Ferran Gallego Sobre Falange y Franquismo

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    UN PUENTE DEMASIADO LEJANO?FASCISMO, FALANGE Y FRANQUISMO EN LA FUNDACINY EN LA AGONA DEL RGIMEN1

    FERRAN GALLEGO

    UNIVERSIDADAUTNOMADEBARCELONA

    La crisis terminal de un rgimen siempre revela su carcter originario. No me

    refiero slo a las virtudes explicativas del momento final de su cada, sino al pro-ceso ms dilatado de declive, crisis y quiebra de aquellas condiciones de cohesinque permitieron constituirlo y extender su existencia durante un largo periodo.Esto sucede de un modo ms claro cuando el caso que examinamos es el deuna dictadura formada en la poca de entreguerras y capaz de sobrevivir du-rante una etapa tan duradera como la que ocup el franquismo. Por un lado, lacrisis se present en forma de una dispersin de corrientes cuya vinculacin auna sola cultura poltica original se defenda, desde las instancias del poder, porlos mismos sectores que progresivamente quisieron destacar sus diferencias, has-

    ta llegar a identificarse por su mutuo antagonismo a medida que se avanzaba enel proceso de ruptura democrtica. Por otro, las circunstancias agnicas del rgi-men fueron dando paso a la elaboracin y proyeccin de una radicalidad delcambio que trataba de favorecer, desde los sectores reformistas, dos percepcionessociales aparentemente contradictorias. As, mientras se sealaba la rotunda liqui-dacin de las instituciones franquistas, se haca de esta ruptura el resultado direc-to de una evolucin producida por la misma lgica de la dictadura, incluyendolas previsiones sucesorias y el flexible margen de maniobra ofrecido por el entra-mado normativo que se caracteriz como una constitucin abierta. Ciertamente,

    el debate sobre la profundidad, el ritmo y el protagonismo de los cambios deter-minaron espacios de conflicto que, al tiempo que manifestaban distintas versio-nes de la reforma, indicaban una diversidad ms honda, que hunda sus races ysu identidad en el desarrollo de la trayectoria completa del rgimen.

    El proceso de dispersin provocado por la crisis y, a la vez, causa de lagravedad de la misma permite considerar cules fueron aquellos factores quepermitieron una integracin en torno al proyecto durante la guerra civil que no

    1 Este trabajo se enmarca en la investigacin realizada en el proyecto HAR2011-25749, Las alterna-tivas a la quiebra liberal en Europa: socialismo, democracia, fascismo y populismo (1914-1991), financiadopor el Ministerio de Economa y Competitividad.

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    fue posible articular en los aos terminales del franquismo, cuando el Movimien-to llev adelante una ofensiva destinada a adquirir un papel exclusivo en el pro-ceso de institucionalizacin del rgimen en la etapa sucesoria. No slo el proce-

    so de desguace final del rgimen permite realizar esta reflexin, sino tambin unaetapa en la que el fascismo muestra su carcter revocable, al ingresar el sistemaen una etapa que haba liquidado sus principales apoyos internacionales, dejandola era del fascismo como un proyecto y una cultura restringidos al periodo com-prendido entre el final de la Gran Guerra y los estertores de la segunda guerramundial. La capacidad de integracin del falangismo y su liderazgo en la carac-terizacin doctrinal y el control poltico del rgimen pas por vicisitudes quenunca supusieron la marginacin de los falangistas del control del partido nico,aunque pudieran implicar la revisin de la funcin de ste e incluso su conver-sin en un movimiento integrado en las instituciones, que, sin embargo, nuncase dese contemplar como una opcin administrativa. Precisamente el examende la ofensiva lanzada por el Movimiento en los ltimos aos de Franco, con unapoyo claro del propio Caudillo, puede indicar la permanencia de una voluntadtotalizadora que no se basaba en aspectos ilusorios, sino en la conciencia de unpoder central en el aparato del Estado y una referencia doctrinal inexcusablepara la definicin poltica del franquismo.

    Este trabajo propone reflexionar sobre los dos momentos crticos del franquis-mo la etapa fundacional y la agona previa a la desaparicin del dictador,

    sealando el papel fundamental desempeado por el falangismo como doctrinay como organizacin, para ofrecer un marco de convergencia que proporcionaraal rgimen una sola cultura poltica. De una parte, el momento crtico inicial,caracterizado por el escenario de la guerra civil y la conjuncin de diversos sec-tores en la opcin ms congruente con las circunstancias y objetivos de la suble-

    vacin, pasa a subrayar como carcter de toda experiencia fascista la capacidadintegradora de esta cultura, que consigue incluir en un solo movimiento a am-plios sectores de la derecha, obteniendo la representacin de una movilizacinsocial heterognea, pero encauzada en un proyecto en el que los factores deunidad son ms relevantes que aquellos conflictos inherentes a una diversidadinevitable, si es que quera llevarse a cabo la movilizacin de todas las facetascontrarrevolucionarias bajo un solo proyecto, con recursos ideolgicos y polticospara absorberlas. Por otro lado, el momento crtico final, en el que el esfuerzodesarrollado para sostener esta unidad bajo el renovado liderazgo del Movimien-to Nacional result bloqueado por las propias condiciones polticas en que sedesarrollaba el intento de supervivencia del rgimen. Las expectativas puestas enla capacidad de control del aparato del Estado y la movilizacin del partido ni-co trataron de reiterar aquellas condiciones de agregacin y renovacin poltica,creyendo que la situacin era ms ventajosa que la que se experimentaba en laguerra civil. La recuperacin de la iniciativa poltica pareca posible en una men-

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    talidad formada en la prolongada permanencia de un rgimen y en la funcinaglutinadora que el falangismo crea estar en condiciones de proporcionar. Ytales expectativas no dejaron de basarse en la confianza en una cultura que, enlas circunstancias vividas cuarenta aos atrs, haba permitido la victoria y elproceso constituyente del Nuevo Estado.

    LACONSTITUCINDELFASCISMOESPAOL: UNIDADYHETEROGENEIDAD

    Las discrepancias internas y la aceptacin de un proyecto comn fueron fac-tores indisolubles en la fundacin y evolucin del franquismo. Ambos factorescaracterizaron las limitaciones de las crisis que experiment el rgimen, incluyen-do las que se produjeron en el mismo proceso constituyente2. Los conflictos sereiteraron sin ponerlo nunca en peligro, dado que las propuestas siempre se pro-dujeron como expresin de una diversidad interna, y se legitimaron por su com-promiso esencial con el proyecto poltico del 18 de julio. Podra decirse que taldiversidad se sostena por la vehemencia con la que cada una de las tendenciasen conflicto manifestaba ser la autntica plasmacin de lo que haban sido losmotivos esenciales de la sublevacin y de la guerra civil. As, la legitimidad pro-porcionada por la guerra civil y la victoria era buscada como un elemento deidentidad de la que todos los sectores enfrentados deseaban apropiarse.

    Los conflictos entre los sublevados y luego vencedores fueron distintos a epi-sodios circunstanciales y recursos tcticos, que empezaban y concluan en unaconfrontacin efmera. Eran distintos tambin a un sistema plural que tuviera quedar satisfaccin a los integrantes de una coalicin poltica, cuyos diversos proyec-tos reclamaban la visibilidad de su conquista de espacios de poder. Ni la condi-cin accidental y transitoria de las querellas, ni la definicin de una cultura pol-tica del rgimen, sustituida por la convivencia de proyectos diversos e inclusoantagnicos, da cuenta adecuada de su carcter. De hecho, ni siquiera ofrece unaaproximacin satisfactoria al perfil de cada una de las corrientes que convivieronbajo el mismo sistema. El principio de unidad bajo el que se gestion la movili-

    zacin de un heterogneo sector antirrepublicano en julio de 1936 no fue nuncaun elemento instrumental, destinado a disciplinar a los sectores que participaronen la sublevacin. Lejos de responder meramente a las exigencias de una guerraa gran escala, la unidad se esgrima como el motivo fundamental de la moviliza-cin y la condicin sobre la que podra construirse el Nuevo Estado. La unidadde los espaoles, fragmentada por la cultura liberal, amenazada por el socialismo,desafiada por el nacionalismo cataln o el vasco, pas a ser el factor ms impor-

    2 SAZ, I.: Mucho ms que crisis polticas. El agotamiento de dos proyectos enfrentados, Ayer, 68,2007 (4), pp. 137-163.

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    tante de identificacin de un bando que adopt el nombre de nacional no slo porsu deseo de extranjerizar cualquier actitud de resistencia a la sublevacin, sinopor la ambicin de estar procediendo a la constitucin de un proyecto poltico total3.

    Tal voluntad y capacidad de encaje en una movilizacin unitaria haba deconvivir con una heterogeneidad que reforzaba la capacidad de convocatoria, laintegracin y la operatividad de un proyecto poltico compartido. A la constitu-cin del movimiento salvador se acuda desde experiencias polticas distintas,desde tradiciones que se haban expresado durante la etapa republicana y aunen los aos anteriores creando sus propios espacios organizativos y siendofieles a una genealoga doctrinal distintiva. Si, en las condiciones de la repblica,la radicalizacin de la derecha espaola ya haba ido mermando la percepcin dela autonoma de sus diversos componentes, procedindose a la colaboracin pol-

    tica y, lo que era ms significativo, al intercambio de motivos ideolgicos, lascondiciones de la guerra civil dejaron atrs una simple complicidad para dar pa-so a la construccin de un mismo movimiento y de unas instituciones represen-tativas de todos aquellos que participaban en la sublevacin. La guerra civil,considerada con frecuencia como una alternativa a la conquista del poder por elfascismo fue, en cambio, el marco para que se produjera la masificacin de estemovimiento y la construccin de un nuevo Estado, fabricado desde la misma raz,aprovechando la destruccin del orden institucional previo. El proceso de fascisti-zacin desemboc en un movimiento, un rgimen y una cultura poltica fascistas,como resultado del encuentro, en esa fase catalizadora, de diversas respuestas aldoble desafo de la decadencia de Espaa y de la amenaza de los sectores quela aprovechaban. Todo aquello que representaba la modernizacin promovidapor la anti-Espaa deba ser respondido por la movilizacin que conducira a unanueva nacionalizacin de las masas, a una va espaola a la modernidad cuyosindicios exclusivos se haban dado ya en la defensa de la comunidad cristianauniversal por el imperio, y cuya actualizacin en el siglo XX se realizaba en lacapacidad aglutinadora del fascismo4.

    Esta ltima cuestin es fundamental para comprender el proceso de fascistiza-cin, por el que la cultura fascista pasa a ser no slo hegemnica, sino aquellaen la que se insertan los distintos sectores de la derecha radical. Si esta virtud deconvertirse en cauce comn se da en todas las experiencias europeas, en el caso

    3 He planteado algunas de estas cuestiones en Sobre hroes y tumbas. La guerra civil y el procesoconstituyente del fascismo espaol, en MORENTE, F. (ed.): Espaa en la crisis europea de entreguerras.

