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I N G E N I E R Í A Y C I V I L I Z A CI Ó N Universidad Politécnica de Madrid APUNTES DEL CURSO LK04 1. Introducción 2. Técnica, Tecnología e Ingeniería Profesor: Vicente Ortega Marzo 2004 Edita: Servicio de Publicaciones FUNDETEL-ETSIT

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Universidad

Politécnica

de Madrid

APUNTES DEL CURSO LK04

1. Introducción

2. Técnica, Tecnología e Ingeniería

Profesor: Vicente Ortega Marzo 2004

Edita: Servicio de Publicaciones

FUNDETEL-ETSIT

Ingeniería y Civilización - Introducción

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El mundo hecho por el hombre La jornada normal de muchos hombres y mujeres del mundo desarrollado transcurre como sigue: Probablemente se despierta gracias a un reloj-despertador, mecánico o eléctrico. Pronto enciende la luz eléctrica y, después de asearse, toma un desayuno. Para el aseo, utiliza unos artefactos (grifos, sanitarios, etc.), agua cal0iente y fría que llega a través de una red de distribución, y algunos productos –gel, jabón, colonia, etc.- fabricados por industrias químicas. Para prepararse el desayuno emplea utensilios y saca los alimentos de un frigorífico, calentándolos en una cocina de gas o eléctrica o, quizás, en un “microondas”. Se viste con unas prendas, la mayoría de ellas confeccionadas por máquinas mediante técnicas de diseño y con fibras artificiales o naturales. Marcha a su lugar de trabajo y, para desplazarse, utiliza unos medios artificiales de transporte –automóvil, autobús, ferrocarril, motocicleta, etc.-. Según el tipo de trabajo, emplea con mayor o menor intensidad, determinadas herramientas, aparatos o máquinas: desde una azada hasta un tractor; desde un destornillador hasta un torno de control numérico, desde un bolígrafo hasta un ordenador personal; desde una carretilla hasta una máquina excavadora... Se comunica con sus clientes, compañeros o familiares a través del teléfono o del fax. En sus ratos de descanso u ocio en el hogar, oye un receptor de radio o ve una película en un receptor de televisión. Echa un vistazo a un diario o, quizás, lee un libro –ambos confeccionados con técnicas de impresión que harían palidecer a Guttemberg-. Al término de la jornada, duerme en un lecho artificial y ojalá necesite para ello sólo una cosa natural: sueño y cansancio, y no tenga que ayudarse de un ingrediente artificial: las medicinas. Estas breves pinceladas sobre aspectos de la vida del hombre en su quehacer y en su entorno sólo pretenden recordar algo que, por obvio, se olvida: que la mayor parte de la actividad humana se realiza en un entorno artificial y con medios artificiales; es decir, en un mundo artificial hecho por el hombre mediante el desarrollo de una capacidad: LA TÉCNICA, que es consustancial con el hombre. Dejemos por un momento nuestra ciudad, nuestro hogar; situémonos en la Luna –cosa que hoy es técnicamente posible- y observemos la Tierra. Ésta se nos aparece como una esfera azulada suspendida en el firmamento –por fuerzas cuya naturaleza conocemos gracias a LA CIENCIA-, tal como fue creada o resultó hecha hace millones de años. Si nos aproximamos a la Tierra a bordo de una nave interplanetaria, vamos distinguiendo grandes masas azuladas de agua y zonas verdes, ocres, grises y blancas: océanos, mares, cordilleras, bosques, desiertos, estepas, casquetes polares, grandes ríos y lagos. Es decir, nuestro mundo natural, el que no ha hecho el hombre. A unos pocos kilómetros de altura, ya apreciamos el contorno de las ciudades, los campos cultivados, las redes de autopistas y carreteras, los grandes embalses y presas. Continuando nuestro descenso,

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divisamos grandes instalaciones productoras de energía –hidroeléctrica, nuclear, térmica- y las líneas de redes de distribución de la energía eléctrica que cruzan campos, montes y ciudades; podemos quizás distinguir canales de riego y de distribución de agua y muchos vehículos que, como una fila de hormigas, se desplazan por las carreteras. Si pasamos por una zona de costa, observamos roturas del trazado natural donde se han construido puertos; y, en ellos y cerca de ellos, por el mar, contemplamos buques y barcos que se desplazan por la superficie de las aguas transportando personas y mercancías. Finalicemos nuestro vuelo imaginario –imaginario sólo en este relato, puesto que puede ser real hoy en día- en alguna instalación aeroportuaria y pisemos nuestro mundo artificial, ese cuyos rasgos comenzamos a apreciar a algunos kilómetros de altura y que la fuerza de la costumbre nos hace considerar natural. Hemos hablado de ver y, por no verlo, corremos el riesgo de no considerarlo, pero desde que salimos de la Luna hasta que llegamos a la Tierra hemos navegado inmersos en un medio natural: el espacio, en sentido amplio, lleno de gases naturales y de ondas radioeléctricas producidas por el hombre y que han permitido gobernar la aeronave y estar comunicado con cualquier punto del planeta. Redes de carreteras, redes de transporte, redes de distribución, redes de telecomunicación, etc., por donde fluyen vehículos, energía, mercancías y señales que llegan a las ciudades, los pueblos, las fábricas y el hogar para ser utilizadas diariamente por el hombre, mezcla de ser natural y artificial. ¿Estamos atrapados en estas redes que LA TECNOLOGÍA ha hecho posibles?. La palabra atrapados tiene la connotación peyorativa de encerrados, encarcelados, lo cual podría enfatizar la faceta esclavizadora o negativa de la técnica, que es justo lo contrario de lo que en este curso se pretende. El filósofo español José Ortega y Gasset expresó con claridad la importancia de la técnica cuando escribió:

“Lo que nadie puede dudar es que, desde hace mucho tiempo, la técnica se ha insertado entre las condiciones ineludibles de la vida humana de suerte tal que el hombre actual no podría, aunque quisiera, vivir sin ella. Es pues, hoy, una de las máximas dimensiones de nuestra vida, uno de los mayores ingredientes que integran nuestro destino” [J. Ortega y Gasset, 1932].

¡Y esto lo escribía el genial filósofo hace más de setenta años, cuando en España la luz eléctrica y el agua corriente no llegaban a muchos hogares; a muchos menos llegaba el teléfono y la televisión no existía; el automóvil era un artículo de lujo, la agricultura no estaba mecanizada, no había penicilina y la mayor parte de las carreteras eran caminos polvorientos! Indiscutiblemente, la técnica se ha insertado entre las condiciones ineludibles de la vida humana. Para bien y para mal. Sin técnica, no podríamos vivir; aunque sólo con ella, tampoco. Sin embargo, a pesar de vivir en una sobrenaturaleza técnica, se ignora lo que es. Y no me refiero al conocimiento de técnicas específicas, propio de profesionales como los ingenieros, sino a la apreciación del concepto de la técnica, de la tecnología, de su desarrollo histórico, de su importancia en la sociedad, de su función social, de sus posibilidades y riesgos. Un ejemplo nos ayudará a entender lo que digo. Pregúntese a un estudiante de bachillerato, e incluso a un universitario, por veinte nombres de personajes famosos de

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la civilización humana. Probablemente conteste; pero, casi con seguridad, los nombres corresponderán a escritores famosos, pintores de renombre, emperadores, reyes o guerreros, filósofos célebres y científicos. ¿Habrá algún técnico, algún ingeniero?. Seguramente, no. Pero si a un científico experimental o ingeniero se le pregunta por alguno que no sea de su especialidad, probablemente tampoco conteste. En época más reciente, otro filósofo español, Miguel Ángel Quintanilla, ha escrito:

“La tecnología moderna, a partir de la Revolución Industrial, configura de forma decisiva todo el ámbito de la experiencia humana, altera la realidad, nuestra forma de representarla y explicarla y nuestros criterios para validarla.” [M. A. Quintanilla, 1988]

¿Cómo es posible que en una civilización impregnada de técnica se ignore lo que ésta significa y no se conozcan algunos de los grandes genios gracias a los cuales disfrutamos o sufrimos con sus artefactos?. ¿Es consustancial con la técnica el anonimato?¿Sucede esto por igual en todos los países?¿La existencia de “dos culturas” se manifiesta con la misma intensidad en la “cultura norte” que en la “cultura mediterránea?. A comprender algo sobre la técnica y sobre la tecnología, a responder a estas preguntas irá dirigida una parte de este curso. Curso cuya idea surge de mi experiencia como estudiante graduado en una universidad norteamericana en la que, ante mi pretensión de tomar varios cursos de mi especialidad en el ámbito de las tecnologías de microondas, el tutor que autorizaba mi programa de matriculación me recomendó que escogiera varios créditos de un programa de los llamados “minor” denominado VTSS (Values, Technology, Science and Society). La propia denominación del programa: Valores, Tecnología, Ciencia y Sociedad, es suficientemente explicativa de su objetivo, y, algunos de sus contenidos quedarán reflejados también más adelante. Más tarde, y ya en Madrid, cayó en mis manos el libro, anteriormente citado, de Ortega y Gasset y me impresionó el párrafo siguiente: “Mi libro (La Rebelión de las Masas), va inspirado, entre otras cosas, por la espantosa sospecha

que sinceramente sentía entonces –allá por 1927 y 1928, nótenlo ustedes, las fechas de la prosperidad – de que la magnífica, la fabulosa técnica actual corría peligro y muy bien podía ocurrir que se nos escurriese de entre los dedos y desapareciese en mucho menos tiempo de cuanto se puede imaginar. Hoy, cinco años después, mi sospecha no ha hecho sino acrecentarse precisamente. Vean, pues, los ingenieros como, para ser ingeniero, no basta con ser ingeniero. Mientras se están ocupando de su faena particular, la historia les quita el suelo de debajo de los pies. Es preciso estar alerta y salir del propio oficio: otear bien el paisaje de la vida, que es siempre total. La facultad suprema para vivir no la da ningún oficio ni ninguna ciencia; es la sinopsis de todos los oficios y todas las ciencias, y muchas cosas además”

Otra de las lecturas que contribuyó de forma notable a reforzar mi interés por los temas de ingeniería y sociedad fue la del libro “Técnica y civilización” de Lewis Mumford. Este libro, clásico entre la literatura especializada, plantea de forma magistral y completa las complejas relaciones existentes entre la cultura, la técnica y la sociedad, mostrando hasta que punto

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“Antes de que pudieran afirmarse en gran escala los nuevos procedimientos industriales era necesaria una nueva orientación de los deseos, las costumbres, las ideas y las metas”.

poniendo así el contrapunto al discurso en boga en los años ochenta según el cual era la tecnología la que cambiaba la sociedad. Era, pues, preciso poner en guardia a los futuros ingenieros, no fuera que, enfrascados en sus máquinas, no prestaran atención a la cultura predominante en su tiempo y en su sociedad y se les fuera el desarrollo tecnológico de las manos. Posteriormente, encontré el libro del ingeniero civil norteamericano Samuel L. Florman titulado: “The civilized engineer”, cuyo contenido es fácil de adivinar. En este libro, su autor escribe:

“A medida que la ingeniería se vuelve más importante en la conformación de la sociedad, es cada vez más necesario que los ingenieros practiquemos la introspección. Mas que confiar simplemente en nuestros éxitos técnicos, debemos intensificar nuestros esfuerzos para explorar, definir y mejorar los fundamentos filosóficos de nuestra profesión”.

