolíticos y económicos han prometido la salvación en la

Tierra con razones suministradas por el intelectual, eseclérigo moderno. En algo, pues, Platón acertó: estamosante un bicho de cuidado. Para él, había que cuidarlobien. Para nosotros, hay que cuidarse de él porque sucapacidad de convocatoria y su influencia en la sociedadpueden convertirlo en un peligroso fabricante demiseria.

Los intelectuales, mediante su comportamiento ypensamiento político contribuyeron a impedir durantemucho tiempo que la democracia y la economía demercado —la única capaz de generar prosperidad—arraigaran en nuestras tierras de un modo firme.Incluso ahora, casi una década después del desplomedel Muro de Berlín, los intelectuales parecenempeñados en justificar formas autoritarias de poderbajo el pretexto del «progreso» y enfilan sus baterías, aveces con lenguaje nuevo, contra el viejo enemigo: elcapitalismo. Todas las acciones de gobierno se hanllevado a cabo en un cierto clima intelectual, bajo elinflujo de determinadas ideas, que fueron conduciendoa nuestros países por una senda de dictadura, a vecestotalitaria, a veces populista, siempre enemistada conlas evidencias que la realidad ponía frente a los ojos detodo el mundo y que los propios intelectuales deberíanhaber sido los primeros en ver. Todas las teorías quehan querido explicar la pobreza a partir deconspiraciones internacionales y nacionales, yescudarse detrás de la lucha de clases para justificar elodio al éxito y la empresa libre, han tenido un origen

intelectual. Los gobiernos y los partidos no producenideas: generalmente las encarnan. Quienes lasproducen, o ayudan, mediante su prédica, aentronizarlas, son los intelectuales. Por eso cabe unaresponsabilidad principalísima a esta variante de laespecie en el fracaso político y económico de tantosaños.

La enajenación ideológica, que impedía ver larealidad y hacía pasar gato por liebre cada vez que seanalizaban los fenómenos políticos y económicos, hacausado verdaderos estragos en América Latina y enEspaña. A diferencia de lo que ocurre con un productocomercial, que si fracasa arruina a la empresa que loproduce y vende, una idea equivocada en política oeconomía perjudica al conjunto de la sociedad. Cuandolos intelectuales que se calificaban a sí mismos de«progresistas» irresponsablemente apoyaron todas lastesis que conducían a la pobreza económica y la miseriapolítica, lo que hicieron fue perjudicar a esas mismassociedades en cuyo nombre decían estar actuando,escribiendo, pensando. El socialismo, el desarrollismo,el proteccionismo, el victimismo, las teorías de ladependencia y las distintas formas de combatir elverdadero progreso a las que nos hemos referido ennuestro libro anterior han sido ideadas, justificadas,difundidas y convertidas en prejuicios de numerosasgeneraciones por obra de intelectuales, a veces grandescreadores y personas de merecidísimo prestigioartístico.

Benda, Julien, La trahison des cleros, París, 1927.20

Julien Benda llamó a nuestro siglo —y eso queescribió su famoso libro en los años veinte— «el siglo dela organización intelectual de los odios políticos»20

Aunque en todas las épocas antes citadas losintelectuales han tenido algo que ver con la barbariepolítica, la nuestra ha llevado ese parentesco a su formamás carnal. La mentira política ha estado siemprepresente —la historia sería una excelente cosa, si fueracierta, decía Tolstoy—, pero la época contemporánea,que es la de los totalitarismos y la masificación de lapolítica, ha tenido que usar la mentira ideológica ypolítica de un modo más sistemático y refinado queotras. La dependencia del intelectual con respecto a lospoderes —el Estado, la Iglesia, los mecenas privados—hizo de él, a lo largo del tiempo, un cortesano, un«Zelig» que, como el personaje de Woody Allen, sedisfrazó con gimnástica periodicidad para adaptarse ala cambiante circunstancia. En nuestra época ha sidomayor la necesidad que ha tenido el poder dejustificarse y más angustiosa la necesidad delintelectual, que había trocado el indumento del clérigopor el de ciudadano, por dejar su huella en la historia (elnuevo mecenas ha sido la burguesía, a la que hanservido no sólo los conservadores sino, y de quémanera, los «progresistas»).

Cortesanos y disidentes

Con excepciones notables, los intelectuales europeosy latinoamericanos (y muchos norteamericanos) hanjustificado el fin de la libertad o contribuido a impedirsu despunte. Los persas de Herodoto pensaban que todoel mundo se equivocaba salvo ellos; los occidentalesmodernos piensan —pensamos—que todo el mundotiene razón salvo nosotros. El intelectual parece alérgicoa la democracia, en la que su actividad pierde prestigiopolítico y en la que debe labrarse ese prestigio a partirde méritos propios, y al mercado libre, donde debecompetir con otras actividades humanas sin laprotección platónica que confiere el estatus intelectual.Aunque hemos tenido muchos intelectuales, buenos ymalos, en los más altos escalones del poder políticodemocrático y dictatorial —un Manuel Azaña enEspaña, un Domingo Sarmiento, un José Vasconcelos,un Rómulo Gallegos, un José Sarney, un ErnestoCardenal, en América Latina—, por lo general nuestrosintelectuales han estado relacionados con el poder sóloen la medida en que lo han servido desde posicionesmedias —muchas veces mediocres— o lo han combatidoy pagado un precio por ello. Se da esta constante: elperíodo más mediocre, o menos glorioso, para losintelectuales ha sido el democrático. En dictadura, porlo general han servido a un poder que los necesitabapara justificarse, mientras que una minoría, a vecesnumerosa, se le ha puesto al frente. Cortesano o

Aron, Raymond, L’opium des intellectuels, París,21

1955.

disidente parecen ser sus dos funciones políticas.Tampoco le interesa mucho cotejar sus ideas con larealidad. «El intelectual de izquierda», decía Aron(hubiera podido incluir a muchos de derecha), «cometeel error de reclamar, para ciertos mecanismos, unprestigio que sólo pertenece a las ideas: propiedadcolectiva o método de pleno empleo deben ser juzgadospor su eficacia, no a partir de la inspiración moral desus partidarios». Por lo general, nuestra intelligentsia21

(término que —vaya ironía— inventó la Rusia del sigloXIX) nunca ha defendido aquello que la realidad eracapaz de comprobar. La medida de la validez de unaidea política no ha dependido de su verificaciónpráctica; y la aprobación de un hecho público ha estadocondicionada al grado de cercanía o lejanía de ese hechocon respecto a la idea preconcebida.

La historia de nuestra literatura está plagada degrandes nombres que si fueran juzgados sólo por elsigno de su compromiso político serían expulsados delOlimpo. Nuestros intelectuales de hoy miran atrás yobservan que nada —ni siquiera las peores ignominiaspolíticas— impidió que ciertos grandes artistasalcanzaran la gloria. Advierten que, a diferencia de loque hace con los políticos, la historia nunca juzga a losintelectuales y artistas a partir de su comportamientopolítico. ¿Quién se atreve a negar que Quevedo, ese

genio conceptista del barroco español, merece un lugarde privilegio entre nuestros poetas y prosistas clásicos?Que fuera un representante artístico de la moral oficial,de la teología de Estado, casi un integrista religiosocapaz de producir «La política de Dios, gobierno deCristo y tiranía de Satanás», un texto que hubierapodido suscribir Joseph de Maistre, no lo condenó a lasllamas eternas. Que sirviera al duque de Osuna, virreyde Sicilia y Nápoles y uno de los personajes máscorruptos de los siglos XVI y XVII españoles, y que cayeraen desgracia junto con él —sus huesos fueron a parar ala cárcel por orden del Conde Duque de Olivares—, noquita a Quevedo, por lo demás un decidido antisemita,un ápice de gloria. Era la época, dicen algunos. Noimporta que Cervantes, contemporáneo suyo, nuncadefendiera el estado teológico y más bien, desde su muyescasa fama en vida, apreciara la libertad (trabajó, atemprana edad, durante un tiempo corto, para elcardenal Acquaviva, pero éste ha pasado a la historiamás bien por su independencia conflictiva frente alpoder político). A Quevedo no lo juzgamos por lo queotros —seres muy excepcionales— sí fueron capaces dedefender o no defender, sino por la época que le tocóvivir. Si no hiciéramos esto, su justificada gloria literariamermaría. Aun menos rigor merecen, desde luego, losartistas que no eran intelectuales. ¿A quién le importaque casi toda la obra de Velázquez fuera hechasiguiendo órdenes de Felipe IV? ¿Y quién protestaporque Lope de Vega fuera colaborador de la

Benda, Julien, Ibíd.22

Inquisición? En todo caso, a los intelectuales sólo losjuzgan otros intelectuales, sus pares, y nunca lasvíctimas o beneficiarios de los sistemas que propugnan,lo que les confiere de entrada una suerte de impunidadmoral.

Para entender el compromiso político del escritorcontemporáneo, hay que mirar atrás. Es un proceso queviene de lejos, por lo menos desde el siglo XVIII. Algoextraño ocurrió a partir de ese momento. Losintelectuales, que se habían dedicado a pensar,decidieron que era la hora de actuar. Empezaron aconcebir su rol de pensadores en función de los efectosque podían tener en la sociedad. «El desplazamiento dela moral», dice Julien Benda, «es la clave del clérigomoderno». Ella descendió, del lugar elevado y distante22

en que estaba confinada, a la caldera de los hechospolíticos, aquí en la Tierra. Aunque antes de esas fechasalgunos escritores se habían pronunciado en materiaspolíticas —allí están John Locke, o, en 1644, el Discursopara la libertad de imprimir sin autorización nicensura, de John Milton—, fue en ese momento cuandoel intelectual empezó a divinizar la política.

En el siglo XIX, la política se volvió cada vez más unaciencia, gracias a Augusto Comte, un francés influidopor Saint-Simon y la era de la Ecole Polytechnique quellegó a tener una cataclísmica influencia en AméricaLatina. Se le han atribuido, en algunos casos con

exageración, todos los desastres propios de laconversión de la política en ciencia. Pero el positivismoempujó a los intelectuales a ver la política como unaciencia con leyes, y, en el clima moderno, a subordinarla moral a la voluntad triunfante en el teatro de laacción política. El hombre, como dijo Fichte sin saberque el asunto lo tocaba a él también, quiso «buscar elcielo desde la Tierra».

Por distintas vías, los intelectuales fueron llevandola ciencia y la utopía políticas a sistemas, valores osimples intuiciones que, al final del camino, negaban lalibertad. El proceso iba por dos vías distintas hacia unmismo puerto: los que abogaban por la utopía delprogreso revolucionario y los que, en contra de esaciencia, se aferraban a valores tradicionales propios deun orden donde no reinaba el individuo libre. Losalemanes —un Fichte, con su idealismo, un Lessing, unSchlegel, con su romanticismo, un Nietzsche, con sussuperhombres voluntaristas, un Hegel, con sujustificación de la violencia a partir de la razón—elaboraron pensamientos, teorías y una mística quehicieron del patriotismo el valor supremo. En el caso delos franceses, allí están desde un Babeuf, que en 1796,poco antes de morir, proclamaba que el«robespierrismo es la democracia» hasta, en el bandocontrario y unas décadas después, el más inofensivosentimentalismo conservador de Balzac o Flaubert (yquizá el primer Victor Hugo), o, más a la derecha, elprotofascismo de un Gobineau, que publicaba su

Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, y,un poco más tarde, el extremismo de un Maurraso unBarrés, suerte de expresión política de las tesistradicionalistas y cuasi integristas de De Maistre.

Algunos creen que el salto de los intelectuales delmundo especulativo al mundo de los hechos terrenalestuvo que ver con el Estado nación. Mientras no huboEstados nación, los Aquino, los Bacon, los Erasmo, losGalileo, especulaban genialmente; cuando los hubo, losintelectuales bajaron la mirada a la Tierra. ComoAlemania e Italia no se hicieron Estados nación hasta elsiglo pasado, en esos lugares el proceso se retardó—pero hay que ver con qué fuerza llegó cuando losintelectuales justificaron al imperio de Federico y, mástarde, el nazismo—. Es una paradoja sólo en aparienciaque Hegel fuera un defensor del Estado prusiano y almismo tiempo el inspirador de Marx, padre de larevolución proletaria. En Francia, Maurras hablaba de«la diosa Francia», Sorel pedía no dejar en manos delproletariado el monopolio de la pasión de clase; en elReino Unido, Kipling cantaba la gloria del imperialismobritánico. Todos sentían el llamado de la nación y o delEstado.

No hay que exagerar: hubo también quienesdefendían la libertad, incluso si estaban influidos por ladivinización de la política y el imperio de la razón enestas materias. Gentes como Tocqueville, Montesquieu,el propio Voltaire, Constant y alguien como Zola, con suvaliente Yo acuso en defensa del injustamente

condenado capitán Dreyfus, acuden rápidamente a lapunta de la lengua. Y, por supuesto, en el mundoanglosajón destellan los nombres de Locke, Smith,Hume y otros. Pero, en general, de esa transformaciónde la función del intelectual y de la política misma —deese espíritu moderno—, resultó la defensa de la utopía,la ilusión de la sociedad perfecta, la sublimación delEstado, la colectivización de la idea del hombre, y ello,en términos prácticos, ha significado desde ladegeneración de la revolución francesa y la perversiónde la democracia hasta el totalitarismo contemporáneo,es decir el ocaso de la libertad.

En nuestro siglo, muy pronto el intelectualsucumbió a la tentación fascista o se situó en susmárgenes. No hablamos sólo de los D’Annunzio,Pirandello, Papini, Marinetti, Ungaretti (luegoestalinista) y, temporalmente, Benedetto Croce, o, enzona alemana, un Heidegger, que era enemigo inclusode las traducciones. También de nada menos que Yeats,Eliot o Pound. Y el estalinismo capturó el espíritu debuena parte de los demás intelectuales. A diferencia delfascismo, que perdió crédito intelectual con el colapsode su expresión política, el estalinismo no lo ha perdidodel todo ni siquiera en nuestros días, por más que sedisfraza de otro nombre.

La influencia del positivismo causó estragos enAmérica Latina. Aunque era un arma de doble filo, puestambién acercó a algunos intelectuales y formadores deopinión al liberalismo, por lo general tuvo el efecto de

justificar el despotismo Y la concentración del poder enpocas manos. Si todo quedaba reducido a un empirismocientífico, y sólo unos pocos tenían en sus manos elconocimiento de lo científico, las repúblicas americanaspodían justificadamente ser gobernadas por unos«escogidos». En México, por ejemplo, el escritor JustoSierra, uno de los más famosos positivistas de la épocay autor del primer código civil de su país, contribuyó acrear el clima que más tarde produjo la dictadura«modernizadora» de Porfirio Díaz. En Brasil, lospositivistas atacaron frontalmente a la monarquía ylograron, socavándola primero, y reemplazándola por larepública después, que los militares entraran a hacersecargo de los asuntos políticos. El «progreso» parecíajustificarlo todo.

¿Hasta qué punto la influencia de Comte en un paíscomo México, metabolizada a través de Justo Sierra y delos «científicos» que dominaron el gobierno de PorfirioDíaz, no retardaron el surgimiento de una sólidaeconomía de mercado? ¿Hasta dónde Comte, leído conmucho cuidado por el colombiano Rafael Núñez y por elvenezolano Guzmán Blanco no tiene una huella en esosgobiernos de mano dura que —junto a ciertos logros—dejaron en la miseria a grandes masas de la población?¿No hay en Comte y en sus epígonos unaresponsabilidad moral como fabricantes de miseria?

Nuestro panorama intelectual está bastanteimpregnado de lucidez en el siglo XIX, a diferencia de loocurrido en el siglo XX. Algunos más cercanos al

conservadurismo, otros liberales sólo en ciertasmaterias, tenían sin embargo en común su apuesta porla convivencia civilizada bajo un Estado de legalidad, lademocracia política y el desmantelamiento paulatino deaquella herencia española —por ejemplo el peso de laIglesia en los asuntos de Estado— que impedía lacreación de una sociedad más libre que la anterior. Elvenezolano Andrés Bello es quizá la figura intelectualmás importante de la primera mitad del siglo, delmismo modo que el argentino Juan Bautista Alberdi esla principal cabeza liberal de la segunda mitad (sinlograr este último la fama de un José Martí, a quienacompañaba, además del talento intelectual, la grandezadel hombre de acción). Bello, que estaba a caballo entreel liberalismo y el conservadurismo, fue un humanistaexcepcional, una figura un poco patética en medio deaquella turbulenta época de frustraciones republicanasy de sueños bolivarianos hechos trizas. En Londres,donde frecuentó la biblioteca de Francisco de Miranda,otra lumbrera que se adelantó a su tiempo, Bellocoincidió con un buen número de pensadores de lenguacastellana, muchos de ellos españoles, que habíanconvergido en Inglaterra huyendo de la Españaautoritaria del Fernando VII que había dado la espaldaal liberalismo. Como otros, pensaba que elromanticismo era inseparable del liberalismo (fueVicente Llorens Castillo quien dijo «románticos a fuerde liberales»). El propio Lord Byron, que había decididopelear por la idea liberal, había dudado entre la América

hispana y Grecia para ir a librar su batalla, y optandofinalmente por Grecia, adonde viajó en un bergantín denombre «Bolívar»... Bello, en cambio, se decidió porAmérica. Trasladado a Chile en 1829, dondepermaneció hasta su muerte, Bello inspiró en parte laconstitución de 1833, un texto flexible que permitióciertos gobiernos autoritarios hasta mediados de siglopero que también auspició, a partir de los añoscincuenta, una era de gobiernos liberales responsablesde que ese país se colocara a la vanguardia delcontinente en cuanto a instituciones políticas y sociales.Fustigó la censura eclesiástica y contribuyó a sudesaparición, elaboró el código civil, al que incorporó elelemento consuetudinario que había aprendido delderecho británico liberal, e iluminó a los chilenos enasuntos de derecho internacional a partir de unaconcepción integradora y globalizadora de la políticaexterior. Logró cambiar algunas de las restricciones a lalibertad económica, como la prohibición de vender lastierras —que estaban vinculadas—en la rica zona centraldel país o el impedimento para que los no católicosheredaran propiedades. Senador, consejero depresidentes y rector de la Universidad de Chile, Bello nofue un revolucionario liberal. Su talante más bienconservador lo llevó a preferir el método gradual en latraducción de sus ideas de libertad al mundo de loshechos, lo que explica que no aboliera el catolicismocomo religión oficial, que no llegara a introducir elmatrimonio civil —aunque sus discípulos luego lo

hicieron— o que no quebrara del todo el privilegio de laprimogenitura. Su propia vida —a pesar de haber sidotutor de Bolívar fue exiliado por sus ideasindependientes y poco monárquicas— constituyó unejemplo de conducta liberal, a contracorriente de lamarcha de los acontecimientos en el continenteamericano. Cultivó todas las humanidades y se atrevióa predicar la reconciliación cultural con España, alrescate de la tradición europea sin despreciar esainflexión de la historia de Occidente que era su propiocontinente, como resulta obvio en su Alocución a lapoesía, donde pide a los poetas americanos buscar vigoren su propia historia, o en Silva a la agricultura de lazona tórrida, donde habla del suelo americano comouna base para crear una sociedad racional (la poesía deBello, algo densa y tradicional, fue menos brillante queotras de sus facetas). Su idea del hombre y la sociedadera internacional, global.

Liberales benévolos

Para un liberal latinoamericano de fines del siglo XX

resulta melancólicamente reconfortante entender quenuestro siglo XIX tuvo a muchos intelectuales liberalesque de haber influido más en el curso de los hechoshabrían impedido nuestro catastrófico siglo XX —y elapogeo de la idiotez de nuestros intelectualescontemporáneos—. El grupo liberal más destacado fue

el argentino, reunido en la Asociación de Mayo, conAlberdi, Sarmiento y Bartolomé Mitre. El último fue unhombre de acción, el segundo combinó la acción con laobra literaria y el primero fue esencialmente unpensador, autor del libro liberal más importante delsiglo: Bases y puntos de partida para la organizaciónpolítica de la República Argentina. Este libro tuvo unainfluencia decisiva en la constitución de 1853, clave dela prosperidad argentina entre la segunda mitad delsiglo XIX y el declive de los años treinta, en este siglo,propiciado por el masoquismo político. Al ser hombresde acción, el liberalismo de los otros dos debe sermatizado, pues en el tumulto de la época más de una vezdebieron actuar de un modo que contradecía la entrañaliberal de sus ideas, tanto en el combate militar a partirde la vieja división entre unitarios y federales —ellosimpusieron la unidad—, o, una vez en el poder, porrazones de intervencionismo mediante la obra pública.Pero Mitre creó nada menos que el diario La Nación ySarmiento escribió algunos libros importantes, entreellos su portentoso Facundo o civilización y barbarie,beligerante texto liberal bajo la forma de una biografíadel caudillo brutal y federalista Facundo Quiroga, en elque se ataca sin tregua a Juan Manuel de Rosas, laencarnación del autoritarismo argentino del XIX. Allítambién se enfrentan los valores «civilizados» delBuenos Aires cosmopolita y abierto a los «bárbaros» delgaucho, y los de la ciudad de Córdoba, con su pesadainfluencia española, a los de —otra vez— Buenos Aires,

Debe agradecérsele a Bilbao, liberal en muchas23

cosas pero no en todas, que en su exilio peruano fuerauna de las pocas voces intelectuales que abogó por laabolición de la esclavitud en ese país.

con sus aires sajones. Otros enemigos de Rosaspredicaban el liberalismo, aunque fuera con elcontradictorio título de Dogma socialista (EstebanEcheverría).

En otras partes también arremetían contra laherencia autoritaria colonial. Por ejemplo FranciscoBilbao en Chile y, bajo el ropaje de la ficción, el23

mexicano Fernández de Lizardi en la primera novelaque se publicó como tal en la América Latina, Elperiquillo sarniento, que con un estilo anacrónico depicaresca española hacía la crítica del colonialismoespañol y proponía, sutilmente, los valores liberales queotros expresan de forma más intelectual.

Pero había, también, en las antípodas delliberalismo, un vago fermento «nacionalista» queexpresaba una tensión entre los valores tradicionales,vernaculares, y los exteriores, europeos, cosmopolitas.Esa herencia será más tarde exacerbada por elindigenismo, una de las formas de subdesarrollointelectual del siglo XX. El tema de la dicotomía entre latradición y la modernización obsesionó al siglo XIX. Lagran obra literaria que tiene al gaucho como temacentral es El gaucho Martín Fierro, publicada en dospartes, tras la caída de Rosas. En ella se habla del mítico

potencial del gaucho, pero en un mundo que vadesapareciendo arrollado por la modernidad. En Brasiltambién hay quienes quieren rescatar al indígena ycontraponerlo a la corrupción modernizadora, como elromántico Antonio Gonçalves Dias, el amigo delemperador Pedro II, autor de Cançao do Exilio, poemaen el que el indio tupí simboliza el espíritu nacional y enel que se idealiza el origen del Brasil. José Alencarpretende fundar una literatura nacional a partir de unrescate del indianismo para dar a mulatos y mestizos unpasado nacional y una leyenda histórica, pero lo hacecon más prudencia, incorporando elementos de laherencia colonial. En Cuba —en verdad, en el exilio,donde luchaba por la independencia de su país— CiriloVillaverde combate contra la esclavitud bajo el manto dela famosa novela Cecilia Valdés. En todos estos casos,no estamos ante un protoindigenismo todavía, pero síante una inquietud vagamente «nacionalista». Laexcepción es el poeta ecuatoriano José Joaquín deOlmedo, autor de La victoria de Junín, que lleva laidealización del indio a un extremo que acaso loemparienta con los indigenistas posteriores.

En realidad nada había que reprochar alindigenismo o a algunas expresiones del nacionalismosi no hubieran estado impregnadas de un cierto rechazoa la modernidad de corte occidental. Cuando una figuracomo el venezolano Francisco de Miranda reivindica elincanato y propone su restauración, aunque supropuesta haya tenido poco eco, contribuye a la

confusión ideológica y al atraso económico, porque noes ciertamente con esas tiranías guerreras donde podíaaliviarse la miseria de nuestros pueblos, sino en elmodelo democrático que desde el siglo XVIII

acompañaba a la revolución industrial de los ingleses.¿No hay en ese indigenismo un caldo de cultivo con elque se elaboraría nuestra secular miseria?

En todo caso, no eran estos «nacionalistas» losúnicos que divergían, abierta o indirectamente, de losliberales. Estaban, por supuesto, además, losnostálgicos de la colonia, como Jorge Isaacs, autor de lanovela más famosa del XIX, María, añoranza de unmundo hispano intocado que se apresta a ser barrido, oRicardo Palma, en el Perú, que la reconstruía con ironíaen sus Tradiciones peruanas.

El conflicto ideológico entre liberales yconservadores fue el hilo conductor de buena parte delsiglo XIX. En México, el cura José María Luis Mora,figura intelectual de la época, defendió el liberalismoradical —la propiedad privada, la supresión dearanceles, la desamortización de los bienes de laIglesia—, aunque un poco después, en los años treinta,aceptó de parte del gobierno conservador de su país algode intervencionismo. Las reformas liberales de BenitoJuárez, emprendidas en los cincuenta, deben mucho alas ideas de Luis Mora. En la trinchera conservadora, elhombre clave fue Lucas Alamán, ideólogotradicionalista enfrentado al liberalismo —aunque nonecesariamente en el terreno económico— e influencia

notoria en los gobiernos conservadores de su tiempo.En Brasil se vivió parecida lucha ideológica. JoséBonifacio de Andrada de Silva fue el arquitecto de latransición a la independencia. Era un liberal de ideas yun conservador de ritmo y método, que no quisodestruir toda la herencia colonial, previendo que por esecamino se podía desembocar en un extremo autoritarioy en una utopía colectivista. Un conservador integral fueMachado de Asís, el mejor escritor brasileño del XIX, unmulato hijo de padres que servían bajo un terrateniente.Epiléptico y corto de vista, este genio incorporó lamodernidad literaria europea (fue precursor de la graninnovación técnica de la literatura del siglo XX

latinoamericano), pero en política reaccionó contra elpositivismo y su racionalidad científica. Aunque erapartidario de la monarquía, resultó en cierta forma elcronista del tránsito hacia la república y su equilibrioentre la conciencia individual y la demanda del ordensocial hicieron de él alguien que quería atemperar lasínfulas del liberalismo más que sofocarlas del todo.

Este rápido recuento del panorama intelectual delXIX nos habla de una tradición liberal que, aunquecontestada desde el conservadurismo y el nacionalismo,llegó a ser poderosa en América Latina. En algúnmomento se perdió. Con excepciones temporales comola argentina, no llegó a cuajar nunca en la realidad deunas repúblicas donde campearon el autoritarismo, elmercantilismo y el patrimonialismo.

España

También en España, un poco más tarde que enAmérica Latina, la realidad va a frustrar el fermento decorte más o menos liberal de toda una era intelectual.Hablamos no de mediados tanto como de fines del sigloxix y comienzos del XX, de esas generaciones a las que laguerra civil vendrá pronto a desollar intelectualmente.La España que desemboca en la crisis de 1898, laEspaña de la restauración, la de Cánovas del Castillo ySagasta, es una España que, si bien tiene el mérito deunos gobiernos conservadores que han alternado en elpoder y han intentado consolidar unas institucionesalgo democráticas promoviendo una mayorparticipación, sigue reflejando un orden caduco, sin lasuficiente energía creativa y libertad para asumir lamodernidad e incorporar sus beneficios, a la manera deotros países. La derrota de 1898 lleva a todos loshogares españoles la cruda realidad de esta crisis desistema, de nación, de Estado. Era una España atrasada,pálido reflejo de la que cuatro siglos antes habíainiciado la conquista de medio mundo. En ella, la tierraaún ocupaba al 70 por ciento de la población, elanalfabetismo tocaba al 67 por ciento, la Iglesiacontrolaba la educación y el 15 por ciento proletariotrabajaba en fábricas obsoletas. El resto vegetaba en laadministración pública. La Iglesia, con curas de misa yolla, el ejército, con más de veinticinco mil oficiales ycien mil soldados, y la aristocracia, con tres mil

Las cifras figuran en el texto «La regeneración del24

98«, de Francisco Pérez de Antón, Crónica, 6 defebrero, 1998.

todopoderosos, reflejaban un mundo estático, renuentea la movilidad del mercado y la democracia plena. Esa24

España estaba bien para leerla en las novelas de Galdós,no para vivirla. Pero surge una ola de intelectualesespañoles que postulan una regeneración de lasinstituciones de España, una renovación política,incluso antes de la célebre generación del 98. Ellospiensan que el cambio sólo lo puede producir la clasemedia. El iniciador de esta corriente que quiereregenerar a España —sus ideas serán luego recogidasentre otros por el propio Ortega y Gasset— es unintelectual humilde, Joaquín Costa, que sentencia: «Hayque dejar de llorar sobre los recuerdos del pasado yechar doble llave al sepulcro del Cid.» A su generación,y a su familia intelectual, que es liberal-conservadora,pertenecen también Angel Ganivet, Giner de los Ríos,Ricardo Macías Picavea, el liberal que habla del«problema español». Es un espíritu, recogido por lageneración del 98 sólo una vez que estalla la crisis deconfianza en el país fruto de la derrota en el Caribe yFilipinas, que quedará sepultado bajo la guerra civil ylos cuarenta años de dictadura de Franco. Como enAmérica Latina, la realidad dejará en el vacío unatradición que si hubiera podido cuajar en los hechospúblicos habría permitido ahorrar muchas décadas de

Quimette, Víctor, Los intelectuales españoles y el25

naufragio del liberalismo (1923-1936), 1, Pretextos,Valencia, 1998.

Aguinaga, Blanco, Juventud del 98, Crítica,26

Barcelona, 1978.

barbarie. Es, como dice con justicia Víctor Quimette, el«naufragio del liberalismo» en España.25

Las figuras de la generación del 98 compartieronuna juventud radical, reflejo de la situación política, y,con la excepción de Antonio Machado y, en menormedida, Valle Inclán, pasaron de un encandilamientocon la lucha de clases a una perspectiva contraria,enemistada con la revolución, desde la cual escribieronsus mejores obras. Ha dicho, con razón, BlancoAguinaga que lo que queda de ellos es una obrametafísica, agónica, escéptica, existencial. Cualidades26

todas que en la España de la guerra civil y el largofranquismo quedaron desfasadas durante muchos años—salvo en el caso de los que se pasaron al franquismo—.Se señala con poca frecuencia el grado de compromisoque esa generación llegó a tener en su juventud con larevolución. Se trataba de pequeño-burgueses en unaépoca con promesa de movilidad social y, en su caso,con la obligación de valerse por sí solos en el mercadopues el mecenazgo había terminado en el siglo XIX. Nopertenecían a la aristocracia ni al pueblo y se sentían encierta forma la clase escogida para el cambio que

Aguinaga, Blanco, Ibíd.27

España requería. Su problema era la confusión entre losvalores refractarios a la herencia decimonónica y laopción revolucionaria propiamente, que secuestró esasaspiraciones sin dejar espacio para un pensamientolibre.

Unamuno fue marxista en sus años mozos y luegosocialista más bien radical, y escribió en La lucha declases de Bilbao (en una carta le decía a «Clarín»: «Yotambién tengo mis tendencias místicas pero éstas vanencarnando en el ideal socialista.») Andaba algo27

confundido porque interpretaba que las ideaspositivistas de Herbert Spencer sobre el desarrolloorgánico y científico de la sociedad eran unademostración de que el camino hacia el socialismoestaba ya trazado, cuando el filósofo británico creía queel camino conducía al liberalismo. En su madurez, porsupuesto, Unamuno renuncia a todo materialismo yhasta apoya temporalmente el golpe militar fascista.Luego, arrepentido, desemboca en un granescepticismo. El propio Azorín, que después evolucionóhasta el conservadurismo y se deslizó hacia elfranquismo (todavía en 1945 elogia al caudillo militar),fue de joven un anarquista, cuando firmaba comoMartínez Ruiz, que escribía en El pueblo de BlascoIbáñez y atacaba el «marasmo soñoliento» de la Iglesiay el militarismo. Publicó en 1895 Anarquistas literariosy años después hasta fue miembro de la Agrupación al

Azorín, Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1959.28

Servicio de la República (antes de eso, siemprecontradictorio, había sido diputado del conservadorAntonio Maura; durante la dictadura de Primo deRivera reservó sus críticas para la prensa argentina). En1947, en su «Advertencia Importante», prólogo a susObras Completas publicadas poco después, searrepiente de todo: «Mi catolicismo firme, limpio,tranquilo, ha compensado ya, creo yo, con muchos, conmuchísimos libros de ideas justas y serenas, ortodoxasy españolísimas, esos diez, doce, catorce librillosjuveniles en los que fue mucho más el ruido que lasnueces.» El Azorín literario valía más en sus años28

maduros; el político, a su pesar, valía mucho más en suiconoclasia juvenil. Blasco Ibáñez, por su parte, fuetambién a comienzos de siglo un radical anarquista quearremetía contra todo (en su Historia de la revoluciónespañola la emprende contra la España de larestauración), pero a diferencia de Azorín no sedesplazó hacia el conservadurismo rancio sino hacia lacelebridad internacional y el éxito comercial, que loprotegieron contra la tentación fascista. Ramiro deMaetzu, en cambio, otro joven radical de la generación,se pasará con cama y mesa al fascismo, apoyando aPrimo de Rivera y luego la resistencia contra larepública (muere asesinado en la cárcel en 1936). PíoBaroja, que intentaba sacar a España de su«africanismo», no se dejó encerrar en la cota de malla

del pensamiento tradicionalista, prefiriendo, según supropia definición, ser el pequeño industrialindividualista que escribía por aburrimiento, aunquequedó un poco anclado en la España anterior a la guerracivil. Machado y Valle Inclán son de los pocos de esageneración intelectual que avanzan en su madurez porla vía de la izquierda radical hacia la república en suversión radical. No es la única ironía de esta generaciónque, mientras algunos fueron de la revolución alfascismo, otros, como Valle Inclán, fueron de latradición monárquica, legitimista y católica —cuandoescribía literatura «pura» y modernista— alrepublicanismo revolucionario —cuando describía el«esperpento» español—. En el colmo político, elMachado republicano llegó a ser grotescamenteutilizado, después de su muerte, por el franquismo, quecreía leer en su poesía la «España eterna».

Los acontecimientos políticos de la España de laprimera mitad de este siglo delataron en losintelectuales una incapacidad para optar por lademocracia liberal y una fascinación por las dos formasde totalitarismo, el fascismo y el comunismo. Muchosde ellos, a izquierda o a derecha, combatieron alenemigo correcto desde la trinchera equivocada.Aunque es cierto que en un clima de guerra civil y,luego, de dictadura fascista la opción de la democracialiberal se queda sin espacios, el hecho de que hubieraalgunos intelectuales españoles haciendo esfuerzostitánicos para situarse en esa zona prohibida permite

colegir que no era del todo imposible y, en todo caso,que las justificaciones de los otros no son moralmenteaceptables. Sería ingenuo creer que un mayor apego alos valores de la democracia y la libertad por parte delos intelectuales españoles de la primera mitad del siglohubiera acelerado la transición que sólo se produjo enlos años setenta, pero no hay duda de que sucontribución a la confusión política y moral fue grande.

Entre los partidarios de la república estuvo, porsupuesto, la mítica figura de García Lorca, cuya muerteen plena guerra civil lo salvó, para la memoria del siglo,de la complicidad demasiado infamante con los peoresexcesos del totalitarismo encaramado en la banderarepublicana. También estuvo Rafael Alberti, queparticipó por consigna del boicot contra André Gidepara impedir que presidiera en 1937 el II Congreso deIntelectuales Antifascistas por su denuncia delestalinismo, que ha seguido siendo comunista hasta suvejez nonagenaria y de quien Neruda dijo que «inventóla guerrilla poética». Todos admiramos su poesía y sudistinguida vejez, pero cabe preguntar: si un poetaimportante se declarara aún hoy, con todo lo que esapalabra comporta, fascista, ¿gozaría del unánimerespeto de que goza Alberti en España? A algunos lostrataron de convertir a la causa de la república radicalaunque no estuvieran tan convencidos de sus méritos.Otros, como Pérez de Ayala (el liberal de «la

Quimette, Víctor, Ibíd.29

racionalidad») y Américo Castro, defendieron a la29

república con moderación, porque en esa circunstanciael fascismo era el enemigo a combatir, y se exiliaronmuchos años sin volverse comunistas (la lista deexiliados es tan larga que nombres como los de AntonioMachado, Juan Ramón Jiménez, el propio Alberti, LuisCernuda, Max Aub, Joaquín Xirau, José Bergamín,María Zambrano o Salvador de Madariagarepresentaban apenas un puñado). Buero Vallejo fueconsecuente en la defensa de la república y acabó preso—compartió cárcel con Miguel Hernández en el penal deOcaña—. Tiene el mérito de haber roto la barrera de lacensura a partir de 1949 publicando en España muchoteatro de claro contenido alegórico y por momentos conestilo realista, desde un humanismo refrescante paraaquellos años negros. Fernando Arrabal, otrodramaturgo de nota, más joven, vacunado contraFranco por la desaparición de su padre, un oficial leal ala república, cuando él era un niño, y contra elcomunismo por su vena surrealista, no pudo burlarlasiempre y permaneció en el exilio. Hubo artistas que,como Luis Buñuel, combatieron al franquismo desde elanarquismo —un anarquismo suficientementeconsecuente como para abominar también delestalinismo.

Ya durante la dictadura de Primo de Rivera, antes dela guerra civil y del surgimiento de Franco, algunos

intelectuales habían asumido la dictadura militar.Otros, es cierto, la combatieron y debieron exiliarse—Unamuno es el ejemplo más notable— y hubo quienes,como Ortega y Gasset, convivieron con ellaincómodamente. Sus adversarios le achacaban a Ortegauna cierta complicidad con Primo de Rivera, pero nuncaha habido evidencia de ella; más bien, hay pruebas deque fue censurado por el dictador en los últimostiempos de su régimen. Un buen número deintelectuales se convertirían con los años en devotos delotro Primo de Rivera, el fundador de la Falange, y lotendrían como referencia cuasi mística durante elfranquismo. De ellos, Pedro Laín Entralgo —que recibióel Premio José Antonio Primo de Rivera— y TorrenteBallester, que citaba con frecuencia al dictador, son losmás conocidos y siguen vivos. Precisamente LaínEntralgo, Torrente Ballester y Dionisio Ridruejoconstituirían, alrededor de la revista Escorial, que salióen 1940 anunciando que quería servir a la Falange como«mirador de la intelectualidad española», un núcleo deapoyo intelectual al franquismo y, en el campointernacional, al nazismo. Laín Entralgo fue uno de losveinticinco autores que publicaron Corona de sonetosen honor de José Antonio Primo de Rivera, enBarcelona, en 1939. Más bien surrealista fue el caso deSalvador Dalí, que regresó a España después de pasarun tiempo en el exterior y creyó conveniente declararsefranquista —y los surrealistas lo declararon hereje.

Hay que decir que Laín Entralgo, desde su

falangismo, estaba distanciado del sector más cerradoen el plano cultural, que era el católico, y trató depromover una apertura cultural desde su adhesión alrégimen. En España como problema, en 1949, sepermitió incluso rescatar la tradición liberal de lageneración del 98. También franquista, aunque másmoderadamente, fue Miguel Delibes, escritor católicoque luego se conduciría de forma respetable en lademocracia. En cambio, el falangista José MaríaValverde jugaría en tiempos democráticos la cartapseudoprogresista más demagógica, como tantos otrosperiodistas e intelectuales españoles, para limpiar elpretérito. Laín Entralgo y Torrente Ballester (esteúltimo obtuvo en 1938 con un auto sacramental elprimer premio del régimen de Franco para ese género),se aclimatarían decentemente a la democracia sinnecesidad de inventarse una imagen de izquierda paracambiar el pasado —muchos españoles les reconocerían,con justicia, su evolución democrática sin truculenciasni imposturas.

Camilo José Cela, el Premio Nobel español, autor deuna obra muy justamente considerada, fue otrointelectual franquista destacado. Peleó en la guerra,trabajó de joven en los Sindicatos Verticales, colaboróen Arriba, el medio más emblemático del régimen, y fuecensor de una publicación religiosa de pocaimportancia, un cargo que él justifica porque creyó quede esa manera podía hacer pasar por el cernidor elmayor número de textos. Es justo decir, asimismo, que

fue víctima del régimen al que apoyó, pues tambiénresultó censurado y debió publicar La colmena enBuenos Aires, en lugar de Madrid, en los años cuarenta.Para solaz de sus lectores, no se aplicó a sí mismo lacensura: sus primeras obras, libérrimas, escandalosas,innovadoras, refrescaron la vida cultural española ycontradijeron admirablemente su aquiescencia política(y alguna literaria, como la novela La Catira quecomplació a Pérez Jiménez, el dictador venezolano). Laposterior evolución de Cela hacia la democracia, sindemagogia de izquierda, también es algo que hoy seagradece en España.