    Repblica, fascismo y guerra civil. Madrid, Los libros de la catarata, 2011, pp. 249-268.4 Las motivaciones del bando sublevado han sido recogidas en un nmero de trabajos que superan

    en mucho la posibilidad de ser citados aqu, como se ver en otros temas relacionados con esta reflexin.Sin embargo, creo que la mejor aproximacin a este tema es la de NUEZ SEIXAS, X.M.:Fuera el invasor!

    Nacionalismos y movilizacin blica durante la guerra civil espaola (1936-1939). Madrid, Marcial Pons,2006, pp. 178-327.

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    espaol el fascismo poda beneficiarse precisamente de lo que en sus inicioscomo organizacin autnoma haban sido obstculos a su desarrollo. De hecho,la llegada tarda del partido fascista5, supuso que el espacio fascista estuvieradefinido ms all de lo que limitaba el rea de la organizacin nacionalsindicalis-ta. Por ello, la influencia del fascismo espaol estuvo muy lejos de limitarse a laque pudiera ejercer polticamente Falange de las JONS. En el momento en quese produjo la crisis final del rgimen republicano y cuando se decidi pasar a una

    va armada, que poda tomar la forma de un golpe de Estado con considerableintervencin civil o la de una sublevacin, el fascismo dispona de dos factoresque le permitieron convertirse en aglutinador del movimiento nacionalista. Por unlado, la importancia adquirida, en un proceso de mutua contaminacin, porelreafascistizada, de la cual formaba parte la misma FE de las JONS6.La rela-cin entre el partido fascista y las organizaciones de la derecha espaola ms

    extrema haba sido de colaboracin y de impregnacin doctrinal, que respondaa la existencia de un clima comn, ya expuesto como crisis del parlamentarismo

    y voluntad de un Estado nuevo por los sectores alfonsinos, confirmando la de-nuncia del liberalismo por los carlistas, aunque en una trayectoria doctrinal dis-tinta, mucho ms cercana al clasicismo maurrasiano que al integrismo, regionalis-mo e incluso populismo tradicionalista7. De hecho, la fusin entre falangistas yjonsistas ya haba supuesto una primera sntesis entre los sectores nacionalsindi-

    5 CHUECA, R.: El Fascismo en los comienzos del rgimen de Franco. Un estudio sobre FET-JONS.

    Madrid, CIS, 1983; JIMNEZ CAMPO, J.: El fascismo en la crisis de la Segunda Repblica. Madrid, Turner,1979.

    6 Jos Calvo Sotelo afirmaba en El pueblo manchego, el 7 de mayo de 1936, que El ambiente fas-cista actual es enorme en toda la nacin. () Es una disposicin de esprtu, ms que un movimiento re-flexivo. () Pero acabar tomando plenitud ntima, trabazn perfecta y radiacin nacional. (A propsitodel fascismo, Obras Completas.Madrid, Actas, 2009, vol. V-1, pp. 393-395).

    7 Esta posicin alfonsina poda detectarse ya en la forma en que sus futuros dirigentes afrontaron lacrisis ideolgica derivada de la Gran Guerra. Quien sera el ms destacado dirigente de Renovacin Es-paola, Antonio Goicoechea, afirmaba en 1925, tras comparar la actitud de Mussolini ante el parlamentocon las condiciones en que se desarroll la Asamblea Nacional francesa: Aquel entusiasmo que pona,segn la expresiva frase de Taine, al servicio de una retrica de pedantes un nfasis de energmenos, se

    ha extinguido en el transcurso de un siglo 1789 es la aurora de un rgimen; 1922 inicia su crepsculo.(GOICOECHEA, A.: La crisis del constitucionalismo moderno. Madrid, Voluntad, 1925, p. 32). Esa evolu-cin, en el marco poltico de la Dictadura de Primo de Rivera puede seguirse en QUIROGA FERNNDEZDE SOTO, A.: Haciendo espaoles. La nacionalizacin de las masas en la Dictadura de Primo de Rivera.Madrid, CEC, 2008. Las actitudes de este sector a favor de una posicin anloga de diversos sectores de laderecha en busca de un nuevo orden puede verse en Hacia un Estado Nuevo,Accin Espaola (42, 1 dediciembre de 1933), pp. 513-516. La discrepancia fundamental entre Accin Espaola y el fascismo ha sidodestacada con un examen riguroso, aunque yo no comparta sus conclusiones, por Pedro Carlos GonzlezCuevas en su exhaustivo trabajo Accin Espaola. Teologa poltica y nacionalismo autoritario en Espaa(1913-1936). Madrid, Tecnos, 1998. Tngase en cuenta, sin embargo, que el propio Gonzlez Cuevasconsidera que Falange no era una organizacin fascista, sino cristiana y autoritaria. Puede encontrarse unaserie de estudios sobre personalidades que convergern en este punto en QUIROGA FERNNDEZ DESOTO, A. y ARCO BLANCO, M.A. del: Soldados de Dios y Apstoles de la Patria. Las derechas espaolas enla Europa de entreguerras. Granada, Comares, 2010.

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    calistas ms avanzados y quienes slo se decidieron a constituir una organizacinde este tipo a partir de 1933, como resultado de una evolucin que se conside-raba natural entre las posiciones iniciales de un monarquismo autoritario clasicista

    y las de un fascismo menos proclive a la organizacin de masas que a la exaltacinde una minora rectora. El segundo aspecto favorable se refiere a la flexibilidaddoctrinal del fascismo y al tipo de organizacin y estrategia subversiva que per-mita la incorporacin a su estrategia de los diversos sectores de la derecha enproceso de radicalizacin. El fascismo espaol poda presentarse como defensorde la causa del catolicismo sin desmentir uno solo de sus postulados fundaciona-les, sino corroborando lo que era una concepcin de la nacin y del Imperioinseparable de la defensa del catolicismo de la contrarreforma8. Poda, adems,realizar el llamamiento a las masas que haba ido estado presente en todas lasactitudes de la derecha espaola9, mientras rechazaba las veleidades romnticasde otras experiencias como el nacionalsocialismo, eligiendo el camino de unnacionalismo clasicista, partidario de una tradicin consolidada en el Estado ymanteniendo la condicin aristocrtica de una poltica al servicio de Espaa10.Ofreca una versin de la poltica de unidad que no se encontraba en los elemen-tos de disidencia de ninguna otra fuerza poltica de la derecha en especial, losfactores dinsticos, mientras aseguraba la militarizacin de la conquista delpoder que era la va ms coherente para la captura u organizacin del NuevoEstado, aunque la violencia estuviera muy lejos de ser un patrimonio exclusivodel fascismo. Por todos estos motivos, el fascismo espaol cumpla esas condicio-

    nes que no slo se referan a su capacidad de reunir coyunturalmente a diversasculturas polticas, sino de capturar un espacio totalizado por su doctrina y por suestrategia.

    Las tensiones entre continuidad y ruptura fueron caractersticas del nuevo r-gimen, junto a la heterogeneidad de sus componentes. Podan observarse en elpropio discurso que legitimaba la sublevacin, siendo siempre capaz de presen-tarse como sntesis entre una tradicin actualizada y una revolucin cuyo objetivo

    8 Un especialista en el pensamiento de Vctor Pradera como Jos Luis Orella ha podido indicar, en

    la presentacin a la edicin en un volumen de la revista Jerarqua, que Finalmente, Espaa se habapartido en dos y sus regeneradores tambin, pero aquella pugna poda dar la oportunidad esperada deconciliar el catolicismo substancial de la entraa espaola con el espritu regenerador y juvenil, similar alo que haba pasado en el pas cisalpino. (ORELLA, J.L.: Introduccin, Jerarqua. La revista negra de la

    Falange. Pamplona, 1936-1938. Madrid, Barbarroja, 2011, p. 14).9 Incluso de un Calvo Sotelo, que el 6 de octubre de 1935 escriba: Hace falta sumar la tradicin a

    la masa. Masa sin tradicin es ruptura y caos. Tradicin sin masa sera, probablemente, aniquilamiento.Pero el sufragio desenfrenado es la masa sin tradicin. Necesitamos, pues, al pueblo. Como el pueblonecesita la tradicin augusta de una continuidad histrica afianzada. (Alborada, 6 de octubre de 1935, enObras Completasvolumen V-1, pp. 450-453). Como corresponda a la ideologa fascista, Calvo Sotelosealaba en ese mismo lugar que el destino del pueblo no era gobernar, sino ser bien gobernado.

    10 PRIMO DE RIVERA, J.A.: Espaa y la barbarie, Obras Completas, Madrid, Vicesecretara de Edu-cacin Popular, 1945, pp. 37-43.

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    era restaurar la esencia de una Espaa eterna, rompiendo con aquellos factoresdel pasado reciente que haban impedido su realizacin histrica. Ms all de esediscurso, existan los elementos de una continuidad que no pueden despreciarse,

    ya que sin ellos nunca habra existido una movilizacin con la magnitud suficien-te para enfrentarse a las condiciones blicas de la conquista del poder. Tal con-tinuidad no se expresaba slo en la capacidad de incorporar a sectores socialesque deseaban volver a disponer de las instituciones como un patrimonio desafia-do por la experiencia republicana. Se refera, tambin, a la asuncin de diversasgenealogas culturales que haban de reconocerse como complementarias. Enambos sentidos, esa permanencia modificada por las condiciones de la conquistadel poder result conflictiva, porque deba canalizarse a travs de una organiza-cin de la dominacin social distinta a la existente antes del periodo republicano.Deba competirse en un espacio que no era el de una mera devolucin de losmecanismos de control social y de preservacin de los privilegios polticos, sinoel establecimiento de nuevos cauces de promocin y de un nuevo discurso pol-tico que les diera coherencia y capacidad de movilizacin. Si las capas desplaza-das de los instrumentos de poder poltico en 1931 pudieron regresar, directa oindirectamente, a ejercer su influencia, hubieron de hacerlo en circunstanciasnacionales que se haban modificado radicalmente, por las condiciones de laguerra y por el proyecto que haba ido definindose en su desarrollo, estimuladopor quienes disponan de una mayor capacidad de movilizacin y de definicinde objetivos polticos generales congruentes con las necesidades del Nuevo Esta-do11. Por otro lado, si poda establecerse un proyecto coherente, haba de hacer-se sobre la capacidad sinttica y los amplios recursos de movilizacin ofrecidospor la Falange, cuyo fascismo originario ya dispona de elementos de comunica-cin ideolgica y de combinacin de estrategias con otros sectores de la derecharadical espaola antes del 18 de julio. Se trataba de una Falange cuyo catolicismo

