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Filosofía, política y educación
Entrevista con el profesor Hernán Alejandro Cortés1
Damos la bienvenida tardía al nuevo año, con la publicación de esta entrevista al
profesor Hernán Alejandro Cortés, para la sección Palabras ajenas. El profesor Cortés
es Estudiante de Doctorado en Filosofía y Magíster en Filosofía de la Universidad de
los Andes; Licenciado en filosofía de la Universidad Santo Tomás. Se ha
desempeñado como docente de la Universidad de los Andes, la Universidad de
Bogotá Jorge Tadeo Lozano y la Universidad San Buenaventura; es becario de la
Universidad de los Andes. Publicó su primer libro en el 2013: El animal diseñado:
Sloterdijk y la onto-genealogía de lo humano. Se ha especializado en la filosofía
política y latinoamericana. En la actualidad, se concentra en el estudio del problema
de lo común en el marco de las discusiones sobre la ontología política
contemporánea. Adicionalmente, colabora como columnista para el portal Palabras al
Margen y fundador de la Red de Estudios Críticos (REC)-Latinoamérica
Don Jumento conversó con el profesor Cortés sobre distintos temas. Quisimos
abordar —desde la palabra escrita— cuestionamientos y curiosidades alrededor de la
filosofía, la literatura y la política; conversamos, además, sobre el papel de la docencia
en una sociedad como la nuestra y la pertinencia del pensamiento crítico. Abordó
1 Entrevista conducida por Stpehanny Núñez y Sebastián Montañez parte del equipo editorial de Don Jumento, una parte editada de esta entrevista se publicó en: http://www.donjumento.com/palabras-ajenas/de-la-conversacion-con-un-filosofo/
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algunas perspectivas y preocupaciones de los procesos de lectura y escritura en su
formación intelectual, y en su ejercicio docente. De otra parte, el profesor Cortés nos
compartió sus apreciaciones del proceso de paz con las guerrillas, y su percepción
frente a la alarmante situación de asesinatos de líderes y lideresas en varias regiones
del país. Agradecemos al profesor Hernán Alejandro Cortés por su tiempo, disposición
y paciencia. Esperamos volver a encontrarnos en el camino de Burro.
Don Jumento: Sabemos que es usted un estudioso del filósofo alemán Sloterdijk.
¿Qué nos puede enseñar este pensador a las sociedades latinoamericanas?
Hernán Alejandro Cortés:
Bueno, primero, muchas gracias por la entrevista, les agradezco por el esfuerzo de
crear canales de acción distintos a los tradicionales y por darse a la tarea de disputar
los medios. Peter Sloterdijk es una figura extraña en filosofía, es un pensador
enigmático, difícil de clasificar en la tradición del pensamiento filosófico. Sloterdijk,
como señala Germán Cano, es un pensador que resiste a ser encasillado dentro de
una tradición de pensamiento y mucho menos dentro de una escuela de pensamiento
cerrada, acabada o con agendas políticas y epistemológicas. Yo me acerco a
Sloterdijk gracias a quien considero mi maestro en este camino de la filosofía,
Santiago Castro-Gómez, quien fue mi director de tesis de pregrado y con quien hoy
comparto un lazo de amistad entrañable. Sloterdijk representó una especie de alto en
el camino en el que pude pensar varias cuestiones que hoy me parecen importantes.
La principal tesis de Sloterdijk, y de muchos otros filósofos en una línea que puede ir
de Nietzsche a Butler, es que los seres humanos son desvalidos por naturaleza, ¿qué
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quiere decir esto? Que en el mundo de la vida natural los seres humanos somos seres
“precarios”, para usar la categoría de Butler, carecemos de alas para poder volar, de
pelaje para soportar el frío, de dientes para poder cazar; en ese sentido, el salto
definitivo al escenario de la humanidad solo fue posible mediante el desarrollo de una
serie de técnicas que permitieron la emergencia de una segunda naturaleza. Los
humanos creamos “esferas”, es decir, escenarios inmunitarios para que nuestra vida
pueda realizarse. Esa es una de las tesis centrales de Sloterdijk, que los humanos
solo han podido devenir técnicamente y que ha sido el uso de la técnica el que ha
hecho posible que sigamos hoy con vida dentro del marco de la vida natural. Sloterdijk
entonces abre una reflexión en torno a la configuración de eso que llama “esferas”,
es decir, de esos escenarios habitables que los hombres hemos producido
técnicamente para vivir en comunidad, las “esferas” entonces son desarrollos tecno-
semióticos que a través del desarrollo de códigos, del lenguaje, hacen posible la vida
en comunidad. En Sloterdijk la comunidad antecede al individuo y me parece que esa
es una de las lecciones fundamentales que está en el fondo de su pensamiento, que
las “esferas” son fundamentalmente duales, aun cuando el capitalismo global las haya
dispersado en la forma de “espumas”, que es como se titula el tercer tomo de su
trilogía.
De esos planteamientos yo rescataría al menos tres cuestiones que me parecen
claves para pensar Latinoamérica. Lo primero, y creo que en esto Sloterdijk y Butler
están muy cercanos, es que si aceptamos la tesis de la precariedad de la vida humana
resultará necesario pensar que la vida en comunidad es nuestra única condición de
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posibilidad para habitar el mundo. Butler tiene una bella reflexión sobre esto, tanto en
su libro Vida Precaria (2006), como en una pequeña intervención audiovisual que se
llama Examined Life2; recomponer los lazos afectivos de la comunidad, aceptar la
absoluta precariedad de la vida humana y reconocer que habitar significa co-habitar
es una cuestión fundamental para pensar en nuestros contextos latinoamericanos. Si
uno quisiera exagerar –espero no hacerlo de manera abrupta– uno podría decir que
el recurso al uso de la violencia como forma de resolución de conflictos políticos
vulnera de manera definitiva esta concepción del habitar como co-constitutivo de la
vida humana y nos expone de manera muy fuerte una idea de un individuo completo,
cerrado, que se mueve solo por sus intereses personales, que parece luchar contra
la idea de su precariedad mediante el uso de la fuerza, esto es algo escueto que
habría que pensar con mucho más cuidado.
Un segundo punto que me parece clave es la reflexión de Sloterdijk en torno a la
técnica y la relación con los humanos. Creo que en esto Sloterdijk es legatario de
Deleuze y Guattari; hoy más que nunca hay que pensar cómo es que los humanos
nos vinculamos con la técnica, por técnica acá debemos entender la producción de
un escenario artificial que cambia la relación de nuestro habitar en el mundo, en esa
medida y pensando en América Latina siento que nos hace falta una profunda
reflexión sobre la técnica y el habitar, sobre todo pensando en la forma en la que el
capitalismo contemporáneo interviene sobre la naturaleza. El extractivismo, el uso
desmedido de recursos naturales y el desarrollo de una gran maquinaria para
2 https://www.youtube.com/watch?v=vLvfTHLpo3Q
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acumular bienes de consumo debe repensarse y eso implica cuestionar la forma en
la que producimos, técnicamente, nuevas formas de relacionamiento que detengan el
desenfreno violento en el que nos ha puesto el capitalismo. Como ven, aquí técnica
no quiere decir avance, quiere decir más bien un saber-hacer en relación con el
habitar que producimos como comunidades colectivas.
