Felix Duque - El Sitio Del Arte

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  • 8/3/2019 Felix Duque - El Sitio Del Arte

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    ES EL ARTE DEL SITIO EL SITIO DEL ARTE?

    Flix Duque

    Universidad Autnoma de Madrid

    Cuando uno no sabe bien por dnde empezar, lo ms sensato

    creo yo- es echar mano del lenguaje. En l, y sobre todo en la

    lengua-madre (para nosotros, el latn), est sedimentado el uso

    variopinto de una expresin, mas tambin y sobre todo el

    significado ms pegado a la tierra de origen, y ms rico por

    tanto en conexiones semnticas dentro de su campo. As, lo

    primero que se me ocurre al pronto es definir el sitio y su

    parentela. Por cierto, este procedimiento es tanto ms apropiado

    aqu cuanto que la lengua del Imperio, que es la que hapopularizado y difundido la expresin:site-specific art, que es de

    lo que trataremos aqu, piensa aqulla justamente desde el latn, y

    con mayor rigor an que nosotros, al tratarse el latn para el ingls

    de una lengua culta, cuyos trminos son por ello introducidos

    reflexivamente y para un uso especfico en el torrente del idioma

    recipiendiario, sufriendo as menos desgaste en su uso que en el

    caso del sitio espaol.

    El trmino latinositus (sitio, situacin, asiento; y por extensin:

    regin, pas) proviene del verbosino (dejar, dejar hacer,

    permitir, conceder). Y en cuanto adjetivo (stus, a, um) significa

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    situado, puesto, fundado, mas tambin, con un giro un tanto

    siniestro: enterrado, sepultado. Por el respecto verbal, parece

    pues que elsitio del arte corresponde a una concesin o permiso

    otorgado a un conjunto de prcticas dentro de los quehaceres,

    desvelos e intereses de la sociedad. Y a la inversa, hablar de el

    arte del sitio, segn esto, tendra que ver con una suerte de

    devolucin, por parte del arte mismo, de aquello que una

    comunidad previamente le haba acordado como lo suyo. Una

    especie de crculo virtuoso, pues. El arte, de retorno de sus

    hallazgos y de sus escarceos por el extranjero, corrobora y

    afianza el permiso que le diera la comunidad para reconocerse

    a s misma a travs del arte. As, Cicern entenda comositus loci

    la situacin de un lugar. Por ende, y de manera interesante para

    nuestro tema, el arte del sitio dara lugar al lugar, hacindoloestar en el mapa, convirtindolo ensignificativopara niveles

    superiores al de la comarca: pinsese, por caso, en la gigantesca

    escultura de Alexander Calder, en Grand Rapids (Michigan),

    gracias a lo cual entra esta localidad en el mundo del arte. Pero,

    con ello, no entrar igualmente el artista sobre todo el bien

    situado- en el mercado del arte, integrndose de grado en el

    circuito oficial urbano, o con el neologismo: en el turismo

    cultural? De este modo surge la sospecha, difcil de evitar, de la

    relacin del arte con el Poder emanado de esa misma comunidad,

    lo cual nos lleva al significado (derivado) de la forma adjetivada,

    y a preguntarnos en consecuencia: Est el arte del sitio

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    sepultado, entre sus deseos de seguir siendo arte y de servir a la

    comunidad, pero dependiendo a la vez del Poder industrial,

    municipal y regional?

    Por su parte, y estrechamente unido con sitio (hasta el punto de

    confundirse con l en el lenguaje habitual) tenemos el trmino

    lugar, del latn: locus (a su vez, del griego lchos), denotando

    disposicin, colocacin, posicin, estado de las cosas; y por

    extensin, nacimiento (de ah nuestro trmino lecho). Estas

    indicaciones, palpitantes en el uso cotidiano de la lengua, arrojan

    ya un primer resultado relevante, a saber: decimos, en efecto, que

    una cosa ocupa oesten tal lugar, mientras que slo sifundada

    viene entonces a estarpuestaen su sitio. El lugar correspondepues al origen, a lo primero y natural: alser, si queremos.

    En cambio, el sitio es algo asentado, puesto: el sitio es unasede

    porque tiene unfundamentopara ello, porque cabe darrazn de l

    (sin ir ms lejos, contextualizndolo: uno ha nacido en tal o cual

    lugar, al cual estar siempre unido sentimental y primariamente;

    pero, si le preguntan dnde est eso, tendr quesituarlo en un

    mapa). Por eso, un lugar puede sercualquiera. Por el contrario, el

    sitio es siempre el apropiado: un sitiopropio.

    Aplicado a nuestro caso: por pequea que sea una localidad,

    siempre podremos encontrar en ella muestras del arte del lugar.

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    En cambio, son necesarias acciones reflexivas y expresas, ms

    an: rituales, para que un lugar sea considerado comositio, al

    quedar marcado, distinguido por una manifestacinpblica que lo

    hacepropio, exclusivo (aunque sea, en el caso ms humilde y

    extendido, porque un lugarejo cualquiera posee una ermita o

    celebra unasfiestas que lo especifican: elsitio de la ermita, la

    recurrente vuelta de las fiestas fundan al pueblo como siendo tal

    sitio, inconfundible). Segn esto, ya podemos adelantar que el

    arte del sitio es el arte depotenciarun lugar, de marcarlo, a la vez

    que la obra recibe sobre s, como de regreso, la impronta del sitio

    que ella misma ha contribuido a marcar. Lugar y obra se

    potencian pues mutuamente: elsitio se va cerrando as

    circularmente. Y en esa circulacin se reconoce una comunidad.

    Todo arte del sitio es, por tanto, a la vez un artesituado (est ental sitio, solamente cuando l, con su presencia, convierte el lugar

    en que est en un sitio determinado, distinguido) y un arte

    situacional(porque, en la dialctica entre lugar-sitio y arte-

    situado, la obra pone a su vez ensituacin a la comunidad que,

    as, se reconoce doblemente a s misma: como arraigada en un

    lugar y como cohesionada simblicamente por la obra).

    Al respecto, Michel de Certeau (en su ya clsica obraLinvention

    du quotidien. Arts de faire, de 1980) ha establecido una sutil

    distincin entre lugar (lieu) y espacio (espace: no en el

    sentido geomtrico, sino ms bien en el antropolgico o social, en

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    cuanto rea en la que se realiza una actividad). El lugar sera un

    sistema de ordenacin tal que en l los diversos elementos se

    hallan distribuidos segn relaciones de coexistencia. Por

    definicin, pues, el lugar es algo estable (y estabilizador), en

    cuanto configuracin instantnea de posiciones (Gallimard.

    Pars 1990, p. 173). Como cabe apreciar, estas precisiones vienen

    a corroborar lo antes sealado respecto al lugar. En cambio, lo

    que Certeau tiene que decirnos sobre el espace (pinsese, p.e., en

    el espace Dal en una sala de exposiciones francesa) puede

    servir de preciosa indicacin para establecer una importante

    distincin entre el arte situacionaltradicional y elsite-specific art

    de nuestros das. Certeau define en efecto al espace como un lieu

    pratiqu(un lugar sujeto a prcticas; ib.). En este sentido, el

    espace viene producido, ejecutado poroperaciones que tienencomo resultadosituaciones diversas y, en ocasiones,

    incompatibles entre s. El ejemplo aducido por el gran historiador

    y antroplogo es bien esclarecedor: una calle es un lugar, si

    considerada segn su posicin y caractersticas urbanas, con sus

    lmites y cruces; pero esa misma calle se convierte en espacepor

    las actividades de los transentes, en interaccin con las tiendas o

    locales varios en ella situados.

    Si ahora aplicamos esta definicin literalmentefuncionala

    nuestro caso, podemos decir entonces que mientras toda accin

    ritual, acompaada por una narracin mtica o por una disposicin

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    legal (en suma: por un factor de legitimacin), convierte el lugar

    en unsitio distinguido, fijndolo como tal y hacindolo a lo sumo

    recurrente en el tiempo (mediante el establecimiento, p.e., de

    fiestas; pinsese en la Procesin de las Panateneas, que otorgaba

    sentido yfuncin al Partenn ateniense), el arte del sitio

    especfico entiende ms bien esta determinacin como un

    conjunto mvil de actividades diversas, y a veces incompatibles,

    en un mismo lugar (pinsese en las salas de exposiciones, las

    cuales admiten dentro de un mismo espacio diversas

    instalacionesp.e., de arte conceptual-,performances o

    happenings). Con una precisin importante, sin embargo: el arte

    del sitio insiste en que, aunque la interaccin entre el

    environmenty la obra (o el evento: puede tratarse de una

    performance) hace cambiar necesariamente el sentido de ambosensituacin, cada uno de esos elementos, por separado, pueden

    entrar a su vez en nuevas relaciones, en nuevas situaciones. Segn

    esto, la sospecha crece (sobre todo si nos apoyamos en la

    distincin de Certeau entre estrategias y tcticas, por un lado, y

    en la metaforicidadde lo real segn Nietzsche, por otro): no ser

    eso considerado como estable, fijo y factor de ordenacin, o sea:

    el lugar, una mera cristalizacin o sedimentacin de mltiples

    espacios, el resultado de una serie de situaciones que, dada su

    semejanza en obras y entornos, acaban por fundirse en unsitio,

    funcionando desde entonces como locus naturalis, y aun

    cimentando tradiciones y otorgando un sentido religioso a la

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    existencia en comn? Bien se ve que esta sospecha viene avalada,

    adems, por la concepcin postmoderna de la construccin social

    de la realidad. Si esto fuera as, no habra entonces posicin

    originalalguna (una creencia que va de la mano, por lo dems,

    con el descrdito actual de toda metafsica). Eso que llamamos lo

    que hay, lo ente, no descansara en unser o fundamento (natural

    o trascendente), sino que sera el resultado aleatorio de un

    conjunto de prcticas sociales repetidas, cuyo origen y

    divergencias entre situaciones se ha ido olvidando.