    11 Sobre la incorporacin al Nuevo Estado a travs de la disciplina poltica militarizada por la guerra,CENARRO, .: Instituciones y poder local en el Nuevo Estado, en JULI, S. (coord.): Repblica y guerraen Espaa (1931-1939). Madrid, Taurus, 2006, pp. 421-447; la defensa de los elementos de continuidad ha

    tenido un excelente planteamiento en CAZORLA, A.: Las polticas de la victoria. La consolidacin del Nue-vo Estado franquista (1938-1953). Madrid, Marcial Pons, 2000. Julin Casanova ha destacado que losconflictos bien documentados por las experiencias locales nada tenan que envidiar a los que se producanen Alemania o Italia, en Una dictadura de cuarenta aos, CASANOVA, J., ESPINOSA, F., MIR, C. y MORE-NO, F.:Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco, 2004. Un esplndido trabajo sobrela construccin del Estado a escala local y las relaciones entre los sectores tradicionales y el nuevo marcopoltico es el de ARCO BLANCO, M.A. del y GMEZ OLIVER, M.: Los franquistas del campo. Los apoyossociales rurales del rgimen de Franco (1936-1951), en ORTEGA LPEZ, T. y COBO ROMERO, F. (eds.): La

    Espaa rural, siglos XIX y XX.Aspectos polticos, sociales y culturales. Granada, Comares, 2011, pp. 257-287.Es indispensable, por su capacidad de llevar el anlisis local a una reflexin nacional, el trabajo de ORTEGALPEZ, T. y COBO ROMERO, F.: Franquismo y posguerra en Andaluca oriental.Universidad de Granada,2005, que ofrece un inteligente, documentado y estimulante estudio sobre la formacin del poder local, laruptura con el pasado y las inercias presentes en el rgimen modificadas por el fascismo, relacionndolo conlo que sucede en las experiencias similares del continente.

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    esencial y fundacional pas a ser profundizado y expuesto como un factor pecu-liar del nacionalismo fascista espaol. Del mismo modo, el tradicionalismo se reco-noca en una genealoga cuya actualizacin se encontraba en el falangismo, capazde incorporar a los diversos sectores reaccionarios que haban abandonado cual-quier veleidad liberal desde los aos veinte12. Actitud que fue respondida por unimpulso unitario similar de las otras corrientes que convergieron en la sublevacinde julio de 1936 y que, desde el punto de vista doctrinal, no dudaron en insertarel pensamiento joseantoniano en una corriente integradora del pensamiento con-trarrevolucionario espaol que desembocaba en el Movimiento Nacional.

    Ni la heterogeneidad ni las tensiones entre continuidad y ruptura que se die-ron en Espaa pueden considerarse elementos que aslen esta experiencia de lasque se produjeron en los movimientos y los regmenes fascistas europeos. Lo que

    puede destacarse es laformade realizacin de ambas caractersticas comunesenlas condiciones fundacionales del Nuevo Estado. La construccin de las institu-ciones del Estado y de los servicios del partido nico en una fase de guerrafueun elemento determinante y distintivo, como lo fue establecer los elementos radi-cales de exclusin e integracin de acuerdo con la lgica de la contienda, capazde crear estructuras transversales que separaban a vencedores y vencidos. El movi-miento fascista espaol, a diferencia de lo que sucedi en Alemania o Italia, no secre y desarroll al margen de un Estado que deba ser ocupado, creciendo conms o menos lentitud, acumulando fuerzas para llevar adelante un pacto con lossectores tradicionales anclados en las instituciones y presentes en espacios socialesparalelos. El proceso de fascistizacin de la comunidad poltica se haba realizadotanto en el interior de la burocracia estatal conservadora como sobre todo enel exterior de las instituciones. En tales experiencias, sin embargo, el fascismo comomovimiento de masas y, por tanto, como factor relevante desde el punto de

    vista histrico y como posibilidad poltica de la captura del poderobedeci tam-bin a un proceso de integracin de sectores que continuaron manteniendo, en elseno de una organizacin unitaria y en el marco de un rgimen totalitario, suspropias motivaciones para ingresar en un mismo movimiento, su propia percepcinde lo que era la revolucin nacional y su conciencia de preservarlas en situacin de

    conflicto no slo con otras corrientesdel movimiento, sino tambin con actitudesdispersas en la sociedad. Lo decisivo fue siempre la capacidad de integracin de laque el fascismo hizo gala, nica forma de obtener el respaldo de quienes no se

    12 La definicin de los dos proyectos nacionalistas en competencia y colaboracin, aunque en posi-ciones antagnicas de fondo, fue definido por Ismael Saz en Espaa contra Espaa. Los nacionalismos

    franquistas. Madrid, Marcial Pons, 2002. La evolucin de ambas culturas, aunque indicando un mayornivel de complicidad, en JULI, S.:Historias de las dos Espaas. Madrid, Taurus, 2004, pp. 275-355. Sobreel proceso de fascistizacin, GONZLEZ CALLEJA, E.: Contrarrevolucionarios. Radicalizacin violenta delas derechas durante la Segunda Repblica, 1931-1936. Madrid, Alianza, 2011. La porosidad entre los di-versos sectores de la derecha radical fue propuesto hace bastantes aos por P. Preston en Las derechasespaolas en el siglo XX: autoritarismo, fascismo y golpismo. Madrid, Sistema, 1986.

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    haban inclinado a favor del partido original en el momento de su fundacin. Elfascismo resultantealgo distinto a la tradicional divisin entre fascismo/rgimeny fascismo/movimiento, ya que se produjo tambin en la etapa previa a la conquis-ta del poder fue siempre receptor de un aluvin de adhesiones, aceleradas enmomentos de profunda y decisiva crisis nacional13.

    La similitud se refiere, adems, a la realizacin de una funcin social semejan-te, en la que la necesidad de enfrentarse a la democratizacin de la sociedad ysus amenazas de prdida de privilegios, prestigio e identidades culturales, pues-tos en peligro por los procesos polticos que siguieron a la Gran Guerra, se con-cret en la creacin, durante un largo proceso, de una alternativa poltica presen-tada como respuesta simultnea al liberalismo, a la democracia y a la revolucinsocial. Por ello mismo, las cosas iban mucho ms lejos que la articulacin de unsimple frente comn circunstancial. Por el contrario, haba de manifestarse una

    voluntad de permanencia slo imaginable en un afn totalizador y una percep-cin de que los conflictos siempre se subordinaban a un espacio ideolgicocompartido y a un origen legitimador que a todos perteneca. Las divergenciaspueden examinarse como luchas por espacios de poder, pero deben ser analiza-das tambin y, quiz, sobre todo como reflejo de la capacidad representativadel movimiento y del rgimen fascista. Cualquier sector que se enfrentaba a otroen la lucha por adquirir una mayor visibilidad en esta representacin de la comu-nidad nacionalizada lo haca siempre afirmando la mayor autenticidad de suforma de entender el fascismo. Si algo distingua el proceso poltico espaol fue la

    radicalizacin acelerada y el marco de estmulo a la unidad que se propici enla guerra civil, su nivel de militarizacin de masas y la posibilidad de inclusin yexclusin radicales, bajo la sombra de una violencia que sustitua las combinacio-nes de movilizacin de secuaces y negociacin con otros espacios de la derechatradicional, que haba caracterizado el ascenso del fascismo en Europa14. La lgi-ca de la guerra civil no estableci un fascismo deficienteni, mucho menos, unaalternativaal fascismo en Espaa. La contienda y la victoria crearon las condicio-nes especficas de su realizacin, nunca de su frustracin. El fascismo no fue algoque el rgimen contenacomo una cultura entre otras, y disponiendo de unos

    representantes de la misma capaz de ganar espacios de mayor o menor influenciaen el sistema. El rgimen era fascista en su totalidad, aun cuando no todos lossectores que se identificaban con el Nuevo Estado fueran fascistas del mismomodoy, podramos decirlo con unas palabras slo alusivas, con la misma inten-

    13 Para un mayor detalle de mis posiciones en este campo, Fascismo, antifascismo y fascistizacin.La crisis de 1934 y la definicin polttica del periodo de entreguerras, en ANDREASSI, A. y MARTN RA-MOS, J.L. (coords.):De un octubre a otro. Revolucin y fascismo en el periodo de entreguerras, 1917-1934.Barcelona, El Viejo Topo, 2010, pp. 281-354.

    14 RODRIGO, J.: Hasta la raz. Violencia durante la guerra civil y la dictadura franquista. Madrid,Alianza, 2008.

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    sidad. Los sistemas fascistas establecieron siempre, por su misma capacidad ynecesidad de una movilizacin amplia de sectores heterogneos, una pluralidadque nunca tuvo el carcter de una coalicin. Se reconoci por todos que la cul-tura poltica fascista vertebraba el rgimen, adems de sealar que los instrumen-tos de poder desarrollados por ste, incluyendo todo el material discursivo ysimblico de persuasin de masas y la voluntad de su moderna nacionalizacin,correspondan a la actualizacin de las opciones contrarrevolucionarias a travsdel fascismo. La relacin conflictiva no se estableci entre quienes eran fascistas

    y quienes los aceptaban, sino entre quienes comprendieron el proyecto fascistade acuerdo con las motivaciones sociales e ideolgicas diversas que condujerona ese proceso de integracin, sin que el proyecto fuera contemplado nunca des-de el exterior15.

    Para un sector importante de la historiografa espaola, el proceso de fascisti-zacin no concluy en el fascismo. La fascistizacin haba sido una impregnacinque afect a todas las culturas polticas de la derecha radical espaola, en unproceso que ni siquiera haba partido de la capacidad falangista de convencer alos sectores conservadores espaoles, sino de una transformacin cultural msamplia, radicada en la atencin a un fenmeno de poca, que provocaba muta-ciones en la radicalizacin de la derecha a escala europea. Segn esto, lo quecaracteriz al franquismo fue la cohabitacin de culturas polticas en conflictopermanente o una coalicin de distintos proyectos en la defensa de los mismosintereses sociales. El propio desarrollo e incluso la persistencia del rgimen seexplica, desde este punto de vista, por una capacidad de convocatoria que debaanular las pretensiones hegemnicas del sector fascista de los sublevados paralograr la adhesin de quienes siempre se consideraron ajenos a esta cultura po-ltica, a pesar de ser miembros del partido unificado en 1937. Estas apreciacionesno descartan la existencia de heterogeneidad en los regmenes fascistas, pero laconsideran de naturaleza distinta al proceso de fascistizacin espaol, en especialporque en Espaa se produce algo ms que una pluralidad, superada por el an-tagonismoentre culturas polticas irreconciliables16.

    15 El cumplimiento de esa funcin social comn puede verse, por ejemplo, en CENARRO, .: Lasonrisa de la Falange. Auxilio Social en la guerra civil y en la posguerra. Barcelona, Crtica, 2006; CASA-NOVA, J.: La sombra del franquismo: ignorar la historia y huir del pasado, en AA.VV.:Del pasado oculto.

