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Traducción de MARÍA GUADALUPE RAMÍREZ IAWRENCE STONE FAMILIA, SEXO Y MATRIMONIO EN INGLATERRA 1500- 1800 FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

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Traducción de MARÍA GUADALUPE RAMÍREZ IAWRENCE STONE

FAMILIA, SEXO Y MATRIMONIO EN INGLATERRA

1500- 1800

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

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I. PROBLEMAS, MÉTODOS Y DEFINICIONES

La vida pública de una persona es muy pequeña al compararla con su vida privada.

(G. d' Avene!, Les Francais de mon Temps, Paris, 1904, p. 1)

Para juzgar con justicia a quienes vivieron mucho tiempo antes que nosotros ... debemos hacer a un lado los usos y las nociones de nuestra era ... y luchar por adoptar, por el momento, las que prevalecían entonces.

(Lady Louisa Stuart, c. 1827, enLetters and Iournals of Lady Mary Cake, ed. de J. A Bor­ne, Edimburgo, 1899, l. p. XXXV)

Disponemos de muy poca de la historia doméstica co­rrectamente detallada, que viene a ser la más valiosa, ya que nos permite hacer comparacio­nes ...

(The autobiography of Francis Place, c. 1823-6, ed. de M. Thale, Cambridge, 1972, p. 91).

l. EL PATRÓN DE CAMBIO

SE PUEDE establecer muy sencillamente el tema de este libro. Es un intento por poner en gráficas y documentar, por analizar y explicar, algunos cambios masivos que sucedieron en Inglaterra en un periodo aproximado de 300 años, de 1500 a 1800, en la forma de ver el mundo y las escalas de valores. Estos enormes y fugaces cambios culturales se manifestaron en modificaciones en la forma en que los miembros de la familia se relacionaban entre sí, en términos de convenios legales, estructuras, costumbres, poder, afecto y sexo. El interés principal está en qué pen­saban, cómo se trataban y se utilizaban los individuos entre sí, y cómo se conside-

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raban ellos mismos en relación con Dios y con los diversos niveles de organiza­ción social, desde el núcleo familiar hasta el Estado. Se emplea el microcosmos familiar para abrir una ventana a un panorama de cambio cultural más extenso.

El cambio decisivo surge de la distancia, ~1 respeto y el patriarcado a lo que yo llamo el individualismo afectivo. Creo que este.,9Lmbio de mentalidad, que sucedió a principios del~iodo moderno, es tal vez el más importante en los úl­timos dos mil años de historia occidental.

Las cuatro características fundamentales de la familia moderna -la intensi­ficación del~ afectivo del núcleo central sacrificando el de los vecinos y pa­rientes; un fUerte sentido de la autonomía individual y del derecho a la libertad personal en la búsqueda de la felicidad; el debilitamiento de asociar el placer se­xual con el pecado y la culpa; y el deseo cada vez más intenso de privada física­estaban ya bien arraigados en 1750 en los importantes sectores medio y alto de la sociedad inglesa.

Los adelantos en la difusión de este nuevo tipo de familia no se dieron3)no hasta fines del siglo XIX, después de un periodo de casi cien años durante el cual se reinvirtieron muchos de los avances descritos. Cuando el movimiento progre­sista volvió a tomar fuerza al final del siglo XIX, incluyó la difusión del ideal de la familia doméstica que llegó, en las clases superiores iia'Sta la alta aristocracia de la corte, y en las clases bajas a la masa de artesanos y asalariados que compo­nían el grueso de la población.

No es esta la primera vez que se estudian problemas de este tipo, ya que son similares a los que hace más de tres cuartos de siglo trataron Max Weber y Jacob Burckhardt. Ellos también estaban obsesionados con las complejas interrelacio­nes gracias a las cuales los cambios en la cultura surgieron a partir de Jos cam­bios en la religión, la estructura social, la organización política, la economía, la literatura, etc. Ni Weber ni Burckhardt resolvieron estos problemas ni para su propia satisfacción ni para la posteridad, y yo no puedo esperar lograrlo cuando en parte fracasaron eruditos tan distinguidos. Pero vale la pena hacer un nuevo esfuerzo, utilizando un enfoque mucho más limitado, en un contexto nacional diferente y a la luz de aproximadamente 75 años de investigación histórica, aun­que sólo sea porque estos temas son muy importantes en la evolución de la civi­lización occidental.

La naciente sociedad inglesa moderna estaba compuesta por un número de gru­Q.O~~ de muy diferente condición: la aristocracia de la corte, la clase aco­modada de los condados, la clase acomodada de las parroquias, la élite mercantil y profesional, y los pequeños propietarios en los pueblos y el campo, la respeta­ble y luchadora clase trabajadora y los desposeídos que vivían de la caridad y de su ingenio. Estos constituíanJ!Eidadcs culturales más o menos autónomas, con sus propias redes de comunicación, sus propias escalas de valores y sus propios patrones aceptados de comportamiento. Las divisiones culturales internas entre los grupos sociales eran mucho más profundas que en la actualidad, en que las diferencias son lo mismo entre generaciones que entre clases. Al pasar el tiempo y difundirse la escritura y la imprenta como p;incipales vehículos para la propa-" gación de ideas, el grado en el que los diversos estratos sociales fueron o eran

