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Fantasmas de Navidad C H A R L E S D I C K E N S clásicos de la literatura europea Colección CARRASCALEJO DE LA JARA

Fantasmas de Navidad - Charles Dickens

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LITERATURA

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Fantasmas de Navidad

C H A R L E S

D I C K E N S

clásicos de la literatura europea

Colección

CARRASCALEJO DE LA JARA

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ColecciónCARRASCALEJO DE LA JARA

Fantasmas de Navidad

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Charles Dickens

Fantasmas de Na-vidad

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Colección: Carrascalejo de la Jara© El Cid Editor S.A.

Juan de Garay 29223000-Santa FeArgentinaTelefax: 54 342 458-4643

ISBN 1-4135-2258-0

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FANTASMAS DE NAVIDAD

Me gusta volver a casa en Navidad. Todos lohacemos, o deberíamos hacerlo. Deberíamos vol-ver a casa en vacaciones, cuanto más largas mejor,desde el internado en el que nos pasamos la vidatrabajando en nuestras tablas aritméticas, para asídescansar. Viajamos hasta casa a través de unpaisaje invernal; por campos cubiertos por unaniebla baja, entre pantanos y brumas, subiendoprolongadas colinas, que se van volviendo oscurascomo cavernas entre las espesas plantaciones quellegan a tapar casi las estrellas chispeantes; y asíhasta que estamos en las amplias mesetas y final-mente nos detenemos, con un silencio repentino,en una avenida. En el aire helado la campana de lapuerta tiene un sonido profundo que casi pareceterrible; la puerta se abre sobre sus goznes y alllegar hasta una casa grande las brillantes lucesnos parecen más grandes tras las ventanas, y las

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filas de árboles que hay frente a ellas parecenapartarse solemnemente hacia los lados, comopara dejarnos pasar. Durante todo el día, a inter-valos, una liebre asustada ha salido corriendo através de la hierba cubierta de nieve; o el repi-queteo distante de un rebaño de ciervos pisotean-do el duro hielo ha acabado también, por un mi-nuto, con el silencio. Si pudiéramos verles susojos vigilantes bajo los helechos, brillarían ahoracomo las gotas heladas de rocío sobre las hojas;pero están inmóviles, y todo está callado. Y así, lasluces se van haciendo más grandes, y los árbolesse apartan hacia atrás ante nosotros para cerrarsede nuevo a nuestra espalda, como impidiéndonosla retirada, y llegamos a la casa.

Probablemente huele todo el tiempo a casta-ñas asadas y otras cosas buenas y reconfortantes,pues estamos contando historias de Navidad,historias de fantasmas, o más vergonzosas paranosotros, alrededor del fuego de Navidad, y nonos hemos movido salvo para acercarnos un pocomás a él. Pero dejemos eso. Llegamos a la casa yes una casa antigua, repleta de grandes chimeneasen las que la leña arde en el hogar sobre viejastenazas, y retratos horrendos (algunos de elloscon leyendas también horrendas) miran con sañay desconfianza desde el entablado de roble de lasparedes. Somos un noble de edad mediana y da-

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mos una generosa cena con nuestro anfitrión yanfitriona y sus invitados, es Navidad y la viejacasa está llena de invitados, y después nos vamosa la cama. Nuestra habitación es muy antigua.Está recubierta de tapices. No nos gusta el retratode un caballero vestido de verde colocado sobrela repisa de la chimenea. En el techo hay grandesvigas negras y para nuestro acomodo particularcontamos con una enorme cama negra a la que enlos pies le sirven de apoyo dos figuras negrastambién grandes que parecen salidas de dos tum-bas de la antigua iglesia que tenía el barón en elparque. Pero no somos un noble supersticioso, yno nos importa. ¡Todo va bien! Despedimos anuestro criado, cerramos la puerta y nos sentamosdelante del fuego vestido: con el camisón, medi-tando en muchas cosas. Final mente, nos mete-mos en la cama. ¡Muy bien! No podemos dormir.Damos vueltas y más vueltas, pero no podemosdormir. Las ascuas de la chimenea arden bien ydan a la habitación un aspecto fantasmal No po-demos evitar escudriñar, por encima del cobertor,las dos figuras negras y el caballero... ese caballerovestido de verde y de apariencia perversa Con laluz parpadeante dan la impresión de avanza yretroceder: lo cual, a pesar de que no seamos enabsoluto un noble supersticioso, no resulta agra-dable. ¡Muy bien! Nos ponemos nerviosos... más y