    Fascismo y violencia en Aragn, 1936-1939. 2 ed., Zaragoza, Mira, 1999, pp. 13-38; MOLINERO, C.: Lacaptacin de las masas. Poltica social y propaganda en el rgimen franquista. Madrid, Ctedra, 2005.

    16 Tales posiciones son las que han marcado el desarrollo de la historiografa acerca del fascismoespaol desde el trabajo pionero de PAYNE, S.G.: Falange. Historia del fascismo espaol. Pars, RuedoIbrico, 1965. La definicin de rgimen fascistizado y el antagonismo de dos culturas nacionalistas ha sidopropuesta por I. Saz desde los aos noventa y, en especial, en Espaa,otra visin de la pluralidadfundamental e incluso antagnica del rgimen, en las obras de SNCHEZ RECIO G.: Los cuadros polticosintermedios del rgimen franquista, 1936-1959. Diversidad de orgenes e identidad de intereses. Alicante,Instituto Gil-Albert, 1991; D.: Sobre todos Franco. Coalicin reaccionaria y grupos polticos. Barcelona, Flordel Viento Ediciones, 2008; THOMS, J. M.: La Falange de Franco. Barcelona, Plaza y Jans, 2001, LAZO, A.:

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    Tales cuestiones nos llevan a la congruencia entre los elementos discursivosdel rgimen y su capacidad de organizar su dominacin poltica. Conducen a

    valorar dnde se emplazan los factores simblicos, pero tambin los recursos demovilizacin de los que se dota un partido cuya ideologa se fij en el procesode sntesis doctrinal realizada durante la guerra civil y la inmediata posguerra. Nose trata de una mera teora cobijada en los textos doctrinales o cnicamente ex-puesta en una retrica apartada de la realidad y destinada a su permanente falsi-ficacin, sino de unaprctica discursiva destinada a cohesionar a una masa socialque se ha unido a la sublevacin y que habr de hacerlo con algo ms que conpalabras, pero pasando necesariamente por ellas. Ese discurso es utilizado en losmecanismos de socializacin indispensables para perpetuar el rgimen e inclusopara llevarlo a la generacin que no ha hecho la guerra, pero que debe ser inte-grada en esa experiencia a travs de la permanencia de una legitimidad de origendel Nuevo Estado. Es el discurso combatiente que se ofrece a la juventud, a lasmujeres, a los atendidos por los mecanismos asistenciales, a los encuadrados enlos sistemas de control sindical, a los estudiantes universitarios a los que se in-funde una misin en forma de un discurso sobre las tareas del SEU, pero tambin,en aquellas facultades dedicadas a la formacin de profesionales del derecho, dela economa o de la administracin pblica, a las razones jurdicas del Estadonacionalsindicalista. El carcter penitencial de la exclusin recalcada por los sec-tores ms tradicionales y el afn integrador que exhala la retrica falangista nopueden presentarse como un rasgo que escinde a los vencedores. En primer lu-

    gar, porque ni siquiera el sincretismo fascista espaol puede eludir el cedazoselectivo de su propia ideologa, cuyo sentido totalizador se considera suficientepara la redencin de los equivocados. Adems, porque los lmites de las conver-siones aceptadas pueden seguirse, desde el principio, en las publicaciones falan-gistas ms cercanas a estos planteamientos, y porque ese sentido penitencial estincluido en sus actitudes de condena aparentemente amabley siempre asimtricade las dos Espaas superadas por el triunfo en la guerra civil. La hegemona fa-langista siempre se mantuvo, en tiempos de afirmacin plena de su relacin conel fascismo europeo, sobre la base de una asimilacin en su proyecto de la ge-

    nealoga del tradicionalismo y de la catolicidad de un horizonte poltico quemereciera el atributo de la espaolidad17.

    Una familia mal avenida. Falange, Iglesia y Ejrcito. Madrid, Sntesis, 2008; ELLWOOD, S.:Prietas las filas.Historia de Falange Espaola, 1933-1983. Barcelona, Crtica, 1984; RODRGUEZ JIMNEZ, J.L.:Historia deFalange Espaola de las JONS. Madrid, Alianza, 2000, por citar slo estudios a escala nacional.

    17 GALLLEGO, F.: Construyendo el pasado. La identidad del 18 de julio y la reflexin sobre la histo-ria moderna en los aos cuarenta, en GALLEGO, F. y MORENTE, F. (eds.): Rebeldes y reaccionarios. In-telectuales, fascismo y derecha radical en Europa. Barcelona, El Viejo Topo, 2011, pp. 281-337; otra visinen MUOZ SORO, J.: Entre hroes y mrtires: la sntesis catlica de Joaqun Ruiz Gimnez, 1939-1951,Ibid.,pp. 339-369.

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    ESPAOLIZACIN YDESFASCISTIZACINDELMOVIMIENTOYELRGIMEN

    La espaolizacin del 18 de julio fue uno de los elementos claves de legitima-

    cin del franquismo y de creacin de una cultura poltica que llegaba a persuadira la sociedad de su carcter excepcional, ajeno a las vicisitudes de la crisis euro-pea de entreguerras. Esta autoevaluacin no se realiz desde las posicionesopuestas al falangismo, sino por el conjunto del rgimen, incluyendo a una Fa-lange que empez muy pronto a considerar, primero, sus rasgos especficos y,despus, su oposicin tajante a las doctrinas y los Estados fascistas. Los mismosidelogos que haban definido el nacionalsindicalismo como un movimiento yuna propuesta poltica que responda a la crisis de la sociedad y el Estado liberal,sin dejar de establecer su normalidad en una movilizacin europea que estaba

    haciendo un camino equivalente, pasaron a hacer del falangismo una forma deser estrictamente espaola, una solucin exclusiva desde la que se aleccionabaal dbil liberalismo vencedor en la segunda guerra mundial18. Si puede plantear-se un debate acerca del carcter de la fascistizacin espaola, no cabe duda dela existencia de un proceso de desfascistizacin impulsado, paradjicamente, porquienes son aceptados como los nicos verdaderos fascistas espaoles, ya que esimpensable que la rectificacin ideolgica y poltica realizada a partir de 1942-1943 se hiciera al margen de quien dispona de los recursos ms importantes deorientacin poltica en el Nuevo Estado.

    Este proceso pudo adquirir los rasgos de verdadera obscenidad, en manos delos propagandistas del rgimen y, en especial, en boca de los antiguos defensoresdel nuevo orden europeo. Por ejemplo, al sealar que el pensamiento joseanto-niano haba sido, desde su misma exposicin, una alternativa al fascismo, y queel nacionalsindicalismo haba tenido mucho ms que ver con el cristianismo so-cial que con los regmenes del Eje. Lo que en la inmediata posguerra se presen-taba como aportacin espaola a un movimiento de las juventudes europeas,como haba de definir Lan Entralgo el catolicismo esencial de Falange19, pas aser aquello que diferenciaba la comunidad cristiana y el Estado catlico defendi-do por sta de los regmenes totalitarios que haban empezado a caer en 1943. Siel nacionalsindicalismo pasaba a diferenciarse del fascismo desde antes de laguerra civil, los adversarios de la Falange en el seno del rgimen pronto empe-zaron a destacar su propia y exclusiva oposicin a las actitudes polticas sospe-chosas de esa complicidad. La deformacin lleg, as, al nivel de poder expresar

    18 Entre los casos ms vistosos estn LEGAZ LACAMBRA, L.: cuyos trabajos de desfascistizacinpueden leerse en los estudios reunidos enHorizontes del pensamiento jurdico. Barcelona, Bosch, 1947, ode CONDE, J.:Introduccin al Derecho Poltico actual. Madrid, Escorial, 1942; D.:Representacin poltica

    y rgimen espaol. Madrid, Subsecretara de Educacin Popular, 1945.19 LAN ENTRALGO, P.:Los valores morales del nacionalsindicalismo. Madrid, 1941, pp. 19-20.

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    la existencia de un antifascismo franquista, basado precisamente en la existenciade quienes haban permanecido leales al rgimen a pesar de la presencia domi-nante de los falangistas. Una afirmacin que difcilmente puede considerarsegratuita cuando una reciente biografa de Jos Enrique Varela se refiere, en elmismo ttulo, nada menos que al general antifascista de Franco20. La obscenidadno reside en afirmar, como lo hace una amplia, rigurosa y respetable gama dehistoriadores, la existencia de sectores no fascistas en el rgimen de Franco; seencuentra en el paso del no fascismo al antifascismo, que debe referirse a laoposicin al rgimen en su conjunto. Difcilmente podemos conceder el atributode antifascista a quienes se sentaron en el Consejo Nacional, en el Gobierno ofueron capaces de ocupar cargos de alcaldes o gobernadores civiles asumiendo,a la vez, su condicin de jefes locales o provinciales del partido. Liquidada lainsultante paradoja, sin embargo, la cuestin sigue en pie: la naturaleza del na-

    cionalsindicalismo, el carcter del partido nico, la evolucin de los diversosmodos de ser falangista en la Espaa que avanza en la fase histrica de la pos-guerra y la distinta relacin con el falangismo de los componentes del rgimen.Para quienes consideramos que el rgimen es incomprensible en su fundacin yen su desarrollo fuera del espacio del fascismo, la clave no reside en los conflic-tos en s mismos, sino en su carcter antagnico o no, que determina la perte-nencia a la cultura fascista de sus sectores en competencia.