    Sin embargo, y sin caer espero- en una reivindicacin de la

    metafsica, creo que esa consecuencia extrema es indeseable y

    unilateral: ese estrechosociologismo olvida a mi ver, en efecto,

    que para que se produzca tal variedad de situaciones (y para questas vayan confundindose entre s) no bastan desde luego las

    prcticas sociales (como si stas fueran el producto de una

    afortunada convencin), ni la obra o el evento, ni tampoco el

    entorno. sos son, sin duda, los elementos ya no de toda

    manifestacin artstica, sino de toda posibilidad de convivencia de

    los hombres sobre la tierra. Sin embargo, es obvio que lo

    importante no son los elementos, sino su encaje, su ensamblaje.

    Para explicar esto, recurriremos acaso a las necesidades bsicas

    de un grupo humano sobre la tierra? Pero, si esas necesidades son

    efectivamente bsicas, a qu se debe su inabarcable variedad? Y

    en todo caso, cmo es que el elemento material externo

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    corresponde a las necesidades y deseos internos? Cmo dar

    cuenta de esa correspondencia, de ese ensamblaje que ya de

    antemano propicia toda juntura, toda conjuncin de la mano y la

    boca humanas con los entes en torno, que inmediatamente en

    virtud de esa conexin- se tornan en materiales, en tiles o

    herramientas, o bien en hoscos movimientos adversos, dando

    como resultado de todo ello la aparicin de tcnicas... y de restos?

    En una palabra: si no es el grupo, la mera tradicin o la violencia

    de las instituciones lo que, a travs de una serie de prcticas (en

    conflicto tambin ellas, entre estrategias del poder y tcticas para

    aprovecharse de l en su contra), permite la distincin entre

    lugares y espacios, y la ms o menos firme conexin de ambos en

    unsitio, en una situacin; si todo ello no es el resultado de un

    mero quehacer o maquinacin humana, quin o qu puede ser elresponsable de esasituatividad?

    Para responder a esa pregunta decisiva, me atrever a dar un paso

    ms (un paso sobre la tierra), para poner de relieve a la tierra

    misma, entendiendo este trminosensu latissimo, es decir, no slo

    como nuestro planeta, y sobre todo su superficie, en la cual tiene

    lugar toda vida, sino tambin como el gnero ontolgico en el que

    se recogen lugares y sitios, localizaciones (una posicin externa,

    convencionalmente elegida, como la longitud y la latitud) o

    fundaciones (una posicin interna, marcada por el ritual y por la

    narracin: mtica, religiosa o artstica), dando as lugar a

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    situaciones ms o menos bien fundadas, desfondadas y hasta

    abismticas: todo ello pertenece a tierra (un trmino que usar

    aqu como singulare tantum). Por lo que llevamos visto, parece

    claro que los lugares estn sobre la tierra, pero lo estn de tal

    modo que, si tratados tcnicamente, pueden llegar a hacer olvidar

    suelo y trasfondo; por parangonar esta distincin con otra

    anloga, y famosa: los entes provienen delser, se afincan en l

    pero a su vez lo ocultan (o mejor: es l el que, al darse, se oculta),

    no dejan parar mientes en l). Por su parte, el sitio (advirtase la

    dificultad de hablar aqu enplural!) pone de manifiesto a tierra

    y, al hacerlo, queda distinguido, marcado como algo propio e

    intransferible (ello est presente incluso en locuciones tan brutales

    como: lo puso en su sitio e.d., impidi que se extralimitara,

    fijndolo en lo que le corresponda de suyo, ponindolo as enevidencia-, o lo dej en el sitio e.d., puso fin a su vida, de

    manera que ese homicidio deja ver de golpe bien a pesar del

    occiso- todo lo que l vena siendo hasta entonces-). Y sin

    embargo, a la valoracin del sitio le acecha un peligro inverso al

    del lugar. La manipulacin poltica de aqul, en efecto, puede

    llevar a una exaltacin discriminatoria, convirtiendo aspro domo

    un sitio determinado en un smbolo central de identidad(pinsese,

    p.e., en la Piazza di San Pietro en Roma, o en el Mall de

    Washington). Algunos arspices del site-specific art han

    entendido bien esta opcin, aplicndola ahora interesadamente en

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    su versin light, de marketingy consumo cultural de sitios con

    prestigio.

    Todava una ltima vuelta de tuerca, y ya podramos considerar

    ms o menos bien delimitada nuestra temtica sobre el arte del

    sitio y el sitio del arte, aproximndonos a la delimitacin que an

    faltaba: justamente, la del arte. Ahora bien, dado que todo

    filsofo (aun cuando profese metafsicamente el realismo) est

    marcado por un irremediable idealismo (en el sentido ms comn

    del trmino, o sea: en un sentido despectivo), uno se permite el

    lujo de desechar de entrada una (mala) definicin (ms cercana

    sin embargo a la triste realidad cotidiana: la del mercado del

    arte), segn la cual arte sera aquello que comisarios, curatores y

    crticos de arte deciden manu militari (o peor, por la enorme yaplastante mano de los mass media)que lo sea. Eso sera como

    decir que fsica es aquello que se expone en una de las

    secciones de los museos de ciencias naturales. Tampoco va

    mucho ms all lo que nos dicen algunos profesores de Bellas

    Artes o de Esttica, aduciendo ejemplos seeros de obras

    artsticas (con muchas admiraciones: Fidias!!!, Miguel

    ngel!!!, Picasso!!!) como definicin del arte, repitiendo as

    -quiz sans le savoir- el donoso hysteron proteron de aquel

    sofista que, preguntado por Scrates sobre la esencia de la

    belleza, le pona como ejemplo una muchacha tracia con el

    cntaro apoyado en la cadera.

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    En vista de tan poco halagea situacin, y ya que he mentado a

    mi ilustre ancestro, voy a escudarme yo tambin en Scrates para

    hacer como l, que gustaba de zascandilear y fastidiar, metindose

    en donde no le llamaban (aunque espero no acabar igual que l),

    ofreciendo a la buona un ensayo de definicin, por dems ya

    desarrollada in extenso (quiz con demasiado regusto metafsico y

    un s es no es de misticismo) en mi Arte pblico y espacio

    poltico.

    Tengo para m que el arte (todo arte y toda manifestacin suya) es

    una intervencin tcnica en el entorno, pero con intencin

    diametralmente inversa a la propia de la funcionalidad y finalidad

    de la tcnica (consistente como se sabe en poner el mundo alservicio de los hombres, organizados grupalmente), de modo que

    no slo no se limita a dejar las cosas como estaban antes de la

    agresin tcnica (si es que,per impossibile, se pudiera llegar a un

    grado cero de la tcnica, digamos: a una naturaleza virginal, horra

    de la mano del homo faber), sino que ahonda de tal manera en las

    cosas (sensu lato: incluyendo tambin y sobre todo a los asuntos

    humanos, las cosas de la vida) que saca a la luz la condicin

    ltima de su posibilidad, a saber: el carcter indisponible, opaco y

    retrctil de la realidad (o del ser, como gustis). Un carcter que,

    a su vez, no puede ser ya cosa, sino pura manera: un modo de

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    darse que transparece tan slo al hundirse -y mientras se hunde-

    en la obra.

    Llamo a esa manera: tierra (como se ve, ahora cabe precisar

    ms ese esquivo trmino). Obviamente, se trata de una metfora;

    y ms: de la matriz de toda metaforicidad (ya que metfora

    significa justamente desplazar, poner algo fuera de lugar para

    descargarlo en otro y, as, colorearlo e impregnarlo de su

    antiguo sabor). As las cosas, toda obra de arte (no

    necesariamente csica: tambin entraran aqu el poema, la

    performance y la instalacin) consiste en una contradiccin viva,

    hecha a sabiendas: se trata de tomar y de dar sabiamente una serie

    de medidas para que, a su travs, comparezca lo

    inconmensurable, de hacer que salga a la superficie (y por tanto,de forma limitada y bien compuesta) el hondn ilimitado e

    indisponible, de permitir que aparezca en medio de los hombres

    aquello que, sin esa prudente disposicin y hechura, slo se

    mostrara (a la contra, por las resultas) como el negro horror del

    acaso, eso que los antiguos llamaban mora y heimarmne: el

    destino ciego.