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más nerviosos. Decimos: «esto es una verdaderaestupidez, pero no podemos soportarlo; simula-remos estar enfermos y llamaremos a alguien».¡Muy bien Precisamente vamos a hacerlo cuandola puerta cerrada se abre y entra una mujer joven,de palidez mortal y de cabellos rubios y largos quese desliza hasta la chimenea, y se sienta en la sillaque hemos dejado allí, frotándose las manos. Nosdamos cuenta entonces de que su ropa está hú-meda. La lengua se nos pega al velo del paladar yno somos capaces de hablar, pero la observamoscon precisión. Su ropa está húmeda, su largo ca-bello está salpicado de barro húmedo, va vestidasegún la moda de hace do: cientos años, y lleva ensu ceñidor un manojo de 11, ves oxidadas. ¡Muybien! Se sienta allí y ni siquiera podemos desma-yarnos del estado en el que no encontramos. En-tonces ella se levanta y prueba todas las cerradurasde la habitación con las llaves oxidadas, sin queencuentre ninguna que vaya bien; después fija lamirada en el retrato del caballero vestido de verdey con una voz baja y terrible exclama:

«¡El hombre lo sabe!» Después se vuelve afrotar las manos, pasa junto al borde de la cama ysale por la puerta. Nos apresuramos a ponernos labata, cogemos las pistolas (siempre viajamos conellas) y la seguimos, pero encontramos la puertacerrada. Damos la vuelta a la llave, miramos en el

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pasillo oscuro y no hay nadie. Lo recorremos tra-tando de encontrar a nuestro criado. No es posi-ble. Recorremos el pasillo hasta que despunta eldía y luego regresamos a nuestra habitación vacía,caemos dormidos y nos despierta nuestro criado(nunca hay nada que le hechice a él) y el sol bri-llante. ¡Muy bien! Tomamos un desayuno terribley todos dicen que tenemos un aspecto extraño.Después del desayuno paseamos por la casa connuestro anfitrión, y le conducimos hasta el retratodel caballero vestido de verde, y entonces se acla-ra todo. Se comportó con falsedad con una jovenama de llaves unida en otro tiempo a esa familia, yfamosa por su belleza, que se ahogó en un lago ycuyo cuerpo fue descubierto al cabo de muchotiempo porque los ciervos se negaban a beber elagua. Desde entonces se ha dicho entre susurrosque ella atraviesa la casa a medianoche (pero queva especialmente a esa habitación, en dondeacostumbraba a dormir el caballero vestido deverde) probando las viejas cerraduras con las lla-ves oxidadas. ¡Bien! Le contamos a nuestro anfi-trión lo que hemos visto, y una sombra cubre susrasgos tras lo que nos suplica que guardemos si-lencio; y así se hace. Pero todo es cierto; y locontamos, antes de morir (ahora estamos muer-tos) a muchas personas responsables.

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Es infinito el número de casas antiguas congalerías resonantes, dormitorios lúgubres y alasencantadas cerradas durante muchos años, por lascuales podemos pasear, con un agradable hormi-gueo subiéndonos por la espalda y encontrarnosalgunos fantasmas, pero quizá sea digno de men-ción afirmar que se reducen a muy pocos tipos yclases generales; pues los fantasmas tienen pocaoriginalidad y «caminan» por caminos trillados.Sucede, por ejemplo, que en una determinadahabitación de un cierto salón antiguo en donde sesuicidó un malvado lord, barón, o caballero, hayen el suelo algunas tablas de las que no se puedeborrar la sangre. Raspas y raspas, como el actualdueño ha hecho, o cepillas y cepillas; como hizosu padre, o friegas y friegas, como hizo su abuelo,o quemas y quemas con ácidos fuertes, como hizoel bisabuelo, pero la sangre seguirá estando allí, nimás roja ni más pálida, ni en mayor ni en menorcantidad; siempre igual. En otra de esas casas hayuna puerta encantada que nunca se abrirá; u otraque nunca se cerrará; o un sonido de una rueda dehilar, o un martillo, o unos pasos, o un grito, o unsuspiro, un galope de caballos o el rechinar deunas cadenas. O hay un reloj que a medianocheda trece campanadas cuando va a morir el cabezade familia, o un carruaje sombrío, negro e inmóvilque ve siempre en esos momentos alguien que

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aguardaba cerca de las amplias puertas del patiodel establo. O sucede, como en el caso de LadyMary, que fue a visitar una casa situada en losHighlands escoceses, y como estaba fatigada porsu largo viaje se retiró pronto a la cama y a la ma-ñana siguiente dijo con toda inocencia en la mesadel desayuno:

—¡Me resultó muy extraño que celebraranuna fiesta a una hora tan tardía anoche en esteremoto lugar y no me hablaran de ella antes deque me acostara!