    Aun cuando el debate acerca de la dinmica poltica del rgimen y, por tanto,de su naturaleza, se establece en la definicin de sus orgenes, el factor que pro-

    voca una aproximacin ms compleja es la quiebra del panorama europeo en elque se produjo la constitucin del Nuevo Estado. El anlisis del franquismo nopuede realizarse, en el periodo ms prolongado de su consolidacin, comparn-dolo con experiencias contemporneas, dada la caducidad poltica de los regme-nes fascistas fundamentales, acompaada de una marginacin del campo de lasideologas que proyecta determinados anacronismos sobre el vigor y el prestigiodel fascismo en los aos anteriores a 1945. A este inconveniente, se suman losfactores de turbacin del anlisis que provoca la propia evolucin poltica delrgimen, cuyo desarrollo se produce en el seno de este proceso de desfascistiza-

    cin, pero aceptndose generalmente unapermanencia del fascismoen su seno,cuya mayor o menor marginalidad vara segn el punto de vista de los historia-dores. Mi posicin es que el franquismo, siendo fascista en su fase originaria,tuvo que ir dejando de serlo en un contexto en el que no slo se arriesgaba alrepudio exterior, sino tambin a la posibilidad de una fractura de su cohesininterna en caso de mantenerse las condiciones de sus primeros aos. Y estosignifica que debemos referirnos a la forma en que evolucionaron quienes habanprestado su apoyo al rgimen, sirviendo a un proyectocuyos presupuestos ideo-

    20 MARTINEZ RODA, F.: Varela. El general antifascista de Franco. Madrid, La esfera de los libros, 2012.

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    lgicos, instrumentos de movilizacin, mecanismos de socializacin, frmulas deliderazgo y vas de representacin institucional eran equivalentes a los de losregmenes fascistas europeos. Ese proyecto inclua la voluntad de un sectordel

    fascismo espaol de dotar al partido de un poder que result derrotado, si seesperaba la absorcin de la sociedad y la anulacin de cualquier forma de vidapblica alternativa, pero que estuvo muy lejos de plantear la frustracin perma-nente de la totalidad del fascismo. La imposibilidad de satisfacer todas las aspira-ciones que se atribuan a la Falange fundacional supuso siempre un acicate paraprocurar la mayor integracin entre Estado y Partido, afirmando una lealtad a lajefatura mxima del Estado que era, en s misma, obediencia al caudillo mximodel partido nico. Adems, claro est, de presentarse como un til material ret-rico, destinado a conjugar el amplio control de elementos claves de la sociedadcon la permanente justificacin de un horizonte obstaculizado por sectores tibios

    y oportunistas, lastre que estuvo presente en la retrica del falangismo hasta elfinal del rgimen21. Tal acusacin, que era respondida con los reproches de de-magogia y exclusivismo, lanzados muchas veces desde el propio aparato delMovimiento Nacional, fue caracterstica del fascismo italiano y del nacionalsocia-lismo alemn, donde el enfrentamiento entre moderados y radicales parasimplificar las cosas de un modo ms que insatisfactorio se produjo en el inte-rior y en el exterior del partido. Afect, adems, a aspectos nada secundarios,como lo indican los conflictos entre las agencias nacionalsocialistas y el gobiernopor el control del sistema de seguridad o por el de las relaciones laborales, o el

    enfrentamiento, en el seno del fascismo italiano, por definir el Estado corporativoo la funcin esencial o contingente del partido. Factores a los que puede aadir-se el modo en que Franco quiso preservar el espacio de actuacin del falangismotanto al principio como al finaldel rgimen y que no creo que responda a unainstrumentalizacin inicial y a una radicalizacin postrera en las orientacionespolticas del Caudillo.

    La desfascistizacin nos permite comprender en qu consisti su fenmenoinverso, el proceso aglutinante y sintetizador de la fascistizacin previa. Y, anms, cuando el abandono de este campo se produce a travs de la persistencia

    y consolidacin del rgimen nacido gracias a esa dinmica generadora del fascis-mo. Tal persistencia no slo se produce en un ecosistema internacional hostil,sino en unas condiciones espaolas en las que los conflictos entre las diversascorrientes insertadas en un proyecto impulsado por la guerra civil han de preser-

    var el acuerdo fundamental entre los adictos al Nuevo Estado. Aun cuando nopodamos establecer un elemento de comparacin con un futurible de manifiesta

    21 Esta posicin resulta especialmente visible en las intervenciones pblicas del ministro secretariogeneral y luego ministro de la Vivienda Jos Luis Arrese (ARRESE, J.L.:Escritos y discursos. Madrid, Vicesecre-tara de Educacin Popular, 1943;Hacia una meta institucional. Madrid, Ediciones del Movimiento, 1957:en esta coleccin, destaca Misin de la Falange en la hora actual, fechado en 1945).

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    inutilidad qu habra sucedido en el caso de que el rgimen de Mussolini sehubiera mantenido en el poder tras la segunda guerra mundial, por ejemplo,existen factores que, con la debida cautela, pueden sugerir aportaciones intere-santes sobre lo que ocurri realmente con el fascismo europeo como corrientepoltica y como un conjunto de valores compartidos por sectores de la sociedadsimilares a los que dieron su apoyo al franquismo.

    La crisis del fascismo italiano indica que la quiebra interna del movimientocondujo a que ninguno de los sectores en pugna pudiera ofrecer una salida po-ltica, provocando la caducidad del fascismo en su conjunto. En plena crisis na-cional, el fascismo haba perdido capacidad representativa y lo expres con supropia quiebra interna, que demostraba la imposibilidad de restaurar un movi-miento de convergencia e integracin como el que se haba dado despus de la

    Gran Guerra. La actitud del falangismo espaol, dividido entre su apoyo a la re-sistencia de los repubblichini o la defensa de la actitud moderada de Bottai oGrandi, indica cmo se refleja esa diversidad en un momento en que en Espaase est alentando el proceso de construccin de una identidad integradora alter-nativa al fascismo europeo22. De forma ms confusa, menos propagada en elexterior y menos investigada por los historiadores, la crisis nacional de Alemaniallevar a una quiebra de la relacin entre el proyecto poltico y la sociedad, ascomo a una exasperacin de lneas de conflicto ya expresadas antes en el senode la direccin del Estado y del partido. La defensa del concepto de guerra total

    de Goebbels enfrentar una concepcin socialista de la cultura nazi que hallarcrecientes espacios de conflicto con la dictadura tecnocrtica de Speer o con lautopa racial de Himmler. La ruptura en la direccin del Estado, provocada porlas adversidades de una guerra perdida, llevar tambin a una disgregacin querecorre verticalmente la organizacin poltica nazi y los diversos motivos de ad-hesin al movimiento y al rgimen por parte de la sociedad alemana de los aostreinta.

    Pero podemos y debemos ir algo ms all, entrando en una etapa que coinci-dir en el tiempo con la madurez del rgimen franquista y que tiene una estrecha

    relacin con los mecanismos de continuidad social y cultural en una fase deruptura poltica. Como he destacado en otro lugar, el desarrollo de un neofascis-mo con capacidad de convocatoria electoral se produce siempre en condicionesde una bsqueda de la reintegracin de todos los espaciosque constituyeron losmovimientos y regmenes de este tipo antes de 1945, aun cuando la opinin ge-neralizada sea que tales expresiones polticas slo muestran el aspecto ms radical

    22 Resulta muy significativo comparar el anlisis de la cada del rgimen fascista y el elogio de losmoderados publicado por Juan Ramn Masoliver en la revista Destino, el 31 de julio de 1943, con elttulo de Ni tanto ni tan calvo con el de HERRIZ, I.: en Italia, fuera de combate. Buenos Aires, Atlas,1944.

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    y sectario de aquella experiencia. Se confunde, por ejemplo, el Movimiento SocialItaliano con un rea de rescate y supervivencia de los reduci de Sal, en torno alos principios antiburgueses de la Carta de Verona, cuando la trayectoria misina fueuna constante peticin de ingreso en una gran coalicin de la extrema derecha, laderecha liberal y la democracia cristiana. Una actitud que necesitaba, adems, pre-sentar el rostro de una contestacin antisistmica que flanqueaba la estrategia delinserimento. Lo mismo podra decirse de los esfuerzos aglutinadores de quienes seconsideran herederos de la experiencia nacionalsocialista en diversos grupos quellegaron a alcanzar resonancia especial en la segunda mitad de los sesenta, con laformacin del Partido Nacionaldemcrata23. Y, sobre todo, debera considerarsela manera en que estas propuestas no obtienen un apoyo ms amplio por el giropoltico producido en unas clases medias homogeneizadas por el fascismo, pero quese orientaron hacia propuestas transversales de carcter conservador, como supo

    definirlo con suma precisin Sandro Setta al analizar la parbola de la derecha ita-liana de la posguerra y su relacin con el ventenniomussoliniano24. Puede decirse,por tanto, que contamos con un elemento de comparacin que se refiere a quienesno slo se consideraban una herencia directa del fascismo, sino que vean en elrgimen de Franco una referencia mtica, un polo de resistencia en una Europadominada por los vencedores en la segunda guerra mundial. Y tales movimientosno se expresaron como una de las tendencias en pugna en el seno del fascismoclsico, sino como la aspiracin a reunir de nuevo todo lo que ste haba sidocapaz de conjugar, construyendo experiencias polticas que mantuvieron siempre las

    tensiones de su heterogeneidad, aunque inclinndose de un modo mucho menostmido hacia una defensa de los valores nacionales de las clases medias como iden-tidad integradora propia que les era disputada por los partidos hegemnicos de laderecha.

    El proceso de desfascistizacin en Espaa se realiz en el seno del propio siste-ma y, por tanto, careci de la escisin entre la permanencia de ncleos fascistas yla construccin de un Estado democrtico. La permanencia del rgimen franquistaha podido ser presentada como la lgica evolucin de un sistema que nunca fuefascista algo que, como hemos observado, los falangistas afirmaban de su propia

    doctrina de un modo generalizado ya desde las postrimeras de 1942 o como elretroceso de la capacidad fascistizadora de Falange en el seno del Movimiento Na-cional y de las instituciones estatales. La consolidacin del rgimen obedece, segnesto, a una disgregacin de sus componentes, que entrarn en permanentes conflic-tos no slo en lo que se refiere a la conquista de espacios de poder, sino tambin

    23 GALLEGO, F.:Neofascistas. Democracia y extrema derecha en Francia e Italia. Barcelona, Plaza yJans, 2004; D.:De Auschwitz a Berln. Alemania y la extrema derecha. Barcelona, Plaza y Jans, 2005.

    24 La Destra nellItalia del dopoguerra. Roma, Laterza, 1995, pp. 18-22. La relacin de un falangistaortodoxo con este panorama puede seguirse en MORENTE, F.: Corresponsal en Roma. Dionisio Ridruejoy la Italia de la guerra fra (1948-1951), en MORENTE, F. y GALLEGO, F. (eds): Rebeldes, pp. 371-433.

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    en su voluntad de definir la cultura poltica del franquismo a travs de sus propiasideologas antagnicas. Ello implica, por tanto, la inexistencia de una cultura polti-ca del rgimen, sustituida por el liderazgo absoluto de Franco como autoridad indis-cutible, un caudillismo destinado a equilibrar los distintos proyectos, cuya coexisten-cia permita dotar de cohesin al rgimen y facilitar su carcter representativo.