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afectados por estas nuevas formas de expresión trajo consigo divisiones todavía más profundas. El resultado fue menor en la sustitución de un patrón familiar y de un conjunto de valores por otro que el poder disponer de un vasto número de patrones muy diferentes,

A menudo las actitudes y costumbres consideradas normales en una clase o _estrato social eran .!!}..Vy_difer~ntes de las .normales e.n._ot_[.o. Con frecuencia estos cambios afectaban a una clase pero no a las otras; por ejemplo, el aumento en el índice de embarazo premarital e ilegitimidad afectó al campesinado, a los arte­sanos y a las clases pobres a fines del siglo xvm, pero no a la clase media alta, a la clase acomodada ni a la aristocracia. Otros cambios, como por ejemplo la ten­dencia hacia una actitud que tomaba más en cuenta al niño, afectaron diversos grupos en tiempos diferentes, y tomó más de un siglo pasar de una clase a otra. Otras influencias importantes estuvieron limitadas a una sola clase. Así, la pose­sión de la propiedad transmisible afectó fundamentalmente las estructuras fami­liares y los arreglos matrimoniales entre las clases propietarias; pero dejó impa­sible a las masas desposeídas. Por el contrario, las presiones de la urbanización e industrialización afectaron profundamente a los pobres, pero es difícil pensar que chocara en forma importante con la vida de la nobleza. Aun la religión, que fue una fuerza muy poderosa a principios del siglo XVII y de nuevo en el XIX, afectó mucho más profundamente a los estratos sociales medios, alfabetizados, que a la aristocracia de la corte, que buscaba el placer, o que a los pobres analfa­betas. Las creencias mágicas estaban profundamente arraigadas en la mente de las clases bajas, que constituían la mayor parte de la población, por lo que el en­tusiasmo religioso de la era creó una disociación de sensibilidad más que una reestructuración de valores y creencias en la sociedad en general. Una vez más, hubo una fragmentación de normas culturales. La clave para comprender cómo sucedieron en realidad los cambios en la familia está en la difusión por estratos de las nuevas ideas y prácticas. Por tanto deben estudiarse las generalizaciones sobre el cambio familiar a través de una cuidadosa definición del grupo de estra­to o clase que esté bajo discusión, del sector alfabetizado o analfabeta, de los de­votos apasionados o de los conformistas casuales. Los patrones de comporta­mientos presentes en los sectores dominantes del cambio de valor, es decir las clases acomodadas y profesionales, no se aplican necesariamente a la aristocra­cia de la corte, a la clase urbana media baja, a los pequeños propietarios rurales o a los jornaleros sin tierras.

Los modelos simples de evolución familiar se adaptan perfectamente a las sociedades primitivas y culturalmente homogéneas que no fueron afectadas por la tecnología de la imprenta, las consecuencias sociales del crecimiento demo­gráfico o el surgimiento del capitalismo, las consecuencias económicas de la gi­gantesca riqueza frente a la pobreza abyecta y el desempleo, y las consecuencias intelectuales del puritanismo, la ciencia newtoniana y la Ilustración. Pero no funcionarán en una sociedad tan sofisticada, diversificada y cambiante como la inglesa en los siglos XVII y xvrn, en la que hay una pluralidad de mundos cultu­rales y una consecuente multit~ de estilos y valores familiares. Así, cada uno de los tres tipos ideales de familias identificados traslapó al otro en tan solo un si­glo y ninguno de ellos se extinguió por completo.

3-h~d¿fl~~~

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2. EVIDENCIA E INTERPRETACIÓN

Se ha examinado toda clase de evidencia disponible para recopilar sugestiones so­bre lo~ cambios de valor~s y comportamie_n~<?~ nivel pe~sonal. Las fuent~ más confiables son los documentos personales, dtanos, autob10grafías, memonas, ~­rrespondencia doméstica y columnas de lectores en los diarios. Otras fuentes utt­lizadas son los manuales más populares y más reimpresos de consejos sobre el comportamiento doméstico escritos principalmente por teólogos morales a.ntes de 166b y por seglares después de este año, sobre.saliendo ~os d~cto~es a p~rt~r de 1750· los informes de visitantes extranjeros; la hteratura tmagmattva, pnnctpal­men;e las novelas más populares, las obras de teatro y los poemas del ~ía; el a.rte, en especial las piezas de conversación y las caricatu~as; los planos arqut.tectómcos de las casas que muestran los patrones de circulactón Y. uso del espac10; el trato dentro de la familia, entre esposo y esposa y padres e htJOS; las costumb~s _QQJ2U­lares como el bundling· y la venta de la esposa; los do.cum~ntos legal e~ ~a.les como los testamentos, los inventarios, los contratos matnmomales y l~httgto~ ~bre divorcio y desviación sexual, y finalmente las estadísticas demográficas sobre na­cimiento, matrimonio, muerte, concepción prenupcial y bastardía ..