    Segn eso, parece clara ya la relacin entre lugar y sitio, por lo

    que hace a tierra. Las tcnicas sealan y demarcan lugares en la

    tierra, y tambin sobre o bajo ella: desde la medicin topogrfica

    hasta la asignacin de fronteras ms o menos naturales-; desde

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    el trazado orbital de los satlites artificiales a la minera o la

    prospeccin petrolfera. sa es la funcin de toda tcnica: ponerse

    al servicio de la supervivencia y promocin de un grupo humano,

    poniendo a su disposicin tierra transformada en naturaleza (o

    dicho de otro modo: segn lo que vamos viendo, eso que

    llamamos naturaleza no sera sino tierra puesta tcnica y

    cientficamente a disposicin, trabajada hasta tal punto que de ella

    slo parece quedar su disponibilidad y utilitariedad o

    negativamente, su nocividad-, quedando as cegada y cerrada la

    retractilidad de tierra; o sea, la ceguera y la cerrazn misma).

    Por el contrario, si es cierto que todo sitio deja ser a tierra (la

    cual es en ssiempre indistinta, por cerrarse en el hecho de dar a

    ver: o ms bien, en s no es nada), pero que en este dejar ser lamodula, hacindola ser de esta o de la otra manera (siendo pues

    tierra, inevitablemente siempre distinta, distinguidapor el sitio en

    que ella eclosiona), entonces, por un lado, todo arte debiera ser

    considerado, en el fondo, como arte del sitio osite-specificart;

    y por otro, tierra, marcada en cada caso de manera inconfundible,

    absolutamente propia, es en general el sitio del arte.

    Pues bien, la conjuncin de arte y tierra engendra MUNDO, al

    igual que la de tcnicas y tierra daba lugar a la NATURALEZA.

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    Desde luego, en esta afirmacin quedan implicadas dos

    propuestas. La primera, que la consideracin de una obra como

    arte del sitio tendra que hacerse extensiva a toda manifestacin

    en la que, en virtud de la obra, un lugar quede transformado

    ritualmente en sitio; un territorio natural, en eclosin de mundo;

    y un grupo humano o pueblo, en comunidad (paralelamente, el

    emplazamiento tecno-poltico de lugares en la naturaleza hace de

    ese mismo grupo una sociedad). Segn eso, no slo el Partenn y

    la Acrpolis ateniense, sino la casi totalidad de la estatuaria y

    arquitectura griegas habra de ser considerada como site-specific

    art, as como, desde luego, las catedrales cristianas (qu puede

    marcar mejor unsitio, hasta hacerlo sagrado, que un templo cuyos

    extremos apuntan a los cuatro puntos cardinales, cuyo cimborrio y

    torres sealan al cielo y cuyo suelo se comunica con los nferos?O acaso la salida y la puesta del sol, o las hendiduras de la tierra,

    son tambin convenciones sociales?). La segunda propuesta,

    hermenuticamente complementaria de lo anterior, supondra

    considerar las manifestaciones actuales del site-specific art(con

    independencia de su calidad: sera intil e indeseable intentar

    comparar el Fossar de la Pedrera, de Montjuic con el

    Camposanto de Pisa) como indicadores que nos han permitido

    comprender y clasificar mejor pasadas manifestaciones artsticas,

    las cuales, como vamos entreviendo, se arriman desde luego a la

    nocin de Gesamtkunstwerk, ya que en ellas no slo se coaligan

    tcnica artstica, lugar-sitio y pueblo-comunidad sobre la base de

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    la eclosin de tierra, sino que en esa coalicin se estrechan las

    diferentes ramas tradicionales del arte (arquitectura, escultura,

    pintura, msica, poesa) y aun se exige la introduccin de las

    nuevas tecnologas.

    As pues, el arte del sitio especfico: ese arte que con mayor

    intensidad y vigor deja que se abra, paradjicamente, la cerrazn

    de tierra, merecer ser tenido por ende, metonmicamente,

    como el ms distinguido sitio del arte. La condicin de toda

    situacin, o sea la situatividadque transforma lugares en sitios a

    travs de la obra, viene dada, as, por tierra; es ella la que, en

    cada caso, conecta y articula obra, entorno y comunidad; no los

    artistas o los polticos, el dios y sus sacerdotes, el mercado y sus

    tcnicos en economa cultural. El peligro estriba (como hemosya entrevisto, al hablar de la construccin social de la realidad)

    en si esos tres elementos, absolutamente indispensables por lo

    dems como condicin necesaria, sine qua non, para el logro

    conjunto del sitio y de la obra, no tendern a erigirse en rbitros y

    guas del planteamiento y aun la ejecucin del proyecto, de modo

    que -en nombre del pueblo, de una entidad poltica cualquiera, del

    desarrollo y del progreso, o de lo que fuere- impidan, dificulten o

    suplanten el arte (del sitio) por sucedneos construidos ad hoc,

    segn los intereses de los mandatorios, por altos y

    bienintencionados que stos, pero que, en todo caso, estn

    dirigidos a hacer del arte algo provechoso y utilitario, obturando

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    as en la obra la posibilidad de revelacin de lo profundo, en

    cuanto fondo de tierra (no en cuanto metamorfoseado en un lugar

    y menos en un lugar comn-, cuya funcin estriba precisamente

    en tapar y tachar la hosca retractilidad de tierra). Y si esto es

    as, se sigue necesariamente que pertenece a la esencia del arte en

    cuanto arte, y no slo del site-specific art(con independencia de

    que, adems, pueda ser legtimamente aprovechado para usos

    sociales, polticos o religiosos), el estar siempre a la contra,

    siempre en el lugar equivocado: out of joint, que dira el

    meditabundo prncipe de Elsinor. En una palabra, visto desde el

    lugar(o sea, desde el orden establecido, sea el que fuere) el arte

    estar siemprefuera de lugar, ser inoportuno e intempestivo. La

    Fountain de Duchamp o el Monument with Standing Beast de

    Dubuffet, en Chicago, no han hecho sino poner universalmente derelieve, al alcance de todos los pblicos, lo que lata ya en el

    caganer de la Llotja de Valencia o en el pellejo desollado del

    propio Miguel ngel, en la Capilla Sixtina.

    Al respecto, el clebre libro de Miwon Kwon,One place after

    another(MIT, 2002), no hace sino seguir una muy vieja tendencia

    de raigambre filosfica, lo sepa o no. Por cierto, sa es la razn de

    que se trate de un libro importante, ms por lo que sugiere y

    permite -en punto a conexiones insospechadas- que por sus

    contundentes declaraciones explcitas. Cuando la Kwon habla, en

    efecto, de wrong place como an open-ended predicament, lo

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    que viene a la mente es la idea heideggeriana del estar en

    camino: pero no somos nosotros, la comunidad bsica o el

    artista comprometido, quienes lo estamos, sino el ser mismo o,

    en mi terminologa, la tierra. No unterwegs zum Sein, no un estar

    en camino al ser, sino el Unterwegssein des Seins selbst: el

    estar en camino por parte del ser mismo.

    Y ahora, gracias a esas puntualizaciones sobre el tringulo: sitio,

    tierra, arte (frente a su opuesto utilitario: lugar, naturaleza,

    tcnica), quiz me libre yo de suscitar las burlas de Scrates si

    adelanto en consecuencia algunos ejemplos de arte... y de tierra.

    Arte no es sostener un arquitrabe con dos columnas a sus

    extremos, como entrada de una vivienda; tierra no es un

    roquedo de mrmol en el Pentlico: pero s es arte de tierra eltemplo de Segesta, en Sicilia, con su peristilo absolutamente

    intil y los tambores acanalados de sus columnas, en los cuales

    se palpa la opacidad y se ve la oscuridad del repliegue de tierra (y

    ello, tanto en su ruinosa y augusta presencia arquitectnica como

    en su mediacin -no imitacin!- pictrica, a travs del lienzo del

    simbolista francs Ren Mnard).