    Creo que el origen, desarrollo y crisis final del franquismo tienen un hilo con-ductor distinto, que se refiere necesariamente al carcter de un falangismo queevolucion en los lmites que permita la conservacin de su identidad y los inte-reses generales del sistema. Aquello que caracterizaba a la Falange no era, funda-mentalmente, su naturaleza de versin social de la cultura del 18 de julio. Auncuando sta no dej de reivindicarse como un elemento distintivo del nacionalsin-dicalismo joseantoniano, pas a formar parte de una posicin de mayor importan-

    cia en la percepcin que se deseaba acreditar para el falangismo: su voluntad deintegracin nacional. La insistencia en una necesaria poltica social del rgimen,que siempre fue la del control de las masas en un proceso de nacionalizacin an-tiliberal, era una consecuencia de aquel afn de representacin totalitaria de lanacin, que encajaba perfectamente en el proceso de militarizacin de la socie-dad y de recuperacin de la identidad catlica de Espaa. Los aspectos revolu-cionarios de la guerra civil no agotaban el horizonte falangista ms que compren-dindolos como instrumento para que la unidad de la patria pudiera recuperarseanulando cualquier forma de nacionalismo de raz liberal. El falangismo no se

    mostraba generoso en su deseo de integrar en la Espaa victoriosa a los vencidos,sino que expresaba la forma ms abyecta de sectarismo: el expolio de todas lasactitudes de regeneracin nacional presentes en la crisis de la Restauracin y surealizacin histrica necesaria en el marco del proyecto nacionalsindicalista. Porotro lado, esa voluntad integradora se orientaba con mayor entusiasmo a los sec-tores que podan aceptar en la unidad del 18 de julio la actualizacin de losideales de la contrarrevolucin. Sobrados motivos para complacer esta percep-cin podan hallarse en los discursos y los escritos de algunos de sus ms desta-cados intelectuales y dirigentes polticos, que no dejaron de manifestar tales es-fuerzos de sntesis, cosa que se acompaaba por la evidente colaboracin dediversos sectores del falangismo y catlicos de distinta trayectoria en las publica-ciones de unos y de otros. Los conflictos que se produjeron en mltiples direccio-nes, a la hora de interpretar una cultura poltica comnbasada en la aceptacinde una misma legitimidad de origen del rgimen, no fueron apagados ni en losaspectos doctrinales que se deseaban destacar como propios del 18 de julio en suconjunto,ni en los referidos a la competencia por espacios de poder. Lo quesostuvo el rgimen en pie no fue la identidad diversa de sus dirigentes, sino elproyecto poltico que les una incluso en la discrepancia. Por otro lado, talesconflictos ideolgicos y tales luchas institucionales evolucionaron a travs derecambios generacionales, mientras la legitimacin del rgimen iba realizndose

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    sobre la eficacia de su propia capacidad evolutiva, sobre el mantenimiento de unaamplia base de apoyo social transversal y sobre una perspectiva permanentemen-te actualizada del valor simblico del 18 de julio y la guerra civil.

    Esta evolucin se refiri siempre a la forma en que la Falange interpretaba esavoluntad integradora y, por tanto, exclusivista, algo que result evidente cuandoel falangismo pas a ser identificado con el Movimiento Nacional, trasladando a stesus nada gratuitos elementos simblicos y sealando que la superacin del conceptodel Partido en nada traicionaba los fundamentos doctrinales del viejo falangismo re-publicano. Por el contrario, la concepcin movimentista permita la integracin de laorganizacin poltica en las instituciones del Estado, sin que debiera existir tensinalguna entre ambos factores. Si no puede hablarse de la conquista del Estado porel partido fascista espaol, cabr considerar la importancia de esta paradoja que hace

    del instrumento partidista un elemento defectuoso y contingente, mientras procurapreservar el espacio en el que el Estado define su estrategia poltica y actualiza susprincipios ideolgicos. De hecho como se ha apuntado antes, en la experienciafascista del periodo de entreguerras se haba planteado esa integracin como unelemento que consumaba la utopa fascista. Los revisionistas del fascismo italianopudieron ver en el movimiento una fuerza dinamizadora que se agotaba en el cum-plimiento de la revolucin y en su creacin de un Estado corporativo autosuficiente,mientras en el nacionalsocialismo se desarrollaban actitudes favorables a un Fhrer-

    staatbasado en la progresiva homogeneizacin de la comunidad nacional-popular,

    encarnada en Hitler y organizada en agencias especficas carentes de cualquier coor-dinacin objetiva, ms all del poder discrecional del propio Fhrer. En Espaa, ladefensa del Movimiento como organizacin, dotado de un Consejo Nacional queactuaba como cmara de direccin poltico-ideolgica del rgimen, se opuso al in-tento de presentarlo como un mero espacio de comunidad de principios. Tal defen-sa de la vigencia institucional de los rganos del partido metamorfoseados en instru-mentos del Estado fue apoyada de forma decisiva por Franco en los aos sesenta,cuando el debate sobre la Ley Orgnica del Estado se acompa de una discusinmuy significativa sobre la Ley Orgnica del Movimiento Nacional y su Consejo25.

    La ambicin integradora del fascismo falangista se expres tambin en conflic-tos de carcter doctrinal con otros sectores del rgimen, aun cuando el ideal deuna reconciliacin se encuentra en espacios no estrictamente falangistas, llegn-dose a poder presentar la intransigencia fascista como un elemento que la podadificultar, como se har cuando la caducidad del totalitarismo europeo sea pre-sentado como prueba de su fracaso en la construccin de una nacin. La reorien-tacin se producir desde 1942-1943, proponiendo unasuperacin de las condi-ciones ideolgicas de la guerra civil y la inmediata posguerra como resultado de

    25 MOLINERO, C. e YSS, P.:Anatoma del franquismo. De la supervivencia a la agona, Barcelona,Crtica, 2007, pp. 95-137.

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    una evolucin de todos los sectores del rgimen, empezando por los propiosfascistas de Falange, cuya complicidad con idelogos de Accin Catlica o mo-nrquicos procedentes de Accin Espaola se hace patente en reflexiones comolas que van publicndose en aquellos momentos. La Revista de Estudios Polticoses un laboratorio especialmente significativo para mostrarlo, con los elogios deCorts Grau a los textos de Lan sobre Menndez Pelayo, con las condenas deltotalitarismo a causa de su contradiccin con el sentido catlico del Estado plan-teadas por Garca Valdecasas o Fernndez Cuesta, o con la voluntad de separarla guerra civil de cualquier contexto europeo expresando, al mismo tiempo, launidad esencial de todos los integrantes de la sublevacin, como lo har JosMara de Areilza26. La sntesis del 18 de julio, realizada de la mano del pensamien-to de Jos Antonio, ser defendida por un Gmez de la Serna que haba elogiadola resistencia de los combatientes de Sal en una de sus novelas27, actitud que secompletar con un anlisis del caudillaje unificador de Franco por parte de esteensayista que tan bien refleja la evolucin del falangismo al atravesar los aoscuarenta28. La tan destacada actitud de Lan Entralgo en torno al problema deEspaa y la polmica a que dio lugar con un grupo de presin muy concretodentro del rgimen y cuyo manifiesto fundacional es una de las pocas propues-tas culturales articuladas que se dan en aquel momento al margen de Falange,aunque siempre tratando de integrar el falangismo en una corriente contrarrevo-lucionaria de mayor envergadura29se acompa, al final de la dcada, de as-pectos que tienen importancia en esos mismos puntos de encuentro culturalesque no han dejado de estar presentes desde la misma guerra civil. Por poner unsolo ejemplo, la participacin de Lan Entralgo y Tovar en la Finisterre, una re-

    vista dirigida por un catlico tan caracterizado como Leopoldo Eulogio Palacios,en la que Lan escribi nada menos que sobre la relacin entre medicina y teo-loga30.

    La identidad falangista tuvo otros aspectos de evolucin que deben destacarsepara comprender algo que va ms all de una legitimidad de origen, para permi-tirnos entender determinadas actitudes del reformismo en el franquismo tardo.

    Si es bien sabido que en los ambientes falangistas pudieron formarse nuevasgeneraciones de espaoles que trasladaron su fervor crtico joseantoniano a unaruptura con el franquismo, no lo es menos que la cultura falangista cre otra

    26 La mejor reflexin sobre este paso en el seno del IEP corresponde a SESMA, N.:Antologa de laRevista de Estudios Polticos. Madrid, CEPC, 2010, pp. 59-85.

    27 GMEZ DE LA SERNA, G.:Despus del desenlace. Madrid, Revista de Occidente, 1945.28 GMEZ DE LA SERNA, G.: El discurso de Franco,Revista de Estudios Polticos (1945), pp. 213-

    230; D.: Sntesis y sectarismo en el 18 de julio, Ibid. (1949), pp. 171-180.29 CALVO SERER, R.: Una nueva generacin espaola,Arbor(1947), pp. 333-348.30 LAN ENTRALGO, P.: Medicus Pius o el problema de las relaciones entre la Religin y la Medici-

    na a comienzos del siglo XIX, Finisterre (1948), pp. 291-313.

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    dinmica menos destacada, o considerada una especie de exabrupto ideolgico

    sin relevancia. Para los cuadros que comenzaron sus carreras polticas en el fran-

    quismo de finales de los aos cincuenta y de los sesenta, el falangismo pudo ser

    asumido como una representacin legtima del pueblo espaol, que deseabasuperar aquellas condiciones de conflicto que haban llevado a la guerra civil,

    siendo sus manifiestos responsables el liberalismo entendido como la propues-

    ta poltica experimentada a lo largo de la Restauracin y el comunismo. Estos

    cuadros, procedentes del SEU en buena parte, con formacin universitaria y vin-

    culacin paralela a organizaciones catlicas, percibieron el falangismo como un

    movimiento de integracin nacional, una va de modernizacin que cancelaba las

    culturas polticas que haban llevado a Espaa al desastre de la Repblica y la

    guerra civil. Su actitud no era o no lo era exclusivamente un cnico aprove-

    chamiento de las condiciones de una promocin con competencia tan restringida,

    sino una sincera concepcin del Estado como un mbito capaz de representar la

    unidad de los espaoles, afirmada doctrinalmente en los principios joseantonia-

    nos y ejecutada con brillantez por la capacidad de adaptacin demostrada por el

    Caudillo, gerente de una progresiva constitucionalizacin del rgimen, cuya cul-

    minacin habra de ser la apertura de cauces de participacin del pueblo en un

    esquema representativo autntico, que dejara de lado cualquier veleidad neoca-

    novista. Para ellos, la liberalizacin del rgimen, en caso de comprenderse como

    un regreso a un sistema liberal-conservador, slo poda ser entendida como unarenuncia a un patrimonio unitario que deba prevalecer a causa de la severa ad-

    vertencia de la guerra civil, y por arriesgar a que el esfuerzo de movilizacin e

    integracin nacional fuera desbaratado a favor de una renovada fragmentacin

    poltica y social. Tales actitudes de ortodoxia habran de mantenerse en el seno

    del llamado reformismo azul, sin el que resulta incomprensible, segn creo, la

    capacidad del Movimiento Nacional de proporcionar una estrategia de cambio

    poltico en Espaa, cuando la crisis del franquismo se expres no tanto en el

    agotamiento de las diversas tendencias por separado como en la extenuacin detodas ellas, que siempre se haban necesitado mutuamente para configurar la

    unidad que permiti la supervivencia del rgimen. Un agotamiento que habra de

    llegar, adems, por algo que no se produca en el interior del rgimen, y que era

    la masiva presencia de unos actores polticos cuya razn de ser era la oposicin

    a la totalidad del franquismo. Sin querer plantear aqu que la transicin a la de-

    mocracia se produjo como resultado del potencial existente en el falangismo ms

    reciente, creo que debe considerarse, precisamente para abortar la confianza en

    otros aperturismos, la importancia que esta percepcin del Movimiento como

    representacin leal de todos los espaoles tuvo en cuadros del rgimen, llegando

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    a estar presente de forma decisiva en el complejo mundo de la administracindel Estado en la fase terminal del franquismo31.