Finalmente, y para cerrar este punto, –en el que ya me he extendido bastante– creo
que el joven Sloterdijk nos ha dejado una lección muy importante. El primer libro de
Sloterdijk “Crítica de la razón cínica” (1983) es una especie de ajuste de cuentas con
la tradición que en filosofía conocemos como la Teoría Crítica, en uno gesto muy
parecido al de Horkheimer, Sloterdijk quiere preguntarse si en definitiva la filosofía de
hoy es crítica o, en lugar de eso, la filosofía se ha quedado encerrada en sus formas
tradicionales, alejada de la realidad y ensimismada en un discurso que, muchas
veces, resulta inaccesible, aunque el mismo Sloterdijk no sea muy claro (risas) creo
que ha dejado un punto importante para la reflexión en ese libro. El alemán señala
que la característica fundamental de nuestro tiempo es la del de cinismo ilustrado,
¿qué significa esto? Para ser breve, Sloterdijk distingue dos tradiciones cínicas, una
tradición que es la del cinismo griego, un cinismo militante que hacía de la filosofía
cuerpo y que tenía como tarea fundamental enrostrar la verdad a riesgo de romper la
relación con el otro, anteponerse al orden en virtud de la verdad era el modelo del
cinismo griego. Sin embargo, Sloterdijk distingue otra vertiente del cinismo que
aparece a mediados del siglo XVII y es la de los críticos satíricos burgueses, estos
que se burlaban de cómo estaban las cosas, que reconocían que algo andaba mal y
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que en lugar de querer transformar las cosas lo único que hacían era burlarse y ser
indiferentes.
Esa segunda línea del cinismo es con la que Sloterdijk caracteriza nuestra época,
como una época cínica-ilustrada en la que sabemos perfectamente que algo anda
mal, pero en la que, a pesar de saber muy bien que las cosas andan mal, no
queremos, no deseamos, nos resistimos a que las cosas cambien; en lugar de eso
adoptamos un pesimismo cínico, un poco al estilo de lo que el genio de Jaime Garzón
decía sobre los colombianos: “¿para qué llego a las 8 si nadie va a llegar?”, ese es el
cinismo ilustrado de nuestra época, todos sabemos que algo va mal, pero no estamos
dispuestos a jugárnosla por cambiar esa anomalía. Quien dará un interesante
desarrollo a estas ideas de Sloterdijk es Zizek, en “El sublime objeto de la ideología”,
el pensador Esloveno da una gran desarrollo a esta idea de Sloterdijk y la pone al
servicio de un gran diagnóstico del capitalismo contemporáneo. Para pensar América
Latina, creo que habría que hacer un análisis juicioso del cinismo ilustrado de algunos
intelectuales y un análisis profundo del fenómeno del cinismo de las clases dirigentes,
el ejemplo perfecto de esto es un tipo como Álvaro Uribe y habría que analizarlo con
cuidado.
DJ: ¿Puede contarnos algo sobre eso que se denomina filosofía latinoamericana? De
esa tradición, ¿qué nos recomendaría y por qué?
HAC: La tradición de lo que se denomina “Filosofía Latinoamericana” es una tradición
potente, que aún merece un mejor tratamiento, un estudio más juicioso. Me parece
que esa tradición podría recogerse en al menos cuatro grandes líneas que seguro
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resultarán demasiado esquemáticas para los especialistas y donde no se ajustarán
todos los filósofos y filósofas puesto que es diversa y compleja, no siempre
sistemática. Me parece que la primera línea que uno podría identificar es la de un
pensamiento fundacional de los Estados-nación, allí pensadores como Bolívar, Martí,
Vasconcelos y otros, son tremendamente interesantes y yo no me he ocupado mucho
de su pensamiento.
Por otro lado, señalaría que hay una tradición del pensamiento que es la primera que
se pregunta por la existencia de una “filosofía latinoamericana”, pensadores como
Leopoldo Zea, el mismo José Gaos, Augusto Salazar Bondy y otros incluyendo a
algunos de mis profesores de la Universidad Santo Tomás, el denominado “grupo de
Bogotá” como Germán Marquínez Argote, son profundamente interesantes y merecen
ser revisados con cuidado. Luego hay una tradición que podríamos denominar
marxista en la que se ubican pensadores para mi muy importantes como el peruano
Jose Carlos Mariategui, el ecuatoriano Bolivar Echavarría, el argentino Atilio Borón y
pensadoras como Marta Harnecker o el vicepresidente de Bolivia Álvaro García
Linera, que es un tipo brillante; con distancias y críticas me parece que esta tradición
ha elaborado preguntas y lecturas de Marx –y de la tradición marxista– que han
incidido en los gobiernos de la década ganada, eso me parece muy potente y cada
vez estoy más inclinado a revisar esa tradición para desde allí pensar problemas
políticos en nuestro país. Por otro lado, me parece que hay una línea de pensamiento
abierta por Enrique Dussel, Paulo Freire y los hermanos Boff que es la línea
liberacionista, estos son pensadores sumamente interesantes, ingeniosos y que
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valdría la pena leer con seriedad obviando el tono cristiano que los rodea. La última
sería la línea del pensamiento decolonial en el que hay grandes trabajos como los de
Anibal Quijano, Ramón Grosfoguel, Santiago Castro-Gómez, Arturo Escobar, al igual
que las feministas decoloniales como Yuderkis Espinosa, Francesca Gargallo y Laura
Rita Segato, esta ya sería una lista de recomendaciones.
Sin embargo, yo me he ocupado de leer con detenimiento algunos pensadores que
no sabría muy bien dónde ubicar, es más, no sabría si esa clasificación es ya
desafortunada y deja fuera del mapa miles de matices. Yo recomendaría al menos
tres obras, preferiría no hablar de libros en específico porque tardaría mucho.
