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El Antejardín Fanzine No 9 - Febrero de 2012 - Distribución Gratuita

Fanzine No. 9

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El Antejardín es una publicación que recopila periódicamente reflexiones, ilustraciones, fotografías y otras expresiones que buscan mostrarle al lector múltiples puntos de vista cercanos a la disciplina del diseño. En cada número se reúnen pensamientos y opiniones que aportan a la construcción de una mirada ampliada de este quehacer creativo.

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El AntejardínFanzine No 9 - Febrero de 2012 - Distribución Gratuita

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El Antejardín. Fanzine

www.antejardinoficina.com

Edición y corrección de textosJuana Manuela Montoya • Lina Mondragón Pérez

ColaboradoresLaura Luna • Santiago Rojas

PortadaSara Ramírez

Fotografía e ilustraciónMarcela Ceballos • Sara Ramírez • Laura Luna • Juan David Jaramillo

Dirección · DiagramaciónJuan David Jaramillo Flórez.

Comité editorialMarcela Ceballos • Miguel Arango • Juan Jaramillo

Distribución gratuita y de libre circulaciónFebrero de 2012Medellín • Colombia

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“Esta pervivencia de la estética se expresa de mil maneras, desde nuestra forma de vivir, en el lenguaje y el porte, en el modo de ataviarse y de comer, de rendir culto a deidades o a personalidades, de legitimar el poder, ostentar el triunfo o recordar a los muertos; pero el papel primordial que la estética tiene en nuestra vida cotidianda se ejerce en la construcción y presentación de las identidades sociales”.

Katya Mandoki. 2006

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La experiencia estéticaMiguel Arango MarínIlustraciones: Sara Ramírez

Luego de tomar una serie de argumentos y reflexiones prestadas y de mezclarlas con algunas opiniones personales sobre lo que entiendo de la experiencia estética, conseguí hacer una construcción (nada responsable ni mucho menos rigurosa) sobre este concepto y sus implicaciones en la vida cotidiana.

La experiencia estética de la que hablaré será abordada desde una visión que trasciende las bellas artes, los espacios “culturizados” y de elevado turmequé. Considero que esta vivencia es posibilitada por la conjunción de nuestra percepción, dada por los sentidos (visión, tacto, gusto, olfato, audición, entre otros), y nuestra capacidad de intelección (de pensar). Partiendo de esta idea, la experiencia estética puede ser sentida y vivida por cualquier persona, desde aquel personaje que hace parte de los círculos artístico-intelectuales más elevados de nuestra pequeñísima provincia, pasando por los estudiantes universitarios, hasta la persona que arregla con dedicación y esmero los jardines ajenos.De esta manera todos somos susceptibles de vivenciar una experiencia estética, fruto de nuestro devenir en la aparente monotonía y linealidad de la vida cotidiana. Puede ocurrir en muchos lugares y de diversas maneras, hay quienes las experimentan en los espacios donde se supone deberían ocurrir, como en galerías de arte, al deleitarse con la obra de un gran artista o asistiendo a un concierto de música clásica en el momento culmen de la pieza musical. Pero también, y esto

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es lo que creo, puede vivirse en otros contextos sin necesidad de un andamiaje socio-filosófico complejo que legitime lo que sentimos y que difícilmente podemos expresar en palabras.

Es así como ciertos eventos cotidianos como mirar nuestra ciudad desde sus distintos miradores, ver un atardecer de múltiples tonalidades, ver llover desde la seguridad de nuestra ventana, montar en el bus o en el metro y ver pasar la ciudad, leer un buen libro, confeccionar una buena comida, salir a balconear para ser partícipes(desde nuestro palco propio) de la vida de nuestro barrio, organizar nuestra sala para recibir las visitas, arreglar nuestras matas o nuestro jardín, hacer un aseo general de nuestro hogar y ver nuestro trabajo terminado, jugar y ver jugar a nuestras mascotas, utilizar nuestros objetos predilectos, entre muchas otras actividades,pueden ser entendidas como estímulos que desencadenan una experiencia estética que nos sobrecoge y nos llena de sensaciones gratificantes, dándole un poco de sentido estético a nuestras vivencias cotidianas.