¿De donde viene nuestra profesión?. ¿Cuáles son sus orígenes y su evolución?. ¿Cuáles son las tradiciones subyacentes y las finalidades de la ingeniería? ¿Cómo se relaciona la ingeniería con el resto de la sociedad?. ¿Hacia donde camina la ingeniería en nuestros días?. ¿Cómo debe plantearse la formación del ingeniero?. Estas y otras preguntas del mismo tipo no son exclusivas de la ingeniería y, algunas de ellas, formuladas de otro modo son, en definitiva, “las preguntas de la vida”. Y miren por donde, ese es el título del libro del filósofo y profesor Fernando Savater que introduce en uno de los capítulos del libro comentarios sobre la técnica muy parecidos a los del libro citado de Samuel L. Florman, que tendremos ocasión de comentar en otra parte del curso. Estas lecturas y otras posteriores y ni experiencia profesional me hicieron pensar en la necesidad de introducir en los planes de estudio de las enseñanzas de ingeniería algún curso que respondiera a estas y otras preguntas, pues sucede con frecuencia que, dada la costumbre de organizar los currícula del estudiante, los árboles de las disciplinas técnicas no dejan de ver el bosque de la ingeniería.

El estirón tecnológico

¿Estuvo siempre la técnica insertada entre las condiciones ineludibles de la vida humana?. Tratemos de imaginar la vida de un hombre en una ciudad europea del siglo X. La salida y la puesta del sol eran su reloj y determinaban su jornada. Comía los alimentos frescos allegados de los campos cercanos. Recorría las calles andando. El único medio de transporte terrestre era el carro tirado por bueyes o caballos. El número de enseres del hogar o de herramientas del taller era reducido. Se alumbraba con velones o antorchas y bebía el agua de pozos o manantiales. La fuente de energía por excelencia era el propio hombre y los animales de tiro, aunque comenzaran a extenderse los molinos de agua y de viento. Aunque usaba herramientas e instrumentos, aunque cultivaba los campos, aunque cazaba y luchaba, aunque construía viviendas y artefactos,

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aunque, en suma, realizaba actos técnicos, el hombre vivía muy pegado a la naturaleza y muy dependiente de ella. ¿Cuándo, cómo y dónde se produce el despegue que nos ha llevado a vivir en la sobrenaturaleza técnica?. Lewis Mumford señala:

“Durante los últimos mil años, la base material y las formas materiales de la civilización occidental han sido profundamente modificadas por el desarrollo de la máquina. ¿Cómo ocurrió esto?. ¿Dónde ocurrió?. ¿Cuáles fueron los principales motivos que alentaron esta transformación radical del medio ambiente y la rutina de la vida?. ¿Cuáles fueron los fines emprendidos?. ¿Cuáles fueron los medios y los métodos?. ¿Qué valores inesperados surgieron en el proceso?” [L. Mumford, 1971].

Lewis Mumford retrotrae al siglo X, época que marca el inicio de la era Eotécnica, el comienzo del despegue significativo del cambio producido por la técnica y que se inicia en la Europa Occidental. Cierto es que la técnica ha existido desde que existe el hombre pero es en la Baja Edad Media y sobre todo en el Renacimiento cuando se inicia el despegue y transformación de nuevos procedimientos técnicos y de una nueva mentalidad individual y social. Es un pausado y silencioso germinar; pero el florecimiento, la ruptura, el cambio decisivo, la invasión de la máquina tiene lugar a partir del siglo XVIII, en que da comienzo la Revolución Industrial. De modo que, en apenas dos siglos, se produce un crecimiento exponencial enorme, extraordinariamente superior al de los dos mil siglos de prehistoria o los cincuenta siglos de civilización histórica conocida. La revolución histórica de la tecnología será otra parte importante de este curso; pero recurramos ahora, a modo de aperitivo y de forma muy simplificada, a unos ejemplos que ilustran la velocidad e intensidad de estos cambios. Tomemos como parámetro la velocidad del transporte de hombres y mercancías. Desde el comienzo de la civilización hasta el establecimiento de las primeras líneas regulares de ferrocarril (primera mitad del siglo XIX), los únicos medios de transporte terrestre eran el propio hombre, los animales de carga o de tiro y el sistema de carruajes, diligencias y postas; para el transporte fluvial y marítimo, barcas y barcos movidos por la fuerza humana y por el viento. En cualquier caso, velocidades entre 5 y 15 Km/hora. Podemos decir que, en lo que a tiempo y medios de transporte se refiere, el paso del ejército de Napoleón por los Alpes camino de Roma no fue muy distinto al del ejército de Aníbal, veinte siglos antes. Con el ferrocarril, todavía en el siglo XIX, se alcanzan velocidades de 150 Km./hora y aumenta la capacidad de transportar mercancías y personas. Hoy en día, los modelos de alta velocidad permiten desplazamientos a 300 Km./hora. Al transporte colectivo siguió el individual; y con el desarrollo de los automóviles y camiones se alcanzan velocidades del orden de los 200 Km./hora. Y es también en el siglo XX cuando se desarrolla el transporte aéreo comercial, que puede desplazar mercancías y personas a velocidades desde los 1000 Km./hora de los reactores convencionales tipo Airbus a los 2 Mach1 del avión supersónico Concorde. Y, aunque todavía no tengan una aplicación comercial definida, podemos considerar los 22 Mach

1 Mach: unidad de velocidad igual a la velocidad del sonido que es aproximadamente de 1130 Km./hora

y llamada así en honor de Ernst Mach, “filósofo natural” del siglo XIX.

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de los transbordadores espaciales tipo Challenger como el límite actual de velocidad de transporte aéreo. Algo similar ocurre con la capacidad de comunicación a distancia. Hasta el siglo XIX, la máxima velocidad con que podía transmitirse un mensaje era la del caballo más rápido. La máxima audiencia era a lo sumo de unos miles de personas en un circo romano o en una plaza mayor. Con la invención y el desarrollo del telégrafo, del teléfono, de la radiodifusión, de la televisión y de los satélites de comunicaciones, un mensaje oral, escrito, visual o multimedia alcanza las antípodas en décimas de segundo, y millones de personas en todo el planeta pueden seguir por televisión un acontecimiento mundial como la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en junio de 1992. El asesinato de Abraham Lincoln, en 1865, tardó varias semanas en conocerse en Europa, mientras que el magnicidio de J.F. Kennedy, en 1963, pudo ser visto en directo por millones de norteamericanos y en diferido, a las pocas horas, por millones de europeos. Tenía razón Marshal Mc. Luhan cuando bautizó a la Tierra como “la Aldea Global” a efectos de comunicación. ¿Y el poder de destrucción, la capacidad de aniquilarse entre los hombres?. También ha crecido extraordinariamente en el último siglo gracias a la tecnología. Desde que Caín matara a Abel con la quijada de un burro –tosca y primitiva herramienta- hasta la utilización conjunta del cañón y la pólvora a partir del siglo XIV, el hombre peleaba y se mataba cuerpo a cuerpo, uno a uno. Las batallas más grandes y cruentas apenas contaban con unos cuantos centenares de muertos. El desarrollo a gran escala de las armas de fuego a partir del siglo XIX, la fabricación de explosivos potentes como la dinamita, en 1867, por Alfred Nobel o el “TriNitro Tolueno” (TNT), en 1904, el uso de carros blindados y de aviación militar hacen que los muertos en batallas y bombardeos se cuentan por decenas de miles; y, con el desarrollo de armas nucleares, los muertos en una explosión atómica podrían contarse por millones y la humanidad ser aniquilada.

Figura 1.

Representación aproximada y simplificada de la evolución de magnitudes tecnológicas Otra forma curiosa –pero significativa- de apreciar la intensidad de la evolución de la tecnología es contar el número de páginas que los libros y enciclopedias sobre la historia de la técnica dedican a las diversas épocas. Así, en Crónica de la Técnica (enciclopedia editada por Plaza y Janés) el período que va desde el 3000 a.C. hasta el

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1750 d.C. –más de cuarenta y siete siglos- ocupa ciento noventa y seis páginas, mientras que los algo más de dos siglos que van desde 1750 hasta 1986 ocupan seiscientas cuarenta y tres. En la Historia de la Tecnología, de Trevor I. Williams (siglo XXI de España Editores, S.A.), trescientas noventa y cuatro páginas cubren el período que va desde el comienzo de la humanidad hasta 1750; y desde esa fecha hasta 1950 las páginas son mil trescientas cuarenta y nueve. O la Historia de la Técnica, de C.V. Klinckowstroem (Editorial Labor, S.A.), que dedica ciento cincuenta y cinco, y trescientas setenta páginas respectivamente a los mismos períodos. Podríamos seguir con más ejemplos, como la producción de alimentos, la capacidad de almacenamiento de la información, la producción de energía y otros. En todos los casos, la evolución sería parecida: un crecimiento muy lento, a veces incluso estancamiento, desde el principio de los tiempos hasta la mitad del siglo XVIII; luego, un despegue y un crecimiento extraordinario en los siglos XIX y XX. De modo que, si representamos en un diagrama cartesiano estas evoluciones tomando como eje de abcisas el tiempo y en ordenadas unidades del parámetro representado, obtendríamos curvas del tipo de la representada en la figura 1, que muestran gráficamente que es a partir del siglo XVIII cuando el entorno humano se hace progresivamente artificial dando lugar a estirón tecnológico, aunque este cambio viniera precedido de una larga preparación, de un lento germinar que hunde sus raíces en las primeras civilizaciones históricas y comienza a brotar en la Baja Edad Media y en el Renacimiento. ¿Cómo han afectado estos cambios y la velocidad de los mismos a las pautas de comportamiento individuales y sociales del hombre?. A responder a esta pregunta dedicaremos algunas lecciones del curso; trataremos de presentar brevemente la otra cara de la pregunta ¿cómo fueron posibles estos crecimientos?.

Una nueva cultura, una nueva ciencia

“Antes de que pudieran afirmarse en gran escala los nuevos procedimientos industriales, era necesaria una nueva orientación de los deseos, las costumbres, las ideas y las metas”

[L. Mumford, op.cit.] Durante muchos miles de años, el hombre primitivo imagina los fenómenos cuyo mecanismo no llega a entender como promovidos y regidos por fuerzas mágicas, ocultas y oscuras que él se representa según los dictados de su propia voluntad. Predomina la creencia en la actividad voluntaria de seres orgánicos e inorgánicos y de los fenómenos de la naturaleza, que supone animados de un alma antropomórfica. Es una civilización animista, en la cual las explicaciones de los fenómenos naturales se basan en religiones, mitologías, magias y fantasías. El repertorio de actos técnicos es muy limitado y casi siempre confundidos con los actos naturales. Aunque hay inventos, éstos son casi siempre fruto del azar y obedecen al principio de similitud o imitación de la naturaleza. Es, en la evolución de la técnica, el estadio que José Ortega y Gasset denomina técnica del azar, que comprende desde el principio de la humanidad hasta las civilizaciones históricas de Oriente Medio y Egipto.