La gran figura intelectual de la Españainmediatamente posterior a la generación del 98 fue sinduda José Ortega y Gasset. De ambas generaciones, ladel 98 y la del 14, él es, junto con Madariaga y elGregorio Marañón de Ensayos liberales, una de laspoquísimas figuras de relieve a las que puede llamarsedemócrata, liberal y moderno en términos políticos. Sucaso sintetiza bien el drama al que se enfrentaba unintelectual español en aquellos años, obligado a navegarentre Escila y Caribdis para no caer en el fascismo ni enel estalinismo, las dos opciones que se disputaban amuerte las conciencias. Fue siempre un hombreconvencido del vicio esencial del socialismo. No era unfascista y tenía una clara conciencia liberal de lasreformas políticas que había que introducir en laEspaña que no se había restregado las legañas del sigloXIX (en materia económica, en cambio, preocupa su

Sus valientes textos de crítica a la república a la30

que apoyaba figuran, bajo el título genérico de«Rectificación de la república», en el volumen 11 de susObras Completas (Alianza Editorial, Madrid, 1983).

olímpico desinterés). Por ello apostó por la república enun principio —en 1930 fue una figura clave de laAgrupación al Servicio de la República—, pero aladvertir su degeneración y su secuestro por losenemigos de la libertad tuvo el coraje de criticarla, deproclamar «no es esto, no es esto» y distanciarse deella. Con el estallido de la guerra intentó casi un30

imposible: distinguir entre la cara liberal del FrentePopular, digamos la que encarnaba Azaña, y latotalitaria. Esta ambigüedad ha sido utilizada por susenemigos para acusarlo de respaldar a los nacionalistasde Franco, pero, salvo el hecho circunstancial de que sushijos combatieran en ese bando, no existe mayorevidencia de ello. Que criticara al sector totalitario de larepública en el exterior —por ejemplo en el Times deLondres— no hacía de él un fascista. Tuvo luego queexiliarse y allí creció su nostalgia por España, sudesgarramiento por un país que había eliminado de suhorizonte toda opción que no fuera la totalitaria, altiempo que iba en aumento su gran prestigio europeo.La posibilidad de restaurar un cierto orden democráticopor vía de la monarquía lo llevó a considerar esta opcióny, a fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando parecíaque la derrota del Eje tendría un efecto dominó en la

Ortega y Gasset, José, Obras Completas, Volumen31

2, Alianza Editorial, Madrid, 1983.

dictadura española, decidió volver a su país. El regresode 1945 a España, donde viviría hasta su muerte casidiez años más tarde, fue un error de cálculo y le costócaro: allí dentro el régimen intentó instrumentalizarlo,especialmente con motivo de su discurso en el Ateneo,en 1946, cuando habló de que «el horizonte de Españaestá despejado» y de la «indecente salud» de que gozabasu país (frases que se prestaban a una manipulación).Es verdad que fue hasta cierto punto tolerado por unsector del falangismo intelectual que propugnaba unaapertura —que pudiera circular la revista Insula lodemuestra—. Sin embargo, no se casó nunca con elsistema. Al contrario: el sector católico más asfixiante lofustigó sin tregua; lo consideraba, con razón, unenemigo peligroso precisamente porque no cabía dudade su desprecio por el comunismo y de que era unpartidario de la democracia liberal que quería articulara España con el resto de Europa. No pudo expresar conclaridad sus ideas políticas dentro de España, y suslargos silencios —«El silencio, gran brahmán» era eltítulo de un artículo suyo de 1930— le han valido la31

sospecha de los comisarios de la moral. Hay que decirque, en un mundo donde un gran número deintelectuales españoles se pusieron al servicio de Francoy donde en el bando de enfrente consideraban traicióntodo lo que no fuera servir al amo soviético, la actitud de

Ortega en esa última etapa de su vida, con susinnegables ingenuidades, fue la más digna posible.También consecuente con la que había descrito en ElImparcial, tan temprano como el 9 de febrero de 1913:«Una nueva España es sólo posible si se unen estos dostérminos: democracia y competencia.»

En efecto, «democracia y competencia» eran laperfecta combinación liberal que acaso le hubieraahorrado a España el horror de la guerra civil y lapobreza que el país padeciera desde 1936 hastaprácticamente treinta años más tarde. Es muy probableque una clase intelectual mejor formada e informadahubiera contribuido más eficazmente a colocar a Españaen la proa de Europa. Tal vez no sea del todo justo tildara los intelectuales españoles de fabricantes de miseria,pero alguna responsabilidad, sin duda, les cabe.

Universalismo y americanismo

La primera parte del siglo XX vio dispararse enAmérica Latina una polémica —en verdad ella no cesadel todo— entre hispanismo e indigenismo, por un lado,y americanismo y universalismo por el otro. El símbolode los valores universales fue la revista Sur, fundada en1931 por Victoria Ocampo en Argentina, en la quecolaboraron, entre otros, Jorge Luis Borges y JorgeBianco. No era la suya una actitud beata frente a Europay la cultura occidental —«tratamos los temas europeos

sin superstición y con irreverencia», decía Borges— sinoconsciente de que América Latina era una forma deOccidente. La disputa entre los espíritus de vocaciónuniversal y los nacionalistas no era la misma queaquella entre hispanistas e indigenistas. Los odios entrehispanistas e indigenistas soslayaron unos vicioscomplementarios en las visiones de estas dos corrientes,pues ambas tenían que ver, cada una a su manera, conel rechazo a la evolución del pensamiento europeodesde la Ilustración y a las ideas liberales. Loshispanistas, sobre todo la generación del novecientos enel Perú, compuesta por el gran historiador José de laRiva Agüero, Víctor Andrés Belaunde y los dos GarcíaCalderón, reivindicaban la herencia hispánica ycolonial, pero no en nombre de la libertad occidentalsino de la tradición católica, los valores aristocráticos yla visión conservadora. Había matices entre ellos: VíctorAndrés Belaunde, en el lado moderado, abría bastantelas esclusas al resto de la cultura occidental; RivaAgüero, en el lado conservador, llegó a defender aMussolini y el fascismo. Estos hispanistas a menudoapoyaron dictaduras militares, no sintieron la menortentación por incorporar a los cuatro millones de indiosdesperdigados por los Andes a la vida moderna peruanay tuvieron una concepción autoritaria y jerárquica de lavida, irrita a la movilidad social, la participacióndemocrática y la libertad económica. Por paradójico queparezca, algunos hispanistas delataban ya la influenciacreciente de un nacionalismo cultural del que

empezaban a beber distintas ramas del intelectuallatinoamericano, desde el indigenista hasta el«arielista» y desde el socialista hasta el católico y elfascista.

Al despuntar el siglo XX, América Latina vio diluirseel ascendiente positivista. La publicación de Ariel, deluruguayo José Enrique Rodó, expresó una tendencia avalorar las virtudes espirituales de lo latinoamericanofrente al materialismo occidental y específicamentenorteamericano. Esta visión entroncó pocos añosdespués con el pesimismo de muchos pensadoresoccidentales sobre el futuro de Occidente, patente enlibros como La decadencia de Occidente, de Spengler,y, especialmente, El redescubrimiento de América, deWaldo Frank, del que publicó fragmentos la revistaperuana Amauta, símbolo de un nuevo movimiento: elindigenismo. La rebelión brasileña de los yagunzos deCanudos, en 1897, contra la república recién estrenadadio el estímulo de un hecho popular a ese procesointelectual de rechazo al progreso y reivindicación de lacultura tradicional indígena. De aquella rebelión dejó undecisivo testimonio en Os sertoes Euclides da Cunha, unperiodista republicano que fue a cubrirla armado demucho desprecio y quedó horrorizado con la brutalidadde la república, a la que vio liquidar a los campesinos asangre y fuego, y fascinado con la renuncia al progresopor parte de una comunidad nativa. Mucho másimportante, por supuesto, fue la revolución mexicana,una década más tarde, para el movimiento indigenista

continental. Aunque la rebelión brasileña fue contra unpoder «de izquierda» y la revolución mexicana contraun poder «de derecha», el de Porfirio Díaz, la raízcomún que aquí nos interesa es la idea del indígenaenfrentado a los valores occidentales, bandera quepronto enterneció a un número abrumador deintelectuales latinoamericanos de inconfundibleraigambre... occidental y urbana. Un movimientopopular que había estallado contra el progreso —esomismo encarnaba para la época, curiosamente, elsátrapa Porfirio Díaz— se volvía así, por birlibirloqueideológico, la nueva causa de nuestros «progresistas».Aunque un debate más importante sobre la identidadcultural subyacía al conflicto ideológico y culturalpromovido por el indigenismo, nuestros indigenistasterminaron por ahogarlo. La identidad cultural se volvióuna coartada para defender una idea colectivista yantiliberal de lo latinoamericano. Resultadesconcertante que, casi a la par con el modernismo,esa revolución de la lengua promovida por nuestrosescritores, de horizonte amplio y mirada tendida alinfinito, surgiera esta expresión cultural ensimismada,antimoderna, retrógrada, llamada indigenismo,primitivismo o costumbrismo según de qué intelectualhablemos. Su expresión literaria dio al movimiento, dela mano con su expresión pictórica, un prestigio estéticode nefastas consecuencias políticas.

La raíz primera del indigenismo está en la cuzqueñaClorinda Matto de Turner y su Aves sin nido, que en

Reyes, Alfonso, Diario 19111930, Universidad de32

Guanajuato, Guanajuato, 1969.

1889 inaugura la preocupación artística por el indio enAmérica. Desde comienzos de siglo hasta el «boom»latinoamericano esa corriente será la dominante, y suinfluencia ideológica, cultural y política, además deestética, un decisivo elemento de nuestro subdesarrollo.Con un mundo folclórico poblado de comuneros,gauchos, campesinos, pongos, alpacas, vicuñas,huaynos, vidalitas, ojotas y chiripás, nuestrosintelectuales creen despertar a la conciencia políticabramando contra las oligarquías criollas y elimperialismo norteamericano, a la conciencia socialdescubriendo al indio tres siglos después de losconquistadores, y a la literatura autóctona después decopiar durante un siglo la moda europea. En verdad,hacen lo contrario: en lugar de liberar a América, lasubdesarrollan; en lugar de reivindicar al indio, losometen a una nueva forma del paternalismo; en lugarde literatura de vanguardia, hacen literatura primitivay conformista, cuyos únicos admiradores estarán, no enlos Andes, en Oaxaca o entre los mayas quichés sino enEuropa y Estados Unidos (decía Alfonso Reyes en suDiario 1911-1930 que en París «sólo piden al americanoque sea pintoresco y exótico» y añadía que «el exotismoy lo pintoresco son falsedad y más vale fracasar quementir»).32

Hay, por supuesto, distintas versiones. Está la

versión extrema, de un socialismo real asfixiante, deHuasipungo, la novela del ecuatoriano Jorge Icaza; latruculenta de La vorágine, del colombiano JoséEustaquio Rivera, en la que la selva devora a ArturoCova; y hasta la caníbal, como la publicaciónAntropofagia del marxista Oswald de Andrade enBrasil. Indigenistas o «telúricas» (vocablo privilegiadodel subdesarrollo intelectual), todas estas creaciones, yotras, expresaban un odio cerval al capitalismo, a lacivilización o a la influencia exterior, y a veces a las trescosas juntas. Hubo también, claro, la versión light, entreidealista y cándida, de Doña Bárbara, del venezolanoRómulo Gallegos (intelectual que, con toda suingenuidad, fue respetable: exiliado por Juan VicenteGómez, subió al poder democráticamente y fue víctimaa los pocos meses de un golpe de Estado). También erapintoresco, costumbrista, Ricardo Güiraldes, autor deDon Segundo Sombra, ese intento tardío de reconciliarbarbarie y civilización en el que el protagonista parecemutilado por la pampa. Hay la versión sentimentalista,por ejemplo en la obra, rica y original, de Jorge Amado,el escritor de los oprimidos del nordeste brasileño, y,por supuesto, la propiamente indigenista de MiguelAngel Asturias, para quien —con mucho talentoliterario— una sensibilidad por el indio se traducía enun maniqueo rechazo al capitalismo como sistema y alos valores occidentales. Menos importante que la obrade Rulfo, el indigenismo de Roa Bastos (Hijo dehombre) también ha alimentado la tradición arcaica. No

siempre el sentimiento por el latinoamericano llevaba ala ideología indigenista: a veces cobraba, por ejemplo,con Gabriela Mistral, una forma más sublime, lírica. Yexistieron los indigenistas desencantados, como elmexicano Mariano Azuela.

Había también quienes usaban el tema del indígenapara una reflexión más honda y auténtica, o comoelemento de una visión más universal del hombre. Es elcaso de un Guimaraes Rosa en Grande sertao: veredas,de un José María Arguedas en Los ríos profundos,historia de un niño desgarrado por dos mundos, el indioy el blanco, que también desgarraron a su autor, hijo deblancos criado entre indios. Juan Rulfo fue el másimportante de este grupo: sus historias metafísicassituadas en el corazón de una comunidad indígena, la deComala, son, además de una reflexión espiritual sobrela condición humana, un alegato sutil contra larevolución mexicana, que no trajo el progresoprometido al indio.

La figura de José de Vasconcelos golpea la mentecuando se piensa en el indigenismo mexicano. Comosecretario de Instrucción Pública, suerte de ministro deEducación, de Álvaro Obregón, fue el gran patrón de lasartes mexicanas. Había fundado con Alfonso Reyes elAteneo de la Juventud en México y ambos habíanarremetido contra el positivismo de Porfirio Díaz.Influido por el Ariel, Vasconcelos fue un nacionalistacultural que quiso traer al indio a la vanguardia de supaís, aunque también impulsó decididamente los

valores del mestizaje. Esta última apuesta fue previsoray acertada, aunque los torrentes de demagogia quefluyeron de su ministerio compensaron ampliamenteese y otros méritos, como el combate contra elanalfabetismo (intelectuales como Samuel Ramostambién promovieron el mestizaje, algo que hapermitido a México una paz social en todos estos añosy una mayor integración que en otros países conculturas diversas). Aunque terminó mal y tuvo queexiliarse, el nombre de Vasconcelos es indesligable deesa fábrica de nacionalismo cultural que fue larevolución mexicana. No son tanto sus ideas sobre«laraza cósmica» —suerte de fusión de todas las culturasamericanas— lo que queda de él, como el movimientonacionalista por excelencia que financió y promovióhasta la exacerbación: el muralismo y sus tres figurasprincipales, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y JoséClemente Orozco. El muralismo cubrió de frescos detema revolucionario los edificios públicos mexicanos ycasó un indudable talento artístico con la demagogia, elsubdesarrollo mental y la perversión totalitaria. Algunoseran marxistas, otros no, pero todos estaban influidospor la revolución rusa y ayudaron a legitimizar larevolución mexicana y la cultura de Estado. Rivera, quepasó del cubismo al estilo monumental, pintaba al indiotradicional pero también quería transmitir la promesade la producción fabril; Siqueiros promovía larevolución comunista (la revolución mexicana ha sidoexperta en absorber a los comunistas) mediante el uso

de la geometría de corte cubista y constructivista con sudramático impacto visual; Orozco se inspiraba en lamitología prehispánica. Aunque contribuían a la mismacausa oficial, no eran una cofradía: Siqueiros ha pasadoa la historia porque trató de asesinar a Trotsky en lavilla de Coyoacán de Diego Rivera (su simpatía porTrotsky hizo que Rivera fuera expulsado del partidocomunista). Hay que añadir que —costumbre, por lovisto, de antigua raigambre latinoamericana— elrevolucionario Rivera no dudó en aceptar cuando loscapitalistas norteamericanos de la Bolsa lo invitaron aexponer en Estados Unidos y a pintar murales y cuadrosen hoteles y empresas norteamericanas, lo que nodejaba de ser una forma indirecta de apropiarse de laplusvalía que generaban los oprimidos.

En el Perú, el indigenismo estaba en su apogeo.Hemos citado Amauta y debemos citar a su fundador,José Carlos Mariátegui, el pensador marxista peruanoque intentó afincar en la realidad andina sus tesisrevolucionarias y fundó en 1929 el partido socialista. Ensus Siete ensayos de interpretación de la realidadperuana, intentó integrar lo espiritual y lo material enel indio —mezcla de marxismo y «arielismo»—yconvertir a la cultura india en el prototipo de la sociedadsocialista. En sus textos exploró sin tregua el problemadel indio y la tierra —por ejemplo en sus textos de larevista Mundial— y defendió la idea de la «comunidadorgánica» y la «cultura integral» por oposición a laoccidentalización de las culturas nativas. Se trataba de

un marxismo con adaptador: en el Perú no era tanto elproletario como el campesino el que debía constituir laclase revolucionaria. Junto con él hubo otros teóricos,del moderado Uriel García a Luis Valcárcel, cuasi racistaen sus comienzos. Contribución importante a esacorriente fue la de Haya de la Torre, que había fundadoel Apra en México en 1924. Acuñó el término«Indoamérica» y desarrolló la teoría del «espacio-tiempo histórico» inspirado por la teoría de larelatividad de Einstein para tratar de reconciliar losdistintos tiempos históricos de acuerdo con lascondiciones de cada país. En su discurso nacionalista,impregnado de marxismo aunque en su madurez sedistanció claramente de esa ideología y de la revoluciónrusa, el imperialismo no era en América el últimoestadio del capitalismo sino el primero. La imagen delindio que transmitía Haya de la Torre era la del rebelde,no la del sumiso que perfilaba la literatura de VenturaGarcía Calderón.

Con excepciones, como la de José María Arguedas,que nació en una comunidad indígena, se crió enquechua y vivió desde dentro la experiencia del indio,nuestros indigenistas fueron gentes de culturaenteramente occidental empeñadas en imponer unavisión exterior al indio al que querían redimir de laexplotación de Occidente. El indigenismo peruanoprodujo obras importantes, como Los ríos profundos,de Arguedas, o El mundo es ancho y ajeno, de CiroAlegría, pero deformó la realidad, confundió la fuente

de la miseria que sufrían los indios, inventó una utopíacolectivista y fue uno de los elementos que enemistó a lacultura peruana con los valores de la libertad económicay política. Su denuncia de la condición del indio —porejemplo en la prosa del anarquista González Prada— esde innegable valor moral, pero la dirección en la queapuntó el movimiento llevaba a América Latina —alconjunto de la sociedad— en dirección contraria alverdadero progreso.

Las influencias

El PRI mexicano, heredero de la revolución, logrómantener la pauta de la era Vasconcelos,instrumentalizando a los intelectuales mexicanos,aunque algunos de ellos tuvieron luego gestos deindependencia y hasta ruptura muy notables. Los casosmás célebres son los de Octavio Paz y Carlos Fuentes.Paz había sido marxista en su juventud, pero elsurrealismo y la experiencia de la guerra civil española(y en parte su debilidad por la figura patética deTrotsky, el perseguido por Stalin) atemperaron en élesas exaltaciones políticas hasta empujarlo, en los añossetenta, hacia la democracia liberal. Hay que decir quetambién se nutrió de la atmósfera nacionalistamexicana, como es obvio en su famoso Laberinto de lasoledad. Como diplomático de carrera, sirvió al PRI enla India, pero renunció en 1968, con ocasión de la

matanza de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco bajo lapresidencia de Díaz Ordaz, cuando era ministro delInterior Luis Echeverría (que sería luego premiado conla presidencia). Aunque Paz ha dejado testimoniopoético de este episodio —«Los empleados/ municipaleslavan la sangre/ en la plaza de los sacrificios»—, fuesobre todo su renuncia al cargo lo que lo marcó comouna figura independiente. Su posterior El ogrofilantrópico, denuncia del Estado todopoderoso,representó un claro asalto intelectual al sistema del PRI.Las revistas Plural y, más tarde, Vuelta, que fundó enMéxico, dieron continuidad a la famosa Sur deArgentina y bebieron de la tradición de Revista deOccidente, abriendo unos espacios de libertad en elasfixiante mundo cultural bajo el PRI. En el otoño de suvida, Ladera Este volvió a creer en el Estado mexicano,especialmente desde la etapa de Carlos Salinas yErnesto Zedillo, cuyas promesas de cambio —y enalgunos casos cambios reales— le parecieron marcar uninequívoco derrotero democrático.

El caso de Fuentes es más serpentino: el autor denotable novela que es La muerte de Artemio Cruzrenunció a la embajada mexicana en París cuando DíazOrdaz fue nombrado embajador en España por LópezPortillo con el encargo de reanudar las relacionesinterrumpidas desde el reconocimiento de LázaroCárdenas a la república española. El inobjetabledesplante democrático contrasta con el hecho de queFuentes había sido embajador del presidente

Echeverría, el ministro del Interior de Tlatelolco, y,junto con Fernando Benítez, se había constituido bajoese gobierno en el escritor oficial del régimen. Desde surenuncia, ha sabido, como su personaje más famoso, elrevolucionario Artemio Cruz, escalar mediante recursosdiversos, no siempre reñidos con la integridadintelectual, aunque a diferencia del caudillo ficticio, quesimboliza el anquilosamiento de la nueva sociedad, elrutilante Fuentes nunca se anquilosó (el refinamientodel PRI ha consistido siempre, entre otras cosas, encaptar a los intelectuales de cualquier posición política,desde comunistas hasta un Alfonso Reyes, que tambiénfue diplomático del PRI durante muchos años, yconvertirlos en parte de su engranaje; el que intentómantenerse puro fue a la cárcel). El perfil de CarlosFuentes, sin duda un gran novelista que figura con tododerecho en la línea de vanguardia de los renovadores dela novela latinoamericana, trazado por su compatriotaEnrique Krauze en Vuelta y The New Republic aún noha sido superado. Su última faceta, la denuncia del PRIen nombre de la democracia después de creer en laesencia de ese sistema durante casi toda su vida, a estegran conocedor del universo precolombino mexicano ensituación de encandilamiento con la revoluciónzapatista en Chiapas, «la primera revoluciónposmoderna» en palabras suyas (no más del diez porciento de los mexicanos son indios). En esto —tambiénen esto— es un exquisito producto cultural de launiversidad norteamericana, tribunal ante el cual

parecen diseñados sus cuidadosos movimientos en nomenor medida que su brillantez expositiva.

El nacionalismo intelectual latinoamericano avanzóa lo largo del siglo en sus distintas vertientes. Lavertiente del pensamiento económico desembocó en eldesarrollismo —¿recuerdan la sustitución deimportaciones?— propugnado por Raúl Prebisch y, unavez fracasada la receta en manos de Perón y otros, en lateoría de la dependencia, de la que fue excelsoexponente Fernando Henrique Cardoso, el ex sociólogo,actual presidente del Brasil, autor de un libro que llevaprecisamente por nombre Dependencia y desarrollo enAmérica Latina. Ya hemos analizado extensamente ennuestro libro anterior estas ideas nacionalistas. Enpocas palabras, la tesis desarrollista de Prebisch, quehabía sido presidente del Banco Central de Argentina yse constituyó en los años cincuenta en la gran figura dela Cepal, creada en Chile en 1948, era que paradesarrollar América Latina había que aumentar losprecios de los productos tradicionales, estimular laindustria nacional con protecciones y sustituirimportaciones (eso sí, como había que importarcomponentes para la industria nacional, el dólar debíaser barato). Paralelamente, creía, con Keynes, que elEstado debía ser un agente del crecimiento económicoy el empleo. Cuando fracasó el desarrollismo, la teoríade la dependencia de Cardoso y compañía intentóexplicar que una injusticia «estructural» impedía a lospaíses de la «periferia» romper la dependencia con

respecto a los países del «centro». Ello derivó en laexigencia de que el mundo desarrollado financiara alotro, transferencia que, facilitada por los petrodólares,en parte creó después la crisis de la deuda, al tiempoque potenció la hipertrofia del Estado. Nuestrosnacionalistas económicos proponían también reformasagrarias que cambiaran el patrón-hacendado por elpatrón-burocracia.

Uno de los enigmas que se desprenden de laconducta intelectual de América Latina es lacontradicción entre la capacidad para alimentarselibremente y sin complejos del mundo exterior a la horade crear y renovar el lenguaje —escrito o pictórico— y laincapacidad para hacer lo mismo en el dominio de lasideas políticas y sociales. Nuestra literatura del siglo XIX

no hubiera existido sin la influencia del romanticismoy nuestra literatura del siglo XX tampoco sin elparnasianismo o el simbolismo, influencias a partir delas cuales nuestros literatos crearon libérrimamente. Ala hora de crear, a veces recreábamos y cuando no,creábamos mediante el uso de instrumentos aportadospor el mundo exterior; a la hora de pensar,rechazábamos lo exterior... usando para elloinstrumentos aprendidos del exterior. ¿Hubiera existidoVicente Huidobro, el gran poeta «creacionista», sin lainfluencia surrealista europea? ¿Qué fue el primerBorges sino una hechura de la vanguardia europea?¿Son concebibles un Roberto Matta, un Wilfredo Lam,sin la existencia del surrealismo de André Breton? ¿Qué

hubiera sido del joven Tamayo sin el cubismo? ¿Quéhubiera sido de Onetti, o del «boom» latinoamericano,sin norteamericanos como Faulkner, Dos Passos?Nuestros intelectuales nunca dieron demasiadaimportancia a la contradicción entre estas realidades deuna cultura sin fronteras y su visión ideológica decompartimientos estancos.

No es la única contradicción, en un continentedonde nombres como el del Germán Arciniegas deEntre la libertad y el miedo o el admirable CarlosRangel de Del buen salvaje al buen revolucionario y Eltercermundismo son destellos de lucidez políticarodeados de tiniebla intelectual. Algunas de las mejoresnovelas contra el autoritarismo en América Latina, enbuena parte influidas por Tirano Banderas de Valle-Inclán, fueron escritas por gentes que admiraban oadmiran distintas formas de autoritarismo de izquierda.Es el caso de El señor presidente, de Miguel AngelAsturias, Recurso del método, de Alejo Carpentier, Elotoño del Patriarca, de García Márquez, y Yo, elsupremo, de Roa Bastos. El caso de Carpentierasombra. Sus mejores novelas describen con unaimaginación desbocada y un lenguaje amazónico (por lorico) los desastres del racionalismo revolucionario. Eslo que ocurre en El Reino de este mundo, libro sobre ladegeneración de la independencia de Haití en el que niel vudú es capaz de detener la transformación de loslibertadores en monstruos, y en El siglo de las luces,que explora el impacto de la degeneración de la

revolución francesa en tres personajes en el Caribe. Esteescritor es el mismo que sirvió hasta su muerte comodisciplinado funcionario de Fidel Castro y, antes,brevemente, se había acoplado a la Venezuela de PérezJiménez. En sus últimos libros —por ejemplo Laconsagración de la primavera— quiso actualizarpolíticamente su literatura y ponerla al servicio de larevolución cubana, y se volvió mal escritor.

Contradicciones intelectuales de grueso calibreexisten en los grandes nombres de nuestra literatura dela primera mitad del siglo. César Vallejo fue un casonotable. No existe un poeta más pesimista y perturbado(a pesar de ser hijo de una familia muy religiosa deSantiago de Chuco, un pueblo del Perú rural). Sugenialidad nacía en buena parte de su visión del fondooscuro de la existencia. En Trilce, cuyo tema esrealmente la dislocación del lenguaje tras la pérdida defe en el alma humana, está bien concentrada la angustiaexistencial de este hombre humilde que en 1923 habíapartido a París huyendo de la miseria peruana. EnEuropa no se volvió optimista en cuanto a la vidamisma, pues su poesía siguió cargada de una profundae inquietante negrura existencial. Y, sin embargo,abrazó el marxismo con entusiasmo infantil, visitó laURSS y cantó sus glorias. A veces, como en «España,aparta de mí este cáliz», su decepción política, en esecaso por la derrota de la república, a la que se entregócon fervor y que inspiró su «Himno a los voluntarios dela república», creó gran poesía; pero su revelación

revolucionaria lo llevó a producir en 1931 una espantosanovela de realismo socialista (minero), Tungsteno.¿Cómo entender que el alma atormentada que dio a luzLos heraldos negros y se cargó de tristeza por laslimitaciones de la condición humana es la misma quecreyó en el paraíso estalinista y escribió Rusia, 1931?

Contradicciones centroamericanas

Al más grande de los poetas hispanoamericanos,Rubén Darío, nadie le puede negar genialidad. Larevolución que operó en la lengua y la literaturalatinoamericana marcó a casi todo el siglo, o bienporque influyó en los que vinieron después o porque losobligó —es el caso de Vallejo, Neruda, Huidobro,Borges— a reaccionar frente al modernismo. Todosllevamos algún verso de Darío en el alma. Pero unrápido vistazo a su comportamiento político deja unsabor a ceniza. Es más: con excepción del libertario JoséMartí, y de González Prada, simpático por suanarquismo insobornable, las figuras del modernismotuvieron un comportamiento político sinuoso ybuscaron la protección oficial de gobiernos nodemocráticos. A pesar de ser un movimiento literario«puro» que aspiraba a una suerte de aristocracia líricaalejada del ruido social (se llamaba «moderno» alprincipio por la influencia francesa, y otros americanos,como Rodó, dijeron de Darío que «no es el poeta de

América»), el modernismo tenía también un aura decontestación política. Muchos políticos radicales se leacercaron en un momento en que el catolicismo se batíaen retirada y estaba en auge el asedio a lo tradicional.Pero, ¿hubo algo más tradicional que el nacionalismomilitarista que abrazó Leopoldo Lugones, otro granpoeta, en su madurez? ¿Pudo ser más tradicional elservilismo del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, elmejor «cronista» modernista, cuyos escritos desde Parísencandilaban a los lectores de periódicos, ante eltemible déspota Estrada Cabrera?

El caso de Darío, el hombre que revolucionó lacadencia, la métrica y el lenguaje españoles, lodemuestra. «Tiranuelos de machete» llamó él mismoalguna vez a nuestros dictadores bananeros. Sirvió a nopocos de ellos. Empezó a cantar a generales autoritariosmuy joven, cuando en 1881 leyó en una velada fúnebresu poema «A Jerez», en homenaje al general MáximoJerez. Por aquella época se empezó a hablar de la UniónCentroamericana, proyecto para revivir la Federaciónque en los años veinte del siglo XIX había unido a lospaíses de la región. Entusiasmaba a Darío esta idea peroexpresaba igual admiración por los generalescentroamericanos que la propugnaban y los que lacombatían. En 1882 hizo un poema«Al Señor Dr. D.Rafael Zaldívar», el dictador de El Salvador opuesto a launión, a quien visitó dos años después en compañía delpresidente Cárdenas de su país, también enemigo de launión y cómplice del intervencionismo yanqui, a quien

servía como secretario; pero no sin antes escribir unpoema «Al general Justo Rufino Barrios», el liberalautoritario guatemalteco que con más empeñointentaba recrear la Federación Centroamericana yquería por ello invadir El Salvador. En 1889 escribe«Unión Centroamericana», un poema que lee—el 20 deoctubre— en un banquete en honor de FranciscoMenéndez, el dictador salvadoreño que habíaparticipado en el derrocamiento de Zaldívar.

Los favores eran correspondidos. El salvadoreñoFrancisco Menéndez le dio la dirección de La Unión, eldiario oficial de su régimen. Cuando el general CarlosEzeta depone al general Menéndez, Darío se va aGuatemala, donde hace migas con el general ManuelBarillas, que le da la dirección del diario oficialista Elcorreo de la tarde. A partir de 1892, su gobierno, elnicaragüense, lo envía de cónsul a España con ocasióndel cuarto centenario del descubrimiento de América.Gobernaba en Managua Roberto Sacasa. Cuando elgeneral José Zelaya derroca a Sacasa, al año siguiente,Darío se pone a disposición del dictador liberal. En 1901le dedica su libro Peregrinaciones de esta manera: «Algeneral J. Santos Zelaya, impulsor del progreso enNicaragua, respetuosamente este libro dedica R.D.»Naturalmente, fue nombrado cónsul en París a los pocosmeses. Unos años después, al caer Zelaya y subir JoséMadriz bajo el fuego cruzado de una continua pugnaentre conservadores y liberales, Darío se pone a órdenesde Madriz, a quien le acepta el encargo, en 1910, de ser

delegado ante las celebraciones por el centenario de laindependencia de México organizadas allí por... eldictador Porfirio Díaz. Al final de su vida y camino deregreso a Nicaragua, este viajero impenitente —que haescrito prodigios en verso en Chile, Argentina, España,Francia— pasa unos meses en Guatemala invitado porManuel Estrada Cabrera para recuperarse de suenfermedad en un hotel y, luego, en una de sus fincas.¿Debe extrañar que en su bibliografía exista el poema ala «Mater Admirabilis» de Manuel Estrada Cabrera?

Sus relaciones con Estados Unidos merecen uncomentario especial. En 1904 disparó contra EstadosUnidos un poema que el antiimperialismo ha elevado acategoría de palabra sagrada: «A Roosevelt.» Habríaque recordar a nuestros antiimperialistas que elcontenido de ese poema es antiimperialista sólo conrespecto a Estados Unidos, pues ataca a ese país ennombre de la colonia española: «Tened cuidado. ¡Vivela América española!/ Hay mil cachorros sueltos delLeón Español./ Se necesitaría, Roosevelt, ser, por Diosmismo,/ el Riflero terrible y el fuerte Cazador/ parapoder tenernos en vuestras férreas garras./ Y, puescontáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!» La críticaamericana de Estados Unidos, pocos años después de laguerra hispano-norteamericana y casi inmediatamentedespués de la Enmienda Platt, tiene lógica. No lo tieneel que ese poema se haya convertido en símbolo delantiimperialismo, pues exaltaba la herencia colonial.Otra cosa es que la hispanidad fuera uno de los temas

explorados por la poesía de Darío, especialmente en suobra maestra Cantos de vida y esperanza. Pero menossentido tiene que, dos años después del poema «ARoosevelt», Darío escribiera su «Salutación del águila».Uno puede imaginarse a los atildados funcionarios deLangley, Virginia, recitando algunos de estos versos:«Bien vengas, mágica Águila de alas enormes y fuertes,/ a extender sobre el Sur tu gran sombra continental.»O tal vez estos otros, del mismo poema: «Tráenos lossecretos de las labores del Norte / y que los hijosnuestros dejen de ser los rétores latinos / y aprendan delos yanquis la constancia, el vigor, el carácter.»

Si analizamos el comportamiento político y laprédica ideológica de otro de nuestros grandesescritores, Miguel Ángel Asturias, no encontramos unpanorama mucho más reconfortante. La izquierda lo haadoptado como un modelo del escritor conpreocupación social, y sin duda lo fue, y como un látigodel imperialismo norteamericano y las clasesexplotadoras latinoamericanas, algo que fue a ratos. Suvisión ideológica no siempre impidió que sus librosfueran originales y ricos. En su literatura indigenistahay influencia surrealista, leyenda y «realismo mágico»,y en ella, mediante la exploración de la mitología maya-quiché o de la cultura tradicional apegada a la tierra,nos abre un mundo fascinante relacionado con laherencia prehispánica de su lugar de origen,Centroamérica.

En sus años mozos, Asturias criticó a Estrada

Asturias, Miguel Ángel, París 1922-1933,33

periodismo y creación literaria, CSIC, Madrid, 1988.

Cabrera, como casi todos los jóvenes de entonces, ycelebró su caída (el dictador será el modelo principal desu célebre El señor presidente). Este arrebato juvenil, ysu muy breve encarcelamiento a manos del dictadorJosé María Orellana, son los chispazos de grandeza ensu comportamiento político (el segundo fuecompensado con sus colaboraciones acríticas en Elimparcial, el medio oficialista por excelencia, duranteesa misma dictadura y la posterior de Lázaro Chacón).Sorprende, pues, su apoyo al cruel Jorge Ubico, hombredócil ante Washington. Asturias participó hasta 1937 enel diario oficial de Ubico, El liberal progresista, y en1942 fue nombrado a la Asamblea Constituyente para latercera reelección de ese dictador. También se dejóhacer diputado cuando la Asamblea se convirtió enlegislatura. Era la misma persona que en 1932, pocosaños antes del régimen de Ubico, había escrito en ElImparcial: «... mientras el sistema actual (elcapitalismo) no desaparezca por completo y se llegue ala socialización de los medios de producción yrepartición de ganancias, mientras los hombres seansimples juguetes en manos de los directores de losgrandes trusts, la guerra será posible». Aunque más33

tarde Asturias rompió con Ubico, su firma estuvonotoriamente ausente del «memorial de los 311»,decisivo para la caída del general.

Rodríguez Monegal, Emir, Borges: hacia una34

lectura poética, Guadarrama, Madrid, 1976.

El período entre 1944 y 1955, llamado la «décadacivilizada» por los gobiernos reformistas socializantesde Juan José Arévalo y el coronel Jacobo Arbenz,sorprendió a Asturias convertido al reformismo despuésde su entusiasmo por Ubico y de haberse opuesto a esarevolución socialista. Asturias sirvió al nuevo poder—bastante más decoroso, en lo político, que losanteriores— como diplomático. Cuando vino el golpecontra Arbenz mediante invasión norteamericana, tuvoel tino de exiliarse en Buenos Aires. Sin embargo, unosaños después, en la década de los sesenta, cuando ganalas elecciones Méndez Montenegro y al poco,secuestrado por los militares, no rechaza la mano dura,Asturias sirve al nuevo régimen en la embajada de París.Al recibir, en 1967, el Premio Nobel, un amplio coro degente le ruega que renuncie a la embajada. Asturias,sabiendo que eso le traería problemas con el gobierno,se niega. ¿Puede extrañar que Emir Rodríguez Monegal,el destacado crítico uruguayo, diga en su libro sobreBorges que la Academia Sueca negó el Nobel a Borgespor su apoyo a Pinochet sin importarle el estalinismo deNeruda o «la servidumbre de Asturias»?34

Su cobijo bajo gobiernos autoritarios no impedíaque defendiera el socialismo y atacara al capitalismo, elimperialismo y el militarismo. Así, recibió, feliz, en1966, el Premio Lenin de la Paz en el Moscú totalitario.

Cardoza y Aragón, Luis, Miguel Ángel Asturias,35

casi novela, Era, Ciudad de México, 1991.

El galardonado por la capital de la revolución proletariano se inmutó cuando el presidente convertido endictador al que servía —Méndez Montenegro— restituyóel decreto 2.795 de la época de Ubico, que decía: «Estánexentos de responsabilidad criminal los propietarios defincas...»35

Asturias tuvo la habilidad de no inscribirse en elpartido comunista, que lo adulaba, ni pedirabiertamente la revolución marxista para su país. Locual convierte en una ironía que su hijo Rodrigo sevolviera espadachín de la guerrilla guatemalteca a lacabeza de la Organización del Pueblo en Armas,integrada en la Unión Nacional RevolucionariaGuatemalteca (UNRG), bajo el nombre de guerra delComandante Gaspar, en homenaje al Gaspar Ilom deHombres de maíz.

La novela debe seguir la vida del pueblo, había dichoAsturias alguna vez. Su novela social, muchas vecesabiertamente maniquea, se salva en parte por elelemento mitológico y ancestral, aprendido sobre todoen el «Popol Vuh». En Hombres de maíz, el mito maya-quiché del hombre creado por el maíz y los elementossagrados de la tierra —el propio maíz, la banana— estántratados con pericia literaria. Pero atraviesa la novelauna condena de las relaciones comerciales delcapitalismo, destructor de la cultura tradicional. Hay

también en Asturias esa trilogía antiimperialista porexcelencia de Viento fuerte, El papa verde y Los ojos delos enterrados, secuencia de novelas contra la UnitedFruit (¿recuerdan Mamita Yunai del costarricenseCarlos Luis Fallas?). En esas páginas está encerrada lae s e n c i a d e l p e n s a m i e n t o a n t i c a p i t a l i s t alatinoamericano, tan culpable de nuestro atraso. Elcapitalismo es para Asturias lo que Tohil para el maya-quiché: el dios de la muerte. La respuesta del pueblo aAsturias, a las puertas del siglo XXI, es contundente: losquichés se están occidentalizando a pasos agigantados,dentro de eso que los guatemaltecos llaman la cultura«ladina», es decir mestiza, sin que ningún designioperverso así lo exija.

¿Hay alguna relación entre la pobrezacentroamericana —la más aguda de América Latina y laambigüedad ideológica de sus más destacadosintelectuales? ¿Es posible señalarlos como cómplices delos fabricantes de miseria? Probablemente, sí.

Neruda y Guillén

Otra de las catedrales de la poesía latinoamericana,Pablo Neruda, llama la atención por su conductapolítica. Su caso fue también el de alguien que buscó laprotección del poder, pero él llevó su compromiso a lapeor de todas las orillas contemporáneas: la deltotalitarismo, al que justificó consistentemente hasta su

muerte, si bien en el final de su vida moderó algunosentusiasmos juveniles. El autor de «Los dictadores», unhermoso poema de su Canto general, fue el incensariode varios de ellos.

Es curioso que este símbolo de la izquierdalatinoamericana representara como diplomático algobierno dictatorial del conservador Carlos Ibáñez entre1927 y 1931, en el Asia, para después servir en Argentinay España a Arturo Alessandri, ese populistaprotocepalista, con fama de hombre de derechas, másbien democrático, pero muy lejos del revolucionarioNeruda, de ese Neruda que publicó «España en elcorazón» en pleno frente de batalla, en Barcelona,durante la guerra civil española. Más lógica tiene el queen 1940 volviera al servicio diplomático para servir aPedro Aguirre, que había subido a la cabeza del FrentePopular. En 1945 se afilió al partido comunista, que trasla Segunda Guerra Mundial parecía la bandera delfuturo (ya había publicado en 1942 «Canto de amor aStalingrado» y en 1943 «Nuevo canto de amor aStalingrado»). Uno de sus pocos méritos políticos será,justamente, haber sido perseguido por el gobiernochileno, a fines de los años cincuenta, por suradicalismo: el 27 de noviembre de 1947 publica en ElNacional de Caracas su «Carta íntima para millones dehombres», lo que le vale el juicio iniciado por elpresidente de Chile, el tenebroso González Videla. Surespuesta llega en un discurso en el Senado, «Yoacuso». En febrero de 1948 lo desaforan y dictan orden

Neruda, Pablo, Confieso que he vivido, Seix Barral,36

Barcelona, 1974.

de detención contra él. Gracias a que se oculta y tienetiempo para escribir, nacerá Canto General.

A partir de 1949 hace todos los méritos necesarios—viajes a la URSS invitado por la Unión de Escritores,recorridos por Polonia y Hungría— para que en 1953 leconcedan el Premio Stalin de la Paz, del que ha sidotambién jurado un año antes. Sus visitas al imperiototalitario —en 1960 hace un largo periplo solidario, en1965 es jurado del Premio Lenin, en 1967 vuelve a serinvitado por la Unión de Escritores— se mantienen.Después de escribir un poema de homenaje a Stalin ensu muerte, se adapta a la era Jruschov, el detractornecrológico de Stalin y continuador del sistemacomunista. En sus memorias póstumas, Confieso que hevivido, el Neruda de la tercera edad ha tomado distanciafrente a Stalin —ya no es el «gran capitán»—, pero de unmodo cauto, compensado con elogios, y en ningún casocoherente, pues Stalin no le parece un elemento delsistema al que defiende sino una anomalía. «Yo habíaaportado mis dosis de culto a la personalidad, en el casode Stalin», confiesa. Y añade: «la degeneración de supersonalidad fue un proceso misterioso». En esas36

mismas memorias Neruda nos cuenta, con excitacióncasi infantil, cómo fue que el propio Stalin decidió quese le diera a él el premio de 1953. Y se justifica de suestalinismo así: «Por sobre las tinieblas, desconocidas

Neruda, Pablo, Ibíd.37

Neruda, Pablo, Ibíd.38

para mí, de la época staliniana, surgía ante mis ojos elprimer Stalin, un hombre principista y bonachón,sobrio como un anacoreta, defensor titánico de larevolución rusa. Además, este pequeño hombre degrandes bigotes se agigantó en la guerra; con su nombreen los labios, el Ejército Rojo atacó y pulverizó lafortaleza de los demonios hitlerianos.» Hay querecordar que Neruda esperó hasta el final de su vidapara este distanciamiento. Un distanciamiento que noentrañaba ninguna independencia frente a Moscú, puesera esa misma la línea oficial desde el informe deJruschov ante el XX congreso del partido comunista.