Empecemos por lo nacional (risas) me parece que la obra de Santiago Castro-Gómez
es una obra loable, no solo por su rigurosidad, sino por su capacidad para abrir
senderos de investigación, su genealogía de las herencias coloniales en Colombia
me parece algo clave para entender la configuración de lo que él mismo ha
denominado como “el poder oligárquico” en Colombia. Así mismo, sus textos sobre
Foucault y Zizek resultan no ser solo textos exegéticos, sino escenarios abiertos de
discusión para pensar problemas en América Latina. Por otro lado, una obra de la que
me he venido ocupando recientemente es la del pensador argentino Ernesto Laclau,
me parece que la forma en la que este pensador logró poner en escena los problemas
del marxismo clásico son sugerentes, sus debates sobre la democracia radical, la
hegemonía y el populismo son importantes hoy. Laclau ofrece un panorama muy
completo del terreno conceptual en el que se mueve la filosofía política hoy y eso me
ha ayudado profundamente a avanzar, a cuestionar y a pensar. También, quisiera
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recomendar la obra del psiconanalista y filósofo Jorge Alemán, a pesar de vivir en
España, es un pensador que siempre tiene presente la agenda latinoamericana. Es
un pensador con una pronfunda lucidez al que me he venido acercando lentamente y
del que espero aprender mucho.
Finalmente, no quisiera perder la oportunidad para hacer una mención a quienes son
mis maestros y van abriendo nuevos espacios para la reflexión filosófica en Colombia
y que recomiendo sin titubear. Los trabajos de María del Rosario Acosta sobre el
duelo, la memoria y la escucha en clave decolonial son impresionantes. Los de Laura
Quintana, quien disputa con mucha fuerza frente a la tradición occidental del
pensamiento, interpelada por lo que sucede en Colombia. Así mismo el trabajo de
Carlos Manrique sobre la relación entre religión y política en los movimientos sociales
en Colombia es clave para pensar un tema importante para la configuración de la
sociedad civil en Colombia. Asimismo, el trabajo de Luciana Cadahia sobre el
republicanismo plebeyo y la noción de dispositivo. Igual el trabajo de Gustavo Chirrolla
pensando el problema de la técnica desde la obra de Deleuze y el de Amalia Boyer
sobre la geo-estética son inspiradores para seguir avanzando en la tarea de hacer
filosofía en América Latina.
DJ: ¿Cuéntenos, por favor, cuál es su apreciación sobre el lugar del pensamiento
filosófico en una sociedad como la colombiana?
HAC: Esa es una pregunta difícil. Es difícil porque cuando uno está metido en este
mundo de la academia a uno le parece que la filosofía es super importante y, a toda
costa, uno quiere convencerse de ello, sin embargo, muchas veces siento que entre
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el mundo académico y la sociedad civil hay una zanja, que a veces parece
infranqueable. Sin embargo, como diría Gramsci, al pesimismo del intelecto se le
combate con el optimismo de la voluntad, en aras de ese optimismo diría que hay
miles de cosas por hacer.
Me parece que en este momento el lugar que podría ocupar el pensamiento filosófico
es un lugar típico y tradicional de hacer preguntas, sobre todo en el momento de
transición que se empieza a avizorar. Creo que la filosofía puede aportar mucho en
ese camino, no como disciplina académica, pero si como actitud, como una forma de
enfrentarse a los problemas, de asumirlos como tales y de cuestionar para
desnaturalizar. Esa creo que es nuestra principal tarea como filósofos, permitirnos
construir escenarios de duda, cuestionar los elementos que están a la base de los
prejuicios, ayudar a comprender los límites de lo que decimos, sobre todo en un país
donde la clase política es tremendamente irresponsable para hablar, basta ver las
declaraciones de una senadora como María Fernanda Cabal o de Roberto Gerlein,
ejemplos hay muchos (risas).
En segunda medida me parece que el pensamiento filosófico debe procurarse un
lugar en diálogo con otras disciplinas, tanto de las ciencias sociales, como de lo que,
tontamente, se han denominado las ciencias duras, como las matemáticas, la física y
la química. Creo que el pensamiento –un poco como Gramsci– está en todos y que
lo que hay que producir son escenarios de diálogo. En Colombia tenemos que
aprender a detenernos, a pensar los problemas con mayor mesura. Un ejemplo de
ello es que la mayoría de los investigadores del país no estén de acuerdo con el
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modelo desarrollado por Colciencias y aún así las universidades se ponen de rodillas
a la forma en la que esta entidad califica los procesos de investigación, en esa
situación no hay pensamiento, hay una derrota acallada por las políticas de calidad,
por los esquemas que el modelo neoliberal le ha impuesto a la academia. Creo que
la filosofía puede aportar en ese diálogo y que tiene la responsabilidad de hacerlo. De
pensar y procurar formas de diálogo para detenerse, observar y, de la mano de otras
formas de saber, producir formas de avanzar, de crear otro conocimiento. Debo decir
que hay muchos colegas trabajando en esos horizontes y que la lucha no está
perdida.
Finalmente, me parece que la filosofía es, fundamentalmente, una forma de producir
una desnaturalización, a eso era a lo que Foucault llamaba actitud crítica, para mi la
filosofía tiene que ver con cartografiar la forma en la que se producen verdades y,
desde allí, desde la materialidad del archivo histórico y desde el pensamiento, debe
estar en la capacidad de producir nuevas formas de ver la verdad, de pensarlas
alejadas de los prejuicios y de las formas que han quedado sedimentadas con el
tiempo. La filosofía en tanto que actitud crítica tiene que demarcar los límites de lo
posible (Kant), desnaturalizar lo que ha quedado instituido como discurso verdadero
(Foucault) y producir una nueva forma de percibir (Rancière), creo que eso es lo que
puede aportar la filosofía. Como verán es una tarea muy silenciosa en la que,
definitivamente, quienes nos ocupamos de esto debemos ser creativos y menos rudos
en la forma de comunicarnos.
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DJ: Profesor, cuéntenos, ¿cuáles son las relaciones que encuentra entre el
pensamiento filosófico y el pensamiento político contemporáneo?
HAC: Creo que he anticipado ya algunas cosas a propósito de esto y trataré de ser
un poco más esquemático para no aburrirlos tanto (risas). Me parece que los vínculos
entre filosofía y política siempre han sido estrechos y que la producción de teoría
política es una cuestión fundamental. Siempre que mis estudiantes me preguntan por
qué estudié filosofía, les respondo diciendo que muchas de las formas a las que ellos
apelan, como la ley, lo bueno, el derecho, el Estado, fueron parte de una reflexión en
la que se vinculan política y filosofía y que autores como Hobbes han producido
grandes efectos en la realidad, así que es un poco mentiroso que la filosofía no sirva
para nada. Las ideas de Locke, Hegel, Marx o las de Gramsci, sin duda, han
determinado en muchos sentidos hipótesis mediante las cuales pretendemos
comprendernos como sociedad.
Hoy hay en escena tres grandes debates en los que podría resumir la pregunta.