    MNARD, TEMPLO DE SEGESTA

    Por otro lado, no hay arte, que digamos, en una esptula de

    jardinero, por bella que sea su forma y hermosas las flores que su

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    manejo promueva. Pero s lo hay en la gigantesca esptula de

    Claes Oldenburg, clavada en tierra (aqu, lo literal y lo metafrico

    se identifican) a la entrada de la Fundacin Serralbes, de Oporto,

    de tal manera que oculta la vista panormica del jardn y del

    palacete del fondo, a la vez que deja en entredicho los arrayanes

    que enfilan los lados del paseo. No tiene mucho arte, en fin, el

    tumbarse en el campo al atardecer: algo que puede quiz suscitar

    envidia en oficinistas y profesores universitarios, pero

    difcilmente admiracin artstica, y hasta estupor... salvo que sea

    Luis Cernuda el que, en bien medidos versos, deje que la

    asonancia desvele secretas resonancias, que el ritmo recuerde el

    latir de un corazn en tierra y que, en fin, haga surgir, silenciosa

    en la palabra la inexorable retraccin de tierra,ponindola en su

    sitio:Sagrada y misteriosa cae la noche,

    dulce como la mano amiga que acaricia,

    y en su pecho, donde tal ahora yo, otros un da

    descansaron la frente, me reclino

    a contemplar sereno el campo y las ruinas.

    (Las ruinas; lt. estr. de: Como quien espera al alba).

    Si no fuera por la ltima palabra, que cierra y por as decir

    trastorna el entero poema, todava podra pensarse en una

    exaltacin pseudorromntica. Por el contrario, la noche y las

    ruinas constituyen as un movimiento circular, envolvente y

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    paradjico (el poeta se reclina en el pecho de la noche, y desde

    all contempla las ruinas, en una posicin corporal imposible).

    En fin, todas estas alusiones telricas giran en torno a un eje

    comn: no existe arte que no le produzca asombro, inquietud y, en

    muchos casos, indignacin al buen espectador burgus (o sea, a

    todos nosotros, en cuanto bajamos la guardia y retornamos a la

    inevitable cotidianeidad). De donde se sigue, a sensu contrario,

    que ser entonces necesario desconfiar de toda manifestacin

    pretendidamente artstica que suscite sin ms y de inmediato

    placer, satisfaccin o agrado en los espectadores, o sea que les

    haga oir o ver lo que ellos ya de antemano estaban dispuestos a

    aceptar: la ratificacin (pero desde un pedestal elevado) de su

    propio mundo. El artista se confunde en este caso con un polticoen vista de elecciones, con el tremendo aadido de que, aqu, s se

    cumple lo prometido (y encima, hay ocasiones catastrficas en las

    que se confabulan poltico y artista para halagar al pblico;

    recurdese la herencia dejada por el anterior Alcalde de Madrid:

    la estatua ecuestre de Carlos III, en plena Puerta del Sol, un

    atentado que incomprensiblemente no ha sido denunciado por el

    Borbn descendiente de tan buen monarca).

    Naturalmente, esta calificacin de spaesamento, de

    Unheimlichkeit del arte (algo as como inhospitalidad: la

    sensacin de no sentirse en casa: Heim; de estar fuera,

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    desarraigado delpaese...precisamente por sentir la atraccin de la

    tierra), del arte en cuanto vehculo de tierra, no debiera

    confundirse en suma con no s qu exaltacin de lo sombro,

    lbrego o tenebroso. La angustia (en el sentido, p.e., de

    Heidegger), la desazn, poco tiene que ver con el miedo o, en

    general, con las pasiones tristes. En el estallido de jbilo de la

    resurreccin de los muertos, en la Segunda Sinfona de Mahler,

    se rompen todos los esquemas habituales del mundo... no para

    denostar este lacrimorum vallem en nombre de otro mejor (no hay

    otro, por lo dems: tampoco en Mahler), sino para que las cosas,

    heridas en su ms ntimo hondn, se rajen y dejen sera la tierra,

    resuelta y articulada por la obra -en la ejecucin viva, activa de

    sta- como mundo. Otra cosa, bien distinta, es que la gente, la

    buena gente (y mejor, organizada por su cuenta en peas) sedivierta, o que animadores culturales (feo vocablo, por cierto) y

    concejales varios programen cosas para nuestro disfrute y se

    pongan al servicio del pueblo, del pblico, del prjimo y hasta del

    extrao, en este mundo lleno de ONGs y de buenas intenciones.

    Slo que, a pesar de (o al menos, adems de) todo eso debe haber

    un resto de inquietudliteralmente, de arrebato, de ruptura de lo

    cotidiano- en la obra o manifestacin considerada, si ha de

    considerarse como artstica. Y a su vez, esa desazn ha de venir

    elaborada sabia, tcnicamente por escansiones ritmadas, segn

    pautas rigurosas en la configuracin del espacio-de-juego-del-

    tiempo que ellas pro-ducen. Como si dijramos, con el Hegel de

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    las lecciones jenenses de 1805/06: el arte hace presentir el terror

    en estado puro, agazapado y a la vez vislumbrado en una obra

    bella. Pues de no atender a lo ltimo, una snuff movie o un

    subproductogore seran los mejores candidatos a obra de arte.

    Y es necesario, a mi ver, mantener los dos respectos (tierra y

    belleza formal) dialcticamente unidos, por ms que en ocasiones

    parezca venirse abajo una conjuncin tan sutil como casi

    contradictoria. No creo que haya muchos que defiendan el valor

    artstico del Mount Rushmore, con las caras de piedra de

    esclarecidos presidentes norteamericanos, o el de la Cruz del

    Valle de los Cados, a pesar de que, aparentemente, pocas cosas

    haya ms cercanas a la tierra que esas moles, o que hayan dejado

    mayor marca en un lugar, tornndolo en un sitio especfico;especfico... para las excursiones tursticas organizadas. Y por el

    lado de la ejecucin tcnica, no deja de ser difcil tarea el

    valorar como arte ms all de la sana intencin de parodiar un

    way of life ya inesquivable- las porcelanas de Jeff Koons o los

    borrachos de Paul McCarthy.

    Ahora bien, qu tipo de arte podr suscitar hoy esa sensacin de

    Angst, de angustia ante la surgencia retrctil de tierra, sin caer

    como hemos visto- en el Kolossalpseudoegipcio y fascistoide,

    en el kitsch ms empalagoso o en el brutalismo de invitacin al

    vmito? Antes, el arte de verdadera atesorado en el museo, ese

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    situs situum, esa sede sublime que recoga oscilando entre la

    piet y el ansia de saqueo- las grandes obras desplazadas del sitio

    que ellas distinguieran con su presencia (los museos de Viena y

    de Filadelfia, por caso, guardan bajo su techo templos enteros

    babilonios o hindes-, como si se tratara de gigantescos mauselos,

    de cementerios de obras arquitectnicas. El museo, esa joya de los

    Estados Nacionales, querra ser de este modo la conciliacin (en

    definitiva, poltica) de toda la historia del arte en un sitio

    privilegiado.Y ello, hasta el punto de que aun la edificacin

    habra de remedar superando empero las proporciones clsicas-

    el estilo de lo en ella acogido, como si se tratara de una

    esplndida aunque algo fra- Casa de los Muertos. Represe, sin

    ir ms lejos, en el Altes Museum de Berln, esa obra pensada por

    Schinkel para emular al templo griego, sobrepasndolo con crecesen magnitud.

    ALTES MUSEUM

    Pero hoy los museos: esos sepulcros de familia de la humanidad,

    como los llamara Adorno, estn cambiando vertiginosamente de

    sentido y funcin, para escapar en lo posible a una muerte

    sarcsticamente anunciada por Marcel Broodthaers

    BROODTHAERS, Muse dart moderne.

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    A qu se debe ese descrdito del museo, por ms que enjambres

    de turistas sigan hundindose en l ms resignados que curiosos-

    como si bajaran a las entraas de la Pirmide de Keops? Con el

    hundimiento postnietzscheano del idealismo en las ms diversas

    facetas de la existencia, tambin ha quedado obsoleta la

    concepcin de la obra de arte como ensimismada en su

    esplndido aislamiento, mientras se denuncia como falaz su

    presunto valor autnomo, su aura y, en fin, se critica su

    pretendida independencia del entorno, como si se tratase de

    gloriosos desembarcos de unas extraas entidades sueltas, que

    nada tendran que ver con las preocupaciones y necesidades de

    nuestro mundo... ni de ningn otro. Pero tambin el envoltorio

    de esas obras, la fbrica del museo mismo, cada vez ms neutraly

    asptica (como si sus blancas paredes quisieran competir con loshospitales: de ah la irnica justeza de la ubicacin del Museo

    Nacional Reina Sofa), suscita la impresin de que lo musestico

    se ha hecho en general tan gigantesco y aparatoso y con tan poco

    seso- como los dinosaurios, y de que al igual que stos

    sucumbieran, abatidos por su propio peso- el arte del museo se

    halla en peligro de extincin. Por su parte, el sucesor

    democrtico del museo: el arte al alcance de todos los bolsillos

    (o mejor, de algunos), tal como se expende en las galeras, se ha

    desvelado cada vez con mayor fuerza como un rubro ms de la

    sociedad del espectculo, promotora de signos sociales

    siempre ms estereotipados y codificados- hacia dentro, y sujeta a

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    las fluctuaciones casi siempre, especulativas- del mercado. Bien

    puede un Vermeer ser vendido hoy en 28 millones de dlares, que

    su diferencia con un viejo sello de correos de rebordes irregulares

    no deja de ser ya meramente cuantitativa.