En sus memorias, Neruda rinde culto a Lenin sinatenuantes. Describiendo uno de los desfiles militaresque había presenciado en Moscú, evoca al «fundador deesta seguridad, de esta alegría y de esta fuerza: VladimirIlich Ulianov, inmortalmente conocido como Lenin».37

En otro pasaje, rememorando su visita de 1949 aMoscú, se refiere a «los nuevos recuerdos inmortales: elcrucero «Aurora» cuyos cañones, unidos alpensamiento de Lenin, derribaron los muros del pasadoy abrieron las puertas de la historia». También38

disculpa la política cultural con el argumento de que, ensecreto, a pesar de la represión, los comisarioscomentaban entre ellos acerca de los escritores

Neruda, Pablo, Ibíd.39

Neruda, Pablo, Ibíd.40

Neruda, Pablo, Ibíd.41

prohibidos. Llega a decir que «el dogmatismo culturalfue siempre tomado como un defecto y combatido caraa cara» por los responsables del sistema. A Neruda le39

parece un atenuante considerable del «gulag» quepadecieron los escritores que los oficiales soviéticoshablaran en voz baja de Pasternak, «ese honestoreaccionario», ese «sacristán luminoso». Afirmatambién, acerca de su compatriota Vicente Huidobro:«Diremos que sus poemas a la revolución de octubre ala muerte de Lenin son una contribución fundamentalde Huidobro al despertar humano.»40

En sus referencias a China, Neruda menciona elculto a la personalidad de Mao, pero nunca suscrímenes ni la Revolución Cultural, como si el problemahubiera sido, al igual que con Stalin, sólo el culto a lapersonalidad. Se permite, por lo demás, varios elogioscompensatorios de Mao. Una frase lo dice todo acercade su visión de la China, donde en 1951 había entregadoel Premio de la Paz a la señora Sun Yat-Sen: «Todosiban vestidos de azul proletario, una especie de sarga omezclilla obrera. Hombres, mujeres y niños iban así. Amí me agradaba esta simplificación del traje, con susdiferentes gradaciones de azul.»41

Con respecto a Fidel Castro, Neruda es ditirámbico,

Neruda, Pablo, Ibíd.42

Neruda, Pablo, Ibíd.43

a pesar de su ruptura con los escritores del régimen,que, siguiendo órdenes superiores, le habían dirigido en1966, una carta abierta atacándolo por haber asistido alcongreso del Pen Club en Estados Unidos y haberrecibido en Lima una condecoración del presidenteBelaunde, un reformista al que los revolucionarios veíancon odio y que combatía a las guerrillas en la sierra (elverdadero motivo de la carta, redactada por losamanuenses del régimen, Fernández Retamar, LisandroOtero y Edmundo Desnoes, fue el despecho de LaHabana contra Moscú por no apoyar entonces el«foquismo» revolucionario en América Latina. La cartaempezaba así: «Creemos nuestro deber darte a conocerla inquietud que ha causado en Cuba el uso quenuestros enemigos han hecho de recientes actividadestuyas.») Seguimos en 1973, en vísperas de la muerte42

de Neruda, cuando ha pasado casi una década y mediadel régimen cubano y sus horrores, incluyendo los delámbito cultural, como el «caso Padilla», son conocidos.

El poeta, poseedor de la virtud de la paciencia,elogia los discursos kilométricos de Castro: «Para mí,como para muchos otros, los discursos de Fidel han sidouna revelación.» También deja constancia orgullosa de43

su participación, a comienzos de la revolución, en elnacimiento de Prensa Latina, idea que él habría

Neruda, Pablo, Ibíd.44

sugerido a Fidel Castro en Venezuela. El Neruda de 1973es, con respecto a Castro, el mismo de Canción de gesta,su exaltación poética del revolucionario. Por si cabendudas, deja en claro que la riña con Cuba ha quedadoatrás: «Con el tiempo toda sombra de pugna se haeliminado y existe entre los dos partidos comunistasmás importantes de América Latina un entendimientoclaro y una relación fraternal.»44

En su propio país, el poeta-político no estuvo menosactivo. En 1969 fue designado candidato del partidocomunista a la presidencia y recorrió el país encampaña. Al año siguiente, retiró su candidatura paraapoyar al Frente Popular de Allende. Lo que hizoSalvador Allende en el poder, ya lo hemos analizado ennuestro libro anterior. Neruda dio su caución a cadauno de sus actos, incluyendo la «empresa titánica» de lanacionalización del cobre y otras áreas. Su amigo, elescritor chileno Jorge Edwards, ha dicho en distintoslugares (entre ellos en su Adiós, poeta) que Neruda tuvoen los últimos tiempos de su vida lucidez acerca deldesastre de Allende, y que la expresó en privado. Si lodice Edwards, no hay duda de que fue cierto. Desde suembajada en París, el poeta no podía expresar enpúblico sus reservas y no lo hizo nunca. Así fue que en1973, cuando ya el desastre era obvio, publicó laeditorial Quimantú su texto «Incitación al nixonicidioy alabanza de la revolución chilena», en defensa del

gobierno, con motivo de las elecciones parlamentariasde ese año. Lo demás, a partir del golpe militar dePinochet, es historia conocida, incluyendo al saqueoperpetrado por los sicarios del dictador en las casas delpoeta en Valparaíso y Santiago.

Para terminar esta muy breve semblanza ideológicavale la pena reproducir algunos versos de «La UnitedFruit Co», que figura en su Canto general, libro donde,con páginas de verdadera genialidad, denuncia lacolonia española lo mismo que el imperialismo yanqui:«Cuando sonó la trompeta, estuvo/ todo preparado enla tierra,/ y Jehová repartió el mundo/ a Coca-Cola inc.,Anaconda, Ford Motors, y otras entidades;/ laCompañía Frutera Inc. se reservó lo más jugoso,/ lacosta central de mi tierra/ la dulce cintura de América./Bautizó de nuevo sus tierras/ como «RepúblicasBananas»/ y sobre los muertos dormidos;/ sobre loshéroes inquietos/ que conquistaron la grandeza,/ lalibertad y las banderas,/ estableció la ópera bufa.»

Es probable que una buena parte de la juventudchilena, admiradora de este genial poeta, le concedieraa sus ideas políticas un rango similar al que merecíansus versos. Y es también probable que ese trasvase deljuicio literario creara numerosas confusiones que luegose transformarían en medidas de gobierno conducentesa la catástrofe económica.

La lista de enamorados de los varios estalinismos enlas letras latinoamericanas es larga. No podemosagotarla, pero sí mencionar, de paso, otros casos. El de

Nicolás Guillén, por ejemplo, el poeta de la Cuba negra,autor de Sóngoro Cosongo y otra poesía popular, que sehizo miembro del partido comunista cuando estaba enla cumbre. Fue censor de prensa del dictador Machadoen los años treinta, secundó al Batista de los añoscuarenta, y se declaró estalinista en los cincuenta, conversos como éste: «Stalin, que te proteja Changó y tecuide Yemayá.» Cuando Fidel Castro llegó al poder,Guillén se puso a su disposición y ocupó cargos en elárea de la cultura (presidió la Unión de Escritores).Como Carpentier, fue un diligente servidor hasta sumuerte, en 1989. La cultura cubana —incluyendo ramascomo el baile, donde Alicia Alonso pasó de ser mimadapor Batista a ser mimada por Castro, hasta hoy— haconocido un elevado número de artistas que nosupieron, o no quisieron, o no se atrevieron a romper atiempo, cuando la evidencia era insoslayable.

Otros genuflexos

En el bando de enfrente también escritoreslatinoamericanos muy eminentes han sidocomplacientes con dictaduras. El caso más notorio es elde Jorge Luis Borges, que, a diferencia de los antesmencionados, pagó en vida un precio alto en términosde popularidad política, incluida la no concesión de unPremio Nobel que parecía imposible negarle. Susinnumerables detractores políticos se han encargado

Libre, número 3, 1972.45

siempre de señalar su respaldo —más esporádico quesistemático, más gestual que ideológico— a lasdictaduras militares, como la argentina y la chilena.Mientras que la izquierda nunca ha denunciado elencandilamiento de un Asturias o un Neruda con lasdictaduras, y la derecha no suele atreverse areprocharles a los grandes escritores de izquierda suservilismo frente a las tiranías «progresistas», laizquierda ha sido implacable con Borges. Desde el ladoindigenista se le reprochó, en términos literarios, quefuera «europeo» y no «latinoamericano», aunque hoy seacepta más fácilmente que no hay nadie más«argentino» que Borges, lo que no excluye la influenciade Chesterton, Stevenson, Kipling, Hume, Berckeley,Schopenhauer o Nietzsche. Pero fue su posición políticalo que verdaderamente centró la campaña contra él.Borges se calificó a sí mismo en la primera etapa de suvida de liberal spenceriano, y en la postrera se definió,sin complejos, como «un conservador». Ya en 1972declaraba a Alex Zisman, en la revista Libre: «Yo eraanarquista individualista... ahora soy conservador.»45

Mantuvo a lo largo de su vida un implacable odio porciertos personajes autoritarios de la historia argentina—Rosas, en el siglo pasado, y Perón, en su tiempo, aquien se refiere en la entrevista citada como «rufián»—.Pero no deja de ser desconcertante su bendición a losmilitares de su país, que eran la negación, por lo

bárbaros, de todo lo que él representaba, que era lacivilización, o que aceptara una condecoración dePinochet, conducta que contrasta con la de sucompatriota Ernesto Sábato, látigo de los militares de supaís (al mismo tiempo que crítico de Fidel Castro). Hayque agradecerle, eso sí, que no fuera nacionalista, en unpaís eminentemente nacionalista, y que tuviera el corajede atacar a la dictadura de Galtieri con ocasión de lainvasión de las islas Malvinas, pistoletazo de partida deesa guerra a la que él comparó con la de «dos calvos porun peine». Los epigramas de Borges contra lademocracia fueron frecuentes. Su tono fue a menudofácil o frívolo, más para escandalizar que parapropugnar una visión ideológica.

Borges no es, ni remotamente, lo peor que haproducido la derecha en materia de comportamientopolítico de un intelectual. Nuestra historia está plagadade casos como el del fascista Plinio Salgado, que intentóel golpe contra Getulio Vargas (otro dictador) en Brasil,o el primer nombre de las letras dominicanas, elensayista Pedro Henríquez Ureña, que ejerció comosecretario de Educación de Trujillo y escribió textos afavor de ese régimen que los trujillistas citaron siempre,aun cuando el filósofo debió huir del país porque elmandamás intentó seducir a su mujer. Ventura GarcíaCalderón, el hispanista, autor de fantasías de ambientecriollo, fue diplomático de varios dictadores peruanos yestuvo financiado por uno de ellos, el mariscal Oscar R.Benavides. Pero la corona se la lleva otro peruano, el

esperpéntico José Santos Chocano, que se apuntó a lastesis vallenistas del «cesarismo democrático», quepublicó en 1922 su Idearium tropical. Apuntes sobre lasdictaduras organizadoras y la gran farsa democrática,y que sirvió, a través de su extenso recorrido por elmundo en pos de aventura (y algunas veces huyendo dela justicia, que lo buscaba por estafador, o en pos deinversiones de dudoso origen) a sátrapas como JuanVicente Gómez o Estrada Cabrera. No menos genuflexofue don Augusto Leguía en el Perú. Lo que dijo dePancho Villa en tono de elogio —«bandolero divino»—quizá le conviene a este parnasiano en tono contrario.

Ningún episodio político contemporáneo ha tenidotanto impacto en el mundo intelectual de esa regióncomo el «caso Padilla», detonante de su división, acomienzos de la década de los setenta, en torno a lamarcha de Cuba. En verdad, ya un grupo deintelectuales que había apoyado a Castro y que todavíase situaba en la izquierda había expresado suincomodidad por muchas de las medidas represivas deCastro, pero con ese típico temor a «dar armas alenemigo» había mantenido sus reservas en la esferaprivada. En alguna ocasión —por ejemplo con suartículo «El socialismo y los tanques», en 1969— MarioVargas Llosa había atacado la aquiescencia de LaHabana ante la invasión de los países del Pacto deVarsovia a Checoslovaquia, pero, aunque en él y otroshabía un enfriamiento de su otrora ruidosa simpatía, nose había llegado a la ruptura. Ese momento llegó con

Goytisolo, Juan, En los reinos del Taifa, Seix46

Barral, Barcelona, 1985.

Libre, número 1, París, 1971.47

Heberto Padilla, como pudo llegar con cualquier otroincidente. El poeta cubano, premiado por la Unión deEscritores por Fuera de juego, cayó en desgracia con elrégimen por algunos gestos independientes,especialmente su defensa literaria del GuillermoCabrera Infante de Tres Tristes Tigres, a quien desde suexilio en 1965, y especialmente tras su declaracióncontra la dictadura cubana, en 1968, en Primera Plana,los escritores oficiales fustigaban.

En marzo de 1971, como ha contado Juan Goytisoloen el pormenorizado relato que forma parte de susmemorias, la redacción de la revista Libre, en un cuartode la calle Biévre que con el tiempo se volvería unrestaurante de alcuzcuz, fue asaltada por la noticia de ladetención de Padilla en Cuba. Libre acababa de ser46

fundada gracias al financiamiento de la novelescaAlbina de Boisrouvray, nieta del barón del estañoboliviano Nicanor Patiño, y agrupaba a buena parte delas figuras literarias de la lengua. La primera reacción,una vez que Padilla fue obligado a hacer su«autocrítica» digna de Bujarin y Radek («he sidoinjusto con Fidel, de lo cual nunca me cansaré dearrepentirme»), fue la de protestar en privado.47

Goytisolo y Julio Cortázar redactaron una carta que, con

más de cincuenta firmas latinoamericanas y europeasde escritores de izquierda, incluidos Jean-Paul Sartre ySimone de Beauvoir, fue enviada a Haydée Santamaría,directora de Casa de las Américas. La carta sólo seharía pública en caso de no tener respuesta. Larespuesta llegó por vía de Fidel, que arremetió contralos «señores intelectuales burgueses y libelistas yagentes de la CIA» y, en el Congreso Nacional deEducación y Cultura, en abril, llamó «basura» y «ratasintelectuales» a los firmantes. A partir de ese momento,los escritores de la izquierda latinoamericana sedividirían para siempre en dos bandos.

Una segunda carta, esta vez más crítica, redactadapor Mario Vargas Llosa en Barcelona y que Goytisolollevó a París, reunió casi todas las firmas anteriores yalgunas más, como las de Rulfo y Pasolini. Cortázarretiró su firma, Carlos Barral hizo lo propio y no figuróla de García Márquez, que además hizo saber que sunombre no había contado con su autorización laprimera vez. Algunos amigos de Cortázar retiraron sufirma días después. No figuraba la de Octavio Paz, quetampoco había firmado la primera y que prefirióprotestar por separado. Quedaron 62 firmas en total.

Cortázar decidió, para enmendar sus relaciones conCuba, algo menguadas por haber firmado la primeracarta, hacer su autocrítica revolucionaria por medio deun poema —«Policrítica en la hora de los chacales»—que hubiera podido firmar Zdanov. En él hablaba de«liberales a la violeta... firmantes de textos virtuosos» y

Libre, número 1, París, 1971.48

Revista Iberoamericana, número 39, 1973.49

afirmaba rotundo: «Es ahora que ejerzo mi derecho aelegir y a estar una vez más, y más que nunca, con turevolución, mi Cuba.» Pero son éstos los versos másfamosos: «... buenos días, Fidel, buenos días, Haydée,buenos días, mi Casa,/ mi sitio en los amigos y en lascalles,/ mi buchito, mi amor, mi caimancito herido...».48

Una vez que Cortázar descubrió la política, sedeclaró siempre revolucionario y hasta concibió laliteratura como parte de la misión revolucionaria (en su«Carta a Pablo Neruda», escrita en Viena en 1971, decíaque «otra poesía ha nacido en nuestro tiempo, sunombre es revolución»). Siguió fiel a Cuba, aunque49

Cuba nunca le perdonó del todo su atrevimiento de laprimera carta, y respaldó al sandinismo hasta sumuerte, aunque se permitió, en un libro cuyos derechosde autor entregó a esa causa, decir en el prólogo que nose podía «echar en saco roto» las críticas de ciertosintelectuales a la revolución. Para siempre quedará enla historia intelectual de América Latina su famosajustificación de los crímenes revolucionarios como«accidentes en el camino». En 1977, le decía a JoséMiguel Ullán, en El País de Madrid, que había unadiferencia esencial entre los errores y crímenes que seproducían dentro del concepto socialista, y los erroresy crímenes equivalentes en el contexto capitalista o

El País semanal, Madrid, 10 de abril, 1977.50

imperialista. Al primer tipo lo calificaba de incident de50

parcours, como si se tratara de «un momento» en elcamino hacia el objetivo. Si la célebre ingenuidad deCortázar, otro de los insignes escritores que batallaronen las filas totalitarias, fue la culpable de esta actitud,hay que decir que el admirable escritor argentino fue uningenuo a prueba de todas las evidencias capaces deintroducir la malicia en el alma humana.

García Márquez

El caso de García Márquez fue distinto. No estuvoimpregnado de los candorosos arrepentimientos deCortázar, pues aunque su nombre apareció entre losprimeros firmantes de la carta a Castro relacionada conel caso Padilla, lo cierto es que el autor de Cien Años deSoledad ni firmó ni estuvo nunca de acuerdo con aquelmensaje. En una entrevista dada entonces a Julio Roca,en el Diario del Caribe de Barranquilla, explicó suposición de esta manera: «Si de veras hay un germen deestalinismo en Cuba, lo vamos a saber pronto por elpropio Fidel... El conflicto de un grupo de escritoreslatinoamericanos con Fidel Castro es un triunfo efímerode las agencias de prensa... Los corresponsalesextranjeros escogieron con pinzas y ordenaron como lesdio la gana algunas frases sueltas para que pareciera que

Libre, Ibíd.51

Fidel Castro decía lo que en realidad no había dicho.»51

Contra la opinión de muchos de sus amigos, el escritorcolombiano creía entonces, y quizá lo cree aún, que unacosa es Castro y otra el comunismo. En realidad, diezaños atrás, había visto muy de cerca la manera como loscomunistas cubanos, mediante infiltraciones y conjuras,se habían apoderado de la agencia de prensa PrensaLatina y forzado la renuncia de su director, el argentinoJorge Ricardo Masetti. García Márquez, que había sidofundador en Colombia de dicha agencia y se encontrabaen aquel momento trabajando para ella en Nueva York,presentó la renuncia de su cargo en solidaridad conMasetti, su amigo. Ello bastó para que se le viera, porparte de los nuevos directivos de Prensa Latina, comoun virtual contrarrevolucionario y se le dejara sin pasajede regreso a su país. No obstante, el futuro autor deCien Años de Soledad creyó que Castro era ajeno a talesmanejos y que todas las distorsiones del llamadoproceso revolucionario corrían por cuenta de losestalinistas de Aníbal Escalante. Y de igual maneraseguía pensando cuando se produjo el escándalo dePadilla.

Desde luego hay algo de «realismo mágico» en estadiferenciación que él establece entre el caudillo y laideología marxista leninista, soporte del régimencubano. Con la sombría realidad de los paísescomunistas, por paradójico que parezca, García

Márquez había ajustado cuentas años atrás. Sus viajesa Polonia en 1955, y luego a Alemania del Este, la URSS,Checoslovaquia y Hungría en 1957, le habían arrebatadotoda ilusión sobre el socialismo, al menos en su versiónmoscovita. Los reportajes desengañados que escribióentonces para revistas en Colombia y Venezuela seríanrecogidos luego en un libro titulado De viaje por lospaíses socialistas (conel subtítulo Noventa días tras lacortina de hierro), publicado en siete edicionessucesivas por la editorial Oveja Negra. Que a esta visióndel comunismo europeo permaneció fiel, lo demuestrasu adhesión al movimiento polaco Solidaridad de LechWalesa y no al régimen del general Jaruzelsky.

Si es así, ¿cómo explicar su adhesión a un régimenque en su estructura interna no es diferente a los quepadecieron los países de Europa Oriental desde el fin dela guerra hasta la caída del Muro de Berlín? ¿No hayacaso flagrantes similitudes entre éstos y el régimencastrista, cuando en Cuba existe también el partidoúnico, la presidencia vitalicia, la carencia de libertades,la anulación del derecho de huelga y cuando allítambién la oposición interna al gobierno, calificada dedelito contrarrevolucionario, se paga con largos años deprisión y a veces con la muerte? Semejanteincongruencia, como ya lo hemos visto, es común amuchos escritores, poetas y artistas latinoamericanosquienes, por cuenta de Castro, apoyan a Cubaconsiderando que allí el llamado socialismo tiene uncomponente distinto. Esta posición, en el caso de García

Márquez, es juzgada de muy diversa manera. Susamigos, entre los cuales hay muchos rotundosanticastristas, recuerdan con algo de humor que el autorde Cien Años de Soledad es un ferviente de Rabelais yno precisamente de Descartes. O, en otras palabras, queen él prevalece el fabulador sobre el analista político yque, en su pluma, la realidad sufre un proceso detransmutación mágica que la maquilla y la exalta hastaocultar sus perfiles esenciales. García Márquez, segúnellos, ha sido deslumbrado por la exuberante ydesmesurada personalidad de Castro, tan parecido apersonajes suyos como el protagonista central de ElOtoño del Patriarca. Desde luego, quienes han padecidoen carne propia el régimen cubano y han tenido queatravesar el largo desierto del exilio, califican entérminos muy duros su apoyo a Castro.

Como sea, por fuera de estas apreciacionesbenévolas o virulentas, lo cierto es que el escritorcolombiano no ha sido ajeno a la alienación ideológicaque ha hecho de la izquierda, para la mayoría de losintelectuales del continente, el bueno de la película entanto que quienes combaten sus mitos resultan losmalos de la misma, rotulados como derechistas oreaccionarios. Dentro de esa visión enajenada, lademocracia liberal aparece sólo como un valor formal yun tanto aéreo, y la revolución cubana como el únicomodelo que ha suprimido las desigualdades sociales yha asegurado altos niveles de atención médica y deeducación pública. De nada sirve demostrar las penurias

Citado en The New Republic, Nueva York, 25 de52

agosto, 1997.

infligidas a la población por el castrismo. Estas, para losintelectuales de izquierda, corren por cuenta delembargo norteamericano —llamado por ellos bloqueo—y del imperialismo.

El hecho es que desde el famoso «caso Padilla»,García Márquez ha seguido al lado de Castro (durantela homilía del Papa en la Plaza de la Revolución, en1998, literalmente al lado). Es un cercano amigo suyo.En 1996, declaraba para la revista Newsweek: «Si nofuera por Castro, Estados Unidos estaría ahora en laPatagonia.» El gran escritor de Cien Años de Soledad52

y de El Otoño del Patriarca es un convencido, como dijoen El Olor de la Guayaba, que «la democracia en lospaíses desarrollados es consecuencia de su propiodesarrollo y no al revés», argumento que en sumomento pudo ser expresado por un Octavio Paz, peroen su caso, más como una inquietud y no comojustificación de los regímenes de Castro o de laNicaragua sandinista. En otras apreciaciones suyas, esvisible que el imaginario del novelista llega a infiltrarseen sus escritos periodísticos o políticos. Luego de labreve guerra de las Malvinas, en la cual apoyó a laArgentina de Galtieri en su conflicto con el ReinoUnido, García Márquez aseguró en El País, en 1983, quelos ghurkas del Nepal, utilizados por los británicos,habían cortado cabezas de prisioneros argentinos cada

El País, Madrid, 6 de abril, 1983.53

Citado en The New Republic, Nueva York, 25 de54

agosto, 1997.

«The writer in his labyrinth», The New Republic,55

siete segundos. (En realidad, los ghurkas sólo fueronusados una vez terminada la guerra para limpiarminas.) Años antes, en otra crónica periodística, había53

incluido entre los fugitivos del boat people que huían deVietnam, a opulentos millonarios, provocando loscáusticos comentarios de un Francois Revel. Y, porsupuesto, García Márquez ha sido un látigo constanteen el lomo de Estados Unidos, país al que todavía, enfebrero de 1994, en el New York Times, con ocasión dedefender una causa acertada, la legalización de lasdrogas, acusaba de haber infligido enteramente laguerra contra las drogas a los países latinoamericanos.54

Dos años después, en la entrevista de Newsweek yacitada, se preguntaba si «Estados Unidos sigue siendoun gran peligro para nosotros». Muy bien recibidas porla izquierda continental, estas posiciones no le hansuscitado particular hostilidad en la derecha, que lasrecibe con guantes de seda y que suele advertir en elescritor colombiano una gran fascinación«antropológica» —o literaria— por el poder y lospoderosos. Con una excepción de izquierda: el perfilescrito para The New Republic en 1997 por CharlesLane.55

Nueva York, 25 de agosto, 1997.

Víctimas y cómplices

No vamos a hacer el interminable recuento de losatropellos cometidos por Castro contra el mundo de lacultura, ni de las distintas formas de hostilidad —desdeel aislamiento hasta la cárcel y el exilio— sufridos a lolargo de cerca de cuatro décadas por muchos escritores.Ellos van de Lezama Lima, a quien levísimos gestos dedistancia le valieron que su Paradiso no fuera reeditadopor la Imprenta Nacional y vivir en un limbo hasta sumuerte, o Virgilio Piñera, que fue arrestado brevementepor homosexual y luego condenado a la muerte civil,hasta María Elena Cruz Varela, a quien en los añosnoventa un grupo de esbirros hizo tragarse sus poemasmientras coreaba a su alrededor: «Que le sangre la boca,coño, que le sangre.» En medio, están los ArmandoValladares, con sus veintidós años de cárcel, y losReinaldo Arenas, cuyas memorias, Antes queanochezca, son un verdadero paseo por el infierno. Y unlarguísimo etcétera.

La tradición revolucionaria de nuestros intelectualeses conocida y larga. En realidad, todas nuestrasguerrillas han sido originadas y dirigidas porintelectuales. Algunos «puros»han pasado a la gloria delos mártires, como Javier Heraud, en el Perú o RoqueDalton, en El Salvador (a quien mataron sus propioscompañeros), mientras que otros, como el ex

simpatizante montonero Juan Gelman, a quien losmilitares le asesinaron a parte de su familia y lotorturaron, no han querido romper con su pasadorevolucionario. Están también, claro, los Benedetti, losGaleano, los Dorfman y otras variantes de la especie, dequienes ya nos hemos ocupado en el libro anteriorampliamente, y los eclesiásticos como Ernesto Cardenal,que recibió el célebre rapapolvo del Papa, o LeonardoBoff, teólogo de la liberación que, a diferencia deGustavo Gutiérrez, no ha revisado en casi nada supensamiento. Hay los que apuntan a la izquierda poresnobismo —un Tomás Eloy Martínez— y los que creenque haber sufrido persecución de una dictadura militarlos obliga a defender a la comunista de Cuba, como RoaBastos.

Nuestros cantantes no se quedan atrás: allí están losrevolucionarios Mercedes Sosa, Quilapayún o Inti-Illimani. ¿Y por qué no nombrar a esos funcionarios dela música, los cubanos Pablo Milanés y SilvioRodríguez? ¿Y por qué no a los pintores, de los queOswaldo Guayasamín, el revolucionario contradictorioque fue al Perú a cantar la gloria del dictador Fujimori,es el emblema perfecto? O a los cineastas, los MiguelLittín, Jorge Sanjinés y Ruy Guerra de nuestra heridadignidad. A diferencia del revolucionario de El beso dela mujer araña de Manuel Puig (un intelectual quenunca posó de «progresista»), que se enamora delhomosexual y luego es delatado por él, nuestrointelectual revolucionario, seducido por la cátedra, la

editorial, el auditorio y la prensa de los paísescapitalistas, no es delatado nunca por ellos: elcapitalismo sabe que la mejor forma de neutralizar alintelectual subdesarrollado es volviéndolo un productode consumo. Lo ha logrado con el Che Guevara: ¿cómono lo lograría con los demás?

Desde hace ya muchas décadas que en el campocultural la izquierda ejerce, tanto en América Latinacomo en España, un dominio tal que cualquier personadedicada a una tarea intelectual, artística o académica—cultural en un sentido amplio— se ve empujada aaceptar el bagaje ideológico y político de esa corriente siquiere prosperar. Gracias a una estructura de la queparticipan medios de comunicación, universidades,editoriales, institutos de investigación y otras entidades,la izquierda está en capacidad de someter al intelectuala un chantaje mediante el cual, para tener algún eco —osimplemente poder vivir de su trabajo—, éste debe pasarpor el aro. Los medios con que cuenta, si su integridadintelectual le dicta no ser de izquierda, son muyinferiores a los otros, y por lo general las institucionesque no están en manos de la izquierda viven unaparálisis —en cierta forma un complejo— frente a laizquierda, que hace que el intelectual disidente tampocoencuentre demasiada «protección» en otra orilla.

Los latinoamericanos hemos aprendido mucho enestas cuestiones políticas de nuestros colegas en elmundo desarrollado. Todavía se recuerda la defensa quehacían Jean-Paul Sartre, Merleau-Ponty y otros del

Jelen, Christian, y Wolton, Thierry, L’Occident des56

dissidents, Stock, París, 1979.

estalinismo cuando ya había amplia evidencia de suscrímenes (cuentan Christian Jelen y Thierry Wolton queentre 1920 y 1974 se publicaron en Francia sesentalibros sobre los campos de concentración soviéticos: denada sirvió). En los años cincuenta, en Francia,56

medios tan prestigiosos como Les Temps Modernes y,en menor medida, Esprit, hacían la vista gorda ante losatropellos del comunismo (el Partisan Review hacíaalgo similar en Estados Unidos). En su célebre polémicacon Albert Camus en Les Temps Modernes, en 1952,Sartre fue capaz de sostener que «la única manera deayudar a los esclavos de allí es tomar partido por los deaquí», frase con la que justificaba el no elevar su vozcontra los crímenes del comunismo soviético. PaulEluard, Louis Aragon, Bernard Shaw, George Lukács ymuchos escritores más, algunos de enorme prestigio,han dado su aliento, a lo largo de este siglo, alcomunismo cuando había suficiente informacióndisponible para formarse un juicio (otros, como JeanGenet, aprobaron el terrorismo palestino).Corresponsales de medios como el New York Times senegaron a ver lo que tenían frente a los ojos, tanto en laRusia de Stalin como en la Cuba de Fidel Castro (WalterDuranty y Herbert Mathews respectivamente). A Castrole han dado su caución muchos europeos que nodefendían el estalinismo en casa. Graham Greene fue un

Aron, Raymond, Ibíd.57

especialista en la materia; Günter Grass es de los másconocidos; Harold Pinter no se ha quedado atrás; y nohay que olvidar La sonrisa del jaguar, de SalmanRushdie, apología del sandinismo, régimen quepersiguió a tantos opositores, pocos años antes de queél mismo fuera objeto de la fatwa iraní. Muchas vecesha sido el complejo frente a Estados Unidos —«losintelectuales sufren la hegemonía de Estados Unidosmás que otros mortales», dijo Aron—, más que una57

convicción totalitaria, lo que los ha llevado a una frívolasimpatía por los regímenes de fuerza.

En España, donde han sido ampliamente apoyadostodos los sátrapas latinoamericanos que se enfrentarona Estados Unidos —Manuel Antonio Noriega, DanielOrtega y, todavía, Fidel Castro—, un sector mayoritariode intelectuales y periodistas, aquejados en parte por elcomplejo de 1898 (¡a estas alturas!) han ejercido elracismo político a la hora de enjuiciar nuestrasrealidades. Buena parte de estos intelectuales, que nosienten la menor turbación moral frente a los crímenescometidos con la coartada de la izquierda firmaron, porejemplo, el 22 de marzo de 1997, en el diario El País, unmanifiesto acusando al gobierno democrático español,en tono tremebundo, de «acoso» contra la prensa.

Una pseudociencia intelectual de origen europeo hacontribuido desde los grandes centros de cultura aempobrecer la noción misma de este concepto hasta

despojarlo de todo valor objetivo, incluido el de lalibertad. A partir de las teorías estructuralistas (y susvástagos, como el deconstructivismo), se ha borrado ladiferencia entre ciencia e ideología, y se ha abiertocamino la idea de que toda valoración filosófica se debebasar en la experiencia, no siendo necesario confrontarnada con el saber objetivo. Un Michel Foucault, unJacques Lacan, un Roland Barthes, han utilizadoideológicamente la psiquiatría o la lingüística, y otros labiología molecular, para,mediante una jerga apropiada,volver ciencia lo que era pura especulación. Lacontribución de estos pensadores a la devaluación de laidea de cultura ha sido notable y buena parte de laenseñanza europea y norteamericana (sobre todo estaúltima) ha derivado en el multiculturalismo y elrelativismo cultural, un dominio en el que ya no existejerarquía alguna y en el que ni lo estético ni lo moralpermiten establecer diferencias de valor entre lascreencias y las ideas. Allan Bloom llamó a esto TheClosing of the American Mind.

Durante los años más oscuros de la intelectualidadeuropea hubo también escritores de un corajeadmirable, que se negaron a aceptar las reglas del juegode sus colegas y pagaron un alto precio por ello. Saltana la vista los nombres de Arthur Koestler, que habíaescrito que la ortodoxia comunista no pasaba por Staliny acabó siendo autor de una de las novelas másimpactantes contra el totalitarismo: Oscuridad alMediodía; de George Orwell, que conoció de cerca al

Nozick, Robert, «Why Do Intellectuals Oppose58

Capitalism», Cato Policy Report, vol. XX, n.º 1, 1998.

monstruo en la guerra civil española y lo denunciódesde la izquierda; o el de André Gide, cuyo Retour del’URSS, en los años treinta, ha quedado como uno de losprimeros y más valientes —y más inútiles— testimoniosde intelectuales occidentales acerca del soviético. Cadapaís ha tenido sus excepciones: un Indro Montanelli, enItalia, un Jorge Semprún y un Juan Goytisolo enEspaña, un Jean François Revel y, un poco antes que él,Raymond Aron, Albert Camus y François Mauriac, enFrancia, para citar los más obvios.

Distintas razones que explican la abdicación moraldel intelectual han sido mencionadas. Pero, antes determinar, vale la pena mencionar una tesis novedosaexpuesta por el filósofo norteamericano RobertNozick. El rastrea el fenómeno hasta la época del58

colegio, donde el intelectual por lo general tuvo éxito ensu día, y al tenerlo se llevó la impresión de que existíauna relación proporcional entre el éxito y el méritointelectual. Pero ocurre que en el mercado, es decir, enla vida, las cosas no suceden como en el colegio. Aquí eléxito tiene que ver con la capacidad de satisfacer a unosconsumidores. El intelectual rara vez alcanza en elmercado el éxito de la escuela. En el colegio no lograbael mismo reconocimiento fuera de clase que dentro dela clase: en los pasillos y los recreos, donde, a diferenciade lo que ocurría en las clases, el reconocimiento no era

distribuido por una autoridad central sino de maneraespontánea por el capricho de los compañeros. Desdeentonces, prefirió un sistema de distribución planificadade la recompensa y el reconocimiento, al sistema libreque reinaba fuera de clase, donde otros alumnos sellevaban las palmas. En la sociedad, al codearse conindividuos que han logrado más que él con menorcapacidad intelectual y cultura, se ha dejado llevar porel resentimiento, que se vuelve odio al mercado y a lalibertad.

VI. LOS SINDICATOS

LA ARISTOCRACIA SINDICAL

¿Fabricantes de miseria, los sindicalistas que se handado por misión defender los intereses de la claseobrera? Si hay una herejía capaz de indignar a nuestrosamigos, los perfectos idiotas latinoamericanos, ésta es,sin duda, la más evidente. Toda herejía, es bien sabido,se establece con referencia a un dogma, y el suyo, eneste caso, lo recibieron del marxismo que ha sido elsustento ideológico del sindicalismo radical en Europay en América Latina. Es el dogma de la explotacióncapitalista y de la lucha de clases. Y, como consecuencia,

el de la confrontación supuestamente inevitable entrelos intereses de una voraz clase empresarial y la clasetrabajadora, a la cual se le invita a servirse, comoherramienta de lucha, de la organización sindical,mientras ésta consigue su objetivo último: laeliminación de las empresas capitalistas y eladvenimiento de un sistema más justo, el socialismo.

Toda fábula ideológica tiene como punto de partidauna situación real. Nadie, en efecto, puede negar que, enEuropa y Estados Unidos, durante la revoluciónindustrial y a lo largo del siglo XIX los trabajadoresestuvieron sujetos a condiciones inhumanas de trabajo.La explotación denunciada por una Flora Tristan odescrita por novelistas como Zola, Dickens o, enEstados Unidos, por Theodore Dreiser, existiórealmente; de ello no cabe duda. Y aún puede intuirse alver las colonias fabriles del río Llobregat, surgidasdurante la tardía revolución industrial española.

Ahora bien, toda la normativa laboral surgió deaquella aciaga experiencia. En Europa, luego de laPrimera Guerra Mundial y más tarde en AméricaLatina, la intervención estatal fue concebidaesencialmente como una herramienta para proteger losderechos del más débil —el proletariado industrial— eneste constante enfrentamiento suyo con la clasepatronal. Los mismos totalitarismos se vistieron desocialismo: el fascismo, luego el nazismo y, finalmente,los nuevos regímenes nacidos a su imagen y semejanza,como el sindicalismo vertical católico, proteccionista y

paternalista de la España de Franco.Hoy en día, esas concepciones deben ser

necesariamente revisadas. La legislación laboral haresultado ineficaz y opuesta no sólo al desarrolloeconómico sino al interés de las propias clasespopulares. Las normas copiadas de los países quehabían alcanzado la fase del desarrollo industrial notuvieron el mismo efecto en naciones en vías dedesarrollo como las nuestras del continentelatinoamericano. Quienes viven en condiciones demiseria hoy en América Latina no son los trabajadoresdel sector industrial, sino aquellos, más o menosmarginales, que no logran acceder a un empleopermanente. Las favelas, poblaciones o barriospopulares de nuestras ciudades están llenas de gentesque viven de oficios de fortuna. Son millares tambiénlos trabajadores que se desempeñan en pequeñosestablecimientos artesanales, comerciales o de servicios,o en empresas de carácter familiar, que no retiranbeneficio alguno de dichas legislaciones laborales.

Estas leyes, en cambio, otorgan beneficios, a vecesdesmesurados, a los trabajadores con poder de presión,en detrimento de los demás. Promulgadas hacecuarenta o cincuenta años, entienden proteger altrabajador estableciendo una virtual inmovilidadlaboral, imponiendo en algunos países convencionescolectivas de trabajo para cada sector de la industria yprivilegiando la antigüedad y el escalafón sobre lacapacidad y el rendimiento.

El poder tras los sindicatos

En muchos países, como México o la Argentina, seconsagró la afiliación obligatoria a los sindicatos. Lanegociación colectiva fue vista siempre como laexpresión de un conflicto de clases y lo que en ellalograba obtenerse, frecuentemente bajo la amenaza dehuelgas o paros indefinidos, como una conquista, sinque se tomara en cuenta para nada la productividad dela empresa. Leyes como la 166.455 de 1966, en Chile,similares a las de la España sindicalista, acabaronenvolviendo en un verdadero alambre de púas cualquierdespido. Llegó un momento en que sólo el doloflagrante era la única causal justificada para suspendera un trabajador. Los juicios por despido se convirtieronen la corona de espinas de los empresarios y en lafortuna de un enjambre de abogados laborales ytinterillos. Y con ello sólo se logró restringir el mercadodel trabajo al provocar el pánico del empleador. «Sitomas un empleado, es como si te casaras con él», sedecía.

Simultáneamente, en muchos países lossindicalistas lograron establecer rígidos monopoliosmediante el establecimiento de carnets o licenciaslaborales. Lo que era privativo para profesiones comomedicina, derecho, ingeniería, arquitectura uodontología se extendió a toda suerte de oficios. EnChile, durante décadas, sin dichas licencias otorgadaspor el Estado con anuencia de los sindicatos, no se

podía ser peluquero, matarife, actor, músico, locutor,chofer de colectivos, vendedor de vinos, dependiente deuna fiambrería, trabajador portuario, operadorcinematográfico, ascensorista o descargador decamiones. En México y España ocurrió otro tanto; talvez sólo los poetas quedaron dispensados de este tipo deasociaciones corporativas, que alguien calificó desimples variantes, protegidas por la ley, de la sociedadprotectora de animales. En Colombia, hasta hace muypoco, los niños que aparecían en los comerciales detelevisión anunciando cereales o gelatinas erandoblados por horrendos y engolados locutoresprofesionales y, por falta del carnet o tarjetaprofesional, García Márquez era considerado por losdirectivos del Círculo de Periodistas de Bogotá un«periodista empírico» sin legítimo derecho de escribiren los periódicos.

Los países de América Latina donde el sindicalismoha llegado a tener un poder más tiránico son, sin duda,México y la Argentina. En este último país subsiste lanefasta legislación laboral peronista y postperonista,inspirada en la que tenía Italia bajo el fascismo. Dehecho, el sistema sindical argentino, creado por Perónen 1946, tomó como modelo la Corte del Lavoro deMussolini. Es toda una colección de aberraciones,típicas de la derecha populista, con las cuales sepropuso Perón crear un sindicalismo de Estado que lesirviera a su régimen de sólido soporte político.

La que sirve de eje al sistema es el Unicato o

sindicato único. En efecto, no puede existir en el paíssino un sindicato por actividad económica (metalúrgico,textil, comercial) con una personería jurídica otorgadapor el Ministerio de Trabajo. Al no existir asociacioneslibres o voluntarias, esta exigencia le confiere un granpoder al gobierno, que tiene en su mano la eliminaciónde grupos sindicales opositores. Los contratos colectivossectoriales entre el sindicato único y las CámarasEmpresariales constituyen un verdadero disparateeconómico, pues establecen una obligatoriauniformidad de salarios y condiciones entre empresasdel mismo sector. Poco importa que unas seancompetitivas y otras no. No hay posibilidad de quepatronos y trabajadores de una empresa adelanten supropia negociación

En realidad, todas las normas laborales argentinasparecen encaminadas a destruir la economía demercado eliminando la competitividad y dejandodesamparado al empresario frente a la llamada justicialaboral, cuya balanza se inclina siempre del lado de lossindicalistas. En la Argentina la industria másfloreciente es la del juicio laboral.