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Durante las civilizaciones históricas del Oriente Próximo, Medio y Extremo, de Grecia y Roma y de la Edad Media el repertorio de actos técnicos va creciendo y la proporción entre la importancia de lo artificial y de lo natural para el desarrollo de la actividad del hombre va aumentando; pero la base sobre la que el hombre se apoya sigue siendo la naturaleza. El orden en el mundo natural era algo que venía dado por el mundo sobrenatural, que lo expresaba por mitos, creencias y religiones. La verdad solo podía ser conocida mediante la argumentación de los filósofos y la fe de los teólogos. El sol giraba alrededor de la Tierra porque lo decía la Biblia y afirmar lo contrario era una herejía. En la Europa Occidental de la Edad Media, con el triunfo y la consolidación del cristianismo, los pensadores eran los filósofos y los teólogos, y la única autoridad, la escolástica. En Grecia se da un comienzo de pensamiento racional aplicado a la explicación de la naturaleza, especialmente por los filósofos jónicos. Pero, con el predominio posterior de la filosofía socrática, más preocupada por el saber acerca de los dilemas del hombre y de los ideales de belleza y virtud y que consideraba el saber positivo sobre la naturaleza como impropio de gente noble e instruida, ese nacer de la filosofía natural y de la función de la técnica quedó abortado. Volveremos a tratar con más detenimiento esta época y su relación con la ciencia y la técnica en otra parte del curso. No había conciencia de la técnica como método intelectual que opera en la creación técnica de la invención. Sin embargo, la Europa Medieval, apropiándose de gran cantidad de inventos y artefactos procedentes de los árabes –quienes, a su vez, los tomaron de la civilización oriente, de los griegos, los romanos y los bizantinos-, realizó una labor de integración y de utilización de técnicas, instrumentos y máquinas en la vida cotidiana, desarrollando lo que con lenguaje actual llamamos un proceso de innovación tecnológica. El conjunto de crecimiento y diversificación de actos técnicos hizo que aumentaran las personas especializadas en la construcción y empleo de artefactos, utensilios, instrumentos y máquinas: los artesanos, que eran a un tiempo el técnico y el obrero. De ahí que Ortega y Gasset denomine técnica del artesano a toda esa época que va desde el siglo XX a.C. hasta el siglo XVIII. Pero incluso las máquinas motrices por excelencia de este período –molinos de agua y de viento- dependían de las fuerzas de la naturaleza; es decir, predominaba lo natural frente a lo artificial. El desarrollo de máquinas e instrumentos de medida del espacio y del tiempo –la brújula, el compás y, sobre todo, el reloj mecánico- condujo a la afición por la mecánica, y los reyes y príncipes de naciones y repúblicas –Francisco I, Carlos V, Ludovico Sforza, entre otros- patrocinaban a los constructores de máquinas e instrumentos. Como señala L. Mumford, “durante los siglos XV y XVI la mecánica se convirtió en la nueva religión y dio al mundo un nuevo Mesías: la máquina”. La afición por la medida condujo primero al empirismo y, después, al nacimiento de la nuova scienza o ciencia experimental. A esto contribuyó el hecho de que, durante los siglos XVI y XVII, una serie de filósofos de la naturaleza –como Bacon, Descartes, Pascal, Galileo, Newton y otros- cuestionan abiertamente la filosofía especulativa y la argumentación escolástica como únicas formas del conocimiento y, pasándose al otro extremo, defienden la experimentación como otra forma –a veces la única- de conocimiento, al mismo tiempo que los fines de la vida práctica encuentran su justificación en esta filosofía natural. Para Galileo, las cualidades de la naturaleza que

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no pueden medirse –olor, sabor, color- no tienen sentido. Lo único importante son el tamaño, la forma, la cantidad y el movimiento; y el único lenguaje de la naturaleza son las matemáticas. En la Casa de Salomón de la Nova Atlantis (Francis Bacon, 1627), los filósofos, los artistas y los maestros no entraban; sólo inventos e inventores2. Esa nueva forma de pensar, esa nueva forma de hacer, esa nueva forma de sentir la naturaleza que se inició en el Renacimiento y se desarrolló durante los siglos XVI y XVII culmina en el siglo XVIII, siglo de consolidación de la ciencia física experimental, del nacimiento de la técnica del técnico (como denomina Ortega y Gasset al tercer estadio de la evolución de la técnica), del triunfo de la razón y la máquina, de la Ilustración, de la Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des metiers de D. Diderot y J.L.R. d’Alembert, publicada en 1751, que compendia el nuevo camino iniciado algunos siglos antes y es el símbolo de una nueva cultura. A partir del sigo XVIII, el hombre –principalmente el europeo y el nórdico- toma conciencia de que puede inventar, de que hacerlo es útil, apreciado y retribuido, y se inicia el despegue y crecimiento exponencial al que aludíamos anteriormente, que continúa en nuestros días y que ha hecho que, en sólo dos siglos, predomine en la vida humana la sobrenaturaleza artificial frente a la naturaleza sin adjetivos. ¿En qué consistió esa nuova scienza?. ¿Cuáles eran sus valores, sus postulados?. ¿Quiénes fueron algunos de sus precursores?. ¿Cómo influyó esta nueva forma de pensar en las nuevas formas de hacer?. Algunas lecciones posteriores tratarán de dar respuestas a estas preguntas.

Los límites del crecimiento Con el título que encabeza este apartado, el Club de Roma publicó (1972) uno de sus informes periódicos sobre asuntos de interés mundial. En él alertaba acerca de los peligros de un crecimiento incontrolado de la población mundial y de los riesgos de la “contaminación intensa y dañina del agua y del aire producida por los residuos industriales y biológicos” (Definición de polución dada por una enciclopedia). En la década de los setenta empiezan a ser de uso corriente términos como polución, medio ambiente, ecología y otros que indican que la sociedad toma conciencia de los peligros derivados de la contaminación ambiental –conciencia que ha ido creciendo y que, actualmente, hace que vaya prestándose una atención cada vez mayor a los procesos industriales de producción y a la eliminación de los residuos procedentes de los mimos. El asunto no es, sin embargo, nuevo. Arranca –no podía ser de otro modo- con el despegue y crecimiento de la actividad tecnológica al que venimos refiriéndonos.. Y, si pudiéramos dibujar una gráfica de la evolución diacrónica de la cantidad de residuos y de la peligrosidad de los mismos, ésta tomaría la misma forma que las de velocidad, energía y almacenamiento de la información o de cualquier otra variable tecnológica. 2 Recordemos que la Casa de Salomón es el precedente de la Royal Society of London for Improvement

Natural Knowledge, fundada en 1660, unos años después que la Academia dei Lincei (Roma), en la que enseñó Galileo, y unos años antes que las Academias de la Ciencia de París y de Berlín.

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La situación ha sido descrita con enorme crudeza por Lewis Mumford, de cuyo libro Técnica y Civilización entresaco algunos párrafos:

“La primera marca de la industria paleotécnica (1750-1875) fue la polución del aire. Las nuevas fábricas construyeron máquinas de vapor y chimeneas sin esfuerzo alguno para conservar la energía quemando totalmente los productos de la combustión. Así como se mantuvo el ruidoso golpeo de la máquina original de Watt, en contra de su deseo de suprimirlo, como una grata marca de poder y de eficiencia, el humear de la chimenea de la fábrica, que contaminaba el aire y desperdiciaba energía, cuya capa de humo aumentaba el número y el espesor de las tinieblas naturales disminuyendo más aún la luz del sol, este emblema de una técnica tosca e imperfecta se convirtió en el símbolo de la prosperidad... La contaminación y la suciedad de una pequeña fábrica de hierro situada en campo abierto podía absorberse e eliminarse con facilidad. Al reunirse veinte grandes fábricas de hierro, concentrando sus efluvios y sus productos de deshecho, era inevitable el deterioro completo del ambiente”. “En las nuevas industrias químicas que surgieron durante este período, no se hizo ningún esfuerzo serio para combatir la contaminación del aire y de las aguas, ni tampoco para alejar dichas industrias de las zonas habitadas de las ciudades. De las fábricas de sodio, de amoniaco, de cemento, de las de gas, salían polvo, humos, efluvios, a veces nocivos para los organismos humanos”. “Si la contaminación atmosférica fue la primera característica de la industria paleotécnica, la de las aguas fue la segunda. Verter los productos de deshecho químicos e industriales en las corrientes de agua fue algo característico del nuevo orden. A donde fueran las aguas, los ríos se ensuciaban y hacían tóxicas las aguas: los peces morían o se veían obligados a emigrar”. “En la ciudad industrial existía una tercera forma de contaminación. La del excremento humano vertido sin consideración en los ríos y las aguas de las mareas sin ningún tratamiento previo. Los ríos, como el Támesis y el Chicago, se convirtieron en poco menos que cloacas abiertas al aire”. “En este mundo paleotécnico, las realidades eran dinero, precios, capital, acciones: el ambiente mismo, como la mayor parte de la existencia humana, se trataba como una abstracción. El aire y la luz del sol, por su escaso valor de cambio, no tenían realidad alguna”.

Estos textos fueron publicados por primera vez en 1934. ¿Ha cambiado desde entonces la situación?. Sin duda. Por un lado, la propia tecnología fue perfeccionando sus procesos y, bajo la presión social, creando procesos descontaminantes. Por otro lado, y como consecuencia del crecimiento exponencial de la tecnología, surgieron nuevas formas de contaminación: las mareas negras derivadas del transporte del petróleo; el plomo, el monóxido de carbono y el azufre derivado de la combustión de motores de automóviles, transporte y calefacciones urbanas; la lluvia ácida, los aerosoles; y, sobre todo, la radiación nuclear, los deshechos radioactivos. Sucesos como la marea negra del Golfo de Campeche (México, 1979), o la explosión de la central nuclear de Chernobil (Rusia, 1986), o el envenenamiento del Rin por vertidos de la empresa Sandoz (Alemania, 1986), o el escape de gas tóxico de Bopal (India, 1984) nos recuerdan a diario los peligros creados por el desarrollo tecnológico.