Primero hay un debate sobre lo que es la política en sí misma, sobre lo que es en
tanto que es, sobre si existe un principio o un ser de la política, a eso se le conoce en
filosofía como una reflexión sobre la ontología política. Algunos autores afirman que
el ser de la política es el antagonismo, es decir, el conflicto, que eso es lo que hace
que la política exista y la configura como tal, yo quisiera preguntarme sobre ello y
tratar de pensar esos vínculos entre ontología y política que son, definitivamente,
difíciles de entender. Por otro lado, me parece que la reflexión filosófica se ha venido
haciendo una pregunta por la democracia que cada vez siento de manera más radical,
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pensadores como Laclau, Mouffe, Rancière, Hart y Negri, Badiou, Zizek y otros, han
dedicado a esto muchas páginas de sus obras y han cuestionado el modelo liberal de
la democracia, creo que esas cuestiones son claves hoy; el pensamiento filosófico
tendría que vérselas, entonces, con la discusión entre liberalismo, democracia e
individualismo que me parece que está en el corazón de nuestras sociedades
contemporáneas.
Finalmente, y esto creo que Marx y Engels fueron pioneros, la filosofía se las tiene
que ver con un diagnóstico del capitalismo. Creo que en ese terreno es clave repensar
las formas en las que el capitalismo agencia verdades, produce discursos y goce
resulta clave. En esa medida, creo que hay que pensar desde la materialidad de las
condiciones sobre las formas en las que el capitalismo desplaza la dominación y sobre
las posibles formas de enfrentar una lucha de carácter emancipatorio. Creo que en
ese sentido las tradiciones y las prácticas de América Latina tienen mucho que aportar
y nuestra tarea es pensar desde esa materialidad lo que significa, las limitaciones y
la forma en la que se produce ese contenido emancipatorio. Me parece que aquí es
clave pensar una figura como la del Estado y las tradiciones del republicanismo y del
comunismo a mi me resultan claves, no solo como modelos teóricos sino como formas
que han fracasado y que hay que repensar para producir nuevas formas de gobierno.
DJ: Profesor Hernán, si tuviera que salvar de las fauces del tiempo un libro de
literatura escrito por una mujer, ¿cuál escogería?, ¿por qué?
HAC: Esta es una pregunta más difícil que todas las anteriores, primero porque es
evidente que las mujeres y sus obras son marginalizadas por las estructuras
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editoriales y por los círculos académicos, y eso hace que cuando piense en un libro
solo piense en autores hombres, un gesto sin duda horrible. Sin embargo, creo que
optaría por salvar la primera autobiografía escrita por Simone de Beauvouir,
“Memorias de una joven formal” fue un texto que leí en un momento clave de mi vida;
me permitió entender la forma en la que una familia patriarcal va enclaustrando los
deseos, el cuerpo y la imaginación. También la forma en la que Simone se relaciona
con los libros y la lectura y la forma en la que rompe con la religión fueron muy
estimulantes para mi, ese libro lo guardaría como un tesoro, no por cuestiones
formales, sino porque representó para mi un gran aprendizaje en un momento difícil.
Creo que son puras razones personales y que no podría dar otras en ese punto,
además de recomendarle a todos que lean tremenda obra.
DJ: ¿Cree usted que la ficción literaria puede contribuir al descubrimiento de nuestra
condición humana?
HAC: No sé si hay una condición humana que descubrir, pero creo que la literatura
tiene como función procurarnos formas distintas de acercarnos a eso que es
inasimilable, a eso que se nos escapa todo el tiempo de nosotros mismos. La literatura
no la creación de mundos alternos, es más bien una manifestación de esos ruidos,
esos silencios, esos tiempos, esos miedos que nos acosan todos los días y a los que
rehuimos por la necesidad de la certidumbre. Me parece que la ficción tiene la
responsabilidad de ofrecernos relatos sobre la realidad, no para escaparnos, sino para
ir procurándonos una comprensión de esa infinitud de cuestiones que no se pueden
resolver. Yo no creo que la literatura sea un viaje para escapar de la realidad, de
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hecho, al menos la literatura que leo es siempre una bofetada con eso que no
queremos asumir y es una oportunidad para que los silencios y los ruidos de la
existencia tengan lugar.
DJ: ¿Cuál cree que debe ser “el papel” del profesor universitario en un país como el
nuestro?
HAC: El papel de cualquier profesor, sea universitario o no, es el de luchar por
transformar la sociedad, por construir una mejor sociedad, una ciudad en la que nadie
pueda someter a nadie y los derechos no sean bienes adquiridos en un mercado de
consumo. Creo que la principal tarea de los profesores de la universidad es la de
fomentar un desarrollo crítico frente a las formas de interpretar, de relatar y de
construir el mundo. Eso implica hacerse muchas preguntas y dejarse interpelar por
las preguntas que los mismos estudiantes llevan a clase, creo que eso es clave en
cualquier proceso educativo. Creo que la generación de profesores a la que yo
pertenezco, no cree que está en posesión de un saber y, procura, construir saberes
colectivos con los estudiantes, aunque a veces la realidad sea muy desafiante y el
desinterés muy manifiesto; hay que seguir apostándole a la construcción de una
universidad, amplia, plural y, sobretodo, igualitaria.
En Colombia me parece que los profesores deben preocuparse por la
desnaturalización de la idea de educación como “privilegio”, esa idea que ha estado
enquistada en nuestras formas culturales y que tanto daño le hace a la idea de
universidad como un escenario abierto. Con políticas como “Ser pilo paga” los
estudiantes creen que el gobierno les está haciendo un favor, y SPP ni es un favor, ni
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es una beca. Los que creen que SPP equilibra la balanza también estaría propensos
a creer que Germán Vargas Lleras regala casas a los más necesitados. En ese
sentido creo que es necesario producir una narrativa sobre la educación como un bien
común universal inalienable, como un escenario central en el desarrollo de cualquier
sociedad. Los profesores tenemos un papel importante en ese horizonte y me parece
que muchas veces nos equivocamos en la forma de transmitir el mensaje.
Finalmente, y esto sonará profundamente reactivo, creo que “el papel” que debe
cumplir un profesor en la Universidad es el de sacudir eso que se creía natural, sacudir
de manera tal que uno quede interpelado y con ganas de producir nuevas formas de
ver eso que antes veía de una sola forma. Eso me lo enseñaron mis maestros y creo
que me quedo con esa lección de duda, de incitación a seguir andando, de dialogar y
de escuchar, creo que eso es lo que he venido aprendiendo aunque sea muy difícil
de llevar a la práctica. Los profesores escuchamos poco.
DJ: ¿Considera usted que la universidad sigue siendo un espacio para el fomento del
pensamiento crítico?, ¿o estos centros de formación, más bien, están confundiendo
la pedagogía con la memorización de contenidos?