Si se entiende la experiencia estética de esta manera, pienso que puede explicarse cómo las condiciones de acartonamiento y de invariabilidad de nuestro día a día se hacen llevaderas al verse trastocadas por eventos gratos posibilitados al estar abiertos estéticamente a la vida. O, en otras palabras, al disfrutar nuestra vida.

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Katya Mandoki en su libro, Estética cotidiana y juegos de la cultura. Prosaica Uno, denuncia e intenta superar nueve mitos de la estética que son responsables, en buena medida, de que esta rama de la filosofía se haya ocupado exclusivamente de los productos del arte. Señala que la estética tendría que ocuparse; no solo del arte, sino de otras manifestaciones sensibles que afectan los sentimientos del sujeto frente a la realidad. En este orden de ideas la autora propone el término de prosaica para nombrar el estudio de las prácticas de producción y recepción estética que tienen lugar en la vida cotidiana.

Estética de lo cotidianoLaura Luna

Durante los intercambios más corrientes los individuos despliegan estrategias estéticas para construir su identidad y para conseguir efectos valorativos sobre su persona y sus actos (efectos de atracción o repulsión, de fascinación o repugnancia). Este modo de actuar, que es “percibido fenomenológicamente por el sujeto como una capacidad suya y por extensión y analogía como una capacidad del otro” , tiene dos vectores: la dramática y la retórica. Siguiendo a la autora, por dramática debemos entender la actitud o talante que motivan al enunciante, su ethos y su pathos, y por retórica, el modo concreto en que este elige comunicarle, reflejarle, al perceptor, tal disposición.

Tomemos como ejemplo una entrevista de trabajo. En ella, el aspirante está llamado a “dramatizar” interés, destreza, conocimiento de un tema, receptividad, iniciativa, etc.

Para tales fines la persona recurre a ciertos artilugios, ciertos elementos retóricos, que le permitan representar lo que corresponde. Supongamos que el entrevistado decide adoptar una entonación entusiasta, usar una jerga especializada, llevar un atuendo que luzca profesional y seguir con la mirada los movimientos de quien lo está entrevistando, para mostrar atención.

Ahora bien, luego de revisar el ejemplo en un primer momento, volvamos sobre este para observar cómo es que el entrevistado decide modificar “información” o registros, que son susceptibles de ser interpretados por el perceptor, en cuatro vías o canales diferentes. Asumir una entonación determinada modifica los registros acústicos o sonoros. El uso deliberado de tecnicismos supone alterar los registros léxicos o el uso tradicional del lenguaje (lenguaje oral en este caso). Llevar un atuendo en particular

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1. MANDOKI, Katya. Prácticas estéticas e identidades sociales. Prosaica dos. México DF: Siglo Veintiuno editores, 2006. p.20.2. Aquí el verbo se utiliza para describir un tipo de acción, no para calificar la honestidad de los actos. 3. Es importante llamar la atención sobre el hecho de que los registros léxicos, somáticos y acústicos se salen en muchas ocasiones del control del individuo.

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Registros léxicos y escópicos: Empaque de papas fritas.

implica “manipular” los registros escópicos o visuales-espaciales. El gesto de seguir con la mirada a quien está hablando varía la expresión corporal o los registros somáticos corrientes.