    De ah que, por un lado, la atencin generalizada (ms o menos

    consciente) a esa maniera que yo he calificado de tierra y, por

    otro, el mayor compromiso social de artistas, autoridades

    municipales y mecenas, hayan propiciado el advenimiento (en

    estrecha coincidencia y no slo temporal- con las corrientes

    postmodernas), primero, del arte pblico y, ms recientemente,

    del llamadosite-specific art.

    Para empezar, deberamos desechar la idea de que una obra dearte (o unaperformance, una ejecucin musical o una pieza teatral

    o cinematogrfica) est al servicio de un sitio preexistente, o de

    un pblico igualmente previo a la obra, como si sta irrumpiera en

    un mundo ya bien configurado. Por cierto, con eso no se est

    negando en absoluto la existencia de un tipo de arte (sin ir ms

    lejos, el de las esculturas que en nuestras ciudades adornan la

    entrada de un banco o una compaa de seguros) encargado y

    costeado por capital privado, pero destinado al disfrute pblico

    (no haca falta estar asegurado en La Unin y el Fnix Espaol

    para admirar la escultura en bronce que coronaba antao la sede

    de la compaa, al inicio de la Gran Va madrilea). Lo nico que

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    sostengo al respecto es que encargo, financin o generosidad

    empresarial acompaan necesariamente a la gestin, produccin

    y difusin (a travs de documentacin, publicidad, gadgets, etc.)

    de la obra, pero no explican en absoluto su carcter de obra

    pblica en un sitio especfico. Cuando la escultura se traslad al

    negro prisma de la compaa aseguradora en el Paseo de la

    Castellana, elpaisaje urbano result tan modificado como la obra

    misma. Se estaba creando un nuevo sitio, en virtud de una

    situacin hasta entonces indita. Pero, en todo caso, el innegable

    carcter de servicialidad de la obra, de reclamo publicitario y

    logo de la empresa (por cierto, qu tendr que ver el mito

    homoflico de Ganmedes y Zeus con una compaa

    aseguradora?), hace muy difcil poder considerar a estas obras

    ambiguamente al servicio del pblico y de la entidad que correcon los gastos- como un ejemplo genuino de site-specific art.

    Slo una razn adicional: la compaa ya existe antes de la obra:

    sta viene simplemente a rematar un edificio, no a desvelar las

    relaciones de una comunidad con la tierra, a partir de la dialctica

    entre lugares, espacios y sitios.

    Otro tipo de obras, ms noble, es aquel que ya de antemano es

    proyectado, gestado e instalado en beneficio de la comunidad,

    para que sta tome conciencia de lo que ella esencialmente ya era

    de siempre. Tal sera, en sentido positivo, el estilema de Oteiza,

    en el que un espacio cbico vaciado ayudara, a travs de remotas

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    analogas con los enterramientos circulares vascos, a que el

    Pueblo tomase conciencia de su arraigo a la tierra, a su

    Euskalherra. Es evidente que aqu nos encontramos en el otro

    extremo del relativismo postmoderno. La tierra ha emergido aqu,

    en el sitio que le corresponde, segn ese profeta vuelto hacia

    atrs (segn la definicin de Friedrich Schlegel) que sera el

    artista comprometido con su Pueblo (y por ello decepcionado e

    irritado cuando, ingrato, ese Pueblo se niega a seguirlo en sus

    telricas reivindicaciones). Tierra deja ahora de ser una

    maniera, mltiplemente engendrada en situaciones discontinuas,

    para convertirse en substancia, en fundamento csmico.

    Hipostatizacin de tierra: nacionalismo a pique de hundirse en un

    fundamentalismo.

    Oteiza: Momento espiritual

    O bien, en sentido negativo, y con una innegable carga irnica y

    ldica, se disponen, en los alrededores del Crculo de Bellas Artes

    de Madrid (a su vez, irnica alusin al carcter de mercanca que

    adquieren las obras si encerradas en exposiciones abiertas al

    pblico... comprador), varios pals de madera, como soporte de

    una pila de losetas, junto con una especie de esbelta jaula metlica

    de dos metros y medio de altura (como si se tratara de una crcel

    de rboles), rematada por una casita cerrada por todas partes

    (suspendida casi al bordo del extremo superior, como si estuviera

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    a punto de caerse al suelo), apuntando al Este, o sea: a la Europa

    Oriental. La idea del hogar roto del inmigrante se entrelaza as

    con la de la ciudad rota mediante un espectculo (en absoluto

    esttico, por lo dems) en el que, junto con la crtica a las

    arbitrarias y hasta insensatas medidas municipales, que

    continuamente cambian el sufrido enlosado de la calle de Alcal,

    se celebra una reivindicacin del obstculo, de lastsis de la vida

    cotidiana, dificultando el trnsito normal por ese ajetreado

    entorno y sealando en el propio depsito de losas, a sensu

    contrario, la necesidad de tapar la tierra, de fundamentar el suelo

    para que no comparezca el fondo (aqu, como en los dems casos,

    sin connotacin mstica alguna: se trata de la tierra de los

    desplazados sin hogar: tierra como ausencia suspendida en la

    nostalgia, as como de la tierra agazapada en el fondo mortal dequienes se desplazan en busca de negocios): un fondo hecho

    recurdense las finas distinciones de Certeau- de la trabazn, del

    ensamblaje entre el propio trajn de los ciudadanos, olvidadizos

    de su cuerpo, o el deambular de los mendigos inmigrantes, sin

    apenas otra cosa que ofrecer que el espectculo de susolo cuerpo,

    de su existencia sin atributos: fijados todos ellos como en una

    instantnea- por la resistencia de la sitiada acera, al recibir el peso

    de lo que podra sanarla, y el cuestionamiento de su presunta

    disponibilidad para permitir a los ciudadanos el acceso a los

    servicios pblicos que tachonan la arteria (esta alusin por

    analoga no es caprichosa: Corbeira pone de relieve, en esta y en

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    otras instalaciones, las cicatrices y las heridas mal curadas de la

    gran ciudad).

    Daro Corbeira: Diez veces otra vez (1990)

    Pero donde el nuevo arte del sitio especfico alcanza su mayor

    espectacularidad, en cuanto que en l confluyen la fusin de

    arquitectura y escultura en la Plastik monumental la industria

    cultural y los proyectos urbansticos, es en las obras que no

    aprovechan, sino que configuran y hasta producen espacios

    pblicos, mediante una estrecha compenetracin de arquitectura y

    urbanismo: parques, paseos, barrios. Un ejemplo famoso est enla enorme y a la vez liviana araa de tubos curvos de acero

    inoxidable, generatrices que, fingiendo un imposible tnel de aire

    y de luz, acogen el trfico de coches y peatones en la madrilea

    Plaza de Ginzo de Limia. Es la llamada Puerta de la Ilustracin,

    de Andreu Alfaro, propiciadora de signos de comunicacin

    colectiva.

    Puerta de la Ilustracin, de Madrid

    De todas formas, es paradjicamente este sentido de Bildung

    ilustrada, explcitamente defendido por Alfaro, lo que hace difcil

    tener a este tipo de arte por modelo genuino del site-specific art.

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    Aqu es el artista genial el que, comisionado por los gestores

    culturales municipales, y de acuerdo con ellos, decide el tipo de

    obra que von oben herab, desde arriba como le gustaba repetir

    a Kant- conviene mejor para la plasmacin de un espacio urbano.

    El pueblo recibe esa donacin, pero no interviene para nada en

    el proyecto o la gestacin de la obra.

    De ah que, con razn, se haya puesto el acento en estos ltimos

    aos en el llamado community-based art: un arte que se quiere

    enraizado en la comunidad, ms apegado a las necesidades de la

    gente y ms atento a sus reivindicaciones, lejos pues de los

    esplendores de lo que, como en el caso de Alfaro (o deHead of a

    Woman, la Jacqueline-Babuino de Picasso, en Chicago), podra

    entenderse ms bien como excelente ejemplo de outdoor

    sculpture. Pues, ms all de las manifestaciones de arte pblico con las que elsite-specific arttiende a confundirse-, es importante

    recordar, aunando las precisiones de Certeau sobre los espaces y

    mis indicaciones sobre la relacin lugar-sitio, que la

    especificidad del sitio va ms all de un conjunto caractersticas

    fsicas; ms bien ha de ser considerada como una trama

    institucional que remite al fin a un conjunto (normalmente

    conflictivo) de prcticas discursivas. Como antes he insinuado, si

    hubiera que buscar un antecedente para este tipo de arte

    tendramos que atender al arte griego y a la esplndida

    interpretacin que de l, en cuanto religin plstica, hace Hegel

    en su Fenomenologa del Espritu. Pues bien, son esas races

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    religiosas (no en el sentido de una determinada confesin o

    Iglesia, sino en cuanto religatio de una comunidad con la tierra, a

    travs del arte) son las reivindicadas, bajo una vestidura laica y

    cvica, en elsite-specific art.