Entonces todos preguntaron a Lady Mary loque quería decir. Y ésta contestó:

—Bueno, anoche todo el tiempo oí carruajesque daban vueltas y más vueltas alrededor de laterraza, bajo mi ventana.

Entonces el dueño de la casa se puso pálido,lo mismo que su señora, y Charles Macdoodle deMacdoodle hizo señas a Lady Mary de que nodijera más, y todos guardaron silencio. Tras eldesayuno, Charles Macdoodle le contó a LadyMary que según una tradición de la familia era unpresagio de muerte que los carruajes dieran vuel-tas por la terraza. Y así fue, pues dos meses mástarde moría la señora de la casa. Y Lady Mary, queera doncella de honor en la Corte, contó a menu-do esta historia a la Reina Charlotte; y es por estoque el viejo rey decía siempre: «¿Cómo, cómo?

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¿Qué, qué? ¿Fantasmas, fantasmas? ¡No existen,no existen!» Y no dejaba de decir esa frase hastaque se iba a la cama.

Y ahora bien, un amigo de alguien al que casitodos conocemos, cuando era un joven que esta-ba cursando estudios tenía un amigo especial cone que había hecho el pacto de que, si era posibleque e espíritu retornara a esta tierra después desepararse del cuerpo, aquel de los dos que murieraprimero se le aparecería al otro. Nuestro amigo seolvidó de ese pacto con el curso del tiempo; losdos jóvenes habían progresado en la vida, habíantomado camino; divergentes y se habían separado.Pero una noche muchos años después, estandonuestro amigo en e norte de Inglaterra, y quedán-dose a pasar la noche en una posada de YorkshireMoors, miró desde la cama hacia fuera; y allí, bajola luz de la luna, apoyado en un buró cercano a laventana, y mirándole fijamente, vio a su antiguocompañero de estudios Cuando éste se dirigió consolemnidad hacia la aparición, ésta respondió enuna especie de susurre pero bien audible:

—No te acerques a mí. Estoy muerto. He ve-nido aquí para cumplir mi promesa. ¡Vengo delotro mundo, pero no puedo revelar sus secretos!

En ese momento empezó a volverse más pá-lido y se fundió, por así decirlo, con la luz de laluna, desapareciendo en ella.

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O está el caso de la hija del primer ocupantede lo pintoresca casa isabelina, tan famosa ennuestra vecindad. ¿Ha oído hablar de ella? ¿No?Bueno, la hija salió una noche de verano en elmomento del crepúsculo; era una joven muyhermosa, de diecisiete años de edad, y se disponíaa coger flores del jardín: pero de pronto llegócorriendo, aterrada, hasta el salón donde estaba supadre, a quien le dijo:

—¡Ay, querido padre, me he encontradoconmigo misma!

Él la cogió en sus brazos y le dijo que todoera una fantasía, pero ella replicó:

—¡Oh, no! Me encontré conmigo en el cami-no ancho, y yo estaba pálida, y recogía flores mar-chitas, y giraba la cabeza y las levantaba!

Y aquella noche murió la joven; y se empezó ahacer un cuadro con su historia, pero no se ter-minó nunca, y dicen que ha estado hasta hoy enalgún lugar de la casa, con el rostro vuelto hacia lapared.

O la historia del tío de la esposa de mi herma-no, que volvía a casa cabalgando al atardecer deun hermoso día y en una calle arbolada cercana asu casa vio a un hombre de pie ante él en el cen-tro mismo de la estrecha calzada.

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«¿Qué hace ese hombre del manto ahí para-do?», pensó. «¿Quiere que pase con el caballo porencima de él?»

