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24 25 Felipe Cusicanqui, uno de los pintores chilenos más destacados, tiene un relato familiar que lo vincula al soberano inca Túpac Yupanqui. Hoy su historia es un documental, que se estrenará en cines en septiembre próximo, donde narra su viaje a Bolivia en búsqueda de sus orígenes. Desde Berlín, el príncipe-pintor cuenta a “Sábado” cómo una biografía tan surrealista terminó marcando su obra. POR RODRIGO MUNIZAGA e lo decía su abuelo. También su papá. Fe- lipe Cusicanqui (39) creció escuchando que él era un príncipe inca. Un descendien- te directo de Túpac Yupanqui: soberano incaico conocido como “El Resplan- deciente”, quien en el siglo XIV expan- dió el imperio desde Quito al Maule. –Estaba en prime- ro básico y les decía a mis compa- ñeros de colegio que era un príncipe inca. Proyectaba lo que suponía era un príncipe: con imaginación infan- til contaba que me podía comunicar con las plantas y los animales. Obvia- mente, los niños me decían que me callara. No me creían. La constatación de cuánto había de cierto y cuánto no llegó en 2009, cuando Manuel Hernán Cusicanqui murió y le heredó a su nieto docu- mentos que comprobaban el linaje. Una experta en cultura precolombi- na que vio los papeles le ratificó que la corona española certificaba allí que los Cusicanqui eran descendien- tes directos de Yupanqui, y dueños de las tierras de Calacoto, en Bolivia. Los títulos tenían la firma de Carlos V y estaban fechados en 1545. La leyenda familiar –como en la película El gran pez de Tim Burton– era cierta: su abuelo, su padre y él, al ser primogénitos, realmente eran príncipes incas. –Una vez le pregunté a mi abue- lo por qué éramos príncipes y no reyes –recuerda Felipe–. Y él me respondió: “Porque ahora no tene- mos reino”. El mundillo elitista Lo de Felipe Cusicanqui ha sido ta- lento y porfía. Dice que siempre supo que quería ser pintor. Y que su pasión sería su trabajo y sustento económico. Pero eso le costó varios años. Estudió artes visuales en la Universidad Finis Terrae y durante mucho tiempo ex- puso colectivamente vendiendo pocos cuadros, hasta que en 2007 consiguió su primera exposición individual, en la galería de Florencia Loewenthal. Luego vendrían un Fondart, un pre- mio Bicentenario en el Concurso de Arte Joven del Museo de Artes Visua- les, un premio Altazor y el beneplá- cito de la crítica especializada que lo elevó al grado de “promesa” del arte chileno; además de exposiciones en la galería de Patricia Ready, donde se destacó por sus trabajos con cartones, arpillería y otros soportes para pin- tar. Hoy, una obra suya puede llegar a costar hasta ocho millones de pesos. Patricia Ready contextualiza la obra de Cusicanqui: –Su pintura es como una reinven- ción de Juan Francisco González en el siglo XXI. Él habla, a través de su obra, de nuestra tierra, de la natura- leza, del campo chileno, del paisaje en general. Lo reinventa a partir del soporte, juega con él, lo interviene, lo rompe, lo mancha, lo cose. Ese juego con el soporte tiene de Picasso, por ejemplo, y de (Miquel) Barceló, de quien Felipe es un gran admirador. Samy Benmayor, quien ha seguido atento la carrera del pintor –de hecho, escribió en el catálogo de una exposi- ción de él en 2009–, lo destaca: –A mí me parece que da una tre- menda vuelta de tuerca en la pintura, pues aborda la realidad desde una perspectiva propia y tiene un grado de autenticidad y entrega notables; además de estar buscando y experimen- tando siempre con los soportes. Ya consagrado, hoy Cusicanqui se queja del calor que hace en Alemania, donde desde hace un año vive junto a su esposa, Joanna, y sus tres hijos: Silvestre (8), Manuela (6) y Aníbal (2). Sentado en un café que queda cerca de su taller, en el centro de Berlín, el artista repasa su historia vía FaceTime luego de excusar- se por estar en un lugar tan bullicioso, pero, explica, no tiene otra opción: su taller tiene paredes impenetrables para el wifi porque ocupa un antiguo búnker del aparato de inteligencia de la Repú- blica Democrática Alemana, la Stasi. El galerista Matthias Fuhrmann fue quien lo convenció de irse a Alemania, y que su esposa tuviera la nacionalidad también ayudó. Por estos días Cusican- qui trabaja para dos exposiciones: una que mostrará allá en marzo o mayo de 2017 y otra que lo traerá a Santiago el próximo 30 de noviembre, que se montará en la galería de Patricia Ready. Originalmente, el plan era irse por dos años. Pero ahora relativiza los plazos: –No me veo volviendo a Chile, no sé a qué volvería a trabajar. Es muy chico Chile, para la escena artística es enano y queda muy lejos. No es como el cine, donde puedes pasear tu película en el circuito de festivales en el extranjero; el mundo de las artes es enclaustrado, muy de amigotes y los espacios para ex- poner son pocos. Además, los que van a las exposiciones ya han visto tu trabajo ochocientas veces, entonces no hay mu- cho diálogo. Estaba aplastado allá. A mediados de 2015 el artista pre- sentó en el Centro de Extensión de la Universidad Católica la muestra Ruina , un trabajo que le costó tres años yen- do casi a diario al Teatro Municipal para observar las clases y ensayos de las bailarinas, para hacer una serie de pinturas, esculturas y objetos alusivos al ballet clásico. Tras la exposición, Cusi- canqui vendió todo y deshizo la casa en Pirque donde crecieron sus tres hijos. Ellos, acostumbrados a la naturaleza, resistieron el cambio a Berlín: pese a que la capital alemana es considerada una ciudad verde, “no es precisamen- te como estar en el campo”, dice. Por eso, cuenta, al llegar sus hijos le tenían miedo a las escaleras mecánicas. MARCELO HERNÁNDEZ PARA ANTIPODER PRODUCCIONES