Finalmente, como Mandoki también plantea unas categorías específicas de análisis para la dramática, es conveniente retomar el ejemplo por última vez. En primer lugar la elección de un tono de voz entusiasta da cuenta de una intención en el orden de la cinética, pues muestra voluntad de avanzar en un proceso de selección, voluntad de movimiento. Sin embargo, esta decisión refleja a la vez (también en el orden de lo cinético) disposición a una estabilidad relativa, pues el entusiasmo puede ser garantía de perseverancia. En segundo lugar el uso de una jerga puede analizarse en el orden de la proxémica. Dicha decisión

muestra cierta voluntad del entrevistado de marcar distancia frente a su entrevistador, aunque sea con el único objetivo de dejarle claro que, por conocimiento, él es un candidato idóneo para el puesto. En tercer lugar la selección del atuendo, que actúa junto con el uso de vocabulario técnico, puede “evaluarse” en el orden de la enfática, pues no tiene otro sentido que poner de relieve, enfatizar, un mismo aspecto: el profesionalismo del aspirante. Por último habría que considerar el gesto de la mirada como relativo a la fluxión; lo que este consigue es mantener el dinamismo del intercambio que se da entre entrevistador y entrevistado, aun en ausencia de palabras.

Registros somáticos: Figura y expresión corporal transeunte. Parque LLeras, Medellín

Registros acústicos y escópicos: Sonajero.

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Apropiaciones del concepto estéticoMiguel Arango MarínIlustraciones: Sara Ramírez

El concepto de la estética que ha estado asociado principalmente con la belleza es, desde una perspectiva filosófica, nada ligero ni de fácil comprensión. Esto en términos académicos es lo deseable. A pocos estudiosos les interesaría un tema sencillo que pudiera ser definido y utilizado por la mayoría de la gente sin mayores esfuerzos reflexivos e intelectuales. Si esto fuera así, qué sentido tendría obtener un doctorado, ya que no existiría la posibilidad de hacer evidentes los conocimientos adquiridos luego de tantos esfuerzos personales. Como dije, está bien que existan conceptos complejos para ser pensados y repensados en el ámbito académico.

Pero, ¿qué sucede cuando estos conceptos se escapan de las aulas de clase, de las bibliotecas y de los seminarios especializados?, pues empiezan a ser utilizados por las personas en su vida cotidiana. Es así como por ejemplo el concepto estético, asociado a la belleza, comienza a ser usado e interpretado en diversos ámbitos de la sociedad, apareciendo en las clínicas de cirugía estética, en las peluquerías especializadas en estética capilar, en consultorios veterinarios de estética canina, en los centros de estética de uñas, entre muchos otros. También se hace evidente en los discursos y las conversaciones de las personas, cuando por ejemplo se menciona que los dueños de una casa tienen un gran gusto estético, refiriéndose a la bella decoración de la que esta hace gala.

Para mí esta apropiación del concepto, tantas veces criticada y puesta en evidencia como una perversión de la

gente de un término tan elevado y propio de los grandes pensadores, no es más que una interpretación pragmática de la idea de estética relacionándola con lo bello, en una búsqueda de las personas no por pervertirlo, sino por hacerlo propio y ponerlo en práctica en la vida cotidiana.Es entonces mi intención reivindicar estas apropiaciones que, sin mayores complicaciones, hace la gente del término estética al relacionarlo con lo bello y lo agradable. Pues aunque en el respetadísimo ámbito académico es indispensable comprender los conceptos en su complejidad y amplitud, en la vida cotidiana estos derroches de conocimiento y de esfuerzo intelectual han demostrado no ser necesarios.

Considero que esta ausencia de rigurosidad al utilizar términos complejos no habla de la ignorancia y la ligereza de pensamiento de las personas, sino de la flexibilidad y posibilidades que ofrecen los diversos conceptos en el devenir cotidiano.

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9Ilustración: Sara Ramírez

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RositasMarcela Ceballos González

A Azucena, por haber triunfado en su estrategia para crear un contacto estrecho entre ella y yo.

