El anillo de Giges, c orrupción y bondad Platon, en La Republica, relata la leyenda mitológica de Giges de Lidia, un pastor que encontró un caballo de bronce con un cuerpo sin vida en su interior, que tenía un anillo de oro que resultó ser mágico, pues por casualidad volvió hacia la palma de la mano el engarce de la sotija y al punto se hizo invisible para los demás pastores, que comenzaron a hablar como si él se hubiese retirado, lo cual lo llenó de asombro. Si ponía el engarce hacia fuera de nuevo era visible. Giges lo usó para seducir a la reina y, con ayuda del ella, matar al rey, para apoderarse de su reino y convertirse en un tirano. Parece así que todas las personas por naturaleza son injustas. Sólo son justas por miedo al casti go de la ley o por obtener algún beneficio por ese buen comportamiento. Si fuéramos "invisibles" a la ley como Giges con el anillo, seríamos injustos por nuestra naturaleza: el ser humano h aría el bien hasta que «se hace invisible», y roba. Según este supuesto, la persona no sería libre. Platón señala que ningún hombre razonable debería querer ese anillo, pues tiene todo lo que necesita para ser feliz y no necesita nada más. Vive en una sociedad perfecta, en la cual todo el mundo es feliz con lo que posee. Y si todo el mundo vive contento, ¿para qué necesita el anillo de Giges? El tentador anillo se opone a una sociedad feliz. Enrique Arias Valencia cuenta de los señores de los anillos de la literatura, desde Wagner, el músico filósofo, en la ópera El anillo de los Nibelungoscuenta cómo el horrible enano Alberich consigue robar el oro de un río para forjar con él un anillo que brindará invisibilidad y poder a quien lo porte. Es una joya maldita que no dará contento a nadie. Wagner afirma que al f inal, para restablecer el orden del universo, debemos devolver a la naturaleza lo que le pertenece. En este caso el oro debe regresar al río Rhin, en una idílica comarca. Es interesante ver cómo Tolkien, en El Señor de los anillosda un giro al tema. El anillo e n Tolkien tie ne una variante: él mi smo susurra al posible portador la promesa de un poder inmenso. Y además tal poder es irresistibleme nte tentador. El anillo lleva una inscripción: “Un anill o para gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos. Un anillo para atraerlos a todos. Y atarlos a las tinieblas”, es el resumen de su malicia intrínseca . Y es que quien usa el poder, se corrompe… pero no a todos. Gandalf no cae bajo la influencia del anillo, escoge la bondad, y prepara una misión para algo que no se les ocurre a los malos: destruir el anillo en el fuego de Mordor donde fue creado (por eso podrán penetrar hasta allá, porque nadie piensa que sea ese su propósito). Y escoge a Frodo que bien acompañado por una comunidad es capaz de llevar a cabo su misión. Por un lado, no se pervierte como hizo Gollum (esclavizado por el maligno poder) que sufre la soledad
El anillo de Giges, corrupción y bondad
Platon, en La Republica, relata la leyenda mitológica de Giges de
Lidia, un
pastor que encontró un caballo de bronce con un cuerpo sin vida en
su
interior, que tenía un anillo de oro que resultó ser mágico, pues
por
casualidad volvió hacia la palma de la mano el engarce de la sotija
y al
punto se hizo invisible para los demás pastores, que comenzaron a
hablar
como si él se hubiese retirado, lo cual lo llenó de asombro. Si
ponía el
engarce hacia fuera de nuevo era visible. Giges lo usó para seducir
a la
reina y, con ayuda del ella, matar al rey, para apoderarse de su
reino y
convertirse en un tirano.
Parece así que todas las personas por naturaleza son injustas. Sólo
son
justas por miedo al castigo de la ley o por obtener algún
beneficio por ese
buen comportamiento. Si fuéramos "invisibles" a la ley como Giges
con el
anillo, seríamos injustos por nuestra naturaleza: el ser humano
haría el bien
hasta que «se hace invisible», y roba. Según este supuesto, la
persona no
sería libre.
Platón señala que ningún hombre razonable debería querer ese
anillo, pues
tiene todo lo que necesita para ser feliz y no necesita nada más.
Vive en
una sociedad perfecta, en la cual todo el mundo es feliz con lo que
posee. Y
si todo el mundo vive contento, ¿para qué necesita el anillo de
Giges? El
tentador anillo se opone a una sociedad feliz.
Enrique Arias Valencia cuenta de los señores de los anillos de la
literatura,
desde Wagner, el músico filósofo, en la ópera El anillo de los
Nibelungos
cuenta cómo el horrible enano Alberich consigue robar el oro de un
río para
forjar con él un anillo que brindará invisibilidad y poder a quien
lo porte. Es
una joya maldita que no dará contento a nadie. Wagner afirma que al
final,
para restablecer el orden del universo, debemos devolver a la
naturaleza lo
que le pertenece. En este caso el oro debe regresar al río Rhin, en
una
idílica comarca.
Es interesante ver cómo Tolkien, en El Señor de los anillos da
un giro al
tema. El anillo en Tolkien tiene una variante: él mismo susurra al
posible
portador la promesa de un poder inmenso. Y además tal poder
es
irresistiblemente tentador. El anillo lleva una
inscripción: “Un anillo para
gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos. Un anillo para
atraerlos a
todos. Y atarlos a las tinieblas”, es el resumen de su malicia
intrínseca. Y es
que quien usa el poder, se corrompe… pero no a todos. Gandalf no
cae bajo
la influencia del anillo, escoge la bondad, y prepara una misión
para algo
que no se les ocurre a los malos: destruir el anillo en el fuego de
Mordor
donde fue creado (por eso podrán penetrar hasta allá, porque nadie
piensa
que sea ese su propósito). Y escoge a Frodo que bien acompañado por
una
comunidad es capaz de llevar a cabo su misión. Por un lado, no se
pervierte
desde que asesina a su primo, se autocastiga como hiciera Caín el
primer
homicida.
El anillo promete pero no cumple; y esclaviza a quien lo lleve. Es
como la
imagen del demonio, de todo Mal, que en la persona de Sauron usa el
anillo
como medio de comunicación con los seres de este mundo.
El poder corrompe, y el poder absoluto, corrompe absolutamente, es
la
moraleja sobre el famoso anillo que desde la antigüedad trata
de
gobernarnos a todos.
Muchos políticos, banqueros, empresarios y demás gente con poder
llevan
puesto el anillo que lleva a su portador a creerse un dios sediento
de más
poder, aunque no es más que un pelele seducido por la codicia y
sometido
al poder del anillo. “Un anillo para dominaros a
todos”...
Llucià Pou Sabaté