Fernando Garcia de Cortazar Bajo La Mirada de Occidente

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  • 7/23/2019 Fernando Garcia de Cortazar Bajo La Mirada de Occidente

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    BAJO LA MIRADA DE OCCIDENTE

    A

    LGUNAS de las cosas que estn ocu-rrindonos, segn indica el termos-tato moral de estos comienzos delsiglo XXI, parecen sacadas de las

    historias de terror que la literaturainglesa siempre nos explicaba na-

    rradas junto al fuego, en un saln victoriano y bajola perpleja proteccin de los retratos de los ante-pasados. Antes de que llegaran otras formas deentretenimiento, de los deportes de masas y laslargas jornadas en la red, contar historias de fan-tasmas insomnes, asesinos furiosos y monstruosmelanclicos era una habilidad narrativa para lashoras ociosas al lado de la chimenea. El terror nose consideraba ms que como enajenacin ficti-cia, mal absoluto que solamente poda brotar dela imaginacin. El ms fino estilista de la litera-tura de horror contempornea, Lovecraft, ni si-quiera se permita describir a los causantes delespanto. Eran criaturas sin forma, masas absor-tas en su nauseabunda falta de consistencia. Eran

    tan completamente ajenas a cualquier modo deexistencia respetable, que haban de anunciarsepor las sensaciones pavorosas que producan aquienes las observaban. Aquella sociedad supodistinguir cualquier expresin de la violencia po-ltica o cualquier atroz experiencia blica del es-pacio siniestro que reserv a la avidez por la san-gre humana, palpitante en los actos de terror. Re-sultaba tan ajeno a la realidad de la convivenciasocial, que solo poda expresarse como morbosoejercicio literario, que provocaba el escalofro pla-centero de los salones acomodados o ese miedosevero y pedaggico de las leyendas aldeanas.

    Las experiencias polticas posteriores a la tra-gedia de la Gran Guerra permitieron que el terrorcobrara forma, adquiriera nombres, ganara adep-tos e incluso tratara de dignificarse con mitos que

    prometan la liberacin de los compatriotas me-diante el exterminio de quienes haban sido desig-nados enemigos del pueblo. Aquellas experienciasocasionaron una degradacin moral que se ha con-vertido, desde entonces, en una tensa advertenciapara quienes deseen cruzar los espacios de segu-ridad de nuestra civilizacin. Fueron, adems, lasresponsables de la prdida de vigor de Europa, dela que es difcil que lleguemos a recuperarnos al-gn da. Aquel continente donde nunca se habapuesto el sol de los valores creados por el mundoclsico, el cristianismo y la Ilustracin, anochecien una orga de fanatismo y envilecimiento, a cuyodeterioro espiritual hubo de sumarse nuestra per-manente dependencia de aliados ms poderososo nuestro constante temor a enemigos ms fuer-tes. Sin embargo, del episodio terrorista de masas,

    Europa salv sus principios fundacionales. La ideade Occidente volvi a formarse al calor de aquel

    inmenso sacrificio gracias a hroes que mantuvie-ron, pagando muchas veces el precio de su propiavida, los conceptos de libertad, de equivalencia delos seres humanos y de fraterna convivencia queforjaron todo un modo de vida. Honor a aquelloshombres y mujeres en cuya resistencia al mal secustodi aquel futuro que es hoy nuestro presen-te. Honor a aquellas vctimas con el coraje de de-cir no a la barbarie. Honor a aquellos combatien-tes de la fe en nuestra tradicin cultural, nuestraverdad de siglos, nuestra realidad hecha historia.

    Es esa experiencia la que nos autoriza a hablarhoy del terrorismo y la que nos exige defender elsentido de una civilizacin. Nos obliga a hablar deesa deuda que contrajimos con quienes fueron pre-sas del mal, existencia cancelada por la intil tra-vesa del espanto. Espaa fue el ltimo residuo de