Entiendo la cotidianidad como aquello que hacemos y que nos acompaña todos los días (o casi todos). Lugares, objetos, actividades, sonidos y personas podrían hacer parte de nuestra vida cotidiana dependiendo de cuán presentes estén o de cuánta importancia tengan para su desarrollo (el de esa vida cotidiana). Existe en la mía un elemento que ha estado presente desde que tengo alguna conciencia del mundo, y solo hasta hoy comprendo algo de su importancia: las rositas. Una rosita es un pedazo de tela que si se cose de una manera específica forma un círculo arrugado como un botón, y que unida con hilo a otros centenares de su especie hace una colcha. Cualquiera que haya establecido alguna relación más o menos íntima con mi querido hogar, a estas alturas, ya debe saber de lo que hablo; y no solo porque haya conocido alguna rosita en su vida, que seguramente, sino porque muy probablemente habrá tenido que ver con algún eslabón de la cadena de producción de las que se hacen desde hace años en mi casa.

El fenómeno de fabricación de rositas se alborotaba más que todo en épocas vacacionales. La bolsa de rositas de

mi mamá ha visitado el mar y distintas montañas, y no sé si haya algún primo o amiga mía que no sepa lo que es repetir la costura de su primera rosa. Incluso los menos hábiles han colaborado dibujando círculos en algún pedazo de tela con un lápiz y una copa de aguardiente destinada solo para ese fin. Esta tradición salió de las manos de una de mis tías abuelas. Las hermanas de la mamá de mi mamá cosían rositas para pasar el tiempo haciéndoles colchas a sus hijos, sobrinos o

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a algún vecino afortunado, porque quedan bastante lindas. De las hijas de mi abuela fue mi mamá la que heredó el gusto por la técnica; hizo la colcha con la que hoy tiendo mi cama hace ya bastante tiempo y empezó la segunda hace casi veinticuatro años, con la ayuda de su tía. El caso es particular: esa segunda colcha todavía no se ha terminado de hacer. Cuando yo era pequeña creía que mi mamá nos ponía a coser para que aprendiéramos algo que pudiéramos hacer con las manos, pero también para que no viéramos mucha televisión. Yo llegué a pensar que todo el trabajo de hijos, primos, amiguitos y alguna hermana colaboradora era guardado o hasta deshecho por mi mamá, y que por eso la colcha nunca estaba lista. Pero a mí me gustaba hacer rositas y nunca reproché, entendiendo ya grande que lo que pasaba era que para una sola colcha era necesario tener demasiadas

rositas, y que para el tiempo de una mamá que trabajaba alguna cosa se había alcanzado a hacer. Apenas en los últimos años la producción de rositas paró, porque ya estamos en el armado; ese no necesita tantas manos.

Hace poco leí en un apartado de Katya Mandoki, una artista mejicana que ha dedicado parte de sus energías al estudio de la estética y de la vida cotidiana, que abarcar la estética implicaba la comprensión de las experiencias sensibles que viven las personas en su constante relación con el mundo. He oído que la estética podría ser muchas cosas más, pero la explicación me pareció simple y concreta; es la experiencia sensible de las personas la que hace que los objetos y los lugares sean cargados de significado, la que hace que un paisaje nos conmueva hasta las lágrimas o que

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una colcha sin terminar represente gran parte de la historia de una persona. Yo me puedo quedar mucho rato contemplando los pedazos de colcha, y hasta tratando de identificar cuáles son las rositas más nuevas, en qué lugar se habrá hecho esta o aquella, o de la mano de quién podría haber aparecido una rosa tan regular. Cuando me pregunté sobre el tema para este número de El Antejardín, pensé que lo que escribiera tendría que ser sobre mi vida cotidiana, que es la que más conozco. Repasé varias veces lo que hago diariamente, paseé por mi casa buscando tal vez lo que me parecía bello o común y me encontré en esas con varios pedazos de colcha sin unir y con la bolsa de rositas de mi mamá.

Fue gracias a esa reflexión sobre la estética como la comprensión de las experiencias sensibles que entendí finalmente que las rositas son un elemento que representa la cotidianidad de mucho de lo que han sido mis días hasta hoy, y no tuve que buscar más. La estética de mi vida cotidiana son seguramente muchísimas cosas, pero en esta ocasión la puedo resumir en ese montón de circulitos que han estado ahí por veintiséis años, unidos gracias a un saber que ya no se me va a olvidar nunca y a un montón de manos y de historias que puedo hoy recordar con solo poner un poco de atención en eso que normalmente se deja pasar de largo, por aquello de ser cotidiano.