Para identificar y describir los cambios de valores se han reumdo partes de pruebas y de descubrimientos con el propósito de lograr un cuadro cohe~ente. La duda principal de la base de datos no es el muestreo, ya que se ha exammado la mayor parte de los documentos personales aún existentes dispo~ibles y de los trabajos artísticos, literarios y didácticos. Es muy pobre la proporctón de lo con­servado de los primeros e indudablemente sólo es una parte de lo que una vez existió. Pero no hay razón para suponer que haya alguna tendencia inherente en­tre lo que se conserva y lo que se destruyó, ex~ptuando que resulta claro que se destruyó la mayor parte de la correspondencta de carácter compromete~ora­mente íntimo o implícitamente sexual. Por ello se puede suponer que lo dtspo­nible sea bastante representativo de lo que se perdió, y que lo que está impreso lo sea de lo que todavía se conserva en manuscrito. Una fal.la en.el muestreo ~s que no se han examinado los testamentos y contratos matnmomales ~an.us~n­tos del siglo xvm, aunque sí se ha estudiado cuidadosamente el matenal stmtlar anterior a 1660.

La interpretación implica más de ~n ~roblema, y~ que es ~uy difícil cotejar los materiales más reveladores como dtanos, memonas, autob10grafías y cartas, con una fuente independiente. Por ejemplo, no se conse':'an registr?s de las se­ñoras Pepys y Boswell que sirvan para comparar ~a exactttu~ d.e los m.f<:rmes .de sus esposos, que fueron los dos más grandes es.cntores de ?t~no~ ~eltdtOma m­glés. Es necesario tratar este material con ~1 mt~mo e~~rutmto cnttco ~on el q.ue el historiador estudia los documentos de htstona pohttca: debe maneJarse el m­tercambio de cartas de amor ni más ni menos con la misma precaución que el in­tercambio de notas diplomáticas. Pero estos registros personales. son ~s~eci~l­mente difíciles de interpretar. Como E. H. Carr ha advertido: mngun

•(N. del T.) Bundling significaba cortejar a una muchacha en la cama, en la oscuridad semides­nudos.

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documento puede decirnos más de lo que su autor pensaba -lo que él pensó que sucedió, lo que él pensaba que debería pasar o pasaría, o tal vez sólo lo que él quería que los demás pensaran que él pensaba, o hasta sólo lo que él mismo pensó que pensaba". Desafortunadamente, es probable que una gran parte de este material se encuentre en las dos últimas categorías. Una segunda dificultad está en que son documentos muy personales y, por ello, a menudo muy idiosin­cráticos, que reflejan los caprichos y sutilezas de la psique individual del autor, así como las normas compartidas de comportamiento moral de las personas de su clase social, educación y tiempo. Por lo tanto, se deben examinar en conjunto, para tener la seguridad de que no se está tomando la excepción como la regla, dadas las amplias variantes que se conocen de los patrones familiares aun dentro de una misma clase, en un tiempo determinado y en un área limitada.

Las autobiografías son evidencia especialmente sospechosa. En parte porque algunas tienden a copiar modelos estereotipados del pasado, como las de San Agustín, Plutarco, Séneca o Marco Aurelio, mientras que otras desarrollan nue­vos estereotipos, como el modelo cuáquero; habiendo sido a menudo, muy selec­tivas en lo que registran, escritas con la intención de que sus autores logren un buen lugar en la posteridad y dejen al mundo algunas lecciones morales e íntimas, o bien, como las Confesiones de Rousseau o las Memorias de Casanova, a menudo entrañan una fantasía deliberada o la representación de un papel.

La naturaleza de las pruebas de que se dispone lleva inevitablemente al li­bro hacia el estudio de ul!..Re_g~e~o grupo minoritario, en especial las clases e~u­cadas y articuladas, y tiene muy poco que áecir sobre la gran mayoría de ingleses: los pequeños propietarios rurales o urbanos, los artesanos, los trabajadores y la clase pobre. Pero las consecuencias se atenúan por el hecho de que todo hace su­poner que el primero fue el que .marcó el paso haci!!..el cambio cultural Se puede evitar la distorsión del registro si siempre se recuerda que el principio de difu­sión cultural por estratos y la persistencia de subculturas distintas determinadas por clases son las dos claves para lograr entender adecuadamente la complicada historia de la evolución familiar en una sociedad con diferencias sociales tan marcadas como la inglesa en la naciente era moderna.

Este problema se complica todavía más durante el siglo XVI y principios del XVII por la extrema locuacidad de los puritanos y su apremiante necesidad de cumplir al pie de la letra con sus pensamientos y creencias. El drástico aumento en la cantidad y tipo de material impreso y el sustancial incremento en la educa­ción y en la capacidad en el manejo del lenguaje, en especial entre las mujeres, provocan otra dificultad todavía más seria. Por fortuna, los libros de consejos y los comentarios de la época prueban en forma independiente que el cambio no es sólo en la familiaridad con el medio, sino en el mensaje.