    Esta percepcin del Movimiento Nacional y del falangismo en su seno como

    garanta de la representacin popular, de la unidad de la nacin, de la permanen-te integracin social y poltica de los espaoles, se expres de formas diversas enla etapa de crisis del rgimen. Esto fue as porque precisamente en aquellos mo-mentos en que se prevean las circunstancias de una inquietante sucesin, yporque se observaba la posibilidad y urgencia de tomar decisiones polticas defuturo, el lugar preferente corresponda a los instrumentos del Movimiento, em-pezando por su secretara general y su Consejo Nacional. La identidad del 18 dejulio como equivalente a la identidad falangista fue entendindose de modo dis-tinto en una evolucin que implic el desguace progresivo del Movimiento y sus

    desplazamientos en direcciones opuestas, que llegaron a la exasperacin cuando,tras la muerte de Franco, el factor poltico decisivo fue la aceptacin de una ne-gociacin con la oposicin democrtica, un elemento ausente en cualquier crisisanterior del rgimen.

    LAOFENSIVADELMOVIMIENTOENLACRISISFINALDELRGIMEN

    No hizo falta que se produjera la desaparicin fsica del dictador para que el

    debate sobre la institucionalizacin del proceso sucesorio se presentara en uncontexto cubierto de dramatismo, por el asesinato de Carrero Blanco el 20 dediciembre de 1973. La muerte del presidente del gobierno se produjo cuando elfalangismo poda sentir su posicin poltica ms deteriorada, tras la crisis de oc-tubre de 1969 y la llegada al poder de los gobiernos ms controlados por lafuerte personalidad del almirante, apoyado en quienes contemplaban el futurodel sistema, ms all de la muerte de Franco, como una combinacin entre lademocracia orgnica y el poder de la tecnocracia. Las aptitudes de sta habanempezado a ser denunciadas desde diversos sectores, para quienes la combina-

    cin de la crisis, el aire de despolitizacin y prdida de tutano ideolgico, losindicios de una crisis econmica profunda y el impulso de las movilizacionessociales llevaban a criticar la debilidad del carrerismo o bien la frustracin de lastmidas expectativas aperturistas de finales de la dcada de los sesenta. El debate

    31 A este respecto, es importante destacar la ofensiva realizada en la Coleccin Horizonte, en la d-cada de los sesenta, para presentar una visin de desarrollo poltico integrador y original del rgimen.Miguel ngel Ruiz Carnicer ha planteado una ms que interesante reflexin en esta lnea, tan poco fre-cuentada y, que como l mismo seala acertadamente, es indispensable para comprender el paso del fa-langismo a posiciones distintas a un mero conservadurismo con aires liberales y, menos an, al espaciode extrema derecha aliancista de 1976. (RUIZ CARNICER, M..: La vieja saviadel Rgimen. Cultura yprctica de Falange, en MATEOS, A. (ed.):La Espaa de los aos cincuenta. Eneida. 2008, pp. 277-304.)

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    sobre la tecnocracia pudo referirse a la primaca de la administracin sobre lapoltica, pero en el marco de un enroque autoritario que, desde 1970, llegaba aincluir el desarrollismo enfrentado a la crisis con la clausura de las propuestasreformistas que se haban ido apuntando en los debates del Consejo Nacional enlos aos sesenta, como lo demuestran los escritos de Fraga contra el pretendidocrepsculo de las ideologas que sostenan tecncratas como Fernndez de laMora32. En ellos, el inmovilismo ms duro pudo refugiarse lo cual indica la trans-

    versalidad de actitudes que caracteriz al rgimen en toda su trayectoria tantoen las posiciones doctrinarias de quienes hablaban en nombre de la ortodoxiafalangista, como entre quienes decan querer superarla a travs de una defensaultramontana de las Leyes Fundamentales. Otros sectores podan enarbolar lareivindicacin del potencial no desarrollado del proyecto poltico del rgimen, enel campo de la representacin poltica y el perfeccionamiento institucional, mien-

    tras que algunas corrientes, que habran de estar en las posiciones ms abiertasy lcidas del reformismo azul, plantearon la necesidad de llevar adelante unproceso de apertura poltica basado en las posibilidades de la Ley Orgnica delEstado. De hecho, ni siquiera esta clasificacin permite el adecuado encaje desectores muy diversos, que fueron evolucionando de forma llamativa a medidaque las condiciones polticas nacionales fueron modificndose33.

    El nombramiento del nuevo presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro,pareca apartar a quien, en su calidad de secretario general del Movimiento, Tor-cuato Fernndez-Miranda, ostentaba la representacin de la ortodoxia del rgi-men y, en especial, una vinculacin ms clara con la tradicin falangista. Sinembargo, poca confianza poda inspirar en estos sectores quien haba sido de-nunciado por la prensa ms dura por haber jurado su cargo sin vestir la camisaazul hasta ese punto llegaba la potencia acreditadora de los elementos simb-licos del rgimen y que haba sido fiel portador de los estandartes de un en-durecimiento de la vida poltica al servicio del proyecto carrerista. En este aspec-to, el claro inmovilismo de Fernndez Miranda poda contrastar con lamovilizacin solicitada por otros al servicio de la permanencia de las institucio-nes, en dos caras de una defensa del rgimen del 18 de julio que haban entrado

    en clara confrontacin en 1969. La reduccin del conflicto poltico de esta fasede la historia de Espaa a las querellas entre aperturistas e inmovilistas guardano slo una insuficiencia, sino una falsificacin que tendr consecuencias polti-cas en el futuro. Pues tal juego binario ignora que el conflicto fundamental, elque conduce precisamente a esa confrontacin en el seno del rgimen, se pro-

    32 FRAGA, M.:El desarrollo poltico. Barcelona, Bruguera, 1975 (1 ed. 1971); D.:Legitimidad y rep-resentacin. Barcelona, Grijalbo, 1973.

    33 Sobre la conciencia de la disfuncionalidad del rgimen ante una sociedad evolucionada, vaseYSS, P.: Disidencia y subversin. La lucha del rgimen franquista por su supervivencia, 1960-1975, Bar-celona, Crtica, 2004.

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    duce entre el sistema franquista y la oposicin democrtica, siendo este factor elque convierte el debate en algo cada vez ms spero e irresoluble en el seno delas instituciones del rgimen, del mismo modo que conflictos previos de singulardureza haban podido resolverse por la ausencia de esa funcin relevante de laoposicin34.

    Si Arias Navarro fue recibido por la prensa falangista como un franquista pu-ro que no representaba a ninguna de las corrientes del rgimen, especialmentepor su pragmatismo35, tales publicaciones tambin se apresuraron a saludar a

    Jos Utrera Molina, nuevo secretario general del Movimiento, como quien mejorrepresentaba la superacin de un gabinete tcnico y el retorno de la polticacuando se presentaban horas trascendentales36. Todos los comentaristas de estesector se felicitaron por la apertura de una etapa cuyo horizonte fundamental erael reforzamiento de las instituciones solicitado por Franco en su discurso navide-o de 197337. Y la llegada de un falangista ferviente a la secretara general resul-taba un rasgo destacable de cul era la voluntad del Caudillo en el designio delfuturo y de cules eran las oportunidades que se abran para una ofensiva refor-mista del Movimiento38. Las esperanzas de esta reactivacin se consolidaron trasescuchar el discurso de Utrera en su toma de posesin, que se edit con el pom-poso ttulo deDerecho a la esperanza39. Tan pomposo como el discurso de Utre-ra, que recalc en aquella ocasin las habituales referencias a la legitimidad deorigen del rgimen, basada en un 18 de julio unitario, pero no uniforme. A loque se aada la voluntad de un perfeccionamiento institucional que hallaba en

    el propio proceso constituyente del rgimen, iniciado en la guerra civil, su lgicaindestructible. Sin embargo, Utrera haba de manifestar algo que, en las condicio-nes de comienzos de 1974, se presentara como el indicio de los problemas quellegara a crear al presidente Arias, siendo el eje de la particular propuesta demovilizacin expresada desde la direccin del partido. Por un lado, el Movimien-to no poda considerarse una simple declaracin de nobles y exactos principios.Deba tener y, de hecho, recuperar su carcter de vanguardia de unos efec-tivos humanos resueltos, entusiastas y sacrificados40. Adems, su misin era la dedevolver al pueblo su intervencin en la poltica activa, a travs de una intensa

    34 GALLEGO, F.: El mito de la transicin. La crisis del franquismo y los orgenes de la democracia(1973-1977). Barcelona, Crtica, 2008, pp. 19-47.

    35 SUEVOS, J.: Un Jefe,Arriba, 13 de enero de 1974.36 Continuidad bsica, Arriba, 4 de enero de 1974; VAN-HALEN, J.: El gobierno del presidente

    Arias,El Alczar, 4 de enero de 1974.37 La slida continuidad y Protagonista, el puebloElAlczar 4 y 7 de enero de 1974; NEGA, F.:

    Reforzar las estructuras polticas,Arriba, 3 de enero de 1974.38 VASALLO, J.: Un permanente cuatro de marzo; NEGA, F.: Poltica en Movimiento,Arriba, 9 de

    enero de 1974.39 UTRERA MOLINA, J.:Derecho a la esperanza. Madrid, Ediciones del Movimiento, 1974.40 Ibid., p. 16.

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    movilizacin canalizada a travs de los servicios y las jerarquas del partido. Te-nemos que caldear de nuevo la ilusin de nuestro pueblo. Sin emocin, sin vivocontenido popular, el Movimiento no es nada41.

    Utrera Molina planteaba un desafo cuya envergadura no pudo ms que atis-barse en aquel momento como la habitual retrica de los actos de toma de po-sesin, en la que el estilo Sols lleg a poner en boca del nuevo ministroconfesiones tan sorprendentes como su creencia en los trigos y en las auroras,lo que debi provocar el sarcasmo implacable de un Torcuato Fernndez Mi-randa que era desplazado por aquel verbo digno de un coplista de campamentode la OJE. La pulsin lrica joseantoniana no resultaba gratuita, al excavar en unasformas que buscaban la recuperacin de una apariencia enrgica, soadora, re-

    volucionaria, juvenil y populista. As quiso comprenderlo de inmediato la prensa

    ms cercana. Para Fernando nega, lo que se requera era la savia vieja y nueva,pero siempre virgen, que los haga autnticos42. Al Movimiento le correspondaestimular y albergar43, apretando el paso de acuerdo con el momento actual, sinabdicar de lo que fuimos, lo que obligaba a la fuerza, el apogeo de la base y aasumir adecuadamente la consigna de caldear la ilusin del pueblo44. Algo queslo poda hacerse reconociendo el liderazgo poltico del Consejo Nacional, y conuna exigente conciencia de la participacin popular45.