Pero la distorsión más alarmante de una legislaciónde alta coloración demagógica es el sistema de salud. Enla Argentina, los trabajadores deben pertenecerobligatoriamente a la organización prestadora de saludde su respectivo sindicato, llamada «Obra Social», paralo cual se aporta el 9 por ciento de la masa salarial: 6por ciento el empresario y 3 por ciento el trabajador. No

se puede acudir a otra empresa de salud. El trabajadorno está en libertad de escoger el servicio que más leconvenga. Es el rehén de un monopolio. Y dichomonopolio, escandaloso, genera al año una sumafantástica, que oscila entre tres mil y cuatro milmillones de dólares, manejada por los dirigentessindicales. Así, veinte millones de argentinos,obligatoriamente, están sujetos a un régimen que les daun pobre servicio de salud, pero que deja ricos a lossindicatos y a sus líderes.

Semejante privilegio —es obvio decirlo— genera unacolosal corrupción, pues esos dineros no sólo sirvenpara enriquecer a las aristocracias sindicales, pagar susautos, casas, guardaespaldas y matones, sino paracomprar políticos, funcionarios y jueces. Sentados en unsillón de venalidad y privilegios, difícilmente los líderessindicales argentinos aceptan cualquier forma dedesregulación o permiten que los trabajadores de supaís, como los de Chile, puedan elegir el servicio desalud que prefieran. La idolatría profesada por ellos a lamemoria de Perón y de Evita, pese a los desastresprovocados en su país por el justicialismo, demuestraque la demagogia paga dividendos. Finalmente Peróntuvo el talento de sustituir una tradicional oligarquía deestancieros rurales por otra: la oligarquía sindical.

México no se queda atrás, aunque allí el poderpolítico y económico que hoy tiene el sindicalismo noprovino de un militar de derecha sino de uno deizquierda: el famoso general Lázaro Cárdenas, que

gobernó al país de 1935 a 1940. La negociaciónpromovida por él con los sindicatos tuvo comocorolario, el 24 de febrero de 1936, la creación de lapoderosa Confederación de Trabajadores de México queintegró a los principales sindicatos de aquel momento.Dicha organización se convertiría de hecho en la cabezadel Partido Nacional Revolucionario, antecesor del PRI.Como sucedería en la Argentina con el peronismo,también en México se las arregló el partido oficialistapara tener al sindicalismo como su principal sustentopolítico. Cárdenas dejó en manos suyas laadministración de grandes industrias básicasexpropiadas como los ferrocarriles, la electricidad y elpetróleo. Incorporada a la estructura misma del PRI,dueña de un inmenso poder económico y de un decisivoprotagonismo político, la aristocracia sindical ha tenidoallí una cuota apreciable de diputaciones, senadurías ygobernaciones, sin hablar de su influencia en ladesignación del candidato oficial del PRI; vale decir, delpresidente de la república. Por otra parte,administrando sin ninguna suerte de contraloríaexterna el 2 por ciento de las cuotas sindicales, lastesorerías de los sindicatos han sido una fuente habitualde enriquecimiento repentino. Este mundo sindicalmexicano tiene su reina: la corrupción.

En México, como en la Argentina, prevalecen lasconcepciones corporativistas. La Ley Federal delTrabajo, promulgada en 1970 y aún vigente, obliga a lasempresas a admitir únicamente como trabajadores a

quienes pertenezcan al sindicato de la respectivaindustria. Los empresarios se ven obligados a despediral trabajador que el sindicato expulse, así sea unexcelente operario. Los contratos colectivos establecen,además, que las empresas deben tomar en cuenta laopinión de los sindicatos en la selección y enganche denuevos empleados y a consultarles cualquier promociónde personal. La cuota sindical, deducida de los salarios,debe ser entregada directamente al sindicato del ramo,que la administra según su real parecer.

Feria de prebendas

Si en México y Argentina, y en menor grado enVenezuela, los partidos de gobierno se han valido de lademagogia y la corrupción para poner en su bolsillo alsindicalismo, en otros países del continente las centralessindicales han sido primero infiltradas, luegocontroladas por la extrema izquierda haciéndolaspartícipes de sus cartillas ideológicas y de suspropósitos de abierta confrontación social. EnColombia, donde sólo el 7 por ciento de los trabajadoresestá asociado a organizaciones sindicales, la CUT,Central Unitaria de Trabajadores que agrupa al 58 porciento de los empleados y obreros sindicalizados delpaís, tiene, a la sombra de esta influencia, unadefinición típicamente clasista de su acción. Supropósito declarado es crear en sus afiliados lo que

llaman «una conciencia de clase» encaminada a liquidarel sistema (capitalista) y no a apuntalarlo. «Paranosotros las banderas socialistas no han muerto—declaran sus dirigentes—. Lo que ha fracasado es lasociedad socialista sin democracia, sin libertad y sinpluralismo.» Nunca, sin embargo, se han tomado eltrabajo de explicarle a sus miembros dónde, en quéparte del mundo, existe esa sociedad socialista,entendida por ellos mismos como propiedad común delos medios de producción, adornada con virtudes tandemocráticas.

A esta central pertenecen los dos más poderosossindicatos del sector público: la USO (Unión SindicalObrera), que agrupa a los trabajadores de la empresaestatal de petróleos, Ecopetrol, y Fecode, el sindicato delos institutores oficiales. Todos ellos, por cierto, invitanen sus documentos y proclamas a combatir al infamen e o l ib er a l ism o , a la su p u e s ta « a g re s ió nnorteamericana» así como a «las imposiciones delFondo Monetario Internacional» y a la privatización delas empresas públicas.

Detrás de estas posiciones no hay sólo, en todo elmovimiento sindical de América Latina, un ingredienteideológico trasnochado, detrás del cual asoman lasbarbas de Marx y de Lenin, sino algo más terrenal ytangible: la defensa de privilegios obtenidos paracategorías reducidas, realmente elitistas, detrabajadores del Estado, mediante leoninasconvenciones o contratos colectivos. El arma de presión

han sido siempre los paros y huelgas (en Colombia, en1991, un 5 por ciento de los trabajadores estataleshicieron 4.760 horas de huelga) y los cómplices de estassuculentas concesiones a cargo del erario público hansido, naturalmente, los políticos o sus testaferros. ElEstado no tiene dolientes: quienes manejan el dinero delos contribuyentes, en América Latina, parten de la basede que al ser ese dinero de todos no es de nadie, y porconsiguiente se puede repartir o vender alegremente sicon ello se consiguen votos.

Los ejemplos de esta inmensa feria de prebendas, alo largo y ancho del continente, sobran.

En casi todos los países del área, los convenioscolectivos obligan a las empresas a proporcionar alsindicato sumas específicas para sus sedes, mobiliarioy servicios de las mismas. También para becas,actividades culturales y turísticas, regalos navideños yotras generosas bonificaciones, así como asignacionesespeciales para la escolaridad de los hijos, poraniversarios, etcétera.

Las aristocracias obreras, ligadas generalmente a lasgrandes empresas estatales, son insaciables y a vecesmuy imaginativas a la hora de elaborar sus voracespliegos de peticiones. Petróleos Mexicanos estáobligado, por cláusula establecida en el contratocolectivo, a dar prioridad a los hijos de los empleados enla adjudicación de nuevas plazas de trabajo y lostrabajadores del Instituto Mexicano del Seguro Social,además de recibir un aguinaldo anual equivalente a

noventa días de salario, pueden, además, concederse undescanso de un año sin sueldo, con la obligación para laempresa de reengancharlos al cabo de ese tiempo delargas y soleadas vacaciones.

Sin embargo, los mexicanos se quedaron cortos sicomparan lo suyo con todo lo obtenido por suscongéneres de la empresa estatal colombiana depetróleos, Ecopetrol. No es extraño que esta empresa, yatorturada por continuos atentados dinamiteros a susoleoductos a cargo de la guerrilla del ELN, debarenunciar a muchas de sus exploraciones para satisfacera los dirigentes del sindicato crecido de maneratentacular en su seno, la USO, el rey de todos cuantosexisten en este infortunado país. Dichos apóstoles delproletariado, señalados frecuentemente como cómplicesde la propia guerrilla y algunos de ellos sindicados porla Fiscalía con los cargos de corrupción y homicidio, hanconseguido, en una convención colectiva firmada con laempresa, cuatrocientos días de licencia cada vez quevayan a estudiar un nuevo pliego de peticiones. Y tienenrazón en tomarse tanto tiempo ideando exigencias, puesestas no son realmente modestas. Han logrado, porejemplo, que Ecopetrol les suministre cada dos añosuna flota de catorce camionetas nuevas, de doblecabina, para su uso personal, y un estipendio económicomensual para el mantenimiento de dichos vehículos,aparte del lubricante, del combustible, del lavado y delengrase. Los mismos dirigentes sindicales exigen (yobtienen) seis mil dólares anuales de auxilio a fin de

hacerse a todas las técnicas de navegación por Internety cuatrocientas becas para que sus esposas ocompañeras permanentes estudien lo que quieran. Laempresa, además, debe cubrir el 90 por ciento de losgastos de matrícula y pensiones escolares de sus hijos,en los niveles primario, secundario y universitario de sueducación, con un item único en el mundo: si estosprivilegiados muchachos desean hacer estudios en elexterior, también allí, en divisas extranjeras contantesy sonantes, la maternal empresa está obligada asufragarles el mismo 90 por ciento de sus gastosacadémicos. Si a todo esto se suma lo que Ecopetroldebe pagar a sus seis mil pensionados, cuyo promediode antigüedad en la empresa es de sólo trece años, y loque deberá pagar a los tres mil quinientos que sejubilarán en los próximos diez años, se entiendeperfectamente por qué Colombia, pese a sus ricasreservas petrolíferas, expuestas a quedar inexplotadas,está abocada en pocos años a importar petróleo en vezde exportarlo. La glotonería sindical la paga muy caraese país.

Claro que los sindicalistas venezolanos no se quedanatrás. Los gobiernos del socialdemócrata partido AcciónDemocrática y del socialcristiano Copei, amboscontaminados de populismo, despilfarraronalegremente, en poco más de veinte años, recursossuperiores a doscientos setenta mil millones de dólares,y aunque dejaron a las dos terceras partes de lapoblación sumergidas en una crítica pobreza, se las

arreglaron para darle una tajada de ese pastel dederroches al sindicalismo estatal. Al fin y al cabo, al ladode los políticos venales y de los empresariosmercantilistas, tales sindicatos son también losprivilegiados del sistema.

Son muchos los contratos colectivos leoninos que sehan firmado en el país, pero ninguno igual al obtenidopor el sindicato de la compañía aérea Viasa. Tantoshuevos de oro le sacaron a esta gallina que acabaronmatándola: la compañía, que nació y creció comoempresa estatal hasta que fue vendida a Iberia, está enproceso de liquidación. Y se entiende, cuando uno miralo que sus sindicatos, a los que pertenecían 3.575personas, de las cuales 301 eran pilotos, impusieron encinco contratos colectivos distintos, uno para cadasector de su personal. En Viasa el promedio de pilotosascendía al estrafalario número de cuarenta por avión.Ninguno de ellos podía volar más de 65 horas por mes,cuando en las restantes compañías el promedio era deochenta horas. En 1990, un comandante de DC10obtenía un ingreso anual de cien millones de bolívares(aproximadamente un millón de dólares para esaépoca). Cuando los trabajadores de Viasa (eran tres mil,no lo olvidemos) salían de vacaciones, la empresa debíadarles pasajes gratis para sus esposas y dos hijos, ypasajes con un 90 por ciento de descuento para suspadres y suegros, en cualquiera de las rutas cubiertaspor la compañía. Con semejante cláusula, no era raroque la mitad de los pasajeros de una ruta a Europa

fueran gozosos parientes del sindicalista. Y así, bajo elpeso aplastante de estas prebendas, la airosa compañíaaérea resultó fulminada por las «conquistas» de suspropios trabajadores. Las huelgas de controladores,pilotos y personal de diversa índole ante la llegada delverano, y con ello el período rentable de la empresa, hanhecho de Iberia una hispánica feria de prebendas.

No es la única que ha salido del mercado por lamisma razón. El Instituto Nacional de Puertos (INP) deVenezuela sucumbió también por los costos quepresentaban las prerrogativas de su sindicato, un hijomimado de Acción Democrática. Los ingresos del INPnunca lograron cubrir los gastos de una nómina, queestaba excedida en un 72 por ciento. Las empresasnacionales y extranjeras debían contratar cuadrillasprivadas para la carga o descarga de sus mercancías,pero aun así debían pagar a los obreros del INP pormirar la actividad de los otros trabajadores. Esto sellamaba «derecho de vista». Claro, el INP quebróaplastado por un déficit crónico calculado en dos milquinientos millones de bolívares anuales (veinticincomillones de dólares). La liquidación de los doce milempleados del INP fue el doble de la prevista por la ley.Le costó al derrochador Estado venezolano más de diezmil millones de bolívares.

Igual suerte corrieron en Colombia, por la mismacausa, los ferrocarriles nacionales, hoy desaparecidos(las vacas pastan entre sus rieles ya inútiles), y laempresa Puertos de Colombia. En esta última, los

trabajadores podían jubilarse con sólo tres años detrabajo en los puertos y diez en otra entidad oficial. Deeste modo, un muchacho que se iniciaba allí a los veinteaños, a los treinta y tres podía echarse en una hamaca adisfrutar la pensión por el resto de sus días. Si erainteligente, al enviudar podía contraer matrimonio conuna muchacha a fin de que, a su muerte, ella heredarala suma recibida por él cada mes. Cuando, Puertos deColombia fue privatizado estallaron dos escándalos:uno, al descubrirse que en los puertos había un númerode trabajadores cuatro veces mayor del que senecesitaba, de modo que en el puerto de Cartagena,privatizado, trabajan hoy quinientos cuarentaempleados cuando la empresa estatal ocupaba dos milsetecientos. El otro escándalo fue la liquidación,operación bastante parecida a un atraco que acabó conel liquidador (un político venal) sindicado de robo porla justicia y refugiado en Cuba para escapar de la cárcel.Allí se pagaron diez mil millones de pesos (diez millonesde dólares) en prestaciones sin soporte legal. Ochodirigentes sindicales recibieron lo equivalente en pesosa setecientos setenta y nueve mil dólares, pues sussalarios, mediante mil artimañas dolosas, fueroncalculados en novecientos dólares diarios, suma quenadie, en ninguna parte, ha recibido por ayudar a ladescarga de mercancías en un puerto.

Los ejemplos podrían multiplicarse al infinito entodos nuestros países, entre otras cosas porque loobtenido en uno de ellos es copiado por los sindicatos

de los otros. Ello explica, por ejemplo, que en lasempresas eléctricas de México, Venezuela y Colombia elfluido eléctrico sea gratis para sus trabajadores, y que enalgunos casos el excedente del cupo no utilizado porellos se lo compre la propia empresa, frecuentementemanejada por políticos irresponsables o por sustestaferros como pago de servicios al partido en elpoder. La divisa de la burguesía sindicallatinoamericana —como la llama eldiario El Comerciode Quito— es la misma que un autor francés le asignaraal sindicalismo de su país: toujours plus, siempre más.Pero la realidad es que ese «siempre más» se aplica auna categoría reducida y privilegiada de trabajadores—de ahí que se hable de burguesía, oligarquía oaristocracia sindical— cuya condición contrasta con ladel verdadero proletariado industrial, para no hablar dela inmensa masa marginal a la que ninguna legislaciónlaboral arropa.

Dichos contrastes se advierten en todas partes. Enel Ecuador, una es la condición de los doscientos miltrabajadores del sector público, que cuenta coninfluyentes compadrazgos políticos, y otra la del restode la clase obrera. El Estado es allí, como en todosnuestros países, un patrono débil y complaciente, conun escaso margen de maniobra. Adquiereincesantemente obligaciones pero no formula exigenciasa sus trabajadores. Debe aceptar con pasividad que lossindicatos del Instituto de Seguro Social (el IESS) veteno impongan a los directivos de esta entidad oficial. De

este modo, cada vez que un nuevo funcionario toma elmando de la institución, los contratos se revisan paraobtener más ventajas laborales. Ello explica que lossueldos de Petroecuador (1,8 millones de sucresmensuales), los de Petrocomercial, Inecel, Iess o el Bnf,sean tres veces superiores a los de empleados ytrabajadores de empresas privadas y las normas deestabilidad, bonificaciones, subsidios y premios resultenexclusivos de estas oligarquías sindicales.

El precio de las conquistas

¿Cómo verá la inmensa franja de marginales delPerú, que viven en la economía informal, sin protecciónalguna, las sofisticadas exigencias de las cúpulassindicales? En las convenciones colectivas que éstassuscriben, insaciables, hay todo un catálogo decompromisos pintorescos: primas si hace mucho calor(Cervecería Backus) o si hace frío (Cervecería del Sur) osi se trabaja en la sierra; cuatro cajas de cerveza paracada trabajador con motivo del 28 de julio, del 1 demayo, de los carnavales o del 25 de diciembre; unacanasta navideña «conteniendo en lo posible pavo ypanetón adquiridos en un establecimiento de prestigio»(Savoy Brands Perú, S.A.) y toda una constelación debonificaciones de acuerdo con los más variadosaniversarios incluyendo el de la empresa, el delsindicato, el del día de la madre o el onomástico del

propio trabajador o el de su cónyuge.A estas alturas, nuestro querido amigo, el incurable

idiota latinoamericano, debe estar estremecido de rabia.«Acaso —dirá— los trabajadores ¿no tienen derecho aestas minucias que ustedes consideran privilegios?»«¿No tienen eso y mucho más los explotadores de laclase empresarial?» «¿No es de oprobiososreaccionarios poner en tela de juicio las conquistaslogradas tras dura lucha por la clase obrera?» «¿No esuna prueba más de cómo el neoliberalismo nos regresaal capitalismo salvaje del laissez faire y laissez passer?

Piano, piano, querido termocéfalo. Piano, piano.Esas supuestas conquistas, defendidas por usted, salendel bolsillo de los contribuyentes, no debe olvidarlo, y sepagan con impuestos, con déficit fiscal y con inflación.El espíritu de confrontación, las continuas amenazas deparo, la manera como las minorías sindicales drenan sinpiedad los recursos de las empresas, y en especial las delsector público que no tienen doliente, colocan sinremedio a este sindicalismo voraz entre los fabricantesde miseria al lado del Estado, de los políticos corruptos,de los empresarios mercantilistas, de las malasuniversidades, de los guerrilleros, de los religiososempecinados en los falsos rumbos de la Teología de laLiberación y otros protagonistas de políticas desastrosasque nos han dejado en el atraso y en el Tercer Mundo.

Es hora de recordar que la noción de conquistasocial debe ser elástica. En período de recesión, dichasconquistas pueden producir la parálisis o abiertamente

la quiebra de las empresas; es decir, de las realesfuentes de trabajo. La otra verdad es de carácter teórico.Extorsionar las empresas con pliegos de peticionesdesorbitados buscando su desaparición para sustituirlascon un dichoso socialismo que fracasó en la URSS y enlos países comunistas, es como ponerle cargas dedinamita al barco en el cual uno se encuentra a bordo.

Por otra parte, uniformar salarios y condiciones detrabajo para cada tipo de actividad industrial, a travésde contratos colectivos, es absurdo. Cada empresa tieneuna realidad económica que le es propia. Los contratoscolectivos debilitan a las menos competitivas yperjudican a los trabajadores de las más eficaces. Lorazonable es que cada empresa pacte con sustrabajadores de acuerdo con la realidad que le es propia.

Otra idea equivocada: buscar la estabilidad oinmovilidad laboral a través de exigentes causales dedespido o de indemnizaciones considerables es unamanera de reducir el mercado del trabajo con elconsiguiente perjuicio para quienes buscan empleo.Justamente una de las razones que explican el bajoíndice de desocupación de Estados Unidos y el alto enEuropa tiene mucho que ver con las facilidades decontratación y despido. La supuesta protección altrabajador con base en severas disposiciones legales es,pues, un arma de doble filo. En última instancia sevuelve contra los intereses de la clase obrera.

Inevitablemente, la realidad del mundo de hoy, lanoción de «aldea global» y la apertura de la economía,

exigen la liberalización del mercado de trabajo. Loscostes laborales representan un componente de muchopeso en la producción. No es lógico liberar precios, tasasde cambio e importaciones si paralelamente no seliberaliza el mercado laboral. Cada vez, dentro de lasnuevas realidades del comercio mundial, se haceindispensable dejar en libertad a las empresas parapactar con sus trabajadores salarios y formas dedespido, pues sólo de ese modo estarán en condicionesde competir. Los sindicatos españoles, muyinfluenciados por los franceses, han comenzado a pactarestas reformas, la moderación de los privilegios y, enalgunos casos, los mismos sueldos, buscando adaptarlas reivindicaciones sociales a la realidad económica y afavor de un mayor empleo.

Las privatizaciones son inevitables. El Estado es unpésimo empresario y un mal administrador de servicios.Está indigestado de burocracia. Ofrece puestosburocráticos y no empleos, en el sentido que estapalabra tiene en el sector privado. Sus administradoresson funcionarios. Movidos casi siempre por interesespolíticos, resultan poco competentes y ajenos a criteriosde rendimiento y rentabilidad. Los sindicalistastradicionales no han comprendido que dentro delinevitable proceso de globalización de la economía, lasupervivencia y prosperidad de las naciones dependeesencialmente de la capacidad competitiva de susindustrias.

Desentendiéndose de estas realidades, sus

exigencias voraces, sus concepciones y propósitos seenfrentan a las condiciones propias de la coyunturaeconómica en el umbral del nuevo milenio: la apertura,la flexibilidad del mercado laboral, la renovacióntecnológica y el desarrollo de la empresa privada comoúnica creadora de riqueza. Oponiéndose a lasprivatizaciones, ordeñando sin piedad a las empresasestatales, que se nutren de auxilios fiscales, sirviéndosede políticos débiles o venales para obtenerinsaciablemente nuevas prerrogativas, lo que consiguenes crear una aguda desconfianza en el entornoeconómico y una imposibilidad de acumular capitalessuficientes, clave del desarrollo y del mejoramientosocial. Altas tasas de interés, un sistema impositivofrancamente desalentador, endeudamiento, gastopúblico excesivo, servicios públicos costosos, deficientesy contaminados por la corrupción, una sobredosis deleyes, de regulaciones y, por ello mismo, de litigios yjuic io s laborales , com p letan este p aisajemacroeconómico de nuestros países con unaconsecuencia inevitable: más pobreza, más desempleoy un peligroso crecimiento de la marginalidad y de ladelincuencia.

Los dirigentes de un sindicalismo radical, hoy encrisis, nunca se han detenido a pensar quién realmentelos emplea. Si atienden a nuestros testarudos idiotascontinentales, seguirán anclados en su idea de que lainjusticia del sistema los condena a vender su fuerza detrabajo a explotadores sin alma, dueños del capital.

Nunca han llegado a ver que en última instancia losempresarios y las empresas dependen de losconsumidores o usuarios de servicios y que elincremento de la demanda por parte de éstos es la únicaseguridad, la única garantía para los propiostrabajadores.

Si llegaran a curarse de su esclerosis ideológica,comprenderían que hoy en día, dentro del nuevoesquema económico no proteccionista, la única manerade progresar y de sostener e incrementar los niveles deempleo exige el compromiso y la concertación con lasempresas y no la confrontación de los tiemposdecimonónicos.

Es la realidad de los nuevos tiempos. Ella exige untrabajo de demolición no sólo de conceptos sino depolíticas y de estructuras laborales y legales. Estesaludable proceso de rectificación se ha iniciado ya envarios países. En Chile, por ejemplo. La reforma laboralrealizada allí ha sido la condición esencial para permitirque este país tenga la más alta y sostenida tasa decrecimiento económico de todo el continente. Losirreductibles de la izquierda latinoamericana dirán queestos índices tan vistosos no significan nada en elcampo social. Pues bien, no es así: un estudio delInstituto Libertad y Desarrollo demuestra que el sectorprivado, en los últimos doce años, gracias al crecimientoe co n ó m ic o , p e rm it ió a 2 6 7 .0 0 0 fam il ia s(aproximadamente un millón de personas) salir de lapobreza. De modo que la flexibilidad del mercado

laboral, pieza básica de la libertad económica, noimplicó, como se decía, el empobrecimiento de la clasetrabajadora. Al contrario, creó para ésta másalternativas de trabajo.

La reforma rompió muchas distorsiones de laantigua legislación laboral, que era muy similar a la quehoy todavía se mantiene en muchos países delcontinente. En primer término, estableció una plenalibertad sindical en lo que se refiere a la creación yafiliación de sindicatos. Se eliminó el carnet profesionalpara una gran cantidad de oficios. Se garantizó lademocracia dentro del mundo sindical, mediante el votosecreto y directo para la elección de dirigentes,afiliaciones, cuotas o decisiones de huelga. Se suprimióla intervención estatal en la vida sindical y en lasnegociaciones colectivas con las empresas. Serestableció el derecho de despido del empleadormediante indemnizaciones razonables y se prohibió elfinanciamiento de los sindicatos por parte de lasempresas: éstos dependen exclusivamente, en eseaspecto, de las cotizaciones de sus afiliados.

Aunque semejantes disposiciones hacen erizar a lossindicalistas de la vieja escuela y deben ser miradas conigual horror por la fosilizada izquierda litúrgica quetodavía, entre nosotros, hace ruido en calles yuniversidades, poco a poco se abre paso, aquí y allá, unsindicalismo más moderno y mejor sincronizado con lasrealidades de la economía global. Las tímidas reformasen España marcan un camino a seguir y profundizar.

En el Perú, existe el caso de la empresa MagmaTinta ya inspirado, según los propios términos de suúltima negociación colectiva, en «las nuevas tendenciasde las relaciones industriales en el mundo». Allí se haestablecido un comité de trabajo «Sindicato-Gerencia»,sobre la base de que existen intereses comunes,encaminado a incrementar la productividad y a obtenerutilidades compartidas cancelables trimestralmente,pero con compromisos conjuntos de inversión yreinversión. El Comité conjunto de sindicatos y gerenciase reúne mensualmente para estudiar la marcha de laempresa, su situación en los mercados, los índices derendimiento, los planes de formación técnica, etcétera.La concertación sustituye allí la confrontación que eratradicional.

En Colombia, el caso más resplandeciente de estenuevo espíritu es el de las empresas bananeras de laregión de Urabá. Sin duda la estrecha relación decooperación que tienen los empresarios con el poderososindicato de Sintrainagro se originó en una situaciónexcepcional: propietarios y obreros han sido duramenteperseguidos por la guerrilla. Los primeros, por ser vistoscomo enemigos de clase; los segundos, porque en sugran mayoría son guerrilleros reinsertados que, al darpor cancelada la lucha armada, fueron consideradostraidores a la llamada causa revolucionaria (más deseiscientos de ellos han sido asesinados). Laconcertación llegó a ser tan profunda, que en el caso deempresas en dificultades los trabajadores aceptaron el

pago parcial de sus salarios mientras éstas serecuperaban. Poco a poco, empresarios y obreros hanacabado por estudiar planes conjuntos para elincremento dela producción bananera, al tiempo queimpulsaban fundaciones para la construcción deviviendas, escuelas y servicios hospitalarios destinadosa los trabajadores y sus familias.

Son dos ejemplos, entre muchos que empiezan averse en América Latina. Mientras esto ocurre, el viejosindicalismo ha entrado en crisis junto con los demáscomponentes del sistema hasta ahora imperante: laclase política, el Estado regulador, los empresariosmercantilistas, el populismo, las concepciones«victimistas» del tercermundismo y sus furibundosenjuiciamientos apoyados en una ideología obsoleta.¿Quién podría creerlo? Los supuestos personeros de laclase obrera tienen acciones, y muy grandes, en lapobreza que afecta a una gran parte de la poblacióncontinental.

VII. LOS EMPRESARIOS

LA BOLSA Y LA VIDA

Los empresarios a los que nos referimos en este

capítulo no son los que cumplen su función, es decirponer la imaginación y el trabajo al servicio de losconsumidores, sino los que participan de eso que, algoequívocamente, se denomina «mercantilismo». Elmercantilismo es, por lo menos en la acepción quenosotros hacemos nuestra, un sistema perverso queconvierte al reparto de privilegios en el factordeterminante de toda o de una parte de la vidaeconómica. Es un sistema, por tanto, que sustrae a losconsumidores, es decir los seres humanos de la anchasociedad, la última palabra acerca del éxito o fracaso delos productos de bienes y servicios, para colocarla enmanos de la burocracia política coludida con ciertosempresarios o sectores económicos en perjuicio deotros. Hay empresarios admirables, desde luego, entodas partes donde existe un mercado, incluyendoAmérica Latina y España, y no sería justo culpar deltodo a los empresarios mercantilistas por la existenciadel mercantilismo, pues aunque ellos lo alimentanconstantemente y se benefician de él, la responsabilidadestá en quien elabora las reglas de juego y las hacecumplir —o incumplir—: el gobierno. En cualquier caso,el mercantilismo, que es la discriminacióninstitucionalizada, ha sido una de las causas principalesdel fracaso latinoamericano de dos siglos, y de latardanza en el despegue español, así como de laslimitaciones que todavía impiden que España se

Ver el libro La retórica contra la competencia en59

España (18751975), de Pedro Fraile Balbín (FundaciónArgentaria y Editorial Visor, Madrid, 1998).

coloque a la altura, digamos, de una Inglaterra.59

Cuando en el siglo XVII, en la Francia de Luis XIV, elministro Colbert preguntó a un grupo de empresariosqué podía hacer por ellos, la respuesta fue contundente:«Déjenos hacer, señor Colbert» (Laisseznous faire,monsieur Colbert). A esta anécdota atribuyen laexpresión liberal laissez-faire, laissez-passer. Aunquehay empresarios que pertenecen a esa misma raza,muchos años de práctica y de institucionesmercantilistas han convertido a gran cantidad denuestros empresarios en simples traficantes delprivilegio.

Existe una vasta gama de formas de mercantilismo,empezando por las más extremas, esas que merecenfigurar en una antología de la idiotez. El caso másexquisito debe ser, sin duda, el del ornitólogo queacampa en el Parque Nacional del Lanín en Argentina yes expulsado por un guardián por no llevar consigo un«carnet de mochilero», exigencia derivada de la ley20.802 que sanciona el Estatuto del Mochilero. Ningúnprincipio ha sido más invocado que el del «interéspúblico» para intervenir, mediante protecciones,exenciones y otras formas de privilegio ydiscriminación, en un sector de la vida económica. EnArgentina, hace muy pocas décadas se llegó a declarar

de interés nacional la fabricación de motores eléctricos,tractores, cristales ópticos, madera terciada, materialfotográfico, tierras filtrantes, agua oxigenada, aparatosde refrigeración, metales en polvo, cojinetes derodamientos, caños sin costura, agua lavandina o lejíay otros productos. En1972, se llegó a la conclusión deque había un marcado «desinterés por la músicanacional». Para desatar una melomanía patriótica sedeclaró que la música sería a partir de ese momento «deinterés nacional» y se beneficiaría de una exenciónfiscal siempre que se presentara prueba de habercumplido con el organismo gremial. La misma leyestableció la obligación de contratar una orquesta encada ocasión en la que el público se reuniera para bailary se cobrara entrada. Se dio, eso sí, una exención paralos bailes de beneficencia o de carácter cultural —elresultado, claro, fue un sonoro «boom»cultural en lapatria del tango—. Pero quizá tanto como el «interésnacional» ha sido el «artículo de lujo» o «artículosuntuoso» lo que ha producido las manifestaciones máscaricaturales de mercantilismo argentino: en 1965 sedecretó que eran lujosas las medias de seda, lasalfombras persas, los artículos de pesca, los palos dehockey, las raquetas de tenis, los trompos y losvelocímetros, y que eran bienes prescindibles las cajasde música, los silbatos de policía, los árboles de Navidady los pizarrones escolares, todo lo cual derivó enreglamentos contra estos indefensos. Y, por último, eneste catálogo hiperbólico, está la ordenanza municipal

Estos ejemplos argentinos extremos figuran en el60

admirable libro La república corporativa, de Jorge E.Bustamante (Emecé, Buenos Aires, 1986).

de Buenos Aires según la cual el cargo vacante originadopor el fallecimiento de un agente municipal quedaba adisposición de su esposa, hijos o concubina. Unaprerrogativa feudal del siglo veinte. El mercantilismo,60

en este último caso, no se practica entre el gobierno yciertos grupos privados sino en el interior de laburocracia del Estado. Otro ejemplo de esto mismo enla Argentina es la Ley de Impuestos a las Ganancias queha eximido de tributación a los sueldos de los jueces, lasdietas de los legisladores y las retribuciones de personasen cargos electivos nacionales en los demás poderes.

Esos son unos ejemplos particularmenteextravagantes y jocosos, pero el problema es serio,porque tiene implicancias decisivas para nuestrassociedades. El sistema tiende a permearlo todo y es taninjusto que incluso cuando se toman medidas acertadas,como privatizar empresas, se provoca un resultadocontraproducente. El mercantilismo por naturalezatiende a concentrar la riqueza en pocas manos —elcapitalismo al que los marxistas combatieron en el XIX

y buena parte del XX era, en cierta forma, la negación delcapitalismo, pero la asociación entre capitalismo yexclusión ha quedado en la imaginación universal—. Lasmedidas de liberalización y privatización tomadas enestos años en América Latina han servido para

privilegiar a pequeños grupos económicos poderosos, loque ha concentrado más la riqueza. En el Perú, el 10 porciento del país controlaba la mitad de la riquezanacional hacia fines de la década de los ochenta,mientras que ahora controla poco menos de dos terceraspartes, lo que, sumado al millón de personas quepasaron a ser desempleados y a las que el mercado noha podido absorber todavía por obra del sistemamercantilista, ha servido para desacreditar, a ojos demuchos peruanos, la idea misma de privatización. Enuna economía mercantilista, otro resultadocontraproducente de una privatización de empresashecha por las malas razones puede ser el aumento delgasto público. En Argentina, la administraciónjusticialista actual aumentó el gasto en un 80 por ciento,duplicó la deuda pública externa, generó un déficit fiscalde seis mil millones de dólares y un déficit de la balanzacomercial de ocho mil millones de dólares. Porque elpropósito real de privatizar no era abrir la competenciasino obtener recursos para el gobierno, el dineroingresado por el Estado gracias a las privatizaciones sevolatilizó con el aumento del gasto público.

Estos son sólo dos ejemplos de cómo elmercantilismo hace que una buena política —laprivatización— genere malos resultados, como mayorconcentración de riqueza provocada por el gobierno yaumento desenfrenado del gasto público. El sistema,pues, no sólo representa un conjunto de medidasinjustas: cualquier medida positiva tomada bajo el

marco de una economía mercantilista resulta viciada. Elmercantilismo lo permea todo.

Toda intervención del gobierno en la economíagenera favores y perjuicios. Los partidarios de laintervención suelen argumentar que el mercado noresuelve por sí solo muchos problemas y que lacompetencia perfecta es una quimera, nunca unarealidad. Es cierto que la perfección no existe en elmercado y que la economía más libre no resolverá todoslos problemas económicos. La incapacidad del mercadopara estar, a veces, a la altura de los objetivos de lospartidarios de intervenir en la economía se debe a variosfactores. Uno de ellos es la escasez, entendida como ladistancia entre los deseos y lo existente en el campo delos bienes y servicios. Si viviéramos en un mundo sinescasez, no haría falta la economía de mercado. Otrarazón tiene que ver con las preferencias de losconsumidores, que a veces llevan al mercado porcaminos distintos de los que papá gobierno quisiera.Esa no es la culpa del mercado abstracto sino de losciudadanos comunes y corrientes que deciden lo quecompran, y en qué cantidades, y lo que no compran. Lasmás veces la «ineficiencia» del mercado se debe, enrealidad, a la intervención del gobierno. Las economíasimpregnadas de mercantilismo son culpadas porinjusticias que derivan, no del mercado verdadero, sinodel mercado intervenido, es decir del falso mercado.Sostiene Israel Kirzner que las regulaciones —elmercantilismo— tienen un impacto en el proceso de

Kirzner, Israel, Discovery and the Capitalist61

Process, The University of Chicago Press, Chicago &London,1985.

«descubrimiento» de la riqueza, que sólo el mercadohace posible en toda su magnitud. «Las previsiones»,dice Kirzner, «de las condiciones de la demanda o de laoferta hechas por los reguladores son incapaces dereflejar los incentivos de la búsqueda empresarial delbeneficio, es decir del descubrimiento de la riqueza».61

Estados Unidos y Europa

El mercantilismo ocurre no sólo en los paísessubdesarrollados sino en todas partes, en gradosdistintos. En algunos países, como Estados Unidos, aveces es una consecuencia de la democraciaparticipativa, en ese caso de un sistema que lleva agrupos de ciudadanos, llamados «grupos de interés», ainfluir en el proceso de elaboración de las leyes,aparentemente para hacer que éstas reflejen la realidadde quienes van a ser afectados por ellas. Cada vez más,sin embargo, el proceso legislativo es un comerciopolítico en el que las empresas invierten mucho dineroy tiempo para obtener ventajas o impedir que suscompetidores las obtengan. En el caso reciente deMicrosoft, la empresa de Bill Gates, hemos visto cómo

el acoso del Departamento de Justicia, al que pertenecela entidad dedicada a combatir el monopolio, ha llevadoa esta empresa a dedicar muchos recursos a defendersedel intervencionismo suscitado por su propio éxito.«Hace años que no voy a Washington pero creo que voya ir más a menudo de ahora en adelante», escribió, conresignación, el propio Gates en su revista electrónicaSlate. Era el inevitable corolario de la persecuciónintervencionista desde por lo menos 1995. Contrató acuatro ex congresistas, a 32 ex empleados del gobiernoy al ex presidente del Partido Republicano, y en 1997gastó casi dos millones de dólares en cabildeo. Habíaaprendido el juego de Washington. Un juego que yajugaban, desde hacía rato, la IBM (que gasta tresmillones de dólares en hacer lobby) y la General Motors(que gasta cinco millones). Teniendo en cuenta que elnúmero de páginas del registro federal donde seimprimen los nuevos reglamentos crece en sesenta milpáginas cada año, ¿puede alguien sorprenderse de quelas empresas hagan mercantilismo con los legisladoresy funcionarios?

También en Europa hay mercantilismo, y delgrande. Es más: estas prácticas han hecho tan costosa lalegalidad que en el viejo continente la economíainformal alcanza niveles espectaculares, si bien no tantocomo en los países subdesarrollados. Un informe de laComisión Europea decía en 1998 que, en vísperas de lallegada del euro, la economía sumergida, a la que llama«actividad clandestina», representa entre el 7 y el 16 por

ciento del PIB europeo y corresponde a una cantidad deentre diez y veintiocho millones de trabajadores, esdecir entre 7 y 19 por ciento de la población activa. EnGrecia e Italia la economía informal supera el 20 porciento del PIB, mientras que en España la cifra está algopor encima del 15 por ciento. Esto ocurre no porquehaya multitud de ciudadanos con vocación delictuosasino porque la legalidad es un privilegio mercantilista.Un informe de la Organización para la Cooperación y elDesarrollo Económico (OCDE) culpó en 1998 a latramitología y la burocracia españolas por la falta deacceso masivo a la actividad empresarial. Para crear unapequeña empresa en España se debe pasar por trece ocatorce etapas antes de siquiera inscribirla. Para estoúltimo hace falta superar otras cinco instancias. Todoesto toma entre diecinueve y veintiocho semanas,cuando en Estados Unidos se hace «en más o menosmedio día». Además, el mercado laboral es en sí mismoun privilegio, pues la legislación ata las manos de lasempresas impidiéndoles despedir personal libremente,lo que disuade a muchas de ellas de contratar nuevopersonal y convierte al trabajador en una suerte de«dueño» de su puesto de trabajo, al margen de larealidad de la empresa y el mercado. Según laOrganización para la Cooperación y el DesarrolloEconómico, «las rigideces laborales» son las causantesde «un desempleo inusitadamente alto», que bordea el20 por ciento. El costo de despedir personal en Españaes de los más altos de los 29 países que forman la

OCDE.Y en España o Italia, la corrupción, esa otra forma

de mercantilismo, fue uno de los grandes protagonistaspolíticos de la década de los noventa. ¿Qué fue elproceso de «Manos Limpias» sino la reacción legalcontra la actividad empresarial coludida con la políticaen Italia? En España, en 1998, en uno de los juicios a losque fue sometido por el llamado «caso Banesto», elbanquero Mario Conde contó cómo su banco pagaba aciertos políticos para que, mediante su influencia en lasinstituciones oficiales, ayudaran a que las cosas fueranbien para el banco. Habló, concretamente, detrescientos millones de pesetas que Banesto habríapagado al asesor Antonio Navalón en 1989 para que éstea su vez retribuyera una gestión del ex presidenteAdolfo Suárez ante el Banco de España financiando a supartido, el CDS. Tanto Suárez como el ex gobernadordel Banco de España niegan el pago. Pero lo que aquínos interesa no es este asunto específico sino el hechode que la declaración de Conde es una buena ilustracióndel funcionamiento del sistema mercantilista español ensu vertiente menos ética. Los grandes empresariosdedicaban esfuerzo y dinero a influir, o intentar influir,en las instituciones, en lugar de dedicarloexclusivamente a satisfacer a sus clientes.

Tanto en Estados Unidos como en Europa, elmercantilismo tiene una incidencia que estácompensada —más en los primeros que en la segunda—por otros factores gracias a los cuales las economías son

capaces de dar a la mayoría de sus ciudadanos unascondiciones de vida aceptables. El problema más graveestá en aquellos países donde el mercantilismo es laesencia de la vida económica y donde no hayprotecciones institucionales para el individuo como laque hay en el mundo desarrollado. Es el caso deAmérica Latina.