Es inevitable que cualquier generalización tenga el inconveniente de que al ver un modelo detenninado de cambio de comportamiento a través del tiempo se imponga una esquematización artificial en una realidad caótica y ambigua. Por supuesto, esto es verdad en el sentido de que una investigación de los tipos de fa­milia en cualquier momento de la historia será tan compleja como una investiga­ción geológica. Los estratos se apilan unos sobre otros formando capas que los movimientos de la tierra han empujado y movido de su lugar, por lo que en algu-

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nos lugares las formaciones más antiguas se encuentran en la superficie, mientras que las recientes comienzan a desarrollarse por aquí y por allá. De igual manera, los tipos más antiguos de familias sobreviven sin sufriulteragon_es en-ªLgunos grupos sociales, al mismo tiempo que otros grupos desarrollan patrones nuevos. Por lo tanto, coexistirá una pluralidad de tipos sin que haya algún patrón predo­minante entre las clases sociales, y ni siquiera dentro de una sola clase. Luego, la creación de modelos es un intento por identificar lo que_eara Weber serían tipos ideales a partir del cúmulo de evidencia histórica, y por hacer sobresalir las carac­terísticas que parecen haber dominado en ciertos grupos sociales, pero que esta­ban lejos de ser universales en cualquier momento determinado.

El historiador de la familia se enfrenta con el problema común, aunque en su expresión más complicada, de cómo entrelazar de la mejor manera el hecho y la teoría, la anécdota y el análisis. Como bien dijo Lévi-Strauss: "la historia bio­gráfica y anecdótica ... es historia de poca fuerza, que no tiene sentido por sí mis­ma, y sólo se convierte en tal cuando se transfiere en bloc a una forma de historia de mayor fuerza ... La alternativa del historiador. .. está siempre limitada a elegir entre la historia que enseña más y explica menos y la historia que explica más y enseña menos". Este libro oscila entre el análisis, que trata de explicar, y la anéc­dota, que trata de enseñar, tal vez con la vana esperanza de que pueda así hacer posible tener lo mejor de ambos mundos.

Cuando se maneja el material anecdótico las alternativas que se presentan son ofrecer un resumen breve de una gran variedad de fuentes, o utilizar estu­dios de casos seleccionados para ilustrar a conciencia un punto. En este libro se ha optado por el segundo método, ya que en un área tan sensible como es la de las r,elacione2 familiar~s sólo _Es inform~ciones m_!:ly detalladas _Queden traer a la luz los matices de la~uaciqn...:JEsta selección se hizo con plena conciencia de que se puede acusar al método de que los estudios de los casos seleccionados no sean representativos del conjunto. Todo lo que se puede decir en defensa es que se ha hecho un gran esfuerzo por encontrar los ejemplos representativos y elimi­nar los casos excepcionales.

3. DEFINICIÓN DE TÉRMINOS

Para poder entender lo que viene a continuación, es necesario comenzar por de­finir con cierto cuidado lo que se entiende por "familia", "hogar"*, "linaje", "pa­rentesco", "matrimonio" y "divorcio", ya que al estudiar detenidamente estas

*(N. del T.) El diccionario Heritage define household como un "establecimiento doméstico que incluye a todos los miembros de la familia y otras personas que viven bajo el mismo techo". Encaste­llano se ha utilizado como su traducción más aproximada la palabra "hogar", para distinguirla de la palabra "familia", la cual podría ser otra acepción correcta pero que en este libro tiene otro significa­do. M. l. Fin ley, en su libro La economfa antigua, FCE, 1972, pp. 16-7, señala que "en latín familia tenía una vasta gama de significados: todas las personas libres o no, bajo la autoridad dclpaterfami­lias, el jefe de la casa; o todos los descendientes de un antepasado común; o toda la propiedad de uno", y cita un estudio sobre la distinción entre "familia" y "hogar", de D.R. Bender, "A Refinement of the concept of household", American Anthropologist 69, 1967, pp. 493-504.

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palabras que en apariencia son tan simples, se ve que tienen significados compli­cados y ambiguos.

La palabra "familia" puede utilizarse para dar a entender muchas cosas, des­de la pareja conyugal hasta la "familia del hombre", y por ello es imperativo co­menzar por dar una clara definición de lo que esta palabra significa en el contex­to de este libro. Aquí no se da como sinónimo de "hogar" ni de "parentesco" -personas relacionadas entre sí por lazos de sangre o matrimonio. Aquí se re­fiere a los miembros del mismo parentesco q~vhlen..bajo..un..te.chQ.

Un hogar comprende todas las personas que viven bajo el mismo techo. La mayor parte de los hogares incluía a residentes sin law familiar, visitantes, pen­sionistas o inquilinos, que ocupaban los cuartos vacantes de los hijos o parientes, así como aprendices contratados y sirvientes empleados para el trabajo domésti­co de la casa o como mano de obra adicional para los campos o el taller. En los siglos XVI y xvn confusamente se conocí~ a este grl!pü como "familia". Esto se debía a que estaban subordinados legal y moralmente a la cabeza del hogar, ya que nadie, ni siquiera los Igualitarios, sugería que se extendiera el privilegio elec­toral a los niños, a los sirvientes o a las mujeres. No eran personas libres.

En una sociedad que carecía casi por completo de fuerza policial, el hogar era una institución muy valiosa para el control sociala nivel de los pueblos. Ayu­daba a mantener potencialmente frenado al elemento más indómito de cual­quier sociedad, la masa flotante de hombres jóvenes s2lteros; y proporcionaba la ~nidad básica para la tributación.:. No es sorprendente que tanto la Iglesia como el Estado vieran con buenos ojos al matrimonioLy que los teólogos morales del siglo XVI hablaran elogiosa mente de él como "señalado por Dios mismo para ser fuente y seminario de todas las otras clases y especies de vida en el Estado y en la Iglesia".