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Los espacios que habitamoso la vida de los objetos que nos habitan.

Juan David Jaramillo Flórez

Todo lo que dicen aquellas casas, lo dicen las cosas: los habitantes se han vuelto casi mudos, todo lo que puede saberse de ellos, tiene uno que aprenderlo de la voz callada de los objetos. Jordi Llovet

El recibimiento de un año nuevo, las promesas de cambio y de mejores comportamientos que, por lo menos en esta parte del mundo, hacemos en la noche del 31 de diciembre, me sirvieron para realizar una de las acciones de mayor complejidad en lo que a habitar se refiere: mudarse.

El fin de año había sido para mi un paso obligado (aunque entretenido y fiestero) de una fecha donde generalmente me encontraba con mi familia extendida para luego estar con algunos de mis más cercanos amigos. Pero este año todo dio un vuelco y, no sé si como una premonición de otro fin del mundo que se acerca, recibir el 2012 me dejó una vida cotidiana que debo crear.

Estar en un nuevo espacio tiene un par de retos que me han condicionado. El primero, distribuir de una manera “bonita” los pocos enceres que tengo; lo segundo, establecer rutinas, hábitos y costumbres, en fin, crear una cotidianidad. Ahora, les voy a contar cómo pude hacer lo primero y cómo aún hoy me pregunto si lo segundo lo podré crear o ya alguien lo había creado por mí.

Enfrentarse a un espacio vacío, a una habitación, casa o apartamento sin objetos puede ser una experiencia bastante aterradora. Lo primero que debía hacer, o al menos lo primero que hice de manera intuitiva (o cultural), fue imaginarme los muebles más grandes de mi ajuar y su disposición en el espacio.

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De esta manera pude claramente identificar en mi nueva casa una sala-oficina, una cocina y zona de lavado (de platos, ropa, manos y dientes) y una habitación; el baño, por las condiciones arquitectónicas de nuestra cultura, ya estaba escogido.

Lo segundo, guiado por el buen (o mal consejo) de un amigo, fue realizar un trasteo relámpago, y digo esto porque no había planeado ni empacado nada. Sin embargo, conseguimos un contacto para hacer el trasteo y este mago de la distribución de muebles en espacio reducido llegó a mi casa de antes y esperó pacientemente la salida de

todas mis pertenencias. La llegada a mi nuevo lugar no representó mayores contratiempos, aunque era consciente de que debía regresar por algunas cajas que me ayudaban a organizar mis amigos.

El disfrute comenzó al entrar mis cosas al nuevo espacio. Mi amigo, un arquitecto de esos que “arquitecturean” por los poros, me decía que escuchara el espacio, que él me diría donde poner mis cosas; y así fue, los muebles que hice pensando en mi casa de antes, encajaban a la perfección en una u otra habitación de mi nueva vivienda. Sin embargo, parecía faltarle algo a este lugar para

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que se convirtiera en mí lugar. Digamos que pude solucionar la distribución de los enceres y quedé más que satisfecho con la conversación que pudimos tener mi nueva casa y yo.Lo que vino a continuación y lo que aún hoy estoy viviendo me ha inquietado mucho más. Establecer unas acciones diarias como cocinar, bañarme, dormir, trabajar; decidir donde hacerlas, cómo y cuándo se ha convertido en una construcción más compleja de lo que en principio parecía. Al diálogo que tengo con el espacio se han sumado las voces de los objetos; me preguntan, me saludan y en ocasiones me gritan para que los use, los mueva o los lave.