Felipe Cusicanqui, uno de los pintores chilenos más ...€¦ · toria épica que contar de su familia. El último inca En el colegio, Felipe Cusicanqui re-cuerda no haber tenido

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Page 1: Felipe Cusicanqui, uno de los pintores chilenos más ...€¦ · toria épica que contar de su familia. El último inca En el colegio, Felipe Cusicanqui re-cuerda no haber tenido

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Felipe Cusicanqui, uno de los pintores chilenos más destacados, tiene un relato familiar que lo vincula al soberano inca Túpac Yupanqui.

Hoy su historia es un documental, que se estrenará en cines en septiembre próximo, donde narra su viaje a Bolivia en búsqueda

de sus orígenes. Desde Berlín, el príncipe-pintor cuenta a “Sábado” cómo una biografía tan surrealista terminó marcando su obra.

por rodrigo munizaga

e lo decía su abuelo. También su papá. Fe-lipe Cusicanqui (39) creció escuchando que él era un príncipe inca. Un descendien-te directo de Túpac Yupanqui: soberano incaico conocido como “El Resplan-deciente”, quien en el siglo XIV expan-dió el imperio desde Quito al Maule.

–Estaba en prime-ro básico y les decía a mis compa-ñeros de colegio que era un príncipe inca. Proyectaba lo que suponía era un príncipe: con imaginación infan-til contaba que me podía comunicar con las plantas y los animales. Obvia-mente, los niños me decían que me callara. No me creían.

La constatación de cuánto había de cierto y cuánto no llegó en 2009, cuando Manuel Hernán Cusicanqui murió y le heredó a su nieto docu-mentos que comprobaban el linaje. Una experta en cultura precolombi-na que vio los papeles le ratificó que la corona española certificaba allí que los Cusicanqui eran descendien-tes directos de Yupanqui, y dueños de las tierras de Calacoto, en Bolivia. Los títulos tenían la firma de Carlos V y estaban fechados en 1545.