En la naciente era moderna los sirvientes que vivían en casa de sus patrones no eran tan raros como hoy en día y se les consideraba miembros normales de to­dos Jos hogares, exceptuando los más pobres. Desde Jos primeros censos, a prin­cipios del siglo XVI, y hasta la mitad del XIX, aproximadamente una tercera parte de los hogares tenían sirvientes que vivían ahí.

Elli~je se refiere a los parientes que por sangre o matrimonio, muertos o vivos y aun sin nacer forman colectivamente una "casa". Los parientes son aque­llos miembros del linaje, generalmente vivos, y a quienes, por virtud de la rela­ción, se les reconoce que tienen especial derecho a la lealtad, obediencia y apo­yo. La relación del individuo con su linaje era lo que le proporcionaba identidad en las clases altas de una sociedad tradicional, sin la cual era un mero átomo flo­tando en el vacío del espacio social.

Sin embargo, al desgastarse la sociedad tradicional bajo las presiones de la Iglesia, el. Estado y la economía del mercado, surgieron nuevos valores, que inclu­yeron el mterés del Estado por obtener servidores eficientes y honestos que estu­vieran mejor capacitados para sus tareas; el interés del individ\Ío por obtener li­bertad para llevar al máximo sus ganancias económicas y para alcanzar metas personales; y los reclamos o intereses de organizaciones intermedias, tales como la Iglesia y los grupos profesionales. Estos nuevos valores minaron la fidelidad de los parientes, de lo que resultó una crisis de confianza entre la aristocracia.

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Al alejarse de la zona de las tierras altas y aproximarse a Londres, y descend­er por la escala social pasando por las clases acomodadas, la burguesía, los cam­pesinos y artesanos, el concepto de "parentesco" llevaba consigo cada vez menos carga de compromiso ideológico al "honor" y la "lealtad", etc., el cual era para la mayoría de los grandes magnates y sus seguidores sólo "jarabe de pico". En es­tos círculos menos exaltados el linaje significaba poco y el pareQjesco era m_ás una asociación para el_ inter~mbio_de beneficios económicos mutuos gu~el fo­~o principal de compromiso emocional. En las clases más bajas, entre los deshe­redados, la comunidad de amigos y vecinos probablemente era la más importan­te en los dos aspectos, en especial en el medio urbano.

A principios del periodo moderno el matrimonio era un compromiso que podía realizarse en toda una desconcertante variedad de formas y la mera defini­ción de éste trae consigo dific;ultades. Hasta el siglo XVI la poligamia casual pa­rece haber sido general, el divorcio era fácil de obtener y el concubinato era co­mún. En la naciente Edad Media parece ser que a los ojos de los legos todo lo que el matrimonio significaba era un contrato privado entre dos familias en re­lación con el intercambio de propiedades, que también proporcionaba cierta protección financiera a la esposa en caso de muerte o abandono del esposo o di­vorcio. Para los que tenían propiedades era un contrato privado entre dos per­sonas para cumplir con lo que el sentido de la comunidad indicaba que era loco­rrecto. Una ceremonia era un lujo innecesario y caro, especialmente porque el divorcio por mutuo consentimiento era una práctica muy extendida, a la que se­guía un nuevo matrimonio. ~o fue sino hasta el siglo XIII que la Iglesia logró fi­nalmente controlar la ley matrimonial, defender al menos el principio de matri­monio monogámico indisoluble, definir y prohibir el incesto, castigar la fornicación y el adulterio y hacer que los bastardos estuvieran legalmente exclui­dos de la herencia de propiedades.

Aunque para el siglo XVI el matrimonio ya estaba bastante bien definido, antes de 1754 aún había numerosas formas de efectuarlo. Para las personas con propiedades implicaba una serie de pasos. El primero era un contrato legal es­crito entre los padres en el que se establecían los aneglos financieros. El segun­do eran las nupcias (también llamadas contrato), que era el intercambio formal, generalmente ante testigos, de promesas nupciales. El tercer paso era la procla­mación pública de tres amonestaciones en la iglesia con el propósito de permitir que se conocieran los reclamos al precontrato (para el siglo XVII casi todas las personas de posición acomodada evadían este paso obteniendo una licencia). El cuarto paso era la boda en la iglesia, en la cual se verificaba públicamente el con­sentimiento mutuo y la unión recibía la bendición formal de la Iglesia. El quinto y último paso era la consumación sexual.

Es necesario recalcar que, de acuerdo con el derecho canónico, las nupcias eran un contrato que tenía la misma validez legal que la ceremonia en la Iglesia, aunque para muchos legos no era más que un contrato condicional. Cualquier ti­po de intercambio de prorpesl\S_ante testigos alque le seguíaJa cohabitaciól!. ~ra considerado por la ley como un matrimonio válido. En las áreas remotas, espe­cialmente en la frontera de Escocia, Gales y el extremo suroeste, la ceremonia de esponsales misma, el "unir las manos", siguió siendo para muchos pobres una

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unión con carácter de obligatoria a pesar de que no tuviera la bendición de la Igle­sia. Hay pruebas de que hasta fines del siglo XVII en la zona de las tierras bajas de Escocia un gran número de pobres no se casaba en la iglesia. Indudablemente el matrimonio reJlgio~ ~elevó a sacramento sino hastaJ56], d~ués_de la Re­fgrma, cuando la Iglesia católica exigió por primera vez la presencia de un sacer­dote para considerar como válido y obligatorio al matrimonio.