    Poco poda objetarse a esta posicin de principio desde el entorno ms prxi-mo al presidente del gobierno. De hecho, el propio Arias Navarro haba de actuar

    de acuerdo con una estrategia comn de la elite del franquismo en aquel mo-mento: dar la impresin de que el impulso al cambio poltico era idntico a laconsolidacin institucional del rgimen. Su discurso del 12 de febrero establecaesas mismas bases de evolucin controlada, leal a los principios fundacionales,promotora de una sucesin sin rupturas, alentadora de la participacin en loscauces de reconocido pluralismo del sistema, dejando que el contraste de pare-ceres diera paso a un sistema asociativo de perfil an difuminado, pero tajante-mente definido por incluir en exclusiva a quienes aceptaran el carcter irrevoca-ble de los principios del rgimen. El cambio haba de ser escenificado por el propiogobierno como autoridad capaz de velar por las aspiraciones del pueblo y por lamejor forma de preservar un sistema que haba logrado la paz, el desarrollo y la

    41 Ibid., p. 18.42 NEGA, F.: Derecho a la esperanza,Arriba, 17 de enero de 1974.43 NEGA, F.: El lugar del Movimiento, Arriba, 18 de enero de 1974.44 NEGA, F.: Movimiento amplio e integrador, Arriba, 19 de enero de 1974.45 NEGA, F.: La razn de ser,Arriba, 22 de enero de 1974; La hora del pueblo, Ibid., 23 de enero

    de 1974; NEGA, F.: Los papeles de la participacin,Ibid., 27 de enero de 1974; Serenidad como mtodo,Ibid., 29 de enero de 1974; No al inmovilismo,Ibid., 2 de febrero de 1974. Una de las muchas posicionesreticentes a esa defensa del Movimiento como partido, en La Vanguardia Espaola, Apertura y partici-pacin, 20 de enero de 1974.

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    permanente lealtad a un liderazgo personal, que deba ser capaz de ser sustituidopor una legitimidad puramente institucional46. Nada haba contrario a una ortodo-xia formal que, sin embargo, la prensa del rgimen haba de leer de forma dis-tinta, subrayando los factores de continuidad o los de apertura que se formulabanen el mismo discurso47. No poda hablarse, por tanto, de un conflicto entre pro-

    yectos que justificara la destitucin de Utrera en la primavera de 1975.

    Las discrepancias que surgieron de forma cada vez ms clara se debieron a unfactor fundamental en cualquier escenario de cambio poltico: no slo el ritmo yel sentido de la reforma, sino tambin y sobre todo quin haba de disearla.Tanto Arias como Utrera remarcaban el control inflexible del cambio que conso-lidara las instituciones del rgimen en el proceso de sucesin. Lo que pas a serprioritario fue asegurar ese proceso a travs de una direccin exclusiva del pre-sidente del gobierno o bien de una entrega de su orientacin bsica al secretariogeneral y al Consejo Nacional del Movimiento. El conflicto se produjo ante lafundada impresin de Arias sometido a presiones muy fuertes de sectores des-tacados del inmovilismo y, a la vez, de quienes demandaban ms audacia en elcambio poltico de que Utrera Molina contemplaba su propio discurso comouna alternativa a la mezcla de timidez de convocatoria popular y posibles exce-sos aperturistas que podan expresarse en la estrategia de Arias. Era por tanto laexclusividad del Movimiento entendido en su versin ms partidista lo que con-dujo al enfrentamiento, en especial cuando a esta cuestin de liderazgo se sumuna percepcin del cambio a realizar, que adquira una versin populista, de

    movilizacin de las estructurasya existentes, frente a la imagen de carcter auto-ritario y sustitutivo de ese rearme y reactivacin que se ofreca desde la instanciapresidencial. Un conflicto que reiteraba el que se haba dado en la trayectoria delfranquismo, que se haba producido en las experiencias fascista y nacionalsocia-lista en condiciones histricas muy diferentes, y el que segua producindose enlos espacios herederos del fascismo en la Europa de los aos setenta.

    La ofensiva desplegada por Utrera Molina a lo largo de la primavera, el veranoy el otoo de 1974 mereci tal apreciacin del presidente del gobierno, cuyaautoridad y autora se vean constantemente quebrantadas por las intervenciones

    46 Discurso del Presidente del Gobierno Carlos Arias a las Cortes Espaolas, 12-II-1974. Madrid, Edi-ciones del Movimiento, 1974. La ms exacta y cabal manifestacin de lealtad consiste en saber actualizarla vigencia de unos Principios Fundamentales permanentes (), savia vivificadora de una realidad dinmi-ca y no letra muerta; punto de partida y firme cabeza de puente para abordar los horizontes ms ambicio-sos y no ancla en el pasado. () El consenso nacional en torno a Franco se expresa en forma de adhesin.El consenso nacional en torno al Rgimen en el futuro habr de expresarse en forma de participacin. ()(pp. 17 y 26).

    47 Nueva etapa y convocatoria,Arriba, 13 de febrero de 1974; El marco poltico, Ibid., 14 de fe-brero de 1974 subrayan la legitimidad originaria y la funcin crucial del Movimiento; Fuerza Nueva mani-fest, en Un discurso (23 de febrero de 1974) su hostilidad de principio a las palabras de Arias.ABC hablde Lealtad al futuro (14 de febrero de 1974) y de Integracin de la juventud (26 de febrero de 1974).

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    pblicas de un secretario general que pareca recoger temores, insatisfacciones yesperanzas de un posible cambio que llevara aparejada la entrega al falangismo

    al falangismo de 1974 de la representacin ms viva y eficaz del rgimen. La

    actividad infatigable de Utrera responda a un proceso abierto de recuperacinde espacios y de revitalizacin de estructuras inertes. Y se realizaba, adems, enlas condiciones de una ofensiva realizada desde otros puntos, que salan en de-fensa de la inmovilidad del rgimen con argumentos diversos, pero que manifes-taban el temor despertado en la elite ms radical del franquismo por la coinci-dencia de la apertura poltica en Espaa con circunstancias nacionales einternacionales de alto riesgo. Durante todo el ao, no dejaron de lanzarse seve-ras advertencias y amenazas desde estos sectores que slo podemos mencionaraqu de pasada: el manifiesto de Jos Antonio Girn publicado en el diario

    Arriba a fines de abril; la clarificacin del discurso del 12 de febrero ante loscuadros del Movimiento en Barcelona por parte de Arias en el mes de junio; lasonora ruptura de la revista Fuerza Nueva con el presidente y, de hecho, conel gobierno entero a mediados de septiembre; la crisis de gobierno provocadapor la destitucin de uno de los rostros de la apertura, Po Cabanillas, el 28 deoctubre, que se sumaba a la previa destitucin del Teniente General Dez Alegra;

    y la organizacin de la Confederacin de Combatientes en noviembre, con unaactitud de estado de emergencia nacional dirigido no slo contra la subversin,sino contra la pasividad del gobierno.

    El ambiente de inseguridad y la necesidad de tomar decisiones que aseguraranel futuro poltico del rgimen espolearon la actividad febril de Utrera, flanqueadapor la dureza de las exposiciones realizadas por distintos oradores en actos con-memorativos que formaban parte de los rituales de identificacin del Estado:fundamentalmente, los discursos en los aniversarios de la fusin de Falange y las

    JONS, el 4 de marzo, o del acto del Teatro de la Comedia, el 29 de octubre. Utre-ra poda moverse como un leal ministro de un gobierno que deseaba realizar unaobra de regeneracin que cumpliera las expectativas de participacin populardeseadas por el falangismo fundacional, en el marco de una reactivacin y mo-

    vilizacin que haba sido descartada en los aos anteriores. Mientras procuraba

    distanciar su discurso del que poda promoverse entre los seguidores de BlasPiar, su situacin slo poda caracterizarse por la cuidadosa ambigedad con laque trataba de estar en los dos lugares al mismo tiempo, precisamente en una

    voluntad de integracin de todos los sectores del rgimen a travs del Movimiento,ofreciendo a unos la seguridad de la apertura en la participacin poltica del pueblo

    y a otros la lealtad al 18 de julio, que nadie poda preservar de modo ms firme quela tradicin falangista.

    Esta ambivalencia se apoyaba en algunos factores distintivos sobre los que seconstruy la identidad del reformismo de Utrera Molina, ya fuera en la ocupacin dereas de poder institucional incontestable, ya fuera en la congruencia entre su discur-

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    so y las condiciones de un cambio en la continuidady en la reivindicacin perma-nente del 18 de julio. El legitimismo originado en la guerra civil, el discurso genera-cional orientado a la movilizacin de una juventud groseramente adulada en suespritu rebelde, el justicialismo, el catolicismo integral, la defensa de la democraciaorgnica frente al liberalismo y, siempre, la presentacin de un reformismo original,del nico reformismo posible que no llevara a viejas catstrofes al pueblo espaol,eran piezas de un universo doctrinal fcilmente convertible en consignas ambiguas,polismicas, adaptables a percepciones tanto de los defensores de la integridad delsistema como de quienes eran conscientes de la necesidad de una reforma sin riesgosque respondiera, al mismo tiempo, a la posibilidad de reactivacin del Movimiento.

    A este universo se sumaban las condiciones institucionales desde las que se hacanlas propuestas, una posicinsimblica y legalque otorgaba indudables ventajas a laestrategia de Utrera. La autoridad de la jefatura del Movimiento no se refera slo a

    Utrera, sino a Franco y al Consejo Nacional. Por otro lado, la posesin de un apara-to administrativo ingente, construido para el control poltico de la poblacin espao-la y utilizable para una posible resistencia movilizada, ofreca perspectivas alentado-ras al proyecto de Utrera. Naturalmente, la perspectiva de la que disponemos puedeindicar hasta qu punto tales previsiones iban erradas, pero lo que nos interesa esque en aquel momentose contemplaban como posibles, congruentes con la coyun-tura poltica, alejadas de cualquier anacronismo, en una inercia de representacintotalitaria de los espaoles que se haba experimentado durante los suficientes aoscomo para consolidar una impresin de impunidad y de marginacin definitiva de

    quienes se oponan al rgimen.Las intervenciones de Utrera en la primavera, verano y otoo de 1974 fueron

    avanzando implacablemente en esta direccin. En el mes de marzo, Utrera realizabaun viaje a