Ahora, solo en mi casa, me he encontrado con que la percepción (y por ello entiendo los problemas de la estética ampliada) no solo es una posibilidad que ofrece el tener un cuerpo con sentidos: vista, olfato, oído, propiocepción y los otros; es más que nada una construcción cultural que me dice cómo obedecer, ordenar mis cosas y hasta qué sentir

por la mayoría de ellas. No quisiera caer en un determinismo cultural, porque entiendo y comparto las posiciones que hablan de una construcción individual o personal de los espacios. Sin embargo, estoy viviendo una situación en que más que nada se hace evidente el ser cultural que somos.

Respecto al individuo comunicativo que se animó a escribir este aporte, más adelante trataré de encerrarlo para entenderlo, contarlo y ponerlo de nuevo en libertad.

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Estética de la vida cotidianaSantiago Rojas Mesa

Hagamos la precisión obvia pero necesaria, que una cosa es la estética de la vida cotidiana y otra la estética de los objetos cotidianos. Me refiero a que la vida, en su extensión y su intensidad siempre asimilará el sistema de los objetos, pero no se agota en su materialidad. Nombramos, damos sentido, reevaluamos este sentido y logramos establecer una especie de chamanismo, de acto de magia frente a las cosas y las valoraciones que hacemos de ellas. Por eso, hablar de vida implica tanto los objetos con los que compartimos y vivimos el mundo, como las acciones de las personas con estos, sin estos, sobre ellos, desde ellos, o como sea que dichos objetos acontezcan y se den en la relación.

El horizonte de la estética hasta antes del mundo contemporáneo, finales de la modernidad, era un espacio reservado para el arte, los museos, las obras de arte guardadas en el tiempo por su carácter único y atemporal. Templos del correcto hacer y de la inspiración humana que sobrepasaba al cotidiano. La conexión entre cómo vivíamos en el día a día, lo que usábamos, de lo que gustábamos, estaba separada radicalmente de lo llamado Estética. Lo bello y lo sacro hacen parte del espacio

reservado a nuestra experiencia privada de lo artístico; lo cotidiano, lo usual, es olvidado, despreciado como parte del consumo del tiempo y de los gustos culturales. Nadie diría que un zapato es arte y nadie comprendería cómo un urinal podría estar en un museo como obra y no como simple meadero.

Pero, ¿cómo se generaría una cultura del objeto bello, fuera del espacio de lo sagrado del arte? ¿Cómo se generaría esa visión contemporánea de los objetos estetizados, de las actitudes equiparadas de lo ético y de lo estético? Usamos obras de arte en nuestra ropa, usamos obras altamente tecnificadas y embellecidas para nuestras relaciones materiales cotidianas (como escribir, transportarnos o comunicarnos), y a esto lo llamamos la estetización del mundo. Es decir, la manera en la que el mundo contemporáneo comprende sus relaciones con las cosas y replantea la mirada de lo bello como el territorio único del arte de los museos.

Somos una imagen reflejada en las cosas. Lo estético supera esa rígida envoltura tradicional y en acto de máxima rebeldía se riega sobre las cosas, para definirlas, para hacerlas relucir, para hacerse expresión máxima de los sujetos que

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las viven. Todo en la contemporaneidad, pasando por las formas de vestirnos, gustos musicales, cinematográficos o artísticos, las expresiones con las que envolvemos al mundo con el lenguaje, todo esto se ha tornado cotidianamente estético por medio de las proyecciones con las que nos relacionamos. El médico es tal porque se viste como uno; el estudiante tiene su pinta; las clases se diferencian por su acceso a indumentarias, a cómo hablan y a cómo adoptan modelos o poses: piénsese en la cultura que imita al héroe de la última película, o las culturas musicales que se uniforman para expresar su individualidad y su filiación a un gusto. Hay un lenguaje común construido por medio de expresiones ligadas a los modelos estéticos y, salir de ellos es dar el salto de un modelo a otro. El acto y las cosas se toman igual y hablamos ahora de un aparentar ser, en directa e irónica oposición con el deber ser. No somos lo que esencialmente está, porque las esencias se han venido al piso, somos lo que representamos como narración por medio de los objetos.