    No sin peligro. La difuminacin de las fronteras entre actividad

    artstica, poltica cultural y urbanismo hace evidente la tendencia

    a convertir el arte pblico en general, y elsite-specific arten

    particular, en un tecnologa social al servicio del mercado. Baste

    mencionar algunos ejemplos, hoy a la vista de todos: los mapas

    culturales de las ciudades de abolengo histrico, como

    Barcelona, duplicados y reforzados por su cartografiado digital, y

    as ofrecidos on line a cultivados turistas potenciales de todo el

    mundo, no solamente pretenden vender los monumentospblicos existentes comosightseeings, en perfecta connivencia

    con la arqueologa pblica, sino que incitan a las autoridades

    municipales a la construccin acelerada de muestras actuales

    (normalmente, no figurativas) de arte del sitio y lo que es lo

    mismo- de sitios artsticos, haciendo as de la ciudad una suerte

    de rival -para el turismo de calidad- de losparques temticos,

    dedicados por su parte -con mayor franqueza- a la construccin

    artificial de ruinas (ruinas de plstico): ruinas del pasado... y del

    futuro, a imitacin de los nuevos mitos de la sociedad de masas

    (Star Trek, Star Wars, X-Men, Matrix).

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    Esto no deja, sin embargo, de tener una contrapartida positiva. La

    difusin del arte pblico y situado implica la condena de la

    tradicional funcin individual/elitista del arte, tenida ahora por

    obsoleta, al igual que lo est su papel ideolgico en cuanto

    creador de memoria colectiva mediante monumentos a los

    hroes y padres de la patria; paralelamente, el mismo destino

    corre la arqueologa en cuanto factor de construccin del origen

    de un pueblo y de los estadios de su desarrollo (si fuere posible,

    incluso, ponindolo as -conjuncin del arte y la arqueologa: del

    presente y del pasado- por encima de los dems pueblos: el

    Estado Nacional como cabeza de la Historia Universal, o por lo

    menos -Jos Antonio Primo de Rivera dixit- como unidad de

    destino en lo universal).

    De ello se sigue que la sociedad postindustrial (con sus dos

    pilares: la informacin y el ocio) no considera ya al patrimonio

    histrico-artstico de una nacin como factor de las seas de

    identidad social de su supuesto pueblo, en cuanto fundamentacin

    ideolgica del estado-nacin, salvo en el caso de operaciones de

    reconquista por parte de las llamadas nacionalidades

    irredentas, en las cuales se vienen construyendo ad hoc los mitos

    de la diferencialidad y del origen. En los dems casos (e incluso

    en el anterior nacionalista, de manera ms o menos camuflada),

    el mercado se ha convertido en el mbito y el rbitro de toda

    produccin histrico-artstica (y aun prehistrica: aparte del vino,

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    pocas cosas ms productivas -porque se producen ad hoc, y

    porque producen beneficios- en los resecos pramos de la Espaa

    central que la explotacin de yacimientos, como en el caso

    ejemplar de Atapuerca o laDinpolis de Teruel). As que las

    reivindicaciones, tan legtimas y convincentes, sobre la necesidad

    del artista de zafarse de galeristas, comisarios, etc., y de la no

    menos necesaria renovacin del lenguaje artstico, de librarse del

    cors de los museos, etc.: todas esas protestas corren el riesgo de

    convertirse en frgiles barnices de credibilidad para revestir con

    una capa tan superficial como brillante la nica fuente de

    legitimidad y promocin del arte, a saber: el turismo cultural y

    ecolgico.

    El mejor ejemplo de estaprostitucin del arte se encuentra en laexhibicinPlaces with a past(1991), comisionada por Mary Jane

    Jacob (cf. la obra citada de Miwon Kwon, p. 52 y sigs.), en la que

    la exposicin de un conjunto de artistassituacionales apenas si

    encubra el deseo, por parte de las autoridades de Charleston, en

    South Carolina, de vender ciudad, para estimular el turismo

    cultural. De acuerdo con las definiciones que antes adelantamos,

    la verdad es que, aqu, es ms bien el lugar el que pone en su

    sitio al arte, trastocando las genuinas relaciones del arte con la

    comunidad y la tierra. Lo que all se venda era catalogado como

    originalidad, autenticidad y singularidad: diecinueve

    instalaciones desite-oriented practices (dedicadas, como no poda

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    ser por menos, a temas de diferencia de gnero, raza o identidad

    cultural, a fin estimular un dilogo ente la identidad del lugary el

    arte de la calle). La manifestacin se vendi como un dilogo

    entre el arte y la dimensin socio-historica de los lugares.Qu es

    lo que se estaba haciendo all, en el fondo? La respuesta es

    inmediata: sustituir las cualidades idealistas y esencialistas de

    las obras modernas por las del sitio de su presentacin (ahora

    sera la ciudad la que presta empaque a las obras), inyectando en

    la experiencia de comunicacin (por no hablar deshow) el

    carcter nico del lugar, puesto as en su sitio. As, cabe

    sospechar que el fin ltimo de la famosa exhibicin era el de

    promocionar Charleston como un lugar nico, utilizando como

    medio manifestaciones de grupos o lugares reprimidos o

    marginalizados, despreciados por la cultura dominante.

    El catlogo de Places with a pastse convirti de hecho en una

    gua de promocion turstica (como en el caso del People-mover,

    de Detroit, analizado en miArte pblico y espacio poltico).

    Como consecuencia de todo ello, el patrimonio histrico-artstico

    acaba por convertirse en un bien estratgico y de uso,

    cambindose tambin, por ende, el sentido de sus productos,

    destinados a consumo pblico. Antes, las instancias oficiales se

    afanaban en levantar monumentos en lugares sealados de las

    ciudades (con el apoyo de las clases industriales, deseosas de

    entregar parte de su plusvala para la ereccin -por suscripcin

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    popular- de esos aide-mmoires, de esos gigantes de piedra y

    bronce con funcin de parapetos ideolgicos, verdaderos

    amuletos contra la insurreccin, las manifestaciones y las

    algaradas). Ahora, esos mismos monumentos y, sobre todo, las

    nuevas manifestaciones de arte pblico (pinsese en el reciente

    Forum de las Culturas, en Barcelona) son entendidos como

    mercancas virtuales, consolidables y valorables en circuitos

    cinegtico-fotogrficos, pero garantizados en su autenticidad

    de recursos culturalespor estar bajo la tutela pblica de tcnicos

    del Ayuntamiento o de los distintos tipos de City Councils.

    En todo caso, y afincadas como estn sus manifestaciones en la

    encrucijada de la propiedad del suelo, la reordenacin urbanstica,los flujos del turismo de masas y la reconversin del mundo en

    imagen virtual, sera de todos modos intil -e ingenuo- pretender

    que un genuino arte pblico podra zafarse de la contaminacin

    mercantilista para ofrecer obras de pura calidad artstica, como

    las supuestamente ofrecidas en un pasado nostlgicamente soado

    por el burgus perplejo y asustado, el cual, antes que enfrentarse a

    las obras electrnicas de Antoni Muntadas o a las casas

    hendidas de Gordon Matta-Clark, est ya dispuesto incluso a

    admirar (al menos en declaraciones, actitudes y gestos) a

    Picasso, que al cabo era espaol, o (segn sus inclinaciones

    patriticas) a Mir, que al cabo era cataln, los cuales -por

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    haber retornado sus obras con un aura conquistada en el

    extranjero- tienen ya el beneplcito musestico-pblico.

    Tampoco constituira una mejor salida la recomendada an por

    algunos crticos y artistas exaltadores de la cotidianeidad y

    creyentes en el viento del pueblo, los cuales insisten en que el

    arte pblico debiera estar hecho por la gente (o sea, por la buena

    gente), sin manipulacin por parte de los dos extremos: de un

    lado, la individualidad ms o menos genialoide del artista; del

    otro, la manipulacin ideolgica y mercantilista de los poderes

    pblicos, cada vez indudablemente ms entrelazados con intereses

    privados. Tal es el caso de Siah Armajani: un artista iran-

    nortemaericano altamente original y creativo que,

    paradjicamente, reniega del concepto de creatividad y que,identificando exhaustivamente el sentido y valor de la obra de arte

    con su posible aprovechamiento para fomentar los lazos de unin

    ciudadanos y democrticos -algo desde luego lcito y deseable,

    mas ya no artstico, sino poltico-, propugna que las

    manifestaciones artsticas dejen de plasmarse en configuraciones

    perennes y con aura; al contrario, debieran ser -dice-: Acciones

    concretas en situaciones concretas, en una clara transposicin de

    la famosa consigna marxista. Asimismo, llevado de una noble

    causa: la crtica al carctermonumentaldel arte, acaba por caer en

    el extremo de negar toda ejemplaridady valor modlico a la obra

    artstica, diluyndola al parecer en un acto de servicio a la

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    ciudadana realizado por un ciudadano-artista. Al fin y al cabo,

    tras la muerte de Dios, la de la Naturaleza y la del Hombre, no

    es extrao que a alguien se le haya ocurrido dictaminar la muerte

    del Artista. De modo que, para Armajani, el artesituado ha de ser:

    bajo, comn y cercano a las gentes. Es una anomala en una

    democracia celebrar con monumentos; una democracia real no

    debe procurar hroes, ya que exige que cada ciudadano

    participe completamente en la vida cotidiana y contribuya al bien

    pblico.(Debate con Cesar Pelli, de 1986; en Diamonsen,

    Dilogos sobre la arquitectura USA. Gili. Barcelona 1986).