La leyenda familiar –como en la película El gran pez de Tim Burton– era cierta: su abuelo, su padre y él, al ser primogénitos, realmente eran príncipes incas.

–Una vez le pregunté a mi abue-lo por qué éramos príncipes y no reyes –recuerda Felipe–. Y él me respondió: “Porque ahora no tene-mos reino”.

El mundillo elitistaLo de Felipe Cusicanqui ha sido ta-lento y porfía. Dice que siempre supo que quería ser pintor. Y que su pasión sería su trabajo y sustento económico. Pero eso le costó varios años. Estudió artes visuales en la Universidad Finis Terrae y durante mucho tiempo ex-puso colectivamente vendiendo pocos cuadros, hasta que en 2007 consiguió su primera exposición individual, en la galería de Florencia Loewenthal. Luego vendrían un Fondart, un pre-mio Bicentenario en el Concurso de Arte Joven del Museo de Artes Visua-les, un premio Altazor y el beneplá-cito de la crítica especializada que lo elevó al grado de “promesa” del arte chileno; además de exposiciones en la galería de Patricia Ready, donde se destacó por sus trabajos con cartones, arpillería y otros soportes para pin-tar. Hoy, una obra suya puede llegar a

costar hasta ocho millones de pesos. Patricia Ready contextualiza la

obra de Cusicanqui:–Su pintura es como una reinven-

ción de Juan Francisco González en el siglo XXI. Él habla, a través de su obra, de nuestra tierra, de la natura-leza, del campo chileno, del paisaje en general. Lo reinventa a partir del soporte, juega con él, lo interviene, lo rompe, lo mancha, lo cose. Ese juego con el soporte tiene de Picasso, por ejemplo, y de (Miquel) Barceló, de quien Felipe es un gran admirador.

Samy Benmayor, quien ha seguido atento la carrera del pintor –de hecho, escribió en el catálogo de una exposi-ción de él en 2009–, lo destaca:

–A mí me parece que da una tre-menda vuelta de tuerca en la pintura, pues aborda la realidad desde una perspectiva propia y tiene un grado de autenticidad y entrega notables;

además de estar buscando y experimen-tando siempre con los soportes.

Ya consagrado, hoy Cusicanqui se queja del calor que hace en Alemania, donde desde hace un año vive junto a su esposa, Joanna, y sus tres hijos: Silvestre (8), Manuela (6) y Aníbal (2). Sentado en un café que queda cerca de su taller, en el centro de Berlín, el artista repasa su historia vía FaceTime luego de excusar-se por estar en un lugar tan bullicioso, pero, explica, no tiene otra opción: su taller tiene paredes impenetrables para el wifi porque ocupa un antiguo búnker del aparato de inteligencia de la Repú-blica Democrática Alemana, la Stasi.

El galerista Matthias Fuhrmann fue quien lo convenció de irse a Alemania, y que su esposa tuviera la nacionalidad también ayudó. Por estos días Cusican-qui trabaja para dos exposiciones: una que mostrará allá en marzo o mayo de 2017 y otra que lo traerá a Santiago el próximo 30 de noviembre, que se montará en la galería de Patricia Ready. Originalmente, el plan era irse por dos años. Pero ahora relativiza los plazos:

–No me veo volviendo a Chile, no sé a qué volvería a trabajar. Es muy chico Chile, para la escena artística es enano y queda muy lejos. No es como el cine, donde puedes pasear tu película en el circuito de festivales en el extranjero; el mundo de las artes es enclaustrado, muy de amigotes y los espacios para ex-poner son pocos. Además, los que van a las exposiciones ya han visto tu trabajo ochocientas veces, entonces no hay mu-cho diálogo. Estaba aplastado allá.