Mercados cautivos

Los empresarios suelen revolotear alrededor delEstado como las moscas lo hacen alrededor de la miel.El favor más inmediato que pueden obtener de él, es,por supuesto, un contrato. Como nuestros Estados estánpermanentemente otorgando contratos a empresasprivadas para hacer obras públicas, los empresariossaben que una gran fuente de ingresos es convertirse encontratista del Estado. Esto, a su vez, es un caldo decultivo para la corrupción, y no es exagerado afirmarque una buena parte de las licitaciones y otras formas deconcurso público en nuestros países adolecen del doblevicio del favoritismo y la corrupción. Puede serfavoritismo para empresas vinculadas a funcionarios delpropio gobierno, o para empresarios a los que elgobierno quiere tener cerca. La corrupción es casisiempre la misma: pago económico de favores políticos,aunque también se da el caso, por supuesto, decontratistas del Estado que no necesitan corromper

funcionarios para obtener las ventajas de un contrato.A veces los consumidores se ven perjudicados porinnecesarios acuerdos a largo plazo. Es el caso de unaempresa privada a la que el gobierno confiere, tras unconcurso, un derecho exclusivo. Su competencia no estáen duda, pero el mercado es cautivo. La ley «CompreNacional», en Argentina, obligó hasta hace poco alEstado federal, provincial y municipal a comprarsiempre a proveedores nacionales, aunque la calidadfuese inferior y los precios superiores a la ofertainternacional. Surgió así una clase de empresarios, losde la llamada «Patria Contratista», que se beneficiarondel derecho de contratación exclusiva con el Estado,muchas veces mediante coimas. Y un caso flagrante seda hoy mismo en el Perú, donde uno de los principalescontratistas del Estado, entre otras cosas en obras detanta envergadura como las carreteras, es la empresa J& J Camet, fundada por el ministro de Economía JorgeCamet y administrada por sus hijos. Así, pues, vemostres clases distintas de un mismo fenómeno: elcontratista que obtiene un monopolio; el contratista queobtiene protección contra el exterior y el funcionarioque se adjudica a sí mismo los contratos del Estado. Entodos los casos, el poder que tiene el gobierno decontratar con empresas privadas establece un sistemaen el que los empresarios pugnan, no por ganarconsumidores, sino por arrimarse al Estado. Y unacuarta forma de contratos con el Estado es la empresade capital mixto. En Colombia se da el caso de la Flota

Mercante Grancolombiana, de capital estatal en mixturacon el privado de los caficultores colombianos pormedio de la Federación Nacional de Cafeteros. Hasta lareciente apertura, la empresa hizo pingüe negocio conel monopolio del transporte marítimo de importación yexportación, gracias al cual cobraba exorbitantes fletesy alimentaba una burocracia elefantiásica. Caso no muydistinto es el de la explotación carbonífera del Cerrejón,en la propia Colombia. Esta empresa con capitalextranjero asociado al del Estado disfrutó de laexclusividad de la explotación gracias a que entró ensociedad con el gobierno (ahora, en parte debido a laineficiencia, el gobierno no ha podido venderla en susintentos de privatización). Tener al Estado de socio esotra de las formas de la prebenda, incluso si la empresaresulta ineficiente.

Cuando uno lea o escuche que un gobierno quiere« f o m e n t a r » u n a a c t i v i d a d d e t e r m i n a d a ,inmediatamente debe saber que hay mercantilismo depor medio. El fomento de una actividad siempreentraña alguna forma de ventaja de la que no gozanotras actividades, o, a veces, tampoco determinadosparticipantes de la actividad que se quiere favorecer.América Latina está plagada de ejemplos antiguos yactuales de intervenciones del gobierno para desarrollarcierta actividad mediante la concesión de ventajas. Lasleyes de fomento mexicanas para favorecer a losindustriales que se acogieran a ellas están entre losantiguos; las Zonas Francas mexicanas están entre los

actuales. La Ley de Descentralización Industrial ofrecíaexoneraciones en el pago del impuesto a la renta paraempresas que se establecieran fuera del áreametropolitana. La intención era obvia: hacer que partede la inversión fuera canalizada hacia las zonas nometropolitanas. La ley fue un fracaso rotundo, porqueal no haber servicios básicos como electricidad yteléfono muy pocos empresarios encontraron viable unainversión en esas zonas. Sin embargo, de haber habidoservicios básicos el grupo de privilegiados hubieraengordado y un buen número de empresarios, los quehubieran rechazado ir por no tener capacidad deinversión nueva o por estar concentrados en zonasmetropolitanas, se hubieran visto perjudicados. Es loque ocurre con las Zonas Francas, todavía vigentes enMéxico y otras partes. Las empresas que allí operanestán exoneradas del impuesto sobre la renta. Losmexicanos se preguntan con razón: si es bueno para ungrupo de empresas no pagar el impuesto, ¿porqué nohacerlo bueno para todas? Y la Ley de Maquila, quetambién pretende «fomentar» esa actividad mediante laexoneración por varios años del impuesto a la renta,distorsiona el mercado al crear un sistemadiscriminatorio e impedir que sean los consumidoreslos que determinan hacia dónde orientan losempresarios sus recursos. Esto tiene como consecuenciaconstantes —y comprensibles— pedidos deexoneraciones para otras actividades, y asísucesivamente hasta convertir la actividad empresarial

en un permanente cabildeo ante el gobierno para lograrventajas comparables a las que otorga la Ley deMaquila.

Pero se han dado, en América Latina, formas aúnmás absurdas de orientar la inversión hacia ciertaszonas de un país. En Argentina, por ejemplo, se lleva laspalmas lo que ha ocurrido durante muchos años con elvino reserva gracias a la obligación de embotellar en ellugar de origen, es decir en la región productora. Al nopermitirse trasladar el vino a granel a otros lugares másauspiciosos para la distribución, las bodegas y lasdistribuidoras han tenido durante muchos años queinstalarse en las zonas donde se producía el vino, comosi por el hecho de distribuirse a partir de un puntodistinto de la geografía nacional ese vino fuera menosoriundo de determinada zona. El pretexto de laoriundez para «fomentar» la inversión en las zonasproductoras de vino —en este caso de lasembotelladoras y distribuidoras— ha hecho que laindustria funcione a partir de una asignación ineficientede recursos, perjudicando a los consumidores yprivilegiando a ciertas empresas del país.

Privatizar privilegiando

En ningún campo se ha puesto de manifiesto laperversión del sistema mercantilista como en el de laprivatización de la telefonía. Este aserto vale para casi

toda América Latina, desde México hasta la Argentina,pasando por países como el Perú y Venezuela. La«privatización» ha consistido: en la entrega a gruposprivados, muchas veces extranjeros, de monopolios queantes eran públicos. En todos los casos ha quedadoclaro que la finalidad del gobierno no era abrir lacompetencia de modo que aumentara la calidad,bajaran los precios y hubiera libertad de entrada alnuevo mercado para quien estuviera en condiciones departicipar en la oferta de este servicio clave. Lo queinteresaba a los gobiernos era simplementedesprenderse de empresas que les costaban dinero—algo de moda en estos tiempos de combate contra eldéficit—y tratar de conseguir la mayor cantidad derecursos para el propio Estado. Mientras más protegidoel mercado que se ofrecía al comprador, mayor el dineroque éste estaba dispuesto a pagar por la empresa. Elproceso, pues, se convirtió en un mercadeo entrepolíticos y empresarios, no en la entronización delconsumidor —el ciudadano común y corriente— comoamo y señor del mercado de la telefonía, ni en lalibertad de entrada al negocio para quien quisieracompetir en la oferta del servicio a los usuarios,principios esenciales de esa economía libre en nombrede la cual se hicieron, supuestamente, lasprivatizaciones. La transferencia de un monopoliopúblico a manos privadas es la negación de unaeconomía libre porque en ésta es el individuo —elempresario privado— quien identifica las oportunidades

y crea riqueza, mientras que en el mencionado procesoes el gobierno quien identifica la oportunidad y quienescoge al empresario para proveer un servicio adeterminado mercado.

El caso de Telmex, la empresa telefónica mexicana,es ilustrativo. Con el argumento de que se trataba de unmonopolio «natural» por ser una red de servicios difícilde fragmentar, el gobierno privatizó Telmex en variasetapas sin abrir la competencia. Al principio, colocóparte del capital en la Bolsa y en los mercadosinternacionales, conservándose el control estatal de laempresa. Luego, se abrió un concurso para dar elcontrol a empresarios privados. Un grupo de mexicanosy extranjeros entre los que estaba Carlos Slim se hizocon la empresa tras un concurso lleno de sombras,mediante el pago de ochocientos millones de dólares yel compromiso de inversiones por mil ochocientosmillones de dólares en tres años. El gobierno decretó elmonopolio privado, impidiendo a otras empresasofrecer telefonía local. Sólo el mercado de largadistancia y comunicación celular se abrió. A los dosaños el grupo ganador ya había recuperado losochocientos millones de dólares del paquete accionarioque le permitió el control (8 porciento). Las inversiones,por supuesto, avanzaban a un ritmo muy inferior alprometido. La empresa sabía que todo lo que tenía quehacer, gracias al monopolio, era proveer el servicio: losconsumidores no tenían más remedio que pagar siquerían usar el teléfono. Hoy, el grupo tiene utilidades

por quinientos millones de dólares al año. ¿En qué setradujo la privatización para el público? En una pésimacalidad y tarifas altísimas, superiores a las de EstadosUnidos. Pero al gobierno mexicano esto le preocupapoco. Su interés está en que no baje el precio de lasacciones de Telmex en la Bolsa: ellas representan ungran porcentaje del total de acciones en el mercadomexicano y si bajara su precio se desataría el pánico yvolvería la inestabilidad financiera. Para proteger aTelm ex, las autoridades han perjudicadoconstantemente a los consumidores y a los aspirantes aromper el monopolio, que han presentado batalla unay otra vez con demandas y amparos.

En el caso de la larga distancia las cosas no fueronmejor, a pesar de que sobre el papel no habíamonopolio. El costo de interconexión en México es unode los más altos del mundo y representa el 70 por cientode los costos de operación de las empresas que ofrece elservicio de larga distancia, mientras que en EstadosUnidos sólo representa el 35 por ciento. Esto permite aTelmex mantener utilidades altas aunque pierdaclientes para llamadas de larga distancia. Por lo demás,gracias a las utilidades de su monopolio Telmexsubsidia el precio de las llamadas internacionales, loque perjudica a sus competidores, que no puedendestinar tantos recursos como quisieran a inversionesque mejoren la infraestructura y el servicio. Todo esto seproduce bajo un marco legal que se muestra inútil, puestodo intento por impedir que Telmex use su monopolio

Otros servicios, como el del agua, también han62

visto sus tarifas dispararse a alturas siderales. Las delagua han subido cien veces, por lo que muchosperuanos equiparan «liberalismo» con tarifas deescándalo. Una parte de ese alza se debe alindispensable shock de la estabilización de 1990, pero laotra parte tiene que ver con una economía deprebendas.

para evitar la verdadera competencia en el mercado delarga distancia se frustra.

El caso peruano es parecido. Existían dos empresaspúblicas relacionadas con la telefonía: la CompañíaPeruana de Teléfonos y EntelPerú (interconexióntelefónica nacional). Ambas fueron entregadas a laempresa española Telefónica con un monopolio decinco años, que vencerá teóricamente en 1999 pero queen la práctica tiende a extenderse. Telefónica pagó unasuma muy superior a la que ofrecían los competidores—mil ochocientos millones de dólares—, pero gracias asu monopolio consiguió beneficios, en 1997, de pocomenos de quinientos millones de dólares y en tres añosha superado los mil millones de dólares (en ese mismoperíodo la cuarta parte de las industrias peruanasquebraron). Aunque ha cuadruplicado el número delíneas —la red era ridículamente corta—, las tarifas delas llamadas locales se han triplicado desde 1994. La62

naturaleza del monopolio de Telefónica es tal que enrealidad seguirá gozando de una situación privilegiada

después de 1999, pues la empresa influye en losmecanismos de supervisión de las telecomunicaciones,se ha retrasado el calendario de otorgamiento de nuevasconcesiones y, al igual que Telmex, la empresa tiene unsistema de subsidios cruzados entre sus distintosservicios de modo que distorsiona los costos internos ylos precios al consumidor. Se da, pues, el caso de unaempresa extranjera a la que el gobierno del Perú otorgaderechos que niega a empresarios peruanos. Es lo quese llama «chauvinismo» al revés. Lo contrario ocurre enel campo de las telecomunicaciones en general, dondelos extranjeros tienen prohibida la titularidad de unaempresa, por ejemplo, de un canal de televisión. Estopermitió recientemente al gobierno expropiar alciudadano Baruch Ivcher, un judío nacionalizadoperuano al que las autoridades retiraron el pasaporteperuano para poder declararlo extranjero y por endedueño ilegal de Frecuencia Latina.

En el terreno de la telefonía celular las cosastambién ocurrieron de manera mercantilista en el Perú.Debido a razones técnicas, el sistema de telefonía móvilhasta ahora sólo permite que operen dos compañíassimultáneamente. En 1990, a cambio de su apoyo en lasegunda vuelta de las elecciones, el gobierno otorgó auno de los dueños de Panamericana Televisión elmonopolio de hecho de la telefonía celular. Era de hechoporque en teoría quedaba abierta la posibilidad de queofreciera el mismo servicio la empresa públicaCompañía Peruana de Teléfonos. Sin embargo, esta

empresa dirigida por el Estado dejó pasar bastantetiempo sin ofrecer el servicio, de modo que Celular2000 fue la única empresa en el mercado, protegidacontra cualquier competencia privada —porque erailegal— y pública —porque así lo había decidido elgobierno—. Finalmente entró la empresa pública almercado, pero Celular 2000 ya estaba bien establecida.El valor de la empresa privada había aumentadoconsiderablemente, lo que se reflejó en su posteriorventa a Bellsouth. Esta empresa norteamericana entró,a su vez, al mercado en condiciones de duopolio dehecho, pues al no haber sido modernizado el sistema lacapacidad técnica sigue permitiendo operar sólo a doscompañías. ¿Extraña que esta empresa pagara por el 57por ciento de Celular 2000 unos 110 millones dedólares? La ganancia del dueño no tenía nada que vercon el mérito empresarial: apenas con el comerciopolítico y económico ocurrido entre él y el gobierno, alque sus medios de comunicación han apoyado desde elprimer día, y con renovada lealtad desde el golpe deEstado. A pesar de todas las ventajas, Celular 2000 sólohabía logrado conquistar al momento de la venta aBellsouth poco más del 15 por ciento del mercado,frente al 85 porciento de su competidor, lo que da unaidea acerca de las dotes del propietario original.

Estos dos ejemplos ilustran una situación que no esprivativa de Perú y México. En Argentina, el territoriofue dividido en zonas y en cada una el derecho a ofrecerel servicio de telefonía fue otorgado a una empresa en

calidad de monopolio, lo que se tradujo en precios deespanto y mejoras de calidad muy insuficientes. EnVenezuela, la empresa de teléfonos, CANTV, tambiénpasó a ser un monopolio privado. No hace falta decirque las consecuencias han sido exactamente las mismasque en otras partes. Pero en ese país tenemos, además,un ejemplo del tipo de mercantilismo que genera elmonopolio cuando es público —es decir cuando laempresa se mantiene en manos del Estado— y se tomanalgunas medidas de liberalización macroeconómica sinacompañarlas de una economía libre. En Venezuela elpetróleo es monopolio del Estado y genera el 85 porciento de las divisas del país. Al liberalizar el tipo decambio sin privatizar el petróleo y abrir ese mercado,ocurre que, como efecto de la devaluación del pesovenezolano, el Estado evidentemente aumenta susingresos, mientras que la sociedad recibe el impacto delajuste. ¿Qué hace el gobierno con el nuevo dinero? Porsupuesto, lo gasta, y, al aumentar sin el respaldo de unamayor producción la cantidad de dinero en la economía,genera inflación, que es un impuesto que la sociedad ensu conjunto tiene que pagar. El gobierno, para paliar elefecto del exceso de liquidez, emite entonces papelesTEM de modo que los bancos no se queden con unamasa de dinero que no pueden colocar porque no hayactividad productiva que lo justifique, y con losintereses que paga a los bancos por estos papeles resultasubsidiando a la banca privada (ha llegado asubvencionar hasta un 30 porciento de sus

colocaciones).

Cultura protegida

Hay pocos terrenos más fértiles para la demagogiapopulista como el de la cultura, y pocos empresariosbuscan tanto favoritismo como los del cine (también loseditores de libros quieren privilegios, por supuesto).Ocurre a ambos lados del Atlántico, y hay que reconocerque Europa ha superado a América Latina enmercantilismo cultural, especialmente en el campocinematográfico, donde la «excepción cultural»planteada por España y Francia, primero en el GATT yluego en la Organización Mundial del Comercio, es unade las aberraciones económicas de nuestros días. Dealguna inspiración debe haber servido el nacionalismolatinoamericano, como el expresado en esa imposiciónargentina que obligaba a incluir un 75 por ciento de«música nacional» en las transmisiones radiales para«proteger la capacidad intelectual de nuestra poesía»,o el mecanismo creado por los militares platenses en1957, según el cual se hacía una selección de películasnacionales de exhibición obligatoria y si éstas no erancontratadas en un plazo de un mes se realizaba unsorteo de salas de cine donde debían ser exhibidas.

En España, las «cuotas de pantalla», «fomento a laproducción» y «licencias de doblaje» todavía vigenteshan eliminado todo principio de economía de mercado

del mundo del cine y entronizado un sistema que hacedel contubernio con el poder, en lugar de la conquistadel público asistente a las salas de cine, la verdaderamedida del éxito. También coloca en situación deminusvalía a los españoles que se dedican al cine, puesparte de la base de que sólo con intervención oficial ensu favor son ellos capaces de competir con el cinenorteamericano. Por último, al limitar la invasión deYanquilandia, el gobierno se erige en ente que decide loque los españoles deben y no deben apreciar en elceluloide.

Las ayudas a la producción no son nuevas pero hanido adquiriendo el carácter de emblema nacional. A lolargo de los años noventa, el gobierno español harepartido mucho dinero, generalmente a realizadoresamigos (en el caso del socialismo) que muchas vecesdaban un contenido político a sus filmes. En 1994, porejemplo, el Estado otorgó 2.891 millones de pesetaspara la producción de largometrajes. A fines de esemismo año se modificó la legislación reduciendo losingresos brutos en taquilla a partir de los cuales sedarían las subvenciones: de cincuenta millones depesetas a treinta millones en general, y a veinte millonessi se trata de películas dirigidas por nuevos realizadoresy diez millones si la versión original está realizada enuna lengua oficial reconocida como tal por unaComunidad Autónoma. La modificación cogía al rábanopor las hojas, partiendo de la idea de que lo único queandaba mal en el sistema anterior era que las

subvenciones a veces iban a películas que no teníanéxito de taquilla.

Otra restricción de la competencia es el de laslicencias de doblaje. El doblaje no es nuevo en Españani en otras partes, como Italia y Alemania. El sistema hasido modificado de tanto en tanto, pero sólo para peor.Ahora se permiten únicamente dos licencias de doblajepor cada película de la Unión Europea. La primeralicencia se da cuando la película recauda en taquillaveinte millones de pesetas brutas y la segunda alrecaudar treinta millones, cuando ha sido exhibida almenos en dos lenguas oficiales españolas.

Y, por último, lo más grave: la restricción contra laexhibición misma de películas. Existe una «cuota depantalla» que reserva una parte del tiempo deexhibición a películas nacionales o de la Unión Europea.La legislación asocia el tiempo de exhibición al tamañode la población y reserva al cine de la Unión Europea undía por cada dos (en ciudades con población superior a125.000 habitantes) o un día por cada tres (en ciudadescon población inferior a 125.000 habitantes) deexhibición de películas dobladas en cualquier lenguaoficial española. Hay, además, reglas especiales paracasos en los que la película lleva más de dos años enexhibición en España, en los que la exhibición se da encomplejos cinematográficos o en los que hayprogramación doble.

Toda esta maraña de prohibiciones, licencias ysubsidios a lo largo de los años noventa no ha resuelto

el problema «grave» de que los españoles prefieren verpelículas norteamericanas. En 1994, la película españolade más éxito —Todos los hombres sois iguales— obtuvouna recaudación de 375 millones de pesetas gracias asus 739.000 espectadores, mientras que Los Picapiedraobtuvo 1.241 millones de pesetas gracias a sus 2,5millones de espectadores. Y en el área del doblaje, lacosa es aún más humillante: las grandes empresasnorteamericanas han comprado diversas compañíaslocales para sortear las barreras.

Pero seríamos ingenuos al pensar que, dentro delcampo de la cultura, sólo el ámbito audiovisual estáplagado de privilegios para unos empresarios y dediscriminación contra otros. Estas injusticias estántambién, por ejemplo, en la universidad. Ello es patenteen casos como los del Perú y la Argentina. En el Perú,los rectores de las universidades ya establecidas hanasumido poderes casi de gobierno y están en capacidadde impedir el acceso al mercado de nuevasuniversidades o, cuando finalmente permiten algunoscompetidores, de obtener ventajas que les garantizanuna posición dominante. Este poder lo tienen a travésde la Asamblea Nacional de Rectores, a la que se lereconocen atribuciones de derecho público comoevaluar a las nuevas universidades y emitirpronunciamientos sobre la creación de nuevas escuelasde posgrado. Para colmo, no forman parte de estaAsamblea Nacional de Rectores los responsables de lasnuevas universidades, pues los rectores deben ser

elegidos por unas asambleas universitarias que no sepueden formar hasta cinco años después de fundadauna nueva universidad. Todo esto da a las universidadesya establecidas capacidad de veto —mediante trabasburocráticas a veces insalvables— contra potencialescompetidores e información privilegiada sobre lasnuevas universidades cuando son aprobadas.

En la Argentina se da el caso de que los pobressubsidian los estudios universitarios de los ricos, graciasa la gratuidad total de la enseñanza universitariapública y la absoluta ausencia de mecanismo deselección o examen. Como el acceso es irrestricto,ocurre, por supuesto, que las profesiones estánatiborradas de egresados, lo que hace, por ejemplo, queel país tenga un médico por cada trescientos habitantes,proporción superior a la de Estados Unidos, Francia yotros países desarrollados. Pero, además, como todoesto se financia con el presupuesto del Estado, es decircon los impuestos, se da en realidad una transferenciade recursos de los más pobres a los estudiantes de clasemedia y a los estudiantes ricos, pues muchos de estosúltimos acuden masivamente a la universidad sin pagarun centavo mientras que los ciudadanos pobres decierta edad no lo hacen y muchos estudiantes pobrestampoco. La diferencia entre el sistema escolar y eluniversitario significa que cerca del 50 por ciento de losestudiantes universitarios sí pagaban en la escuelasecundaria. Por tanto, la universidad pública es en símisma una fábrica de privilegios y discriminación: el

estudiante que sale de allí preparado para administraruna empresa ha sido subvencionado por ciudadanosmás pobres que él.

Allí no terminan los privilegios en América Latina.En el campo del transporte —aéreo o terrestre— se daniguales o peores formas de discriminación que las quehemos visto en el caso de los teléfonos o los mediosaudiovisuales. Un buen ejemplo es AeroPerú, la líneaaérea que el gobierno peruano privatizó en la primeramitad de los noventa. La anécdota es que la empresa fueadquirida por AeroMéxico y que poco después supresidente, Gerardo de Prevosin, tuvo que huir deMéxico por acusación de fraude; hoy la administra unsindicato bancario con mayoría de personas vinculadasal PRI. Pero esto no es lo grave. Si hubiera un mercadolibre, lo ocurrido en AeroPerú en manos de AeroMéxicono tendría la menor importancia para unos ciudadanosperuanos con capacidad de escoger alternativas para susvuelos y unos empresarios peruanos o extranjeros conderecho a ofrecer esos servicios alternativos. Resulta,sin embargo, que AeroPerú fue privatizada con losprivilegios propios de la «línea de bandera» que era laempresa cuando estaba en manos del Estado. Ser «líneade bandera» le otorgaba derechos especiales en lanegociación de convenios internacionales entre Estados,lo que le daba un monopolio de buena parte de las rutasinternacionales. Estos derechos especiales fuerontransferidos junto con la empresa al momento de serprivatizada. Las consecuencias se han visto en las

negociaciones con Estados Unidos o con Chile, en lasque han salido perjudicados los usuarios por la falta decompetencia, es decir de una política de «cielosabiertos». Sólo Faucett conserva unas pocas licencias aMiami, que no explota porque la empresa ha dejado devolar. Nadie más ha logrado penetrar en el mercado delas rutas internacionales, que AeroPerú controlamediante los impedimentos que, gracias al gobierno,restringen el acceso de potenciales competidores.

En el transporte terrestre ocurre algo no muydistinto. Ésta es, dicho sea de paso, una de lasactividades en las que los informales peruanos han sidomás exitosos y en las que la creatividad y la iniciativa deperuanos sin acceso a la legalidad ha permitido resolver,aunque sea precariamente, un problema social(problema nada desdeñable en una ciudad como Limaque ha crecido de manera elefantiásica). Porque estesector estaba sofocado por los reglamentos y el sistemade licencias y autorizaciones, el grueso de su actividadse volvió, precisamente, informal. Cuando se abrió algoel mercado formal, muchas personas y empresasinvirtieron sus ahorros o sus indemnizaciones laboralesen la compra de microbuses y vehículos. Las empresasantiguas que ya estaban establecidas en el mercadoempezaron entonces a influir en las decisiones públicaspara dificultar, y en muchos casos impedir, el acceso almercado de nuevos pequeños empresarios, a través deuna maraña de autorizaciones, revisiones y permisosdiseñados a la medida de sus intereses. Por si fuera

poco, los empresarios transportistas que ya estánestablecidos gozan de exoneraciones y demás beneficiostributarios que no se dan en otros campos de la vidaeconómica.

La falsa liberalización

También en el mundo de la banca los empresarioslatinoamericanos han gozado de protecciones queperjudicaban a los usuarios, y lo siguen haciendo. En elpasado no muy lejano, hay que buscar como aguja en unpajar para encontrar en ese terreno algo vagamentesimilar a la libertad económica. Lo normal es toparsecon ejemplos como el de Argentina, donde la garantíagubernamental de los depósitos y de los seguros (estosúltimos a través del monopolio del reaseguro ejercidopor el Estado) «igualaba» a todos los bancos ycompañías de seguros. Pero en la actual época de«liberalización» de la banca latinoamericana tambiénnos encontramos con una vasta cultura de protección.Con su privatización, la banca mexicana pasó de ser unmonopolio público a ser un oligopolio privado,transfiriéndose el abuso de la banca pública a manosprivadas, con alta rentabilidad para el grupo deprivilegiados a quienes se dio los bancos a cambio demucho dinero (el traspaso no alteró el controlgubernamental de los depósitos ni de los precios quecobran los bancos por sus servicios). El gobierno

garantizó a los banqueros que serían los consumidoresquienes pagarían por sus errores y abusos, les aseguróque sería prestamista de última instancia y les protegiólos depósitos. Por lo demás, los nacionales estabandefendidos contra los extranjeros, a quienes se leslimitaba la posibilidad de entrar a competir. Los quecompraron bancos como Cabal, Jorge Lankenau ycompañía, son hoy prófugos de la justicia o están en lacárcel. Otros perdieron su banco, al venderlo a tercerosuna vez que defraudaron a los depositantes ydestruyeron las inversiones.

En el caso del Perú, la liberalización también trajoabusos. El ministro de Economía que liberalizó la bancapuso su propio banco, con todas las ventajas de quien,desde el poder, había elaborado la legislación y obtenidotoda la información posible acerca del sector.

También en el campo de la energía cunde por todoslados el mercantilismo. La empresa pública peruanaElectrolima fue dividida en dos empresas, Edelnor y Luzdel Sur, que a su vez fueron traspasadas a doscompañías privadas, concediéndoseles un monopoliopara la distribución de energía en el norte y el sur deLima respectivamente. Desde julio de 1990 las tarifaseléctricas han aumentado en el Perú 680 veces. Aunqueuna parte de ese aumento se debe al shock de 1990 paraestabilizar la situación económica, un porcentajedemasiado alto del mismo es posterior a laprivatización.

Una vez más, el privilegio del monopolio ha

significado perjuicios para el consumidor. Esto hatenido como consecuencia una malsana reacciónnacionalista contra los empresarios chilenos quedistribuyen energía. También se da el caso, siempre enel campo energético, de privatizaciones que hancolocado en manos de amigos del gobierno un puroregalo. Es lo que ha ocurrido con la refinería de laPampilla, que refina la mitad del gas y la gasolina delPerú. Tenía utilidades anuales de 85 millones de solesy sus activos estaban valorizados en unos 480 millones.El precio al que fue vendida esa refinería, 180 millones,garantizaba, sin hacer una sola inversión, unarecuperación del dinero gastado en la transacción en unpar de años. Antes hablábamos de las privatizacionesque sólo buscaban maximizar la ganancia para el Estadocomo producto de la venta, olvidando el verdadero finde toda privatización. En este caso se da la situacióncontraria: una venta-regalo para beneficiar a un grupode amigos del gobierno.

Las prebendas y protecciones no fortalecen a lasempresas, por más que les den temporalmente unosbeneficios altos. Es lo que se ha visto en Colombia, en elsector textil por ejemplo. Este sector enfrenta hoy unacrisis precisamente por las connivencias que hanexistido entre los grandes empresarios y el gobierno.Esta vinculación era tan orgánica en un momento dado,que los textiles tenían por lo menos un ministro en elgabinete. Se decía que ésa era la mejor forma degarantizar el éxito de aquella manifestación pujante y

exitosa de la economía colombiana. Las prebendas sehacían pasar como «fomento» a la actividad nacional.Muy pronto quedó demostrado hasta qué punto unaeconomía protegida es una economía con pies de barro.Al producirse la apertura económica y liberalizaciónparcial a comienzos de los años noventa, el sector textil,que había vivido de favores en lugar de sus propiosméritos, entró en crisis. La crisis lleva ya varios años,con pérdidas de escándalo. Bastó la apertura a mediasde la economía colombiana para demostrar que tantosaños de «fomento» al sector textil nacional en verdadhabían anquilosado, en lugar de dinamizado, a lasempresas del sector.

En los últimos años, buena parte de los sistemas depensiones de América Latina han sido privatizados,mientras que en España, como en otros países de laUnión Europea, la Seguridad Social es lo que llaman«un derecho social» y ay de aquel que quiera poner enpeligro la previsión financiada por el Estado mediantelas cotizaciones sociales de las empresas y lostrabajadores (de generaciones anteriores, claro). Entodas partes, incluidos países con sistemas privatizadosy países donde el Estado sigue siendo el principalproveedor de pensiones, se protege, y por tantoprivilegia, a ciertos grupos de personas o actividades.En un país tan emblemático como Chile en el tema delas pensiones privadas, los militares tienen garantizadassus pensiones por un gobierno que se las financia, adiferencia de lo que ocurre con esos millones de civiles

que utilizan el sistema privado. Los militares, pues,gozan, a la edad del retiro, de unos capitales que sonprovistos principalmente, no por sus propiasaportaciones anteriores y ni siquiera por la anteriorgeneración de militares, sino por el conjunto de loschilenos. Estos militares son unos capitalistasprivilegiados frente al resto de capitalistas chilenos: a laedad del retiro reciben un capital —con el que puedenhacer lo que quieran, incluso invertirlo— originado enel sudor del resto de la sociedad.

El sistema privado de pensiones ha reducido, porsupuesto, las clamorosas iniquidades del sistema estatalque ha tenido el continente durante décadas, pero comoel sistema estatal no ha desaparecido del todo esasiniquidades se perpetúan, aunque sea a escala menor. Elcaso de Argentina es ilustrativo. Desde la época dePerón, se empezó a echar mano de los recursosgenerados por el sistema público de pensiones paracubrir los gastos del Estado y sus funcionarios, y estapráctica continuó hasta nuestros días, en que entraronen vigor las Asociaciones para Fondos de Pensiones(AFP), es decir el sistema privado, en paralelo al sistemapúblico, que no ha desaparecido. Una auditoríademostró que había muchos centenares de jubilados demás de cien años y muchos fallecidos que cobrabanpensiones del Estado. Después de Italia, Argentina es elsegundo país en el mundo en porcentaje de jubiladospor invalidez 20 por ciento—, algo curioso en un paíssin guerras ni catástrofes en las últimas décadas (con

Bustamante, Jorge E., Ibíd.63

alguna que otra excepción). Todo este dinero, pues,generado por las empresas y los trabajadores ha sidoreciclado por el Estado hacia funcionarios o allegados alEstado, que han podido disponer fraudulentamente deun capital generado por el resto de la sociedad.63

Tampoco el sistema privado de los años noventaestá exento de privilegios. En varios de los países dondese ha permitido el sistema privado, conformado por lasAFP, se ha establecido la obligación legal de optar poruno de los dos sistemas posibles, el público o el privado.Por tanto, el elemento de riesgo ha sido reducidoconsiderablemente para los empresarios que hanquerido aventurarse en el mercado de las jubilaciones.Si uno sabe que un país como el Perú, con casi 25millones de habitantes, obliga a sus ciudadanos a optarpor la jubilación pública a través del Instituto Peruanopara la Seguridad Social (IPSS) o una AFP privada, unoestá en ventaja frente al empresario que provee unservicio distinto, en el que no hay obligación del clientede optar por una de las ofertas disponibles. El conjuntode los empresarios que ofrecen jubilaciones tienen unagarantía de contar con clientes, por más que tal o cualempresa pueda, por ofrecer un peor servicio, fracasar,o por más que un porcentaje de personas prefiera seguiren el sistema público. Aunque no está en duda el que lapensión o la jubilación tengan una importancia enormepara los ciudadanos, ¿por qué otorgar a los empresarios

que proveen este servicio la ventaja de contar con unaparato coactivo como el Estado para ganar clientes, adiferencia de lo que ocurre con quienes proveen otrosservicios y que no tienen un mercado amenazado con lacárcel si no adquiere lo que está en oferta? Laobligatoriedad es otra de las formas del mercadocautivo. Quizá esta seguridad es la que llevó al ministrode Economía que autorizó el sistema privado depensiones en el Perú a poner su propia AFP una vez quedejó el ministerio (sin contar las ventajas de lainformación privilegiada que llevaba consigo después desu paso por el ente que auspició y supervisó la creacióndel sistema).

Otro campo en el que se da una intervención delgobierno para alterar, mediante un sistema debeneficios exclusivos y prohibiciones, el normalfuncionamiento de la sociedad es el de los horarios ydías de atención al público en la actividad comercial. Esun problema que compartimos, a ambos lados delAtlántico, latinoamericanos y españoles. A pesar delsupuesto cambio de vientos políticos y económicos,seguimos reflejando en las decisiones gubernamentalesmuchos de los errores del pasado, es decir de lasmedidas tomadas bajo la mentalidad política yeconómica de un pasado que en teoría los nuevosgobernantes quieren corregir. En 1984, en plena«década perdida» de América Latina, y en plenademocracia, se dio el caso de una ordenanza municipalde la ciudad de Buenos Aires que prohíbe la apertura de

supermercados, almacenes y otras tiendas de ventaminorista los días domingos, «salvo cuando fueranatendidos por sus dueños». ¿Era una medida para quepudieran descansar los empleados? No, pues nadaobligaba a los empleados a trabajar siete días porsemana. Era una medida para privilegiar a ciertosempleados agrupados en la Federación de Empleadosde Comercio, a quienes disgustaba que las tiendaspudieran contratar a otras personas para trabajar losdomingos. Para evitar el ingreso de nuevos trabajadoresal mercado de los empleados de tiendas comerciales, elgobierno, coludido con un sindicato, privilegió a ungrupo de trabajadores y perjudicó a otro—potencialmente constituido por muchas personas—además, por supuesto, de las propias empresas, quefueron las más directamente afectadas.

En 1987, el Colegio de Farmacéuticos logró que laprovincia de Buenos Aires decretara que sólo losfarmacéuticos pudieran ser propietarios de farmacias.Por si fuera poco, también se decretó que las farmacias,como muchos comercios regulados, tuvieran que abriren determinados horarios y no pudieran hacerlo enotros, dentro del sistema de turnos obligatorios porbarrios. La justificación legal hablaba de la «anarquía»que existiría sin estas trabas, y censuraba «lasapetencias de los propietarios». Así, pues, otro grupo deprivilegiados obtenía de las autoridades la protecciónoficial para garantizar su negocio.

Pero si estas medidas suenan a cosa del pasado,

comparémoslas con la situación de otros países. EnEspaña existen actualmente severas limitaciones legalesde horario para los comercios y, por ejemplo, laexigencia de dos licencias para abrir un súper —ohiper— mercado, la licencia municipal y la licencia de laComunidad Autónoma (y/o el permiso del ColegioOficial de Farmacéuticos), que controlan el que la nuevasuperficie de distribución no suponga un «exceso deoferta». El sistema que rige para las farmacias es realmaravilloso. Está prohibido abrir una farmacia a menosde una distancia mínima de otra existente y sólo sepuede dar servicio al público en determinados horarios;sólo los licenciados en Farmacia pueden ser dueños deuna botica; sólo las personas físicas y no las compañíaspueden tener farmacias; y nunca puede una persona serdueña de más de una farmacia. Esto parece unacaricatura de lo que puede significar el mercantilismoen nuestros días, pero es cierto. Mientras que es posiblepara ciudadanos que no son médicos invertir nadamenos que en un hospital, no es posible paraciudadanos que no son farmacéuticos invertir en unafarmacia. Si la idea es que las personas tengan acceso alos medicamentos, ¿cómo se explica que no sea posiblepara un farmacéutico asociarse con un empresario queno lo es para invertir un capital capaz de crear toda unacadena de oficinas de farmacia, con el consiguientebeneficio para los pacientes? Naturalmente, losdefensores a ultranza de este sistema casi feudal son ungrupito de farmacéuticos de mirada estrecha. Este

grupito es incapaz de darse cuenta de que tendríamuchos más beneficios si se cambiaran varias de lasnormas que regulan su actividad. Por ejemplo, la OrdenMinisterial de 1988 que todavía fija en un 29,9 porciento del precio de venta al público sin impuestos losmárgenes comerciales de las especialidadesfarmacéuticas. Con estos márgenes, ningúnfarmacéutico tiene incentivo para incurrir en unaespecialidad farmacéutica de menor precio, pues pormuchos consumidores que atraiga el límite a susganancias seguirá rigiendo. Y tampoco beneficia a losfarmacéuticos, aunque últimamente ha habido algunosavances, la restricción en el horario de apertura, puesles impide adaptar sus horarios a las condiciones de lademanda. Todo esto es sólo un ejemplo, en la madrepatria con ínfulas de siglo XXI y Europa, de cómo ungrupo de personas ejercen una actividad económicaamparados por un poder que impide a otros ciudadanoshacer lo mismo y les garantiza hasta un monopolioterritorial, y de cómo, para colmo, los beneficiarios quetanto abogan por preservar estas ventajas son ciegoscon respecto a los perjuicios que para ellos mismosentraña el actual sistema discriminatorio.

El comercio dirigido

En España y la Unión Europea no parecen haberaprendido las lecciones económicas de nuestro tiempo,

pues de lo contrario no aplicarían hoy esa barbaridadque se llama Política Agraria Común, que, bajo elpretexto de proteger a ciertos agricultores, estádestruyendo la actividad agrícola y costando muchodinero al resto de la sociedad. Tan perjudicial puederesultar para un país destruir deliberadamente laagricultura para beneficiar otra actividad como protegera la agricultura con el consiguiente perjuicio para otrossectores (e incluso para la propia agricultura). Desde laépoca de Perón se practicaron en la Argentinaretenciones (léase impuestos) a las exportacionesagropecuarias para transferir recursos hacia laindustria. Las retenciones llegaron en algunos casos a lamitad del precio de las exportaciones, y se calcula quedesde los años cuarenta hasta 1990 el agro argentinotransfirió unos 350.000 millones de dólares. Resultado:ningún beneficio industrial verdadero y desastreagrícola en un país que dejó de ser «el granero delmundo». En la Unión Europea, el problema es enapariencia el contrario: la Política Agraria Común ofreceunos precios de garantía mínimos a diversasproducciones —el aceite de oliva, el vino, el trigo, laleche, el azúcar, la carne de vacuno, de ovino, decerdo—, establece cuotas de producción, compensa consubvenciones las exportaciones de productos europeossobrevalorados y cobra aranceles en la frontera sobre lasimportaciones del resto del mundo. Todo este sistemamercantilista, que privilegia a unos y perjudica a otros,cuesta más del 40 por ciento del presupuesto de la

Unión Europea. Resultado: enfrentamientos continuos,a veces muy violentos, entre agricultores y comerciantesde distintos países, toneladas de producción destruidascada año, crisis permanentes en diversos sectores delagro, elevados impuestos para pagar las diversassubvenciones, perjuicio para los consumidores de estosmercados, y, una vez más, discriminación a favor de ungrupo de agricultores privilegiados.

Estas barbaridades comerciales también estánpresentes en América Latina. Guatemala es un buenejemplo. Allí, el proteccionismo arancelario y noarancelario, así como las exenciones del pago deimpuestos, han servido para proteger productos comoel pollo, el cemento, la harina y el azúcar. En el caso delpollo, la intromisión empezó en los años sesenta, con laLey de Fomento Avícola, que exoneraba de todos losimpuestos a las empresas del sector. La ley fue derogadaen los noventa, pero el pollo siguió siendo protegido conaranceles, dada la incapacidad para hacer frente a lacompetencia de las partes de pollo —alas, cuadril,piernas—, comercializadas principalmente por Tyson, laempresa estadounidense de Arkansas. También sevalieron los empresarios guatemaltecos, cuyo ingenio espor otra parte admirable y nadie puede poner en duda,de cuotas de importación —cuotas que ellos mismosusaban para cubrir sus temporadas de demanda másalta—. El azúcar guatemalteco no se queda atrás. Elarancel hace imposible para el azúcar importado porencima de la cuota competir con el azúcar local. Los

guatemaltecos, para satisfacer a un grupo deprivilegiados, pagan por su azúcar más de lo que paganla mayor parte de los países del mundo. Y en el campodel cemento ocurre algo parecido. La cementera local hahecho que se pongan impuestos feroces a la importaciónde cemento de la empresa Cruz Azul de México con elargumento del «dumping» que practicaría ésta. Locurioso es que, mientras las de Cruz Azul pagan unarancel de 80 por ciento, las importaciones de cementoprovenientes de otras empresas pagan sólo 1 por ciento.Otros productores —los de harina, manzanas y uvas—están igualmente protegidos. Nada de lo cual quita, porsupuesto, el que países como Estados Unidos merezcanser criticados por entorpecer, y muchas veces impedir,el ingreso de productos agrícolas de nuestros países.