Tecnología y Sociedad: para bien y para mal Comenzamos esta introducción afirmando que la técnica se ha insertado de tal modo en las condiciones de vida humana que ésta, tanto en sus aspectos individuales como en los

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sociales, no sería posible sin aquélla. Hemos esbozado muy someramente algunas de las influencias mutuas entre formas de cultura y desarrollo tecnológico. Se han dado unas pinceladas cuantitativas sobre el crecimiento de tecnologías en los dos últimos siglos, sin el cual no sería concebible nuestra sociedad actual. Y, finalmente, se han pintado con tintes sombríos algunos de los aspectos negativos que produce el desarrollo tecnológico sobre la sociedad. Todas estas interrelaciones serán desarrolladas con más amplitud a lo largo del curso; pero creo que un par de cuestiones quedan claras:

Que la tecnología es uno de los factores determinantes del cambio social, Que el tipo de cultura o civilización imperante determina en gran medida el

tipo de desarrollo tecnológico

Esto es tan obvio que puede parecer una perogrullada repetirlo. Pero no por obvia deja de ser una relación compleja, no siempre bien entendida y cuya falta de atención y de comprensión produce distorsiones en la sociedad y en los individuos. Cuando estudiemos la Revolución Industrial, tendremos ocasión de analizar con más detalles cómo el desarrollo industrial propició unas condiciones de trabajo inhumanas que poco a poco fueron corregidas, de modo que, al cabo del tiempo, el resultado global de la Revolución Industrial fue positivo, hasta tal punto que hoy pocos pueden dudar que el ciudadano inglés es más libre que el súbdito chino y que la sociedad británica es más justa, más equilibrada, más cómoda, más rica que la sociedad china. La pregunta que uno puede hacerse es si no podrían haberse estimulado los factores intrínsecos del desarrollo tecnológico evitando o minimizando al mismo tiempo las consecuencias desagradables sobre la sociedad. La historia nunca se repite, pero despreciarla lleva a cometer errores parecidos. De aquí que su estudio y su consideración sean importantes. Algunas de las consecuencias negativas de la Revolución Industrial quedaron enunciadas en el apartado anterior. Eran relativas al deterioro del medio ambiente físico, que es el que vemos, en el que nos movemos, en el que vivimos. Es, pues, el más evidente y está fuertemente relacionado con tecnologías como la química, la energética, la nuclear, la agroforestal, la mecánica y otras. Fijemos por un momento nuestra atención en otra tecnología: la electrónica. Recurro para ello a otro informe del Club de Roma (del que está tomado el título de este apartado): Microelectrónica y Sociedad: para bien o para mal, de G. Friedrich y A. Schaff, publicado en 1982. Uno de los párrafos de su introducción reza así:

“Se ocupa [el informe] de un fenómeno de reciente aparición que ya está ejerciendo una profunda influencia en nuestras vidas y que las afectará aún más en el futuro próximo; nos referimos a las nuevas tecnologías basadas en la microelectrónica, que mediante la miniaturización, automatización, computerización y robotización, transformará de manera radical nuestras vidas incidiendo en casi todas sus facetas: trabajo, hogar, política, ciencia y paz”.

Una referencia más, bastante autorizada e importante, sobre la influencia de la tecnología en la sociedad. Obsérvese el subtítulo: para bien o para mal. Otros pensadores como Julián Marías prefieren apostillar “para bien y para mal” [J. Marías, 1985]. No es caprichoso usar la copulativa o la disyuntiva, y ocasión tendremos de pensar sobre ello. Lo que interesa dejar claro ahora es que la tecnología, como el dios

Ingeniería y Civilización - Introducción

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Jano, tiene dos caras: una que mira hacia la ampliación del horizonte de la actividad humana, y otra que mira hacia las limitaciones y riesgos que dicha actividad comporta. Las innovaciones tecnológicas son en sí mismas poderosos medios para mejorar el bienestar del hombre, para hacerlo más libre, más feliz. Ocurre, sin embargo, sobre todo en nuestra época, que, como señalaba Max Weber, los medios pueden convertirse en fines subvirtiendo el necesario orden de prioridades de la acción humana, llevándonos al determinismo tecnológico que, basado en la realidad cierta de la conveniencia e inevitabilidad del desarrollo técnico, limita los fines, los confunde con los medios e ignora las consecuencias. Es tan necesario y conveniente, además de inevitable, que el determinismo antitecnológico no tiene sentido, aunque a lo largo de la historia ha habido movimientos y doctrinas que se opusieron al avance de la máquina. Lo que una reflexión completa y no sesgada sobre la tecnología y la sociedad debe proporcionarnos es la voluntad de equilibrar ambos tipos de progreso: el tecnológico y el social. Buscando rótulos con los que denominar al siglo XX, un ingeniero y empresario notable, Simón Ramo, en su libro What is wrong with our technological society and how to fix it [S. Ramo, 1983] ha propuesto llamarlo el siglo de la desadaptación, puesto que el enorme crecimiento de la tecnología no ha ido acompañado por un progreso social parecido. Quizás el conocimiento y la apreciación de la tecnología y su historia ayuden a los científicos e ingenieros a no confundir medios con fines; y, a los científicos sociales y humanistas, a tomarse en serio la tecnología y a apreciar su importancia y no sólo su uso.

Ingeniería y Civilización – Técnica, Tecnología e Ingeniería

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Introducción: ¿Qué es la técnica? Tratando de explorar lo que se entiende por técnica, lo primero que se podría decir es que es algo importante sin lo cual no se podría vivir en la sociedad actual. Basta para justificarlo recordar lo escrito en la introducción al curso sobre la “sobrenaturaleza artificial” en la que vive el hombre, o el párrafo de J. Ortega y Gasset al referirse a la técnica como: “es pues, hoy una de las máximas dimensiones de nuestra vida, uno de los mayores ingredientes que integran nuestro destino”. Si preguntamos a una persona de cultura media, probablemente identificará a la técnica a través del técnico, siendo éste alguien que maneja máquinas, aparatos y herramientas de un cierto nivel de complejidad cuyo uso requiere un grado de especialidad que ha adquirido a través de un proceso de aprendizaje y entrenamiento, lo cual supone asignar al técnico un saber hacer que no poseen las demás y que conlleva una cierta garantía de éxito que sirve para excluir a los que no saben, con lo cual poseer la técnica es tener poder. El lenguaje popular también relaciona la técnica con la destreza, la pericia, la habilidad, e incluso como contrapunto a la fuerza y así reza el dicho: “más vale maña que fuerza”. Que la técnica es algo más que el manejo de máquinas y aparatos se comprende fácilmente si pasamos a un terreno muy distinto y también popular. Así, en el deporte, también se habla de que tal boxeador es más técnico que otro, o se comparan el fútbol-fuerza practicado por tal equipo con el fútbol-técnica desarrollado por otro equipo. También se habla de técnicas contables, o de técnicas de relajación mental, o de técnicas de expresión, es decir, actividades que poco o nada tienen que ver con aparatos, máquinas o herramientas complejas. ¿Qué significa técnica en estos casos o parecidos? Probablemente la ejecución de unas tareas bajo un conjunto de normas, métodos o procedimientos que suponen una estrategia planificada y estudiada de antemano para lograr algún fin con mayor eficacia y rendimiento que si se hicieran solo con el sentido común y la buena voluntad. Así pues, identificamos ya dos grandes áreas de la actividad humana a las que hace referencia la técnica: una, la más antigua, la más extendida, que entiende por técnica el manejo de máquinas, aparatos, instrumentos y herramientas para realizar labores con menor esfuerzo y mayor eficacia, para resolver problemas que de otro modo serían difícilmente resolubles; y la segunda que comprende un conjunto de normas, métodos y procedimientos encauzados también a lograr un objetivo. Quizás ambas facetas pueden reunirse en una sola definición tal como la de una enciclopedia que dice que la técnica es el conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia, arte, oficio o actividad intelectual para producir una obra de cualquier tipo o un resultado.

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Debemos observar, sin embargo, que en casi toda actividad técnica intervienen elementos de ambas áreas. El técnico que planifica las tareas, tiempos y personas para lograr el ensamblaje de un automóvil en una cadena de producción participa más del segundo concepto de técnica, mientras que el que está en la cadena manejando máquinas y herramientas para producir el montaje tiene que ver mucho más con el primer aspecto. Etimológicamente, la palabra “técnica” procede del griego Τεχυη que denominaba no lo que hoy entendemos por arte, sino el saber práctico orientado a la producción. De hecho, hasta el siglo XIX en que se disocian los usos en los conceptos de “artes” y “técnicas”, todas las actividades que hoy caen dentro de la palabra técnica se denominaban como artes. En la Edad Media, la “mecánica” era una de las siete artes liberales y en los libros que hoy denominaríamos como “técnicos” se escribía sobre el arte de tejer o el arte de forjar armas, o las artes industriales y lo confirman así los doce grabados de estas artes que encontramos en el muestrario de un ilustrador de libros de comienzos del siglo XIII del convento de Rein. Incluso en pleno siglo XVIII la “Enciclopedia” de Diderot y D´Alambert se subtitula “Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des metiers”, refiriéndose la palabra “artes” a las “técnicas”, y aún hoy existen en Francia y en España “Escuelas de Artes y Oficios” que en cierto modo son las precursoras de las Escuelas Técnicas de Ingenieros Industriales. Es en la segunda mitad del siglo XVIII cuando con la creación de las Escuelas Técnicas y Politécnicas y la parición de los cuerpos de ingenieros civiles, se comienzan a separar los conceptos de arte y de técnica. Hasta el siglo XVIII, el “artesano” es el técnico por excelencia y es difícil distinguir sobre todo en actividades ligadas a la construcción donde acaba el “maestro de obras” y donde empieza “el artista”. Un hombre destaca en el Renacimiento como paradigma de esta época, Leonardo Da Vinci, genio tanto en el campo de las “bellas artes” en la faceta de pintor como en las “artes mecánicas” como diseñador y constructor de “artefactos” militares. Sin duda, aún hoy, todas las artes utilizan herramientas, materiales y procedimientos (técnicas) para realizar sus obras y en muchas técnicas hay un punto de destreza, de maña, de diseño (arte) para conseguir el producto. Hay actividades como la Arquitectura o la Ingeniería Civil donde a veces arte y técnica se confunden. Quizás la diferencia entre arte y técnica, clara en sus extremos, está más en los objetivos que se persiguen predominando en el arte la creación, la contemplación y la belleza y en la técnica la producción, la utilidad, el valor práctico.