A mediados de 2015 el artista pre-sentó en el Centro de Extensión de la Universidad Católica la muestra Ruina, un trabajo que le costó tres años yen-do casi a diario al Teatro Municipal para observar las clases y ensayos de las bailarinas, para hacer una serie de pinturas, esculturas y objetos alusivos al ballet clásico. Tras la exposición, Cusi-canqui vendió todo y deshizo la casa en Pirque donde crecieron sus tres hijos. Ellos, acostumbrados a la naturaleza, resistieron el cambio a Berlín: pese a que la capital alemana es considerada una ciudad verde, “no es precisamen-te como estar en el campo”, dice. Por eso, cuenta, al llegar sus hijos le tenían miedo a las escaleras mecánicas. M

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Cusicanqui dice que en Europa el ambiente está “enrarecido” política y socialmente, pero que ese contexto lo ha ayudado en su creación. Ade-más, mira con distancia lo que ocu-rre acá en términos artísticos:

–En Chile, hay dos mundillos: uno apegado a la academia, gente con magíster y señores que enseñan, con impulsos más políticos y académicos, y otro que es el de las galerías priva-das, donde comercializas y expones.

El pintor cree que el circuito artís-tico local se ha vuelto muy elitista:

–Solo puede entender una obra la gente que está metida en la academia. No estoy en contra de las instalaciones o las performances, pero el público que ve eso es muy poco. Entran al museo y no entienden. Incluso, si hay un texto para explicarte la obra, es poco ama-ble, escrito laberínticamente. Eso me parece anticuado. Creen que se quie-bran límites así, cuando eso ya pasó.

Un viaje epifánicoSentía que tenía una deuda con su abuelo y, con los papeles que confir-maban la historia, Felipe Cusicanqui pensó que debía viajar a Calacoto, Bolivia, la tierra de sus antepasados.

–Era curioso que dijera que era un príncipe inca: tan rubio y de ojos celes-tes, que más parece modelo Armani que de la nobleza indígena –recuerda haber pensado la periodista Ana Ma-ría Hurtado, quien años después de entrevistarlo para una revista cultural, le hizo una propuesta: ella le financia-ría el viaje con la condición de grabar toda la experiencia. Hurtado le pasó el DVD de su documental Palestina al sur y 24 horas más tarde el artista le dijo que sí. El resultado de ese viaje se titula El príncipe inca, documental que se preestrenará el 25 de agosto en el festival Sanfic y que el 8 septiembre llegará a nueve salas de Santiago y a 25 ciudades en regiones.

Desde San Pedro de Atacama, la travesía duró un mes. La primera escala fue Ollagüe, para luego subir a Calacoto, a más de cuatro mil me-tros de altitud. Cusicanqui y Hurtado fueron junto a dos choferes bolivianos, un sonidista y un camarógrafo, en un viaje que tuvo un costo personal im-portante para el pintor: su hijo Aníbal

había nacido recién un mes antes. Pero la logística de trabajo estaba diseñada y su mujer le dijo que fuera. Antes, acor-daron no hablar más de una vez por semana mientras durara la travesía.

–Si no, no iba a estar enfocado en el viaje, habría sido sumar otra carga. El viaje ya era lo suficientemente com-plejo para mí, que soy pintor y no me gusta sentirme observado.

En Bolivia, el pintor dice que no se sintió discriminado. Lo miraban raro por su pelo rubio y un apellido indí-gena, pero lo que realmente llamó la atención fue su nacionalidad: los niños

le decían que “pese” a ser chileno, “no era una persona mala”. En pleno alti-plano, cuenta, tuvo una epifanía:

–El viaje ha alimentado mi obra. No fue fácil de digerir, no es una te-rapia linda y “vamos pintando”. Hay un montón de ideas que no puedes llevar a cabo, es como un skater que se cae el 90 por ciento de las veces hasta que logra la pirueta, pero al final el deporte se trata de caerse. Acá es lo mismo: el documental me hizo verme desde afuera. Un viaje así completa una parte en ti, te hace sentido.