Esto no es otra cosa que hablar de ciertas poses para actuar o ciertos modos de expresarnos en medio de lo que nos envuelve. Adoptando modelos estéticos, formas de interpelarnos con el mundo, actuamos y nos relacionamos con los otros desde una visión ornamental del mundo. Si antes la esencia de la verdad estética eran los sentidos en pos de la belleza, ahora y de una manera no

esencialista y netamente efímera, se encuentra en el envoltorio lingüístico, en los discursos con los que justificamos nuestro aparecer teatral frente a la realidad.

Ahora, si se rompe la distancia entre lo ético y lo estético por medio de la asimilación de juicios estéticos en el mundo de la acción cotidiana, no debería sorprendernos que el gusto artístico (con el que afirmamos todo lo que somos: me gusta esto, no me gusta esto, etc.) sea utilizado para valorar no solo las cosas y su validez en el mundo, sino también nuestra concepción o sistemas de creencia de verdad. Como los estudiantes que critican su clase no por lo cierta o lo falsa, por el valor de lo enseñado, sino por lo aburrida, lo interesante o lo fascinante que esta sea. Aún la experiencia de la verdad pasa por los sentidos y su estimulación: Aísthesis, como se llama la experiencia estética que cada uno de nosotros hemos vivido. No hay diferencia en cómo se juzga un robo y cómo se juzga la última película

“Somos una imagen reflejada en las cosas. Lo estético supera esa rígida envoltura tradicional y en acto de máxima rebeldía se riega sobre las cosas, para

definirlas, para hacerlas relucir, para hacerse expresión máxima

de los sujetos que las viven”.

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de Clint Eastwood. No se trata tanto de hacer el bien, sino de verse bien haciendo lo que se hace.

Así, cuando se miran los comerciales transmitidos cotidianamente, veremos con mayor claridad las dos grandes manifestaciones de la estetización del mundo que consta de una cultura material estetizada, volcada a lo sublime por medio de un sin fin de objetos bellamente diseñados, perfectamente construidos. Cualquier silla es una obra de arte y, la técnica con la que se realizaban las creaciones anteriormente queda en segundo lugar por medio de la contemplación y planeación con la que los objetos son introducidos al mundo cultural. Lo que anteriormente sería considerado hermoso y bueno para estar en un museo, ahora hace parte de nuestra vida cotidiana cumpliendo un papel como adorno o como utensilio (es indiferente su practicidad, porque la insistencia se hace es sobre la constitución de la cosa, más que en su uso directo). Por eso el arte se transforma, de objetos bellos a reinterpretaciones de la realidad; de cosas que nos generan experiencias y afectan nuestra sensibilidad, a cosas informes sustentadas no en la materialidad física sino en la palabra, en el discurso, en la materialidad del lenguaje.

Además, hay una proyección constante de modelos éticos de vida, de roles que se sustentan más por la forma en la que se ven y el sobrecogimiento

que causan, que la necesidad del acto bueno. Imitar para ser bueno, adoptar gestos, expresiones y preconcepciones de lo que es correcto o incorrecto por su apreciación estética. Vale tanto el héroe del ejército desvarando un carro lleno de niños, como la modelo que vende agua, cuadernos o colchones. También la adopción de actitudes que vienen adjuntas a las cosas, no se compra un simple ipod, sino un estilo de vida y de consumo.La estética de la vida cotidiana es el reflejo de nuestra multiplicidad, de nuestra negación a las grandes tradiciones, a nuestra necesidad de narrarnos, de asumir, de decidir y de elegir lo que queremos ser. No son las cosas ni lo bello en ellas; no son las catalogaciones o el envoltorio del mundo con el lenguaje; son en la mayor simpleza y profundidad posible la manera con la que el mundo contemporáneo se hace dueño de sí mismo para velar por su voluntad, o bien, para dejarse construir por fantasmas que él mismo crea.

La necesidad de la estética es entonces, no dejar de narrar al ser humano y contemplarlo en su destino indescifrado.

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Ilustraciones: Marcela Ceballos.

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creativo.

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