La técnica como reforma de la naturaleza En el libro “Meditación de la técnica”, ya mencionado, el filósofo Ortega y Gasset hace una excelente interpretación de la técnica que considero interesante resumir, intentando al tiempo despertar la curiosidad del alumno para que lea y medite el libro citado. La técnica es la reforma de la naturaleza para lograr el bienestar del hombre. La naturaleza, entorno donde vive el hombre, ofrece a éste facilidades y dificultades. Existe el Sol, fuente de energía por excelencia; existe la Tierra, con sus recursos minerales y

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vegetales; existe el Agua, imprescindible para la vida humana; existe el Aire, sin el cual no habría vida animal ni vegetal; y existen otros elementos que permiten la existencia de la vida, el estar. Pero estos recursos no están repartidos por igual en todo el planeta, ni su aprovechamiento allí donde existen resulta siempre fácil. Un océano es una fuente de recursos pesqueros enorme, pero si no se dispone de medios para la navegación y la pesca no sirve para nada. A poco que piense, el lector encontrará numerosos ejemplos de esta doble función: facilidad-dificultad, que la naturaleza presta al hombre. Si todo fueran facilidades, viviríamos en el Paraíso y no necesitaríamos de la técnica para ser felices. Si todo fueran dificultades no se podría vivir y por lo tanto tampoco habría técnica. Y con ambas cosas presentes, sin la técnica el hombre habría quedado reducido a una especie animal que solo sobrevive si se adapta al entorno en el que vive. Pero el hombre posee una capacidad para pensar –homo sapiens- y una capacidad para hacer –homo faber- que le lleva no solo a querer estar, sino a desear bienestar y por ello modifica el entorno en que se encuentra para adaptarlo a sus necesidades y deseos. La técnica, reforma de la naturaleza, implica, pues la adaptación del medio al sujeto, lo cual supone un movimiento en dirección inversa a todos los biológicos, en los cuales es el sujeto el que se adapta al medio. Los animales no son seres técnicos, se contentan con estar. La reforma de la naturaleza la lleva a cabo el hombre mediante la realización de una serie de “actos técnicos” que pretenden:

1. Asegurar la satisfacción de sus necesidades, empezando por las más elementales.

2. Lograr la satisfacción con el mínimo esfuerzo, liberando al hombre de tareas repetitivas y fatigosas que le permitan.

3. Crear posibilidades completamente nuevas que desarrollen la sobrenaturaleza artificial.

La necesidad y el deseo en la creación técnica

Si el hombre siente hambre necesita comer. Alimentarse es un acto natural y en el paraíso bíblico esta necesidad quedaba satisfecha sin más. Pero no existen paraísos y para alimentarse el hombre primitivo caza, lo cual ya supone el uso de unas herramientas o armas elementales y una cierta táctica. Es decir, cazar ya es un acto técnico elemental. En un estadio un poco superior, el hombre siembra, recolecta y elabora los alimentos, actos indiscutiblemente técnicos y no naturales. Luego construye sistemas de riego llevando el agua adonde no la hay, transporta excedentes a regiones donde no existen los alimentos, construye máquinas que eliminan esfuerzo físico y mejoran el rendimiento, inventa sistemas de almacenamiento, conservación y distribución de semillas y alimentos. Y finalmente produce alimentos totalmente sintéticos o artificiales, de modo que podemos afirmar que desde el punto de vista técnico, la necesidad primaria de alimentarse ha quedado resuelta a través del desarrollo de un conjunto cada vez más complejo de actos técnicos que hoy constituyen un área científica y tecnológica de enorme importancia mundial. Sin duda, alguien podrá objetar

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que hay zonas del mundo donde existe el hambre. Así es, pero la resolución de ésta necesidad no es de índole técnica sino política, aspecto que será tratado en las últimas lecciones del curso.

Desplazarse también puede considerarse una necesidad elemental. Para huir de una catástrofe, para buscar alimentos, para cazar, el hombre necesita moverse de un lugar a otro y, para ello, anda o corre, es decir, realiza actos naturales. Explorar nuevas tierras, conquistar nuevos dominios, son actividades donde se pueden mezclar necesidades y deseos. Descubrir continentes era más un deseo que una necesidad perentoria.

Poco habría conseguido la humanidad solo con el acto natural de andar, si no hubiera sido con actos técnicos con los cuales va creando vehículos y artefactos –desde la rueda al ferrocarril, desde la canoa al transatlántico- con los cuales colma primero sus necesidades y luego sus deseos.

Y volar, ¿era necesario?. Sin duda, no. Sin embargo siempre soñaron con el vuelo y todas las religiones y mitologías expresan ese deseo: los ángeles del cristianismo, mensajeros a distancia; dioses vikingos como Locki y Freyja que adquirían formas de aves para viajar; o el conocido mito de Dédalo. Éste último era considerado por los griegos el mayor de los artesanos e inventores entre los mortales. Encerrado en una isla junto a su hijo Ícaro por el rey de Creta, Minos, el artesano confeccionó unas alas con cera y plumas y aconsejó a su hijo que no volara cerca del sol, pero en cuanto se lanzaron al aire, Ícaro olvidó el consejo, se fundió la cera de las alas y cayó al mar, que desde entonces lleva su nombre. ¡Buena lección sobre los límites de la soberbia técnica¡ La alfombra mágica de las Mil y Una Noches, las botas de siete leguas y tanto otros cuentos y leyendas son expresiones inequívocas del deseo de volar, de imitar a las aves, de vencer un obstáculo de la naturaleza. Roger Bacon (1214-1294) uno de los primeros profetas del desarrollo tecnológico, ya anticipó algunas profecías sobre el vuelo, y el genial Leonardo Da Vinci (1452-1519) diseñó artefactos para volar y estudió el vuelo de las aves. Tuvieron que pasar varios siglos hasta que en 1903 los hermanos Orville y Wilburg Wright realizaron los primeros aviones comerciales y desde entonces hasta hoy se han ido desarrollando diversos tipos de aeronaves que permiten un tráfico aero-comercial mediante el cual se desplazan personas y mercancías a velocidades grandes, con comodidad aceptable y con costes asequibles.

A veces las necesidades son evidentes, son sentidas, sobre todo cuanto más básicas, primarias o perentorias son. A veces se encadenan y la resolución de un problema conduce a la necesidad de resolver otros, en principio no tan aparentes. Otras veces, muchas en nuestro siglo, el deseo de poseer algo, de utilizar algún artefacto surge después de la invención. Podríamos hablar entonces de necesidades creadas. Como decíamos antes, una vez resueltas y satisfechas las necesidades y los deseos más primarios, la técnica crea posibilidades completamente nuevas que una vez conocidas, despiertan nuevos deseos de modo que lo que para un aldeano de una tribu amazónica puede ser superfluo, para un ciudadano de Madrid puede ser necesario, con lo cual tiene sentido la frase de Ortega y Gasset de que “la técnica es la producción de lo superfluo”.

¿Fue inventada la televisión como resultado de una necesidad sentida por la sociedad? Claro que no. Estamos ante un caso, como tantos otros, en que el anhelo y el esfuerzo

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de muchos individuos culminan en una innovación que una vez conocida por la sociedad va penetrando en la misma hasta convertirse en necesidad, por delante, incluso, de otras necesidades más primarias. La segunda mitad del siglo XIX fue pródiga en interés por los fenómenos eléctricos y en inventos relacionados con los mismos. En Europa y en Estados Unidos muchos científicos e ingenieros elaboraban teorías, realizaban experimentos e inventaban artefactos. Para una reducida parte de la sociedad, la electricidad jugó en la segunda mitad del siglo XIX un papel parecido al que la mecánica en la segunda mitad del siglo XVIII. Transmitidos los signos alfanuméricos a distancia a través del telégrafo, transmitida la voz a distancia a través del teléfono, no debe extrañarnos que hubieran a uno y otro lado del Atlántico numerosos “técnicos soñadores” que pensaran como transmitir eléctricamente imágenes a distancia. No es este el momento de hacer una historia, aunque breve, de la televisión; tiempo habrá en otro momento del curso. Señalemos únicamente que desde aproximadamente 1862 hasta después de la Segunda Guerra Mundial, primero las imágenes fijas facsímil de Caselli, Senlecq, Belin o P. Nipkow o las móviles de J.L. Baird, AT&T o Telefunken, no se implantó comercialmente un poderoso sistema de comunicación de masas del cual no pueden prescindir los políticos para su propaganda, las grandes empresas para su publicidad y los individuos para su entretenimiento o evasión. Estamos pues, repito, ante un caso evidente de necesidad creada.

Caso distinto, sin duda es el desarrollo de la máquina de vapor. Como tendremos ocasión de estudiar con algo más de detalle al tratar de las eras Eotécnica y Paleotécnica, durante la primera, la madera era el material por excelencia. Como señala L. Mumford: “Como materia prima, como máquina herramienta, como máquina, como utensilio y como obra, como combustible y como producto final la madera era el recurso industrial dominante de la fase Eotécnica”. De modo que a finales del siglo XVII, el consumo de madera en Gran Bretaña era enorme pues, además de su uso como combustible propio y transformado en carbón de leña para la fundición del hierro, se usaba como material de construcción de viviendas y de la Real Flota. De haber seguido aquel ritmo de uso en poco más de un siglo se habría desforestado Inglaterra. Una solución inicial era sustituir la madera por el carbón mineral como combustible y desarrollar a su vez la incipiente industria siderúrgica para utilizar el hierro como material de construcción. El carbón era muy abundante en Gran Bretaña pero su extracción presentaba el problema del achique de agua en las galerías de las minas. En minas poco profundas esto se resolvía con bombas manuales o accionadas por caballos o norias hidráulicas. Pero a medida que se profundizaba más, estos sistemas eran poco eficaces. Por otro lado, los experimentos de accionar resortes con la presión del vapor de agua eran conocidos desde la publicación de la “Neumática” de Herón de Alejandría sin que hasta entonces el uso del vapor hubiera pasado de curiosidad o juego. Una necesidad sentida y urgente orientó el esfuerzo y el ingenio de unos primitivos ingenieros mecánicos que desarrollaron la “máquina atmosférica” (T. Savery, T. Newcomen) para bombear el agua de las minas y que condujo poco después a la máquina de vapor de J. Watt, símbolo de la revolución industrial.

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¿Qué impulsa actualmente la investigación y el desarrollo de las llamadas energías renovables (solar, térmica, biomasa) o de la fusión nuclear sino la necesidad de sustituir los combustibles sólidos no renovables, contaminantes y peligrosos?

Necesidad, deseos, anhelos, sueños..., etc., todo ha jugado y seguirá jugando un papel importante en el desarrollo de la técnica. En la búsqueda del bienestar, la reforma de la naturaleza, como todo cambio o mutación, es un movimiento con sus dos términos: “a quo” y “ad quem”. El término “a quo” es la naturaleza según está ahí. Para modificarla hay que fijar el otro término hacia el cual se va a conformar. El término “ad quem” es el programa vital del hombre, sus deseos. La técnica resulta ser así una función de la variable “programa humano” por lo que querer estudiar la técnica como una entidad independiente desprovista de valores, como si estuviera dirigida por un vector único conocido de antemano es un error grave. Distintos pueblos, diferentes civilizaciones han tenido, tienen y tendrán distintos programas vitales, distintos perfiles de bienestar y en consecuencia desarrollarán distintos tipos de técnicas. ¿Por qué la Revolución Industrial se inicia en Inglaterra y no en Castilla? ¿Era el concepto de bienestar el mismo para un chino del siglo XVIII que para un europeo? Estas y otras preguntas serán abordadas en las últimas lecciones del curso, aunque a lo largo de los capítulos que dedicaremos a la historia de la técnica surgirán ejemplos con los que podremos contrastar las ideas ahora expuestas. Por ahora invito al lector a que se plantee ejemplos de innovaciones técnicas y busque la causa o causas de las mismas.