En 1992, el gobierno de México decidió introduciruna «cuota compensatoria», es decir un arancel oimpuesto, para reducir las importaciones de China,especialmente las de calzado. Las presiones políticaspara proteger a los industriales del calzado llevaron a laSecretaría de Comercio y Fomento Industrial a imponer«cuotas compensatorias» de hasta 1,175 por cientosobre el valor del calzado, junto con «cuotas» paraaparatos eléctricos, bicicletas, llantas, plásticos,juguetes y otros productos que «dañaban» a la industrianacional. Era el efecto de la connivencia entre elgobierno y las cámaras y asociaciones comerciales eindustriales. Resultado: aumentaron los precios,desaparecieron grandes empresas comercializadoras

como Foot Locker y la industria nacional no prosperó(m uch o s p rod uctores se co n vir t ieron encomercializadores porque en Asia tienen ventajascomparativas que hacen más rentable producir allí).Con las manzanas ocurrió algo no muy distinto. Desde1990 los productores del norte de México decidierondenunciar por «dumping» a los productoresnorteamericanos de manzana Starking. En 1997, elgobierno hizo por fin caso a los quejumbrosos e impusouna «cuota compensatoria» de 130 por ciento. Elproducto desapareció del mercado en plena temporadanavideña de 1997, ya que los productoresestadounidenses no pudieron exportar a México porestas restricciones y la exportación hacia otrosmercados resultaba más atractiva para los productoresmexicanos.

En suma: el comercio latinoamericano está plagadode vicios empobrecedores, en plena era supuestamente«liberal». Y la lista podría continuar, incluyendo lastrabas que hay en Brasil para ciertas importaciones,como las computadoras, mientras que casi no hayaranceles para la importación de comida para perros.Uno entiende, en este contexto, por qué los planes deintegración han fracasado, y cómo la proliferación debloques regionales es un mero pretexto de distintospaíses para no ir a una economía de mercado. Cuandouno observa lo ocurrido con las manzanas mexicanas, sepregunta de qué sirven los dos mil folios que tiene elTratado de Libre Comercio de Norteamérica.

Otra fuente inagotable de mercantilismo son losgravámenes a los distintos productos dentro de losmercados nacionales, especialmente el Impuesto alValor Agregado (IVA). Con este instrumento, en todosnuestros países se privilegia o se castiga a determinadosbienes y servicios, estableciendo diferencias queresultan del puro capricho político. En 1998 se produjoen la Argentina una batalla campal entre el gobierno yciertos empresarios por las nuevas propuestastributarias con las que se quería castigar a empresas quehasta entonces habían disfrutado de ventajas permitidaspor el propio gobierno. Las propuestas incluíanaumentar los impuestos sobre el tabaco, el alcohol y lasbebidas no alcohólicas, y la aplicación del IVA porprimera vez a la televisión por cable, al seguro médico,a la publicidad y a las publicaciones impresas, conexcepción de los periódicos. Al mismo tiempo, sepreveía, en el caso de alimentos «esenciales», reducir ala mitad el IVA de 21 por ciento que rige para los otrosproductos. También se incluyó en el paquete unimpuesto de 15 por ciento que deberán pagar losemisores de deuda sobre los intereses que pagan a loscompradores de sus bonos. Hasta ahora, las empresasque emitían deuda estaba exentas de tributar sobre losintereses que pagaban a los compradores de bonos ypodían deducir de sus impuestos esos intereses. Muchasempresas emitían deuda para pagar menos impuestos.En el último año fiscal, sólo 39 por ciento de lasempresas argentinas que presentaron declaración de

impuestos tuvieron que pagar impuestos. De las milseiscientas principales, sólo setecientas tuvieron unadeclaración de impuestos positiva. El sistema deimpuestos, por tanto, era una pura arbitrariedadgubernamental. El problema es que la solución cambiaunas injusticias por otras, y aunque homologa poralgunos lados, discrimina por otros. Era discriminatorioque las empresas capaces de emitir deuda dedujeran losintereses que pagaban a los compradores de bonos, puesmuchas empresas argentinas no estaban en capacidadde emitir deuda y por tanto no gozaban de esadeducción. Pero al imponer un tributo ahora, seperjudica a aquellas empresas que no estaban emitiendodeuda sólo para deducir impuestos, y se mantiene unsistema con dos pesos y dos medidas, pues las empresasque emiten deuda sufren un impuesto que no tienen lasdemás empresas del país.

Nuestros empresarios y nuestros sistemaseconómicos han contribuido, a través de esta infinitavariedad de prácticas injustas y antiliberales, a lapobreza de nuestros países, y en el caso de aquellospaíses que están progresando, a dificultar, para no decirimpedir, el tránsito definitivo a la vanguardia deldesarrollo. Todo privilegio económico, toda prebendapolítica, violan la esencia de la economía de mercado,para la cual el Estado es un marco legal, un conjunto denormas generales y no específicas, un ente ante el cualtodos, ricos y pobres, famosos y anónimos, son iguales.En una sociedad donde los ciudadanos no están en pie

de igualdad ante la ley, y donde la riqueza se decide enlos pasillos del poder, el resultado es, invariablemente,la miseria del conjunto de la sociedad. La contribuciónque han hecho, pues, nuestros empresariosmercantilistas, y por supuesto los gobiernos que loshicieron posibles, al subdesarrollo latinoamericano, y,en el caso de España, a la distancia que todavía separaa ese país de, digamos, el Reino Unido, ha sido decisiva.

VIII. LAS UNIVERSIDADES

LA FUNESTA MANÍA DE PENSAR

«Lejos de nosotros la funesta manía de pensar»,obsequiosas se excusaban ante Fernando VII lasautoridades de la catalana Universidad de Cervera enuna memorable correspondencia. Y así era, en efecto, eltalante pedagógico de aquella institución y de otrasmuchas taradas por la tradición escolástica en todo elmundo iberoamericano. Lo importante no era pensarpor cuenta propia, examinar la realidad, llegar aconclusiones y tratar de contrastarlas con otrospareceres. Lo importante era repetir lo que otros,autorizados para ello por el poder, habían dicho. Pensarera muy peligroso y constituía una forma bastarda de la

insolencia intelectual. Todo lo esencial ya estaba dicho,descubierto y pensado.

Pero lo trágico es que esa actitud del XIX todavía noha muerto en nuestras universidades y ya estamos a laspuertas del siglo XXI. En nuestras universidades se hacepoca investigación original, se repite mucho y —lo quees más grave— se repiten viejas ideas desacreditadaspor la realidad. Nos lo contaba, sorprendido (ydivertido) un profesor de Georgetown que había sidoinvitado a una conferencia sobre el fin del marxismo enuna universidad latinoamericana. A la entrada loesperaba un cartelón que decía: «Marx ha muerto, vivaTrotsky.» El autor del lema, luego se supo, inasequibleal desaliento, había sido un catedrático delDepartamento de Humanidades, graduado de laUniversidad «Patricio Lumumba» de Moscú, pero sualma máter, en rigor, no era importante. Podía habersedoctorado en Madrid, en París o en Londres. Una vezinstalado en su cátedra latinoamericana, los viejos ticsy el antiguo pensamiento lo habrían paralizado como siestuviera atrapado en una tela de araña.

Eso tiene una consecuencia trágica para loslatinoamericanos, porque la universidad, a fin decuentas, es uno de los más poderosos elementos en laconfiguración de la visión que sobre sí misma tienen lassociedades modernas. Un alto porcentaje de lo queluego será la «clase dirigente» pasa por sus aulas y allírecoge un modo de interpretar los problemas y unasfórmulas para solucionarlos. De donde puede deducirse

que cuando ese esquema analítico es erróneo, lasconsecuencias suelen ser lamentables. Y esto es,exactamente, lo que sucede con la mayor parte denuestros grandes centros universitarios: no sólo noscuestan una inmensa cantidad de dinero, sino, además,los paradigmas que difunden, lejos de contribuir almejoramiento de nuestras sociedades, consiguen elefecto contrario. Se vuelven ciegos y voluntariososfabricantes de miseria que impiden el desarrollo denuestros pueblos.

Pero acaso el primer ajuste de cuentas con nuestrasuniversidades hay que hacerlo en lo relacionado con lacreatividad. Parafraseando a Churchill, «nunca tantosle han debido tan poco a tantos». ¿Por qué no seinvestiga con seriedad y rigor? ¿Por qué no se estimulala imaginación de los estudiantes? Y ni siquierapodemos escudarnos en la falta de recursos para lainvestigación, puesto que esta esterilidad intelectualtambién abarca a las Ciencias Sociales y lasHumanidades. Para hacer buena filosofía, sociología oantropología no se requieren equipos costosos, sinorigor, seriedad y audacia para pensar por cuenta propia.No los hemos tenido.

Es verdad que entre nosotros, en nuestra cultura,abundan los grandes artistas plásticos —Picasso, Miró,Lam, Matta, Botero, Zsyzslo, entre otros—, o los grandesescritores —Octavio Paz, Cela, Vargas Llosa, GarcíaMárquez, Reynaldo Arenas, Borges—, pero no contamoscon nadie equivalente en el terreno reflexivo sobre los

grandes temas que afectan al hombre y a la sociedad. Nonegamos, por supuesto, que en nuestras universidadeshaya sabios y profesores abnegados y competentes. Loque parece evidente es que la atmósfera universitariaque hemos creado no sirve para estimular la creaciónoriginal ni la imaginación de nuestros ciudadanos. Dealguna forma, aplasta y amordaza a nuestras mejorescabezas en lugar de propiciar su trabajo. Da escalofríossaber que ninguno de los objetos de nuestro entorno yninguno de los hallazgos científicos o de los desarrollostecnológicos que determinan nuestras vidas ha sidocreado por nuestra cultura, pese a contar con algunas delas más viejas universidades de Europa (por ejemplo,Palencia desde 1208 y Salamanca desde 1230), y pese acontar con decenas de instituciones de (supuestamente)altos estudios en Iberoamérica desde hace siglos.Veamos algunos de los peores males que aquejan anuestros centros universitarios.

El pecado original

Quizá convenga comenzar por recordar que lasescuelas de estudios superiores constituyen uno de losmás viejos servicios organizados por los poderespúblicos en beneficio de un sector de la sociedad. Ya enel siglo al de nuestra era, Adriano, a la manera griega,funda en Roma el Ateneo, una «protouniversidad» en laque se enseña filosofía, retórica y música. Teodosio hará

lo mismo en Constantinopla tres siglos más tarde,institución que dura la friolera de mil años, hasta laconquista de Bizancio por los otomanos, en 1453. Por loque no debe sorprendernos que la Iglesia católica, comohiciera en tantos otros terrenos, tras el colapso delImperio de Occidente relevara a Roma en las tareaspedagógicas. En el Concilio de Voison (527) en Francia,todavía llamada Galia, se institucionalizaron las«escuelas parroquiales», que luego darían lugar a las«escuelas episcopales», centros de enseñanza de losque, en su momento, a partir de los siglos XI y XII,derivarían las universidades medievales, siempre de lamano de las órdenes religiosas o del clero regular,aunque las de España llevarían fuertemente impresas lahuella y la influencia secular de la Corona.

De todas las universidades españolas, si dejamos delado el riquísimo aporte del Islam, ninguna alcanzaríamayor fama e importancia que la de Salamanca,fundada en el siglo XIII, modelo de casi todas lasposteriores, aunque la que el cardenal Cisneros crearaen Alcalá de Henares a principios del siglo XVI, en 1509,en pleno auge del Descubrimiento de América, aportaríaciertos rasgos duraderos a las que poco despuéscomenzaron a germinar en el Nuevo Mundo. En 1518 seechan las bases de la de Santo Domingo, ya en plenofuncionamiento en 1539. La de México surge en 1553.La de San Marcos, en Lima, más o menos por lasmismas fechas, aunque realiza sus primeros actospúblicos en 1575. Y lo que en ellas se enseña, y el modo

Zum Felde, Alberto, Índice crítico de la literatura64

hispanoamericana, tomo I, Guarania, México, 1954.

en que se enseña, no es muy diferente a lo que se haceen España.

¿Cómo era esa universidad iberoamericana en elmomento en que España cruza el Atlántico y sereproduce en aquella orilla? El uruguayo Alberto ZumFelde lo resume admirablemente en dos párrafos:«Conviene no olvidar, para el mejor entendimiento deeste asunto, que, de las dos grandes épocas históricas enque, de modo general, puede dividirse la escolástica, delsiglo XI al XIII y del XIII al xv (en España hasta el XVIII),la primera de predominantes influjos platónicos yagustinianos, la segunda desde Alberto Magno y SantoTomás, de neta y ya definitiva ideación aristotélica, laque llega a América en el XVI, con la Conquista, es ésta,con exclusión y aun condena de aquellas formas másantiguas; y aun podría precisarse que en una terceramodalidad, la especialmente española y jesuítica, lasuareziana, que es fundamentalmente tomística peroretocada, de acuerdo con los tiempos de lacontrarreforma en que se produce, y cuya vigencia duracasi los tres siglos de la cultura colonial, hasta la llegadade la Enciclopedia.»64

Y sigue diciendo el polígrafo: «Lo más característico,empero, del escolasticismo colonial y lo que le da, encierto modo, su estilo propio, como lo tiene el barrocohispanoamericano es eso a lo que Concolorcorvo llama

graciosamente “ciencia del Ergo”, es decir, elformalismo silogístico y latinero, llevado a extremos derefinamiento y culteranismo tales que llega a convertirla filosofía en puro arte dialéctico, no oyéndose en loscolegios otra cosa que concepto majorem, negomenorem, distingo consecuens, contra ita argumentory todas las demás jergas que usan, según testimonio delLazarillo refiriéndose a México, pero en observaciónque puede ser extensiva en mayor o menor grado aLima, Bogotá, Córdoba, a todos los centrosuniversitarios de cierto rango hasta fines del XVIII.»

¿Habrá quedado impregnada nuestra culturauniversitaria de ese verbalismo inclemente y retórico,con el que fabricamos una realidad virtual hechameramente de palabras? Es posible, y eso se trasluce enel prestigio social que entre nuestros pueblosprobablemente hasta hace muy poco alcanzaban «lospicos de oro» y los charlatanes de cátedra queencandilaban al auditorio mucho más por la facilidad depalabra que por la importancia de las ideas. Rasgo quealguna vez provocó la tan repetida como melancólicaboutade de Eugenio D’Ors: «ya que no podemos serprofundos, seamos, por lo menos, oscuros».

Autonomía y marginación

Contrario a lo que suelen suponer los estudiantes«progres» y los profesores de barricada, la autonomía

González Prieto, José, La universidad de Alcalá en65

el siglo XVII, Madrid, 1939.

universitaria ni es un concepto moderno ni tiene suorigen en la descentralización y secularización de lasinstituciones estatales. Por el contrario: es unaconsecuencia de la subordinación de la Iglesia al poderde Roma, que era quien otorgaba las licencias yprivilegios que permitían la apertura de estos centroseducativos. En el medievo y por lo menos hasta lareforma protestante las autoridades eclesiásticas sedirigían al Vaticano para solicitar las debidas dispensasy autorizaciones, ignorando totalmente los Estadosnacionales, cuyos monarcas se limitaban a aprobar losestatutos o «Constituciones», una vez obtenida lalegitimación de la Iglesia.

Ese origen supranacional explica la jurisdiccióneclesiástica sobre las universidades en el terreno delDerecho, al extremo que en las universidades deSalamanca y Alcalá «todos los pleytos ansi civiles comocriminales» debía resolverlos el Maestrescuela de laCatedral, o el Rector, que «es el juez privativo de todoslos pleytos civiles y criminales».65

Una responsabilidad de este calibre traía, porsupuesto, pesadas servidumbres. Las universidadestenían «cárceles escolásticas» y el Rector, quien hacíalas leyes, normaba las penas y juzgaba a los acusados,podía hasta condenar a la pena de muerte —cuando elestudiante disparaba contra las fuerzas del orden

público—, aunque generalmente los castigos selimitaban a arrestos, confiscación de bienes, destierros,remar en galeras y expulsión de la comarca.

Al margen de esta función punitiva, el Rector solíaobligarse a tareas policíacas, mediante rondasnocturnas en las que lo acompañaban alguacilesarmados. Los conflictos más frecuentes eran conestudiantes alborotadores que daban vivas a susregiones natales y desafiaban a los oriundos de otraspartes de España. Esas trifulcas a veces alcanzabanniveles de inusitada violencia, con heridas a cuchilladaso por arcabuces e intentos de poner fuego a edificios enlos que se albergaban o escondían los adversarios.

Sea éste el origen, o sea por la razón que fuere, loque parece evidente es que la universidad públicaiberoamericana goza (o padece) de una especie deaislamiento del entorno social en que se inscribe, y latantas veces invocada autonomía universitaria sólo setrae a colación para impedir la entrada dela fuerza pública en los recintos, o para reclamar,celosamente, la exclusión de cualquier forma desupervisión ciudadana.Es muy raro —por ejemplo— que exista unacoordinación entre la investigación científica (cuando setiene) y las necesidades de la trama empresarial. Y másraro aún que el gobierno comunique los problemas queconfronta a estos centros docentes para tratar de hallaren ellos las soluciones que la sociedad necesita.

Es como si la comunidad académica —profesores,

estudiantes, administradores— viviera totalmente deespaldas a quienes con sus impuestos pagan los gastosque esa actividad ocasiona. Y es como si los añosuniversitarios no fueran un período de preparación paraluego desarrollar actividades útiles para la comunidad,sino unas largas y abandonadas vacaciones de las que anadie hay que rendir cuentas, por lo que prevalece untotal clima de irresponsabilidad.

Esa actitud ha provocado que las universidadespúblicas iberoamericanas —especialmente en AméricaLatina— vivan bajo la permanente sospecha de lasociedad. Los políticos prefieren ignorarlas ycontentarlas con abultados presupuestos antes queintentar involucrarlas en los problemas nacionales,porque suelen pensar que no tienen espíritu decooperación. Los militares, que (desgraciadamente)realizan sus estudios en instituciones aisladas, lastienen como sus adversarias casi naturales, lo quemultiplica las actitudes antiintelectuales del estamentocastrense.

Los grupos empresariales, tras comprobar que muypoco pueden hacer para establecer formas decolaboración, acaban por ayudar a las institucionesprivadas. Y así, paulatinamente, se va produciendo unlamentable divorcio entre el cuerpo social y lo quedebería ser su cerebro.

Hay varios países de América Latina en donde estasituación de aislamiento o verdadera alienación de launiversidad pública es realmente sangrante. Uno de

esos casos es Guatemala, donde los egresados de SanCarlos son generalmente rechazados por losempleadores. Otros son República Dominicana,Nicaragua y Ecuador, naciones en las que graduarse deuniversidades públicas, prima facie, genera una ciertaprevención en el mundo empresarial.

En este último país concurre una circunstancia queafecta singularmente a los más pobres. Sucede que pormedio de presiones, y esgrimiendo el demagógicoargumento de que las pruebas de selección académicapara conseguir el ingreso afectaban a los jóvenes defamilias más necesitadas, se le dio acceso a launiversidad a todo el que tuviera un diploma deestudios secundarios, independientemente de supreparación real y de sus aptitudes.

Esa afluencia masiva, sumada al permanenteconflicto político presente en la universidad, provocó undesplome en los estándares académicos hasta devaluarcasi totalmente el prestigio de los títulos que ésta emite,con el consecuente perjuicio precisamente de los máspobres, que son aquellos que no han podido escaparhacia los centros en los que es menester pagar por laeducación que se recibe. A un ecuatoriano le oímos estafrase irónica: «en mi país hay dos tipos de universidad:unas son centros de educación privados; las otras soncentros privados de educación». Nunca el orden de lasintaxis ha sido más elocuente.

Un camino radicalmente distinto fue el que adoptóPuerto Rico. En esta isla, que tiene la mayor proporción

de estudiantes universitarios en el continente, quienespueden acceder a la enseñanza pública —prácticamentegratis— son los que mejores notas alcanzan en losexámenes de ingreso, lo que provoca una fieracompetencia que acaba por beneficiar a los más pobres.En el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, los mejoresestudiantes acuden a la universidad pública, y ésta tienela mejor consideración por parte de los empleadores.Ser egresado de esta institución es preferible a habersegraduado en un auniversidad privada.

El caso cubano —isla vecina— es tan atípico que esdifícil tenerlo en cuenta en un examen global como elque pretendemos hacer con este libro. En Cuba launiversidad es un mero apéndice del Estado, y éste —asu vez— es una construcción artificial manejada por loscriterios ideológicos del Partido Comunista. De ahí sederiva esa lamentable (y desgraciadamente veraz) fraserepetida varias veces por Fidel Castro: «la universidades para los revolucionarios». De ahí las espasmódicaspurgas de homosexuales, jóvenes con conductas«extravagantes» (pelo largo, ropa ajustada, etcétera),creyentes religiosos o, simplemente, amantes del rock.Y de ahí la absoluta falta de respeto a la vocaciónindividual: el joven estudia la carrera que le asignan ydonde se la asignan, para luego trabajar en el sitio en elque el gobierno decide.

Las facultades marxistas

En la segunda década del siglo XX, y ante laresistencia de los sindicatos italianos, el político eideólogo comunista Antonio Gramsci desarrolló laestrategia de llegar al poder mediante la penetración yel control de las instituciones educativas y culturales. Setrataba de una refinada modificación de las tácticasmarxistas. No bastaba con organizar a los obreros paraorquestar la huelga general definitiva, porquepreviamente era necesario cambiar la cosmovisión de lasociedad, y eso sólo se podía lograr si previamente losmarxistas asumían el liderazgo intelectual.

Los planteamientos de Gramsci, recogidos en los 32cuadernos que escribió en la cárcel durante sus nueveaños de cautiverio impuesto por los fascistas deMussolini, enseguida tuvieron respuesta teórica poralgunos marxistas, a los que les parecía una herejíasuponer que la «ideología» predominante podía sercambiada antes de modificar el sistema de propiedad.Para un marxista ortodoxo la percepción de lasrelaciones humanas era un producto de las relaciones depropiedad y no de teorías más o menos persuasivas oracionales.

En todo caso, la experiencia de Gramsci en Italia,donde vio cómo el aparato obrero caía, casiíntegramente, en manos de los fascistas, debió serparecida a la de los comunistas latinoamericanos,quienes desde la década de los treinta, y muy

especialmente a partir de la revolución cubana, hanintentado el asalto casi metódico de las universidades yateneos para convertirlos en instrumentos de agitaciónmarxista.

Citemos extensamente un texto del rector de laUniversidad Internacional del Ecuador, el economistaMarcelo Fernández: «Desde mediados de los años 60,el Partido Comunista, disfrazado luego de MovimientoPopular Democrático (MPD), adquirió una enormeinfluencia en las universidades estatales del Ecuador yse apoderó fundamentalmente de las Facultades deFilosofía y Letras, encargadas de formar a los maestrosque luego enseñarían en las escuelas públicas, primariasy secundarias, a las cuales concurría y concurreprincipalmente la población con menores niveles deingreso. Fueron muchos de estos profesores con undogmatismo casi religioso los que adoctrinaron a losestudiantes con el sueño de un Ecuador comunista,profundizando en las aulas temáticas tales como lalucha de clases, el sindicalismo público, el paro por elparo, la supresión de la propiedad privada; que elEstado, y no sus habitantes, debía ser el dueño de losmedios de producción; que el dinero legítimamentetrabajado es contrario a la clase proletaria, porque elcapitalismo se enriquece gracias al esfuerzo deltrabajador; sembraron odio entre ricos y pobres,dividiendo al mundo entre explotadores y explotados.Todo eso caló profundamente en la conciencia demuchos ecuatorianos y son quienes por razones

ideológicas se oponen a que el país se modernice y entreen el engranaje de la economía mundial.»

Tras la descripción de la labor propagandística eideológica llevada a cabo por los comunistas en lasuniversidades, Fernández añade esta acertada reflexión:«Todo lo anterior habría resultado bien, si es queefectivamente hubiese triunfado el comunismo, ya quehabríamos tenido un elemento humano preparado paraentrar en ese sistema, pero con la caída del muro deBerlín, el sueño comunista se hizo irrealizable; sinembargo la consecuencia de esta educación ha sido quedos o tres generaciones expuestas a estas enseñanzas,no aceptan cambiar sus paradigmas por ser para ellosverdades absolutas e incuestionables.»

Es importante entender que no estamos ante undebate intelectual abstracto, sino ante la propagación deideas erróneas que traen unas terribles yempobrecedoras consecuencias a los latinoamericanos.¿Cuánto le ha costado a Ecuador la resistencia alcambio? ¿Qué cantidad inmensa de recursos se hanperdido al educar a varias generaciones de estudiantesen el rechazo al mercado y el culto por el Estado? Y loque es cierto en Ecuador, también lo es en Uruguay, enBrasil o en Venezuela. Esos estudiantes que enColombia o en Bolivia salieron a combatir laprivatización de las ruinosas empresas estatales, o losque en Brasil, Argentina y Uruguay se oponentenazmente a la creación de fondos de inversiónprivados, capaces de asegurar la jubilación de los

asalariados ¿qué son sino el producto de aulasuniversitarias encharcadas en el dogmatismo marxista,y en las que jamás se leyó o discutió otra teoría que nofuera la que calcaba el punto de vista de profesoresinvariablemente seducidos por el marxismo? ¿Cuántade la violencia que devastó a El Salvador y cuántas delas absurdas ideas económicas que prevalecen en esepaís no fueron la consecuencia de las prédicas de losjesuitas en la universidad centroamericana?

Pero a veces estas convicciones iban más allá de ladefensa monolítica del marxismo. A veces estosprofesores pasaron de la mera teoría a la violenciarevolucionaria más devastadora. Ese es el caso delmovimiento peruano Sendero Luminoso, fundado enAyacucho, en la Universidad Huamanga, por AbimaelGuzmán, profesor de la Facultad de Filosofía, y porEfraín Morote, un reputado antropólogo. Ninguno deellos, por supuesto, de origen pobre —clase mediaprovinciana los dos—, y ambos víctimas de unaformación universitaria que primero los hizo marxistas,luego los convirtió en maoístas, y —en su momento—los precipitó en el más sangriento terrorismo.

Prácticamente todas las grandes universidadespúblicas de América Latina han sido utilizadas porminorías violentas para esconder armas y organizarmovimientos subversivos. Esto ha ocurrido en elUruguay de los tupamaros, en la Argentina del ERP yhasta en el Puerto Rico de la Federación UniversitariaPuertorriqueña Independentista (FUPI).

Ni siquiera se puede afirmar que estos episodios deviolencia e inspiración universitaria son cosa delpasado, porque la pintoresca aventura delsubcomandante Marcos sugiere exactamente locontrario. Fue en la UNAM donde el joven RafaelGuillén, estudiante de Filosofía y de diseño gráfico, llegóal convencimiento de que el camino correcto era el de lainsurrección armada. Es así como Bertrand de laGrange y Maité Rico describen la transformación deGuillén en «Marcos» y el surgimiento del movimientozapatista en el libro definitivo sobre el tema: «El saltodel académico al guerrillero queda envuelto en elmisterio. Se produjo, eso sí, en la época en que RafaelGuillén entró a dar clases en la UniversidadMetropolitana. Este nuevo campus, que abrió suspuertas en 1974, se había construido paradescongestionar la UNAM y, subrepticiamente,neutralizar las fuertes movilizaciones estudiantiles queagitaban al país desde los sangrientos sucesos deoctubre de 1968. Paradójicamente, la institución seconvirtió en punto de confluencia de profesoresinnovadores y progresistas, que tenían además laoportunidad de alcanzar la titularidad. Guillén no habíaterminado todavía la carrera cuando, en 1979, consiguióun puesto de ayudante en la Escuela de Ciencias y Artespara el Diseño. Con él se llevó a Althusser, a Marx, aFoucault y a Mao, que hacía leer y discutir a susalumnos. Algunos de ellos recordarían, quince años mástarde, el desconcierto que provocaban al principio las

Grange, Bertrand de la y Rico, Maité, Marcos, la66

genial impostura, Aguilar, 1997.

exigencias del profesor.»66

Con el tiempo, y tras pasar temporadas en laNicaragua sandinista y en la Cuba de Castro, Guilléncubriría su rostro con un pasamontañas, comenzaría adesempeñar el papel del subcomandante Marcos ycrearía el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.Como en tantos casos, el esfuerzo realizado por lasociedad mexicana para educarlo de maneraprácticamente gratis —pese a tratarse del hijo de unhombre rico— sólo sirvió para formar a un ciudadanoque contribuiría a destruir una buena parte de lariqueza creada por los mexicanos, y a sembrar seriasdudas sobre el ya incierto futuro de un país que lo quenecesita no es sacudirse a tiros el gobierno del PRI, sinoperfeccionar la democracia en las urnas, depurar decorruptos al Estado, y encarar los conflictos por la víacivilizada del diálogo y el ejercicio de la ley.

Los estudiantes al poder

Pero si responsables del desastre universitario sonlos políticos o las autoridades académicas, también hayque imputarles un alto grado de culpabilidad a losestudiantes, y muy especialmente a los que asisten a lasuniversidades públicas.

En efecto, es lamentablemente frecuente que lasasociaciones de estudiantes que controlan los grandescentros educativos de América Latina estén bajo lainfluencia de jóvenes agitadores mucho más interesadosen acaparar titulares de periódicos que conocimientos.Para ellos, la universidad no es un sitio en el que recibenuna formación de primer rango, sino un trampolín paralanzarse a la política nacional.

Esto explica el tan penoso como permanenteespectáculo de los grupos estudiantiles lanzados a unactivismo social generalmente depredador y vandálico,consistente en destruir los bienes comunes, interrumpirel tráfico, y enfrentarse violentamente a la policía. Aveces estas manifestaciones tienen un origen legítimo—la resistencia contra la opresión—, pero generalmentese trata de una mezcla entre el radicalismo político y el«hooliganismo» destructor, integrado por bandassemisalvajes que disfrutan de los encontronazos con lapolicía.

Es cierto que estas actividades salvajes de losestudiantes en América Latina también se dan en otrossitios —Corea del Sur, por ejemplo, a veces en Franciao Italia—, pero es en Iberoamérica donde han cobradoel carácter casi de costumbre.

¿Por qué? ¿Cuál es el origen de este fenómeno? Esverdad que hay una cierta tradición de «gamberrismo»en las universidades occidentales, con sus violentas yjocosas ceremonias de «iniciación», las famosas«novatadas», pero el moderno punto de partida de estos

comportamientos quizá haya que colocarlo en Argentinaen 1918.

Ese año, en la provincia de Córdoba, hubo unareunión universitaria a la que acudieron algunosjóvenes estudiantes de otros países del continente, y allíse suscribió un documento que estaría llamado a teneruna singular relevancia: el «Manifiesto de la Juventudde Córdoba a los Hombres de Sudamérica».

Curiosamente, el impulso fundamental para laredacción del documento no era de carácter políticosino cultural. No sin cierta insolencia, se calificaba a lasuniversidades de «refugio de los mediocres, una fuentede ingresos para los ignorantes», y se les atribuía unaparalizante «senilidad». Frente a esta situación dedecrepitud, los estudiantes solicitaban el derecho degobernar o controlar las instituciones, escoger a losprofesores y designar a las autoridades administrativas.

El presidente argentino Hipólito Yrigoyen —queresistió las presiones internacionales para entrar en laPrimera Guerra Mundial—, contrario a lo que sepudiera esperar de su firme talante, cedió ante laprotesta estudiantil y les concedió a los jóvenes algunasde las medidas que solicitaban. En muy poco tiempo semultiplicaron las becas y se crearon centrosuniversitarios para adultos —lo que pareceríaencomiable—, pero esto trajo como consecuencia laaparición en el panorama político de un factorextrapartido que probablemente debilitaba el andamiajeinstitucional de la democracia: los estudiantes. Ya había

otra ladera para escalar hasta el reñidero político: lagresca estudiantil.

La experiencia de Córdoba poco después tuvo eco enCuba. En 1922 un grupo de estudiantes cubanos,pertenecientes a la recién creada Federación deEstudiantes Universitarios de La Habana, dirigidos porun joven y carismático comunista llamado Julio AntonioMella, toma varios edificios, convoca al PrimerCongreso Nacional de Estudiantes y exige una reformaaún más radical que la planteada por sus colegasargentinos. Pero ya no sólo protestan contra lasdeficiencias de su alma máter. Protestan contra lacorrupción del gobierno del presidente Alfredo Zayas—democráticamente electo de 1921 a 1925—, denuncianla podredumbre del país, acusan al «imperialismoyanqui» de los males que aquejan a la isla y comienzana hablar el lenguaje «revolucionario».

Una década más tarde, en 1933, esa semillafructifica, pero no contra Zayas, sino frente al generalGerardo Machado, un político que de manera ilegalhabía extendido su período presidencial, recurriendo atoda clase de actos represivos. Por primera (y única) vezen la historia de América Latina los estudiantes, aliadosa los militares, propician un golpe que depone aldictador y coloca el control de la República Cubana enmanos de los universitarios, quienes designan alpresidente —Ramón Grau, un catedrático de medicina—y a casi todo el gabinete. Poco después, naturalmente, elpoder se iría escorando a favor de los militares, pero

desde entonces el peso político de los estudiantes seríatan formidable como nocivo.

Los estudiantes cubanos, convertidos en «héroesrevolucionarios», se olvidaron del verdadero papel quedeben desempeñar las universidades modernas, ydurante veinte años se entronizó en la Universidad deLa Habana una especie de pistolerismo político del que,por cierto, surgió la figura de Fidel Castro, y que dealguna manera contribuyó a perfilar el posterior destinode la isla.

No es nada difícil de establecer la relación que existeentre la politización de la universidad —el «bochinche»,el permanente desorden— y el empobrecimiento denuestras sociedades. ¿Qué clase de profesionalespueden graduar estos centros entregados al activismopolítico y a la protesta callejera? Con el agravante deque los primeros afectados por este tipo decomportamiento son los más pobres, pues quienescuentan con recursos para pagar la matrícula enuniversidades privadas prefieren hacer ese sacrificioantes que sumergirse en el ensordecedor guirigay de laspúblicas.

Este clima de desorden conlleva, además, otroscostos ocultos, que no suelen airearse en la prensa. Unode ellos es el tiempo que muchos de los estudiantes«politizados» pasan en las aulas. En la Universidad deSan Carlos, en Guatemala, los estudiantes de este centrodocente demoran en graduarse un treinta por cientomás que los graduados en las privadas y reciben, sin

embargo, unos niveles de instrucción notablemente másbajos.

Algo similar ocurre en Colombia, en Venezuela, enEcuador, en Perú, en República Dominicana—prácticamente en todo el continente—, sin que nadiese atreva a intentar introducir un poco de disciplina enel sistema, con expulsiones de los malos estudiantes ocastigos a los revoltosos, para no tener que enfrentarseal poder político de estos estudiantes y a la capacidad dedesestabilización que son capaces de exhibir.

La modernización de nuestras universidades

Ante este desolador panorama, ¿es posible convertira nuestras universidades en instituciones educativas delPrimer Mundo? Las sociedades contemporáneas suelenasignarles tres tareas fundamentales a las universidadesde nuestros días, descendientes directas de lasuniversidades medievales. Grosso modo, y comoprimera misión, una universidad es un sitio en el queciertos adultos educados, supuestamente expertos endeterminadas materias, les trasmiten a otros adultosmás jóvenes e ignorantes algunos conocimientos que loscapacitarán para desempeñarse como profesionales. Esees el objetivo que persigue la inmensa mayoría de laspersonas que se matriculan en las universidades. Losjóvenes sueñan con ser médicos, abogados, arquitectos,etcétera, y una vez concluidas sus carreras, piensan

obtener por ello el reconocimiento social y laremuneración adecuados, mientras la sociedad, a suvez, de ellos aguarda un mejor y creciente rendimientode servicios.

Una segunda misión, tal vez más ambiciosa, peromenos seductora para la mayoría de los estudiantes,consiste en entender la universidad como un dinámicomedio de modificar la realidad. Un sitio para investigar,acumular nuevos conocimientos, desterrar teoríaserróneas, y proponer interpretaciones novedosas con lasque se explican fenómenos dudosos. Un lugar, en suma,destinado a cambiar el perfil de nuestras percepcionesy a aumentar el volumen de los conocimientos adisposición de la Humanidad.

La tercera, la más imprecisa, incierta e inverificablede las tareas de la universidad, tiene que ver con latransmisión de los valores. Es frecuente escuchar que launiversidad es o debe ser una fragua de hombres ym u j e r e s h o n o r a b l e s , b u e n o s c i u d a d a n o scomprometidos con la verdad, la decencia, lasolidaridad y el progreso. Quienes esto predican,suponen que el catedrático debe ser algo más que unsimple transmisor de conocimientos o que un dedicadoinvestigador. Debe ser el Maestro con eme mayúscula,capaz de dejar su impronta en el espíritu presuntamentemoldeable del joven estudiante. Se da por sentado queéste fue el caso de Kant en Königsberg, o de Julián Sanzdel Río y de Ortega y Gasset en Madrid.

Al margen de esas tres tareas, en las universidades

coinciden por lo menos tres entidades quefrecuentemente defienden intereses que a veces resultancontradictorios: el conjunto de la sociedad, losprofesores que imparten sus conocimientos, y losestudiantes que los reciben. Algo de esto ya se intuía enla Edad Media cuando se hablaba de «universidades deprofesores», las Universitas Magistorum, como lafamosa Universidad de París, y las «universidades deestudiantes», las Universitas Scholarium, como la muynotable Universidad de Bolonia. Incluso, en Bilbao, enel siglo XV, a las agrupaciones de comerciantes se lesllamó Universidades de Mercaderes.

Esa división entre «profesores» y «estudiantes» yanos revela el primero y más clásico de los conflictos:dónde está la autoridad. Quién manda y quién obedeceen la institución. Quién regula a los que mandan ybasados en qué autoridad. A lo que habría que agregarotros aspectos problemáticos en permanente debate:quién paga o debe pagar por este servicio; quién debeenseñar y quién debe estudiar o abstenerse de hacerlo;¿universidades públicas, privadas o ambas? Finalmente,¿cómo lograr la mejor universidad posible al servicio dela sociedad? Ese es el meollo del debate.

Aceptemos, pues, de antemano, que la sociedad hacesuyos esos tres objetivos mencionados, quecomúnmente suelen ser asignados a las universidades yque ahora reiteramos: desea formar los mejoresprofesionales posibles, alienta la investigacióncientífica, convencida de las enormes ventajas

económicas y de todo tipo que esto acarrea, y reconoceque es conveniente fortalecer el carácter de losestudiantes mediante la exposición de los jóvenes almagisterio de personalidades excepcionales, capaces deinspirar en los demás los mejores valores de la especie.A partir de esa premisa, enfrentémonos a la primerazona conflictiva: ¿dónde —a la luz de la cosmovisiónliberal— debe estar la autoridad en la instituciónuniversitaria? ¿Quién debe mandar y por qué?

¿Quién manda (o debe mandar) en launiversidad?

Si la universidad es un sitio en el que losconocimientos se trasmiten o se modifican, y en el quese espera de los profesores que desempeñen algo asícomo un role model, lo que parece natural es quequienes posean los conocimientos sean la primerafuente de autoridad. Son los docentes, los profesores,quienes deben dirigir la vida universitaria, y quienes,dentro del mayor grado de libertad académica posible,deben tomar las decisiones más importantes, pero sóloen función, precisamente, de lo que de ellos se espera:excelencia en la enseñanza, calidad en la investigacióny ejemplaridad en el comportamiento.

Sólo que toda institución, para asegurarse un buenfuncionamiento, necesita de auditorías externas queenjuicien la labor realizada. No es mala idea, por

ejemplo, que las universidades cuenten con undirectorio de personas con buena formación, pero novinculadas laboralmente al centro universitario, que enlíneas generales y en representación de la sociedad,supervisen la gestión administrativa y docente,contribuyan a dirimir los conflictos que surjan, y elijano revoquen el mandato de las autoridades. A ellascorrespondería la labor de vigilar cuidadosamente eldestino de los dineros públicos que gasta o invierte launiversidad, pues carece de sentido ampararse en lamítica «autonomía universitaria» para no tener que darcuenta del dinero que la sociedad aporta.

También es conveniente, como sucede en EstadosUnidos, que las universidades establezcan entre ellasmecanismos de mutua evaluación múltiple, y que seanesos organismos (y no un gobierno por medio delMinisterio de Educación) los que dictaminen sobre elbuen o mal funcionamiento de la institución, los queclasifiquen a las universidades por su rendimientoacadémico, y los que otorguen, nieguen o rescindan larecomendación o certificación correspondiente. Losgobiernos, por su propia naturaleza, no suelen hacerbuenos aportes a la vida universitaria. Politizan lasinstituciones, las encarecen, tienden a uniformarlasrestándoles originalidad, las complican con enrevesadasburocracias, y las someten groseramente a lasservidumbres del clientelismo partidista. Claro ejemplofue el peronismo, que llegó a regalar títulos sin cursar lacarrera, devaluando el prestigio de la Universidad de

Buenos Aires.Como es lógico, otra voz que debiera tomarse en

cuenta para emitir esta clase de juicios de valor es la delos principales receptores del servicio que se brinda: lade los estudiantes. Los estudiantes deberían evaluar asus profesores, opinar sobre la calidad de su labordocente, juzgar los departamentos y facultades en losque reciben sus clases y emitir juicios generales sobre lainstitución en la que se educan, pues se sabe, conbastante certeza, dada la experiencia recogida porinstituciones que poseen la sana costumbres deconsultarlos, que los estudiantes, en números grandes,suelen ser muy justos y precisos en sus evaluaciones.

Por último, son muy necesarios los exámenescomparativos normados para poder fijar criterios deexcelencia. Hay que contrastar tan objetivamente comosea posible el grado de conocimientos adquiridos, y esosólo tiene sentido si se comparan las universidadesentre sí y con las de otros países y culturas. Por otraparte, quienes tienen la responsabilidad de juzgar lalabor de los docentes sólo pueden guiarse en su trabajosi disponen de información de esta clase: lo que opinanlos otros centros universitarios, lo que opinan lospropios estudiantes, y lo que revelan las periódicaspruebas académicas normadas nacionales einternacionales a las que todos deben someterse. Y sólocuando los resultados generales de esta información sonpositivos es que puede afirmarse que la autoridad de losprofesores para regir la institución es, ciertamente,

legítima. Si los resultados no son los que se demandan,entonces estamos ante unos gestores ilegítimos de losque deberíamos prescindir cuanto antes.