    La propuesta inversa -pero que conduce exactamente a lo mismo-

    de esta disolucin democrtica del arte en la vida cotidiana del

    ciudadano un arte enteramente entregado al bien pblico- ha

    sido ofrecida por algunos artistas neorromnticos como Joseph

    Beuys, creyentes en la regeneracin incluso religiosa del

    individuo -radicalmente personal e intransferible- a travs de la

    experiencia del arte. Slo que la idea de que el pueblo podra

    transfigurarse artsticamente en individuos creadores de obras al

    servicio de la colectividad, sin dios ni amo, en las que cada

    persona slo se reconociera y celebrara a s misma al celebrar a su

    comunidad... y hasta a la entera Humanidad, olvida hasta qu

    punto la microfsica del poderpermea mentes y cuerpos, y hasta

    qu punto el consumo de bienes materialmente espiritualizados (o

    viceversa, que hasta los servicios bancarios son calificados ya de

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    productos) nos ha hecho entrar de hoz y coz en el mundo

    pulgoso del ltimo hombre nietzscheano). Al respecto, el mejor

    antdoto contra este universal amor del arte a la comunidad

    sigue estando en las lcidas palabras de Harold Rosenberg, hace

    ya 45 aos: cuando el arte se convierte en una prolongacin de la

    vida cotidiana se echa a perder, convirtindose en una mercanca

    entre otras: kitsch. (The Tradition of the New. Horizon. NuevaYork 1959, p. 264s.).

    No tanto con el kitsch, cuanto con una casi morbosa delectacin

    por lugares abandonados, devastados y, en definitivamente,

    inhabitables tiene que ver la sensibilidad de una gran defensora

    delsense of places, como es Lucy Lippard en su influyente The

    Lure of the Local(The New Press. Nueva York, 1992). ParaLippard, lo importante de un lugar o de un territorio essentirlo

    por dentro, de modo que un mundo aparentemente externo resulte

    interiorizadopor una experiencia humana subjetiva. Es indudable

    que, en un mundo cada vez ms articulado en torno a estaciones,

    gasolineras, aeropuertos o ciudades-dormitorio (todo eso que

    Marc Aug ha calificado con xito de no lugares), surge la

    necesidad de buscar los espaces de Certeau: en lugar de angostar

    la propia existencia en contenedores neutrales y vacos, intentar

    fijarla en lugares que sean producto e instrumento de

    interacciones sociales, especialmente si corresponden a ways of

    life ya obsoletas, todava no contaminadas por la civilizacin del

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    Heimatlosigkeitdenunciada por Heidegger), la solucin

    consistira en hacer como si lo artificial, si planificado en su

    totalidad, fuera lo ms natural(recurdese el film The Truman

    Show).

    Y sin embargo, no hace falta recordar los ya tan manidos

    primeros versos dePatmos sobre lo salvfico que crece en el

    peligro para darse cuenta de que slo en el seno de los nuevos

    espacios pblicos producidos por el redevelopmenturbanstico,

    por la estandarizacin de los resorts tursticos debida a la

    globalizacin de los transportes y de las comunicaciones, y por el

    asombroso cruce de lo primero y la segunda en los llamados

    parques temticos, ha podido emerger con toda pujanza un

    genuinosite-specific art: pues el arte del sitio, lejos de perderseen las afueras inhumanas de una tierra inhspita y agreste,

    como en ciertas manifestaciones del land art-con el peligro obvio

    de cada en una mstica de la naturaleza incontaminada y

    salvadora, como en el caso de Richard Long- busca no tanto

    integrarse cuanto poner de manifiesto espacios inditos del

    paisaje urbano, denunciando, para empezar, la reduccin

    econmico-poltica del espacio como un gigantesco contenedor

    ilimitado e isomorfo, pero reductible a tres dimensiones,

    sospechosamente derivadas de las funciones del cuerpo humano y

    su orientacin en la tierra, y, sobre todo, susceptibles de

    convertirse en criterio exacto y cientfico de medicin (no en

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    la nostalgiapor los lugares perdidos (en los cuales, si por ventura

    siguieran existiendo con todo su contexto y ambiente, no

    resistiran crticos ni artistas pasar siquiera un mes de su

    existencia), o en la reconstruccin mtico-electrnico-verbenera

    de Old Cities: todos ellos, a mi ver, cados flagrantemente en una

    frivolizacin esttica. Pues bien, frente a todo eso se alza el

    bienintencionadoNew Genre Public Art, defendido

    ejemplarmente por la muy activa (y activista) Suzanne Lacy, en

    su Mapping the Terrain (Bay Press. Seattle 1995). Lacy

    propugna al efecto un verdadero arte democrtico, surgido de

    prcticas de colaboracin entre los artistas y su audiencia

    (audience: ya es extrao que utilice tan pasivo trmino), de modo

    que la obra de arte no sea ya una cosa como smbolo y vnculo de

    dilogo entre creador y espectador, sino que ese dilogo mismoseaya la verdadera obra de arte: lo que existe en el intervalo

    entre los trminos pblico y arte es una relacin desconocida

    entre el artista y la audiencia, una relacin que puede serella

    misma la obra de arte. (p. 20). Como se ve, una solucin

    intermedia entre, de un lado, la propuesta de Armajani o Beuys

    (arte para, desde y por todos), y del otro la augusta soledad del

    artista creador o para el caso da igual- la decisin del tcnico

    municipal encargado de la cultura, o del gestor en Recursos

    humanos de una multinacional; en todos estos casos seguimos

    teniendo un despotismo ilustrado: el arte espara el pueblo, pero

    sin el pueblo. Aqu sera ms bien el dilogo, la relacin entre

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    creador y receptor lo que constituira la obra (en su materialidad,

    pues, por definicin, algo efmero y sin valor). Este rechazo a las

    construcciones y mitos de la Modernidad como ktema eis aei,

    monumentos para siempre (por decirlo con Tucdides)

    constituye sin duda uno de los momentos constitutivos de un

    genuino arte situacional. Pero slo uno. Pues, de lo contrario, lo

    que se ech por la puerta vuelve a entrar aqu subrepticiamente

    por la ventana, como si nos hallramos en una versin artstico-

    situacionaldeRebelin en las aulas y tantos otros films

    americanos sobre la domesticacin del salvaje estudiantado a

    base de inculcar en l valores como community, consensus, truth,

    good, y multiple voices (todas ellas, expresiones de Lacy, como si

    sta se tornara en una reencarnacin edulcorada y suavemente

    feminista de Jrgen Habermas). Este carcter de apostolado, casidiramos deArt as Salvation Army queda claro en la activa

    partnerde Lacy, la ya citada Mary Jane Jacob, propulsora de una

    Culture in Action en la que la obra misma parece desaparecer,

    sustituida por algo parecido alAuxilio Social: En los aos

    noventa dice en 1995- la funcin del arte pblico ha dejado de

    ser la renovacin del entorno fsico para dedicarse a la mejora de

    la sociedad, promoviendo la calidad esttica para contribuir a la

    calidad de vida (sic!: quality of life), enriqueciendo vidas para

    salvar vidas. (Cit. en Kwon, p. 203, n. 20). No entrar en maor

    comentario a esta flamante funcin catequtica del arte.

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    Slo dir que, de ese modo, el componente tierra, productor del

    carcterdesazonante que ha de animar a todo arte, desaparece

    casi por entero, hasta llegar a devaluar incluso aquello que los

    artistas comprometidos (un engagementsostenido

    explcitamente por Lacy) consideran ms preciado: la crtica al

    status quo social. Por lo dems, y al igual que ocurre en

    Habermas, Suzanne Lacy no parece parar mientes en las tensiones

    y conflictos que necesariamente surgen dentro de cualquier

    interaccin social (y ms si se trata de un grupo pequeo). Y por

    lo que hace al artista mismo, surge aqu seguramentesans le

    savoirun cierto tufillo totalitario, al intentar que su

    individualidad e intereses quede subordinada al grupo al que

    tnica o racialmente pertenece. Eso es lo que ocurri con la

    invitacin que Mary Jane Jacob hizo a la artista de color ReneGreen para participar en la exhibicin Culture in Action de 1992.