Naturalmente la Iglesia anglicana no reconoció esta innovación católica y, como no tomó sus propias medidas, la situación creó una gran confusión. Al es­trechar su poder en la sociedad en los siglos XVI y XVII, los laicos consideraron ca­da vez más a la ceremonia en la iglesia como crucial, aunque los abogados a cargo de los tribunales siguieron dando su reconocimiento a las nupcias ante testigos. Éstas se realizaban en dos formas, una por un contrato per verba de futuro, que era una promesa oral para contraer matrimonio en el futuro. Si no se consumaba (lo que se suponía implicaba el consentimiento en el presente), este compromiso po­día disolverse legalmente por consentimiento mutuo después. No obstante, si se consumaba era legalmente obligatorio de por vida. Sin embargo, el contrato per verba de praesenti, por el cual la pareja intercambiaba ante testigos frases como "os tomo como mi esposa" y "os tomo como mi esposo" era considerado por el derecho canónico como un compromiso irrevocable que nunca podía romperse y que nulificaba cualquier matrimonio posterior por la Iglesia.

Para empeorar las cosas, los cánones de 1604 estipularon que el matrimonio religioso debía celebrarse entre las ocho de la mañana y el mediodía, en la iglesia del lugar de residencia de uno de los contrayentes, después de que se leyeran las amonestaciones por tres semanas. Se imponían graves sanciones a los clérigos que oficiaban la ceremonia matrimonial por la noche, en lugares seculares como posadas o casas o en pueblos o villas lejanos al lugar de residencia de los contra­yentes. Los cánones prohibían también el matrimonio de personas menores de 21 años sin el consentimiento de sus padres o tutores. Sin embargo, el truco era que aunque se consideraban ilegales estos matrimonios, eran válidos de todas formas y de por vida. Era ésta una paradoja que los laicos dificilmente podían entender.

Esta situacion que surgió después de 1604 dio como resultado que floreciera el negocio que realizaban los clérigos sin escrúpulos en distritos que no estaban sometidos a la supervisión eclesiástica superior, los que casaban a cualquier per­sona por una cuota, sin hacer preguntas. Este negocio se volvió más común y es­candaloso a fines del siglo XVII y principios del XVIII cuando las relaciones padres­hijos eran más tensas por el problema del control matrimonial y era cada vez mayor el número de hijos que desafiaban a sus padres y huían (lámina 1). Shad­well describió a un clérigo que "casaría a una pareja en cualquier momento y que despreciaba las licencias, las amonestaciones canónicas y todas esas tontas cere­monias". Si se cree a los dramaturgos, algunos clérigos eran aún más complacien­tes. El capitán Basin de The Stage Coach, de Farquhar, informó: "vimos una luz en el dormitorio del cura que viajaba conmigo, subimos y lo encontramos fuman­do su pipa. Primero nos dio su bendición y luego nos prestó su cama". Muchas iglesias de Londres, que por diversas argucias legales carecían de licencia o no es­taban sometidas a la jurisdicción superior, se especializaban en matrimonios rá­pidos. Entre 1664 y 1691 se efectuaron 40,000 matrimonios en St. James, Duke

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Place, mientras que "en Paneras había tantas uniones que las parejas se formaban una detrás de otra, como si fuera el baile del lugar". El negocio más floreciente lo hicieron los sacerdotes corruptos en los alrededores del Fleet de Londres, espe­cialmente en la primera mitad del siglo XVIII, cuando se tenían que pagar altos impuestos por las ceremonias autorizadas mientras que las que se celebraban cer­ca del Fleet eran muy baratas y tenían validez legal. Había anuncios que invitaban a los transeúntes y señalaban: "aquí se celebran matrimonios". Para los pobres que vivían cerca de Londres, los matrimonios del Fleet fueron una bendición, aunque en estas sórdidas circunstancias también se celebraron uniones apresura­das y abusivas entre borrachos, que una vez realizadas no podían disolverse ja­más. Estos sacerdotes mercenarios también estaban preparados, mediante un pa­go, para levantar registros con fechas atrasadas y así legitimar a los niños ya nacidos o hasta para buscar marido a una mujer con urgencia de casarse.