Estadios de la Técnica Como movimiento para la reforma de la naturaleza, la técnica ha ido evolucionando a lo largo de la historia del hombre. Puede estudiarse esta evolución según el factor que se elija –fuentes de energía empleadas, aparición de inventos, etc.-, y ya tendremos ocasión de estudiar el enfoque clásico de Lewis Mumford en “Técnica y Civilización”. Ahora, y siguiendo el resumen de Ortega y Gasset, analizaremos la evolución tomando como factor la relación misma entre el hombre y su técnica, de la idea que el hombre ha ido teniendo de la función técnica. Partiendo de este principio, podemos distinguir tres enormes estadios en la evolución de la técnica:

1. La técnica del azar

2. La técnica del artesano

3. La técnica del técnico (¿la tecnología?)

La primera es la propia del hombre pre y protohistórico y de los pueblos primitivos que aún quedan. El repertorio de actos técnicos es limitado y casi confundido con los actos naturales, cuando no atribuidos a fuerzas mágicas o sobrenaturales. Apenas hay diferenciación o especialización y todos los miembros de la colectividad hacen flechas, herramientas toscas, cultivan los campos, etc. Es la fase de resolución de necesidades

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más elementales y cada cual resuelve las suyas sin que haya apenas factor de producir para cambiar.

La técnica del artesano es ya la de Egipto, Grecia, Roma y la Edad Media. El repertorio de actos técnicos ha crecido mucho y algunos son tan complicados que no puede ejercerlos todo el mundo: surge la especialización. Se tienen ya conocimientos de astronomía y geometría que permiten diseños y construcciones siguiendo una cierta planificación. El modo de adquisición de la técnica es el aprendizaje basado en la transmisión de experiencia para cada actividad o rama concreta sin que haya un sustrato general o común que permita hablar de técnica. Se sabe que hay técnicos-artesanos, que hay actos y obras técnicas, pero no se tiene conciencia clara de que hay técnica. Sigue siendo una actividad centrada en el hombre o la comunidad que consume y disfruta sus propios productos. Salvo en algunas realizaciones del imperio romano, las grandes obras técnicas, -mausoleos, templos, catedrales- están orientados por necesidades de tipo religioso. El factor de producción para muchos no ha llegado aún. Hay instrumentos, hay herramientas, pero no hay apenas máquinas. Por otro lado, y teniendo en cuenta los dos aspectos del concepto de técnica que vimos anteriormente, es decir, por un lado el plan de actividad, el método, el procedimiento, -la mechané de los griegos- y por otro lado la ejecución de ese plan, resulta que casi siempre están mezclados, de forma que el artesano es a la vez el técnico y el obrero.

Algunos de los rasgos señalados para resumir la técnica del azar y la técnica del artesano nos llevan a caracterizar el tercer estadio, la “técnica del técnico”. Esta fase comienza de forma tímida en el siglo XVI, dejándose influir de la forma de hacer de la ciencia a través del experimento y del instrumento. El número de actos técnicos crece enormemente u proliferan los inventos produciéndose el tránsito del nuevo instrumento de las máquinas, esto es, el aparato que actúa por sí mismo con la ayuda al hombre (resulta interesante a este respecto recordar que, a la primera máquina propiamente tal, el “telar de Robert” creado en 1825 se le dio el nombre de “self-actor” y de ahí la primera denominación de selfatinas). El técnico y el obrero, que estaban unidos en el artesano, se separan y al quedar aislados conducen a la diferenciación entre obrero y técnico, este último dando lugar en el siglo XIX a la aparición del ingeniero.

Con todo, la diferencia más importante respecto al estadio anterior es que se toma conciencia de que existe la técnica como tal y surge el tecnicismo como método intelectual que opera en la creación técnica. Antes de inventar se sabe que se puede inventar, lo cual equivale a decir que antes de tener una técnica concreta se tiene la técnica. En la reforma de la naturaleza, la técnica abandona el principio de similitud que le lleva a resolver los problemas imitando a la propia naturaleza y pone en marcha un conjunto de reglas que le permiten la organización de una máquina industrial que transforma el entorno a través de operaciones no naturales y más abstractas.

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¿Qué es la tecnología?

Un conocido filósofo de la tecnología, A. Quintanilla, ha escrito: “La tecnología moderna, a partir de la Revolución Industrial, configura de forma decisiva todo el ámbito de la experiencia humana: altera la realidad, nuestra forma de representarla y explicarla y nuestros criterios para validarla” [Quintanilla, 1988].

Frase que tiene bastante parecido con la ya citada de Ortega y Gasset referida a la técnica y que nos hace pensar que no hay mucha diferencia entre ambos conceptos. Así es en efecto y en el lenguaje corriente se usan indistintamente con frecuencia las mismas palabras: técnica y tecnología, para referirse a las mismas actividades. Sin embargo, si queremos ser un poco más precisos, hemos de reconocer que no son la misma cosa.

Por un lado, hemos de señalar que el uso común de la palabra tecnología es más moderno que el de la palabra técnica. En Europa comienza a usarse a finales del siglo XVIII y en España hacia el último tercio del siglo XX. Apenas se identifica a ninguna persona como “tecnólogo” siendo, en cambio, muy habitual denominar como técnico a quienes están relacionados con la actividad técnica e incluso con la tecnología. Nadie llamaría tecnólogo a un entrenador de fútbol, a un experto en el manejo de máquinas o instrumentos complejos. Por otro lado, la palabra tecnología parece más culta, más científica que la palabra técnica, que añade a ésta conocimientos y teorías más complejas y elaboradas que requieren normalmente estudios superiores. Si del sentido común pasamos a acepciones más eruditas, leemos en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia que tecnología es “el conjunto de los conocimientos propios de un oficio o arte industrial” mientras que para la técnica indica que es el conjunto de procedimientos,..., etc. Etimológicamente tecnología es el estudio racional de la técnica o como se entendía al final de la Edad Antigua “la ciencia” tratada según las normas del arte (técnica). Parece claro, pues, que a las características que definían la técnica clásica, tales como pericia, habilidad, manejo de instrumentos y máquinas, etc., la tecnología añade el conocimiento científico. Teniendo en cuenta que la ciencia experimental nace en el siglo XVII y que la ciencia comienza a aplicarse a los procesos industriales a partir del siglo XIX no debe sorprendernos la modernidad en el uso de esta palabra, y dada su estrecha conexión con la ciencia experimental por un lado y con la técnica por otro nos podemos explicar el carácter anfibológico del término tecnología. A este carácter, que implica doble sentido, más de una interpretación o vicios de la palabra, contribuye también la utilización interesada de la palabra ya que la actividad tecnológica –política, económica, industrial, ambiental, etc.- ha adquirido tal importancia en nuestra época que otras muchas actividades que poco tienen que ver con la tecnología recurren a esta denominación para valorar más su función. Finalmente, cabe señalar que la poca utilización de la palabra tecnólogo se debe sin dudad a que, como comprobaremos posteriormente, la tecnología es, principal aunque no únicamente, la ingeniería.

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Evolución de la actividad tecnológica

En Grecia se inició, por parte de los filósofos, el estudio racional de la Naturaleza y se hicieron algunas reflexiones que podrían calificarse de tecnológicas en sentido moderno. Y esto es tanto más cuanto que, de acuerdo con el desarrollo de una conciencia científica, configuraron y concibieron de manera teórica el amplio campo de la τεκυολογια mientras dedicaban a la praxis una atención menos inmediata e importante. Si, como señalábamos anteriormente, la civilización griega con su menosprecio por la técnica no puede considerarse como desarrolladora de tecnología. Simplificando mucho, podríamos decir que lo contrario ocurre durante la Edad Media, en la cual, si bien los instrumentos, las máquinas, las obras técnicas, se desarrollan y se difunden, la ciencia experimental apenas cuenta con algunos pensadores o precursores notables (Alberto Magno, Roger Bacon). Había técnica pero no ciencia. Habrá que esperar al nacimiento de la “nueva ciencia” durante los siglos XVI y XVII, al comienzo de la ingeniería moderna del siglo XVIII y a los inicios de la Revolución Industrial para que empiece a surgir el concepto de tecnología. El término “tecnología” fue acuñado en 1777 por Johann Beckmann (1739-1811), profesor de Economía de la Universidad de Gotinga, quien publica una “Instrucción sobre tecnología” cuyo subtítulo dice así: “para conocimiento de los oficios, fábricas y manufacturas, especialmente de aquellos que están en estrecho contacto con la agricultura, policía y ciencias cameralísticas”. Nace este concepto como “una curiosa unión de una rica sabiduría y un conocimiento técnico”.

El concepto establecido por Beckmann se propaga con rapidez por Alemania y en 1781 Franz Johann Hermann (1755-1815) enseña tecnología en la Universidad de Viena, donde desarrolla una asignatura: “Sobre la introducción de tecnología o sobre la ciencia de los oficios, artes, manufacturas y fábricas”, intentando establecer el estudio de la tecnología en la Universidad. Aunque sea un poco extenso, conviene recoger el concepto de tecnología que describe en 1785 Johann Gottlieb Cunradi, profesor en Magdeburgo. En su tratado “Introducción al estudio de la tecnología o descripción corta comprensible de las diferentes artes y oficios” expone en cuatro puntos el extraordinario provecho de la tecnología para los jóvenes:

1. Viendo a los artesanos que trabajan, aprenden que no sólo para las

ciencias se requiere inteligencia y reflexión.

2. Se acostumbran a reflexionar sobre las cosas de la vida ordinaria.

3. Se les previene contra un posible desprecio de los artesanos.

4. Por medio de conocimientos elementales, reunidos durante la juventud, ponen los cimientos para una ulterior profundización de estas cosas y se les inclina quizás así a mejorar lo existente o a descubrir algo nuevo por medio de la reflexión o la investigación.

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Observemos, como reflexión, que el conocimiento, la innovación y la realización técnica van unidas. Nace pues el concepto moderno de tecnología en Alemania y se propaga pronto por el resto del continente europeo, Inglaterra y Estados Unidos. Destaquemos que nace como un concepto de sentido amplio como “ciencia de la industria”, considerada ésta globalmente, y nace muy ligada a la economía y a la sociedad. Sin embargo este concepto global se perdería pronto en el continente europeo siendo sustituido por el concepto de “politécnica”, aunque en Inglaterra y Estados Unidos subsistiría en gran medida el concepto tecnología. Debido al desarrollo de las diversas ramas de las ciencias experimentales –física, química, biología, etc., - al crecimiento y especialización creciente de las actividades industriales, a la pujanza de los recientes cuerpos de ingenieros civiles, a la aparición de la Economía y la Sociología como disciplinas diferenciadas, se rompe la ligazón ciencia + técnica + economía + sociedad y cobran importancia las enseñanzas técnicas concretas y las escuelas de ingeniería: Minas, Industriales, Caminos, Agrónomos, etc. Durante el siglo XIX pues, y especialmente en Alemania y Francia, el concepto de tecnología queda relegado. La influencia napoleónica se extiende al continente y en él España, cuyo modelo de “grandes escuelas de ingeniería” persiste hasta nuestros días.