    aquel fantasma atroz que recorri Europa en losaos de vrtigo nihilista. Fue el ltimo refugio paralos asesinos y para los charlatanes que ensuciaronel nombre de las virtudes cristianas prestando sucomprensin a aquellos actos. Porque al crimende las vctimas sigui el castigo de sus familiares,de sus amigos, de las personas honestas de estanacin. Al asesinato sigui una complicidad quequiso confundirse con la compasin, una indolen-cia moral que quiso camuflarse de lucidez anal-tica, una indecencia cvica que quiso ataviarse conla grandeza de la caridad. O ese silencio que tratde manchar la dignidad de las vctimas como hadenunciado el estremecedor testimonio de CarlosAresti Llorente. La contemplacin de los asesinosde nuevo en libertad ha vuelto a ponernos a prue-ba en estas semanas, acompaada de la estulticia

    de quienes nos aleccionan desde una pretendidaamplitud de miras que no es ms que estrechez de

    principios. La imagen de los sonrientes terroris-tas, gestores del dolor, corruptores de la atmsfe-ra que respiramos, solo es menos repugnante quela frialdad de quienes desean convertir la vida deestos seres inicuos y la experiencia trgica de nues-tra posibilidad de morir a sus manos en un simplerecodo accidental de nuestra historia.

    Porque no es as. De ninguna manera podremoslevantarlos del lugar nfimo y terrible donde ani-da su verdadera condicin. Son lo opuesto a nues-tra cultura, son el negativo de nuestra civilizacin,son la inversin de nuestra forma de entender el

    mundo. No son un fragmento defectuoso de nues-tra convivencia, sino un elemento ajeno, la malig-na irrupcin de un desequilibrio moral que brotadel rechazo a lo que Europa ha construido y a sucontribucin a la calidad de la existencia del hom-bre en la Tierra. Ni una palabra en su favor podrdecirse sin que tiemblen los fundamentos de nues-tra fe en el destino del hombre. Ni una matizacinpodr hacerse sin que quiebre la delicada piezahistrica de nuestro significado como sociedad.

    Nuestra civilizacin acta ahora como elcontraste y el marco de una solemneadvertencia al mundo entero. A orillasdel Mediterrneo, en las mrgenes de

    los territorios donde se forj la idea de Occiden-te, el fanatismo religioso trata de presentarse

    como la alternativa al mundo que durante dosmil aos ha ido tejiendo la trama de su ejempla-ridad. No desean convivir con nosotros, no se con-sideran una cultura paralela a la nuestra. Ni si-quiera es una forma de vida exactamente, si porella entendemos la existencia libre a la que no po-demos renunciar sin perder la esencia de nues-tra humanidad. En nombre de la sumisin, ennombre del temor, en nombre de la intolerancia,quienes ni siquiera desean la libertad para s mis-mos atacan una civilizacin que se ha modelado,precisamente, afirmando el libre albedro delhombre. Ellos, los esclavos de un extraviado sen-tido de la fe, los siervos de una implacable auto-ridad que exige la sangre de los infieles, son, jus-tamente, quienes nos muestran lo que tan pocasveces somos capaces de defender en la arena p-

    blica. La excelencia de nuestros valores, la impe-cable textura de unos principios en los que resi-de nuestra confianza en un mundo humanista,defensor insobornable de nuestro patrimonio ti-co, combatiente por los derechos sociales y cau-ce del legtimo progreso material. En las imge-nes de ese horror que an nos amenaza, como enlas exhibiciones del terrorismo nacionalista denuestros aos de plomo, afirmamos la mirada deOccidente. Esa perspectiva en la que admiramos,como contraste con la inmundicia, la estatura denuestra condicin social, la sabidura heredadade nuestra magnfica tradicin, el legtimo orgu-llo y el grave deber de preservar esa herencia siem-pre en riesgo de extinguirse, siempre pendientede la fuerza de nuestra voluntad.

    FERNANDO GARCA DE CORTZAR. DIRECTOR DELA FUNDACIN VOCENTO

    La mirada de Occidente es esa perspectiva en la que admiramos, comocontraste con la inmundicia, la estatura de nuestra condicin social,la sabidura heredada de nuestra magnfica tradicin, el legtimo orgullo yel grave deber de preservar esa herencia siempre en riesgo de extinguirse,siempre pendiente de la fuerza de nuestra voluntad

    NIETO

    POR FERNANDO GARCA DE CORTZAR

    F U N D A D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C U A T O L U C A D E T E N A

    abcdesevilla.es/opinion-terceraABC SBADO, 28 DE MARZO DE 2015 LA TERCERA 3

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