HAC: Muchos hemos sentido desazón con el rumbo y con el ritmo que han tomado
las universidades en las últimas décadas. El neoliberalismo la tomó por asalto y creo
que eso lo hemos sufrido de diferentes maneras, desde la precarización laboral, hasta
la evidencia de que la educación es un bien de consumo más en el mercado. Eso ha
hecho que los estándares estén amangualados con formas mecánicas de producción
de conocimiento. Conocí muchos colegas, en diferentes universidades, que nunca
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cambiaban sus programas, que siempre enseñaban lo mismo, que aun creen que un
parcial mide el conocimiento de un estudiante, que califican a ojo. Eso hace que uno
pierda la fe rápido.
Sin embargo, he conocido gente maravillosa con la que construir horizontes colectivos
de transformación mediante el diálogo y a pesar de las diferencias. Creo que eso es
lo que propicia la universidad, un espacio, y uno puede hacer con el espacio lo que
quiera, uno puede pintar un gran mural, o hacer un dibujo mediocre. El meollo del
asunto es que en la universidad uno es responsable de la formación de cientos de
personas y eso hace que la mediocridad sea irrespetuosa. Creo que la universidad
sigue siendo un espacio en el que uno puede producir pensamiento crítico pero para
ello el espacio de la universidad debe ampliarse y es lo que he intentado hacer en mis
clases todo el tiempo, convertir la ciudad en un gran salón, hacer que los estudiantes
cuestionen sus vidas, sus decisiones, sus privilegios, sus acciones, de eso se trata
pensar críticamente, claro que ello será vacuo si no se traduce en un ejercicio de
transformación en la que se abogue por lo colectivo. En eso hay que trabajar con
mucho esmero y no es fácil, sobretodo con el desgano que estas nuevas
generaciones tienen con la reflexión y el pensamiento.
DJ: ¿Cómo estimular el pensamiento crítico y autónomo de la comunidad estudiantil
en el marco de la consolidación de la paz?
HAC: Hay múltiples formas y he tenido la oportunidad de ver cómo muchos colegas
le han apostado a estos procesos. Recomiendo el trabajo que el profesor Alexander
Idrobo ha empezado en la Universidad Santo Tomás. Lo primero que tiene que ocurrir
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es una sacudida al nivel de las emociones, hay que lograr un efecto del que se derive
que la lógica de la guerra es insoportable, eso no es fácil de lograr. Les puedo contar
algunas de las experiencias que he usado en clase para procurar estos efectos de
ruptura de la indiferencia y de consolidación de pensamiento crítico.
Creo que una de las las primeras tareas es extender el conocimiento fuera del aula
de clase, esas 4 paredes son grises y hay que convertir la ciudad en un aliado,
procurar que la cotidianidad sea una herramienta. Para ello es clave que los
estudiantes sean más receptivos de su entorno, que perciban los rostros de los otros
en el transporte público, que se pregunten porque siempre toman las mismas rutas
para llegar a casa, que cuestionen la forma en la que visten, que reconozcan al otro
como parte crucial de sus vidas. Para ello he usado diferentes prácticas, como llevar
diarios de campo, elaborar entrevistas a personas que les llamen la atención en sus
días, que vean series y películas y que las relacionen con su presente inmediato. Hay
que incorporar el contexto y tratar de producir criterio desde la toma de posición en
ese contexto, no es lo mismo un estudiante que trabaja y estudia, que uno que solo
estudia. Eso hay que reconocerlo y usarlo a favor.
El problema de la paz no es solo un problema del silencio de los fusiles, sino el de
cómo nos reconocemos como hijos del mismo territorio, sin que ello implique eliminar
las diferencias que tenemos. En lo que he podio observar es necesario trabajar sobre
el contenido histórico del relato que se ha producido en medio del conflicto y desde
allí empezar a disputar enunciados que se han sedimentado como verdades, la idea
de que la guerrilla es como un alien que lo devora todo, o de que “Uribe es el mejor
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presidente duélale a quien le duela”, son enunciados que caen por su propio peso y
hay que producir formas de leer los contextos históricos y vivenciales para desde allí
activar motivaciones que nunca han estado a la orden del día. Eso es clave. Pues,
como he dicho, pensar críticamente, tiene que ver con poder desnaturalizar lo que
hemos creído como verdadero y de eso sí que necesita un país como el nuestro lleno
de jóvenes y viejos conservadores.
DJ: ¿Qué piensa de los asesinatos sistemáticos de líderes y lideresas sociales en
varias regiones del país?
HAC: Es una situación lamentable, una situación que me produce desasosiego, es la
muestra de que la minoría de privilegiados en este país teme al desarrollo de unas
condiciones más igualitarias. La respuesta del uso de la violencia como forma de
solución de conflictos denota que estamos lejos de vivir en una democracia con
garantías iguales para todos. Siempre he cuestionado la idea de que en Colombia ha
existido democracia, existen elementos de un desarrollo democrático, como la división
de poderes y cierta independencia de la justicia, pero es claro que ese reparto de
oportunidades, condiciones y formas no es igual para todos y que, en este país, al
que decide organizar para transformar se le pone en una situación de peligro
inminente. La “ultraderecha” actúa combinando las formas de lucha y no teme usar
balas para acallar los gritos de no-dominación que se procuran los líderes sociales
todos los días desde sus territorios.
Lo que es ciertamente preocupante de todo esto es que se repitan una extinción como
la de la UP –única en nuestro continente–, eso no puede volver a ocurrir; sobre todo
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cuando hay una sistematicidad en los asesinatos y una complicidad muda de las
instituciones del Estado que no anuncia ni capturas, ni investigaciones. Con la
desfachatez que caracteriza a los privilegiados es difícil pensar que esto se resolverá
pronto.
DJ: ¿Debería la comunidad académica pronunciarse frente a esta delicada situación?
En su rol como docente ¿de qué manera moviliza experiencias en la comunidad
estudiantil para que generen lecturas críticas frente a la situación de asesinatos
selectivos de líderes y lideresas sociales?
HAC: Definitivamente, no podemos hacernos los de oídos sordos, menos cuando
tenemos la responsabilidad de educar, creo que es necesario estar al tanto de lo que
sucede con estos hechos lamentables y poder exponerlos ante la comunidad,
rechazando la quietud de los entes gubernamentales y las desacertadas y tristes
declaraciones del Ministro de Defensa. A mi me ha parecido que es necesario tomarse
en serio lo de “sistemático” preguntarse en qué territorios, de qué formas y cuáles
eran los procesos que jalonaban estos líderes. También me parece clave conectar
esto históricamente y creo que para eso los textos de Alfredo Molano me han
resultado útiles.