Como es notorio, una universidad que elija ymantenga a sus autoridades con arreglo a estoscriterios, estará utilizando categorías del universoliberal: el check and balance, la competencia, ladescentralización, la responsabilidad individual, lasupremacía de la sociedad civil, el respeto por la opiniónajena y el cultivo de la meritocracia.

¿Quién enseña (o debe enseñar) en launiversidad?

Por supuesto, si se admite que las universidades ysus máximos responsables —las autoridadesacadémicas— tienen que responder ante la sociedad delos resu ltados de su gest ión , enseguidacomprenderemos que los profesores, decanos y rectoresno pueden estar a salvo de sus errores protegidos porcátedras vitalicias. Eso constituye una total aberración.

Un banquero que pierde dinero durante ciertotiempo es echado de su cargo por la junta de accionistas.A un médico que comete una negligencia temeraria quele cueste la vida a un paciente, le pueden revocar sulicencia. Un general que, por incapacidad, pierde unabatalla, es pasado a retiro, degradado, y, en ejércitos conmalas pulgas, hasta fusilado al amanecer. A un político

que ejerce su cargo con manifiesta torpeza,probablemente lo castiguen en las urnas en el próximoturno electoral. Un escritor que escribe libros pocointeresantes no consigue editor o no logra seducir a loslectores. Un abogado que pierde casi todos los pleitosacabará por no tener clientes, y si es deshonesto, hastapuede ser desaforado.

¿Para qué buscar más ejemplos? No hay que ser unskinneriano para comprender que la recompensa y elcastigo son los instrumentos con los que la sociedad vaperfeccionando los quehaceres en los que debeempeñarse para mejorar el perfil de su civilización. Y siesto es así ¿a quién se le ocurre que puede haber unacategoría de mortales colocados más allá del bien y delmal, y a los que no les afecta el resultado práctico de losactos profesionales por los que devengan un salario?

El tenior o permanencia es una práctica perniciosaque debe erradicarse de las universidades y sersustituida por la sana costumbre de los contratosrenovables o revocables, de acuerdo con los resultadosdel trabajo rendido, como les sucede a las nuevedécimas partes de los seres humanos en todos loscentros de trabajo del planeta. En las universidades queasí pactan los vínculos laborales —la FranciscoMarroquín de Guatemala, institución entre las mejoresde América Latina— los contratos a los profesoresnuevos suelen ser por un semestre, y una vezdemostrada la competencia, entonces se prorrogan deaño en año. ¿Resultado? Mínimo ausentismo, esfuerzo

máximo y —en la práctica— un puesto de trabajoseguro... mientras comprobadamente se mantenga laseriedad y la calidad de la enseñanza.

Un sistema de contratación de esta naturaleza,regido por un comité de evaluación de candidatos queelija a quien parezca más apto, permite recurrir a unaforma de selección más efectiva y rápida que lasmultitudinarias oposiciones convencionales. Y si lapráctica no demuestra que la selección fue la correcta,resulta fácil corregir el error y reemplazar por un nuevoy prometedor candidato al docente que no ha dado latalla. Asimismo, un sencillo sistema de librecontratación y despido permitiría reclutar, con unmínimo de riesgo, a muchísimos talentos extranjeroscapaces de fecundar las universidades y elevarnotablemente el nivel intelectual de las mismas.

A fines del siglo pasado Max Planck intentó darclases en un instituto de Murcia, pero la cátedra le fuenegada por no ser español. Espantosa decisión. En 1911Planck obtendría el Premio Nobel de Física y desdeentonces será reconocido como una de las cabezas másimportantes del siglo XX. Hoy mismo, tras la debacle delmundo comunista, como ocurriera con la intelligentsiajudía en los años treinta tras el afianzamiento delnazismo, hay millares de creativos sabios europeos—rusos, polacos, checos, alemanes— deseosos de serconvocados por instituciones universitarias occidentalescapaces de apreciar sus talentos, pero, como reglag e n e r a l , s o n d e te n id o s a n te la b a r r e r a

corporativista/nacionalista con que los gremios deprofesores suelen proteger su cerrado coto laboral.

Una universidad guiada por la efectiva defensa delbien común, especialmente tras reconocer que vivimosen la tan cacareada «aldea global», sabedora de que elconocimiento es universal, derribaría estos muroslegales artificiales, poniendo fin a cualquier expresiónde nacionalismo cultural, pecado cuya más nocivaconsecuencia es la empobrecedora endogamiaintelectual.

¿Qué tendría de liberal esta forma de elegir a losprofesores? Todo: la competencia, la meritocracia, elrespeto por el esfuerzo individual, y hasta esecomponente de riesgo e incertidumbre que debe estarpresente en toda obra humana. Es así, premiando aquienes hacen bien su trabajo y castigando a quienes lorealizan mal, como mejora paulatinamente la calidad dela vida. Y los profesores no deben exceptuarse de estaregla de oro... o de hierro, según como se juzgue, puesignorarla sólo conduce a la mediocridad, alestancamiento y a condenar a la sociedad a mayoresíndices de pobreza física y espiritual.

¿Quién estudia (o debe estudiar) en launiversidad?

Si uno es capaz de admitir que las oficinas, lasfábricas, los laboratorios y los talleres artesanales

—sitios en los que nuestra especie desarrolla el 99 porciento de sus actividades— tienen unos límites naturalesde aforo, ¿cómo es posible plantear que existe el«derecho» de todas las personas a contar con enseñanzauniversitaria sin tener en cuenta las limitacionesmateriales de estas instituciones, las necesidades realesde la sociedad y los recursos de que ésta dispone?

Las universidades deben tener el derecho a limitarel ingreso de los estudiantes de acuerdo a un criteriobásico: el número razonable de personas al que se escapaz de ofrecer la mejor educación posible, de acuerdocon los medios de que se dispone. Una vez establecidoque la institución está en condiciones de recibir cien,mil, cinco mil o cincuenta mil estudiantes, el criterio deselección debe estar presidido por los resultados deexámenes de admisión y por la evaluación delexpediente académico previo, pues se sabe, con bastantecerteza, aunque existan numerosas excepciones, quehay una estrecha relación entre lo que revelan esaspruebas y el posterior desempeño académico. Comotambién se sabe que las buenas universidades no sóloalcanzan su alto nivel por la calidad de los docentes queimparten la enseñanza, sino por la calidad de losestudiantes que son admitidos. Los buenos profesorespoco pueden hacer con malos estudiantes, y,naturalmente, viceversa.

En el terreno educativo hay un evidente conflictoentre calidad y cantidad que no debe ser soslayado. Y siaceptamos que los objetivos de las universidades son los

tres insistentemente señalados (graduar buenosprofesionales, investigar, e inculcar valores superiores)no nos queda otro remedio que sacrificar la cantidad enaras de la calidad, pues, de lo contrario, estaríamosgraduando profesionales mediocres, no lograríamosponer en marcha proyectos valiosos de investigación, y,por supuesto, apenas lograríamos que los estudiantestuvieran el menor contacto humano con sus remotos ydesconocidos profesores, inútilmente ejemplares.

Pero ¿no hay un elemento de injusticia al privar apriori a muchísimas personas de la posibilidad deobtener educación universitaria sólo porque no fueronbuenos estudiantes durante la segunda enseñanza obachillerato, o porque no obtuvieron una buenapuntuación en los exámenes de ingreso? Puede ser, peropara eso existe una comprobada forma de alivio: alentarla proliferación de universidades privadas.

Estados Unidos es un caso interesante. Con unapoblación seis veces mayor que España, el número deuniversidades debe rondar los cuatro millares. España,en cambio, sólo tiene unas cincuenta y siete, y existeuna gran resistencia a que se creen otras nuevas. Deesas casi cuatro mil universidades norteamericanas,unas veinticinco son excelentes, tal vez las mejores delmundo. Otras cien son muy buenas; quizá doscientaseducan competentemente, dos mil deben ser mediocres,y el resto, probablemente, son bastante malas.

Hay universidades fundadas por grandes gruposreligiosos dotados de gran prestigio social —metodistas,

católicas, judías—, las hay vinculadas a minoritarioscultos excéntricos, a empresas —McDonald’s, porejemplo—, a circunscripciones urbanas, a estados de lafederación americana, a familias. Las hay mixtas, paravarones, para mujeres, predominantemente paranegros, incluso para personas con inclinacionessexuales no convencionales. Las hay postales,«virtuales», es decir, por medio de Internet, y hasta lashay que se limitan a contactos telefónicos con tutoresanónimos.

¿Resultado de esta múltiple oferta? Prácticamentetodo aquel que termina su high school, o, incluso,aunque no lo termine, pero mediante un simple examenobtiene un «certificado», es capaz de encontrar unainstitución que le ofrece conocimientos profesionales alalcance de su escasa preparación. Seguramente esosconocimientos no tendrán la densidad de los que seobtienen en Harvard o en Yale, pero tal vez le resultensuficientes para abrirse paso en la vida y obtener unabuena remuneración material por su trabajo, puesto queen la sociedad norteamericana están absolutamentedocumentados los nexos entre la obtención de uncollege degree y los niveles de ingreso pecuniario. Al finy al cabo, es mejor poseer una educación universitariamediocre que carecer de ella.

¿Es posible considerar conveniente esta fantásticamultiplicidad de oportunidades educativas? Sí, porquecombina la meritocracia con espacios abiertosprácticamente para todos. Sí, porque no le cierra el paso

a ninguna iniciativa, y deja que el mercado librementeregule la oferta y la demanda de servicios educativos. Sí,porque no limita la imaginación de los empresarios dela educación, ni prejuzga qué método de enseñanza esmejor o peor. Sí, porque no sacrifica la potencialidadcreativa de los mejor dotados ni les niega oportunidadesa los menos brillantes. Sí, porque no existe unaautoridad central que determine quién debe enseñar niqué debe enseñarse, ampliando con ello lasposibilidades de expansión de la cultura.

¿Quién debe pagar por los estudiosde los universitarios?

Claro, que este Modelo exige una gran oferta«privada» en la que los estudiantes deben pagar por losestudios que reciben, pero, en rigor, así debería sersiempre, y no sólo en las universidades privadas.También deberían pagar en las públicas el costo totaldel servicio educativo que reciben. El correo o eltelégrafo suelen ser públicos (cada vez menos), perotodo el mundo tiene que pagar por los sellos que utilizao por los telegramas que envía. Con las universidades nodebería ser de otra manera. Que pague quien recibe elbeneficio directo del servicio que se brinda. Eso es loequitativo.

Una de las mayores injusticias del mundoiberoamericano radica en el sistema de financiamiento

de los estudios universitarios públicos. Resulta que lainmensa mayoría de los estudiantes pertenece a losniveles sociales medios y altos, pero la factura de esosestudios debe pagarla la totalidad de la poblaciónmediante los impuestos generales, y mientras máspobre es el país —miseria que suele coincidir con losmayores desniveles sociales— más sangrante resultaeste atropello. Son estas desgraciadas sociedades en lasque vemos a los pobres trabajadores que no puedenconsultar a un médico o acudir a un abogado, pagandocon su trabajo la educación de esos privilegiados futurosprofesionales que luego los mirarán por encima delhombro.

Otra consideración que aconseja que losuniversitarios paguen por la educación que reciben, estávinculada a una reacción muy humana que todosconocemos perfectamente: el que tiene que pagar, exige,demanda la mayor calidad posible por el gasto en queha incurrido. Un estudiante que tiene que costear sucarrera le exigirá al profesor que se comporte con rigory seriedad. Un profesor que sabe que el estudiante (o sufamilia) que tiene enfrente hace un gran sacrificioeconómico, será mucho más respetuoso con susdiscípulos y se preocupará mucho más en enseñarles lamateria que en suspenderlos porque no la dominan.

Las universidades gratis, o casi gratis, por elcontrario, tienden a perder calidad académica. Siaprobar o desaprobar una asignatura no conlleva unasanción, la expulsión, o un costo económico, muchos

alumnos no sentirán la necesidad de esforzarse, pues enel futuro siempre se podrá repetir la materia o el curso.¿Qué más da emplear en terminar una carrera siete uocho años, en vez de los cuatro o cinco regulares, si eseperíodo lo va a subsidiar otro? Al fin y al cabo, si elmercado laboral no se ve muy prometedor ¿no parecemás conveniente esperar pacientemente, «aparcados»en las universidades hasta que mejoren lasoportunidades de encontrar un trabajo? ¿Qué otro sitioes más grato y divertido? No en balde casi todo elmundo habla de sus años universitarios como los másdignos de ser recordados, los «mejores años de la vida».

Pero sucede que esa regalada vida de estudiante sela obsequian a unas personas que han llegado a la edadadulta. Personas que, al menos en teoría, no debentener ningún privilegio especial, pues son, con algunarara excepción, mayores de edad —los dieciocho añoshabituales—, y pueden elegir a sus gobernantes,contraer matrimonio sin necesidad de consentimientopaterno, contratar, resultar condenados sin atenuantesespeciales, o ser llamados a servir en el ejército si así loconsiderara el Estado. Es decir, son ciudadanos depleno derecho que libremente han elegido recibir unservicio —la educación superior— del que piensanbeneficiarse cuando obtengan el correspondiente gradoacadémico, distinción que les abrirá las puertas de unfuturo probablemente mejor que el de la mayoría de susconciudadanos, según demuestran las estadísticas.

Pero ¿y si no tienen dinero para estudiar? Si todos

tuviéramos que pagar por nuestra educación superior¿no se perderían muy buenas cabezas por falta derecursos? Por supuesto, a menos que la sociedad,consciente de la necesidad que tiene de contar conbuenos universitarios, les facilite el dinero en forma depréstamos, con intereses razonables, para que tampocoesa transacción se convierta en una forma necia dedescapitalizar a los trabajadores que aportan losrecursos. Préstamos muy rigurosos, con el aval de lafamilia, para que todos carguen con una gran presiónmoral, pues si la familia no cree en el candidato auniversitario ¿por qué pedirle a la sociedad un mayorgrado de confianza?

Y si así se piensa del financiamiento de los estudiosuniversitarios ¿por qué no aplicar el mismo principio alos estudiantes de primaria y secundaria? Por variasrazones conviene mantener transitoriamente un sistemaen el que los contribuyentes ayuden a costear laeducación en ese nivel. La primera, es que el granesfuerzo educativo por parte del conjunto de la sociedadhay que hacerlo, precisamente, en la etapa deformación, y como los recursos siempre son escasos, espreferible emplearlos en las primeras etapas de laeducación, cuando se edifica la personalidad, seadquieren los hábitos de estudio y se echan las basesmorales e intelectuales sobre las que luego se constituirála persona adulta. La segunda razón, porque con esosniños y jóvenes, al no ser ciudadanos de pleno derecho,contraemos unas obligaciones especiales que justifican

que, sin distingo, invirtamos todos nuestros recursos enconseguir que luego sean adultos responsables con suspropias vidas y solidarios con la comunidad a la quepertenecen.

Quienes creen en la igualdad de oportunidades paraluchar por el éxito individual, saben que es una bromamacabra hablar de «competencia» cuando el punto desalida es, por ejemplo, entre el hijo de una familia decampesinos analfabetos y el de una acomodada familiaurbana de clase media. De manera que la forma másrazonable de tratar de establecer esa verdaderacompetencia es proporcionándoles a todos los niños yjóvenes una formación académica básica realmenteejemplar, y de la que no se excluyan ni la buenaalimentación ni los cuidados médicos, pues también esuna tomadura de pelo hablar de «igualdad deoportunidades» entre un muchacho bien alimentado ysano, y otro enfermo y víctima de un déficit proteínicoque afecta su capacidad de aprendizaje. Lo que noquiere decir, naturalmente, que esa buena educación oesa calificada atención médica tengan que ser ofrecidasen instituciones públicas, casi siempre engorrosas yconflictivas, pues probablemente el método de subsidiarla demanda mediante un sistema de vouchers resultemás económico y produzca mejores resultados, como enIberoamérica han comprobado los nicaragüenses poriniciativa del ministro Humberto Belli, o en Antioquia,Colombia, por la del ex gobernador Alvaro Uribe.

Es predecible que los estudiantes universitarios

prefieran que sus estudios los pague el conjunto de lasociedad y no ellos directamente, pero esa actitud,aunque muy humana, no se compadece con losprincipios de equidad. Si creemos en la competencia, enla meritocracia y en el valor de la ética de laresponsabilidad, cuando arribamos a la etapa adulta denuestras vidas es menester que aceptemos el peso de loque eso realmente significa.

Por último, si una reforma universitaria de este tipose llevara a cabo ¿sería mejor el resultado final? Esosólo lo diría el tiempo, aunque las pocas universidadesliberales que existen —y volvemos a citar a laguatemalteca Francisco Marroquín— son superiores alas de su entorno.

No obstante, algo hay que hacer, pues en nuestromundo universitario iberoamericano, tras la primeramitad del siglo XVI —cuando tuvo su mayor fulgorintelectual—, y probablemente como consecuencia de laContrarreforma, en nuestros grandes centros deenseñanza se produjo un estancamiento del cual nohemos sabido recuperarnos. Llama la atención quevarias universidades iberoamericanas tengan más decuatrocientos años de fundadas, pero más significativoaún es que en ese larguísimo período no hayanproducido una sola idea original, una teoría capaz deimantar la curiosidad de Occidente, una máquinaprodigiosa destinada a modificar los modos deproducción. Es cierto que el número de estudiantesuniversitarios en España es, porcentualmente, de los

mayores de la Unión Europea, pero ese auspiciosodetalle se cuartea cuando tropieza con la pobre calidadde la educación obtenida.

Algo, en fin, hay que hacer, y pronto. No es unsendero fácil y sabemos que se yerguen muchosobstáculos pero es obvio que si no lo emprendemosjamás habremos de llegar a la meta.

IX. EL ESTADO

ESTADO DEL MALESTAR

Tomemos al azar un país latinoamericano.Examinémoslo. Es pobre. Ya hemos visto, al comienzode este libro, de qué manera: en él cohabitan formascasi africanas de miseria con ostentosos niveles de lujoy prosperidad; chozas y fábricas de acero, analfabetos ypoetas de vanguardia, decía Octavio Paz. Su capital, poresta razón, ofrece patéticos contrastes. Los MercedesBenz que llevan elegantes parejas a cócteles o aconciertos son asediados en los semáforos porenjambres de limosneros o vendedores de cualquiercosa, flores o caramelos. Es un país que vive en losúltimos tiempos una crítica situación económica. Sudeuda externa es muy elevada; lucha sin éxito para

frenar una inflación de dos dígitos; su moneda parecefatalmente expuesta a constantes devaluaciones; lastasas de interés están disparadas, haciendo prohibitivoslos créditos bancarios, y el déficit fiscal, producto de ungasto público incontrolado, representa dos, tres, cuatroo cinco puntos del PIB. Para enfrentarlo, se realizancada cierto tiempo ajustes tributarios severos ydesalentadores, pues castigan esencialmente a quienesviven de un trabajo honrado.

Es, además, un país inseguro. La delincuenciacomún ha crecido tanto en los últimos tiempos, quenadie escapa al temor de un atraco, de un robo, si no deun secuestro. Los barrios bajos y los cinturones demiseria que rodean las ciudades más importanteshierven de vagos y rateros. Es peligroso dejar el auto enla calle mientras se asiste a una cena, aunque estédotado de un sistema de alarma. De ahí que se hayanmultiplicado, en conjuntos residenciales, bancos,empresas y edificios de oficinas, servicios privados deseguridad. Pero no son sólo los ricos o las personas deun nivel medio quienes viven estas zozobras. También,y sobre todo, los pobres son víctimas de la delincuencia;cohabitando con ella en las zonas urbanas másmodestas, están más expuestos que nadie a serdesvalijados a la vuelta de cualquier esquina.

Y ahí no se detienen los problemas, pues también esun país que vive, abierta o soterrada, una crisis políticay hasta cierto punto institucional. Ciertos valores,ciertos principios, que eran el fundamento de su vida

democrática, se han erosionado. Están lejanos los díasde euforia popular vivida tras la caída de la últimadictadura militar del país. Ahora hay cansancio en laopinión. Los partidos, que antes suscitaban fervores, sehan desgastado a su paso por el poder y aun comoalternativas de oposición. No se les cree a los políticoscuyos nombres y fotografías fatigan diariamente a laprensa. Todos dicen lo mismo. Ofrecen el oro y el moroy nada cambia. Su lenguaje, y muy en especial el de loscandidatos, se ha devaluado prodigiosamente. Aunquetenga su sustento en el voto popular, el Congreso noparece representar a la nación, sino a esa clase políticaque desde hace años regresa al mismo recinto y a losmismos ejercicios retóricos para dirimir sus eternos,circulares pleitos en torno al poder. El clientelismoimpera. Yo te doy, tú me das: tal es la norma quepreside apoyos y adhesiones, pues la política ha cobradoun carácter desvergonzadamente mercantil.

Y para colmo, la corrupción. Los escándalos suelensalpicar a personajes del gobierno. No haytransparencia en licitaciones públicas y contratos. Seutilizan los cargos públicos o la amistad con ministros,directores de institutos y otros altos funcionarios parahacer buenos negocios. Las aduanas son cuevas decorrupción. Se reparten selectivamente privilegios yexenciones tributarias. La famosa «mordida» mexicanacambia de nombre en cada país, pero existe en casitodos ellos y a todo nivel a la sombra de una asfixiantetramitología que la hace inevitable. La burocracia

prolifera malignamente en todos los órganos del Estadodevorando buena parte de los presupuestos nacionalesy regionales. Todo lo demora, todo lo dilata y todo locorrompe. Amparada en el papeleo, obligando alciudadano común y corriente a filas y esperasagotadoras frente a las ventanillas de las oficinaspúblicas, es absolutamente ineficaz y al mismo tiempoinsaciable a la hora de defender sus prebendaslaborales. Por culpa de su indolencia y de su inevitableobesidad, surge, en torno suyo, una maraña deintermediarios y tramitadores. No hay manera deevitarlos si se desea llevar a término en menores plazosuna gestión. Hay que pagar siempre, por debajo de lamesa, para agilizar los trámites de una licencia decomercio o de industria, de construcción, deimportación, de matrícula de un vehículo o deconducción. Los políticos que pertenecen al partido degobierno son los soportes indispensables si se deseaobtener una beca, un puesto, cupos escolares, unavivienda subsidiada y hasta la instalación más rápida deuna línea telefónica.

Cada cuatro, cinco o seis años en ese país se abre,con gran derroche de dinero y de publicidad, unatumultuosa campaña electoral para elegir nuevopresidente de la república. Gordos y sudorosos políticosacompañan al candidato en plazas y tribunas y banderasde los diversos partidos (tricolores, rojas, azules,blancas, amarillas o verdes) salpican los mítines. Seescuchan vibrantes discursos, gritos, himnos y bandas

de música. ¿Qué dicen los aspirantes a la presidencia?Lo de siempre. Que su gobierno tendrá como principalobjetivo la lucha contra el desempleo, la pobreza, la faltade oportunidades y las inicuas desigualdades entre losprivilegiados y los desheredados. Que el Estado debeintervenir, regular, planificar, propiciar una mejorredistribución de la riqueza (porque hay pocos quetienen mucho y muchos que no tienen nada) haciendopagar a los ricos e incrementando la inversión socialpara proteger a las categorías más pobres y vulnerablesdel país. En suma, los programas de justicia socialdeberán prevalecer sobre las desalmadas políticasneoliberales que, al dejar libres las fuerzas ciegas delmercado, hacen más ricos a los ricos y más pobres a lospobres configurando así un vituperable modelo decapitalismo salvaje.

Pues bien: en este retrato —o al menos en muchosde sus rasgos— podrán reconocerse buena parte de lospaíses latinoamericanos. Es la realidad que han vividopor largo tiempo México, Venezuela, Colombia,Ecuador, Perú, Bolivia, el propio Brasil, en buena partela Argentina y varios de los países centroamericanos. Loextraño es que nuestra historia parece a vecescondenada a girar en círculo con malas situacionesreiterativa y periódicas y al mismo tiempo efímeras yengañosas ilusiones de cambio. Pero, más extraño aún,el conocimiento y denuncia de estos males endémicosdel continente, cuyo corolario es la pobreza y lainseguridad, no invalidan el discurso populista, que

propone siempre como remedio la causa misma del mal:un Estado dirigista, cuya vocación es la de poner trabasa una libre economía de mercado, clave del desarrollo yde la riqueza en todas partes, en detrimento de susfunciones esenciales. ¿Cuándo comprenderemos queeste pretendido benefactor —el llamado por Octavio Pazogro filantrópico— es, en realidad, el padre deldespilfarro, del clientelismo y de la corrupción y, porello mismo, de la pobreza?

Nefastos abolengos

Tres factores han intervenido para colocar sobre laespalda de nuestras desamparadas sociedadessemejante látigo. Uno es de carácter histórico, otro esideológico y el tercero tiene relación con las políticaseconómicas que hemos seguido, con resultadossumamente negativos, desde el fin de la Segunda GuerraMundial hasta hace muy poco tiempo.

La historia: si miramos atrás, hacia nuestro pasado,nos encontramos siempre con una sociedad oprimidapor un Estado tutelar. Y ahí reside una diferenciafundamental entre nuestra sociedad colonial y la que seformó en Norteamérica. Los primeros colonos de NuevaInglaterra, en efecto, impregnados de una moralprotestante que hacía del esfuerzo, el ahorro y ladisciplina virtudes esenciales y veía la riqueza como unarecompensa justa a la capacidad productiva de cada

uno, dejaron en manos de la comunidadresponsabilidades y decisiones que entre nosotrossiempre monopolizó el Estado. De modo que estahipertrofia estatal tiene antiquísimos abolengos. Laorganización colonial en Iberoamérica fue a la vez unaexacta representación del mercantilismo español de laépoca y la férrea organización jerárquica de la IglesiaCatólica. Así como en Nueva Inglaterra se establecióuna sociedad horizontal donde se compartían derechosy deberes, entre nosotros el Estado de la metrópoli fueun dispensador de prebendas y castigos y centro detodas las decisiones. La España teocrática y autoritariaque nos colonizó, la misma España, por cierto, de laContrarreforma y de la Inquisición, se empeñó siempreen asfixiar la libre iniciativa individual, laespontaneidad y la imaginación creativas con todasuerte de instrumentos ortopédicos enviados desde laPenínsula: órdenes, regulaciones, reglamentos,decretos, leyes. Nuestra idiosincrasia fue marcada poresa relación vertical entre dirigente y dirigido,potentado y subalterno, protector y protegido. Peroaquello no era muy distinto a lo que había ocurrido enlas sociedades precolombinas de Mesoamérica.También ellas tuvieron siempre una estructurapiramidal y teocrática. Nunca escapamos a esa tutelaque era la negación misma de la libre, voluntariaasociación y de la igualdad de derechos. O,simplemente, de la libertad.

A esa vocación estatista, que nos llega desde la

noche de los tiempos, las ideologías que prosperaron eneste siglo vendrían a ponerle un antifaz de vanguardia.El hecho es que los partidos decimonónicos, liberales,radicales o conservadores, que hicieron un conflictivotránsito por el siglo XIX en Latinoamérica, se dotaron enel siglo XX de un maquillaje rejuvenecedor adoptandolas ideas de la socialdemocracia o de la democraciacristiana cuyo común denominador ha sido el papeldirigista y redistribuidor de riqueza conferido al Estado,supuestamente para corregir los abusos de la libreeconomía de mercado. Tal es el caso de los liberalescolombianos, hondureños, uruguayos, argentinos,cubanos, chilenos. Los antiguos conservadores, de sulado, que vivieron siempre a la sombra de la Iglesia,acabaron transformándose en partidos socialcristianosy compartiendo los mismos mitos y supersticiones desus falsos rivales históricos.

De alguna manera unos y otros fueron salpicadospor las ideas de Marx y aun de socialistas utópicos delpasado siglo. «Si desvestimos intelectualmente anuestros líderes —ha dicho el colombiano HernánEchavarría Olózaga—, encontraríamos que la mayoríade ellos comparte aquella frase famosa de Proudhon:“La propiedad es un robo.” Tienen el convencimiento deque la empresa que da trabajo a un hombre lo estáexplotando.» Sobre estos presupuestos ideológicos, elestatismo y la planeación acabaron convirtiéndose endogmas de los dirigentes políticos latinoamericanos. Suidea del Estado justiciero tuvo un oportuno soporte en

Keynes, John Maynard, Teoría general de la67

ocupación, el interés y el dinero, Fondo de CulturaEconómica, México, 1943.

el célebre libro de John Maynard Keynes Teoría generalde la ocupación, el interés y el dinero. Bien67

interpretado o no, lo cierto es que este caballero inglés,amigo de Virginia Woolf y miembro como ella del grupode intelectuales de Bloomsbury, tuvo una influenciadecisiva en toda nuestra dirigencia, desde el fin de laSegunda Guerra Mundial. Este legado teórico seríarecogido por la Cepal y muy especialmente por sudirector Raúl Prebisch, en los años sesenta, en nombrede la teoría de la dependencia y de la necesidad debuscar una vía hacia el desarrollo a través de políticasproteccionistas: control de importaciones, control decambios, expansión monetaria excesiva, autarquía,límites a la inversión extranjera, monopolios estatales,etc. En suma, el papel del Estado fue de tal naturalezaque destruyó en Latinoamérica los principaleselementos del capitalismo moderno creando un sistemallamado de economía mixta, híbrido, que pretendiendoequipararse al de los países escandinavos en realidadfue un triste remedo del que ha sepultado a la India enla pobreza y la corrupción.

Aunque todavía lo nieguen los dinosaurios cepalinosque aún quedan en el continente y otras variantes delperfecto idiota latinoamericano, dicho sistema ha sidoen todas partes un fracaso. Con tal recetario de medidas

estatistas, ningún país latinoamericano despegó. Nisiquiera el Brasil y menos aún la Argentina, que tanbuen camino llevaba en las primeras décadas del siglo.América Latina siguió debatiéndose dentro de lassituaciones propias del subdesarrollo, sin encontrarcaminos hacia la modernidad. Las políticas dedesarrollo hacia adentro, que algunos aún defiendenretrospectivamente como una primera etapa inevitablepara permitir el despegue de la industria en AméricaLatina, fue causante de grandes males, por ciertocomunes a todos los países del subcontinente.

En primer término, la laxitud en el manejo de lamoneda, la tesis de que las emisiones sustituían la faltade recursos y permitían un incremento del consumo y,por esa vía, de la producción, produjeron en todosnuestros países una inflación persistente con todas suscalamitosas secuelas, la más evidente de las cuales hasido el deterioro en el nivel de vida de la población engeneral y de los más desfavorecidos en particular. Peseello —la idiotez es un rasgo ineluctable de nuestroseconomistas llamados progresistas o de avanzada—, hayquienes sostienen aún las tesis monetaristas comomedio de financiar obras y servicios y la ayuda a los máspobres y vulnerables de nuestra sociedad: eldenominado, con cierto derroche de demagogia, gastosocial. Los mismos apóstoles del Estado Benefactor, queproponen alegre e irresponsablemente poner en marchala maquinita de fabricar billetes, dan el vituperablecalificativo de neoliberales a quienes atienden las

recomendaciones del Banco Mundial y del FondoMonetario Internacional en el sentido de buscar unmanejo sano de la moneda. A estas dos entidades, porcierto, las consideran fabricantes de miseria cuando, enrealidad, ellos mismos merecen de sobra este título. Lairresponsabilidad monetaria nunca ha producidoriqueza sino pobreza y desorden.

Otra consecuencia de las políticas que en mala horanos recomendó el señor Prebisch, fue el crecimientodesproporcionado de la burocracia, pues todo el vastoensamblaje de empresas estatales, de institutos,superintendencias y entidades de control, todas lasregulaciones y todos los trámites establecidos por unaeconomía cerrada, acabaron ampliando sin medida elsector público y haciendo cada vez más dispendiosa ypesada la máquina del Estado. Naturalmente, con estacarga a cuestas, los gastos de funcionamiento hancastigado en todos nuestros países los presupuestos deinversión. Pero hay algo más: dando al funcionario unpoder central en la vida económica (pues de éldependen licencias, contratos, licitaciones, etcétera),dejando a su arbitrio y voluntad la mayor parte de lasactividades productivas, se desató la corrupción y se lecrearon grandes dificultades al ejercicio honrado de lapropia gestión empresarial: todo requiere intrigas,coimas, papeleos inútiles.

Finalmente, como consecuencia de la propiaobesidad burocrática, las altas tributaciones parapersonas y empresas, la evasión fiscal que ellas

inevitablemente desatan, han desalentado la inversiónprivada, incrementado el desempleo y aun laemigración de muchos latinoamericanos a EstadosUnidos y otros países. Inseguridad, altos precios, malacalidad de los productos de fabricación nacional (porlargo tiempo no expuestos a la competenciainternacional), la concentración del poder económico enpocas manos, el centralismo y el descontentogeneralizado, completan el sombrío paisaje económicoy social de este modelo sustentado en supuestas ideas deavanzada. ¿Cómo y por qué el populismo puede seguirproponiéndolo?

Populismo y clientelismo

La razón es obvia. El populista es casi siempre unpolítico clientelista que necesita disponer de cuotasburocráticas en los engranajes del Estado. Concibe lapolítica como un ejercicio para conquistar o mantenerel poder mediante toda suerte de juegos ymanipulaciones. El poder, en su caso, no es un mediosino un fin en sí mismo. Los monopolios estatales y lapropia obesidad burocrática le convienen y, en cambio,la transferencia al sector privado de servicios yempresas manejadas de tiempo atrás exclusivamentepor el Estado lo resiente como una pérdida de suspropios cotos de caza. En realidad, el clientelista es unbeneficiario del sistema junto con los empresarios

Romero, Aníbal, La miseria del populismo,68

Panapo, Caracas, 1996.

mercantilistas y con las oligarquías sindicales. Las ideassocialdemócratas o socialcristianas, que confieren a laintervención del Estado en la vida económica un papelesencial, el nacionalismo a ultranza y la satanización deuna economía de libre mercado, apertura ycompetencia, le vienen como anillo al dedo. Además, deese interés suyo por mantener las prebendas queobtiene del sector público se desprende un estilo dehacer política. Ese estilo, que es en su esenciatípicamente populista, ha sido muy bien definido por elprofesor venezolano Aníbal Romero. (Se comprende:pocos países han sido tan fértil campo del populismocomo Venezuela, donde los dos partidos principales delpaís, Acción Democrática y Copei, socialdemócrata eluno y socialcristiano el otro, han logrado mantenersepor mucho tiempo en el poder gracias al sistemático ypirotécnico ejercicio de la demagogia bien nutrida conlos recursos del erario público.) Según Romero, el68

estilo político populista se reconoce en «la vocacióndemagógica de ofrecer más de lo que se pueda lograr ya generar expectativas que no es posible satisfacer; ensegundo lugar, la visión de túnel electoralista, queobstaculiza la voluntad creadora y merma lapotencialidad de los partidos políticos para actuar comoagentes de la superación ciudadana y nacional. Porúltimo, una característica clave, y quizás la más nefasta

Romero, Aníbal, Ibíd.69

de ese estilo tan común entre nuestros dirigentes, es laincapacidad para ver un abismo, contemplarse en él, ytomar a tiempo las medidas correctivas para rectificarel rumbo y evitar un colapso, de graves consecuenciaspara el país entero».69

Romero nos recuerda también que este político«debe su éxito al hecho de que se mueve dentro de losesquemas aceptados de pensamiento y de que habla ypiensa de acuerdo a los patrones convencionales... Sutarea en una democracia es descubrir cuáles son lasopiniones que tiene la mayoría, en lugar de abrirle pasoa nuevas opiniones que podrían hacerse mayoritarias enun futuro lejano». Dicho comportamiento genera enLatinoamérica otro, más grave quizá porque pasa de losdirigentes a la gran masa de los dirigidos: es el deesperar siempre cambios casi mágicos de una situación,la ciega confianza en caudillos o candidatoscarismáticos y la idea de que todo debe solicitarse a esebenefactor lleno de recursos que es el Estado. Las falsasexpectativas corren por cuenta de quienes las ofrecenpero también de quien las acoge, ilusamente, sin unaevaluación crítica. Dentro de esta cultura populista, quequiere promesas y no realidades (como decía aquelcélebre letrero pintado en las calles de Lima), laspropuestas liberales para salir de la pobreza basadas enla productividad, el ahorro, el manejo riguroso de laeconomía, resultan muy poco atractivas.

Hayeck, González Prieto, José, von, Los70

fundamentos de la libertad, Unión Editorial, Madrid,1998.

Naturalmente que clientelismo, estatismo ycorrupción van de la mano. Y es precisamente lacorrupción, generada por el tipo de Estadosobredimensionado o patrimonialista, como lo llamaPaz, que tenemos los latinoamericanos, una de las másevidentes causas de nuestra pobreza. Si hay un signo deidentificación de la cultura política continental éste esel más deplorable y común. Es fácil sospechar cuál es elmecanismo de la corrupción. Desde el momento en quese tiene el libre poder de fabricar moneda imprimiendopapel y de regular de manera omnímoda toda laactividad económica, es muy grande, para cualquier altofuncionario, la tentación de favorecer amigos con esedinero sin doliente, de todos y de nadie, que es el delerario público. El hecho de saber que con una sola firmao una decisión se puede hacer ganar millones a unamigo, conduce al funcionario a hacerse una preguntamuy simple: ¿por qué no yo?, ¿no será una tonteríadejar pasar la oportunidad de resolver de una vez y paratoda la vida mis problemas económicos? Dentro de esteclima de ablandamiento moral, se crea en la propiasociedad civil una actitud de admiración al vivo y dedesprecio por el tonto honesto que salió de un cargopúblico igual de pobre a cuando entró. La moral —lodice Friedrich von Hayeck— desempeña un papel70

importante en las sociedades que prosperan; lacorrupción, en cambio, es como un cáncer que quiebratodo el esfuerzo productivo de un país.

Ese cáncer, por cierto, se detecta en todo elcontinente, desde el Río Grande hasta la Patagonia. Sí,es el propio Estado el que lo secreta. La corrupción tocatodos sus órganos así como a los privilegiados delsistema regulado por él: políticos, sindicalistas,empresarios mercantilistas, a veces también losmilitares y desde luego los funcionarios públicos. Lacorrupción es una hidra de mil tentáculos. Tiene entrenosotros toda clase de manifestaciones. Ningunainstitución escapa a ella.

Existe, ante todo, la corrupción administrativa contodo un maligno repertorio de posibilidades. Lasmayores de ellas están en los contratos de obras yservicios. Como atrás se decía, en torno a ellos semueven sumas millonarias y cabe siempre la posibilidadde que en su adjudicación obre la mano de unfuncionario con mutuo beneficio para éste y para elcontratista. También hay ricas vetas de corrupción enlas autorizaciones, licencias, exenciones, subsidios,solvencias, multas que, en nuestros Estadosreglamentaristas, hacen del funcionario un árbitroprivilegiado. El control de divisas y las tasasdiferenciales de cambio permiten fulgurantesoperaciones financieras por el sólo conocimientoanticipado de una medida cambiaria del gobierno. Igualcosa ocurre con los planes de obras públicas y

urbanísticos y las valorizaciones prediales querepresentan. ¿No son datos que valen oro? Y luego, enlas compras oficiales, están los sobreprecios queencierran para quien las autoriza jugosas comisiones. Esuna forma de corrupción muy común en los negocios dearmamentos, sector del comercio internacional amenudo amparado por el secreto militar y manejadopor intermediarios con una moral sumamente elástica,como es bien sabido.

Existe, gravísima, la corrupción política que asomasus orejas en la financiación de las campañas y en losrecursos que en algunos países el gobierno pone adisposición de los parlamentarios, para obrasregionales, a fin de contar con su apoyo. En casi toda laAmérica Latina el dinero se ha convertido en un granelector. Trátese de dinero limpio o de dinero sucio, elhecho es que está jugando un papel indebido en losprocesos electorales. Para demostrar que es así, bastaríarecordar el costo millonario de una campaña electoralhoy en día y preguntarse de dónde sale el dinero parapagarla. ¿No será esto una amenaza real a la libertad deelegir y de ser elegido, fundamento mismo de unademocracia? En el más inocente de los casos, buenaparte de ese dinero proviene de consorcios financieros.Y la pregunta viene a cuento: ¿qué independencia puedetener mañana el poder frente a esos consorcios si a ellosse acude en busca de apoyo financiero? No es nadaseguro que los empresarios mercantilistas tengan unespíritu filantrópico. Siempre pasan la factura por los

favores prestados. Pero existe también, en los paísesdonde operan las poderosas mafias del narcotráfico, lapresencia del dinero sucio en las campañas electorales.El caso más escandaloso fueron los seis millones dedólares que irrigaron, entre la primera y la segundavuelta, en 1994, la campaña del entonces candidato a lapresidencia de Colombia Ernesto Samper. Siempre tuvola opinión pública internacional la impresión de quegracias a ese dinero —repartido en primorosos paquetescon papeles y cintas navideñas— Samper fue elegidopresidente. Se estima en Colombia, además, que untreinta por ciento de los congresistas de entoncestambién recibieron dinero del Cartel de Cali, así comoun Procurador y varios contralores de la República.¿Caso único? De ninguna manera. Igualmente enMéxico el dinero de los traficantes ha intervenido en laelección de diputados y, algo más siniestro aún, en elasesinato del candidato a la presidencia Luis DonaldoColosio. En Bolivia moviliza a los campesinos cocalerosen favor de determinados políticos y en el Perú, aliadoa miembros de la institución armada, proyectaamenazas sobre la limpieza de los futuros procesoselectorales.

Existe igualmente la corrupción económica, queorienta el gasto público hacia determinados renglones,logra protecciones aduaneras y con ella monopoliosabusivos a ciertos fabricantes, mercados cautivos,exenciones y subsidios extravagantes, créditos defomento acomodaticios, ventajas cambiarias indebidas.

Existe la corrupción sindical, la corrupción militar y unaaún más inquietante: la corrupción judicial que va desdeel soborno a los pequeños funcionarios de los tribunaleshasta la compra de jueces y de fallos. También allí elnarcotráfico mete su mano siniestra en varios países.