No fue sino hasta 1753 que se aprobó el Decreto Matrimonial de Lord Hardwicke, el cual finalmente dio coherencia y lógica a las leyes que gobernaban el matrimonio. A partir de 1754 sólo el matrimonio por la Iglesia, ya no los es­ponsales verbales, creaban una obligación legal, por lo que el contrato verbal an­terior dejó de ser causa para la anulación de un matrimonio posterior en la Igle­sia. Segundo, todos los matrimonios por la Iglesia debían registrarse en la parroquia y firmarse por las dos partes; tercero, en ese tiempo también se decla­raron nulos todos los matrimonios celebrados en tiempos o en lugares conside­rados ilegales por los cánones de 1604; cuarto, no era válido ningún matrimonio de personas menores de 21 años sin el consentimiento de los padres'""o tutores; y quinto, se transfirió la observancia de la ley del débil control de los tribunales eclesiásticos a los seculares, a los que se les facultó para imponer hasta 14 años de destierro a los sacerdotes que desobedecían esta ley. A partir de entonces, el único recurso para las parejas que se escapaban desafiando a sus padres era la larga y costosa huída a Escocia, especialmente a Gretna Oreen, en donde no se aplicaba la nueva ley matrimonial, y donde floreció un nuevo negocio de matr!­monio sin preguntas (láminas 2 y 3).

El debate para la aprobación del proyecto de ley propor9ona reveladora evi­dencia sobre las actitudes de las clases acomodadas hacia evrnatrimonio. Se decla­ró francamente que la razón principal para el proyecto era que "tanto los hombres como las mujeres más infames tenían la oportunidad de arruinar a los hijos e hijas de las grandes familias de Inglaterra, con la posibilidad de contraer matrimonio en Fleet y otros lugares prohibidos; y porque el matrimonio se había convertido en un negocio como cualquier profesión mecánica". La solución fue declarar nula la ce­remonia religiosa a menos que cumpliera con ciertos requisitos, incluyendo el con­sentimiento paterno si era entre menores de 21 años. Esto necesariamente signifi­caba rechazar la ceremonia religiosa como sacramento, es decir, de unión indisoluble ante Dios. l.os defensores de la Reforma declararon con satisfacción que "hemos conservado lo mejor de esta época, así como otras muchas opiniones supersticiosas ... ", para "lograr que el cristianismo sea compatible con el sentido común". Ahora se consideraba al matrimonio un contrato como cualquier otro, sujeto a controles establecidos por la ley para el bien público, ya que "el declarar la santidad del matrimonio no va de acuerdo con el bien de la sociedad y con la feli-

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cidad de la humanidad en general". Es claro que el proyecto sólo pudo ser ~sible gracias a Ja creciente secularización de la sociedad elitista y a la a~pta~ión ~e l.a idea de que la felicidad personal podría alcanzarse a t~és de la legiSlaCión pubh­ca. Sus defensores hubieran preferido restringir la cláusula que demandaba el con­sentimiento paterno para las personas de "fortuna y rango", pero reconocieron que "esto era imposible en este país." .

El segundo objetivo del proyecto era la supresión de los contratos previos y los matrimonios secretos, que facilitaban la bigamia (lámina 4). Ahora la parte esencial de la ceremonia era el registro público del matrimonio. Se argumenta­ba, con cierta razón, que bajo las condiciones existentes, en las que se podía ce­lebrar el matrimonio a través de un simple contrato verbal, con la bendición de un clérigo errante en una taberna, con un capellán en una casa, o un clérigo ca­samentero mercenario en una de las iglesias no autorizadas de Londres, un hom­bre podía tener cuantas esposas quisiera. "Cualquier hombre podría tener priva­damente una esposa en cada esquina de la ciudad, o hasta en todos los pueblos en los que hubiera pasado, sin que fuera posible que unas conocieran la exist­encia de las otras". Otro orador estuvo de acuerdo en que "el delito de poligamia es ahora tan frecuente".

En este periodo no existía en la Iglesia anglicana el divorcio que permitiera otro matrimonio. Para los matrimonios que fracasaban, generalmente por adul­terio, sólo existía la separación de camas y alimentos, junto con un arreglo finan­ciero. A esto se le conocía por lo común como "divorcio", pero no permitía a ninguna de las partes volver a casarse. Además, también se bloquearon muchos de los impedimentos medievales que podían anular un matrimonio. Estos ha­bían sido tan numerosos que probablemente un hombre rico con un buen abo­gado podía encontrar alguno, aunque los registros de los tribunales eclesiásticos muestran que el hombre común no utilizaba este ardid. Casi se podría afirmar que simplemente él mismo se divorciaba o huía sin acudir a los tribunales. Des­pués de la Reforma, sólo se podía obtener la anulación por tres causas: contrato previo, consanguinidad dentro de los grados levíticos, o impotencia masculina por un periodo de tres años -esto último difícil de probar. Un hombre o una mujer cuyo cónyuge hubiera abandonado el hogar por siete años también estaba en libertad de volverse a casar, en la suposición de que el cónyuge ausente estaba muerto. Sin embargo, si él o ella regresaba, se daba prioridad al primer matrimo­nio o se permitía a la mujer escoger cuál esposo prefería.

Por lo tanto, para la mayor parte de los ingleses el matrimonio era una unión indisoluble, quebrantable sólo por la muerte. Este punto fue enfatizado por Defoe en 1727, así como por la acídula solterona Miss Weeton, quien escri­bió en 1808 un poema sarcástico sobre un esposo descontento:

Ven pronto, ioh muerte!, y a Alicia llévate Él se quejaba y lloraba amargamente; La muerte llegó -pero por desgracia se equivocó, Porque fue Richard quien murió.