La historia de la desaparición y del uso del asesinato sistemático en Colombia no es
nueva, hace parte de una forma en la que la guerra ha operado, de esa manera se
han logrado desbaratar tejidos comunitarios que han logrado resignificar el territorio
y, los perpetradores, han logrado instaurar una política del miedo que se ha insertado
en el sentido común de la comunidad: la idea de que el otro es mi enemigo. Esa
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política del miedo ha hecho que los lazos de esperanza que estos líderes han
construido se vea amenazada y parte de nuestra responsabilidad, con su dolor, con
sus muertos y con su situación es la de mostrar que el Estado ha actuado de formas
perversas o bien por omisión o bien por su contubernio con actores para-estatales
que sí han jugado papeles definitivos en esta política del miedo.
He llevado a cabo prácticas muy modestas, me ha parecido clave leerles los relatos
en primera persona a los estudiantes de algunas víctimas, no para generar esa culpa
lastimera de “pobres la víctimas” sino para poder resaltar los lugares de privilegio que
uno ocupa y la responsabilidad que de allí se deriva, la indiferencia de las ciudades
ha hecho que en el campo ocurran cosas sin mayores trascendencias y eso es
terrible.
DJ: ¿Cuál es su balance de este primer año de los acuerdos de paz entre la ex-
guerrilla de las FARC y el Gobierno de Juan Manuel Santos?
HAC: El panorama es desolador. Pero uno tendría que poder sopesar ese pesimismo
y diferenciar posibles niveles de análisis. Creo que el primer nivel de análisis es un
nivel en el orden del significado del acuerdo a nivel simbólico, ese nivel creo que a
veces se nos escapa en pro de un llamado al pragmatismo o a la materialidad; me
parece que lo primero que debemos pensar es que los Acuerdos de la Habana son
una ruptura en la forma en que comprendemos la democracia, es más, creo que esos
acuerdos han levantado tanta discusión por una cuestión en particular, porque han
permitido disputar lo que significa democracia en Colombia. Claro que muchos
teóricos y movimientos sociales lo han hecho de múltiples formas y en diferentes
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maneras, pero creo que es la primera vez que la cuestión se eleva a un tema nacional.
Lo que hoy choca a sectores de la derecha es que hay actores legítimos dentro de la
vida pública que cuestionan su modelo de democracia y que el cuestionamiento de
ese modelo no puede invalidarse solo diciendo que los exguerrilleros son terroristas,
criminales o asesinos. Es justo ese el corazón del asunto en el momento en el que las
FARC-EP construyen un acuerdo y juegan dentro del marco de la democracia
empiezan a disputar de manera “legitima” el espacio de lo político y, sin ser
reduccionistas, el espacio de lo político se juega en el campo de los contenidos de las
palabras.
Una de las demandas del acuerdo es que en Colombia hemos llegado a altos indices
de violencia porque hay un cierre en la participación política, eso demuestra que el
modelo de democracia colombiano no es tan democrático como nos lo han dicho
quienes han ocupado las instituciones de gobierno o la opinión pública; esto ha
conllevado a que se haga patente un malestar que ha estado ahí en la sociedad
colombiana todo el tiempo y es el descreimiento de la clase política. Eso nos permite
ver que en Colombia hemos tenido una estructura democrática, pero no hemos
llenado de contenido esas estructuras. La división de poderes no ha funcionado del
todo, ahí están los ejemplos, la chuzadas de Uribe, “el cartel de la toga”, “la
yidispolítica”, etc. Casos que denotan que en el país la estructura democrática está
hueca, vacía. En su lugar, el Estado ha sido coaptado, se han tomado las instituciones
por asalto es lo que Santiago Castro-Gómez ha denominado el poder oligárquico;
Colombia ha sido gobernada por las mismas castas blancas que han heredado sus
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privilegios y que han luchado, combinando todas las formas, para no ceder eso que
se han “ganado” a costa de la explotación de otros. La oligarquía de este país ha
coaptado las instituciones para su beneficio y eso es evidente, no hay que ir muy lejos
para darse cuenta que pertenecer a la clase política hoy es una forma de usufructuar
lo que es de todos. Evidentemente, no todos “políticos” entran dentro de este
diagnóstico, pero es claro que una amplía mayoría de los políticos es así. Hay casos
deplorables como los de Cambio Radical y los del Centro Democrático que con la
mayor desfachatez encarnan el proyecto del poder oligárquico.
Lo que ha logrado el Acuerdo, y en ese sentido es que digo que hay que ser
optimistas, es exponer esa estructura del poder oligárquico y hacer patente que la
indiferencia ante la agenda pública es una parte de los problemas fundamentales del
país. El tránsito a la vida democrática de las FARC y su configuración como partido
político tumbó de manera la idea de que el país estaba en sumido en la miseria por el
accionar insurgente, la tesis fuerte del uribismo se fue al piso y hoy, pataleando de mil
formas, están tratando de producir un nuevo enemigo de paja para seguir ocupando
las instituciones del Estado para su beneficio: “el castrochavismo”. Lo que ha logrado
este acuerdo es procurar una agenda democrática en un país coaptado por la
racionalidad del poder oligárquico. Esa racionalidad ha operado mediante la lógica de
la guerra, la apropiación y la criminalización del otro. Entrar en la lógica del conflicto
político ha demostrado que es posible ganar en la arena política sin apelar a la
confrontación armada y creo que eso es una avance en el que no podemos ceder de
ninguna forma.
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Por otro lado, creo que es necesario ser realistas: el acuerdo político está en cuidados
intensivos. El gobierno Santos ha incumplido el Acuerdo de múltiples formas y ha
producido una especie de crisis de legitimidad política que hoy compromete lo
logrado. La exposición de los militantes de las FARC a los nuevos fenómenos
paramilitares, el desarrollo de políticas de sustitución de cultivos ilícitos sin
concertación de las comunidades y la falta de garantías judiciales son cuestiones que
deben alarmar a toda la sociedad. Hasta el momento la mayor preocupación la tienen
los militantes de las FARC, pues son ellos quienes están poniendo el “pellejo” frente
a este fenómeno de intervención violenta que está retrasando el acuerdo y que no
hace otra cosa que perpetuar el modelo de ese poder oligárquico, que se nutre de los
muertos y el miedo.
El otro factor que es bastante preocupante es el que tiene que ver con el desarrollo
de la agenda minero-energética del gobierno Santos y que confirma que el Acuerdo
es parte del entramado de gobierno de una agenda, eminentemente, neoliberal. En
ese sentido, es difícil ver la situación de las licencias ambientales, el modelo de
extracción de las multinacionales y la concesión de usos del subsuelo. La crisis
ambiental que está dejando la paz de Santos denota que su forma de gobierno es
contraria al desarrollo de territorios en paz. Su avance es el avance de una clase y
eso se discute poco. Esa creo que es otra forma en la que se manifiesta el poder
oligárquico.
DJ: Si tuviera la oportunidad de conversar con el Comando Central del ELN, ¿Qué
les diría?