Una excepción a esta corriente es Karl Marx (1818-1883), filósofo, político y economista, formado en su juventud en Alemania y madurado en Inglaterra. Conocedor de las ideas de Beckmann entona en varios capítulos de “El Capital” un himno solemne a la tecnología y ataca la educación técnica profesional cuando se practica con la unilateralidad de las escuelas técnicas y postula un cambio con la formación tecnológica que una conocimientos económicos, políticos y técnicos. Marx pensaba hace más de cien años algo que hoy es moneda corriente y es que la tecnología es un factor importante del cambio social y considera la instrucción tecnológica esencial para el progreso. Este breve repaso histórico nos sirve para ir comprendiendo y delimitando el concepto de tecnología. Surge en el siglo XVIII, siendo pues un concepto más moderno que el de técnica y ligado a la naciente revolución industrial cuando están gestándose profundos cambios económicos y sociales. Así pues, en un sentido aún restrictivo, puede considerarse la tecnología como las suma de las técnicas y el conocimiento científico aplicados a los procesos industriales, concepto que queda expresado gráficamente en la figura siguiente:

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Tendencias actuales

La relación tecnología-procesos industriales parece clara y era la más conocida y aceptada. Sin embargo, el propio concepto de industria de fábrica, ligado al “hardware”, a lo material, ha cambiado bastante. Aunque siguen y seguirán existiendo industrias y fábricas con una actividad y una importancia económica grande, cada vez cobran más importancia las “industrias” de lo inmaterial, industrias del “software” entendida esta palabra en sentido amplio. Hoy se habla con propiedad de Tecnología del Software y la actividad científica y empresarial en este sector en importantísima y creciente y su influencia sobre prácticamente todos los ámbitos de la actividad humana es enorme. Y se habla –hablaremos más adelante- de Tecnologías de la Información, sector que lleva camino de convertirse en el primero en cuanto a actividad económica, por delante de sectores tradicionales como el de la energía o el de automóviles, y desde luego de mucha más influencia social que los citados. El término “industria” o “procesos industriales” se queda pues corto y hemos de ampliarlo a empresas y organizaciones dedicadas cada vez más al sector terciario –servicios- y a los que se ha dado en llamar sector cuaternario de la información. Por otro lado, durante cierto tiempo predominó un tipo de discurso interesado que hacía de la técnica algo amoral, desprovisto de valores, como un instrumento neutral que podía ser aplicado para bien o para mal. Las consecuencias desastrosas de un uso indiscriminado de la tecnología han hecho que se preste una atención cada vez mayor a la planificación de la tecnología y a su relación con el entorno social, con las creencias, con los valores, con el nivel de vida, con el medio ambiente, con las costumbres, etc.

TÉCNICAProcedimientos

CIENCIAConocimientos

PROCESOSINDUSTRIALES

+ TECNOLOGÍA

TÉCNICAProcedimientos

CIENCIAConocimientos

PROCESOSINDUSTRIALES

+ TECNOLOGÍA

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Por lo tanto, la tecnología vuelve a tomar un significado parecido al primitivo aunque ampliado al nuevo tipo de empresas, servicios y organizaciones y de acuerdo con ello, la tecnología comprendería tres ámbitos, tal y como se indica esquemáticamente en la figura:

El ámbito científico-técnico es el aspecto considerado actualmente por excelencia como el tecnológico, pero sólo cuando se le suman los otros dos ámbitos que hacen referencia a la actividad económica y social y al mundo cultural, quedaría definida la tecnología en su sentido más amplio. Dependiendo de qué ámbito se destaque más, tendremos al economista, al ingeniero y al sociólogo.

¿Qué es la ingeniería? Tratando de descender de lo general a lo particular, podemos empezar con una definición generalista, según la cual, la ingeniería es el arte (técnica) de transformar las materias primas y usar las fuentes de energía de la naturaleza para la producción de bienes y servicios para el bienestar del hombre. Definición sin duda bella –como todas las generales- que colocaría al ingeniero como “sumo transformador” del mundo material de la naturaleza hostil y difícil al hombre cuyo encargo de dominación, una vez creada, aparece en el Génesis:

TTEECCNNOOLLOOGGÍÍAA

ÁMBITO CULTURAL

Fines, valores, creencias,costumbres, ideas, creatividad,

progreso

ÁMBITO ORGANIZATIVO

Actividad económica, actividadindustrial, organizacionesprofesionales, sindicatos

consumidores

ÁMBITO CIENTÍFICO-TÉCNICO

Ciencia, conocimientos, máquinas,aparatos, productos, recursos

TTEECCNNOOLLOOGGÍÍAA

ÁMBITO CULTURAL

Fines, valores, creencias,costumbres, ideas, creatividad,

progreso

ÁMBITO ORGANIZATIVO

Actividad económica, actividadindustrial, organizacionesprofesionales, sindicatos

consumidores

ÁMBITO CIENTÍFICO-TÉCNICO

Ciencia, conocimientos, máquinas,aparatos, productos, recursos

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Procread y multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgarla, y dominad en los peces del mar y en las aves del cielo, y en todo animal que se mueve sobre la tierra

[Génesis, 1,28]

No hace falta mucho esfuerzo para considerar comprendido dentro de la definición anterior al ingeniero naval que diseña, proyecta y construye unas máquinas –barcos y buques- que transforman y usan recursos naturales –viento, agua, carbón, uranio, madera, metales, etc- para procurar al hombre un medio de desplazamiento útil para la exploración, el comercio, el placer, la conquista y la guerra; o al ingeniero en hidráulica que diseña, proyecta y construye presas y pantanos que regulan los cauces naturales de los ríos para suministrar servicios de riego, o agua potable, o electricidad, que sirven al hombre para aumentar sus cosechas de alimentos, para beber y para su higiene o para alumbrarse y enchufar el receptor de televisión. De acuerdo con la definición anterior, y aunque del tema nos ocuparemos con extensión más adelante, la ingeniería sería una actividad tan antigua como el hombre mismo y tan ingenieros serían los antiguos egipcios que construían pirámides, como Fernando Lessep, que siglos más tarde construiría muy cerca de esas pirámides el canal del Mar Rojo. La ingeniería también ha sido definida como la aplicación creativa de los principios científicos al diseño y desarrollo de estructuras, máquinas, aparatos y procesos de fabricación, y al manejo de todo ello con un buen conocimiento de sus usos y propiedades, pudiendo predecir su funcionamiento bajo condiciones específicas de trabajo. Esta definición es cierta pero incompleta. Contempla a un ingeniero ligado a la máquina (en la acepción más amplia de la palabra), a la construcción, a la producción. Es una definición que entronca con el ingeniero británico de la primera revolución industrial, como demuestra la descripción de objetivos y funciones que el Instituto de Ingenieros Civiles de Inglaterra hizo en1825 describiendo la ingeniería como “... el arte de tratar las fuentes energéticas de la naturaleza para el uso y beneficio del hombre haciendo posible el control y tráfico de mercancías construyendo carreteras, puentes, acueductos, canales, presas, puertos, maquinaria y sistemas de limpieza, alcantarillas y servicios públicos en ciudades y pueblos...”. Obsérvese el énfasis que se pone en la construcción y no debe sorprender que se refiera a actividades que caen fundamentalmente dentro de lo que en España, siguiendo la denominación francesa, se denomina Ingeniería de Caminos, Canales y Puentes y cuya denominación internacional es la de Ingeniería Civil. Anotemos, sin embargo, la referencia a “servicios públicos en ciudades y pueblos” que como veremos pronto, da una nueva dimensión a la ingeniería, más ligada a las tareas de gestión y planificación de recursos y sistemas complejos; a las de

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administración de servicios de tipo fundamentalmente técnicos; a las técnicas de organización y dirección de empresas, preferentemente industriales. Tareas pues de gestión, planificación, administración, organización y dirección, que no implican necesariamente la construcción de máquinas y que sin embargo, son funciones típicas de un ingeniero de nuestros días. Y no sólo de nuestros días, sino también de hace más de un siglo, como podemos ilustrar, esta vez con un ejemplo español, con la descripción de atribuciones que un Real Decreto del año 1855 confería a los ingenieros industriales. Decía así: “... los títulos creados demuestran de tal modo la idoneidad y aptitud de los ingenieros industriales mecánicos y químicos que, según la clase especial, los emplearía el Gobierno a igualdad de circunstancias en las líneas telegráficas; en la inspección de las estaciones, máquinas, aparatos de los caminos de hierro; en el reconocimiento de depósitos, tuberías y distribución de gas para el alumbrado; en el examen de los establecimientos insalubres; en las fundiciones por cuenta del Estado; en las inspecciones químicas establecidas en las aduanas y, finalmente, en todas las operaciones periciales que requieren el conocimiento de la teoría y práctica de la química y de la mecánica aplicada a las artes industriales, a los talleres y a las fábricas, a los aparatos y a las máquinas de todas clases...”. En esta descripción y frente al ingeniero de fábrica, al constructor, está el ingeniero de servicios que se encarga de la planificación, organización, explotación e inspección de sistemas complejos compuestos por máquinas y estructuras que a su vez, otros ingenieros han proyectado, diseñado y construido. Transformación de materias primas, producción de bienes y servicios, planificación y explotación de recursos y servicios, bienestar social, etc. Va quedando perfilado el concepto de ingeniería, pero aún le queda una dimensión importante: la economía. Recuerdo haber leído en algún libro o artículo la frase: “un ingeniero es una persona capaz de hacer por una peseta lo que un no ingeniero haría por cien”, frase que con su simplicidad indica que además de hacer que una cosa funcione, debe hacerse lo más barata posible. Dos receptores de televisión que funcionan exactamente igual pero que uno de ellos cuesta la mitad que el otro, pone de manifiesto que en alguno de los procesos que condujeron a su construcción y venta final al mercado no se tuvieron en cuenta, o se tuvieron mal, los criterios de optimización económica. Un factor, el económico, que por no ser suficientemente considerado da muchas veces al traste con un producto técnicamente bueno. Uniendo los diversos conceptos y aspectos parciales descritos anteriormente, podemos definir la Ingeniería como: “La aplicación creativa de los conocimientos científico-técnicos a la invención, desarrollo y producción de bienes y servicios, transformando y organizando los recursos naturales para resolver necesidades del hombre, haciéndolo de una forma óptima, tanto económica como socialmente”. El término “actividad” se refiere al conjunto de operaciones y tareas que desarrolla una persona, operaciones que pueden ser tanto físicas como mentales. Por profesión se entiende el empleo, facultad u oficio que una persona tiene y ejerce públicamente.

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Desde este punto de vista, podría interpretarse que la ingeniería es una profesión ejercida únicamente por personas que tienen título de ingeniero, cosa no del todo exacta, ya que no debe confundirse título académico con profesión, aunque en la mayor parte de los casos se corresponda. De la definición anterior podemos distinguir tres aspectos: la aplicación de los conocimientos científico-técnicos, la resolución de necesidades y la optimización económica y social. El segundo de ellos ya lo trataremos en relación con la técnica, y del primero y tercero, expondremos algunos rasgos.