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A ~iferenci~ de ~tras iglesias protestantes, la anglicana, principalmente por un accidente ~1stónco en sus comienzos, no permitía que la parte inocente en casos de separación por extrema crueldad o adulterio se volviera a casar. Esta cuestión permaneció en duda en el periodo isabelino, pero en el número 107 de los cáno­nes de ~604 se aclaró finalmente que se prohibía _que las personas "divorciadas" se vo~vie.ran a casar. ~to creó una situación intolerable para la aristocracia, ya que s1gmficaba que se Impedía a un noble, cuya esposa cometía adulterio antes de procrear un hijo, volverse a casar y engendrar un hijo que continuara la línea Y heredara la propiedad. Fue para evitar esta dificultad que a fines del siglo xvm,.cuando ~1 ~ncepto del matrimonio como sacramento decaía junto con el entu~1a~mo rehg10s~, que el divorcio gracias a una ley privada del Parlamento se convut1~ en una sa~1da para los nobles ricos y algunos otros que se encontraban en esta Circ.un~tancia. Pero era un procedimiento muy costoso, y estaba casi por compl~t? !Imitado ~.aquellos que tenían grandes propiedades en juego que se transmltman a un hiJO varón del segundo matrimonio, especialmente hasta an­tes de 1760. Entre 1670 y 1799 sólo hubo 131 de estas disposiciones casi todas instituidas por los esp?sos, y de éstas sólo 17 fueron antes de 1750. ~í, en 1715, por ~na ~rrada votación de 49 a 47, el Parlamento rehusó aprobar una solicitud de diV~rc10 presentada por Sir George Downing. En 1701, a Jos 15 años de edad, se h~b1a compr?metido en un matrimonio arreglado con una joven de 15 años. Deb.Jdo a que Sir George tuvo que salir al extranjero por cuatro años se separa­ron Inmediatamente y, el matrimonio, por consentimiento mutuo nunca se con­sumó. La solicitud fue rechazada basándose en que ambas part~ eran mayores de edad para dar su consentimiento (14 y 12 años respectivamente).

En el otro extremo de la escala social, entre Jos desheredados había tam­bién otras alternativas, aparte de la muerte, para disolver finalmen~e un matri­monio insatisfactorio. En una sociedad sin fuerza policial nacional era muy fácil escapar y nunca volver a saber nada de alguien. Esto no debió ser raro entre Jos pobres, a juzgar por el ~echo de que en el censo de 1570 cerca del 8 por ciento de las muJer~ entre ~rem~a y un años y cuarenta, en las clases pobres de la ciu­da.d de Norw1ch, habJan Sido abandonadas. La segunda alternativa era la biga­~Ia, que al parecer era fácil y común. En el siglo XVIII se tomaba en considera­Ción _el a~andono más o menos permanente para disolver moralmente el matnmomo.

_LJ_na tercera al ternativa para los pobres en el siglo XVIII era la costumbre tradiCIOnal, aunque no autorizada, del divorcio por mutuo consentimiento a tra­vés de la "venta de la esposa". Como fue descrito en 1772, el esposo "pone a la esp_osa un dogal al cu_ello y la lleva así al mercado cercano, dopde la subasta al meJor postor, como SI fuera una yegua o vaca lechera. En estas ocasiones había de antemano un comprador". Este procedimiento se basaba en gran parte en la ven.ta ~e gan~do. Frecuentemente se realizaba en un mercado de ganado como Sm1thfield e mcluía el uso de un dogal simbólico con el que conducía el vende­dor a su esposa al mercado y con el que se la llevaba el comprador. Algunas veces la transacción comprendía hasta el pago de una cuota para el encargado del mer­cado. E.n. la mente popular este elaborado ritual liberaba al esposo de toda res­ponsabilidad futura con la esposa y permitía que las dos partes se volvieran a ca-

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sar. Muy a menudo, por lo que se piensa que tal vez fuera normal, se hacía un arreglo previo de la venta con el consentimiento pleno de la esposa, fijando de antemano el comprador y el precio pactado. Este último variaba mucho e iba desde unos cuantos peniques a unas cuantas guineas.

Al parecer este procedimiento estaba confinado exclusivamente a las clases más bajas y se encontraba principalmente en los pueblos grandes y en el occiden­te de Inglaterra. Tuvo su origen en la Edad Media y hay pruebas de que era más frecuente a fines del siglo XVIII y de que desapareció en el XIX, registrándose el último caso en 1887. Las clases trabajadoras consideraban a este proceso ritua­lizado como una forma perfectamente legítima de divorcio y por ello podían efectuar otro matrimonio a pesar de que los tribunales seculares y eclesiásticos lo consideraban ilegal y de que la prensa pública lo condenara cada vez con ma­yor frecuencia. Sin duda alguna los tribunales intentaron detener esta costum­bre una y otra vez y Lord Mansfield se refirió a él como una ofensa criminal, una conspiración para cometer adulterio.

Por lo tanto, a fines del siglo XVII y en el XVIII, era posible obtener el divor­cio y volverse a casar legalmente entre los muy ricos y por costumbre popular en­tre los muy pobres, pero imposible para la gran mayoría de la clase media que no podía pagar el costo de la primera alternativa ni vencer el estigma social y el ries­go remoto de la acusación de la segunda.