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HAC: No lo sé, es una pregunta difícil. Creo que les diría que el modelo de la guerra
se ha agotado como forma para hacer política y que persistir puede ser un error en la
consolidación de un proyecto revolucionario. Entiendo que no es fácil dejar las armas
cuando no hay garantías, pero también les diría que deben ser conscientes que la
política se trata de gobernar en la diferencia, que no existe un estado de cosas ideal
en el cual gobernar y que el modelo de la revolución como corte y nuevo inicio, que
es como a veces se piensa la lucha armada, es complejo de entender, al menos en
las condiciones en las que estamos en Colombia. Los colombianos no podemos
seguir creyendo que la violencia es el vehículo de la transformación, esa es la tesis
de la derecha, usar la violencia para gobernar y en eso tendríamos que ser creativos
y arriesgados para producir nuevas formas de intervención política.
Otro punto que señalaría es que resulta necesario comprender la magnitud de un
acuerdo, un acuerdo es solo una negociación, no es un escenario para cambiar un
país, es más, no estamos del todo seguros si el país quiere cambiar. Muchas veces
los que nos consideramos de izquierdas queremos arrogarnos el derecho de decirle
a la gente cómo tiene que vivir o cómo debería vivir, eso me parece un desacierto,
porque, como dice Javier Franzé, ser de izquierdas no es garantía de que la gente
deba votarte o de que representes a la gente. A veces, y espero que esto no suene
muy duro porque incluso yo tengo mis dudas, siento que las insurgencias se arrogaron
el derecho de representar a los “pobres”, a los “oprimidos” y siento que no toda la
gente que está en esas condiciones se identificó con sus causas o con sus modos de
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acción. Eso es algo que hay que pensar y me parece que las FARC lo han venido
pensando ahora como partido político.
DJ: ¿Cómo se imagina a Colombia en 10 años? Si tuviera la oportunidad, ¿qué le
recomendaría a la persona que va a llevar las riendas de la presidencia por los
próximos 4 años?
HAC: Primero tendría que decir que estamos en un momento decisivo, que lo que
sucede en Colombia tiene que “elevarse a nivel de un acontecimiento” como han
señalado algunos de mis colegas de REC-Latinoamérica. Eso implica asumir que los
años que vienen serán decisivos, me parece, entonces, que si asumimos eso tenemos
una responsabilidad enorme, la de transformarnos, la de luchar y construir una
agenda que permita al menos tres cosas elementales: primero, hacer irreversibles los
acuerdos de la Habana, creo que eso debe ser clave en la agenda legislativa y
ejecutiva del próximo mandato. Segundo, profundizar la democracia, eso tiene que
traducirse en revisar las estructuras de los partidos tradicionales, en sancionar a los
partidos corruptos, en alejar de los recursos públicos a las aves de rapiña oligarcas y
producir instituciones sólidas. Tercero, creo que el trabajo político más urgente es el
de consolidar confianza en las instituciones del Estado, el aparato estatal no puede
seguir siendo la cuenta para el club de los políticos, ni puede ser el escenario para
que los banqueros como Luis Carlos Sarmiento se hagan más ricos. Hay que regular,
producir y redistribuir mejor la riqueza. Cualquier agenda progresista tiene que estar
consciente de ello y debe trabajar en la producción de esas condiciones.
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Imaginarse el país en 10 años es difícil, sobre todo porque en Colombia el pesimismo
es muy fuerte. Pero si tratáramos de pensar hacía donde debería ir, creo que las
fuerzas democráticas tienen que consolidar poderes territoriales, avanzar en las
agendas locales y gobernar para los que no han tenido privilegios, se trata de producir
escenarios de derechos para todos, de igualar la cancha. Pues es evidente que en
este partido, el equipo de los menos privilegiados (el 98% de la población) va
perdiendo 10-0, el arbitro está comprado por los privilegiados y juega con 11
jugadores fichados en millones de euros. La cancha está inclinada para un lado y hay
que empezar a disputarla con todas las fuerzas que tengamos. Eso implica gobernar
mejor, el tiempo de la resistencia tiene que ser limitado.
DJ: ¿La política se reduce a los escenarios electorales?
HAC: Para nada. Creo que lo desafortunado del panorama colombiano es que
creamos que la política solo tiene que ver con las elecciones. Creo que la política nos
la estamos jugando todo el tiempo, que en la medida que nuestras relaciones se van
construyendo vamos haciendo política, pues, entiendo la política como la construcción
de mundos en común en los que nadie pueda ser siervo de otro, eso lo hemos venido
discutiendo en los últimos años con varios colegas y amigos. Nos parece que la
política debe servir para hacer más libres a los hombres y libres aquí quiere decir que
no sean siervos de otros, esa es la idea de la libertad republicana que viene
Maquiavelo y se extiende hasta pensadores como Claude Lefort y otros.
Los escenarios electorales son una muestra de que la política también se juega en el
escenario de la representación y creo que esa categoría ha entrado en crisis, que es
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necesario pensar qué significa estar o ser representado y cuál es la dirección que eso
toma en escenarios democráticos, eso creo que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe lo
vieron bien en los 80 y que hay que seguir pensando ese problema de la
representación sobre todo para dejar de repetir tanta teoría barata sobre ello. Hay que
disputar esa idea que está anclada en el sentido común de que la política se reduce
a las elecciones, pues solo de esa forma podremos desarticular las prácticas que
hacen que las maquinarias electorales sigan funcionando.
DJ: ¿Cómo cree usted que se puede contribuir desde la labor docente a despertar
una sensibilidad por la lectura y la escritura, en un país donde existe un promedio de
lectura tan escaso?
HAC: Leía hace algunos meses que no es cierto que los niveles de lectura sean bajos
en un país como Colombia, en realidad lo que son bajos son los niveles de
aprendizaje, de deseo de conocimiento, eso es lo que siempre ha estado en crisis.
Hoy, ustedes lo pueden ver en las ciudades, la mayoría de los ciudadanos pasan
horas delante de la pantalla de su celular, lo que están haciendo ahí es leer, sin
embargo, lo que no se hace es vincular esa práctica a procesos de aprendizaje
críticos, complejos, que hagan parte de un propósito. Lo cierto es que pasar los ojos
por encima de unas letras no constituye un acto de lectura y eso es clave diferenciarlo.
Los profesores de humanidades siempre cargamos sobre los hombros cierta
responsabilidad en relación con la lectura y la escritura, en las universidades nos
dicen que los estudiantes no saben leer porque nosotros no trabajamos con ellos en
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esas habilidades, de ahí se crean talleres, cursos, miles de cosas a los que los
estudiantes asisten obligados y creo que eso es parte del problema.