Geografía de la corrupción

Se ha dicho siempre que el poder corrompe y que elpoder absoluto corrompe absolutamente. Y éste es elcaso de México, país que se lleva en América Latina lapalma de la corrupción, gracias a la muy larga y antiguahegemonía del PRI. Virtual dictadura institucional deun partido, con espacios muy reducidos para una realoposición y para una prensa libre y fiscalizadora, conuna presidencia imperial que permite a un mandatarioseñalar o imponer a su sucesor, con una maquinariapolítica partidista que se confunde con la burocraciaoficial y con dirigentes sindicales enriquecidos graciasa gajes y prebendas, no es de extrañar que allí, durantemás de medio siglo, la corrupción se haya extendidodesde el policía de tránsito y el aforador de aduanas,que entienden la «mordida» como su indispensablesobresueldo, hasta los más cercanos amigos delmonarca presidente, cuando no a él mismo. En el altogobierno hay quienes roban con discreción y quienesroban con descaro. Los primeros pasan más o menosinadvertidos, pues la costumbre ha hecho norma y ha

Krauze, Enrique, La presidencia imperial,71

Tusquets Editores, México, 1997.

vuelto tolerable lo que en otras latitudes desataría unhuracán. Los escándalos corren por cuenta sólo dequienes exceden estos linderos tácitamente permitidos.Fue el caso del presidente Miguel Alemán que gobernóal país de 1946 a 1952. Declarado por la poderosa CTM(Confederación de Trabajadores Mexicanos), «obrerode la patria», Alemán había expresado su deseo, altomar posesión del poder, de que «todos los mexicanostuvieran un Cadillac, un puro y un boleto para toros».En realidad, esto y mucho más sólo lo tuvieron él y lospolíticos y empresarios favorecidos por su gobierno.«Las historias populares en torno a la corrupciónalemanista llenarían volúmenes —escribe EnriqueKrauze—. Muchos amigos de Alemán, dentro y fuera delgobierno,... se hicieron ricos gracias a concesionesoficiales, no necesariamente ilegales, pero muchas vecesinmorales.» Y Jean Francois Revel, que vivió en71

México por aquella época, escribiría en la revista Esprit:«Uno puede hacer todos los negocios que quiera enMéxico, a condición de “ponerse de acuerdo” antes conel gobernador del estado o con alguna personalidadfederal importante.» Y el dirigente marxista LombardoToledano comentaría en 1952: «Vivimos en el cieno: lamordida, el atraco, el cohecho, el embuste, el chupito,una serie de nombres que se han inventado paracalificar esta práctica inmoral. La justicia hay que

comprarla, primero al gendarme, luego al ministeriopúblico, luego al juez, luego al alcalde, luego aldiputado, luego al gobernador, luego al ministro...»

Aunque hubo presidentes que intentaron combatirestas prácticas, como Adolfo Ruiz Cortines, el propiopapel que desempeña el Estado mexicano en la sociedady en la vida económica del país, además de su carácterhegemónico, las ha hecho constantes e inevitables.Fatalmente los hilos del poder y de la corrupción seentrecruzan. El presidente Carlos Salinas de Gortari,que llegó al poder en 1988, generó grandes expectativas.Su gobierno impulsó reformas importantes en contravíaa la filosofía política tradicional del PRI. Pero muy pocodespués de concluido su mandato, en 1995, se destapóuna olla podrida que manchó irremediablemente sunombre y el de sus familiares dejando al descubiertocrímenes sombríos y escandalosos hechos decorrupción: «nepotismo, venta de favores, usopatrimonial de los fondos públicos, apertura de cuentasmultimillonarias en Suiza y hasta los jugosos contactosde los políticos con el narcotráfico», enumera Krauze. Elpropio hermano de Salinas de Gortari, Raúl, fuedetenido e inculpado por el asesinato de su ex cuñado ysecretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu.Al parecer, Ruiz Massieu iba a ocupar un alto cargo enel gobierno de Ernesto Zedillo y se había propuestosacar al sol los trapos sucios de la familia Salinas. Deesta manera cobró todo su sentido la extraña respuesta,en forma de pregunta, que Luis Donaldo Colosio, el

Krauze, Enrique, Ibíd.72

Margariti, Antonio Ignacio, Economía, Sociedad y73

Estado, Fundación Libertad, Rosario, 1996.

candidato presidencial asesinado en 1994, había dado aun periodista cuando le pidió su opinión sobre la familiaSalinas de Gortari: «¿Ha leído El Padrino?»72

Escándalos similares han salpicado a casi todos lospaíses del continente. «Una sofocante sensación deoprobio, indignación e impotente rebeldía cubre el cielomoral de los argentinos —escribe el economista deRosario, Antonio Ignacio Margariti. La corrupción ha73

hecho su aparición como una lacra a la que hay queextirpar de inmediato... Muchas son las acusaciones decorrupción y el sayo le cabe a varios gobiernos militaresy civiles, de derecha y de izquierda: el manejo secreto decuantiosos fondos en el EAM78, la operatoria depréstamos privilegiados del Banco Hipotecario, lascasas de Fonavique cuestan tanto como apartamentoslujosos de Miami, los pollos radiactivos de Mazorín, lassúbitas devaluaciones que algunos avispadosoperadores aprovechan con enorme beneficio, lascompras de grandes bancos por pequeñas compañíasfinancieras de influyentes políticos, el escándalo de lascajas Pan que son revendidas y utilizadas paraalimentos de porcinos, el desorden financiero de bonossolidarios, las cuestionadas licitaciones de laPetroquímica del Sur, la compra de guardapolvos en

cantidades siderales, el entierro de medicamentosvencidos, las manipulaciones con los bancosprovinciales y la adquisición irracional de juguetes.Todo es una vertiginosa danza de millones de dólaresque se desvanecen en el baile fantasmagórico de loswalpurgis, del Fausto de Goethe.»

La misma danza de millones extorsionados al erariopúblico o recibidos de los carteles de la droga apagaroncierta aureola que tuvo la Colombia de otros tiempos: lade un país de leyes y principios y de limpias figuraspúblicas. También allí el modelo de desarrollo, apoyadoen un Estado absorbente y acribillado dereglamentaciones, desató diversas formas deinmoralidad, las más benignas de las cuales son lascoimas o mordidas que se dan a los funcionarios deltránsito para renovar licencias de conducción o paramatricular vehículos. Una encuesta publicada en 1992,revelaba que uno de cada tres colombianos habíasobornado alguna vez a funcionarios públicos con el finde agilizar trámites. Los desfalcos a las entidadespúblicas han sido particularmente escandalosos en losúltimos años. El mayor de ellos se relaciona con laconstrucción de la Central Hidroeléctrica del Guavio,localizada al oriente de Bogotá. Llamado en Colombia«el descalabro gerencial público del siglo», contiene unaparatoso repertorio de irregularidades y delitos a cargode uno de sus gerentes: créditos mal negociados,estudios geológicos deficientes, predios adquiridos a unvalor diez veces más alto que su costo real y también

sobrecostos en las obras, todo por una cuantía superiora los 300 millones de dólares. La llegada de ErnestoSamper al poder con el apoyo financiero delnarcotráfico, envolvió a su gobierno y a muchos de suscolaboradores, amigos políticos, directores de institutosoficiales y aun miembros de su gabinete ministerial, enuna ola continua de escándalos al ser inculpados por laFiscalía de tráfico de influencias o de haber recibidodineros del Cartel de Cali. El proceso 8.000 fue comouna réplica del célebre proceso italiano de mani puliti.Simultáneamente se descubrieron ignominiososderroches y robos en entidades de vivienda o deprevisión social, como Inurbe y Caprecom, por un valortotal de 132 millones de dólares. Hoy, cuando el déficitfiscal colombiano alcanza el 6,8 por ciento del PIB, lasautoridades económicas reconocen que la corrupción esparte sustancial de esta alarmante cifra.

Si Samper no corrió la misma suerte de suscolaboradores, pese a las pruebas reunidas por laFiscalía en su contra, ello se debió exclusivamente alhecho de que, en su condición de presidente, lainvestigación corrió por cuenta de la Cámara deRepresentantes, donde sus amigos políticos eranmayoría, y no de la rigurosa Corte Suprema de Justicia.El caso no está del todo cerrado: actualmente los 110parlamentarios que votaron su absolución soninvestigados por la Corte Suprema de Justicia paradeterminar si cometieron o no prevaricato.

Los ex presidentes Alan García, del Perú, y Carlos

Andrés Pérez, de Venezuela, no fueron tan afortunadoscomo su colega colombiano. Pese a que los diputadosdel Apra hicieron todo lo que tuvieron a su alcance paratorpedear la investigación abierta por la Cámara deDiputados, ésta pudo establecer numerosos indiciospara sustentar contra el ex presidente peruano, el 18 deoctubre de 1991, una acusación por enriquecimientoilícito. Dicha investigación, relatada por el entoncesdiputado del movimiento Libertad, Pedro CaterianoBellido en su libro El Caso García, tuvo por momentosvisos de una novela policíaca: pesquisas en Lima,Miami, Nueva York, Panamá y hasta en las islas de GranCaimán, personajes de la mafia financiera internacionaly entidades tan sospechosas como el Bank of Credit andCommerce International (BCCI), cuyos mejores clientesfueron los poco recomendables Ferdinand Marcos, AbuNidal, la familia Duvalier, José Antonio Noriega y elpropio Alan García, que hizo depositar allí parte de lasreservas en dólares del Perú. Dios los cría y ellos sejuntan. De novela digna de John Le Carré son lascuentas secretas codificadas con los nombres de «SelvaNegra» y «Tierra Firme» que dos funcionarios delBanco Central de Reserva del Perú, cercanos a García,abrieron en un banco suizo de Panamá. O AbderramánEl Assi, hombre de negocios árabe, amigo del entoncespresidente, que habría tomado a su cargo la venta a otropaís del Medio Oriente de los catorce Mirages que elPerú decidió no comprarle a Francia. En suma, toda unagama de negocios oscuros. De esa otra olla podrida, algo

quedó en claro: la nueva acusación formal a García,hecha por el Congreso peruano elegido en 1992, por losdelitos de enriquecimiento ilícito, colusión ilegal,negociación incompatible y cohecho pasivo por haberrecibido un soborno de cinco millones de dólares dentrodel programa de la construcción del tren eléctrico deLima, auspiciado por el gobierno de Italia presidido porBettino Craxi (hoy también, como García, prófugo de lajusticia de su país).

Pero el mal es endémico. Aunque cambien losgobiernos, el Estado, en nuestros países, está invadidopor los mismos gérmenes. Bajo el gobierno de Fujimori,se han producido nuevos hechos de venalidad,autoritarismo y corrupción. Un ejemplo: la propiaesposa del presidente acusó a su cuñado SantiagoFujimori, a la esposa y a las hermanas de éste, decorrupción en el manejo de las donaciones y la ropaprovenientes del Japón y otros países con ocasión deuna catástrofe sísmica. Otro ejemplo, típico de unEstado patrimonialista (en el cual los fondos públicos semanejan como patrimonio propio): el avión adquiridopara uso del presidente por valor de treinta millones dedólares sin la correspondiente licitación pública. Y untercer caso: asesor del presidente (es bien sabido que seocupa de los servicios secretos delgobierno), VladimirMontesinos declaró a la autoridad recaudadora deimpuestos del Perú (SUNAT), ingresos mensuales porochenta mil dólares. La información, divulgada en elprograma Contrapunto del canal de televisión

Frecuencia Latina, suscitó agudos interrogantes en laopinión pública: ¿de qué manera pueden justificarselegalmente estos ingresos de Montesinos cuando su realfunción se desarrolla en el campo de la inteligencia y laseguridad? Lo cierto es que el espacio periodístico quedivulgó la noticia fue clausurado y al propietario delcanal, Baruch Ivcher, se le quitó la nacionalidadperuana y se le separó de la televisora. En este caso, laarbitrariedad típica de un gobierno autocráticointerviene para sofocar las denuncias de corrupciónoficial. Algo que mil veces se ha repetido en la historiacontinental.

Cuando se destapa la cloaca de la corrupciónlatinoamericana, no se puede dejar de mencionar aVenezuela. En ninguna otra parte mejor que allí elEstado benefactor y el Estado ladrón se identifican deuna manera más absoluta y solidaria. A través del gastopúblico, el Estado es el gran distribuidor y malversadorde la enorme riqueza petrolera del país. «En lugar dededicarse a echar las bases de un verdadero crecimientonacional por medio de la educación, de la salud y de lainfraestructura, se creó un Estado monstruoso, quesustituyó en todas las formas imaginables a la nación yque creó, azarientamente —escribe el notable escritorvenezolano Arturo Uslar Pietri—, el Estado másinterventor que se haya conocido, fuera del mundosoviético.» Según él, todo el país quedó intervenido ytodo el país fue subsidiado. Las actividades económicasy sociales fueron pervertidas. «En lugar de una nación,

hicimos un Estado gigantesco, ineficiente pornaturaleza, dispendioso por naturaleza, inepto pornaturaleza, que maneja un inmenso volumen de riquezaa su capricho y, a través de un aparato burocrático quees de los más grandes del mundo, se las ingenió paracontraer una deuda externa de cuarenta mil millones dedólares... Las estadísticas nos revelan la pavorosaverdad de que, en este país, después de recibir el Estadoen poco más de veinte años recursos no inferiores a los270.000 millones de dólares, las dos terceras partes dela población están en la pobreza crítica, los servicios desalud y de educación son un fracaso y el país enterosobrevive gracias al subsidio que le dispensa el Estado.»

Semejante monstruo tendría en Venezuela unaesposa adecuada: la corrupción. Ella toca todos losórganos del Estado y la sociedad. Es política,administrativa, económica, judicial, sindical. Cobijadapor las maquinarias políticas de los dos grandespartidos venezolanos, el deterioro de éstos lanza a lanación a las más extravagantes apuestas electorales: unaex reina de belleza, un militar golpista, cualquier cosaantes de seguir con lo mismo. Venezuela, por fortuna,genera anticuerpos contra este virus mortal: en ningúnotro país se escribe tanto contra la corrupción. Libros,simposios, artículos; escritores, juristas, economistas,humoristas la denuncian. Existe hasta un Diccionariode la corrupción en Venezuela que en riguroso ordenalfabético presenta todas las entidades salpicadas deescándalos: líneas aéreas, bancos, cajas de ahorros,

Varios autores, Diccionario de la corrupción en74

Venezuela, Ediciones Capriles. Caracas, 1989.

Varios autores, Ecuador frente al vértigo fatal, El75

electrificadoras, institutos, ministerios, petroquímica,seguros, puertos, etcétera, con indicación del gobiernobajo el cual ocurrió cada caso, de los denunciantes, delos involucrados, de los investigadores y de las cifrasmillonarias sustraídas al erario público. Todo está allí,desde el sonado escándalo del barco frigorífico SierraNevada, comprado por veinte millones de dólares conun sobreprecio aproximado de ocho millones, paraluego quedar convertido en una chatarra inútil, hasta lacompra fraudulenta de pequeños predios suburbanos.Lo más extraordinario de este minucioso y biendocumentado diccionario es su conclusión final que rezade la siguiente manera: «Quienes aparecen (en eldiccionario) involucrados en los casos de corrupciónadministrativa son presuntamente inocentes, conexcepción de unos pocos personajes.» Lo cual74

demuestra que también en Venezuela la justicia cojea...pero no llega.

Los escándalos son inagotables; cubren muchosotros países del continente e involucran casi siempre aaltos funcionarios y personajes del universo político.¿Qué decir de lo ocurrido en el Ecuador bajo el gobiernodel extravagante Abdalá Bucaran? Un libro, publicadopor el diario El Comercio, traza el itinerario de la75

Comercio, Quito, 1997.

corrupción y de sus favorecidos (el presidente, sufamilia y sus amigos) durante el breve paso de estepersonaje por el poder (menos de seis meses). Lo quequeda claro, en el Ecuador y en cualquier otro paíslatinoamericano, tal vez con excepción de Chile, es quela corrupción, el despilfarro, la inflación burocrática, eldesorden monetario, el gasto público y el déficit fiscalno son fenómenos fortuitos o coyunturales: estáninexorable y sigilosamente enquistados en el Estadoedificado sobre filosofías dirigistas que aún sobrevive enLatinoamérica. Ahora conocemos la verdadera cara deese supuesto árbitro del desarrollo y apóstol de lajusticia social. El Robin Hood que iba a meter su manoen el bolsillo de los ricos para darle dinero a los pobresresultó inepto, malversador, corrupto, desordenado,irresponsable, imprevisivo y como consecuencia de todoello, un gran fabricante de miseria.

¿Qué hacer? «A estas alturas del siglo veinte nisiquiera los anarquistas pretenden hacer desaparecer elEstado —dice el chileno José Piñera—. Sin embargo, esuna preocupación cada vez más universal la necesidadde encontrar fórmulas que permitan que el Estadocumpla sus funciones de la manera más eficienteposible y al mismo tiempo sin constituir un peligro paralas libertades... Los avances en la modernización delEstado representan entonces otro paso más en la

Piñera, José, Libertad, libertad mis amigos,76

Economía y sociedad ltda., Santiago.

dirección de la sociedad libre.» En otras palabras, la76

vía hacia la modernidad o el desarrollo —única manerade derrotar a la pobreza de nuestros países— requiereuna condición sine qua non: la reforma del Estado. Talvez el único país que ha dado pasos importantes en estesentido es Chile, porque incluso los países que se hanaproximado a un modelo económico de libre mercado,como la Argentina o el Brasil, o que han buscado abrirsea los mercados internacionales y aceptado laprivatización de empresas o servicios estatales, comoColombia o el Perú, padecen el lastre de un viejo Estadotodavía sobredimensionado, lento y burocrático y, porello mismo muy débil para cumplir sus funcionesesenciales. Se trata, ante todo de disminuir su injerenciadirecta en la producción de bienes y servicios y limitarsu intervención allí donde la iniciativa debecorresponderle al empresario privado. En cambio espreciso fortalecer su papel en las áreas que sonesencialmente suyas: la administración de justicia, laseguridad ciudadana, la soberanía nacional y, desdeluego, las obras necesarias a la infraestructuraeconómica y social del país, la educación y la salud, perodentro de modalidades que eliminen el monopoliopúblico permitiendo en estos campos la competencia yla participación de operadores privados. Ladescentralización y el desmonte burocrático del aparato

estatal son otras prioridades, y la consiguientesimplificación de trámites y la eliminación deregulaciones innecesarias. Dentro del proceso demodernización, la información computarizada es unelemento esencial para mejorar la calidad y la celeridaden la prestación de servicios al ciudadano. Finalmente,le corresponde al Estado un manejo austero y estable dela moneda, para eliminar los procesos inflacionarios, elestablecimiento de un sistema impositivo justo ysencillo y de una seguridad jurídica para losinversionistas nacionales y extranjeros.

En síntesis, la condición para un real despegue deAmérica Latina hacia el Primer Mundo requiere lasustitución del Estado patrimonialista, voraz yburocrático que cargamos a cuesta desde hace siglos porotro más liviano y eficiente que permita el libre juego ydesarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. Envez de ser, como lo ha sido entre nosotros, otrofabricante de miseria, debe entender que su papelesencial es el de garantizar las condiciones de libertad,flexibilidad, rigor y eficiencia para la creación de riquezay prosperidad a través de una real economía demercado.

EPÍLOGO

EL FURGÓN DE COLA

¿Termina este libro en un tono pesimista? Laevidencia es abrumadora: a América Latina, comparadacon otras regiones de la civilización occidental, no le haido demasiado bien a lo largo de este siglo que termina.Cuando comience el próximo milenio, el júbilo de lasdoce campanadas y los fuegos artificiales no podránocultar la evidencia pavorosa de que doscientosmillones de latinoamericanos pobres sólo verán losfastos desde lejos, sumidos en los cinturones de miseriaque rodean las ciudades, aterrorizados por la cotidianaviolencia que hipoteca la vida de las azoradas gentes denuestra estirpe cultural.

No obstante, el hecho lamentable de que nohayamos podido hacer en Lima o en Ciudad deGuatemala lo que los canadienses hicieron en Torontoo los norteamericanos en San Francisco; queremosdecir, el hecho de que no hayamos alcanzado el grado dedesarrollo económico y de calidad de vida logrados porotros pueblos del Nuevo Mundo que cuentan con unahistoria paralela a la nuestra, no asegura que estemospermanentemente condenados al subdesarrollo y aviajar en el furgón de cola de la civilización occidental.

Esta tendencia se puede revertir. Como hemosreiterado a lo largo de este libro, no hay ningún

obstáculo insalvable que nos vede con carácterpermanente la conquista de dignas formas de vida paranuestras grandes mayorías. Precisamente, la granlección de la centuria que termina es ésa: no sólo hemosvisto cómo en el curso de treinta años —apenas dosgeneraciones— algunos pueblos han saltado de laindigencia a la opulencia, sino que ya entendemos lamanera en que se realizan estos «milagros» económicosy sociales. Ya sabemos, en suma, fabricar un futuro a lamedida de nuestros mejores sueños.

¿Cómo se construye ese futuro promisorio? El puntode inicio es entender y compartir un diagnóstico. Si a lolargo del siglo XX —por no remontarnos a un pasadoremoto nos ha ido mal, es porque el conjunto de lasociedad, incluida la clase dirigente, ha albergadocreencias, actitudes y valores equivocados oinapropiados para impulsar el desarrollo económico yla armonía social, generalmente fundados sobreinformaciones erróneas o incompletas. De manera quela piedra miliar, el basamento de un futuro próspero, notiene que ver solamente con riquezas naturales o conflujos de inversión, sino con una palabra generosamenteabarcadora que incluye diversos componentes:cosmovisión. Ahí está todo: nuestra idea de la sociedad,de la economía, de nuestra posición como individuosfrente a la realidad circundante. Ahí están nuestrosparadigmas, nuestra estructura de valores y nuestrasactitudes. Y no resulta descabellado suponer que ladiferencia entre el tipo de vida promedio alcanzado

—por ejemplo— por un habitante de Basilea o deAmsterdam, en contraste con el que logra unsuperviviente en Guayaquil o en La Habana, es laconsecuencia de la cosmovisión que uno y otrossostienen o les imponen.

De ahí que resulte absurdo juzgar a una sociedadpor sus resultados, sin tener en cuenta los presupuestosmentales que generaron esos resultados; y de ahí queresulte poco probable alcanzar las cotas de prosperidady calidad de vida logradas por otras sociedades sisimultáneamente no modificamos nuestra cosmovisión.

Estamos, claro, ante un obstáculo formidable,porque nadie sabe, exactamente, cómo precisar cuál esesa vaporosa cosmovisión prevaleciente en las nacionespunteras del planeta, o qué exactamente cree y hace unamasa crítica de sus ciudadanos para alcanzar el éxitorelativo que disfrutan.

Hace casi cien años, en 1905, Max Weber, intrigadopor las diferencias entre el nivel de desarrollo del nortey el sur de Europa, y tras analizar el tejido social deciertas regiones, llegó a la conclusión de que algo habíaen la ética protestante, en contraste con la católica, queimpulsaba la prosperidad de los primeros, pero esaconclusión luego ha sido parcialmente refutada pornumerosos científicos sociales. Es demasiado simple yesquemática para explicar la complejidad del problemao la existencia de otras sociedades que, sin ser católicaso protestantes, experimentaron largos períodos decrecimiento intensivo en los que fue posible el

Jones, E. L., Crecimiento recurrente: el cambio77

económico en la historia mundial, Alianza Editorial,Madrid, 1997.

progresivo enriquecimiento de las masas. Según elhistoriador británico E. L. Jones, ese fenómeno ha77

podido observarse en la dinastía medieval de los árabesAbasíes, en el Japón Tokugawa y en la China Sung. Esdecir, entre musulmanes, sintoístas y confucianos quenada le debían a Lutero, y ni siquiera a la Revoluciónindustrial británica del siglo XVIII.

Esta hipótesis es alentadora, porque significa quenosotros también podemos dar el gran salto adelante ycolocar a nuestros países a la cabeza del mundo, perosimultáneamente nos señala la enorme dificultad de latarea. Debemos variar nuestra cosmovisión hastaadaptarla a la de las sociedades que nos sirven comometa y modelo.

El cambio de mentalidad

¿Cómo se logra esta transformación intelectual? Enprimer término, observando. ¿Qué rasgos comunescomparten, digamos, las veinte naciones más prósperasdel planeta? Grosso modo, se trata de economías demercado organizadas por procedimientos democráticos.Pudiera decirse que esto también es verdad en AméricaLatina, donde, con la excepción de Cuba, todos los

gobiernos han sido elegidos por procedimientosdemocráticos y en todos los países impera un régimeneconómico más o menos basado en el mercado, peroesos rasgos son demasiado generales para explicar loséxitos y los fracasos en los distintos países.

La democracia —es decir, poder seleccionarperiódicamente a los gobernantes entre distintasopciones— no es más que el componente mecánico deuna organización mucho más densa y profunda. Lademocracia es un método para escoger las personas quenos parezcan idóneas para tomar las decisiones que a lamayoría le resultan adecuadas, pero eso, en rigor,significa muy poco si no existe un verdadero Estado deDerecho. Esto es, una sociedad regida por leyesneutrales que no favorezcan específicamente a personaso grupo alguno. Leyes, además, que protejan losderechos de las minorías y a las que todos sesubordinen, pero especialmente quienes han sidoconvocados para gobernar. En otras palabras: en lasnaciones en las que la democracia realmente funciona,los gobernantes no mandan, sino obedecen. Obedecenlas leyes y asumen dócilmente el papel de servidorespúblicos.

¿Por qué —se preguntan muchas personas— loslatinoamericanos con frecuencia tienen predileccionesantidemocráticas y apoyan fanáticamente a ciertoshombres fuertes que prometen ponerle fin al desordeny a las injusticias? Sencilla y trágicamente, porquemuchos latinoamericanos, aun cuando vivan en

sociedades formalmente democráticas, no sienten que,en efecto, son soberanos. No perciben al Estado comoun conjunto de instituciones a su servicio, bajo susórdenes, sino como una especie de trama burocrática alservicio y bajo las órdenes de políticos frecuentementedeshonestos y prevaricadores. De donde se deriva unaobvia conclusión: para reconci l iar a loslatinoamericanos con la democracia, hay que modificarla relación jerárquica. Políticos y funcionarios tienenque subordinarse al imperio de la Ley y aceptar, consencillez, el mandato de la ciudadanía. Políticos yfuncionarios, en síntesis, tienen que transformarse enhumildes servidores públicos, guiados por la decisión deservir con honor a quienes en ellos han depositado suconfianza.

Otro tanto puede decirse del sistema económico.Que existan empresas y propiedad privadas no quieredecir que la economía de mercado está funcionando aplenitud. La economía de mercado verdaderamenteexitosa funciona donde y cuando desaparecen losprivilegios y el favoritismo, se eliminan los mecanismosartificiales de protección y se coloca en el consumidor latarea de discernir por su cuenta y riesgo qué bienes yservicios desea adquirir, porque es mucho más probableque este agente económico tome las decisionescorrectas, dado que es él quien tiene que pechar con lasconsecuencias de sus actos.

Nadie cree que el mercado es perfecto o que evita lasdesigualdades. Lo que sabemos es que se trata del más

eficaz sistema de asignar recursos que ha producido laespecie, y el único que, con los precios, genera unainformación racional para que libre y espontáneamentepuedan crearse las riquezas. Sin esas señales —losprecios— surgidos en un mercado libre, se genera unacreciente distorsión en todo un aparato productivocondenado a operar a ciegas. Que les pregunten, si no,a los supervivientes de los experimentos marxistas entodo el bloque del Este.

Cuando cayó el Muro, la crisis económica ya eratremenda, debida, entre otras razones, a la acciónperversa de los Comités Estatales de Precios. El deMoscú, con sus baterías de atribulados economistas,víctimas ellos mismos de esa «fatal arrogancia» decreerse sabedores de lo que el pueblo quiere y necesita,llegó a fijar anualmente doce millones de precios. Estospreclaros funcionarios suponían conocer el valor de unpar de zapatos en el Pacífico o el de una Kalashnikov enla Siberia. En realidad, nadie podía saber el valor de lascosas porque no existía mercado.

Pero al margen de contar con una administraciónpública dispuesta a servir, y de un sistema económicoque no esté sujeto a la arbitrariedad, difícilmentepodremos construir sociedades crecientementeprósperas si además no contamos con un sistemajudicial rápido, eficaz y justo. Un sistema de solución deconflictos al que todos los ciudadanos puedan acudircuando sienten que les han violado sus derechos o leshan infligido un daño. «Rey serás si justo eres» decía un

proverbio medieval notoriamente importante. El rey selegitimaba cuando impartía justicia entre sus súbditos.En nuestros tiempos republicanos no es diferente. Lalegitimidad de nuestro sistema se verifica de variasmaneras, pero acaso la más palpable es laadministración de la justicia.

Donde no se castiga a los criminales, donde no sereparan las injusticias, donde los derechos de propiedadse vulneran, donde la ciudadanía no puede esperar delos jueces una sentencia ajustada a las leyes, es muydifícil que se cree una atmósfera civilizada capaz denutrir los procesos de acumulación de riquezas. Y ésa,lamentablemente, es una asignatura pendiente enmuchos países de América Latina. Asignatura que, si noaprobamos, obstruye el trayecto hacia formas de vida deese Primer Mundo que nos obsesiona.

Los agentes del cambio

Naturalmente, esta receta para la prosperidad y eldesarrollo no podría llevarse a la práctica sin elconcurso de las grandes instituciones sobre las que sesustenta nuestra sociedad. Tenemos la equivocadatendencia de culpar o de ensalzar a los políticos por elmal o buen funcionamiento de nuestros asuntospúblicos y privados, sin advertir que éstos sólo son elelemento más visible de una maquinaria mucho máscompleja. Para que un país se mueva en la dirección

correcta, además de poseer una clase política bienorientada, necesita que los académicos —es decir, losuniversitarios—, los militares, los empresarios, lossindicatos y las instituciones religiosas (por sólo citarlos grupos más conspicuos) actúen dentro de unamínima coincidencia de propósitos, pues de lo contrariodevienen la parálisis y —en épocas de crisis— lainvolución.

Si los empresarios creen —como aseguran— en elmercado, no deben pedir privilegios, prebendas nimedidas proteccionistas que acaban perjudicando a losconsumidores, envilecen la calidad de los bienes yservicios y entorpecen la competencia. Asimismo, esvital que cumplan con sus obligaciones fiscales yrealicen sus transacciones comerciales con totaltransparencia. Contrario a lo que dicen sus enemigos, eldenostado capitalismo es (o debe ser) un transparentesistema de intercambios económicos basado en laverdad, la confianza y los buenos hábitos comerciales.Nada de eso está reñido con la posibilidad de ganardinero, y si algo demuestra la experiencia es que lassociedades que más dinero ganan —la suiza, laholandesa, la alemana, la norteamericana— son aquellasen las que menos trampas se hacen.

La Iglesia Católica, que tiene una extraordinariaimportancia en América Latina como guía moral y comoformadora de opinión pública, debe también, comoquería San Ignacio, hacerse su composición de lugar yreexaminar algunas ideas perniciosas que, lejos de

contribuir a sacar de la miseria a nuestros indigentes,suele operar en sentido contrario. Debe abandonartotalmente el obsceno lenguaje de la Teología de laLiberación, con todo lo que contiene de no tan solapadaapología de la violencia, y debe admitir que lassociedades que con mayor éxito han combatido lamiseria, son aquellas en las que se han abierto paso elmercado, la globalización y la competencia.

Cada vez que se condena el espíritu de competenciacomo algo sucio que ofende a Dios; cada vez que secensura el mercado como si fuera una prácticapecaminosa; cada vez que se descalifica a los que hantriunfado en el orden económico —desconociendo quesin desniveles no son posibles la inversión y elcrecimiento—, lejos de ayudar a los desposeídos, se leshunde con mayor irresponsabilidad en su miseria.

La caridad, qué duda cabe, es una actitud que debedespertar gozo y admiración por quienes la practican,pero dos mil años de experiencia con el Sermón de laMontaña deberían enseñarnos que no basta con dar decomer al hambriento, de beber al sediento y de vestir aldesnudo. Hay que crear las condiciones laborales paraque las personas puedan valerse por sí mismas. Es horade que la Iglesia, madre y maestra en tantas cosas útiles,aprenda —por ejemplo— de la experiencia bengalí delBanco de los Pobres, una institución muy exitosamentededicada a fomentar las microempresas entre la gentemás desdichada del planeta. Una institución que, enlugar de condenar el ambicioso espíritu de empresa, lo

fomenta; y, en vez de censurar a los que limpiamente seenriquecen, los aplaude.

Afortunadamente, la Iglesia Católica ni siquieratiene que buscar fuera de sus propios textos lainspiración para esta conducta constructiva, porque esoaparece en San Agustín y en Santo Tomás o puede leerseen la encíclica Rerum Novarum y en Centesimus Annus,la que Juan Pablo II promulgara a los cien años exactosde la primera.

Pero eso no está en el análisis de Medellín o Pueblallevado a cabo por el Consejo Episcopal de AméricaLatina, ni tampoco comparece —admitámoslo— enPopulorum Progressio o en el espíritu mismo de lasconclusiones sobre temas económicos a que llegó laIglesia en el Concilio Vaticano II.

La intelligentsia latinoamericana, por supuesto,tampoco puede quedar al margen de su mea culpa y desu aggiornamento. Los intelectuales, si aspiramos a unfuturo mejor, deben olvidar sus rencoresantioccidentales y sus constantes lamentos contra lossupuestos centros imperiales, cruelmente explotadores,y advertir que son otros los tiempos y otras las actitudesque exhiben las naciones poderosas.

El signo de nuestra época es la colaboración y laintegración en grandes bloques que, lejos deapresurarse a saquear a las naciones en crisis, acuden asocorrerlas, como le sucediera recientemente a México.Es la hora de los Tratados de Libre Comercio, deMercosur, de juntarse para hacer buenos negocios para

todos, porque, salvo las personas peor informadas, yanadie cree en que nos beneficia la pobreza del vecino.Todos saben que lo conveniente es tener en elvecindario naciones prósperas y fiables con las cualesrealizar muchas y mutuamente satisfactoriastransacciones comerciales.

Nuestras universidades, en el siglo que se avecina,también deben afinar sus objetivos, sus métodos y sufilosofía de trabajo, hasta que cumplan la función parala cual fueron creadas. Las universidades no debenseguir siendo cámaras mortuorias en las que semantienen artificialmente vivas ciertas momiasideológicas, como el marxismo, pulverizadas por larealidad, y mucho menos, deben insistir en el rol deincubadoras de sangrientas y absurdas rebeldías, comoSendero Luminoso en Perú, producto de la Universidadde Ayacucho, o esa pintoresca aventura chiapaneca delsubcomandante Marcos, el joven Rafael Guillén,intoxicado por el comunismo en las universidadesmexicanas.

Es estremecedor saber que contamos desde hacesiglos con universidades que no investigan, que nopiensan con originalidad, que apenas tienen conexióncon el entorno social en el que existen, y que ni siquieraalcanzan una calidad media aceptable. Es tremendoque, como regla general, además de prestar tan pocos ytan malos servicios, exijan autonomía para no rendircuentas a quienes sufragan sus gastos y cultiven unaespecie de aislamiento corporativo que las separa aún

más de la sociedad.¿Y qué decir de nuestras fuerzas sindicales?

Atrapadas en la antigua visión de la lucha de clases, nohan descubierto que esa hostil división entre capital ytrabajo no se corresponde con el mundo en que vivimosy con las inmensas posibilidades que hoy todos tenemosde acceder a la propiedad y mejorar sensiblementenuestra calidad de vida.

En Estados Unidos hay cuarenta y tres millones depersonas que poseen acciones en la Bolsa, y de esa cifracuarenta millones son asalariados. Es decir, personasque con el viejo y rencoroso ojo de la lucha de clasessería posible adscribirlas a la franja de «trabajadores».Pero sucede que estas personas son, simultáneamente,capitalistas y trabajadores. Devengan un sueldo, peroinvierten una parte en adquirir porciones de diferentesempresas, generalmente mediante inversiones enfondos mutuos, que paulatinamente aumentan de valora un ritmo que en los últimos setenta años, ha crecidoen torno al 11 por ciento anual.

Pudiera alegarse que éste es un fenómeno propio deun país rico, en el que los asalariados cuentan conexcedentes para invertir en Bolsa, pero esa afirmaciónse da de bruces con el ejemplo chileno. En Chile, graciasal modelo de previsión social creado por José Piñera, losasalariados cuentan con un sistema de jubilaciónbasado en fondos de inversión en el tejido industrial yfinanciero del país, con lo cual las personas son todas,al mismo tiempo, trabajadoras y capitalistas,

interesadas, por tanto, en la solución pacífica de losconflictos y en la buena marcha de los negocios.

Un sindicalismo latinoamericano moderno yverdaderamente alejado de la vieja y revoltosasuperstición de la lucha de clases, no debería estarbatallando por elevar la temperatura de los conflictos,sino por convertir a las masas obreras en propietariasde capital, ya fuera por la posesión de acciones enempresas rentables, como por el acceso a propiedadesinmuebles que les den seguridad sicológica y acceso alcrédito a sus afiliados.

De la misma manera que se ha desvanecido la falazidea de que las naciones compiten en un sistema de«suma-cero»,donde lo que una gana la otra lo pierde,también se ha disipado el error de que lo que leconviene al capital es lo que perjudica al obrero yviceversa.

Este cambio en las percepciones es, claro está,vertical, y las Fuerzas Armadas Latinoamericanas nopueden estar exentas de su influencia. El siglo XX hasido prolijo entre nosotros en la intromisión de losmilitares en los asuntos de los civiles, pero ésa es sólouna parte de la verdad. Con frecuencia fueron los civileslos que llamaron a las puertas de los cuarteles, ymuchísimas veces los golpes militares contaron con elrespaldo o la indiferencia de unas multitudes hastiadasde los errores y la ineptitud de la clase política. Es más:prácticamente en ningún caso esos golpes fueron elproducto de la voluntad aislada de unos militares que se

enfrentaban a la totalidad de la población, y no faltaronespadones a los que se recibió con vítores y entusiasmopor la mayoría del pueblo, aunque después se produjeraun profundo rechazo a la tiranía implantada. Pensamosen Perón, en Videla, en Torrijos, probablemente en elPinochet de los primeros tiempos. Seguramente sepueden citar otros casos.

Esto forma parte del pasado. Ya no hay simpatías nipaciencia internacionales con la toma del poder por losmilitares. En 1992, en el momento en que el tenientecoronel Chávez intentó derrocar a Carlos Andrés Pérez,aun cuando el militar contaba con el respaldo de unaparte sustancial del país —como luego revelaron lasencuestas— se produjo un rechazo internacionalunánime a la intentona golpista. Poco después, cuandoel general Oviedo intentó un cuartelazo similar enParaguay, Argentina y Brasil le hicieron saber a losmilitares paraguayos que si interrumpían el frágilproceso democrático paraguayo, inmediatamentetendrían que abandonar el Mercosur.

Eso, exactamente, es lo que le espera a cualquierrégimen de fuerza que surja en América Latina: elaislamiento, el rechazo. El Parlamento Europeoincorpora la «cláusula democrática» a todos losacuerdos internacionales a que se obliga. Sólo recibirántrato especialmente favorable aquellos países quecumplan con las formalidades democráticas. Y lo mismopuede decirse de Estados Unidos. Terminada la GuerraFría, Washington no siente la cínica necesidad de pactar

con «sus hijos de perra». Ya puede darse el lujo deexcluir de la nómina de sus amigos a los regímenessurgidos por medio de la violencia.

Pero hay más. Aunque algunos gobiernos militarespueden reclamar éxitos parciales, especialmente en lalucha contra la subversión, el balance continental a lolargo del siglo que termina es espantoso. Las violacionesmasivas de derechos humanos, la corrupción de algunascúpulas militares y el fracaso económico de los ensayosempresariales que algunos ejércitos acometieronrevelan que para el mejor futuro de América Latinasería muy conveniente que los militares, como el restode los ciudadanos, se limitaran a cumplir la ley y arealizar obedientemente las funciones que la sociedadles asigne.

¿Cuáles son esas funciones? Es probable que esastareas las haya definido, por encima de todo, eldesarrollo tecnológico. Cuando comenzó el siglo eraposible hablar de ejércitos que se diferenciabancuantitativamente. Era, en esencia, un contrastenumérico. Cuando termina, las distancias son de otraíndole, y resultan prácticamente insuperables. Aprincipios de siglo se podía pensar en ejércitoslatinoamericanos de corte prusiano, británico o francés;a partir de la Primera Guerra Mundial el modelo fue elde Estados Unidos, pero hoy cualquier parecido entreun ejército latinoamericano y el de Norteamérica o lasFuerzas Multinacionales de la OTAN es puracoincidencia.

Este humilde reconocimiento de nuestraslimitaciones no hay que verlo como una tragedia, sinocomo una paradójica ventaja comparativa.Centroamérica, por ejemplo, es una región en la quecada vez con mayor insistencia se recoge la idea del expresidente costarricense Oscar Arias de crear una zonade países desmilitarizados en el sentido convencionaldel término. Lo que no quiere decir que se prescinda deuna institución capaz de mantener el orden público,sino que se reoriente la labor de esos cuerpos hacia susreales posibilidades de actuación y hacía los realespeligros que azotan a nuestros pueblos: la actuación delas mafias, el narcotráfico, la delincuencia común y lasubversión política de quienes no renuncian a la utopíatotalitaria y persisten en actuar al margen de losmecanismos democráticos.

El futuro no existe

¿Qué nos deparará el siglo venidero? No es posiblepredecir el futuro de América Latina, porque el futuro,sencillamente, no existe. Hay muchos futuros posibles.Hay tantos como cursos de acción. Son tantos como elcomportamiento que adopten nuestros políticos,nuestros religiosos, nuestros sindicalistas, nuestroscentros docentes, nuestros militares, nuestrosempresarios: todos los estamentos, en suma, queperfilan el signo de nuestras sociedades.

Si prevalece entre nosotros la sensatez, si somoscapaces de aprender de las dolorosas experienciaspropias y de las ricas experiencias ajenas, nos espera unfuturo brillante. Si persistimos en los viejos errores, sirepetimos fallidas estrategias del pasado, si norenunciamos al estéril pensamiento antiguo,continuaremos siendo un fallido segmento de ese vastoy vibrante universo al que llamamos Occidente. Ladecisión es nuestra, el futuro será el que nosotroselijamos.