    Sin consultar en absoluto con sta, Jacob prepar un catlogo en

    el que se insista en el origen afro-americano de la artista y en el

    supuesto inters exclusivo de sta en conflictos urbanos inter-

    raciales. Ulteriormente le preparara un itinerario de dos das por

    Chicago, en base a visitas aghettos afro-americanos y a

    entrevistas con los representantes de color de organizaciones

    locales. Este abuso por no hablar deLecho de Procusto-, que

    llev a la cancelacin por parte de Green de su intervencin en el

    proyecto, ha sido vigorosamente denunciado por Hal Foster: A

    menudo artista y comunidad vienen enlazados mediante una

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    reduccin identitaria de ambos, invocando la aparente

    autenticidad del uno para garantizar la de la otra, en una forma

    que amenaza con colapsar la obra del nuevo arte del sitio

    especfico en una poltica de identidad tout court[...] En este

    caso, el artista se ve reducido a la condicin de primitivo y

    convertido realmente, a su vez, en un objeto antropolgico (is

    primitivized, indeed anthropologized): aqu est tu comunidad,

    dice en efecto la institucin, encarnada en tu artista, ahora

    expuesto. (The Return of the Real. MIT 1996, p. 198). Ahora

    bien, si esta manipulacin es mala, la de los artistas que de

    grado se prestan a colaborar es an peor, convirtiendo este cruce

    delpublic artcon una vuelta kitsch delpop arten unplop art,

    como se ha dicho con un bonito juego de palabras. Ello queda de

    relieve en una muy edificante entrevista de Nic Paget-Clarke conSuzanne Lacy para Motion Magazine (cf.

    http://www.inmotionmagazine.com/sl1.html#Anchor-Art-20825,

    y las siguientes conexiones). Se trataba de una serie de entrevistas

    con los miembros de un grupo de 25 artistas participantes en un

    multi-year, multi-site community art projecten Whitesburg,

    Kentucky, patrocinado por elAmerican Festival Project. En qu

    consistira la participacin de nuestra crtico de arte y abogada?

    Segn sus propias palabras, se trataba de promover el arte

    colectivo entre un grupo de estudiantes jvenes, realizando

    performances o installations a partir de la exitosa experiencia

    (estas cosas hay que escribirlas con un solecismo) que ya haba

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    tenido un grupo de jvenes, alentado faltara ms- por los

    administradores del Distrito Escolar Unificado de Oakland.

    Primero, quince profesores les habran explicado el modo de usar

    los mediapara literatura en clase. Luego, en un remake

    edulcorado deRebels without a cause, vendra laperformance:

    220 teenagers charlando en coches aparcados en una terraza sobre

    sus vidas, enmarcadas entre el sistema pblico de enseanza y su

    comunidad. Estos encuentros se realizaron a lo largo de un ao, y

    todo ello se grab en video, para ser pasado despus, tras nuevas

    intervenciones del pblico-artstico, por la televisin local. Esa

    performance: The Roof is on Fire, sera pues la mejor expresin

    desite-specific art. Todo, muy edificante. Con esa actividad

    queda desde luego corroborado el nico y verdaderosite en el que

    se configura la comunidad, a saber: la televisin.

    Es sta la comunidad que queremos? Kwon recuerda, como

    antdoto, la communaut desouvre de Jean-Luc Nancy (segn la

    obra homnima de 1986), reivindicando en la lnea de Deleuze, el

    nomadismo actual del artista, cuya vala se mide en cambio

    suprema irona- en la ocupacin de su agenda, en la

    acumulacin de compromisos. Como se ve, estamos en el otro

    extremo delNew Genre Public Art: ahora, el artista (y ser artista

    es ser llamado: como los conferenciantes, por cierto),

    empeado en promocionar el arte del sitio especfico, destruye

    por dentro ese arte, al hacer las mismas intervenciones e

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    instalaciones en cualquier lugar, sea el que sea: volvemos a

    Mpolis y a los non-lieux? Acaso es el artista, hoy, un mero pen

    avanzado de la esquizofrenia de la aceleracin dentro de un orden

    tardocapitalista en expansin?

    Como se ve, esta inflacin planetaria delsite-specific art, ya se

    arrime del lado de la comunidad o del artista nmada, puede

    hacer que este arte (y quiz, el arte actual, en general) muera de

    xito, bien por repeticin de banalidades fundadas en un

    pensamiento nico polticamente correcto, bien por otra

    repeticin: la de obras fascinantes, pero distribuidas con igual

    indiferencia por toda la haz de la tierra (el Museo Guggenheim de

    Bilbao tiene su hermano gemelo en una escala menor- en el

    Museum of the Walker Art Centers, en Minneapolis: la clonacinde edificios y esculturas se ha anticipado a la de animales y

    humanos).

    Qu es lo que falta, en todos estos casos? Falta, a mi ver, el

    ensamblaje de tierra: esa correspondencia (entre el conflicto y el

    logro) que deja ver de consuno obra y entorno, artista y

    comunidad: los cuatro elementos que configuran el arte del sitio

    (no tengo por dems empacho en declarar al respecto la cercana

    de esta posicin con la del Gevierten Heidegger: tierra, cielo,

    divinos y mortales, despojada como se de todo regusto mtico).

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    Cabe encontrar, en fin, ejemplos de un arte del sitio que se

    adecuen mejor a esta propuesta? Desde luego que s. Y adems, a

    travs de una vigorosa critica interna, y ms: de una

    ridiculizacin del colosalismo tardomonumental, dejando que

    surja tierra en la forma de restos irreductibles, como

    acusacin y a la vez remisin a lo ms profundo de la condicin

    humana. Aducir slo dos ejemplos, seeros. El primero,

    del artista galaico-brasileo Fernando Cass, afincado en Nigrn,

    que, dentro de una imponente retrospectiva de sus obras (Crculo

    de Bellas Artes, Madrid 2004), cada una de las cuales podra

    constituir un hermoso exponente de arte situado-situacional,

    present una suerte de cenotafio sagrado, denominado

    Inconsciente (situado en efecto en los bajos de la sala de

    exposiciones del Crculo: inferos del alma), como si se tratase deuna oquedad radiante rodeada de noche. He aqu un dolido y a la

    vez refulgente ejemplo de recuperacin noble del sentimiento de

    la naturaleza, a partir de su propia podredumbre y su wrong place

    en la civilizacin moderna. Aqu se convocan, aqu se nos

    convoca a una conjuncin de comunidades (una de ellas, en

    peligro de extincin, y casi enteramente entregada a la

    prostitucin y al alcohol) en nombre de unaprdida, en medio de

    la cual resplandece, como un residuo, tierra (ella no es, en

    definitiva, sino la coleccin infinita de los residuos: naturales, y

    humanos).

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    Inconsciente, de Fernando Cass.

    El segundo procede del artista chicano neoconceptual Gabriel

    Orozco, que en obras (o instalaciones: en este caso, las

    diferencias se difuminan, aunque el valor material de la obra

    sigue estando presente) como Mesa en la arena (en la popular

    playa de Long Island, de Nueva York), o en la ejemplarIsla

    dentro de la isla (no sin reminiscencias que seguramente

    asombraran a Orozco- con Paul Celan): una tierna representacin

    con materiales de desecho, sobre un pequeo charco, de la otra

    Nueva York, teniendo al fondo el famososkyline.

    Isla dentro de la isla

    Esta imagen dual, como si el ojo estuviera estriado por el

    recuerdo atroz del desarraigo del inmigrante latino y de sus

    descendientes, suscita inmediatamente en el espectador el

    recuerdo de la terrible deconstruccin de toda narratividad

    heroica, de toda monumentalidad patria, a la vez que surge

    inoportuno revenant- tierra, con su callado mas no resignado

    asentimiento al dolor, tal como se muestra tambin en un sobrio

    y por ello mismo- desgarrador poema de Paul Celan, titulado

    Sperrtonensprache, Sperrtonnenlied (Lenguaje del contenedor

    de la basura, Cancin del contenedor de la basura.). Con l,

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    Celan (como ahora Cass, u Orozco) ha puesto en su sitio a la

    civilizacin occidental. La nuestra:

    Die Dampfwalze wummert

    die zweite

    Ilias

    ins aufgerissene

    Pflaster,

    Sandgesumt

    staunen die alten

    Bilder sich nach, in die Gosse,

    lig verbluten die Kriegerin Silberpftzen, am Strassen-

    rand, tuckernd,

    Troja, das staubbekrnte,

    sieht ein.

    (Sordamente hace resonar la apisonadora

    la segunda

    Ilada

    en el rajado

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    pavimento,

    orladas de arena

    se miran, asombradas, las

    viejas imgenes, camino de la alcantarilla,

    aceitosos se desangran los guerreros

    en charcos de plata, al borde

    de la calle, tonantes,

    Troya, la coronada de polvo,

    comprende.)

    (Gesammelte Werke. Suhrkamp. Frankfurt/M. 19922

    ; 2, 314).