Me parece que la lectura es una acción transversal a cualquier proceso de
aprendizaje, que uno no lee solo textos, sino que uno lee contextos, situaciones,
emociones, uno se la pasa la mitad de su tiempo tratando de entender qué es lo que
está sucediendo en tal o tal lugar, por qué tal persona se comporta así, y qué lleva a
que alguien crea en tal cosa. Todo eso me parece que tiene que ver con aprender a
leer. Lo que sucede es que la práctica de la lectura está muy asociada a una idea
ilustrada del erudito que se sienta a leer para salir de la realidad, y como dice la
profesora Diana Guzmán3, leer no tiene que ver con escaparse del mundo, sino con
involucrarse en el él. Los profesores tenemos que, como ustedes bien dicen, producir
una sensibilidad con respecto al acto de la lectura y la escritura, esas cosas no pueden
ser una herramienta más. Yo lo que he hecho en el salón de clases es acercarles la
lectura y la escritura de la forma más intuitiva posible, por ejemplo les he pedido
diarios donde tiene que escribir en las mañanas, escribir cuando se molestan por algo,
observar en el transporte público y describir lo que pasa, esas actividades han hecho
que pierdan el miedo a escribir, el miedo a la hoja en blanco, luego uno trabaja lo
gramatical y el resto de cosas que se van aprendiendo en el camino.
Con la lectura creo que hay miles de prácticas desde las lecturas en voz alta, hasta
relacionarlas con contenidos visuales, producir vínculos entre lo que leen y lo que ven.
3 https://www.youtube.com/watch?v=IEBC8zqy5QQ
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Como profesor lo que uno hace es seleccionar textos para que los estudiantes le
ayuden a uno a ver puntos que nunca había visto, es increíble lo que logran los
estudiantes y es profundamente estimulante encontrar cursos que quieren aprender,
así como es tremendamente desalentador los estudiantes deshonestos que van a ver
Facebook y WhatsApp a clases, esos deberían irse a otro lado que no sea la
universidad (risas).
DJ: ¿Qué tipo de prácticas ha desarrollado usted para construir ese escenario crítico
y emancipatorio del que nos hablado? ¿Puede contarnos qué es REC-
Latinoamérica?
HAC: Creo que uno está en una constante búsqueda de espacios y de experiencias
para la transformación, creo que de eso se trata ser de izquierdas, de producir
espacios para que nadie sea dominado por nadie, de crear condiciones para que la
igualdad y la libertad existan. He trabajado en diferentes espacios, generalmente
desde el desarrollo de una educación crítica y reflexiva. Pero, desde hace un año
decidimos crear un espacio para la articulación y la producción de pensamiento crítico,
ese espacio se llama REC-Latinoamérica y tiene como propósito fundamental
contribuir en la disputa por el sentido común, de manera muy gramsciana, lo que
hemos intentando es crear una institución fuera de la academia tradicional que nos
permita promover una formación política para la sociedad civil en general. REC es
una apuesta de carácter político, una apuesta que le juega a disputar en los medios,
a producir conocimiento crítico y a intervenir en las instituciones para desnaturalizar y
producir otras formas de comprensión de la realidad.
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Lanzamos REC el 1 de septiembre del año pasado, llevábamos cerca de 3 meses
trabajando en el anonimato, pero ese día que fue histórico para el país porque las
FARC lanzaban su partido político, nosotros en un modesto evento lanzamos nuestra
apuesta para profundizar la democracia. Han sido meses de mucho aprendizaje y de
grandes expectativas, queremos consolidarnos como una apuesta crítica dentro del
espectro político de la izquierda y contribuir desde nuestros saberes para construir
ese horizonte emancipatorio del que he hablado. Seguimos pensándonos, creando,
apostando y dando de nosotros para producir transformaciones en este país que nos
llama a gritos.
DJ: El planteamiento hecho por David Harvey en su libro Ciudades Rebeldes sobre
el derecho a la ciudad y la reconstrucción de la misma a partir de relaciones sociales
alternativas, desde el postulado de la lucha de clases, deja cuestionamientos frente a
la constante degradación ambiental y los retos que asumimos ante dicha realidad;
usted, como habitante de la urbe ¿Qué dispositivos institucionales y prácticas
cotidianas cree que deben activarse para generar transformaciones efectivas frente
al cambio climático?
Lo que Harvey dice es clave, pensar que el capitalismo lleva en declive la vida de los
sujetos en relación con el uso del espacio cada día me parece más importante. Sobre
todo cuando uno vive en una ciudad como Bogotá, que cada día es más proclive a
ser organizada por los constructores y no organizada para los ciudadanos. Me parece
que lo primero que debería ocurrir en Bogotá es el desarrollo de un nuevo plan
territorial en el que se proteja el medio ambiente y donde se controlen con rigidez las
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formas de construcción que no conllevan al desarrollo de espacio público. Eso no se
podrá lograr sin un cambio radical en la forma de movernos en la ciudad, no se trata
solo de no usar el carro o de tomar transporte público, sino de que los centros
laborales se desterritorialicen, no hay calidad de vida, ni cuidado del territorio cuando
uno es ajeno al mismo. Las relaciones que uno promulga en la ciudad son relaciones
pasajeras, el arraigo no existe, paseamos del trabajo a casa en buses atestados de
gente y eso tiene que ver con cómo las empresas se organizan y piensan su
territorialidad. Los primeros barrios en Bogotá eran barrios obreros porque el barrio
era crucial, era el lugar del trabajo, también estaba el colegio, los vecinos la familia.
La distribución del espacio hoy, que es profundamente desigual, deshace el vínculo
social y eso es terrible. No hay algo más abominable que un centro comercial, un
espacio artificial que se esfuerza por emular la calle, pero que priva de lazo social, lo
único que hace es organizar el consumo para hacerlo más efectivo y concentra las
actividades comerciales en grandes almacenes como el horrible fallabela. Creo que
hay que caminar más, que hay que apropiarse del espacio público, que hay que
reforzar la seguridad con políticas sociales serias y no criminalizando los barrios, que
hay que armar parche y construir porque de eso se trata construir un horizonte
emancipatorio, la ciudad no puede ser solo para unos. Tiene que abrirse para todos.
DJ: ¿Cómo conjugar su formación filosófica con la percepción de prácticas
espirituales o creencias religiosas, si acaso las tiene?
HAC: Creo que la espiritualidad es un tema clave. Uno no puede prescindir de ella y
creo que la filosofía lo que ayuda es hacerse de manera más cuidadosa la pregunta.
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Aunque no practico ninguna religión creo que esa dimensión no se puede eliminar, la
pregunta por la trascendencia siempre viene de múltiples formas. Hay que hacerle
frente y pensar. La filosofía no riñe con las creencias religiosas de hecho los filósofos
son bien conservadores y poco peligrosos (risas).