Pero la figura no se movió. Al verlo tan quietotuvo una sensación extraña, pero siguió avanzan-do, aunque aflojando el trote. Cuando estuvo tancerca que llegó a tocarlo casi con el estribo el ca-ballo se asustó y la figura se deslizó hacia arriba,hasta la acera, de una manera curiosa y nada natu-ral: hacia atrás, sin que pareciera utilizar los pies,hasta que desapareció. El tío de la esposa de mihermano exclamó:

—¡Por el Dios de los cielos! ¡Si es mi primoHarry, el de Bombay!

Espoleó el caballo, que de pronto se habíapuesto a sudar profusamente, y extrañándose detan rara conducta dio la vuelta para dirigirse haciala fachada de su casa. Cuando llegó allí vio lamisma figura, que pasaba en ese momento junto ala alargada ventana francesa de la sala de estar, enla planta baja. Le pasó las bridas a un criado y sedirigió presurosamente hacia la figura. Allí estabasentada su hermana, a solas. Alice, ¿dónde está miprimo Harry?

—¿Tu primo Harry, John?—Sí, el de Bombay. Acabo de encontrarme

con él ahora en la avenida, y le vi entrar aquí haceun instante.

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Pero nadie había visto a nadie; y tal comodespués se supo, en ese mismo instante moría enIndia aquel primo.

O está la historia de esa sensible y ancianadama soltera que murió a los noventa y nueveaños de edad manteniendo sus facultades hasta elúltimo momento y vio realmente al chico huérfa-no. Es una historia que a menudo se ha —conta-do incorrectamente, pero de la que la verdad au-téntica es ésta, lo sé porque en realidad es unahistoria de nuestra familia, y ella era amiga de lacasa. Cuando tenía unos cuarenta años de edad, yseguía poseyendo una hermosura poco común (suamado murió joven, razón por la cual ella nuncase casó, a pesar de tener numerosas ofertas), fijósu residencia en un lugar de Kent, que su herma-no, un comerciante con India, había compradorecientemente.

Se contaba la historia de que en otro tiempoaquel lugar estuvo a cargo del tutor de un joven;que ese tutor sería el segundo heredero y quemató al muchacho con su tratamiento duro ycruel. Ella nada sabía de tales cosas. Se ha dichoque en el dormitorio de ella había una jaula en laque el tutor solía encerrar al muchacho. Es falso.Sólo había un gabinete. Ella se acostó, no hizollamada alguna durante la noche, pero por la ma-

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ñana le dijo con toda tranquilidad a la doncellacuando ésta entró:

—¿Quién es ese guapo mocito de aspectoabandonado que estuvo mirando hacia fuera des-de el gabinete toda la noche?

La doncella contestó lanzando un fuerte gritoy echando a correr al instante. La dama se sor-prendió de aquello, pero era una mujer de notablefuerza mental, por lo que se vistió ella sola, bajólas escaleras y acudió a reunirse con su hermano:

—Walter, toda la noche me ha estado inquie-tando un guapo mocito de aspecto abandonadoque constantemente miraba hacia fuera desde elgabinete que hay en mi habitación, y que no pue-do abrir. Ahí debe haber algún truco.

—Me temo que no, Charlotte —contestó elhermano—, pues es la leyenda de la casa. Es elhuérfano. ¿Qué es lo que hizo?

—Abrió la puerta con suavidad y miró haciafuera. A veces penetraba uno o dos pasos en lahabitación. Entonces yo le llamaba, para animarle,y él se encogía, se estremecía y volvía a meterse denuevo, cerrando la puerta.

—Charlotte, el gabinete no tiene comunica-ción con ninguna otra parte de la casa, y está ce-rrado con clavos.

Aquello era indudablemente cierto y dos car-pinteros necesitaron una mañana entera para abrir

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la puerta y poder examinar el gabinete. Sólo en-tonces Charlotte quedó convencida de que habíavisto al huérfano. Pero lo terrible de la historia esque fue visto sucesivamente por tres de los hijosde su hermano, todos los cuales murieron jóve-nes. En cada ocasión, el niño enfermaba, regresa-ba a casa con fiebre, doce horas antes de lamuerte, y le decía a su madre que había estadojugando bajo un cierto roble que había en un pra-do con un chico extraño, un chico de buen as-pecto, pero que parecía abandonado, que era muytímido y le hacía señas. A partir de esa experienciafatal los padres llegaron a saber que se trataba delhuérfano, y que el destino del niño al que habíaelegido como compañero de juegos estaba segu-ramente fijado.