Con un presupuesto de 200 millo-nes de pesos, el proyecto tardó cuatro años en armarse y partió con una in-vestigación sobre los papeles que tenía su abuelo. Luego derivó en el viaje a Bolivia y la conexión con su arte.

–Por tiempo y lucas no lo había he-cho antes (el viaje). También fue distin-to al que tenía planeado hacer. Cuando uno viaja solo, es muy diferente a ir con cámaras, porque la directora se trans-forma en una compañera. Todo lo que hablo fue en base a conversaciones que había tenido con Anita, en la pieza del hotel o después de filmar alguna toma. Eso ayudó para hablar más tarde, sin guion, pero conversado.

En el documental la figura del abuelo de Cusicanqui parece flotar en la narración, pese a que solo se ve una fotografía de él al comienzo. Es

precisamente la conexión entre nieto y abuelo la que la directora Ana Ma-ría Hurtado busca provocar con el estreno comercial del documental:

–Busco más masividad que el cir-cuito documental. Esta cinta tiene un mensaje universal y cuando lo mues-tro todos me cuentan la historia de su abuelo. Todo el mundo tiene una his-toria épica que contar de su familia.

El último incaEn el colegio, Felipe Cusicanqui re-cuerda no haber tenido muchos ami-gos. No jugaba a la pelota en un curso que era particularmente futbolero.

–Hasta quinto básico mi infancia fue bien tortuosa y me entretenía solo, haciendo manualidades, en mis pri-meros pasos con la pintura. Tenía mi

mundo interior muy entre esta histo-ria fantástica de mi abuelo, conectado con la naturaleza y las manualidades. Fue una infancia bien solitaria. Y cuando me quedé repitiendo, caí en un curso que no era pelotero y ahí pude hacer algunos amigos. Y contar de nuevo que era príncipe inca (ríe).

Con esta historia familiar a cues-tas, dice que de a poco cambió su mirada. Inicialmente pensaba que era “el último eslabón” del imperio inca. Luego empezó a leer y a com-prender de qué se trataba en rigor:

–La historia de ser príncipe inca es tan fuerte que me marcó hasta hoy. Eres niño, está el despertar de la con-ciencia y de los sueños, entonces te cuentan esto y la imaginación vuela. Hoy, ya adulto, tiendo a volver a los tiempos de infancia y lógicamente esto condicionó mi forma de ser.

Su abuelo, que en Chile trabajó en una minera, se vino de Bolivia cuan-do tenía 14 años. Después –ya casado con la abuela de Felipe– regresó, pero la muerte de un hijo recién nacido cambió los planes de establecerse allá. De la tragedia familiar su abuelo nun-ca le habló, y el pintor solo sabe que la pareja volvió a Santiago y que su abuelo viajó a Bolivia una vez más.

–Mi abuelo era tan culto, pero nun-ca me explicaba bien la historia de los indígenas, sino de los orígenes de la fa-milia. Del resto, fui averiguando yo.

Aunque su padre no aparece en el documental y Cusicanqui acordó que tampoco saliera el resto de su familia, cuenta que él ha sido uno de los más orgullosos con este proyecto.

–Mi papá va a la farmacia, le pre-guntan por el origen de su apellido y cuenta que tenemos títulos de noble-za. Él siempre ha estado orgulloso de eso, jamás me dijo: “Felipe, esto te va a traer problemas, trata de no contár-selo a todo el mundo”. Desde chico vi cómo mi papá contaba esta historia y a mi abuelo haciendo lo mismo. Yo no lo ando gritando a los cuatro vientos, pero si me lo preguntan, lo cuento. Y si me preguntan más, cuento más.

–¿Y cómo les cuentas esta histo-ria a tus hijos?

–Igual como me la contaron a mí: “¿Ustedes saben que somos descen-dientes incas?”. Así parte todo.

Campo chileno. una de las obras de Felipe cusicanqui, con la tierra, la naturaleza y el paisaje, que son algunos de sus referentes habituales. está hecho sobre arpillera, uno de los soportes con los que más le gusta trabajar.