Aplicación creativa de los conocimientos científico-técnicos En ésta una de las facetas que configuran la ingeniería moderna a partir del siglo XIX y sobre todo en el XX y que relaciona la ingeniería con la ciencia experimental. El ingeniero tiene que conocer los principios y métodos científicos básicos –física, química, matemáticas, informática- generales a cualquier ingeniería, y los más particulares propios de su rama –electromagnetismo, electrónica, teoría de la señal, etc., en el caso de Telecomunicación- por, al menos, dos motivos: uno, para trasladar ese conocimiento a la producción y construcción de máquinas, equipos, estructuras, etc.; y dos, para utilizarlos como herramienta imprescindible en el diseño y desarrollo de esos bienes y los servicios que se derivan de su uso. La labor del ingeniero no es “producir” el conocimiento científico, sino comprenderlo una vez que existe y aplicarlo de una forma creativa a través de la innovación que puede tener tres facetas: obtener un nuevo producto, mejorar lo producido y reducir el precio de la producción, para lo cual tan importante o más que el producto son los procesos de fabricación y comercialización. Un ejemplo nos ayudará a entender donde acaba la ciencia y empieza la ingeniería. Sobre las bases que establecieron Oersted, Ampere y Arago, entre otros, Faraday en 1831 formuló el descubrimiento de la inducción electromagnética afirmando que “si un cable se mueve de modo que corte una curva magnética, entra en acción una fuerza que tiende a producir una corriente eléctrica a través del mismo”. Faraday, un científico, sabía la enorme importancia potencial de su descubrimiento, el cual prometía producir electricidad en cantidades superiores a las posibilidades de la máquina de fricción y de las baterías voltaicas, y así cuando el entonces Ministro de Hacienda británico, William Gladstone, en el curso de una visita al laboratorio de Faraday, le preguntó a éste: “Pero después de todo, ¿para qué sirve? Faraday le contesta: “Para que un día, señor, pueda usted obtener impuesto de ella”. Sin embargo, Faraday no tenía interés en la explotación comercial del invento. Ni siquiera se molestó en patentarlo. Quería dejar la aplicación práctica a otras personas y al efecto declaró: “Más bien, deseo descubrir nuevos hechos y nuevas relaciones dependientes de la inducción electromagnética que exaltar el valor de los ya obtenidos, puesto que es seguro que los mismos serán completamente desarrollados más tarde”.

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Y así fue, y mientras los científicos seguían perfeccionando y aumentando los principios (hasta llegar a J.C. Maxwell en 1864), otros hombres prácticos (ingenieros) comenzaron a ensayar y aplicar el principio de inducción a la consecución de máquinas que generaran electricidad de forma más cómoda y más barata que con los procedimientos existentes hasta entonces. Entre éstos, dos de los más conocidos fueron el alemán Werner Siemens (1816-1892) y el norteamericano Thomas A. Edison (1847-1931). Al primero se le considera el inventor de la dinamo, invento que comunicó a la Academia de Ciencias de Berlín en 1867. Esta máquina electromecánica transformaba el trabajo mecánico en energía eléctrica y viceversa. Siemens fundó una empresa que fabricó dinamos, locomotoras eléctricas, tranvías, etc., empresa que sigue existiendo en la actualidad y es una de las grandes empresas europeas en el campo de la electrónica y de la informática. Tomas A. Edison, a la sazón telegrafista, leyó cuando tenía 21 años la obra de Faraday “Experimental Researches u Electricity” quedando fascinado por la misma y por la gran cantidad de aplicaciones que allí se sugerían. Además de sus numerosas patentes de aparatos telegráficos y del fonógrafo, Edison patentó en el año 1879 una dinamo –la desgarbada May Ann, o la “Máquina Farádica”, como él llamaba- de alto voltaje y gran rendimiento con la que alimentó sus primeras lámparas incandescentes. Como en el caso de Siemens, también Edison fundó una empresa: la Edison Electric Light Company que producía y comercializaba sus inventos y sistemas. Existen otros muchos ejemplos de aplicación de conocimientos científicos a la producción de bienes y servicios, de los cuales examinaremos algunos más adelante y que en cualquier caso invito al lector a buscar por su cuenta, e incluso a profundizar en estos dos aquí mencionados, como ejemplos típicos de ingenieros que unen su condición de inventores a la de hombres de empresa.

Optimización económica y social Cuando hablábamos en páginas anteriores de la técnica y de la tecnología citábamos dos frases de dos filósofos españoles que coincidían en reconocer la importancia y la influencia de ambas en la sociedad, en su conjunto, y en nuestras vidas como individuos. Señalábamos posteriormente que la práctica de la actividad tecnológica se ejercía principalmente por los ingenieros, aunque enfatizábamos la importancia que los ámbitos cultural y organizativo (ambos de naturaleza social) tienen en el desarrollo tecnológico y, al final de la definición de ingeniería se decía: “haciéndolo de una forma óptima, tanto económica como socialmente”. A la vista del papel importante del ingeniero en la reforma de la naturaleza deberíamos preguntarnos si los ingenieros prestamos atención suficiente a los aspectos económicos y, sobre todo, a los sociales. El concepto de optimización que ha aparecido con anterioridad implica que en la resolución de un problema se ha de alcanzar una situación sumamente buena, que no puede, dentro de ciertas limitaciones, ser mejor. Se trata de algo tan sencillo de decir (pero no tan fácil de hacer): ¿cómo resolver un problema de la mejor manera posible?.

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Ello implica, casi siempre, la búsqueda de un compromiso entre la calidad técnica, el coste económico y las implicaciones y consecuencias para la sociedad. El ingeniero suele poseer maestría técnica y también económica y normalmente tiene en cuenta ambos factores a la hora de resolver un problema de situación, pero con frecuencia olvida o desprecia los factores sociales. Se hacen prolijos estudios técnicos, se analizan los costes de producción o de explotación con gran detalle, pero apenas se dedican esfuerzos para calibrar la incidencia que en la sociedad circundante –el entorno- tiene el nuevo producto, factoría o sistema. El grado de complejidad y dificultad en la búsqueda del compromiso y en la toma de decisiones depende, lógicamente, de la magnitud y complejidad del problema a resolver. No es lo mismo tomar una decisión sobre el diseño de un circuito integrado para alguna función de procesamiento de datos en un teléfono móvil que tomar una decisión sobre la configuración de un nuevo servicio universal de telecomunicaciones móviles y su despliegue e implantación en una zona geográfica dada, en un momento determinado y en un tipo de sociedad cualquiera. No es lo mismo enfrentarse al problema de diseñar y fabricar una pieza nueva para una locomotora de un tren de alta velocidad que decidir el trazado de una nueva línea de ferrocarril entre dos ciudades y el tipo de tecnologías que se emplearan en su construcción. En los primeros casos de los ejemplos citados, la decisión queda reducida, casi exclusivamente, al ámbito técnico y lo único que debe considerar el diseñador es la mejora de las prestaciones técnicas y, a lo sumo, que el nuevo circuito o la nueva pieza no incremente los costes del equipo o máquina en la que se inserta. Sin embargo, en los segundos casos citados, las decisiones son complicadas pues incluyen factores políticos, sociales, económicos, ambientales y, por supuesto, también técnicos. En estos casos, la participación de los ingenieros en la toma de decisiones debe ser importante en todos los aspectos, pero, sobre todo, en aquellos casos en que el riesgo de que una catástrofe para las personas o el medio natural por la toma de una decisión precipitada por oportunismo político, por presión social, por especulación financiera u otras causas, fuera evidente. Siguiendo las líneas marcadas por G.F.C. Rogers en el libro “The nature of Engineering”, en los procesos de toma de decisiones se pueden distinguir varios niveles: a). Opciones con alto grado de certeza, en los cuales se parte de análisis con factores o variables cuantificables, con modelos matemáticos y simulaciones que permiten conocer las características y consecuencias de cada opción. Dentro de este grupo se encuentran la mayor parte de las decisiones que afectan a la calidad técnica y al compromiso económico y, aquí, el ingeniero juega un papel importante que aumenta con el grado de complejidad del problema y con el nivel de responsabilidad y jerarquía que el ingeniero tenga dentro de la organización. b). Opciones con incertidumbre y cierto grado de riesgo. En estos casos, las opciones técnicas e incluso económicas pueden valorarse pero hay muchos factores, sobre todo de tipo social, que son difícilmente cuantificables. Se pueden emplear modelos de lógica borrosa, o métodos basados en la teoría de la decisión o en la teoría de juegos.

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La probabilidad juega un papel fundamental y pueden acotarse las consecuencias dentro de unos márgenes de seguridad. Cuando en España se decide, políticamente, liberalizar el servicio de telefonía móvil y otorgar varias licencias de explotación del mismo, el riesgo técnico era prácticamente inexistente, pues los equipos y las redes estaban desarrollados y probados satisfactoriamente y los estudios de mercado aseguraban una buena rentabilidad económica. El crecimiento del servicio fue espectacular durante los primeros cinco años resultando, incluso, mucho mayor del previsto. El error de previsión no tuvo consecuencias fatales, en este caso, sino todo los contrario, pero muestra que había un factor social difícilmente previsible y cuantificable. Sin embargo, no se prestó atención, sin duda por un exceso de confianza técnica y económica, a la posible alarma social que podría despertarse atribuyendo a la radiación de las ondas electromagnéticas determinadas enfermedades en la población próxima a estaciones base de las redes. La alarma se produjo, se hicieron las mediciones y quedó demostrado que no había ninguna relación causal. Ahora bien, imaginemos que los estudios y mediciones, a posteriori, hubieran llegado a la conclusión de que los emplazamientos de las estaciones base debían cumplir requisitos de potencia de emisión y distancia a personas o instalaciones que obligaran a remodelar las redes. Las consecuencias económicas para las empresas podrían haber sido catastróficas y la imagen social da la tecnología y de la correspondiente ingeniería quedaría gravemente dañada. c). Opciones con consecuencias muy difíciles de conocer y de evaluar. En este caso estamos ante productos y procesos cuyas posibles consecuencias se conocen después de mucho tiempo de su utilización e implantación, es decir, en el largo plazo. En la historia de la tecnología, sobre todo en el último siglo, hay muchos ejemplos de este tipo entre los cuales se pueden citar la lluvia ácida, la destrucción de la capa de ozono, el uso del DDT como pesticida o el añadido de plomo a la gasolina para mejorar el rendimiento de los motores. El desarrollo tecnológico lleva implícito la existencia de riesgos. Una tarea importante para el ingeniero es evaluar, hasta donde pueda, el riesgo y tratar de eliminarlo o minimizarlo. Para ello debe unir a su conocimiento y experiencia técnica su preocupación por la evaluación del riesgo y la estimación de las consecuencias para la salud y seguridad de las personas y para la destrucción del medio natural. Los grandes desastres ecológicos producidos por el uso irracional de la tecnología han provocado el despertar de grupos e instituciones que abogan por el uso adecuado de la técnica y por la consideración de los efectos sociales y ecológicos en el planteamiento y resolución de los problemas. ¿El ingeniero es consciente de ello? Debe procurar el bienestar del hombre, de los demás, y no sólo del suyo propio a costa del de los demás, para que no ocurra lo que señaló C.S. Lewis al decir: “El poder del hombre sobre la Naturaleza a veces resulta ser el poder ejercido por unos hombres sobre otros tomando a la Naturaleza como instrumento”.